La actualidad del debate setentista

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I dZ
Julio
| 27
Tercera edición de Insurgencia obrera en Argentina
La actualidad
del debate
setentista
Acaba de publicarse la tercera
edición de Insurgencia obrera
en la Argentina, 1969-1976.
Clasismo, coordinadoras
interfabriles y estrategias de
la izquierda, de Ediciones IPSCEIP. Aquí presentamos un
extracto del nuevo prólogo
que escribieron los autores
para un libro que sale a la
luz cuando otra vez están
en discusión los balances
sobre el último ensayo
revolucionario en Argentina.
Fotografía: Ediciones IPS-CEIP.
Ruth Werner y Facundo Aguirre
Redacción La Izquierda Diario.
Al momento de escribir el prólogo de esta
tercera edición de Insurgencia obrera, la situación política argentina ha variado sustancialmente con respecto a su primera aparición
en 2007.
En esa oportunidad, nos habíamos propuesto restituir el lugar de la clase obrera y de la
lucha de clases en el proceso social y político abierto en Argentina después del Cordobazo. Desde la elección de su título buscábamos
señalar que el sujeto peligroso para los intereses capitalistas radicaba en la clase obrera,
en su lucha y autoorganización. El período setentista había sido inaugurado por una
insurrección de masas acaudillada por la clase trabajadora, y esa misma clase entre 1969
y 1976 protagonizó una seguidilla de levantamientos, huelgas salvajes, tomas de fábricas con rehenes, enfrentamientos violentos
con la fuerza del régimen, persecución fascista de la Triple A y de la burocracia sindical,
y una huelga general en junio-julio de 1975
que dio luz a un doble poder a nivel fabril:
las coordinadoras interfabriles de Capital Federal, Gran Buenos Aires, La Plata, Berisso,
Ensenada y Córdoba. En aquellas jornadas se
abrió una crisis revolucionaria que puso al orden del día la cuestión de quién era el dueño
del poder en Argentina. La resolución trágica a este interrogante fue el golpe genocida
del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.
Tuvimos el objetivo de destacar las experiencias de lucha y autoorganización de la clase
obrera relevando sus procesos más avanzados y la tendencia a conquistar la independencia de clase. Rescatábamos los elementos
políticos y de lucha que prefiguraban nuevas
formas de organización de una clase obrera
cuya dirección desde 1945 había sido el peronismo y su burocracia sindical. El nacionalismo burgués adoctrinó durante todo este »
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IDEAS & DEBATES
periodo en el discurso de la colaboración de
clases y en la idea de fortalecer al Estado capitalista como instrumento para enfrentar al
imperialismo.
En Insurgencia obrera dimos cuenta de un
proceso novedoso, el inicio de un fenómeno
de ruptura con el orden burgués, que planteaba la urgencia de construir un partido revolucionario de la clase obrera, apoyándose en el
surgimiento de organizaciones para la lucha
de clases que cuestionaban al capitalismo y
sus representaciones políticas.
El año 1975 recibió un tratamiento clave.
Cuando comenzamos la elaboración del libro no existía casi información detallada
sobre aquella extraordinaria huelga general
política que derrotó al Plan Rodrigo, verdadero antecedente de la política económica
implementada por la dictadura y, más tarde, por el menemismo. En ese sentido, Insurgencia obrera junto a La guerrilla fabril
de Héctor Löbbe1 fueron pioneros en este
campo de investigación histórica. En junio
y julio de 1975, una vanguardia masiva de
la clase obrera desafió a la burocracia sindical y empujó al conjunto de los trabajadores a protagonizar por primera vez en su
historia una huelga general contra un gobierno peronista. Tampoco existía en ese
entonces material bibliográfico sobre las
coordinadoras, las organizaciones creadas
por los trabajadores combativos para enfrentar a Isabel Perón, Celestino Rodrigo y
José López Rega. La tarea de escribir este libro fue entonces también una labor de reconstrucción: ¿cuántas fábricas abarcaban
las coordinadoras, qué influencia tuvieron,
cuál era el papel de las comisiones internas y cuerpos de delegados, qué rol jugaron las corrientes políticas? fueron algunas
de las preguntas que nos hicimos para traer
al presente ese proceso de organización que
apuntó a un doble poder fabril en un momento de aguda crisis capitalista.
La interpretación de los años ‘70 como un
proceso revolucionario exigía, además, un balance de las fuerzas políticas y, en particular,
de aquellas que actuaron en nombre de la clase obrera, la liberación nacional y el socialismo. Por un lado, se trataba de desmentir la
visión voluntarista que desplazaba como sujeto peligroso a la clase obrera para depositarlo
en las organizaciones que reivindicaban la lucha guerrillera y, por el otro, era necesario llegar a conclusiones tácticas y estratégicas que
actualizaran la comprensión marxista del periodo. Este punto de vista, anclado en la crítica a las estrategias políticas que emplearon
aquellos que hablaron en nombre de la izquierda, intentaba saldar un debate ausente.
Como militantes trotskistas comprendimos
que era necesario un balance de las corrientes que hablaron en nombre de las ideas de la
IV Internacional. Esta fue una gran falencia
de los partidos que se reivindicaban del trotskismo y que se negaron a revisar críticamente
su propia experiencia para preparar a las nuevas camadas militantes que nacieron a la vida
política bajo el proceso de la restauración democrático-burguesa. Para nosotros, en cambio, era una tarea fundamental para plantear
la actualidad teórica y estratégica del socialismo revolucionario.
Cuando publicamos la primera edición de Insurgencia obrera, el relato kirchnerista sobre los años ‘70 comenzaba a
transformarse en uno de los principales instrumentos de legitimación política del gobierno y del régimen político. El rechazo
popular a la casta política, como producto de la crisis vivida en 2001 con la caída
del gobierno de la Alianza y la persistencia de la movilización democrática contra
la impunidad a los genocidas, llevó a Néstor Kirchner a ensayar un giro en la doctrina del Estado respecto del genocidio. El
24 de marzo de 2004, el Presidente ordenó
al entonces Jefe del Ejército retirar los cuadros de Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone colgados en el Colegio Militar. Más
tarde, frente a la ESMA pidió perdón por
los crímenes cometidos por el terrorismo de
Estado. Ese acto inauguró un cambio en la
política de derechos humanos y la apropiación por parte del kirchnerismo de lo que el
dirigente del PTS, Christian Castillo, denominó el tercer relato sobre los años ‘70.
Ese relato habíase constituído en rechazo a
la teoría de los dos demonios, paradigma de
la restauración democrático burguesa en 1983
sobre la base de la condena a la violencia de
todo signo y de reivindicación de la tolerancia
democrática. La persistencia de la impunidad
y la degradación de la democracia burguesa argentina abonaron el surgimiento de ese tercer
relato que puso el eje, a la hora de interpretar
los años ‘70, en el rol jugado por las organizaciones guerrilleras. Sobre esta visión, Christian
Castillo plantea que, a partir del 20º aniversario del golpe, comenzó a haber una
... reivindicación de la pertenencia y de la
acción militante de los desaparecidos, un
discurso sostenido hasta ese momento solamente por las Madres de Plaza de Mayo
(en particular por el sector liderado por Hebe de Bonafini) y por los partidos de izquierda. Es así que se publicaron distintos libros y
artículos reflejando la actividad militante de
quienes luego fueron ‘desaparecidos’ por la
dictadura, así como también diversos análisis
del proceso y libros compilando documentos
políticos de la época.
Este “tercer relato”, agrega Castillo,
con la enorme diferencia respecto de los
anteriores de reivindicar la militancia revolucionaria, también subestima las grandes acciones de masas protagonizadas por la clase
obrera, tanto en el período previo al golpe como bajo la misma dictadura2.
El kirchnerismo hará propio este “tercer relato”, aunque con variantes.
Partiendo de situar a su movimiento como
continuidad histórica en la nueva etapa de la
política de la izquierda peronista en los años
‘70, su relato rescataba fundamentalmente
al gobierno de Héctor Cámpora como una
oportunidad democrática desperdiciada por
el acoso de la derecha, pero también por la
impaciencia de la izquierda del peronismo.
Para el kirchnerismo era esencial reivindicar
la alianza de clases que llevó al poder a Cámpora y, más tarde, a Juan Domingo Perón. Es
habitual leer que para el kirchnerismo el motivo fundamental del golpe del ‘76 no fue la
necesidad de derrotar a la clase trabajadora
por el peligro que expresaba para el capitalismo argentino, sino el de acabar con un supuesto modelo industrial encarnado por el
peronismo, para favorecer a los grandes grupos económicos de la burguesía diversificada
y el capital financiero. Se trataba de un golpe
antiperonista. Curiosamente el relato kirchnerista eludió siempre un tema fundamental:
justamente había sido el peronismo el impulsor de la Triple A.
La apropiación del “tercer relato” por
parte del kirchnerismo servirá para restaurar la legitimidad del peronismo, o de
cierta lectura del peronismo, como movimiento político que bajo el menemismo
había sido el responsable de la entrega nacional y la destrucción de las conquistas
de los trabajadores durante la década de
1990. Promoviendo la nulidad de las leyes
del perdón y el comienzo del juzgamiento a los genocidas, el kirchnerismo concitó
el apoyo de un amplio arco de organizaciones de derechos humanos. La posterior
adaptación de esos organismos al Estado
y a la política oficial los llevó a una degradación, a punto tal que la organización
más emblemática conducida por Hebe de
Bonafini, quedó salpicada por la participación de Sergio Shocklender en un entramado de corrupción vinculado a la obra
pública, provocándole un enorme daño al
prestigio de esta organización nacida al calor de la resistencia a la dictadura.
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Esta versión del “tercer relato” encumbrada a discurso oficial terminó por enterrar a
la “teoría de los dos demonios”. El contexto
en que se había impuesto esa teoría había sido el de la derrota de la clase obrera a manos
de los genocidas y el del fracaso estrepitoso
de la dictadura en Malvinas. La “teoría de los
dos demonios” rescataba valores democrático-burgueses e institucionales caros a la historia de la Unión Cívica Radical que evitaba
cuestionar el papel de Ricardo Balbín y de
la mayoría del Partido Radical como impulsor del golpe de 1976 así como su participación con funcionarios civiles en la dictadura.
El gobierno de Raúl Alfonsín desde su inicio
se lanzó a rescatar a las FF.AA. cuestionadas
por el genocidio, la ruina nacional y la guerra
de Malvinas garantizando la impunidad de la
camarilla militar. No iba a haber ni paredones ni tribunales populares, anunció de entrada y, a cambio, solo se juzgó a los cabecillas
del golpe. Poco después el mismo gobierno
alfonsinista –levantamientos de Semana Santa de por medio– sería autor de las nefastas
leyes del perdón, el punto final y la obediencia debida.
El kirchnerismo representó otro momento de
la restauración democrático-burguesa argentina. Su función política era contener a las masas luego del estallido de diciembre de 2001.
Para lograrlo necesitaba incorporar de alguna
manera las demandas populares que habían
puesto en jaque a la casta política capitalista, y
encontró en la reivindicación de los derechos
humanos una bandera que le permitió avanzar en la colonización por parte del Estado de
los movimientos que habían luchado contra la
impunidad. Desde aquella edición original de 2007 al
día de hoy, el eje de la superestructura política argentina se ha corrido fundamentalmente
hacia la derecha. En el terreno de los derechos humanos, el macrismo, aliado a la UCR
y a Elisa Carrió en Cambiemos, busca instaurar un nuevo paradigma de la derecha argentina reivindicando para sí el republicanismo
que caracterizara a los partidos políticos que
apoyaron los golpes militares desde 1955 en
adelante. Lentamente el gobierno de Cambiemos va
construyendo su propio “relato” sobre la década del ‘70 y la dictadura. El Secretario de
Cultura del gobierno de CABA, Darío Lopérfido, afirmó que la cifra de 30.000 desaparecidos era falsa y se cuela cada vez en voz más
alta la cuestión de que los temas del pasado
reciente evitan hablar de los derechos humanos actuales, y que lo que se busca es la venganza, lejos de la justicia. La crítica, en boca
de Cambiemos, a la estatización de la mayoría de los organismos de derechos humanos
durante la era kirchnerista, y los hechos de
corrupción que se suscitaron, abonan un retorno a una especie de teoría de los dos demonios edulcorada para el amplio arco no
abiertamente de derecha de las capas medias.
No se condenan directamente los juicios a los
genocidas llevados adelante durante la era
kirchnerista. El mecanismo es más sinuoso.
Los diarios Clarín y La Nación y los intelectuales nucleados en Club Político Argentino
han lanzado la consigna de que es necesaria
una “autocrítica” de quienes fueron integrantes de las organizaciones guerrilleras. El planteo no es novedoso: equiparando la violencia
encarnada desde el aparato de Estado con la
de la guerrilla, se repite que ya habría habido suficiente condena del terrorismo estatal y
ahora estaría faltando la “contraparte”.
Respecto de los juicios a los militares genocidas, Graciela Fernández Meijide o Elisa
Carrió, vienen insistiendo en que hay que implementar una política similar a la de Sudáfrica de “verdad por perdón”. Vale recordar
que La Comisión de Verdad y Reconciliación
(CVR) creada en 1995, implementada por el
gobierno de Nelson Mandela y que finalizó
su tarea en el año 2003 emprendió la tarea
de elaborar un informe conteniendo violaciones de derechos humanos cometidas bajo
el régimen del Apartheid. Respecto de las limitaciones de este proceso, en el artículo de
Matías Cerezo “Sudáfrica: modelo para desarmar” puede leerse:
Una de las principales es que no se diferenciaron responsabilidades. Al no ser considerado el apartheid como delito de lesa
humanidad, el perpetrador es igualado con el
militante que participó en la resistencia al sistema. La figura del perpetrador aparece desligada del Estado.
Cerezo concluye: El énfasis de la Comisión sobre la violencia obstaculiza una comprensión de los procesos sociales. (…) Se repitió constantemente
que no había victimarios sino víctimas de un
sistema represivo, tanto los blancos como los
negros eran las víctimas del sistema. Mandela, cuando salió de la cárcel, sostuvo que su
misión era liberar tanto al oprimido como al
opresor. En el modelo sudafricano la religión,
en este caso el Ubuntu, y su concepción de la
reconciliación fue un recurso necesario para la construcción de una identidad nacional
inclusiva a partir de la refundación de una
nueva nación. Uno de sus objetivos fue el de
promover la unidad nacional. La Comisión
empleó una noción de “empate” que funcionó sobre la premisa de que se trataba de
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partes “iguales” en una lucha contra el apartheid y que ambas partes cometieron atrocidades semejantes. Cualquier semejanza con
nuestra “teoría de los dos demonios” es pura coincidencia.
Los victimarios del apartheid consiguieron,
gracias a la confesión de sus “pecados”, la
impunidad.
En nuestro país la impunidad de los genocidas y sus cómplices se transformó en una
política de Estado que condicionó a la democracia burguesa. Los avances en los juicios en la última década fueron el producto
de la movilización popular y, en ese sentido,
una conquista democrática del pueblo argentino. Sin embargo, comprender esta situación
no puede ocultar que los juicios también fueron parte del operativo de relegitimación del
régimen democrático burgués. Por eso solo
sentenciaron algunos cientos de personas para dejar impunes a miles de otras que participaron y colaboraron en un régimen criminal.
Para Cambiemos no es un tema inocente. El
gobierno macrista expresa una concentración
de capitalistas y gerenciadores de los grandes
grupos económicos que financiaron, se enriquecieron y adueñaron del país durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional.
Para Cambiemos, una nueva doctrina sobre
los derechos humanos es funcional a encubrir
el papel de los capitalistas argentinos.
Esta tercera edición de Insurgencia obrera
en Argentina. Clasismo, coordinadoras interfabriles y estrategias de la izquierda sale a luz
en un nuevo escenario político donde muchas
de las fuerzas actuantes de los hechos narrados –capitalistas, burocracias sindicales, dirigentes políticos patronales– tienen su marca
de origen en aquellas luchas pasadas y en el
régimen genocida que quiso ahogar esta insurgencia en un baño de sangre. De la memoria de los explotados se trató de borrar todo
recuerdo de sus luchas, de sus métodos, de su
poder social. Se condenó la violencia revolucionaria y todo intento de manifestarse como
clase mediante su propia política. La nueva
edición que ofrecemos al público de trabajadores, estudiantes, mujeres y luchadores populares tiene el objetivo de poner en primer
plano las lecciones del último gran ensayo
revolucionario de la clase obrera argentina,
para enriquecer sus luchas presentes bajo la
eterna idea de tomar el cielo por asalto.
1. Löbbe, Héctor, La guerrilla fabril: clase obrera
e izquierda en la Coordinadora Interfabril de Zona
Norte (1975-1976), Ediciones RyR, 2006.
2. Christian Castillo, “Elementos para un ‘cuarto
relato’ sobre el proceso revolucionario de los ‘70 y
la dictadura militar”, Lucha de Clases 4, noviembre 2004.
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