/!' En las tierras del oro . radlclon6S y Guentos Ile ". ntioquia "'Uf-{ I: UtiEHl U EllIClll"!:'''' e ULllMtll A llu 1 EHO 14 :-;ALUAHHIAliA LINlLJEN1~ e ENTAVO s EDICIONES COLOMBIA I )Î'"l'l'lflj': (il'l'l'llt \'1 I r '\ •• : Ft>l'llHlldo .\1 I. (I /,; I·HE\~.\: III 1\ At·(·jllit'Ral" (it'I'Ill;\1I ~1:1%IWl';1 .\ :\ I: (I (: \I 'I' .\. .\\'1'( I"1l 1 t:l I~n:z l'1I1{ In:l" - '1"1:1':1'( I: 11:\ El FI, "'111I'sl,·,': (.i :,; jllll'rill)': f' 1'\ ~ .\ l'. t ~ T .\ l.: .\ I' .\ I( T ~.:,1I :--;1I~I'l'il)t'i\'H\ ",;-";0 f<;1l :-:: .\ L I. ¡.; Il (.: t·, .\ II Il ;Il1ual: f'>xtf'l'iol' F I. II I( 1.-\ ·1:11 .-, JH·SO!' ï :\, dcilun-s ::4.-, EDt010NE~ UOt.OMBtA Tomo ¡tALLERES ('atoree DE ED:!CIONl<~S c..'OLOMlUA DEL ::inn;:!''' ("no En ¡J(. 111~ COll(ll!i,tn<lora lo~ Catol'ce t Ît'I'1'a~ <it-) AUTOR (novelll). mil 111'0 (novela). I 'l'l'ndicioues y Ouentos,. .;\ EN LAS TIERRAS DEL ORO I ralllClOl1llS y l,;uento5 do Antioquia POH HUBERTO . BUTERO ., ~L SALUARRIAl.>A PHUL~UU HOMUALUO PUR UALLEUU EDICIONES COLOMBIA \1 l' ,\'I >i X \' J BANCO DE LA REPUBLIC" lIl&UOTECA lUI" ANGEl "RANGO EL Pf:lOLOGO Según los antiguos cánones literarios, el prólogo e'ra una tarea solemne que se encomendaba a un anciano de muchas campanill'a.s en la república de las letras, con el propósito ,le que .dijera algunas frases amablemente prote.ctoras para el autor, que lo consagraran como discípulo suyo. En oca.siones el prólogo era una presentación que el prologuista hacía ante el público de un novato a qu·ien consideraba ','una brillante promesa", y a quien el factotum tenía el deber de introducir al conocimieI1to de los lectores; en -otras oca'Biones el prologuista asumía un aire magistral y entre 'Jitirambos y censuras que a,spiraban hacer crítica, E.parecía el pl'ologado, pálido por el azoramiento, como un carnero en el sinai; otras veces, y éstas eran las más, el prólogo era nada menos que una bendición literaria con to' do el ritual, en la que el autor, de hinojos en el reclinatorio de su libro, recibía el pontificalJo avasalIador del prologU'ista, quien procuraba-como José Buixo y Monserdá-hablar en un leng,uaje criptico y misterioso, a fin de que el hermetismo de las voce·s le sacara airoso de la ceremonia. Es una nueva or.jginalidad de _don Roberto Botero Saldarriaga-viejo consagrado en mil campos, !jeñaladamente en el ldterario-Ia de po-ner a un novel escritor a que encabece sus proÙ'u-cciones. Ya me parece oír los comentarios más benévolos: "-Los pájaroo tirándole a las escopetas!" dirán los viejecitos espue.lones -de la antigua tanda. "L[\s tinieblas alumbrando a la luz!" murmurarán los jóvenes literatos, L l' H o l. () que tienen un verdadero culto por Botero Saldarriaga, y que pensarán-no sin razón--que se trata de un completo vueleode los papeles, Pero Botero Saldaniaga por romper un molde, por quebrantar una tradición, es capaz de hacer algo más de lo imaginable, lo que comprueba mi antigua afirmación Üe que en la cabeza blanca de este ·desconcertante patricio colombiano cll·lmina un espíritu perpetuamente joven, Este maridaje de la experiencia vivida, IJor una parte, y de la .illventud espiritua.J por otra, se ob!"erva tn toda'S sus producciones, en todos su·s discursos, en sus pláticas todas. El solo heeho de reunira egtas alturas d~ su vida meritoria ~' sonada-muchos de sus cuentos r algunas de su~ crónicas admirables, pra forronr un volumen so~nriente. d~ja ver que priva en su alma la actltnd moceril a medida que se curva la parábola, como aquellos personajes de Wilde, a quiene6 eol decurso de los días iba haciendo ta'Ja vez más jóvene·g. El al'oma de esa pr.imavera interior, que e~ la única que vale la pena de desear, es la que ha perfumado a "Sangre conquistadora" y la que en "Uno de lo·s l'lItorcemil" ha puesto su nota de frescura y vigor. Como en todas IRS cosas, en la narración tiene Bo tero Saldarriaga "su modo"; lo mIsmu que e'n la peroratH :r en la chllrla: si vu a describir 11nos pie~: dé)"caJ:.:0s nco1'87.ado<; de callos. bordea ta vulgar;IJad y dice dOJlosan1cnte: "monumento erigIdo a la locomoción Iledestre", con lo cual, "ill decirlo. no~ hacf' ver aquel extraordinario basamento dI' 10:-> eamrw~i nos del suroeste: si VII 1\ SO'ltenl'l' 11n punto ill' ,,¡!'h,. 2 l. l' (I " " " aduce hecho<l cargauos >Je lógica, anécdotas históricas, RllCC:JOR cOllcatenados y vivicntcH, en lo cual obra como la .MaesÜa Naturaleza, la cual cree !,ttle 108 al" gumentos son inúti-le,s y que lo único respetable es el hecho. Habéis visto al.guna vez a la Naturaleza argumentando a discutiendo? Nó. La Naturaleza pl'eseIl/ta hechos, no razonumientoe. En \ez de un silogismo, lin árbol. En vez de un entimema, un fruto. Bn vez de un dilema, un río, Ulla mortaiía uIl¡,a llanura o lIlla selva. Por eso la filosofía es estéril y la Nutu' ¡'aleza es fecunda. Cuando aquÚlla busca el consueJo momenM.neo en una frase éFta suelta pOi' los negros peñascos la cabellera espnmosa y fresca de SllS cascadas; (~URnJo la filosofía ql.Îere reír ·Jel absul'l.lo, la Naturaleza cOlumpia en las '('amas sus micos JOcosos, que tienen caras de payaflo.s y ojillos festivos; cuando la dialéctica desencadena su ironía llena de mortaeros alfileres, la Naturaleza pone a volar las banel,aelas murmurantes de sus zancudos, dimfnutos vehículos de 13 muerte; cuando la filosona trata de morder con sus trágicas conc:usione·s, la Naturaleza desli';H RUS culebra.:; ainuosas y enseña los dientes de SUR jag-uares; y, finalmente, cuan·jo la filosofía amenaza cun la tiniebla fúnebre, la Natura,leza, Elin hablar palabra. corre la co_r.tina de la noche. Si,) embargo, el Je Botero Saldarriaga es un espiritu deliciosamente de.spreoc'lpado en me·dio de su natu;'al profundiÜad. como que está alternativamente solicitado por la utopía del Arte y por la grn,\'!t1c< tl¡~ la 'cieHj¡¡, sin que la una desimplique a la otr' •. SuponeÜ un ¡.(,mbre qu~ hubie.-e vivido l'j'es vi,") o p o o das distintas: que de las cortes, doradas y galant ••• hubiese pasado a las tremendas ·jeclama.ciol&€$ de la Comuna; de allí a las doct3JS univ€rsidades. Uen" de cerebralismo y florecidas de ideas; a los arOlO" niosos conservatorios; a los corrilloe dellenga.ñados, ingeniosos Y amenos. Suponed'}o, y ese hombre tendría el espíritu de Botero SaMarriaga, tejido paradojal y multicolor. Novelista, cronista, cuentista, conversador, oradol" llameante cuando hace falta galvanizar las multitudes y sereno cuando las lides parlamentaria-s la exi' gen; editorialista de fondo y estadista de vuelo, hizo también estudios de ingenieria y cursos ·Je músiCA. Todo esto la pone a-I servicio de la literatUl'á. la que trabaja con ese cerebro que debe de eel' una especie de mosaico taraceado de diversos colores, armónicamente di-spuestos por lúe años, Por eso cuando Botero Saldarriaga va a -habJar o cuando nos disponemos a ieer sus prc'jucciones, esperamos siempre algo interesante y nuevo, aunque nadie sabe a punto fijo cuál tema irá a desarrollar esa boca de dientes d€siguales y ahumados, ni cuál de los djbujos del mo' saico se irá a poner en actividad para dirigir la plu' ma. En resumen, para los que Cl'eemos que la ciencia nO ell más que el sentido común en traje de ceremonia, don Roberto Botero Sa~'Jarriaga resulta un 6ujeto encantador. Si habré hecho nSfir.za? un prólogo como los de PUE'S ]10 faltaría antigua más! ROlt\usldo Galle¡o EL VALLE "l,a tradici6n DEL PENDERlseo ell bella l'omo un romanre y 15ugrudll COOlO un rito" Ramón del Valle Inel4/1 La manana era exeeflivamer..te fria. l\lañana de noviembre, de invernales y t";'ensas neblinas que nos DcultÜr.n las pcrq:€cthas del valle y nos impedían ver hasta pocos pasos más adelante de nuestras cabalgaduras. Lae jergas boyacensc6 con que nos abrigábamos Be perlaban de n:enuèas gotas de agua. Lo" caballos en su trote arrancaban al suelo ruír1o~ de una oquedad geológica que se pro;ongaban como un sordo y lejano trueno. Bo:rdeábamos el río Penderisco aiguier.tl'o una dire('~i¡)n resueltamente hacia el mediodía. nOT ID Il O 8 A L DAR RIA G ~ Grandes bandadas de alcnravanes ge levantaban Il nuestro paso, volaban estrechando sus amenzantes círculos y nos seguían COn sus {:hillidos cual repique bu;h~jt);'o en c1cmingue~'a mañana aldeana. Mi compañero de excursión era realmente tlll eROO. ~\I\;~'d.g11o ~tr ;:trDt¡; observación y de condenzl;Üo e1j. tudio. Hacía mucho tiempo le conocía, per0 no me había interesado tánto hllsta esa mañana en que viajando al través del vaile, en su compañía, dio larga a !lue int;moB f1al)(~r('~, a sus mi3teriosas y tUl'badoras apreciaciones sobre la vida, sobre los hombres, sobre lag cosas; a la dolorosa narración de su único y extraño amor; de sus tristezas, de sus murrias-que él llamaba con la palabra indígena mococ.oa-y que le aisI: 1.: TI per rñc:' fnttroS de tcJ'asociedad; de sus Via' jes innrosimilfs al través de ese mismo valle, inunar' o ln VUfe, o por los {¡speros montes de 'la Cor:iJ:'l'a, en fantáiliíca cabalgata, de día, de noche, inan'able, perenuémente .... A;jlleLas cünfic:er:,c:as l'Iurgida's desde los IT-fIB ex1'00.' 1:,[(1':(5 y ol'ig:nales puntos de vista, hicieron que yo mismo me lanzara a vivir-durante esa jornadasntre los dominios de aquella fantasía rica, pintoresca y enfermiza, en medio de ese remanso del tiempo en que el pasado y el presente formaban un solo minu' to del vivir intenso, doCoroso e inconexo. j Pobre compañero de viaje, aislado entre las hondonadas agrestes de los Andes y BUg ingentes cum' bres, llevando siempre el mismo fardo de eventualidades creadoras y de neurasténicas mudanza8\ 6 D E fi ~, It O Pudo ser lino ~Q nUf8tros g-randel'1 hombrù,'1 pt,bli' co~, sólo Je faltó que el pU£.blo soberano e ineons' ri0111f; i? p.ncaramarn en el pesebre nll-cionloll. ---Va t1!Sted muy caJJ:ndo, don Canuto, me atrevía :J ,kcirle ínterrumpiendo su empecinada meditación, --,)1e hace T{lucha falta un trago, me ,contestó le' vantando In cabeza que casi ocultaba entre los plie' ,,!';.t'~ de ln .i(~rp;a.Cnando lleguemos a la San ,Tosé to· marcmos unal'! copas de anisado: es muy sabroso, \,!fdecit,Q color ,de esmeralda o de esperanza, y con UiI sabor l'. huerta·s Íl'escas en donde abunden el poleo y la ycrvabuena; éste no env,mena como el de la red' ta; porque ha de saber usted que e..ste puebl.o cstá em· !leñ:~do en una auto eliminación estúpida: guerra cj vil, agua;t-l'iente oHciai e im¡::unidad en los delitos rk sangre, -¿ De manera, clonCanutc, que será usted g'runJc admirador de los apéstol€fl de la temperancia? -De nIngún modo, señor mío: esos llegan t, ser más il1soportables que los m¡~mo:: borrachos, con sus pré\Ucas, sus cantinelas J' (ns ... tupÎa3. Tanto que l\c'.,h:\b¡;l1 por hacer beber a J08 que no sabían. confirmar sus teol'Ías sobre cr:menes fl'e" ;Cvantó el brazo Y, señalando una os'cura mOlltaiía, agregó con tono horroriz." ..o: --Ahora que se levanta la niebla, mlre usted: cn ¡<qucHa montaña, que divoreia las aguas del Pende' ;:-i~('o de las 'Jd Pabûn, le ')otaron ,de un machetazo la cabeza a Un nÏiio de doce años, y despLlés de mucho ~iempo de esta vendetta no ha siùo castigado el as~" ¡'ÜUt î:tJelÜe~ '1 BOT ElR o @  L DAR . R tAG A sino, ni siquiera se han dado a averi¡uar quién fue' ra ..... 1 ¡Más de Ull calvario en esa vereda seiiala el punto en que fue paveado un viandante por al¡ún montaiiés de ¡osque ush,.} mismo ve tan humil;de-s y tan sumisos' en apariencia; y allí termina todo sumario: unas cuantas piedras arrojadas caritativamente al pie de una tosca cruz. y, a propósito de cruces, usted ha podido cGmpro' bar que la alcaldía del pueblo queda precisamente en frente a la fa\:hada de la iglesia, y habrá echado de ver, también, Q1U3 la cruz tI'e hierro de ésta se ha torcidG hacia abajo de tal manera que parece fiC fuera a qu~brar ¿sale por qué? -Algún hlm~a,ân don Canuto, le respondí. -No, señor, nada de eso; la cruz se torció de pre" senciar 108 juramentos falsos que s.e dan en la alcaldía ... Naturalmente que me reí de esta salida tan original, entre tanto don Canuto encendía un cigarro. Cuando hubo arroja·do la primera grar)l'e y ruidosa bocanada de humo y seguidola con ojos de ensimismamiento continuó: . -Allí mismo, en la San Joeé, y señalaba con el índice de su enorme mano hacia el poniente, le mostra" ré en la hacienda de don Mariano del Corral el punto preciso .en que habitó con su famillia el primer colono cie este valle, La historia que sé de ese hombre es verídica, pues me la contó don Victor Pal'1'o Salcedo, mi gl'nnèe y noble amigo, un caballero de verdad, de preclaro y altísimo origen castellano, Fue 8 È N L.A. Ii 'l'tERRAI DEL ORO en un viaje qUI:; hice It la ciudad de Antioquia c'uando le of, en la tertulia del dcdor Martinez Pardo, es&. n:eración, hace muchos años yo. " Entonces Au' tieq,tia era ~ma gran éiuch ..·J, púrque hoy ... ¿ Qué le pasaría l1 la jJ('ole ciudad de Hcb':edo '¡' • " Los puebl06 también se mueren veLo ¡Je mis';erjoso mal: ellos también t'.cnen un alma y cuando fjmigra, aun eua.ndo oi~aJ) IJor la t:ú¡rÏènte abajo ùe la vida, y ell apariencia vivan, yan Ctrg¿:(CS CCT! el fardo de un pasado de grandezas que les hace incomciente.s tJeI presente y del mal que les mata." Pero esas son eOSM rnía'il .. cosas del loco de don Canuto I Hizo un gesto despectIvo CJmo para sus propias apreciaciones y poco después reanudó sU conversación agi: -0erá otro ùia, en otra oca.gión, cuando le cuente mu·cha.s y viejas crónicHs de It'qnella ciudad en donde e"i.ll',.i) preso como Sj¡l(~Ï1:;~',;o pOt hE;ridas en riña, .. Afortunadamente saCí absuelto; yo mismo me defendí. j Qué 'Curiosidade3 e i118ulacces tienen nuestro:; procedimientos criminales ... y qué Üecil' de nuestro Cóá,gü PenaL,. ~\.r:illes del f;ran Bolívar y ùe las te· las de araña I Paro ya el valle se ln despojado de sus nieblas. Mi' re usted aqud collado: a sus pies corre la San José, :,u'(¡cunct>; ~j~sde lLi. cllmbre 3e go¿a del nw..:; maravi' lloso panorama dell mundo, 3' de las m.,;.;,¡ lind:.t;; y v¿,' j.·jada" de lae vjbta~ .. y ôo1:1'e iodo, tengo mucho que referirIe. Lcecti\'ameil't.ê J' i:líi~uiendú de mi compañero, galopamos II el deseo y la \,{¡!untllÓ hada ~l cen'o 13 o TER O S A L DAR R I A G A Don Canuto me traía intrigado con aquello del su' mario que por her\:as en riña le habían seguido en la ciudad de Anticquia, lo que me obligó a rcpararle deteni da mente en -su físico e indumental·iu. Encontré en él un hombre de recia COl1texturr. y sana robustez; de po<:o menos de dos metroll de altura; fis(,))O;id;:~ ••ccntnndísima cn :;us rasgos dominanÜ,;; de una \;¡ronl':idad excelsa. Llevaba un gran sombrero fieho, estilo boero, el a:a derecha sujeta a la copa por gruesa aguja de arriero; el barboquejo, rojo, bastante largo part< IJS' cilar debajo de la barba. Habiéndose despojado de la jerga boyacense, que ató fnntcmente al borrén de la silla, apareci6 el sa('.o de paño hUi'do, coior cúrmelita, que desabrochado dejaba a des\:ubicrto la camisa de fuerte lienzo ingi:és, y ¡;;;t:~ bm~)ié:! desabotonada, en la parte alta, t~'eja' ba ver, a su turno till pecho hercúleo bien g'llarncc!' ;1,) dt! \'el)es gTUUOS y negros. Est1't~chélmCnle ceñido :i la ciniura un ancho CilltUltn de CUErO de :m.plios bo!-sillos pOl' dE!lante, de uno de los ~'u:des ~oiga1;a grueSacfHlena d" níquel a modo de ¡wlldiente. En ~u.3 flancos apaiel:Í¡ul: :5ob1'e el '.:ereeho, y ajustado al :;Íut.urÍlll por llna ~"i'l',-,a. Lin revÓlver ~:<iHJl'e ·18; Y al izquierdu, c1d mi,¡mo modo, un largo nH,~hete de laborada vain:!. Q"ednha aeí CUll1ph:t\.: ,i(lUe! amenazante PO¡'Ü¡ an;e¡¡¿\l. ï.G" pn1La]()n;~ di.; w;,n':.a azul ::¡,pena:: i;i :>" ;)Ud(ii;1 ver; lal'<!,uisim,,;,¡ l)o;¡~jm:" de cuero amalÎilo ab::-ocha;i:\.,: ::~h'ra':m'ont ~~ con "bibles ehapdas ,le nH~Ü:j. le wl!'an h:¡<:il •• cui.)J'irJe ea.gj los muslos, le L A S TIERRAS D E J, O R O Llevaba lOB pies descalzos: eS06 pies podían deaafiar impunemente los má3 agudos guijarros, las más punzantes espinas, en aquellos andurrial~3: eran un 8.ltivo monumento erig:OJo a la libertad de In lo' comcdón pedestre. Don Canuto me había dejado contemplar aque'l sólido cimiento de su humanidad al retirarlo de los estribos para componer la capa de musgos con que lOB protegía del frio. Sostenido de ancha "cata penùia del hombro del'echo UIl enorme guarniel. La reata era en verda'] lInH complicaùa obra de arte, laborada de lanas de mÚltiples y vives colores que en alto relieve exhibía las iniciales del nombre de su dueño ... Tendría .Ion Canuto, para entonces, UlIOS cincuenta y Cil~CO arios de edad, y era envidiah:e la pr:rfecta cOl1~e¡-vación rie su gigantesco organismo; fis i eame1l' te no había sufr:'_~o el más minimo deterioro. ;.;; ~ukdlu llue l\lollLlba era un tordillo nerviosísimo y ágil, de gran alzada. Enjaezaùo con l; :'ill~as y ¡-"llzal d2 BOg'a, g'l'UeRH y dócil, arlornadas eO,1 mrchc:' y complicactísimos !lujos, La silla de monl}{}' e"!' gl'èllJdc, forrada en vaqueta, •.maril:a, lisa; ataùa a la ancha cabeza de aquélla iba la -soga, fucr:.c y pesa·Ja. A~rás llevaba el encau(;hado en su i.·(;:lpectiva -~~ult.~a, :; LIllO'; g-ra:l<1eS alforjolle¡¡ herméticamente ce' rrados. J)Jn L¡~Jl(tu I'abi~ <:chado pie It tierra col»c¡j,ildo L:uid:,¡!ol:;¡¡mel1le :a cSLopeÜ: le Jos l:aiíOl1l:S, (¡ue !l~VÛ¡<.., 50bn: la húmeda gnmw. Iba a apretar dnchas; pen; i.:lltb levalii¡mdo varias Vl:ces la montEl'a sohre c:l UOl'.80 Jel animal, le dio aire fresco. DeoSpuéa de n o l' E U O BAL DAn B 1  G A esta operación encendió un cigarro más, y toman'Io del suelo la eflcopeta, de un salto ágil volvió a montar. Prontamente llegamos a la meseta que corona )a colina. -.-.contemple usted este paisaje, me dijo don Canuto, con acento religioso, y haciendo describir a su brazo una semicircunferencia que marcaba la extensión en anfiteatro del panorama que se extendía a nucstrc5 piea. ¡Verdaderamente era un pasmo! La neblina empujada por un viento sur se compactaba en jirones fugitivos que simulaban una peregrinación de vírgenes tocadas de blanco y conduciendo èxvotos a un alejado santuario, a la largo de la verde estepa; deteniéndose entre los saúces de la riba del Penderisco, y acompañada8 por el vuelo místico y repo-sado de lM~ garzas. Y, en veces, como obra de caprichoso repujado se a6entaban sus placas argentinas sobre los flancos 'l'e la cordillera y sólo emergian las alturas coron~·.la6 ~or añosos y corpulento3 robles. El valle, a nuestros pies, tenía tona~idade8 de un verde intelJso; rollS luégo, alejándose hacia un horizonte de desdibujadas perspectivas, iba palideciendo hasta tomar ese colorido vago que lleva a nuestras alm:l~ nlla ££nn:<:Íén èe descanso infinito: es la pasivid~·l' del' colorido, la extinción armónica del detalle, pl ambiente -sin vibraciones de toda eternidad ... Era el va:le. en esa mañana, una dulce evocación de aquellne telas de Juan Bautista Corot, llenas de ensueño y ell que el alma del paisaje se recoge en E N L A S TIEllRAII D I: L o B o una sola nota de vida, como en aquel adm:rable 11 Prate, en que un pastor teen BU flauta en las camp:ña,; ,'omann8 dernizadas en un desmayo de luz. Allá un grupo O.:'ebueyes, conducidos por un mu' chacho campesino, recorre perezo'samentl; la sabana, entre tanto qu.e el conductor lanza agudos silbiùos llamando a Un perro. Alelado en la -contemplaciÓn del pa:saje oigo muy vagamente a mi compañero y guía que me dice: -Contemple usted esos tres enormes cerros colo' cado!! como en los vértices de un extenso triángulo, y que como cenlinelas veteranos parecen velar sobre el valle. Ellos debieron pre'sid: r la inmensa catástrofe dol abajamiento supcrandino de estas tierraH. En las noches de mi vagar soledoso y turbado, pal" estos valles y montes, cuando la luz de la luna aa&l1ca a las peladas rocas del l<'rontino, de San Jo· sé y de El T-lE.tt:8GO refle:ios de una caivide ::;ecnlar, P;(HO en al,t tIla €~oc:a rCl1:.otís¡ma cuando el! <tC' tividad esoo volcanes reproducian sus rajRs cimeras de fuego e': inmenso lago que dio origen a este \ia' lle. iQué soberbio espcctácu 10, qué grata y dese: . ' ~a emocion, oír el tronar apOt:'>'.íptico de aquellas moles en fusión, recorriendo este ~nismo cielo con lumina' Bas trayectoria's) o deslizándose, ígneas, como serpientes lIe pe6adill~, por los ílancos ¡;alcinadùs de los cerros! Yo había vuelto de mi contemplación, y ahora era lodo oídos, tode· OjOB, rala mi compañero que se me transformaba en U11 sér extraño y aùm;rab~e; algo a¡;i '\:ur.ao uno ùe esos solitarioB profundamente illi- ~ o T 1!: R o S A L DAR R [ A G A (;i•.·,~·~ ell lOll secretaIS de la naturaleza tran15tonnado· l'a. Y continuó: -Fue este valle de origen jacustre. Codazzi al e6' tt'dinlo así la asrguró; y el movimiento formidable de sus agullll al rcrnperse una .alida hada el norte dejaron dos ir;n:ensos boquetes "1 un colJado en el centro que rodra el rio y que Be une a~ valle por una estrecha lengua de tierra cerca a la ciudad de Urrao. En esa linda colina se ha fund •.·.~'o el cementerio; y per su belleza natural tue comparado nor el -sabio doclor Uribe Angel al de Filadeltia, en ln;; Estados Unidos cte Norte América. En esta n~¡sma altura que pisamos ahora se libró ,,¡ último combate entre los eonquistadores españo' 1,,1' y cI pnr!eroso ~' desgraciado cacique el Barroso, V'~j~!:ié'l"(m lo;; i\1ílios al valiente capitán Gómez, em)Jf'l'O ;.1 pel r~r r, ;:u .iefe se desbar. •..;'aron y huyernn ])ara si€mpl'l' En una excavación practicada hace 1):;<:0" día~ ~'.' ,'ncontraron ataúdes de madera de eom:;10, <'0!1 1';>;;10i' humanof!. perfedamente conilerva' no;;. ¿Fueron 1015 indios quienes los usaron'? La prisa ,cf! tcn',;¡rO¡J t'Rtos habitantes en utilizarlos para lle'el,rc,; y ot1"')3 fines--se entiende los ataÚ<.1es--· no dejaron resoh'er el problema histórico. Pero bajemos ya. Se nos hace tarde y es hora de lJegarnos a la venta de San José. Volvimos a galop;a haei:. el paraje irlJicado, y po· (;0 ctespl~é·s atra\'C:':"ábamos las claras y turbulentas ¡i~U¡-';~ lie] l'i"chudo San José, que da nombl'e a la ven' !jUt· E N L á B 'fIERRA.15 o DEL R o ta. Dc: la orilla opuesta alcanzamos a la renombractll Coasa de "La Marinilla". Los campesinos que en el cúrredor de'lantcI'o ùe ia CRSll se encontraban, se regocijaron muy de veras al ver llegar b. mi compañero de ..•. iaje. Ulla verda' der~ y ~an" populal"idad, sin empellones a la vida ajena, sin sangre vertida, sin lágrima·s, tJisfrutaba don Canuto por todos aquelJos contornos. Desmontámol1os, y mi hombre saludó de mano y por sus nombres, uno a uno, a todos los labriegos, hombres, mujeres y niños que dlí se encontraban y le rodeaban dEsde antes de echar pie a tierra. - Que sirvan dos copas de yervabuena, doble:;, que vam08 (le ]¿¡rgo, ordenó con recia voz y actitud cie marÛo, don Canuto. Illcontincnt; fue servido el pel'fulnado y esmeraldino ~igl:ardic1tc. Volvimos a montar, y mi cOn¡pañero levantándola como par<. inginual'se en e I COl i'O de campesinos, hablé les asi: --Brindo por José Justo Paùón, Gobernador de Antioquia, cuyo trágico fin er. la poblaci(lll de 3o!Jetdul, el ;31 d8 IJI~YO lIe 1854, es una de las más CiO,;:.;cr:~e~ l-;el:i()l\l~ de lo (lue r.ara la;; demoer:u::ias 1.\..1'}JUlenta£ e ignoL'antes valen la virtud, los sacriflt.:lfJ'; paÜ;¿iic(;s, :;. }-.Oj¡¡~.I_ u; y el t.rabajo en su iJ\'ù¡J:a Ese río, que allí a! ~Jropio frente tributa sus agua::; al Penderi::;co, lleva 3U nombre, bien llevado por cierto, porque, como el modesto mclnciatal'io, ¡;US :\guas corren tranquilas, sin ruido, conscií:l1tcs i1c ,11 .1~:;t:JI~ ::1 de su fill. Á\1á~ llllá, mi amigo en eSt: ángulo que íOrIllan la I.:<!u::;a. .ta no'!' Il R o ·S.A. L D  It U 1 .A. G  conf:uencia de ambos ríos, se levanta en 8uave pendiente u n contrafuerte cuyo pie apareee desde aquí d€sdibujaèo entre los eucaliptos y lOB sauces. En ese punto, precisamente, se consum6 la sangrienta tragedia que devoró la primera familia de colonos que viniera a establecerse a esta comarca. Bebimos, nuevamente, y don Canuto ofreció II lo!! circunstantes, que ya eran numerosos, cigarros, y Ù'io fuego al suyo. La expectación en el auditorio había subido de pun' to al ver que don Caauto estaba de vena para hablar, es decir, que estaba en su día. Expectativa sincera ya que el narrador gozaba de inmensa fama de talentoso, instruido y fuerte en historia; fama cimentada en todas las casas y cabañas en tJonde los fa' tigados montañeses, al amor de hogueras de incons' tantes l:amarada-s y ruidoso chisporrotear, se compla' cia11 cn repetir las leyendas, cuentos y chistes de don Canuto, en esas noches de las tierras frías que se eternizan en su melancolía soledosa. Nuevamente descendimos de las cabalgaduras, y (.C1:pJto ur) lt:gar del correàor en donde se dominan ci cerro y la explanaàa de la leyenda, nos preparamos todos para oír atentamente al narrador. -Fue a mediados del siglo XVIII cuando de la ciudad de Cartago, en el valle del Cauca, salió el bachiller Lozano con su familia, esclavos y ganados, emprendiendo una larga y verdadera peregrinación ori;las del río Cauca, abajo. Un115 veees caminaban los emigrantes por la ribera izquierda de aquel ardiente río, y otras, tenían que trepar hasta las frías 16 TIERnAS DEL o R o cumbres de la cordillera, para esquivar los enormes abismos que a trechos se inte:~ponen en aquellae orillas. Sup6ngnnse ustedes cuáles serían las penalidades y peLp;ros Ge aquel viaje, si hoy para ir de aquí a Concordia se gastan dos días, si .acaso no se ahoga úno en una ciénaga del Quemado a la pavean en Cues· ta de Candela; ahora qué sería saJiendo desde Cartago, a cien leguas de aquí, por la selva virgen, ríos sin puentes, sin ranchos donde pasar la noche; las fiebres, Jas fieras y 10.5 indios, que no eran UnOS santos como tratan de decirlo varios historiadores .. Pero, e~,o sí, muchachos: el bachiller tuvo la satisfacción de no pagar contribución de caminos, ni aun en fonm_ de trabajo personal subsidiario. Cel~braron los montañeses la salida de don Canuto.. y Je ofrecieron una nueva eopa de yervabuena que no aceptó. -Después de largos días y meses de penoso viajar, continuó don Canuto, el bachUer llegó a este valle, y fijó Sll resider,cia allá mismo donde se ve ese l:anito. El grnpo abigarrado y hete)'ogéneo de los que formábamos al rededor ·"::e ÙOn Canuto, pendientes de sus labioti de coni'erenci-sta nómac[e y vehemente, seguía ávido sus explicaciones sobre la reconstrucción de la escena, en el terreno mismo de los acontecjm~ent03, y escuchaba con profundo interé3, y no disimulada emoción, ¡¡UE; palabras. -E;s fama, perpetuada por la tradición de los antigUOfl, que el bachiller Lozano encontró en estos va- B (r TER Ó S A L DAR n lAG A lies grandee aberturas abandonadas, años atrás, por ¡as i1o·~ios. Bn lus fuentes saladas de la Magdalena r Saladito hacia Clnqt:é, en el lugar mismo que hoy ocupa la población de Urrao, por donde pasaba el camino se' guida por los conquistadores, quedaban aún ruinas de bohíos indígenas y de aeientos de poblaciones más a menos g-rande.s; pero, fuéra de toda duda, la mayor de aquéllas existió en los planes de Curazam- ba. Estas juntas del Pabón y del Penderisco ~taban en prados, a trechos mateados de altoB rastrojos. Pe' ro vuelvo a repetir que todo el valle estaba sumergi'.1 ÍJ en la más ctesconsoladora de las soledades. Este prin:er colono principió sus trabajos cons' truyendo una grande y fuerte casa de sólidos troncos <le comino, profundamente enterrados en tierra, espigaècs y unic"cs enbe sí por traviesas del mismo árbol, de amp::as escoph!Juras. El techo era de tejas de roble. Tenía la habitación dos piso-s. En el alto se albergahan los dueños y su servidumbre, y en el de abajo 108 animales domésticos. Había entCI7CŒ td aln:Ú.r.cia de esos que en la noche se les oía g"olpear las puertas de la casa y rondar por Slltl cercaníRs al <:lar terribles gruñidos --Pero d ow no ataca al 'hombre, observó un gallardo mozo de los que oían la narración. -EntoDl'es sí; hoy DO: porque es tal la oleada ·Je civilización que nvs ha alcanzado que hasta a esos animales ha ido a parar y lœ 'ha morigerado en sus costumbres. Una carcajada general acogió la cxpli- 0.0' 18 TIERRAS 1) E ti o lt O cación de don CI1:l1nto, y el m,,7,1) qUé' )0 h:¡bia ¡nte!" pelac!o quedó todo corrido. -También, el tigre, continuó el narr8dor, ha eil. por aquí sus incursiones en loe fuertes veranos, "URllc"iOel tâÏ:ar.o les arroja de las ealientes y húmeda? ~e]VRS del Atrato. A pesar 'le aquel extraordinario aislamiento los ea' lones p¡¡sabnnsus vidas. con casi laa mismas emo' ciOlle3 y novedades de hoy día: el recuerdo de las fiestas religiosas que el bachiller tenía buen cuidado en cc' ebrai', y hacer cumplir-hasta la posible-con sus deberes religiosO£, de cristiano viejo, a todes SllS compañeros. La tala y quema de los bosques j la siembra de cosechas y sus cogiendas; el ordeño '_'C ks \:{:!~, y tal cual a\€ntma cuando salían de caza a en la domada de los ea bailas cerreros. Diril'Je el bachiller por algr.n tiempo a bUilcar un gTHn tesoro, el del cacique Barroilo, por los lados del flr.tu:,¿o y BEgtn un n:al~a que había traído de Popn álJ, pero nada pudo encontrar por falta de gl!aqueros experimentados. Entre la lOervidumbre del bachiller había un in' diecito fel (trmí, que el se:'ior Lozano había reco' gido mal herido y agonizante pn la trocha qne trapsita rol para venir hasta acá. El C'hinito este le salió malici080 y pícal'o. Un día cometiÓ UIl desacato más grav€ que 103 de costumbre y el bachi:Ier lleno de ira la azotó cruelmente. -Precisamente para acabar con esos abus05 TID;' dio libertad Bolívar. murmuró un viejo de luengas hal'bas rojizas, ti o T Fl n. o 8 ~ L DAR RIA G A -j Qué sabe usted de libertad, ño Cosme I Por eso anda decarriel de alÜita, contestó am06tazado don Canuto. La libertad que nos dejaron los próceres fue la de escoger entre tres tiranías: la clerical, la militar y ]a èe ]SIS cclocrscias. El rey de E-spaña las dcrr,ir.r ta a tcè~s y es prefuib:e un solo amo; además, yo cemo mi compadre Montoya he sido y 80y rearsta. Despué6 del bachiller Lozano es cuando más se ha azotado a los negros y se ha torturr.t_:o a los indios; prueba de ello el hermoso ejército de la Guardia COlombiana, educado a puro palo y cazado como fieras ... Pero continúo mi historia: ]a señora del bachiller Lozano le increpó su procedimiento por imprudente y por -cruel, dado lo cereano que vivía aque':Ia tribu de los Chamíes, indios vengativos y malvados, que plJ~Tínn "ëñi"èYârse de lo sucedido y tratarían de vengar a] suyo atacándolos y extermínándolo3. Ocho días después de su f]age]acíó~ desaparecía el indiecito, sin que las más prolijas investigaciones lograran dar con él. Los colonos principiaron por alarmarse con aquella desaparición, y como medida de 6eguridad estab:ecieron ¡¡ctiva ligilar.cia €n las cercanías de la casa Y por el hato. Sin embargo, \'ari()s meses habían trans'currido ·~e8de el día en que se fugara el indiccito y la calma, la segurid::.d, la tranquiliC:ad más completas habían vuelto a reinar entre los habitantes de la co:onia. Ni una alba de amanecer sorprendió en sua lechos a los activos colonizadores; YJ las oracionee de las 10 '1i'1N' iA~ TIFlRRAS DEI, OR6 tadE'S vfrllnirgBS eyrron en las troje.s el rosario de la Virgen bendita ·..;'esgrana1'SE: de sus casillas al mismo tiEn po c,ue lcs granoB de oro de la robusta maZOl'Ct, . Una hermosa manga limpia y verde, como un tapiz de lOB que cubl€n lC6 altares de CorpuB, Be extendía fJl frente de la ca.sa e iba a terminar entre las cri:Ias del Penèer;sco y el Pabón: allá mismo en donde en estos momentos abreva la vaeada de la Unión. El ganado de los colonos eI'eda y Be aumentaba en núm{!ro. Sus vacas leg daban esta magnifica leche de III cllal .se ¡abrican los renombrados quesos tJe ojo de l'rrao, ,gin rivales po·r estas comarcas, y esas postreras qoe resucitan un muerto. Una tarde del tempuestuoso mes de marzo apareció, hacia el lejano horizonte de Santa Isabel, u::a punta de nube intensamente negra. Luégo se fue extendiendo valle abajo, siniestra y calladamente. Las aguas de los ríos se tornara:;} de U11 eolo-r sombrío: no se movía la hoja Üe un árbol. La selva había en'o mudecido; la oscuridad caia pre-surosamente sobre la tierra, y podía asegurarse que más que las primeras horas de la tarde era la noche misma que cerraba cali,R'inosa y lúgubre. Del suele, se levantaba un aliento de bochorno, caliente e irrespirable. El ganado principió a bramar miedosamente yarecogerse en los alrededores de la easa. El trueno que anunció el acercarse de la tempestad fue e-spantc.-so. El rayo rubric6 aquel cielo negro COD rúbrica de f 21 B I) T F: Il O SALDARRIAG-A :¡::t~rio envPjecido en el orificio. La tierra se estre!r¡c:ci6 ..... l.1iégo Ir.;; tonentes de agua y de granizo e:1sordeei::n cn:' >'u c~t!'epit,'3c caer sobre el tejado de madera, qUf par~~cía no pudicra ref'istir aquel chubas- co. -Pcro, (·so parecía CO,c;HS del mismo diablo, d:jo :.:;¡~ muchacha, más aterrada 'por la mímica y el vozrITélJ (:ee se g~.,stnba don C:muto, en -su narración. qllC ¡:Pl' fol êUC¡,tc mismo. --..¡(2;:~ 'liah'o más indomable ~' violento que esta naturaleza nuéstra que no se deja manosear Rin mor(:r 1', n 1,1-'.:0 1:0 -se l1e\'a la vida misma en la caricjn! El bachiller recogió sus gentes al interior de la C1,S¡\, y Entre las sembras de la noche-pues ningu' n". bè,jía rcsÍ;,tía a las ráfagas del viento-entonó el trisagio. AfllQra la bmpestad reinaba soberana ... Lé'Et:-,mente fue ~almando la tormenta. Serían las diez (le la noche cuando-como suceùe aquí muy fre' : r(~íor_cnÜ-hrjJ]ú en toda su plenituù la luna; el cielo est"ba de-spejado de toda llube y las estre' ::i' s pr,recían lucir con frialdades argentinas en ese f:llnam::nto ùe Un negro aZllba-che. A la luz de la luna resplandecían en la sabana los montones de granizo como juego-s de crsita!. El bachiller, fumando, salió un momento al ~orredol' exterior de la casa; observaba cuiàaào:;a ~_':••r.tamente los estragos de la tempestad: arbustos arrancades. áÜoJ€s desgajs.dos; oía el ruido ',;'e los to, "" T, A S DEL 'l'IERRAS o R O rrentes henchidos de agua que arrastraban madera.s eje toaas C]¡¡SC6; y contemplaba los ríos Hllliùos d~ madre que inundaban el campo. De planto se llevó las manos a: cuello, dio unos pasos n1 interior, y se desplomó entre los brazo·s de su mujer que en esos momentos salía -Je la casa. Un grito de angustia, de terror, ::ue ahogado por las va ces guturales de los Chamíes que asaltaban por to das partes la vivier.'Ja. El bachiI:er había muerto a~:'a' vesada III gnrgallta por una flecha de macana, Su mu jer, sus hijos, sus sirvientes fueron todos cruelmen' te asesi,¡adcs por los indios, en muy poco tiem po. }ieUl,i,;o" Jas salvajes d€'spués de la matanza se re partieron el botín. Luégo bailaron alrededor de los cadá vere., una de esas danzas s.emirreligiosas, y por tílLniO It'S IJl,¡.;iuon f1,ego y con ellcl3 Ii la vivien da. A,sí acabmor. los desgraciados colonos. Bien en' trada la mañana los indios se fuero:l por la trocha de Pah¡"l]l. :;"¡tando sus p:¡,fumas en señal £le triunfo y de contento; los guiaba y comandaba como jefe el in(~'E:(":L<J f ;_),:01.,1.;0 mese¿ antes por el propio bachjl1er. En medio de la matanza general una negrita, de sie te a ocho aÏio6, logró ocultarse entre un grupo de vacag de ·su mÍ.smo color y así logró salvar·se de ser a~(',i];.l'!;'. Desde pse momento ~omenzó para la infeliz una vida verdaderame:1Íe extraordinaria. Andabu siempre con las vacas, mamaba de ellas como un ternero, y de noche buscaba abrigo entre sus patas y calor sobre sus tibios vientrE's; i era tan manso 23 nOT III R o 5 À L D À R R t À G A ese ganado! En las menguantes las vacas emigraban en bugea de sal hacia las fuentes saladas, y entonces emprel'.2ía viaje con e~las, abrevando en 106 mismos pozos que i3US compañeras de cuatro patas. Perdió toda noción del idioma; creciéronle las uñas y el pelo extraordinariamente; servíanle aquélla·s para trepar a los árbole·g en busca de colmenas que devoraba con avidez .... -y ¡,andaba desnuda, Üon Canuto? preguntó to' da nboliz¿¡ra una de las mujeres. -Como Eva misma, hija, pero más negrita y mé.s inocente. Pasó mucho tiempo así hasta que un dia llegaron a eete valle unos exploradons enviados por don Juan Pablo Pérez de RubIas, concesionario de estos inmensos baldíos pûr dación de la Corona de España. De la cit.Üad de Antioquia vinieron aquellos via' jeros y anduvieron el valle y sus montañas durante varias semanas, maravillados de la fertilidad y belleza de C'5tos terrenos. Ya regresaban para la ciudad de donde habían saJidocuando, en el paraje que hoy l:amamc>s la Venta, levantaron los perros que traían a un animal feroz, según los berridos que daba; tJ.:e una figura tan ex· traña que a v(:ces parecía un colosal marimondo, y otr'l!!, uno de esos mohanes tan temidos .por los in- dios. La fieïa e3a le hizo frente a los perros; pero viéndose bien 8-ccrra]ada por éstos, se corrió hacia un elevado roble }' call las uñas-como una i¡uana--se trepó por él. 24 llll'! LAI D!lL TlIilRRA! 08.0 Lo!! expedicionario!! Ile acercaron entonces, y ya le iban a hacer fuego con un arcabuz cuando a alguno de a:Ios se le ocurrió, contemplando de cerca la fiern, que ella tenía figura humana, Resolvieron entonl;f)~. 110 tirarle sino hacerla bajar fingiendo que tum.baban el árbol en que esta.ba trepada y Agarra\la, EcnnJ"oll man06 de las hachas pl"inC¡plal'on a da¡']¡, al palo. En efecto, a poco descendía lentament.e el ani!nal. Un? vez al alcance de la·s manog de log C?zFl1ores IOln'aron, después de tcrrib:e lucha, cogerlo y sujct>\rlo. saliendo todos (ie la contienda mordidos cru ~lmE:l'!te, y horriblemente arañados. El animal, como ust,,']'es se 10 han supuesto según l-es veo las caras, era la pobre negra, muy crecida. )' der.arrollada, y completamente salvaje. Condujéronla a la ciudad de Antioquia, con todas las seguridades del caso pero también l:on muchos cuidados, y entregâronla al alcalde y regidores, quienes en contlejo pleno y ante caso tan inaudito como €xtJ'año, .,,:·espués de compli(:adas discusione6 y muy maduras refleXiione's~ tomaron la gravísima re·sc~ución de depositar:a en el seno de una familia noble de alcurnia, para que la desalvajizara, y entonces 'Ooder ;n~erroga' hl sobre sn pasado y orígenes. Quedó eso sí como propiedad de Sll Sacra Real :Majestad de Castï:la, porque hoy la hahrían adjudic~'jo con 108 baldíos como l'-emoviente, Lomo bit:ll mooirelll;ù ..... <lué sé yo. Muy caritativamente, mu~, cariñosamente, la <:ui-.laron y educaron. M¥is tardl~, después de varios años, ~T Po o TER O 8 A L DAR R I A G A f'''llr>rlO '0],,;6 ? hablar y e] recuerd(} de las cosas viejas acudió a su memoria, refirió con todos sue (!etd]e~. e::ta mi,sma vc:ridica historia que acabo de cOlltarJes. Se lIamnba Prudencia Lozano, y vivió por mnchos años. F.~e e11::1m'''ma quien, a] cabo de mucho tiempo, hizo muy útile·s indi.cadones para encontrar las flJel~tcQ sn,lada: qnc ella tan bien conoci:>. y que son hoy riía una gran riqueza . .A.sÍ conc)uyó dOll Canuto, con el sentimiento de Jc,,"l mont:lÍiesc~. que hubieran querido prolongar tan .'!men:\ conversncióll. Y luégo nos despedimos del eomplncído auditorio para regresar a nuestro punto de ·partida. ~'~n(vmr;el'tc tomamos nuestro's caballos y vonvitres a g2lera;¡- rer la estepa verde y sol~ •.l·osa; soñs]; do yo. por mi propia ~uenta. en el modo cómo nace la le~'~nrla y en cómo la historia sólo tien'~ atrRctivos que embe!ecen cuando aquélla le presta sus consejas. nan Canut!) filmaba ... callaba ... quizás soñaba despierto. N0S f,('crcáhamM. al pueblo. La tarde se iba callad:!. eptre •..1 recogim;cnto blanco de unas tenues ne bli¡ws del mes de Animas. Era la hora en que: "se ode ~q1JiIla di lantana "che paia'l giorno pranger che si muore". MIRAMON ipob.re Miramón! Estaba tísico. Tosía con frecuencia y se I:eva ba las laqras y nudosas mllnos al pecho como -si quisiera evitar que algo estallara allá adentro, .Miramón había envejecido, a pesar de ello sólo sU~ hábitos ha·bían cambil:!lo; fí.sicament.e era el mismo simio de pelaje blanco y negro; de extraordinaria mo vilidad en los músculos de ia cara, de mirada rega¡¡on,l y hosca; de IHcias patillas y de f.rente estrecha surcaùa, ocasionalmente, por hondas arrugas; ta: corno bacía treinta años lo había adquirido don Faus' I¡¡¡o, {'IJ ,,1 ¡¡u2b'o de Cañasgo:Üas por compra he-chr. a un indio de Rioverde. En veltlad, don Faustino no la había pagado caro: unas COPUt; de mal aguardiEllte y unos pésimÜ'S c;ga rros habían aida el precio de Mi.ramón-, aO'l'IllRO B  L D  B B t  G  Trasladado por su nuevo dueño a una pequeña pro' pied~ '-1' que poseía a tres milla·s de la ciudad de An" tioqula, fue instalado COn toda comodidad bajo un alno èe la cafa, En el correcter qce mira hacia el an- iro ntl qt:e lerc'ca el rio Tonusco, y que alli enscn- })r€oCe 8US orillas bajo tupido bos'que de mamODc'illD'S. En los primeros dias de su nuevo domicilio, M'ra" m6n, se d~claró firmemente un inadaptable social. De una agresiv)":'ad exa~tada; ¡llegó hasta con'stituirM en violador asiduo de la tran'quilidad y moralidad públicas, escandalizando a !as aguadoras y bañistae del río Tonusco. En su impudencia ilimitada fue hasta arrojar a las caras de los transeúntes lo que sólo por energías de nuestro idioma deseamos sea manjar de nuestros enunigcs. De nada valia que algunos aficionados a las ~cenas fuertes le obsequiaran con trocitos de caña, o de azÚcar; Miramón. después de pelar aquéllos o de chuparse éstos con deleite, sin má,s ni más, sin decir Iagua va l ..... iba agua, agua turbia y alcalina ad" mirablemente bien orientada al rostro de sus admiradores. Sus es'car.'-!alosos amorios, SU6 sucias agresiones y su inconformidad con el medio le granjearon innu" tr£nblfs y profunèae antipatias. En vano don Faustino, el avaro, el misántropo, el solitario, cuyo único amor lo compartian Miramón y ojos feroces perros que le acompañaban día y noche, lucha.ba pacienh:mente por darle siquiera un ligero teN LAB TIERRA. DIlIL 0&0 barniz de sodabi1ièad. El s:mio era irreductible Il toda dirección diadpI:naria. A la cil1l'Í¡._. ¡:,e encnminaba don Faustino todos 1015 martes y 103 sábados en buscn de los desechos del matadero púb:ico para sus perros, y ¡gasto extraodi. nario!' a comprar bizcochos j; troncos de azúcar para Miramón. De pública fama era en la ciudad de Antioquia la cuantioso de la fortuna de don Faustino; asegurándose b rr,bién qt:e ¿ida riqueza esh:ba en polvo y monL',:as e'e oro, que el mi~ âr,trpo ocultaba en tlU casa ell un arc¿n viejo y resistente. Lo cierto N! que ninguno }1abía podido penetrar en la aislada y sórdida casa del avaro. Sus puertas hermét::camente cnradas sélo EC abrían para dar paso al anr.i:mo, quien, cuidadciS!.mente, 18.5 volvía a cerra al cr.trar y salir è£trás de si. Por la dem.ls, sus feroces pe!ros rondaban de día y de noche la misteri<x;a propiedad y sus alrededo- res. Contaba el anciano setenta años cumplidos, y cada día en su aislamiento y dec~dencia era mayor su cariño por sua únic<x; compañeros de exis~encia, los perros y l'If'ramón, sobre todo por este último. Al ata¡'~ecer, en la hora del crepúsculo, el viejo salía de la casa, muy qued2mente, cuidadoso y desean Fiarlo. Cerranèo la puerta y escurriéndose como ave nocturna se l:erraba a un gigantesco man;;o, y dando un silbido especial Ilamaba a sus perros; ~erviaJe6 entonces la cena en ti.na gran artesa de madel'a. Luégo los amarraba al árbol un momento mientras 'B () l' ~ H o S A L DAR R I A G A i!:la por Miramón para que les hiciera compañía. en aquella hora triste y solemne del día, ante el declinar ·Je BU vida. sin más expansión amorosa que la que ·Jp.cticaba a su:; perros y a su amigo el inquieto simio. Miramón en laR primeros días temeroso del viejo y de laR feroces perros, a ignorante del ceremonial y etiqueta de aquellos recibos, se trepaba hasta las últimrrs ramas del mango; devoraba gran cantidad de frutas, aprovechando las pepas para enviar a .gus compañeros de tertulia una nutrida y certera lluvia de proyectiles, tan agre'sivos como injustificables. Grar)Jes y constantes penas pasaba el anciano para poder reducir al revoltoso e ingrato compañero, Pero, pasó el tiempo, y l\Iiramón al fin Y al cabo entró en pleno período de evolución progresiva y aSl'miÔ Ulla actitud definitivamente sociable y -servicial. Como rrueba ~vidente de su conversión al culto de sus s~mejantes se encargó de la repartición de las pi:trafas a los perros, Aquel desp~rtar de los sentimientos de la justicia distritutiva encontró en .gu conciencia simiesca un juez imparcial y celoso; nunca llegaron los perros a quejarse por .,'€sigualdad en la cuantía .de sus raciones, y por el contrario, recibieron muchas veces, de la manera más sumisa ,la6 golpeadas y uñescas reconvencÎorJl2;1 que les dispensara el airado juez cuando trataban de gruñir y pelear. l\Iirnmón en actitud bastante decente y comed;.ia al fin 6e sentaba cerca del anciano a ver comer a los 30 E N L A S TIERRAS DEL o R O perros, y ~iempre en compañia de don Faustino volvía a la casa después de oscurecer. ¡Cuántos atardeceres llenos de luz y de Jrmonlas rurales murieron calladamente entre las fro¡l.<.las agitada5 de aquellas arboledas, bañando de intensa melancolía aquel grupo de íntimos amigos, sill que jas pupilas del anciano devolvieran el reflejo maravilloso de aquello;; .sortilegios <le luz crcpu~H;ular, Sill que en sus oído-s lJespertara una grata rem: n iscencia aquel susurrar de ecl03iones amorO:las de :l!J:.\ naturaleza ardiente y fecunda I Miramón, ya la dijimos, }:,abía envejecido morul' mente y la tisis le consumia. Su porte era reflexivo y lento, reposado en sus gestos y tardo en ~lt8 movimientas. La mayor parte de] día ~e le (;ol1templaba entregado a los más hondo~ pensares. Ya no miraba siquiera a los transeúr.tes. Sólo su ¡'ma ~- "us amigos los perros le merecían cariño y atl~'lcion('s. As: llegó fi ser grato y a apreciar la que vale la amistad síncera, Aquella transformación r:.IJic¡¡\ la hizo tomar la actitt.1J de un gravI! personaje: circunspec::o, ü:~ro. re;,ervado. ¡Ah! Si Mjramón (l1ton~¡~s hubiern {!ueri do honramos tomar.do parte en la po:ítica activa del país hubiera llegado a alcanzar dignamentE' Iln;;. jefatura Única, cuando menos, más IiI dehió pensar mucha3 veces, para retroceder ante ia incursión en aquel campo, en el viejo refrán: dio :0 que eg un mico suelto en un pesebre! Liegó en su caminal' hasta hacerla habitualmente sobre .sus patas, prescindienè,o constanteme¡lte de sus manos! i Qué lejos ;,¡e encontraba para entonces de sa ü Ó TER O •  L D  B B 1  G  salvaje juventud vivida allâ en el bosque primitivo, en esa inmen-sa y misteriosa hoya del Atrato y SUI tributarios, en la compañia de parientes y paisano!, que si lo vieran ahera le tratarían de advenedizo, de algo peor: -:'e tránsfuga I Una noche el anciano después de dejar atados 105 perros al mango se dirigió a la casa; ex::raf.a::'a :¡¡ .aus-er:cia ée :\l;rnr,é:". ¿d:er:a esta n;ás enferrnq que de costumbre. Repentinamente se t.letuvo sobre el sendero que conducía a su habitación. Había oído ruidos inusitadcs en aquellos sitios, por el lado del bosque que s~ extel.-.l"Íl\ hasta el punto donde Miramón pasaba la mayor parte de sus ocios; por la hora, por la intensidad del buLicio, por la soled •.•-] en que 8e hallaba, se £orprendió, se asustó hasta llegar al te' rror. Apresuró su marcha, y pocos segundos antes de entrar en la caS'l pudo distinguir las negras si:uetas de unos hombres que a toda prisa se aproximaban hacia donde él mISmo se encontraba. El anciano no dudó un momento más de lo que se le venía encima; rápida. vigorosamente cerró detrás de si la puerta, y pensó en d€fer.Ùne h.sta el últ;rno extremo. La cerradura era fuerte y el maderamen resisti" ría también; clon Faustino la reforzó, además, COn dos gruesas trancas de guayaeán. Así la resistencia se prolongaría quizá6 hasta el amanecer. hasta que pasaran por allá las gentes; era su única esperanza de salvar la vida, ya que todo socorro era imposible, pues lag más cercanas habitaciones estaban retirada a más de m(.Üia legua de aquel lugar. 82 EN LAB 'I'I1!lRR~.S DEL onó Repetidos y terribles golpes dados, a nO dudar, con machete hicieron crugií: la puerta. Don Faustino pensó esta vez en su alma Y se encomendó a todos los s:.atos; luégo se acordó çae poscía un viejo trabuco naranjirO Y' elementos para ponerlo en a.-:· ción: ~i al menos, mUïmuró esperanzado, me dieran tiempo para c8rgarlo. Bu-scó el arma. Y, a la luz :ls'casa de Una mala bujía, la fig-u l'a temblorosa del tacaño con el histórico trabuco ent.re las manos se .,i1ueteaba sobre el agrietado nn:ro de la salita como una sombra grotesca, jn~pLaL''';o al mismo tiEmpo la más honda compasión. Los golp-es redoblaban ahora simultáneamente so' bre las puertas y ventanas, Indudablemente era toda una cuadrilla de malhechores. Don Faustino perdió tocla esperanza de salvac.Îón: irremediablemente sería asesinado Y robado. Lo último le hizo volver la luz amarillenta de la bujía hr.cía el rincón en donde, t.rag ùe su misera lecho, el antiguo arcón cubierto de hern'mbre guardaba sus tesoros. Al quebrar sobre sus l.ierros las pal:O~eces de la llama, el ancIano se lle,TÓ 8\1 diestra a la ancha correa que le sostenía Jas 11l4ntalones, palpó el manojo d.e llaves que de aqué;I¡; pr.ndía, ae irguió; una sor.risa satánica-única en ~u ya larga vida-aflojó las l~ontracciones que el te1·.•·01' había marcado. en su arrugado rostro. -.\¡ menos el arcón resistiría tanto a más que las puertas, murmuró. y se dirigió hacia el dOl'mitorio. Alli, levantando 33 TI t) 'f È It () S A L DAR RIA G A ctÙ1nd0~.~;m(:ntc un viejo retablo que repre,sentaba a San gm;¡".¡'io, encontró un agujero, maestramente disimuladl) en la pared y en él dejó ocultas las llaves d¡;l :¡rr(.n. VolviÓ dispu€do a morir al lugar que poco aFles había abandonado. Ll.eno de espanto pu' do COI'! eniplar entonces la g,ran brecha abierta en la puer, él y rOl' la cual uno de los bandidos le apun' taba eOI1 Una e·scopeta. Don Faustino encomendó su aIm" a la benevolencia del Creador. Sus (Jjoo se dilataban ante aquella certeza tJe una mn?rt.e atroz, había olvidado todo conato de reó1is' tr'leia; el trabuco ªrrojado a un lado, la puerta que cedía a los golpes del bandido entre tanto que otro le apuntaba con su arma ... Fera un ruido aterra' ('(:1' enmo el de una temp(!stad que se avecina, el la(:r',~o furicso de los penos puestos en libértad, la maltlic:(,n angustiosa del bandido, que dejó caer su escopeta y huyó, todo lienó de r.;orpresa y con,fusión al ¡Efd;;; dOE Félust;no. Poùía oír (,ue la lucha entre los perro·s y los ban(¡kas (;l'a d,,'c·eEC¡;crachl. : Fero quién azuzaba a 109 perros ((on a\]uella voz de trueno, quién poseía esa sobrchL1mana y aterradora presencia que se dejaba sentir en todos y cada uno de los puntolS del combalc?~ Er:\ acs",') Un demonio de f01111a negra y ágil el que se ~novía y pasaba rápidamente ante sus ojos fij,,~ vn el hüc·-'o de la de;;ped¡¡.z;;da pl1E:rta '! i. Habría algo de nltraterreno en aquella lucha, pero sobre to' do qui én hHbrin logrado soltar a los perros, en aquella horr·. y en esas circun:;tanciae? Btmd).los, perros y azuzador fuéronse alejando por L A S TIERRA.S D £l L <> R o el bosque en su mortal encuentro; luégo la calma, el sj]rncio sllc{'dieron a los grito'3 y maldiciones, a los ladridos de los pell'OS y a ln voz de trueno que lo!' comllI:daba. Entonces don Fauf'tino resolvió salir en busca de Si1f: perrc-s; tcmÓ eJ trabuco abnnàonado y cargado, ahora sí, hasta ia bOl.:a, y se alejó orientándose por ~; le,jano eco ·,'e1 combate. La luna alumbraba de lleno el sendero qne tomó. DOll Fallstino tuvo poco qué andar para ver cémo por el camino que seguía, se acercaba uno de los perros, lentar;cnte, y tras él Call andar inseguro. pen06o, .Miramii¡¡ se aproximaha. Se detuvo don Faustino: todo lo comprendió entonces: debía su vida a la inhligente y valerosa 1111ciativa de Mil'amón; él había l.ugado los perros cuando advirtió ci ataque Üe los bandidos; él mismo los hnbía conducido al combate, ljS habia ·1';r;gido y los había animado con aquella vo'~ de trueno, apocalíptiea, diab61ica q¡;e había escuchado y que ahora le re· co'nl!,ba la ,je los manas en IQS bO!'lqucs cuanclo van de n:archa. El misántropo, el avaro, se arrojó sobrc }¡liramÓll para abrazarlo, para acariciarlo; llenáronsele de lágrimas los amortecidos ojos, y, en este minuto de su largl1. vid:>. ",intió pOT primera. vez y con la intensidad ·.:'c siglos, la que ern un sentimiento gcneroso. la que err. el sagrado abundono del atrui!'lmo que hace los héroes y los sant06. Tra.tó de levantar el ",imio entre sus brazos ... Pero Miramón dando un grl1iiido imperceptible se recogió como UIl aro y luégo se ex· 815 6 A L n A R R tAG À tendió largamente; sus oios dila~ado5 a la luz tIe la luna !lena arrojaron un reflejo verde, frío, y luégo se empañaron .... Miramón había sucumbido en el heroico esfuerzo. Don Faustino 10 contempló con dolor sobrehumano, y nocludando que habia muerto se desplomó. inerte, sobré aquel cuerpecillo, y la ca'bellera blanca del anciano fue a cunfundiree con el pelaje blanco y negro de su salvador. EN LAS TIERRAS DEi. m'la La mala suerte le habia atrapado con todo el COTtejo de SliS ca;Hmidades. Ninguna emp!'esa le daba un buen resultado; toda combinación fracasaba. El trabajo duro, la constancia i:lquebrantable, los cOnOc:mientos; nada ... n¡·:·a le valía ya. y, no porque don Anacleto de Andrade-uno de los má3 tesonudos mineros del norte de Antioquiafuera hombre capaz de afligj¡:se, de echarse R morir por nada, no, mil veces no. Que él mis que nadie tenia de la vida un concepto claro y preciso como ¡:,c ~os traen lo·s de su oficio: concepto '.le grandes jngr~'0res, al azar de la ciega, que sue;en tomar la vida misma como una de tantas jugadas, aC2ptándola como caig;:, buena o mala, a como ellos dicen: por senas o por unos. Tampoco quiere decir esto que don Anacleto ua 3 37 .1 ~ j ~. I I , i, II .~ H •• fUel':i tI n ~illcero cat6lico, y, muy praeti('ante, sino que en ~u fondo triunfaba un riente escepticismo adm:rublEmente llevado p,or aquello "de que las hay la. hay, aun cuando no hay que creer en ellas". ,L'2'emás, minero tenía una buena idea de sus cualidades morales; él mismo las clasificaba con fran- ,,1 queza. ¿ Quién por estos lados ignora cuáles son lail basee y principios de la ética personal de los mineros? Pucs, don Anacleto d~ía: -En cuanto a anisados,. rara vez paso de dos almuerceros, el rara comer y el del desayuno; ciertamente es poca dosis; pero eso sf, en el caso de estar con amigos imposible que vaya a hacer el papel de merico, acepto y ofrezco {'omo el que más. En juegos, practico pocos, porque como tál es más entre' ten)Jo la minería que los dados; tampoco afirmo que deje de correrlos, porqUe ello sería olvidar un curso que me costó mucho dinero, muchos digustos y mucho tiempo para aprender las paradas suficientes para poder recorrer con la industria ésa. Las mujeres no me Bon todavía indiferentes aun cuando soy casado ,en s.egundas nnpcias ... Por lo demás. soy hombre de bién y de cuna limpia. Pero había llegado para nueetro hombre un minu to!!upn'mo '.le aguda crisió!: 10'8 últimos trabajos habían consumido todo su dinero; apenas si le quedaba con qué pagar sus deudas. Hombre de honor balanceaba su situación para poder tomar un partido definitivo; no qu~lJaría debiendo ni un centavo a nadie. o o ;;.;; .\ " n ¡.- 'j Ent re aluviollell y vetas haMa desfilado t~lo. hasta la Cai:la de habitación, empeñada y perdida. Largo rato meditó en el partido que debel'l:a to' mar. Sentado sobre un ribazo vecino a la boca del socu'.':m S'- le veía fumando y pensando hondamen- te. En la oscura cañada el silencio no era turbado ni por el aldeo He una ave; la' soledad era completa. Y, asi largo rato sin interrupción alguna y levltntando la vista s610 para contemplar las herramienta.!; que los minel'os, al abandonar las labores, habían alineado contrll la barranca, (oncluyó sus meditacio' nes trazándose un plan de acción. Abhndonó fiU po-sición y marchando erguido, S€l'e110, dirigióse hacia el vecino pueblo. Al siguiente dia, domingo, pagó todo lo que de bia. Sólo le quedaron entonce!l los recursos suficientes para trabajar durante una semana con Uos peo' nes, y parH comprar los bastimentos necesarios pa l'a tan pequeftísima cuadrilla. Completó su plan de acciún última y decisiva eligiendo como punto de labores la mina de La Virgen; la más ingrata, la más codiciada, la de los albures. j Mina de topes fabu10sos y rarÚlimos; cuántas fortunas se había tragado r también cuántas vidas de dcspechados I l'ero <ion Anacleto como minero de sangre quiso ttrarse esa última parada bien cabezona, fueron sus propihs palabras. Lunes, martes, miércoles, il-Leves y viernes hablan pasado para don Anacleto y sus dos peones-los mozo¡¡ más fornidos, audaces y conocedores, entre 108 de aquella región de mineros de pelo en pecho-agarrados, literalmente a la tierra, escarbándola, eseudriñándola, desmenuzándola entre las manos, hasta oliéndola, can el torturador anhelo He encontrar algo, una revelación siquiera. Porque hay que advertir que estos mineros en cuanto trabajan en una aventura de honor son absolutamente solidarios con -su patrón, y los peones de don Anacleto se interesaban tanto como él mismo pues no ignoraban su situación y hacían causa común con quien tan bien los había tratado siempre. Pero ha'sta el anochecer del viernes la tierra les había negado toda recompensa en el trabajo, hasta la ilusión misma parecía muerta ya. El sábado don Anacleto, profundamente pesimista y decepcionado de un todo, había lIaml.lJo muy temprano a 5US peones, les había dado fuéra del habitual èfSfyuno un gran trago de anisado viejo, y les había dicho, profundamente conmovido: -¡Muchachos, ya hemos hecho todo la humanamente posible en la mina, pero la suerte ing1'8.ta nos ha negado el 01'0. Estoy muy agradecido de sus trabajos 'i empeño por lograr un buen l'e.sultado, por mí, pero si de aquí a las dos de la tarde no hayalguna etlperanza dejaremos esto para otro más afortunado que yo, y nos largamos para el pueblo; voy, pues, a arreglar los corotos. En la cara de los mineros se dibujó la tristeza y el desengaño; realmente querían aquel hombre; hu' bieran deseado encontrar mucho oro, por él, tan g610 pOl' él. ·to l'LEItH.A:; u ¡.; L U H ú SIn embargo, los jóvenes trabajadores con las herramientas al hombro se dirigieron con paso firme a la mina, resueltos a intentar el último esÍlHll"l.O para hallé'.l' siquiera pinta ... Don AnacJeto varoniJmentc tranquilo. rI~8ign~Üo, fum8,ba y hacía en su mente el recuento de los buenos días, en que el oro le llegó abundantemente a sus manos, en afortunadas empresas de la misma la' ya. , .. otros tiempos. El humo del cigarro le distraia con sus caprichosas aseensiones cuando un grito agu' do lie "j patrón!" surgió de lo hondo de la mina. Le llamaban. Se levantó tranquilo y serenamente se tlirigió a la mina. Cuando llegó al frente en llue trabajaban los jó' venes mineros estos ,se apartaron y llenos de alegria le mostraron el tope que a::ababan de encontrar. Don Anacleto se aproximÓ más; su ojo certero tie r:J.:·~'~rok [JtTmiti/¡ ap(eciar desde el primer momento la inmensa riqueza que contenía aquel clavo, y emocionado hasta la más hondo tJe su sér se l\rrodillÚ frente al clavo de oro; estiró los brazos en <:n~l:; (Urigió -sus mi:adas hacia 1'Û alto; entre tanto lol:! peonCil se quitaron los sombrreos sobrecogidos de re~pet.o por la piadosa actitud de don Anacleto y e.gpU;\l'on de su boca la hermosa oración que ir.tJuda;JJel1lcnte ita a s urgir de aquellos labios llenos de Egl':iCi:::t'Ím!èi¡to. de eee corazón lleno d~ fe y ùe religiusidad: ; c;:ù;; mío, exclamó cun voz llena y alterada don Anacletu; si este riquí.simo clavo de oro, I1U(: en ',US ine8crtl~abl~s <1~'3ienio"l ync 11M3 enviad'), hn de 'lel'vir ¡;al't'_ Ji<, l:lJl'lleWH;!UL \.:" lui alma ... que ne l~ull1pi¡¡ tn santa voluntad .... I EL GALLO DE LA OONVENCION Cuando mi& amable", lectores ql1Íeran detenerse a cavilar ~obre el título de l'sta veriLFca histürieta-y sepan que me refiero en ella a la célehre C·w. '~':"ión ·Je Ri(J\l(;~ru---es illÚudablc 4.ue se Áurún 1:" idis va' riadas conjeturac:l !lobre cuál de tálltú.'l hom,'l""; iluso treg que 11 uL¡ué;:a conCUl'rit:l'on Jl1ere'~cria d título de gallo t~e la Convención. Quiénes, buscándolo por el laùo de la oratona gran' dilocuente y armoniosa pensaráll, en que lo fue el dOL(¡Jl' .Jú¡,é 1{ar¡u Rujüs Canida, el y,ran líi'Íco tolirnense, cuyo discurso sobre 12. libertad clt; cOf1~¡eilcia y de cultos 110 lüe superacio por ius plJ,Jleri(:)'0" ùe los grandes oradores úel 68 lln Z::\j1uhu. Otro .• creeráu qu.; in lUtfa Camilo .\ut.Jnio ;e,;'.;l:~~ .•.::>,'l': ""cllndo e illc':'.:J;\':f.1 i.'\.dei11Ï1La positor Ln).":':" eieIleiaa y Zaldúa, nl()J;·~ ,-l~-lé.~· Al'l)...;e}il.\.~lJ.iJ ;;•...:.'î.;l1ù ex" Parra. Ancí:~ar. Cuma;;ho P.oldân y ¡.·¡m¡l'L.iJÎcs y prvÚ'l1c.o!> (;IJllOCee;Orcô de las lloHtic8s Y adw .. :...:~tr.a.ti\'a¡, de 'OR ~sl.l:.doll. JJOrl~u.o ~ A L DAR RIA Q A Pero nó, no acertarian: mi gallo fue un gallo au' téntico ,hijo de gallina, de plumaje verde oscuro y rojas plumas en las alas, de aceradas y certeras espuelas, de canto prolongado de clarín guerrero. Un g-a:lo digr:o de figurar al lado del cog gaulois y del (enunciador de las debilidades humanas, el gallo de la Pasión, en las galerías de la historia g''l11ij¡ácca, aun cuando el nuéstro no cantó las cobardías claudic:mtl's de Pedro sino por el contrario, que fue símbolo del milagro y por ende del poder en la fe aJos :,antos, hasta en los asuntos pecaminosos del pepular y sangriento juego de gal;os. y sucedió que ... en aquel Jueves Santo Un sol de fm:go caía '.:e plano sobre la ciudad oblig-ando a sus ,habitantes a recogerse al fresco sedante de sus flombre~ •.;·a8 CaSé.5, en espera de que una nube compasiva mitigara el bochorno del medio día para torJJar a los templos a cumplir con sus deberes religiosos en tan augustas solemnidades. Rec;,bía en el ~alón de su casa don Segundo Martinez Il algunos de sus parientes y relacionados, ve6tidel', '.le riguro¡';ll etiqueta conforme a las tradicionales y castizas costumbres de la época, y hablando con }laUg~d;l voz. Eu la hidalga residencia reinaba un ambiente místico al evocar la-s reminiscencias de las f~gUvidadE:'S religiosas. Entre tanto en el inmenso patio el quietismo de los abanico;; de las iracas, el clamor estridente de las cig:¡¡-raR, y ]06 sortilegios de una luz áurea y sega' dora. &oJormeCÍan aquella naturaleza tropical en el l!opor ne una ~iegta cálida y febril. á4 I •• \ IS TIEkRAS D E J. o K O -La misa y el oficio divino de este gran 'lia flon de la feria Quinta-In Ceana Domine-ron rito do· ble, color morado para el oficio y blanco para la mi- sa. Después de manife-star asi eus conocimientos en Liturgia agregó don Segur.-Jo, tomando las actitudes ùe un orador sagrp.:o: aderrás. grandes misterios relebra hoy nU€"3tra santa madre la iglesia católica, :lpo!'.tó:ïca y romana: la divina humildad y abatimiento de Nuestro Señ·or Jesucristo, con el lavatorio de lOB pie" a sus apóstoles; su amor, incomprensible para sus criaturas. con la illstitución de la Sagrada Eucaristía y del Sac€l'docio del Nuevo Evangelio; la Oración en el Huerto de las Olivas, la Prisión del Salvr.o2or y su inicuo juicio; la negación de Pedro. Todos estos misterios y pasos se cumplieron en este augusto día. Pero el objeto principal de las solemnidades ùe hoyes honrar ron solemnísimo culto y extraordinariamente a Nue3tro Señor .Jesucrif'ito en el Sacramento de su infinito Amor. En la recepción de etiqueta se encontraban don P:iblito Pardo y el doctor Bonis, descendiente de los marqueses de Luna y MOntesclaros, quienes con silenciosa compostura y respe':o habían oído el cuasi t>.ermón de su pariente don Segundo. PEoro detengámonos un momento para contemplar la figura moral y física del tio Pablito. Tío lo llamaban todos como que frisaba en los setenta y pico y no se había casado. Pero sería calumniar]o cruelmente el afirmar que había permanecido soltero por tI'cuapego 1\ las mujeres, nl>; todo ,10 contrario, por /{ 4) Tl': H 4) :i A L il .\ i( Il I A (, J haber amado mucho no Be casó, se monopolizó; hasta en eBO fue libreca-mbista y admitió la Ji,bre competencia en todos los ramos. Bajo de estatura, muy delgaùo 'le complexión, ojos garzos, vivísim06; barba raJa y rubia que llevaba a todo lo largo. Cojeaba debido a un accidente de atrevido jinete; otros afirmaban que a consecuencia de una aventura amorosa, que le estropeó una pierna de por vida. Ceceaba al hablar, y BU chiste fino y agudo, en veces, se troea" ba de una ingenuidad increíble, denunciaba su abo' lengo ln.-lalu?; y su alma meridional de la Península española. En el mentidero 80cial y en todos los enredos y chismes de la vida ciudadana cuando no resultaba autor principal -sí era fácil eneontrarle seriaa complicidades" OH remanso tie sombra protegió la ciudad aleLar gada; la hora del calor declinaba. Aprovechal:'10 es" ta oportunidad las señoras requirieron sus negras mantillas y sus devocionarios; se despidieron de 106 caballeros asistellte-s a la visita y en busca de cumpiir con SU!! JÚ"']osas presencias ante los monumell' t(}3 salieron a la calle. No iban lejoa las damas de la sala cuando el tio Pablitosaltó de su asiento para protestar enérgicamente de aquella sensible ausencia JIev:.'Ja al cabo con tan fútiles motivos, como eso de visitar iglesias y rezar ell ellas ante los monumentos. -¡ No convengo yo, exclamó vehemente, con estas gazmonerfas, con estas beatería-s, con las mojigate" l'ías de N1tas mujeres de hoy día" Largarse con se" I ¡ 1-; I:{ H à IS D r; L () it O mejante resistero de 8o-l, por ellas calles qne calcinan, con cI pretexto dizque de visitar los tales apa' ratos que llaman monumentos de Jueves Santo, siem' pre iguales a todos los años; fanatismos, ignorancias zoqueterlas, atraso, todo a la vez, Yo, por esto, emancip:;do de todas esta paparruchas, nO creo en Dios, ni en Cristo, ni en virgeneE, ni en las chinelas del Papa ..... ! Pero eso si. ... en la único que creo finnemente es en San Antonio de Huriticá! Mirárollse to(.".:1>,un08 a otros, sin apenas conte' :ler lus ~arcajadas, los tertulios de don Segundo, acosiumbrados como estaban a las originalidades del tío Pablito, y el rr~::I joven de ellos, todo un doctor en medicina y ciru~ía, le interpeló curiosisimamente sobi:e aquel caso de fe tan extraordinaria como ex' cluyente. ·-No entiendo bien, tío Pablito, eso de ... -Yo he sosten).1·o siempre con argumentos in"efutables, exclamó el interpelado encarándose con el galeno, que ustedes pierden lastimosamente su tiempo en esas universidades y facultades de hoy Cil dia. Todo se les va en el grado; las dedicatorias. de laa tesis, el marco dorado, el v:'Jl'io para el diploma y los trapitos doctorales inclusive el sombrero de copa al, b. y oiga usted mi caso can atención y silencio. r~fedivamente lo::! tertulias se dispusieron con placer a oír al tío Pablito, y la expectativa reinó en la sala" ~El 4 d~ fûbrcro de 1863, si mi memoria no me as infiel, se instaló en la ciudad de Rionegro la gran Convención liberal que pr£:s.idió el ilustré homb;'e públil'(l dOt'tOT F'r¿lncisco .Tavier Znldúa. conocidísimo ,, H () f ~; I. O ::;ALDAI.~H¡AG.3. en Antioquia por el célebre pleito de Guaca de que fue eminente abogado. Además en esos momentos era aquella noble ciudaù el cu'artel general del invicto ejército del Gran General Tomás Cipriano de Mo¡;qu('ra. Con esos motivos y el estar la ciudad colmada de los mejores y más connobados hombres del país, había grande afluencia de toJa clase de gentes de la RepÚblica. Entre las diversioneg se contaban las riñas de gallos que se jugaban con grandes apuegtas en puras onzas de oro. Como ustedes deben Baherlo yo he sido muy aficionado al noble juego de 103 gallos; nadie conoce mejor que yo la naturaleza y aptitudes de eS/tos animales; podría asegurar que ha5la su psieología nO tiene para mí misterios ningunos. Tenía en esos días mi pariente cercano, don Rafael Martínez Urubul'U, cuyo genio atroz les consta a ust"des también, el mejor gallo del país: un verde requemado que mataba siempre en las entradas y que a pesar de sus muchas campañas no habia salido inu' tilizado nunca. Resolvió mi pariente que la llevara El Rionegro y que lo casara bien casado y lo jugara con tre~cienta s cincuenta onzas de oro, recogidas en 1111 abrir y cerrar de ojos entre los que conocían eJ gallo. Dicho y aceptado. Marché con mi gallo a la ciu(11,'.1 de Córàova y desde el día siguiente a mi llegada lo caHé en riña con un ospulón de la Sabana de Bolívar, traído G.es-de allá como lo mejor que habia en Colombia. E N ¡," R " ¡ 1': R Tl. A l'l La riña fue conc'urridís'ima: se trataba de un de¡;afío en regla. Pueden ustedes suponerse con cuánto orgullo oiría )'0 al 'ruso Gutiérrez y a Santos Acosta apostar duro a mi gallo; recuerdo que el 'fusa le decía a Santos Acosta, que es mOlico, "métele hasta el último fra6co de la botica que tienes en Tunja, que mientras haya agua en la plaza e indios en los alrededores no te faltará dinero", y el General Acosta le rep:icó: "y tú métele ese bastón de magistrado que mientras vi~ \'U el viejo CMosquera) no te faltará acomodo". Los doctores Herrern y González Carazo apostaban <d gallo costeño con el mismo entusiasmo, envalento' nadas por el cojo Santoùomingo Vila, pero éste muy diplorr.áticnmente se abrió apenas vio los primeros l'evue:og de mi gano; al fin cubano sabía mucho do esto. ,Poco, muy poco, ùuró la pelea, pues, en un minuto y de un revuelo qUl' ..Ó muerto el gallo costeño y el mío sano y ,salvo la recogí vencedor del circo. El triunfo fue tan ruidoso que en la misma gallera me ofrecieron doscientos patacones por él, o en cambio nna soberbia mula sabanera, de Bogotá, admirablemente npel''lÙa. Le comuniqué todo a don Rafael y le pedí sus órùenes. Me conte6tó bravisimo ante la idea de la venta o del cambio; que esas propueshs no se hacían; que por ninguna plata del mundo venrlería su ~allo; que no lo cambiaría por todas la5 mulr>.s .de la Sabana; un gallo que habia tenido la honra de peleai" ante los convencionales de Rionegro y. de espadas como Santos Gutiérrez, Santos Acosta, F H Il ¡:. T, .\ Il A R H I An" Foción Soto, Santod<l!ffilngo Vila y tán~o8 otros, y triunfar como había triunfado, nunca jamás saldria de él; ademáa había pensado en cogerle unos po· Ilos. En iluma. don RafaeJito estaba casado con e~ gallo. Regrl'sé a esta ciudad cOn el vencedor; hasta el Pasorreal salió la gente? encontrarme; la ovación de que fuimos objeto el gallo y yo revistió caracteres gran::lioses ... pero eso si, no hubo discurs-os. Ahora, continúo la historia del milagro; saben ustedes que desde el tiempo del Vírreinato viene celebrándoae en Buriticá con grande entusiasmo y pompa la fiesta de los Reyes Magos. Acuden a estas fes' tividades muchas gentes ·Je Antioquia, Sopetrán, San Jerónimo :' aun de Medellín y Rionegro. Las que .!le anunciaron para el año de 64 serían espléndidas por· que habia mucho dinero debido a que -habían cesado Jas calsmidlldes de la gran guerra del año 60. Entonces coneebí la iàea Üe llevarme el gallo de don Rafaelito para jugarlo allá; pero cOmo no podia salirle francamente con esta embajada, dado que el papel del gallo de la Convención al jugarIo entre los indios de Buriticá hubiera sido altamente depresivo para su fama, apelé al industrioso engaño de pedírselo prestado para cogerle, en compañia, unos pollos en mi finca oJe La Cucbara. Con grandísimas dificultades, empefialldo mil veces mi palabra de honor, con millares de condiciones y advertencias logré al fin que me prestnra el gallo de la Convención. En una jaula tapada COllgénero blanco, con un conductor de mi absoluta confianza, lo mandé ¡:.lra Bu' ...." ; .~. ¡, -'o n '" R () 1'lticâ, a In media noche por el camino dP6viadero do Pantoja y TesorU'o. Al siglli{!llte dia seguí yo mis" mo para Buriticá, pero ostensiblemente y por el ca mino real de Cativo, para despistar a dOll Rafael. Iba acompañado por estupenda turba Üe tahúres, 1'0" leLcro!>, manerC1S, bandolistlls y en suma toda clase dE f¡.esteros ambulantes. En la población de doña María d{'l Centeno el gl'llll nficiona(lo a lr¡g gallos finu~ era ño Leonardo Pereira, a quien no le faltaban :1Unca dos a tres e.spo' lones en cuerda. ~o Leonardo era como decia mi hermanll de una notabilidad na<:Íonal "un buen \'ecino": (:asado y !lin hijos, sólo poseía en este mundo una (:.~sita con techo de paja y med ial{ua de tejas si[¡¡acL.; en la plaza del pueblo. Apel1ilH llegué concerté con ~l una riña entre el gallo (pie yo halJía llevado-n;~die sallia cuál era-~' el mejor de propiedad de ño Leonardo: era plata roba' da! ,-Para completar los ci~nto cincuenta pesos en que fijamos la apuC\'>ta, pago consignado, tuvo el pobre ir.'.Ho que hipotecarle la casita a don Bartolom~ VelilIa, ton iutpreses bárbaros Llevósc a cabo la riña en el patio de la casft. de ñu Le<>nardo, en presencia de Una enorme concurrencia rl~ apo.stadores que presendaban III pelea scnta' dC1Sen largas tarima,s toscamente construídnl'\. Como de costumbre, mi gaIlo en lAS entradas, hirió mortalmente a 6U contendor. Viendo perJido su animal y su dinero y casa, ño L(,Ol1I\!'do. !ll>' Ilrrolill6 en medio de la gallera y ele", oJl vanda los brazos al cielot exclamó del modo más doloroso: -j Padre mili San Antonio de Buriticá. cómo me vas a dejar en la calle .si este gallo pierde la pelea, haceme este gran milagro, salvame mi casita siquie- ra! A la cual re-spondí irreverentemente: -No sea tan ca ... mi viejo; con este gallo no hay San Antonio que valga! i Y a la plata! No había acabado de decir esto cuando lOB gallos, en el ardor de la pelea, se 'habían metido debajo de una ''';'e las tarimas en que Be sentaban los asistentes y el mío, en una gran batida, la definitiva, ,se quebró el Espinazo contra el borde afilado de una de aquélIas. N a pude volver a pararlo y por ver de 8alvar~e tu ve que retirarlo perdiendo la apuesta. Ahora díganme ustedes si de.spués de esta jugada del S:ènto de Buritic.á creeré, a nó, en éll El tíG Pablito como torturado por un amarguísimo recuerdo calló, y aprovechando este paréntesis agregÓ el doctor Bonis: --A grande honor tócame narrar el epílogo de esta sin igual aventura del tío Pablito, ya que él sería incapaz de hacerla con toda fideU,l'ad y veracidad. Dado el terrible carácter de don Rafael Martínez Vruburu toda la sociedad de la ciudad de AnÍioquia, conocedora del trágico e inglorioso final del gallo '.¡'e la Convención, temió un desenlace trágico, y nadie la temió en la medida de mi mismo tío, quien por mucho tiempo le hurtó de la lindo el cuerpo Il un encuentro, mano a mano, con don Rafaelito. 52 o n (} Pero como aque'lo no podía ser eterno, y mucho mellOS en una ciudad pequeña como es ésta, un día j'dal, y de manel'a jmpens'.·.:'a, sin poùerlo remediar, t~opezó mi tío Pa.blito con don Rafael en persona, a la vuelta de una esquina, Midió don Rafaelito a ElU com'sionado en Rionegro de pies a cabeza, c<)mo caleu' lándolo con in.s:llente insistencia; el bastón le bailaha en las manos y no apartaba los ojos fieros de la c:¡n'. cie mi tío; de éste no sé decir yo si se encomendaría a San Antonio de Buriticá, único santo en que cree; la que sí puedo asegurar, bajo pa:abra de honor, cos que se preparaba para Iurgar una -.le esas improvisaciones explicatoril.ls en que es tan fecundo y tan ducho, cuando don Rafael largóle en plena cara ln más descomunal y sonora de las carcajadas. El tío ¡¡pro','cchó muy sabia, muy ágilmente aquella explosién hilariante para escurrir,-;e de la lindo, siD agregar, j oste! ni maste I ,LOS ZORkOS L:w h~,mosa.g mulas marchan al trote corto e igual; van enjaezada!'. de aperos hecho8 de rejo ámbar y dócil; en veces .se aproximan tánto, con sus jinetes que los dorados c£tribós lanzan al chocar entre s'i un ruido metálico como ole campanas averiadas. , Son los viejos zorros de la feria, }.os ases de la plaza; en la compra, venta, y cambio de ganados. Bajo los blancos sombreros de amplias y flexibles alas centellean los cigarros cuyo humo se enmaraña entre las crespas y canosa~ barbas, dejando una bri' Jla!l~e huella amarilla que tiñe el hirsuto bigote; la ruana de hilo blanca y freeca, de amplias fajas azu' les {j rojas se recoge sobre :08 hombros; los zamal'rOil anchos de lona encauchada dan paso a las enol" mes espuelas que tintinean rítmicamente; así el grupo tie los" zorros que se alejan hacia un horizonte ma' $ A L DAR R I A G A lado por el polvo sugiere la caravana tJe mercaderee árabes abandonando su viejo aduar y luciendo su.s jaiques de lujo en viaje hacia el zoco lejano. Bajo un briI:ante sol mañaneru los traficantd y sus rebaños van de prisa: la amplia carretera muestra una perspectiva de abigarrada y movida emigración. Gri Los de arrieros; lo.s animales berrean; reEles rebelde.s, carreras de caballos, son los mil ruidos qV(: animan el camino de la feria. Sélo dos '.:e nuestros jinetes van despacio: don To' más y ¡jon Evaristo, Y icosa bien rara! no van hablando de negocios. -j Esa ... sí la mata; apuesto cien onzas! -Por mi parte tengo la conciencia tranquila. Ile hice mil reflexiones, más aún; me atrevi a contÁrle la historia aquel:a de los viejos de Santa Rosa, y ¿el ccue.;o (¡l:e le dio el compadre al otro, cuando tuvo el m:·smo antojo que nuestro lamentado amigo, éste que se nos casó. -¿ y qué te argumentó, hombre? -·Nad:l, absolutamente nada. Lo último que me diJO-Y por cierto que me dolió mucha-fue que .en nosotros como que había algo de env' .ia, a pesar del bien ajeno, y que para eso no había más remedio que ur.o: LUSCH quiÉn nos quisiera, como él 'había en. contra do. que la últ:mo, el que nOS quis:eran, era b mas difícil, como él había log~{.'~:olo en su muchacha de diez Y ocho añc6, linda, buena, y hasta rica. -Sí ... con les setenta y dos cumplidos le va a durar harto el gustk.o .... ! -y hasta más, como último argumento le a~re- E'N' I.AS D E J, o R O gué CJue eso era un suicidio. -Pero ahí sí no te argumentaría, imposible. -¿Qué no? ja .. ja .. Sabes la ,que me argumentó? pues, que podría serIo, r.ero al arma blanca. Rieron les dos zorros a manàíbula batiente' y la e-XpI€;;;Ún de S~13 oj.llos pe.l";ióse entre las arrugas de sus caras. -Argumento de clavo pasado ... "--Tal vez ... de cIa va t lojo, Tomás. -Hoy hace tan sólo quince días que se casó y vendrá con la señora a conocer la feria. '-¿ Pero viene? -¿ Qué te parece? .. en coche. -ya? ... 'Detuviéronse en una de las paradas obligatorias, camino de la feria, en la venta del Oasis. Don Evaristo ordenó éSe sirvieran dos copas de anisado. El ventero atento a la ped .•~o extrañó sobremanera el que 108 dos zOrros vinieran esta vez sin el inseparable compafiero de treinta años en e'sas andanzas de negocios y les interrogó: :-.¡. Y, don Jacobo, señores, la han dejado enfermo? -No, peor ... '-i,Se murió, pues? -No, mucho peor ... -Entonces qué es la que le ha pasado? respondió !ntrig¡¡ùís;rno el ventero. -Homb¡'e, pues, que se volvió a casar. -Par tercera vez I -y .... última ..... R n T Ji; H o N  L D A & • i  G  -¿ Quién sabe? agregó el ventero, euando se llega a tres se pierde hasta la vergüenza, -Muy bienselltenciado, !entencia de garitero, exclamaron los ZOrros a una y apuraron las copas de !l.gualtJjente, Al llegar a Itagui y en una de las primeras C&il&S del poblado echaron pie a tierra y entregando las mu13s a nn mozo exclamó don Tomás: -DUe a don Angelito que cuando vengan a almor· zar <lon Jacobo y la señora nos mande a llamar a la plaza. ILuégo alejáronse los dos viejos zorros en dirección al lugar en que se celebraban las ferias, espantando con 8US fuertes zurriagos, al paso por las es· ,trechas calles de la población, los animales que en gran número las obstruian. Buen rato 'hacía que entregados a sus ocupaciones y cálculos, don Tomás y don Evaristo, habían olvi\l'ado el encargo hecho al hotelero por conducto del mozo que les recibió las mulas, cuando éste Ele les apareció y les dijo: -Que a don Angel que ya llegaron allá don Jaco· ha y la niña. Las carcajadas de 10Elzorros cuando oyeron lo de "la niña" dejaron al pobre muchacho de una pieza. ¡, Qué barbaridad habría dicho'[ Creerian que no era cierto el recado? Con la boca abierta y en actitud de esperar ha.ta un zurriagazo '.le 108 avispados viejos, se encontraba, cuando don Tomás alargándole el valor de la propina por el recado le contestó: J. .j Ii u l'; l, Il H O -Dile a don Angelito'lue vamoo, y dlItlt) hombre ;,es muy bonita la niña'! -Linda, señor. Un res::atante que los vIo entrar nos dijo que parecía la :lÏeta de don Jacobo. -:'{ó, respondió muy se ~iamente don Evarsito, es tan sólo la biznieta. El almuerzo en ia antig\:a feria de lta~üi era realmente el momento preciso en que se cerraban b..mgyo}' parte de las transaccionEs de la mañana. Fácil es '.larse cuenta cómo selían de animados aquellos comedores en esa hora y cor.. esa concurrenda; las mesas eran ocupadas por varias docenas de comensales. Por i.l11'~ deferencia per:;onal hacia lag amigos y Vl€JOS negociantes, Üon J,.cobo, don TCJnáe y don Evaristo, el hoteler..o les ha bía puesto mesa aparte y en elJa lucía don Jacobo ;IU joven esp063. -j Qu'é yucas tan duras I exclamó don Tomás, traiga usted otra sopa. -j Qué pernil de gallo t ln áspero! apostaría que fue de los muertos ayer el la gallera, y el primero que disgustó en la familia. Traiga usted otro plato .:;on pollo, tJel legítimo. -Pero hombres de Dios, observó don Jacobo, no hay diablOfl que les den gust o a ustedes hoy. --Cosas de viejos, Jacobe ... cuando hemos llegado a esta edad, hasta el aglla deberían dárnosla ml}Uda .... Tasió fuertemente don Jacobo y volvióse COll angU6tiosa mirada hacia don Tomás; era una súplica que caHara, era un amistosa reprensión .. B01'¡;;RO S A L DAR R I A G A lEI almuerzo continuó ert absoluto si!encio por parte '_~e16,samigos. Entre tanto don Tomás y don Evaristo no podían apartar sus curiosas y escrutadoras miradas de la mujer de don Jacobo. Realmente, era una de esas muchachas montañesas de pura raza blanca. Abundante y ondulado cabel;o castaño, brillante; cejas pobladísimas y crespas, ojos grandes rasgados, piel suave, s.onrosada, ,llena de 'graLt';"elf. lunares, y sobre todo, esa frescura única de los diez y ocho años. Concluído el almuerzo don Jacobo se puso de pies y su señora le siguió; despidiéronse muy cariñosamente de sus compañeros de mesa y salieron. Los zorros, de pii!s, míraban alejarse aquel primor de hembra y su anciano esposo. En sus rostros se reflejaban !as más encontradas emociones: env!..iia, deseos impotentes, burlas, todo parecía afluir en torpe expresión a sus labios marchitos y eecos. -¿ Qué opinas, Tomás, murmuró al oído de éste don Evaristo, inclinándose como si se fuera a caer. -j Qué .... ni pa vergüenz3s, hombre! Exclamó el viejo zorro, mientras ambos devoraban con las min.':as la airosa figura de la muchach~ que, 'sostenida por el brazo de don Jacobo, se perdía entre la abigarrada muchedumbre de la calle. LAS BRUJAS Don AL".rés Alcázar de Burgos arrecostado a la vieja colt:mna d<: mampostería que omaba la portada intericr del inmenso patio de su casa solariega, situada en el aristocrático bario de Santa l~árbara, en la ciudad de Anticquia, parecia profundamente preocujlado y meditabundo. El mayorazgo de la ilustr~ y decadente familia de Akázares había envejecido en una oc:osidad inocente en la apacible ciudad de Jorge Robledo. De una psicología pr'mítiva y crédula, don Andrés, rico e ingenuo, se había hecho de una reputación comentada en todos los centros sociales, por el númEro de novias que h~bía dejado para vestir santos. Tunto como sus cacareados blasones de nobleza quería y foMentaba esa- fama de Tenorío romántico, cH ~AL))ARitIAnA Ilusiollador de doncellas y eternamente huIdo de 105 comprom.isos- que contrajera. Vr!-ltido de pulcrisimo lino, en esa actitud de re~ogimÜ'nto, taciturno, fatigado, hubiera d~'Jo lin ex(~ejcnte motivo artístico para una viñeta como cabeza de un capítulo de novela caballeresca y blasona- da. En la soledad absoluta del patio y en aqueJla ho' l'a estival, Alcázar levantó su mano derecha y c"rr~ll' dola con energía monologó así: -~E!-\ raro, rarísimo, desconcertante, la que pasa aquí. Va para dos meses que en este caserón no se puede vivir tranquilo, La paz, la calma que eran habituales en esta mansión han desaparecido del tC'lo. iLas noches, qué noches, Dios santo! Misterios, fantasmas, terrores! ¿ Qué alma en penas, acaso el anima sola, han buscado en este mundo, aquí abajo, mi vieja casa como lugar de expiaciones, de aparici.ones terríficas? Yo pienso a veces que quizás sean anuncios, insinuaciones de los difuntos Alvarez del Pino que penan por el inmenso tesoro que dejaron oculto; yo conozco el pergamino en que asentaron el reCÍ'bo de sus quintos reales pagados por derechos de las minas que poseían y del oro que extrajeron; montaba ese cat.tJal a 300,000 ducados, y todo desapareció CO)l la muerte de ellos. 0, tal vez sea el alma en penas del desgraciado tesorero real don Antonio del Valle la inocente víctima sacrificada por el Comandante' insurgente Córdova, y quien fiel al rey dejó enterrados SUB tesoros que no pudo obtener el cruel jefe ~aeciœo; o alguno de tántos ricachones que con- l' I F; It It .:>.. ~ Il t; I. o it o fin ron al eeereto de la tierra 8US rIquezas.,. Pero nó, me confundo, yo nO he e,ido ningún ruido meti' lico de los que en estos caso~ se 8ienten. ninguna lu' cecita se ha dejado ver por los rincones de la caea. &rá, acaso, un duende? .. T~poco parece; éstos flOll pal' )0 n:gular burlones :\' ligeros, amigo3 de esconder' ciertas prendas del vestido, de trnnsportar ciertos objetos trocándoles su colocación habitual, y dr: 0(:':\<; tl':t¡)isoL'.:"·':; de mener cuantía. Lo que aqui p~:sa es már, serio, A mi nO me queda sino una hipótesis: se trata de un caso típico, concreto, de la acción de las brujas por odio al dueño de la casa, Terminando don Andrés su monólogo volvió la mirada llena de desconfianza y de terror hacia el interior de la casa, del lado de los dormitorios, y 6inti6 que Ull c6calofrio ganaba su cuerpo, El inmcnso patio estaba C'Jbierto por baldosa8 de barro cocido, cntre cuyas grietas salían las matas de berengena adornadas por los sazonados frutos de un amarillo brillante. En el centro crecía un hicaco constelado de lOf! dulcísimos y rojos botonee de la Habana; los azulejos cantaban alegremente entre sus ramas. La hora meridiana bañaba en oro aquella decoración de exuberante colorido y quemaba con el bochorno que las paredes enlucidas 'le cal devolvían come, alientos de hornadae. Al frente, las puertas entornadas de las alcobas daban al alto y largo claustro cierto aspecto de solemne soledad, de recogimiento conventual. La antiquísima puerta que alguna vez Ù'ebi6 camunicar la I1UTEJtO 8 A L DAR K 1 A G A casa con la vecina y situada en el extremo del corredor, muchas veces b:anqueda, inclusive la enorme falleba de hierro, lanz.aba un quejido agudo cada vez que el viento la empujaba: era el único rui..!o que en ese momcnto se oía en aquel lugar. Don Andrés estudia,ba cuidadosamente todos los aspectos y pormenores de su morada; detenías e en 106 rincon-es, en los salier.tes de los muros; trataba de sorprender en las sillllosas grietas de las paredee el dibujo denunciador de algún oculto nicho; quería, a fuerza de mirar, sorprender el secreto que las balr108as pudieran ocultar bajo tierra. Hacia el alto techo volvió sus ojos escrutadores: las enormes vigas, lae nlfmtJas, las soleras, los tendidos de guaduas todos lucientes bajo innumerables capas de cal blanca le ·":'evolvían impasib'les el aspecto familiar l1intos arlé,s contcmpla(~o per él mi~mo. Al fin se decidió a abandonar aquella meditación torturante y v, pasos cautelosos, muy despacio, se dirigió al intcr:or de la casa. j Qué extr;}ñ'3. oquedad, le pareció, aquella con que el ruido de sc¡,s pisadas era ·1evuelto pal' el enladriJlado, come-si otra persona marchara detrás de él! Se detuvo. ¿ Apresuraría el paso; se devolvería, se estaría allí como clavado al suelo, qué hacer? A pesar del calor estival del medio día sintió frío; un frio que le hizo sudar, frío de angustia, de terror. Llamar en esa situación y momento a la vieja sirvienta que le atendía hacía tintos años era un actó ''';e inexplicable cobardía, inexcusable en un hijodalgo dé Su 'raza y de sus años; Avanzar hasta alcanzar 64 su scmbr€2"o y "dyer asalit' a la calle era una ha' zaña de que francamente no se sentía capaz . . Al fin le dan valer 11l·S voces de los transeúntes del tiar:~:o que se levantan m;¡s ¡d'f. èe la pt:erta y a :0' do correr precip;ta8e he.sta tomar de una percha el blanco sombrero de jipijapa. póneselo y rápidamente gana la sajda a la calle. Fue su m.:nuto de heroismo, (:1 mismo la comprendió así. ,Cerró tras de si el viejo portón y se detuvo a con' temp~ar la '.Iesierta calle; de nuevo voivió a sus meditaciones. Fijó Sl'S m:rad~s con insisLenc'a en la6 'Ventanas de la casa contigua y viéndolas ce:radas murmuró: -¿ Qué tal si Anita supiera mis desventuras y terrores! Ni para las burlas, ni para los ::ome:ilar:os aglld08. porque esta muchacha sí es el m'smo d:abIo, Y, sin embargo y a pesar de su salen y ta:ento, ya nay apuestas entre mis amig03 a que también la voy a dejar metida, cerna a las otras. Sonrjóse muy satisfecho al presentir esta su fdul';'. y centésima hazaña con las pobres chicas que prctclI(;ía, En todo caso ag:egó pa;·a sus adentros, y volviendo al palpitante tema de los espantos. no pa' .~aré otra noche como la última, A fuerza ':c sufrir y cie meditar he planteado el problema en .sus términOR precisos; aquí hay un doble asunto por resolver: ei I)j':me!'o <:8 teológico, que consu:taré con el pp.dre Lat·a; y el otro es indudablemente de mundo, éste lo confinré al maestro Vicente Peña, autoridad en la materia. V Dime primero al cura y Iuégo iré a la sas- trería del maestro Peña, . 65 I: •• 'J ¢-o R o Tomó luégo, efectivamente, la calle de la Amargu' ra abajo, en dirección al seminario, con paso mesurado, cadencioso, muy cimbrado el cuerpo eomo de hidalgo campanudo. El toque que llamaba a los canónigos al rezo de la hora cayó desde lo alto del campanario como voces de sofocación en el calor de la tarde_ Don Andrés se dirigió a la igle6ia, y muy tjevotamcnt~ asiéltió a la ceremonia, hasta que concluida ésta avanzósc a la sacristía en busca del pr..oJre Lara. Se le informó que podría esperarlo a la puerta del seminario, que no tardaría en salir. lIada la dirección indicada se encaminó el caballe 1'0 ~' pronto se le unió el padre Lara; después de los saludos de etiqueta ambos se encaminaron a la casa del sacerdote en donde entraron en amigable con.'.crsaci,sn. Cd,mo se había llegado la hora del chocolate, el sacerdote invitó a su visitante a que le acompañara n tomar una taza del delicioso teobroma servido en esos tiempos con lujo de detalles y condimentos. S~borealJall el espumoso ~. perfumado líquido que muy caliente despedía sus blancos vapores desde el fondo de las atgentinaa jícaras, llevando a SIlS boca8 los tostr..tJos bizcochos y bizcochuelos, las almojábanas y barquillos delicados, entre tanto que ya en III intimidad el caballero exponía, con ribetes de te' rror y muy concienzudamente, su caso. Oíale con su mo interés el padre Lara tratando de disimular la sonrisa -burlona que pugnaba por estallar en 8US labios y llevábase la espumosa jicaJ'8 a la boca. conti o o 66 nuamente. como para escudar~e tras los ligeros vapares qUf' coronaban la hirviente bebida. -j QuÉ' caliente está! dijo el sacerdote, enjugá.nclose los njos con un fino pañuelo >Je holanda y atdb,¡rendo jas lágrimas que la risa contenida y disi mulai.ia le arrancaba, a la du lee bebida. --·PUQR, padre, en la que voy refiriéndole puedo ase gl1rar. por mi palabra de honor, que no exagero en Jo minima; más bien he callado algunos detalles. -Digame oJon Andrés, ¿tiene usted RU conciencia Jibre ~le polvo y paja? ---¿ Quién mejor que usted que es mi confesor pudrá ;;~berlo '! ··..:..Pero mi penitente ha sido tan travieso ... qui' ws otra dama burlada ... tal vez ... '/ ¿Conoce usted El eonvidadQ de piedra, del padre Téllez'/ Al fin y nI cllbo eso de no cumplirle a las rlamas. de ilusionarla" lie .. _ tiene sus percances ... El Üiablo tira ... --j Qui:t padre! Precisarnerte lo que más me confunde es qtle in Única noehe que me atrevi n ,meelio H3/1mal'nL' vi ?lgfJ eom0 una ,,,ombra blanca, esbelta, y el ambiente no quedó oliendo a azufre ... al con- trario. " . El padre .sorprendido disimuló su contrariedad con ligera tos. No creyó que don Andrés .'le atrevería Il. ¡¡frontal' los espíritus en penas, y el hombre prindpiaba a parece'rle menol' tímido ·Je la ql1~ se !'lU pOllía; y para da!' fin a la eonsulta de su hijo espiritual, exclamó: --'En tuJo caso, mi amigo, me adhiero a su parecer: ~e 1ruta de una verdadera Lidada de brujas que han utla R o 'l' r~ Tt () l'I A L t> .\ R R JAG A resuelto atormentarlo a usted por alguna falta de su parto: SllS é:moríos y falta de cumplimiento con las mujerc's; además, creo acertadísimo el paso que me ha d:~ ho ,a a ",ar de consultar cOn el mae6tro Vip.!lnte sO:Jl'e lo que le pasa y la trae tan atormentado, ese es un l¡ombre de mucho mundo y de muy s,a!1(¡~ cOllsejos. -Pero, padre ... ¿Sí hay brujas '! ,-De que las hay, las hay; pero no hay que creer eu ellas. Farecióle a '~on Andrés aun cuando muy ti:\ológico, pl'ofu ndamente contradictorio aquel concepto del 4>acec:dote. Sin embargo, despué6 de la conferencia, se encontraba más eonfundi(~o y temerosoqu.e nunca. Despid:óse filia;mente dd p:,':re Lara y remascando el lUcho de éste de que "las hay, las hay, pero no hay que crecr en eras", dirigióse al popular barr;o de Bugn ell busca del taller del maestro Peña. El viajero que por los años del 40 visitara la ciud:~d de Antioqeia y hubiera mene6ter del maestro Peña, no tendría otra molestia qué tomarse que pre" g:.mtar a cualesqui,era personas, chico o grande, joven o viejo, muk!' u hombre, por el taller del popular sastre, para -ser h~mediatamente encaminado hacia aqeél. El m:>..estro Vicente Peña era oriundo de la ciudad de Cartagena de Indias, hombre de unos cuarenta años, de fisonomía agradable y reposada, cortés y bonch ..• :080; tenía la caracteristica inconfundible de los hijos '..:e la Heroica, afable y Gerv~ciaj en grado su' mo.Era músico PQf nota y tocaba el violin. Gran~e 68 LAS 'l'JJllRR.A:5 DEL o H. O amigo de las reminiscencias históricas y de las viejas tradiciones, era narrador apasionado y saleroso, ilustrativo con sus viajes por Jamaica, :Maracaibo, Caracas y Panamá. El mundo recorrido y SUG extensas amistades le duban sus Úbetes de psicólogo. Su ta[el' era el punto obligado de la Antioquia galante y bullanguera; allí se confeccionaban los arcaicos trajes püra el Caracol de Jueves Santo, las vistosas gualÔrapas para Ia.s carreraa de San Juan y las rui,'.20S3S carracas; y se ensayaban las danzas de disfraces-sobre todo la Fuga-para las tradicionales fiestas de Diablitos, en diciembre. Pero también se trabajaba por lo serio y cn asuntos sociales; muchas des' avenencias y C[,SOS de ruptura en los hcgares fueron satisfactoriamente arreglados por el maestro Vicen- te. ,Cuandl) don Andrés llegó a las puertas del taller el maestro salió comedidamente a Baludado. En sus ojillos escrutadores y en su boca risueña vagaba una expresión 'je curiosidad burlona: -Por Dios! maestro Vicente, exclamó el caballero al estrechar:e la mano, vengo confundido, triste, ano' nadad~ qué sé yo~ DOll Andrés enlró en la pieza seguido del sastre y una vez allí, dejóse caer sobre una alta y rómoda silla de brazos ... estaba que inspiraba lástima. -Pero qué es la que le pasa a usted, don Andrés? Porque ciertamente ... está usted muy pálido, acabado, envcjec)Jo ... usted parece como muy enfermo .. muy malo. El maestro hablaba con acento convencido, despaIi 69 :;AL/.I:\HH cio, y tan int€nciom ..IJ·amente fingía alarmarse que don Andrés aCHbópor sentirse rea:mente muy malo .. -VoJy a confimlc a usted ... sólo a usted .... balbuceaba con trCmula voz ..... lo que acabo de contarle a mi propio confesor, el padre Lara; todo lo que me pasa, lo ()ii(, me tiëne triste, enfermo, desolado, y que e<; u n caso g-m vísimo. Sus consejos tan sól·o podrán uyudanne en c;,ie fatal caso, trance apu'radísimo: mi casa que usted suele honrar con ¡¡US gratas visitas y que desde ell \:idade mig p¡!Jres, y aun de mis abuelos, era un lugar de paz, un cristiano remanso, un rincón de olv)':o para las exigencias y vanidades del mundo, va para dos mese.s que se ha trocado en un verdadero infierno. -j Hum! murmurÓ el sastrc fingiendo una mueca '..;e terror. --lh de f\[l.ber usted que desde las doce de la noche, en adC;!111lc, se oyen los ruidos más aterradores y extra';,;;; nario,,;; empt:jan todas las puerta<l simultÚneamenLe; un vielltecilJ.o frío y penetrante se apodera de Úno y le obliga a arrebujarse entre las \mantas, tapándose In cabeza, pues si así no lo hace tiene que ver unas luces azulosas, errátiles, que hielun el alma; quejas ahogadas, respiraciones anhelantes, ruidos il!.. :escriptib:es se oyen a lo largo de los corredores y en el patio ... -Pero ¿no ha sido usted hombre para saEr un SCgLllIllo siquiera y poder mirar lo que pasa en el exterior? -Solamente muy a principios de todas esta8 cosas la intenté, y por la puerta abierta de mi dormitorio 70 TIF,URAS DEL n R o fui ga los les me r.apaz de ver, por un segnndo tan sólo-una larsombra blanca, esbelta que volaba sin detenerse; pliegues de la túnica que llevaba eran tan sutique parecían hechos de luces b!ancas; un perfu:ndcíinible qUL'';:Óflotando en el aire ... -j La muerte I exclamó horrorizado el maestro Peña. No es el priuner caso de que tenga conocimiento de la aparición de la muerte en ese traje y con esas mañas: sepa usted que esa aparición vagó muchas noche., por entre los grandes árboles de Sall Pedro Alej:mdrino, en Santa Marta, pocos díae antes de morir eI Libertador ... Don André;, -saltó !je su silla. Realmente aquella hip&tesis de la muerte no había entrado en sus cavilacicnes. ¿Sería, por mala ~uerte, acaso el próximo viajero hacia la temida eternidad él, don Andrés Alcázar dE' Burgos, el mayorazgo aristócrata y rico y feliz? -:for Dios, maestro, ni de chanza diga usted eso I -Don Andrés: hay io que llamamos coraz·onadas, que SOn ciertas misteriosas advertencias que rara vez engañan. De eHo tengo una larga y comprobada experienda, aun en los campos 'le la hi·storia. Su concien-cia debe decirle algo a usted quizás esa su vida de soltero ... sin obligaciones sin Una misión santa por cumplir .... entregado a ciertas conquistae fáciles ... -Pero maestro, no siga; el padre Lara como yo creíamos que eso era asunto de las brujas .... -Yo no la creo; si fuera asunto de las brujas, us71 BOT F, R o R A L DAR R JAG A ted ·sabe que eg muy fácil desterrarIas: bastaría COD regarles bastante m08t~za en polvo ... Demu'dóse don Andrés quien ya había aplicado el remedio sin result~tJo alguno, y que esperaba otra solución al asunto de las brujas, y sobre todo el estar de acuerdo sobre ese punto con el maestro Andrés. -Sin embargo, insistió, el padre Lara cree conmigo ,que tan sólo se trate de esos mi'steriosos seres, de una burla continua de su parte, y que al fin abandonarán sus manifestaciones tan ruidosas como torturadoras. -Yo no 10 creo así, respondió con tono firme y sentencioso, el maestro .. -Pues ... en todo caSO,tJeme usted un consejo que yo me comprometo a cumplirlo, bajo palabra de caballero. El maestro hizo un supremo esfuerzo para lograr ocultar la enorme satisfarción que aquella resolución de don Andrés le proporcionaba, y tomando una actitud de reposada meditación y silencio, de honda reflexión, exclamó después de alguna pausa: -En primer lugar, es del todo necesario y urgente, muy urgente, que ustE.tj duerma acompañado ... -Pero, interrumpió ingenuamente don Andrés; eso de buscar compañero para dormir un hombre como yo es desdoroso sobremanera. -Nó; no me he hecho entender de usted-el maestro hilvanaba finamente las palabras de la contestación·-no se trata de esa clase de compañía ... el 72 L  S l'IElLRAS DEL o n o de otra ... más intima ... más amable ... más leal. ¿Cómo le dijera yo a usted? -j Ah! exclamó don Ar.'irés anin:\Índose y relamiéndose los labios, pues, de esas ... -Por partes, amigo mío, interrumpió el maestro; tampoco es de esas ... ocasionales ... efímeras .. pa' sajeras ... tan expuestas a grandes disgustos y sinsabores. Hablo de la definitiva ... de las de los trece pesos y peseta. -j Oh! murmuró decepcionado y levantándose nuevamente el caballero ... Usted lo que quiere es verme casado; primero un acto de sublime heroísmo para Ùesentrañar el misterio que me agobia, potius mori quan faedari, como usted mismo asegura que dijeron lOB girondinos: primero morir que caer, traduzco yo. -Pues entonces no hay consejo por mi parte y entienda usted que su caso francamente se me asemeja a aquél: una tarde en Quito el coronel Barriga ... -C'Ünozco la historia del coronel Barriga y el Gran Mariscal de Ayacucho, se la he oído varias veces a usted mismo, interrumpió don Andrés, poniéndose en actitud tJe salir a la calle. Aunque descorazonado por el ningún suceso de su consulta al maestro Peña y al padre Lara, despidióse con el mismo cariño y atenciones de siempre del maestro. El bueno de Peña siguió le con la vista hasta que dobló la primera esquina, y guiñando sus ojil1œ, I 73 HOT E _R O S A L D A fi RIA G A acompañó de un meneo de cabeza estas fra-see que murmuró por lo bajo: -Tú caerás; a Anita no la burlarás mientras viva Peña! ¿-Era una cita de amor? ¿Acaso un trasnocha.Jor pertinaz? ¿Un ladrón nocturno? .. Una sombra se deslizó a lo largo de la pared de la casa en que vivían Anita y Paulina Pereira Godoy, l:ls vecinitas de don Andrés Alcázar de Burgos. Dos hermanas huérfanas, lindísimas morenas, recabldas y virtuosas. muy admiradas y queridas en la ckl.:ad de Robledo. Un toque apenas perceptible sobre la gran puerta y ésta se abrió discretwrnente, dando paM a la sombra. Otra silueta llegó por el punto opuesto y empujando recatadamente la puerta penetró familiarmente por el oscuro y ancho zaguán por donde mismo 8e había perdido la primera sombra. Sobre la gran consola de cedro una gruesa bujía de esperma, abrigada por bella guardabrisade cristal, iluminaba la salita de trabajo lJe las señoritas Pcreiras _ Las dos muchac.has de pies, vestida-s de vaporoso blanco, con larguísima8 faldas, sonriendo a los embozados que entrab-an en la pieza, saludaron con un quedo: muy buenas noches. -¡Buenas! ,contestaron éstos quitándœe las bufandas y capas que los abrigaban. Eran el padre Lara y el maestro Peña, los cuales. después del apretón de manos a las muchachas tomaron los asientos que les brindaban éstas. 74 J, ,\ :,; T ( (,; RRA. ~ 1) l( L Il R O Una mesa fue colocr . 'J'a entre ambos persongjes, y P]·o·]t::lmelJ~e ];13 Perei!';;s sirvieron a ::lUS visitantes Una delidosa cena, con refinamiento de cortesías y con un .gilent:io digno de ur cl:lb de avesados conspiradores, --Con que al fin principia a llen"l'~e de nC'fvios el señor Alcázar? musitó Anita sonl"Íendo picares' camente, --Va dando punto; yo ¡èO dudo cie que al fin le haremos cumplir una prOffi2sa de amor". contestó el p~'.ire Lara. --Sí, a:firmó el maestro, pero todavía hay Que tra' bajarle duro, sin m:sericor¡¡ia ni trcgua, --Pues, cuando uste(~c¡:; gl's'"en, ooscrvó ?uulina viendo que la ceBE había tcrmÍl1ado ccrr::p:e>,21'3:1te; ya estoy en traje de carácter y ojalá principie pro:no la función, La gra-eiosa muchacha recogía 103 p[;'.ègue" ''';,J su vaporcsa túnica con grr.cia dinbóiÍc2, y CI::':lvue' 10s y ondulaciones probaba su l1abiEdu.d m~:rê \'il!osa p<'.l'U desempeñar su papel de apu¡'kión '.:1' u L n:.tu mbao -Esta noche hay que jugar el tcÓo por e i tcdc. ag"'eg-ó el padre; al maestro y yo imp2.cj(;;ltc3 :;01' lc' gr;.;r Ull éxito completo, hem'1s co,¡-.feI!;l:o qla: C.l esta VJZ hay que redobl¡:.r lo-ó; ruj·dos y VOOC3; ];,s ;~p,'r¡c¡o~lr..~y :a¡ltasrr:as tienen q\.iè ser m~s atfevid¡;,~; es nece·:;ario 'lue nuestro sujeto pague ::e contado con su mrno el amor de Anita; bastant¿ In ¡-,,::!~'CéC Pot:: bue' na y linda muchacha: esta noche debemClf ;;OgET el pájaro., , , n· }j Il T 11: " 41 ~ A L DAR RIA G A -Gracias. padre; Dios se la pague, murmuró Ani1:\ rli,boriz{,ndose. , -Sí: a fe del maestro Peña, que esta aventura tiene ql,e conclu ir €TI el presbiterio. Calbron agradecidas las muchachas por alg-unos r\iJEltoS. las doce marcó el reloj de péndulo y Anita h hizo notar a sus visitantes. -Manos a la obra, ordenó el cura. Salió el maestro Peña y tomando una larga esc'alera que se encontraba en el patio aproximóla al muro que lir,daba con la casa de don .Andrés. Trepó por ella, con :J.?:i1id~HIde marino, y luégo atando una cuerda a un naranjo se "_~escolgó al patio de la casa vecina. Una vez allí, ~n medio de la oscuridad, se dirigió Il tientns hasta la vieja puerta que separaba 100 claustras ne la ('.':sa (le las Pereiras de la de los Alcázares. Corrió con mucho cuidado y silencio la enorme fa]].ebD, y del otro lado empujaron la puerta que abierta dio paso al cura y las muchachas. -Nc€ctl'os a las puertas, ordenó el cura en voz baja. y usted, Anita, a los paseos, los quej)los y las luces ... En efecto, todos tomaron sus posiciones en la manIobra, 'J' la función principió. La casa s,olariega del hidalgo, parccía que se viniera abajo. Temblaban te~h05 y puertas, ventanas y cel06ías; sucedíanse las fo;;forescencÍa3 azules, rojas, amarillas, temblorosas, f\lgitivas, y los ayes lentísimos, doloridos, pa v'Ûrosos, p')blrrban el pasillo ... :If:'.>" de rc>p€níf) suena una terrible descarga, el 76 EN LAS TIERRA-IS DIIlL ORO patio se ilumina con enorme fogons'da y el humo y de la pólvora invade el amplio corredor. Un grito de dolor se escapa del pecho -le Anita y se desploma sobre las baldosas del patio. El cura, el sastre y Paulina, huyen a.terrado6 hada la casa de ésta sin comprender la sucedido; ese número DO estaba en el programa. Don Andrés, trágico, solemne, decid~tJ'o, trabuco en mano, se dirige hacia ·londe se destaca una forma b!ancn, yacente en el suelo. Se inclina, la levanta, là coloca so<bre sus rodillas, y hace luz ... -Auita I grita horrorizado al reconocer la bella muchacha. He cometido un crimen, un atroz crimen .. A sus voces y terriblemente consterna,dos, enloquecidos, acuden el padre Lara, el maestro y Paulina, que HOl'a amargamente. Contemplan la escena ~in darse aún cuenta de todo la 61'cedido. Anita vuelve en sí, se mira sobre las rlldillas de don Ar••lrés y con débil voz, como un quejido, excla01'11' ma: -En dónde estoy herhla'! y resuelve continuar des' mayada en tan grata posición. -Juro delante de estos testigos, Anita, que seré su marido, dice don Andrés, ya que milagrosamente me la devuelve sana y viva la Divina Providencia .. ! Y el caballero llora de emoción y de contento al ver que la muchacha vuelve ráp)1amente en si. El cura, el sastre y Paulina vuelven a mirarse con miradas comprensivas, en todos ellos han desaparecido la:; manifestaciones de terror, de dolor, de an- 77 BOT E j{ O ~ A L V A R R I A G A gustia y 12s 1jí.grimas mismas; satiefechos con e'l desempeño de todos los papeles en aquella tragedia, el cura dirigiéndose a don Andrés le Hice socarronamente: -De que las hay ... las hay t --Sí, contesta el cabRl~ero con tono de vencido, pe1'0 hey que creer en ellas. EL CORONEL Cabalgaba el grupo en silenciosa desfilada, presidido por el coronel y envueltos por el crepúsculo de oro que en aquellas soledosas serranías, altas y yermas, hace más solemne, más religioso, el atardecer. Lentamente iban los infantes, y las bestia·s ·dormitaban inclinando las cabezas: la jornada había si'.la dura y la casa de la hacienda de Villalba quedaba aún lejana. Por t:n momento dejamos l1trás a los vaoueros, a los de a pie, como a los que venían a caballo, y entonces recordando la destreza, valor y simpatía del más joven de aquéllos, Eloy, dije al coronel: -Tiene us.ted, coronel, una verdadera joya en es' te muchacho; qué mozo má6 despierto y formal, qué actividad. 79 B01'.ERO S  L D  R R lAG  Volvióse el coronel a mirarme. Una sonrisa marcial y franca jugaba entre sus es" pesos y grises ,mostachos; sus ojos palÜos y vivaces brillaban escrutadores, maliciosos; y su amplio rostro parecía más rojo que ·Je costumbre. Contuvo un poco la mula que montaba como para marcar un paso más lento que el que traímos y respondiéme: -Sí, ciertamente; es todo un hombre y el alma de esta hacienda. No es menos trabajadora y activa su mujer, ha¡:e ya catorce años que me sirven y he llegado a quererlos como a hijos míos ... ¿ Qué pudo cavilar el coronel de la manera cómo le miraba, cómo .le eseuchaba? puee inmediatamente agregó: -N o vaya usted a estarse creyendo que es el epílogo de viejas pasiones, de amoríos de montaña, de mi juventud, nó; es un ver:tJico y emocionante episodio de la última guerra civil; va usted a oírIo: El coronel me ofreció un cigarro, un delicioso Am" balema, y dando lumbre al suyo, un tanto emocionado, principió así: -Cuando la última. sangrienta y larga guerra civil, hacia poco me había casado; yo era ya un hombre de edad madura. En los principios de la campaña no tomé .servicio porque creí que aquella locura duraría poco. Pero meses después, cuando la resonante victoria de los liberales en Peralonso, las cosas se tornaron realmente muy graves; la situación fue casi desesperada y entonces fui llamado por el gobierno para prestar mi contingente. Partí de" 80 E N LAR O R O TIERRAS jan do mi joven esposa y un hijito que era mi adoración. La guerra fue tornando un carácter feroz, odioso. Puedo asegurarle que en la región del país en donde operaban mis tropas se fusilaba a diario los prisioneros de guerra, por parte y parte. Los fusilamientos eran sumarios no .sin refinamientos ·Je crueldad en veces, y francamente, aun cuando ahora en paz y calma ,sea duro el decirlo, poco más o nada nOs conmovían aquellos espectáculos de sangre. Una tarde-corno ésta-tibia, bellísima, bajaba a la desfilada con mis veteranos-y la juro, estaba orgulloso de mi batallón-por un fragoso camino de la cordillera del Tolima. Qué hermoso aspecto presentaban mis soldados! Una marcha regular, en .dlencio, sin confusiones,sin atropellamientos, râp:·j'a, en perfecto orden, decidida; parecía una serpiente de anillos de acero que se desperezaba al brillo del sol oteando hacia la llanura. Repentinamente suenan dos tiros a vanguardia; hago tocar a mi corneta! alto y frente! El toque agudo y prolongado del clarín rasgó el aire con acentos de desafío. El batallón -se 'letuvo, corno un solo hombre, tranquilo, sereno y atento a mis voces de mando. El ayudante Sierra había partido a inquirir sobre la novedad, a vanguardia. Poco después regresaba y cuadrándose me comunicó: -La descubierta acaba de capturar un espía de las guerrillas de Marín; pronto estarán aquí con él. Como a·queIla guerra de habilísimas sorpresas y tJe maravillosas emboscadas, hijas del genio inculto del inteligentísimo y hábil negro Marin, exigia pre' il BOT E R O 8 A L DAR R I A G ~ cauciones sin límites, rapidez en las determinaciones -hice marchar las fuerzas a rct:::guardia, para ocupar nuevamente una magnífi· ea posición, donde habíalIllOs pernoctado la noche anterior, y que eetá cerca del pueblo de S ... que nos era adicta; allí, al abrigo de t-oda sorpresa, si nos atacaLan, podíamos batimos con la se¡uridad de vencer al enemigo .Al aman€cer ocupé una buena ca-sa can la oficialidad, mientras las tropas acampaban en sus toldas y en otra casa, bastante fuerte, de tapiaB y bien cercada. Poco de8pués condujeron al espía a mi presencia. Era muy joven, arrogante y sereno. Acompañábalo una bellísilma serrana, muy joven también, que amamantaba un niño. El interrogatori-o fue inútil; por nada de este mur.~lo logramos hacerlo hablar. Aquel hombre, cuya suerte no ignoraba, dejaba ver la firme resolución, la decidida voluntad de morir calIandO'. Que era guerrillero y espía, no quedaba la menor sombra de duda, bastaba verla: además, en la copa de) alto sombrero de paja, Nevaba la mancha roja que Üenunciaba haber llevado en él la divisa revolucionaria. y el que fuera acompañado de su mujer era caso bastante c{)mún durante aquella lucha. -Capitán, ordené, ponga ese hombre en capilla. Ante la orden, que era para cumplir, nO se inmutó en lo más mínimo el joven guerrillero; en cambio, la hembra se irguió arrogante, tremebunda, me insultó, me maldijo, y casi me pega: francamente, en su arrebato estaba gubliIIlle de ira y de belleza. y valor a toda prueba; 8Z 'l'lEKItA~ U ta l.• () It O -Puede usted acompañar a su ... le dije. -j Marido! Miserable! me apostrofó. -Bien, a su marido, en la capilla. Un pelotón se alejó con el prisionero ysu mujer; y rotundamente di la o;.•Jen d<l paBarlo por las armas en la madrugada ciel siguiente día y no permitir por ningún motivo, que se alejase la mujer. La noche pasó con relativa calma, pero en las primeras horas de la madrugada unos cuantos tiros y el alarma consiguiente me hicieron saltar -del catre en que dormía. Dirigíme hacia el lugar en donde había sonado la descarga y encontré d jefe de Ilía, que ya se había informado de la sucedido, y me dio parte de que el prisionero condenado a muerte se había fug"do ayu'dado por su mujer, habiendo dej; .•..:o al centinela y otros soldados seriaIJl€nte heridos, siendo imposible perseguirlo por el conocimiento .que tenia del terreno y la agilidad con que huía. -¿ y la mujer? pregunté lleno de ira. --D eteni da con todas las seguridL'les, mi Coronel. -Que la conduzcan a mi presencia inmediatamente; y me entté en la casa, pues habíamos llegado a mi aloj amiento. Cuando el capitán Sierra me avisó que a1lí estaba la mujer la hice entrar en la prevención. Me miró con tal aire de triunfo, de burla, de provocación, de satisfacción, que a pesar de dU juventud, de su belleza, me puae furioso, no pensé entonces sino en ;vengr.rme, una venganza cruel, cruelísima, inusita- da. -¡Capitán Sierra! exclamé con voz airada y tleto- B o 'I' Ii: I~ o HAL U A K K I A G A nante, tome el niño que tiene esa mujer, reténgalo aquí y déle libertad a ella, que salga inmediatamente sin que se le permita volver a entrar a dar le el pecho al niño; esa criatura no volverá a tomar alimento ni a ser manoseada por la madre hasta que vue;va en la compañía de su mar .•..:,o, y padre de la criatura .esa; volvíme a la mujer y agregué: está usted en libertad, señora. Como una tigre defendió a su chiquillo la joven madre cual.'':o mis soldados, cumpliendo las órdenes, se la arrancaron de los brazos. Oficiales y soldados salieron arañados, abofeteados, rotos los vestidos, insultllldos pero al fin pusieron fuéra del alcance de la muchacha al cachorro de guerrillero, que por cierto resultó bastante altivo para protestar de su detención: lloraba cOmo un demonio. Rondaba la madre por los alrltJedores de la casa en donde se encontraba el pequeño prisionero y al oírlo Harar de hambre y abandono intentó arrojarse por sobre la.;; bayonetas; dio varios asaltos en regla, tuvo heroicas tentativas de sublimes escalamientos para llegar hasta su hijo, pero la resistencia de .mis veteranos todo la frustró . Al fin, loca, desesperada de no conseguir su intento, se alejó corriendo por la sierra abajo, extraviada, fuéra de si. Convenc .•':o de que al fin se habia marchado la hembra volví a la prevención, y llamando al sargento Osario-el más antiguo de mis valientessold •..• .:·oa que tenía apenas veintiocho años-le ordené: -Sariento Osario, vamos a darle agua de panela tlJN LAS TIERRAS DEL ORO ealientica al guerrillero ésteseñalándole el chico ,que se hallaba acostado sobre un muelle cobertor plegado encima de unos morralee. , Oída la orden del coronel saltaron todos los soldt.•.los del cuerpo de guardia a ofrecer sus raciones de panela y botellas para improvisar un biberón y poder alimentar al niño. La alegría y entusia.smo Con que aquellos veteranos-que a diario se jugaban la vida-acogieron mis órdenes, me conmovió profundamente. El sargento Osorio rodeado por los soldados, tomó al niña en los brazos, y alguna humedad debió sentir porque, riendo a carcajadas, dijo a sus compañeros: -Estos guerrilleros no se baten en todas circunstancias sino al arma blanca. -Si fuera eso no más: icuidado éon otrae sorpresae! Entre chiste y chiste el chino apuraba con placer el agua de panela. Me acerqué a mirarlo bien, y al acariciarlo en las mejillas abrió unos lindos ojazoB ,negros que ... e·stuve a tiempo de venderme con un grito de sorpresa y de pasión; aquel niño era el retrato del mío, de mi adorado ausente. Salí ·.1'e1cuartel y me dirigi a mi alojamiento. El dia transcurría con el tedio !le las horas de guarnición. El servicio de noche había sido repart)}o; por el momento nada tenía que hacer; pensé entances en escribir para los míos y me acerqué a una mesa en donde había tinta y papel, cuando el eapitân Sierra pidíó permiso para entrar. B o J' ¡.~ l{ fi --Páse, usted, le dije. -Mi coronel, aquí -se presentan el fugado y su mujer. Vienen a suplicarle que la m£"'ll'e pueda dar el pecho al niño, y de£pués que haga de él lo que quiera. -Que le entreguen el niño a la mujer y que el hombre éntre de nuevo en capilla para ser fusilado mañana, ordené de un humor negro. -Ademá£, mi coronel, un posta ha llegado de S,. , y ha traido este telegrama para usted, Tomé préstamente el telegrama y leí: "Vén pronto; el niño se nos muere; tu inconsolable. Julia" . El más agudo de los dolores me hirió en pleno coraZ¿n, no sé qué pasó por mi alma en ese minuto de terrible transición, pues, mi primera impresión full. 'iarle orden al capitán Sierra: -Capitán, le grité, ponga usted en absoluta libertad al prisionero ysu mujer, y que -se vaya cuando quiera y para dónde le dé la gana, .. Pasaron varioo días antes de conseguir la licencia p,:ra regresar a la casa; la guerra en esos momentos ~l'a terrible y ningún jefe podia separarse sin desdoro Ge su puesto. Al fin pude partir lleno de sobre-salto; creía que al llegar no encontraría ya vivo a mi hijitc... En la puerta de mi casa me esperaban tGtJos, mujer, hijo y el servicio. Un muchacho se adelantó a recibirme el caballo, ~on tal preE.teza y cariño me despojó de 108 zama86 L .\ S TIERR.AS DEL o R O rros, espuelas y derr.ás arreos que no pude menos de preguntarle a mi mujer: -¿ Quién es este mozo? -Una providencia, me contestó; hace algunos días .que está con nosotros sirviéndonos con una lealtad y un cariño admirables; sobre todo para el enfermito, ha sido su salvación. Qué compañía me han hecho él y su mujer, han sido mi consuelo, mi apoyo en tu ausencia. Hícele venir a mi presencia, quería significarle toda mi gratitud por sus servicios; al presentarse me fijé en su rostro, no me era desconocido. quedé mirándolo y le pregunté: ¿ Céano se llama usted? -EloY Duarte, para servir a usted, mi cOronel. Ya no se acuerda de mí? Hace apenas unos veinticinco días que me iba usted a hacer fusilar ... -Con que es usted, hombre, el de la señora y el niño? Vea usted lo que son las guerras civiles. El coro· nel acompañó la última frase con un gesto de asco profundo. EL PADRE ALCAZAR 'v"ieja y sabrosa leyeoJa que se ha perpetuado enire las que tcmaron el 811pecto moral de sentencia aplicable-en todo tiempo-a más de una suprema autoridad efímera e ilusoria. La tradición hispánica habia tejido sU red de añejos hilos de oro asi en el Seminario como en los mentideros de las solariegas y nobles caeas de Antioquia, al igual que en Santafé, Popayán y Cartagena. Bordar sobre aquella red las flores clásicas Üe un vivir hidalgo y apacible, era preparar el rico manto de tisú que la 'tradición echa con gallardias helénicas Bobre los hombros de las ciudades ilustree. El padre Alcázar era muy anciano: nadie podría dar fe de SUB años. De su generación no quedaba ya un testigo que pudiera enfrentarse con el irascible S A L O A R R lAG A l!8certl'ote para sostenerle que se avecinaba a los no· venta años. y realmente aquella era poco mM o menos su edad. Muy niño lo llevaron a estudiar a Santafé, capital del Virreynato, y cuando mucho después v{)lvió a su ciu' dad natal, ya sacerdote, casi nadie le recordaba. Pequeño de estatura, extremadamente delgado, color blanco, marfi,leño. rostro de agudo y sagaz abate de la Regencia; pulcr1simo, y de maneras galantes reino8as como le decían; un cultivador apasionado de las viejas tradicione8 del siglo XVIII; sólo cuando perdía los estribos, por su mal carácter, habla que dejarle a solas; mientras "bailaba la pavana", según sus propias palabras. Vivió muc'hísimo tiempo en absoluta 'Soledf.tJ en una pequeña casa de las que circundan la plazuela de Santa Bárbara; mas luégo, el <señor Rector del seminario, temeroso -Je que por sU avanzada edad le ocurriese algún serio percance, Ilevóselo a vivir a aquel vasto edificio y en él diole magnífica pieza y comodidades, en el más pintoresco de los claustros, sobre el que mira hacia el paseo del Llano. Dormía en su amplia alcoba, a puerta abierta, el padre Alcâzar, una dulce siesta tan eólo arrullada por el canto de los azulejos y el bordonar de las abejas en los frutale,s del patio, cuando la insistente voz del esquilón del seminario le reeOltJ'ó bruscamente. Incorporó£e sobre el blanco lecho de lona y ofuscado por la radiante luz de aquel mediod1a de diciembre cerró los ojos varias veces hasta que habituados a la claridad meridiana pudo sostenerlos en- L A S o e TIEf{RA~ L o R o tre abiertos. Se levantó y di~ algunos pasos por la estancia y cuando calculó que estaba fresco y bien despierto fuese hacia la a\1Tlplia fuente del patio en donde murmuraba apagadamente un limpio chorro de agua, hizo algunas ablucionea mojándose la cabeza y el rostro, animándose con uno j ah! ¡ah! que le hacían sostener un poco inclinado el cuerpo so' bre el depósito atrayente. Bien fresco regresó a su habitación, encendió un cigarro, tomó el manteo y el sombrero y se marchó hacia la salida del edificio. -Santas tardes, deseóle el portero, y con respeto profundo le entregó un papel con su nombre y algo escrito en el anvel'SO. --Santas ... José, contestó le el sacerdote. Y to· marÛo el escrito guardólo en el bolsillo de la sotana; luégo se alejó. No ignoraba el padre Alc.ázar la que aquel papel contenía, y bajando por la calle de la Amargura sonreía a la esperanza acariciada hacía tántos años. Su andar corto y reposado, no obstaba para que el manteo naturalmente echado sobre los hombros recogiera y ampliara sus vuelos al impulso de juguetonn brisa que se arrastraba sobre el tostado Llano y se deslizaba tímidamente por ¡as calles de la ciudad. Poco más de tres cuadras arÛuvo el sacerdote has' ta plantarse frente a un enorme portón, cuyas maderas labradas en cuadroa presentaban en altos relieves, alternados, racimos de uvas, hojas de p2.rra y rosetone.s más a menOs complicados. La puerta estaba cerrada pero la pequeña abertura, de remate 91 J10'('JIlRO a A L D ~ R B 1 A G ~ ojival, enmarca,ba el claro-oeeuro del amplio guán, y por ella penetró familiarmente el padre saAl- cázar. Deberian ser conocid~simas SUIS costumbres y el ruido de sus pasos debería denunciar BU presencia, pues, antes de que llegara al patio sa)ióle al encuentro una anciana de nobilísimo aspecto y recatado traje, que dándole la mano a besar, con profllnda inclinación de cabeza, deEe6le las buenas tardes. -Mi señora doña María Teresa, beso sus manos; y uniendo el dicho a la acción con gran galantería, el padre retiró el sombrero de su marfilina cabeza. -'-TalÜaba hoy su reverencia, en lIe!l:ar en donrle siempre se le tl'esea, en esta humilde casa, contestó la dl'ma internándMe de mano COn el eacerdote, -Yo presente mis excusas y pido mil perdonès a la nObi!isima dueña, pues, las extraordinarias o~l1rrencias que se pl'€paran para dentro de pocos días me traen todo confuso y temeroso. -y ~u reverpT1ria sería tan bondadoso que pc'Jiera confiarme cl'âles (;on 8nuéll!loS? ,En el corredor que perfumaban las rosas y las albahacas y alrededor de una mesa rústica tomaron asiento la noble dama doña María del Rosario Pérez de RubIas y el anciano doctor Alcázar. -Como usted muy bien lo sabe, mañana se verificará la solemne proclamación del ilustrísimo señor Ob:spo de Santa Fe de Antioquia. Va para cuarenta añoo espero tan grande merced tJe Dios y de la buena suerte, como la de ser favorecido COD esa elec92 I!:N LAIS TIIllRB.ÂlS i>ÍlIx. ORO ci6n. y esta versátil dama. la suerte, me ha burlado siempre. -Esta vez, su reverencia, estoy segurisima, será más afortunado. -Un feliz presentimiento me dice lo mismo. De todas maneras, siento tan profunda emoción que temo haBta morirme. -Su reverencia, sigame el consejo de viejá amiga, nO èel;e rrfOCUf.arse PO)' esas cosas hasta ese pUnto; eso le haria mucha mal; debe tranquilizarse y esperar con mucha calma, como en los años anteriores. lEI chocolate fue servido literalmente hirviendo, en grande! tazas de bruñida plata; La parva que lo aCOllllpañaba hubiera satisfecho al más goloso de loli mandatarios de la colonia habituados a las primicias de los conventos de monjas de la Peninsula. Lentamente el sacerdote, sin articular palabra, mojaba los largos y tostados bizcochuelos en el choco' lste y lInátas€los a los finoB labies saboreando la riquisima bebida, entre tanto que recreaba la vista -para elEgir entre el esponjoso bizcocho, el co:ndimentado y amarilloso pan, el popular y tierno pan de queso, el elástico pan de yuca, la dorada almojábana; sin .Jejar de contEmplar las variadas compotas de almibaradas fruta.,. Su amable compañera desvivida por atenderle apenas si le acompañaba en tan rica merienda. Llegó el turno a 108 dulces cristalizados. toronjas y pamplemuzas, ciruelas, brevas e hicacos, y los ep •. 93 BOT 1!I R o 8 • L D  R R tAG  caldo que esperaban su turno en amplias copas de cristal. ,Con energía fueron atacados éstos entre la preo' cupaci6n del sacerdote y la \Hscreta solicitud de la ·Jama por hacerle olvidar la que por dentro le escocia. Poco más se demoró des.pués d~ la merienda el padre Alcázar; y entre las confianza.s sobre el buen éxito de la elección y las súplicas de sus oraciones, con esa intención, a la noble dama, se de.spidió un tanto entristecido y cabizbajo. Cuando la señora, que le contemplaba desde la ventana, al abrigo de la celosía, alejarse calle arriba. vio tJeedibuja.rse la fina silueta a la distancia, murmuró con honda c.ompasión: -iPobrecito I Para el día siguiente, 28 de diciembre, que la Iglesia consagra a los santos Inocentes, y cumpliendo con la tradicional fiesta del nombramiento del Ilustrísimo señor Obispo de la ciudad de Santa Fé de Antioquia, por DOCE HORAS, había dado el señor Rector del seminario todas sus órdenes e instrucciones a sus subalternos, que para ese día la eran todos los sacerdotes regulares y seglarE*!. Las bulas habían sido cuidado.samente preparadaa cama en años anteriores; el rico anillo de amatista la prestaba la nobilísima familia de Pardo; las vestiduras obispales de riquisim05 adornos y de brillante color violeta, las proporcionaban la aristocrática familia de Jas Martínez; Ja mitra, el báculo y demás objeto,s para la brillante ceremonia eran de propiedad de la iglesia. mN [,A8 TIÊRRA~ DÈL ORO Faltaba sólo la elección que con tC'l'o rigor y seriedad se verificaba entre los sacerdotes hacia la media noche, excluyendo como candidatos a los que ya en ailos anteriores habian sido favorecidl>s ('on tan sefialada merct.Ü. El padre Rector había citado muy formalmente a todos los sacerdotee que se encontraban en la ciudad para que contribuyeran con su presencia a solemnizar este acto. ,Con tal motivo, la ciudad aparecía profusa mente iluminada y muchfsimos laicos se preparaban con SIlS trajes de eti'queta para asistir a tan interesante función. Llegada la hora, la media noche, el viejo esquilón del seminario dejó oír .gus solemnes reclamos; el toque de com~nidad fue obededdo por todos los sacerdotes, quienes entraron pausada, gravemente, en la sala rectoral. En una urna, cuidadosamente cubierta bajo riquísimo paño carmesí fueron depositados, uno :1 uno, los votos con los nombres de los candidatos para el obispado de Antioquia, por toàoe los sacerdotes asis' tentes a tan brillante solemn:tJad. Llegó el momento de los escrutinios: el más joven de los se'minarista.s fue extrayendo una tras otra la5 boletas y leyendo en voz alta y reposada, el nombre que contenfan, dos sacerdotes, canónigos, hacían de eecrutadores. La sensación del público asistente era enorme, llevaban en voz alta el resultado del escrutinio, el último voto gue se leyera iba a decidir, pues, los candidatos iban con igual número de sufragios. Una boleta tan sólo quedaba en el fondo de la ur- .8 Q T II B,O • ~ L D' ~ a a 1 AG. na, como de, ritual ella fue pasada al señor Rector para que la leyera, por el seminarista que las extraia de aquélla. El silencio fue absol uto, solemne; todos los circunstantes se pu.sieron de pies . . El Reetor, desplegando el papel en que estaba consignado el voto Üecisivo, leyó con aItay solemne entonaci6n: -I Reverendo Padre Serafín Alcázar I El anciano sacerdote sufrió tan extraordinaria sensación que por un momento perdió toda noción de vida. 'Cuando volvió en si, las f~licitaciones y besamanos que recibia lo inundaron de tal dicha que olvidó to· do contacto COn su pasado y entró tldinitivamente en sU nuevo estado con gran seriedad y convicción. A la' mañana siguiente con todo boato y -solemnidad se verificó la ceremonia de la consagración e investidura; como era .1e costumbre desfiló todo el clero y el seminario y muchísimos curios0<5 la1<:os de todas las clases sociales que COn muy seria unción besaban el anillo al nuevo o·bispo. -Concluida aquella ~ermosisima ceremonia el obispo regresaba al Seminario y alli se ·l'espojaba de BUS vestiduras y de sus joyas, rodeado de sus amigos, y volvía a la realidad de las cosas para pagar con opiparo banquete el -honor que le habian discernido sus admiradores. Pero esta v€z no sucedió con el padre Alcázar lo que con Untos otros había pasado; el ceremonial se vio profundamente alter~.l'o por el anciano y favorecido sacerdote: él tOtnó muy a lo serio su nueva si- tuaci6n y exaltaeión al solio obispal, y por nada de este mundo quiso despojarse de sus prerrogativas e invp.stiduras. Salió de la iglesia para su casa eehando bendiciones a diestra y siniestra y proclamando que "lo que atares en la tierra será atado en el cielo y lo que desatares en la tierra será Üesatado en el cielo" . Alarmadisimo el señor Rector del seminario ante esta critica novedad, ante tan insólito acontecimiento, envió a llamar a un sabio y prudente facultativo para asesorarse y estudiar lo que en aquel momento debería hacerse. El galeno, con paso mesurado, con grande circunspección penetró en la caSa del nuevo obsipo y una vez en ella encontró en la salita al padre Alcázar, sentado en actitud episcopal, con sus revestidos e insignias, que alzó a mirarlo y le dio su bendición extendiéndole la mano para que le besara el anillo; lo que muy respetuosamente hizo el médico para po' der estudiar mejor el caso. Su Ilustrisima no hablaba; en su rostro se había fijulo una mueca de beatitud dulce e inconsciente; inmóvil sólo levantaba su mano con admirable corrección para bendecir a todos los que a él se llegaban. iEl médico salió de la pieza; se acercó al Rector f le murmuró al oido con acento pesimista: -jLoco I Aconsejó luégo al señor Rector le conservara al anciano padre Alcázar sus vestiduras y tratamiento, pues, viviría muy poco. 97 B o 't' III R o s • L D ••• tAG Á Hízole así el muy prudente y virtuoso Rector; y es fama que el padre Alcázar murió un mes después de su exaltación al trono episcopal, quedando en su fisonomía de muerto la más dulce de las sOnrisas obispales. Desde ese acontecimiento fue totalmente suspendida la tradicional fiesta española del "obispo por doce horas". MEDICINA CONTUNDENTE I Que Clarita Va:ùerrama era la muchacha zr.¡ís boo nita de Liborina nadie lo ponía en duda. Sus amigas de la misma edad se habían resignado a disputarse una Buplencia en aquel reinado de la gracia y la be" lleza. Para mayor y mejor testimonio de lo dicho ahí estaba don Manuel Vélez: el hombre que poseía tO" dos 100 seCretos de los irAlios en el arte de curar, muchas fórmulas castellanas comprobadas en BUSbuenos efectos, y un libro enorme repleto de cieneia y misterio que él únicamente manejaba, cuyo estudio constante le había valido la más firme superstición popular de médico sapientísimo, sociólogo insuperable, y boca di! profeta. en todas sus prediccio~. ". 99 ti o T tII il o 8 À L b A k a tAG A- Poseía un botiquín al lado de su consulta y lindando con la iglesia parroquial. Una tarlecita de mayo hacían su tertulia habitual en la botica y farmacia de don Manuel, Torcuato Ramírez, el leguleyo del pueblo; don Pepe Herrón, el político; y otros que se resignaban a oír a aquellos hombres de ciencia y experiencia en todas las cosas de este mundo, y que partían del aforismo de una célebre belleza de Medellín "aun cuando no entendamos con oír nos instruímos". Llovía fuerte, como un desmadejamiento Üe hilos de plata, y el sol atravesando la malla sutil inundaba de luz la placita del pueblo. Allá abajo, a lo lejos, en la'5 orillas del -Cauca, se levantaba Un vaho tibio que subía cargado de lo.s aromas de los yerba~s de pará hasta saturar el mismo ambiente del puebio. El rezo había concluído en la iglesia, y los fieles aún no se atrevían a desfilar para sus casas esperando que escampara .Jel todo. Pero de repente 5e destacó la figura airosa de Clarita en la puerta mayor, y con ágil elegancia en tres .saltitos se puso en la ace'ra al abrigo de la lluvia; precisamente al frente del botiquín de don Manuel Vélez. Clarita tendría a lo sumo unos diez y ocho añosaun cuando su amiga, Pepa Flórez, garantizaba que por San Juan cumpliría los veinte. Lo cierto es que la much,acha era morena, esbelta, de ojos y cabellos negros, abundantes y crespos _é-stos que llevaba en hermosísima trenza. En -suma, Una calentana de mirar oIlorprendido a tc.ù~ hora y ,con cuyas ne¡ras y 100 !': ~ l, ,\ :-; enU!'DleS pUp¡j[!f; 11 jugaba In3'11a~, l'; I. rclÍgTos;l'; {) l{ U pUl'tid:1s !nra la pÚlJli~;1 trunquÍlidarl ::;(' ¡""coidó ('I su:,\'c tr¡:,jc ~()r.ial dd PlI:!blo. de m;.;sclill¡', florecida y !nost:r",ldú l!P.J;' picscdto;; C()fl'e;~tO?, y biel' ca1lz:'.do:>, av¡:nzó calle ilJTiba, con ondulaciones de serpentina flotante, dejando que el libre movimiento de su CUCI'· po !nafcar!'. un ritmo de inocente,:> S(·Jucciones. -Crfanme, señores, afirmó clan :'lanuel, mareado por las esbelteces y talante do la chica, Dp'nas habrá rincón de este mundo que yo no conozca. Les coesta a ustedes que he vi{l.jado detenidamente por SO" petrán, Santarl'osa, San l'edro, Snbanalurga y Sueao" juI, Jo' les juro, a fe de caballero, qlle en ninguna par" te he visto una muchacha más linda y provocativa Que ésta. -jTan elegante! suspiró cI leguleyo. --y bien riquita, se aventurÓ don Pepe. -Pero: ... agregó don MaLuel. -Pero .. , tiene pero, exclamaron en coro jo,~ mur" muradores IJe la botica. -Sí, señores míos, respondió ceremoniosa y mi"teriosa'Jnel1te el doctor Vélez. Ne hay de teja;.: para aba" jo nada ni nadie sín pero y monos, muchísimo m-21108, mujer bonita. Es un profunrlo concepto filosófico; (don 'Manuel acentuaba sus palabras con la admiración profunda de su au'Jitol'Ío) por poco que lino es" tudie, observo y calcule esta humanidad. y uc.tcdcs quizá;; puedan apreciar hasta dónde he digerido al gran Chernoviz, sumo de la sabiduría humana, encuentra el que nada hay perfecto de tejas para abajo; fuéra de aquello de nihil nóvum sub sole, .. 7 J 01 r3ANC;O U, IllUOTiCA LiIlS· Mud A;;,•.-.vl,) Il () T E l{ O ~ A ), U á R I:t A G A -Pero Clarita, interrumpió con energía Ramírez, el luguleyo, es una de esas exc.epciones que en las reglas generales no falta, y tampoco nada es absoluto en este mundo; la hermenéutica nos guía ... -Nada de hermenéutica6, esa ciencia está mandada recoger y este caso es absolutamente patológico; Clarita no es nunca la excepción y jamás podrá ser una buena esposa .... ! -jNó, señor! protestaron en coro los oyentes, adhiriendo al señor Ramírez y encarán·Jose con el médico. ~lVIe explicaré, caballeros, más ca.lma. A Clarita debido a que todo el mundo le dice bonita, sobre todo los forasteros, y como hija única de viuda y rica, le ha dado por llevarse uno·s mi!llJ()s que la aguantará el mismo demonio si se casa ... -Y, a propósito, dijo don Pepe, >lé de una manera positiva que ya arregló en firme su matrimonio. -¿,Contra quién? exclamaron llenos .Je curiosidad los contertulios de don Manuel. -Adivinen ustedes, les doy el re6to de ]a semana. -¿'Con e] dueño de ]a Esmeralda? e] -señor LondOño. -Nó, señoT. -Apuesto que fue con este muchacho Cosme, el sobrino del cura. -Tampoco, señores. -Pues entonces diganos, porque no atinaremos en toda la noche. -Se casa con Toribio Legarda. -¡E] minero! 102 l' I Y, j{ It A :-; -Sí, 1I Il O señores, con el mismo. Pero qué mujeres más locas! j Qué barbaridad! j(-lué horror! -Alto ahí, señores, interrumpió -Jan Pepc. No estén ustedes pensando que ahora es el perdonavidas ni el matachín de ante.s. Sepan ustedes que Toribio sc ha formalizado mucho y que ha c'onseguido bastante dinero, y era lo único quc le faltaba pOI'que buen mozo cc; y muy gustador entre las mujeres, luego que sus ribetes de calavera también son un gran halago pa l'a ellas. -Nó, don Pepe, no nos rcferimos a eso; el muc'hano no puede ser más amable y servicial, generoso, cuadrado en todo ,sentiÜo; pero, esa vida que llcvó por aIlá ..... abajo .... ---Sí, afirmó don Manuel, entonces fue un verdadero ban ... -j Silencio! que a,hí ¡llega, dijo alguien que miraba hacia la calle. -~Hombl'e. " a cierto que es el refrán aquel 'de que "en nombrando al rey de Roma luégo asoma". y en efecto, Toribio Legarda pasó por el frente '.le] mentidero" comosiemp're, arrogante, desafiaciro, con aires de admitir cualquier pendencia. Era el tipo genuino del mínero audaz y porfiado. Su sangrc parecía equilibrada en pl'oporciones de blanca, india y negra. Alto, trigueño, de frente espaciosa, ojos admirables de sagacidad y brillo; en el arranque de la nariz un hondo surco le daba el aspecto tJe matón. En cambio su trato era dulce, ingenuo; ayudado por el tono cadencioso que en aquellas regiones mu-j 103 I: " ',' I': I: " :-; .\ L Il A J'; n I A I; ,\ sicaliza el acento, sabía insinuparse desde el primer momento que se le abordaba. Tenía la astucia del indio y el espíritu de aventura del español. En suma: Tori-bio Legarda era un magnifico espécimen de la ver'.ladera raza americana del sur. -Buenas ta,r,d'es, caballeros, saludó atentamente' Toribio, .sombrero en mano. y ,,¡guió calle arriba en pos de su novia. II Fue aquella una boda muy sonada. Clarita y To· ribio al salir de la iglesia formaban el grupo más prometedor para perpetuar las excelencias de la raza: juventud, vigor, belleza, todo les acompañaba. El desfile hacia la ca'sa de la recién desposada pasó necesariamente por enfrente a la consulta de don Manuel. En el boUquin se encontraban de curiosos los contertulios de sierrnpre y principiaron los comentarios: -E<:itá que se babea Pepa Flórez por casarse; apuesto que con todo y ganas se queda solterona por antipática. -La que va linda es Teresita Elorza. También se casa pronto; se pescó al sobrino del cura, can prebendas y todo. -Qué guapa Lucía Londoño, ésa sí sabe llevar bien su soltería. j Lástima que no se casen mujeres de ese levante! y entre tanto el cortejo nupcial desaparecía allá a la lejos de la animada calle dejando det/ás de sí 104 F, N L A S '1' 1 k: Il H. A. S U E L o H O perfumaoJa huella de vida llena de promesas, de juventu d, de alegría. La boda en el pueblo se prolongó con sus bailes y sus copa·s hasta entrada la noche cuando se retiró el último y más alegre de los convidados. -Por fin los dejan solitos, exclamó doña Mercedes la madre de Clarita. 'Cuando Toribio despidió al íntimo amigo en las puertas IJe la casa y volvió a la alcoba nupcial, encontró a Clarita quejándose de un dolor de muelas atroz. La linda muchacha can su vaporoso traje blanco y una rosa de la Virgen sobre el pecho estaba tendida a medias en el lecho. Toribio la contempló arrobado y resolvió sentarse a su lado esperando que pronto calmaría tan inoportuno dolor de muelas. Las diez sonaron en el reloj de la casa y ya era imposible para Clarita soportar por más tiempo tan cruel sufriuniento. Instó a Tori,bio para que fuera a don Manuel y le pidiera algo con qué mitigar su sufrimiento. No sin un su,spiro de decepción abandonó Toribio la estancia nu'pcial y tomando su sombrero se alejó calle abajo en busca lJ'el galeno. i Plum! .... i'Plum! .... iPlum! .... resonaron lag golpes can 'que el joven minero, hasta cierto punto, se desahogaba sobre la ventana por donde don Manuel prestaba sus servicios médicos nocturnos. -j Hombre! mire que va a quebrar la ventana con e.sos batacazos! Pero ... ? quién demonios es? interrogó malhumorado el tegua que ya dormía. 105 B (I ri'; l{ () 8ALJJAl{H1AU -Soy yo, don Manuel; yo ... Toribio Legarda, que vengo a ver qu'é le manda a Clarita que está con un >Jalar de muelas que la mata. -Si la dije yo ... ya está Clarita con las consabidos mimos. Pe:o luégo en voz alta formuló: -Que haga buches de aguardiente hasta que se le entumezca bien la boca ... y no le hace ·que trague algo del anís a ver si se anima ... ! Buenas noehes! -Dio·s se la pague, don Manuel, respondió Toribio desrle afuera y (;le alejó apri.sa para la casa. Pero al acercarse a aquélla tuvo Un pensamiento, caviloso; como que desde que Clarita sintió que se aproximaba le pareció que redoblaba los ayes y quejidos .. Sin embargo desechó esa idea como un mal pensar. -Tan sólo un buche logró que hiciera Clarita. No pudo más la mucha,cha porque Je causaba invencible repugnancia el olor acre y el sabor picante del alcohol. Los quejidos continuaron. El pobre Toribio (;le llenó de santa resignaeión. Encendió un cigarro y se aproximó a la ventana, abrióla y .se puso a contemplar la noche. Habia refrescado el tiempo. Un cielo infinitamente estrellado pesaba sobre el silencio augusto de la noche; la(;l albahacas y santamarias saturaban con sus perfumes el ambiente. Un acceso de tO(;lde Clarita le indicó a TOribio que la corriente de aire fria que imprudentemente dejó penetrar por la ventana al abrirla le había hecho mal a su mujercita. Cerró inmediatamente aquélla fuese ~T 106 L A S 1) TIJ!]j{f{.A~ J!] L ti R o de nuevo a ·sentar al lugar (lUe antes habia abando' nado. Allí, con la cabeza entre las manos se entregó a las más honÜa-s reflexiones. Ciertamente, no era ésa precisamente la noche que él se había prometido. Los quejido,; Üe Clarita arreciaron de nuevo. ¡.Qué hacer? Si vol via a donde don Manue I acabaria el viejo por calentársele. Pero la que le pasaba era insoportable; las once de la noche serían y el dolor de Clarita no llevaba trazas de acabarse. Tomó una resolución de hombre y se lanzó a la calle, diciéndose para sus adentros: -Que las pague el viejo también; yo no he de ser el único tomado esta noche. ¡Plum!. .. ¡plum!. .. ¡plum!. .. ¡plum!. ... -¿, Quién es? .. Agual',te Un instante siquiera ... rugió el viejo don Manuel quien dormía profundamente cuando los terribles y repetidos golpes le hiciE~ron saltar de la cama. -Que .. a aquella muchacha no se le quitan los dolores ... -El maldito Toribio otra vez, dijo para sí don Manuel al reconocer la voz del mozo, y agregó en voz alta: -Pues, hombre métale en el hueco de .la muela una cabeza de fósforo azul envuelta en sebo cie vela cubana, y si con esto no le calma que se aguante que yo madrugaré a sacársela ... ! Maldita sea. murmuró el viejo al volverse a acostar, con estos tra.¡;nochos parece que yo fuera el ·Je la luna de miel! Aún no había llegado a Sil casa Toribio cuando ya llevaba parte de la receta arreglada. Pensaba que 1 \)'/ I'Í .\ L 1/ i\ " ¡( al mencs 1<1 ¡¡plicación del remedio le permitiría :'.(;ariciarlc !a car:t a su mujer. cosa que hasta entonces ;:0 había logrado. y e}::ltmir.al1(~o con tolla atención y gusto la !Jaca de Clarita, Toribio exclamó: -l'e~o mujercita: si tienes la 'denbdura más linda (1;.] r.l,r~.':;) .,>' (,:'>tá lil.ierl~:;:ta; ::;', no tien'}s ningè1n<t p:".':';l :.'aÙ:! .;;, 1iO ];¡¡y ;1; ::somo" de hueco en ninguna mueb; 2:;. !:t mejor herram!cnÜ, (:ue he conocido en toùa mi ,·'da ... lt'v~,f(>'" :' '<~b') rc.'.i",ó,"():1 ;>. un ~';ncóll lanzados ·por la Y'~oro¡;a mai10 del minero que no pen"ó ya sino en Hc.,j,riciar tal! linda cara. Pero Clarita separÓ 1" cabe7.a de entre la:> mrlnos de su marido pretextan de que el dolor le subí:: entonces hasta aquélla . .I.,a ¡l'a l)rincil)i:.ba a ganar ya el corazÓn del miner·); ha:Ú¡l q LW tomar 1J na re:::ol ución definitiva, u na r~.;olllci{1!1 de macho. Peni'Ó, pues, en irse a 'lormir a casa dc un amigo; pero los deberes recién contraí' dc,s ie \"cilciel'on y detuvieron. La media HOCne ha!Jia pasado; una sonrisa diabÓL':l 1,1"gÔ las lnbio~ de Toribio, y calándose el 30mbrc.J'o mUl'l1Huó: --(}ue me las pague lni;ta el amanecer. :"lt'rn: .. ;:'!Urt1: .... clan Manuel. ¡plum! ..u: voy a fregada ¡plum!. .. :;:'1':,! .\' ,(;'\;8 ql'C es ajena Dormirá el demo' lí' 'J ,>0":1 }1Üclv~. i. (.t\lIón llama '? Yo. 'Toj'ibi0 L,'garda. Aquella muchacha .gigue ni;:!, \'~'ll!'ï) ;; (lue le c,,:mbie de fórmula. o' •• 108 l·: ;\ ... \ ~ T I E H H .\ ~ J) E L () It O -Arrímate a la puerta, hombre, Toribio, que le voy 2. mandar unaé> IJrogas infalibles, rugió el viejo \Sil ltando del lccho. En efecto, Toribio se alleg{¡ tranquila y confiadamente a la puerta. Cl¡al';(IUeÚndole 10;3 dicllle:, :le ira el viejo le dijo: -T6ma y !1év:.\h; a la Clarita este remedio único para su mal.. y ... ¡paf! .. ¡paJ! .. ¡paf!.. ¡paf! ... Cunt,'o bofetadas asestadas en cI rostro de Toribio repercutieron en el silencio de ',a calle. Don jVIanuel había sido tan r{¡pido en el ClIvío de las tJrogas infalibles como en el cerrar y trancar de la puerta, dejando a Toribio todo sorprendido, confuso, en medio de la calle. Subi¡J la ira ¿¡vil¡;alladol'a e impotente, en ese momc;Jto, a la cara del minero; resolvió marchar hacia la casa y anda;¡do lllonologaba: -¡C~atro lwfct"das en el rostro, a mí, a Toribio Le;~all.¡a. que ell elclueJo Call Jc·sús Higuita, en Cáceret;, agarrados a un pañuelo, la Único que no nOS chuzamos fueron las caras! ¡'Cuatro bofdadas a mí, n '['t)J"\!;\O Legqrd!l! f,~ue (~T1Candebá humillé al mismo '1",Frol111zc y Je d·esbar:d:é un- baile en su propia sn~a! ¡0Uu.tro bofetadas a mi! Toribio Legarda! que aprendí él afcibnne yo mismo para que nadie de€!P!'(;'; de mi I1"~Irr.:\ me maT10scnra la cara.,.! Y lleno de coraje había llegado cerca ':le su domieílio. Esta \l'í: tuvo la C('JtcXH(~Ü qllc Calrita s610 principió a queja¡'se cual/.lo sintió que él acababa de entrar en la tas:,. La ira le élllbió de punto. B U 'l' l'; I{ \.) ~ A L D A K il 1 A G A -j Por Dios, Toribio! ¿,qué me mam1ó don Manuel? porq ue ya no aguanto má.s, -Unas drogas infalibles",! Tómalas! Y. ,. ¡Paf!. .. j Paf!. , . La mano ruda del minero había caído rápida y certera ,sobre la ljndacara deClarita. Las dos bofetadas la habían "acomodado definitivamente en la cama. III Al dia siguiellte los reClen casatJos se levantaron muy tarde. Medio día pa-sado sería cuantJo Toribio se despidió de Clarita. Llena dE. amor la muchacha cchóle los brazo.:; al cuello y le estampó cuatro sano' ros ·beso<3 en plena boca del marido, precisamente en donde aún se veían las huellas de los descarna·Jos huesos de la muñeca de don Manuel. Y, Toribio le devoh'ió los besos a su mujer precisamente en donde los rojos de su mejilla denuncia'ban la fuerza de las primera·g caricías del marido. Calle abajo y abstraído en su feliciÜad iba el arro' gante mozo cuando alcanzó a ver a don Manuel sentado en su viejisima silla de cedro, forrada en vaqueta, que por lo laborada debió ser cordobesa. Leía en aquel libz:o grande lleno de grabados que tánta fama y dinero le habían conquistado, Viendo el aproximarse del mozo, don Manuel trató de esquivar el encuentro y haciendo como que continuaba la lectura pretendió entrar en la droguería. Pero no tuvo tiempo de efectuar su retira,da estra110 'l'lE1tH..c\~ U it o tégica y al ver en frente de sí al mozo aflautando la voz le preguntó: -¿Cómo amaneció Clarita? -Muy bien, contestó Toribio cuadrándose ante el médico; las drogas resultaron verda·Jeramente infalibles, tan buenas que bastaron dos solamente para curarla radicalmente. Pero como en la cllsa no hay donÜe guardar las que sobraron y a usted le pueden ser muy Útiles, ahí le devuelvo las dos que quedaron ... ¡Paf!. ... ¡Paf!. .. El pobre galeno sin tocar tabla de mostrador fue a caer en el. interior del botiquín, mientras la silla Call un ruido de siglos rodaba por la calle, Imperturbable continuó su camino Toribio; sobre sus labios hú\medos de recientes besos se contraía una sonrisa de satisfacción y en sus pupilas se asomaban gratísimas reminiscencia.:;. EL SECRETO Bajo su gran paraguas verde oscuro, el manteo nuevo y el castizo sombrero de teja, el paUTe Valerio desafiaba la lluvia de aquella tarde de Sábado Santo -subiendo por la calle de JesÚs hacia la iglesita de Chiquinquirá. Iba solo: y en la penumbra de la calle la fina silueta negra del santo y dulce varón se ree-ataba contra el muro de las casas evitando los golpes sonoros de los chorros de agua que caian sobre el monumental paraguas. Empero, mientras en las baldosas de la aCéra re-suenan los acompasados pasos del sacerdote, digamos a nuestros lectores qui.én era el padre Valerio Martínez. Hijo de a.quel célebre Auditor de Guerra de Morilla, Enrile y Sám3no, durante el terror en la guerra 113 1\ U ')' ,.; j{ o HAL D A k R I A G A de reconquista, el doctor Faustino Martínez, largo tiempo proscr'Íto de su patria y sólo vuelto a ella merced al buen jerez que en una fiesta de palacio hicieran beber al Lihertador-abstemi) habitual -los señores Arrublas y Montoyas y a las súplieas de Manuelita Sáenz; su hijo, el padre Valerio fue una alma pura y tl'ansparente, artista del canto y de las liturgias religiosas: las época", de su exi-stencia, niñez, juventud, ancianidad, sólo imprimieron en el físico del sacerdote las hondas huellas del obligado viaje, pues, su espíritu conservó su prístina inocencia; la risa del niño tuvo la misma casta ingenuidad en el anciano; las penas del joven encontraron en el anciano el mismo dulce derivativo de la re60Ïgnación cristiana. Su fisonomía fue apacible y serena como una tarde Üe mayo a orillas del Tonusco. No conoció las contracciones amargas de las gran-l'es pasio· nes, ni la.s ambiciones turbaron sus ensueño,s de humildB pastor de alma·s. Como lo hemos dicho ya, artista, de ensueños religiosos, fue su canto puro y lírieo como notas surgidas de una de esa,s maitrisses en que las voce.s infantiles vibran sonoras en el augusto recinto de las viejas capillas romanas. No turbaron sus días las embriagueces combativas de la política, ni en .su alma encontró eco un instante el soplo malsano de aquel espíritu de dominio y soberbia que torturó il Santo de F,ogazzaro. Sopla del monte IndI'O la brisa húmeda y las rachas de fresca neblina rasgan sus cendales entre Io.s bosques de la cordillera; agítanse estremecidos los 114 L A 8 'l' I I~ l{ It A ~ f) I~ L Il H O gigantescos mangos que sombrean la catedral cuando el padre Valerio pasa bajo 6US copas. Un hombre embozado en amplia ruana negra se avanza hacia el sacerdote, le detiene con sigilo y respetuosamente le \Hee: -Buenas tardes, padre Valerio. -Más paso, pasito hombre j cuidado con el secreto! te pueden conocer y entonces ... respondió el padre, alargándole cariñosamente la mano, -Esté tranquilo padre; esta vez como 'siempre na' da se sabrá. -¥ ¿ los otros muchachos 'I -Comn todos ellos cargaron el Santo Sepulcro están en las disciplinas, all~ en mi 'Padre Jesús, pero quedaron en venir a penas pardee la tarde. -Bueno, pues, sigamos, te vas poraJaá por la otra calle; yo me voy derecho y n(}s encontramos don'Je el 'Jactar Martinez Pardo. La noche va a ser oscura y muy favorable ,Mucho sigilo, mucha circunspección, mucho silencio que estas COBas son muy sagradas! i'Cuidado con el secreto! Cuando el padre Valerio ¿e detuvo unos momentos en la plazoleta de Chiquinquirá las últimas luces del día huían y pronto fue noche; las tinieblas caían sobre la no alumbrada ciudad; su compañero se le unió poco después y juntoo volvieron sobre su izquierda; detuviéronse en e,l umbl'al del antiguo portalón '.le una casa señorial. -Vaya entrar aquí, espérame y espera a los compalie ros de la manera más recatada, va en ello el se- creto. 115 I: l ) I' J.: I~ (J :-; .\ L Il .\ !t It .\ \; .\ L!amó fuertemente cOn el aldabón f¡el j)ortÚn y prontamente s:~lió un negro de la morada, farol en mano. quien al recono:':Cr que la persona que llegaba era el padre Valerio, dio voces llamando In servidumbre del interior para que lo recibieran. --Más paso, mí amigo, reclamó el padre, contrariado, alarmado. y, volviéndose hacia su compañero le dijo: este muchacho es capaz >Je echarlo a perder todo, con esos gritos tan inoportunos. Acudieron prontamente unas sirvientas que abriendo el trasportón y alumbram:jo con bujías la entrada invitaron. respetuosamente al padre y a Sll compañero para que siguieran adelante. Protltoel padre, despidiéndo,3e de su amigo, estuvo el! la sala de la casa donde fue muy amablemente acogiÜo por el doctor :Martínez Pardo, su familia, y les quo le::; hacían visita esa nacho. Sin atreverse a de'splegur los labios estuvo largo tiempo callado el sacordote y sólo de vez en vez dirigía sus suplicantes miradas hac-ia el doctor Martínez, <Iuien, a su turno, esperaba que el padre Valerio, como era su costumbre, hacía muchos aÎios y por la misma noche del Sábr,'lo Santo, se decidiera a lIamarlo a palabra para confiarle un a8unto excepcionalmente grave. Haciendo u ti grande esfuerzo el padre rompió su muti·smo, y dirigiéndose al doctor .Martínez ParLlo !e dijo: -Si usted quisiera oírme aparte-con perdón de las señoras aquí presentes--un recado que tengo que darlo, ~;e la agradecería de to',lo corazón. L .\ ::) '1' I 1": 1: lt il ::) U 1: O ~Cuando usted guste, contestó el doctor alargándole el brazo; excusóse de las damas y salió con el saeerdote. Una vez llegados a la más recóndito del amplio patio en esa hora oscurecido por el follaje de los arbustos que apenas si dejaban tamizar un delgado hilo de la luz que daba un farol colocado ell la entrada de la casa, el padre, muy quedaGllente, susurró al oído de su acompañante: -Se trata en estos momentos ni más ni menos (¡ue del j gran secreto! dentro Üe poco vendrán a buscarme los fieles compañeros de tuja!'. los años, los que stiben guardar religiosamente el secreto; yo le suplico que al salir con ellos usted disimularF todo la posible el motivo de nuestra aU-'lencia con todas y cada una de las señoras y los señores que están a{lui esta Hoche, de mod:) que no vayan a trascender nada. ¡Cuidado, doctor, con el secreto! -Na tenga ustetJ ningún temor; cuando llegue el momento puede irse confiado que yo le respondo de todo, contestó riéndose catiñosamente el doctCll·. Ya muy tranquIlo ei padre volvieron il la sala, en donde oSe reanudó la más culta y agradable de las tertulias sociales. Las ''':iez de la noche eran corridas cuando fue avisado el sacerdote de que en la calle se le solicitaba. Muy emocionado por el llamamiento .Y sin saber eómo despedirse, titubeaba para levantarse cuando vino en su ayuda el doctor Martínez Pardo, quien le dije, 30lemnemente, en voz alta: _·-P,,:iJ'(~ Valprio, la ¡iaman para 8S11nto" de su mil:) 117 H U 'l' nj~tel'io; ¡.; H U ~ si usteÜ gusta, A L I> A H la acompañaré H hasta la ca- JIe, -Muy amable, doctor; acepto, contestó el padre, y luégo rie despedirse muy cortésmente, salió {lon el señal' de la casa, Ya en el zaguán se dirigió a su acompañante y le suplicó encarecidamente les expjicai'a a las señoras eso de su ministerio, no fueran por la palabra ésa a dar con la clave del gran secreto. Tranquilizólo de nuevo el doctor y con toda cortesía le despidió en la puerta >Je la calle, donde un il'UpO de hombres le esperaban bien disimulados contra los muros del caserón, -Bueno, muchachos: mucho silencio, mucha vigilancia. no vaya a haber por allí quien nos esté atisbando, dijo cor. voz de mando el sacerdote. Desfilaron silenciosamente, con la mayor compostum, tratando de penetrar hasta en el último detalle de la oscura p.\awela para ver de sorprender hasta la más remota causa del menor de los ruidos, Detrás del padre Valerio y en fila indiana adentráronse en la iglesia de Ohiquinquil'á y cerraron detrás de sí la puerta a doble vuelta de llave, Una vez en el interior hicieron luz; el pacll'e ordenó la más eX1quisita y prolija requisa del t~mplo hasta !leg'ar a la evidencia de que estaban absolutamente solos en aquel recinto. Se·paráronse los hombres, cada uno de ellos llevando una bujía encen<lida, a fin de cumplir fiel, lealmente las órdenes del sacerdote. Después de algún tiempo volvieron y le manife·::;taron que poÜía estar seguro que en el templo no había alma yiviente. 118 L ,\ S 'l' ,E H Jt A t; DEL () H O ---Todo está bien requisado, bien escudriñado, no hay temor de qlle, .. -y ¡,ese ruido'! interrumpió €l padre, cuyo finisimo oído había atrapado el leve rumor sedeño de alg-o que se agitaba dentro del camarín de la Virgen, -Es una lechuza, contestó uno de los hombres que se había apre6urw,lo a investigal'- el ruido acusador de la presencia de un sér en ese rincón, -Pues, que la echen también, ordenó el pndre Valerio, Y fue obedecido inmediatamente. -¡ Ahora sí podremos proceder! exclamó e/Illocionado. Entonces se acercaron resp€tuosa, religiosamente hacía el Santo Sepulcro, en donde yacía una admirable obra de escultura quiteña, que representaba al Cristo muerto y que la tarde anterior, VierIles Santo, hahía s;Üo conducida en solemne procesión desde la iglesia Catedral hasta la de Chiquinquirú, para darle .solem~le sepultura y esperal' su gloriosa resurrección, Tomaron la escultura yacente entre tooos y con religiooo respecto la extrajeron del sepu [cro; en volviéronla luégo entre blancos lienzos perfumados con alcanfor y vainilla y colocáronla entre una 1:aja de cedro que cerraron con llave. Volv'iéronse entonces hacia la sacristía y ya en ella extrajeron una imagen He Cristo resucitado, de ulla alhacena hábilmente disimulada entre el muro, alzáronla y fijilronla 60bre nubes que se levantaban en ;¡J;'Jas florecidas, vencedor de la muerte, en actitud de subir hacia el cielo, en'señando las frescas rosas de su martirio. Arrobados por esta faena triunfadora del resurrecit olvidaron totalmente la consig119 ¡: U 'J' I'; I: (l na del silencio y de la discreción, y principiaban b:al' en voz alta cuando el padre los llamó den: a haal ol'·~ - -Todavía, no; muchachos; no-s pUtÙ'en oír y se echa todo a perder; todavía hay que bajar a la Catedral con nuestra reconHmdación, y señaló la caja con el Cristo yacente. Poco después de conelu ída tan satisfactoriamente la sustitución del Cristo muerto por el Cristo resucitado, el grupo de hombres salía recatadamente de la iglesia encaminándose a la CattÜral, llevando en hombros la caja que el padre les había indicado. Llegados a este templo, con el mismo cuidado y discreción empleados en la levantada y arreglo del Resucitado, ocultaron también en el escaparate de una sacristía la caja con el Cristo muerto . Y entonces, lleno de júbilo, el padre les pitlió albricias a sus compañeros, lanzando un suspiro de alivio. _ -j Ahora sí, muchachos, se ha consumado el misterio de la Redención! j Y, cuidado con el secreto! Todos juraron guardarlo religiosamente. Invitóles el padre Valerio a desayunarse en su casa y hacia ella se dirigieron todos. CuanÜo se despedían; después de muy buen chocolate, queso y pan, el padre volvióles a suplicar encarecidamente: j Cuidado con el secreto! iCuidado con el secreto! y aquel gran secreto supo guardárselo al santo varón toda la noble y cultísima socioedad de la ciudad Üe Antioquia; era el secreto del padre Valerio, era al120 gN LA~ 'l'IEltRAS DEL o R o go sagrado que todos sabían y que todos ignoraban voluntariamente en honor y cariño de] sacerdote de alma transparente y pura, durante su existencia. ¡Cuando ]€ comunicaban sus amigos que había muerto algún v€c'inO de Santa Lucia a de Buga, barrios de la ciudad, si había sitio alguno de sus compañeros en las maniobras que hemos descrito, exclamaba con lágrimas en los ojos: -¡ Tan bien que guardaba el secreto! LE QUEME LA VIDA El maestro Carlos aprovechando un rayo de lu! que He hilaba al través de la larga ventana examinaba cuidadosamente un galón de plata. En su rostro apacible, serenO, sólo se abismaba pro· fundamente la arruga interciliar,-el maestro escu· driñaba det€nidamente los detalles del argentado tejido--y la luz se recogía en el c!aro·08curo del talIeI' sobre la faz mística y barbada del carpintero. Al fin, ya satisfecho de su prolijo examen, llamó a uno de los aprendices y le entregó la pieza de tan :rico colorido. En aquella hora avanzada de la tarde el trabajo cesaba: los obreros fueran poco a poco abanÜonando el taller. El maestro retiró de SliS ojos los lentes, y muy¡ 123 Il o '1' 1~ H o S A L D A K R [ A G A despacio, dando lumbre a su cigarro, llegóse al punto donde yo le esperaba. Nuestro socorrido rinconcito. para las tertulias de todas las tardes, quedaba en el extremo de un largo corredor, lejos dë los depósitos tJe virutas y aserrines. y pensaba al verIe que se acercaba ¿cómo se había ingeniado el maestro para lanzarse con el fardo de la vida al amar de aquella corriente tranquila, igual, sin ambiciones? . Muchos, acaso, creerán, que entre nosotros no existe el tipo de mi narración, pero yo empeño mi palabra que es el más real de aquellos con quienes he tropezado; que mi historia es absolutamente verídica; y que sólo siento no darle todo el colorido y sabor que a sus conversaciones le Üaba el maestro Carlos, Era soltero y no compartía ni con perroo ni con IcalJar¡os sus soledades. Sus expansiones, fuéra del 'cigarro y del café-muy saboredao y a todas horasy del silbar entre dientes algún trozo de música se'ria, no se le conocían . . No fue político nunca. Su vivir uniforme, inalterable, resignado, metódi'co, era bien digno de una discreta investigación. lVIi vieja amistad para con él, el cariño que pare'cía profesarme, me autorizaban en cierto molJo para -inquirir de su vida. cIe su pasado. Pero ante aquella esfinge de mirar hondo y de 'abundosas plateadas barbas mosaicas, cometí la tor'peza del siglo, preguntándole: 124 l' 1 l'; U It A l:l () It O -¿ Maestro, usted por qué no se casó? Miróme un minuto fijamente, y persuadido de que mi pregunta renía más Üe la ingenuidad que de la guasa, me respondió senc'illamente así: -Ese pretérito que usted ha empleado me gusta mucho; él cobija una existencia bien extinguida ya. Sabrá usted que, ciertamente, he tenido dos vivires: aquel cuando tuve una novia ... y el otro ... éste ... el actual, que propiamente no es Un vivir, porque cuando no hay halagos para la vida ya se ha muerto. Yo no me considero actor en este drama de la existencia desde hace más de cuarenta años; sólo he quedado como testigo indifer~nte del continuo desfile y como suministra·Jor de vehículos para el viaje sin regreso. El maestro se calló. Aspiró largamente el humo de su cigarro, y luégo con admirable habilidad, largó enorme bocanada hacia arriba, convertido en multituoJ de coronitas que, al ascender fueron d'ilatándoiSe has,ta }1esvanecerse del todo. ¿ Acaso quiso consagrar en ese tenue simbolismo, el maestro, las existencias que había visto desfilar en su oficio? -Cuanclo cumplí los veinte años, continuó, trabajaba como Un macho: le explicaré. Estaba locamente enamorado de in. niña más linda de la ciudad. Teníamos pOI' entonces nuestro matrimonio arreglalJo para las Pascu¡¡,s de Resurrección de ese año y estábamos en marzo. Justamente había contraído compromiso para entregar, al fin de ese mes, treinta ataúdes de todos tamaños y formas. La e¡;>idemia que diezmaba 125 I; I, ï' l'; I{ () ::; .\ L JI A H I{ I A (> A la población era la causa de aquel enorme pedido de cajas mortuorias. Mi especialidad como ebanista era la obra de talia; pero aquel fúnebre género de los ataúdelS daba más dinero en la oCH-sión, y en los afanes de una boda próxima no habia que vacilar, necesitaba de la blanca. Fue Ull sábado a la oraciollcita; yo terminaba mi ¡'dtimo ataúd de la jornada, una joya, una verdadera joya en esa especialidad; forrado en satén blanco. con galones plateados, de chorrillos y estrellitas de metal blanco, en suma, un ataÚd como para una virgen ... A esa hora y en la semi-oscuridad del taller el a-specto de éste era realmente aterrador; treinta ataúde·s alineados contra los muros eran para infundir paVOr a cualquiera persona por valiente que fuera. Una voz que no sólo me era familiar sino la más grata -de las músicas para mi alma se dejó oil' a la pu erta del taller: -j Adiós! Carlos ... -Angela, éntra que eatoy solo, contesté. -;Pues, por esa mismo no me atrevo a entrar, y ... por esos ataúde-sque asustan. Salí, entonces, a su encuentro y la obligué a entrar. Luégo nos engolfámos en ta más amorosa y más interesante de las conversaciones, y alegremente, maquinalmente, naIS fuimos acomodando hasta quedar sentados sobre el ataúd blanco, el recién concluido esa tarde. ¡,Cuánto tiempo duró nuestro coloquio? Yo no he podido recordado. La noch~ volaba sin que 126 E N L A 8 o 'J'1~ltHAt; H o nosotros ultimáramo·s los lJetalles de nuestra próxima bona, las confidencias sobre ese futuro de dichas y alegrías. Al fin eIJa se dio cuenta de la tarde que cra y ,saltando de la caja mortuoria se preparó para :Ilej al'se . Yo no pude contenerme, estaba ebrio de amor y de felicidad; toméla por el talle. la atraje hacia mí, volviéndola a sentar sobre la caja blanca; le di Ull ardiente beso sobre los labios; lanzó algo que IJudo ser queja. suspiro, Hollozo, grito de placer .. yo qué sé .... tan sólo fié que le quemé la viIJa ... ! ¡Sí, señor! el maestro hablaba con acento entrecortado, emocionado hasta un punto tál que yo no le conocía, ie quemé la vida! .... Una -semana después murió mi novia de la maldita (leste de entonces. Hice u n esfuerzo heroico para acompañada hasta el camposanto. Medio oculto para que no vieran mi llorar esperé que salieran de la Ci>8a ~on el entierro. Y segu i detrás del convoy fúnebre; al prine:ipio el dolor y las lágrimas no me habían dejado ver de cerca el ataúlJ. también un mundo de flores casi lo tapaban; pero al doblar una esquina me acerqué bastante por UIl instante y j qué dolor! Ange la iba en la misma caja mortuoria ,sobre la cual la había besado. Casi doy un grito. pero me contuve; loco ·je dolor huí para mi casa. Cuando, mucho tiempo después, regresé al taller me convertí en el maestro Carlos, y ya no volví a abandonar la industria de los ataÚde,s. Hice de su construcción mi especialidad. En esta agencia morhloria vivo en relaciones íntimas con la muerte; la \'ida pa,sa de largo sin halagos para mí, sin atraer127 13 o T E U O ~ A L D A H HIA U A me. Cuando aquí golpean, la puerta estoy se.guro d~ encontral'me Con Ull rostro lloroso, al menos compungido, y con la solicitud de Ull vehículo para el último viaje ... La paz ;v el recogimiento los he impuesto de tal modo en este taller que cualldo mUl'tílleo un poco recio los cJicial£s me miran ,sotp¡rendidos: etlos no adivinan de lo que se trata; a usted sólo se lo digo: es que hay momentos en que oigo como el lamento de Angela, y trato de acallarlo golpeando recio. El maestro se sumergió en profundo silencio; era ;nl1Y tarde. Me desped.í; respetuqsa~ discretamente me alejé dejándolo a solas con) el recuerdo Ù'e su Angela, aquella a quien le quemó la vida con un beso. UNA SOLUCION AL TUNEL DE LA QUIEBRA ,Don :Manuel, embozado en su blanca ruana de hilo, trataba de evitar que a'quel viento tibio que arrastraba densa nube de sutil polvo viniera a infiltrarse por sus rojas narice" y a quemarle los astutos y maliciosos ojillos. Su abultado vientre, que cubría un chaleco de dril de menudos cuadros negros y blancos, como un tablero de ajedrez, podía contemplarse levnntándo8e y descendienlJo rítmic~mente al compás de una agitada respiración. Dejaba ir su mula, en que cabalgaba largas jornadas, a paso tardo por aquel camino que serpentea sobre el lomo de la soleada y agria cuesta de Quebra(litas al Porce. 12!l ~ALvAH1(IAUA Al fin cie tánto bajar se encontró en los planos del descenso. Desmontó de su cabalgadura y dióle fresco en el espinazo levantando una y otra vez la silla de montar, quitóle el freno y esperó unos momentas. Encendió un gran cigarro y luégo volvió a treparse itgilmente para sus años. Ahora s€ le presentaba el camino-con gl'atísima :;Ol'presa de su parte-admirablemente arreglado, magnífico para transitarlo, y a lo lejos, en el recodo, los golpes de una barra y de az ••IJones se dejaban oÜ' denunciando la presencia de los que indudablemente estaban entregados a la tarea de componer la vía. Picó la mula alegremente, y pronto, con verdadera estupefacción de su pade, pudo precisar la bíblica y gigantesca humanid<.Ü de don Práxedes Gar<'Ía, (Iuien con sus hercúleos brazos levantaba y dejaba <:aer acompasadamente una gran barra de hierro sobre los obstáculos del camino. El viento arremolinaba las crespas, blancas y iuengas barbas del patriarca montañés, dando a su agudo y rojizo rostro la severidad de una creación rodine¡;- ca. Al golpe constante de aquel brazo fuerte y rudo Uesaparecían los alterones y se llenaban l(}s hondos surcos de la vía. EvidenteIn€nte aquel hombre t,rahajaba como diez. La sorp'resa de don Manuel no conocia límites, no volvia en sí de su admiración. -¡ Don Práx<..Ües trabajando en un camino pÚblico! (¡un (;liando fuera a linde de sus propiedades, era algo extraordinario, inau'Jito, increíble! 'I.' 1 I·: It it Indudablemente A ~ o it O debía haber un magnífico contrade por medio. ganando don Práxedes en el nego' to con el gobierno ¿ Cut\nto iría cio? Tenía que averiguarlo, y la averiguaría; esa incóg:1Ïta la dei'lpejaría o no se Jamaba l\1anueJito Sitnchez. -Adiós, don Práxedes ... muy ocupado. no? -Buenas tard~s, don l\lanuelito, .. Ya usted Jo \'e. " componiendo estos andurriales antes de que tie nos éntre el invierno. -- y ¿ hasta dónde es el contrato? .. -¿ Cuál contrato, don Manuelito? ·--Pues. el de la construcción de este amplio carretero, pues, así va quedando '.le bueno. --Nó, mi don Manuelito. Aquí no hay ningún con" tl'Hto, ni sombra de contrato, ni nada que se le parezca. Yo estoy trabajando y haciendo esto por puro pa" triotismo; es neceôario ayudarle a la patria, y atraer al cnminante ton cÓmodas y buenas vías ... Don Manuelito callaba sorprendido; con su;; ojilIm; suspicaces y malévolos contemplaba-como una visión de pesad illa-Ia figura alta y socarrona del viejo montañés que le clavaba la mirada escruta'Jora y desc'oncertante, y no podía menos de tomar a pura guasa los propósitos y patrióticos pensamientos de éste. Iba, él, Manuelito Sânchez, dada la fama legendul'l" en aquellos rincones de laB montañaR nntioqueñas de la tacañería judía de don Práxedes, reconocida, JRl J: (l 'j' l·; I: ti S ~\ ti I) A !t ~t I 4\ G A ,comentada y maldecida por todos, a creerle en ese al'1'anque de altruismo y amor al terruño, ca ... ! Si Manuelito Sánchez gozaba de estupenda fama de enamorado en el valle y en la cumbre, en la 6Ïe!'l'a y en Jas mina." en las labranzas y en los' pue)¡]OS, nadie, absolutamente nadie, podia tacharlo de: haba para creerle a don Práxedes sus afirmaciones! Despidióse secamente de] viejo y picó su mula; ladeóse la rualla de un laÜo, mientras don PráX'edes contemplando cómo se alejaba, y mirando de soslayo mUJ'mul'ó: -Tan curioso el maldito enamorado de viejo és- te .... Pocos días ùespués de este encuentro don Manuelita regresaba de MedeHin. La magnífica obra de 'Jon Práxedes se presentaba ahora concluida en toda su extensión. Media legua de camino plano, macadamizado, y con sus desagÜes limpios, til'ad06 a cordel, que se alargaba hacia el pie de la cuesta. Don ManueJito lleno de satisfacción 'Y contento hacia galopar sobre el camino, igual y limpio, la mula que cabalgaba, resuelto a ganar allí el tiempo que necesariamente tenía que perder en la su bida por la cuesta. Ell sus adentros atJmiraba la obra de don práxede5 IJerO maldecía la malicia y reserva del viejo que nada le haùía dejaÜo trascender de la verdad en la construcción de tan maravillosa carretera. ¿ No tu' va hasta el cinismo de querer hacerle tragar la bola de su patriotismo? Pero j oh! sorpresa gratisima, en el arranque de L .\ R l' I ERn A So Of:r. otto la cuesta misma un mozo fornido y arrogante continuaba la composición de don Práxedes, el carreteable se alargaba. Al compás de unos cantos de amores encendidos dejaba caer fuertemE!'hte su barretón sobre las durezas de la tierra. Bajo el mismo modelo, con la misma constancia llevaba al cabo su obra. como la de don Práxedes, ni más, ni menos. Don l\IanueJito contemplando el trabajo de aquel mozo estuvo realmente arrepentido de haber juzgL.ÜO tan ligeramente a don Práxedes: evidentemente asistía a un soberano renacimiento del más puro y contagioso patriotismo en Antioquia. Todos se encontraban empeñados en su progreso y adelanto, y el ejemplo vívido del patriarca montañés había ganado a todos los habitantes 'le aquellas veredas; eSe entusiasmó, miró hacia el azul horizonte de las altas montañas y en poco más estuvo que no hubiera entonado a todo pecho aquello de: "Nací sobre una montaña .... " Pero había llegado precisamente frente al muchacho y la saludó familiarmente: -i Adiós, mi amigo ... I -Don ManueHto, paraservÏ1rle ... El mozo al saludar por su nombre propio al viejero no hacía sino pagar un tributo a la fama y po puJaridnd del enamorado montañés. Enjugó-se, con la manga de la camisa la Budorosa frente, con ágil movimiento Üe cabeza echóse hacia atrás el amplio sombrero de caña, detúvose en su tarea, y esperó satisfecho que le interrogara don U 133 D o '1' III R o gAL DAR R [ A G A Manuelito quien había detenido su mula y adoptado sobre ella una posición de descanso cruzando un-a Ù"e sus piernas por sobre el borrén de la silla. -Hombre, qué bueno va ese trabajo. ¿Es hasta unir esta mejora COn la de doñ Práxedes '! --Si, señor; par lo menos ee el ánimo ... -No me canso Üe admirar el patriotismo de don Práxedes, y el tuyo también, pero sobre todo el del viejo! -El qué de don Práxedes'! ¿El patriotismo? .. y el mío? .. El muchacho aiarrando con entramba6 manos la barra de acel'O y mirando de hito en hito al interpelante largó una enorme carcajada que le hizo agachar la juvenil cabeza; cuando la levantó, sus lindos y blancos dientes aparecían en descubierto; reía estruelÛo.samente, reía incansable, reía siempre, y el sombrero de caña ¡e le iba hacia atrás sobre una melena abundosa y castaña ... Miraba a don Manuelito y volviaa estallar ... ia viejo cuarto!, al canzab·a a murmurar entre carcajada y carcajada. -i Hombre I mismamente como si te estuvieran haciendo cosquillas ... o es que yo tengo micos en la cara ... no vas a acabar nunca de reírte .... ? -Pero qué quiere usted, don Manuelíto? .. eso del patrioti£mo de don Práxedes ... y el mio ... y el muchacho volvió a reírse· ruidosamente. -Pero hombre, respondió amoscado don M'anuelito, si no son cOsas mías; si fue que el otro día pa£aba para l\:1edellín y la encontré trabajando en este 1St TI¡'~HRAH U 1£ l, () Il O mismo camino y ùe la misma manera y me dijo que todo la hacía por patriotismo ... -Vea don Manuelito, yo si le digo la purísima verriad, y no me guarde el seereto, ¿oye? :El muchacho para comen~ar largó otra carcajada hien burlona. -Bueno, dijo impaciente don Manuelito; ¿ pero en (¡JUmas cuál es esa verdad? porque yo me voy ya .. --Pues, oiga usted, principió con alguna vacilación el muchacho .. En esta Semana Santa nos fuimos a confesar todos los montañeros al pueblo, como' la manda la iglesia; y el señor cura resolvió echamos de penitencia ... para los que teníamos por ahí, po!' ahi, algún amorcito ... -Pero eso no es pecado. hombre, ni mucho men09 ••• 1 -Yo no sé, señor, pero a mí me costó personalmente una primita ... un cuarto de legua de camino, bien arrcgladito, con sus respectivos desagües ... a satis' fac·.::ión del señor cura, y con prohibición absoluta de las reincidencias' Esta vez fue don Manueliw el que al oír la narraçión del mozo ca·si se viene al suelo, pues abandonando las riendas de la mula tuvo que apoyar ambas manos sobre el borrén de la silla y ladeado Üel derecho reía como un idiota. --la ... ja ... ja ... y entonces al hueno de don Práxe des? -Una llobrinita, señor. Media legua de camino .. y más los diezmos atrasadoo. 1:-:~. nOT (r, R o S A L DAR R tAG A El muchacho tuvo que acudir prestamente a enderezar a don Manuelito, pues, se venía al suelo con el aC<leso de hilaridad que le proporcionaban los patriotismos muy amorosos del hipocritón de don Práxedes. Entonces fueron ambos los que rieron largo rato mirándose con aire lJe ma ¡¡ciosa comprensión. Al fin don Manuelito le alargó un buen cigarro al muchacho, le dio un estrecho apretón de manos, se despidió y picó su mula. Cuando el muchacho vio que se alejaba le gritó riendo: -Vea don Manuelito que se me olvidaba una advertencia: que no se l~ vaya a meter en la cabeza confesarse con el señor cura de Quebraditas, porque a usted sí le echa de penitencia la rompida del túnel de la Quiebra. EL MILAGRO DE LA VIRGEN El alba del dia del tránsito glorioso de la Santísima Virgen brillaba sobre un horizonte lejano y quimérico; y en la placita del pueblo despertaba bajo los ósculos de la incierta luz Un rumor 'Je vida devota. Desde muy temprano doña Marta, directora espiritual y efectiva de todo el vecindario de Tropezones y de los campeôinos de los lugares aledaños, estaba en el presbiterio de la iglesia dando órdenes y Üirigiel1do personalmente el decorado. del templo. Parpadeaban las bujías en el altar m3yor arrancando del sagrario argentado compliz:auos sortilegios de luz; las flores en ramos a en guirnaldas, húmL'Jas todavía, dejaban escapar sutiles aromas, que mezclados al olor de la cera quemada y al místico perfume del incien-so, saturaban la atmósfera interna de la iglesita. 137 BOT J!l it o S A L DAR RIA G ~ Un murmullo de salmodia, y en la penumbra de la nave izquier.da, de vez en vez, un ego te absolvo di· cho con voz !Je alivio, son los únicos ruidos que acompañan la dominante voz de doña Marta. El sacristán refunfuña en un rincón; es inuy cojo y la mandona le ha hecho correr demasiado en la madrugada. Todos los años ocurre 10 mismo. La ilustre beata manrla, regaña, intimida, se impone. N a hay remedojo; del cura para abajo todos tienen que obedecer, que someterse. Pero a pesar He su inquina contra la noble matrona, el sacristán, como todo el mundo, admiraba para sus adentros la enorme actividad de doña Marta. Ciertamente: atendía a su casa; dio crianza supera' bundante a trece hijos entre varones y hembras; probablemente le prestaba aún buenos servicios a su marido; arreglaba y de·sarreglaba casamientos ajenos; reclutaba vírgenes paTa el Señor; era entusiasta y torturadora pedigüeña 'le limosnas para el culto divino, y presidenta porta-estandarte de tulas las aso· ciaciones religiosas-menos, naturalmente, la de Hijas de :María-; enseñaba la doctrina; hacía bastante politica ... y no dejaba de sonar su nombre en todos los intríngulis sociales. Oficiaba, también, como conseje'l'a ad honorclU del señor cura y de la sobrína 'J~ éste; y había tenido la inefable dicha de rescatar8C, es decir, de comprar para ella y su marido un rinconcito de cielo a los seráficos padres franciscano·s, todo pOl' .fi \"ideo!' de una vaca con cría y de dos lechanes; así Pastorcito, su maÚ..lo y eIla, todo la te138 L A 8 Tlllll'RAl:l DEL o R o nian arreglado correctamente y con tiempo. ¡Nada para la última hora! era su divisa. Doña Marta era de ilustre abolengo) eegún sus propios decires, nada meno's qua de los Esquivel de Pacayá. -J enaro, toque u>sted ya a misa primera, ordenó doña Marta. y el pobre sacristán se alejó a tira'r del rejo. -j Que suqan esas montañeritas, las de corrosca, que no han comulgado todavía! Al p.Ûre Pérez que lo aguardan. A eS06 hombres que conversan a todo pecho en el atrio, que .se callen la trompa, o que se larguen a otra parte con su charla. Martín, queme los voladores más despacio. Los de la chirimía que toquen sin pereza que para eso se les está pagando, y que se ponga ,en marcha por las calles más centralee del pueblo. En la oquedad del templo la voz de doña Marta vibraba C~n solemnipfAl' sinaica. Los belfos de la señora al fin quedaron en sosic· go, y su' mirada fulgurante de mando, de promesas y de protección brilló con tonalidades felinas. El bullicio aumentaba. El día cálido y sereno pe· saba ya sobre el pueblo con incitantes y tibias cari; cias. Allá, a lo lejoe, en las apartadas lomas iqué solas y risueñas se insinuaban las casitas campesinas! La chirimía y hasta la mismísima banda murgal de San Martín traían alborotadas la plaza y calles de Tropezones. Había sonado ya el ú,ltimo toque a misa mayor <:uanUo atravesó, la plaza a todo lo largo. doña Marta. 139 B Ii '1' ¡.; 1( U ~ A L V A H H I A O A Volvía de su casa para la iglesia. Todo el mundo se apartaba respetuosamente saludando a la señora. Esta vestía saya nueva de merino negro; mantilla de crespón con franja ancha, echada sobre la cabeza de manera que del empolvado rostro sólo se veían unoe ojo·s Üe mirar imperioso: una nariz anhelante, y una boca de expresión despectiva. No se dejaba ver na~da de cabellos, orejas, ni garganta. De la una de sus manos pendía un rosario inmenso, sonoro, y la otra agarraba con firmeza un mayúscul9 ridículo bordado de abalorios, que mal cerrado, como lo traía, permitía ver algun06 devocionarios y novenas. Ademá~. engarzado en el antebrazo Üerecho un pequeño ,b<ll1cOp!egadizo. Podía asegurarse que la señora llevaba un completo tren de mística campaña. Pero ese día, durante la fiesta, doña Marta se sentía triste, conturbada, a pesar de su indiscutible no' toriedad y respetos que la rodeaban. 'Resultó que Pastorcito,excelente católico y muy buen conservador, era, por otra parte, un tanto ca.viIo-sillo, inclinado a las pendencias Ya ... las copas; y naturalmente se avispaba no poco y defendía la Santa Causa de una manera ardiente y apostólica. Aun cuando muy temprano en es'e momento, doña Marta ya le había hecho comulgar y oír misa; el bueno de don PastO-l'cita debido, sin duda, a tan inefable dicha y a la natural alegría de la solemne festividud religiosa, habíase emocionado extraordinariamcnt,e; así que cuando su esposa volvió a la casa, de regreso de la ReguJlda misa, le encontró arengándoles 14lJ illN LA$ TIERRAB :DEL OIlO a la cocinera y a la dentrodera, con exaltación digna de mejor auditorio. -¡Malo! se dijo para sí la seño'ra, oyendo la entonación y el motivo de la perorata. y sustrayéndole en seguida tie su auditorio le encaminó hacia una de las piezas interiores 'le la ca:sa. Volvióse poco de·spués para la misa mayor. Asi es que doña Marta asistía a los oficios mayores sin 'tusto; y el sermón, extensa pieza oratoria sagrada, declamada por un rev(>rendo padre de fama colosal. le iba pareciendo largo, muy largo, y sobre todo muy semejante al dp. los año.s anteriores. Pero, gracias a Dios. ya iba a concluír. -La paz sea con vosotros! exclamó el orador en su invocación Dara finalizar. y, ,. j cosa rara! De~'le la plaza un rumor de voce.g fue subiendo, subiendo, bravío, hasta que el tumulto engrosado pal' los fieles (lUe salían de la igle-sia dominó toda su extensión. Mas no por esto se intimidó doña Marta; antes bien, nnimosamente se lanzó en busca de Pastorcito por si se encontraba en la trifulca. Sonaron varios tiros. Oyó entonce·s la señora al¡:to así como nn ruido de moscardone.s, a el chasquear ins· tantáneo de un láti$o\o. Un pensamiento atroz la pa.ralizó de terror, ¿Si serán balas? Recordó cómo un cuñado suyo le había referido que así silbaban en los rombates. , .. Creyóse muerta ya ... La Virgen del 'l'ránsito le sonreía y le -señalaba escogido puesto a su derecna. en p.l cielo; pero así y todo un deseo liviano la apartó de la ruta celestial: prefería en todo 141 BUT (I; It U 8 A L D AR B I A "O A CMO este "Valle de lágrima.s" con su Pastordto el de carne y hueso, a su lado, antes que las maravillaR del otro mundo" La guazabara continuaba, erecta, terrible. espantosa ... IEntonc'es doña Marta huyó como pulJo, le faltaba el aliento, muerta de horror. desmadejada se dejó cae'I' contra el portal de su propia casa .... Poco deepué!3 acudieron lo-ssirvientes, y al encantrarla desmayada la recogieron e internáronla en aquélla. Cuando 'hubo vuelto en si pudo contemplar cómo el servicio lloraba a moco tendido a su aln'ledor. Aguardó, muy -satisfecha de semejante,! pruebas de adhesión, hasta entrar en carácter, para exclamar beatíficamente entonces: -j,El milagro de la Virgen! estoy completamente buena, y os diré con el Señor: uN o lloréis por mí. .. --Si no Crs por usted, interrumpió la cocinera, es por don Pastorcito que 10 han traído muerto di un balazo en tuitico el pecho ... LOS TESOROS DEL CANONIGO Es una narración que parece cuento, y es un cuento que es una historia, -¡.'Conoce usted, acaso. el Templo? ,Ese augusto nombre dióle precisamente el insi~ne jurisconsulto, doctor Emiliano Restrepo, a la oficina del doctor Manuel María Bani,s, consagrando así el recinto donde se rintle culto a la más absoluta libert.nd de expresión del humano pensamiento. A1 tratar cie describir aquella vieja y oscura muratl:t, que un dia v.vó bnlhucir las primeras palnbl'as al Héroe del Bárhula, siento un supeTsticioso reco¡rimiento y creo no poder acertar en este empeño. Pero, lector mío, pase usted conmigo la puerta. ¿Es el ~ahinete del doctor Fau·sto? Nó; porque allí hay un n.t<e.ble: oue no usó el amante de la rubia Mal'g-arit.a: una hamaca Pon que se embejuca el '.1or.tor Bonis ,según su propiaexpTesión, En cambio, 143 BOT El R o 8 A L U Á H H I A G A contemplando el extraño c'onjunto de objetos esparcidos por aquel viejo recinto, viene la evocación del maestro a los labios: "Cíñeme en torno cúmulo de libros, que el polvo ensucia y muerde la polilla; papelotes y vidos pergaminos s uben al techo en apiladas filas: cóncavos vidrios, botes y redomas, extraños instrumentos hechos trizas ... " En los mUTOS deslucidos por el tiempo y sujetos con clavos, alfileres y plumas viejas se exhiben retratos, caricaturas, sentencias, profecías, versos, visias de ciudades, fórmulas de alquimia, y algunas plantas disecatJas, Insectos curiosos se muestran clavados sO,bre .recortes de periódicos que rezan efemérides de nuestra vida social. Las profecías: de políticos-nunca cumplidas-la caricatura que hizo reír un momento el público chismoso; el puente de occidente, causa de la emigración de los antioqueiïos, ::;egún la leyenda que llevaba al pie: la fórmula infalible contra la to-s ferina: la primera lan~osta Que vino a Medellín en su tercp.ra vi.sita; todo allí marca una etapa histórica, un minuto de actualidad fu- ~az . .sobre las mesas y los estantes de libros se encuentran p.uriClsas muestras de cerámicas indígenas anteriores a la conquista; raíces de fabulosas conformaciones; ídolos de oro extraídos de lag guacBS; joyas de gentes, que pregonan necesidades apremiantes, 144 L A S o TIERRAS R O para la venta: paquetes de múltiples formas y variado,s contenidos, como consignaciones al doctor Bonis; y por último un rimero tie cartas abiertas, cerraclas. a medio abrir, a medio cerrar. En 100 rincones, estribos metálicos del tiempo de la Conquista; utensilios de formas bizarras de verdoso cobre; herramilmtas de trabajo; bornsos cuadros de asuntos místicos traídos de lejanas sacristías, y media docena d'e sillas de cedro-, altas, talladas, doradas. muy antiguas. náufragas de los tiempos fafltuosos de la ciudad de Santa Fe de Antioquia, y que 4 conocerlas Julio Vives Guerra ya las hubiera cantado en romance. A la pieza interior, oscura y dis~retamente cerrada, no quiero aventurarme; dejémo51a rodeada del misterio polar de la inexplorable. ,Cuando entré en el Templo, la última vez, el doc<;; tor Bonis tenía un auditorio compuesto- por cinco a seIS personas de sus íntimos. y referia la que voy a contar a mis lectores, pero que desgraciadamente va privado de aquella carcajada especial, sui géneris, Que el doctor Bon.is-nHs apli('~tJo ,que Fausto aprendió indudablemente del maestro Mefisto, y con la cual en diatónicas descendentps, con reguladores ad libitum, su brayaba los tropiezos humanos y las caillas de los héroes de sue relaciones: Hacía poco que el padre Avellaneda acababa Ù'e arreglar su reloj de bolsillo poniéndolo a las sei,g (ln punto. Puee, venía de oír el toque de Angelus tañido en el viejo campana'rio de la pa'l'roquial de Santa Bál'bara. Bentóse en una silla arrecostada a una 1415 /I (I T ~; I{ U 8.\LOAkR1AGA de las columnas del patio en su antigua casa y dio la cara hacia la fresca brisa que se levantaba p01' allá en el Llano. Encendió un cigarrl), y entre tanto que seguia la tenue columnilla azulenca del aromático humo le sorprentJió el llamamiElnto que hacían a la puerta de la calle. ¿ Quién podl'ia ser? Su sobrina no era; bi~u claro le hahía manifestado que aquella tarde no podría volver. ¿El joyero Herrera? ¿Sebast:án, el pelu.q·uero? ¿ Ma' leficio, el sacristán? Tampoco, no podían .sel'; el~os no se atreverían a golpea'l' una vez ce.rrada la puei.·· ta. I Mientras el canónigo cavilaba, ios golpes menudeaban en el portón. Reso!vióse al fin a ver quién era y levantándose ¡fuese hacia la .salida de la casa. Llegóse al lugar en que llamaban y preguntó re' ciamente: -¿ Quién toca 7 -Abra su paternidad, qlle es un peregrino. Efectivamente el padre Avellaneda hizo girar la enorme aldaba y abierta la puerta se le presentó un hombre de aspecto humilde, y le dijo: -Padre, vengo a suplical'le me dé posada. Es ya muy tarde y soy fora-st€ro; no conozco a nadie d'! .esta ciudad. Me atreví a llamar a su casa porque sé que usted es un ministro de Dios lleno del verda.lero espíritu evangélico y sobre todo muy caritativo. -'Pues, señor mío, siento· mucho no poder darle pO' TIF.: It H A l:l n El J. () n o sada. Vivo solo, no tengo sino una camita; y no podría atender lo ... -Nó, padre, nO hay necesidad de cama, ni de na\la de eso; como aquí hace baatante calorcito con una estera que me preste yo duermo muy bien ell ese claustro- ... -Nó, de ningu'na manera. ¿Cómo he de permitir que usted se tire así .•• en el suelo, a espalda pelada •.. ? -Padre no me niegue la posada que yo duermo muy bien, así como le he indicado ... y así, y tánto le suplicó el viajero al canóni~o el hospedaje que a éste al fin no le quedó más camino que concedèr6elo y darle la estera que p€.tJía. LUf1go de anochecido se acostó el padre Avellaneda, tomando SUR precauciones, pues, le inquietaba extraordinariamente la presencia en su casa de aquel desconocido. Madrugó. el sacerdote más que de costumbre; p,>r tener que rlp.dr la misa primera, y sobre totio por ver qué har-ía su traído, es decir su venido, de la noche :\nt~rior. Topóse Call que el forastero ·bien despierto y arrecostado a Un pilar del patio fumaba a esa hora maUnal. Al verlo el canomgo le dijo: -~Buenos días, mi amigo, c6mo madruga usted. -Nó, señor; no he madrugado, es que no he dormjlj('l. -Pero ta estera yo se lo dije, que el suelo muy matadora ... 1:47 era muy dUTO y II O '1' t~ It O 8 A L D A H H1A d A -Nó, ~eñor; no es precisamente eso ... Al padre Avellaneda le iban molestando las reti~cncias dal viajero, y un poco amostazado le interveló: -Pero, entonces, diga con franqueza qué fue lo que le palló? El viajero ahuecando la voz y tomando una actitud trágica se acercó al canónigo y muy misteriosamente musitó a ~;u oído: -'Espanian tánto en e'sta casa que de pUTOmilagro he aro.'\n€cido con vitJa. Sobre todo en este co· rredo·r: paHCS de un hombre calzado can botas ~ltas y espudas, que arrastraba un espadín; Rollozos, Q.ucjidos, y un derramar de monedas que sonabl\n como campanillas de cristal. Y allá, en ese rinciln -el viajero señalaba con gesto melodramático-una luz azulosa, fría, osciló toda la santa noche. j Por Dios, padre! permítame cavar en ese lugar. Es una obra de caridé.H cristiana, de misericordia con el préjirno, ~alvar un alma en penas! Yo, después de un llamamiento tan manifiesto de esa ánima no po' dré qt:edalrr.oe quieto sin que se condene mi alma. El padre Avellaneda, que era un tanto zorro, Vil.·ciló todavía en creer a su huéspe·d y en conceder el permiso que solicitaba para cavar en el rincón señalado. -Usted ha sufrido de pesadillas, mi amigo, se le conoce d€rná~ en la cara que pone y en la emoción que la embarga ahora. -¡.padre, oogalo por las ánimas benditas del PUT' gatorio I Míre que qui~ás haya un gran tesoro que la 148 Divina Providencia se la tenga -destinado para us! Todavía vaciló Un momento el padre para conceder el permiso al viajer{), pero a;l fin se decidió y le dijo: -Me voy a decir la misa. En aque\1a pieza encuentra usted una barra y una pala, puede usted cavar que yo volveré pronto. --Gracias, mi padre, y no olvide usted rezar mu· r.ho por esa a lma que está en penas ... Corta, muy corta les pareció en aquella ocasión a ,los devotos la misa lJicha por el padre Avellaneda; no era esa su costumbre. Rápidamente salió de la iglesia y se dirigió a su ca'sa, sin detenerse como soHa hacerlo en toda matJrugadn. Al entrar en su vivienda 66 encontró con el peregrino de la noche anterior quien rebozando contento salió a recibirlo. -¿ Qué hu,bo? le preguntó anhelante el sacerdote. -Ya usted la ve padre, con sus propios ojos ... y ante la mirada atónita del canónigo exhibía el viajero dos grandes frascos de vidrio, todavía sucios en parte çle tierra, y entre los cuajes brilJallR el oro En polvo ùe que eRtaban completamente \1enos. Tom6lo6 febrilmente en sus manos el padre Avellaneda y r.alculó su peso, mentalmente, por lo menos en diez libras de oro. El viaiero agregó entonc~ en tono confidencial y humilde: -Como yo no conozco nada de oro, padre, no sé lo qu P. esto pueda valer. En todo caso yo no quiero ted .. 10 149 BOT g fi o B  L V  R R I À G A nada de todo ello. Son cosas de la otra v;Üa que me :m.;:in.n Dmcho respeto y miedo también. Lo justo ('5 que usted ~e llAve eso, totalmente. y encomiende €I a:ma del dueño <.leItesoro para que salga de pena-s y roi Dios se la lleve a descan·sar ... -¡Kó. hombre, no! Es justo que usted neve algo. !.Ü':mo no ha de valer alguna cosa todo este arito? El sacerdote volvió a hablar y dijo al peregrino: - ..lle::U)nme ï.;~ted s:c:¡w:era esto;; veinte pesos m~J11e' (la 113gB], ùooS mil pesos pape], (',omo dcciamos antes, (lue por la menos le sirven para su viaje ... -Pues, ya que usted se empeña se los recibo ea' U10 un regalo que usted, en su generosidad, quiere ha(;~rmc; pero nunca en pago de esos frascos, porque lema yo no conozeo de oro no sé si será a no será oro ¡¡gíLno. Cerde, p.:c-s, tiue no es por ese entierro Le rc(:ibo este-s papel2s. Además, yo les tengo un r :.ch 1·, o HfTcto a las cosas ,de la otra vida y no ·.¡c;cro unÜnme de nada. Litho (st.o rec;bió el viajero los bUetes que le alargaba el canónigo, y se despidió colmándolo de agradecimientos. --Que lleve un buen viaje, mi amigo, fue la última tlt6rcd ida del sacerdote. -Dio" se la pague, mi padre, respondió, y luégo, al volver la esquina, asumiendo la más truhall£,sca ·.Œ las fisonomías, con un gesto familiar en la hamp::, agregó: j el n,undo no está roto! El canónIgo que no había vuelto a aflojar los fras' C03 haeía brillar su contûn.'.;o a la primera luz de una radiante mañana. 150 1; .' l .. \ :-; LJJ£L o It O El vadre Avellaneda ,sacaba cada ocho dias sus frascos con oro al 601, y sentia algo muy hondo, sens·ar-ional, como cosquilleo-s, al ver los áureos reflejos de aquel polvo fascinante. Un dia resolvió mostrárselos, bajo la mayor reserva, a su amigo Herrera, el joyero; deseaba saber en realidad cuánto valía su tesoro. Así fue que tomó cita. en la casa de aquél y a una hora en que nadie les importunara. Herrera cumplió como hombre de bién y esperó sólo en su vivienda al canónigo en tJía y minuto fijados. Bajo el espeso y negro manteo el padre llevaba BU tesoro, '!l' furtivamente entró en la casa del joyero. Al ver a éste dijo el canónigo, lleno de emoción: -Aqui los tiene; y alargó ambos frascos. Examinóloe Herrera, lentamente; y luégo, lleno de zozobra, vaciándolos sobre la mesa y probándolos con reactivo'8 quimir.os, exclamó aterrado: -j Es pirita, padre I. .. iPura tierra I. .. iY, nada más 1. .. :",·.i INVICEl El Prólogo, por Romualdo Gallego .... El Valle del l'enderi8co •..•........ 1\:UrllmÓn 1 I) :¿7 •.••....•••.•••• El Voronel El padre Alcúzar·· ....•......•....... Meùicina contunùente B.1 ::;ecreto..........•.......•.•.•. Le quemé la vida .............••. Unll solución al túnel de la (Julebra .•.•.... Milagro de la Virgen ....•...•.•.......... Los tesoros del canónigo .. o o ••••••••••••••••• ••••••• 79 89 9~ " " , IllS ' 123 129 137 14S