Fichas sexta clase - Curso de Formación Teológica

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María, nuestra Madre
Curso de Iniciación
Teológica I
Heraldos del Evangelio
Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio
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María, nuestra Madre
Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio
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María, nuestra Madre
Ficha nº 1
¿Qué es la oración?
(C.I.C. nn. 2558-2565)
P
ara mí, la oración es un
impulso del corazón, una
sencilla mirada lanzada hacia
el cielo, un grito de reconocimiento y de
amor tanto desde dentro de la prueba
como en la alegría (Santa Teresa del
Niño Jesús, Manuscritos C, 25r:
Manuscrists autohiographiques [Paris
1992] p. 389-390).
La oración como don de Dios
2559 “La oración es la elevación del
alma a Dios o la petición a Dios de
bienes
convenientes”(San
Juan
Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide
orthodoxa 3, 24]). ¿Desde dónde
hablamos cuando oramos? ¿Desde la
altura de nuestro orgullo y de nuestra
propia voluntad, o desde “lo más
profundo” (Sal 130, 1) de un corazón
humilde y contrito? El que se humilla es
ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad
es la base de la oración. “Nosotros no
sabemos pedir como conviene” (Rm 8,
26). La humildad es una disposición
necesaria para recibir gratuitamente el
don de la oración: el hombre es un
mendigo de Dios (San Agustín, Sermo
56, 6, 9).
2560 “Si conocieras el don de Dios”(Jn
4, 10). La maravilla de la oración se
revela precisamente allí, junto al pozo
donde vamos a buscar nuestra agua: allí
Cristo va al encuentro de todo ser
humano, es el primero en buscarnos y el
que nos pide de beber. Jesús tiene sed,
su
petición
llega
desde
las
profundidades de Dios que nos desea.
La oración, sepámoslo o no, es el
encuentro de la sed de Dios y de la sed
del hombre. Dios tiene sed de que el
hombre tenga sed de Él (San Agustín,
De diversis quaestionibus octoginta
tribus 64, 4).
2561 “Tú le habrías rogado a él, y él te
habría dado agua viva” (Jn 4, 10).
Nuestra oración de petición es
paradójicamente
una
respuesta.
Respuesta a la queja del Dios vivo: “A
mí me dejaron, manantial de aguas
vivas, para hacerse cisternas, cisternas
agrietadas” (Jr 2, 13), respuesta de fe a
la promesa gratuita de salvación (cf Jn
7, 37-39; Is 12, 3; 51, 1), respuesta de
amor a la sed del Hijo único (cf Jn 19,
28; Za 12, 10; 13, 1).
La oración como Alianza
2562 ¿De dónde viene la oración del
hombre? Cualquiera que sea el lenguaje
de la oración (gestos y palabras), el que
ora es todo el hombre. Sin embargo,
para designar el lugar de donde brota la
oración, las sagradas Escrituras hablan a
veces del alma o del espíritu, y con más
frecuencia del corazón (más de mil
veces). Es el corazón el que ora. Si este
está alejado de Dios, la expresión de la
oración es vana.
2563 El corazón es la morada donde yo
estoy, o donde yo habito (según la
expresión semítica o bíblica: donde yo
“me adentro”). Es nuestro centro
escondido, inaprensible, ni por nuestra
razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu
de Dios puede sondearlo y conocerlo.
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María, nuestra Madre
Es el lugar de la decisión, en lo más
profundo de nuestras tendencias
psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí
donde elegimos entre la vida y la
muerte. Es el lugar del encuentro, ya
que a imagen de Dios, vivimos en
relación: es el lugar de la Alianza.
2564 La oración cristiana es una
relación de Alianza entre Dios y el
hombre en Cristo. Es acción de Dios y
del hombre; brota del Espíritu Santo y
de nosotros, dirigida por completo al
Padre, en unión con la voluntad humana
del Hijo de Dios hecho hombre.
La oración como comunión
2565 En la nueva Alianza, la oración es
la relación viva de los hijos de Dios con
su Padre infinitamente bueno, con su
Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo.
La gracia del Reino es “la unión de la
Santísima Trinidad toda entera con el
espíritu todo entero” (San Gregorio
Nacianceno, Oratio 16, 9). Así, la vida
de oración es estar habitualmente en
presencia de Dios, tres veces Santo, y
en comunión con Él. Esta comunión de
vida es posible siempre porque,
mediante el Bautismo, nos hemos
convertido en un mismo ser con Cristo
(cf Rm 6, 5). La oración es cristiana en
tanto en cuanto es comunión con Cristo
y se extiende por la Iglesia que es su
Cuerpo. Sus dimensiones son las del
Amor de Cristo (cf Ef 3, 18-21).
Ficha nº 2
La importancia de la oración
(San Alfonso María de Ligorio, El gran medio de la Oración, Ediciones Alonso,
Madrid, 1979, pp. 3-5)
H
ablo así, porque veo, por una
parte, la absoluta necesidad
que tenemos de la oración, tan
inculcada en las sagradas
Escrituras y por todos los Santos
Padres; y por otra, el poco cuidado que
los cristianos tienen en practicar este
gran medio de salvación. Y lo que me
aflige todavía más es ver que los
predicadores y confesores poco hablan
de esto a sus auditorios y a sus
penitentes; y que los libros piadosos que
andan hoy en manos de los fieles no
hablan abundantemente de este tema,
pese a que todos los predicadores,
confesores y todos los libros no
deberían insistir en otra cosa con la
mayor premura y calor que ésta de la
oración. Por cierto que ellos inculcan
tantos buenos medios para el alma de
conservarse en gracia de Dios, la huida
de las ocasiones, la frecuencia de los
sacramentos, la resistencia a las
tentaciones, el oír la palabra de Dios, el
meditar las Máximas Eternas y muchos
otros más. ¿Quién niega que sean todos
ellos utilísimos para ese fin? Pero, digo
yo, ¿de qué sirven las prédicas, las
meditaciones y todos los otros medios
que dan los maestros de la vida
espiritual sin la oración, cuando el
Señor ha dicho que no quiere conceder
sus gracias sino al que reza? “Petite et
accipietis – Pedid y recibiréis”.
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Sin oración, según los planes ordinarios
de la providencia, inútiles serán las
meditaciones, nuestros propósitos y
nuestras promesas. Si no rezamos
seremos infieles a las gracias recibidas
de Dios y a las promesas que hemos
hecho en nuestro corazón. La razón de
esto es que para hacer en esta vida el
bien, para vencer las tentaciones, para
ejercitarnos en la virtud, en una sola
palabra, para observar totalmente los
mandamientos de Dios, no bastan las
gracias recibidas ni las consideraciones
y propósitos que hemos hecho, se
necesita sobre todo la ayuda actual de
Dios y esta ayuda actual no la concede
Dios Nuestro Señor sino al que reza y
persevera en la oración. Lo probaremos
más adelante. Las gracias recibidas, las
meditaciones que hemos concebido
sirven para que en los peligros y
tentaciones sepamos rezar y con la
oración obtengamos el socorro divino
que nos Preserva del pecado, pero si en
esos grandes peligros no rezamos,
estamos
perdidos
sin
remedio.
Ficha nº 3
Las fuentes de la oración
(C.I.C., nn. 2652-2660)
E
l Espíritu Santo es el “agua
viva” que, en el corazón
orante, “brota para vida
eterna” (Jn 4, 14). Él es quien nos
enseña a recogerla en la misma Fuente:
Cristo. Pues bien, en la vida cristiana
hay manantiales donde Cristo nos
espera para darnos a beber el Espíritu
Santo.
Ambrosio, De officiis ministrorum, 1,
88).
2654
Los
Padres
espirituales
parafraseando Mt 7, 7, resumen así las
disposiciones del corazón alimentado
por la palabra de Dios en la oración:
“Buscad leyendo, y encontraréis
meditando; llamad orando, y se os
abrirá por la contemplación” (Guido El
Cartujano, Scala claustralium, 2, 2).
La Palabra de Dios
La Liturgia de la Iglesia
2653
La
Iglesia
«recomienda
insistentemente a todos sus fieles [...] la
lectura asidua de la Escritura para que
adquieran “la ciencia suprema de
Jesucristo” (Flp 3,8) [...]. Recuerden
que a la lectura de la sagrada Escritura
debe acompañar la oración para que se
realice el diálogo de Dios con el
hombre, pues “a Dios hablamos cuando
oramos, a Dios escuchamos cuando
leemos sus palabras” (DV 25; cf. San
2655 La misión de Cristo y del Espíritu
Santo que, en la liturgia sacramental de
la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica
el Misterio de la salvación, se continúa
en el corazón que ora. Los Padres
espirituales comparan a veces el
corazón a un altar. La oración
interioriza y asimila la liturgia durante y
después de la misma. Incluso cuando la
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oración se vive “en lo secreto” (Mt 6,
6), siempre es oración de la Iglesia,
comunión con la Trinidad Santísima (cf
Institución general de la Liturgia e las
Horas, 9).
Las virtudes teologales
2656 Se entra en oración como se entra
en la liturgia: por la puerta estrecha de
la fe. A través de los signos de su
presencia, es el rostro del Señor lo que
buscamos y deseamos, es su palabra lo
que queremos escuchar y guardar.
2657 El Espíritu Santo nos enseña a
celebrar la liturgia esperando el retorno
de Cristo, nos educa para orar en la
esperanza. Inversamente, la oración de
la Iglesia y la oración personal
alimentan en nosotros la esperanza. Los
salmos muy particularmente, con su
lenguaje concreto y variado, nos
enseñan a fijar nuestra esperanza en
Dios: “En el Señor puse toda mi
esperanza, él se inclinó hacia mí y
escuchó mi clamor” (Sal 40, 2). “El
Dios de la esperanza os colme de todo
gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar
de esperanza por la fuerza del Espíritu
Santo” (Rm 15, 13).
2658 “La esperanza no falla, porque el
amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo
que nos ha sido dado” (Rm 5, 5). La
oración, formada en la vida litúrgica,
saca todo del amor con el que somos
amados en Cristo y que nos permite
responder amando como Él nos ha
amado. El amor es la fuente de la
oración: quien bebe de ella, alcanza la
cumbre de la oración:
«Te amo, Dios mío, y mi único deseo es
amarte hasta el último suspiro de mi
vida. Te amo, Dios mío infinitamente
amable, y prefiero morir amándote a
vivir sin amarte. Te amo, Señor, y la
única gracia que te pido es amarte
eternamente [...] Dios mío, si mi lengua
no puede decir en todos los momentos
que te amo, quiero que mi corazón te lo
repita cada vez que respiro» (San Juan
María Vianney, Oratio, [citado por B.
Nodet], Le Curé d'Ars. Sa pensée-son
coeur, p. 45).
“Hoy”
2659 Aprendemos a orar en ciertos
momentos escuchando la Palabra del
Señor y participando en su Misterio
Pascual; pero, en todo tiempo, en los
acontecimientos de cada día, su Espíritu
se nos ofrece para que brote la oración.
La enseñanza de Jesús sobre la oración
a nuestro Padre está en la misma línea
que la de la Providencia (cf. Mt 6, 11.
34): el tiempo está en las manos del
Padre; lo encontramos en el presente, ni
ayer ni mañana, sino hoy: “¡Ojalá
oyerais hoy su voz!: No endurezcáis
vuestro corazón” (Sal 95, 7-8).
2660 Orar en los acontecimientos de
cada día y de cada instante es uno de los
secretos del Reino revelados a los
“pequeños”, a los servidores de Cristo, a
los pobres de las bienaventuranzas. Es
justo y bueno orar para que la venida
del Reino de justicia y de paz influya en
la marcha de la historia, pero también es
importante impregnar de oración las
humildes situaciones cotidianas. Todas
las formas de oración pueden ser la
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levadura con la que el Señor compara el
Reino
(cf
Lc
13,
20-21).
Ficha nº 4
Los elementos de la oración
(Santo Tomás de Aquino, Escritos Catequísticos)
T
iene las
que se
oración,
confiada,
devota y humilde.
cinco cualidades
requieren en la
que ha de ser
recta, ordenada,
A) La oración debe ser confiada, de
forma
que
nos
acerquemos
confiadamente al Trono de gracia,
según se dice en Heb 4. Tampoco ha de
presentar fallos en la fe: "Que pida con
fe, sin vacilación alguna" (Iac 1,6). Pues
bien, esta oración ofrece a la confianza
segurísimo fundamento: ha sido
compuesta por nuestro Abogado, que es
el más sabio orante, en quien se
encuentran todos los tesoros de la
sabiduría (Col 2), y del que se ha
escrito: "Tenemos ante el Padre un
abogado, Jesucristo, el justo" (1 Jn 2,1);
por lo cual comenta Cipriano en su libro
De Oratione Dominica: "Teniendo a
Cristo como abogado por nuestros
pecados ante el Padre, al suplicar por
nuestros delitos usemos las palabras de
nuestro abogado". Cimenta también
firmemente la confianza el hecho de ser
El mismo quien nos enseñó esta
oración, quien juntamente con el Padre
la escucha: "Clamará a mí, y yo lo oiré"
(Ps 90,15); Cipriano: "Amistosa,
familiar y devota oración, el rogar al
Señor
empleando
sus
propias
expresiones". Por consiguiente, de ella
jamás se sale sin provecho, pues por la
misma se perdonan los
veniales, como dice Agustín.
pecados
B) Nuestra oración debe ser también
recta, de manera que quien ora, pida a
Dios lo que de veras le conviene. El
Damasceno puntualiza: "Orar es pedir a
Dios cosas que están bien". Y muchas
veces la oración no es escuchada porque
se piden cosas que no lo están: "Pedís y
no recibís, porque pedís mal" (Iac 4,3).
Por otra parte, es muy difícil saber lo
que tenemos que pedir, por ser
sumamente difícil conocer qué es lo que
debemos desear; las cosas que en la
oración se imploran lícitamente,
lícitamente se desean; en consonancia
con esto dice el Apóstol: "Nosotros no
sabemos pedir como conviene" (Rom
8,26). Sin embargo, tenemos por
maestro a Cristo, a quien corresponde
enseñarnos lo que hemos de pedir. Los
discípulos le dijeron: "Señor, enséñanos
a orar" (Lc 11,1). Por consiguiente, las
cosas que El nos indicó, se piden con
toda rectitud. Y así, comenta Agustín:
"Si nuestra oración es recta y atinada,
cualesquiera sean las palabras que
empleemos, no haremos otra cosa que
repetir lo que ya se encuentra en la
oración dominical".
C) La oración además debe ser
ordenada, como los deseos, dado que
ella es intérprete de nuestros anhelos. El
orden razonable consiste en anteponer,
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en los deseos y en las súplicas, lo
espiritual a lo material, las cosas del
cielo a las de la tierra: "Buscad primero
el reino de Dios y su justicia, y lo demás
se os dará por añadidura" (Mt 6,33).
También a guardar el orden nos enseñó
Cristo en esta oración: en ella se piden
las cosas celestiales en primer lugar, y
luego las terrenas.
D) Ha de ser devota la oración, porque
la unción de la devoción hace que el
sacrificio de la súplica sea agradable a
Dios: "En tu nombre elevaré mis manos:
empápese mi alma como de grasa y
untura" (Ps 62,5-6). La devoción
muchas veces se ve blanqueada por la
palabrería en la plegaria; por eso el
Señor nos aconsejó evitar la verbosidad
superflua: "Al orar no habléis mucho"
(Mt 6,7). Y Agustín en su Ad Probam:
"Ahórrense en la oración las muchas
palabras; pero no falte la apelación
intensa, si la voluntad persevera
ferviente". Por ello, el Señor compuso
breve esta oración. La devoción nace de
la caridad, que es amor a Dios y al
prójimo. En la oración dominical se
ponen de manifiesto ambos amores: el
primero cuando llamamos Padre a Dios;
el segundo cuando rogamos por todos
en general, diciendo: "Padre nuestro,
...perdónanos nuestras deudas", pues es
el amor al prójimo el que nos impulsa a
expresarnos así.
E) Finalmente la oración tiene que ser
humilde: "Atendió a la oración de los
humildes" (Ps 101,18); parábola del
fariseo y del publicano (Lc 18);
"Siempre te agradó la súplica de los
humildes y de los mansos" (Idt 9,16). Y
en esta plegaria se observa la humildad,
pues humildad auténtica hay cuando
uno nada fía en sus propias fuerzas, sino
que espera alcanzarlo todo del poder
divino.
Ficha nº 5
Excelencia de la oración y su poder ante Dios
(San Alfonso María de Ligorio, El gran medio de la Oración, Ediciones Alonso,
Madrid, 1979, pp. 8-9).
T
an gratas a Dios son nuestras
plegarias que ha querido que
sus santos ángeles se las
presenten, apenas se las dirigimos. Lo
dice San Hilario: Los ángeles presiden
las oraciones de los fieles y
diariamente las ofrecen al Señor. Y
¿qué son las oraciones de los santos,
sino aquel humo de oloroso incienso
que subía ante el divino acatamiento y
que los ángeles ofrecían a Dios, como
vio San Juan? Y el mismo Santo
Apóstol escribe que las oraciones de los
santos son incensarios de oro llenos de
perfumes deliciosos y gratísimos a Dios.
Para mejor entender la excelencia de
nuestras oraciones ante el divino
acatamiento bastará leer en las Sagradas
Escrituras las promesas que ha hecho el
Señor al alma que reza, y eso lo mismo
en el antiguo que en el nuevo
Testamento. Recordemos algunos textos
nada más: Invócame en el día de la
tribulación ...Llámame y yo te libraré
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... Llámame y yo te oiré ...Pedid y se os
dará ... Buscad y hallaréis, llamad y se
os abrirá. Cosas buenas dará mi Padre
que está en los cielos a aquel que se las
pida ... Todo aquel que pide, recibe ...
Lo que queráis, pedidlo, y se os dará.
Todo cuanto pidieren, lo hará mi
Padre por ellos. Todo cuanto pidáis en
la oración, creed que lo recibiréis y se
hará sin falta. Si algo pidiéreis en mi
nombre, os lo concederá. Y como éstos
muchos textos más que no traemos aquí
para no extendemos más de lo debido.
Quiere Dios salvarnos, mas, para gloria
nuestra, quiere que nos salvemos, como
vencedores. Por tanto, mientras vivamos
en la presente vida, tendremos que estar
en continua guerra. Para salvamos
habremos de luchar y vencer. Sin
victoria nadie podrá ser coronado. Así
afirma San Juan Crisóstomo: Cierto es
que somos muy débiles y los enemigos
muchos y muy poderosos; ¿cómo, pues,
podremos hacerles frente y derrotarlos?
Responde el Apóstol animándonos a la
lucha con estas palabras: Todo lo puedo
con Aquel que es mi fortaleza. Todo lo
podemos con la oración; con ella nos
dará el Señor las fuerzas que
necesitarnos, porque, como escribe
Teodorato, la oración es una, pero
omnipotente. San Buenaventura asegura
que con la oración podemos adquirir
todos los bienes y libramos de todos los
males.
Ficha nº 6
Dios nos da una gran merced por medio de la oración
(P. Alonso Rodríguez, Ejercicios de Perfección y Virtudes Cristianas, Editorial
Testimonio, Madrid, 2003, Parte primera, tratado 5º, cap. 3, pp. 315-316)
R
azón será que consideremos y
ponderemos aquí la grande y
singular merced que el Señor
nos hizo, que con ser la oración
una cosa de suyo tan alta y tan
excelente, por sernos por otra parte tan
necesaria, nos la hizo tan fácil a todos,
que siempre está en nuestra mano
tenerla, y en todo lugar y en todo
tiempo la podemos tener. Cerca de mí
está la oración para hacerla a Dios, que
me da la vida, dice el profeta David (Sl.
41, 9). Nunca se cierran aquellas puertas
de la misericordia de Dios, sino a todos
están patentes y abiertas en todo tiempo
y a toda hora: siempre le hallaremos
desocupado y deseoso de hacernos el
bien, y aún solicitándonos a que le
pidamos. Es muy buena consideración
la que se suele traer a este propósito: si
sola una vez en el mes diera Dios
licencia para que todos los que
quisiesen pudiesen entrar a hablarle, y
que les daría audiencia de muy buena
gana, y les haría mercedes, era de
estimar en mucho, pues se estimaría si
lo ofreciese un rey temporal: pues
¿cuánto más es razón que estimemos el
ofrecernos y convidarnos Dios con esto,
no solamente una vez en el mes, sino
cada día, y muchas veces al día? […]
No se enfada Dios de que le pidan,
como los hombres, porque no es como
ellos, que se empobrecen cuando dan.
Porque todo aquello que el hombre da a
otro, eso le queda menos a él; y domo
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va dando, va quitando de sí; y como va
enriqueciendo a quien da, se va
empobreciendo a sí, y por eso los
hombres se enfadan cuando les piden, y
si una vez o dos dan de gana, a la
tercera se cansan y no dan, o dan de
manera que no les pidan más. Pero
Dios, como dice el apóstol San Pablo
(Rm. 10, 12) es rico para con todos los
que lo invocan. […] Y como su riqueza
es infinita, así su misericordia es infinita
para remediar las necesidades de todos,
y desea que le pidamos y que acudamos
a Él muy a menudo.
Ficha nº 7
Dios nos concede todos los socorros necesarios
para la santificación y salvación de nuestra alma
(P. Thomas de Saint-Laurent, El libro de la Confianza)
C
iertas almas, angustiadas, dudan
de su salvación. Recuerdan en
demasía sus faltas pasadas y
piensan en las tentaciones tan
violentas que nos asaltan con frecuencia
a todos. Y olvidan la bondad
misericordiosa de Dios. Esa angustia se
puede convertir en una verdadera
tentación de desesperación.
Siendo aún joven, San Francisco de
Sales conoció una probación semejante.
Temblaba pensando no ser predestinado
al cielo. Pasó varios meses en ese
martirio interior. Una oración heroica lo
liberó. El Santo se postró ante el altar de
María y suplicó a la Virgen que le
enseñase a amar a su Hijo con una
caridad tanto más ardiente sobre la
tierra cuanto él temía no poder amarle
durante la eternidad.
cometerlo,
siempre
podemos
reconciliarnos con Dios. Un acto de
sincera contrición hecho en seguida nos
purificará a la espera de la confesión
obligatoria, que es conveniente hacerla
sin tardanza.
Está claro que la pobre voluntad del
hombre debe desconfiar de su flaqueza.
Pero el Salvador nunca rehúsa darnos la
gracia de la que carecemos. Además,
hará todo lo posible para ayudarnos en
la empresa tan importante de nuestra
salvación.
Es la gran verdad que Jesús escribió con
su sangre y que ahora vamos a releer
juntos en la historia de su Pasión.
En esa clase de sufrimientos hay una fe
verdadera que nos debe consolar
inmensamente. Solo nos perderemos si
cometemos pecado mortal.
¿Has reflexionado alguna vez en cómo
pudieron los judíos apoderarse del
nuestro Salvador? ¿Crees por casualidad
que lo consiguieron por su astucia o por
su fuerza? ¿Puedes imaginar que, en
medio de la gran tormenta, Jesús fue
vencido porque era el más débil?
Pero ese pecado siempre podemos
evitarlo y, si tenemos la desgracia de
Seguramente no. Los enemigos no
podían nada contra Él. En más de una
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María, nuestra Madre
ocasión, durante los tres años de sus
predicaciones habían intentado matarlo.
En Nazaret, por ejemplo, quisieron
lanzarlo por un precipicio . En otras
ocasiones, prepararon piedras para
lapidarlo. Sin embargo, siempre la
Sabiduría divina deshizo los planes de
esa impía cólera. La fuerza soberana de
Dios retuvo sus brazos y Jesús siempre
se alejó tranquilamente, sin que nadie
pudiese hacerle el menor mal.
En Getsemaní , al decir simplemente su
nombre a los soldados del templo que
venían a apoderarse de su sagrada
persona, todos cayeron por tierra,
tomados de un extraño pavor. Los
soldados solo pudieron levantarse
cuando Él les dio permiso.
Si entonces fue crucificado, si fue
inmolado, fue porque así lo quiso en la
plenitud de su libertad y de su amor por
nosotros. “Maltratado, voluntariamente
se humillaba y no abría la boca. Como
cordero llevado al matadero, como
oveja ante el esquilador, enmudecía y
no abría la boca” .
Si el Maestro derramó sin dudar toda su
sangre por nosotros, ¿cómo podría
rehusarnos las gracias que nos son
absolutamente necesarias y que Él
mismo nos mereció por medio de sus
dolores?
Esas gracias, Jesús se las ofreció
misericordiosamente a las almas más
culpables durante su dolorosa Pasión.
Dos Apóstoles habían cometido un
crimen enorme y a ambos les ofreció el
perdón.
Judas lo traicionó y le dio el beso
hipócrita. Jesús le habla con tierna
dulzura, le llama amigo, busca, a fuerza
de caridad, mover ese corazón
endurecido por la avaricia. “Amigo, ¿a
qué vienes?” “Judas, ¿con un beso
entregas al Hijo del Hombre?”
Es la última gracia que el Maestro da al
ingrato. Gracia de tal magnitud que
jamás la mediremos en toda su
intensidad. Sin embargo, Judas la
rechazó. Se pierde porque formalmente
él así lo prefiere.
Pedro creía que era muy fuerte. Juró
acompañar al Maestro hasta la muerte,
pero le abandona cuando lo ve en
manos de los soldados. Solo lo sigue de
lejos. Entra temblando en el patio del
palacio del Sumo Sacerdote. Niega a su
Señor por tres veces, porque teme las
burlas de una criada. Canta el gallo… y
Jesús se vuelve, fijando sobre el apóstol
los ojos llenos de misericordia y de
dulce censura. Se cruzan sus miradas.
Era la gracia, una gracia fulminante que
trasmitía por la mirada hacia Pedro. El
apóstol
no
la
rechazó.
Salió
inmediatamente fuera y lloró su falta
con amargura.
Así, igual que a Judas y a Pedro, Jesús
siempre nos ofrece gracias de
arrepentimiento y conversión. Podemos
aceptarlas o rechazarlas. ¡Somos libres!
Nos toca a nosotros decidir entre el bien
y el mal, entre el cielo o el infierno.
Nuestra salvación está en nuestras
manos.
El Salvador no solo nos ofrece sus
gracias, sino que hace más: intercede
por nosotros junto al Padre celestial. Le
recuerda los dolores sufridos por
nuestra Redención y toma nuestra
defensa ante Él, disculpando nuestras
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María, nuestra Madre
faltas. “Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen” .
A lo largo de la Pasión el Maestro tenía
tal deseo de salvarnos que no cesaba ni
un solo instante en pensar en nosotros.
En el Calvario, dirige su última mirada
hacia los pecadores: pronuncia en favor
del buen ladrón una de sus últimas
palabras. Extiende sus brazos en la Cruz
para hacer patente con qué amor acoge
en su Corazón amantísimo todo
arrepentimiento.
Ficha nº 8
Tres beneficios produce la oración
(Santo Tomás de Aquino, Escritos Catequísticos)
E
n primer lugar es un remedio
eficaz y útil contra los males.
Libra
de
los
pecados
cometidos. "Tú perdonaste la impiedad
de mi pecado; por esta impiedad todo
santo te rogará a ti" (Ps 31,5-6). Oró el
ladrón en la Cruz, y obtuvo perdón:
"Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc
23,43). Oró el publicano, y volvió
justificado a su casa (Lc 18). Libra
asimismo del temor de los pecados
futuros, de las tribulaciones, de las
tristezas. "¿Hay alguno triste entre
vosotros? Que ore" (Iac 5,13). Libra de
las persecuciones y de los enemigos.
"En vez de amarme, hablaban mal de
mí; pero yo hacía oración" (Ps 108,4).
deseos. "Todo cuanto pidáis en la
oración, creed que lo recibiréis" (Mc
11,24). Si no somos escuchados, es
porque no pedimos con insistencia: "Es
necesario orar siempre y no desfallecer"
(Lc 18,1); o porque no pedimos lo que
más conviene a nuestra salvación:
"Bueno es el Señor, que a veces no nos
da lo que queremos, para darnos lo que
preferiríamos" (Agustín). Esto se ilustra
con lo ocurrido a San Pablo, quien tres
veces pidió verse libre de su espina, y
no fue atentido" (2 Cor 12).
C) En tercer lugar es útil porque nos
familiariza con Dios. "Suba mi oración
con incienso en tu presencia" (Ps
140,2).
B) En segundo lugar es eficaz y útil
para lograr la consecución de todos los
Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio
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María, nuestra Madre
Ficha nº 9
Cómo preparar el espíritu para que tenga fruto la
oración
(Plinio Corrêa de Oliveira, Comentarios al libro El gran medio de la oración; Madrid;
Ed. Fernando III, el Santo; 1997; pp. 39-40)
A
ntes de rezar es preciso, pues,
que preparemos nuestro espíritu,
poniéndolo delante de las
verdades que hacen que nuestra oración
tenga alimento. De lo contrario,
rezaremos de forma completamente
mecánica. Generalmente rezamos así:
pam, pam, pam; cumplimos con la lista
y seguimos adelante. Yo no censuro
esto, pues muchas veces no hay más
remedio que rezar así. Pero no puede ser
lo normal.
Entonces, otro punto de nuestro examen
de conciencia es el siguiente: ¿preparo
mi espíritu para la oración con las
verdades que llevan a rezar bien?
¿Procuro, antes de rezar, poner bien
clara ante mí la idea de que Dios puede
modificarme, de que sabe cómo
modificarme, de que tiene el poder de
modificarme?
Dios quiere
nosotros
ser
importunado
por
La condición para conseguir algo, es
pedirlo; y la condición para que mi
petición
sea
atendida
es
la
inoportunidad, una virtud evangélica tan
recomendada por Nuestro Señor.
Él mismo cuenta aquella parábola que,
no sé por qué, se explica o se expone
mucho menos que otras: la del hombre
que va a pedir unos panes al amigo que
está durmiendo.
“Jesús agregó: «Supongamos que
algunos de ustedes tiene un amigo y
recurre a él a medianoche, para
decirle: "Amigo, préstame tres panes,
porque uno de mis amigos llegó de
viaje y no tengo nada que ofrecerle", y
desde dentro él le responde: "No me
fastidies; ahora la puerta está cerrada,
y mis hijos y yo estamos acostados. No
puedo levantarme para dártelos". Yo
les aseguro que aunque él no se
levante para dárselos por ser su amigo,
se levantará al menos a causa de su
insistencia y le dará todo lo necesario”
(Lc. 11, 5-8).
Esta es la imagen que Dios da de Sí
mismo para mostrarnos cuánto quiere
ser importunado. De esta forma nos
pide, no que recemos poco pero bien –
como solemos creer –; sino que recemos
mucho, que seamos pesados, que nos
quejemos. Si Dios tarda en atender,
pidamos con más insistencia, porque
acabará siendo de una generosidad aún
mayor.
Si yo, antes de rezar, me acuerdo de que
Dios quiere curarme y sabe cómo
hacerlo, y de que la condición para ello
es ser inoportuno, me daré cuenta con
cuanta insistencia necesito pedir.
Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio
Página 13
María, nuestra Madre
He de pedir por mediación de la Virgen
María, porque sin Ella no consigo nada,
no merezco nada, estoy perdido. En
cambio, por su intercesión, lo consigo
todo.
Ficha nº 10
La vía regia de la vida esperitual
(Plinio Corrêa de Oliveira, Comentarios al libro El gran medio de la oración; Madrid;
Ed. Fernando III, el Santo; 1997; pp. 47-49)
C
onsideremos esta frase de
Nuestro Señor: “En verdad, en
verdad os digo: Cuanto pidiereis
al Padre os lo dará en mi
nombre” (Jn. 16, 23). […]
El Santo Obispo de Hipona dice que la
expresión “en verdad, en verdad” es una
especie de juramento. Nuestro Señor
quiso de tal manera acentuar el sentido
exacto de sus palabras que llegó a usar
esta frase: “En verdad, en verdad os
digo”, es decir, “os juro que esto es
así”1 .
Esto fue lo que Nuestro Señor Jesucristo
juró: “En verdad, en verdad os digo:
Cuanto pidiereis al Padre, os lo dará en
mi nombre”.
Es como si Nuestro Señor dijera: “Ánimo,
pecadores amadísimos, no os impidan recurrir a
vuestro Padre celestial y confiar que tendréis la
salvación eterna, si de veras la deseáis. No
tenéis méritos para alcanzar las gracias que
pedís, más bien, por vuestros deméritos, solo
castigos merecéis. Pero seguid mi consejo, id a
mi Padre en nombre mío y por mis méritos.
Pedidle las gracias que deseáis… Yo os lo
prometo. Yo os lo juro, que esto precisamente
significa la fórmula que emplea: en verdad, en
verdad os digo (según San Agustín), cuanto a mi
Padre pidiereis, Él os lo concederá” (San
Alfonso María de Ligorio, el Gran medio de la
Oración, Ediciones Alonso, Madrid, 1979, pp.
5-6).
1
Difícilmente habrá, pues, mejor oración
que esta: “Padre Eterno, acordaos de las
promesas de vuestro Hijo. En nombre
de Vuestro Divino Hijo os lo pido:
dadme tal cosa”.
La vía regia de la vida espiritual
“Pedid y se os dará”. Comprendo que es
muy difícil que interioricemos bien esta
verdad y nos situemos en esta
perspectiva.
Nuestro Señor, en su Sabiduría Infinita,
se da cuenta de esto mucho mejor que
nosotros. La prueba está en su
insistencia. En la Sagrada Escritura se
encuentran un gran número de promesas
semejantes.
Dios sabe que los hombres tienen poca
propensión a pedir por toda clase de
razones: por querer hacer las cosas
personalmente; por querer escalar el
Cielo mediante el propio esfuerzo y no
por la gracia de Dios; por no querer
creer en la misericordia divina; en fin,
por niñerías de los más diversos
géneros.
Pero, fíjense bien: este es el punto más
importante en la batalla de la vida
espiritual. Si pedimos efectivamente la
Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio
Página 14
María, nuestra Madre
gracia de interiorizar esa verdad –
porque esa gracia es también preciso
pedirla; no basta con un ejercicio mental
para asimilarla – la Virgen María nos
dará el resto.
No hay ninguna duda. Esa es la vía
regia
de
la
vida
espiritual.
Ficha nº 11
Para ser atendidos por Dios no es preciso que
seamos buenos
(Plinio Corrêa de Oliveira, Comentarios al libro El gran medio de la oración; Madrid;
Ed. Fernando III, el Santo; 1997; pp. 50)
S
an Alfonso de Ligorio, como buen
maestro de la vida espiritual, no
insiste tanto en lo que acabo de
decir, sino en un punto más sutil.
Nuestro Señor dijo de diversas formas
que, para ser atendido, no es preciso ser
bueno. Es preciso ser inoportuno. San
Alfonso cita aquella parábola del
Evangelio en la que un hombre se halla
acostado en la cama cuando alguien
viene y le pide pan. Él no se lo quiere
dar pero, a fin de cuentas, acaba
cediendo ante la fuerza de la insistencia.
El Santo Doctor hace una excelente
exégesis de las palabras con las que esta
parábola está escrita. Muestra que nos
ha sido dada para probar cómo el
pecador, sin ser amigo de Dios, puede
conseguir aquello que pide, mediante la
importunidad.
“Yo les aseguro– son las palabras
finales de Nuestro Señor en la parábola
–que aunque él no se levante para
dárselos por ser su amigo, se levantará
al menos a causa de su insistencia y le
dará todo lo necesario”(Lc. 11, 8).
San Alfonso lo deja muy claro: “que
aunque él no se levante para dárselos
por ser su amigo”, lo hará por causa de
su importunidad. Es decir, para pedir,
no es necesario estar en estado de
gracia. Para conseguir que Dios nos
abra la puerta, basta con ser inoportuno.
Está dicho en el Evangelio con estas
palabras y así ha sido comentado por un
Doctor de la Iglesia de la talla de San
Alfonso
María
de
Ligorio.
Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio
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María, nuestra Madre
Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio
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