reyes de aragón

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Aquelarre: Juego de rol demoníaco medieval
Corona de Aragón
A desde muy temprano, la Corona de Aragón estará
metida de lleno en varias guerras. Por un lado la que
libra el rey, Jaime II, con su hermano Fadrique, pues el
primero había pactado su retirada de Sicilia con los
franceses y con el Papa, pero su hermano había decidido que él
no se iba, y al ver Jaime que la familia le iba a dejar en mal lugar,
envía una flota para “convencer” al buen Fadrique de que tirara
para casa. Al final se lleva el pequeñín el gato al agua y, tras firmar la Paz de Caltabellota (1302), Fadrique es coronado rey de
Sicilia (lo que, por cierto, le vendría bien luego a los aragoneses,
que a la postre se terminarían
quedando más tarde con la isla).
La otra guerra pilla más cerca,
pues Jaime II aprovechando que
la muerte en 1295 de Sancho IV de
Castilla había dejado en el trono a
un hijo de pocos años, Fernando
IV, bajo la regencia de su madre,
María de Molina, y ya que el niño
es considerado ilegítimo —resulta
que como el Papa no había autorizado la boda de Sancho con la
de Molina, el matrimonio era de
todo menos válido y los frutos del
mismo tenían la misma “legitimidad” que un saco de patatas;
cosas de la Edad Media, como
pueden ver—, el rey de Aragón se
alía con el infante Alfonso de la
Cerda, tío del niño, y a cambio de
apoyarle en sus intentos para derrocar al crío, el aragonés se anexiona el
reino de Murcia. Claro que al final, el
Papa dice que de acuerdo, que considera legítimo a Fernando IV, y su tío Alfonso y Jaime
II se quedan, uno sin el trono y el otro sin Murcia.
Es lo que tiene la política: que no siempre salen las
cosas como uno quiere. A partir de entonces, el rey buscará
una ampliación de su territorio en el Mediterráneo, incorporando
en 1325 Cerdeña y Córcega a la corona aragonesa.
Y
A la muerte de Jaime II en 1327 debía sucederlo su primogénito, Jaime, pero éste era más bien capillita y había tomado los
hábitos unos años antes, con lo que el trono pasa al segundo
hijo, Alfonso IV, con el que las cosas empiezan a torcerse un
poquito más. Para empezar, el rey se chupa en 1333 el llamado
mal any primer (“primer año malo”), una fuerte hambruna que
se lleva por delante a muchos de sus vasallos; luego se mete
en una guerra contra el reino de Granada e intenta tomar Almería, pero se vuelve a casa con las manos vacías (y algunos
varapalos en batallas, claro); por último, en Cerdeña se levantan en armas contra los aragoneses (apoyados por Génova) y
aunque se consigue una cierta paz y estabilidad, lo cierto es
que los sardos no dejarán de liar la traca hasta bien entrado
el siglo XV.
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Pero como todo en esta vida tiene su final, por fin descansa el
buen Alfonso en 1336 cuando fallece, y le sucede su hijo Pedro
IV conocido como El Ceremonioso, pero no porque sea el hombre amigo de exageraciones y amaneramientos, sino porque le
gusta la ceremonia y la pompa más que a un tonto un lápiz, y
lo demuestra durante su reinado, cuando exalta como ninguno
antes su papel como regente y gobernante de cara a sus súbditos
y a los reinos vecinos. Está dispuesto a ampliar a costa de lo que
sea el territorio aragonés, y lo primero que hace es fijarse en las
Baleares, donde reina Jaime III,
su cuñado —a lo mejor esto lo explica todo—. Así que, como
quien no quiere la cosa, Pedro IV
mete a Jaime en juicios y procesos
que, por supuesto, gana en 1343,
y éste debe cederle todos sus territorios; pero el cuñado no está
por la labor, con lo que, se nos
presenta El Ceremonioso en Mallorca con una flota y tras darle a
Jaime hasta en el cielo del paladar, se lo lleva preso y se anexiona las Baleares. Cierto es que
años después, en 1349, Jaime III
consigue volver a Mallorca dispuesto a recuperar lo que es
suyo, pero en la batalla de Llucmajor pierde definitivamente el
reino y la vida.
En los años siguientes, Pedro IV
de Aragón tendría menos quebraderos de cabeza, aunque no fue todo
perfecto. Por un lado, está la Guerra de
los Dos Pedros (que ya comentamos en la
sección de Castilla) y, por otro, tiene que suprimir una revuelta nobiliaria (es curioso cómo
se repiten las cosas una y otra vez, ¿verdad?) que
comienza cuando Pedro dispone por decreto que su
hija Constanza le suceda en el trono, quieran o no los nobles,
y éstos, que otra cosa no, pero revoltosos eran un rato, forman
la Unión y se sublevan en 1347. Finalmente, como, por un lado,
son derrotados en Epila (1348) y, por otro, le nace un heredero
varón al rey, los nobles vuelven a sus asuntos y aquí, como siempre, no ha pasado nada.
Tras casi cincuenta años al frente de Aragón, finalmente
Pedro IV muere en Barcelona en 1387 y le sucede ese hijo
varón del que hablamos antes, Juan I, que había nacido el
pobre epiléptico perdido. Además, Juan es un hombre más
amigo de lujos y pasatiempos que de leyes y gobiernos: el
“amador de la gentileza” (como se le llamaba en ocasiones)
protege la cultura y el buen gusto, crea los Juegos Florales de
Barcelona, se rodea de poetas y literatos —como Bernat
Merge o Jaume March—, y es adicto a las cacerías, ganándose
pronto el sobrenombre de El Cazador. Precisamente en ésas
estaá, abatiendo a un ciervo o a un jabalí, cuando en 1395
Pars
R EYES
DE
X 1: Chronicae
A RAGÓN
Nombre
Años
Jaime II
1291 – 1327
Alfonso IV
1327 – 1336
Pedro IV
1336 – 1387
Juan I
1387 – 1396
Martín I
1396 – 1410
Fernando I
1412 – 1416
Alfonso V
1416 – 1458
Juan II
1458 – 1479
Fernando II
1479 – 1516
sufre un terrible accidente que se lo lleva por delante (aunque
las malas lenguas aseguran que fue cosa de encantamientos
y maldiciones) y, aunque tuvo tiempo Juan I para pasárselo
en grande, como hemos dicho antes, se le escapa un pequeño
detalle: dejar descendencia masculina. Así que el siguiente
en ocupar el trono de Aragón será su hermano, Martín I el
Humano, al que pilla la noticia en Sicilia y entre que viene y
no viene, está a un tris de quedarse sin corona. Claro que, a
fin de cuentas, tampoco termina de solucionar nada, pues el
reinado de El Viejo, como también es llamado, no es muy extenso, y a su muerte no le habían sobrevivido ninguno de sus
hijos. Se inicia, por tanto, una época de luchas por la sucesión
de la corona aragonesa.
En los siguientes dos años se presentan hasta seis candidaturas
al trono pero, tras el Compromiso de Caspe de 1412, sale elegido Fernando de Antequera, regente y tío del rey de Castilla
(del que hablamos en la sección anterior), ya que es mejor militar, más listo y, sobre todo, más rico, así que tras tomar el
nombre de Fernando I de Aragón, inicia su reinado con problemas, como mandan los cánones medievales. Y es que la designación del de Antequera sienta como una patada en sus
partes a los catalanes, que deseaban que hubiera salido escogido su candidato, por lo que buena parte del breve reinado
de Fernando se le va tratando de convencerlos al tiempo que
se defiende de sus ataques. Cuatro años después de llegar al
trono, el primer rey aragonés de la casa de Trastámara muere
de una enfermedad en Igualada.
Le sucede su hijo Alfonso V que, la verdad sea dicha,
pasa poco tiempo en casa, pues pasa parte del reinado
combatiendo en Italia contra los franceses para quedarse con el reino de Nápoles. Al final, tras casi
treinta años de combates y treguas, lo consigue en
1443, y se establece allí hasta su muerte como otro príncipe más de la Italia renacentista: que si artistas por aquí,
que si sabios por allá... y, en medio, Alfonso de mecenas para
todos ellos. Claro que también es cierto que el poco tiempo que
pasa en la Península lo aprovecha de forma sabia, principalmente
ayudando en Castilla a sus hermanos, los infantes de Aragón, en
su lucha contra don Álvaro de Luna, lo que está a punto de costar
una guerra entre los dos reinos si no fuese por María de Aragón,
esposa del rey castellano y hermana del aragonés, que poco antes
de que los dos se liaran a tortas en Jadraque en 1430, pone a los
dos gobernantes en su sitio y los manda de vuelta a casa.
Muerto Alfonso V en 1458 —en Nápoles, como no—, llega al
trono su hermano Juan II que, por cierto, también es rey de los
navarros desde 1425 debido a su matrimonio con la reina Blanca
de Navarra, aunque hacía ya algunos años que había fallecido
—muerte que, por cierto, provocará un grave enfrentamiento
entre padre e hijo del que hablaremos en el apartado correspondiente al hablar del reino de Navarra—. Durante su reinado,
Juan se las tiene que ver con una guerra civil y una masiva revuelta del campesinado, ambas en territorio catalán, conflicto
con el que tendrá que bregar durante muchos años, hasta que finalmente, endeudado con las franceses hasta las cejas, ciego y
con más de setenta años a la espalda, consigue entrar triunfante
en Barcelona en 1472: cualquiera hubiera pensado que tras contienda tan larga, Juan haría correr ríos de sangre en Cataluña,
pero no es así. Hastiado de tanta guerra y tanta lucha, renuncia
a la venganza y perdona a sus enemigos. Cinco años después
muere en esa misma ciudad: su hija Leonor se queda con Navarra y Aragón pasa a manos de su hijo, Fernando II, que por entonces ya es consorte de la reina de Castilla, Isabel I.
El reinado de Fernando y de Isabel se confunde en ocasiones
y se recuerda principalmente por los grandes hechos castellanos de la época: conquista de Granada, expulsión de los judíos
y descubrimiento de América, entre otras cosas. Y es cierto que
en todos ellos, mucho tuvo que ver el consorte, pero también
es cierto que Fernando II siguió velando por su propio reino,
solucionando el problema que soportaban los payeses de remensa catalanes —campesinos que vivían en régimen de semiesclavitud— y expandiendo y reforzando sus dominios
mediterráneos. También alcanzó notoria importancia tras la
muerte de su esposa y tuvo mucho que decir y que hacer en la
coronación de su nieto Carlos I como emperador, pero ésa es
una historia que deberá ser contada en otro lugar.
Reino de Granada
S
I como hemos visto antes, la política castellana y aragonesa de los siglos XIV y XV parece cuanto menos
trepidante, prepárate ahora, pues lo que ocurre en
estos años en Granada te va a dejar sin habla.
La llegada del siglo XIV encuentra a los granadinos en guerra
con Castilla, pues unos años antes les había arrebatado Ta-
rifa, pero en cuanto el rey castellano tiene un poco de tiempo
libre, pues asuntos internos le reclaman, se lanza a la ofensiva
y conquista Gibraltar en 1309. Y suerte tiene el rey Nasr de
que no sigue más allá, pues le alcanza la muerte preparando
una nueva campaña. Se suceden entonces unos años de relativa calma en la frontera, rota de cuando en cuando por
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