MESA DE LEÓN, UN PERIODISTA ENTRE DOS SIGLOS. I: INFANCIA Y JUVENTUD. 1.- PINOS PUENTE. Antes de entrar en el tema central de nuestra charla será preciso presentar al protagonista: Juan Pedro Mesa de León. Había nacido en Pinos Puente, un pueblo de la Vega de Granada, a l6 kilómetros de la capital, que en aquel entonces, según el Diccionario Geográfico - estadístico - histórico de España de Madoz, contaba con una población de 2.575 habitantes. Vivía, como el resto de los pueblos y aldeas de esta zona, de la agricultura -una agricultura favorecida por la posibilidad del regadío en la mayor parte de su territorio-, y, en mucha menor medida, de la ganadería. La industria, según el mismo Diccionario, quedaba reducida a sólo dos telares de lienzos, tres molinos harineros de agua y una fábrica de jabón ; es decir, era prácticamente inexistente. "Los caminos -nos vuelve a informar el Diccionario de Madoz-, son carreteros, pero en tal mal estado, que a veces se ponen intransitables". Los viajes se hacían todavía en diligencia, a caballo, mulo, burro o en el conocido coche de San Fernando y, por lo general, siempre motivados por una razón acuciante y concreta -médico, arreglo de papeles, visita a un familiar, etc.-, pues en aquel entonces era inconcebible hacer un viaje de más de tres leguas tan sólo para ver la Alhambra o darse una vuelta por la ciudad. Los únicos que se permitían tal aventura eran los viajeros extranjeros -sobre todo ingleses y franceses- que, siempre en pos del exotismo, se pateaban España de cabo a rabo para después ofrecernos en un libro sus variopintas impresiones. El día tres de noviembre del año de gracia de 1859, vino al mundo un varón que, bautizado en la iglesia parroquial del pueblo el diez del mismo mes y año recibió el nombre de Juan Pedro Ricardo. Era el primogénito de una familia que sólo llegaría a tres hijos, dos chicos y una chica, o el quinto, si contamos los del matrimonio anterior. Este niño, Juan Pedro Mesa de León, que muy pronto será adolescente y luego adulto, al que iremos siguiendo a través de varias ciudades españolas, -Granada, Almería, Madrid, San Sebastián, Alicante, Barcelona, etc.-, es el protagonista de nuestra historia. Pero, antes de entrar en otros pormenores, no estará mal hacer un alto en el camino para contemplar, aunque sea a vuelo de pájaro, la época. Recordemos... En España, desde 1833 que murió Fernando VII, reina doña Isabel II, todavía joven y de buen ver, aunque ya empiece a vislumbrarse en su cuerpo cierta tendencia a la obesidad. Benito Pérez Galdós, que conoció a Isabel II, en uno de sus Episodios Nacionales, “La de los tristes destinos”, nos habla de la creciente gordura de la Reina. Las formas abultadas y algo fofas iban embotando su esbeltez y agarbanzando su realeza. Se las da de dicharachera y castiza. En el momento que nos interesa -finales de los años 50-, el trono comienza a tambalearse y, si aún no se ha derrumbado por completo, se debe sobre todo a sus espadones -Espartero, Nárvaez, O´Donell- que sucesivamente van prestando su ayuda a la reina. Golpes de Estado, contra golpes, proclamas y algaradas -cada una con su saldo de muertes y destrucciones- se suceden a lo largo y ancho de todo el reinado. Durante muchos años el hombre fuerte había sido Narváez, -más conocido por "el espadón de Loja"-, pero, caído al fin en desgracia, ahora -finales de la década cincuenta-, es O´ Donell, jefe de la Unión Liberal y descendiente de una familia irlandesa tiempo ha llegada a España, el que lleva las riendas del Estado. Gobierna en plan de dictador, pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no podrá evitar la catástrofe... Pero todo esto en Pinos Puente queda muy lejano. Lo que de verdad aquí interesa es si va a parir la vaca o la burra y si la cosecha de trigo, de cebada, de remolacha o de ajos será mejor o peor que la del año pasado. Aunque los periódicos de la ciudad, a través de los deteriorados caminos de la época, llegan al pueblo, según Madoz, tres veces por semana, son muy pocos, dentro de los poquísimos que saben leer, los que echan una ojeada a sus páginas. Lo que ocurre más allá del término municipal apenas si interesa a nadie. ¿Para qué? Está demasiado lejos. Lo único que la gente mira es el cielo. El cielo, para saber si va a llover o va a helar, porque saben que él dependen sus cosechas y de ellas el plato de todos los días. * No nos es difícil imaginarlo correteando por los campos, buscando nidos entre las alamedas que cerca del pueblo bordean arroyos y ríos, o verlo subir en compañía de otros niños de su edad hasta los restos del castillo, todavía en pie y hoy reducido a unas pocas piedras y escombros esparcidos por la ladera del cerro que corona el pueblo. Todo esto formaba parte de su cultura rural. Muy pronto esta cultura rural se completaría, a través de sucesivos viajes a la ciudad, con la urbana. ¿Cuándo visitó por primera vez Granada? ¿Qué día traspasó por primera vez la puerta de las granadas y entró en la Alhambra? Viajar entonces era algo muy distinto a lo que es ahora y los viajes, aunque fuesen muy cortos, se convertían en toda una aventura. El simple hecho, que nos apunta Madoz de que el pueblo sólo tuviese correo tres veces por semana, ya nos indica lo que debía ser transitar por aquellos caminos de carretas y herradura. Todos los viajeros románticos que visitaron España por aquellos años insisten en el mismo punto: los pésimos caminos y la incertidumbre de que, detrás de cada curva o escondida entre las malezas, pudiera aparecer una banda de forajidos, convertía todo viaje, por corto que fuese, en auténtica aventura. Con once años apenas cumplidos, 1870, Juan Pedro Mesa de León ya ha abandonado su pueblo y vive en Granada. el 72 que hace el ingreso de bachillerato y el 73, que ya está estudiando bachillerato -entonces constaba de cinco años-, y es alumno del colegio de Santiago, actualmente colegio mayor universitario, pero en aquellos años también lo era de enseñanza media. Pinos Puente, sin embargo, no ha desaparecido totalmente de su horizonte: continúa pasando en él todos los veranos. Por el registro del colegio sabemos que el niño Juan Pedro Mesa de León entró en dicho centro en 1873; En fechas un poco posteriores ingresó en dicho centro don Natalio Rivas Santiago, que después sería subsecretario de Instrucción Pública y de la presidencia del Consejo; y posteriormente, don José Contreras Carmona, diputado a Cortes y gobernador civil. Muchos años después Natalio Rivas recordaría, en carta abierta a Mesa de León, entonces director de Gaceta del Sur, aquella época, feliz y lejana, en que ambos eran estudiantes del colegio de Santiago.. * Han pasado algunos años más. El niño de ayer ya es un joven espigado, de barba espesa, estatura mediana y mirada inquisitiva. Vive con su madre, su hermano y hermana en una casa de la calle Santa Paula -hoy desaparecida-, no demasiado lejos del antiguo colegio de Santiago. En 1877 ha terminado, tras el examen de grado, el bachillerato -en esa época de sólo cinco años- y ha comenzado a estudiar Derecho, -leyes, como entonces se decía- en la Universidad, sita -entonces como ahora- en el antiguo colegio de los padres jesuitas. Sabemos que, para hacer frente a los gastos que supone levantar una casa y vivir en la ciudad, la familia ha tenido que seguir vendiendo algunas fincas más en Pinos. ¿Por qué Derecho?, cabe preguntarse. Quizás porque no tenía vocación para otra cosa o acaso sí la tenía, pero lo que a él le gustaba -el periodismo- era imposible estudiarlo en la Universidad (no existía en aquella época ninguna facultad de periodismo ni nada que se le pareciese) y consideró que el título de abogado sería un día el mejor camino para llegar, antes o después, a la redacción de un periódico. Derecho era -como entonces se decía- una carrera con muchas salidas. Entre clase y clase los alumnos hablan de galanteos, de literatura y sobre todo de política. La situación en España está al rojo vivo. Ha caído, víctima de sus muchos errores y de la revolución del 68, -ellos la llamarían la septembrina- Isabel II, que de San Sebastián, en donde estaba veraneando, ha tomado las de villadiego camino del exilio, del que jamás volverá; ha muerto Prim, asesinado por un anarquista, ha fracaso Amadeo I, un rey lleno de buenas intenciones pero impotente en medio del caos en que se había convertido la vida política de España; los carlistas se han echado de nuevo al monte, se ha proclamado la República y, mientras unos y otros, en el palacio de las Cortes y el Senado, se tiran los trastos a la cabeza, en pasillos y mentideros comienza de nuevo a hablarse de una posible vuelta de los Borbones... Todo esto en algo menos de diez años, del 68 al 75. ¿Otra vez Isabel II?, empieza a preguntarse la gente. No, sería demasiado descaro. Los monárquicos tienen una segunda carta: el príncipe Alfonso, hijo de la reina. Es inteligente, guapo, mundano, pero frágil de salud. Toda la gente de bien, cada día más alarmada ante el desastre de la situación, apuesta por él. El hombre que engarza el ayer con el futuro es el infatigable Cánovas del Castillo, un malagueño que está dispuesto a traer de nuevo a los Borbones a España -por la vía legal, naturalmente-, pero que no ha contado con la impaciencia de los militares que al final terminarán echando sus planes por alto y adelantándose con un nuevo pronunciamiento. De todo esto y mucho más hablaría a las entradas y salidas de clase Juan Pedro Mesa de León con sus compañeros de promoción, algunos de ellos, como Natalio Rivas, amigos suyos desde los tiempos del colegio de San Bartolomé y Santiago. Hay otra persona clave en la vida de Juan Pedro que también conoce por aquellos años o acaso un poco antes: José Ventalló y Vintró joven catalán que ha venido a Granada a estudiar medicina -llegó sin duda atraído por el prestigio que en aquel entonces irradiaba de nuestra Facultad - y que muy pronto se convertirá en el mejor amigo de Mesa de León y, algún tiempo después, tras el enlace matrimonial de José Ventalló con Conchita Mesa de León, en el cuñado del futuro periodista. "La época boba" la ha llamado Benito Pérez Galdós. España está desnortada, tanto en política como en literatura o en arte. En política, tras la caída de Isabel II, aquellos revolucionarios de salón no se atreven a dar el paso siguiente, que habría sido la instauración de la República, -como ocurrió en Francia a la caída de Napoleón III-, y van como desesperados ridículamente buscando rey por las cortes europeas; luego, cuando al fin tienen rey -un rey sin el menor vínculo con España, pero indudablemente un hombre de buena voluntad- unos y otros le hacen la vida imposible -el pueblo, simplemente, lo toma a risa-, hasta que, entre todos, consiguen que, aburrido, se marche. Sólo entonces, cuando no ven otra solución, se deciden por la república que, poco a poco, deriva en el caos. Naturalmente, una república que entra como un mal menor, estaba condenada al fracaso. ¿Cómo fue la época boba en Granada? En Granada la situación no es mejor ni peor que en el resto de España. A la caída de Amadeo I, con la instauración de la República, Granada vivió, aunque muy efímeramente, el cantonismo de los reinos de Taifas con un programa muy parecido al de las otras provincias españolas: separación entre Iglesia y Estado, abolición de privilegios, derecho del pueblo a las armas, comercio libre, jurados mixtos para regular la relaciones laborales y abolición de quintas y consumos. Pero el envío de tropas al mando del general Pavía dio al traste con tan hermosos y, dada la época, utópicos proyectos. Con la restauración, Granada vuelve a la normalidad. Pero el fracaso de la República no significó la muerte del republicanismo que en nuestra ciudad siguió vivo y creativo en sus dos corrientes principales: el republicanismo posibilista de Castelar que en Granada tuvo su mejor representante en Melchor Almagro Díaz y el republicanismo progresista de Manuel Ruíz Zorrilla que tendrá en el joven Juan Pedro Mesa de León, aunque por poco tiempo, uno de sus mejores defensores. 3. PRIMEROS PASOS PERIODÏSTICOS. Ya, en los últimos cursos de bachillerato, nuestro protagonista se encontraba pluma en ristre, iniciando sus primeros pasos en aquel maremagnun de ideas contrapuestas y, la mayoría de las veces, utópicas. Sabemos por un documentado artículo de Elías Pelayo, publicado bajo el título de Apuntes sobre el periodismo en Granada en el Boletín del Centro Artístico correspondiente al 1 de marzo de 1888, que Juan Pedro Mesa de León fue director de la primera de estas revistas, El trueno, aparecido en 1880. Nuestro protagonista sólo contaba 21 años. También fue colaborador, lo mismo que Ventalló de El Albaicín -"periódico semanal, literario y festivo", según rezaba en su cabecera-, y de La Pulga, en la época de Aceituno Ayuso. Cabe preguntarse: ¿Y antes? ¿Hizo nuestro hombre sus primeras armas en otra u otras revistillas aún más efímeras y cargadas de sal y pimienta que las enumeradas? Es casi seguro que sí, -nadie comienza de director de una publicación, por insignificante que sea-, pero, dado el carácter satírico de las mismas, en las que convenía guardar el anonimato para conservar íntegros todos los huesos del cuerpo, es muy difícil saberlo: la mayor parte de las colaboraciones iban sin firma o firmadas bajo seudónimo; por otra parte, muchas de estas revistas ni siquiera han llegado a nosotros. Lo único que sí podemos afirmar es que en 1880 ya es director de El trueno, en el 81, colabora en La Tribuna de la que es redactor jefe Ventalló, y en el 82 dirije un periódico, La Independencia. En esa misma fecha su cuñado, José Ventalló y Vintró es director de otro, La opinión. Pero, ¿y antes? Primera alusión a las ideas políticas de nuestro protagonista que, algún tiempo después, veremos concretizarse en su adhesión al partido republicano progresista de Ruíz Zorrilla. La Independencia, periódico político: Así rezaba en la cabecera del periódico el día de su nacimiento en 1882, exactamente el 16 de julio de 1882. Constaba de cuatro páginas y su precio, mediante suscripción, era de una peseta al mes, cuatro al trimestre y diez al año. También, a partir de este primer número, el lector queda informado de la periodicidad de La Independencia -se publica todos los días, salvo los que sigan a un día festivo-, así como de la finalidad que persigue tal publicación: La Independencia -se nos dice en su primera página- defenderá con todas sus fuerzas los intereses de los que con una abnegación, nunca bastante elogiada, se consagran al noble sacerdocio de la enseñanza; porque considera que la civilización de un pueblo consiste en su mayor grado de instrucción y educación; que si un pueblo florece, si prospera su agricultura, si aumenta su comercio y su industria, si las ciencias progresan, si las costumbres se suavizan, débese a la saludable corriente de la fructífera enseñanza. Aunque expuesto con un estilo ampuloso, muy de la época, no podemos negarle al periódico su indiscutible razón. Que la instrucción y la educación son los mejores antídotos contra el atraso y la miseria de los pueblos, era algo que ya se venía repitiendo desde los ilustrados del XVIII y que todavía no ha perdido vigencia. También era un anhelo que en aquellos años inmediatos a la Restauración, había adquirido un énfasis especial. Recordemos que fue algo antes de esas fechas cuando Jules Ferry acometió en Francia la gran reforma de la escuela pública -"una enseñanza obligatoria, gratuita y laica"- y que también fue por entonces cuando nació en España la Institución Libre de Enseñanza, fundada por Francisco Giner de los Ríos en 1876, que tantos y tan buenos frutos daría a lo largo del siglo XX hasta su desaparición a raíz de nuestra desdichada Guerra Civil. Era, pues, algo que estaba en el aire y de lo que el periódico La Independencia no hacía más que recoger los ecos. Pero cabe preguntarse: ¿Se puede conseguir -o al menos mejorar- la instrucción y educación de un pueblo a través de las páginas de un periódico? Es indudable que no; los fundadores de La Independencia eran conscientes de ello. Por eso al periódico va unido otro gran proyecto: "El Fomento de las Artes".(8) Tal sociedad, con sede en Calle Elvira número 121, fundada el 18 de junio de 1882 por don José Aguilera López y cuyo primer presidente fue don José Ramón Calera, impartía clases, todos los días lectivos desde el toque de oraciones al de ánimas, de las asignaturas que entonces se consideraban más indispensables y formativas: Moral, lectura, escritura, aritmética, geometría práctica, gramática y ortografía prácticas, geografía, historia de España, dibujo, francés y taquigrafía. La matrícula es gratuita y está abierta todo el año. Los únicos requisitos que se exigen es haber cumplido los 17 años y ser presentado por dos socios. De esta manera, el periódico La Independencia era la voz que clamaba contra la incultura y el Fomento de las Artes la solución contra esa incultura. Una solución de vuelo bien corto y reducido a un mínimo sector de población. No quedan aquí las metas de La Independencia. Junto a esta finalidad pedagógica, también se nos informa desde el primer número de otro de sus objetivos: la defensa de los intereses de Granada y su provincia. Hermosos deseos que todavía, un siglo y cuarto después, aún no hemos visto completamente realizados los granadinos. Fiel a este deseo de defensa de Granada y su provincia, La Independencia, a pesar del poco papel de que disponía, -tan sólo cuatro páginas por número- dedicó diversos y acertados reportajes a promover las bellezas naturales y artísticas de la ciudad. Entre ellos hay que destacar un extenso reportaje de José Ventalló -dividido en tres capítulos-, sobre la Sierra, Impresiones de un viaje a Sierra Nevada, o el de Emilio Millán Férriz sobre las Bellas Artes en Granada. No deja de ser curioso, al cabo de más de un siglo, abrir las páginas amarillentas de La Independencia. Allí, al lado de anuncios tan peregrinos como la venta de sanguijuelas (lo cual nos puede dar idea del grado de desarrollo de la medicina) a cinco y seis reales la docena, (¿sería, la diferencia de precio, en razón del tamaño del bicho o en función de la eficacia a la hora de bombear la sangre del paciente?), o la Poco después se nos anuncia otra novedad del periódico: el cambio de director. Hasta entonces José Ventalló había sido director de La Independencia y Mesa de León redactor jefe, pero, a partir de esa fecha, es Mesa de León quien toma las riendas de La Independencia, porque José Ventalló pasa a dirigir otro periódico, La Opinión. En ambos casos se trata de publicaciones de tan sólo cuatro páginas –como todas las de la época-, mínima audiencia y vida efímera . UN PASEO POR ALMERÍA. En enero de 1884 (no sabemos con exactitud el día) Mesa de León es nombrado secretario de la Delegación de Hacienda de Almería. Era a la sazón delegado de Hacienda en Almería el erudito malagueño Mariano Altolaguirre y Jáuregui, que el periódico La Crónica Meridional califica de “digno funcionario que trabaja sin tregua para hacer desaparecer el retraso que la indolencia de algunos de sus antecesores ha venido ocasionando en el servicio público”. Era también un hombre con un extraordinario olfato para captar y rodearse de personas de valía, entre los cuales hay que contar a Mesa de León. Sin embargo su estancia en Almería fue efímera. Mesa de León aprovecha este primer contacto con Almería para introducirse en el mundillo del periodismo y la cultura almeriense. Sabemos que colaboró en La Crónica Meridional y en El Ferrocarril, del que incluso durante algún tiempo, que estuvo ausente su director Ramos Ollero, fue director en funciones. También tenemos información de una revista, La Semana, que dirigió y fundó. Otra actividad del joven Juan Pedro Mesa de León fue el teatro. En el año y medio que vivió en Almería, demás sus crónicas teatrales que firmaba con el seudónimo de K-Bal, escribió una obrita titulada De Príncipe a Malecón o un paseo por Almería, revista cómico lírica y fantástica, en un acto y diez cuadros, a la que puso música el maestro don Carmelo Grajales. En el ejemplar que conserva la familia podemos leer: Estrenada por primera vez en el Teatro de Novedades de Almería la noche del 25 de abril de 1885. José A. Gómez. Granada, 1911. Todo nos hace pensar que se volvió a representar en Granada en 1911 -quizás alentada por la colonia almeriense en nuestra capital- y el director teatral de entonces consigna en el manuscrito que esta obra ya había sido estrenada en 1885 en la ciudad a la que alude el título. A pesar de sus limitaciones, Un paseo por Almería, nos abre una ventana a otro aspecto de la personalidad de nuestro protagonista: su interés por el teatro, que se despierta en él a muy temprana edad -Mesa de León sólo tiene 25 años- y que, aquí y allá, continuará apareciendo en distintos momentos de su vida. . LA PUBLICIDAD, PERIÓDICO REPUBLICANO. En 1886 Juan Pedro está de nuevo en Granada. En ese año, exactamente el día 22 de mayo de 1886, aparece La Publicidad, diario político republicano independiente. Este periódico, que anteriormente había sido semanario, pasó a diario a raíz del contrato entre su fundador, don Fernando Gómez de la Cruz y su nuevo director, don Juan Pedro Mesa de León. En él, además del giro que se daba al semanario del mismo nombre, pasando de semanal a diario, en su primer artículo se podía leer: "La Publicidad", a partir de esta fecha, saldrá a la luz con carácter político y siguiendo la línea de conducta que mejor estimen don Fernando Gómez de la Cruz y don Juan Pedro Mesa de León, los cuales acordarán también la forma en que deba editarse. Detalle curioso: en el mismo número en el que se nos informa que La Publicidad pasa de semanario a diario, -diario republicano progresista-, también aparece una pequeña nota que dice: Bautizo de Alfonso XIII en la capilla de Palacio, apadrinado por el Papa León XIII, a quien representó en la ceremonia el nuncio. Poco después -agosto de 1886-, La Publicidad nos ofrece, en otro de sus números, la plantilla casi completa (faltan los colaboradores, entre los cuales muy pronto contará con plumas tan significativas como la de Juan Valera) del periódico en aquel verano. Hela aquí: Don Fernando Gómez de la Cruz, republicano progresista, fundador. Don Juan Pedro Mesa de León, republicano progresista, director. Don Juan Huertas Lozano, republicano progresista, redactor jefe. Don Miguel López Sáez, republicano posibilista, redactor jefe. Don Francisco Gálvez Durán, republicano progresista, redactor. Don Joaquín López Atienza, republicano posibilista, redactor. Don Pablo Jiménez y Sampelayo, republicano progresista, redactor. Don Antonio García Samos, republicano progresista, redactor. Desde este momento queda bien claro quienes son los dos hombres más importantes de tal publicación: por un lado, Fernando Gómez de la Cruz, el capitalista que auspicia la publicación; por otro, Juan Pedro Mesa de León, la pluma que hace posible que ésta se pueda llevar a cabo. Al lado de estas dos cabezas visibles, el periódico nos da la lista de sus principales redactores, la mayoría de ellos republicanos progresistas (el partido que acaudillaba Ruíz Zorrilla) y unos pocos republicanos posibilistas (el partido de Emilio Castelar y Melchor Almagro Díaz, lo cual nos hace pensar que tal plantilla se había realizado después de agrupar a los dos principales sectores del republicanismo español en Granada. (Observe el lector que no hay ni un solo representante del republicanismo federal de Pi y Margall). Desde este primer número el periódico hace gala de su republicanismo que lo pregona a los cuatro vientos y con una osadía que, dada la fecha, roza la temeridad. Así es posible leer en su editorial: Ese ideal político es la República, pues entendemos que es la única forma en que pueden hacerse efectivos los derechos, y al decir derechos, libertades a que el hombre es acreedor. Tenemos la convicción más completa de que "solamente" con un gobierno republicano, España recobraría su perdido esplendor, mejoraría su decadente agricultura, agravada con impuestos y contribuciones que, cual parásito importado por los monárquicos, impiden el desarrollo, prosperarían las industrias, el comercio saldría del enervamiento y de la crisis porque atraviesa y se extenderían las vías de comunicación, verdaderas arterias de la riqueza nacional, y que hoy son patrimonio del favoritismo y de la influencia de unas cuantas provincias, no de la necesidad notoria y del bien de la nación. ¿Quién escribió estas líneas, tan marcadamente republicanas, tan sólo unos días después de que la reina gobernadora hubiese dado a luz al nuevo rey de España? Aunque están si firmar, todo nos hace pensar que son de Mesa de León. Es lo más normal, dado su cargo de director del periódico, aunque también pudo pedir a alguno de sus redactores que se las escribiera. En ese supuesto tuvo que indicarle las líneas generales de lo que debía escribir. Con lo cual, en uno y otro caso, no se salva del sambenito de republicano en un momento en que la mayor parte de su burguesía es decididamente monárquica. Algo gravísimo a los ojos del poder -sólo hacía once años que se había restaurado la dinastía borbónica-, pero también toda una corona de méritos si la monarquía se hubiese venido abajo. Que Juan Pedro Mesa de León se halla completamente vinculado con el sector más impaciente del republicanismo español, también lo demuestra su correspondencia de aquellos años. Cartas de Ruíz Zorrilla, de Rafael Labra, Nicolás Salmerón, Laureano de Figuerola, todas ellas llenas de elogios y ánimos hacia el joven periodista, nos hacen pensar que era mucho más que un simple simpatizante del ideal republicano y en modo alguno sería exagerado calificarlo de periodista comprometido con la causa republicana. Muy pronto su republicanismo, unido a las rencillas con otros periódicos, monárquicos y conservadores, darán con los huesos de nuestro protagonista en la cárcel. La chispa precisamente fue uno de aquellos editoriales. * El joven Juan Pedro Mesa de León siguió publicando editoriales y artículos inflamados de republicanismo, (muy significativo fue el que dedicó al posible regreso de Isabel II: "Sírvanos de grito de guerra las palabras del malogrado general Prim: "Jamás, jamás, jamás" o el dedicado a criticar el caciquismo), hasta que, a finales de septiembre, exactamente el 28 de septiembre, aparece en primera página de La Publicidad el siguiente titular: Denuncia de la "Publicidad" y prisión de nuestro Director. Estaba claro que el Poder había decidido poner punto final a tales excesos. A continuación el periódico nos informa: Ayer a las cuatro de la tarde se presentó en nuestra redacción el dignísimo juez de instrucción del distrito del Salvador, don Rafael Estrada y Burgos, el cual nos manifestó haberse denunciado el número de La Publicidad correspondiente al domingo último por el artículo de fondo titulado "El Ejemplo", "Un detalle al vuelo", que principia "¡Hola, señor Pamplina!" y un párrafo de la sección "A última hora". Dicho señor juez recogió los números que quedaban de la tirada del periódico denunciado, y nuestro director fue conducido al juzgado a prestar declaración, ingresando a las 7 y media en la cárcel de la Audiencia. ¿Qué ha ocurrido? La razón invocada, como muy bien precisa La Publicidad, es el artículo de fondo titulado El Ejemplo, así como otro artículo titulado Un detalle al vuelo y un párrafo de la sección A última hora.. Pero, ¿que hay detrás de todo esto? O, dicho, con otras palabras, ¿Qué delito ha cometido el periódico, y más concretamente su director, contra el poder en los tres casos mencionados? Para responder a estas preguntas es preciso hacer marcha atrás algunos meses. Recordemos la situación española: Alfonso XII ha muerto -25 de noviembre de 1885-, dejando a la reina María Cristina en cinta, pero sin que la ciencia de la época pudiese asegurar si el fruto de aquel parto sería niño o niña (de haber sido niña habría puesto a los carlistas de nuevo en pie de guerra), ha comenzado una regencia que nadie sabe cómo va a terminar y, mientras avanza la gestación de la reina, los grupos republicanos más exaltados, (sobre todo los que Ruiz Zorrilla azuzaba desde el exilio) se preparan para el asalto al poder. El día 17 de mayo de 1886 viene al mundo el futuro Alfonso XIII, pero este acontecimiento, lejos de disuadir a los más impacientes, les incita a actuar cuanto antes. Según nos informa Melchor Fernández Almagro en el tomo II de su imprescindible Historia Política de la España Contemporánea, hubo un proyecto de cuartelada que debía estallar el día 25 de agosto de aquel año, pero, debido a la defección de algunos de los comprometidos, sus cabecillas se vieron obligados a aplazarlo para el mes siguiente. Al fin, el 19 de septiembre, tuvo lugar la intentona de Villacampa que, después de un saldo de varios cientos de muertos, terminó en un rotundo fracasado. Tal intentona, indudablemente auspiciada por Ruíz Zorrilla desde el exilio, pone de pronto al rojo vivo la situación política española. Para los periódicos republicanos, que ingenuamente habían creído que el pronunciamiento de Villacampa les iba a traer al día siguiente la añorada República, fue una tremenda decepción. ¿Qué hacer ante tal fracaso? Inmediatamente, al tiempo que los líderes del republicanismo, con la única excepción de Ruíz Zorrilla, que continúa en el exilio, mueven todos los hilos de sus amistades pidiendo clemencia para los protagonistas de la sublevación, los periódicos republicanos siguen impertérritos clamando por el cambio de régimen y de sociedad. La Publicidad no fue en esto una excepción. Para todos ellos el trago más amargo llegó cuando los consejos de guerra -nos sigue informando Melchor Fernández Almagro- dictaron los severos fallos que eran de esperar. El brigadier Villacampa, el teniente González y los sargentos Velázquez, Cortés, Bernal y Gallego fueron condenados a muerte y a reclusión militar perpetua unos trescientos procesados. La única puerta abierta que quedaba para salvar a estos infelices -el verdadero comanditario, Ruíz Zorrilla, quedaba a buen recaudo en su exilio de Francia- era el indulto y Sagasta, jefe del Gobierno, que ya se había visto en situaciones parecidas y que no quería iniciar con un baño de sangre el reinado de Alfonso XIII, se las arregló para conseguirlo de la reina. Los periódicos republicanos que, dada su mínima audiencia, hasta entonces habían gozado de una gran tolerancia -por no decir vista gorda- por parte del Gobierno, después de la intentona de Villacampa, empezaron a ser vigilados muy de cerca por los fiscales gubernamentales y, antes de que el joven Juan Pedro Mesa de León pisara la cárcel de la Audiencia de Granada, ya lo habían hecho en Madrid los directores de El Liberal y otros periódicos republicanos de la capital que, como siempre, fueron los primeros en reaccionar. Es precisamente La Publicidad la que informa a los granadinos de esta noticia y sus consecuencias: Ayer circuló el rumor -podemos leer en el número del 25-9-1886- de que habían sido presos los directores de "El Progreso", "El Liberal", "La República", "Verán ustedes", "El motín" y otros periódicos republicanos". Incluso, según nos informa La Publicidad en su número del 26 de septiembre, El Progreso ha suspendido por algunos días su publicación. A pesar de estos precedentes, nuestro joven director decidió coger el toro por los cuernos y el día 28 de aquel mes de septiembre apareció en la primera página de La Publicidad el polémico artículo que, unido a otras dos piezas menores, daría con sus huesos en la cárcel. La nota más extraña de este artículo -aparentemente extrañaes que en sus comienzos no hace alusión a los condenados de la cuartelada de Villacampa, sino a los sargentos del fracasado pronunciamiento del cuartel de San Gil, algo que había ocurrido veinte años y algunos meses atrás. ¿Por qué esta vinculación con un pasado tan relativamente lejano? ¿Por simple rigor historicista? Es posible, pero sobre todo por dos razones fundamentales: porque los errores que entonces se cometieron a la hora de impartir justicia, aunque no fuesen la única causa, contribuyeron a la caída de Isabel II; y porque se da la peregrina circunstancia de que el organizador de aquella cuartelada, Sagasta, es el mismo hombre que ahora está al frente del Gobierno. El polémico editorial de aquel 26 de septiembre de 1886 dice así: El ejemplo. Vencida una insurrección, todo gobierno se cree en la necesidad de proceder al castigo y escarnio de los rebeldes. Véase la estatua de la Ley y encomiéndase eso que se llama justicia a comisiones militares, que juzguen de un modo sumario y verbal, expuesto, por la precipitación, a errores que no pueden repararse. Los consejos de guerra que juzgaron a los insurrectos del 22 de junio de 1886, condenaron a muerte a muchos sargentos inocentes, los cuales estando para cumplir, habían rehusado unirse a las fuerzas sublevadas. Sin embargo, por el solo delito de haber sido hallados en el cuartel de San Gil, fueron sacrificados en montón. ¿Y quiénes son los jueces, los que disponen de la vida de unos desventurados? Pues son los mismos que, momentos antes, combatían con (sic) ellos, los que por natural razón han de estar inspirados en el deseo de la venganza más que por el de la justicia; jueces que con la espada manchada de sangre, el rostro inflamdo por la pólvora, rabiosos por la pérdida de algún amigo o compañero y sin que sus cerebrsos se hayan despejado todavía de la bárbara embriaguez del combate. Y si, además, se considera que algunos de esos jueces habrán cometido en ocasiones los delitos que van a juzgar, invade el ánimo profunda tristeza, y apenas se comprende la utilidad del sangriento ejemplo. Nosotros somos adversarios de la pena de muerte y mucho más cuando ésta se aplica a los delincuentes políticos. Sólo el estado de rudeza de las costumbres, sólo el temor de los vencedores -cualesquiera que éstos sean- puede permitir todavía esos sacrificios humanos que traen consigo las discordias civiles y que repugnan hondamente a la conciencia. ¡barbarie de los tiempos de la Edad Media, conservada en los tiempos modernos, que se jactan de su progreso y de su civilización! España es, sin duda, la nación en donde más sangre se ha derramado por causas políticas, no en las batallas y combates entre los opuestos bandos, que es inevitable, sino en los suplicios a que han sido condenados los que han tenido la desventura de no triunfar. Esto prueba, sobradamente, que el ejemplo no surte efecto y que la crueldad no aquieta, sino que, antes por el contrario, excita y recrudece las pasiones. Reconocemos que en circunstancias extraordinarias es sumamente difícil conservar la serenidad de la razón y del espíritu y no dejarse arrastrar por la corriente; pero ése es el privilegio de los hombres superiores, que cualquiera navega en aguas tranquilas , y sólo los marineros expertos surcan los mares borrascosos. La pasión política causará ahora nuevas víctimas; ya se dice en todos los tonos que se cumplirán las leyes por duras que sean: los conservadores piden castigo, escarmiento y sangre a fin de ahogar en ella al Gobierno del Sr. Sagasta, y que el Gobierno procurará comprar la confianza de la Regente extremando el rigor y la severidad; las descargas que no tardarán mucho en repercutir su eco fúnebre por toda la nación anunciarán que está consumado el sacrificio, y sobre esa sangre derramada se cimentarán nuevas fortunas, nuevas reputaciones, grados y premios, que contrastarán crudamente con la tristeza y desolación de algunas familias. No esperamos que la misericordia evite la funesta hecatombe. Y conste que nosotros no deseamos la misericordia, porque las víctimas designadas hayan aclamado a la República; de igual modo la desearíamos cualquiera que fuese la causa o idea defendida. Pero la misericordia no vendrá y la sangre será derramada. ¡Primera ola de sangre, que baña la cuna de un niño!” Al analizar hoy, casi un siglo y cuarto después de su publicación, aquel editorial del joven director Juan Pedro Mesa de León, uno queda gratamente sorprendido ante su habilidad de argumentación y la modernidad y sutileza de su pluma. Merece la pena hacer un pequeño inciso para comentarlo. El artículo de Mesa de León, muy bien estructurado, podemos dividirlo en cinco partes claramente diferenciadas: a) Introducción. El periodista pone al corriente al lector del luctuoso suceso: han sido condenados a muerte los insurrectos del 22 de junio de 1866 y, con ellos muchos sargentos inocentes, que habían rehusado unirse a las fuerzas sublevadas. "Sin embargo -añade- por el solo delito de haber sido hallados en el cuartel de San Gil, fueron sacrificados en montón". ¿No habrá en esta alusión al pasado, que inmediatamente le trae al lector los luctuosos sucesos del presente, un poquito de artimaña? Seguramente que sí. Entonces el poder, dueño de la situación, decidió dar un escarmiento y, en su precipitación, condenó a muerte a los rebeldes y, mezclados con ellos, a otros que habían permanecido leales a la monarquía. Un mayúsculo error. Se hubiese podido repetir la famosa frase de Tayllerand: "Es peor que un crimen; es un error". Sin embargo hay un punto fundamental que nuestro articulista olvida: entonces fueron 76 los fusilados, ahora sólo son seis los condenados a muerte y ninguno de ellos es inocente. b) Alegato contra los jueces militares. ¿Quiénes son los jueces que disponen de la vida de esos desventurados?, se pregunta Juan Pedro. Pues los mismos -responde al lector- que momentos antes combatían contra ellos. A partir de este momento queda claro que la imparcialidad de estos jueces deja mucho que desear. Pero, si a eso añadimos que la mayoría de ellos tienen además las manos manchadas en sangre, se comprenderá claramente que, lejos de impartir justicia, lo único que han hecho ha sido satisfacer sus instintos de sangre y venganza. Magnífico argumento contra la justicia militar, pero demasiado osado para que quedara impune. c) Exhortación contra la pena de muerte en general y, de una manera muy especial cuando se aplica por motivos políticos, que, con toda razón, termina calificándola de "barbarie de los tiempos de la Edad Media, conservada en los tiempos modernos que se jactan de su progreso y civilización. d) Entronque con la situación española de los últimos años, con unas alusiones muy bien claras a Sagasta -en ese momento en el poder- y unos dardos muy bien afilados contra los conservadores que, desde la oposición, azuzaban al Gobierno para que hiciese uso del rigor y el escarmiento. "España, es sin duda, -nos dice- la nación donde más sangre se ha vertido por causas políticas, no en las batallas y combates, que es inevitable, sino en los suplicios a que han sido condenados los que han tenido la desventura de no triunfar". e) Una llamada a la misericordia, desde el escepticismo, ( se podría resumir en el siguiente axioma: sólo los hombres superiores son capaces de perdonar), con una aclaración muy importante: él pide misericordia para los vencidos, no porque sean republicanos -igual la pediría si defendiesen otra causa-, sino simplemente porque son personas. Termina con una frase terrible, alusiva a los comienzos del reinado del recién nacido rey Alfonso XIII : Primera ola de sangre, que baña la cuna de un niño. Hay otro aspecto interesantísimo para el lector de hoy: el indiscutible contenido premonitorio del artículo. Sin saberlo Juan Pedro Mesa de León, al tiempo que recrimina la iniquidad de aquellos jueces de 1866, está condenando todas las iniquidades futuras y muy especialmente la que, justo setenta años después, llenaría de nuevo de sangre y horror todos los campos de España. Por si fuera poco este artículo de fondo había además, repartidos por las páginas de aquel número de La Publicidad, otros dos dardos contra la autoridad, que no podían quedar impunes: uno era el de la sección Última hora, con un alfilerazo contra el hombre fuerte de la monarquía -únicamente llegan a provincias los periódicos que logran el visto bueno del general Pavía y el otro, el artículo de humor de ese día, que comienza con esta significativa frase: "¡Hola, Sr. Pamplinas!" (¿Se refería a alguna persona concreta a la que apodasen así?). Suficiente todo esto a los ojos del poder para que al día siguiente se personase el juez del distrito del distrito del Salvador y tras incautarse de los números aún no vendidos del periódico, detuviese a su director. El dignísimo juez que, cumpliendo órdenes de arriba, fue a intervenir los números de La Publicidad y a detener a su director, ni remotamente pudo adivinar la propaganda que, sin proponérselo ni quererlo, le hacía al periodista y al periódico. En el número del día 28 de septiembre La Publicidad da cuenta de la detención de su director y el 29 puede anunciar a toda plana y con orgullo la cantidad de personalidades que han pasado por la prisión de la Audiencia a visitar al detenido. Entre ellos, nada menos que Mariano de Cavia de visita en Granada. Esta masiva respuesta de la ciudad le permite al periódico escribir estas líneas en el editorial de esa misma fecha: La prisión de nuestro director, llevada a cabo como consecuencia de la denuncia de que hemos sido objeto, nos ha proporcionado pruebas inequívocas y evidentes de las generales simpatías que "La Publicidad" merece a nuestros estimados correligionarios y a los que no lo son. Perdónesenos esta inmodestia y entiéndase que nos hacemos eco de las felicitaciones y de los plácemes que se nos han dirigido, por lo que respecta a ese joven escritor, a ese entusiasta y consecuente republicano, a ese periodista infatigable, que actualmente se halla en la cárcel de la Audiencia: a nuestro respetable director y siempre querido amigo y compañero don Juan Pedro Mesa de León. Desde anteayer, a las siete y media de la tarde, en que fue preso, hasta el momento en que escribimos estas líneas, no ha transcurrido un solo instante que deje de ser visitado por cariñosos amigos particulares o políticos. Hasta los que sólo de vista o por su nombre lo conocían han ido a la cárcel para darle un abrazo o estrechar su mano. En la prisión hemos visto desde el modesto obrero hasta las personas de más elevada posición y, como en otro lugar decimos, muchos abogados eminentes de este ilustre colegio se han acercado a nuestra redacción y al director de "La Publicidad" ofreciéndonos sus valiosos servicios. En contraste con la masiva respuesta de la ciudad, llama la atención la palpable frialdad de los otros dos periódicos de Granada, La Lealtad y El Defensor, mucho más conservadores y al servicio del poder. Contra ellos lanzará, desde el primer momento, sus dardos La Publicidad. El mismo día que el periódico da la noticia de la detención de su director (28 de septiembre) aparece el artículo titulado ¡¡Ya lo habéis conseguido!!, todo él cargado de acíbar contra los otros dos periódicos. Al día siguiente, 30 de septiembre, la lista se amplía con nuevas visitas. Entre ellas tres comisiones de estudiantes. También comienzan a llegar infinidad de cartas y tarjetas de simpatía y adhesión hacia el preso, (entre ellas una carta con 64 firmas) y, para que nada falte, la tuna de la Universidad de Granada se ha unido también a los visitantes interpretando a la puerta de la cárcel sus mejores pasacalles. Por el periódico del día siguiente, primero de octubre, quedamos informados de dos noticias muy importantes relacionadas con el caso. La primera dice así: "Ayer, a las dos y media de la tarde, se notificó a nuestro querido amigo y digno director la ratificación del auto de prisión que fue dictado con fecha 27 del corriente. La segunda es ésta: Ayer oímos con insistencia que el eminente jurisconsulto y profundo filósofo don Nicolás Salmerón y Alonso se iba a encargar de la defensa de nuestro querido director. Ambas noticias merecen un pequeño comentario. La primera nos informa que la suerte del joven director de La Publicidad ya estaba decidida antes de que el "dígnísimo" juez se personara en los locales del periódico y oyera una sola palabra del acusado. Su visita fue, pues, puro trámite para cubrir las apariencias. La segunda de estas noticias -en ella se nos anuncia la intervención de Nicolás Salmerón como abogado de la defensa-, también tiene su importancia. Basta recordar las ideas de Salmerón y el predicamento de que gozaba en España para comprender su alcance. Si los que mueven los hilos en este proceso dejan que todo siga su curso, se exponen a que Salmerón convierta el juicio en una tribuna de propaganda republicana; si sueltan al detenido, simplemente, se habrán metido en un berenjenal para nada. ¿Qué hacer?, debieron pensar. Prevaleció la línea dura y la primera medida que tomaron fue la detención del director interino del periódico, según se nos anuncia en el número del día 2 de octubre : Segunda denuncia de "La Publicidad" y prisión de otro director. El redactor jefe de este periódico, don Juan Huertas Lozano, que interinamente dirigía "La Publicidad", fue preso anoche a las diez menos cuarto, como consecuencia de la denuncia de nuestro número de ayer, llevada a cabo por el Sr. Fiscal de la Audiencia de este territorio. Ya hay dos directores de "La Publicidad" en la cárcel. ¡Vamos andando! Sin embargo el número de La Publicidad del 3 de octubre es posible leer: El domingo, a las cinco y media de la tarde, fue puesto en libertad don Juan Huertas Lozano, redactor jefe de este periódico, habiéndose hecho cargo interinamente del mismo. ¿Cambio de postura de jueces y fiscales? No, simplemente una manera de enseñar los dientes para que el resto de la plantilla sepa lo que le espera si saca los pies del barreño. Mientras tanto los periódicos conservadores de Granada, al tiempo que sus directores visitan al preso en la cárcel, siguen frotándose las manos. ¿Le interesaba al Poder hacer del director de La Publicidad un nuevo mártir de la causa republicana? En modo alguno. Mucho menos que la cárcel de la Audiencia se convirtiese, como ya estaba sucediendo, en la visita obligada de toda persona de bien de Granada. Y todavía menos que Nicolás Salmerón tomase cartas en el asunto y transformase la defensa del detenido en una tribuna de exaltación de las ideas republicanas. Por otra parte, las consignas que, pasado el primer momento de consternación y rabia, llegaban de las autoridades de Madrid iban mucho más hacia el perdón que a la inflexibilidad de la ley. ¿No había comenzado la reina Regente dando el ejemplo al conceder su indulto a los que habían intentado terminar para siempre con la monarquía? ¿Tenía sentido ensañarse con un hombre cuyo único delito era haber escrito un artículo de periódico? En modo alguno. Así que los que desde la sombra movían los hilos, insinuaron a jueces y fiscales la conveniencia de cambiar el rigor por la mansedumbre. Estos consejos dieron muy pronto sus resultados. En La Publicidad del 6 de octubre del 86 podemos leer: A última hora: Nuestras esperanzas se han realizado. Ayer, a las cinco de la tarde, recobró bajo fianza la libertad nuestro muy querido director don Juan Pedro Mesa de León. Desde la cárcel a la redacción fue acompañado por el señor don Pablo Jiménez González, jefe del partido republicano progresista de la provincia, los señores Perales (don Pablo), Sansón, Jiménez (don Joaquín y don Juan de Dios), Pérez Robles, Palomares, otros muchos amigos particulares y políticos, y todos los redactores y empleados de "La Publicidad". Poco más tarde recibía la visita de infinidad de personas en nuestra redacción y desde mañana se encargará nuevamente de dirigir nuestro periódico". El Poder había creído en la eficacia de su medicina -aquellos siete días en el calabozo de la Audiencia- para curar a nuestro protagonista de sus impaciencias republicanas. No tuvieron en cuenta su testarudez ni la de su entorno. Tan sólo llevaba quince días libre y en la calle cuando el 21 de octubre de aquel mismo año, volvió a caer en el mismo pecado: un editorial una vez más lleno de dardos contra la monarquía. Baste, como muestra, estos fragmentos que a continuación reproducimos: Ya sabemos como Fernando VII confirmó su renombre de "El Deseado" y se hizo querer y respetar de sus súbditos, y eso que llevó su rigor hasta el extremo de prohibir periódicos y cerrar universidades y tener el patíbulo siempre alzado para los que profiriesen una sola palabra "subversiva". Ya sabemos cómo la reina gobernadora, doña María Cristina, la que entró en España vestida de azul y dio a los liberales ese color como símbolo de esperanza conservó el afecto de sus protegidos, y eso que se rodeó constantemente de moderados capaces de amordazar y de fusilar a su misma sombra. Ya sabemos cómo el idolatrado Espartero conservó la regencia del reino y su inmenso prestigio, y eso que se atrevió a bombardear Barcelona y Sevilla. Ya sabemos cómo doña Isabel II, el símbolo de las libertades públicas durante la guerra civil de siete años, se hizo idolatrar de los españoles, y eso que se aconsejaba por los hombres de la inteligencia permitió fusilamientos al por mayor y llevó las persecuciones hasta el extremo de desterrar hasta a su misma familia y a sus mejores generales. Ya sabemos cómo don Alfonso XII , con el eficaz auxilio de los conservadores, en vez de llamarse destructores, logró impedir sublevaciones como las de Badajoz, Seo de Urgel y Santo Domingo de la Calzada. (29) Algunos días después, -2 de noviembre de 1886-, la publicación de otro artículo, -Vida y muerte era su título- da de nuevo con sus huesos en la cárcel. El número de La Publicidad de dos días después, comentando el percance, hace una alusión muy clara contra el fiscal territorial de la Audiencia de Granada -el todopoderoso Francisco Sales Morillo, el hombre fuerte del momento-, y a su deseo de hacer méritos a los ojos de quienes están por encima de él. Es lo que sugieren estas líneas, llenas de ironía, del artículo: Nosotros creemos firmemente que el Sr. Morillo se inspira en el sentimiento que el concepto de su deber le sugiere y no en la pasión política o en los consejos de los hombres que pertenecen al partido que gobierna actualmente la nación; con entera buena fe pensamos que no es el deseo de contraer méritos ante los ojos de su jefe el Sr. Alonso Martínez o cualquiera otro personaje de la situación, lo que impulsa al Sr. Morillo a perseguirnos, sino su anhelo para llenar con la más cumplida perfección los deberes que su cargo le impone. El día 9 hay otra denuncia y el 11 la sección editorial de La Publicidad se titula así: Siguen las denuncias y las prisiones. Después leemos: A las tres de la tarde compareció el Sr. Mesa de León a declarar, y a las siete de la noche ingresó en la cárcel de la Audiencia en virtud del auto que dictó el Juzgado referido. Es la séptima denuncia que desde el mes de agosto sufre nuestro diario y, hoy como antes, aguardamos con absoluta tranquilidad el fallo de los tribunales. (...) Todos los números que han visto la luz de "La Publicidad" durante el mes corriente han sido denunciados. En páginas interiores se nos da cuenta -una vez más-, de las numerosas visitas que el Sr. Mesa de León había recibido en la cárcel y del hecho de que en la calle la noche anterior no se hablaba de otra cosa En otro lugar de ese mismo número se nos informa de algo que muy pronto va a tener una gran importancia en la vida de nuestro protagonista: el nacimiento del partido reformista. La Publicidad, con clara alusión al partido conservador y liberal, lo define como El tercer partido. Será a este tercer partido al que, después de algo menos de un año de agitada militancia en el republicanismo progresista y con más de siete denuncias a las espaldas, pero con un gran prestigio como periodista y director, se va a asir, como náufrago a la tabla de salvación, Juan Pedro Mesa de León. Ha comprendido al fin que, de momento, el partido republicano, aparte de la cárcel, no lleva a ninguna parte. Pero de todos estos cambios de la Publicidad el que aquí más nos interesa corresponde a su plantilla que en 1887 sufre un importante reajuste que da al traste con la dirección de Mesa de León y coloca al frente del periódico a su fundador y mecenas Fernando Gómez de la Cruz. ¿Qué había ocurrido? Hay una doble razón que explica esta deserción: por un lado, el evidente fracaso del partido republicano progresista que debió producir, mientras estaba en la cárcel, más de una pregunta adversa en la mente del joven periodista; por otro, el nacimiento de un nuevo partido -el reformista de Romero Robledo y López Domínguez -, que muy pronto tendrá necesidad de hacerse oír del ciudadano de a pié y nada mejor para ello, en aquella época, que la tribuna de un periódico que reflejase sus ideales. Estas dos razones explican que el día doce de febrero de 1887 publicase La Publicidad en su sección Crónica Local la siguiente nota Anoche, a última hora, recibimos una carta de nuestro queridísimo compañero don Juan Pedro Mesa de León, en la que nos manifiesta su determinación irrevocable de separarse en absoluto de este periódico y su deseo de que en el presente número así lo hagamos constar. Con el más profundo sentimiento acatamos las órdenes de nuestro siempre estimado amigo e irremplazable director, cuyos servicios no olvidaremos jamás. Desde ese momento tenía las manos y la mente libres para incorporarse a otro periódico y a otras ideas. LA POLÍTICA, periódico reformista. Ahora el mecenas es Indalecio Abril y León. Detrás de él está el tercer hombre de la política española del momento, Francisco Romero Robledo y su nuevo partido reformista, surgido a raíz de sus desavenencias con Cánovas e integrado, como ya sabemos por el periódico La Publicidad, por los decepcionados de todos los demás partidos de entonces. ¿Quién es este nuevo protagonista de la política española que las malas lenguas, con descaro, apodan El Pollo de Antequera? Melchor Almagro San Martín, que conoció personalmente a Romero Robledo, lo retrata así a su llegada a las Cortes un día cualquiera del año 1900: "Fornido, prestancioso, ligeramente encorvado, la tez rosada, el cabello rubio, escaso y rizado, que deja sobre la frente dos profundas entradas, y la boca prominente, entra despacio y se sienta en el escaño, (…) Romero apoya sus brazos sobre el espaldar del escaño frontero y pasea una mirada fría y dominadora, que diríase de divo en candelero, por la sala, ya repleta. Entre Mesa de León a Romero Robledo en seguida cundió la amistad. Precisamente, uno de los rasgos que Azorín destaca de Romero Robledo es su facilidad para crearse amigos. "Tenía Romero Robledo -nos dice- como rasgos salientes de su carácter, el culto a la amistad y la inquietud; lo arriesgaba todo por un amigo y no podía imaginar una vida quieta". En el caso de Mesa de León -dos generaciones más joven que Romero Robledo, entre ambos mediaban nada menos que 21 años, hubiera podido ser su padre-, esta amistad tenía mucho de respetuosa admiración. En cambio, para el Pollo de Antequera, que tanta necesidad sentía de contar con exégetas y difusores de sus ideas políticas, era ante todo una pluma que defendía vigorosamente los postulados reformistas. Cabe preguntarse cómo pudo ser que el joven Mesa de León diese tal salto político –del más radical republicanismo al reformismo de Romero Robledo-; pero, si analizamos con detenimiento los postulados romeristas, vemos que el salto no fue tan vertiginoso como a primera vista pueda parecer. De todos los políticos pro monárquicos era Romero Robledo el más próximo a los postulados republicanos. En 1901, al hablar de República y Monarquía, Romero Robledo dijo publicamente en el círculo de su asociación: “Yo estoy en la linde”. Si así se expresaba en público, ¡qué no diría en la intimidad de su despacho, en las redacciones de los periódicos reformistas o en los paseos con los miembros más allegados del partido “Romero Robledo –reconoce Melchor Fernández Almagro- había adoptado la intrépida táctica de situarse en la línea fronteriza de la Monarquía y la República”. El primer número de La Política apareció el día primero de marzo de 1887. Sabemos por el número siguiente del periódico que tal acontecimiento se celebró con un gran banquete en la casa del magnate Indalecio Abril. Asistió tal número de invitados que la cena se realizó en varias tandas. Mesa de mármol de una sola pieza -se nos informa- para más de treinta invitados cada vez. Criados que iban y venían con los más exquisitos manjares, lujo y distinción. El acontecimiento principal llegó ya de madrugada: A las dos de la mañana se recibió el primer número de nuestro periódico -nos sigue informando el diario-, cuya tirada se había anticipado para que pudiera ser leído allí antes que en parte alguna, y que mereció a todos los concurrentes un juicio que a nosotros no nos toca reproducir. En un rincón, aparece una noticia que atañe al periódico anterior. Dice así: El viernes de la presente semana volverá a aparecer "La Publicidad", continuando viendo la luz dos veces cada semana, los lunes y los viernes, con el mismo carácter político que antes tenía, aunque independiente. La suscripción por mensualidades sólo costará tres reales. El buen entendedor ya ha comprendido que La Publicidad, tras el fracaso de ver realizados sus ideales políticos, ha entrado en una etapa de decadencia de la que le va ser muy difícil salir. Sin duda fue ésta, unida a la pujanza del nuevo partido reformista, la razón principal de la deserción de su director, Juan Pedro Mesa de León. Al fin, ha terminado por comprender que el partido republicano no le lleva a ninguna parte. Sin embargo, él va a continuar su amistad con los líderes republicanos del momento . Así lo demuestra la correspondencia que ha llegado hasta nosotros. Juan Pedro Mesa de León ha cambiado de partido y de periódico pero las espadas siguen desenvainadas y alzadas contra él. En el número del día ocho de marzo ya es todo un artículo de fondo de La Política contra sus colegas La Lealtad y El Defensor. Su título, La conjuración del silencio, no puede ser más significativo: Pudiera ufanarnos por nosotros y nos duele por ellos, que "El Defensor" y "La Lealtad" hayan pactado, a lo que se ve, de hecho por lo menos, contra nosotros, lo que bien podemos llamar "conjuración del silencio". ¿Qué puesto ocupa Juan Pedro Mesa de León en este nuevo periódico? El de redactor. El hecho de que aún se halla pendiente de juicio su proceso impide que su nombre figure en cabecera como director, pero es muy posible que, en la práctica, fuese él quien llevase las riendas de La Política. Por el número del día 22 de marzo de 1887 sabemos que el día antes tuvo lugar en la Audiencia de Granada el juicio contra Juan Pedro Mesa de León en el que el fiscal de su Majestad pidió contra él nada menos que treinta años y tres días cárcel por tres supuestos delitos de prensa. Sin embargo, según se nos informa en el periódico del 29 de marzo la sección segunda de la Audiencia terminó absolviéndolo de todo delito. No obstante, hasta el día diez de mayo no figura como director del periódico. Hay una razón que explica este retraso: el atentado de que fue objeto Juan Pedro de Mesa León, precisamente al día siguiente de que la Audiencia lo declarara libre de toda culpa y pena, atentado que lo mantuvo en cama unos quince días. Pero todo esto, así como otras denuncias que muy pronto van a caer sobre nuestro protagonista, bien merece capítulo aparte. Es indudable que lo poco acomodaticio de su carácter, sus constantes dardos contra el Poder y sus diferentes acólitos y aliados, le produjo a Juan Pedro Mesa de León numerosos enemigos. En las varias ocasiones en que fue detenido y La Publicidad, en un deseo de demostrar que no estaba solo, nos daba esas casi interminables listas de personas que lo habían visitado o enviado una carta de simpatía, nos ofrecía sólo una cara del asunto: mientras que numerosas personas iban a visitarle, agazapado en alguna parte de esta ciudad tan dada a las envidias y zancadillas, había alguien que se frotaba, entre sonrisas, las manos. En tanto que su proceso estuvo en pie sus varios enemigos confiaron en que terminase definitivamente en la cárcel y se acabase para ellos de una vez y para siempre la pesadilla Mesa de León. Aquellos deseos de venganza se vieron truncados en el ya referido juicio del 29 de marzo. ¿Qué hacer?, debieron pensar sus enemigos, ¿aceptar la decisión del juez y dejarlo vivir en paz o tomarse la venganza, que no justicia, por su mano? Naturalmente, prevaleció este último criterio. Cinco días después del fallo del juez, Juan Pedro tuvo ocasión de comprender en sus propias carnes que sus enemigos no habían depuesto las armas. La Política del día 5 de abril lo titula Incalificable atentado y lo resume así: A las cinco de la tarde de ayer salieron de esta redacción para dar un paseo los señores don Indalecio Abril, don Rafael Garay, don Manuel Alonso Zegrí y el redactor de este periódico don Juan Pedro Mesa de León. Al llegar a la calle de los Reyes Católicos, cerca de Puerta Real, se aproximó a dichos señores el teniente de alcalde fusionista señor Martín Adame y expresó su deseo de hablar con los señores Zegrí y Mesa. Unidos los señores Zegrí, Mesa y Adame marcharon hablando hacia la calle Recogidas, y después de dirigir el señor Adame al señor Mesa palabras injuriosas y de quedarse ésta atrás, apartándose por indicación del señor Zegrí, se quejó ésta a Adame en términos amistosos, de los ataques que nuestro periódico le dirigía, y a su hermano el famoso "guarda-almacén". Siguieron así departiendo por la calle Recogidas y, al llegar a las afueras de la población, a la altura del taller del señor Moreno, apareció de improviso el "guarda almacén" y, diciendo en voz alta "Ya están buenos ahí, vamos con ellos", empezó a descargar furiosos golpes por la espalda con un palo sobre el señor Mesa. El teniente alcalde fusionista, que llevaba paraguas y bastón debajo de la capa, levantó el último y empezó a descargar a su vez sobre el señor Alonso; pero éste pudo sujetarle en el acto y separarse para socorrer a su compañero, no sin recibir también algún golpe. Afortunadamente, el guarda de consumos cercano y otras varias personas acudieron y lograron contener a los agresores y evitar el desagradable desenlace que tan inicua escena pudo tener. La clásica encerrona con matón -el propio hermano del teniente de alcalde- y paliza incluida. ¿Finalidad? Tener bien amordazada a la prensa y evitar que nadie hable de los tejemanejes de aquellos concejales que tanto se parecían a los de hoy. El comentario del propio periódico no puede ser más explícito sobre el particular: "Si con esto -nos dice- un teniente de alcalde y un empleado del Ayuntamiento, su hermano, han creído que se modificaría en poco ni en mucho la marcha de La Política y su libertad de criterio, hánse grandemente equivocado. Nuestro decoro nos impone ser hoy más firmes en nuestras justas censuras y doblemente enérgicos en la crítica de las torpezas y desaciertos de nuestros adversarios. Y en otro comentario, publicado algunos días después, -exactamente el 10 de abrilse pregunta el periódico: ¿Habrán creído esos ... "señores" que con la "brutal elocuencia de los palos" van a conseguir el silencio de la prensa? Palabras, adhesiones, discursos... pero él continúa en la cama. Mientras tanto sigue la lucha de partidos y los entrecruzados dardos de unos periódicos con otros; pero, dado que muchos de ellos no son más que el portavoz del partido que los auspicia y sustenta, ambas luchas se amalgaman y confunden. Así, El Defensor de Granada, siempre dirigido por Seco de Lucena, está tan marcadamente del lado del poder, en aquel entonces representado por el gobernador Sellés, que La Política, lo llama "El Defensor de Sellés" y cuando se empieza a hablar de cambio de gobernador en Granada, al Defensor le aqueja tan súbita tristeza, que La Política le dedica este gracioso pareado: "Esto va a ser tan espantoso que pone al Defensor hasta lloroso". El hecho de utilizar el epigrama como arma arrojadiza contra el adversario, era un procedimiento relativamente frecuente en aquellos años. He aquí otro ejemplo, tomado de La Política (19-51887), en el que se intenta describir un día de calma chica en la azarosa ciudad: "El fusionismo en reposo, al pelo los reformistas, y todos los canovistas, como siempre, haciendo el oso". ¿Quién sería el autor de esta cuarteta tan llena de acíbar contra los conservadores? No lo sabemos, pero todo nos hace pensar que muy bien pudo ser obra del nuevo y dinámico director que, ya curado de sus heridas, había tomado las riendas del periódico nueve días antes. Su facilidad para la poesía y la alusión satírica nos llevan a esta conclusión, sin que podamos afirmarla con toda rotundidad. Lo que sí podemos afirmar, sin lugar a equívocos, es que fue tomar él la dirección del periódico, y comenzar como antes con La Publicidad, las denuncias. Estaba clarísimo que, en alguna parte, enquistado en la sombra, había alguien que buscaba por todos los medios deshacerse de ese dedo acusador que, ya en un periódico ya en otro, clamaba contra los abusos de aquella época que, ¡ay!, tanto se parecían a los de la nuestra. De la primera de estas denuncias contra el director de La Política tenemos noticias por el número del 23 de julio de 1887. Debió producirse el 23 ó el 22 del mismo mes. La razón invocada es un artículo titulado "El alcalde de Dúrcal", así como un suelto sobre el "Manifiesto de Cádiz". En los días sucesivos continúan las denuncias a razón de casi una denuncia por día, hasta el extremo que el 28 de julio puede proclamar el periódico: Cero y van tres. El Sr. Fiscal de la Audiencia que nos dedica preferente atención tuvo la bondad de denunciarnos ayer por tercera vez. Lo más asombroso de esta última denuncia es que el artículo en cuestión era un suelto copiado de La Publicidad, donde había sido publicado sin el menor problema. Lo cual le lleva al periódico al siguiente razonamiento: ...si en Granada se publica un periódico y en sus columnas ve la luz un suelto que no es denunciado, y el número de ese periódico circula libremente, es muy extraño que al copiarlo otro, éste sea llevado a los tribunales, originándole gravísimos perjuicios y, entre otros, el no poder servir la suscripción de fuera. Una vez más varias plumas ilustres arremeten contra tal arbitrariedad. Entre ellas es especialmente interesante el comentario que hace El Cronista de Sevilla, ciudad en la que anteriormente había estado Sellés de gobernador. Comienza así el artículo de Sevilla: Nuestro antiguo conocido don Eugenio Sellés, el gobernador dramaturgo, como aquí lo llaman, continúa aún en Granada dando pruebas de ineptitud política y administrativa, que aquí dejó tan evidenciada. Termina con estas significativas palabras dirigidas más que a Sellés al ministro de Gobernación: ¡Y don Eugenio sin darse por entendido! Y el bueno del Sr. León y Castillo sin acabarse de convencer de que estos gobernadores dramaturgos no entienden "de indirectas". Así las cosas, una vez más hubo juicio en la Audiencia contra nuestro hombre. El abogado defensor de Mesa de León, don Francisco Camps, tuvo que echar mano a los mejores tratados de historia y de lingüística para sacar a su defendido del atolladero. Se le acusaba de haber llamado "déspota" al rey Felipe V, de considerarlo uno de los responsables de la decadencia española y no apiadarse el articulista de sus desgracias. El ilustrado abogado -nos dice La Política del 11-11-87- explicó el verdadero sentido jurídico y político de la palabra "déspota"; repitió que el fiscal había visto en el artículo denunciado lo que ni de su lectura podía adivinarse, ni era dado adivinar; hizo después la historia de la reconquista, que comenzó en las alturas de Covadonga y terminó ante los muros de Granada, y en una conclusión digna de tan notable defensa, interesó nuevamente el señor Camps que fuera absuelto el señor Mesa de León. Y así ocurrió: una vez más nuestro protagonista fue absuelto. Había ganado, pero era una victoria pírrica: quedaba bien claro que, al menor desliz, se vería de nuevo ante los tribunales en una lucha sin cuartel en la que sus enemigos jamás le dejarían vivir en paz. Y si por llamar "déspota" a Felipe V lo habían sentado en el banquillo de los acusados, es fácil imaginar lo que habría ocurrido si se hubiese atrevido a llamar "narizotas" al imbécil de Fernando VII o se le hubiese ocurrido aludir a los deslices de alcoba de doña Isabel. La naturaleza también andaba revuelta y el día 14 de mayo de aquel lejano año 87, a las tres de la tarde, descargó una terrible tormenta de agua en las cercanías de Granada que a las seis de la tarde provocó varios reventones del embovedado del río Darro con la consiguiente inundación de toda aquella zona. El agua salía a torrentes -nos informa La Política del día 15 de mayo llegando hasta los balcones de los pisos principales. En la esquina de la calle Reyes Católicos, frente a la lotería, un inmenso surtidor hacía llegar el agua a la altura de los tejados. Sin embargo, a pesar de lo aparatosa, aquella sólo era una tormenta pasajera. El mismo periódico nos informa que a las tres de la mañana del día siguiente, el cielo estaba completamente despejado. No ocurría igual con la vida política de Granada. Unos días después Juan Pedro Mesa de León abandonaba Granada. Francisco Gil Craviottto. Resumen de la primera parte del Libro "Mesa de León, un periodista entre dos siglos (1859-1937)". Edit. Albaida. Granada. ***