to - Universidad de Granada

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MESA DE LEÓN, UN PERIODISTA ENTRE DOS SIGLOS.
I: INFANCIA Y JUVENTUD.
1.- PINOS PUENTE.
Antes de entrar en el tema central de nuestra charla será
preciso presentar al protagonista: Juan Pedro Mesa de León. Había
nacido en Pinos Puente, un pueblo de la Vega de Granada, a l6
kilómetros de la capital, que en aquel entonces, según el
Diccionario Geográfico - estadístico - histórico de España de
Madoz, contaba con una población de 2.575 habitantes. Vivía,
como el resto de los pueblos y aldeas de esta zona, de la agricultura
-una agricultura favorecida por la posibilidad del regadío en la
mayor parte de su territorio-, y, en mucha menor medida, de la
ganadería. La industria, según el mismo Diccionario, quedaba
reducida a sólo dos telares de lienzos, tres molinos harineros de
agua y una fábrica de jabón ; es decir, era prácticamente
inexistente.
"Los caminos -nos vuelve a informar el Diccionario de
Madoz-, son carreteros, pero en tal mal estado, que a veces se
ponen intransitables". Los viajes se hacían todavía en diligencia, a
caballo, mulo, burro o en el conocido coche de San Fernando y,
por lo general, siempre motivados por una razón acuciante y
concreta -médico, arreglo de papeles, visita a un familiar, etc.-,
pues en aquel entonces era inconcebible hacer un viaje de más de
tres leguas tan sólo para ver la Alhambra o darse una vuelta por la
ciudad. Los únicos que se permitían tal aventura eran los viajeros
extranjeros -sobre todo ingleses y franceses- que, siempre en pos
del exotismo, se pateaban España de cabo a rabo para después
ofrecernos en un libro sus variopintas impresiones.
El día tres de noviembre del año de gracia de 1859, vino al
mundo un varón que, bautizado en la iglesia parroquial del pueblo
el diez del mismo mes y año recibió el nombre de Juan Pedro
Ricardo. Era el primogénito de una familia que sólo llegaría a tres
hijos, dos chicos y una chica, o el quinto, si contamos los del
matrimonio anterior.
Este niño, Juan Pedro Mesa de León, que muy pronto será
adolescente y luego adulto, al que iremos siguiendo a través de
varias ciudades españolas, -Granada, Almería, Madrid, San
Sebastián, Alicante, Barcelona, etc.-, es el protagonista de nuestra
historia. Pero, antes de entrar en otros pormenores, no estará mal
hacer un alto en el camino para contemplar, aunque sea a vuelo de
pájaro, la época. Recordemos... En España, desde 1833 que murió
Fernando VII, reina doña Isabel II, todavía joven y de buen ver,
aunque ya empiece a vislumbrarse en su cuerpo cierta tendencia a
la obesidad. Benito Pérez Galdós, que conoció a Isabel II, en uno
de sus Episodios Nacionales, “La de los tristes destinos”, nos
habla de la creciente gordura de la Reina. Las formas abultadas y
algo fofas iban embotando su esbeltez y agarbanzando su realeza.
Se las da de dicharachera y castiza. En el momento que nos
interesa -finales de los años 50-, el trono comienza a tambalearse y,
si aún no se ha derrumbado por completo, se debe sobre todo a sus
espadones -Espartero, Nárvaez, O´Donell- que sucesivamente van
prestando su ayuda a la reina. Golpes de Estado, contra golpes,
proclamas y algaradas -cada una con su saldo de muertes y
destrucciones- se suceden a lo largo y ancho de todo el reinado.
Durante muchos años el hombre fuerte había sido Narváez, -más
conocido por "el espadón de Loja"-, pero, caído al fin en desgracia,
ahora -finales de la década cincuenta-, es O´ Donell, jefe de la
Unión Liberal y descendiente de una familia irlandesa tiempo ha
llegada a España, el que lleva las riendas del Estado. Gobierna en
plan de dictador, pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no podrá
evitar la catástrofe...
Pero todo esto en Pinos Puente queda muy lejano. Lo que de
verdad aquí interesa es si va a parir la vaca o la burra y si la
cosecha de trigo, de cebada, de remolacha o de ajos será mejor o
peor que la del año pasado. Aunque los periódicos de la ciudad, a
través de los deteriorados caminos de la época, llegan al pueblo,
según Madoz, tres veces por semana, son muy pocos, dentro de los
poquísimos que saben leer, los que echan una ojeada a sus páginas.
Lo que ocurre más allá del término municipal apenas si interesa a
nadie. ¿Para qué? Está demasiado lejos. Lo único que la gente mira
es el cielo. El cielo, para saber si va a llover o va a helar, porque
saben que él dependen sus cosechas y de ellas el plato de todos los
días.
*
No nos es difícil imaginarlo correteando por los campos,
buscando nidos entre las alamedas que cerca del pueblo bordean
arroyos y ríos, o verlo subir en compañía de otros niños de su edad
hasta los restos del castillo, todavía en pie y hoy reducido a unas
pocas piedras y escombros esparcidos por la ladera del cerro que
corona el pueblo. Todo esto formaba parte de su cultura rural. Muy
pronto esta cultura rural se completaría, a través de sucesivos
viajes a la ciudad, con la urbana. ¿Cuándo visitó por primera vez
Granada? ¿Qué día traspasó por primera vez la puerta de las
granadas y entró en la Alhambra?
Viajar entonces era algo muy distinto a lo que es ahora y los
viajes, aunque fuesen muy cortos, se convertían en toda una
aventura. El simple hecho, que nos apunta Madoz de que el pueblo
sólo tuviese correo tres veces por semana, ya nos indica lo que
debía ser transitar por aquellos caminos de carretas y herradura.
Todos los viajeros románticos que visitaron España por aquellos
años insisten en el mismo punto: los pésimos caminos y la
incertidumbre de que, detrás de cada curva o escondida entre las
malezas, pudiera aparecer una banda de forajidos, convertía todo
viaje, por corto que fuese, en auténtica aventura. Con once años
apenas cumplidos, 1870, Juan Pedro Mesa de León ya ha
abandonado su pueblo y vive en Granada.
el 72 que hace el ingreso de bachillerato y el 73, que ya está
estudiando bachillerato -entonces constaba de cinco años-, y es
alumno del colegio de Santiago, actualmente colegio mayor
universitario, pero en aquellos años también lo era de enseñanza
media. Pinos Puente, sin embargo, no ha desaparecido totalmente
de su horizonte: continúa pasando en él todos los veranos.
Por el registro del colegio sabemos que el niño Juan Pedro
Mesa de León entró en dicho centro en 1873; En fechas un poco
posteriores ingresó en dicho centro don Natalio Rivas Santiago,
que después sería subsecretario de Instrucción Pública y de la
presidencia del Consejo; y posteriormente, don José Contreras
Carmona, diputado a Cortes y gobernador civil. Muchos años
después Natalio Rivas recordaría, en carta abierta a Mesa de León,
entonces director de Gaceta del Sur, aquella época, feliz y lejana,
en que ambos eran estudiantes del colegio de Santiago..
*
Han pasado algunos años más. El niño de ayer ya es un joven
espigado, de barba espesa, estatura mediana y mirada inquisitiva.
Vive con su madre, su hermano y hermana en una casa de la calle
Santa Paula -hoy desaparecida-, no demasiado lejos del antiguo
colegio de Santiago. En 1877 ha terminado, tras el examen de
grado, el bachillerato -en esa época de sólo cinco años- y ha
comenzado a estudiar Derecho, -leyes, como entonces se decía- en
la Universidad, sita -entonces como ahora- en el antiguo colegio de
los padres jesuitas. Sabemos que, para hacer frente a los gastos que
supone levantar una casa y vivir en la ciudad, la familia ha tenido
que seguir vendiendo algunas fincas más en Pinos.
¿Por qué Derecho?, cabe preguntarse. Quizás porque no tenía
vocación para otra cosa o acaso sí la tenía, pero lo que a él le
gustaba -el periodismo- era imposible estudiarlo en la Universidad
(no existía en aquella época ninguna facultad de periodismo ni
nada que se le pareciese) y consideró que el título de abogado sería
un día el mejor camino para llegar, antes o después, a la redacción
de un periódico. Derecho era -como entonces se decía- una carrera
con muchas salidas.
Entre clase y clase los alumnos hablan de galanteos, de
literatura y sobre todo de política. La situación en España está al
rojo vivo. Ha caído, víctima de sus muchos errores y de la
revolución del 68, -ellos la llamarían la septembrina- Isabel II, que
de San Sebastián, en donde estaba veraneando, ha tomado las de
villadiego camino del exilio, del que jamás volverá; ha muerto
Prim, asesinado por un anarquista, ha fracaso Amadeo I, un rey
lleno de buenas intenciones pero impotente en medio del caos en
que se había convertido la vida política de España; los carlistas se
han echado de nuevo al monte, se ha proclamado la República y,
mientras unos y otros, en el palacio de las Cortes y el Senado, se
tiran los trastos a la cabeza, en pasillos y mentideros comienza de
nuevo a hablarse de una posible vuelta de los Borbones... Todo
esto en algo menos de diez años, del 68 al 75. ¿Otra vez Isabel II?,
empieza a preguntarse la gente. No, sería demasiado descaro. Los
monárquicos tienen una segunda carta: el príncipe Alfonso, hijo de
la reina. Es inteligente, guapo, mundano, pero frágil de salud. Toda
la gente de bien, cada día más alarmada ante el desastre de la
situación, apuesta por él. El hombre que engarza el ayer con el
futuro es el infatigable Cánovas del Castillo, un malagueño que
está dispuesto a traer de nuevo a los Borbones a España -por la vía
legal, naturalmente-, pero que no ha contado con la impaciencia de
los militares que al final terminarán echando sus planes por alto y
adelantándose con un nuevo pronunciamiento.
De todo esto y mucho más hablaría a las entradas y salidas de
clase Juan Pedro Mesa de León con sus compañeros de promoción,
algunos de ellos, como Natalio Rivas, amigos suyos desde los
tiempos del colegio de San Bartolomé y Santiago.
Hay otra persona clave en la vida de Juan Pedro que también
conoce por aquellos años o acaso un poco antes: José Ventalló y
Vintró joven catalán que ha venido a Granada a estudiar medicina
-llegó sin duda atraído por el prestigio que en aquel entonces
irradiaba de nuestra Facultad - y que muy pronto se convertirá en
el mejor amigo de Mesa de León y, algún tiempo después, tras el
enlace matrimonial de José Ventalló con Conchita Mesa de León,
en el cuñado del futuro periodista.
"La época boba" la ha llamado Benito Pérez Galdós. España
está desnortada, tanto en política como en literatura o en arte. En
política, tras la caída de Isabel II, aquellos revolucionarios de salón
no se atreven a dar el paso siguiente, que habría sido la
instauración de la República, -como ocurrió en Francia a la caída
de Napoleón III-, y van como desesperados ridículamente
buscando rey por las cortes europeas; luego, cuando al fin tienen
rey -un rey sin el menor vínculo con España, pero indudablemente
un hombre de buena voluntad- unos y otros le hacen la vida
imposible -el pueblo, simplemente, lo toma a risa-, hasta que,
entre todos, consiguen que, aburrido, se marche. Sólo entonces,
cuando no ven otra solución, se deciden por la república que, poco
a poco, deriva en el caos. Naturalmente, una república que entra
como un mal menor, estaba condenada al fracaso.
¿Cómo fue la época boba en Granada?
En Granada la situación no es mejor ni peor que en el resto
de España. A la caída de Amadeo I, con la instauración de la
República, Granada vivió, aunque muy efímeramente, el
cantonismo de los reinos de Taifas con un programa muy parecido
al de las otras provincias españolas: separación entre Iglesia y
Estado, abolición de privilegios, derecho del pueblo a las armas,
comercio libre, jurados mixtos para regular la relaciones laborales
y abolición de quintas y consumos. Pero el envío de tropas al
mando del general Pavía dio al traste con tan hermosos y, dada la
época, utópicos proyectos. Con la restauración, Granada vuelve a
la normalidad. Pero el fracaso de la República no significó la
muerte del republicanismo que en nuestra ciudad siguió vivo y
creativo en sus dos corrientes principales: el republicanismo
posibilista de Castelar que en Granada tuvo su mejor representante
en Melchor Almagro Díaz y el republicanismo progresista de
Manuel Ruíz Zorrilla que tendrá en el joven Juan Pedro Mesa de
León, aunque por poco tiempo, uno de sus mejores defensores.
3. PRIMEROS PASOS PERIODÏSTICOS.
Ya, en los últimos cursos de bachillerato, nuestro
protagonista se encontraba pluma en ristre, iniciando sus primeros
pasos en aquel maremagnun de ideas contrapuestas y, la mayoría
de las veces, utópicas.
Sabemos por un documentado artículo de Elías Pelayo,
publicado bajo el título de Apuntes sobre el periodismo en
Granada en el Boletín del Centro Artístico correspondiente al 1 de
marzo de 1888, que Juan Pedro Mesa de León fue director de la
primera de estas revistas, El trueno, aparecido en 1880. Nuestro
protagonista sólo contaba 21 años. También fue colaborador, lo
mismo que Ventalló de El Albaicín -"periódico semanal, literario y
festivo", según rezaba en su cabecera-, y de La Pulga, en la época
de Aceituno Ayuso. Cabe preguntarse: ¿Y antes? ¿Hizo nuestro
hombre sus primeras armas en otra u otras revistillas aún más
efímeras y cargadas de sal y pimienta que las enumeradas? Es casi
seguro que sí, -nadie comienza de director de una publicación, por
insignificante que sea-, pero, dado el carácter satírico de las
mismas, en las que convenía guardar el anonimato para conservar
íntegros todos los huesos del cuerpo, es muy difícil saberlo: la
mayor parte de las colaboraciones iban sin firma o firmadas bajo
seudónimo; por otra parte, muchas de estas revistas ni siquiera han
llegado a nosotros. Lo único que sí podemos afirmar es que en
1880 ya es director de El trueno, en el 81, colabora en La Tribuna
de la que es redactor jefe Ventalló, y en el 82 dirije un periódico,
La Independencia. En esa misma fecha su cuñado, José Ventalló y
Vintró es director de otro, La opinión. Pero, ¿y antes?
Primera alusión a las ideas políticas de nuestro protagonista
que, algún tiempo después, veremos concretizarse en su adhesión
al partido republicano progresista de Ruíz Zorrilla.
La Independencia, periódico político: Así rezaba en la
cabecera del periódico el día de su nacimiento en 1882,
exactamente el 16 de julio de 1882. Constaba de cuatro páginas y
su precio, mediante suscripción, era de una peseta al mes, cuatro al
trimestre y diez al año. También, a partir de este primer número, el
lector queda informado de la periodicidad de La Independencia -se
publica todos los días, salvo los que sigan a un día festivo-, así
como de la finalidad que persigue tal publicación: La
Independencia -se nos dice en su primera página- defenderá con
todas sus fuerzas los intereses de los que con una abnegación,
nunca bastante elogiada, se consagran al noble sacerdocio de la
enseñanza; porque considera que la civilización de un pueblo
consiste en su mayor grado de instrucción y educación; que si un
pueblo florece, si prospera su agricultura, si aumenta su comercio
y su industria, si las ciencias progresan, si las costumbres se
suavizan, débese a la saludable corriente de la fructífera
enseñanza.
Aunque expuesto con un estilo ampuloso, muy de la época,
no podemos negarle al periódico su indiscutible razón. Que la
instrucción y la educación son los mejores antídotos contra el
atraso y la miseria de los pueblos, era algo que ya se venía
repitiendo desde los ilustrados del XVIII y que todavía no ha
perdido vigencia. También era un anhelo que en aquellos años
inmediatos a la Restauración, había adquirido un énfasis especial.
Recordemos que fue algo antes de esas fechas cuando Jules Ferry
acometió en Francia la gran reforma de la escuela pública -"una
enseñanza obligatoria, gratuita y laica"- y que también fue por
entonces cuando nació en España la Institución Libre de
Enseñanza, fundada por Francisco Giner de los Ríos en 1876, que
tantos y tan buenos frutos daría a lo largo del siglo XX hasta su
desaparición a raíz de nuestra desdichada Guerra Civil. Era, pues,
algo que estaba en el aire y de lo que el periódico La
Independencia no hacía más que recoger los ecos. Pero cabe
preguntarse: ¿Se puede conseguir -o al menos mejorar- la
instrucción y educación de un pueblo a través de las páginas de un
periódico? Es indudable que no; los fundadores de La
Independencia eran conscientes de ello. Por eso al periódico va
unido otro gran proyecto: "El Fomento de las Artes".(8) Tal
sociedad, con sede en Calle Elvira número 121, fundada el 18 de
junio de 1882 por don José Aguilera López y cuyo primer
presidente fue don José Ramón Calera, impartía clases, todos los
días lectivos desde el toque de oraciones al de ánimas, de las
asignaturas que entonces se consideraban más indispensables y
formativas: Moral, lectura, escritura, aritmética, geometría
práctica, gramática y ortografía prácticas, geografía, historia de
España, dibujo, francés y taquigrafía. La matrícula es gratuita y
está abierta todo el año. Los únicos requisitos que se exigen es
haber cumplido los 17 años y ser presentado por dos socios.
De esta manera, el periódico La Independencia era la voz que
clamaba contra la incultura y el Fomento de las Artes la solución
contra esa incultura. Una solución de vuelo bien corto y reducido a
un mínimo sector de población. No quedan aquí las metas de La
Independencia. Junto a esta finalidad pedagógica, también se nos
informa desde el primer número de otro de sus objetivos: la
defensa de los intereses de Granada y su provincia. Hermosos
deseos que todavía, un siglo y cuarto después, aún no hemos visto
completamente realizados los granadinos.
Fiel a este deseo de defensa de Granada y su provincia, La
Independencia, a pesar del poco papel de que disponía, -tan sólo
cuatro páginas por número- dedicó diversos y acertados reportajes
a promover las bellezas naturales y artísticas de la ciudad. Entre
ellos hay que destacar un extenso reportaje de José Ventalló
-dividido en tres capítulos-, sobre la Sierra, Impresiones de un
viaje a Sierra Nevada, o el de Emilio Millán Férriz sobre las Bellas
Artes en Granada.
No deja de ser curioso, al cabo de más de un siglo, abrir las
páginas amarillentas de La Independencia. Allí, al lado de
anuncios tan peregrinos como la venta de sanguijuelas (lo cual nos
puede dar idea del grado de desarrollo de la medicina) a cinco y
seis reales la docena, (¿sería, la diferencia de precio, en razón del
tamaño del bicho o en función de la eficacia a la hora de bombear
la sangre del paciente?), o la
Poco después se nos
anuncia otra novedad del periódico: el cambio de director. Hasta
entonces José Ventalló había sido director de La Independencia y
Mesa de León redactor jefe, pero, a partir de esa fecha, es Mesa de
León quien toma las riendas de La Independencia, porque José
Ventalló pasa a dirigir otro periódico, La Opinión. En ambos casos
se trata de publicaciones de tan sólo cuatro páginas –como todas
las de la época-, mínima audiencia y vida efímera .
UN PASEO POR ALMERÍA.
En enero de 1884 (no sabemos con exactitud el día) Mesa de
León es nombrado secretario de la Delegación de Hacienda de
Almería. Era a la sazón delegado de Hacienda en Almería el
erudito malagueño Mariano Altolaguirre y Jáuregui, que el
periódico La Crónica Meridional califica de “digno funcionario
que trabaja sin tregua para hacer desaparecer el retraso que la
indolencia de algunos de sus antecesores ha venido ocasionando en
el servicio público”. Era también un hombre con un extraordinario
olfato para captar y rodearse de personas de valía, entre los cuales
hay que contar a Mesa de León. Sin embargo su estancia en
Almería fue efímera.
Mesa de León aprovecha este primer contacto con Almería
para introducirse en el mundillo del periodismo y la cultura
almeriense. Sabemos que colaboró en La Crónica Meridional y en
El Ferrocarril, del que incluso durante algún tiempo, que estuvo
ausente su director Ramos Ollero, fue director en funciones.
También tenemos información de una revista, La Semana, que
dirigió y fundó.
Otra actividad del joven Juan Pedro Mesa de León fue
el teatro. En el año y medio que vivió en Almería, demás sus
crónicas teatrales que firmaba con el seudónimo de K-Bal, escribió
una obrita titulada De Príncipe a Malecón o un paseo por Almería,
revista cómico lírica y fantástica, en un acto y diez cuadros, a la
que puso música el maestro don Carmelo Grajales. En el ejemplar
que conserva la familia podemos leer: Estrenada por primera vez
en el Teatro de Novedades de Almería la noche del 25 de abril de
1885. José A. Gómez. Granada, 1911. Todo nos hace pensar que se
volvió a representar en Granada en 1911 -quizás alentada por la
colonia almeriense en nuestra capital- y el director teatral de
entonces consigna en el manuscrito que esta obra ya había sido
estrenada en 1885 en la ciudad a la que alude el título.
A pesar de sus limitaciones, Un paseo por Almería, nos abre
una ventana a otro aspecto de la personalidad de nuestro
protagonista: su interés por el teatro, que se despierta en él a muy
temprana edad -Mesa de León sólo tiene 25 años- y que, aquí y
allá, continuará apareciendo en distintos momentos de su vida.
. LA PUBLICIDAD, PERIÓDICO REPUBLICANO.
En 1886 Juan Pedro está de nuevo en Granada. En ese año,
exactamente el día 22 de mayo de 1886, aparece La Publicidad,
diario político republicano independiente. Este periódico, que
anteriormente había sido semanario, pasó a diario a raíz del
contrato entre su fundador, don Fernando Gómez de la Cruz y su
nuevo director, don Juan Pedro Mesa de León. En él, además del
giro que se daba al semanario del mismo nombre, pasando de
semanal a diario, en su primer artículo se podía leer: "La
Publicidad", a partir de esta fecha, saldrá a la luz con carácter
político y siguiendo la línea de conducta que mejor estimen don
Fernando Gómez de la Cruz y don Juan Pedro Mesa de León, los
cuales acordarán también la forma en que deba editarse.
Detalle curioso: en el mismo número en el que se nos
informa que La Publicidad pasa de semanario a diario, -diario
republicano progresista-, también aparece una pequeña nota que
dice: Bautizo de Alfonso XIII en la capilla de Palacio, apadrinado
por el Papa León XIII, a quien representó en la ceremonia el
nuncio.
Poco después -agosto de 1886-, La Publicidad nos ofrece, en
otro de sus números, la plantilla casi completa (faltan los
colaboradores, entre los cuales muy pronto contará con plumas tan
significativas como la de Juan Valera) del periódico en aquel
verano. Hela aquí:
Don Fernando Gómez de la Cruz, republicano progresista,
fundador.
Don Juan Pedro Mesa de León, republicano progresista,
director.
Don Juan Huertas Lozano, republicano progresista, redactor
jefe.
Don Miguel López Sáez, republicano posibilista, redactor
jefe.
Don Francisco Gálvez Durán, republicano progresista,
redactor.
Don Joaquín López Atienza, republicano posibilista, redactor.
Don Pablo Jiménez y Sampelayo, republicano progresista,
redactor.
Don Antonio García Samos, republicano progresista,
redactor.
Desde este momento queda bien claro quienes son los dos
hombres más importantes de tal publicación: por un lado, Fernando
Gómez de la Cruz, el capitalista que auspicia la publicación; por
otro, Juan Pedro Mesa de León, la pluma que hace posible que ésta
se pueda llevar a cabo. Al lado de estas dos cabezas visibles, el
periódico nos da la lista de sus principales redactores, la mayoría
de ellos republicanos progresistas (el partido que acaudillaba Ruíz
Zorrilla) y unos pocos republicanos posibilistas (el partido de
Emilio Castelar y Melchor Almagro Díaz, lo cual nos hace pensar
que tal plantilla se había realizado después de agrupar a los dos
principales sectores del republicanismo español en Granada.
(Observe el lector que no hay ni un solo representante del
republicanismo federal de Pi y Margall). Desde este primer número
el periódico hace gala de su republicanismo que lo pregona a los
cuatro vientos y con una osadía que, dada la fecha, roza la
temeridad. Así es posible leer en su editorial:
Ese ideal político es la República, pues entendemos que
es la única forma en que pueden hacerse efectivos los
derechos, y al decir derechos, libertades a que el hombre es
acreedor. Tenemos la convicción más completa de que
"solamente" con un gobierno republicano, España
recobraría su perdido esplendor, mejoraría su decadente
agricultura, agravada con impuestos y contribuciones que,
cual parásito importado por los monárquicos, impiden el
desarrollo, prosperarían las industrias, el comercio saldría
del enervamiento y de la crisis porque atraviesa y se
extenderían las vías de comunicación, verdaderas arterias de
la riqueza nacional, y que hoy son patrimonio del
favoritismo y de la influencia de unas cuantas provincias, no
de la necesidad notoria y del bien de la nación.
¿Quién escribió estas líneas, tan marcadamente republicanas,
tan sólo unos días después de que la reina gobernadora hubiese
dado a luz al nuevo rey de España? Aunque están si firmar, todo
nos hace pensar que son de Mesa de León. Es lo más normal, dado
su cargo de director del periódico, aunque también pudo pedir a
alguno de sus redactores que se las escribiera. En ese supuesto tuvo
que indicarle las líneas generales de lo que debía escribir. Con lo
cual, en uno y otro caso, no se salva del sambenito de republicano
en un momento en que la mayor parte de su burguesía es
decididamente monárquica. Algo gravísimo a los ojos del poder
-sólo hacía once años que se había restaurado la dinastía
borbónica-, pero también toda una corona de méritos si la
monarquía se hubiese venido abajo.
Que Juan Pedro Mesa de León se halla completamente
vinculado con el sector más impaciente del republicanismo
español, también lo demuestra su correspondencia de aquellos
años. Cartas de Ruíz Zorrilla, de Rafael Labra, Nicolás Salmerón,
Laureano de Figuerola, todas ellas llenas de elogios y ánimos hacia
el joven periodista, nos hacen pensar que era mucho más que un
simple simpatizante del ideal republicano y en modo alguno sería
exagerado calificarlo de periodista comprometido con la causa
republicana. Muy pronto su republicanismo, unido a las rencillas
con otros periódicos, monárquicos y conservadores, darán con los
huesos de nuestro protagonista en la cárcel. La chispa precisamente
fue uno de aquellos editoriales.
*
El joven Juan Pedro Mesa de León siguió publicando
editoriales y artículos inflamados de republicanismo, (muy
significativo fue el que dedicó al posible regreso de Isabel II:
"Sírvanos de grito de guerra las palabras del malogrado general
Prim: "Jamás, jamás, jamás" o el dedicado a criticar el
caciquismo), hasta que, a finales de septiembre, exactamente el 28
de septiembre, aparece en primera página de La Publicidad el
siguiente titular: Denuncia de la "Publicidad" y prisión de nuestro
Director. Estaba claro que el Poder había decidido poner punto
final a tales excesos. A continuación el periódico nos informa:
Ayer a las cuatro de la tarde se presentó en nuestra
redacción el dignísimo juez de instrucción del distrito del
Salvador, don Rafael Estrada y Burgos, el cual nos manifestó
haberse denunciado el número de La Publicidad
correspondiente al domingo último por el artículo de fondo
titulado "El Ejemplo", "Un detalle al vuelo", que principia
"¡Hola, señor Pamplina!" y un párrafo de la sección "A
última hora". Dicho señor juez recogió los números que
quedaban de la tirada del periódico denunciado, y nuestro
director fue conducido al juzgado a prestar declaración,
ingresando a las 7 y media en la cárcel de la Audiencia.
¿Qué ha ocurrido? La razón invocada, como muy bien
precisa La Publicidad, es el artículo de fondo titulado El Ejemplo,
así como otro artículo titulado Un detalle al vuelo y un párrafo de
la sección A última hora.. Pero, ¿que hay detrás de todo esto? O,
dicho, con otras palabras, ¿Qué delito ha cometido el periódico, y
más concretamente su director, contra el poder en los tres casos
mencionados?
Para responder a estas preguntas es preciso hacer marcha
atrás algunos meses. Recordemos la situación española: Alfonso
XII ha muerto -25 de noviembre de 1885-, dejando a la reina María
Cristina en cinta, pero sin que la ciencia de la época pudiese
asegurar si el fruto de aquel parto sería niño o niña (de haber sido
niña habría puesto a los carlistas de nuevo en pie de guerra), ha
comenzado una regencia que nadie sabe cómo va a terminar y,
mientras avanza la gestación de la reina, los grupos republicanos
más exaltados, (sobre todo los que Ruiz Zorrilla azuzaba desde el
exilio) se preparan para el asalto al poder. El día 17 de mayo de
1886 viene al mundo el futuro Alfonso XIII, pero este
acontecimiento, lejos de disuadir a los más impacientes, les incita a
actuar cuanto antes. Según nos informa Melchor Fernández
Almagro en el tomo II de su imprescindible Historia Política de la
España Contemporánea, hubo un proyecto de cuartelada que debía
estallar el día 25 de agosto de aquel año, pero, debido a la
defección de algunos de los comprometidos, sus cabecillas se
vieron obligados a aplazarlo para el mes siguiente. Al fin, el 19 de
septiembre, tuvo lugar la intentona de Villacampa que, después de
un saldo de varios cientos de muertos, terminó en un rotundo
fracasado. Tal intentona, indudablemente auspiciada por Ruíz
Zorrilla desde el exilio, pone de pronto al rojo vivo la situación
política española. Para los periódicos republicanos, que
ingenuamente habían creído que el pronunciamiento de Villacampa
les iba a traer al día siguiente la añorada República, fue una
tremenda decepción. ¿Qué hacer ante tal fracaso? Inmediatamente,
al tiempo que los líderes del republicanismo, con la única
excepción de Ruíz Zorrilla, que continúa en el exilio, mueven
todos los hilos de sus amistades pidiendo clemencia para los
protagonistas de la sublevación, los periódicos republicanos siguen
impertérritos clamando por el cambio de régimen y de sociedad.
La Publicidad no fue en esto una excepción. Para todos ellos el
trago más amargo llegó cuando los consejos de guerra -nos sigue
informando Melchor Fernández Almagro- dictaron los severos
fallos que eran de esperar. El brigadier Villacampa, el teniente
González y los sargentos Velázquez, Cortés, Bernal y Gallego
fueron condenados a muerte y a reclusión militar perpetua unos
trescientos procesados. La única puerta abierta que quedaba para
salvar a estos infelices -el verdadero comanditario, Ruíz Zorrilla,
quedaba a buen recaudo en su exilio de Francia- era el indulto y
Sagasta, jefe del Gobierno, que ya se había visto en situaciones
parecidas y que no quería iniciar con un baño de sangre el reinado
de Alfonso XIII, se las arregló para conseguirlo de la reina.
Los periódicos republicanos que, dada su mínima audiencia,
hasta entonces habían gozado de una gran tolerancia -por no decir
vista gorda- por parte del Gobierno, después de la intentona de
Villacampa, empezaron a ser vigilados muy de cerca por los
fiscales gubernamentales y, antes de que el joven Juan Pedro Mesa
de León pisara la cárcel de la Audiencia de Granada, ya lo habían
hecho en Madrid los directores de El Liberal y otros periódicos
republicanos de la capital que, como siempre, fueron los primeros
en reaccionar. Es precisamente La Publicidad la que informa a los
granadinos de esta noticia y sus consecuencias: Ayer circuló el
rumor -podemos leer en el número del 25-9-1886- de que habían
sido presos los directores de "El Progreso", "El Liberal", "La
República", "Verán ustedes", "El motín" y otros periódicos
republicanos". Incluso, según nos informa La Publicidad en su
número del 26 de septiembre, El Progreso ha suspendido por
algunos días su publicación. A pesar de estos precedentes, nuestro
joven director decidió coger el toro por los cuernos y el día 28 de
aquel mes de septiembre apareció en la primera página de La
Publicidad el polémico artículo que, unido a otras dos piezas
menores, daría con sus huesos en la cárcel.
La nota más extraña de este artículo -aparentemente extrañaes que en sus comienzos no hace alusión a los condenados de la
cuartelada de Villacampa, sino a los sargentos del fracasado
pronunciamiento del cuartel de San Gil, algo que había ocurrido
veinte años y algunos meses atrás. ¿Por qué esta vinculación con
un pasado tan relativamente lejano? ¿Por simple rigor historicista?
Es posible, pero sobre todo por dos razones fundamentales: porque
los errores que entonces se cometieron a la hora de impartir
justicia, aunque no fuesen la única causa, contribuyeron a la caída
de Isabel II; y porque se da la peregrina circunstancia de que el
organizador de aquella cuartelada, Sagasta, es el mismo hombre
que ahora está al frente del Gobierno. El polémico editorial de
aquel 26 de septiembre de 1886 dice así:
El ejemplo.
Vencida una insurrección, todo gobierno se cree en la
necesidad de proceder al castigo y escarnio de los rebeldes.
Véase la estatua de la Ley y encomiéndase eso que se llama
justicia a comisiones militares, que juzguen de un modo
sumario y verbal, expuesto, por la precipitación, a errores
que no pueden repararse.
Los consejos de guerra que juzgaron a los insurrectos del 22
de junio de 1886, condenaron a muerte a muchos sargentos
inocentes, los cuales estando para cumplir, habían rehusado
unirse a las fuerzas sublevadas. Sin embargo, por el solo
delito de haber sido hallados en el cuartel de San Gil, fueron
sacrificados en montón.
¿Y quiénes son los jueces, los que disponen de la vida de
unos desventurados? Pues son los mismos que, momentos
antes, combatían con (sic) ellos, los que por natural razón
han de estar inspirados en el deseo de la venganza más que
por el de la justicia; jueces que con la espada manchada de
sangre, el rostro inflamdo por la pólvora, rabiosos por la
pérdida de algún amigo o compañero y sin que sus cerebrsos
se hayan despejado todavía de la bárbara embriaguez del
combate. Y si, además, se considera que algunos de esos
jueces habrán cometido en ocasiones los delitos que van a
juzgar, invade el ánimo profunda tristeza, y apenas se
comprende la utilidad del sangriento ejemplo.
Nosotros somos adversarios de la pena de muerte y mucho
más cuando ésta se aplica a los delincuentes políticos. Sólo
el estado de rudeza de las costumbres, sólo el temor de los
vencedores -cualesquiera que éstos sean- puede permitir
todavía esos sacrificios humanos que traen consigo las
discordias civiles y que repugnan hondamente a la
conciencia. ¡barbarie de los tiempos de la Edad Media,
conservada en los tiempos modernos, que se jactan de su
progreso y de su civilización!
España es, sin duda, la nación en donde más sangre se ha
derramado por causas políticas, no en las batallas y
combates entre los opuestos bandos, que es inevitable, sino
en los suplicios a que han sido condenados los que han
tenido la desventura de no triunfar. Esto prueba,
sobradamente, que el ejemplo no surte efecto y que la
crueldad no aquieta, sino que, antes por el contrario, excita
y recrudece las pasiones.
Reconocemos
que
en
circunstancias
extraordinarias es sumamente difícil conservar
la serenidad de la razón y del espíritu y no dejarse
arrastrar por la corriente; pero ése es el privilegio de los
hombres superiores, que cualquiera navega en aguas
tranquilas , y sólo los marineros expertos surcan los mares
borrascosos.
La pasión política causará ahora nuevas víctimas; ya se dice
en todos los tonos que se cumplirán las leyes por duras que
sean: los conservadores piden castigo, escarmiento y sangre
a fin de ahogar en ella al Gobierno del Sr. Sagasta, y que el
Gobierno procurará comprar la confianza de la Regente
extremando el rigor y la severidad; las descargas que no
tardarán mucho en repercutir su eco fúnebre por toda la
nación anunciarán que está consumado el sacrificio, y sobre
esa sangre derramada se cimentarán nuevas fortunas,
nuevas reputaciones, grados y premios, que contrastarán
crudamente con la tristeza y desolación de algunas familias.
No esperamos que la misericordia evite la funesta
hecatombe. Y conste que nosotros no deseamos la
misericordia, porque las víctimas designadas hayan
aclamado a la República; de igual modo la desearíamos
cualquiera que fuese la causa o idea defendida. Pero
la
misericordia no vendrá y la sangre será derramada.
¡Primera ola de sangre, que baña la cuna de un niño!”
Al analizar hoy, casi un siglo y cuarto después de su
publicación, aquel editorial del joven director Juan Pedro Mesa de
León, uno queda gratamente sorprendido ante su habilidad de
argumentación y la modernidad y sutileza de su pluma. Merece la
pena hacer un pequeño inciso para comentarlo. El artículo de Mesa
de León, muy bien estructurado, podemos dividirlo en cinco partes
claramente diferenciadas:
a) Introducción. El periodista pone al corriente al lector del
luctuoso suceso: han sido condenados a muerte los insurrectos del
22 de junio de 1866 y, con ellos muchos sargentos inocentes, que
habían rehusado unirse a las fuerzas sublevadas. "Sin embargo
-añade- por el solo delito de haber sido hallados en el cuartel de
San Gil, fueron sacrificados en montón". ¿No habrá en esta alusión
al pasado, que inmediatamente le trae al lector los luctuosos
sucesos del presente, un poquito de artimaña? Seguramente que sí.
Entonces el poder, dueño de la situación, decidió dar un
escarmiento y, en su precipitación, condenó a muerte a los rebeldes
y, mezclados con ellos, a otros que habían permanecido leales a la
monarquía. Un mayúsculo error. Se hubiese podido repetir la
famosa frase de Tayllerand: "Es peor que un crimen; es un error".
Sin embargo hay un punto fundamental que nuestro articulista
olvida: entonces fueron 76 los fusilados, ahora sólo son seis los
condenados a muerte y ninguno de ellos es inocente.
b) Alegato contra los jueces militares. ¿Quiénes son los
jueces que disponen de la vida de esos desventurados?, se
pregunta Juan Pedro. Pues los mismos -responde al lector- que
momentos antes combatían contra ellos. A partir de este momento
queda claro que la imparcialidad de estos jueces deja mucho que
desear. Pero, si a eso añadimos que la mayoría de ellos tienen
además las manos manchadas en sangre, se comprenderá
claramente que, lejos de impartir justicia, lo único que han hecho
ha sido satisfacer sus instintos de sangre y venganza. Magnífico
argumento contra la justicia militar, pero demasiado osado para
que quedara impune.
c) Exhortación contra la pena de muerte en general y, de una
manera muy especial cuando se aplica por motivos políticos, que,
con toda razón, termina calificándola de "barbarie de los tiempos
de la Edad Media, conservada en los tiempos modernos que se
jactan de su progreso y civilización.
d) Entronque con la situación española de los últimos años,
con unas alusiones muy bien claras a Sagasta -en ese momento en
el poder- y unos dardos muy bien afilados contra los conservadores
que, desde la oposición, azuzaban al Gobierno para que hiciese uso
del rigor y el escarmiento. "España, es sin duda, -nos dice- la
nación donde más sangre se ha vertido por causas políticas, no en
las batallas y combates, que es inevitable, sino en los suplicios a
que han sido condenados los que han tenido la desventura de no
triunfar".
e) Una llamada a la misericordia, desde el escepticismo, ( se
podría resumir en el siguiente axioma: sólo los hombres superiores
son capaces de perdonar), con una aclaración muy importante: él
pide misericordia para los vencidos, no porque sean republicanos
-igual la pediría si defendiesen otra causa-, sino simplemente
porque son personas. Termina con una frase terrible, alusiva a los
comienzos del reinado del recién nacido rey Alfonso XIII :
Primera ola de sangre, que baña la cuna de un niño.
Hay otro aspecto interesantísimo para el lector de hoy: el
indiscutible contenido premonitorio del artículo. Sin saberlo Juan
Pedro Mesa de León, al tiempo que recrimina la iniquidad de
aquellos jueces de 1866, está condenando todas las iniquidades
futuras y muy especialmente la que, justo setenta años después,
llenaría de nuevo de sangre y horror todos los campos de España.
Por si fuera poco este artículo de fondo había además,
repartidos por las páginas de aquel número de La Publicidad, otros
dos dardos contra la autoridad, que no podían quedar impunes: uno
era el de la sección Última hora, con un alfilerazo contra el
hombre fuerte de la monarquía -únicamente llegan a provincias los
periódicos que logran el visto bueno del general Pavía y el otro, el
artículo de humor de ese día, que comienza con esta significativa
frase: "¡Hola, Sr. Pamplinas!" (¿Se refería a alguna persona
concreta a la que apodasen así?). Suficiente todo esto a los ojos
del poder para que al día siguiente se personase el juez del distrito
del distrito del Salvador y tras incautarse de los números aún no
vendidos del periódico, detuviese a su director.
El dignísimo juez que, cumpliendo órdenes de arriba, fue a
intervenir los números de La Publicidad y a detener a su director,
ni remotamente pudo adivinar la propaganda que, sin proponérselo
ni quererlo, le hacía al periodista y al periódico. En el número del
día 28 de septiembre La Publicidad da cuenta de la detención de su
director y el 29 puede anunciar a toda plana y con orgullo la
cantidad de personalidades que han pasado por la prisión de la
Audiencia a visitar al detenido. Entre ellos, nada menos que
Mariano de Cavia de visita en Granada. Esta masiva respuesta de
la ciudad le permite al periódico escribir estas líneas en el editorial
de esa misma fecha:
La prisión de nuestro director, llevada a cabo como
consecuencia de la denuncia de que hemos sido objeto, nos
ha proporcionado pruebas inequívocas y evidentes de las
generales simpatías que "La Publicidad" merece a nuestros
estimados correligionarios y a los que no lo son.
Perdónesenos esta inmodestia y entiéndase que nos hacemos
eco de las felicitaciones y de los plácemes que se nos han
dirigido, por lo que respecta a ese joven escritor, a ese
entusiasta y consecuente republicano, a ese periodista
infatigable, que actualmente se halla en la cárcel de la
Audiencia: a nuestro respetable director y siempre querido
amigo y compañero don Juan Pedro Mesa de León.
Desde anteayer, a las siete y media de la tarde, en que fue
preso, hasta el momento en que escribimos estas líneas, no
ha transcurrido un solo instante que deje de ser visitado por
cariñosos amigos particulares o políticos. Hasta los que sólo
de vista o por su nombre lo conocían han ido a la cárcel
para darle un abrazo o estrechar su mano. En la prisión
hemos visto desde el modesto obrero hasta las personas de
más elevada posición y, como en otro lugar decimos, muchos
abogados eminentes de este ilustre colegio se han acercado a
nuestra redacción y al director de "La Publicidad"
ofreciéndonos sus valiosos servicios.
En contraste con la masiva respuesta de la ciudad, llama la
atención la palpable frialdad de los otros dos periódicos de
Granada, La Lealtad y El Defensor, mucho más conservadores y al
servicio del poder. Contra ellos lanzará, desde el primer momento,
sus dardos La Publicidad. El mismo día que el periódico da la
noticia de la detención de su director (28 de septiembre) aparece el
artículo titulado ¡¡Ya lo habéis conseguido!!, todo él cargado de
acíbar contra los otros dos periódicos.
Al día siguiente, 30 de septiembre, la lista se amplía con
nuevas visitas. Entre ellas tres comisiones de estudiantes. También
comienzan a llegar infinidad de cartas y tarjetas de simpatía y
adhesión hacia el preso, (entre ellas una carta con 64 firmas) y,
para que nada falte, la tuna de la Universidad de Granada se ha
unido también a los visitantes interpretando a la puerta de la cárcel
sus mejores pasacalles. Por el periódico del día siguiente, primero
de octubre, quedamos informados de dos noticias muy importantes
relacionadas con el caso. La primera dice así:
"Ayer, a las dos y media de la tarde, se notificó a
nuestro querido amigo y digno director la ratificación del
auto de prisión que fue dictado con fecha 27 del corriente.
La segunda es ésta:
Ayer oímos con insistencia que el eminente
jurisconsulto y profundo filósofo don Nicolás Salmerón y
Alonso se iba a encargar de la defensa de nuestro querido
director.
Ambas noticias merecen un pequeño comentario. La primera
nos informa que la suerte del joven director de La Publicidad ya
estaba decidida antes de que el "dígnísimo" juez se personara en
los locales del periódico y oyera una sola palabra del acusado. Su
visita fue, pues, puro trámite para cubrir las apariencias. La
segunda de estas noticias -en ella se nos anuncia la intervención de
Nicolás Salmerón como abogado de la defensa-, también tiene su
importancia. Basta recordar las ideas de Salmerón y el
predicamento de que gozaba en España para comprender su
alcance. Si los que mueven los hilos en este proceso dejan que todo
siga su curso, se exponen a que Salmerón convierta el juicio en una
tribuna de propaganda republicana; si sueltan al detenido,
simplemente, se habrán metido en un berenjenal para nada. ¿Qué
hacer?, debieron pensar.
Prevaleció la línea dura y la primera medida que tomaron fue
la detención del director interino del periódico, según se nos
anuncia en el número del día 2 de octubre :
Segunda denuncia de "La Publicidad" y prisión de otro
director. El redactor jefe de este periódico, don Juan Huertas
Lozano, que interinamente dirigía "La Publicidad", fue preso
anoche a las diez menos cuarto, como consecuencia de la
denuncia de nuestro número de ayer, llevada a cabo por el
Sr. Fiscal de la Audiencia de este territorio. Ya hay dos
directores de "La Publicidad" en la cárcel. ¡Vamos andando!
Sin embargo el número de La Publicidad del 3 de octubre es
posible leer: El domingo, a las cinco y media de la tarde, fue
puesto en libertad don Juan Huertas Lozano, redactor jefe de este
periódico, habiéndose hecho cargo interinamente del mismo.
¿Cambio de postura de jueces y fiscales? No, simplemente una
manera de enseñar los dientes para que el resto de la plantilla sepa
lo que le espera si saca los pies del barreño. Mientras tanto los
periódicos conservadores de Granada, al tiempo que sus directores
visitan al preso en la cárcel, siguen frotándose las manos.
¿Le interesaba al Poder hacer del director de La Publicidad
un nuevo mártir de la causa republicana? En modo alguno. Mucho
menos que la cárcel de la Audiencia se convirtiese, como ya estaba
sucediendo, en la visita obligada de toda persona de bien de
Granada. Y todavía menos que Nicolás Salmerón tomase cartas en
el asunto y transformase la defensa del detenido en una tribuna de
exaltación de las ideas republicanas. Por otra parte, las consignas
que, pasado el primer momento de consternación y rabia, llegaban
de las autoridades de Madrid iban mucho más hacia el perdón que
a la inflexibilidad de la ley. ¿No había comenzado la reina Regente
dando el ejemplo al conceder su indulto a los que habían intentado
terminar para siempre con la monarquía? ¿Tenía sentido ensañarse
con un hombre cuyo único delito era haber escrito un artículo de
periódico? En modo alguno. Así que los que desde la sombra
movían los hilos, insinuaron a jueces y fiscales la conveniencia de
cambiar el rigor por la mansedumbre.
Estos consejos dieron muy pronto sus resultados. En La
Publicidad del 6 de octubre del 86 podemos leer:
A última hora: Nuestras esperanzas se han realizado.
Ayer, a las cinco de la tarde, recobró bajo fianza la libertad
nuestro muy querido director don Juan Pedro Mesa de León.
Desde la cárcel a la redacción fue acompañado por el señor
don Pablo Jiménez González, jefe del partido republicano
progresista de la provincia, los señores Perales (don Pablo),
Sansón, Jiménez (don Joaquín y don Juan de Dios), Pérez
Robles, Palomares, otros muchos amigos particulares y
políticos, y todos los redactores y empleados de "La
Publicidad". Poco más tarde recibía la visita de infinidad de
personas en nuestra redacción y desde mañana se encargará
nuevamente de dirigir nuestro periódico".
El Poder había creído en la eficacia de su medicina -aquellos
siete días en el calabozo de la Audiencia- para curar a nuestro
protagonista de sus impaciencias republicanas. No tuvieron en
cuenta su testarudez ni la de su entorno. Tan sólo llevaba quince
días libre y en la calle cuando el 21 de octubre de aquel mismo
año, volvió a caer en el mismo pecado: un editorial una vez más
lleno de dardos contra la monarquía. Baste, como muestra, estos
fragmentos que a continuación reproducimos:
Ya sabemos como Fernando VII confirmó su renombre de "El
Deseado" y se hizo querer y respetar de sus súbditos, y eso
que llevó su rigor hasta el extremo de prohibir periódicos y
cerrar universidades y tener el patíbulo siempre alzado para
los que profiriesen una sola palabra "subversiva". Ya
sabemos cómo la reina gobernadora, doña María Cristina,
la que entró en España vestida de azul y dio a los liberales
ese color como símbolo de esperanza conservó el afecto de
sus protegidos, y eso que se rodeó constantemente de
moderados capaces de amordazar y de fusilar a su misma
sombra. Ya sabemos cómo el idolatrado Espartero conservó
la regencia del reino y su inmenso prestigio, y eso que se
atrevió a bombardear Barcelona y Sevilla. Ya sabemos cómo
doña Isabel II, el símbolo de las libertades públicas durante
la guerra civil de siete años, se hizo idolatrar de los
españoles, y eso que se aconsejaba por los hombres de la
inteligencia permitió fusilamientos al por mayor y llevó las
persecuciones hasta el extremo de desterrar hasta a su
misma familia y a sus mejores generales. Ya sabemos cómo
don Alfonso XII , con el eficaz auxilio de los conservadores,
en vez de llamarse destructores, logró impedir sublevaciones
como las de Badajoz, Seo de Urgel y Santo Domingo de la
Calzada. (29)
Algunos días después, -2 de noviembre de 1886-, la
publicación de otro artículo, -Vida y muerte era su título- da de
nuevo con sus huesos en la cárcel. El número de La Publicidad de
dos días después, comentando el percance, hace una alusión muy
clara contra el fiscal territorial de la Audiencia de Granada -el
todopoderoso Francisco Sales Morillo, el hombre fuerte del
momento-, y a su deseo de hacer méritos a los ojos de quienes
están por encima de él. Es lo que sugieren estas líneas, llenas de
ironía, del artículo:
Nosotros creemos firmemente que el Sr. Morillo se
inspira en el sentimiento que el concepto de su deber le
sugiere y no en la pasión política o en los consejos de los
hombres que pertenecen al partido que gobierna actualmente
la nación; con entera buena fe pensamos que no es el deseo
de contraer méritos ante los ojos de su jefe el Sr. Alonso
Martínez o cualquiera otro personaje de la situación, lo que
impulsa al Sr. Morillo a perseguirnos, sino su anhelo para
llenar con la más cumplida perfección los deberes que su
cargo le impone.
El día 9 hay otra denuncia y el 11 la sección editorial de La
Publicidad se titula así: Siguen las denuncias y las prisiones.
Después leemos:
A las tres de la tarde compareció el Sr. Mesa de León a
declarar, y a las siete de la noche ingresó en la cárcel de la
Audiencia en virtud del auto que dictó el Juzgado referido.
Es la séptima denuncia que desde el mes de agosto sufre
nuestro diario y, hoy como antes, aguardamos con absoluta
tranquilidad el fallo de los tribunales. (...) Todos los números
que han visto la luz de "La Publicidad" durante el mes
corriente han sido denunciados.
En páginas interiores se nos da cuenta -una vez más-, de las
numerosas visitas que el Sr. Mesa de León había recibido en la
cárcel y del hecho de que en la calle la noche anterior no se
hablaba de otra cosa
En otro lugar de ese mismo número se nos informa de algo
que muy pronto va a tener una gran importancia en la vida de
nuestro protagonista: el nacimiento del partido reformista. La
Publicidad, con clara alusión al partido conservador y liberal, lo
define como El tercer partido. Será a este tercer partido al que,
después de algo menos de un año de agitada militancia en el
republicanismo progresista y con más de siete denuncias a las
espaldas, pero con un gran prestigio como periodista y director, se
va a asir, como náufrago a la tabla de salvación, Juan Pedro Mesa
de León. Ha comprendido al fin que, de momento, el partido
republicano, aparte de la cárcel, no lleva a ninguna parte.
Pero de todos estos cambios de la Publicidad el que
aquí más nos interesa corresponde a su plantilla que en 1887 sufre
un importante reajuste que da al traste con la dirección de Mesa de
León y coloca al frente del periódico a su fundador y mecenas
Fernando Gómez de la Cruz. ¿Qué había ocurrido?
Hay una doble razón que explica esta deserción: por un lado,
el evidente fracaso del partido republicano progresista que debió
producir, mientras estaba en la cárcel, más de una pregunta adversa
en la mente del joven periodista; por otro, el nacimiento de un
nuevo partido -el reformista de Romero Robledo y López
Domínguez -, que muy pronto tendrá necesidad de hacerse oír del
ciudadano de a pié y nada mejor para ello, en aquella época, que la
tribuna de un periódico que reflejase sus ideales. Estas dos razones
explican que el día doce de febrero de 1887 publicase La
Publicidad en su sección Crónica Local la siguiente nota
Anoche, a última hora, recibimos una carta de nuestro
queridísimo compañero don Juan Pedro Mesa de León, en la
que nos manifiesta su determinación irrevocable de
separarse en absoluto de este periódico y su deseo de que en
el presente número así lo hagamos constar. Con el más
profundo sentimiento acatamos las órdenes de nuestro
siempre estimado amigo e irremplazable director, cuyos
servicios no olvidaremos jamás.
Desde ese momento tenía las manos y la mente libres para
incorporarse a otro periódico y a otras ideas.
LA POLÍTICA, periódico reformista.
Ahora el mecenas es Indalecio Abril y León. Detrás de él está
el tercer hombre de la política española del momento, Francisco
Romero Robledo y su nuevo partido reformista, surgido a raíz de
sus desavenencias con Cánovas e integrado, como ya sabemos por
el periódico La Publicidad, por los decepcionados de todos los
demás partidos de entonces.
¿Quién es este nuevo protagonista de la política española que
las malas lenguas, con descaro, apodan El Pollo de Antequera?
Melchor Almagro San Martín, que conoció personalmente a
Romero Robledo, lo retrata así a su llegada a las Cortes un día
cualquiera del año 1900: "Fornido, prestancioso, ligeramente
encorvado, la tez rosada, el cabello rubio, escaso y rizado, que
deja sobre la frente dos profundas entradas, y la boca prominente,
entra despacio y se sienta en el escaño, (…) Romero apoya sus
brazos sobre el espaldar del escaño frontero y pasea una mirada
fría y dominadora, que diríase de divo en candelero, por la sala,
ya repleta.
Entre Mesa de León a Romero Robledo en seguida cundió la
amistad. Precisamente, uno de los rasgos que Azorín destaca de
Romero Robledo es su facilidad para crearse amigos. "Tenía
Romero Robledo -nos dice- como rasgos salientes de su carácter,
el culto a la amistad y la inquietud; lo arriesgaba todo por un
amigo y no podía imaginar una vida quieta". En el caso de Mesa
de León -dos generaciones más joven que Romero Robledo, entre
ambos mediaban nada menos que 21 años, hubiera podido ser su
padre-, esta amistad tenía mucho de respetuosa admiración. En
cambio, para el Pollo de Antequera, que tanta necesidad sentía de
contar con exégetas y difusores de sus ideas políticas, era ante todo
una pluma que defendía vigorosamente los postulados reformistas.
Cabe preguntarse cómo pudo ser que el joven Mesa de León
diese tal salto político –del más radical republicanismo al
reformismo de Romero Robledo-; pero, si analizamos con
detenimiento los postulados romeristas, vemos que el salto no fue
tan vertiginoso como a primera vista pueda parecer. De todos los
políticos pro monárquicos era Romero Robledo el más próximo a
los postulados republicanos. En 1901, al hablar de República y
Monarquía, Romero Robledo dijo publicamente en el círculo de su
asociación: “Yo estoy en la linde”. Si así se expresaba en público,
¡qué no diría en la intimidad de su despacho, en las redacciones de
los periódicos reformistas o en los paseos con los miembros más
allegados del partido “Romero Robledo –reconoce Melchor
Fernández Almagro- había adoptado la intrépida táctica de situarse
en la línea fronteriza de la Monarquía y la República”.
El primer número de La Política apareció el día primero de
marzo de 1887. Sabemos por el número siguiente del periódico que
tal acontecimiento se celebró con un gran banquete en la casa del
magnate Indalecio Abril. Asistió tal número de invitados que la
cena se realizó en varias tandas. Mesa de mármol de una sola pieza
-se nos informa- para más de treinta invitados cada vez. Criados
que iban y venían con los más exquisitos manjares, lujo y
distinción. El acontecimiento principal llegó ya de madrugada: A
las dos de la mañana se recibió el primer número de nuestro
periódico -nos sigue informando el diario-, cuya tirada se había
anticipado para que pudiera ser leído allí antes que en parte
alguna, y que mereció a todos los concurrentes un juicio que a
nosotros no nos toca reproducir.
En un rincón, aparece una noticia que atañe al periódico
anterior. Dice así: El viernes de la presente semana volverá a
aparecer "La Publicidad", continuando viendo la luz dos veces
cada semana, los lunes y los viernes, con el mismo carácter
político que antes tenía, aunque independiente. La suscripción por
mensualidades sólo costará tres reales.
El buen entendedor ya ha comprendido que La Publicidad,
tras el fracaso de ver realizados sus ideales políticos, ha entrado en
una etapa de decadencia de la que le va ser muy difícil salir. Sin
duda fue ésta, unida a la pujanza del nuevo partido reformista, la
razón principal de la deserción de su director, Juan Pedro Mesa de
León. Al fin, ha terminado por comprender que el partido
republicano no le lleva a ninguna parte. Sin embargo, él va a
continuar su amistad con los líderes republicanos del momento .
Así lo demuestra la correspondencia que ha llegado hasta nosotros.
Juan Pedro Mesa de León ha cambiado de partido y de
periódico pero las espadas siguen desenvainadas y alzadas contra
él. En el número del día ocho de marzo ya es todo un artículo de
fondo de La Política contra sus colegas La Lealtad y El Defensor.
Su título, La conjuración del silencio, no puede ser más
significativo:
Pudiera ufanarnos por nosotros y nos duele por ellos, que
"El Defensor" y "La Lealtad" hayan pactado, a lo que se ve, de
hecho por lo menos, contra nosotros, lo que bien podemos llamar
"conjuración del silencio".
¿Qué puesto ocupa Juan Pedro Mesa de León en este nuevo
periódico? El de redactor. El hecho de que aún se halla pendiente
de juicio su proceso impide que su nombre figure en cabecera
como director, pero es muy posible que, en la práctica, fuese él
quien llevase las riendas de La Política. Por el número del día 22
de marzo de 1887 sabemos que el día antes tuvo lugar en la
Audiencia de Granada el juicio contra Juan Pedro Mesa de León en
el que el fiscal de su Majestad pidió contra él nada menos que
treinta años y tres días cárcel por tres supuestos delitos de prensa.
Sin embargo, según se nos informa en el periódico del 29 de marzo
la sección segunda de la Audiencia terminó absolviéndolo de todo
delito. No obstante, hasta el día diez de mayo no figura como
director del periódico. Hay una razón que explica este retraso: el
atentado de que fue objeto Juan Pedro de Mesa León, precisamente
al día siguiente de que la Audiencia lo declarara libre de toda culpa
y pena, atentado que lo mantuvo en cama unos quince días. Pero
todo esto, así como otras denuncias que muy pronto van a caer
sobre nuestro protagonista, bien merece capítulo aparte.
Es indudable que lo poco acomodaticio de su carácter, sus
constantes dardos contra el Poder y sus diferentes acólitos y
aliados, le produjo a Juan Pedro Mesa de León numerosos
enemigos. En las varias ocasiones en que fue detenido y La
Publicidad, en un deseo de demostrar que no estaba solo, nos daba
esas casi interminables listas de personas que lo habían visitado o
enviado una carta de simpatía, nos ofrecía sólo una cara del asunto:
mientras que numerosas personas iban a visitarle, agazapado en
alguna parte de esta ciudad tan dada a las envidias y zancadillas,
había alguien que se frotaba, entre sonrisas, las manos. En tanto
que su proceso estuvo en pie sus varios enemigos confiaron en que
terminase definitivamente en la cárcel y se acabase para ellos de
una vez y para siempre la pesadilla Mesa de León. Aquellos deseos
de venganza se vieron truncados en el ya referido juicio del 29 de
marzo. ¿Qué hacer?, debieron pensar sus enemigos, ¿aceptar la
decisión del juez y dejarlo vivir en paz o tomarse la venganza, que
no justicia, por su mano? Naturalmente, prevaleció este último
criterio. Cinco días después del fallo del juez, Juan Pedro tuvo
ocasión de comprender en sus propias carnes que sus enemigos no
habían depuesto las armas. La Política del día 5 de abril lo titula
Incalificable atentado y lo resume así:
A las cinco de la tarde de ayer salieron de esta
redacción para dar un paseo los señores don Indalecio Abril,
don Rafael Garay, don Manuel Alonso Zegrí y el redactor de
este periódico don Juan Pedro Mesa de León. Al llegar a la
calle de los Reyes Católicos, cerca de Puerta Real, se
aproximó a dichos señores el teniente de alcalde fusionista
señor Martín Adame y expresó su deseo de hablar con los
señores Zegrí y Mesa. Unidos los señores Zegrí, Mesa y
Adame marcharon hablando hacia la calle Recogidas, y
después de dirigir el señor Adame al señor Mesa palabras
injuriosas y de quedarse ésta atrás, apartándose por
indicación del señor Zegrí, se quejó ésta a Adame en términos
amistosos, de los ataques que nuestro periódico le dirigía, y a
su hermano el famoso "guarda-almacén". Siguieron así
departiendo por la calle Recogidas y, al llegar a las afueras
de la población, a la altura del taller del señor Moreno,
apareció de improviso el "guarda almacén" y, diciendo en voz
alta "Ya están buenos ahí, vamos con ellos", empezó a
descargar furiosos golpes por la espalda con un palo sobre el
señor Mesa. El teniente alcalde fusionista, que llevaba
paraguas y bastón debajo de la capa, levantó el último y
empezó a descargar a su vez sobre el señor Alonso; pero éste
pudo sujetarle en el acto y separarse para socorrer a su
compañero, no sin recibir también algún golpe.
Afortunadamente, el guarda de consumos cercano y otras
varias personas acudieron y lograron contener a los
agresores y evitar el desagradable desenlace que tan inicua
escena pudo tener.
La clásica encerrona con matón -el propio hermano del
teniente de alcalde- y paliza incluida. ¿Finalidad? Tener bien
amordazada a la prensa y evitar que nadie hable de los tejemanejes
de aquellos concejales que tanto se parecían a los de hoy. El
comentario del propio periódico no puede ser más explícito sobre
el particular:
"Si con esto -nos dice- un teniente de alcalde y un
empleado del Ayuntamiento, su hermano, han creído que se
modificaría en poco ni en mucho la marcha de La Política y su
libertad de criterio, hánse grandemente equivocado. Nuestro
decoro nos impone ser hoy más firmes en nuestras justas
censuras y doblemente enérgicos en la crítica de las torpezas
y desaciertos de nuestros adversarios. Y en otro comentario,
publicado algunos días después, -exactamente el 10 de abrilse pregunta el periódico: ¿Habrán creído esos ... "señores"
que con la "brutal elocuencia de los palos" van a conseguir el
silencio de la prensa?
Palabras, adhesiones, discursos... pero él continúa en la cama.
Mientras tanto sigue la lucha de partidos y los entrecruzados
dardos de unos periódicos con otros; pero, dado que muchos de
ellos no son más que el portavoz del partido que los auspicia y
sustenta, ambas luchas se amalgaman y confunden. Así, El
Defensor de Granada, siempre dirigido por Seco de Lucena, está
tan marcadamente del lado del poder, en aquel entonces
representado por el gobernador Sellés, que La Política, lo llama
"El Defensor de Sellés" y cuando se empieza a hablar de cambio
de gobernador en Granada, al Defensor le aqueja tan súbita
tristeza, que La Política le dedica este gracioso pareado:
"Esto va a ser tan espantoso
que pone al Defensor hasta lloroso".
El hecho de utilizar el epigrama como arma arrojadiza contra
el adversario, era un procedimiento relativamente frecuente en
aquellos años. He aquí otro ejemplo, tomado de La Política (19-51887), en el que se intenta describir un día de calma chica en la
azarosa ciudad:
"El fusionismo en reposo,
al pelo los reformistas,
y todos los canovistas,
como siempre, haciendo el oso".
¿Quién sería el autor de esta cuarteta tan llena de acíbar
contra los conservadores? No lo sabemos, pero todo nos hace
pensar que muy bien pudo ser obra del nuevo y dinámico director
que, ya curado de sus heridas, había tomado las riendas del
periódico nueve días antes. Su facilidad para la poesía y la alusión
satírica nos llevan a esta conclusión, sin que podamos afirmarla
con toda rotundidad. Lo que sí podemos afirmar, sin lugar a
equívocos, es que fue tomar él la dirección del periódico, y
comenzar como antes con La Publicidad, las denuncias. Estaba
clarísimo que, en alguna parte, enquistado en la sombra, había
alguien que buscaba por todos los medios deshacerse de ese dedo
acusador que, ya en un periódico ya en otro, clamaba contra los
abusos de aquella época que, ¡ay!, tanto se parecían a los de la
nuestra. De la primera de estas denuncias contra el director de La
Política tenemos noticias por el número del 23 de julio de 1887.
Debió producirse el 23 ó el 22 del mismo mes. La razón invocada
es un artículo titulado "El alcalde de Dúrcal", así como un suelto
sobre el "Manifiesto de Cádiz". En los días sucesivos continúan las
denuncias a razón de casi una denuncia por día, hasta el extremo
que el 28 de julio puede proclamar el periódico: Cero y van tres. El
Sr. Fiscal de la Audiencia que nos dedica preferente atención tuvo
la bondad de denunciarnos ayer por tercera vez. Lo más
asombroso de esta última denuncia es que el artículo en cuestión
era un suelto copiado de La Publicidad, donde había sido
publicado sin el menor problema. Lo cual le lleva al periódico al
siguiente razonamiento: ...si en Granada se publica un periódico y
en sus columnas ve la luz un suelto que no es denunciado, y el
número de ese periódico circula libremente, es muy extraño que al
copiarlo otro, éste sea llevado a los tribunales, originándole
gravísimos perjuicios y, entre otros, el no poder servir la
suscripción de fuera.
Una vez más varias plumas ilustres arremeten contra tal
arbitrariedad. Entre ellas es especialmente interesante el
comentario que hace El Cronista de Sevilla, ciudad en la que
anteriormente había estado Sellés de gobernador. Comienza así el
artículo de Sevilla:
Nuestro antiguo conocido don Eugenio Sellés, el gobernador
dramaturgo, como aquí lo llaman, continúa aún en Granada
dando pruebas de ineptitud política y administrativa, que aquí
dejó tan evidenciada. Termina con estas significativas palabras
dirigidas más que a Sellés al ministro de Gobernación: ¡Y don
Eugenio sin darse por entendido! Y el bueno del Sr. León y
Castillo sin acabarse de convencer de que estos gobernadores
dramaturgos no entienden "de indirectas".
Así las cosas, una vez más hubo juicio en la Audiencia contra
nuestro hombre. El abogado defensor de Mesa de León, don
Francisco Camps, tuvo que echar mano a los mejores tratados de
historia y de lingüística para sacar a su defendido del atolladero. Se
le acusaba de haber llamado "déspota" al rey Felipe V, de
considerarlo uno de los responsables de la decadencia española y
no apiadarse el articulista de sus desgracias. El ilustrado abogado
-nos dice La Política del 11-11-87- explicó el verdadero sentido
jurídico y político de la palabra "déspota"; repitió que el fiscal
había visto en el artículo denunciado lo que ni de su lectura podía
adivinarse, ni era dado adivinar; hizo después la historia de la
reconquista, que comenzó en las alturas de Covadonga y terminó
ante los muros de Granada, y en una conclusión digna de tan
notable defensa, interesó nuevamente el señor Camps que fuera
absuelto el señor Mesa de León. Y así ocurrió: una vez más
nuestro protagonista fue absuelto. Había ganado, pero era una
victoria pírrica: quedaba bien claro que, al menor desliz, se vería
de nuevo ante los tribunales en una lucha sin cuartel en la que sus
enemigos jamás le dejarían vivir en paz. Y si por llamar "déspota"
a Felipe V lo habían sentado en el banquillo de los acusados, es
fácil imaginar lo que habría ocurrido si se hubiese atrevido a
llamar "narizotas" al imbécil de Fernando VII o se le hubiese
ocurrido aludir a los deslices de alcoba de doña Isabel.
La naturaleza también andaba revuelta y el día 14 de mayo de
aquel lejano año 87, a las tres de la tarde, descargó una terrible
tormenta de agua en las cercanías de Granada que a las seis de la
tarde provocó varios reventones del embovedado del río Darro con
la consiguiente inundación de toda aquella zona. El agua salía a
torrentes -nos informa La Política del día 15 de mayo llegando
hasta los balcones de los pisos principales. En la esquina de la
calle Reyes Católicos, frente a la lotería, un inmenso surtidor
hacía llegar el agua a la altura de los tejados. Sin embargo, a
pesar de lo aparatosa, aquella sólo era una tormenta pasajera. El
mismo periódico nos informa que a las tres de la mañana del día
siguiente, el cielo estaba completamente despejado. No ocurría
igual con la vida política de Granada.
Unos días después Juan Pedro Mesa de León abandonaba
Granada.
Francisco Gil Craviottto.
Resumen de la primera parte del Libro "Mesa de León, un
periodista entre dos siglos (1859-1937)". Edit. Albaida. Granada.
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