En las tierras del oro : tradiciones y cuentos de Antioquia

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EL Pf:lOLOGO
Según los antiguos cánones literarios,
el prólogo
e'ra una tarea solemne que se encomendaba a un anciano de muchas campanill'a.s en la república de las
letras, con el propósito ,le que .dijera algunas frases
amablemente
prote.ctoras para el autor, que lo consagraran como discípulo suyo. En oca.siones el prólogo era una presentación
que el prologuista
hacía
ante el público de un novato a qu·ien consideraba
','una brillante promesa", y a quien el factotum tenía el deber de introducir
al conocimieI1to de los
lectores;
en -otras oca'Biones el prologuista
asumía
un aire magistral
y entre 'Jitirambos
y censuras
que a,spiraban hacer crítica, E.parecía el pl'ologado,
pálido por el azoramiento,
como un carnero en el
sinai; otras veces, y éstas eran las más, el prólogo
era nada menos que una bendición literaria
con to'
do el ritual, en la que el autor, de hinojos en el reclinatorio de su libro, recibía el pontificalJo avasalIador del prologU'ista, quien procuraba-como
José
Buixo y Monserdá-hablar
en un leng,uaje criptico y
misterioso, a fin de que el hermetismo de las voce·s
le sacara airoso de la ceremonia.
Es una nueva or.jginalidad de _don Roberto Botero Saldarriaga-viejo
consagrado en mil campos, !jeñaladamente
en el ldterario-Ia
de po-ner a un novel
escritor a que encabece sus proÙ'u-cciones. Ya me parece oír los comentarios más benévolos: "-Los
pájaroo tirándole a las escopetas!"
dirán los viejecitos
espue.lones -de la antigua tanda. "L[\s tinieblas alumbrando a la luz!" murmurarán
los jóvenes literatos,
L
l'
H
o
l.
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que tienen un verdadero
culto por Botero Saldarriaga, y que pensarán-no
sin razón--que
se trata de
un completo vueleode
los papeles,
Pero Botero Saldaniaga
por romper un molde, por quebrantar
una
tradición,
es capaz de hacer algo más de lo imaginable, lo que comprueba
mi antigua
afirmación
Üe
que en la cabeza blanca de este ·desconcertante
patricio colombiano
cll·lmina un espíritu perpetuamente
joven,
Este maridaje
de la experiencia
vivida, IJor una
parte, y de la .illventud espiritua.J por otra, se ob!"erva tn toda'S sus producciones,
en todos su·s discursos, en sus pláticas todas. El solo heeho de reunira egtas alturas
d~ su vida meritoria
~' sonada-muchos de sus cuentos r algunas
de su~ crónicas admirables,
pra
forronr un volumen
so~nriente. d~ja
ver que priva en su alma la actltnd moceril a medida que se curva la parábola, como aquellos personajes de Wilde, a quiene6 eol decurso de los días iba
haciendo ta'Ja vez más jóvene·g. El al'oma de esa pr.imavera interior,
que e~ la única que vale la pena
de desear, es la que ha perfumado
a "Sangre conquistadora"
y la que en "Uno de lo·s l'lItorcemil"
ha
puesto su nota de frescura
y vigor.
Como en todas IRS cosas, en la narración
tiene Bo
tero
Saldarriaga
"su modo"; lo mIsmu que e'n la
peroratH :r en la chllrla: si vu a describir
11nos pie~:
dé)"caJ:.:0s nco1'87.ado<; de callos. bordea ta vulgar;IJad
y dice dOJlosan1cnte:
"monumento
erigIdo a la locomoción Iledestre",
con lo cual, "ill decirlo. no~ hacf'
ver aquel extraordinario
basamento
dI' 10:-> eamrw~i
nos del suroeste:
si VII 1\ SO'ltenl'l' 11n punto ill' ,,¡!'h,.
2
l.
l'
(I
"
"
"
aduce hecho<l cargauos >Je lógica, anécdotas
históricas, RllCC:JOR cOllcatenados y vivicntcH, en lo cual obra
como la .MaesÜa Naturaleza,
la cual cree !,ttle 108 al"
gumentos
son inúti-le,s y que lo único respetable
es
el hecho.
Habéis visto al.guna vez a la Naturaleza
argumentando a discutiendo?
Nó. La Naturaleza
pl'eseIl/ta
hechos, no razonumientoe.
En \ez de un silogismo,
lin árbol.
En vez de un entimema, un fruto. Bn vez
de un dilema, un río, Ulla mortaiía
uIl¡,a llanura
o
lIlla selva. Por eso la filosofía es estéril y la Nutu'
¡'aleza es fecunda.
Cuando aquÚlla busca el consueJo momenM.neo en una frase éFta suelta pOi' los negros peñascos la cabellera
espnmosa y fresca de SllS
cascadas;
(~URnJo la filosofía
ql.Îere reír ·Jel absul'l.lo,
la Naturaleza
cOlumpia en las '('amas sus micos JOcosos, que tienen caras de payaflo.s y ojillos festivos;
cuando la dialéctica
desencadena
su ironía llena de
mortaeros
alfileres,
la Naturaleza
pone a volar las
banel,aelas murmurantes
de sus zancudos,
dimfnutos
vehículos de 13 muerte;
cuando la filosona
trata de
morder con sus trágicas
conc:usione·s,
la Naturaleza
desli';H RUS culebra.:; ainuosas y enseña los dientes de
SUR jag-uares;
y, finalmente,
cuan·jo la filosofía amenaza cun la tiniebla fúnebre, la Natura,leza,
Elin hablar palabra. corre la co_r.tina de la noche.
Si,) embargo, el Je Botero Saldarriaga
es un espiritu deliciosamente
de.spreoc'lpado
en me·dio de su
natu;'al profundiÜad.
como que está alternativamente solicitado
por la utopía del Arte y por la grn,\'!t1c< tl¡~ la 'cieHj¡¡, sin que la una desimplique
a la
otr' •. SuponeÜ un ¡.(,mbre qu~ hubie.-e vivido l'j'es vi,")
o
p
o
o
das distintas: que de las cortes, doradas y galant •••
hubiese pasado a las tremendas ·jeclama.ciol&€$ de la
Comuna; de allí a las doct3JS univ€rsidades. Uen"
de cerebralismo y florecidas de ideas; a los arOlO"
niosos conservatorios;
a los corrilloe dellenga.ñados,
ingeniosos Y amenos. Suponed'}o, y ese hombre tendría el espíritu de Botero SaMarriaga, tejido paradojal y multicolor.
Novelista, cronista, cuentista, conversador, oradol"
llameante cuando hace falta galvanizar las multitudes y sereno cuando las lides parlamentaria-s la exi'
gen; editorialista de fondo y estadista de vuelo, hizo también estudios de ingenieria y cursos ·Je músiCA. Todo esto la pone a-I servicio de la literatUl'á. la
que trabaja con ese cerebro que debe de eel' una especie de mosaico taraceado de diversos colores, armónicamente di-spuestos por lúe años, Por eso cuando Botero Saldarriaga va a -habJar o cuando nos disponemos a ieer sus prc'jucciones, esperamos siempre
algo interesante y nuevo, aunque nadie sabe a punto
fijo cuál tema irá a desarrollar esa boca de dientes
d€siguales y ahumados, ni cuál de los djbujos del mo'
saico se irá a poner en actividad para dirigir la plu'
ma.
En resumen, para los que Cl'eemos que la ciencia nO
ell más que el sentido común en traje de ceremonia,
don Roberto Botero Sa~'Jarriaga resulta un 6ujeto
encantador.
Si habré hecho
nSfir.za?
un prólogo como los de
PUE'S ]10 faltaría
antigua
más!
ROlt\usldo
Galle¡o
EL VALLE
"l,a
tradici6n
DEL PENDERlseo
ell bella l'omo un romanre
y 15ugrudll COOlO un
rito"
Ramón del Valle Inel4/1
La manana era exeeflivamer..te fria. l\lañana de noviembre, de invernales
y t";'ensas
neblinas que
nos
DcultÜr.n las pcrq:€cthas
del valle y nos impedían
ver hasta pocos pasos más adelante de nuestras
cabalgaduras.
Lae jergas boyacensc6 con que nos abrigábamos
Be
perlaban
de n:enuèas gotas de agua.
Lo" caballos en su trote arrancaban
al suelo ruír1o~ de una oquedad geológica que se pro;ongaban
como un sordo y lejano trueno.
Bo:rdeábamos
el río Penderisco
aiguier.tl'o una dire('~i¡)n resueltamente
hacia el mediodía.
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ID Il
O
8 A L DAR
RIA
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Grandes bandadas
de alcnravanes
ge levantaban
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nuestro paso, volaban
estrechando
sus amenzantes
círculos y nos seguían COn sus {:hillidos cual repique
bu;h~jt);'o en c1cmingue~'a mañana
aldeana.
Mi compañero de excursión era realmente
tlll eROO.
~\I\;~'d.g11o ~tr ;:trDt¡; observación y de condenzl;Üo e1j.
tudio.
Hacía mucho tiempo le conocía, per0 no me había
interesado
tánto hllsta esa mañana en que viajando
al través del vaile, en su compañía, dio larga a !lue
int;moB f1al)(~r('~, a sus mi3teriosas
y tUl'badoras
apreciaciones sobre la vida, sobre los hombres, sobre lag
cosas; a la dolorosa narración
de su único y extraño
amor; de sus tristezas,
de sus murrias-que
él llamaba con la palabra
indígena
mococ.oa-y que le aisI: 1.: TI per rñc:' fnttroS
de tcJ'asociedad;
de sus Via'
jes innrosimilfs
al través de ese mismo valle, inunar' o ln VUfe, o por los {¡speros montes de 'la Cor:iJ:'l'a, en fantáiliíca
cabalgata,
de día, de noche, inan'able,
perenuémente ....
A;jlleLas cünfic:er:,c:as l'Iurgida's desde los IT-fIB ex1'00.' 1:,[(1':(5 y ol'ig:nales
puntos de vista, hicieron que
yo mismo me lanzara a vivir-durante
esa jornadasntre los dominios de aquella fantasía rica, pintoresca
y enfermiza,
en medio de ese remanso del tiempo en
que el pasado y el presente formaban
un solo minu'
to del vivir intenso, doCoroso e inconexo.
j Pobre
compañero
de viaje, aislado entre las hondonadas agrestes
de los Andes y BUg ingentes cum'
bres, llevando siempre el mismo fardo de eventualidades creadoras
y de neurasténicas
mudanza8\
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~, It O
Pudo ser lino ~Q nUf8tros g-randel'1 hombrù,'1 pt,bli'
co~, sólo Je faltó que el pU£.blo soberano
e ineons'
ri0111f;
i? p.ncaramarn
en el pesebre nll-cionloll.
---Va t1!Sted muy caJJ:ndo, don Canuto, me atrevía :J
,kcirle
ínterrumpiendo
su empecinada
meditación,
--,)1e hace T{lucha falta un trago, me ,contestó le'
vantando
In cabeza que casi ocultaba entre los plie'
,,!';.t'~ de ln .i(~rp;a.Cnando
lleguemos a la San ,Tosé to·
marcmos unal'! copas de anisado: es muy sabroso, \,!fdecit,Q color ,de esmeralda
o de esperanza,
y con UiI
sabor l'. huerta·s Íl'escas en donde abunden
el poleo
y la ycrvabuena;
éste no env,mena como el de la red'
ta; porque ha de saber usted que e..ste puebl.o cstá em·
!leñ:~do en una auto eliminación
estúpida:
guerra cj
vil, agua;t-l'iente oHciai e im¡::unidad en los delitos rk
sangre,
-¿ De manera, clonCanutc,
que será usted g'runJc
admirador
de los apéstol€fl de la temperancia?
-De nIngún modo, señor mío: esos llegan t, ser
más il1soportables
que los m¡~mo:: borrachos,
con sus
pré\Ucas, sus cantinelas
J' (ns ...
tupÎa3.
Tanto que
l\c'.,h:\b¡;l1 por hacer beber a J08 que no sabían.
confirmar
sus teol'Ías sobre
cr:menes
fl'e"
;Cvantó el brazo Y, señalando
una os'cura
mOlltaiía, agregó con tono horroriz." ..o:
--Ahora
que se levanta la niebla, mlre usted: cn
¡<qucHa montaña,
que divoreia las aguas del Pende'
;:-i~('o de las 'Jd Pabûn, le ')otaron ,de un machetazo
la cabeza a Un nÏiio de doce años, y despLlés de mucho
~iempo de esta vendetta no ha siùo castigado el as~"
¡'ÜUt
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sino, ni siquiera se han dado a averi¡uar
quién fue'
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¡Más de Ull calvario en esa vereda seiiala el punto
en que fue paveado un viandante por al¡ún montaiiés
de ¡osque
ush,.} mismo ve tan humil;de-s y tan sumisos' en apariencia;
y allí termina todo sumario:
unas
cuantas
piedras arrojadas
caritativamente
al pie de
una tosca cruz.
y, a propósito de cruces, usted ha podido cGmpro'
bar que la alcaldía
del pueblo queda precisamente
en frente a la fa\:hada de la iglesia, y habrá echado
de ver, también, Q1U3 la cruz tI'e hierro de ésta se ha
torcidG hacia abajo de tal manera
que parece fiC
fuera a qu~brar ¿sale por qué?
-Algún
hlm~a,ân don Canuto, le respondí.
-No,
señor, nada de eso; la cruz se torció de pre"
senciar 108 juramentos
falsos que s.e dan en la alcaldía ...
Naturalmente
que me reí de esta salida tan original, entre tanto don Canuto encendía un cigarro.
Cuando hubo arroja·do la primera grar)l'e y ruidosa
bocanada
de humo y seguidola
con ojos de ensimismamiento continuó:
.
-Allí
mismo, en la San Joeé, y señalaba con el índice de su enorme mano hacia el poniente, le mostra"
ré en la hacienda de don Mariano del Corral el punto preciso .en que habitó con su famillia el primer colono cie este valle, La historia que sé de ese hombre
es verídica, pues me la contó don Victor Pal'1'o Salcedo, mi gl'nnèe y noble amigo, un caballero
de verdad, de preclaro
y altísimo
origen castellano,
Fue
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È N
L.A. Ii
'l'tERRAI
DEL
ORO
en un viaje qUI:; hice It la ciudad de Antioquia
c'uando le of, en la tertulia
del dcdor Martinez
Pardo,
es&. n:eración,
hace muchos años yo. " Entonces Au'
tieq,tia era ~ma gran éiuch ..·J, púrque hoy ... ¿ Qué le
pasaría l1 la jJ('ole ciudad de Hcb':edo '¡' • " Los puebl06
también se mueren veLo ¡Je mis';erjoso mal: ellos también t'.cnen un alma y cuando fjmigra, aun eua.ndo oi~aJ) IJor la t:ú¡rÏènte abajo ùe la vida, y ell apariencia
vivan,
yan Ctrg¿:(CS
CCT! el fardo de un pasado de
grandezas que les hace incomciente.s tJeI presente y
del mal que les mata."
Pero esas son eOSM rnía'il ..
cosas del loco de don Canuto I
Hizo un gesto despectIvo
CJmo para sus
propias
apreciaciones
y poco después
reanudó
sU conversación agi:
-0erá
otro ùia, en otra oca.gión, cuando le cuente
mu·cha.s y viejas crónicHs de It'qnella ciudad en donde
e"i.ll',.i) preso
como Sj¡l(~Ï1:;~',;o pOt hE;ridas en riña, ..
Afortunadamente
saCí absuelto;
yo mismo me defendí. j Qué 'Curiosidade3
e i118ulacces tienen
nuestro:;
procedimientos
criminales ... y qué Üecil' de nuestro
Cóá,gü PenaL,.
~\.r:illes del f;ran Bolívar y ùe las te·
las de araña I
Paro ya el valle se ln despojado de sus nieblas. Mi'
re usted aqud collado: a sus pies corre la San José,
:,u'(¡cunct>; ~j~sde lLi. cllmbre
3e go¿a del nw..:; maravi'
lloso panorama dell mundo, 3' de las m.,;.;,¡ lind:.t;; y v¿,'
j.·jada" de lae vjbta~ .. y ôo1:1'e iodo, tengo mucho que
referirIe.
Lcecti\'ameil't.ê
J' i:líi~uiendú
de mi compañero, galopamos
II
el deseo y la \,{¡!untllÓ
hada ~l cen'o
13
o
TER
O
S A L DAR
R
I A G A
Don Canuto me traía intrigado
con aquello del su'
mario que por her\:as
en riña le habían seguido en
la ciudad de Anticquia,
lo que me obligó a rcpararle
deteni da mente en -su físico e indumental·iu.
Encontré
en él un hombre de recia COl1texturr.
y
sana robustez;
de po<:o menos de dos metroll de altura;
fis(,))O;id;:~ ••ccntnndísima
cn :;us rasgos dominanÜ,;; de una \;¡ronl':idad excelsa.
Llevaba un gran sombrero
fieho, estilo boero, el
a:a derecha sujeta a la copa por gruesa aguja
de
arriero;
el barboquejo,
rojo, bastante
largo part< IJS'
cilar debajo de la barba.
Habiéndose
despojado
de la jerga boyacense,
que
ató fnntcmente
al borrén de la silla, apareci6 el sa('.o
de paño hUi'do, coior cúrmelita,
que desabrochado
dejaba a des\:ubicrto
la camisa de fuerte lienzo ingi:és,
y ¡;;;t:~ bm~)ié:! desabotonada,
en la parte alta, t~'eja'
ba ver, a su turno till pecho hercúleo bien g'llarncc!'
;1,) dt! \'el)es gTUUOS
y negros.
Est1't~chélmCnle ceñido :i la ciniura
un ancho CilltUltn
de CUErO de :m.plios bo!-sillos pOl' dE!lante, de
uno de los ~'u:des ~oiga1;a grueSacfHlena
d" níquel a
modo de ¡wlldiente.
En ~u.3 flancos apaiel:Í¡ul: :5ob1'e el
'.:ereeho, y ajustado al :;Íut.urÍlll por llna ~"i'l',-,a. Lin
revÓlver
~:<iHJl'e ·18; Y al izquierdu,
c1d mi,¡mo modo,
un largo nH,~hete de laborada
vain:!.
Q"ednha aeí
CUll1ph:t\.: ,i(lUe! amenazante
PO¡'Ü¡ an;e¡¡¿\l.
ï.G" pn1La]()n;~
di.; w;,n':.a azul ::¡,pena:: i;i :>" ;)Ud(ii;1
ver; lal'<!,uisim,,;,¡ l)o;¡~jm:" de cuero amalÎilo
ab::-ocha;i:\.,: ::~h'ra':m'ont ~~ con "bibles ehapdas
,le nH~Ü:j. le
wl!'an h:¡<:il •• cui.)J'irJe ea.gj los muslos,
le
L A S
TIERRAS
D E J,
O R O
Llevaba lOB pies descalzos:
eS06 pies podían deaafiar
impunemente
los má3 agudos guijarros,
las
más punzantes
espinas, en aquellos andurrial~3:
eran
un 8.ltivo monumento
erig:OJo a la libertad
de In lo'
comcdón pedestre. Don Canuto me había dejado contemplar aque'l sólido cimiento de su humanidad
al
retirarlo
de los estribos
para componer la capa de
musgos con que lOB protegía del frio.
Sostenido
de ancha "cata penùia del hombro del'echo UIl enorme guarniel.
La reata era en verda']
lInH complicaùa
obra de arte, laborada
de lanas de
mÚltiples y vives colores que en alto relieve exhibía las iniciales del nombre de su dueño ...
Tendría .Ion Canuto, para entonces, UlIOS cincuenta
y Cil~CO arios de edad, y era envidiah:e
la pr:rfecta
cOl1~e¡-vación rie su gigantesco
organismo;
fis i eame1l'
te no había sufr:'_~o el más minimo deterioro.
;.;; ~ukdlu llue l\lollLlba era un tordillo nerviosísimo y ágil, de gran alzada. Enjaezaùo
con l; :'ill~as y
¡-"llzal d2 BOg'a, g'l'UeRH y dócil, arlornadas eO,1 mrchc:'
y complicactísimos
!lujos, La silla
de monl}{}' e"!'
gl'èllJdc,
forrada en vaqueta, •.maril:a, lisa; ataùa a la
ancha cabeza de aquélla iba la -soga, fucr:.c y pesa·Ja. A~rás llevaba el encau(;hado
en su
i.·(;:lpectiva
-~~ult.~a, :; LIllO'; g-ra:l<1eS alforjolle¡¡ herméticamente
ce'
rrados.
J)Jn L¡~Jl(tu I'abi~ <:chado pie It tierra col»c¡j,ildo
L:uid:,¡!ol:;¡¡mel1le
:a cSLopeÜ: le Jos l:aiíOl1l:S, (¡ue !l~VÛ¡<.., 50bn: la húmeda
gnmw. Iba a apretar dnchas;
pen; i.:lltb levalii¡mdo varias Vl:ces la montEl'a sohre
c:l UOl'.80 Jel animal,
le dio aire fresco.
DeoSpuéa de
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esta operación encendió un cigarro más, y toman'Io
del suelo la eflcopeta, de un salto ágil volvió a montar. Prontamente
llegamos a la meseta que corona
)a colina.
-.-.contemple usted este paisaje, me dijo don Canuto, con acento religioso, y haciendo describir a su
brazo una semicircunferencia
que marcaba la extensión en anfiteatro
del panorama que se extendía
a
nucstrc5 piea.
¡Verdaderamente
era un pasmo!
La neblina empujada por un viento sur se compactaba en jirones fugitivos que simulaban una peregrinación de vírgenes tocadas de blanco y conduciendo
èxvotos a un alejado santuario, a la largo de la verde estepa; deteniéndose
entre los saúces de la riba
del Penderisco, y acompañada8 por el vuelo místico
y repo-sado de lM~ garzas. Y, en veces, como obra de
caprichoso repujado se a6entaban sus placas argentinas sobre los flancos 'l'e la cordillera y sólo emergian las alturas coron~·.la6 ~or añosos y corpulento3
robles.
El valle, a nuestros pies, tenía tona~idade8 de un
verde intelJso; rollS luégo, alejándose hacia un horizonte de desdibujadas
perspectivas,
iba palideciendo
hasta tomar ese colorido vago que lleva a nuestras alm:l~ nlla ££nn:<:Íén èe descanso infinito: es la pasivid~·l' del' colorido, la extinción armónica del detalle, pl ambiente -sin vibraciones de toda eternidad ...
Era el va:le. en esa mañana, una dulce evocación
de aquellne telas de Juan Bautista Corot, llenas de
ensueño y ell que el alma del paisaje se recoge en
E N
L A S
TIEllRAII
D I: L
o
B
o
una sola nota de vida, como en aquel adm:rable
11
Prate, en que un pastor teen BU flauta en las camp:ña,; ,'omann8 dernizadas
en un desmayo de luz.
Allá un grupo O.:'ebueyes, conducidos
por un mu'
chacho campesino,
recorre perezo'samentl;
la sabana,
entre tanto qu.e el conductor
lanza agudos silbiùos
llamando
a Un perro.
Alelado en la -contemplaciÓn
del pa:saje oigo muy vagamente
a mi compañero
y
guía que me dice:
-Contemple
usted esos tres enormes cerros colo'
cado!! como en los vértices de un extenso triángulo,
y
que como cenlinelas
veteranos
parecen velar sobre el
valle. Ellos debieron pre'sid: r la inmensa catástrofe
dol abajamiento
supcrandino
de estas tierraH.
En las noches de mi vagar
soledoso y turbado,
pal" estos valles y montes, cuando la luz de la luna
aa&l1ca a las peladas rocas del l<'rontino, de San Jo·
sé y de El T-lE.tt:8GO refle:ios de una caivide
::;ecnlar,
P;(HO
en al,t tIla €~oc:a rCl1:.otís¡ma cuando el! <tC'
tividad esoo volcanes reproducian
sus rajRs cimeras
de fuego e': inmenso lago que dio origen a este \ia'
lle. iQué soberbio espcctácu 10, qué grata y dese: . ' ~a
emocion, oír el tronar apOt:'>'.íptico de aquellas moles
en fusión, recorriendo
este ~nismo cielo con lumina'
Bas trayectoria's)
o deslizándose,
ígneas, como serpientes lIe pe6adill~, por los ílancos ¡;alcinadùs de los cerros!
Yo había vuelto de mi contemplación,
y ahora era
lodo oídos, tode· OjOB, rala mi compañero
que se me
transformaba
en U11 sér extraño y aùm;rab~e; algo
a¡;i '\:ur.ao uno ùe esos solitarioB profundamente
illi-
~ o
T
1!: R
o
S A L DAR
R
[ A G A
(;i•.·,~·~ ell lOll secretaIS de la naturaleza
tran15tonnado·
l'a. Y continuó:
-Fue
este valle de origen jacustre.
Codazzi al e6'
tt'dinlo
así la asrguró;
y el movimiento
formidable
de sus agullll al rcrnperse
una .alida hada el norte
dejaron
dos ir;n:ensos boquetes
"1 un colJado en el
centro que rodra el rio y que Be une a~ valle por
una estrecha
lengua de tierra cerca a la ciudad de
Urrao.
En esa linda colina se ha fund •.·.~'o el cementerio;
y per su belleza natural
tue comparado
nor el -sabio doclor Uribe Angel al de Filadeltia,
en
ln;; Estados
Unidos cte Norte América.
En esta n~¡sma altura que pisamos ahora se libró
,,¡ último combate entre los eonquistadores
españo'
1,,1'
y cI pnr!eroso ~' desgraciado
cacique el Barroso,
V'~j~!:ié'l"(m lo;; i\1ílios al valiente
capitán Gómez, em)Jf'l'O ;.1 pel r~r r, ;:u .iefe se desbar. •..;'aron y huyernn
])ara si€mpl'l'
En una excavación
practicada
hace
1):;<:0" día~ ~'.' ,'ncontraron
ataúdes de madera de eom:;10,
<'0!1 1';>;;10i'
humanof!. perfedamente
conilerva'
no;;.
¿Fueron
1015 indios
quienes los usaron'? La prisa
,cf! tcn',;¡rO¡J t'Rtos
habitantes
en utilizarlos
para
lle'el,rc,; y ot1"')3 fines--se
entiende los ataÚ<.1es--· no
dejaron resoh'er
el problema
histórico.
Pero bajemos ya. Se nos hace tarde y es hora de
lJegarnos a la venta de San José.
Volvimos a galop;a haei:. el paraje irlJicado, y po·
(;0
ctespl~é·s atra\'C:':"ábamos las claras
y turbulentas
¡i~U¡-';~ lie] l'i"chudo
San José, que da nombl'e a la ven'
!jUt·
E N
L
á
B
'fIERRA.15
o
DEL
R
o
ta. Dc: la orilla opuesta alcanzamos
a la renombractll
Coasa de "La Marinilla".
Los campesinos
que en el cúrredor
de'lantcI'o ùe
ia CRSll se encontraban,
se regocijaron
muy de veras
al ver llegar b. mi compañero
de ..•.
iaje. Ulla verda'
der~ y ~an" populal"idad, sin empellones a la vida ajena, sin sangre vertida, sin lágrima·s, tJisfrutaba
don
Canuto por todos aquelJos contornos.
Desmontámol1os,
y mi hombre saludó de mano y por
sus nombres, uno a uno, a todos los labriegos, hombres, mujeres
y niños que dlí se encontraban
y le
rodeaban
dEsde antes de echar pie a tierra.
- Que sirvan dos copas de yervabuena,
doble:;, que
vam08 (le ]¿¡rgo, ordenó con recia voz y actitud
cie
marÛo, don Canuto.
Illcontincnt;
fue servido el pel'fulnado
y esmeraldino ~igl:ardic1tc.
Volvimos a montar, y mi cOn¡pañero levantándola
como par<. inginual'se
en e I COl i'O
de campesinos,
hablé les asi:
--Brindo
por José Justo Paùón, Gobernador
de Antioquia, cuyo trágico
fin er. la poblaci(lll de 3o!Jetdul, el ;31 d8 IJI~YO lIe 1854, es una de las más CiO,;:.;cr:~e~ l-;el:i()l\l~ de lo (lue r.ara la;; demoer:u::ias 1.\..1'}JUlenta£ e ignoL'antes valen la virtud, los sacriflt.:lfJ';
paÜ;¿iic(;s,
:;.
}-.Oj¡¡~.I_
u; y el
t.rabajo
en
su
iJ\'ù¡J:a
Ese río, que allí a! ~Jropio frente tributa
sus
agua::; al Penderi::;co, lleva 3U nombre, bien llevado
por cierto, porque, como el modesto mclnciatal'io, ¡;US
:\guas corren tranquilas,
sin ruido, conscií:l1tcs i1c ,11
.1~:;t:JI~ ::1 de su fill.
Á\1á~ llllá, mi amigo en eSt: ángulo que íOrIllan
la
I.:<!u::;a.
.ta
no'!'
Il
R o
·S.A.
L D
Â
It
U
1 .A. G
Â
conf:uencia
de ambos ríos, se levanta en 8uave pendiente u n contrafuerte
cuyo pie apareee desde
aquí
d€sdibujaèo
entre los eucaliptos
y lOB sauces.
En
ese punto, precisamente,
se consum6
la sangrienta
tragedia
que devoró la primera familia de colonos
que viniera a establecerse
a esta comarca.
Bebimos, nuevamente,
y don Canuto ofreció II lo!!
circunstantes,
que ya eran numerosos, cigarros, y Ù'io
fuego al suyo.
La expectación en el auditorio había subido de pun'
to al ver que don Caauto estaba de vena para hablar,
es decir, que estaba en su día. Expectativa
sincera
ya que el narrador
gozaba de inmensa fama de talentoso, instruido
y fuerte en historia;
fama cimentada en todas las casas y cabañas en tJonde los fa'
tigados montañeses,
al amor de hogueras
de incons'
tantes l:amarada-s y ruidoso chisporrotear,
se compla'
cia11 cn repetir las leyendas, cuentos y chistes de don
Canuto, en esas noches de las tierras
frías que se
eternizan
en su melancolía
soledosa.
Nuevamente
descendimos
de las cabalgaduras,
y
(.C1:pJto
ur) lt:gar del correàor
en donde se dominan ci cerro y la explanaàa
de la leyenda, nos preparamos todos para oír atentamente
al narrador.
-Fue
a mediados
del siglo XVIII cuando de la
ciudad de Cartago, en el valle del Cauca, salió el bachiller Lozano con su familia,
esclavos y ganados,
emprendiendo
una larga y verdadera
peregrinación
ori;las del río Cauca, abajo.
Un115 veees caminaban
los emigrantes
por la ribera izquierda
de aquel ardiente río, y otras, tenían que trepar hasta las frías
16
TIERnAS
DEL
o R o
cumbres de la cordillera,
para esquivar
los enormes
abismos que a trechos se inte:~ponen en aquellae orillas.
Sup6ngnnse
ustedes cuáles serían las penalidades
y peLp;ros Ge aquel viaje, si hoy para ir de aquí
a
Concordia se gastan dos días, si .acaso no se ahoga
úno en una ciénaga del Quemado a la pavean en Cues·
ta de Candela; ahora qué sería saJiendo desde Cartago, a cien leguas de aquí, por la selva virgen, ríos
sin puentes, sin ranchos donde pasar la noche; las fiebres, Jas fieras y 10.5 indios, que no eran UnOS santos como tratan de decirlo varios historiadores
.. Pero, e~,o sí, muchachos:
el bachiller
tuvo la satisfacción de no pagar contribución
de caminos, ni aun en
fonm_ de trabajo personal
subsidiario.
Cel~braron
los montañeses
la salida de don Canuto.. y Je ofrecieron
una nueva eopa de yervabuena
que
no aceptó.
-Después
de largos días y meses de penoso viajar, continuó
don Canuto, el bachUer
llegó a este
valle, y fijó Sll resider,cia
allá mismo donde se ve
ese l:anito.
El grnpo abigarrado
y hete)'ogéneo de los que formábamos al rededor ·"::e ÙOn Canuto, pendientes
de sus
labioti
de coni'erenci-sta
nómac[e y vehemente,
seguía
ávido sus explicaciones
sobre la reconstrucción
de la
escena, en el terreno mismo de los acontecjm~ent03,
y
escuchaba con profundo interé3, y no disimulada
emoción, ¡¡UE; palabras.
-E;s fama, perpetuada
por la tradición
de los antigUOfl, que el bachiller Lozano encontró en estos va-
B
(r
TER
Ó
S A
L DAR
n
lAG
A
lies grandee aberturas
abandonadas,
años atrás, por
¡as i1o·~ios.
Bn lus fuentes saladas de la Magdalena r Saladito
hacia Clnqt:é, en el lugar mismo que hoy ocupa la
población de Urrao, por donde pasaba el camino se'
guida por los conquistadores,
quedaban
aún ruinas
de bohíos indígenas y de aeientos de poblaciones
más
a menos g-rande.s; pero, fuéra de toda duda, la mayor de aquéllas
existió en los planes de Curazam-
ba.
Estas juntas
del Pabón y del Penderisco
~taban
en prados, a trechos mateados de altoB rastrojos.
Pe'
ro vuelvo a repetir que todo el valle estaba sumergi'.1 ÍJ en la más ctesconsoladora
de las soledades.
Este prin:er
colono principió
sus trabajos
cons'
truyendo una grande y fuerte casa de sólidos troncos
<le comino, profundamente
enterrados
en tierra,
espigaècs
y unic"cs enbe
sí por traviesas
del mismo
árbol, de amp::as escoph!Juras.
El techo era de tejas de roble. Tenía la habitación
dos piso-s. En el
alto se albergahan
los dueños y su servidumbre,
y
en el de abajo 108 animales
domésticos.
Había entCI7CŒ
td aln:Ú.r.cia
de esos que en la noche se
les oía g"olpear las puertas de la casa y rondar por Slltl
cercaníRs al <:lar terribles
gruñidos
--Pero
d ow no ataca al 'hombre, observó un gallardo mozo de los que oían la narración.
-EntoDl'es
sí; hoy DO: porque es tal la oleada ·Je
civilización
que nvs ha alcanzado
que hasta a esos
animales ha ido a parar y lœ 'ha morigerado
en sus
costumbres.
Una carcajada
general acogió la cxpli-
0.0'
18
TIERRAS
1) E ti
o
lt
O
cación de don CI1:l1nto, y el m,,7,1) qUé' )0 h:¡bia ¡nte!"
pelac!o quedó todo corrido.
-También,
el tigre, continuó
el narr8dor,
ha eil.
por aquí sus incursiones
en loe fuertes
veranos,
"URllc"iOel tâÏ:ar.o les arroja de las ealientes y húmeda? ~e]VRS del Atrato.
A pesar 'le aquel extraordinario
aislamiento
los ea'
lones p¡¡sabnnsus
vidas. con casi laa mismas emo'
ciOlle3 y novedades
de hoy día: el recuerdo
de las
fiestas religiosas
que el bachiller
tenía buen cuidado en cc' ebrai', y hacer cumplir-hasta
la posible-con sus deberes religiosO£, de cristiano
viejo, a todes SllS compañeros.
La tala y quema de los bosques j
la siembra de cosechas y sus cogiendas;
el ordeño
'_'C ks
\:{:!~, y tal
cual a\€ntma
cuando salían de
caza a en la domada de los ea bailas cerreros.
Diril'Je el bachiller
por algr.n tiempo a bUilcar un
gTHn tesoro, el del cacique Barroilo, por los lados
del flr.tu:,¿o y BEgtn un n:al~a que había traído de
Popn álJ, pero nada pudo encontrar
por falta
de
gl!aqueros
experimentados.
Entre la lOervidumbre del bachiller
había un in'
diecito fel (trmí,
que el se:'ior Lozano había reco'
gido mal herido y agonizante
pn la trocha
qne trapsita rol para venir hasta acá.
El C'hinito este le salió malici080 y pícal'o. Un día
cometiÓ UIl desacato más grav€ que 103 de costumbre
y el bachi:Ier
lleno de ira la azotó cruelmente.
-Precisamente
para acabar
con esos abus05 TID;'
dio libertad
Bolívar. murmuró
un viejo de luengas
hal'bas rojizas,
ti
o
T
Fl
n. o
8 ~ L DAR
RIA
G A
-j Qué sabe usted de libertad,
ño Cosme I Por eso
anda decarriel
de alÜita, contestó am06tazado don
Canuto. La libertad que nos dejaron los próceres fue
la de escoger entre tres tiranías:
la clerical, la militar y ]a èe ]SIS cclocrscias.
El rey de E-spaña las
dcrr,ir.r ta a tcè~s y es prefuib:e
un solo amo; además, yo cemo mi compadre Montoya he sido y 80y
rearsta.
Despué6 del bachiller Lozano es cuando más
se ha azotado a los negros y se ha torturr.t_:o a los
indios; prueba de ello el hermoso ejército de la Guardia COlombiana, educado a puro palo y cazado como
fieras ...
Pero continúo mi historia:
]a señora del bachiller
Lozano le increpó su procedimiento
por imprudente
y por -cruel, dado lo cereano que vivía aque':Ia tribu
de los Chamíes, indios vengativos
y malvados,
que
plJ~Tínn "ëñi"èYârse de lo sucedido y tratarían
de vengar a] suyo atacándolos
y extermínándolo3.
Ocho días después de su f]age]acíó~
desaparecía
el indiecito, sin que las más prolijas investigaciones
lograran dar con él.
Los colonos principiaron
por alarmarse
con aquella desaparición, y como medida de 6eguridad estab:ecieron ¡¡ctiva ligilar.cia
€n las cercanías de la casa
Y por el hato.
Sin embargo, \'ari()s meses habían trans'currido ·~e8de el día en que se fugara el indiccito y la calma, la
segurid::.d, la tranquiliC:ad
más completas
habían
vuelto a reinar entre los habitantes
de la co:onia.
Ni una alba de amanecer sorprendió en sua lechos
a los activos colonizadores;
YJ las oracionee de las
10
'1i'1N'
iA~
TIFlRRAS
DEI,
OR6
tadE'S vfrllnirgBS eyrron en las troje.s el rosario de
la Virgen bendita ·..;'esgrana1'SE: de sus casillas al mismo tiEn po c,ue lcs granoB de oro de la robusta maZOl'Ct, .
Una hermosa manga limpia y verde, como un tapiz de lOB que cubl€n lC6 altares
de CorpuB, Be extendía fJl frente de la ca.sa e iba a terminar
entre
las cri:Ias del Penèer;sco
y el Pabón: allá mismo en
donde en estos momentos
abreva la vaeada de la
Unión.
El ganado de los colonos eI'eda y Be aumentaba
en
núm{!ro. Sus vacas leg daban esta magnifica
leche
de III cllal .se ¡abrican
los renombrados
quesos tJe ojo
de l'rrao,
,gin rivales
po·r estas comarcas,
y esas
postreras
qoe resucitan
un muerto.
Una tarde del tempuestuoso
mes de marzo apareció, hacia el lejano horizonte
de Santa Isabel, u::a
punta de nube intensamente
negra. Luégo se fue extendiendo
valle abajo, siniestra
y calladamente.
Las
aguas de los ríos se tornara:;} de U11 eolo-r sombrío:
no se movía la hoja Üe un árbol. La selva había en'o
mudecido;
la oscuridad
caia pre-surosamente
sobre la
tierra, y podía asegurarse
que más que las primeras
horas de la tarde era la noche misma que cerraba cali,R'inosa y lúgubre.
Del suele, se levantaba
un aliento de bochorno, caliente e irrespirable.
El ganado principió a bramar miedosamente
yarecogerse en los alrededores
de la easa.
El trueno que anunció el acercarse
de la tempestad fue e-spantc.-so.
El rayo rubric6 aquel cielo negro COD rúbrica
de
f
21
B
I)
T
F: Il
O
SALDARRIAG-A
:¡::t~rio envPjecido en el orificio.
La tierra se estre!r¡c:ci6 .....
l.1iégo Ir.;; tonentes
de agua y de granizo e:1sordeei::n cn:' >'u c~t!'epit,'3c caer sobre el tejado de madera, qUf par~~cía no pudicra ref'istir
aquel chubas-
co.
-Pcro,
(·so parecía CO,c;HS del mismo diablo, d:jo
:.:;¡~ muchacha,
más aterrada
'por la mímica y el vozrITélJ
(:ee se g~.,stnba don C:muto, en -su narración.
qllC ¡:Pl' fol êUC¡,tc mismo.
--..¡(2;:~ 'liah'o más indomable ~' violento que esta
naturaleza
nuéstra que no se deja manosear Rin mor(:r 1', n 1,1-'.:0
1:0 -se l1e\'a la vida
misma en la caricjn!
El bachiller
recogió sus gentes al interior
de la
C1,S¡\, y Entre
las sembras de la noche-pues
ningu'
n". bè,jía rcsÍ;,tía a las ráfagas
del viento-entonó
el
trisagio.
AfllQra la bmpestad
reinaba
soberana ...
Lé'Et:-,mente fue ~almando la tormenta.
Serían las
diez (le la noche cuando-como
suceùe aquí muy fre'
: r(~íor_cnÜ-hrjJ]ú
en toda su plenituù
la luna;
el cielo est"ba de-spejado de toda llube y las estre'
::i' s pr,recían lucir con frialdades argentinas en ese
f:llnam::nto
ùe Un negro aZllba-che.
A la luz de la luna resplandecían
en la sabana los
montones
de granizo
como juego-s de crsita!.
El bachiller,
fumando, salió un momento al ~orredol' exterior
de la casa; observaba
cuiàaào:;a ~_':••r.tamente los estragos de la tempestad:
arbustos arrancades. áÜoJ€s
desgajs.dos;
oía el ruido ',;'e los to,
""
T,
A
S
DEL
'l'IERRAS
o R O
rrentes
henchidos
de agua que arrastraban
madera.s
eje toaas C]¡¡SC6; y contemplaba
los ríos Hllliùos d~
madre que inundaban
el campo.
De planto se llevó las manos a: cuello, dio unos
pasos n1 interior, y se desplomó entre los brazo·s de
su mujer que en esos momentos salía -Je la casa. Un
grito de angustia,
de terror, ::ue ahogado por las va
ces guturales
de los Chamíes que asaltaban
por to
das partes la vivier.'Ja. El bachiI:er había muerto a~:'a'
vesada III gnrgallta por una flecha de macana, Su mu
jer, sus hijos, sus sirvientes
fueron todos cruelmen'
te asesi,¡adcs
por
los indios, en muy poco
tiem
po.
}ieUl,i,;o" Jas salvajes
d€'spués de la matanza se re
partieron
el botín. Luégo bailaron
alrededor
de los
cadá vere., una de esas danzas s.emirreligiosas,
y por
tílLniO It'S IJl,¡.;iuon
f1,ego y con ellcl3 Ii la vivien
da.
A,sí acabmor.
los desgraciados
colonos.
Bien en'
trada la mañana los indios se fuero:l por la trocha de
Pah¡"l]l. :;"¡tando
sus p:¡,fumas en señal £le triunfo y
de contento; los guiaba y comandaba como jefe el in(~'E:(":L<J f ;_),:01.,1.;0
mese¿ antes por el propio bachjl1er.
En medio de la matanza general una negrita, de sie
te a ocho aÏio6, logró ocultarse entre un grupo de vacag de ·su mÍ.smo color y así logró salvar·se de ser
a~(',i];.l'!;'.
Desde pse momento ~omenzó para la infeliz una vida verdaderame:1Íe
extraordinaria.
Andabu siempre con las vacas, mamaba de ellas como
un ternero, y de noche buscaba abrigo entre sus patas y calor sobre sus tibios vientrE's; i era tan manso
23
nOT
III R
o
5
À
L D
À
R R
t
À
G A
ese ganado! En las menguantes
las vacas emigraban
en bugea de sal hacia las fuentes saladas, y entonces
emprel'.2ía viaje con e~las, abrevando
en 106 mismos
pozos que i3US compañeras
de cuatro patas.
Perdió
toda noción del idioma; creciéronle
las uñas y el pelo
extraordinariamente;
servíanle
aquélla·s para trepar
a los árbole·g en busca de colmenas que devoraba con
avidez ....
-y ¡,andaba
desnuda, Üon Canuto?
preguntó
to'
da nboliz¿¡ra
una de las mujeres.
-Como
Eva misma, hija, pero más negrita y mé.s
inocente.
Pasó mucho tiempo así hasta que un dia llegaron a
eete valle unos exploradons
enviados por don Juan
Pablo Pérez de RubIas, concesionario
de estos inmensos baldíos pûr dación de la Corona de España.
De la cit.Üad de Antioquia
vinieron
aquellos via'
jeros y anduvieron
el valle y sus montañas
durante varias semanas, maravillados
de la fertilidad
y belleza de C'5tos terrenos.
Ya regresaban
para la ciudad de donde habían saJidocuando,
en el paraje que hoy l:amamc>s la Venta,
levantaron
los perros que traían a un animal feroz,
según los berridos
que daba; tJ.:e una figura tan ex·
traña que a v(:ces parecía
un colosal marimondo,
y
otr'l!!, uno de esos mohanes tan temidos .por los in-
dios.
La fieïa e3a le hizo frente a los perros; pero viéndose bien 8-ccrra]ada
por éstos, se corrió hacia un
elevado roble }' call las uñas-como
una i¡uana--se
trepó por él.
24
llll'!
LAI
D!lL
TlIilRRA!
08.0
Lo!! expedicionario!!
Ile acercaron
entonces, y ya le
iban a hacer fuego con un arcabuz cuando a alguno
de a:Ios se le ocurrió, contemplando
de cerca la fiern, que ella tenía figura
humana,
Resolvieron
entonl;f)~. 110 tirarle
sino hacerla
bajar fingiendo
que
tum.baban el árbol en que esta.ba trepada y Agarra\la,
EcnnJ"oll man06 de las hachas
pl"inC¡plal'on a
da¡']¡, al palo. En efecto, a poco descendía lentament.e el ani!nal. Un? vez al alcance de la·s manog de log
C?zFl1ores IOln'aron, después de tcrrib:e lucha, cogerlo
y sujct>\rlo. saliendo
todos (ie la contienda mordidos
cru ~lmE:l'!te, y horriblemente
arañados.
El animal, como ust,,']'es se 10 han supuesto según
l-es veo las caras, era la pobre negra, muy crecida. )'
der.arrollada,
y completamente
salvaje.
Condujéronla
a la ciudad de Antioquia,
con todas
las seguridades
del caso pero también
l:on muchos
cuidados, y entregâronla
al alcalde y regidores, quienes en contlejo pleno y ante caso tan inaudito como
€xtJ'año, .,,:·espués de compli(:adas
discusione6
y muy
maduras
refleXiione's~ tomaron
la gravísima
re·sc~ución de depositar:a
en el seno de una familia noble
de alcurnia,
para que la desalvajizara,
y entonces
'Ooder ;n~erroga' hl sobre sn pasado y orígenes.
Quedó
eso sí como propiedad
de Sll Sacra Real :Majestad de
Castï:la,
porque hoy la hahrían
adjudic~'jo
con 108
baldíos como l'-emoviente, Lomo bit:ll mooirelll;ù .....
<lué sé yo.
Muy caritativamente,
mu~, cariñosamente,
la <:ui-.laron y educaron.
M¥is tardl~, después de varios años,
~T
Po
o
TER
O
8 A L DAR
R I A G A
f'''llr>rlO '0],,;6
? hablar
y e] recuerd(} de las cosas
viejas acudió a su memoria,
refirió
con todos sue
(!etd]e~. e::ta mi,sma vc:ridica historia
que acabo de
cOlltarJes. Se lIamnba Prudencia
Lozano, y vivió por
mnchos años.
F.~e e11::1m'''ma quien, a] cabo de mucho tiempo,
hizo muy útile·s indi.cadones
para encontrar
las
flJel~tcQ
sn,lada: qnc ella tan bien conoci:>. y que son
hoy riía una gran riqueza .
.A.sÍ conc)uyó
dOll Canuto, con el sentimiento
de
Jc,,"l mont:lÍiesc~.
que hubieran
querido prolongar
tan
.'!men:\ conversncióll.
Y luégo nos despedimos
del
eomplncído
auditorio
para regresar
a nuestro punto
de ·partida.
~'~n(vmr;el'tc tomamos
nuestro's
caballos
y vonvitres a g2lera;¡- rer la estepa verde y sol~ •.l·osa; soñs]; do yo. por mi propia ~uenta. en el modo cómo nace la le~'~nrla y en cómo la historia sólo tien'~ atrRctivos que embe!ecen
cuando aquélla
le presta sus
consejas.
nan Canut!) filmaba ...
callaba ...
quizás soñaba
despierto.
N0S f,('crcáhamM.
al pueblo.
La tarde se iba callad:!. eptre •..1 recogim;cnto
blanco de unas tenues ne
bli¡ws del mes de Animas. Era la hora en que:
"se ode ~q1JiIla di lantana
"che paia'l giorno pranger
che si muore".
MIRAMON
ipob.re Miramón!
Estaba
tísico.
Tosía con frecuencia
y se I:eva ba
las laqras
y nudosas mllnos al pecho como -si quisiera evitar que algo estallara
allá adentro,
.Miramón había envejecido, a pesar de ello sólo sU~
hábitos ha·bían cambil:!lo; fí.sicament.e era el mismo
simio de pelaje blanco y negro; de extraordinaria
mo
vilidad en los músculos de ia cara, de mirada rega¡¡on,l y hosca; de IHcias patillas y de f.rente estrecha
surcaùa,
ocasionalmente,
por
hondas arrugas;
ta:
corno bacía treinta años lo había adquirido don Faus'
I¡¡¡o, {'IJ ,,1 ¡¡u2b'o de Cañasgo:Üas
por compra he-chr.
a un indio de Rioverde.
En veltlad, don Faustino
no la había pagado caro:
unas COPUt; de mal aguardiEllte
y unos pésimÜ'S c;ga
rros habían aida el precio de Mi.ramón-,
aO'l'IllRO
B
Â
L D
Â
B B
t
Â
G
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Trasladado
por su nuevo dueño a una pequeña pro'
pied~ '-1' que poseía a tres milla·s de la ciudad de An"
tioqula, fue instalado
COn toda
comodidad
bajo un
alno èe la cafa, En el correcter qce mira hacia el
an- iro ntl
qt:e lerc'ca el rio Tonusco, y que alli
enscn- })r€oCe 8US orillas bajo tupido bos'que de mamODc'illD'S.
En los primeros dias de su nuevo domicilio, M'ra"
m6n, se d~claró firmemente
un inadaptable
social. De
una agresiv)":'ad
exa~tada;
¡llegó hasta con'stituirM
en violador asiduo de la tran'quilidad
y moralidad
públicas, escandalizando
a !as aguadoras
y bañistae
del
río Tonusco.
En su impudencia
ilimitada
fue hasta
arrojar a las caras de los transeúntes
lo que sólo por
energías
de nuestro idioma deseamos sea manjar de
nuestros
enunigcs.
De nada valia que algunos aficionados
a las ~cenas fuertes le obsequiaran
con trocitos de caña, o
de azÚcar; Miramón. después de pelar aquéllos o de
chuparse éstos con deleite, sin má,s ni más, sin decir
Iagua va l .....
iba agua, agua turbia y alcalina ad"
mirablemente
bien orientada
al rostro de sus admiradores.
Sus es'car.'-!alosos amorios, SU6 sucias agresiones
y
su inconformidad
con el medio
le granjearon
innu"
tr£nblfs
y profunèae
antipatias.
En vano don Faustino,
el avaro, el misántropo,
el
solitario,
cuyo único amor lo compartian
Miramón y
ojos feroces perros que le acompañaban
día y noche,
lucha.ba pacienh:mente
por darle siquiera
un ligero
teN
LAB
TIERRA.
DIlIL
0&0
barniz de sodabi1ièad.
El s:mio era irreductible
Il
toda dirección
diadpI:naria.
A la cil1l'Í¡._. ¡:,e encnminaba
don Faustino todos 1015
martes y 103 sábados en buscn de los desechos del matadero púb:ico para sus perros, y ¡gasto extraodi.
nario!' a comprar bizcochos j; troncos de azúcar para
Miramón.
De pública fama era en la ciudad de Antioquia
la
cuantioso
de la fortuna
de don Faustino;
asegurándose b rr,bién qt:e ¿ida
riqueza esh:ba en polvo y
monL',:as e'e oro, que el mi~ âr,trpo ocultaba en tlU casa ell un arc¿n viejo y resistente.
Lo cierto N! que ninguno }1abía podido penetrar en
la aislada y sórdida casa del avaro. Sus puertas hermét::camente
cnradas
sélo EC abrían para dar paso
al anr.i:mo, quien, cuidadciS!.mente,
18.5 volvía
a cerra al cr.trar y salir è£trás de si.
Por la dem.ls, sus feroces pe!ros rondaban
de día
y de noche la misteri<x;a propiedad
y sus alrededo-
res.
Contaba el anciano setenta años cumplidos, y cada
día en su aislamiento
y dec~dencia era mayor su cariño por sua únic<x; compañeros
de exis~encia, los perros y l'If'ramón, sobre todo por este último.
Al ata¡'~ecer, en la hora del crepúsculo, el viejo salía de la casa, muy qued2mente,
cuidadoso
y desean Fiarlo. Cerranèo
la puerta y escurriéndose
como
ave nocturna
se l:erraba a un gigantesco
man;;o, y
dando un silbido especial Ilamaba a sus perros; ~erviaJe6 entonces la cena en ti.na gran artesa de madel'a. Luégo los amarraba
al árbol un momento mientras
'B
()
l'
~ H
o
S A L DAR
R
I A G A
i!:la por Miramón para que les hiciera compañía. en
aquella hora triste y solemne del día, ante el declinar ·Je BU vida. sin más expansión amorosa que la que
·Jp.cticaba a su:; perros y a su amigo el inquieto simio.
Miramón en laR primeros días temeroso del viejo y
de laR feroces perros, a ignorante
del ceremonial
y
etiqueta de aquellos recibos, se trepaba hasta las últimrrs ramas del mango; devoraba gran cantidad
de
frutas,
aprovechando
las pepas para enviar a .gus
compañeros
de tertulia
una nutrida y certera lluvia
de proyectiles,
tan agre'sivos
como injustificables.
Grar)Jes y constantes
penas pasaba el anciano para
poder reducir al revoltoso e ingrato compañero,
Pero, pasó el tiempo, y l\Iiramón al fin Y al cabo
entró en pleno período de evolución
progresiva
y
aSl'miÔ Ulla actitud
definitivamente
sociable y -servicial.
Como rrueba
~vidente
de su conversión
al
culto de sus s~mejantes se encargó de la repartición
de las pi:trafas
a los perros,
Aquel desp~rtar
de los sentimientos
de la justicia
distritutiva
encontró
en .gu conciencia
simiesca
un
juez imparcial
y celoso; nunca llegaron
los perros a
quejarse
por .,'€sigualdad
en la cuantía
.de sus raciones, y por el contrario,
recibieron
muchas veces,
de la manera más sumisa ,la6 golpeadas y uñescas reconvencÎorJl2;1 que les dispensara
el airado juez cuando
trataban
de gruñir y pelear.
l\Iirnmón en actitud bastante decente y comed;.ia al
fin 6e sentaba cerca del anciano a ver comer a los
30
E N
L A S
TIERRAS
DEL
o R O
perros, y ~iempre en compañia de don Faustino
volvía a la casa después de oscurecer.
¡Cuántos
atardeceres
llenos de luz y de Jrmonlas
rurales murieron
calladamente
entre las fro¡l.<.las agitada5 de aquellas arboledas,
bañando de intensa melancolía aquel grupo de íntimos amigos, sill que jas
pupilas del anciano devolvieran
el reflejo maravilloso de aquello;; .sortilegios <le luz crcpu~H;ular, Sill que
en sus oído-s lJespertara
una
grata
rem: n iscencia
aquel susurrar
de ecl03iones amorO:las de :l!J:.\ naturaleza ardiente y fecunda I
Miramón, ya la dijimos, }:,abía envejecido
morul'
mente y la tisis le consumia.
Su porte era reflexivo
y lento, reposado
en sus gestos y tardo en ~lt8 movimientas.
La mayor parte de] día ~e le (;ol1templaba entregado
a los más hondo~ pensares.
Ya no miraba siquiera
a los transeúr.tes.
Sólo su ¡'ma ~- "us
amigos los perros le merecían
cariño y atl~'lcion('s.
As: llegó fi ser grato y a apreciar la que vale la amistad síncera,
Aquella transformación
r:.IJic¡¡\ la hizo
tomar la actitt.1J de un gravI! personaje:
circunspec::o,
ü:~ro. re;,ervado.
¡Ah! Si Mjramón (l1ton~¡~s hubiern {!ueri do honramos
tomar.do parte en la po:ítica
activa del país hubiera llegado a alcanzar dignamentE' Iln;;. jefatura
Única, cuando menos, más IiI dehió
pensar mucha3 veces, para retroceder
ante ia incursión en aquel campo, en el viejo refrán:
dio :0 que eg
un mico suelto en un pesebre!
Liegó en su caminal' hasta hacerla
habitualmente
sobre .sus patas, prescindienè,o
constanteme¡lte
de sus
manos! i Qué lejos ;,¡e encontraba
para entonces de sa
ü
Ó
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O
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L D
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1
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G
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salvaje juventud
vivida allâ en el bosque primitivo,
en esa inmen-sa y misteriosa
hoya del Atrato y SUI
tributarios,
en la compañia de parientes
y paisano!,
que si lo vieran ahera le tratarían
de advenedizo, de
algo peor: -:'e tránsfuga I
Una noche el anciano después de dejar atados 105
perros al mango se dirigió a la casa; ex::raf.a::'a :¡¡
.aus-er:cia ée :\l;rnr,é:". ¿d:er:a esta n;ás enferrnq
que de costumbre.
Repentinamente
se t.letuvo sobre
el sendero que conducía a su habitación.
Había oído
ruidos inusitadcs
en aquellos sitios, por el lado del
bosque que s~ extel.-.l"Íl\ hasta el punto donde Miramón pasaba la mayor parte de sus ocios; por la hora,
por la intensidad
del buLicio, por la soled •.•-] en que
8e hallaba, se £orprendió, se asustó hasta llegar al te'
rror.
Apresuró su marcha, y pocos segundos antes de entrar en la caS'l pudo distinguir
las negras si:uetas de
unos hombres que a toda prisa se aproximaban
hacia
donde él mISmo se encontraba.
El anciano no dudó un
momento más de lo que se le venía encima;
rápida.
vigorosamente
cerró detrás de si la puerta, y pensó
en d€fer.Ùne
h.sta el últ;rno extremo.
La cerradura
era fuerte y el maderamen
resisti"
ría también;
clon Faustino
la reforzó, además,
COn
dos gruesas trancas
de guayaeán.
Así la resistencia
se prolongaría
quizá6 hasta el amanecer.
hasta que
pasaran por allá las gentes; era su única esperanza
de salvar la vida, ya que todo socorro era imposible,
pues lag más cercanas
habitaciones
estaban
retirada a más de m(.Üia legua de aquel lugar.
82
EN
LAB
'I'I1!lRR~.S
DEL
onó
Repetidos
y terribles golpes
dados, a nO dudar,
con machete hicieron crugií: la puerta.
Don Faustino
pensó esta vez en su alma Y se encomendó
a todos
los s:.atos; luégo se acordó çae poscía un viejo trabuco naranjirO
Y' elementos
para ponerlo en
a.-:·
ción:
~i
al menos, mUïmuró
esperanzado,
me dieran
tiempo para c8rgarlo.
Bu-scó el arma. Y, a la luz :ls'casa de Una mala bujía, la fig-u l'a temblorosa
del tacaño con el histórico
trabuco ent.re las manos se .,i1ueteaba sobre el agrietado nn:ro de la salita como una sombra grotesca,
jn~pLaL''';o al mismo tiEmpo la más honda compasión.
Los golp-es redoblaban
ahora simultáneamente
so'
bre las puertas
y ventanas,
Indudablemente
era toda una cuadrilla
de malhechores.
Don Faustino
perdió tocla esperanza
de salvac.Îón:
irremediablemente
sería asesinado Y robado. Lo último le hizo volver la
luz amarillenta
de la bujía hr.cía el rincón en donde,
t.rag ùe su misera lecho, el antiguo arcón cubierto de
hern'mbre
guardaba
sus tesoros.
Al quebrar
sobre
sus l.ierros las pal:O~eces de la llama, el ancIano se lle,TÓ 8\1 diestra
a la ancha correa que le sostenía Jas
11l4ntalones, palpó el manojo d.e llaves que de aqué;I¡; pr.ndía, ae irguió; una sor.risa satánica-única
en
~u ya larga vida-aflojó
las l~ontracciones
que el te1·.•·01' había
marcado. en su arrugado
rostro.
-.\¡ menos el arcón resistiría
tanto a más que las
puertas, murmuró.
y se dirigió hacia el dOl'mitorio. Alli, levantando
33
TI
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È
It
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S A L DAR
RIA
G A
ctÙ1nd0~.~;m(:ntc un viejo retablo que repre,sentaba
a
San gm;¡".¡'io, encontró un agujero, maestramente
disimuladl) en la pared y en él dejó ocultas las llaves
d¡;l :¡rr(.n. VolviÓ dispu€do
a morir al lugar que
poco aFles había abandonado.
Ll.eno de espanto pu'
do COI'! eniplar entonces
la g,ran brecha abierta
en
la puer, él y rOl' la cual uno de los bandidos le apun'
taba eOI1 Una e·scopeta. Don Faustino
encomendó su
aIm" a la benevolencia
del Creador.
Sus (Jjoo se dilataban
ante aquella certeza tJe una
mn?rt.e atroz, había olvidado todo conato de reó1is'
tr'leia;
el trabuco ªrrojado
a un lado, la puerta que
cedía a los golpes del bandido entre tanto que otro
le apuntaba
con su arma ... Fera un ruido aterra'
('(:1'
enmo el de una temp(!stad que se avecina, el la(:r',~o furicso
de los penos
puestos en libértad,
la
maltlic:(,n angustiosa
del bandido, que dejó caer su escopeta y huyó, todo lienó de r.;orpresa y con,fusión al
¡Efd;;; dOE Félust;no.
Poùía oír (,ue la lucha entre los perro·s y los ban(¡kas (;l'a d,,'c·eEC¡;crachl. : Fero quién azuzaba a 109
perros ((on a\]uella voz de trueno, quién poseía esa
sobrchL1mana
y aterradora
presencia
que se dejaba
sentir en todos y cada uno de los puntolS del combalc?~ Er:\ acs",') Un demonio de f01111a negra y ágil el
que se ~novía y pasaba rápidamente
ante sus ojos fij,,~ vn el hüc·-'o de la de;;ped¡¡.z;;da pl1E:rta '! i. Habría
algo de nltraterreno
en aquella lucha, pero sobre to'
do qui én hHbrin logrado soltar a los perros, en aquella horr·. y en esas circun:;tanciae?
Btmd).los, perros y azuzador fuéronse alejando por
L A S
TIERRA.S
D £l L
<> R o
el bosque en su mortal encuentro;
luégo la calma, el
sj]rncio sllc{'dieron a los grito'3 y maldiciones,
a los
ladridos de los pell'OS y a ln voz de trueno que lo!'
comllI:daba.
Entonces
don Fauf'tino resolvió salir en busca de
Si1f: perrc-s;
tcmÓ eJ trabuco
abnnàonado
y cargado,
ahora sí, hasta ia bOl.:a, y se alejó orientándose
por
~; le,jano eco ·,'e1 combate.
La luna alumbraba
de lleno el sendero qne tomó.
DOll Fallstino
tuvo poco qué andar para ver cémo por
el camino que seguía, se acercaba uno de los perros,
lentar;cnte,
y tras él Call andar inseguro.
pen06o, .Miramii¡¡ se aproximaha.
Se detuvo don Faustino:
todo lo comprendió
entonces: debía su vida a la inhligente
y valerosa
1111ciativa de Mil'amón; él había l.ugado los perros cuando advirtió ci ataque Üe los bandidos;
él mismo los
hnbía conducido al combate, ljS habia ·1';r;gido y los
había animado con aquella vo'~ de trueno, apocalíptiea, diab61ica q¡;e había escuchado y que ahora le re·
co'nl!,ba la ,je los manas en IQS bO!'lqucs cuanclo van
de n:archa.
El misántropo,
el avaro, se arrojó sobrc }¡liramÓll
para abrazarlo,
para acariciarlo;
llenáronsele
de lágrimas los amortecidos
ojos, y, en este minuto de su
largl1. vid:>. ",intió pOT primera. vez y con la intensidad
·.:'c siglos, la que ern un sentimiento gcneroso. la que
err. el sagrado abundono del atrui!'lmo que hace los
héroes y los sant06. Tra.tó de levantar
el ",imio entre sus brazos ... Pero Miramón dando un grl1iiido
imperceptible
se recogió como UIl aro y luégo se ex·
815
6 A L
n A R R tAG
À
tendió largamente;
sus oios dila~ado5 a la luz tIe la
luna !lena arrojaron
un reflejo verde, frío, y luégo
se empañaron ....
Miramón había sucumbido
en el heroico esfuerzo.
Don Faustino 10 contempló con dolor sobrehumano,
y nocludando
que habia muerto se desplomó. inerte,
sobré aquel cuerpecillo,
y la ca'bellera blanca del anciano fue a cunfundiree
con el pelaje blanco y negro
de su salvador.
EN LAS TIERRAS
DEi. m'la
La mala suerte le habia atrapado
con todo el COTtejo de SliS ca;Hmidades.
Ninguna
emp!'esa le daba
un buen resultado;
toda combinación
fracasaba.
El
trabajo
duro, la constancia
i:lquebrantable,
los cOnOc:mientos;
nada ... n¡·:·a le valía ya.
y, no porque don Anacleto de Andrade-uno
de
los má3 tesonudos
mineros del norte de Antioquiafuera hombre capaz de afligj¡:se, de echarse R morir
por nada, no, mil veces no. Que él mis que nadie
tenia de la vida un concepto claro y preciso como
¡:,c ~os traen lo·s de su oficio: concepto '.le grandes jngr~'0res, al azar de la ciega, que sue;en tomar la vida misma como una de tantas jugadas,
aC2ptándola
como caig;:, buena o mala, a como ellos dicen: por senas o por unos.
Tampoco quiere decir esto que don Anacleto
ua
3
37
.1 ~
j
~.
I
I ,
i,
II
.~ H
••
fUel':i tI n ~illcero cat6lico, y, muy praeti('ante,
sino
que en ~u fondo triunfaba
un riente escepticismo adm:rublEmente llevado p,or aquello "de que las hay la.
hay, aun cuando no hay que creer en ellas".
,L'2'emás,
minero tenía una buena idea de sus cualidades morales; él mismo las clasificaba
con fran-
,,1
queza.
¿ Quién por estos lados ignora cuáles son lail basee
y principios de la ética personal de los mineros?
Pucs, don Anacleto d~ía:
-En
cuanto a anisados,. rara vez paso de dos almuerceros, el rara comer y el del desayuno; ciertamente es poca dosis; pero eso sf, en el caso de estar
con amigos imposible que vaya a hacer el papel de
merico, acepto y ofrezco {'omo el que más. En juegos, practico pocos, porque como tál es más entre'
ten)Jo la minería que los dados; tampoco afirmo que
deje de correrlos, porqUe ello sería olvidar un curso
que me costó mucho dinero, muchos digustos y mucho
tiempo para aprender
las paradas
suficientes
para
poder recorrer con la industria ésa. Las mujeres no
me Bon todavía indiferentes
aun cuando soy casado
,en s.egundas nnpcias ... Por lo demás. soy hombre
de bién y de cuna limpia.
Pero había llegado para nueetro hombre un minu
to!!upn'mo '.le aguda crisió!: 10'8 últimos trabajos habían consumido todo su dinero; apenas si le quedaba con qué pagar sus deudas. Hombre de honor balanceaba su situación para poder tomar un partido
definitivo; no qu~lJaría debiendo ni un centavo a nadie.
o
o
;;.;;
.\
"
n
¡.-
'j
Ent re aluviollell y vetas haMa desfilado t~lo. hasta
la Cai:la de habitación,
empeñada y perdida.
Largo rato meditó en el partido que debel'l:a to'
mar. Sentado sobre un ribazo vecino a la boca del
socu'.':m S'- le veía fumando
y pensando
hondamen-
te.
En la oscura cañada el silencio no era turbado
ni
por el aldeo He una ave; la' soledad era completa.
Y, asi largo rato sin interrupción
alguna y levltntando la vista s610 para contemplar
las herramienta.!;
que los minel'os, al abandonar
las labores,
habían
alineado contrll la barranca,
(oncluyó sus meditacio'
nes trazándose
un plan de acción.
Abhndonó fiU po-sición y marchando
erguido, S€l'e110, dirigióse
hacia el vecino pueblo.
Al siguiente
dia, domingo, pagó todo lo que de
bia. Sólo le quedaron entonce!l los recursos suficientes para trabajar
durante
una semana con Uos peo'
nes, y parH comprar los bastimentos
necesarios
pa
l'a tan pequeftísima
cuadrilla.
Completó su plan de
acciún última y decisiva
eligiendo
como punto de
labores la mina de La Virgen; la más ingrata, la más
codiciada,
la de los albures.
j Mina
de topes fabu10sos y rarÚlimos; cuántas fortunas se había tragado
r también cuántas vidas de dcspechados I
l'ero <ion Anacleto
como minero de sangre quiso
ttrarse
esa última parada bien cabezona, fueron sus
propihs palabras.
Lunes, martes, miércoles,
il-Leves y viernes hablan
pasado para don Anacleto y sus dos peones-los
mozo¡¡ más fornidos,
audaces y conocedores,
entre 108
de aquella región de mineros de pelo en pecho-agarrados, literalmente
a la tierra,
escarbándola,
eseudriñándola,
desmenuzándola
entre las manos, hasta
oliéndola, can el torturador
anhelo He encontrar
algo, una revelación
siquiera.
Porque hay que advertir que estos mineros
en cuanto trabajan
en una
aventura
de honor son absolutamente
solidarios
con
-su patrón, y los peones de don Anacleto se interesaban tanto como él mismo pues no ignoraban
su situación
y hacían
causa común con quien tan bien
los había tratado
siempre.
Pero ha'sta el anochecer
del viernes la tierra
les
había negado toda recompensa
en el trabajo,
hasta
la ilusión misma parecía muerta ya.
El sábado don Anacleto, profundamente
pesimista
y decepcionado
de un todo, había lIaml.lJo muy temprano a 5US peones, les había dado fuéra del habitual èfSfyuno
un gran trago de anisado viejo, y les
había dicho, profundamente
conmovido:
-¡Muchachos,
ya hemos hecho todo la humanamente posible en la mina, pero la suerte ing1'8.ta nos
ha negado el 01'0. Estoy muy agradecido
de sus trabajos 'i empeño por lograr un buen l'e.sultado, por
mí, pero si de aquí a las dos de la tarde no hayalguna etlperanza dejaremos
esto para otro más afortunado que yo, y nos largamos para el pueblo; voy,
pues, a arreglar
los corotos.
En la cara de los mineros se dibujó la tristeza
y
el desengaño;
realmente
querían aquel hombre;
hu'
bieran deseado encontrar
mucho oro, por él, tan g610
pOl' él.
·to
l'LEItH.A:;
u
¡.; L
U H ú
SIn embargo, los jóvenes trabajadores
con las herramientas
al hombro se dirigieron
con paso firme
a la mina, resueltos
a intentar
el último esÍlHll"l.O
para hallé'.l' siquiera pinta ...
Don AnacJeto
varoniJmentc
tranquilo.
rI~8ign~Üo,
fum8,ba y hacía en su mente el recuento de los buenos días, en que el oro le llegó abundantemente
a
sus manos, en afortunadas
empresas de la misma la'
ya. , .. otros tiempos. El humo del cigarro le distraia
con sus caprichosas
aseensiones
cuando un grito agu'
do lie "j patrón!" surgió de lo hondo de la mina.
Le llamaban.
Se levantó tranquilo
y serenamente
se tlirigió a la mina.
Cuando llegó al frente en llue trabajaban
los jó'
venes mineros estos ,se apartaron
y llenos de alegria
le mostraron
el tope que a::ababan
de encontrar.
Don Anacleto se aproximÓ más; su ojo certero tie
r:J.:·~'~rok [JtTmiti/¡ ap(eciar desde el primer momento
la inmensa riqueza que contenía aquel clavo, y emocionado hasta la más hondo tJe su sér se l\rrodillÚ
frente al clavo de oro; estiró los brazos en <:n~l:;
(Urigió -sus mi:adas
hacia 1'Û alto; entre tanto lol:!
peonCil se quitaron
los sombrreos
sobrecogidos
de
re~pet.o por la piadosa actitud de don Anacleto y e.gpU;\l'on de su boca la hermosa oración que ir.tJuda;JJel1lcnte ita a s urgir de aquellos
labios llenos de
Egl':iCi:::t'Ím!èi¡to. de eee corazón lleno d~ fe y ùe religiusidad:
; c;:ù;; mío, exclamó
cun voz llena y alterada
don
Anacletu; si este riquí.simo clavo de oro, I1U(: en ',US
ine8crtl~abl~s <1~'3ienio"l ync 11M3 enviad'), hn de 'lel'vir
¡;al't'_ Ji<, l:lJl'lleWH;!UL \.:" lui alma ...
que ne l~ull1pi¡¡
tn
santa voluntad .... I
EL GALLO
DE
LA OONVENCION
Cuando
mi& amable",
lectores
ql1Íeran
detenerse
a
cavilar ~obre el título de l'sta veriLFca histürieta-y
sepan que me refiero en ella a la célehre C·w. '~':"ión
·Je Ri(J\l(;~ru---es
illÚudablc
4.ue se Áurún 1:" idis va'
riadas conjeturac:l !lobre cuál de tálltú.'l hom,'l"";
iluso
treg que 11 uL¡ué;:a
conCUl'rit:l'on
Jl1ere'~cria
d título
de gallo t~e la Convención.
Quiénes, buscándolo por el laùo de la oratona gran'
dilocuente
y armoniosa
pensaráll,
en que lo fue el
dOL(¡Jl' .Jú¡,é 1{ar¡u Rujüs
Canida,
el y,ran líi'Íco tolirnense,
cuyo discurso
sobre
12. libertad
clt; cOf1~¡eilcia
y de cultos 110 lüe superacio por ius plJ,Jleri(:)'0"
ùe
los grandes oradores úel 68 lln Z::\j1uhu. Otro .• creeráu qu.; in lUtfa Camilo
.\ut.Jnio
;e,;'.;l:~~
.•.::>,'l': ""cllndo
e illc':'.:J;\':f.1 i.'\.dei11Ï1La
positor
Ln).":':"
eieIleiaa
y Zaldúa,
nl()J;·~
,-l~-lé.~· Al'l)...;e}il.\.~lJ.iJ ;;•...:.'î.;l1ù ex"
Parra. Ancí:~ar. Cuma;;ho P.oldân y
¡.·¡m¡l'L.iJÎcs
y prvÚ'l1c.o!> (;IJllOCee;Orcô de las
lloHtic8s Y adw .. :...:~tr.a.ti\'a¡, de 'OR ~sl.l:.doll.
JJOrl~u.o
~ A L DAR
RIA
Q
A
Pero nó, no acertarian:
mi gallo fue un gallo au'
téntico ,hijo de gallina, de plumaje verde oscuro y
rojas plumas en las alas, de aceradas y certeras
espuelas, de canto prolongado
de clarín guerrero.
Un g-a:lo digr:o de figurar al lado del cog gaulois
y del (enunciador
de las debilidades
humanas, el gallo de la Pasión, en las galerías de la historia g''l11ij¡ácca, aun cuando el nuéstro no cantó las cobardías
claudic:mtl's
de Pedro sino por el contrario,
que fue
símbolo del milagro y por ende del poder en la fe
aJos
:,antos, hasta en los asuntos
pecaminosos
del
pepular
y sangriento
juego de gal;os.
y sucedió que ... en aquel Jueves Santo Un sol de
fm:go caía '.:e plano sobre la ciudad oblig-ando a sus
,habitantes
a recogerse
al fresco sedante
de sus
flombre~ •.;·a8 CaSé.5, en espera de que una nube compasiva mitigara
el bochorno del medio día para torJJar a los templos a cumplir con sus deberes religiosos en tan augustas
solemnidades.
Rec;,bía en el ~alón de su casa don Segundo Martinez Il algunos de sus parientes
y relacionados,
ve6tidel', '.le riguro¡';ll etiqueta conforme a las tradicionales y castizas costumbres
de la época, y hablando con
}laUg~d;l voz. Eu la hidalga
residencia
reinaba un ambiente místico al evocar la-s reminiscencias
de las
f~gUvidadE:'S religiosas.
Entre tanto en el inmenso patio el quietismo de los
abanico;; de las iracas, el clamor estridente
de las
cig:¡¡-raR, y ]06 sortilegios
de una luz áurea y sega'
dora. &oJormeCÍan aquella
naturaleza
tropical
en el
l!opor ne una ~iegta cálida y febril.
á4
I •• \
IS
TIEkRAS
D E J.
o
K O
-La
misa y el oficio divino de este gran 'lia flon
de la feria Quinta-In
Ceana Domine-ron
rito do·
ble, color morado para el oficio y blanco para la mi-
sa.
Después de manife-star
asi eus conocimientos
en
Liturgia
agregó don Segur.-Jo, tomando las actitudes
ùe un orador sagrp.:o: aderrás. grandes misterios
relebra hoy nU€"3tra santa madre
la iglesia
católica,
:lpo!'.tó:ïca y romana:
la divina
humildad
y abatimiento de Nuestro Señ·or Jesucristo,
con el lavatorio
de lOB pie" a sus apóstoles;
su amor, incomprensible
para sus criaturas.
con la illstitución
de la Sagrada
Eucaristía
y del Sac€l'docio
del Nuevo Evangelio;
la
Oración en el Huerto de las Olivas, la Prisión del Salvr.o2or y su inicuo juicio; la negación de Pedro. Todos estos misterios
y pasos se cumplieron
en este
augusto día. Pero el objeto principal
de las solemnidades ùe hoyes honrar ron solemnísimo culto y extraordinariamente
a Nue3tro Señor .Jesucrif'ito en el
Sacramento
de su infinito Amor.
En la recepción de etiqueta se encontraban
don P:iblito Pardo y el doctor Bonis, descendiente
de los
marqueses
de Luna y MOntesclaros,
quienes con silenciosa compostura
y respe':o habían
oído el cuasi
t>.ermón de su pariente
don Segundo.
PEoro detengámonos
un momento para contemplar
la figura moral y física del tio Pablito.
Tío lo llamaban todos como que frisaba en los setenta y pico
y no se había casado.
Pero sería calumniar]o
cruelmente el afirmar
que había permanecido
soltero por
tI'cuapego 1\ las mujeres,
nl>; todo ,10 contrario,
por
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haber amado mucho no Be casó, se monopolizó; hasta en eBO fue libreca-mbista y admitió la Ji,bre competencia en todos los ramos. Bajo de estatura, muy
delgaùo 'le complexión, ojos garzos, vivísim06; barba raJa y rubia que llevaba a todo lo largo. Cojeaba
debido a un accidente de atrevido jinete; otros afirmaban que a consecuencia de una aventura amorosa,
que le estropeó una pierna de por vida. Ceceaba al
hablar, y BU chiste fino y agudo, en veces, se troea"
ba de una ingenuidad
increíble, denunciaba
su abo'
lengo ln.-lalu?; y su alma meridional de la Península
española.
En el mentidero 80cial y en todos los enredos y
chismes de la vida ciudadana
cuando no resultaba
autor principal -sí era fácil eneontrarle
seriaa complicidades"
OH remanso tie sombra protegió la ciudad
aleLar
gada; la hora del calor declinaba.
Aprovechal:'10 es"
ta oportunidad
las señoras requirieron
sus negras
mantillas y sus devocionarios;
se despidieron de 106
caballeros asistellte-s a la visita y en busca de cumpiir con SU!! JÚ"']osas presencias ante los monumell'
t(}3 salieron a la calle.
No iban lejoa las damas de la sala cuando el tio
Pablitosaltó
de su asiento para protestar
enérgicamente de aquella sensible ausencia JIev:.'Ja al cabo
con tan fútiles motivos, como eso de visitar iglesias
y rezar ell ellas ante los monumentos.
-¡ No convengo yo, exclamó vehemente, con estas
gazmonerfas,
con estas beatería-s, con las mojigate"
l'ías de N1tas mujeres de hoy día" Largarse con se"
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¡ 1-; I:{ H
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mejante
resistero
de 8o-l, por ellas calles qne calcinan, con cI pretexto dizque de visitar los tales apa'
ratos que llaman monumentos
de Jueves Santo, siem'
pre iguales a todos los años; fanatismos,
ignorancias
zoqueterlas,
atraso, todo a la vez, Yo, por esto, emancip:;do de todas esta paparruchas,
nO creo
en Dios,
ni en Cristo, ni en virgeneE, ni en las chinelas del
Papa .....
! Pero eso si. ...
en la único que creo
finnemente
es en San Antonio de Huriticá!
Mirárollse
to(.".:1>,un08 a otros, sin apenas conte'
:ler lus ~arcajadas,
los tertulios
de don
Segundo,
acosiumbrados
como estaban a las originalidades
del
tío Pablito, y el rr~::I joven de ellos, todo un doctor
en medicina y ciru~ía, le interpeló
curiosisimamente
sobi:e aquel caso de fe tan extraordinaria
como ex'
cluyente.
·-No entiendo bien, tío Pablito, eso de ...
-Yo
he sosten).1·o siempre
con argumentos
in"efutables,
exclamó el interpelado
encarándose
con el
galeno, que ustedes pierden lastimosamente
su tiempo en esas universidades
y facultades
de hoy Cil dia.
Todo se les va en el grado; las dedicatorias. de laa tesis, el marco dorado, el v:'Jl'io para el diploma y los
trapitos
doctorales
inclusive el sombrero de copa al,
b. y oiga usted mi caso can atención
y silencio.
r~fedivamente
lo::! tertulias
se dispusieron
con placer
a oír al tío Pablito, y la expectativa
reinó en la sala"
~El 4 d~ fûbrcro de 1863, si mi memoria no me
as infiel, se instaló en la ciudad de Rionegro la gran
Convención
liberal
que pr£:s.idió el ilustré
homb;'e
públil'(l dOt'tOT F'r¿lncisco .Tavier Znldúa. conocidísimo
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::;ALDAI.~H¡AG.3.
en Antioquia
por el célebre pleito de Guaca de que
fue eminente
abogado.
Además en esos momentos
era aquella noble ciudaù el cu'artel general
del invicto ejército del Gran General Tomás Cipriano
de
Mo¡;qu('ra. Con esos motivos y el estar la ciudad colmada de los mejores y más connobados hombres del
país, había grande afluencia
de toJa clase de gentes
de la RepÚblica.
Entre las diversioneg
se contaban
las riñas de gallos que se jugaban con grandes apuegtas en puras onzas de oro. Como ustedes deben Baherlo yo he sido muy aficionado
al noble juego de
103 gallos;
nadie conoce mejor que yo la naturaleza
y
aptitudes
de eS/tos animales; podría asegurar que ha5la su psieología
nO tiene para mí misterios
ningunos.
Tenía en esos días mi pariente
cercano, don Rafael Martínez Urubul'U, cuyo genio atroz les consta a
ust"des también,
el mejor gallo del país: un verde
requemado que mataba siempre en las entradas y que
a pesar de sus muchas campañas no habia salido inu'
tilizado nunca.
Resolvió mi pariente
que la llevara
El Rionegro
y que lo casara bien casado y lo jugara
con tre~cienta s cincuenta
onzas de oro, recogidas en
1111 abrir
y cerrar
de ojos entre los que conocían eJ
gallo.
Dicho y aceptado.
Marché con mi gallo a la ciu(11,'.1 de Córàova y desde el día siguiente a mi llegada
lo caHé en riña
con un ospulón
de la Sabana de
Bolívar, traído G.es-de allá como lo mejor que habia
en Colombia.
E N
¡,"
R
" ¡ 1': R Tl. A
l'l
La riña fue conc'urridís'ima:
se trataba
de un de¡;afío en regla.
Pueden ustedes suponerse
con cuánto orgullo oiría
)'0 al 'ruso Gutiérrez
y a Santos Acosta apostar duro
a mi gallo; recuerdo que el 'fusa le decía a Santos
Acosta, que es mOlico, "métele hasta el último fra6co de la botica que tienes en Tunja, que mientras haya agua en la plaza e indios en los alrededores
no te
faltará
dinero", y el General Acosta le rep:icó:
"y
tú métele ese bastón de magistrado
que mientras
vi~
\'U el viejo
CMosquera) no te faltará acomodo".
Los doctores Herrern y González Carazo apostaban
<d gallo costeño con el mismo entusiasmo,
envalento'
nadas por el cojo Santoùomingo
Vila, pero éste muy
diplorr.áticnmente
se abrió apenas vio los primeros
l'evue:og de mi gano; al fin cubano sabía mucho do
esto.
,Poco, muy poco, ùuró la pelea, pues, en un minuto
y de un revuelo qUl' ..Ó muerto el gallo costeño y el
mío sano y ,salvo la recogí vencedor del circo.
El triunfo fue tan ruidoso que en la misma gallera me ofrecieron
doscientos
patacones
por él, o en
cambio nna soberbia mula sabanera,
de Bogotá, admirablemente
npel''lÙa. Le comuniqué
todo a don Rafael y le pedí sus órùenes.
Me conte6tó bravisimo
ante la idea de la venta o del cambio; que esas propueshs no se hacían; que por ninguna plata del mundo venrlería su ~allo; que no lo cambiaría por todas la5
mulr>.s .de la Sabana;
un gallo que habia tenido la
honra de peleai" ante los convencionales
de Rionegro
y. de espadas
como Santos Gutiérrez,
Santos Acosta,
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An"
Foción Soto, Santod<l!ffilngo Vila y tán~o8 otros, y
triunfar
como había triunfado,
nunca jamás saldria
de él; ademáa había pensado en cogerle unos po·
Ilos. En iluma. don RafaeJito estaba casado con e~
gallo.
Regrl'sé a esta ciudad cOn el vencedor; hasta el Pasorreal salió la gente? encontrarme;
la ovación de que
fuimos objeto el gallo y yo revistió caracteres
gran::lioses ... pero eso si, no hubo discurs-os.
Ahora, continúo la historia del milagro; saben ustedes que desde el tiempo del Vírreinato
viene celebrándoae en Buriticá con grande entusiasmo y pompa la fiesta de los Reyes Magos. Acuden a estas fes'
tividades muchas gentes ·Je Antioquia, Sopetrán, San
Jerónimo :' aun de Medellín y Rionegro. Las que .!le
anunciaron para el año de 64 serían espléndidas por·
que habia mucho dinero debido a que -habían cesado Jas calsmidlldes
de la gran guerra del año 60.
Entonces coneebí la iàea Üe llevarme el gallo de
don Rafaelito para jugarlo allá; pero cOmo no podia
salirle francamente
con esta embajada, dado que el
papel del gallo de la Convención al jugarIo entre los
indios de Buriticá hubiera sido altamente
depresivo
para su fama, apelé al industrioso
engaño de pedírselo prestado para cogerle, en compañia, unos pollos
en mi finca oJe La Cucbara. Con grandísimas
dificultades, empefialldo mil veces mi palabra de honor, con
millares de condiciones y advertencias logré al fin que
me prestnra el gallo de la Convención.
En una jaula tapada COllgénero blanco, con un conductor de mi absoluta confianza, lo mandé ¡:.lra Bu'
...." ;
.~.
¡, -'o
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'"
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1'lticâ, a In media noche por el camino dP6viadero do
Pantoja
y TesorU'o.
Al siglli{!llte dia seguí yo mis"
mo para Buriticá,
pero ostensiblemente
y por el ca
mino real de Cativo, para despistar
a dOll Rafael.
Iba acompañado
por estupenda
turba Üe tahúres,
1'0"
leLcro!>, manerC1S, bandolistlls
y en suma toda clase dE
f¡.esteros ambulantes.
En la población de doña María d{'l Centeno el gl'llll
nficiona(lo
a lr¡g gallos finu~ era ño Leonardo
Pereira, a quien no le faltaban
:1Unca dos a tres e.spo'
lones en cuerda.
~o Leonardo era como decia mi hermanll de una notabilidad
na<:Íonal "un buen \'ecino": (:asado y !lin hijos, sólo poseía en este mundo
una (:.~sita con techo de paja y med ial{ua de tejas si[¡¡acL.; en la plaza del pueblo.
Apel1ilH llegué concerté con ~l una riña entre el gallo (pie yo halJía llevado-n;~die
sallia cuál era-~'
el
mejor de propiedad
de ño Leonardo:
era plata roba'
da!
,-Para completar
los ci~nto cincuenta
pesos en que
fijamos la apuC\'>ta, pago consignado,
tuvo el pobre
ir.'.Ho que hipotecarle
la casita a don Bartolom~ VelilIa, ton iutpreses bárbaros
Llevósc a cabo la riña en el patio de la casft. de
ñu Le<>nardo, en presencia
de Una enorme concurrencia rl~ apo.stadores
que presendaban
III pelea
scnta'
dC1Sen largas tarima,s toscamente
construídnl'\.
Como de costumbre, mi gaIlo en lAS entradas,
hirió
mortalmente
a 6U contendor.
Viendo perJido su animal y su dinero y casa, ño
L(,Ol1I\!'do. !ll>' Ilrrolill6
en medio de la gallera y ele",
oJl
vanda los brazos al cielot exclamó del modo más
doloroso:
-j Padre
mili San Antonio de Buriticá. cómo me
vas a dejar en la calle .si este gallo pierde la pelea,
haceme este gran milagro, salvame mi casita siquie-
ra!
A la cual re-spondí irreverentemente:
-No sea tan ca ... mi viejo; con este gallo no hay
San Antonio que valga! i Y a la plata!
No había acabado de decir esto cuando lOB gallos,
en el ardor de la pelea, se 'habían metido debajo de
una ''';'e las tarimas en que Be sentaban los asistentes
y el mío, en una gran batida, la definitiva, ,se quebró
el Espinazo contra el borde afilado de una de aquélIas. N a pude volver a pararlo y por ver de 8alvar~e
tu ve que retirarlo
perdiendo la apuesta.
Ahora díganme ustedes si de.spués de esta jugada
del S:ènto de Buritic.á creeré, a nó, en éll
El tíG Pablito como torturado por un amarguísimo
recuerdo calló, y aprovechando
este paréntesis
agregÓ el doctor Bonis:
--A grande honor tócame narrar el epílogo de esta
sin igual aventura del tío Pablito, ya que él sería incapaz de hacerla con toda fideU,l'ad y veracidad.
Dado el terrible carácter de don Rafael Martínez
Vruburu toda la sociedad de la ciudad de AnÍioquia,
conocedora del trágico e inglorioso final del gallo '.¡'e
la Convención, temió un desenlace trágico, y nadie
la temió en la medida de mi mismo tío, quien por
mucho tiempo le hurtó de la lindo el cuerpo Il un encuentro, mano a mano, con don Rafaelito.
52
o n (}
Pero como aque'lo no podía ser eterno, y mucho
mellOS en una ciudad pequeña como es ésta, un día
j'dal, y de manel'a jmpens'.·.:'a, sin poùerlo remediar,
t~opezó mi tío Pa.blito con don Rafael en persona, a
la vuelta de una esquina,
Midió don Rafaelito
a ElU
com'sionado en Rionegro de pies a cabeza, c<)mo caleu'
lándolo con in.s:llente insistencia;
el bastón le bailaha en las manos y no apartaba
los ojos fieros de la
c:¡n'. cie mi tío; de éste no sé decir yo si se encomendaría a San Antonio de Buriticá,
único santo en que
cree; la que sí puedo asegurar, bajo pa:abra de honor,
cos que se preparaba
para Iurgar una -.le esas improvisaciones
explicatoril.ls
en que es tan fecundo y
tan ducho, cuando don Rafael largóle en plena cara
ln más descomunal y sonora de las carcajadas.
El tío
¡¡pro','cchó muy sabia, muy ágilmente
aquella explosién hilariante
para escurrir,-;e de la lindo, siD agregar, j oste! ni maste I
,LOS ZORkOS
L:w h~,mosa.g mulas marchan al trote corto e igual;
van enjaezada!'. de aperos hecho8 de rejo ámbar y dócil; en veces .se aproximan tánto, con sus jinetes que
los dorados c£tribós lanzan al chocar entre s'i un
ruido metálico como ole campanas averiadas.
,
Son los viejos zorros de la feria, }.os ases de la plaza; en la compra, venta, y cambio de ganados.
Bajo los blancos sombreros de amplias y flexibles
alas centellean los cigarros cuyo humo se enmaraña
entre las crespas y canosa~ barbas, dejando una bri'
Jla!l~e huella amarilla que tiñe el hirsuto bigote; la
ruana de hilo blanca y freeca, de amplias fajas azu'
les {j rojas se recoge sobre :08 hombros; los zamal'rOil anchos de lona encauchada
dan paso a las enol"
mes espuelas que tintinean rítmicamente;
así el grupo tie los" zorros que se alejan hacia un horizonte ma'
$
A
L
DAR
R
I
A
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A
lado por el polvo sugiere la caravana tJe mercaderee
árabes abandonando
su viejo aduar y luciendo su.s
jaiques de lujo en viaje hacia el zoco lejano.
Bajo un briI:ante sol mañaneru los traficantd
y
sus rebaños van de prisa: la amplia carretera muestra una perspectiva
de abigarrada
y movida emigración. Gri Los de arrieros;
lo.s animales berrean;
reEles rebelde.s, carreras de caballos, son los mil ruidos
qV(: animan el camino de la feria.
Sélo dos '.:e nuestros jinetes van despacio: don To'
más y ¡jon Evaristo, Y icosa bien rara! no van hablando de negocios.
-j Esa ...
sí la mata; apuesto cien onzas!
-Por
mi parte tengo la conciencia tranquila.
Ile
hice mil reflexiones,
más aún; me atrevi a contÁrle la historia aquel:a de los viejos de Santa Rosa, y
¿el ccue.;o (¡l:e le dio el compadre al otro, cuando
tuvo el m:·smo antojo que nuestro lamentado amigo,
éste que se nos casó.
-¿ y qué te argumentó, hombre?
-·Nad:l, absolutamente
nada. Lo último que me diJO-Y por cierto que me dolió mucha-fue
que .en
nosotros como que había algo de env' .ia, a pesar del
bien ajeno, y que para eso no había más remedio que
ur.o: LUSCH quiÉn nos quisiera, como él 'había en. contra do. que la últ:mo, el que nOS quis:eran, era b
mas difícil, como él había log~{.'~:olo en su muchacha
de diez Y ocho añc6, linda, buena, y hasta rica.
-Sí ... con les setenta y dos cumplidos le va a
durar harto el gustk.o .... !
-y hasta más, como último argumento
le a~re-
E'N'
I.AS
D E J,
o R O
gué CJue eso era un suicidio.
-Pero
ahí sí no te argumentaría,
imposible.
-¿Qué
no? ja .. ja .. Sabes la ,que me argumentó?
pues, que podría serIo, r.ero al arma blanca.
Rieron les dos zorros a manàíbula
batiente' y la
e-XpI€;;;Ún de S~13 oj.llos pe.l";ióse entre las arrugas de
sus caras.
-Argumento
de clavo pasado ...
"--Tal vez ... de cIa va t lojo, Tomás.
-Hoy
hace tan sólo quince días que se casó y vendrá con la señora a conocer la feria.
'-¿ Pero viene?
-¿ Qué te parece?
.. en coche.
-ya? ...
'Detuviéronse
en una de las paradas
obligatorias,
camino de la feria, en la venta del Oasis. Don Evaristo ordenó éSe sirvieran
dos copas de anisado.
El ventero atento a la ped .•~o extrañó sobremanera el que 108 dos zOrros vinieran esta vez sin el inseparable
compafiero de treinta
años en e'sas andanzas de negocios y les interrogó:
:-.¡. Y, don Jacobo,
señores,
la han dejado enfermo?
-No,
peor ...
'-i,Se murió, pues?
-No,
mucho peor ...
-Entonces
qué es la que le ha pasado? respondió
!ntrig¡¡ùís;rno
el ventero.
-Homb¡'e,
pues, que se volvió a casar.
-Par
tercera vez I
-y .... última .....
R
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Ji;
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-¿ Quién sabe? agregó el ventero, euando se llega
a tres se pierde hasta la vergüenza,
-Muy bienselltenciado, !entencia de garitero, exclamaron los ZOrros a una y apuraron las copas de
!l.gualtJjente,
Al llegar a Itagui y en una de las primeras C&il&S
del poblado echaron pie a tierra y entregando las
mu13s a nn mozo exclamó don Tomás:
-DUe a don Angelito que cuando vengan a almor·
zar <lon Jacobo y la señora nos mande a llamar a la
plaza.
ILuégo alejáronse los dos viejos zorros en dirección al lugar en que se celebraban las ferias, espantando con 8US fuertes zurriagos, al paso por las es·
,trechas calles de la población, los animales que en
gran número las obstruian.
Buen rato 'hacía que entregados a sus ocupaciones
y cálculos, don Tomás y don Evaristo, habían olvi\l'ado el encargo hecho al hotelero por conducto del
mozo que les recibió las mulas, cuando éste Ele les
apareció y les dijo:
-Que a don Angel que ya llegaron allá don Jaco·
ha y la niña.
Las carcajadas de 10Elzorros cuando oyeron lo de
"la niña" dejaron al pobre muchacho de una pieza.
¡, Qué barbaridad habría dicho'[ Creerian que no era
cierto el recado?
Con la boca abierta y en actitud de esperar ha.ta un zurriagazo '.le 108 avispados viejos, se encontraba, cuando don Tomás alargándole el valor de la
propina por el recado le contestó:
J.
.j
Ii
u
l'; l,
Il
H
O
-Dile
a don Angelito'lue
vamoo, y dlItlt) hombre
;,es muy bonita la niña'!
-Linda,
señor. Un res::atante que los vIo entrar
nos dijo que parecía la :lÏeta de don Jacobo.
-:'{ó, respondió muy se ~iamente don Evarsito,
es
tan sólo la biznieta.
El almuerzo en ia antig\:a feria de lta~üi era realmente el momento preciso en que se cerraban b..mgyo}' parte de las transaccionEs
de la mañana.
Fácil
es '.larse cuenta cómo selían de animados aquellos
comedores en esa hora y cor.. esa concurrenda;
las
mesas eran ocupadas por varias docenas de comensales.
Por i.l11'~ deferencia
per:;onal hacia lag amigos y
Vl€JOS
negociantes,
Üon J,.cobo, don TCJnáe y don
Evaristo, el hoteler..o les ha bía puesto mesa aparte y
en elJa lucía don Jacobo ;IU joven esp063.
-j Qu'é yucas tan duras I exclamó don Tomás, traiga usted otra sopa.
-j Qué pernil de gallo t ln áspero!
apostaría
que
fue de los muertos ayer el la gallera, y el primero
que disgustó en la familia. Traiga usted otro plato
.:;on pollo, tJel legítimo.
-Pero
hombres de Dios, observó don Jacobo, no
hay diablOfl que les den gust o a ustedes hoy.
--Cosas de viejos, Jacobe ... cuando hemos llegado a esta edad, hasta el aglla deberían dárnosla ml}Uda ....
Tasió fuertemente
don Jacobo y volvióse COll angU6tiosa mirada hacia don Tomás; era una súplica
que caHara, era un amistosa reprensión ..
B01'¡;;RO
S A
L DAR
R
I A G A
lEI almuerzo continuó ert absoluto si!encio por parte '_~e16,samigos. Entre tanto don Tomás y don Evaristo no podían apartar sus curiosas y escrutadoras
miradas de la mujer de don Jacobo. Realmente, era
una de esas muchachas
montañesas de pura raza
blanca. Abundante y ondulado cabel;o castaño, brillante; cejas pobladísimas y crespas, ojos grandes
rasgados, piel suave, s.onrosada, ,llena de 'graLt';"elf.
lunares, y sobre todo, esa frescura única de los diez
y ocho años.
Concluído el almuerzo don Jacobo se puso de pies y
su señora le siguió; despidiéronse muy cariñosamente de sus compañeros de mesa y salieron. Los zorros,
de pii!s, míraban alejarse aquel primor de hembra
y su anciano esposo. En sus rostros se reflejaban !as
más encontradas emociones: env!..iia, deseos impotentes, burlas, todo parecía afluir en torpe expresión
a sus labios marchitos y eecos.
-¿ Qué opinas, Tomás, murmuró al oído de éste
don Evaristo, inclinándose como si se fuera a caer.
-j Qué ....
ni pa vergüenz3s, hombre!
Exclamó el viejo zorro, mientras ambos devoraban
con las min.':as la airosa figura de la muchach~ que,
'sostenida por el brazo de don Jacobo, se perdía entre la abigarrada muchedumbre de la calle.
LAS
BRUJAS
Don AL".rés Alcázar
de Burgos arrecostado
a la
vieja colt:mna d<: mampostería
que omaba la portada intericr
del inmenso patio de su casa solariega,
situada en el aristocrático
bario
de Santa l~árbara,
en la ciudad de Anticquia,
parecia
profundamente
preocujlado y meditabundo.
El mayorazgo de la ilustr~ y decadente
familia
de Akázares
había envejecido en una oc:osidad inocente en la apacible ciudad de Jorge Robledo.
De una psicología pr'mítiva
y crédula,
don Andrés,
rico e ingenuo,
se había hecho de una reputación
comentada
en todos los centros sociales, por el númEro de novias que h~bía dejado para vestir santos.
Tunto como sus cacareados
blasones
de nobleza
quería y foMentaba
esa- fama de Tenorío romántico,
cH
~AL))ARitIAnA
Ilusiollador de doncellas y eternamente
huIdo de 105
comprom.isos- que contrajera.
Vr!-ltido de pulcrisimo lino, en esa actitud de re~ogimÜ'nto, taciturno,
fatigado, hubiera d~'Jo lin ex(~ejcnte motivo artístico para una viñeta como cabeza de un capítulo de novela caballeresca
y blasona-
da.
En la soledad absoluta del patio y en aqueJla ho'
l'a estival, Alcázar levantó su mano derecha y c"rr~ll'
dola con energía monologó así:
-~E!-\ raro,
rarísimo,
desconcertante,
la que pasa
aquí. Va para dos meses que en este caserón no se
puede vivir tranquilo,
La paz, la calma que eran habituales en esta mansión han desaparecido
del tC'lo.
iLas noches, qué noches, Dios santo! Misterios, fantasmas, terrores!
¿ Qué alma en penas, acaso el anima sola, han buscado en este mundo, aquí abajo, mi
vieja casa como lugar de expiaciones, de aparici.ones
terríficas?
Yo pienso a veces que quizás sean anuncios, insinuaciones
de los difuntos Alvarez del Pino
que penan por el inmenso tesoro que dejaron oculto; yo conozco el pergamino en que asentaron el reCÍ'bo de sus quintos reales pagados por derechos de
las minas que poseían y del oro que extrajeron;
montaba ese cat.tJal a 300,000 ducados, y todo desapareció
CO)l la muerte
de ellos. 0, tal vez sea el alma en penas
del desgraciado
tesorero real don Antonio del Valle la inocente víctima sacrificada
por el Comandante' insurgente
Córdova, y quien fiel al rey dejó enterrados SUB tesoros que no pudo obtener el cruel jefe
~aeciœo;
o alguno de tántos ricachones
que con-
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I.
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fin ron al eeereto de la tierra 8US rIquezas.,.
Pero
nó, me confundo, yo nO he e,ido ningún ruido meti'
lico de los que en estos caso~ se 8ienten. ninguna lu'
cecita se ha dejado ver por los rincones de la caea.
&rá, acaso, un duende? .. T~poco
parece;
éstos
flOll pal'
)0 n:gular
burlones :\' ligeros, amigo3 de esconder' ciertas
prendas
del vestido,
de trnnsportar
ciertos objetos trocándoles
su colocación habitual,
y
dr: 0(:':\<; tl':t¡)isoL'.:"·':; de mener cuantía.
Lo que aqui
p~:sa es már, serio, A mi nO me queda sino una hipótesis: se trata de un caso típico, concreto, de la acción de las brujas por odio al dueño de la casa,
Terminando
don Andrés su monólogo volvió la mirada llena de desconfianza
y de terror hacia el interior de la casa, del lado de los dormitorios,
y 6inti6
que Ull c6calofrio ganaba su cuerpo,
El inmcnso patio estaba C'Jbierto por baldosa8 de
barro cocido, cntre cuyas grietas
salían
las matas
de berengena
adornadas
por los sazonados frutos de
un amarillo brillante.
En el centro crecía un hicaco
constelado
de lOf! dulcísimos
y rojos botonee de la
Habana;
los azulejos cantaban
alegremente
entre sus
ramas. La hora meridiana
bañaba en oro aquella decoración
de exuberante
colorido y quemaba
con el
bochorno que las paredes enlucidas 'le cal devolvían
come, alientos de hornadae.
Al frente, las puertas
entornadas
de las alcobas
daban al alto y largo claustro cierto aspecto de solemne soledad, de recogimiento
conventual.
La antiquísima puerta que alguna vez Ù'ebi6 camunicar
la
I1UTEJtO
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L DAR
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casa con la vecina y situada en el extremo del corredor, muchas veces b:anqueda,
inclusive la enorme
falleba de hierro, lanz.aba un quejido agudo cada vez
que el viento la empujaba:
era el único rui..!o que
en ese momcnto se oía en aquel lugar.
Don Andrés estudia,ba cuidadosamente
todos los aspectos y pormenores
de su morada;
detenías e en 106
rincon-es, en los salier.tes de los muros; trataba de sorprender en las sillllosas grietas de las paredee el dibujo denunciador
de algún oculto nicho; quería, a
fuerza de mirar, sorprender
el secreto que las balr108as pudieran
ocultar bajo tierra. Hacia el alto techo volvió sus ojos escrutadores:
las enormes vigas,
lae nlfmtJas, las soleras, los tendidos de guaduas todos lucientes bajo innumerables
capas de cal blanca
le ·":'evolvían impasib'les
el aspecto
familiar
l1intos
arlé,s contcmpla(~o per él mi~mo.
Al fin se decidió a abandonar
aquella meditación
torturante
y v, pasos cautelosos,
muy despacio, se
dirigió al intcr:or de la casa.
j Qué extr;}ñ'3. oquedad,
le pareció, aquella con que
el ruido de sc¡,s pisadas era ·1evuelto pal' el enladriJlado, come-si
otra persona marchara
detrás de él!
Se detuvo.
¿ Apresuraría
el paso; se devolvería,
se
estaría
allí como clavado al suelo, qué hacer? A pesar del calor estival del medio día sintió frío; un frio
que le hizo sudar, frío de angustia,
de terror.
Llamar en esa situación y momento a la vieja sirvienta que le atendía hacía tintos
años era un actó
''';e inexplicable
cobardía,
inexcusable
en un hijodalgo dé Su 'raza y de sus años; Avanzar hasta alcanzar
64
su scmbr€2"o y "dyer asalit'
a la calle era una ha'
zaña de que francamente
no se sentía capaz .
. Al fin le dan valer 11l·S voces de los transeúntes
del
tiar:~:o que se levantan m;¡s ¡d'f. èe la pt:erta y a :0'
do correr precip;ta8e
he.sta tomar de una percha el
blanco sombrero de jipijapa.
póneselo y rápidamente
gana la sajda a la calle. Fue su m.:nuto de heroismo,
(:1 mismo la comprendió
así.
,Cerró tras de si el viejo portón y se detuvo a con'
temp~ar la '.Iesierta calle; de nuevo voivió a sus meditaciones.
Fijó Sl'S m:rad~s con insisLenc'a
en la6
'Ventanas de la casa contigua
y viéndolas
ce:radas
murmuró:
-¿ Qué tal si Anita supiera mis desventuras
y terrores! Ni para las burlas, ni para los ::ome:ilar:os
aglld08. porque
esta muchacha
sí es el m'smo d:abIo, Y, sin embargo y a pesar de su salen y ta:ento, ya nay apuestas entre mis amig03 a que también
la voy a dejar metida, cerna a las otras.
Sonrjóse muy satisfecho
al presentir
esta su fdul';'. y centésima
hazaña
con las pobres chicas que
prctclI(;ía,
En todo caso ag:egó pa;·a sus adentros, y
volviendo al palpitante
tema de los espantos. no pa'
.~aré otra noche como la última,
A fuerza ':c sufrir
y cie meditar
he planteado el problema en .sus términOR precisos;
aquí hay un doble asunto por resolver:
ei I)j':me!'o <:8 teológico, que consu:taré
con el pp.dre
Lat·a;
y el otro es indudablemente
de mundo, éste
lo confinré al maestro Vicente Peña, autoridad
en la
materia.
V Dime primero al cura y Iuégo iré a la sas-
trería del maestro Peña,
.
65
I:
••
'J
¢-o
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o
Tomó luégo, efectivamente,
la calle de la Amargu'
ra abajo, en dirección al seminario, con paso mesurado, cadencioso, muy cimbrado el cuerpo eomo de
hidalgo campanudo.
El toque que llamaba a los canónigos al rezo de la
hora cayó desde lo alto del campanario
como voces
de sofocación en el calor de la tarde_
Don Andrés se dirigió a la igle6ia, y muy tjevotamcnt~ asiéltió a la ceremonia, hasta que concluida ésta avanzósc a la sacristía en busca del pr..oJre Lara.
Se le informó que podría esperarlo a la puerta del
seminario, que no tardaría en salir.
lIada la dirección indicada se encaminó el caballe
1'0 ~' pronto
se le unió el padre Lara; después de los
saludos de etiqueta ambos se encaminaron
a la casa
del sacerdote
en donde entraron
en amigable con.'.crsaci,sn.
Cd,mo se había llegado la hora del chocolate, el sacerdote invitó a su visitante a que le acompañara
n
tomar una taza del delicioso teobroma servido en esos
tiempos con lujo de detalles y condimentos.
S~borealJall el espumoso ~. perfumado
líquido que
muy caliente despedía sus blancos vapores desde el
fondo de las atgentinaa jícaras, llevando a SIlS boca8
los tostr..tJos bizcochos y bizcochuelos,
las almojábanas y barquillos delicados, entre tanto que ya en III
intimidad
el caballero
exponía, con ribetes de te'
rror y muy concienzudamente,
su caso. Oíale con su
mo interés el padre Lara tratando
de disimular
la
sonrisa -burlona que pugnaba por estallar en 8US labios y llevábase la espumosa jicaJ'8 a la boca. conti
o
o
66
nuamente. como para escudar~e tras los ligeros vapares qUf' coronaban
la hirviente bebida.
-j QuÉ' caliente
está! dijo el sacerdote,
enjugá.nclose los njos con un fino pañuelo >Je holanda y atdb,¡rendo jas lágrimas
que la risa contenida
y disi
mulai.ia le arrancaba,
a la du lee bebida.
--·PUQR, padre,
en la que voy refiriéndole
puedo ase
gl1rar. por mi palabra de honor, que no exagero en
Jo minima; más bien he callado algunos detalles.
-Digame
oJon Andrés, ¿tiene usted RU conciencia
Jibre ~le polvo y paja?
---¿ Quién mejor que usted que es mi confesor pudrá ;;~berlo '!
··..:..Pero mi penitente
ha sido tan travieso ...
qui'
ws otra dama burlada ... tal vez ... '/ ¿Conoce usted
El eonvidadQ de piedra, del padre Téllez'/ Al fin y
nI cllbo eso de no cumplirle a las rlamas. de ilusionarla" lie .. _ tiene sus percances ... El Üiablo tira ...
--j Qui:t padre!
Precisarnerte
lo que más me confunde
es qtle in Única noehe que me atrevi
n ,meelio
H3/1mal'nL' vi ?lgfJ
eom0 una ,,,ombra blanca,
esbelta,
y el ambiente
no quedó oliendo a azufre ... al con-
trario. " .
El padre .sorprendido
disimuló su contrariedad
con
ligera tos. No creyó que don Andrés .'le atrevería
Il. ¡¡frontal'
los espíritus
en penas, y el hombre prindpiaba
a parece'rle menol' tímido ·Je la ql1~ se !'lU
pOllía; y para
da!' fin a la eonsulta de su hijo espiritual, exclamó:
--'En tuJo caso, mi amigo, me adhiero a su parecer:
~e 1ruta de una verdadera
Lidada de brujas que han
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resuelto atormentarlo
a usted por alguna falta de su
parto: SllS é:moríos y falta de cumplimiento
con las
mujerc's;
además, creo acertadísimo
el paso que me
ha d:~ ho ,a a ",ar de consultar
cOn el mae6tro Vip.!lnte sO:Jl'e lo que le pasa y la trae tan atormentado, ese es un l¡ombre de mucho mundo y de muy s,a!1(¡~
cOllsejos.
-Pero,
padre ... ¿Sí hay brujas '!
,-De que las hay, las hay; pero no hay que creer
eu ellas.
Farecióle a '~on Andrés aun cuando muy ti:\ológico,
pl'ofu ndamente
contradictorio
aquel concepto del 4>acec:dote. Sin embargo, despué6 de la conferencia,
se
encontraba
más eonfundi(~o y temerosoqu.e
nunca.
Despid:óse
filia;mente
dd p:,':re Lara y remascando el lUcho de éste de que "las hay, las hay, pero no
hay que crecr en eras", dirigióse
al popular barr;o
de Bugn ell busca del taller del maestro Peña.
El viajero que por los años del 40 visitara
la ciud:~d de Antioqeia
y hubiera
mene6ter
del maestro
Peña, no tendría otra molestia qué tomarse que pre"
g:.mtar a cualesqui,era
personas, chico o grande, joven
o viejo, muk!' u hombre, por el taller del popular
sastre,
para -ser h~mediatamente
encaminado
hacia
aqeél.
El m:>..estro Vicente Peña era oriundo de la ciudad
de Cartagena
de Indias,
hombre de unos cuarenta
años, de fisonomía
agradable
y reposada,
cortés y
bonch ..• :080; tenía la caracteristica
inconfundible
de los
hijos '..:e la Heroica, afable y Gerv~ciaj en grado su'
mo.Era
músico PQf nota y tocaba el violin. Gran~e
68
LAS
'l'JJllRR.A:5
DEL
o H. O
amigo de las reminiscencias
históricas
y de las viejas
tradiciones,
era narrador
apasionado
y saleroso,
ilustrativo con sus viajes por Jamaica,
:Maracaibo, Caracas y Panamá.
El mundo recorrido y SUG extensas
amistades
le duban sus Úbetes de psicólogo.
Su ta[el' era el punto obligado
de la Antioquia
galante y
bullanguera;
allí se confeccionaban
los arcaicos trajes püra el Caracol
de Jueves Santo, las vistosas
gualÔrapas
para Ia.s carreraa
de San Juan y las rui,'.20S3S carracas;
y se ensayaban
las danzas de disfraces-sobre
todo la Fuga-para
las tradicionales
fiestas de Diablitos, en diciembre.
Pero también se trabajaba por lo serio y cn asuntos sociales; muchas des'
avenencias
y C[,SOS de ruptura
en los hcgares fueron
satisfactoriamente
arreglados
por el maestro Vicen-
te.
,Cuandl) don Andrés llegó a las puertas
del taller
el maestro salió comedidamente
a Baludado.
En sus
ojillos escrutadores
y en su boca risueña vagaba una
expresión
'je curiosidad
burlona:
-Por
Dios! maestro Vicente, exclamó el caballero
al estrechar:e
la mano, vengo confundido, triste, ano'
nadad~
qué sé yo~
DOll Andrés
enlró en la pieza seguido del sastre y
una vez allí, dejóse caer sobre una alta y rómoda silla de brazos ... estaba que inspiraba
lástima.
-Pero
qué es la que le pasa a usted, don Andrés?
Porque ciertamente ... está usted muy pálido, acabado, envcjec)Jo ... usted parece como muy enfermo ..
muy malo.
El maestro hablaba con acento convencido, despaIi
69
:;AL/.I:\HH
cio, y tan int€nciom ..IJ·amente fingía
alarmarse
que
don Andrés aCHbópor sentirse
rea:mente
muy malo ..
-VoJy a confimlc
a usted ... sólo a usted .... balbuceaba con trCmula voz ..... lo que acabo de contarle a mi propio confesor, el padre Lara; todo lo que me
pasa, lo ()ii(, me tiëne triste, enfermo, desolado, y que
e<; u n caso g-m vísimo. Sus consejos tan sól·o podrán
uyudanne
en c;,ie fatal caso, trance apu'radísimo:
mi
casa que usted suele honrar con ¡¡US gratas visitas y
que desde ell \:idade mig p¡!Jres, y aun de mis abuelos, era un lugar de paz, un cristiano
remanso, un
rincón de olv)':o
para las exigencias
y vanidades
del mundo, va para dos mese.s que se ha trocado en
un verdadero
infierno.
-j Hum!
murmurÓ el sastrc fingiendo
una mueca
'..;e terror.
--lh de f\[l.ber usted que desde las doce de la noche, en adC;!111lc, se oyen los ruidos más aterradores
y extra';,;;; nario,,;; empt:jan
todas las puerta<l simultÚneamenLe; un vielltecilJ.o frío y penetrante
se apodera de Úno y le obliga a arrebujarse
entre las \mantas, tapándose
In cabeza, pues si así no lo hace tiene que ver unas luces azulosas,
errátiles,
que hielun el alma; quejas ahogadas, respiraciones
anhelantes, ruidos il!..
:escriptib:es
se oyen a lo largo de los
corredores y en el patio ...
-Pero
¿no ha
sido usted hombre para saEr un
SCgLllIllo siquiera y poder mirar lo que pasa en el exterior?
-Solamente
muy a principios
de todas esta8 cosas
la intenté, y por la puerta abierta de mi dormitorio
70
TIF,URAS
DEL
n
R
o
fui
ga
los
les
me
r.apaz de ver, por un segnndo tan sólo-una
larsombra blanca, esbelta que volaba sin detenerse;
pliegues de la túnica que llevaba eran tan sutique parecían hechos de luces b!ancas; un perfu:ndcíinible
qUL'';:Óflotando en el aire ...
-j La muerte I exclamó horrorizado
el maestro Peña. No es el priuner caso de que tenga conocimiento
de la aparición de la muerte en ese traje y con esas
mañas: sepa usted que esa aparición vagó muchas
noche., por entre los grandes árboles de Sall Pedro
Alej:mdrino, en Santa Marta, pocos díae antes de morir eI Libertador ...
Don André;, -saltó !je su silla. Realmente aquella
hip&tesis de la muerte no había entrado en sus cavilacicnes.
¿Sería, por mala ~uerte, acaso el próximo viajero hacia la temida eternidad
él, don Andrés Alcázar dE' Burgos, el mayorazgo aristócrata
y
rico y feliz?
-:for
Dios, maestro, ni de chanza diga usted eso I
-Don
Andrés: hay io que llamamos coraz·onadas,
que SOn ciertas misteriosas advertencias
que rara vez
engañan. De eHo tengo una larga y comprobada experienda,
aun en los campos 'le la hi·storia. Su concien-cia debe decirle algo a usted
quizás esa su
vida de soltero ... sin obligaciones
sin Una misión
santa por cumplir ....
entregado a ciertas conquistae fáciles ...
-Pero
maestro, no siga; el padre Lara como yo
creíamos que eso era asunto de las brujas ....
-Yo no la creo; si fuera asunto de las brujas, us71
BOT
F, R o
R
A
L
DAR
R
JAG
A
ted ·sabe que eg muy fácil desterrarIas: bastaría COD
regarles bastante m08t~za en polvo ...
Demu'dóse don Andrés quien ya había aplicado el
remedio sin result~tJo alguno, y que esperaba otra
solución al asunto de las brujas, y sobre todo el estar de acuerdo sobre ese punto con el maestro Andrés.
-Sin embargo, insistió, el padre Lara cree conmigo ,que tan sólo se trate de esos mi'steriosos seres,
de una burla continua de su parte, y que al fin abandonarán sus manifestaciones tan ruidosas como torturadoras.
-Yo no 10 creo así, respondió con tono firme y
sentencioso, el maestro ..
-Pues ... en todo caSO,tJeme usted un consejo que
yo me comprometo a cumplirlo, bajo palabra de caballero.
El maestro hizo un supremo esfuerzo para lograr
ocultar la enorme satisfarción que aquella resolución
de don Andrés le proporcionaba, y tomando una actitud de reposada meditación y silencio, de honda reflexión, exclamó después de alguna pausa:
-En primer lugar, es del todo necesario y urgente, muy urgente, que ustE.tj duerma acompañado ...
-Pero, interrumpió ingenuamente don Andrés; eso
de buscar compañero para dormir un hombre como
yo es desdoroso sobremanera.
-Nó; no me he hecho entender de usted-el
maestro hilvanaba finamente las palabras de la contestación·-no se trata de esa clase de compañía ... el
72
L
Â
S
l'IElLRAS
DEL
o n o
de otra ... más intima ... más amable ... más leal.
¿Cómo le dijera yo a usted?
-j Ah! exclamó
don Ar.'irés anin:\Índose
y relamiéndose los labios, pues, de esas ...
-Por
partes, amigo mío, interrumpió
el maestro;
tampoco es de esas ... ocasionales ... efímeras .. pa'
sajeras ... tan expuestas a grandes disgustos y sinsabores. Hablo de la definitiva ... de las de los trece pesos y peseta.
-j Oh! murmuró
decepcionado y levantándose
nuevamente el caballero ... Usted lo que quiere es verme
casado; primero un acto de sublime heroísmo para
Ùesentrañar
el misterio que me agobia, potius mori
quan faedari, como usted mismo asegura que dijeron
lOB girondinos:
primero morir que
caer, traduzco
yo.
-Pues
entonces no hay consejo por mi parte y
entienda usted que su caso francamente
se me asemeja a aquél: una tarde en Quito el coronel Barriga ...
-C'Ünozco
la historia
del coronel Barriga
y el
Gran Mariscal de Ayacucho, se la he oído varias veces a usted mismo, interrumpió
don Andrés, poniéndose en actitud tJe salir a la calle.
Aunque descorazonado
por el ningún suceso de su
consulta al maestro Peña y al padre Lara, despidióse con el mismo cariño y atenciones de siempre del
maestro.
El bueno de Peña siguió le con la vista hasta que
dobló la primera esquina, y guiñando
sus ojil1œ,
I
73
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S A L D
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acompañó de un meneo de cabeza estas fra-see que
murmuró por lo bajo:
-Tú
caerás; a Anita no la burlarás mientras viva
Peña!
¿-Era una cita de amor? ¿Acaso un trasnocha.Jor
pertinaz? ¿Un ladrón nocturno?
..
Una sombra se deslizó a lo largo de la pared de
la casa en que vivían Anita y Paulina Pereira Godoy, l:ls vecinitas de don Andrés Alcázar de Burgos.
Dos hermanas
huérfanas,
lindísimas
morenas, recabldas y virtuosas. muy admiradas
y queridas en la
ckl.:ad de Robledo.
Un toque apenas perceptible
sobre la gran puerta
y ésta se abrió discretwrnente, dando paM a la sombra. Otra silueta llegó por el punto opuesto y empujando recatadamente
la puerta penetró familiarmente por el oscuro y ancho zaguán por donde mismo
8e había perdido la primera sombra.
Sobre la gran consola de cedro una gruesa bujía
de esperma, abrigada por bella guardabrisade
cristal, iluminaba la salita de trabajo lJe las señoritas
Pcreiras _
Las dos muchac.has de pies, vestida-s de vaporoso
blanco, con larguísima8
faldas, sonriendo a los embozados que entrab-an en la pieza, saludaron con un
quedo: muy buenas noches.
-¡Buenas!
,contestaron
éstos quitándœe
las bufandas y capas que los abrigaban.
Eran el padre Lara y el maestro Peña, los cuales.
después del apretón de manos a las muchachas
tomaron los asientos que les brindaban
éstas.
74
J,
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(,; RRA.
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1) l(
L
Il
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Una mesa fue colocr . 'J'a entre ambos persongjes,
y
P]·o·]t::lmelJ~e ];13 Perei!';;s sirvieron
a ::lUS visitantes
Una delidosa
cena, con refinamiento
de cortesías
y
con un .gilent:io digno de ur cl:lb de avesados conspiradores,
--Con que al fin principia
a llen"l'~e de nC'fvios
el señor Alcázar?
musitó Anita sonl"Íendo picares'
camente,
--Va dando punto; yo ¡èO dudo cie que al fin le
haremos cumplir
una prOffi2sa de amor".
contestó
el p~'.ire Lara.
--Sí, a:firmó el maestro, pero todavía hay Que tra'
bajarle duro, sin m:sericor¡¡ia
ni trcgua,
--Pues,
cuando uste(~c¡:; gl's'"en, ooscrvó
?uulina
viendo que la ceBE había tcrmÍl1ado ccrr::p:e>,21'3:1te;
ya estoy en traje de carácter y ojalá principie pro:no
la función,
La gra-eiosa muchacha
recogía 103 p[;'.ègue" ''';,J su
vaporcsa
túnica
con grr.cia dinbóiÍc2, y CI::':lvue'
10s y ondulaciones
probaba su l1abiEdu.d m~:rê \'il!osa
p<'.l'U desempeñar
su papel de apu¡'kión '.:1' u L n:.tu mbao
-Esta
noche hay que jugar el tcÓo por e i tcdc.
ag"'eg-ó el padre; al maestro y yo imp2.cj(;;ltc3 :;01' lc'
gr;.;r Ull éxito completo, hem'1s co,¡-.feI!;l:o qla: C.l esta
VJZ
hay que redobl¡:.r lo-ó; ruj·dos y VOOC3; ];,s ;~p,'r¡c¡o~lr..~y :a¡ltasrr:as
tienen q\.iè ser m~s atfevid¡;,~; es nece·:;ario 'lue nuestro sujeto pague ::e contado con su
mrno el amor de Anita; bastant¿ In ¡-,,::!~'CéC Pot:: bue'
na y linda muchacha:
esta noche debemClf ;;OgET el
pájaro., , ,
n·
}j
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11: "
41
~ A L DAR
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-Gracias.
padre; Dios se la pague, murmuró Ani1:\ rli,boriz{,ndose.
, -Sí:
a fe del maestro Peña, que esta aventura tiene ql,e conclu ir €TI el presbiterio.
Calbron
agradecidas
las muchachas
por alg-unos
r\iJEltoS. las doce marcó el reloj de péndulo y Anita
h hizo notar a sus visitantes.
-Manos
a la obra, ordenó el cura.
Salió el maestro Peña y tomando una larga esc'alera
que se encontraba
en el patio aproximóla al muro que
lir,daba con la casa de don .Andrés. Trepó por ella,
con :J.?:i1id~HIde marino, y luégo atando una cuerda a
un naranjo
se "_~escolgó al patio de la casa vecina.
Una vez allí, ~n medio de la oscuridad,
se dirigió Il
tientns hasta la vieja puerta que separaba
100 claustras ne la ('.':sa (le las Pereiras
de la de los Alcázares. Corrió con mucho cuidado y silencio la enorme
fa]].ebD, y del otro lado empujaron la puerta que abierta dio paso al cura y las muchachas.
-Nc€ctl'os
a las puertas,
ordenó el cura en voz
baja. y usted, Anita, a los paseos, los quej)los y las
luces ...
En efecto, todos tomaron sus posiciones
en la manIobra, 'J' la función principió.
La casa s,olariega del
hidalgo, parccía que se viniera abajo. Temblaban
te~h05 y puertas,
ventanas
y cel06ías;
sucedíanse
las
fo;;forescencÍa3
azules, rojas, amarillas,
temblorosas,
f\lgitivas,
y los ayes lentísimos,
doloridos, pa v'Ûrosos,
p')blrrban el pasillo ...
:If:'.>" de rc>p€níf)
suena una terrible
descarga,
el
76
EN
LAS
TIERRA-IS
DIIlL
ORO
patio
se ilumina con enorme fogons'da y el humo y
de la pólvora invade el amplio corredor.
Un
grito de dolor se escapa del pecho -le Anita y se
desploma sobre las baldosas
del patio. El cura, el
sastre y Paulina,
huyen a.terrado6 hada la casa de
ésta sin comprender
la sucedido;
ese número DO estaba en el programa.
Don Andrés, trágico,
solemne, decid~tJ'o, trabuco
en mano, se dirige hacia ·londe se destaca una forma
b!ancn, yacente en el suelo. Se inclina, la levanta, là
coloca so<bre sus rodillas, y hace luz ...
-Auita
I grita horrorizado
al reconocer
la bella
muchacha.
He cometido un crimen, un atroz crimen ..
A sus voces y terriblemente
consterna,dos,
enloquecidos, acuden el padre Lara, el maestro y Paulina,
que HOl'a amargamente.
Contemplan
la escena ~in darse aún cuenta de todo la 61'cedido.
Anita vuelve en sí, se mira sobre las rlldillas de
don Ar••lrés y con débil voz, como un quejido, excla01'11'
ma:
-En
dónde estoy herhla'! y resuelve continuar des'
mayada en tan grata posición.
-Juro
delante de estos testigos,
Anita, que seré
su marido, dice don Andrés, ya que milagrosamente
me la devuelve sana y viva la Divina Providencia .. !
Y el caballero llora de emoción y de contento al ver
que la muchacha
vuelve ráp)1amente
en si.
El cura, el sastre y Paulina vuelven a mirarse con
miradas
comprensivas,
en todos ellos han desaparecido la:; manifestaciones
de terror, de dolor, de an-
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gustia y 12s 1jí.grimas mismas; satiefechos
con e'l
desempeño de todos los papeles en aquella tragedia,
el cura dirigiéndose
a don Andrés le Hice socarronamente:
-De que las hay ... las hay t
--Sí, contesta el cabRl~ero con tono de vencido, pe1'0 hey que creer
en ellas.
EL CORONEL
Cabalgaba
el grupo en silenciosa
desfilada,
presidido por el coronel y envueltos por el crepúsculo
de
oro que en aquellas soledosas serranías,
altas y yermas, hace más solemne, más religioso, el atardecer.
Lentamente
iban los infantes,
y las bestia·s ·dormitaban inclinando
las cabezas:
la jornada
había si'.la dura y la casa de la hacienda
de Villalba quedaba aún lejana.
Por t:n momento dejamos l1trás a los vaoueros, a
los de a pie, como a los que venían a caballo, y entonces recordando
la destreza,
valor y simpatía
del
más joven de aquéllos, Eloy, dije al coronel:
-Tiene
us.ted, coronel, una verdadera
joya en es'
te muchacho;
qué mozo má6 despierto y formal, qué
actividad.
79
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Volvióse el coronel a mirarme.
Una sonrisa marcial y franca jugaba entre sus es"
pesos y grises ,mostachos; sus ojos palÜos y vivaces
brillaban escrutadores,
maliciosos; y su amplio rostro
parecía más rojo que ·Je costumbre.
Contuvo un poco la mula que montaba como para
marcar un paso más lento que el que traímos y respondiéme:
-Sí, ciertamente;
es todo un hombre y el alma de
esta hacienda.
No es menos trabajadora
y activa su
mujer, ha¡:e ya catorce años que me sirven y he llegado a quererlos como a hijos míos ...
¿ Qué pudo cavilar el coronel de la manera cómo
le miraba, cómo .le eseuchaba?
puee inmediatamente
agregó:
-N o vaya usted a estarse creyendo que es el epílogo de viejas pasiones, de amoríos de montaña, de
mi juventud, nó; es un ver:tJico y emocionante episodio de la última guerra civil; va usted a oírIo:
El coronel me ofreció un cigarro, un delicioso Am"
balema, y dando lumbre al suyo, un tanto emocionado, principió así:
-Cuando
la última. sangrienta
y larga guerra civil, hacia poco me había casado; yo era ya un hombre de edad madura.
En los principios
de la campaña no tomé .servicio porque creí que aquella locura duraría poco. Pero meses después, cuando la
resonante victoria de los liberales en Peralonso, las
cosas se tornaron
realmente muy graves; la situación fue casi desesperada y entonces fui llamado por
el gobierno para prestar mi contingente.
Partí de"
80
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LAR
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TIERRAS
jan do mi joven esposa y un hijito que era mi adoración. La guerra fue tornando un carácter feroz, odioso. Puedo asegurarle
que en la región del país en
donde operaban mis tropas se fusilaba a diario los
prisioneros
de guerra, por parte y parte. Los fusilamientos eran sumarios
no .sin refinamientos
·Je
crueldad en veces, y francamente,
aun cuando ahora
en paz y calma ,sea duro el decirlo, poco más o nada nOs conmovían aquellos espectáculos
de sangre.
Una tarde-corno
ésta-tibia,
bellísima, bajaba
a
la desfilada con mis veteranos-y
la juro, estaba orgulloso de mi batallón-por
un fragoso camino de la
cordillera
del Tolima. Qué hermoso aspecto presentaban mis soldados! Una marcha regular, en .dlencio, sin confusiones,sin
atropellamientos,
râp:·j'a, en
perfecto orden, decidida; parecía una serpiente
de
anillos de acero que se desperezaba al brillo del sol
oteando hacia la llanura.
Repentinamente
suenan dos tiros a vanguardia;
hago tocar a mi corneta! alto y frente! El toque agudo
y prolongado del clarín rasgó el aire con acentos de
desafío. El batallón -se 'letuvo, corno un solo hombre,
tranquilo, sereno y atento a mis voces de mando.
El ayudante Sierra había partido a inquirir sobre
la novedad, a vanguardia.
Poco después regresaba y
cuadrándose
me comunicó:
-La
descubierta
acaba de capturar
un espía de
las guerrillas
de Marín; pronto estarán aquí con él.
Como a·queIla guerra de habilísimas
sorpresas
y
tJe maravillosas
emboscadas, hijas del genio inculto
del inteligentísimo
y hábil negro Marin, exigia pre'
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cauciones sin límites, rapidez en las determinaciones
-hice marchar las fuerzas a
rct:::guardia, para ocupar nuevamente una magnífi·
ea posición, donde habíalIllOs pernoctado la noche anterior, y que eetá cerca del pueblo de S ... que nos
era adicta; allí, al abrigo de t-oda sorpresa, si nos
atacaLan, podíamos batimos
con la se¡uridad
de
vencer al enemigo
.Al aman€cer ocupé una buena ca-sa can la oficialidad, mientras las tropas acampaban en sus toldas
y en otra casa, bastante fuerte, de tapiaB y bien cercada.
Poco de8pués condujeron al espía a mi presencia.
Era muy joven, arrogante y sereno. Acompañábalo una bellísilma serrana, muy joven también, que
amamantaba un niño. El interrogatori-o fue inútil;
por nada de este mur.~lo logramos hacerlo hablar.
Aquel hombre, cuya suerte no ignoraba, dejaba ver la
firme resolución, la decidida voluntad de morir calIandO'. Que era guerrillero y espía, no quedaba la
menor sombra de duda, bastaba verla: además, en la
copa de) alto sombrero de paja, Nevaba la mancha
roja que Üenunciaba haber llevado en él la divisa revolucionaria. y el que fuera acompañado de su mujer
era caso bastante c{)mún durante aquella lucha.
-Capitán,
ordené, ponga ese hombre en capilla.
Ante la orden, que era para cumplir, nO se inmutó
en lo más mínimo el joven guerrillero; en cambio,
la hembra se irguió arrogante, tremebunda, me insultó, me maldijo, y casi me pega: francamente, en
su arrebato estaba gubliIIlle de ira y de belleza.
y valor a toda prueba;
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'l'lEKItA~
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ta
l.•
() It O
-Puede
usted acompañar
a su ... le dije.
-j Marido!
Miserable!
me apostrofó.
-Bien,
a su marido, en la capilla.
Un pelotón se alejó con el prisionero
ysu
mujer;
y rotundamente
di la o;.•Jen d<l paBarlo por las armas
en la madrugada
ciel siguiente
día y no permitir por
ningún motivo, que se alejase la mujer.
La noche pasó con relativa calma, pero en las primeras horas de la madrugada
unos cuantos tiros y el
alarma consiguiente
me hicieron saltar -del catre en
que dormía. Dirigíme hacia el lugar en donde había
sonado la descarga y encontré d jefe de Ilía, que ya se
había informado
de la sucedido, y me dio parte de
que el prisionero
condenado
a muerte se había fug"do ayu'dado por su mujer, habiendo dej; .•..:o al centinela y otros soldados seriaIJl€nte heridos, siendo imposible perseguirlo
por el conocimiento
.que tenia del
terreno y la agilidad con que huía.
-¿ y la mujer? pregunté
lleno de ira.
--D eteni da con todas las seguridL'les,
mi Coronel.
-Que
la conduzcan a mi presencia inmediatamente;
y me entté en la casa, pues habíamos
llegado a mi
aloj amiento.
Cuando el capitán Sierra me avisó que a1lí estaba
la mujer la hice entrar en la prevención.
Me miró
con tal aire de triunfo, de burla, de provocación,
de
satisfacción,
que a pesar de dU juventud,
de su belleza, me puae furioso, no pensé entonces sino
en
;vengr.rme, una venganza
cruel, cruelísima,
inusita-
da.
-¡Capitán
Sierra!
exclamé
con voz airada
y tleto-
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nante, tome el niño que tiene esa mujer, reténgalo
aquí y déle libertad a ella, que salga inmediatamente
sin que se le permita volver a entrar a dar le el pecho
al niño; esa criatura
no volverá a tomar alimento
ni a ser manoseada por la madre hasta que vue;va
en la compañía de su mar .•..:,o, y padre de la criatura
.esa; volvíme a la mujer y agregué: está usted en
libertad, señora.
Como una tigre defendió a su chiquillo la joven
madre cual.'':o mis soldados, cumpliendo las órdenes,
se la arrancaron
de los brazos. Oficiales y soldados
salieron arañados, abofeteados, rotos los vestidos, insultllldos pero al fin pusieron fuéra del alcance de la
muchacha al cachorro de guerrillero,
que por cierto
resultó bastante
altivo para protestar
de su detención: lloraba cOmo un demonio.
Rondaba la madre por los alrltJedores
de la casa
en donde se encontraba
el pequeño prisionero y al
oírlo Harar de hambre y abandono intentó arrojarse
por sobre la.;; bayonetas;
dio varios asaltos en regla, tuvo heroicas tentativas
de sublimes escalamientos para llegar hasta su hijo, pero la resistencia
de
.mis veteranos todo la frustró
.
Al fin, loca, desesperada
de no conseguir su intento, se alejó corriendo por la sierra abajo, extraviada, fuéra de si.
Convenc .•':o de que al fin se habia marchado
la
hembra volví a la prevención, y llamando al sargento
Osario-el
más antiguo de mis valientessold
•..•
.:·oa que
tenía apenas veintiocho años-le
ordené:
-Sariento
Osario, vamos a darle agua de panela
tlJN
LAS
TIERRAS
DEL
ORO
ealientica al guerrillero
ésteseñalándole
el chico
,que se hallaba acostado sobre un muelle cobertor
plegado encima de unos morralee.
,
Oída la orden del coronel saltaron todos los soldt.•.los del cuerpo de guardia a ofrecer sus raciones
de panela y botellas para improvisar un biberón y
poder alimentar al niño.
La alegría y entusia.smo Con que aquellos veteranos-que
a diario se jugaban la vida-acogieron
mis
órdenes, me conmovió profundamente.
El sargento Osorio rodeado por los soldados, tomó
al niña en los brazos, y alguna humedad debió sentir porque, riendo a carcajadas, dijo a sus compañeros:
-Estos
guerrilleros
no se baten en todas circunstancias sino al arma blanca.
-Si fuera eso no más: icuidado éon otrae sorpresae!
Entre chiste y chiste el chino apuraba con placer
el agua de panela. Me acerqué a mirarlo bien, y al
acariciarlo
en las mejillas abrió unos lindos ojazoB
,negros que ... e·stuve a tiempo de venderme con un
grito de sorpresa y de pasión; aquel niño era el retrato del mío, de mi adorado ausente.
Salí ·.1'e1cuartel y me dirigi a mi alojamiento.
El dia transcurría
con el tedio !le las horas de
guarnición.
El servicio de noche había sido repart)}o; por el momento nada tenía que hacer; pensé
entances en escribir para los míos y me acerqué a
una mesa en donde había tinta y papel, cuando el
eapitân Sierra pidíó permiso para entrar.
B
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J'
¡.~ l{
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--Páse, usted, le dije.
-Mi
coronel, aquí -se presentan
el fugado y su
mujer. Vienen a suplicarle que la m£"'ll'e pueda dar
el pecho al niño, y de£pués que haga de él lo que
quiera.
-Que
le entreguen el niño a la mujer y que el
hombre éntre de nuevo en capilla para ser fusilado
mañana, ordené de un humor negro.
-Ademá£,
mi coronel, un posta ha llegado de S,. ,
y ha traido este telegrama para usted,
Tomé préstamente el telegrama y leí:
"Vén pronto; el niño se nos muere; tu inconsolable.
Julia" .
El más agudo de los dolores me hirió en pleno coraZ¿n, no sé qué pasó por mi alma en ese minuto
de terrible transición,
pues, mi primera impresión
full. 'iarle orden al capitán Sierra:
-Capitán,
le grité, ponga usted en absoluta libertad al prisionero ysu mujer, y que -se vaya cuando
quiera y para dónde le dé la gana, ..
Pasaron varioo días antes de conseguir la licencia
p,:ra regresar a la casa; la guerra en esos momentos
~l'a terrible y ningún jefe podia separarse
sin desdoro Ge su puesto. Al fin pude partir lleno de sobre-salto; creía que al llegar no encontraría
ya vivo a
mi hijitc...
En la puerta de mi casa me esperaban tGtJos, mujer, hijo y el servicio.
Un muchacho se adelantó a recibirme el caballo,
~on tal preE.teza y cariño me despojó de 108 zama86
L .\
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TIERR.AS
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rros, espuelas y derr.ás arreos que no pude menos de
preguntarle
a mi mujer:
-¿ Quién es este mozo?
-Una
providencia, me contestó; hace algunos días
.que está con nosotros sirviéndonos
con una lealtad
y un cariño admirables;
sobre todo para el enfermito,
ha sido su salvación.
Qué compañía me han hecho
él y su mujer, han sido mi consuelo, mi apoyo en
tu ausencia.
Hícele venir a mi presencia, quería significarle
toda mi gratitud por sus servicios; al presentarse
me
fijé en su rostro, no me era desconocido. quedé mirándolo y le pregunté:
¿ Céano se llama usted?
-EloY
Duarte, para servir a usted, mi cOronel.
Ya no se acuerda de mí? Hace apenas unos veinticinco días que me iba usted a hacer fusilar ...
-Con
que es usted, hombre, el de la señora y el
niño?
Vea usted lo que son las guerras civiles. El coro·
nel acompañó la última frase con un gesto de asco
profundo.
EL PADRE
ALCAZAR
'v"ieja y sabrosa leyeoJa que se ha perpetuado enire las que tcmaron el 811pecto moral de sentencia
aplicable-en
todo tiempo-a
más de una suprema
autoridad efímera e ilusoria.
La tradición hispánica habia tejido sU red de añejos hilos de oro asi en el Seminario como en los mentideros de las solariegas y nobles caeas de Antioquia,
al igual que en Santafé, Popayán y Cartagena.
Bordar sobre aquella red las flores clásicas Üe un vivir
hidalgo y apacible, era preparar
el rico manto de
tisú que la 'tradición
echa con gallardias
helénicas
Bobre los hombros de las ciudades ilustree.
El padre Alcázar era muy anciano:
nadie podría
dar fe de SUB años. De su generación no quedaba ya
un testigo que pudiera enfrentarse
con el irascible
S A L O A R
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A
l!8certl'ote para sostenerle que se avecinaba a los no·
venta años.
y realmente aquella era poco mM o menos su edad.
Muy niño lo llevaron a estudiar a Santafé, capital del
Virreynato, y cuando mucho después v{)lvió a su ciu'
dad natal, ya sacerdote, casi nadie le recordaba.
Pequeño de estatura, extremadamente delgado, color blanco, marfi,leño. rostro de agudo y sagaz abate de la Regencia; pulcr1simo, y de maneras galantes
reino8as como le decían; un cultivador apasionado de
las viejas tradicione8 del siglo XVIII; sólo cuando
perdía los estribos, por su mal carácter, habla que
dejarle a solas; mientras "bailaba la pavana", según sus propias palabras.
Vivió muc'hísimo tiempo en absoluta 'Soledf.tJ en una
pequeña casa de las que circundan la plazuela de
Santa Bárbara; mas luégo, el <señor Rector del seminario, temeroso -Je que por sU avanzada edad le
ocurriese algún serio percance, Ilevóselo a vivir a
aquel vasto edificio y en él diole magnífica pieza y
comodidades, en el más pintoresco de los claustros,
sobre el que mira hacia el paseo del Llano.
Dormía en su amplia alcoba, a puerta abierta, el
padre Alcâzar, una dulce siesta tan eólo arrullada
por el canto de los azulejos y el bordonar de las abejas en los frutale,s del patio, cuando la insistente
voz del esquilón del seminario le reeOltJ'ó bruscamente. Incorporó£e sobre el blanco lecho de lona y ofuscado por la radiante luz de aquel mediod1a de diciembre cerró los ojos varias veces hasta que habituados a la claridad meridiana pudo sostenerlos en-
L A S
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TIEf{RA~
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tre abiertos.
Se levantó y di~ algunos pasos por la
estancia y cuando calculó que estaba fresco y bien
despierto fuese hacia la a\1Tlplia fuente del patio en
donde murmuraba
apagadamente
un limpio chorro
de agua, hizo algunas ablucionea mojándose la cabeza y el rostro, animándose con uno j ah! ¡ah! que
le hacían sostener un poco inclinado el cuerpo so'
bre el depósito atrayente.
Bien fresco regresó a su habitación, encendió un
cigarro, tomó el manteo y el sombrero y se marchó
hacia la salida del edificio.
-Santas
tardes, deseóle el portero, y con respeto
profundo le entregó un papel con su nombre y algo
escrito en el anvel'SO.
--Santas ... José, contestó le el sacerdote.
Y to·
marÛo el escrito guardólo en el bolsillo de la sotana; luégo se alejó.
No ignoraba el padre Alc.ázar la que aquel papel
contenía, y bajando por la calle de la Amargura sonreía a la esperanza
acariciada
hacía tántos años.
Su andar corto y reposado, no obstaba para que el
manteo naturalmente
echado sobre los hombros recogiera y ampliara sus vuelos al impulso de juguetonn
brisa que se arrastraba
sobre el tostado Llano y se
deslizaba tímidamente
por ¡as calles de la ciudad.
Poco más de tres cuadras arÛuvo el sacerdote has'
ta plantarse frente a un enorme portón, cuyas maderas labradas en cuadroa presentaban
en altos relieves, alternados,
racimos de uvas, hojas de p2.rra
y rosetone.s más a menOs complicados.
La puerta
estaba cerrada pero la pequeña abertura, de remate
91
J10'('JIlRO
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ojival,
enmarca,ba el claro-oeeuro
del amplio
guán, y por ella penetró familiarmente
el padre
saAl-
cázar.
Deberian
ser conocid~simas SUIS costumbres
y el
ruido de sus pasos debería denunciar
BU
presencia, pues, antes de que llegara al patio sa)ióle al encuentro una anciana de nobilísimo aspecto y recatado
traje, que dándole la mano a besar, con profllnda inclinación de cabeza, deEe6le las buenas tardes.
-Mi señora doña María Teresa, beso sus manos; y
uniendo el dicho a la acción con gran galantería,
el
padre retiró el sombrero de su marfilina cabeza.
-'-TalÜaba hoy su reverencia,
en lIe!l:ar en donrle
siempre se le tl'esea, en esta humilde casa, contestó
la dl'ma internándMe
de mano COn el eacerdote,
-Yo presente mis excusas y pido mil perdonès a la
nObi!isima dueña, pues, las extraordinarias
o~l1rrencias que se pl'€paran para dentro de pocos días me
traen todo confuso y temeroso.
-y ~u reverpT1ria sería tan bondadoso que pc'Jiera confiarme cl'âles (;on 8nuéll!loS?
,En el corredor que perfumaban
las rosas y las
albahacas y alrededor de una mesa rústica tomaron
asiento la noble dama doña María del Rosario Pérez
de RubIas y el anciano doctor Alcázar.
-Como
usted muy bien lo sabe, mañana se verificará la solemne proclamación del ilustrísimo señor
Ob:spo de Santa Fe de Antioquia.
Va para cuarenta
añoo espero tan grande merced tJe Dios y de la buena suerte, como la de ser favorecido COD esa elec92
I!:N
LAIS
TIIllRB.ÂlS
i>ÍlIx.
ORO
ci6n. y esta versátil dama. la suerte, me ha burlado
siempre.
-Esta
vez, su reverencia,
estoy segurisima,
será
más afortunado.
-Un
feliz presentimiento
me dice lo mismo. De
todas maneras, siento tan profunda emoción que temo
haBta morirme.
-Su reverencia,
sigame el consejo de viejá amiga, nO èel;e rrfOCUf.arse PO)' esas cosas hasta ese
pUnto; eso le haria mucha mal; debe tranquilizarse
y esperar con mucha calma, como en los años anteriores.
lEI chocolate fue servido literalmente
hirviendo,
en
grande!
tazas de bruñida plata; La parva
que lo
aCOllllpañaba hubiera satisfecho
al más goloso de loli
mandatarios
de la colonia habituados
a las primicias
de los conventos
de monjas de la Peninsula.
Lentamente
el sacerdote, sin articular
palabra, mojaba los largos y tostados bizcochuelos
en el choco'
lste y lInátas€los
a los finoB labies saboreando
la
riquisima
bebida, entre tanto que recreaba
la vista
-para elEgir entre el esponjoso
bizcocho, el co:ndimentado y amarilloso pan, el popular y tierno pan de
queso, el elástico pan de yuca, la dorada almojábana;
sin .Jejar de contEmplar
las variadas
compotas
de
almibaradas
fruta.,.
Su amable compañera
desvivida por atenderle
apenas si le acompañaba
en tan rica merienda.
Llegó el turno a 108 dulces cristalizados.
toronjas
y pamplemuzas,
ciruelas, brevas e hicacos, y los ep
•. 93
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caldo que esperaban su turno en amplias copas de
cristal.
,Con energía fueron atacados éstos entre la preo'
cupaci6n del sacerdote y la \Hscreta solicitud de la
·Jama por hacerle olvidar la que por dentro le escocia. Poco más se demoró des.pués d~ la merienda
el padre Alcázar; y entre las confianza.s sobre el
buen éxito de la elección y las súplicas de sus oraciones, con esa intención, a la noble dama, se de.spidió un tanto entristecido y cabizbajo.
Cuando la señora, que le contemplaba desde la ventana, al abrigo de la celosía, alejarse calle arriba.
vio tJeedibuja.rse la fina silueta a la distancia, murmuró con honda c.ompasión:
-iPobrecito I
Para el día siguiente, 28 de diciembre, que la Iglesia consagra a los santos Inocentes, y cumpliendo con
la tradicional fiesta del nombramiento del Ilustrísimo señor Obispo de la ciudad de Santa Fé de Antioquia, por DOCE HORAS, había dado el señor Rector
del seminario todas sus órdenes e instrucciones a sus
subalternos, que para ese día la eran todos los sacerdotes regulares y seglarE*!.
Las bulas habían sido cuidado.samente preparadaa
cama en años anteriores; el rico anillo de amatista
la prestaba la nobilísima familia de Pardo; las vestiduras obispales de riquisim05 adornos y de brillante color violeta, las proporcionaban la aristocrática
familia de Jas Martínez; Ja mitra, el báculo y demás
objeto,s para la brillante ceremonia eran de propiedad de la iglesia.
mN
[,A8
TIÊRRA~
DÈL
ORO
Faltaba sólo la elección que con tC'l'o rigor y seriedad se verificaba entre los sacerdotes hacia la
media noche, excluyendo como candidatos a los que
ya en ailos anteriores habian sido favorecidl>s ('on
tan sefialada merct.Ü. El padre Rector había citado
muy formalmente a todos los sacerdotee que se encontraban en la ciudad para que contribuyeran con su
presencia a solemnizar este acto.
,Con tal motivo, la ciudad aparecía profusa mente
iluminada y muchfsimos laicos se preparaban con SIlS
trajes de eti'queta para asistir a tan interesante función.
Llegada la hora, la media noche, el viejo esquilón
del seminario
dejó oír .gus solemnes reclamos; el
toque de com~nidad fue obededdo por todos los sacerdotes, quienes entraron pausada, gravemente, en
la sala rectoral.
En una urna, cuidadosamente cubierta bajo riquísimo paño carmesí fueron depositados, uno :1 uno,
los votos con los nombres de los candidatos para el
obispado de Antioquia, por toàoe los sacerdotes asis'
tentes a tan brillante solemn:tJad.
Llegó el momento de los escrutinios: el más joven
de los se'minarista.s fue extrayendo una tras otra la5
boletas y leyendo en voz alta y reposada, el nombre
que contenfan, dos sacerdotes, canónigos, hacían de
eecrutadores. La sensación del público asistente era
enorme, llevaban en voz alta el resultado del escrutinio, el último voto gue se leyera iba a decidir, pues,
los candidatos iban con igual número de sufragios.
Una boleta tan sólo quedaba en el fondo de la ur-
.8
Q
T II B,O
• ~ L D' ~ a a 1 AG.
na, como de, ritual ella fue pasada al señor Rector
para que la leyera, por el seminarista que las extraia
de aquélla. El silencio fue absol uto, solemne; todos
los circunstantes se pu.sieron de pies .
. El Reetor, desplegando el papel en que estaba consignado el voto Üecisivo, leyó con aItay solemne entonaci6n:
-I Reverendo Padre Serafín Alcázar I
El anciano sacerdote sufrió tan extraordinaria sensación que por un momento perdió toda noción de
vida.
'Cuando volvió en si, las f~licitaciones y besamanos
que recibia lo inundaron de tal dicha que olvidó to·
do contacto COn su pasado y entró tldinitivamente
en sU nuevo estado con gran seriedad y convicción.
A la' mañana siguiente con todo boato y -solemnidad se verificó la ceremonia de la consagración e investidura; como era .1e costumbre desfiló todo el clero
y el seminario y muchísimos curios0<5 la1<:os de todas las clases sociales que COn muy seria unción besaban el anillo al nuevo o·bispo.
-Concluida aquella ~ermosisima ceremonia el obispo regresaba al Seminario y alli se ·l'espojaba de BUS
vestiduras y de sus joyas, rodeado de sus amigos, y
volvía a la realidad de las cosas para pagar con opiparo banquete el -honor que le habian discernido sus
admiradores.
Pero esta v€z no sucedió con el padre Alcázar lo
que con Untos otros había pasado; el ceremonial se
vio profundamente alter~.l'o por el anciano y favorecido sacerdote: él tOtnó muy a lo serio su nueva si-
tuaci6n y exaltaeión al solio obispal, y por nada de
este mundo quiso despojarse de sus prerrogativas e
invp.stiduras. Salió de la iglesia para su casa eehando bendiciones a diestra y siniestra y proclamando
que "lo que atares en la tierra será atado en el cielo y lo que desatares en la tierra será Üesatado en el
cielo" .
Alarmadisimo el señor Rector del seminario ante
esta critica novedad, ante tan insólito acontecimiento, envió a llamar a un sabio y prudente facultativo
para asesorarse y estudiar lo que en aquel momento
debería hacerse.
El galeno, con paso mesurado, con grande circunspección penetró en la caSa del nuevo obsipo y una
vez en ella encontró en la salita al padre Alcázar,
sentado en actitud episcopal, con sus revestidos e
insignias, que alzó a mirarlo y le dio su bendición
extendiéndole la mano para que le besara el anillo;
lo que muy respetuosamente hizo el médico para po'
der estudiar mejor el caso.
Su Ilustrisima no hablaba; en su rostro se había
fijulo una mueca de beatitud dulce e inconsciente; inmóvil sólo levantaba su mano con admirable corrección para bendecir a todos los que a él se llegaban.
iEl médico salió de la pieza; se acercó al Rector f
le murmuró al oido con acento pesimista:
-jLoco I
Aconsejó luégo al señor Rector le conservara al
anciano padre Alcázar sus vestiduras y tratamiento,
pues, viviría muy poco.
97
B
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III R
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Á
Hízole así el muy prudente y virtuoso Rector; y es
fama que el padre Alcázar murió un mes después
de su exaltación al trono episcopal, quedando en su
fisonomía de muerto la más dulce de las sOnrisas obispales.
Desde ese acontecimiento fue totalmente suspendida la tradicional fiesta española del "obispo por
doce horas".
MEDICINA
CONTUNDENTE
I
Que Clarita Va:ùerrama
era la muchacha zr.¡ís boo
nita de Liborina nadie lo ponía en duda. Sus amigas
de la misma edad se habían resignado a disputarse
una Buplencia en aquel reinado de la gracia y la be"
lleza. Para mayor y mejor testimonio de lo dicho ahí
estaba don Manuel Vélez: el hombre que poseía tO"
dos 100 seCretos de los irAlios en el arte de curar,
muchas fórmulas castellanas comprobadas en BUSbuenos efectos, y un libro enorme repleto de cieneia y
misterio que él únicamente
manejaba,
cuyo estudio
constante le había valido la más firme superstición
popular de médico sapientísimo,
sociólogo insuperable, y boca di! profeta. en todas sus prediccio~.
".
99
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Poseía un botiquín al lado de su consulta y lindando con la iglesia parroquial.
Una tarlecita de mayo hacían su tertulia habitual
en la botica y farmacia de don Manuel, Torcuato Ramírez, el leguleyo del pueblo; don Pepe Herrón, el
político; y otros que se resignaban a oír a aquellos
hombres de ciencia y experiencia en todas las cosas
de este mundo, y que partían del aforismo de una
célebre belleza de Medellín "aun cuando no entendamos con oír nos instruímos".
Llovía fuerte, como un desmadejamiento Üe hilos
de plata, y el sol atravesando la malla sutil inundaba
de luz la placita del pueblo. Allá abajo, a lo lejos,
en la'5 orillas del -Cauca, se levantaba Un vaho tibio
que subía cargado de lo.s aromas de los yerba~s de
pará hasta saturar el mismo ambiente del puebio.
El rezo había concluído en la iglesia, y los fieles
aún no se atrevían a desfilar para sus casas esperando que escampara .Jel todo.
Pero de repente 5e destacó la figura airosa de Clarita en la puerta mayor, y con ágil elegancia en tres
.saltitos se puso en la ace'ra al abrigo de la lluvia;
precisamente al frente del botiquín de don Manuel
Vélez.
Clarita tendría a lo sumo unos diez y ocho añosaun cuando su amiga, Pepa Flórez, garantizaba que
por San Juan cumpliría los veinte. Lo cierto es que
la much,acha era morena, esbelta, de ojos y cabellos
negros, abundantes y crespos _é-stos que llevaba en
hermosísima trenza. En -suma, Una calentana de mirar oIlorprendido a tc.ù~ hora y ,con cuyas ne¡ras y
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!nost:r",ldú l!P.J;' picscdto;;
C()fl'e;~tO?, y biel'
ca1lz:'.do:>,
av¡:nzó calle ilJTiba, con ondulaciones
de serpentina
flotante, dejando que el libre movimiento de su CUCI'·
po !nafcar!'. un ritmo de inocente,:> S(·Jucciones.
-Crfanme,
señores, afirmó clan :'lanuel, mareado
por las esbelteces y talante do la chica, Dp'nas habrá
rincón de este mundo que yo no conozca. Les coesta a ustedes que he vi{l.jado detenidamente
por SO"
petrán, Santarl'osa,
San l'edro, Snbanalurga
y Sueao"
juI, Jo' les juro, a fe de caballero, qlle en ninguna par"
te he visto una muchacha
más linda y provocativa
Que ésta.
-jTan
elegante!
suspiró cI leguleyo.
--y bien riquita,
se aventurÓ don Pepe.
-Pero:
... agregó don MaLuel.
-Pero .. , tiene pero, exclamaron
en coro jo,~ mur"
muradores
IJe la botica.
-Sí,
señores míos, respondió ceremoniosa
y mi"teriosa'Jnel1te el doctor Vélez. Ne hay de teja;.: para aba"
jo nada ni nadie sín pero y monos, muchísimo m-21108,
mujer bonita.
Es un profunrlo
concepto filosófico;
(don 'Manuel acentuaba
sus palabras
con la admiración profunda
de su au'Jitol'Ío) por poco que lino es"
tudie, observo y calcule esta humanidad.
y uc.tcdcs
quizá;; puedan apreciar
hasta dónde he digerido al
gran Chernoviz, sumo de la sabiduría
humana,
encuentra el que nada hay perfecto de tejas para abajo;
fuéra de aquello de nihil nóvum sub sole, ..
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-Pero
Clarita, interrumpió
con energía Ramírez,
el luguleyo, es una de esas exc.epciones que en las reglas generales no falta, y tampoco nada es absoluto
en este mundo; la hermenéutica
nos guía ...
-Nada
de hermenéutica6, esa ciencia está mandada
recoger
y este
caso es absolutamente
patológico;
Clarita no es nunca la excepción y jamás podrá ser
una buena esposa .... !
-jNó,
señor! protestaron
en coro los oyentes, adhiriendo al señor Ramírez y encarán·Jose con el médico.
~lVIe explicaré, caballeros, más ca.lma. A Clarita
debido a que todo el mundo le dice bonita, sobre todo
los forasteros, y como hija única de viuda y rica, le
ha dado por llevarse uno·s mi!llJ()s que la aguantará el
mismo demonio si se casa ...
-Y, a propósito, dijo don Pepe, >lé de una manera
positiva que ya arregló en firme su matrimonio.
-¿,Contra
quién? exclamaron llenos .Je curiosidad
los contertulios de don Manuel.
-Adivinen
ustedes, les doy el re6to de ]a semana.
-¿'Con
e] dueño de ]a Esmeralda? e] -señor LondOño.
-Nó,
señoT.
-Apuesto
que fue con este muchacho Cosme, el
sobrino del cura.
-Tampoco,
señores.
-Pues
entonces diganos, porque no atinaremos en
toda la noche.
-Se casa con Toribio Legarda.
-¡E]
minero!
102
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-Sí,
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señores, con el mismo.
Pero qué mujeres más locas! j Qué barbaridad!
j(-lué horror!
-Alto
ahí, señores, interrumpió -Jan Pepc. No estén ustedes pensando que ahora es el perdonavidas
ni el matachín de ante.s. Sepan ustedes que Toribio
sc ha formalizado mucho y que ha c'onseguido bastante dinero, y era lo único quc le faltaba pOI'que buen
mozo cc; y muy gustador entre las mujeres, luego que
sus ribetes de calavera también son un gran halago
pa l'a ellas.
-Nó, don Pepe, no nos rcferimos a eso; el muc'hano no puede ser más amable y servicial, generoso,
cuadrado en todo ,sentiÜo; pero, esa vida que llcvó
por aIlá .....
abajo ....
---Sí, afirmó don Manuel, entonces fue un verdadero ban ...
-j Silencio!
que a,hí ¡llega, dijo alguien que miraba hacia la calle.
-~Hombl'e. " a cierto que es el refrán aquel 'de que
"en nombrando al rey de Roma luégo asoma".
y en efecto, Toribio Legarda
pasó por el frente
'.le] mentidero"
comosiemp're,
arrogante,
desafiaciro, con aires de admitir cualquier pendencia.
Era
el tipo genuino del mínero audaz y porfiado. Su sangrc parecía equilibrada
en pl'oporciones de blanca,
india y negra. Alto, trigueño, de frente espaciosa,
ojos admirables de sagacidad y brillo; en el arranque
de la nariz un hondo surco le daba el aspecto tJe matón. En cambio su trato era dulce, ingenuo; ayudado
por el tono cadencioso que en aquellas regiones mu-j
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sicaliza el acento, sabía insinuparse
desde el primer
momento que se le abordaba. Tenía la astucia del indio y el espíritu de aventura del español. En suma:
Tori-bio Legarda era un magnifico espécimen de la ver'.ladera raza americana del sur.
-Buenas
ta,r,d'es, caballeros,
saludó atentamente'
Toribio, .sombrero en mano.
y ,,¡guió calle arriba en pos de su novia.
II
Fue aquella una boda muy sonada. Clarita y To·
ribio al salir de la iglesia formaban el grupo más
prometedor para perpetuar
las excelencias de la raza: juventud, vigor, belleza, todo les acompañaba.
El desfile hacia la ca'sa de la recién desposada pasó necesariamente
por enfrente a la consulta de don
Manuel. En el boUquin se encontraban
de curiosos
los contertulios
de sierrnpre y principiaron
los comentarios:
-E<:itá que se babea
Pepa Flórez
por casarse;
apuesto que con todo y ganas se queda solterona por
antipática.
-La
que va linda es Teresita Elorza. También se
casa pronto; se pescó al sobrino del cura, can prebendas y todo.
-Qué
guapa Lucía Londoño, ésa sí sabe llevar
bien su soltería.
j Lástima
que no se casen mujeres
de ese levante!
y entre tanto el cortejo nupcial desaparecía
allá
a la lejos de la animada calle dejando det/ás de sí
104
F, N
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perfumaoJa huella de vida llena de promesas, de juventu d, de alegría.
La boda en el pueblo se prolongó con sus bailes y
sus copa·s hasta entrada la noche cuando se retiró
el último y más alegre de los convidados.
-Por
fin los dejan solitos, exclamó doña Mercedes
la madre de Clarita.
'Cuando Toribio despidió al íntimo amigo en las
puertas IJe la casa y volvió a la alcoba nupcial, encontró a Clarita quejándose
de un dolor de muelas
atroz.
La linda muchacha can su vaporoso traje blanco y
una rosa de la Virgen sobre el pecho estaba tendida a medias en el lecho. Toribio la contempló arrobado y resolvió sentarse
a su lado esperando
que
pronto calmaría tan inoportuno dolor de muelas.
Las diez sonaron en el reloj de la casa y ya era
imposible para Clarita soportar por más tiempo tan
cruel sufriuniento.
Instó a Tori,bio para que fuera a
don Manuel y le pidiera algo con qué mitigar su sufrimiento.
No sin un su,spiro de decepción abandonó Toribio
la estancia nu'pcial y tomando su sombrero se alejó
calle abajo en busca lJ'el galeno.
i Plum! ....
i'Plum! ....
iPlum! ....
resonaron
lag
golpes can 'que el joven minero, hasta cierto punto,
se desahogaba
sobre la ventana por donde don Manuel prestaba sus servicios médicos nocturnos.
-j Hombre! mire que va a quebrar
la ventana con
e.sos batacazos! Pero ... ? quién demonios es? interrogó malhumorado
el tegua que ya dormía.
105
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8ALJJAl{H1AU
-Soy yo, don Manuel; yo ... Toribio Legarda, que
vengo a ver qu'é le manda a Clarita que está con
un >Jalar de muelas que la mata.
-Si la dije yo ... ya está Clarita con las consabidos mimos.
Pe:o luégo en voz alta formuló:
-Que
haga buches de aguardiente
hasta que se le
entumezca bien la boca ... y no le hace ·que trague
algo del anís a ver si se anima ... ! Buenas noehes!
-Dio·s se la pague, don Manuel, respondió Toribio
desrle afuera y (;le alejó apri.sa para la casa.
Pero al acercarse
a aquélla tuvo Un pensamiento,
caviloso; como que desde que Clarita sintió que se
aproximaba le pareció que redoblaba los ayes y quejidos .. Sin embargo desechó esa idea como un mal
pensar.
-Tan sólo un buche logró que hiciera Clarita.
No
pudo más la mucha,cha porque Je causaba invencible
repugnancia
el olor acre y el sabor picante del alcohol. Los quejidos continuaron.
El pobre Toribio (;le llenó de santa resignaeión.
Encendió un cigarro y se aproximó a la ventana, abrióla y .se puso a contemplar la noche.
Habia refrescado
el tiempo. Un cielo infinitamente estrellado pesaba sobre el silencio augusto de la
noche; la(;l albahacas
y santamarias
saturaban
con
sus perfumes el ambiente.
Un acceso de tO(;lde Clarita le indicó a TOribio que
la corriente de aire fria que imprudentemente
dejó
penetrar por la ventana al abrirla le había hecho mal
a su mujercita.
Cerró inmediatamente
aquélla
fuese
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106
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de nuevo a ·sentar al lugar (lUe antes habia abando'
nado. Allí, con la cabeza entre las manos se entregó a las más honÜa-s reflexiones.
Ciertamente, no era
ésa precisamente
la noche que él se había prometido.
Los quejido,;
Üe Clarita
arreciaron
de nuevo.
¡.Qué hacer? Si vol via a donde don Manue I acabaria
el viejo por calentársele.
Pero la que le pasaba era
insoportable;
las once de la noche serían y el dolor
de Clarita no llevaba trazas de acabarse.
Tomó una resolución de hombre y se lanzó a la
calle, diciéndose para sus adentros:
-Que
las pague el viejo también; yo no he de ser
el único tomado esta noche.
¡Plum!. .. ¡plum!. .. ¡plum!. .. ¡plum!. ...
-¿, Quién es? .. Agual',te Un instante siquiera ...
rugió el viejo don Manuel quien dormía profundamente cuando los terribles y repetidos golpes le hiciE~ron saltar de la cama.
-Que .. a aquella muchacha no se le quitan los dolores ...
-El
maldito Toribio otra vez, dijo para sí don
Manuel al reconocer la voz del mozo, y agregó en
voz alta:
-Pues,
hombre métale en el hueco de .la muela
una cabeza de fósforo azul envuelta en sebo cie vela
cubana, y si con esto no le calma que se aguante que
yo madrugaré
a sacársela ... ! Maldita sea. murmuró
el viejo al volverse a acostar, con estos tra.¡;nochos
parece que yo fuera el ·Je la luna de miel!
Aún no había llegado a Sil casa Toribio cuando
ya llevaba parte de la receta arreglada.
Pensaba que
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I'Í
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1/
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al mencs 1<1 ¡¡plicación del remedio le permitiría
:'.(;ariciarlc !a car:t a su mujer. cosa que hasta entonces
;:0 había logrado.
y e}::ltmir.al1(~o con tolla atención
y gusto la !Jaca
de Clarita, Toribio exclamó:
-l'e~o mujercita:
si tienes la 'denbdura más linda
(1;.] r.l,r~.':;)
.,>' (,:'>tá lil.ierl~:;:ta; ::;', no tien'}s ningè1n<t
p:".':';l
:.'aÙ:! .;;, 1iO ];¡¡y ;1; ::somo" de hueco en ninguna
mueb;
2:;. !:t mejor
herram!cnÜ,
(:ue he conocido en
toùa mi ,·'da ...
lt'v~,f(>'" :' '<~b') rc.'.i",ó,"():1 ;>. un ~';ncóll lanzados ·por la
Y'~oro¡;a mai10 del minero que no pen"ó ya sino en
Hc.,j,riciar tal! linda cara.
Pero Clarita separÓ 1" cabe7.a de entre la:> mrlnos
de su marido pretextan de que el dolor le subí:: entonces hasta aquélla .
.I.,a ¡l'a l)rincil)i:.ba
a ganar ya el corazÓn del miner·); ha:Ú¡l q LW tomar
1J na re:::ol ución
definitiva,
u na
r~.;olllci{1!1 de macho. Peni'Ó, pues, en irse a 'lormir
a casa dc un amigo; pero los deberes recién contraí'
dc,s ie \"cilciel'on y detuvieron.
La media HOCne ha!Jia pasado;
una sonrisa diabÓL':l 1,1"gÔ las lnbio~ de Toribio, y calándose
el 30mbrc.J'o
mUl'l1Huó:
--(}ue me las pague
lni;ta el amanecer.
:"lt'rn:
.. ;:'!Urt1: ....
clan Manuel.
¡plum!
..u:
voy a fregada
¡plum!.
..
:;:'1':,! .\' ,(;'\;8 ql'C es ajena
Dormirá el demo'
lí' 'J ,>0":1
}1Üclv~. i. (.t\lIón llama '?
Yo. 'Toj'ibi0
L,'garda.
Aquella muchacha
.gigue
ni;:!, \'~'ll!'ï) ;; (lue le c,,:mbie de fórmula.
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-Arrímate
a la puerta, hombre, Toribio, que
le
voy 2. mandar unaé> IJrogas infalibles,
rugió el viejo
\Sil ltando
del lccho.
En efecto, Toribio se alleg{¡ tranquila
y confiadamente a la puerta.
Cl¡al';(IUeÚndole 10;3 dicllle:,
:le ira el viejo le dijo:
-T6ma
y !1év:.\h; a la Clarita
este remedio único
para su mal.. y ... ¡paf! .. ¡paJ! .. ¡paf!..
¡paf! ...
Cunt,'o bofetadas asestadas
en cI rostro de Toribio repercutieron
en el silencio de ',a calle. Don jVIanuel había sido tan r{¡pido en el ClIvío de las tJrogas infalibles como en el cerrar y trancar
de la puerta, dejando a Toribio todo sorprendido,
confuso, en medio
de la calle.
Subi¡J la ira ¿¡vil¡;alladol'a e impotente,
en ese momc;Jto, a la cara del minero; resolvió marchar
hacia
la casa y anda;¡do lllonologaba:
-¡C~atro
lwfct"das
en el rostro, a mí, a Toribio
Le;~all.¡a. que ell elclueJo
Call Jc·sús Higuita, en Cáceret;, agarrados
a un pañuelo, la Único que no nOS
chuzamos fueron las caras! ¡'Cuatro bofdadas
a mí,
n '['t)J"\!;\O Legqrd!l!
f,~ue (~T1Candebá
humillé al mismo '1",Frol111zc y Je d·esbar:d:é un- baile en su propia
sn~a! ¡0Uu.tro bofetadas
a mi! Toribio Legarda!
que
aprendí él afcibnne
yo mismo para que nadie de€!P!'(;'; de mi I1"~Irr.:\ me maT10scnra la cara.,.!
Y lleno
de coraje había llegado cerca ':le su domieílio.
Esta
\l'í: tuvo
la C('JtcXH(~Ü qllc Calrita s610 principió
a
queja¡'se cual/.lo sintió que él acababa de entrar
en
la tas:,. La ira le élllbió de punto.
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-j Por Dios, Toribio!
¿,qué me mam1ó don Manuel?
porq ue ya no aguanto má.s,
-Unas
drogas infalibles",!
Tómalas!
Y. ,. ¡Paf!. .. j Paf!. , .
La mano ruda del minero había caído rápida
y
certera ,sobre la ljndacara
deClarita.
Las dos bofetadas
la habían "acomodado
definitivamente
en la
cama.
III
Al dia siguiellte
los reClen casatJos se levantaron
muy tarde.
Medio día pa-sado sería cuantJo Toribio
se despidió de Clarita.
Llena dE. amor la muchacha
cchóle los brazo.:; al cuello y le estampó cuatro sano'
ros ·beso<3 en plena boca del marido, precisamente
en
donde aún se veían las huellas de los descarna·Jos
huesos de la muñeca de don Manuel. Y, Toribio
le
devoh'ió los besos a su mujer precisamente
en donde los rojos de su mejilla denuncia'ban
la fuerza de
las primera·g caricías
del marido.
Calle abajo y abstraído
en su feliciÜad iba el arro'
gante mozo cuando alcanzó a ver a don Manuel sentado en su viejisima
silla de cedro, forrada
en vaqueta, que por lo laborada debió ser cordobesa.
Leía
en aquel libz:o grande lleno de grabados
que tánta
fama y dinero le habían
conquistado,
Viendo el
aproximarse
del mozo, don Manuel trató de esquivar el encuentro
y haciendo como que continuaba
la
lectura pretendió entrar en la droguería.
Pero no tuvo tiempo de efectuar su retira,da estra110
'l'lE1tH..c\~
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tégica y al ver en frente de sí al mozo aflautando
la
voz le preguntó:
-¿Cómo
amaneció Clarita?
-Muy
bien, contestó Toribio cuadrándose
ante el
médico; las drogas resultaron
verda·Jeramente
infalibles, tan buenas que bastaron
dos solamente
para
curarla radicalmente.
Pero como en la cllsa no hay
donÜe guardar
las que sobraron y a usted le pueden
ser muy Útiles, ahí le devuelvo las dos que quedaron ...
¡Paf!. ... ¡Paf!. ..
El pobre galeno sin tocar tabla de mostrador
fue
a caer en el. interior
del botiquín,
mientras
la silla
Call un ruido
de siglos rodaba por la calle,
Imperturbable
continuó su camino Toribio;
sobre
sus labios
hú\medos de recientes
besos se contraía
una sonrisa de satisfacción
y en sus pupilas se asomaban gratísimas
reminiscencia.:;.
EL SECRETO
Bajo su gran paraguas verde oscuro, el manteo nuevo y el castizo sombrero de teja, el paUTe Valerio
desafiaba
la lluvia de aquella tarde de Sábado Santo
-subiendo por la calle de JesÚs hacia la iglesita
de
Chiquinquirá.
Iba solo: y en la penumbra
de la calle la fina silueta negra del santo y dulce varón se ree-ataba contra
el muro de las casas evitando los golpes sonoros de
los chorros de agua que caian sobre el monumental
paraguas.
Empero, mientras
en las baldosas
de la
aCéra re-suenan los acompasados
pasos del sacerdote, digamos a nuestros
lectores qui.én era el padre
Valerio Martínez.
Hijo de a.quel célebre Auditor de Guerra de Morilla, Enrile y Sám3no, durante el terror en la guerra
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de reconquista,
el doctor Faustino
Martínez,
largo
tiempo proscr'Íto de su patria y sólo vuelto a ella
merced al buen jerez que en una fiesta de palacio hicieran beber al Lihertador-abstemi)
habitual -los
señores Arrublas y Montoyas y a las súplieas de Manuelita Sáenz; su hijo, el padre Valerio fue una alma pura y tl'ansparente,
artista del canto y de las liturgias
religiosas:
las época", de su exi-stencia, niñez, juventud, ancianidad,
sólo imprimieron en el físico del sacerdote
las hondas huellas del obligado
viaje, pues, su espíritu conservó su prístina inocencia; la risa del niño tuvo la misma casta ingenuidad
en el anciano; las penas del joven encontraron
en el
anciano el mismo dulce derivativo de la re60Ïgnación
cristiana.
Su fisonomía fue apacible y serena como
una tarde Üe mayo a orillas del Tonusco. No conoció
las contracciones
amargas de las gran-l'es
pasio·
nes, ni la.s ambiciones turbaron sus ensueño,s de humildB pastor de alma·s. Como lo hemos dicho ya, artista, de ensueños religiosos, fue su canto puro y lírieo como notas surgidas de una de esa,s maitrisses
en que las voce.s infantiles
vibran sonoras en el augusto recinto de las viejas capillas romanas.
No turbaron sus días las embriagueces combativas de la política, ni en .su alma encontró eco un instante el soplo malsano de aquel espíritu de dominio y soberbia
que torturó il Santo de F,ogazzaro.
Sopla del monte IndI'O la brisa húmeda y las rachas de fresca neblina rasgan sus cendales entre Io.s
bosques de la cordillera;
agítanse estremecidos
los
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gigantescos mangos que sombrean la catedral cuando
el padre Valerio pasa bajo 6US copas.
Un hombre embozado en amplia ruana negra se
avanza hacia el sacerdote, le detiene con sigilo y respetuosamente
le \Hee:
-Buenas
tardes, padre Valerio.
-Más
paso, pasito hombre j cuidado con el secreto! te pueden conocer y entonces ... respondió el padre, alargándole
cariñosamente
la mano,
-Esté
tranquilo padre; esta vez como 'siempre na'
da se sabrá.
-¥ ¿ los otros muchachos 'I
-Comn todos ellos cargaron el Santo Sepulcro están en las disciplinas, all~ en mi 'Padre Jesús, pero
quedaron en venir a penas pardee la tarde.
-Bueno,
pues, sigamos, te vas poraJaá por la otra
calle; yo me voy derecho y n(}s encontramos don'Je el
'Jactar Martinez Pardo. La noche va a ser oscura y
muy favorable ,Mucho
sigilo, mucha circunspección,
mucho silencio que estas COBas son muy sagradas!
i'Cuidado con el secreto!
Cuando el padre Valerio ¿e detuvo unos momentos en la plazoleta de Chiquinquirá
las últimas luces
del día huían y pronto fue noche; las tinieblas caían
sobre la no alumbrada ciudad; su compañero se le
unió poco después y juntoo volvieron sobre su izquierda; detuviéronse
en e,l umbl'al del antiguo portalón
'.le una casa señorial.
-Vaya
entrar aquí, espérame y espera a los compalie ros de la manera más recatada, va en ello el se-
creto.
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L!amó fuertemente
cOn el aldabón
f¡el j)ortÚn y
prontamente
s:~lió un negro de la morada, farol en
mano. quien al recono:':Cr que la persona que llegaba
era el padre Valerio, dio voces llamando In servidumbre del interior para que lo recibieran.
--Más paso, mí amigo, reclamó el padre, contrariado, alarmado.
y, volviéndose
hacia su compañero
le
dijo: este muchacho es capaz >Je echarlo a perder todo, con esos gritos tan inoportunos.
Acudieron
prontamente
unas sirvientas
que abriendo el trasportón
y alumbram:jo
con bujías la entrada
invitaron. respetuosamente
al padre y a Sll compañero para que siguieran
adelante.
Protltoel
padre, despidiéndo,3e de su amigo, estuvo
el! la sala de la casa donde fue muy amablemente
acogiÜo por el doctor :Martínez Pardo, su familia, y les
quo le::; hacían visita esa nacho.
Sin atreverse
a de'splegur los labios estuvo largo
tiempo callado el sacordote y sólo de vez en vez dirigía sus suplicantes
miradas hac-ia el doctor Martínez,
<Iuien, a su turno, esperaba que el padre Valerio, como era su costumbre,
hacía muchos aÎios y por la
misma noche del Sábr,'lo Santo, se decidiera
a lIamarlo a palabra
para confiarle
un a8unto excepcionalmente grave.
Haciendo
u ti grande esfuerzo
el padre rompió su
muti·smo, y dirigiéndose
al doctor .Martínez ParLlo !e
dijo:
-Si
usted quisiera
oírme aparte-con
perdón de
las señoras aquí presentes--un
recado que tengo que
darlo, ~;e la agradecería
de to',lo corazón.
L .\ ::)
'1' I
1": 1: lt
il
::)
U
1: O
~Cuando
usted guste, contestó el doctor alargándole el brazo; excusóse de las damas y salió con el saeerdote.
Una
vez llegados
a la más
recóndito
del amplio patio
en esa hora oscurecido
por el follaje de
los arbustos
que apenas si dejaban tamizar un delgado hilo de la luz que daba un farol colocado ell la
entrada de la casa, el padre, muy quedaGllente, susurró al oído de su acompañante:
-Se trata en estos momentos ni más ni menos (¡ue
del j gran secreto! dentro Üe poco vendrán a buscarme
los fieles compañeros
de tuja!'. los años, los que stiben guardar
religiosamente
el secreto;
yo le suplico
que al salir con ellos usted disimularF
todo la posible el motivo de nuestra aU-'lencia con todas y cada
una de las señoras y los señores que están a{lui esta
Hoche, de mod:) que no vayan a trascender
nada. ¡Cuidado, doctor, con el secreto!
-Na tenga ustetJ ningún temor; cuando llegue el
momento puede irse confiado que yo le respondo de
todo, contestó
riéndose
catiñosamente
el doctCll·.
Ya muy tranquIlo ei padre volvieron il la sala, en
donde oSe reanudó la más culta y agradable
de las
tertulias
sociales.
Las ''':iez de la noche eran corridas
cuando
fue
avisado el sacerdote
de que en la calle se le solicitaba. Muy emocionado por el llamamiento
.Y sin saber
eómo despedirse,
titubeaba
para levantarse
cuando
vino en su ayuda el doctor Martínez Pardo, quien le
dije, 30lemnemente,
en voz alta:
_·-P,,:iJ'(~ Valprio, la ¡iaman para 8S11nto" de su mil:)
117
H
U
'l'
nj~tel'io;
¡.;
H
U
~
si usteÜ gusta,
A
L
I>
A
H
la acompañaré
H
hasta
la ca-
JIe,
-Muy
amable, doctor; acepto, contestó el padre, y
luégo rie despedirse
muy cortésmente,
salió {lon el
señal' de la casa, Ya en el zaguán se dirigió a su
acompañante
y le suplicó encarecidamente
les expjicai'a a las señoras eso de su ministerio, no fueran por
la palabra ésa a dar con la clave del gran secreto.
Tranquilizólo
de nuevo el doctor y con toda cortesía
le despidió en la puerta >Je la calle, donde un il'UpO
de hombres le esperaban bien disimulados contra los
muros del caserón,
-Bueno,
muchachos:
mucho silencio, mucha vigilancia. no vaya a haber por allí quien nos esté atisbando, dijo cor. voz de mando el sacerdote.
Desfilaron silenciosamente,
con la mayor compostum, tratando de penetrar hasta en el último detalle de
la oscura p.\awela para ver de sorprender
hasta la
más remota causa del menor de los ruidos, Detrás
del padre Valerio y en fila indiana adentráronse
en
la iglesia de Ohiquinquil'á y cerraron detrás de sí la
puerta a doble vuelta de llave,
Una vez en el interior hicieron luz; el pacll'e ordenó la más eX1quisita y prolija requisa del t~mplo hasta !leg'ar a la evidencia de que estaban absolutamente
solos en aquel recinto. Se·paráronse los hombres, cada
uno de ellos llevando una bujía encen<lida, a fin de
cumplir fiel, lealmente las órdenes del sacerdote. Después de algún tiempo volvieron y le manife·::;taron que
poÜía estar seguro que en el templo no había alma
yiviente.
118
L ,\
S
'l' ,E
H Jt A t;
DEL
() H O
---Todo está bien requisado,
bien escudriñado,
no
hay temor de qlle, ..
-y ¡,ese ruido'! interrumpió
€l padre, cuyo finisimo oído había atrapado el leve rumor sedeño de alg-o que se agitaba dentro del camarín de la Virgen,
-Es
una lechuza, contestó uno de los hombres que
se había apre6urw,lo a investigal'- el ruido acusador
de la presencia
de un sér en ese rincón,
-Pues,
que la echen también, ordenó el pndre Valerio, Y fue obedecido inmediatamente.
-¡ Ahora sí podremos
proceder!
exclamó e/Illocionado.
Entonces
se acercaron
resp€tuosa,
religiosamente hacía el Santo Sepulcro,
en donde yacía una
admirable
obra de escultura
quiteña,
que representaba al Cristo muerto y que la tarde anterior, VierIles Santo, hahía s;Üo conducida
en solemne procesión desde la iglesia Catedral
hasta la de Chiquinquirú, para darle .solem~le sepultura
y esperal'
su
gloriosa resurrección,
Tomaron la escultura
yacente
entre tooos y con religiooo respecto la extrajeron
del
sepu [cro; en volviéronla
luégo entre blancos
lienzos
perfumados
con alcanfor y vainilla y colocáronla
entre una 1:aja de cedro que cerraron con llave.
Volv'iéronse
entonces
hacia la sacristía
y ya en
ella extrajeron
una imagen He Cristo resucitado,
de
ulla
alhacena
hábilmente
disimulada
entre el muro,
alzáronla
y fijilronla
60bre nubes que se levantaban
en ;¡J;'Jas florecidas,
vencedor de la muerte, en actitud de subir hacia el cielo, en'señando
las frescas
rosas de su martirio.
Arrobados por esta faena triunfadora del resurrecit olvidaron totalmente
la consig119
¡:
U
'J'
I';
I:
(l
na del silencio y de la discreción, y principiaban
b:al' en voz alta cuando el padre los llamó
den:
a haal ol'·~
-
-Todavía,
no; muchachos;
no-s pUtÙ'en oír y se
echa todo a perder; todavía hay que bajar a la Catedral con nuestra
reconHmdación,
y señaló la caja
con el Cristo yacente.
Poco después de conelu ída tan satisfactoriamente
la
sustitución
del Cristo muerto por el Cristo resucitado,
el grupo de hombres salía recatadamente
de la iglesia encaminándose
a la CattÜral,
llevando en hombros la caja que el padre les había indicado.
Llegados a este templo, con el mismo cuidado y discreción empleados en la levantada
y arreglo del Resucitado, ocultaron
también en el escaparate
de una
sacristía
la caja con el Cristo muerto .
Y entonces, lleno de júbilo, el padre les pitlió albricias a sus compañeros,
lanzando
un suspiro
de alivio.
_
-j Ahora sí, muchachos,
se ha consumado el misterio de la Redención!
j Y, cuidado
con el secreto!
Todos juraron guardarlo
religiosamente.
Invitóles el padre Valerio a desayunarse
en su casa y hacia ella se dirigieron
todos.
CuanÜo se despedían;
después de muy buen chocolate, queso y pan, el padre volvióles a suplicar
encarecidamente:
j Cuidado
con el secreto! iCuidado con
el secreto!
y aquel gran secreto supo guardárselo
al santo varón toda la noble y cultísima
socioedad de la ciudad
Üe Antioquia;
era el secreto del padre Valerio, era al120
gN
LA~
'l'IEltRAS
DEL
o R o
go sagrado
que todos sabían y que todos ignoraban
voluntariamente
en honor y cariño de] sacerdote
de
alma transparente
y pura, durante
su existencia.
¡Cuando ]€ comunicaban
sus amigos
que
había
muerto algún v€c'inO de Santa Lucia a de Buga, barrios de la ciudad, si había sitio alguno de sus compañeros en las maniobras
que hemos descrito, exclamaba con lágrimas en los ojos:
-¡ Tan bien que guardaba
el secreto!
LE QUEME LA VIDA
El maestro Carlos aprovechando
un rayo de lu!
que He hilaba al través de la larga ventana examinaba cuidadosamente
un galón de plata.
En su rostro apacible, serenO, sólo se abismaba pro·
fundamente
la arruga interciliar,-el
maestro escu·
driñaba det€nidamente
los detalles del argentado tejido--y la luz se recogía en el c!aro·08curo del talIeI'
sobre la faz mística y barbada del carpintero.
Al fin, ya satisfecho de su prolijo examen, llamó
a uno de los aprendices y le entregó la pieza de tan
:rico colorido.
En aquella hora avanzada de la tarde el trabajo cesaba: los obreros fueran poco a poco abanÜonando el
taller. El maestro retiró de SliS ojos los lentes, y muy¡
123
Il
o
'1' 1~ H
o
S A L D A K R
[ A G A
despacio, dando lumbre a su cigarro, llegóse al punto
donde yo le esperaba.
Nuestro socorrido rinconcito.
para las tertulias
de
todas las tardes, quedaba en el extremo de un largo
corredor,
lejos dë los depósitos tJe virutas y aserrines.
y pensaba al verIe que se acercaba
¿cómo se había ingeniado el maestro para lanzarse con el fardo
de la vida al amar de aquella
corriente
tranquila,
igual, sin ambiciones?
. Muchos, acaso, creerán, que entre nosotros no existe el tipo de mi narración,
pero yo empeño mi palabra que es el más real de aquellos con quienes he
tropezado;
que mi historia
es absolutamente
verídica; y que sólo siento no darle todo el colorido y
sabor que a sus conversaciones
le Üaba el maestro
Carlos,
Era soltero y no compartía
ni con perroo ni con
IcalJar¡os sus soledades.
Sus expansiones,
fuéra del
'cigarro y del café-muy
saboredao y a todas horasy del silbar entre dientes algún trozo de música se'ria, no se le conocían .
. No fue político nunca.
Su vivir uniforme,
inalterable,
resignado,
metódi'co, era bien digno de una discreta investigación.
lVIi vieja amistad para con él, el cariño que pare'cía profesarme,
me autorizaban
en cierto molJo para
-inquirir de su vida. cIe su pasado.
Pero ante aquella
esfinge
de mirar hondo y de
'abundosas
plateadas
barbas mosaicas, cometí la tor'peza del siglo, preguntándole:
124
l'
1 l'; U It
A l:l
() It O
-¿ Maestro, usted por qué no se casó?
Miróme un minuto fijamente,
y persuadido
de que
mi pregunta
renía más Üe la ingenuidad
que de la
guasa, me respondió senc'illamente
así:
-Ese
pretérito
que usted ha empleado me gusta
mucho; él cobija una existencia
bien extinguida
ya.
Sabrá usted que, ciertamente,
he tenido dos vivires:
aquel cuando tuve una novia ... y el otro ... éste ...
el actual, que propiamente
no es Un vivir,
porque
cuando no hay halagos para la vida ya se ha muerto.
Yo no me considero actor en este drama de la existencia desde hace más de cuarenta años; sólo he quedado como testigo
indifer~nte
del continuo
desfile
y como suministra·Jor
de vehículos para el viaje sin
regreso.
El maestro se calló.
Aspiró largamente
el humo de su cigarro, y luégo
con admirable
habilidad,
largó enorme bocanada
hacia arriba, convertido
en multituoJ de coronitas
que,
al ascender
fueron
d'ilatándoiSe has,ta }1esvanecerse
del todo. ¿ Acaso quiso consagrar
en ese tenue simbolismo, el maestro,
las existencias
que había visto
desfilar en su oficio?
-Cuanclo
cumplí los veinte años, continuó, trabajaba como Un macho: le explicaré.
Estaba locamente
enamorado de in. niña más linda de la ciudad. Teníamos pOI' entonces nuestro matrimonio
arreglalJo para
las Pascu¡¡,s de Resurrección
de ese año y estábamos
en marzo.
Justamente
había contraído
compromiso
para entregar,
al fin de ese mes, treinta
ataúdes de
todos tamaños y formas.
La e¡;>idemia que diezmaba
125
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la población era la causa de aquel enorme pedido de
cajas mortuorias.
Mi especialidad
como ebanista
era la obra de talia; pero aquel fúnebre género de los ataúdelS daba
más dinero en la oCH-sión, y en los afanes de una
boda próxima no habia que vacilar, necesitaba
de la
blanca.
Fue Ull sábado a la oraciollcita;
yo terminaba
mi
¡'dtimo ataúd de la jornada, una joya, una verdadera
joya en esa especialidad;
forrado en satén blanco. con
galones plateados,
de chorrillos y estrellitas
de metal
blanco, en suma, un ataÚd como para una virgen ...
A esa hora y en la semi-oscuridad
del taller el a-specto de éste era realmente
aterrador;
treinta
ataúde·s alineados contra los muros eran para infundir paVOr a cualquiera
persona por valiente que fuera.
Una voz que no sólo me era familiar
sino la más
grata -de las músicas para mi alma se dejó oil' a la
pu erta del taller:
-j Adiós!
Carlos ...
-Angela,
éntra que eatoy solo, contesté.
-;Pues,
por esa mismo no me atrevo a entrar, y ...
por esos ataúde-sque
asustan.
Salí, entonces, a su encuentro y la obligué a entrar.
Luégo nos engolfámos
en ta más amorosa y más interesante
de las conversaciones,
y alegremente,
maquinalmente,
naIS fuimos acomodando
hasta quedar
sentados sobre el ataúd blanco, el recién concluido
esa tarde.
¡,Cuánto tiempo duró nuestro
coloquio?
Yo no he podido recordado.
La noch~ volaba sin que
126
E N
L
A 8
o
'J'1~ltHAt;
H
o
nosotros ultimáramo·s los lJetalles de nuestra próxima bona, las confidencias sobre ese futuro de dichas
y alegrías.
Al fin eIJa se dio cuenta de la tarde que
cra y ,saltando de la caja mortuoria se preparó para
:Ilej al'se . Yo no pude contenerme,
estaba ebrio de
amor y de felicidad; toméla por el talle. la atraje hacia mí, volviéndola a sentar sobre la caja blanca; le
di Ull ardiente beso sobre los labios; lanzó algo que
IJudo ser queja. suspiro, Hollozo, grito de placer .. yo
qué sé .... tan sólo fié que le quemé la viIJa ... !
¡Sí, señor! el maestro hablaba con acento entrecortado, emocionado hasta un punto tál que yo no le
conocía, ie quemé la vida! ....
Una -semana después murió mi novia de la maldita
(leste de entonces.
Hice u n esfuerzo heroico para
acompañada
hasta el camposanto.
Medio oculto para
que no vieran mi llorar esperé que salieran de la Ci>8a
~on el entierro.
Y segu i detrás del convoy fúnebre;
al prine:ipio el dolor y las lágrimas
no me habían
dejado ver de cerca el ataúlJ. también un mundo de
flores casi lo tapaban;
pero al doblar una esquina
me acerqué bastante por UIl instante y j qué dolor!
Ange la iba en la misma caja mortuoria ,sobre la cual
la había besado. Casi doy un grito. pero me contuve;
loco ·je dolor huí para mi casa.
Cuando, mucho tiempo después, regresé al taller
me convertí en el maestro Carlos, y ya no volví a
abandonar
la industria
de los ataÚde,s. Hice de su
construcción
mi especialidad.
En esta agencia morhloria vivo en relaciones íntimas con la muerte; la
\'ida pa,sa de largo sin halagos para mí, sin atraer127
13
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T
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O
~ A L D
A H
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U
A
me. Cuando aquí golpean, la puerta estoy se.guro d~
encontral'me
Con Ull rostro lloroso, al menos compungido, y con la solicitud de Ull vehículo para el último viaje ...
La paz ;v el recogimiento
los he impuesto
de tal
modo en este taller que cualldo mUl'tílleo un poco recio los cJicial£s
me miran ,sotp¡rendidos:
etlos no
adivinan de lo que se trata; a usted sólo se lo digo:
es que hay momentos en que oigo como el lamento de
Angela, y trato de acallarlo golpeando recio.
El maestro se sumergió en profundo
silencio;
era
;nl1Y tarde.
Me desped.í; respetuqsa~
discretamente
me alejé dejándolo
a solas con) el recuerdo
Ù'e su
Angela, aquella a quien le quemó la vida con un beso.
UNA
SOLUCION
AL TUNEL
DE
LA QUIEBRA
,Don :Manuel, embozado en su blanca ruana de hilo, trataba de evitar que a'quel viento tibio que arrastraba densa nube de sutil polvo viniera a infiltrarse
por sus rojas narice" y a quemarle los astutos y maliciosos ojillos. Su abultado vientre, que cubría un
chaleco de dril de menudos cuadros negros y blancos,
como un tablero de ajedrez, podía contemplarse
levnntándo8e y descendienlJo rítmic~mente
al compás
de una agitada respiración.
Dejaba ir su mula, en que cabalgaba largas jornadas, a paso tardo por aquel camino que serpentea sobre el lomo de la soleada y agria cuesta de Quebra(litas al Porce.
12!l
~ALvAH1(IAUA
Al fin cie tánto bajar se encontró
en los planos
del descenso.
Desmontó
de su cabalgadura
y dióle
fresco en el espinazo levantando
una y otra vez la
silla de montar, quitóle el freno y esperó unos momentas.
Encendió un gran cigarro y luégo volvió a treparse
itgilmente para sus años.
Ahora s€ le presentaba
el camino-con
gl'atísima
:;Ol'presa de su parte-admirablemente
arreglado, magnífico para transitarlo,
y a lo lejos, en el recodo, los
golpes de una barra y de az ••IJones se dejaban
oÜ'
denunciando
la presencia
de los que indudablemente
estaban entregados
a la tarea de componer la vía.
Picó la mula alegremente,
y pronto, con verdadera
estupefacción
de su pade, pudo precisar
la bíblica
y gigantesca
humanid<.Ü de don Práxedes
Gar<'Ía,
(Iuien con sus hercúleos
brazos levantaba
y dejaba
<:aer acompasadamente
una gran barra de hierro sobre los obstáculos
del camino.
El viento arremolinaba
las crespas, blancas y iuengas barbas del patriarca
montañés, dando a su agudo
y rojizo rostro la severidad
de una creación rodine¡;-
ca.
Al golpe constante
de aquel brazo fuerte y rudo
Uesaparecían
los alterones
y se llenaban
l(}s hondos
surcos de la vía. EvidenteIn€nte
aquel hombre t,rahajaba como diez. La sorp'resa
de don Manuel no
conocia límites, no volvia en sí de su admiración.
-¡ Don Práx<..Ües trabajando
en un camino pÚblico!
(¡un (;liando fuera a linde de sus propiedades,
era algo
extraordinario,
inau'Jito, increíble!
'I.' 1 I·: It it
Indudablemente
A
~
o it O
debía haber un magnífico contrade por medio.
ganando don Práxedes
en el nego'
to con el gobierno
¿ Cut\nto iría
cio?
Tenía que averiguarlo,
y la averiguaría;
esa incóg:1Ïta la dei'lpejaría o no se Jamaba l\1anueJito Sitnchez.
-Adiós,
don Práxedes ... muy ocupado. no?
-Buenas
tard~s, don l\lanuelito, .. Ya usted Jo
\'e. "
componiendo estos andurriales
antes de que tie
nos éntre el invierno.
-- y ¿ hasta dónde es el contrato?
..
-¿ Cuál contrato, don Manuelito?
·--Pues. el de la construcción de este amplio carretero, pues, así va quedando '.le bueno.
--Nó, mi don Manuelito.
Aquí no hay ningún con"
tl'Hto, ni sombra de contrato, ni nada que se le parezca. Yo estoy trabajando y haciendo esto por puro pa"
triotismo; es neceôario ayudarle a la patria, y atraer
al cnminante ton cÓmodas y buenas vías ...
Don Manuelito callaba sorprendido;
con su;; ojilIm;
suspicaces
y malévolos
contemplaba-como
una visión de pesad illa-Ia
figura alta y socarrona del viejo montañés que le clavaba la mirada escruta'Jora
y
desc'oncertante,
y no podía menos de tomar a pura
guasa los propósitos y patrióticos
pensamientos
de
éste.
Iba, él, Manuelito Sânchez, dada la fama legendul'l"
en aquellos rincones
de laB montañaR nntioqueñas
de la tacañería
judía de don Práxedes,
reconocida,
JRl
J:
(l
'j'
l·; I:
ti
S
~\
ti
I)
A
!t
~t
I
4\
G
A
,comentada
y maldecida
por todos, a creerle en ese
al'1'anque de altruismo
y amor al terruño,
ca ... !
Si Manuelito
Sánchez gozaba de estupenda
fama
de enamorado
en el valle y en la cumbre, en la 6Ïe!'l'a y en Jas mina."
en las labranzas
y en los' pue)¡]OS, nadie,
absolutamente
nadie, podia tacharlo
de:
haba para creerle a don Práxedes
sus afirmaciones!
Despidióse secamente
de] viejo y picó su mula; ladeóse la rualla de un laÜo, mientras
don PráX'edes
contemplando
cómo se alejaba, y mirando de soslayo
mUJ'mul'ó:
-Tan curioso el maldito enamorado
de viejo és-
te ....
Pocos días ùespués de este encuentro
don Manuelita regresaba
de MedeHin.
La magnífica
obra de 'Jon Práxedes
se presentaba
ahora concluida
en toda su extensión.
Media legua
de camino plano, macadamizado,
y con sus desagÜes
limpios, til'ad06 a cordel, que se alargaba
hacia el
pie de la cuesta. Don ManueJito lleno de satisfacción
'Y contento
hacia galopar
sobre el camino, igual y
limpio, la mula que cabalgaba,
resuelto a ganar allí
el tiempo que necesariamente
tenía que perder en
la su bida por la cuesta.
Ell sus adentros
atJmiraba la obra de don práxede5
IJerO maldecía
la malicia y reserva del viejo que nada le haùía dejaÜo trascender
de la verdad en la
construcción
de tan maravillosa
carretera.
¿ No tu'
va hasta el cinismo de querer hacerle tragar la bola
de su patriotismo?
Pero j oh! sorpresa
gratisima,
en el arranque
de
L .\
R
l' I ERn
A So
Of:r.
otto
la cuesta misma un mozo fornido y arrogante
continuaba
la composición
de don Práxedes,
el carreteable se alargaba.
Al compás de unos cantos de amores encendidos
dejaba caer fuertemE!'hte su barretón
sobre las durezas de la tierra.
Bajo el mismo modelo, con la
misma constancia
llevaba al cabo su obra. como la
de don Práxedes,
ni más, ni menos.
Don l\IanueJito
contemplando
el trabajo
de aquel
mozo estuvo realmente
arrepentido
de haber juzgL.ÜO
tan ligeramente
a don Práxedes:
evidentemente
asistía a un soberano renacimiento
del más puro y contagioso patriotismo
en Antioquia.
Todos se encontraban empeñados en su progreso y adelanto, y el ejemplo vívido del patriarca
montañés
había ganado a
todos los habitantes
'le aquellas
veredas;
eSe entusiasmó, miró hacia el azul horizonte
de las altas
montañas
y en poco más estuvo que no hubiera
entonado a todo pecho aquello de: "Nací sobre una
montaña .... "
Pero había llegado precisamente
frente al muchacho y la saludó familiarmente:
-i Adiós, mi amigo ... I
-Don
ManueHto,
paraservÏ1rle
...
El mozo al saludar
por su nombre propio al viejero no hacía sino pagar un tributo
a la fama y
po puJaridnd
del enamorado
montañés.
Enjugó-se, con la manga de la camisa la Budorosa
frente, con ágil movimiento
Üe cabeza echóse hacia
atrás el amplio sombrero
de caña, detúvose
en su
tarea, y esperó satisfecho
que le interrogara
don
U
133
D
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'1'
III
R
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DAR
R
[ A
G
A
Manuelito quien había detenido su mula y adoptado
sobre ella una posición de descanso cruzando un-a Ù"e
sus piernas por sobre el borrén de la silla.
-Hombre,
qué bueno va ese trabajo. ¿Es hasta
unir esta mejora COn la de doñ Práxedes '!
--Si, señor; par lo menos ee el ánimo ...
-No me canso Üe admirar el patriotismo de don
Práxedes, y el tuyo también, pero sobre todo el del
viejo!
-El qué de don Práxedes'! ¿El patriotismo? .. y
el mío?
..
El muchacho aiarrando con entramba6 manos la
barra de acel'O y mirando de hito en hito al interpelante largó una enorme carcajada que le hizo agachar la juvenil cabeza; cuando la levantó, sus lindos
y blancos dientes aparecían en descubierto; reía estruelÛo.samente, reía incansable, reía siempre, y el
sombrero de caña ¡e le iba hacia atrás sobre una
melena abundosa y castaña ... Miraba a don Manuelito y volviaa estallar ... ia viejo cuarto!, al canzab·a a murmurar entre carcajada y carcajada.
-i Hombre I mismamente como si te estuvieran haciendo cosquillas ... o es que yo tengo micos en la
cara ... no vas a acabar nunca de reírte .... ?
-Pero qué quiere usted, don Manuelíto? .. eso del
patrioti£mo de don Práxedes ... y el mio ...
y el muchacho volvió a reírse· ruidosamente.
-Pero
hombre, respondió amoscado don M'anuelito, si no son cOsas mías; si fue que el otro día pa£aba para l\:1edellín y la encontré trabajando en este
1St
TI¡'~HRAH
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1£ l,
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Il
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mismo camino y ùe la misma manera y me dijo que
todo la hacía por patriotismo ...
-Vea
don Manuelito, yo si le digo la purísima verriad, y no me guarde el seereto, ¿oye?
:El muchacho
para comen~ar largó otra carcajada
hien burlona.
-Bueno,
dijo impaciente
don Manuelito;
¿ pero en
(¡JUmas cuál es esa verdad? porque yo me voy ya ..
--Pues,
oiga usted, principió con alguna vacilación
el muchacho .. En esta Semana Santa nos fuimos a
confesar
todos los montañeros
al pueblo, como' la
manda la iglesia;
y el señor cura resolvió echamos
de penitencia ... para los que teníamos por ahí, po!'
ahi, algún amorcito ...
-Pero
eso no es pecado. hombre, ni mucho men09 ••• 1
-Yo no sé, señor, pero a mí me costó personalmente una primita ... un cuarto de legua de camino, bien
arrcgladito,
con sus respectivos
desagües ... a satis'
fac·.::ión del señor cura, y con prohibición
absoluta
de las reincidencias'
Esta vez fue don Manueliw el que al oír la narraçión del mozo ca·si se viene al suelo, pues abandonando las riendas de la mula tuvo que apoyar ambas manos sobre el borrén de la silla y ladeado Üel derecho
reía como un idiota.
--la ... ja ... ja ... y entonces
al hueno de don
Práxe des?
-Una
llobrinita, señor.
Media legua de camino ..
y más los diezmos atrasadoo.
1:-:~.
nOT
(r,
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S A L DAR
R tAG
A
El muchacho tuvo que acudir prestamente
a enderezar a don Manuelito, pues, se venía al suelo con el
aC<leso de hilaridad
que le proporcionaban
los patriotismos muy amorosos del hipocritón
de don Práxedes.
Entonces
fueron ambos los que rieron largo rato
mirándose
con aire lJe ma ¡¡ciosa comprensión.
Al fin don Manuelito le alargó un buen cigarro al
muchacho,
le dio un estrecho apretón de manos, se
despidió y picó su mula.
Cuando el muchacho
vio que se alejaba
le gritó
riendo:
-Vea
don Manuelito
que se me olvidaba una advertencia:
que no se l~ vaya a meter en la cabeza
confesarse
con el señor cura de Quebraditas,
porque
a usted sí le echa de penitencia
la rompida del túnel
de la Quiebra.
EL MILAGRO
DE
LA VIRGEN
El alba del dia del tránsito
glorioso de la Santísima Virgen brillaba sobre un horizonte lejano y quimérico; y en la placita del pueblo despertaba
bajo
los ósculos de la incierta luz Un rumor 'Je vida devota.
Desde muy temprano
doña Marta, directora
espiritual y efectiva
de todo el vecindario
de Tropezones
y de los campeôinos de los lugares aledaños, estaba en
el presbiterio
de la iglesia dando órdenes y Üirigiel1do personalmente
el decorado. del templo.
Parpadeaban
las bujías en el altar m3yor arrancando del sagrario
argentado
compliz:auos sortilegios
de luz; las flores en ramos a en guirnaldas,
húmL'Jas
todavía, dejaban escapar sutiles aromas, que mezclados al olor de la cera quemada y al místico perfume
del incien-so, saturaban
la atmósfera
interna
de la
iglesita.
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Un murmullo de salmodia, y en la penumbra
de la
nave izquier.da, de vez en vez, un ego te absolvo di·
cho con voz !Je alivio, son los únicos ruidos que acompañan la dominante
voz de doña Marta.
El sacristán
refunfuña
en un rincón; es inuy cojo
y la mandona le ha hecho correr demasiado en la madrugada.
Todos los años ocurre 10 mismo. La ilustre beata
manrla, regaña,
intimida,
se impone.
N a hay remedojo; del cura para abajo todos tienen que obedecer,
que someterse.
Pero a pesar He su inquina contra la noble matrona, el sacristán,
como todo el mundo, admiraba
para sus adentros la enorme actividad
de doña Marta.
Ciertamente:
atendía a su casa; dio crianza supera'
bundante a trece hijos entre varones y hembras;
probablemente
le prestaba aún buenos servicios a su marido; arreglaba
y de·sarreglaba
casamientos
ajenos;
reclutaba
vírgenes
paTa el Señor; era entusiasta
y
torturadora
pedigüeña
'le limosnas para el culto divino, y presidenta
porta-estandarte
de tulas las aso·
ciaciones
religiosas-menos,
naturalmente,
la de Hijas de :María-;
enseñaba la doctrina;
hacía bastante
politica ... y no dejaba de sonar su nombre en todos
los intríngulis
sociales.
Oficiaba, también, como conseje'l'a ad honorclU del señor cura y de la sobrína 'J~
éste; y había tenido la inefable dicha de rescatar8C,
es decir, de comprar para ella y su marido un rinconcito de cielo a los seráficos
padres franciscano·s,
todo pOl' .fi \"ideo!' de una vaca con cría y de dos lechanes; así Pastorcito,
su maÚ..lo y eIla, todo la te138
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Tlllll'RAl:l
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o
nian arreglado
correctamente
y con tiempo.
¡Nada
para la última hora! era su divisa.
Doña Marta era de ilustre abolengo) eegún sus propios decires, nada meno's qua de los Esquivel de Pacayá.
-J enaro, toque u>sted ya a misa primera, ordenó
doña Marta.
y el pobre sacristán
se alejó a tira'r del rejo.
-j Que suqan
esas montañeritas,
las de corrosca,
que no han comulgado todavía!
Al p.Ûre Pérez que
lo aguardan.
A eS06 hombres que conversan
a todo
pecho en el atrio, que .se callen la trompa, o que se
larguen a otra parte con su charla.
Martín, queme
los voladores más despacio.
Los de la chirimía que
toquen sin pereza que para eso se les está pagando,
y que se ponga ,en marcha por las calles más centralee del pueblo.
En la oquedad del templo la voz de doña Marta vibraba C~n solemnipfAl' sinaica.
Los belfos de la señora al fin quedaron
en sosic·
go, y su' mirada fulgurante
de mando, de promesas y
de protección
brilló con tonalidades
felinas.
El bullicio aumentaba.
El día cálido y sereno pe·
saba ya sobre el pueblo con incitantes
y tibias cari;
cias. Allá, a lo lejoe, en las apartadas
lomas iqué solas y risueñas
se insinuaban
las casitas campesinas!
La chirimía y hasta la mismísima banda murgal de
San Martín traían alborotadas
la plaza y calles de
Tropezones.
Había sonado ya el ú,ltimo toque a misa mayor <:uanUo atravesó,
la plaza a todo lo largo. doña Marta.
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Volvía de su casa para la iglesia.
Todo el mundo se
apartaba
respetuosamente
saludando a la señora. Esta vestía saya nueva de merino negro; mantilla
de
crespón con franja ancha, echada sobre la cabeza de
manera que del empolvado rostro sólo se veían unoe
ojo·s Üe mirar imperioso:
una nariz anhelante,
y una
boca de expresión despectiva.
No se dejaba ver na~da de cabellos, orejas,
ni garganta.
De la una de
sus manos pendía un rosario inmenso, sonoro, y la
otra agarraba
con firmeza un mayúscul9 ridículo bordado de abalorios,
que mal cerrado, como lo traía,
permitía
ver algun06 devocionarios
y novenas.
Ademá~. engarzado
en el antebrazo Üerecho un pequeño
,b<ll1cOp!egadizo.
Podía asegurarse
que la señora llevaba un completo tren de mística campaña.
Pero ese día, durante la fiesta, doña Marta se sentía triste, conturbada,
a pesar de su indiscutible
no'
toriedad
y respetos que la rodeaban.
'Resultó que Pastorcito,excelente
católico y muy
buen conservador,
era, por otra parte, un tanto ca.viIo-sillo, inclinado
a las pendencias
Ya ...
las copas; y naturalmente
se avispaba
no poco y defendía
la Santa Causa de una manera ardiente y apostólica. Aun cuando muy temprano en es'e momento, doña
Marta ya le había hecho comulgar y oír misa; el bueno de don PastO-l'cita debido, sin duda, a tan inefable dicha y a la natural
alegría de la solemne festividud religiosa,
habíase emocionado
extraordinariamcnt,e; así que cuando su esposa volvió a la casa, de
regreso de la ReguJlda misa, le encontró arengándoles
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a la cocinera y a la dentrodera, con exaltación digna
de mejor auditorio.
-¡Malo!
se dijo para sí la seño'ra, oyendo la entonación y el motivo de la perorata.
y sustrayéndole
en seguida tie su auditorio le encaminó hacia una de las piezas interiores 'le la ca:sa. Volvióse poco de·spués para la misa mayor.
Asi es que doña Marta asistía a los oficios mayores sin 'tusto; y el sermón, extensa pieza oratoria
sagrada, declamada
por un rev(>rendo padre de fama colosal. le iba pareciendo largo, muy largo, y sobre todo muy semejante
al dp. los año.s anteriores.
Pero, gracias a Dios. ya iba a concluír.
-La
paz sea con vosotros! exclamó el orador en
su invocación Dara finalizar.
y, ,. j cosa rara! De~'le la plaza un rumor de voce.g
fue subiendo, subiendo, bravío, hasta que el tumulto
engrosado pal' los fieles (lUe salían de la igle-sia dominó toda su extensión.
Mas no por esto se intimidó doña Marta; antes bien,
nnimosamente se lanzó en busca de Pastorcito
por si
se encontraba
en la trifulca.
Sonaron varios tiros. Oyó entonce·s la señora al¡:to
así como nn ruido de moscardone.s, a el chasquear ins·
tantáneo de un láti$o\o. Un pensamiento
atroz la pa.ralizó de terror,
¿Si serán balas? Recordó cómo un
cuñado suyo le había referido que así silbaban en los
rombates. , .. Creyóse muerta ya ...
La Virgen del
'l'ránsito le sonreía y le -señalaba escogido puesto a
su derecna. en p.l cielo; pero así y todo un deseo liviano la apartó de la ruta celestial: prefería en todo
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CMO este "Valle de lágrima.s" con su Pastordto
el
de carne y hueso, a su lado, antes que las maravillaR del otro mundo"
La guazabara continuaba, erecta, terrible. espantosa ...
IEntonc'es doña Marta huyó como pulJo, le faltaba el
aliento, muerta de horror. desmadejada se dejó cae'I'
contra el portal de su propia casa ....
Poco deepué!3 acudieron lo-ssirvientes, y al encantrarla
desmayada la recogieron e internáronla
en
aquélla.
Cuando 'hubo vuelto en si pudo contemplar cómo
el servicio lloraba a moco tendido a su aln'ledor.
Aguardó, muy -satisfecha de semejante,! pruebas de
adhesión, hasta entrar en carácter, para exclamar
beatíficamente entonces:
-j,El milagro de la Virgen! estoy completamente
buena, y os diré con el Señor: uN o lloréis por mí. ..
--Si no Crs por usted, interrumpió la cocinera, es
por don Pastorcito que 10 han traído muerto di un
balazo en tuitico el pecho ...
LOS TESOROS DEL CANONIGO
Es una narración
que parece cuento, y es un cuento
que es una historia,
-¡.'Conoce
usted, acaso. el Templo?
,Ese augusto nombre dióle precisamente
el insi~ne
jurisconsulto,
doctor Emiliano Restrepo, a la oficina
del doctor Manuel María Bani,s, consagrando
así el
recinto donde se rintle culto a la más absoluta libert.nd de expresión del humano pensamiento.
A1 tratar
cie describir
aquella vieja y oscura muratl:t, que un dia v.vó bnlhucir las primeras
palnbl'as
al Héroe del Bárhula, siento un supeTsticioso
reco¡rimiento y creo no poder acertar en este empeño.
Pero, lector mío, pase usted conmigo la puerta.
¿Es el ~ahinete del doctor Fau·sto? Nó; porque allí
hay un n.t<e.ble: oue no usó el amante de la rubia
Mal'g-arit.a: una hamaca Pon que se embejuca el '.1or.tor Bonis ,según su propiaexpTesión,
En cambio,
143
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contemplando
el extraño c'onjunto de objetos esparcidos por aquel viejo recinto, viene la evocación del
maestro a los labios:
"Cíñeme en torno cúmulo de libros,
que el polvo ensucia y muerde la polilla;
papelotes
y vidos
pergaminos
s uben al techo en apiladas filas:
cóncavos
vidrios, botes y redomas,
extraños
instrumentos
hechos trizas ... "
En los mUTOS deslucidos
por el tiempo y sujetos
con clavos, alfileres
y plumas viejas se exhiben
retratos, caricaturas,
sentencias,
profecías,
versos, visias de ciudades,
fórmulas
de alquimia,
y algunas
plantas disecatJas,
Insectos curiosos se muestran
clavados sO,bre .recortes
de periódicos
que rezan efemérides
de nuestra
vida social.
Las profecías:
de
políticos-nunca
cumplidas-la
caricatura
que hizo
reír un momento el público chismoso;
el puente de
occidente,
causa de la emigración
de los antioqueiïos, ::;egún la leyenda que llevaba al pie: la fórmula
infalible contra la to-s ferina: la primera lan~osta Que
vino a Medellín en su tercp.ra vi.sita; todo allí marca una etapa histórica,
un minuto de actualidad
fu-
~az .
.sobre las mesas y los estantes
de libros se encuentran
p.uriClsas muestras
de cerámicas
indígenas
anteriores
a la conquista;
raíces de fabulosas conformaciones;
ídolos de oro extraídos
de lag guacBS; joyas de gentes, que pregonan necesidades
apremiantes,
144
L A S
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TIERRAS
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para la venta: paquetes de múltiples formas y variado,s contenidos, como consignaciones
al doctor Bonis;
y por último un rimero tie cartas abiertas,
cerraclas. a medio abrir, a medio cerrar.
En 100 rincones, estribos metálicos del tiempo de
la Conquista; utensilios de formas bizarras de verdoso cobre; herramilmtas
de trabajo;
bornsos
cuadros
de asuntos místicos traídos de lejanas sacristías,
y
media docena d'e sillas de cedro-, altas, talladas, doradas. muy antiguas. náufragas
de los tiempos fafltuosos de la ciudad de Santa Fe de Antioquia, y que
4 conocerlas
Julio Vives Guerra ya las hubiera cantado en romance.
A la pieza interior,
oscura y dis~retamente
cerrada, no quiero aventurarme;
dejémo51a rodeada del
misterio polar de la inexplorable.
,Cuando entré en el Templo, la última vez, el doc<;;
tor Bonis tenía un auditorio compuesto- por cinco a
seIS personas de sus íntimos. y referia la que voy a
contar a mis lectores, pero que desgraciadamente
va
privado de aquella carcajada
especial, sui géneris,
Que el doctor Bon.is-nHs
apli('~tJo ,que Fausto aprendió indudablemente
del maestro Mefisto, y con
la cual en diatónicas
descendentps,
con reguladores
ad libitum, su brayaba los tropiezos humanos y las
caillas de los héroes de sue relaciones:
Hacía poco que el padre Avellaneda
acababa Ù'e
arreglar
su reloj de bolsillo poniéndolo a las sei,g
(ln punto. Puee, venía de oír el toque de Angelus tañido en el viejo campana'rio de la pa'l'roquial de Santa Bál'bara.
Bentóse en una silla arrecostada
a una
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8.\LOAkR1AGA
de las columnas del patio en su antigua casa y dio
la cara hacia la fresca brisa que se levantaba
p01'
allá en el Llano. Encendió un cigarrl), y entre tanto
que seguia la tenue columnilla azulenca del aromático humo le sorprentJió el llamamiElnto que hacían a
la puerta de la calle.
¿ Quién podl'ia ser?
Su sobrina no era; bi~u claro le hahía manifestado que aquella tarde no podría volver.
¿El joyero Herrera? ¿Sebast:án, el pelu.q·uero? ¿ Ma'
leficio, el sacristán?
Tampoco, no podían .sel'; el~os
no se atreverían
a golpea'l' una vez ce.rrada la puei.··
ta.
I
Mientras el canónigo cavilaba, ios golpes menudeaban en el portón.
Reso!vióse al fin a ver quién era y levantándose
¡fuese hacia la .salida de la casa.
Llegóse al lugar en que llamaban y preguntó re'
ciamente:
-¿ Quién toca 7
-Abra
su paternidad,
qlle es un peregrino.
Efectivamente
el padre Avellaneda hizo girar
la
enorme aldaba
y abierta
la puerta
se le presentó
un hombre de aspecto humilde, y le dijo:
-Padre,
vengo a suplical'le me dé posada. Es ya
muy tarde y soy fora-st€ro; no conozco a nadie d'!
.esta ciudad. Me atreví a llamar a su casa porque sé
que usted es un ministro de Dios lleno del verda.lero
espíritu evangélico y sobre todo muy caritativo.
-'Pues, señor mío, siento· mucho no poder darle pO'
TIF.:
It H A l:l
n El
J.
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sada. Vivo solo, no tengo sino una camita; y no podría atender lo ...
-Nó,
padre, nO hay necesidad
de cama, ni de na\la de eso; como aquí hace baatante calorcito con una
estera que me preste yo duermo muy bien ell ese
claustro- ...
-Nó,
de ningu'na manera.
¿Cómo he de permitir
que usted se tire así .•• en el suelo, a espalda pelada •..
?
-Padre
no me niegue la posada que
yo duermo
muy bien, así como le he indicado ...
y así, y tánto le suplicó el viajero al canóni~o el
hospedaje que a éste al fin no le quedó más camino
que concedèr6elo
y darle la estera que p€.tJía.
LUf1go de anochecido se acostó el padre Avellaneda, tomando SUR precauciones,
pues, le inquietaba
extraordinariamente
la presencia
en su casa de aquel
desconocido.
Madrugó. el sacerdote
más que de costumbre;
p,>r
tener que rlp.dr la misa primera,
y sobre totio por
ver qué har-ía su traído, es decir su venido, de la noche :\nt~rior.
Topóse Call que el forastero
·bien despierto y arrecostado a Un pilar del patio fumaba a esa hora maUnal.
Al verlo el canomgo le dijo:
-~Buenos días, mi amigo, c6mo madruga
usted.
-Nó,
señor; no he madrugado,
es que no he dormjlj('l.
-Pero
ta estera
yo se lo dije, que el suelo
muy matadora ...
1:47
era muy dUTO y
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-Nó, ~eñor; no es precisamente eso ...
Al padre Avellaneda le iban molestando las reti~cncias dal viajero, y un poco amostazado le interveló:
-Pero,
entonces, diga con franqueza qué fue lo
que le palló?
El viajero ahuecando la voz y tomando una actitud
trágica se acercó al canónigo y muy misteriosamente
musitó a ~;u oído:
-'Espanian
tánto en e'sta casa que de pUTOmilagro he aro.'\n€cido con vitJa. Sobre todo en este co·
rredo·r: paHCS de un hombre calzado can botas ~ltas y espudas, que arrastraba un espadín; Rollozos,
Q.ucjidos, y un derramar de monedas que sonabl\n
como campanillas de cristal. Y allá, en ese rinciln
-el viajero señalaba con gesto melodramático-una
luz azulosa, fría, osciló toda la santa noche. j Por
Dios, padre! permítame cavar en ese lugar. Es una
obra de caridé.H cristiana, de misericordia
con el
préjirno, ~alvar un alma en penas! Yo, después de
un llamamiento tan manifiesto de esa ánima no po'
dré qt:edalrr.oe quieto sin que se condene mi alma.
El padre Avellaneda, que era un tanto zorro, Vil.·ciló todavía en creer a su huéspe·d y en conceder el
permiso que solicitaba para cavar en el rincón señalado.
-Usted
ha sufrido de pesadillas, mi amigo, se le
conoce d€rná~ en la cara que pone y en la emoción
que la embarga ahora.
-¡.padre, oogalo por las ánimas benditas del PUT'
gatorio I Míre que qui~ás haya un gran tesoro que la
148
Divina
Providencia
se la tenga -destinado para us!
Todavía vaciló Un momento el padre para conceder el permiso al viajer{), pero a;l fin se decidió y le
dijo:
-Me
voy a decir la misa. En aque\1a pieza encuentra usted una barra y una pala, puede usted cavar que yo volveré pronto.
--Gracias,
mi padre, y no olvide usted rezar mu·
r.ho por esa a lma que está en penas ...
Corta, muy corta les pareció en aquella ocasión a
,los devotos la misa lJicha por el padre Avellaneda;
no era esa su costumbre.
Rápidamente
salió de la
iglesia y se dirigió a su ca'sa, sin detenerse como soHa hacerlo en toda matJrugadn.
Al entrar en su vivienda 66 encontró con el peregrino de la noche anterior
quien rebozando contento salió a recibirlo.
-¿ Qué hu,bo? le preguntó anhelante el sacerdote.
-Ya
usted la ve padre, con sus propios ojos ... y
ante la mirada atónita del canónigo exhibía el viajero dos grandes frascos de vidrio, todavía sucios
en parte çle tierra, y entre los cuajes brilJallR el oro
En polvo ùe que eRtaban completamente
\1enos.
Tom6lo6 febrilmente en sus manos el padre Avellaneda y r.alculó su peso, mentalmente, por lo menos en
diez libras de oro.
El viaiero agregó entonc~
en tono confidencial y
humilde:
-Como
yo no conozco nada de oro, padre, no sé
lo qu P. esto pueda valer. En todo caso yo no quiero
ted ..
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nada de todo ello. Son cosas de la otra v;Üa que me
:m.;:in.n Dmcho respeto y miedo también.
Lo justo
('5 que
usted ~e llAve eso, totalmente.
y encomiende
€I a:ma del dueño <.leItesoro para que salga de pena-s
y roi Dios se la lleve a descan·sar ...
-¡Kó.
hombre, no! Es justo que usted neve algo.
!.Ü':mo no ha de valer alguna cosa todo este arito?
El sacerdote
volvió a hablar y dijo al peregrino:
- ..lle::U)nme ï.;~ted s:c:¡w:era esto;; veinte pesos m~J11e'
(la 113gB], ùooS mil pesos pape], (',omo dcciamos antes,
(lue por la menos le sirven para su viaje ...
-Pues,
ya que usted se empeña se los recibo ea'
U10 un regalo
que usted, en su generosidad,
quiere ha(;~rmc; pero nunca en pago de esos frascos, porque
lema yo no conozeo de oro no sé si será a no será oro
¡¡gíLno.
Cerde,
p.:c-s, tiue no es por ese entierro
Le rc(:ibo este-s papel2s.
Además, yo les tengo un
r :.ch 1·, o HfTcto a las cosas ,de la otra vida y no
·.¡c;cro unÜnme de nada.
Litho (st.o rec;bió el viajero
los bUetes
que le
alargaba
el canónigo, y se despidió colmándolo
de
agradecimientos.
--Que
lleve un buen viaje, mi amigo, fue la última tlt6rcd ida del sacerdote.
-Dio"
se la pague, mi padre, respondió, y luégo,
al volver la esquina,
asumiendo
la más truhall£,sca
·.Œ las fisonomías,
con un gesto familiar
en la hamp::, agregó:
j el n,undo
no está roto!
El canónIgo que no había vuelto a aflojar los fras'
C03 haeía
brillar su contûn.'.;o a la primera luz de una
radiante
mañana.
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El vadre Avellaneda
,sacaba cada ocho dias sus
frascos con oro al 601, y sentia algo muy hondo, sens·ar-ional, como cosquilleo-s, al ver los áureos reflejos de aquel polvo fascinante.
Un dia resolvió mostrárselos,
bajo la mayor reserva, a su amigo Herrera, el joyero; deseaba saber en
realidad cuánto valía su tesoro.
Así fue que tomó cita. en la casa de aquél y a una
hora en que nadie les importunara.
Herrera cumplió como hombre de bién y esperó sólo en su vivienda al canónigo en tJía y minuto fijados.
Bajo el espeso y negro manteo el padre llevaba BU
tesoro, '!l' furtivamente
entró en la casa del joyero.
Al ver a éste dijo el canónigo, lleno de emoción:
-Aqui
los tiene; y alargó ambos frascos.
Examinóloe Herrera, lentamente;
y luégo, lleno de
zozobra, vaciándolos sobre la mesa y probándolos con
reactivo'8 quimir.os, exclamó aterrado:
-j Es pirita,
padre I. .. iPura tierra I. .. iY, nada
más 1. ..
:",·.i
INVICEl
El Prólogo, por Romualdo Gallego ....
El Valle del l'enderi8co •..•........
1\:UrllmÓn
1
I)
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•.••....•••.••••
El Voronel
El padre Alcúzar·· ....•......•.......
Meùicina contunùente
B.1 ::;ecreto..........•.......•.•.•.
Le quemé la vida .............••.
Unll solución al túnel de la (Julebra .•.•....
Milagro de la Virgen ....•...•.•..........
Los tesoros del canónigo ..
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