El bicentenario de la Revolución Francesa

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SOCIEDAD
Reflexiones de un francés y cristiano
El bicentenario de
la Revolución Francesa
JEAN-YVES CALVEZ, S. J.
Con ocasión de la celebración del bicentenario de la
Revolución Francesa, el autor, actual director de la
revista Etudes. hace un recuento de los juicios
actuales sobre ese acontecimiento fundacional. Desde
la perspectiva de francés y de cristiano reflexiona
sobre los derechos humanos, la organización política
que asegure la libertad, y e! gobierno de! pueblo por el
pueblo, tres puntos que pueden ser considerados
como herencia de la Revolución. Termina formulando
las que pueden ser las tareas pendientes si Francia —y
nosotros en general— queremos ser fieles a lo mejor
de esos aportes. Este articulo fue publicado
originalmente en la revista Projet, Septiembre •
Octubre 1988.
a identidad francesa oficial tiene un vinculo
muy fuerte con la Revolución de 1789. En el momento
en que cierto número de parlamentarios, hasta entonces legitimistas, se alineaban con
la República, allá por 1900. la
Revolución era un verdadero
santo y seña, "¿Acepta Ud. la
República?" interrogaban los
republicanos a estos ex-legitimistas. Y enseguida: "¿Sí?,
pero ¿aceptan Uds, la Revolución?". En eso consistía la
prueba.
Sin duda, hoy, no se plantearía esto de la misma manera. No obstante, sigue siendo
cierto que, por lo menos para
la gran mayoría de los franceses, la Revolución es el acontecimiento "fundacional" de
la Nación, en todo caso de la
Francia Moderna, sin olvidar
que tiene raíces en algo más
antiguo.
L
MENSAJE N" '180 JULIO 1989
La Revolución americana es
igualmente "fundacional"
para los EE.UU. Imagino que
dentro de cien años la Revolución rusa tendrá para los pueblos de la Unión Soviética —si
es que ya no la tiene— esta
misma naturaleza, cualesquiera que sean los avatares
de su historia. E! problema de
los franceses, por lo menos en
comparación con los norteamericanos, es que este acontecimiento fundacional sólo
es positivo en una de sus partes. Por la otra es menos glorioso, es ambiguo y, por ro menos, discutible. No es el acontecimiento fundacional absolutamente positivo que
desearíamos.
¿Qué decir del Terror?
Está 1789, la toma de la Bastilla, el abandono y eliminación de los privilegios la no-
che del 4 de agosto, la Declaración de los Derechos Humanos, la instauración del
Gobierno por el pueblo: l^ mayoría de los franceses se 'econoce en estos rasgos. Pero
también están 1793 y algunos
hechos ya en 1792. Sobre todo
está el Terror, que hoy día es
cuestionado seriamente aunque antaño se lo excusaba
con frecuencia.
El Terror es evocado más
bien sobriamente, sin ningún
juicio realmente negativo, por
el Petit Larousse ¡Ilustré, edición de 1986, con el texto siguiente: "Nombre dado a dos
períodos de la Revolución
Francesa. El primer Terror (10
de agosto - 20 de septiembre
de 1792), tuvo por causa la invasión prusiana y se manifestó en el arresto del Rey y la
masacre de septiembre. El segundo Terror (5 de septiembre
de 1793 • 28 de julio de 1794)
provoca la eliminación de los
Girondinos y la comparecencia ante el Tribunal revolucionario de muchos sospechosos de los cuales un gran número fue guillotinado. El Terror conoció'su mayor apogeo
cuando Robespierre de hecho
fue amo de la Convención (abril-julio de 1794), e impuso un
régimen de excepción". A su
vez, la gran enciclopedia Larousse (1976) observa que
"este período causó menos
victimas que lo dicho por una
leyenda contra-revolucionaria,
siendo las estimaciones más
251
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verosímiles alrededor de
40.000 muertos", pero confiesa de manera muy explícita
que "esta sangre derramada
avergüenza a los herederos de
la Revolución".
El diccionario enciclopédico
de 1985 dice por su parte:
"Dentro del espíritu de los
Montagnards... el Terror debe
ser el instrumento de la defensa nacional. El balance del Terror es el siguiente: de 500.000
personas
encarceladas,
17.000 fueron condenadas a
muerte después de haber sido
procesadas, 25.000 fueron ejecutadas sin juicio alguno y algunos miles murieron en la
cárcel por enfermedad o debilidad".
Cualquiera que sea la opinión que se tenga de la Revolución, no es posible encontrar hoy gran justificación a
esas matanzas. Además no es
posible abstenerse de compararlas con otros Terrores que
nuestro siglo ha conocido,
aun cuando en el caso de la
Revolución Francesa las cifras hayan sido más reducidas. Uno ya no se tranquiliza
tan fácilmente.
Interpretaciones que
relativizan
Los franceses son cuestionados, en segundo lugar, por
una parte de la nueva historiografía de la Revolución Francesa —por lo demás con precursores— que tiende a demostrar que ésta, como tal,
fue inútil: la modernización
social del país se habría llevado a cabo incluso sin revolución.
Hay que ponerse de acuerdo
es cierto, respecto a la naturaleza de la transformación social que se produjo. El historiador inglés A. Cobban, por
ejemplo trata de explicar que
la Revolución Francesa no fue
lo que se piensa. ¿Gran sublevación contra un régimen feudal? Fue más bien —dice Cobban— una sublevación contra
252
SOCIEDAD
la "creciente comercialización". No fue tanto un movimiento burgués sino más bien
"movimiento dirigido contra
la penetración de los intereses financieros en el campo".1
No fue una revolución capitalista, sino más bien una revolución contra el capitalismo. "Los burgueses de la teoría constituyen una clase de
capitalistas, de empresarios
industriales y grandes financistas, los de la Revolución
Francesa eran propietarios
agrícolas, rentistas y funcionarios. La Revolución fue su
obra y, -por lo menos para
ellos, fue una revolución perfectamente lograda".2
Una consecuencia sería
que, a partir de entonces,
Francia, durante mucho tiempo el país más desarrollado
de Europa, empieza a atrasarse en su desarrollo económico y se deja sobrepasar por
otras naciones.
A pesar de todo, la mayor
parte de los historiadores considera el advenimiento de la
burguesía como resultado de
la Revolución Francesa. Pero
profundizan el estudio de los
aspectos económicos y sociales de este acontecimiento y
su preparación, hasta el punto
de remitirlo todo a determinismos. La Revolución deja de
ser entonces, un acontecimiento muy original. El principal determinismo en cuestión
es el de !a transformación burguesa del mundo que se estaba efectuando en todas partes. Se piensa que esta transformación se habría producido aun en ausencia de la
Revolución. De hecho se realizó en más de un país sin el
tipo de acontecimientos que
caracterizamos con la palabra
Revolución. Hago alusión
aquí al norteamericano R,R.
Palmer asi como a J. Godechot, que sostenían en 1955
que "la Revolución Francesa
sólo es un aspecto de la revolución occidental, o más exactamente, atlántica, que se ini-
ció en las colonias inglesas
de América, poco después de
1773 y que se prolongó con la
revolución {sin erre mayúscula) de Suiza, los Países Bajos.
Irlanda, antes de llegar a Francia". 1
Se relee con frecuencia hoy
dia L'Ancien Régime et la Ré
volution de Tocqueville. Ahora
bien, Tocqueville más que ningún otro, enseña que la revolución — liquidación de un sistema no igualitario— se había
realizado en más de sus tres
cuartas partes antes de la Revolución. La pregunta subyacente sería una vez más ¿por
qué entonces la Revolución
misma?
A su manera, los marxistas
han contribuido también a relativizar la Revolución Francesa. Se trata de una revolución,
la revolución burguesa, pero
la revolución burguesa sólo es
una etapa, no es todavía la
que conduce a la resolución
del "enigma de la Historia",
para hablar como Marx... De
nuevo vemos entonces una
Revolución Francesa menguada, incluso si se le sigue prodigando alabanzas.
La cultura política
queda marcada
Francois Furet reacciona
enérgicamente contra la insistencia en las causas económicas y sociales de la Revolución, en perjuicio de la propia
Revolución. Es preciso, dice,
"pensar la Revolución", y no
solamente informar sobre sus
causas, su entorno, su inserción universal, que diluyen el
acontecimiento.
Sin embargo, Francois Furet
tampoco se siente satisfecho
con la Revolución. Como Edgar Quinet en el siglo pasado,
se inclina a pensar que abortó
1 Le sens de la flévolulion Francaise, Julliard, 1984, p. 70
2. Op. cit, p. 1773
3. Citado por Rene Pucheu FranceForum,
julio-sept. 1987, p 29
MENSAJE N° 380, JULIO 1989
SOCIEDAD
por no haber sido una revolución del espíritu lo suficientemente radical, por no haber
abolido en el espíritu la coacción y la autoridad. Para Quinet "Lo único nuevo de los Jacobinos era su meta. En cuanto a los medios, la coacción y
la autoridad, eran lo mismo
que habíamos visto entre nosotros durante siglos V La sumisión del hombre había vuelto al galope.
Según otros, la Revolución
Francesa manifestó una tendencia al radicalismo y a ía
"revolución"', muy propia del
^
MENSAJE U° 380. JULIO 1939
temperamento francés. Agravó incluso esta tendencia ya
existente y marcó a los franceses, de ahí en adelante, con
una "revolucionitis", que no
produjo su revolución, según
se dice, entre los ingleses,
americanos, e incluso los soviéticos. Rene Pucheu escribía recientemente: "Las culturas políticas francesas han
sido marcadas en profundidad por la Revolución, como
referencia y como tic", incluso cuando ya no se suele hablar de la Revolución histórica. Esta obsesión de la 'revolución' y de la contra-revolución, cont'inúa, esta sacralización de la 'revolución' y este
desprecio —en la izquierda—
por las 'reformas', en los cuales han caído hasta los moderados como Léon Blum y Francois Mitterrand, se derivan de
ahí. Esta tendencia a imaginar
también que las elecciones
son opciones de sociedad',
instantes en que el destino
humano cambia radicalmente
de la noche a la mañana. En
1981. Jack Lang y Pierre Mauroy ilustraron este rasgo hasta la caricatura. Y el Partido
comunista francés, ¿sería
acaso lo que es sin la tradición jacobina que, en él, supera con frecuencia al marxismo?"5.
En todo caso, este es el juicio espontáneo respecto a
Francia de numerosos extranjeros, historiadores y politólogos. Esto empieza pronto con
Edmund Burke, gran Whig
(conservador) inglés, autor en
1790 de las Reflexiones {muy
críticas) sobre la Revolución
Francesa.
Con las palabras "tradición
jacobina" se evoca otro rasgo,
también muy criticado. Se la
entiende generalmente como
centralizadora, uniformadora,
dominada por la lógica abstracta. No tengo ninguna intención de dar un juicio al respecto. Constato solamente
que, con frecuencia, los franceses discuten en sus políti-
cas y en su propia reflexión
con algo de esta herencia. No
hay duda de que han cambiado recientemente. Lo importante sería cambiar aun más.
Quedan aún
espacios abiertos
Es preciso aclarar estas materias para saber lo que es
bueno conservar como verdaderamente fundacional en los
acontecimientos de la Revolución. Propongo una cierta respuesta, al nombrar algunos
valores que se aceptan sin
discusión, como esenciales
en la Revolución Francesa,
purificada de sus escorias: la
existencia de los Derechos
Humanos que todo poder
debe respetar; la organización
del cuerpo político, con miras
a asegurar la libertad, pero
también la igualdad y, finalmente, el gobierno del pueblo
por el pueblo. Y prosigo indicando que el segundo punto
en juego en este debate sobre
el ¿¡centenario de la Revolución es la definición de las tareas que enfrentamos hoy día
si queremos ser fieles a estos
valores.
Respecto a los Derechos
Humanos, en primer lugar,
hay muchos problemas sobre
los cuales debemos reflexionar. ¿Existen verdaderamente
sólo por el hecho de que somos hombres, o bien se les
debe considerar como instituidos solamente en el cuerpo
político, y, sólo con una existencia muy teórica fuera de
él? El realismo anglo-sajón lleva a subrayar que sólo puede
tratarse de Derechos Humanos dentro del cuerpo político.
Hay "derechos de los ingleses", no del "hombre" en general, se sostenía en ciertos
debates de fines del siglo
A. Edgar Qulnet: La Révotuhon. ed 1866. p.
64 Ver también Francots Furei: LA Gauche et
la ftévotution au miíieü de XIX Si&cle. B. Quinet el ¡a queslion Ou Jacobinisme W65-1BT0,
Hachette, 1986
5. Rene Pucheu. Frarice-Forum, arl. cil.
253
c
SOCIEDAD
XVIII. Existe, sin embargo, el
peligro de dar paso a una versión extrema de este realismo, aquella que suscriben los
regímenes marxistas, que
sólo reconocen derechos dependientes del Estado, porque
en definitiva siempre existe la
primacía de la sociedad sobre
cada persona. El hombre, explicaba Marx, es el mundo del
hombre, las relaciones sociales. Hay que reconocer, por lo
tanto, derechos humanos que
sean anteriores al cuerpo político y que deban ser respetados por todos los poderes.
Pero ¿cómo comprender los
derechos económicos y sociales cuya realización depende,
en la mayoría de los casos, no
del respeto a través de la simple abstención, sino de accio
nes positivas? Es preciso admitir que ellos también tienen
un fundamento radical, como
por ejemplo, el derecho a medios suficientes de subsistencia, salud, educación o derecho al trabajo, derecho a la
iniciativa económica, derecho
a la propiedad. Es necesario
reflexionar mucho sobre lo
que una afirmación de derechos de esta categoría puede
implicar tanto en obligaciones
morales no jurídicas de las
personas, como en obligaciones jurídicas, esta vez, de los
órganos de la comunidad política. De hecho, incluso respecto a los derechos de la primera categoría, es preciso velar por su realización en las
leyes y en su aplicación. No
cesa el debate en Francia respecto a materias como la detención preventiva y el trato
que reciben las personas en
las comisarías, la independencia de los jueces (especialmente de instrucción), etc. Por
otra parte, se ha planteado recientemente en este mismo
país, el problema relacionado
con ei trato dado al extranjero
— hombre también —, por
ejemplo su derecho a recurso
judicial en caso de decisión
administrativa de expulsión o
254
su derecho a la nacionalidad
en determinadas circunstancias y también su derecho de
asilo. No creo que todos estos
problemas tengan soluciones
simples, pero quiero decir
que. al proclamar los derechos humanos, no es posible
abstenerse de tratar de resolverlos con el máximo rigor,
para que ellos sean siempre
respetados. No es lícito ser
descuidado, tolerante o indulgente en este campo.
Establecer una
libertad igual
La institución de Ja libertad
es otro de los proyectos de la
Revolución. Con la nueva ola
liberal de estos últimos años,
los franceses se encuentran
otra vez enfrentados al meollo
de este problema. ¿Cómo no
reconocer que reglamentaciones imprecisas, burocráticas
y exceso de papeleo pueden
entrabar formas importantes
de la libertad? Pero, a la vez,
es cierto que es preciso equilibrar la libertad por medio de
protecciones en beneficio de
los más débiles que corren el
riesgo de ser aplastados y dejados de lado en caso de que
se instituya la libertad pura y
simple. Se ha visto renacer recientemente pobrezas desaparecidas. 'Nuevas pobrezas"... Más bien antiguas, en
realidad.
La institución de la libertad
presenta aun más problemas
por el hecho de que ha estado
combinada, en todo proyecto
surgido de la Revolución Francesa, con la idea de institución de la igualdad. Ciertamente no de toda igualdad,
pero en todo caso de la ausencia de privilegios. Ahora bien,
una aplicación excesiva del
principio de igualdad hace correr el riesgo de eliminar todo
estimulo a la libre creación,
por lo tanto es preciso tener
cierta moderación en las operaciones que ponen los relojes a cero. Pero, por otra parMENSAJE N° 3BQ JULIO 1989
SOCIEDAD
Pero, ¿cómo organizar y después controlar la representación?
Bajo la III República Francesa (1870-1940) se concebía la
representación —legislativa
al menos— como dotada por
sí misma de la "soberanía nacional" que el pueblo prácticamente le entregaba al conferirle su representación. Por
el contrario, el pueblo ha recuperado hoy constitucionalmente sus derechos. El Parlamento ya no es absoluto. La
representación se da en relación con el ejecutivo, tanto
como con el legislativo (más
indirectamente en relación
con el judicial). Y los franceses hacen ahora un cierto uso
del sistema de referéndum.
El Terror conoció su mayor apogeo cuando Robesplerre lúe amo de la Convención,
te, hoy, una multiplicación de
privilegios, de situaciones
protegidas, resguardadas y
garantizadas, a la vez ofenden
la igualdad y obstaculizan la
libertad. Con frecuencia, la libertad de emprender, crear o
trabajar tropieza con las situaciones privilegiadas. En todo
caso el ideal de igualdad quiere que trabajemos por la mayor igualdad de oportunidades posible. ¿Cuánto no queda por hacer en este sentido,
respecto a educación, por
ejemplo, y a la preparación de
los jóvenes para entrar en la
vida?
Queda, por lo tanto, un amplio campo por reexaminar si
se quiere lograr hoy la institución de la libertad y de la
igualdad, asi como la combinación más oportuna de ambas.
¿El pueblo soberano?
Finalmente, la Revolución
Francesa legó el proyecto de
gobierno del pueblo por el
pueblo, por lo tanto de la deMENSAJE N ' ÍStl. JULIO 1989
mocracia. Ella hablaba más
bien de "soberanía popular".
Un primer problema seria por
lo tanto el de los límites del
concepto mismo de gobierno
del pueblo por el pueblo. Hannah Arendt. filósofa del anti
totalitarismo, insistía en que
se distinguiera el origen del
poder, que es el pueblo, y la
fuente de la ley que para ella
es la Constitución (en todo
caso, un principio superior a nuestra voluntad cotidiana). En resumen, ni el pueblo ni ninguno de los poderes
son absolutos. Por lo demás,
es aqui donde se evoca la primacía de los derechos del
hombre por sobre todo poder,
que la propia Revolución Francesa proclamó, así como afirmó la "soberanía del pueblo".
El segundo problema que replantea sin cesa/ el principio
del gobierno del pueblo por el
pueblo es el de la representación. Porque el pueblo entero
no puede gobernar en todo
momento a todo el pueblo.
Este da mandato a representantes para que lo gobierne.
Más aún, hay una cierta tendencia a la democracia directa e, incluso, instantánea. El
recurso a ¡as encuestas refuerza esta característica. La
práctica de las instituciones
ha frenado felizmente este fenómeno haciendo reconocer
que una nueva mayoría —parlamentaria— de ningún modo
anula la representación conferida anteriormente por otra
mayoría, a un Presidente. La
tendencia, sin embargo, se
orienta hacia la práctica de
una democracia más directa
que en el pasado. Pero esto
no se da sin inconvenientes,
Hay una gran ventaja para
compensar los movimientos
demasiado bruscos de la opinión, en que la deliberación
sobre materias mayores se
realice en lugares de debate
publico, en cierto sentido profesionales, como son los parlamentos.
Tal vez resulta también más
fácil por este medio, evitar
que las mayorías aplasten a
las minorías. Uno de los problemas delicados que conllevan de hecho los sistemas democráticos es el recurso a la
decisión mayoritaria. Es indudable que esta modalidad de
decisión es práctica y probablemente la única a la que se
255
SOCIEDAD
pueda generalmente recurrir.
No obstante, no pasa de ser
un sucedáneo de la "voluntad
general" con la cual soñaba
Jean Jacques Rousseau... Por
otra parte, la mayoría puede
aplastar a las minorías.
Hoy se percibe cada vez
más claramente, sin renunciar
al sistema de decisión mayoritaria, la necesidad de recurrir
a procedimientos que permitan tomar en cuenta lo más
posible todas las opiniones,
incluso minoritarias, sobre
todo cuando lo que está en
juego atañe la conciencia misma de los hombres. El reconocimiento mutuo, pluralista,
entre grupos o tendencias diversos parece convertirse —
cuando se desarrollan la diversidad y la individualidad-
da en este problema del pluralismo. Pero esto nos remite,
por otra parte, a un tercer debate en torno al bicentenario:
materia especial para los cris
tianos y sobre todo para los
católicos.
Es imposible ignorar hoy
que hubo un conflicto violento
entre la Revolución y la Iglesia. No desde el primer instante, es cierto, pero muy pronto,
desde los preparativos de la
constitución civil del clero
que la Asamblea Constituyente terminó de votar el 12 de
julio de 1790. El conflicto se
expandió después con la exigencia del juramento, las
proscripciones y las masacres. Por otro lado, hubo también, en documentos de la
Iglesia, condenas sumarias,
'Con frecuencia, la libertad de
emprender, crear o trabajar
tropieza con las situaciones
privilegiadas"
en un rasgo de la democracia
misma. Todavía estamos procurando institucionalizarlo
por medio de toda clase de
foros populares (états-généraux>, comités de consulta,
etc. Pero la tendencia no deja
dudas.
El debate sobre el gobierno
del pueblo por el pueblo queda así nuevamente abierto. Al
término de las reflexiones del
bicentenario de la Revolución
sería importante trazar algunas líneas de acción en este
campo complejo.
Preguntas a los cristianos
La cuestión de una expresión moderna de la laicidad —
otro gran principio surgido de
la Revolución— está implica256
corno por ejemplo el cuestionamiento de toda la obra de la
Revoíución, incluso de la Declaración de los Derechos del
Hombre. Y aquí se impone
también una decantación.
La Iglesia afirma los
Derechos del Hombre
Hay quien dice que esta decantación ya se ha realizado.
Desde hace mucho tiempo,
los derechos del hombre han
sido reconocidos por la Iglesia. Ya con Pío XII, pero sobre
todo Don Juan XXIII, a través
de su Encíclica Pacem ¡n Terris (1963). Por lo demás, la declaración de los derechos del
hombreen el siglo XVIII hunde
sus raíces en la tradición cristiana, particularmente en la
de la Escuela de Salamanca
del siglo XVI (Vitoria, Suárez),
como se complacen en recordarlo en los Estados Unidos,
donde nunca se percibió la
afirmación de los derechos
del hombre corno anti-religiosa, por el contrario. Dios le dio
al hombre todo esto... Los
franceses recuerdan las expresiones de Juan Pablo II en
Bourget, 1980: 'Se sabe el lugar que la idea de libertad,
igualdad y fraternidad ocupa
en vuestra cultura, en vuestra
historia. En el fondo, ellas son
ideas cristianas. Yo lo digo,
plenamente consciente de
que aquellos que fueron los
primeros en formular este
ideal, no se referían a la alianza del hombre con la sabiduría
divina. Pero ellos querían
obrar en favor del hombre".
Recuperación oportunista,
dicen algunos. No es justo,
me parece, porque en realidad
hay auténticas raíces cristianas en todos estos brotes de
la Revolución Francesa. No
obstante, la cosa no es tan
simple. Porque la Revolución
tuvo una de sus fuentes ideológicas en la filosofía del siglo
XVIII, con frecuencia atea y (
materialista, en todo caso
hostil a todo lo que la Iglesia
representaba. Hubo indiscutiblemente tendencias anti religiosas en la Revolución misma: el hombre debía sostenerse en pie absolutamente
solo... Diosa Razón.
Abrir la política
a la ética
Por otra parte, Francois Furet hizo ver claramente que la
revolución ha sido un cambio
de fundamento de la legitimidad política. Pero no sólo en
el sentido del paso de la monarquía a la república, cosa
que no se realizó en un principio: más bien en el sentido de
paso de una legitimidad venida del exterior, de lo alto, a
una legitimidad proveniente
del pueblo solo.
Ahora bien, la nueva legitiMENSAJE N° 3BQ JUi
SOCIEDAD
El ideal de igualdad quiere que trabajemos por la mayor igualdad de oportunidades posible.
midad no es forzosamente excluyente de toda trascendencia o de toda ley suprema que
obliga al hombre, pero es posible comprenderla asi. Por lo
menos ha podido serlo. Y esta
voluntad absoluta de autonomía, esta confianza absoluta
depositada en la voluntad det
pueblo, cualquiera que sea,
ha planteado y sigue planteando un problema a los cristianos.
En verdad los cristianos se
sienten cómodos en tanto se
trate de destacar la calidad de
sujeto o de persona del hombre o del pueblo. Por el contrarío, experimentan el sentimiento de un peligro cuando
se encierra al hombre en si
mismo o cuando se excluye
de la persona la relación, incluso relación o apertura (por
lo menos, posible) hacia lo Absoluto. En otras palabras, enMENSAJE N" 380. JULIO í
tienden lo político como un
mundo ético y la ética como
un llamado superior, aun si la
trascendencia no recibe el
nombre de Dios. Será tema de
los próximos debates explicar
esta dimensión ética de lo político, para estar en condiciones de dar a los ideales de la
Revolución, aun cuando no a
todas sus acciones y desarrollos, una adhesión sin ambi
güedad.
Esto cuestiona sin duda, al
mismo tiempo, a los no cristianos. Se trata por lo demás
de retomar muy exactamente la
pregunta de Hannah Arendt:
El poder viene del pueblo,
pero la ley ¿no debe tener acaso una fuente más elevada
que la voluntad empírica?
Otra materia de debate entre los católicos, divididos hasta hoy en amigos de la revolución o de la contra-revolución.
es que puedan hablar entre sí
He la Revolución. Su unidad
misma en tanto Iglesia seguirá siendo precaria mientras
estas materias continúen considerándose tan candentes
que se estime mejor esquivarlas. Bajo el pretexto, además,
de que son políticas. De hecho, son otras cosas, además.
Al sugerir estas últimas materias de debate ¿Se está proclamando tal vez un objetivo
imposible, fuera de alcance?
Las cosas podrían ser abordadas desde otro ángulo: ¿acaso los católicos no deberían
llegar por lo menos a una reevaluación común, del fundamento, especialmente isológico de los derechos del hombre? Existen intentos ya en la
enseñanza de Juan XXIII, hace
veinte años, y en la de Juan
Pablo II a partir de Redemptor
hominis. ¿Serán capaces los
católicos de retomarlos, profundizarlos y prolongarlos,
con ocasión del segundo centenario de la Revolución?
Al plantear esta cuestión,
quiero decir que Juan XXIII, el
Concilio Vaticano II y Juan Pablo II ya han cubierto el tramo
necesario del camino para
fundar teológicamente los derechos del hombre o los principios de libertad, igualdad y
fraternidad. Por lo tanto, no
hacen un mero rescate al
adoptar estos ideales. Pero
para no ser recuperadores en
estas materias es preciso
también haberlas fundado
teológicamente, sin ninguna
ambigüedad ni oportunismo.
No todos los católicos lo han
hecho todavía.
En suma, materias muy considerables están en juego. Tareas posibles, sin embargo,
pero que requieren mucha
atención. Se necesita que los
cristianos discutan abiertamente estas materias con
otros pertenecientes a diferentes familias de pensamiento dentro del país. Esto se ha
iniciado, pero no se ha logrado aún enteramente, (m)
257
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