c SOCIEDAD Reflexiones de un francés y cristiano El bicentenario de la Revolución Francesa JEAN-YVES CALVEZ, S. J. Con ocasión de la celebración del bicentenario de la Revolución Francesa, el autor, actual director de la revista Etudes. hace un recuento de los juicios actuales sobre ese acontecimiento fundacional. Desde la perspectiva de francés y de cristiano reflexiona sobre los derechos humanos, la organización política que asegure la libertad, y e! gobierno de! pueblo por el pueblo, tres puntos que pueden ser considerados como herencia de la Revolución. Termina formulando las que pueden ser las tareas pendientes si Francia —y nosotros en general— queremos ser fieles a lo mejor de esos aportes. Este articulo fue publicado originalmente en la revista Projet, Septiembre • Octubre 1988. a identidad francesa oficial tiene un vinculo muy fuerte con la Revolución de 1789. En el momento en que cierto número de parlamentarios, hasta entonces legitimistas, se alineaban con la República, allá por 1900. la Revolución era un verdadero santo y seña, "¿Acepta Ud. la República?" interrogaban los republicanos a estos ex-legitimistas. Y enseguida: "¿Sí?, pero ¿aceptan Uds, la Revolución?". En eso consistía la prueba. Sin duda, hoy, no se plantearía esto de la misma manera. No obstante, sigue siendo cierto que, por lo menos para la gran mayoría de los franceses, la Revolución es el acontecimiento "fundacional" de la Nación, en todo caso de la Francia Moderna, sin olvidar que tiene raíces en algo más antiguo. L MENSAJE N" '180 JULIO 1989 La Revolución americana es igualmente "fundacional" para los EE.UU. Imagino que dentro de cien años la Revolución rusa tendrá para los pueblos de la Unión Soviética —si es que ya no la tiene— esta misma naturaleza, cualesquiera que sean los avatares de su historia. E! problema de los franceses, por lo menos en comparación con los norteamericanos, es que este acontecimiento fundacional sólo es positivo en una de sus partes. Por la otra es menos glorioso, es ambiguo y, por ro menos, discutible. No es el acontecimiento fundacional absolutamente positivo que desearíamos. ¿Qué decir del Terror? Está 1789, la toma de la Bastilla, el abandono y eliminación de los privilegios la no- che del 4 de agosto, la Declaración de los Derechos Humanos, la instauración del Gobierno por el pueblo: l^ mayoría de los franceses se 'econoce en estos rasgos. Pero también están 1793 y algunos hechos ya en 1792. Sobre todo está el Terror, que hoy día es cuestionado seriamente aunque antaño se lo excusaba con frecuencia. El Terror es evocado más bien sobriamente, sin ningún juicio realmente negativo, por el Petit Larousse ¡Ilustré, edición de 1986, con el texto siguiente: "Nombre dado a dos períodos de la Revolución Francesa. El primer Terror (10 de agosto - 20 de septiembre de 1792), tuvo por causa la invasión prusiana y se manifestó en el arresto del Rey y la masacre de septiembre. El segundo Terror (5 de septiembre de 1793 • 28 de julio de 1794) provoca la eliminación de los Girondinos y la comparecencia ante el Tribunal revolucionario de muchos sospechosos de los cuales un gran número fue guillotinado. El Terror conoció'su mayor apogeo cuando Robespierre de hecho fue amo de la Convención (abril-julio de 1794), e impuso un régimen de excepción". A su vez, la gran enciclopedia Larousse (1976) observa que "este período causó menos victimas que lo dicho por una leyenda contra-revolucionaria, siendo las estimaciones más 251 c verosímiles alrededor de 40.000 muertos", pero confiesa de manera muy explícita que "esta sangre derramada avergüenza a los herederos de la Revolución". El diccionario enciclopédico de 1985 dice por su parte: "Dentro del espíritu de los Montagnards... el Terror debe ser el instrumento de la defensa nacional. El balance del Terror es el siguiente: de 500.000 personas encarceladas, 17.000 fueron condenadas a muerte después de haber sido procesadas, 25.000 fueron ejecutadas sin juicio alguno y algunos miles murieron en la cárcel por enfermedad o debilidad". Cualquiera que sea la opinión que se tenga de la Revolución, no es posible encontrar hoy gran justificación a esas matanzas. Además no es posible abstenerse de compararlas con otros Terrores que nuestro siglo ha conocido, aun cuando en el caso de la Revolución Francesa las cifras hayan sido más reducidas. Uno ya no se tranquiliza tan fácilmente. Interpretaciones que relativizan Los franceses son cuestionados, en segundo lugar, por una parte de la nueva historiografía de la Revolución Francesa —por lo demás con precursores— que tiende a demostrar que ésta, como tal, fue inútil: la modernización social del país se habría llevado a cabo incluso sin revolución. Hay que ponerse de acuerdo es cierto, respecto a la naturaleza de la transformación social que se produjo. El historiador inglés A. Cobban, por ejemplo trata de explicar que la Revolución Francesa no fue lo que se piensa. ¿Gran sublevación contra un régimen feudal? Fue más bien —dice Cobban— una sublevación contra 252 SOCIEDAD la "creciente comercialización". No fue tanto un movimiento burgués sino más bien "movimiento dirigido contra la penetración de los intereses financieros en el campo".1 No fue una revolución capitalista, sino más bien una revolución contra el capitalismo. "Los burgueses de la teoría constituyen una clase de capitalistas, de empresarios industriales y grandes financistas, los de la Revolución Francesa eran propietarios agrícolas, rentistas y funcionarios. La Revolución fue su obra y, -por lo menos para ellos, fue una revolución perfectamente lograda".2 Una consecuencia sería que, a partir de entonces, Francia, durante mucho tiempo el país más desarrollado de Europa, empieza a atrasarse en su desarrollo económico y se deja sobrepasar por otras naciones. A pesar de todo, la mayor parte de los historiadores considera el advenimiento de la burguesía como resultado de la Revolución Francesa. Pero profundizan el estudio de los aspectos económicos y sociales de este acontecimiento y su preparación, hasta el punto de remitirlo todo a determinismos. La Revolución deja de ser entonces, un acontecimiento muy original. El principal determinismo en cuestión es el de !a transformación burguesa del mundo que se estaba efectuando en todas partes. Se piensa que esta transformación se habría producido aun en ausencia de la Revolución. De hecho se realizó en más de un país sin el tipo de acontecimientos que caracterizamos con la palabra Revolución. Hago alusión aquí al norteamericano R,R. Palmer asi como a J. Godechot, que sostenían en 1955 que "la Revolución Francesa sólo es un aspecto de la revolución occidental, o más exactamente, atlántica, que se ini- ció en las colonias inglesas de América, poco después de 1773 y que se prolongó con la revolución {sin erre mayúscula) de Suiza, los Países Bajos. Irlanda, antes de llegar a Francia". 1 Se relee con frecuencia hoy dia L'Ancien Régime et la Ré volution de Tocqueville. Ahora bien, Tocqueville más que ningún otro, enseña que la revolución — liquidación de un sistema no igualitario— se había realizado en más de sus tres cuartas partes antes de la Revolución. La pregunta subyacente sería una vez más ¿por qué entonces la Revolución misma? A su manera, los marxistas han contribuido también a relativizar la Revolución Francesa. Se trata de una revolución, la revolución burguesa, pero la revolución burguesa sólo es una etapa, no es todavía la que conduce a la resolución del "enigma de la Historia", para hablar como Marx... De nuevo vemos entonces una Revolución Francesa menguada, incluso si se le sigue prodigando alabanzas. La cultura política queda marcada Francois Furet reacciona enérgicamente contra la insistencia en las causas económicas y sociales de la Revolución, en perjuicio de la propia Revolución. Es preciso, dice, "pensar la Revolución", y no solamente informar sobre sus causas, su entorno, su inserción universal, que diluyen el acontecimiento. Sin embargo, Francois Furet tampoco se siente satisfecho con la Revolución. Como Edgar Quinet en el siglo pasado, se inclina a pensar que abortó 1 Le sens de la flévolulion Francaise, Julliard, 1984, p. 70 2. Op. cit, p. 1773 3. Citado por Rene Pucheu FranceForum, julio-sept. 1987, p 29 MENSAJE N° 380, JULIO 1989 SOCIEDAD por no haber sido una revolución del espíritu lo suficientemente radical, por no haber abolido en el espíritu la coacción y la autoridad. Para Quinet "Lo único nuevo de los Jacobinos era su meta. En cuanto a los medios, la coacción y la autoridad, eran lo mismo que habíamos visto entre nosotros durante siglos V La sumisión del hombre había vuelto al galope. Según otros, la Revolución Francesa manifestó una tendencia al radicalismo y a ía "revolución"', muy propia del ^ MENSAJE U° 380. JULIO 1939 temperamento francés. Agravó incluso esta tendencia ya existente y marcó a los franceses, de ahí en adelante, con una "revolucionitis", que no produjo su revolución, según se dice, entre los ingleses, americanos, e incluso los soviéticos. Rene Pucheu escribía recientemente: "Las culturas políticas francesas han sido marcadas en profundidad por la Revolución, como referencia y como tic", incluso cuando ya no se suele hablar de la Revolución histórica. Esta obsesión de la 'revolución' y de la contra-revolución, cont'inúa, esta sacralización de la 'revolución' y este desprecio —en la izquierda— por las 'reformas', en los cuales han caído hasta los moderados como Léon Blum y Francois Mitterrand, se derivan de ahí. Esta tendencia a imaginar también que las elecciones son opciones de sociedad', instantes en que el destino humano cambia radicalmente de la noche a la mañana. En 1981. Jack Lang y Pierre Mauroy ilustraron este rasgo hasta la caricatura. Y el Partido comunista francés, ¿sería acaso lo que es sin la tradición jacobina que, en él, supera con frecuencia al marxismo?"5. En todo caso, este es el juicio espontáneo respecto a Francia de numerosos extranjeros, historiadores y politólogos. Esto empieza pronto con Edmund Burke, gran Whig (conservador) inglés, autor en 1790 de las Reflexiones {muy críticas) sobre la Revolución Francesa. Con las palabras "tradición jacobina" se evoca otro rasgo, también muy criticado. Se la entiende generalmente como centralizadora, uniformadora, dominada por la lógica abstracta. No tengo ninguna intención de dar un juicio al respecto. Constato solamente que, con frecuencia, los franceses discuten en sus políti- cas y en su propia reflexión con algo de esta herencia. No hay duda de que han cambiado recientemente. Lo importante sería cambiar aun más. Quedan aún espacios abiertos Es preciso aclarar estas materias para saber lo que es bueno conservar como verdaderamente fundacional en los acontecimientos de la Revolución. Propongo una cierta respuesta, al nombrar algunos valores que se aceptan sin discusión, como esenciales en la Revolución Francesa, purificada de sus escorias: la existencia de los Derechos Humanos que todo poder debe respetar; la organización del cuerpo político, con miras a asegurar la libertad, pero también la igualdad y, finalmente, el gobierno del pueblo por el pueblo. Y prosigo indicando que el segundo punto en juego en este debate sobre el ¿¡centenario de la Revolución es la definición de las tareas que enfrentamos hoy día si queremos ser fieles a estos valores. Respecto a los Derechos Humanos, en primer lugar, hay muchos problemas sobre los cuales debemos reflexionar. ¿Existen verdaderamente sólo por el hecho de que somos hombres, o bien se les debe considerar como instituidos solamente en el cuerpo político, y, sólo con una existencia muy teórica fuera de él? El realismo anglo-sajón lleva a subrayar que sólo puede tratarse de Derechos Humanos dentro del cuerpo político. Hay "derechos de los ingleses", no del "hombre" en general, se sostenía en ciertos debates de fines del siglo A. Edgar Qulnet: La Révotuhon. ed 1866. p. 64 Ver también Francots Furei: LA Gauche et la ftévotution au miíieü de XIX Si&cle. B. Quinet el ¡a queslion Ou Jacobinisme W65-1BT0, Hachette, 1986 5. Rene Pucheu. Frarice-Forum, arl. cil. 253 c SOCIEDAD XVIII. Existe, sin embargo, el peligro de dar paso a una versión extrema de este realismo, aquella que suscriben los regímenes marxistas, que sólo reconocen derechos dependientes del Estado, porque en definitiva siempre existe la primacía de la sociedad sobre cada persona. El hombre, explicaba Marx, es el mundo del hombre, las relaciones sociales. Hay que reconocer, por lo tanto, derechos humanos que sean anteriores al cuerpo político y que deban ser respetados por todos los poderes. Pero ¿cómo comprender los derechos económicos y sociales cuya realización depende, en la mayoría de los casos, no del respeto a través de la simple abstención, sino de accio nes positivas? Es preciso admitir que ellos también tienen un fundamento radical, como por ejemplo, el derecho a medios suficientes de subsistencia, salud, educación o derecho al trabajo, derecho a la iniciativa económica, derecho a la propiedad. Es necesario reflexionar mucho sobre lo que una afirmación de derechos de esta categoría puede implicar tanto en obligaciones morales no jurídicas de las personas, como en obligaciones jurídicas, esta vez, de los órganos de la comunidad política. De hecho, incluso respecto a los derechos de la primera categoría, es preciso velar por su realización en las leyes y en su aplicación. No cesa el debate en Francia respecto a materias como la detención preventiva y el trato que reciben las personas en las comisarías, la independencia de los jueces (especialmente de instrucción), etc. Por otra parte, se ha planteado recientemente en este mismo país, el problema relacionado con ei trato dado al extranjero — hombre también —, por ejemplo su derecho a recurso judicial en caso de decisión administrativa de expulsión o 254 su derecho a la nacionalidad en determinadas circunstancias y también su derecho de asilo. No creo que todos estos problemas tengan soluciones simples, pero quiero decir que. al proclamar los derechos humanos, no es posible abstenerse de tratar de resolverlos con el máximo rigor, para que ellos sean siempre respetados. No es lícito ser descuidado, tolerante o indulgente en este campo. Establecer una libertad igual La institución de Ja libertad es otro de los proyectos de la Revolución. Con la nueva ola liberal de estos últimos años, los franceses se encuentran otra vez enfrentados al meollo de este problema. ¿Cómo no reconocer que reglamentaciones imprecisas, burocráticas y exceso de papeleo pueden entrabar formas importantes de la libertad? Pero, a la vez, es cierto que es preciso equilibrar la libertad por medio de protecciones en beneficio de los más débiles que corren el riesgo de ser aplastados y dejados de lado en caso de que se instituya la libertad pura y simple. Se ha visto renacer recientemente pobrezas desaparecidas. 'Nuevas pobrezas"... Más bien antiguas, en realidad. La institución de la libertad presenta aun más problemas por el hecho de que ha estado combinada, en todo proyecto surgido de la Revolución Francesa, con la idea de institución de la igualdad. Ciertamente no de toda igualdad, pero en todo caso de la ausencia de privilegios. Ahora bien, una aplicación excesiva del principio de igualdad hace correr el riesgo de eliminar todo estimulo a la libre creación, por lo tanto es preciso tener cierta moderación en las operaciones que ponen los relojes a cero. Pero, por otra parMENSAJE N° 3BQ JULIO 1989 SOCIEDAD Pero, ¿cómo organizar y después controlar la representación? Bajo la III República Francesa (1870-1940) se concebía la representación —legislativa al menos— como dotada por sí misma de la "soberanía nacional" que el pueblo prácticamente le entregaba al conferirle su representación. Por el contrario, el pueblo ha recuperado hoy constitucionalmente sus derechos. El Parlamento ya no es absoluto. La representación se da en relación con el ejecutivo, tanto como con el legislativo (más indirectamente en relación con el judicial). Y los franceses hacen ahora un cierto uso del sistema de referéndum. El Terror conoció su mayor apogeo cuando Robesplerre lúe amo de la Convención, te, hoy, una multiplicación de privilegios, de situaciones protegidas, resguardadas y garantizadas, a la vez ofenden la igualdad y obstaculizan la libertad. Con frecuencia, la libertad de emprender, crear o trabajar tropieza con las situaciones privilegiadas. En todo caso el ideal de igualdad quiere que trabajemos por la mayor igualdad de oportunidades posible. ¿Cuánto no queda por hacer en este sentido, respecto a educación, por ejemplo, y a la preparación de los jóvenes para entrar en la vida? Queda, por lo tanto, un amplio campo por reexaminar si se quiere lograr hoy la institución de la libertad y de la igualdad, asi como la combinación más oportuna de ambas. ¿El pueblo soberano? Finalmente, la Revolución Francesa legó el proyecto de gobierno del pueblo por el pueblo, por lo tanto de la deMENSAJE N ' ÍStl. JULIO 1989 mocracia. Ella hablaba más bien de "soberanía popular". Un primer problema seria por lo tanto el de los límites del concepto mismo de gobierno del pueblo por el pueblo. Hannah Arendt. filósofa del anti totalitarismo, insistía en que se distinguiera el origen del poder, que es el pueblo, y la fuente de la ley que para ella es la Constitución (en todo caso, un principio superior a nuestra voluntad cotidiana). En resumen, ni el pueblo ni ninguno de los poderes son absolutos. Por lo demás, es aqui donde se evoca la primacía de los derechos del hombre por sobre todo poder, que la propia Revolución Francesa proclamó, así como afirmó la "soberanía del pueblo". El segundo problema que replantea sin cesa/ el principio del gobierno del pueblo por el pueblo es el de la representación. Porque el pueblo entero no puede gobernar en todo momento a todo el pueblo. Este da mandato a representantes para que lo gobierne. Más aún, hay una cierta tendencia a la democracia directa e, incluso, instantánea. El recurso a ¡as encuestas refuerza esta característica. La práctica de las instituciones ha frenado felizmente este fenómeno haciendo reconocer que una nueva mayoría —parlamentaria— de ningún modo anula la representación conferida anteriormente por otra mayoría, a un Presidente. La tendencia, sin embargo, se orienta hacia la práctica de una democracia más directa que en el pasado. Pero esto no se da sin inconvenientes, Hay una gran ventaja para compensar los movimientos demasiado bruscos de la opinión, en que la deliberación sobre materias mayores se realice en lugares de debate publico, en cierto sentido profesionales, como son los parlamentos. Tal vez resulta también más fácil por este medio, evitar que las mayorías aplasten a las minorías. Uno de los problemas delicados que conllevan de hecho los sistemas democráticos es el recurso a la decisión mayoritaria. Es indudable que esta modalidad de decisión es práctica y probablemente la única a la que se 255 SOCIEDAD pueda generalmente recurrir. No obstante, no pasa de ser un sucedáneo de la "voluntad general" con la cual soñaba Jean Jacques Rousseau... Por otra parte, la mayoría puede aplastar a las minorías. Hoy se percibe cada vez más claramente, sin renunciar al sistema de decisión mayoritaria, la necesidad de recurrir a procedimientos que permitan tomar en cuenta lo más posible todas las opiniones, incluso minoritarias, sobre todo cuando lo que está en juego atañe la conciencia misma de los hombres. El reconocimiento mutuo, pluralista, entre grupos o tendencias diversos parece convertirse — cuando se desarrollan la diversidad y la individualidad- da en este problema del pluralismo. Pero esto nos remite, por otra parte, a un tercer debate en torno al bicentenario: materia especial para los cris tianos y sobre todo para los católicos. Es imposible ignorar hoy que hubo un conflicto violento entre la Revolución y la Iglesia. No desde el primer instante, es cierto, pero muy pronto, desde los preparativos de la constitución civil del clero que la Asamblea Constituyente terminó de votar el 12 de julio de 1790. El conflicto se expandió después con la exigencia del juramento, las proscripciones y las masacres. Por otro lado, hubo también, en documentos de la Iglesia, condenas sumarias, 'Con frecuencia, la libertad de emprender, crear o trabajar tropieza con las situaciones privilegiadas" en un rasgo de la democracia misma. Todavía estamos procurando institucionalizarlo por medio de toda clase de foros populares (états-généraux>, comités de consulta, etc. Pero la tendencia no deja dudas. El debate sobre el gobierno del pueblo por el pueblo queda así nuevamente abierto. Al término de las reflexiones del bicentenario de la Revolución sería importante trazar algunas líneas de acción en este campo complejo. Preguntas a los cristianos La cuestión de una expresión moderna de la laicidad — otro gran principio surgido de la Revolución— está implica256 corno por ejemplo el cuestionamiento de toda la obra de la Revoíución, incluso de la Declaración de los Derechos del Hombre. Y aquí se impone también una decantación. La Iglesia afirma los Derechos del Hombre Hay quien dice que esta decantación ya se ha realizado. Desde hace mucho tiempo, los derechos del hombre han sido reconocidos por la Iglesia. Ya con Pío XII, pero sobre todo Don Juan XXIII, a través de su Encíclica Pacem ¡n Terris (1963). Por lo demás, la declaración de los derechos del hombreen el siglo XVIII hunde sus raíces en la tradición cristiana, particularmente en la de la Escuela de Salamanca del siglo XVI (Vitoria, Suárez), como se complacen en recordarlo en los Estados Unidos, donde nunca se percibió la afirmación de los derechos del hombre corno anti-religiosa, por el contrario. Dios le dio al hombre todo esto... Los franceses recuerdan las expresiones de Juan Pablo II en Bourget, 1980: 'Se sabe el lugar que la idea de libertad, igualdad y fraternidad ocupa en vuestra cultura, en vuestra historia. En el fondo, ellas son ideas cristianas. Yo lo digo, plenamente consciente de que aquellos que fueron los primeros en formular este ideal, no se referían a la alianza del hombre con la sabiduría divina. Pero ellos querían obrar en favor del hombre". Recuperación oportunista, dicen algunos. No es justo, me parece, porque en realidad hay auténticas raíces cristianas en todos estos brotes de la Revolución Francesa. No obstante, la cosa no es tan simple. Porque la Revolución tuvo una de sus fuentes ideológicas en la filosofía del siglo XVIII, con frecuencia atea y ( materialista, en todo caso hostil a todo lo que la Iglesia representaba. Hubo indiscutiblemente tendencias anti religiosas en la Revolución misma: el hombre debía sostenerse en pie absolutamente solo... Diosa Razón. Abrir la política a la ética Por otra parte, Francois Furet hizo ver claramente que la revolución ha sido un cambio de fundamento de la legitimidad política. Pero no sólo en el sentido del paso de la monarquía a la república, cosa que no se realizó en un principio: más bien en el sentido de paso de una legitimidad venida del exterior, de lo alto, a una legitimidad proveniente del pueblo solo. Ahora bien, la nueva legitiMENSAJE N° 3BQ JUi SOCIEDAD El ideal de igualdad quiere que trabajemos por la mayor igualdad de oportunidades posible. midad no es forzosamente excluyente de toda trascendencia o de toda ley suprema que obliga al hombre, pero es posible comprenderla asi. Por lo menos ha podido serlo. Y esta voluntad absoluta de autonomía, esta confianza absoluta depositada en la voluntad det pueblo, cualquiera que sea, ha planteado y sigue planteando un problema a los cristianos. En verdad los cristianos se sienten cómodos en tanto se trate de destacar la calidad de sujeto o de persona del hombre o del pueblo. Por el contrarío, experimentan el sentimiento de un peligro cuando se encierra al hombre en si mismo o cuando se excluye de la persona la relación, incluso relación o apertura (por lo menos, posible) hacia lo Absoluto. En otras palabras, enMENSAJE N" 380. JULIO í tienden lo político como un mundo ético y la ética como un llamado superior, aun si la trascendencia no recibe el nombre de Dios. Será tema de los próximos debates explicar esta dimensión ética de lo político, para estar en condiciones de dar a los ideales de la Revolución, aun cuando no a todas sus acciones y desarrollos, una adhesión sin ambi güedad. Esto cuestiona sin duda, al mismo tiempo, a los no cristianos. Se trata por lo demás de retomar muy exactamente la pregunta de Hannah Arendt: El poder viene del pueblo, pero la ley ¿no debe tener acaso una fuente más elevada que la voluntad empírica? Otra materia de debate entre los católicos, divididos hasta hoy en amigos de la revolución o de la contra-revolución. es que puedan hablar entre sí He la Revolución. Su unidad misma en tanto Iglesia seguirá siendo precaria mientras estas materias continúen considerándose tan candentes que se estime mejor esquivarlas. Bajo el pretexto, además, de que son políticas. De hecho, son otras cosas, además. Al sugerir estas últimas materias de debate ¿Se está proclamando tal vez un objetivo imposible, fuera de alcance? Las cosas podrían ser abordadas desde otro ángulo: ¿acaso los católicos no deberían llegar por lo menos a una reevaluación común, del fundamento, especialmente isológico de los derechos del hombre? Existen intentos ya en la enseñanza de Juan XXIII, hace veinte años, y en la de Juan Pablo II a partir de Redemptor hominis. ¿Serán capaces los católicos de retomarlos, profundizarlos y prolongarlos, con ocasión del segundo centenario de la Revolución? Al plantear esta cuestión, quiero decir que Juan XXIII, el Concilio Vaticano II y Juan Pablo II ya han cubierto el tramo necesario del camino para fundar teológicamente los derechos del hombre o los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Por lo tanto, no hacen un mero rescate al adoptar estos ideales. Pero para no ser recuperadores en estas materias es preciso también haberlas fundado teológicamente, sin ninguna ambigüedad ni oportunismo. No todos los católicos lo han hecho todavía. En suma, materias muy considerables están en juego. Tareas posibles, sin embargo, pero que requieren mucha atención. Se necesita que los cristianos discutan abiertamente estas materias con otros pertenecientes a diferentes familias de pensamiento dentro del país. Esto se ha iniciado, pero no se ha logrado aún enteramente, (m) 257