Volumen LXXI Nº 239 Madrid (España) ISSN: 0018

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Volumen LXXI
Nº 239
septiembre-diciembre 2011
308 págs.
ISSN: 0018-2141
Volumen LXXI
ESTUDIOS:
TOMÁS FACI, Guillermo: Derecho y fiscalidad en la construcción de una frontera
interna en la Corona de Aragón (Ribagorza, 1250-1300) / Law and taxation in the
construction of an internal frontier in the Kingdom of Aragon (Ribagorza 1250-1300)
TERCERO CASADO, Luis: La jornada de la reina Mariana de Austria a España:
divergencias políticas y tensión protocolar en el seno de la Casa de Austria (16481649) / The Marian queen's journey from Austria to Spain: divergent politics and
protocol tension within the House of Habsburg (1648-1649)
MARTÍNEZ RUIZ, José Ignacio: A towne famous for its plenty of raisisns and wine.
Málaga en el comercio anglo-español en el siglo XVII / A town famous for its
abundance of raisins and wines. Anglo – Spanish commerce in the XVII century
LÓPEZ-SALAZAR, Ana Isabel: La cuestión de la naturaleza de los ministros del Santo
Oficio portugués. De las disposiciones legislativas a la práctica cotidiana / The
problem of the nationality of Ministers and Officers of the Portuguese Holy Office.
From legal orders to the daily practice
FERNÁNDEZ SARASOLA, Ignacio: La organización del poder ejecutivo en España
(1808-1810). Reflexiones a partir de un texto inédito de Jovellanos / The organization
of executive power in Spain (1808 -1810). Reflections on an unedited text by
Jovellanos
INAREJOS MUÑOZ, Juan Antonio: Reclutar caciques: la selección de las élites
coloniales filipinas a finales del siglo XIX / Recruiting Caciques: The selection of
Philippine colonial elite in the late 19th century
URTEAGA, Luis y NADAL, Francesc: La sección cartográfica del Estado Mayor
Central durante la II República (1931-1936) / The cartographical section of the
Spanish general staff during the second republic (1931-1936)
BARTOLOMÉ RODRÍGUEZ, Isabel: ¿Fue el sector eléctrico un gran beneficiario de la
«política hidráulica» anterior a la Guerra Civil? (1931-1936) / Did the Spanish
electricity sector greatly benefit from the 'hydraulic policy' before the civil war? (19111936)
RESEÑAS
Volumen LXXI | Nº 239 | 2011 | Madrid
Sumario
Nº 239
septiembre-diciembre 2011
Madrid (España)
ISSN: 0018-2141
Volumen LXXI Nº 239 septiembre-diciembre 2011 Madrid (España) ISSN: 0018-2141
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
Volumen LXXI Nº 239 septiembre-diciembre 2011 Madrid (España) ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia
Revista publicada por el Instituto de Historia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC
Fundada en 1940, Hispania. Revista Española de Historia es una publicación cuatrimestral dedicada al
estudio de las sociedades en las épocas medieval, moderna y contemporánea. Sus páginas están abiertas a
investigaciones originales comprendidas en estos tres amplios estratos cronológicos, sin limitaciones en
cuanto a su temática específica ni a su ámbito geográfico. Desde 1995 la revista incorpora a algunos de
sus números una Sección Monográfica, encargada por su Consejo de Redacción a destacados historiadores
españoles y extranjeros. Cuenta además con una amplia Sección Bibliográfica.
Founded in 1940, Hispania. Revista Española de Historia is a four-monthly publication devoted to the
study of societies in the medieval, modern and contemporary periods. It is open to original work that fits
within one or more of these three broad chronological frameworks, and does not restrict its contents
along specific thematic or geographic lines. Since 1995, the journal has incorporated a Monographic
Section into some of its issues, which has been commissioned from renowned historians from within and
beyond Spain by the Editorial Board . It also includes an extensive Bibliographic Section.
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Volumen LXXI Nº 239 septiembre-diciembre 2011 Madrid (España) ISSN: 0018-2141
SUMARIO
PÁGINAS
—————
ESTUDIOS
TOMÁS FACI, Guillermo: Derecho y fiscalidad en la construcción de una
frontera interna en la Corona de Aragón (Ribagorza, 1250-1300) / Law and
taxation in the construction of an internal frontier in the Kingdom of Aragon
(Ribagorza 1250-1300) ...................................................................................................
TERCERO CASADO, Luis: La jornada de la reina Mariana de Austria a
España: divergencias políticas y tensión protocolar en el seno de la Casa de Austria (1648-1649) / The Marian queen’s journey from Austria to Spain: divergent politics and protocol tension within the House of Habsburg (1648-1649) .....
MARTÍNEZ RUIZ, José Ignacio: «A towne famous for its plenty of raisins and wine». Málaga en el comercio anglo-español en el siglo XVII / A
town famous for its abundance of raisins and wines. Anglo – Spanish commerce
in the XVII century ..............................................................................................................
LÓPEZ-SALAZAR, Ana Isabel: La cuestión de la naturaleza de los ministros del
Santo Oficio portugués. De las disposiciones legislativas a la práctica cotidiana /
The problem of the nationality of Ministers and Officers of the Portuguese Holy
Office. From legal orders to the daily practice ...............................................................
FERNÁNDEZ SARASOLA, Ignacio: La organización del poder ejecutivo en
España (1808-1810). Reflexiones a partir de un texto inédito de Jovellanos /
The organization of executive power in Spain (1808 -1810). Reflections on an
unedited text by Jovellanos ..................................................................................................
INAREJOS MUÑOZ, Juan Antonio: Reclutar caciques: la selección de las
élites coloniales filipinas a finales del siglo XIX / Recruiting Caciques: The
selection of Philippine colonial elite in the late 19th century ....................................
URTEAGA, Luis y NADAL, Francesc: La sección cartográfica del Estado
Mayor Central durante la II República (1931-1936) / The cartographical
section of the Spanish general staff during the second republic (1931-1936) ......
615-638
639-664
665-690
691-714
715-740
741-762
763-788
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 609-610, ISSN: 0018-2141
610
SUMARIO
PÁGINAS
—————
BARTOLOMÉ RODRÍGUEZ, Isabel: ¿Fue el sector eléctrico un gran beneficiario de
la «política hidráulica» anterior a la Guerra Civil? (1931-1936) / Did the
Spanish electricity sector greatly benefit from the ‘hydraulic policy’ before the
civil war? (1911-1936) ...................................................................................................
789-818
RESEÑAS
ISLA, Amancio: Ejército, sociedad y política en la Península Ibérica entre los
siglos VII y XI, por Pablo C. Díaz ...............................................................................
LABÈRE, Nelly (coord.): Être à table au Moyen Âge, por Margarita Tascón González .......................................................................................................................
PEQUIGNOT, Stéphane: Au nom du roi. Pratique diplomatique et pouvoir durant
le règne de Jacques II d’Aragon (1291-1327), por Eloísa Ramírez Vaquero .........
BLUMENTHAL, Debra: Enemies & Familiars. Slavery and Mastery in Fifteenth-Century Valencia, por Josep Torró ..................................................................
BROGGIO, Paolo: La teologia e la politica. Controversie dottrinali, Curia romana
e Monarchia spagnola tra Cinque e Seicento, por Enrique García Hernán ............
FORTEA PÉREZ, José Ignacio: Las Cortes de Castilla y León bajo los Austrias. Una interpretación, por Juan M. Carretero Zamora .................................
DELGADO BARRADO, José Miguel y LÓPEZ ARANDIA, María Amparo:
Poderosos y privilegiados. Los caballeros de Santiago de Jaén (siglos XVIXVIII), por Raúl Molina Recio ...................................................................................
MOREJÓN RAMOS, José Alipio: Nobleza y humanismo. Martín de Gurrea y
Aragón. La figura cultural del IV duque de Villahermosa (1526-1581), por
Valentín Moreno Gallego ..............................................................................................
HUGUET-TERMES, Teresa, ARRIZABALAGA, Jon y COOK, Harold J.:
Health and Medicine in Hapsburg Spain: Agent, Practices, Representations,
por José Pardo Tomás .....................................................................................................
MARTÍNEZ HERNÁNDEZ, Santiago: Rodrigo Calderón, la sombra del valido:
privanza, favor y corrupción en la corte de Felipe III, por Rubén González ........
GONZÁLEZ DE LEÓN, Fernando: The Road to Rocroi. Class, Culture and
Command in the Spanish Army of Flanders (1567-1659), por Antonio
Espino López ........................................................................................................................
MARTÍNEZ SHAW, Carlos y ALFONSO MOLA, Marina (coords.): España
en el comercio marítimo internacional (siglos XVII-XIX). Quince estudios, por
Ana Crespo Solana ............................................................................................................
ARELLANO, Ignacio, STROSETZKI, Christoph y WILLIAMSON, Edwin
(eds.): Autoridad y poder en el Siglo de Oro, por Enrique García Santo-Tomás
ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: Necesidad y Venalidad. España e Indias,
1704-1711, por Virginia León Sanz .........................................................................
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 609-612, ISSN: 0018-2141
821-824
825-828
829-834
834-840
840-842
842-847
847-851
852-856
856-860
860-862
862-866
866-872
872-875
875-879
SUMARIO
611
PÁGINAS
—————
JUAN VIDAL, Josep: La conquesta anglesa i la pèrdua espanyola de Menorca
com a conseqüència de la guerra de Successió a la Corona d´Espanya, por Joaquim Albareda ....................................................................................................................
CALATAYUD, Salvador, MILLÁN, Jesús y ROMEO, M.ª Cruz (eds.): Estado y periferias en la España del siglo XIX. Nuevos enfoques, por Fernando
Molina Aparicio ..................................................................................................................
CASADO DE OTAOLA, Santos: Naturaleza patria. Ciencia y sentimiento de
la naturaleza en la España del regeneracionismo, por Andrés Galera ...............
HERNÁNDEZ FIGUEIREDO, José Ramón: Destrucción del patrimonio religioso en la II República (1931-1936). A la luz de los informes inéditos del
Archivo Secreto Vaticano, por Cristóbal Robles Muñoz .......................................
879-884
884-888
888-890
890-893
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 609-612, ISSN: 0018-2141
ESTUDIOS
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 239, septiembre-diciembre, págs. 615-638, ISSN: 0018-2141
DERECHO Y FISCALIDAD EN LA CONSTRUCCIÓN DE UNA FRONTERA INTERNA
EN LA CORONA DE ARAGÓN (RIBAGORZA, 1250-1300)
GUILLERMO TOMÁS FACI
Universidad de Zaragoza*
RESUMEN:
Hasta la mitad del siglo XIII la línea fronteriza que separaba Aragón de Cataluña era tan difusa como sus respectivas identidades políticas. Sin embargo, en las últimas décadas de la centuria ambos territorios se configuraron como entidades administrativas diferenciadas, como resultado del auge del poder centralizado de los
monarcas de la Corona de Aragón y de su peculiar organización territorial; una
consecuencia lógica de ello fue la emergencia progresiva de una nítida frontera interna, anteriormente inexistente. El encaje de Ribagorza en uno de los lados de la
nueva divisoria generó discrepancias, no solo entre las élites políticas aragonesas y
catalanas, sino también entre las propias fuerzas sociales de la zona. En este artículo se pretende mostrar que los distintos intereses de estas últimas en aspectos como el
derecho escrito o la fiscalidad extraordinaria fueron la clave del conflicto.
PALABRAS CLAVE:
Frontera. Estado. Derecho escrito. Fiscalidad. Ribagorza. Corona de Aragón. Siglo XIII.
————
Guillermo Tomás Faci es miembro del Departamento de Historia Medieval de la Universidad de
Zaragoza. Dirección para correspondencia: Facultad de Filosofía y Letras, C/ Pedro Cerbuna, 12, 50009,
Zaragoza. Correo electrónico: [email protected].
* El presente trabajo se ha realizado gracias a una beca de Formación del Personal
Investigador del Gobierno de Aragón (ref. B71-08), y se inscribe en las líneas de investigación del
Grupo de Investigación de Excelencia C.E.M.A. (www.unizar.es/cema); agradezco la lectura crítica
e indicaciones de los catedráticos Carlos Laliena y Ángel Sesma, así como de Mario Lafuente,
Santiago Simón y Sandra de la Torre. Se han empleado las siguientes abreviaturas: ACA=Archivo
de la Corona de Aragón, sección de Real Cancillería; ACL=Archivo de la Catedral de Lérida;
BABLB= Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona; BNE= Biblioteca Nacional
de España; CDG= MUR LAENCUENTRA, Jorge, «Colección diplomática de Graus», CD anexo a
Septembris: historia y vida cotidiana en Graus entre los siglos XI y XV, Ayuntamiento de Graus, 2003;
CDSV= MARTÍN DUQUE, Ángel J., Colección diplomática del monasterio de San Victorián de Sobrarbe
(1000-1219), Zaragoza, Departamento de Historia Medieval, 2004.
GUILLERMO TOMÁS FACI
616
LAW AND TAXATION IN THE CONSTRUCTION OF AN INTERNAL FRONTIER IN THE
KINGDOM OF ARAGON (RIBAGORZA 1250-1300)
ABSTRACT:
Until the middle of the 13th century, the border which divided Aragon from
Catalonia was as vague as their respective political identities. However, in the last
decades of that century both countries became differentiated administrative
structures, as a result of development of state power of the Crown of Aragon’s kings,
and of its characteristic territorial organisation; the natural consequence was that
the previously non-existent internal frontier came about gradually. The insertion of
Ribagorza on one side of the new border caused disagreements, not just among the
Catalan and Aragonese political elites, but also among the local social forces. The
purpose of this article is to explain that the conflicting interests of those groups on
such issues as written law or extraordinary taxation were the key to the conflict.
KEY WORDS:
Frontier. State. Written law. Taxation. Ribagorza.
Crown of Aragon. 13th century.
INTRODUCCIÓN
El concepto de «frontera» se ha convertido en las últimas décadas en un
tema recurrente de la historiografía medieval, pero basta un vistazo a algunas
obras colectivas relacionadas con esta cuestión para darse cuenta de la disparidad de realidades políticas y sociales que se designan con ese término, de donde
se deriva una cierta ambigüedad tanto en el contenido semántico de la expresión como en los interrogantes históricos que lleva asociados1.
Escoger para el título de este artículo la idea de una «frontera» que se
«construye» implica la elección de una determinada perspectiva de este fenómeno histórico. La palabra tiene dos principales acepciones, una con marcado
carácter político, y otra esencialmente social2. Con la primera, designa las líneas
—más o menos definidas— que separan los espacios en que intervienen las
organizaciones sociales, una visión que concuerda con las percepciones geopolíticas del Estado-nación. La segunda se aplica a las zonas de contacto entre diferentes ámbitos políticos o culturales y, por extensión, a las peculiares sociedades que habitan estos espacios; esta concepción, formulada inicialmente por
Frederik Turner para el Oeste norteamericano, ha sido la más empleada por los
————
1 Véase: BARTLETT, Robert y MACKAY, Angus (eds.), Medieval frontier societies, Oxford,
Clarendon, 1996; DE AYALA MARTÍNEZ, Carlos, BURESI, Pascal y JOSSERAND, Philippe, Identidad y
representación de la frontera en la España medieval (siglos XI-XIV): seminario celebrado en la Casa de
Velázquez y la Universidad Autónoma de Madrid (14-15 de diciembre de 1998), Madrid, Casa de
Velázquez, 2001; Studia Historica. Historia medieval, 23 (2005), número especial dedicado a
«Fronteras y límites exteriores»; ABULAFIA, David y BEREND, Nora (eds.), Medieval frontiers: concepts
and practices, Aldershot, Ashgate, 2002.
2 BEREND, Nora, «Preface», en ABULAFIA y BEREND, Medieval frontiers, págs. X-XV; STOPANI,
Antonio, La production des frontières. État et communautés en Toscane (XVIe-XVIIIe siècles), Roma, École
Française de Rome, 2008, págs. 1-27.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 615-638, ISSN: 0018-2141
DERECHO Y FISCALIDAD EN LA CONSTRUCCIÓN DE UNA FRONTERA INTERNA EN LA CORONA DE ARAGÓN
617
medievalistas para analizar la expansión de la cristiandad occidental a costa de
las sociedades eslavas o islámicas3. Mientras la primera opción hace de la frontera un constructo político, administrativo o bélico, en la segunda define a las
sociedades en contacto y mutua aculturación. Parece obvio que el caso aquí
estudiado se inserta en la primera acepción.
La visión historicista del primer tipo de líneas fronterizas hace de ellas un escenario privilegiado de la acción de las naciones en forma de eventos armados o
diplomáticos; sin embargo, más allá de las fluctuaciones políticas o militares, las
explicaciones concretas e inteligibles de la presencia de estos límites suelen ser
relegadas a un brumoso segundo plano, lo cual abre la puerta al recurso a justificaciones irracionales y remotas que actúan como si aquellos fuesen anteriores a
las comunidades humanas, y estas se hubiesen moldeado a unas barreras preexistentes e invisibles. La visión opuesta, más habitual entre los historiadores, integra
la construcción de las fronteras dentro del largo proceso de creación del Estado
moderno, y niega que haya habido verdaderos confines políticos en la Edad Media4; ahora bien, esta interpretación tiende a concentrarse en el papel de las instituciones políticas, por lo que suele ignorar las relaciones entre frontera y sociedad, asunto que constituye el eje del presente artículo5.
Los límites entre los tres territorios peninsulares que componían la Corona de
Aragón (Cataluña, Valencia y Aragón) proporcionan el ejemplo idóneo de la
construcción de una frontera política. Al fin y al cabo, los orígenes y consolidación de esas divisorias no estuvieron marcados por ningún conflicto armado, sino
que surgieron lentamente por el desarrollo divergente de cada territorio en aspectos como el derecho, la moneda, las instituciones o la lengua escrita, hasta
cristalizar en nítidas líneas fronterizas, sin que, durante ese prolongado proceso,
los reyes mostrasen especial preocupación en que los límites dentro de su propio
reino siguiesen un trazado u otro. Este artículo pretende mostrar que, a diferencia de los soberanos, en la fijación de la frontera a su paso por Ribagorza, una
comarca de dudoso encasillamiento previo, la sociedad local no fue una convidada de piedra, sino que interaccionó con la monarquía y con el naciente entramado institucional de Aragón y Cataluña para alcanzar la solución definitiva.
————
3 Una reflexión actualizada con amplia bibliografía sobre este modelo de frontera en: TORRÓ,
Josep, «Viure del botí. La frontera medieval com a parany historiogràfic», en Recerques, 43 (2001),
págs. 5-32.
4 Véase por ejemplo: DUPONT-FERRIER, Gustave, «L’incertitude des limites territoriales en
France du XIIIe siècle au XVIe», en Comptes-rendus de l’Academie des Inscriptions et Belles-Lettres, París,
1942, págs. 62-77; o LADERO QUESADA, Miguel Ángel, «Sobre la evolución de las fronteras
medievales hispánicas (siglos XI a XIV)», en AYALA, C. ET AL., Identidad y representación, págs. 5-49.
5 Los estudios de índole local son un buen método para observar de estos procesos; son
interesantes, por ejemplo: PEYVEL, Pierre, «Structures féodales et frontières médiévales: l’exemple
de la zona de contact entre Forez et Bourbonais aux XIIIe et XIVe siècles», en Le Moyen Âge, 93
(1987), págs. 51-83; CUNHA MARTINS, Rui, «La frontera medieval hispano-portuguesa: el punto de
vista de la guerra», en VACA LORENZO, Ángel (coord.), La guerra en la historia, Salamanca,
Universidad de Salamanca, 1999, págs. 95-114.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 615-638, ISSN: 0018-2141
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GUILLERMO TOMÁS FACI
UN BREVE ESTADO DE LA CUESTIÓN
El asunto del límite de Aragón con Cataluña ha sido abordado por autores
de ambos territorios, aunque muchos de ellos están marcados por «apasionamientos deformantes» localistas, o incluso por la proyección hacia el pasado
medieval de unas problemáticas políticas claramente contemporáneas. Por ello,
parece conveniente comenzar con una rápida presentación de las respuestas que
la historiografía ha ofrecido para los puntos en discusión durante los siglos XIII
y XIV, es decir, las comarcas limítrofes de Ribagorza, La Litera, Fraga, Lérida y
el Bajo Ebro.
Los cronistas del Quinientos, el fundamental Jerónimo Zurita y el ribagorzano Martín de Gurrea, aludieron en sus respectivos Anales a los enfrentamientos
suscitados a la hora de integrar Ribagorza en Aragón o Cataluña6. El tema fue
recogido por los historiadores de comienzos del siglo XX, aunque, al partir de
postulados regionalistas, dieron lugar a dos versiones casi incompatibles de unos
mismos hechos. Por ejemplo, Joaquim Miret i Sans asumió en 1918 que Ribagorza estuvo integrada en el Principado durante buena parte del siglo XIII, con
una visión bastante razonada que se basaba en varios textos inéditos; sin embargo, un extenso artículo del zaragozano Andrés Giménez Soler le acusó de ocultar
evidencias escritas contrarias a su tesis para terminar proclamando que el Cinca
era «un río aragonés puro». Años después, M.ª Ángeles Masiá dejó en evidencia
la parcialidad de Giménez Soler y presentó una perspectiva más o menos ecuánime y bien documentada, aunque dio por buenas varias afirmaciones erróneas,
como que los dominios de Alfonso el Batallador terminaban en el Cinca o que no
existía vinculación de «la Litera» con Aragón antes de 13007. De forma menos
extensa, la cuestión fue tratada en síntesis históricas clásicas de ambos territorios: Ferrán Soldevila, en la Història de Catalunya, ve un sacrificio de «interessos
molt legítims de Catalunya» en la incorporación de Ribagorza y «La Litera» a
Aragón; Antonio Ubieto, por su parte, minimiza o ignora en la Historia de Aragón las vinculaciones de estas zonas limítrofes con el espacio catalán, lo que le
permite resolver los problemas de forma tan categórica como poco convincente8.
Los trabajos de las últimas dos décadas han superado en buena medida estas
disputas historiográficas teñidas de rencillas regionalistas. Flocel Sabaté y Enric
————
6 ZURITA, Jerónimo (ed. CANELLAS LÓPEZ, Ángel), Anales de la Corona de Aragón, libro III,
cap. XL, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1998 [1562]. Los Anales de Ribagorza de
Martín de Gurrea se conservan en BNE, ms. 2070.
7 MIRET I SANS, Joaquim, Itinerari de Jaume I El Conqueridor, Barcelona, Institut d’Estudis
Catalans, 1918; IDEM, «Documentos inéditos de los antiguos reyes de Aragón», en BABLB, 6
(1911), págs. 49-52; GIMÉNEZ SOLER, Andrés, «La frontera catalano-aragonesa», en II Congreso de
Historia de la Corona de Aragón, Huesca, 1920, págs. 463-559; MASIÁ DEL ROS, M.ª Ángeles, «La
cuestión de los límites entre Aragón y Cataluña. Ribagorza y Fraga en tiempos de Jaime II», en
BABLB, 22 (1949), págs. 161-181.
8 SOLDEVILA, Ferrán, Història de Catalunya, Barcelona, Alpha, 1962, págs. 433-435; UBIETO
ARTETA, Antonio, Historia de Aragón. La formación territorial, Zaragoza, Anúbar, 1981, págs. 313-354.
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Guinot han estudiado detalladamente la configuración territorial de Cataluña y
Valencia, respectivamente, y merece la pena destacar el análisis que el primero
de ellos hace de los problemas aquí afrontados9. Por lo que se refiere a los casos
más concretos dentro del ámbito fronterizo, reviste especial interés un trabajo de
Pascual Ortega en que interpreta la integración de Ascó, Horta y Miravet en
Cataluña desde la perspectiva de un largo y áspero conflicto antiseñorial suscitado entre la orden del Hospital y sus vasallos. Del mismo modo, la peculiar situación de Fraga también ha sido examinada recientemente10.
Este panorama se debe cerrar lamentando que numerosas obras de divulgación sigan aferradas a posiciones superadas. Por la parte aragonesa, Manuel
Iglesias considera que los testamentos de Jaime I anexionaron efectivamente
Ribagorza al Principado, un hecho que tilda de «abuso histórico», «afán expansionista catalán» o «imprudente actitud»; y Agustín Ubieto, por su parte, reclama a los historiadores catalanes que muestren todos los testimonios y no
solo los que sostienen su postura, pero él hace lo mismo para ignorar cualquier
vinculación entre estas tierras y Cataluña, lo que le permite afirmar que «no
cabe la más leve sospecha sobre el aragonesismo de estas tierras durante los
siglos XI y XII»11. Al otro lado de la actual frontera, una obra de referencia
como la Gran Enciclopèdia Catalana afirma —sin justificación— que incluso
localidades tan occidentales como el valle de Bielsa formaron parte del Principado hasta 1305; la introducción histórica del tomo XVI de Catalunya Romànica, dedicado a la Ribagorza, señala que esta comarca se integraba en «una comunitat de cultura catalana a tots els nivells»; y una resumida historia de la
Franja de Ponent de Joaquim Monclús habla de las «intromissions des d’Aragó»
para sintetizar los vínculos que existían entre estas comarcas y dicho reino antes de 130012.
La persistencia de estas visiones tendenciosas se explica por el indisimulado
intento de ciertos sectores de la sociedad aragonesa y catalana de ensanchar la
————
SABATÉ, Flocel, El territori de la Catalunya medieval. Percepció de l’espai i divisió territorial al
llarg de l’Edat Mitjana, Barcelona, Fundació Salvador Vives, 1997, págs. 281-313; GUINOT
RODRÍGUEZ, Enric, Els límits del regne: el procés de formació territorial del Pais Valenciá medieval (12381500), Valencia, Institución Alfonso el Magnánimo, 1995.
10 ORTEGA, Pascual, «Aragonesisme i conflicte ordes / vassalls a les comandes templeres i
hospitaleres d’Ascó, Horta i Miravet (1250-1350)», en Anuario de Estudios Medievales, 25, 1 (1995),
págs. 151-178; SALLERAS CLARIÓ, Joaquín, Baronía de Fraga: su progresiva vinculación a Aragón (13871458), tesis leída en 2006. <http://www.tesisenxarxa.net/TDX-1015107-112946> (consulta: 17 de
febrero de 2011).
11 IGLESIAS COSTA, Manuel, Historia del condado de Ribagorza, Huesca, Instituto de Estudios
Altoaragoneses, 2001, págs. 237-249; UBIETO ARTETA, Agustín, Aragón, comunidad histórica,
Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1991.
12 BOIX POCIELLO, Jordi, «La Ribagorça sota la monarquia catalano-aragonesa», en Catalunya
Romànica XVI: Ribagorça, Barcelona, Fundació Enciclopèdia Catalana, 1996, págs. 44-45; MONCLÚS
I ESTEBAN, Joaquim, «La Franja de Ponent. Dels orígens», en SISTAC I VICÈN, Ramon (ed.), De
fronteres i mil.lennis: la Franja, any 2001, Barcelona, Institut d’Estudis Catalans, 2003, págs. 75-80.
9
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brecha entre ambos territorios; la irracionalidad de algunas posturas planteadas
en torno a la lengua o el patrimonio eclesiástico de las zonas limítrofes son un
significativo (y preocupante) botón de muestra. Creo que la comprensión de los
procesos históricos que han dado lugar al surgimiento de una frontera puede
ser un método eficaz para relativizar las diferencias existentes entre quienes
habitan a ambos costados de la misma, y que esto significa, en definitiva, un
cuestionamiento de su legitimidad; por ello, considero que no solo es pertinente, sino también necesario, realizar un modesto esfuerzo para explicar racionalmente su génesis medieval.
UNA ADSCRIPCIÓN TERRITORIAL AMBIGUA
Si nos situamos en el contexto de los años centrales del siglo XIII, Ribagorza ocupaba una posición ambigua entre los dos grandes ámbitos políticos que
—aún tenuemente— se distinguían dentro de los dominios de Jaime I. Por
una parte, se había incorporado a la Corona en tanto que parte del reino de
Aragón, como recordaba el siguiente texto de 1305:
«com reys antichs d’Arago, ans que fossen comtes de Barcelona, s’apellaven
reys de Sobrarp e de Ribagorça»13.
Y en el sentido contrario, existían estrechos lazos entre este territorio y los
condados orientales, especialmente intensos en el caso del vecino Pallars: en el
transcurso del siglo XII los condes del Pallars Jussá lograron el dominio de casi
todo el espacio de nuestro estudio, llegando a intitularse «condes de Ribagorza», momento al que debe de remontarse la instalación en Ribagorza de varios
linajes nobiliarios pallareses (Vilamur, Mitad, etc.); de forma más explícita, en
1214, durante la minoría de Jaime I, una asamblea de magnates catalanes determinó que el límite de Cataluña, a efectos de la recaudación del bovaje, se
situaba en el río Cinca14.
Hasta los últimos años del Doscientos no surgió el problema de la adscripción catalana o aragonesa de Ribagorza, ya que, antes de ese momento, la articulación política y definición territorial de ambas entidades seguía siendo débil15. Esta relativa fluidez de los espacios gubernativos —común al resto de
————
ACA, reg. 236, f. 11v (publicado en: MIRET, «Documentos inéditos»).
BARAUT, Cebrià, «Els documents dels anys 1101-1150 de l’Arxiu Capitular de la Seu
d’Urgell», en Urgellia, 9 (1988-1989), pág. 286: Arnallus Miro, comes in Paliares et in Ripacurcia (1141);
CDSV, doc. 219: Arnal Mir, comes Ripacurcie (1174). La asamblea de 1214, en Cortes de los antiguos
Reinos de Aragón y de Valencia y Principado de Cataluña. Tomo 1. Primera parte, Cortes de Cataluña
(comprende desde el año 1064 al 1327), Madrid, Real Academia de la Historia, 1896, pág. 91.
15 Sobre la formación de estos ámbitos políticos: SESMA MUÑOZ, José Ángel, La Corona de
Aragón. Una introducción crítica, Zaragoza, Caja de Ahorros Inmaculada, 2000, págs. 51-75; BISSON,
13
14
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Europa— comenzó a cambiar en los años centrales del siglo XIII, cuando Jaime I redactó varios testamentos que preveían el reparto de la Corona entre sus
hijos, obligando a establecer el trazado preciso de las sucesivas divisiones previstas. Tras una larga discusión que conocemos exclusivamente a través de las
referencias de Jerónimo Zurita, en 1251 se decidió asimilar la comarca a Cataluña a efectos de esta partición, lo que a veces se ha interpretado como una
confirmación de la catalanidad de Ribagorza16. Pero, aunque comprensiblemente este asunto haya concentrado la atención de los investigadores que han
abordado la frontera catalanoaragonesa, la realidad es que ninguno de los repartos se llevó a la práctica, puesto que en 1262 un nuevo testamento invalidó
a los anteriores, y redujo la fragmentación de la Corona a la entrega de reino de
Mallorca al infante Jaime.
Los documentos de los últimos años del Conquistador muestran que aquellas disquisiciones testamentarias no alteraron la indefinición territorial de Ribagorza. Prueba de ello es que la moneda usual seguía siendo la jaquesa, el
obispo era leridano o urgelés, o que el oficial real que gobernaba la zona utilizaba indistintamente el título aragonés de sobrejuntero y el catalán de veguer
mientras se hacía cargo de un distrito que también abarcaba Sobrarbe y Pallars. La manifestación más clara de este «dualismo» era la convivencia de los
Fueros y los Usatges, códigos legales cristalizados a mediados del siglo XIII, que
se ejemplifica bastante bien en un mandato que Pedro III envió al sobrejuntero
en 1281:
«quod in causis militum […] exerceat Usaticum Barchinone et paces et
treugas Catalonie, et in causis rusticorum Forum Aragonum et formam pacis
Aragonum»17.
El control que los milites —esto es, la élite laica y militarizada— ejercían sobre el territorio ribagorzano se basaba en la posesión de feudos o castellanías,
instituciones con las que monarcas o grandes señores atribuían el dominio directo de sus castillos a nobles de menor categoría, generalmente de origen local, que
recibían como recompensa una dotación de bienes y rentas18. Este modo de proceder comenzó a difundirse por los condados de la órbita de Barcelona a comien————
Thomas, «L’essor de Catalogne: identité, pouvoir et idéologie dans une societé du XIIe siècle», en
Annales ESC, 39 (1984), págs. 454-479; SABATÉ, El territori.
16 ZURITA, Anales, libro III, caps. 40, 43, 46 y 62.
17 ACA, reg. 49, f. 49r. El texto es algo confuso, pero la orden parece afectar al conjunto de la
sobrejuntería.
18 Una descripción bastante profunda de la génesis y característica de esta institución en la
zona catalana en: BONNASSIE, Pierre, Cataluña mil años atrás (siglos X-XI), Barcelona, Península,
1988, págs. 351-381. Respecto a Aragón, véase: LACARRA DE MIGUEL, José María, «“Honores” et
“tenencias” en Aragon (XIe siècle)», en Les structures sociales de l’Aquitaine, du Languedoc et de l’Espagne
au premier âge féodal, París, CNRS, 1969, págs. 143-186.
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zos del XI y llegó a ser un rasgo definitorio de la organización política de esa
región, como refleja la preocupación de Alfonso II por compilar la documentación referida a los feudos en el cartulario llamado Liber Feudorum para reafirmar
su posición en la cumbre de esta red de relaciones vasalláticas19. En Aragón
estas funciones fueron desempeñadas inicialmente por tenentes, y desde 1200,
aproximadamente, por alcaides, cargos bastante similares a los feudatarios,
aunque presentaban ciertos rasgos distintivos, sobre todo en lo referido a su
transmisión hereditaria. Los feudos se detectan esporádicamente en Ribagorza
desde fechas tempranas, pero hasta el dominio pallarés durante la segunda mitad del siglo XII no se difundieron de una manera comparable a la catalana20.
Los Usatges de Barcelona contemplaban la regulación de todas las eventualidades relacionadas con esta institución, así que su aplicación se extendía a todos
aquellos lugares de la Corona de Aragón donde existían feudatarios. En definitiva, se puede afirmar que el empleo de los Usatges catalanes en Ribagorza estaba ligado a la nobleza local, ya que esta fundamentaba su autoridad en un
tipo de concesión feudal regulada por ese código.
Tal como señala el citado mandato de Pedro III, en la segunda mitad del
siglo XIII los «rústicos» ribagorzanos solían regirse por la foralidad aragonesa21. Hasta los años centrales de aquella centuria menudean las menciones al
derecho consuetudinario local (ad bonam consuetudinem terre), junto a otras expresiones como per Costum de Barcelona vel per Fuero de Aragone que muestran, en
primer lugar, que los notarios y juristas de la zona ya recurrían a estos códigos
como referencias legales cultas y, segundo, que persistía una cierta imprecisión
a la hora de decantarse por uno de ellos22. En adelante, tal vez a raíz de la
compilación de Huesca, la legislación de Aragón fue homogeneizando los usos
locales: consecuencia de ello podría ser la tardía, pero rápida, introducción en
la zona de elementos jurídicos típicamente aragoneses, como las infanzonías,
las alifaras o los vocablos «jurado» y «adelantado» para los magistrados municipales23. Los concejos debieron de asumir de manera generalizada esta forali————
19 KOSTO, Adam J., «The Liber Feudorum maior of the counts of Barcelona: the cartulary as
an expression of power», en Journal of Medieval History, 27 (2001), págs. 1-22.
20 Un temprano ejemplo de juramento feudovasallático en Ribagorza, en: MARTÍN DUQUE, Ángel
J., «Graus: un señorío feudal aragonés en el siglo XII», en Hispania, 18 (1958), págs. 159-180.
21 Se debe citar como precedente que, al parecer, en 1158 Ramón Berenguer IV otorgó a los
habitantes de Lascuarre los mismos fueros que disfrutaba la ciudad de Jaca: ARCO, Ricardo del,
«Escudos heráldicos de ciudades y villas de Aragón», en Argensola, 18 (1954), pág. 124.
22 Algunas referencias a la «buena costumbre de la tierra» en CDG, docs. 27, 28 y 29 (1187),
etc. En ocasiones la oposición del fuero y el costum se refuerza por el empleo del término acorde con
la evolución fonética del aragonés y del catalán, respectivamente, para designar a cada una de estas
tradiciones jurídicas, en CDG, docs. 54 (1225) o 61 (1252)
23 Las «alifaras» eran comidas campesinas que reunían a los implicados en diferentes actos
jurídicos con la finalidad de ratificar socialmente estas transacciones (LALIENA CORBERA, Carlos,
«“Sicut ritum est in terra aragonensis”: comidas rituales y formas de solidaridad campesina en el
siglo XI», en Col.loqui d’Història de l’Alimentació a la Corona d’Aragó, vol. 2, Lérida, Institut d’Estudis
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dad: un privilegio real de 1276 confirmaba su vigencia en Benabarre, mientras
que, en 1289, el abad de San Victorián se comprometió a que no se aplicase en
Graus ninguna ley que no fuese la aragonesa24. Al igual que los rústicos, los
infanzones (estatuto propio de campesinos ennoblecidos, desvinculado de los
feudos) debieron de ser inequívocos usuarios de esta foralidad, puesto que de
ella se derivaba el reconocimiento de su condición. En 1261 se menciona por
primera vez el Justicia de Ribagorza, oficial real asentado en Graus que tenía
competencias judiciales sobre universis infançonibus et aliis universis qui habent per
Forum Aragonum judicari25.
En resumen, la ambigüedad del encuadramiento del territorio ribagorzano
en uno de los dos grandes ámbitos políticos que lo rodeaban se manifestaba en
la vigencia simultánea de sus respectivos sistemas legales y judiciales, cada uno
de los cuales era utilizado preferentemente por un grupo social diferente. Por
ello, es comprensible que las posteriores reivindicaciones para que primase la
opción catalana o la aragonesa se cruzasen con los intereses de esos colectivos.
LA UNIÓN ARAGONESA Y LA CUESTIÓN DE RIBAGORZA
En el transcurso de la primera Unión de Aragón (1283-1290) se planteó
por primera vez con claridad el problema de la adscripción de Ribagorza: a
partir de este momento, su basculamiento hacia levante o poniente siguió el
ritmo del conflicto26. Se ha propuesto, al respecto, la existencia de una reivindi————
Ilerdencs, 1995, págs. 665-691); aunque Ribagorza quedase inicialmente fuera de las regiones en
donde se celebraban las alifaras, estas tuvieron una gran difusión por la comarca en el siglo XIII
(véase, por ejemplo: ACL, FR, perg. 4, 55, 89, 967, etc.). A diferencia de Aragón, en Ribagorza no
se utilizó el término «infanzón» antes de mitad del siglo XIII y, aún después, no alcanzó la difusión
que tuvo en comarcas más occidentales (véase sobre esta categoría social: LALIENA CORBERA, Carlos,
«État, justice et servitude en Aragon au XIVe siècle», en Histoire et Sociétés Rurales, 30 [2º semestre
de 2008], págs. 7-30). Sobre el empleo de los términos «jurado» o «adelantado», véase a título
comparativo una geografía del léxico que se empleaba en Cataluña para esta institución en: SABATÉ,
El territori, págs. 412-413.
24 BOFARULL Y MASCARÓ, Próspero, Colección de documentos inéditos del Archivo General de la
Corona de Aragón, t. VIII, Barcelona, Imprenta del Archivo, 1851, págs. 146-148; CDG, doc. 68.
25 ACA, reg. 11, f. 210r (1261); 64, f. 91r (1286).
26 Las asambleas de Calatayud, Huesca y Ejea en 1265 fueron un precedente de la Unión de
1283, aunque en aquellas el predominio aristocrático fue aún más acusado; entre otras cosas, los
ricoshombres aragoneses señalaron entonces que Ribagorça es del «regno d’Aragon et ha Fueros
d’Aragon, et deçimos que en muytas cosas los tole el rey los Foros d’Aragon» (CANELLAS LÓPEZ,
Ángel, «Fuentes de Zurita: Anales, III, 66-67. Las Asambleas de Calatayud, Huesca y Ejea en
1265», en Revista de Historia Jerónimo Zurita, 31-32 (1978), págs. 7-41). Esta queja debe de estar
vinculada a los intereses concretos de la familia Entenza en el reparto de caballerías, y, de manera
más general, a la coexistencia del derecho aragonés y catalán en la zona. En cualquier caso, no hace
más que retrotraer en dos décadas las mismas cuestiones que se jugaron a partir de 1283, por lo que
no me detendré en el análisis específico de este escueto texto.
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cación «popular» y «nacionalista» tanto dentro de Aragón como de Cataluña
sobre este área limítrofe, a pesar del carácter resbaladizo e indemostrable de tal
afirmación; en el mismo sentido, se ha alegado que la Unión no contaba con la
colaboración de ningún ribagorzano y que, por ello, no hizo más que arrogarse
la representación de la comarca sin tener derecho alguno a ello27. Por el contrario, creo que el análisis de las peculiares circunstancias de la zona y de los intereses de sus componentes sociales apuntan a una implicación bastante activa y
consciente. De hecho, sabemos que la villa de Capella envió algún representante, que Benabarre cum universorum locorum Ripacurcie qui sunt de Unitate Aragonum contribuyeron económicamente, o que varias familias nobles locales como
los Benavent, los Peralta o los Entenza intervinieron continuadamente28.
En el contexto de la Unión, se presentaron ante la monarquía tres series de
quejas relativas a Ribagorza, que permiten conocer las expectativas sociales de
quienes apoyaban el movimiento29. La mayoría de las protestas respondían a
los intereses de las comunidades rurales en tres aspectos fundamentales30. Primero, la autonomía de los concejos para gestionar diversas competencias, como
el nombramiento de notarios y corredores públicos. Segundo, la moderación de
la presión fiscal regia, que, desde mitad del siglo XIII y, en particular desde el
acceso de Pedro III al trono, había sufrido un fuerte incremento: el descontento
se refería al bovaje de 1279 (del que decían estar exentos en tanto que aragoneses), a la gabela sobre la sal de 1281, a las elevadas tasas que percibían los jueces reales y sobrejunteros por el ejercicio de su oficio, y al salvoconducto que
pagaban los ganados trashumantes en sus trayectos estacionales. Y tercero,
reclamaron que les fuesen correctamente observados los Fueros, que se mantuviese el cargo de Justicia de Graus y que se les permitiera apelar las sentencias
ante otros tribunales aragoneses. Unas quejas, en definitiva, coincidentes con lo
que habían expresado la mayoría de los concejos de Aragón (salvando lo referido a la aplicación de los Fueros, que es la particularidad local): aunque desconozcamos los cauces de la representación de los rústicos ribagorzanos, está claro
que, a través de ellos, plantearon unas reivindicaciones concretas y realistas.
Los intereses de la familia Entenza, de un color social totalmente distinto,
se evidencian en otra de las reclamaciones presentadas en octubre de 1283:
————
27 SABATÉ, El territori, pág. 294: «una noblesa aragonesa fortament encrespada contra el
monarca […] pot assumir la defensa de la identitat aragonesa de la Ribagorça com a manera de
pressió contra el monarca i com a via de contactar amb les línies d’identitat col.lectiva que es van
estenent a Aragó»; GONZÁLEZ, Las Uniones, vol. 1, pág. 462: «Aragón proclama su unidad esencial
con Ribagorza», «los nobles aragoneses, pues, se arrogan la representación de unos territorios cuyo
carácter en aquel momento es decididamente mixto […] como Ribagorza».
28 CASTILLÓN CORTADA, Francisco, «Documentos de Capella (Huesca) en el manuscrito núm.
729 de la Biblioteca de Cataluña (Barcelona)», en Argensola, 89 (1980), pág. 216; ACA, reg. 88, f. 8v.
29 GONZÁLEZ, Las Uniones, vol. 2, págs. 29-32, 57 y 86-87.
30 En torno a las razones de la implicación de las comunidades locales en el movimiento
unionista, véase: LALIENA CORBERA, Carlos, «La adhesión de las ciudades a la Unión: poder real y
conflictividad real en Aragón a fines del XIII», en Aragón en la Edad Media, 8 (1989), págs. 399-413.
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«solia seer Ribagorça en caverias a los richosomnes asi como es Aragon, e
agora el seynor rey tienesela, que non la da»31.
Frente al régimen catalán de los feudos, los nobles aragoneses eran recompensados por sus servicios a la monarquía mediante caballerías, esto es, porciones de 500 sueldos salidas de los derechos del rey que solían ser copadas por un
selecto grupo de ricoshombres que, después, las repartían entre sus respectivas
clientelas. Bernardo Guillermo de Entenza aspiraba a que el monarca procediese con las rentas regias de Ribagorza como se hacía en Aragón, ya que esto le
permitiría hacerse con buena parte de los ingresos ordinarios del rey. Pedro III
accedió a esta petición en primavera de 1284, y entregó al aristócrata doce
caballerías sobre las pechas ribagorzanas, es decir, 6.000 sueldos anuales32. El
peso que los Entenza pretendían alcanzar en Ribagorza se observa igualmente
en el hecho de que, cuando los unionistas nombraron un consejo real, les encomendaron el oficio de sobrejuntero en este territorio, y que a Gombaldo —
hijo de Bernardo Guillermo— se le adjudicase el informal título de tenient la
terra de Ribagorça33. Aparte de esa familia, otros nobles autóctonos se contaban
entre los partidarios de la Unión: la toma de posición de Bernardo de Malleón,
castellán de Benasque, podría derivar de su enfrentamiento con el noble pallarés Acardo de Mur por el dominio de algunos castillos en el valle del Noguera
Ribagorzana, un asunto en el que la monarquía apoyó al segundo34; Gombaldo
de Benavent, por su parte, tenía suficientes intereses y vínculos en Aragón para
explicar su alineamiento con la gran nobleza aragonesa, pese a que la sede de
su linaje estuviese en la aldea ribagorzana de donde tomó el apellido.
Las comunidades rurales y algunas grandes casas aristocráticas intervinieron en la Unión movidas por pretensiones muy distintas pero convergentes en
la reivindicación de ciertas ventajas inherentes a la condición jurídica de los
aragoneses. Las oscilaciones de este territorio en su alineamiento con los unionistas o con la monarquía hacen sospechar que también había sólidos partidarios de la segunda opción, aunque los documentos apenas aporten datos al respecto. Solo se pueden citar los destinatarios de un mandato de Alfonso III en
1287 para proteger al unionista Gombaldo de Benavent de los ataques del
bando contrario, a los cuales el contexto identifica como enemigos de la Unión:
Bernat Roger de Erill, Guillem de Castellvell, Ferrer de Ape y Ramón de Aguilar35. Aunque sea arriesgado sacar conclusiones de una muestra tan reducida,
————
GONZÁLEZ, Las Uniones, vol. 2, pág. 29.
ACA, reg. 45, f. 42v.
33 GONZÁLEZ, Las uniones, vol. 2, pág. 276.
34 Ibidem, vol. 2, págs. 226-227.
35 ACA, reg. 74, f. 3v. Bernat Roger era señor de la baronía de Erill, Guillem de Castellvell
pertenecía a un linaje ampliamente documentado en la comarca emparentado con los anteriores, y
la familia Ape se menciona en varias ocasiones en las convocatorias del rey a los feudatarios de
Pallars para prestar el servicio militar (GONZÁLEZ, Las uniones, vol. 2, págs. 175 y 528). De Ramón
31
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parece que los oponentes de la Unión procedían de nobleza feudal pallaresa,
plenamente integrada en los círculos aristocráticos catalanes, cuyo ámbito de
influencia abarcaba buena parte de Ribagorza: los Castellvell ejercían la castellanía de Pueyo de Ésera en nombre del también pallarés linaje de Vilamur; los
Erill tenían el feudo de Capella y habían dado lugar a las estirpes de Espés y
Fantova36, etc. El recurso al mero determinismo geográfico para explicar estos
posicionamientos puede generar explicaciones simplistas e insuficientes; no
obstante, creo que se puede admitir que, en esta zona limítrofe, la orientación
de los intereses familiares y clientelares supuso un factor de división interna a
tener en cuenta.
Pedro III asumió inicialmente el grueso de las reivindicaciones unionistas
mediante la firma del Privilegio General, lo cual supuso la aceptación de todas
las peticiones ribagorzanas (incluida la dilapidación de las bases fiscales del
monarca a favor de los Entenza), pero esto cambió drásticamente tras el acceso
de Alfonso III al trono, a finales de 1285. En febrero de 1286 se otorgaron a
Jaime Pérez, hijo bastardo de Pedro III, las caballerías de los Entenza, en un
acto que parece ser tanto un castigo a esta familia como un intento de atraerse
el favor de un infante que dudaba en su apoyo a la causa rebelde37. El sobrejuntero Ramón de Molina fue confirmado inicialmente en su cargo en el mismo
mes de febrero, pero en marzo se tuvo que enfrentar con el unionista Pedro Maza
de Lascellas, que pretendía ejercer estas funciones contra la voluntad regia; y
finalmente en abril el monarca emitió una orden en la que señalaba que Ribagorza pertenecía a la «Procuración» de Cataluña y que, por tanto, la provisión
del oficio correspondía al procurador que actuaba en aquel momento, el conde
pallarés Arnau Roger, el cual designó como nuevo sobrejuntero o veguer a Bort
de Pallars, miembro de su linaje. Ante esta última decisión, algunos nobles locales como Guillermo de Peralta y Gombaldo de Benavent se negaron a reconocerlo como tal, alegando que Ribagorza pertenecía ad Procuracionem Aragonum et esse
sub Foro Aragonum, y trataron de usurpar el cargo pese a las repetidas órdenes
reales para que renunciasen a tal pretensión. Además, Alfonso III nombró a otro
pallarés, Beltrán de Tremp, como Justicia en Graus para las personas que se rigiesen por los Fueros, y se adoptó una novedosa actitud restrictiva ante los infanzones que no hubiesen demostrado su condición38.
En estas complicadas circunstancias se deben entender también las graves
resistencias frente a los recaudadores reales de 1287:
————
de Aguilar tenemos menos datos, pero sabemos que en 1292 tenía propiedades en torno a Arén
(ACA, reg. 93, f. 231v).
36 OSTOS SALCEDO, Pilar, «Documentación del Vizcondado de Vilamur en el archivo ducal de
Medinaceli», en Historia, instituciones, documentos, 8 (1981), docs. 35 y 36; MIRET I SANS, Joaquim,
«La casa senyorial d’Erill», en Anuari Heraldic, 1917, págs. 131-157.
37 ACA, reg. 65, f. 46v.
38 Ibidem, reg. 64, f. 91r; 65, ff. 37v y 87r; 66, f. 34r, 121r, 159v y 251v; 70, f. 76v.
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«homines Benavarre et quorumdam aliorum locorum Rippacurcie abstulerunt per violenciam collectoribus dictarum cenarum pign[or]am que dictis hominibus fecerant racione dictarum cenarum, vilipendendo et percutendo eosdem»39.
La argumentación que esgrimieron los vecinos de algunos pueblos demuestra que esta insumisión estaba relacionada con el conflicto en curso: afirmaron
que habían pagado previamente el impuesto a los Entenza por razón de sus
caballerías (pese a que, como hemos dicho, Alfonso III las había reasignado) y
que, por ello, no iban a contribuir en una segunda ocasión. El carácter político
de la documentación cancilleresca dificulta conocer el ambiente social que
acompañaba a todos estos acontecimientos, aunque la escueta mención al incendio de Capella a manos de los hombres de pueblos vecinos, en el verano de
1287, nos recuerda que la violencia inherente a un conflicto como el aragonés
podía alcanzar a todos los estratos de la población40.
Un nuevo giro se produjo en 1288, después de que el rey claudicase ante
las peticiones unionistas: desembargó los bienes de Gombaldo de Entenza y lo
nombró sobrejuntero de Ribagorza a propuesta de la Unión41. Es representativo de esta coyuntura de aparente triunfo de la opción aragonesa el privilegio
que el abad de San Victorián otorgó a los vecinos de Graus en 1289 para la
meliorationi ac reparacioni ipsius ville que destrucciones, guerras et mala et dampna
plurima sustinuit: implicaba el incremento de la autonomía municipal, la supresión de numerosas cargas serviles y, lo que es más relevante para este trabajo,
una contundente confirmación de la vigencia de la foralidad aragonesa42.
La admisión por el monarca de buena parte de las peticiones y la radicalización de algunos nobles en sus exigencias limitaron la base social de la Unión, lo
que permitió a Alfonso III reconducir la situación a partir de 1290. La más que
previsible consecuencia en la zona fue la destitución de Gombaldo de Entenza
de la sobrejuntería a comienzo de ese año —que no se logró sin su resistencia— para nombrar en su lugar a Sancho Ortiz de Pisa, un aragonés favorable
al rey43. Tras el acceso al trono de Jaime II, este reunió unas Cortes en Zaragoza en septiembre de 1291 a las que fueron convocados los representantes de los
concejos de Ribagorza y Pallars44; los súbditos juraron fidelidad al rey y este se
comprometió a observar:
————
Ibidem, reg. 70. f. 146r.
Ibidem, reg. 70, ff. 105v y 190v.
41 Ibidem, reg. 74, f. 54r; GONZÁLEZ, Las Uniones, vol. 2, pág. 274.
42 CDG, doc. 68. En él se describen algunas mejoras que esta foralidad aportaba a los vecinos
de la localidad, como la posibilidad de alegar en sus juicios ante otros tribunales aragoneses o la
gestión de la primicia por el concejo como solía hacerse en Aragón.
43 ACA, reg. 81, f. 110r.
44 GONZÁLEZ, Las uniones, vol. 2, págs. 421-422: «universitatibus villarum et locorum
Ribacurcia, universitatibus villarum et locorum Pallares»; también aparecen los feudatarios de
ambos territorios. Pese a haber sido convocados, los pallareses no figuran en la lista de asistentes al
acto.
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«furs et privilegis generals, uses et costumes d’Arago, de Terol, de Ribagorça
e als infançons del regne de Valencia fur d’Arago a qui’l querria»45.
Una expresión estereotipada que suponía un cierto reconocimiento de las
reivindicaciones de la Unión; también acudieron al acto varios nobles ribagorzanos para prestar homenaje por sus feudos. Sin embargo, en la posterior reunión de las primeras Cortes catalanas del mismo monarca, a comienzos de
1292, se acordaron dos capítulos sobre el vicarius de Ripacurcia, con los que se
garantizaba la aplicación de los Fueros o Costumbres en las localidades en donde estuviesen vigentes46.
El prolongado conflicto unionista había concluido para Ribagorza con un
cierto retorno a la ambivalencia previa a su estallido en 1283, aunque el encasillamiento administrativo dentro de Cataluña era más evidente: por ejemplo, la
vacilación entre «veguer» y «sobrejuntero» fue sustituida por el predominio del
primer término entre 1292 y 1300, periodo en que todos los que desempeñaron el cargo fueron catalanes. Ahora bien, la irrupción de la problemática fiscal
durante esos mismos años iba a ocasionar el último y definitivo vaivén de Ribagorza entre Cataluña y Aragón.
EL AUGE DE LA FISCALIDAD
Durante la segunda mitad del siglo XIII se verifica en buena parte de los
espacios políticos europeos un gran desarrollo de las estructuras estatales, que
influyeron de un modo cada vez más intenso e intrusivo en la vida social: la
aludida creación y generalización de códigos legales cultos como los Fueros de
Aragón es una faceta de este proceso, pero la que probablemente afectó más
directamente a casi toda la población fue el auge de la fiscalidad47. El constante
incremento de las exigencias reales en la Corona de Aragón arrancó a mitad de
la centuria, se aceleró tras el acceso al trono de Pedro III, como consecuencia
de la conquista de Sicilia, y fue uno de los motivos del estallido de la Unión.
————
Ibidem, vol. 2, pág. 425.
Cortes de los antiguos Reinos de Aragón, pág. 162, artículos 37 y 38.
47 Con carácter general, véase: SESMA MUÑOZ, José Ángel, «Las transformaciones de la
fiscalidad real en la Baja Edad Media», en XV Congreso de Historia de la Corona de Aragón. El poder real
en la Corona de Aragón, t. I, vol. I, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1994, págs. 231-292; SÁNCHEZ
MARTÍNEZ, Manuel, El naixement de la fiscalitat d’Estat a Catalunya (segles XII-XIV), Barcelona,
Eumo, 1995; WICKHAM, Christopher, «Lineages of western european taxation (1000-1200)», en
SÁNCHEZ MARTÍNEZ, Manuel y FURIÓ, Antoni (coord.), Col.loqui Corona, municipis i fiscalitat a la
baixa Edat Mitjana, Lérida, Institut d’Estudis Ilerdencs, 1997, págs. 25-42. Respecto a las
consecuencias sociales de la fiscalidad, resulta de gran interés LALIENA CORBERA, Carlos, «El
impacto del impuesto sobre las economías campesinas de Aragón en vísperas de la Unión (12771283)», en Monnaie, crédit et fiscalité dans le monde rural. La conjoncture de 1300 en Méditerranée
occidentale (texto en vías de publicación que me ha sido amablemente proporcionado por su autor).
45
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Este movimiento, sumado a algunas reclamaciones parecidas en Cataluña y
Valencia, puso en evidencia la necesidad de contar con las fuerzas sociales de
los países de la Corona para implantar unos impuestos que se justificaban en su
utilidad pública; de este modo, el desarrollo del fisco regio fue acompañado de
la consolidación de las Cortes como organismo representativo de las elites del
país, y esto se evidenció en que, a partir de estos años, las exigencias extraordinarias de los reyes aragoneses fueron consensuadas en estas reuniones estamentales. En cierta manera, tales transformaciones supusieron que Aragón y Cataluña dejasen de ser abstracciones territoriales y políticas para ascender al rango
de sujetos jurídicos dotados de capacidad de interlocución a través de sus elites
aristocráticas y urbanas; en consecuencia, las fronteras que los separaban adquirieron una renovada importancia, pues se convirtieron en el límite geográfico de las competencias y decisiones de cada una de estas asambleas48.
El problema del encuadramiento territorial de Ribagorza, que hasta ahora
tenía repercusión reducida y que en buena medida se había superado mediante el
ecléctico criterio de asumir la aplicación del derecho habitual en cada localidad,
alcanzó una nueva dimensión con los progresos de la demanda fiscal impulsados
por Jaime II: en el periodo 1290-1300 se pretendió recaudar en la zona la totalidad de los impuestos aprobados tanto por Cataluña como por Aragón. Por
ejemplo, las aludidas Cortes de Zaragoza de 1291 decidieron recaudar un auxilio
para el rey, en el que los ribagorzanos debían contribuir con los aragoneses,
mientras que las inmediatamente posteriores Cortes catalanas acordaron una sisa
a Cincha usque ad collum de Paniçars, es decir, en todo el Principado, incluyendo
en él Ribagorza49. Finalmente, los ribagorzanos solo debieron colaborar en la
sisa catalana, no sin numerosas resistencias frente a los oficiales reales; ahora
bien, esta anómala situación había mostrado que la ambigua delimitación territorial planteaba problemas tanto al monarca como a sus súbditos, una evidencia que acabaría por forzar la resolución de la disyuntiva.
Las reticencias de los campesinos frente a los recaudadores del rey fueron
una constante en las exigencias fiscales en toda la Corona de Aragón. Sin embargo, la resistencia de los concejos ribagorzanos ante los subsidios catalanes
reviste un carácter diferente, por su regularidad y por la concreción de sus objetivos, y esto lleva a preguntarse por qué las comunidades tomaron partido por
la fiscalidad del reino de Aragón, siendo que el importe de las exacciones en
uno y otro territorio parece ser muy similar. Hay varias posibles respuestas,
compatibles entre sí: que los contribuyentes eran los mismos campesinos que
se regían por los Fueros; que las cargas aragonesas eran percibidas como menos
agraviantes que las sisas catalanas; que una parte significativa de la población,
————
48 GONZÁLEZ ANTÓN, Luis, «Las Cortes aragonesas en el reinado de Jaime II», en Anuario de
Historia del Derecho Español, 47 (1977), págs. 523-682.
49 ACA, reg. 85, f. 10v; 306, ff. 10v, 24v, 39v y 51r. No es razonable pensar que se recaudasen
ambos subsidios, pero en todo caso es evidente que la petición fue enviada desde ambas partes.
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revestida de las exenciones propias de los infanzones, eludía el pago de los tributos aragoneses; que se confiaba más en las vías de representación y apelación
usuales en Aragón; etc. En todo caso, existía un ambiente que veía con mejores
ojos la vinculación fiscal con el espacio aragonés; un posible eco de esa opinión
es que, en 1297, el abad de San Victorián ofreció la franqueza de todas las cargas a quibus infanciones Aragonie sunt libere como reclamo para atraer pobladores
a Campo, una villa que había fundado en Ribagorza50.
Aunque las cargas extraordinarias eran el objeto central de la discusión, se
sabe que también las rentas ordinarias se intentaron equiparar a los procedimientos y ritmos comunes en Aragón. Un curioso informe redactado en torno
a 1295 por Guillem Cabrit, recaudador real en Ribagorza, describe las numerosas trabas que los concejos interponían a su labor. Entre otros impedimentos,
muchos pueblos se negaban a abonar la pecha tro que pagas Arago et Tamarit et
Sent Steven, siendo que, hasta entonces, la gestión de este impuesto en Pallars y
Ribagorza se había hecho separadamente del resto de la Corona. El escrito finaliza con una expresiva advertencia que previene al canciller de la actitud de los
vecinos de la comarca ante los oficiales reales:
«[…] no creatz nuyll hom de Ribagossa de ço que us diguen, que vergoya an
totz tems de dir veritat, et preense de monsonges»51.
El ciclo fiscal iniciado tras la muerte de Jaime I fue decisivo, especialmente
a través de uno de sus principales componentes: el bovaje solicitado en Cataluña cada vez que advenía un nuevo rey. Pedro III había aceptado en 1283 que
el bovaje que había obligado a pagar a los habitantes de la comarca en los años
precedentes era ilegítimo, «seyendo Ribagorza del regno de Aragon, non deviendo aquel pagar», una reivindicación que se plasmó en el Privilegio General52. Sin embargo, cuando Jaime II procedió a cobrar este impuesto en Cataluña con motivo de su entronización, en 1297, se enviaron órdenes a decenas
————
50 TOMÁS FACI, Guillermo, «La carta de población de Campo (Ribagorza, Aragón) en 1297,
ejemplo de transformación del paisaje humano pirenaico», en BARRAQUÉ, Jean-Pierre y SÉNAC,
Philippe (ed.), Habitats et peuplement dans les Pyrénées au Moyen Âge et à l’époque moderne, Toulouse,
FRAMESPA, 2009, págs. 125-142.
51 Ibidem, cartas reales de Jaime II, caja 126, 1939 («no creáis a ningún hombre de Ribagorza
de lo que os diga, que les da vergüenza decir la verdad y se precian de ser mentirosos»).
52 GONZÁLEZ, Las Uniones, pág. 29. Sobre el bovaje en Cataluña, véase: ORTI GOST, Pere, «La
primera articulación del estado feudal en Cataluña a través de un impuesto: el bovaje (ss. XIIXIII)», en Hispania, 209 (1991), págs. 967-998; LÓPEZ PIZCUETA, Tomás, «Sobre la percepción del
“bovatge” en el siglo XIV: una aportación al tema de la tasación directa en la Cataluña
bajomedieval», en SÁNCHEZ MARTÍNEZ, Manuel, Estudios sobre renta, fiscalidad y finanzas en la
Cataluña bajomedieval, Barcelona, CSIC, 1993, págs. 335-347. A lo largo del siglo XIII se produce
una divergencia entre Aragón y Cataluña al respecto: en el reino aragonés se implantó el monedaje,
mientras que en el principado se consolidó el bovaje, en ambos casos como impuestos con un fuerte
componente de reconocimiento de la soberanía real.
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de localidades aragonesas emplazadas al este del Cinca y, mientras bastantes de
las sobrarbesas evitaron el pago, las de Ribagorza fueron obligadas a hacerlo
del mismo modo que las catalanas53. Los grandes concejos de la comarca —Graus,
Benabarre, Capella y Roda— protestaron conjuntamente ante el rey alegando que
nunca habían entregado esta carga, pero el juez averiguó que esta afirmación
era falsa —y ciertamente lo era— por lo que sentenció desfavorablemente para
los demandantes; además, en la resolución se denuncia la actitud de los ribagorzanos ante los colectores:
«inteliximus vos, simul cum quibusdam hominibus aliorum locorum quibus
ipsum bovaticum exigi facimus, comprehendistis inter vos quod ipsum nobis tradere contradiceretis omnino, et quod fuistis cominati collectoribus ipsius eisdem
inferre malum si ad dictum locum accederent pro ipso bovatico colligendo»54.
A pesar de las quejas, la colecta del bovaje se completó. Sin embargo, menos de tres años después se reprodujo el problema: ante las dificultades financieras de Jaime II, las Cortes catalanas de 1299-1300 acordaron comprar este
impuesto a la monarquía, es decir, se decidió su amortización definitiva a cambio de una elevada suma de dinero que se reuniría mediante una carga extraordinaria, en la que también debían colaborar todas las localidades de Ribagorza
y La Litera55. Los motivos de la oposición que se volvió a suscitar en ambas
comarcas se explicitan en una misiva del rey a los recaudadores, en marzo de
1300, en la que se indicaba que:
«homines de Tamarito et de Sancto Stephano de Littera et quorumdam aliorum locorum Rippacurcie contradicunt imponi et levari in locis ipsis collectam
empcionis bovatici nunc ordenatam in celebri Curie Barchinone, asserentes se
non debere dare dictam collectam cum sint ad Forum Aragonum populati»56 .
La petición de los representantes de la zona hubo de ser nuevamente rechazada, puesto que en los siguientes meses la colecta continuó, a veces con órdenes específicas para forzar el pago del impuesto en algunas localidades57.
La ausencia de un relato mínimamente detallado de las Cortes aragonesas
que se reunieron en septiembre de 1300 dificulta la comprensión de las decisiones que allí se tomaron. En un contexto marcado por la amenaza de guerra
con Castilla y la persistencia del desencuentro con algunos aristócratas unionis————
Sobre el bovaje en el valle de Chistau: ACA, reg. 264, f. 92r. Respecto a Bielsa, en 1279
Alfonso III ordenó una investigación para averiguar si la localidad debía pagar bovaje por ser
catalana, o el quinto del ganado aragonés; poco después escribió otra misiva para anular el encargo,
puesto que decía tener constancia de que debía pagar la segunda carga (42, ff. 186r y 190r).
54 Ibidem, reg. 254, ff. 4r-5v.
55 SÁNCHEZ, El naixemet, pág. 58.
56 ACA, reg. 115, f. 301r.
57 Ibidem, reg. 257, f. 32v.
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tas, Jaime II planteó unas peticiones económicas similares a las que había formulado en Cataluña para la defensa fronteriza y el pago de sus deudas; la
asamblea resolvió esta solicitud consensuando un subsidio que se reuniría mediante una gabela sobre la sal. Al igual que los catalanes, los brazos aragoneses
consideraban que Ribagorza y La Litera estaban dentro de sus competencias;
de hecho, a la reunión de 1300 acudieron varios notables ribagorzanos y los
dos grandes concejos literanos, a pesar de que, como se ha visto, en ambas comarcas se estaba recaudando en aquellos momentos el rescate del bovaje58.
Durante las negociaciones del auxilio aragonés, hubo de salir a relucir la confusa situación de la zona; la aludida insistencia de los procuradores ribagorzanos
y literanos en su oposición a las cargas fiscales catalanas invita a creer que ellos
impulsaron que se tratase esta cuestión. En cualquier caso, poco antes de que
se cerrase el acuerdo sobre la gabela, se aprobó el fuero Quod Ripacurcia, que
situaba la frontera de Aragón en la Clamor de Almacellas, puesto que su primer efecto fue que Ribagorza y La Litera, con sus numerosas explotaciones de
sal, quedaron dentro del área de recaudación de la ayuda aragonesa59. Resulta
obvio que ambos actos de Cortes estaban estrechamente ligados.
La aplicación de esa disposición no fue sencilla en los primeros momentos.
Pedro de San Vicente, responsable del subsidio de la sal en Ribagorza, mandó
pregonar que, tras la decisión de las Cortes de Zaragoza, quedaba automáticamente suspendido el cobro del rescate del bovaje, lo que incitó a numerosas
localidades a negarse a seguir abonándolo. Ante esto, los receptores del auxilio
catalán en la comarca, Arnau d’Alòs y Guillem de Fraga, se quejaron ante Jaime II, tal vez porque habían adelantado parte del dinero que se esperaba obtener, lo que forzó una solución de compromiso: se exigió a los concejos que
completasen el pago de la compra del bovaje, pero ese importe fue descontado
de lo que se pretendía obtener mediante la gabela en la comarca60. En todo
caso, nunca más se exigió a los ribagorzanos su colaboración en los subsidios
catalanes: se había fijado una frontera fiscal.
Frente a la vaguedad e improvisación de las decisiones previas, el fuero
Quod Ripacurcia de septiembre de 1300 incluía tres puntos que suponían el
definitivo encaje administrativo del territorio en disputa dentro de Aragón.
Primero, se estableció un sobrejuntero aragonés para «Rippacurcia, Suprarbium et Valles, et Littera usque ad Clamorem de Almacellis», eligiéndose para
el cargo a Jimeno Pérez de Lográn el 12 de octubre de 1300; esto implicó la
————
GONZÁLEZ, Las Uniones, vol. 2, pág. 503.
SAVALL Y DRONDA, Pascual y PENÉN Y DEBESA, Santiago, Fueros, observancias y actos de corte
del Reino de Aragón, t. I, Zaragoza, Ibercaja, 1991 [1866], p. 23, fuero Quod Ripacurcia. ACA, reg.
325, f. 8r (29 de septiembre de 1300): en este segundo texto aparecen los primeros mandatos sobre
la gabela de la sal y allí se indica que se cobraría «usque ad clamorem Almacellarum; puesto que la
Clamor de Almacellas« es una insignificante rambla, su sola alusión significa que ya se había
aprobado el fuero Quod Ripacurcia.
60 Ibidem, reg. 257, ff. 32v-33r y 49r.
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exclusión de esta circunscripción del Pallars, que en adelante compartió veguería con Lérida61. Segundo, se mandó a todos los oficiales reales que interviniesen en la zona de acuerdo con los Fueros. Y tercero, se ordenó el cumplimiento
de todas las ordenanzas aprobadas en las Cortes de Aragón, sin duda, el punto
de más amplia repercusión, ya que fijó el marco político y legislativo en que se
mantuvo Ribagorza hasta la Nueva Planta borbónica.
Como es sabido, en 1305 las Cortes catalanas acordaron un capítulo que
revocaba el fuero Quod Ripacurcia, pero Jaime II lo denegó con los mismos argumentos que los aragoneses le habían expuesto cinco años antes. No obstante,
el monarca remitió las posiciones de ambas partes al Justicia de Aragón, Jimeno Pérez de Salanova, para que dictaminase al respecto62. La sentencia de este
magistrado dio por buenas las razones esgrimidas a favor del aragonesismo de
la comarca, y las reforzó con varios datos de índole histórica. Aunque no sepamos si esto pudo influir en la decisión, cabe apuntar que el propio Jimeno tenía
el solar de su linaje y principal bien patrimonial en la aldea ribagorzana de Salanova, entre Capella y Fantova.
La argumentación aportada por las Cortes y el Justicia para defender esta
decisión se fundamentaba en hechos históricos que, a veces, se remontaban a
varios siglos atrás: por ejemplo, se afirmaba que Ribagorza había pertenecido a
los reyes del Sobrarbe, que los monarcas aragoneses anteriores a la unión con
Barcelona también lo eran de Ribagorza, que Ramiro I había perecido en
Graus o, referido a época más reciente, que en el Privilegio General se indicaba
expresamente que hubiese sobrejunteros en lugar de vegueres, y que no procediesen de Cataluña. La orden de Jaime II recurría, por el contrario, a un aspecto más práctico: el desconocimiento que los oficiales catalanes tenían de los
Fueros aragoneses les impedía aplicarlos adecuadamente63.
El principal criterio usado para determinar el trazado de la frontera fue la
legislación vigente en cada pueblo: aquellos que se regían por los Fueros se
consideraron ribagorzanos y, por ello, se integraron en Aragón; por ejemplo,
una orden relacionada con la gabela de 1300 indicaba que esta debía exigirse a
todos aquellos «qui sunt ad Forum Aragonum populati in Rippacurcia»64. Como consecuencia de este razonamiento, las villas de Arén y Montañana, que
usaban las Costumbres de Barcelona, se desvincularon del ámbito ribagorzano
para integrarse en la veguería de Pallars hasta que, en 1322, la frontera se ajustó al cauce del río Noguera; también en Entenza se mantuvo este código legal
————
Ibidem, reg. 198, ff. 207r y 337v-338v. La familia Lográn poseyó el feudo de Graus desde
comienzos del XIII hasta 1322, lo que hizo de ellos un linaje aristocrático relevante en la comarca, a
pesar de que el centro de sus dominios estaba en las altas Cinco Villas.
62 Los documentos están publicados en: MIRET, «Documentos inéditos», págs. 51-52; MASIÁ,
«La cuestión».
63 ACA, reg. 198, ff. 207r-207v.
64 Ibidem, reg. 325, f. 50r. También se perdonó la gabela a las localidades pobladas a
costumbre catalana: f. 38r.
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gracias a un privilegio de 1312, aunque en este caso siguió dentro de Ribagorza; las tres localidades seguían utilizando la legislación catalana en el siglo
XVI65. Por otra parte, también el señor de Calasanz, Guiralt de Cabrera, solicitó la vigencia de la ley catalana en esta villa con un objetivo bien concreto,
relacionado con un pleito que sostenía con el vecino lugar de Alins: la «alera
foral» aragonesa autorizaba el pasturaje de los ganados en los concejos contiguos al del pastor, lo que sin duda perjudicaba al vecindario y al señor de Calasanz, al abrir las puertas del extenso término a las cabañas de otros pueblos66.
Puesto que el poder y rentas de buena parte de la aristocracia ribagorzana
derivaba de la posesión de feudos, que se organizaban y justificaban en los
Usatges, cabe preguntarse qué supuso para aquella su integración en Aragón. El
servicio armado que prestaban al monarca siguió realizándose junto a los catalanes, aunque los ribagorzanos eran anotados separadamente, como muestra el
texto algunas convocatorias posteriores a 1300 (por ejemplo: «invocacio ad
illos de Cathalonie, Rippacurcie et Pallarensi qui tenentur servire pro feudis»);
frente a ellos, los concejos debían servir junto a los aragoneses67. Por lo que
respecta a la legislación, se mantuvo la dualidad, aunque en cierto modo invertida: si anteriormente existía un Justicia específico en Graus para tratar las causas de acuerdo con los Fueros, en adelante serían los feudos los que figurarían
como una excepción legal:
«in Rippacurcia Forum Aragonum, exceptis rebus feudalibus, consueverunt
antiquitus et debent nunc etiam observari»68.
Indicaciones como esta de 1312 se repiten en bastantes textos, como el
mandato del 12 de octubre de 1300 o la donación del condado de Ribagorza al
infante Pedro, en 132269. Sin embargo, estas garantías no impidieron que se
produjesen algunos conflictos entre los oficiales reales y los señores de las castellanías por ese motivo; por ejemplo, uno de ellos, Ramón de Arén, se quejó al
rey porque, según afirmó el monarca en una carta al sobrejuntero Guillem de
Castellnou:
————
65 Ibidem, reg. 351, f. 109v (1310); 151, ff. 13v-14r (1312); 366, f. 128v (1321). MASIÁ, «La
cuestión», págs. 18-19. BNE, ms. 2070, f. 47r: «la villa y aldeas de Aren y la de Montañana y la
Puente de aquella y el lugar y castillo de Entença constitucion y ley de Cathaluña, de manera que la
universidad se ha de tratar a Fuero y los particulares a Constitucion» (ca. 1550).
66 ACA, reg. 141, ff. 62r-62v (1307); 142, f. 269v-270r (1308); 143, f. 41v (1309). Tanto en
BOIX, «La Ribagorça», como en MONCLÚS, «La Franja de Ponent», se alude a un texto de 1300 en
que los vecinos de esta localidad dicen estar poblados «ad Consuetudinem Cataloniae, non ad
Forum Aragoniae»; aunque no me ha sido posible localizarlo, deduzco que ha de estar vinculado al
mismo pleito.
67 Ibidem, reg. 308, ff. 12r-12v (1309) y 118r (1314).
68 Ibidem, reg. 151, f. 13v.
69 Ibidem, reg. 222, ff. 11v-13v.
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«licet antecessores sui et ipse semper usi fuissent jurisdiccione in locis suis de
Castanesa, de Valseniu et de Les Pahuls secundum Usum et Consuetudines Cathalonie, vos, aserendo dictum Raimundo uti debere jurisdiccione predicta in locis
supradictis secundum Forum Aragonum, ipsum super possesione predictorum
indebite perturbatis seu etiam molestatis»70.
A pesar de que se mantuviese la legislación catalana en los asuntos feudales,
el hecho de que, en la decantación de Ribagorza hacia Aragón o Cataluña, primase el vínculo que los campesinos tenían con el reino, al de los milites con el
principado, es un aparente síntoma de la decadencia del segundo grupo. De
hecho, aunque la complejidad del asunto impida desarrollarlo aquí, la documentación indica que durante este periodo los ingresos de las castellanías sufrieron un
claro bloqueo y nuevos nobles que basaban su poder en la plena potestad sobre
sus señoríos sustituyeron a los linajes de castellanes como grupo hegemónico de
la aristocracia ribagorzana, al tiempo que algunos de los feudos más relevantes
desaparecieron en las posteriores décadas, al ser compradas por las autoridades
eclesiásticas (Graus o Besians) o incluso, significativamente, por las propias comunidades rurales (Benabarre, Benasque, Castanesa o Tolva)71.
CONCLUSIÓN
Hasta aquí se ha visto que las dos últimas décadas de la tricésima centuria
fueron el periodo decisivo en la fijación de la divisoria entre Cataluña y Aragón
de acuerdo con su trazado actual; ahora bien, este hecho fue una fase más dentro
del largo proceso de construcción de una frontera cada vez más precisa y relevante. Obviando los precedentes anteriores al año 1200 (límites diocesanos,
dependencia de un soberano, etc.), se puede situar su primera etapa en la aparición de una difusa línea entre las áreas de influencia del derecho escrito aragonés o catalán, colocada más al este o al oeste dependiendo del grupo social
que observemos; en cierto modo, los conflictos asociados con la Unión encajan
en este tipo de problemáticas. El segundo momento está marcado por el auge
de una fiscalidad real que precisaba del consenso con las Cortes de ambos territorios; la concreción de un límite lineal que permitiese encuadrar a todas las
comunidades rurales en un lado u otro se produjo, como se ha visto, en conexión con esto. Y en una tercera fase, que hasta ahora no se había aludido,
esta divisoria adquirió un nuevo significado en tanto que barrera arancelaria: el
————
70 Ibidem, reg. 153, ff. 237r-237v. Ramón de Areny, aunque no se indique en este texto,
disfrutaba de esta jurisdicción en tanto que feudatario de las mencionadas localidades.
71 CDG, doc. 76; CASTILLÓN CORTADA, Francisco, «La población altoaragonesa de Besians y
su dependencia de la catedral de Roda de Isábena», en Homenaje a don Antonio Durán Gudiol,
Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1995, págs. 195-196; ACL, Arcediano de Ribagorza
(cajón 59.2), Libro Archiu de Ribagorça, ff. 70r, 85r, 124r-124v y 128r-128v.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 615-638, ISSN: 0018-2141
636
GUILLERMO TOMÁS FACI
establecimiento de aduanas entre los tres grandes ámbitos políticos de la Corona para financiar las empresas bélicas de la monarquía acarreó que se fragmentase definitivamente este espacio económico72; es inconcebible que esto rompiese los lazos existentes, por ejemplo, entre Ribagorza y Pallars, pero sí que se
hubo de convertir en la más perceptible evidencia para sus habitantes de que
entre ellos se había construido una frontera.
Todos los elementos que tomaron parte en este proceso estaban relacionados con la progresión del poder central de la Corona, por lo que se puede confirmar que «la frontera no existe en sí, sino en relación con el Estado»73. La
singularidad del caso estudiado radica en que la monarquía aragonesa, en lugar
de conformar un espacio unificado, dio lugar a tres ámbitos políticos diferenciados, de modo que se pueden discriminar unos límites internos y otros externos. Sin embargo, esta distinción se debe relativizar: la principal función de la
frontera no era la organización de una línea defensiva —al menos durante el
periodo estudiado— sino la definición precisa del territorio dependiente del
Estado para sujetarlo mejor a su dominio, un papel que desempeñaban igualmente los dos tipos de divisorias; prueba de ello es la nítida vigencia de un límite desprovisto de cualquier connotación militar, como era el que separaba
Aragón y Cataluña.
El hecho de que esta divisoria fuese una imposición estatal implica desmentir que la sociedad de las zonas afectadas presentase alguna peculiaridad previa,
derivada de una especie de carácter fronterizo per se; pero esto no es óbice para
que el proceso descrito situase a Ribagorza, como a La Litera, Fraga o el Bajo
Ebro, ante la anómala disyuntiva de tener que escoger por su integración en
Aragón o en Cataluña. Además, todas estas comarcas se situaban en posición
periférica frente a los centros sociales, políticos, administrativos y culturales de
ambos estados de la Corona, de modo que es previsible que presentasen sensibles diferencias con respecto a ellos y que la tendencia iniciada en el siglo XIII
a homogeneizar estos espacios tropezara aquí con mayores dificultades. Como
resultado, la integración de Ribagorza en uno de los estados fue un proceso
conflictivo, no tanto por el enfrentamiento de la monarquía con las diversas
fuerzas sociales del país, sino por los choques entre estas últimas por las diferentes opciones que podían tomar ante esa elección.
En su momento, se describieron los perfiles sociales de los partidarios de las
dos alternativas que convivieron en Ribagorza entre 1283 y 1300. Al respecto,
llama la atención la implicación de numerosos concejos, un hecho que recuerda
a las decenas de síndicos de reducidas comunidades rurales aragonesas que
acudieron a las asambleas unionistas con sus agravios, que pone de manifiesto
que la sociedad campesina, a través de sus organismos representativos, estaba
————
72 SESMA MUÑOZ, José Ángel, «La fijación de fronteras económicas entre los estados de la
Corona de Aragón», en Aragón en la Edad Media, 5 (1983), págs. 141-166.
73 Tomo la frase de PEYVEL, «Structures féodales», pág. 83.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 615-638, ISSN: 0018-2141
DERECHO Y FISCALIDAD EN LA CONSTRUCCIÓN DE UNA FRONTERA INTERNA EN LA CORONA DE ARAGÓN
637
asumiendo un rol activo y novedoso en la toma de decisiones que les afectaban74. Además, la existencia de un conjunto de reivindicaciones comunes apoyadas en los Fueros frente a las instancias monárquicas o señoriales muestra
que, al nivel de las élites rurales, se habían difundido una serie de ideas políticas que les llevaban a asociar la integración en Aragón con una mejoría en su
condición social. En este sentido, es interesante la comparación de lo aquí descrito con la paralela evolución que tuvo lugar en Ascó, Horta y Miravet, analizada por Pascual Ortega, ya que también allí los concejos defendieron la opción aragonesa frente a unas fuerzas señoriales que se decantaban por
Cataluña75. Sin embargo, la solución definitiva en el Bajo Ebro fue diametralmente opuesta: el problema perduró durante la primera mitad del siglo XIV y
terminó violentamente con el aplastamiento de la insurrección concejil en apoyo de la Unión aragonesa de 1348. La explicación se puede buscar, entre otros
factores, en la distinta correlación de fuerzas entre las partes: el control que
ejercían las Órdenes Militares sobre las localidades de la Ribera del Ebro debía
de ser bastante más intenso y coordinado que el de los feudatarios sobre Ribagorza. Seguramente, los tiempos tampoco eran los mismos.
La perspectiva identitaria —de raíz esencialmente lingüística— desde la
que, aún hoy, algunos influyentes sectores intentan explicar la divisoria entre
Aragón y Cataluña, al subordinar a aquella cualquier otro argumento, impide
todo acercamiento racional a la cuestión. En este artículo se ha pretendido
mostrar que la construcción de la frontera no se puede desligar del proceso de
formación del Estado feudal avanzado en la Corona de Aragón de los siglos
XIII y XIV, el cual permite ofrecer una interpretación plausible de los conflictos que se produjeron paralelamente en algunas comarcas limítrofes. En definitiva, no era la identidad aragonesa o catalana de Ribagorza lo que se jugaba
con el trazado de la frontera, sino los intereses de fuerzas sociales enfrentadas.
Recibido: 15-02- 2010
Aceptado: 18-02-2011
————
74 OLIVA HERRER, Hipólito Rafael y CHALLET, Vincent, «La sociedad política y el mundo rural
a fines de la Edad Media», en Edad Media. Revista de Historia, 7 (2005-2006), págs. 75-98.
75 ORTEGA, «Aragonesisme i conflicte».
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 615-638, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 239, septiembre-diciembre, págs. 639-664, ISSN: 0018-2141
LA JORNADA DE LA REINA MARIANA DE AUSTRIA A ESPAÑA: DIVERGENCIAS
POLÍTICAS Y TENSIÓN PROTOCOLAR EN EL SENO DE LA CASA DE AUSTRIA
(1648-1649)
LUIS TERCERO CASADO
Universität Wien
RESUMEN:
El aislamiento de España al término de la Guerra de los Treinta Años, tras la
firma por separado del Imperio con Francia y Suecia durante la Paz de Westfalia
en 1648, desató un corto pero intenso torbellino político entre ambas líneas de los
Austrias. Pese a haber quedado asegurado el enlace entre Felipe IV y Mariana de
Austria, la jornada de la nueva soberana hacia España puso de relieve el fracaso
del plan de boda entre la infanta María Teresa y el hijo del emperador, el rey de
Hungría, Fernando. En este contexto, el transcurso del viaje acentuó de manera visible las tensiones entre las dos potencias europeas.
PALABRAS CLAVE:
Siglo XVII. Paz de Westfalia. Casa de Austria. Felipe
IV. Fernando III. Mariana de Austria. España. Sacro
Imperio. Viena. Protocolo.
THE MARIAN QUEEN’S JOURNEY FROM AUSTRIA TO SPAIN: DIVERGENT POLITICS AND
PROTOCOL TENSION WITHIN THE HOUSE OF HABSBURG (1648-1649)
ABSTRACT:
Spain’s isolation at the end of the Thirty Year’s War due to the Empire’s separate
signature with France and Sweden in the Peace of Westphalia unleashed brief but
intense political turmoil between the two Habsburg branches. Although Philip IV and
Mariana of Austria’s marriage was ensured, the new Queen’s journey to Spain brought
attention to the failure of another engagement between her brother and Emperor’s son,
the King of Hungary Ferdinand, and the Infanta Maria Theresa. Given such context,
the trip undoubtedly emphasized the tensions between both European powers.
KEY WORDS:
Seventeenth Century. Peace of Westphalia. Habsburgs.
Philip IV. Ferdinand III. Mariana of Austria. Spain.
Holy Roman Empire. Vienna. Protocol.
————
* Luis Tercero Casado es doctorando en la Universität Wien. Dirección para correspondencia: KarlHeinz-Strasse 67/11/54, 1230 Wien, Austria. Correo electrónico: [email protected].
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LUIS TERCERO CASADO
El 15 de noviembre de 1649 hizo su entrada en Madrid la reina Mariana de
Austria, segunda esposa de Felipe IV, tras un largo y azaroso viaje desde Viena.
La expectación con que el pueblo acogió a su nueva soberana podía palparse en
la atmósfera festiva. Si bien las celebraciones habían comenzado mucho antes
de su llegada1, estas culminaron con el ansiado recibimiento de la nueva soberana en un escenario donde no se habían escatimado espectáculos, tanto para la
corte como para el pueblo. Sin embargo, entre el júbilo de los festejos apenas
quedó resquicio para recordar todo lo recorrido en pos del viaje realizado —de
poco más de un año de duración por tierra y mar— hacia su nueva patria. Inevitablemente, los planes para la jornada toparon con variados e inesperados
baches. A pesar de la enmarañada situación en que se habían visto envueltas las
relaciones dinásticas entre Madrid y Viena a causa de la conmoción provocada
en el gobierno español por la exclusión de Felipe IV de la Paz de Westfalia2, se
había decidido seguir adelante con lo convenido en lo referente al matrimonio
entre el Rey Católico y su sobrina, e hija del emperador, la archiduquesa Mariana. Lejos de suponer un mero trámite entre ambas cortes, el viaje hacia España fue aprovechado por Viena como una ocasión para intentar relanzar las
relaciones de las dos ramas habsbúrgicas con vistas a reforzar la descendencia
austriaca y, sobre todo, a hacerse con la herencia de la Monarquía Hispánica3.
No obstante, este designio, en el que el emperador y sobre todo su hijo, el rey de
Hungría y archiduque Fernando, habían puesto todas sus esperanzas y anhelos,
fue rechazado reiteradamente por la corte madrileña. ¿A qué se debió esta inamovible postura del Consejo de Estado? El fin de este trabajo será el de intentar
dar respuesta a tal cuestión. Este ensayo cuenta ciertamente con otros precedentes que, sin embargo, se han centrado más en aspectos festivos y de representación y no han prestado la necesaria atención a la relevancia política de esta jornada en el marco más amplio de la política europea4. Por ello, nuestro objetivo es
————
1 MALCOLM, A., «Spanish queens and aristocratic women at the court of Madrid, 15981665», Studies on medieval and early modern women, 4 (2005), págs. 175-176.
2 De entre las obras más completas respecto al tema, se halla la de DICKMANN, F., Der
Westfälische Friede, Münster, Aschendorff, 1998, y DUCHHARDT, H. (ed.), Der Westfälische Friede.
Diplomatie – politische Zäsur – kulturelles Umfeld – Rezeptionsgeschichte, Múnich, Oldenbourg, 1998.
Asimismo, Peter H. Wilson ha dedicado recientemente un espacio a los tratados mediante una
cuidada revisión historiográfica en su obra Europe’s Tragedy. A History of the Thirty Years War,
Londres, Allen Lane, 2009, págs. 751-778.
3 MECENSEFFY, G., «Habsburger im 17. Jahrhundert. Die Beziehungen der Höfe von Wien
und Madrid während des Dreißigjährigen Krieges», Archiv für österreichische Geschichte, 121 (1955),
pág. 90.
4 Véase VAREY, J. E. y SALAZAR, A. M., «Calderón and the Royal Entry of 1649», Hispanic
Review, 34 (1966), págs. 1-26; SÁENZ DE MIERA, C., «Entrada triunfal de la reina Mariana de
Austria en Madrid el día 15 de noviembre de 1649», Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 23
(1986), págs. 167-174; CHAVES MONTOYA, T., «La entrada de Mariana de Austria en 1649», en
SOMMER-MATHIS, A. (coord.), El teatro descubre América: fiestas y teatro en la Casa de Austria (14921700), Madrid, Fundación Cultural Mapfre, 1992, págs. 73-94 e ídem, «La conquista del Viejo
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LA JORNADA DE LA REINA MARIANA DE AUSTRIA A ESPAÑA: DIVERGENCIAS POLÍTICAS Y TENSIÓN...
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dar respuesta a esta cuestión mediante un análisis tanto de los orígenes del
viaje como de los enfrentamientos surgidos durante el mismo, los cuales pusieron a prueba la salud de los vínculos en el seno de la Casa de Austria.
EL PROYECTO DE BODA Y LA PLANIFICACIÓN DEL VIAJE
Las negociaciones matrimoniales estuvieron precedidas por unos planes diseñados por ambas cortes, radicalmente distintos en origen, que se remontaban
a más de tres años atrás. A finales de 1646, el valido don Luis de Haro expresó
al monarca la urgente necesidad de que el heredero, el príncipe Baltasar Carlos,
contrajese matrimonio. Se quería asegurar la descendencia masculina para la
rama hispana de los Habsburgo y evitar que tal derecho recayese en la infanta
María Teresa5. La candidata elegida sería sin lugar a dudas un miembro de la
otra rama, dado que ambas familias eran partidarias de proseguir con la política dinástica de enlaces intrafamiliares como medida para reforzar los lazos comunes, factor tenido como indispensable para la consecución de estrategias
comunes. Pese a los contactos diplomáticos encaminados a esta misión, el plan
quedó truncado con la muerte —el 9 de octubre del mismo año— del joven
heredero a causa de una viruela contraída durante un viaje a Zaragoza6. Aunque tal infortunio supuso un duro golpe para Felipe IV, este no dudó en ofrecerse como esposo para satisfacer las razones de Estado.
La iniciativa de proponer el casamiento entre tío y sobrina había germinado
aparentemente del lado austriaco. Según nos informa en su diario del viaje el
capellán mayor de la reina durante la jornada, Jerónimo de Mascareñas7, la
————
Mundo: “América” recibe a Mariana de Austria (1649)», en KRÖMER, W. (ed.), 1492-1992:
Spanien, Österreich und Iberoamerika. Akten des Siebten Spanisch-Österreichischen Symposions, 16.-21. März
1992 in Innsbruck, Innsbrucker Beiträge zur Kulturwissenschaft, Innsbruck, Institut für
Sprachwissenschaft, 1993, págs. 51-65; ZAPATA FERNÁNDEZ DE LA HOZ, M.ª T., «La entrada en la
Corte de Mariana de Austria. Fuentes literarias e iconográficas», en ídem, NAVARRETE PRIETO, B. y
MARTÍNEZ RIPOLL, A. (eds.), Fuentes y modelos de la pintura barroca madrileña, Madrid, Arco Libros,
2009, págs. 105-204. Asimismo, una obra reciente ha dado cuenta de la decoración de las galerías
del Palacio Real de Nápoles, dedicada parcialmente al paso de Mariana por Italia, que contribuye
con una enriquecedora información visual sobre los integrantes del viaje. Véase: PALOS, J. L.,
«Imagen recortada sobre fondo de púrpura y negro. La reina Mariana de Austria y el virrey de
Nápoles», en ídem y CARRIÓ-INVERNIZZI, D. (coords.), La historia imaginada. Construcciones visuales
del pasado en la Edad Moderna, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2008, págs. 121-152.
5 LÓPEZ-CORDÓN, M.ª V. «La paz oculta: propaganda, información y política en torno a
Westfalia», Pedralbes, 19 (1999), pág. 90.
6 Sobre este hecho, véase: MAISO GONZÁLEZ, J., «Baltasar Carlos y Zaragoza», Cuadernos de
investigación: Geografía e historia, tomo I, fasc. 2 (1975), págs. 95-100.
7 Este constaba como uno de los exiliados portugueses más relevantes en la corte de Felipe IV,
cuyo manifiesto más notable a favor de la Casa de Austria lo constituye su obra Viage de la
Serenissima Reyna María Ana de Austria, Segunda Muger de Don Phelipe Quarto, deste nombre Rey
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LUIS TERCERO CASADO
idea surgió del embajador imperial en Madrid, Francesco Antonio del Carretto,
marqués de Grana8. Este aconsejó al rey, tres días después del fallecimiento, el
tomar a la novia vacante como esposa9. A su regreso a la corte, el rey consultó
dicha posibilidad con el duque de Medina de las Torres, uno de sus consejeros
principales, el cual se mostró de acuerdo10. Según el cronista, no fueron «pocos
los que se oponían, varios los pareceres y dictámenes, y no leves las dificultades
que causaban los tiernos años de la Serenísima Archiduquesa».
Esta falta de consenso no era monopolio del gobierno, sino que también se
daba en el seno de la Casa de Austria, lo cual quedó de manifiesto en los designios individuales de la línea tirolesa. El jesuita Eustaquio Pagano, enviado de la
archiduquesa Claudia del Tirol y portavoz en la corte de los partidarios contrarios a esta postura, puso todo su empeño en exponer lo inadecuado y contraproducente del enlace mediante un memorial enviado a Haro. En virtud de ello
y sirviendo a intereses obvios, propuso como alternativa la mano de la hija de
su señora, la archiduquesa María Leopoldina —posteriormente emperatriz y
esposa de Fernando III—. Sin embargo, dicha propuesta no prosperó ante la
insistencia de Grana. Asimismo, al clérigo se sumaban dos oponentes más de
gran calado: los plenipotenciarios español e imperial en Münster, el conde de
Peñaranda y el conde de Trauttmansdorff11. Ambos, pese a la enemistad que se
profesaban y opuestas intenciones, coincidían en juzgar este punto como gran
prejuicio para el bien común12. No obstante, Fernando III, pese a ponderar la
juventud de su hija, estaba resuelto a ofrecer su mano al rey ante la arriesgada
tesitura en que se hallaba la supervivencia de la rama española y su vasta
herencia13. Adelantándose a la aprobación real, el Consejo de Estado madrileño
admitió el proyecto de inmediato tras ser acogido favorablemente.
————
Cathólico de Hespaña, hasta la Real Corte de Madrid, desde la Imperial de Viena, Madrid, 1650. Basada
en la mencionada obra, existe una relación pormenorizada del viaje enfocada en aspectos
representativos y logísticos: ZAPATA FERNÁNDEZ DE LA HOZ, M.ª T., «El viaje de las reinas
austriacas a las costas españolas. La travesía de Mariana de Austria», en CIVIL, P., CRÉMOUX, F. y
SANZ, J. (eds.), España y el mundo mediterráneo a través de las Relaciones de Sucesos (1500-1750),
Salamanca, Universidad de Salamanca, 2008, págs. 341-365.
8 Disponemos de una tesis inédita sobre su figura, si bien centrada en los años previos a la caída
del conde-duque de Olivares: PIQUER, H., Francesco Antonio del Carretto, Marquis de Grana. Ambassadeur
impérial en Espagne et Conseiller de Philippe IV, tesis doctoral, Université de Paris X, 1998.
9 MASCAREÑAS, J., Viage de la Serenissima Reyna María Ana de Austria, págs. 8-9.
10 STRADLING, R. A., Felipe IV y el gobierno de España, 1621-1665, Madrid, Cátedra, 1989, pág. 369.
11 Gaspar de Bracamonte y Guzmán (1595-1676) y Maximilian von Trauttmansdorff (15841650).
12 Cfr. MECENSEFFY , G., «Philipp IV. von Spanien und seine Heirat mit Maria Anna von
Österreich», en Historische Studien. A. F. Príbram zum 70. Geburtstag dargebracht, Viena, 1929,
págs. 50-54.
13 Sin embargo, debido a la frágil salud de su hija, ordenó a Grana avisar de ello al rey ante las
posibles dificultades que se pudiesen dar por no hacer peligrar su descendencia. MASCAREÑAS, loc.
cit. y MECENSEFFY, «Philipp IV. von Spanien», pág. 55.
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LA JORNADA DE LA REINA MARIANA DE AUSTRIA A ESPAÑA: DIVERGENCIAS POLÍTICAS Y TENSIÓN...
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Aunque las negociaciones no presentaron serios inconvenientes, la boda sufrió un retraso de más de un año por falta de medios económicos14. Ya desde
1646, estas habían corrido a cargo del duque de Terranova15, embajador extraordinario en Viena, cuyo cometido consistía en concertar una boda doble16. Paralizado este plan por la defunción del príncipe, el objetivo se centró en concertar
el nuevo y ahora «único» enlace. Poco tiempo después, el 2 de abril de 1647,
quedó fijado el compromiso con la firma de las capitulaciones matrimoniales17.
Tras concluir los acuerdos, comenzó un complicado tira y afloja entre ambas cortes con el fin de abordar la posible ruta de la comitiva. Tanto la revuelta
de Masaniello en Nápoles como la vigente guerra entre venecianos y turcos por
la posesión de Creta, influyeron a la hora de evitar el peligro que ambos conflictos podían acarrear al séquito. El rey aguardaba a un apaciguamiento de la
revuelta para poder efectuar el paso por dicho territorio y así ahorrar tiempo.
Fernando III, por su parte, deseaba que la jornada atravesase Milán para evitar
que la comitiva se desplazase por los estados papales dados los peligros circundantes18. Sin embargo, Madrid se oponía a ello procurando evitar las peligrosas
costas francesas, lo cual conllevaba solicitar a Génova galeras para la travesía.
Además, el conflicto de Nápoles, al cual se añadía la inestable situación de guerra en Milán, no solo creaba obstáculos estratégicos, sino también económicos19. Tal coyuntura ponía asimismo en peligro el viaje debido al riesgo de
hallarse la armada «falta de todos pertrechos y gente de guerra», a tenor de lo
cual se consideraba la posibilidad de una ruta hacia el puerto flamenco de Ostende a través del territorio imperial, algo que la recién firmada paz con las
Provincias Unidas hacía factible. Pese a insistirse en ello desde Madrid, el emperador se mantuvo en su propuesta vislumbrando los grandes gastos que la
————
14 El rey se lamentaba a sor María de Ágreda de esta dilación, en carta del 1 de julio de 1648,
«por la falta de caudal en que nos encontramos el emperador y yo». Cit. apud DELEITO Y PIÑUELA,
J., El rey se divierte, Madrid, Alianza, 2006, pág. 66 y CALVO POYATO, J., Felipe IV y el ocaso de un
imperio, Barcelona, Planeta, 1995, pág. 173.
15 Diego de Aragón y Mendoza (1596-1663), sería asimismo nombrado en 1648 para una
embajada a Polonia, la cual, sin embargo, no se llevaría a cabo. OCHOA BRUN, M. A., Historia de la
diplomacia española. La edad barroca, II., vol. VIII, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores y de
Cooperación, 2006, pág. 60.
16 Entre el príncipe Baltasar Carlos y Mariana de Austria, por un lado, y entre el archiduque
Fernando y la infanta María Teresa, por otro.
17 Tanto el emperador como el novio aportaron cada uno la suma de 100.000 escudos de oro
en concepto de dote y arras correspondientemente. El rey añadía además otros 50.000 adicionales
destinados a la adquisición de joyas. OCHOA BRUN, Historia de la diplomacia, pág. 59 y GONZÁLEZDORIA, F., Las reinas de España, Madrid, Trigo, 2003, pág. 211.
18 Haus, Hof und Staatsarchiv (HHSTA, Archivo de Estado de Viena, Austria), StAbt.,
Spanien-Dipl. Korr., K. 35, alt fasz. (antiguo fascículo) 42, Coloma a Grana, 19 de enero de 1648.
19 Ante la desesperación de Fernando III, el rey se había visto obligado a desviar 800.000
escudos, reunidos para el viaje, dirigidos a reprimir los levantamientos. HHSTA, HA, Familienakten,
K. 29, Grana a Fernando III, 9 de marzo de 1648.
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LUIS TERCERO CASADO
seguridad de sus hijos le ocasionaría por el tránsito junto a las guarniciones
francesas adyacentes a Ratisbona. Al final, Felipe IV decidió aceptar el itinerario sugerido por Viena —desde los países patrimoniales austriacos y a través de
los feudos imperiales hasta el embarque en el puerto ligur de Finale—. Tal
decisión probablemente respondió al repliegue francés motivado por la rebelión
interna de la Fronda, pues debido al aislamiento del aliado galo, el duque de
Módena, dicha ruta quedó libre de riesgos20.
El espinoso argumento de los costes del viaje causó algunos roces entre los
dos soberanos. Tras el fin de la Guerra de los Treinta Años, Fernando III se vio
con varias tierras de sus países hereditarios empeñadas e hipotecadas por falta
de medios con que sufragar los gastos de sus tropas21. Por ello, dada la apretada situación de las arcas imperiales, solicitó que la corte española costease en
gran medida la jornada real22. A Felipe IV, sin embargo, no le resultaba fácil
reunir, ya desde finales de 1647, la cantidad requerida a dicho fin, pues la guerra en Cataluña y la disminución del flujo de metales preciosos impedían al
monarca contar con efectivos disponibles.
En otro plano, la elección del personal que integraría las comitivas contaría
con miembros provenientes de la alta nobleza. Del lado español, el Consejo de
Estado tuvo problemas para designar a la persona adecuada como superintendente del voluminoso séquito23. El perfil idóneo lo debía cumplir un «grande»24. Consecuentemente, el número de candidatos resultó ser exiguo a raíz de
los costes personales que la jornada acarreaba. Si bien se barajaron incluso figuras eclesiásticas —entre ellas la del cardenal Montalto25—, el Consejo se decidió tras varias vacilaciones por el duque de Maqueda y Nájera. Este personaje,
————
20 MAFFI, D., Il baluardo della corona. Guerra, esercito, finanze e società nella Lombardia seicentesca
(1630-1660), Florencia, Le Monnier Università, 2007, pág. 47.
21 Acerca de la situación financiera de los territorios austriacos y el Imperio en el marco del
conflicto bélico, consúltese la obra colectiva de reciente publicación a cargo de RAUSCHER, P. (ed.),
Kriegsführung und Staatsfinanzen. Die Habsburgermonarchie und das Heilige Römische Reich vom
Dreißigjährigen Krieg bis zum Ende des habsburgischen Kaisertums, Münster, Aschendorff, 2010.
22 Tras haberse remitido desde Madrid 100.000 escudos de un total de 500.000 acordados
para los costes de la jornada, Grana se hacía eco de la dificultad para obtener más cantidades tanto a
causa del desvío de cantidades similares para socorrer a la marina en el Mediterráneo como en
concepto de gastos para celebrar la reciente paz hispano-neerlandesa. HHSTA, HA, Familienakten,
K. 29, Grana a Fernando III, 2 de marzo de 1648.
23 Uno de los miembros integrantes de la comitiva durante el viaje de ida –sobre la cual
Deleito y Piñuela da cuenta detalladamente–, lo constituiría el pintor de la corte Diego Velázquez,
que partía hacia Italia con el fin de adquirir obras de arte para Felipe IV. DELEITO Y PIÑUELA, El rey
se divierte, págs. 66-67; PÉREZ SÁNCHEZ, A. E., «Velázquez, pintor del rey», en ALCALÁ-ZAMORA Y
QUEIPO DE LLANO, J. (coord.), Felipe IV. El hombre y el reinado, Madrid, Centro de Estudios Europa
Hispánica, 2005, pág. 302.
24 HHSTA, StAbt., Spanien-Dipl. Korr., K. 35, alt fasz. 42, Coloma a Grana, 26 de marzo de
1648.
25 Francesco Peretti di Montalto (1595-1655).
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 639-664, ISSN: 0018-2141
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que contaba con numerosos enemigos debido a la supuesta obtención de un
trato preferente por parte del rey, cumplía los requisitos de excelencia para
ejercer el cargo, ya que pertenecía a una de las familias más antiguas e importantes de la corte26.
Viena, al contrario que la corte española, había apostado desde el primer
momento por el liderazgo de una figura eclesiástica. El arzobispo de Praga,
cardenal Harrach —peón clave en la reorganización y refuerzo de la Iglesia
católica en Bohemia durante la Contrarreforma centroeuropea—27, ambicionaba participar en los asuntos de gobierno austriacos, objetivo que alcanzó como
miembro del Consejo privado imperial desde mediados de 164828. El prelado,
cuya inclinación hacia los intereses de la Monarquía Hispánica fue cultivada
esmeradamente mediante la asignación de una pensión concedida por la corona
española, contaba en consecuencia con el entero beneplácito del Consejo de
Estado madrileño. Dada su influyente posición como miembro del partido español en el palacio del Hofburg, su nombramiento no fue casual. Con todo
ello, la caída de Praga —a finales de julio de 1648— a manos de los suecos,
había obstaculizado brevemente su candidatura. Tras su liberación, sus valedores en la corte española le sustentaron económicamente29. Además, la dirección
del viaje le ofrecía una solución temporal ante la situación de su arzobispado.
No obstante, pese a su relevante cargo, el liderazgo de la jornada sería compartido con otra destacada figura de la corte vienesa. El conde de Auersperg, había
iniciado una fulgurante carrera gracias a los numerosos cometidos diplomáticos
llevados a cabo bajo los auspicios de Fernando III30. Entre su amplio bagaje de
servicios contaba el haberse labrado una buena reputación como diplomático
————
26 Jaime Manuel de Cárdenas Manrique de Lara (1586-1652). El rey le había proveído, pese a
gozar de innumerables rentas, de una considerable ayuda de costa y mesadas varias para el viaje.
MASCAREÑAS, Viage de la Serenissima Reyna, pág. 34. Según Grana, en su persona se unían «due delle
maggiori case di Spagna per Grandezza e Antichitá», además de ser «gran cortiggiano pratico degli
usi di Palazzo, puntuale nel servitio e decoroso nell’honestá». HHSTA, HA, Familienakten, K. 29,
Grana a Fernando III, 18 de julio de 1648.
27 Ernst Adalbert von Harrach (1598-1667). A. Catalano, el cual ha estudiado con
detenimiento su figura y trayectoria, ha editado recientemente junto a K. Keller sus extensos diarios
en varios volúmenes, los cuales arrojan mucha luz acerca de las redes cortesanas entre Madrid y
Viena. KELLER, K. y CATALANO, A. (eds.), Die Diarien und Tagzettel des Kardinals Ernst Adalbert von
Harrach (1598-1667), vol. I-VII, Viena, Böhlau, 2010.
28 CATALANO, A., La Boemia e la riconquista delle coscienze. Ernst Adalbert von Harrach e la
Controriforma in Europa centrale (1620-1667), Roma, 2005, págs. 378-379; FIEDLER, J., Die
Relationen der Botschafter Venedigs über Deutschland und Österreich im siebzehnten Jahrhundert. I. Band. K.
Mathias bis K. Ferdinand III., Viena, 1866, pág. 400.
29 HHSTA, StAbt., Spanien-Dipl. Korr., K. 36, alt fasz. 43, Fernando III a Grana, 7 de
octubre de 1648.
30 Johann Weikhard von Auersperg (1615-1677), ejercería como destacado hombre de Estado
en labores de gran importancia como consejero privado durante los reinados de Fernando III y
Leopoldo I. SIENELL, S., Die Geheime Konferenz unter Kaiser Leopold I. Personelle Strukturen und Methoden
zur politischen Entscheidungsfindung am Wiener Hof, Fráncfort, Peter Lang, 2001, pág. 88.
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LUIS TERCERO CASADO
durante las negociaciones de Westfalia hasta 1644. Bajo la protección de
Trauttmansdorff, por entonces ministro principal del emperador, había conseguido posteriormente hacerse con el puesto de «mayordomo mayor» de la casa
del archiduque Fernando. Ahora, como ayo del rey de Hungría, gozaba de la
entera confianza y afecto del joven vástago. Sin embargo, no carecía de enemigos en la corte, lo cual se atribuyó a su supuesta altivez y escasa accesibilidad,
por no mencionar la envidia por ostentar un cargo clave enfocado al futuro
puesto de ministro principal. Esta coyuntura se veía además favorecida por el
hecho de ser el máximo exponente y promotor de la causa española en la corte
cesárea, especialmente durante el reinado de Fernando III. No obstante, ello no
estuvo reñido con la incompatibilidad y antipatía personal profesada hacia el
duque de Terranova, al que achacaría cuestiones personales respecto a la decisión de evitar el viaje del rey de Hungría a España.
Asimismo, la comitiva que partiría de la sede imperial iría formada por un nutrido personal español y austriaco afecto a los intereses hispanos. Esta, compuesta
mayoritariamente por sirvientes de la casa de la difunta emperatriz María —y madre de la reina Mariana— que retornaban a España tras un servicio de más de
quince años, formaba el cuerpo central del séquito de la reina. De este destacaban
importantes personalidades eclesiásticas que habían desempeñado y desempeñarían en el futuro tareas relevantes en materia de política exterior de los Austrias.
Aparte del cardenal Harrach, iría en calidad de confesor de la reina el célebre Juan
Everardo Nithard, jesuita tirolés que cobró gran protagonismo como valido durante la posterior regencia de Mariana. También regresaba a España, tras concluir su
servicio durante varios años como capellán de la emperatriz, el padre capuchino
Fray Diego de Quiroga, el cual, debido a las misiones llevadas a cabo en Viena
durante la guerra31, gozaba de amplia experiencia diplomática.
LA TORMENTA QUE PRECEDE A LA TEMPESTAD: LA PAZ UNILATERAL Y UN ÚNICO ENLACE
La idoneidad de la persona que debía portar la alhaja de la futura reina32 y
el poder del desposorio fue clave en el posterior desenlace de la diplomacia his————
31 Este capuchino orensano, veterano de Flandes, había realizado trascendentales cometidos en
el Sacro Imperio ante personalidades como el emperador o el general Albrecht von Wallenstein. Por
ello, no sin razón se le tenía por uno de los principales confidentes y agentes personales del CondeDuque de Olivares. Una de las principales misiones que le fueron asignadas consistió en la
infructuosa negociación de 1631 –entre España e Inglaterra– sobre la restitución del Palatinado al
elector palatino Federico V. OCHOA BRUN, Historia de la diplomacia, págs. 201-202 y REEVE, L. J.,
«Quiroga’s paper of 1631: A Missing Link in Anglo-Spanish Diplomacy during the Thirty Years
War», The English Historical Review, vol. 101, 401 (1986), págs. 913-926.
32 Tasada en 80.000 ducados. FLOREZ, Henrique, Memorias de las Reynas Catholicas. Historia
genealogica de la Casa Real de Castilla y de Leon, Madrid, 1761, Vol. II, pág. 937.
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pano-austriaca, por lo que se dispuso el envío de un gentilhombre del rey, el
conde de Lumiares33. Tras un viaje de más de dos meses y medio, el enviado
apareció en Praga ante el emperador el 30 de marzo de 1648. Dos semanas
después, hizo su entrada oficial en Viena. Sin embargo, su llegada no se tradujo
en una entrega inmediata de los poderes matrimoniales, sino que esta tendría
lugar pocos días antes de la partida de la comitiva, debido a la cautela con que
se aguardaba la reacción de Fernando III ante la presión de los estados imperiales en Münster y Osnabrück.
Al que en 1653 sería coronado como «Rey de Romanos», bajo el nombre de
Fernando IV, le estaba reservado un papel clave en el relanzamiento de las relaciones dinásticas. Para ello, el emperador deseaba enviar a su hijo —y heredero— a Madrid acompañando a la desposada. Pese al varapalo que para el Rey
Católico suponía el aislamiento ante el enemigo francés en medio de una guerra con varios frentes abiertos, Fernando III, aun siendo consciente del papel
jugado tras su firma unilateral con Francia, abrigaba la esperanza de revitalizar
los vínculos con Madrid mediante el matrimonio de su sucesor y la infanta María Teresa. Ante todo, desde la corte cesárea no se descartaba que el matrimonio de Felipe IV no diese el fruto esperado, por lo que, de obtener el archiduque la mano de su prima la infanta, las coronas y territorios de la Monarquía
Hispánica revertirían hacia una «única» Casa de Austria en su persona, resucitando de este modo el imperio de Carlos V34. Pese a que la idea del casamiento
había contado con el beneplácito inicial de Felipe IV e incluso la aceptación
databa de 164635, el armisticio firmado en marzo de 1647 por Baviera hacía
vislumbrar dificultades, lo cual desaconsejaba el establecimiento de un sólido
compromiso por parte de Madrid ante una previsible paz firmada separadamente por Viena36. Ante este presumible desenlace, Lumiares había sido proveído de antemano con instrucciones secretas para advertir al emperador sobre
la prohibición del viaje de su hijo de darse tal caso37. Este temor, confirmado
————
33 Francisco de Moura y Corte-Real (1610-1675), recibiría posteriormente el título de III
marqués de Castel-Rodrigo tras la defunción de su padre –en 1651–, Manuel de Moura, el cual
había asimismo ejercido de embajador ante el emperador (1642-1644) antes de ser nombrado
gobernador en Flandes (1644-1647) y posteriormente consejero del rey. Los Castel-Rodrigo, de
origen portugués, se habían mantenido fieles a Madrid pese a la revuelta de 1640, por lo que estos
supusieron un instrumento clave a la hora de demostrar en el extranjero la lealtad de los
portugueses exiliados a la Casa de Austria.
34 MECENSEFFY, G., Im Dienste dreier Habsburger. Leben und Wirken des Fürsten Johann Weikhard
Auersperg (1615-1677), Viena, Akademie der Wissenschaften, 1938, pág. 337.
35 Tal proposición se retrotraía a los días en que Fernando III contaba con la seguridad del
compromiso del doble enlace. Ya en carta de 26 de noviembre de 1646, el emperador, dando las
condolencias al rey por la muerte de su hijo, ofrecía junto a la mano de Mariana al joven Fernando
como yerno. MECENSEFFY, «Philipp IV. von Spanien und seine Heirat», pág. 57.
36 HAM, C., Die Verkauften Bräute. Studien zu den Hochzeiten zwischen Österreichischen und
Spanischen Habsburgern im 17. Jahrhundert, tesis doctoral, Universität Wien, 1996, pág. 191.
37 Peñaranda había sido un firme defensor de vincular la suerte del archiduque a la voluntad
del emperador en la conclusión de la paz. Archivo Histórico Nacional (AHN), Estado, leg. 1635,
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LUIS TERCERO CASADO
por la rúbrica, el 24 de octubre de 1648, del cese de hostilidades entre Fernando III y las dos coronas aliadas de Francia y Suecia, disipó bruscamente las ilusiones de los austriacos. Tal deseo se contempló desde la óptica española como
irrealizable, al menos mientras no naciese el esperado heredero de Felipe IV y
Mariana.
Llegada a Madrid dicha noticia, el marqués de Grana se vio desbordado e
imposibilitado para presentar las debidas excusas: el emperador había sido
obligado en contra de su voluntad y bajo coacción de los estados del Imperio a
firmar lo irremediable, es decir, una paz sin paliativos a riesgo de perder el solio
cesáreo y sufrir una invasión conjunta de sus tierras hereditarias38. No obstante,
intentando rebajar las consecuencias, se mostró favorable a seguir colaborando
con la Monarquía Hispánica. Al haber sido abandonado por los bávaros, el
emperador se había visto sin fuerzas para resistir junto a su aliado español39, lo
cual no le impidió contemplar la ratificación como un armisticio de carácter
provisional, perspectiva que nunca dejó de ser tenida en cuenta, al menos hasta
la dieta de Ratisbona de 1653-54. En tales circunstancias, los austriacos no
tenían más opción que presentar el hecho a Felipe IV como un beneficio que se
debía aprovechar. La tónica general en las misivas austriacas que siguieron a la
noticia de la paz reflejaba la creencia de haberse llegado a tal acuerdo extremo
sin un convencimiento de que las coronas enemigas la ejecutaran, algo en lo
que los cesáreos no andaban errados en virtud del posterior transcurso problemático de las negociaciones para la ejecución de los tratados en la ciudad imperial de Núremberg40. El carácter temporal de tal «solución» radicaba en hacer
ver a los príncipes y electores del Imperio «los engaños de los enemigos» y
promover, en caso de ruptura, el enrolamiento de las tropas licenciadas bajo el
servicio de la corona española. En Madrid, difícilmente se podía dar crédito a
las palabras del emperador, pues reflejaban claros síntomas de pretender precipitadamente la aceptación de su hijo en la corte por todos los medios posibles.
Si bien el Consejo de Estado expresó constantemente su absoluto rechazo a la
postura tomada por Fernando III, el rey en privado asumió con comprensión la
decisión de su cuñado41. Ello no era razón, sin embargo, para mantener y auto————
Felipe IV a Lumiares, 31 de enero de 1648 y Archivo General de Simancas (AGS), Estado, leg.
2352, Consulta de la Junta de Estado, 20 de mayo de 1648.
38 AHN, Estado, Libro 712, Fernando III a Felipe IV, 21 de octubre de 1648.
39 El emperador disponía, entre 1648 y 1649, de más de 4.000 jinetes y de 4.000 a 6.000
infantes para poder forzar a los enemigos a una paz más favorable. AGS, Estado, leg. 2352,
Fernando III a Grana, 6 de mayo de 1648 y Estado, leg. 2354, Lumiares a Felipe IV, 3 de marzo de
1649. Sobre la disponibilidad de tropas por parte de los demás contendientes tras la firma de la paz,
consúltese la tabla en pág. 770 de la obra de P. H. Wilson, Europe’s Tragedy.
40 Acerca del congreso efectuado a tal fin entre 1649 y 1650, consúltese OSCHMANN, A., Der
Nürnberger Exekutionstag, 1649-1650. Das Ende des Dreißigjährigen Krieges in Deutschland, Münster,
Aschendorff, 1991.
41 ÁGREDA, M.ª J., Correspondencia con Felipe IV. Religión y razón de Estado, Madrid, Castalia,
2001, pág. 146.
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rizar los designios pergeñados por Viena a los ojos de la facción «española» de
la corte. Este grupo abogaba por una vertiente más «pragmática» en política
exterior, por lo que era opuesto a seguir un rumbo común con los austriacos.
Medina de Las Torres, uno de sus principales integrantes y en oposición al valido y probable cabeza de la facción «austracista», Luis de Haro, procuraba
contradecir lo ajustado por él respecto a la inminente boda con los ya cacareados argumentos sobre la prematura edad de la archiduquesa y el riesgo que ello
conllevaba para la descendencia42. Este partido habría incluso prestado oído a
propuestas alternativas por parte de los franceses, aunque claramente inaceptables43. A pesar de que el inconveniente de Münster pudo haber resultado
decisivo para una hipotética cancelación del enlace, otras razones de mayor
pragmatismo pudieron hallarse detrás. Rafael Valladares nos ha desvelado la
existencia de una propuesta por parte de Lisboa —si bien jamás aceptada por
Madrid— para casar a María Teresa y al heredero de los Braganza y dirigida a
unir nuevamente ambas coronas de forma conciliadora con el fin de finalizar el
contencioso vigente en Portugal44. Este hecho, que dio pie a habladurías y rumores difundidos por media Europa, pudo ser uno de los motivos principales
para mantener a la infanta libre de compromiso. De lo que al menos no cabía
duda, era de que el joven archiduque ya no era bienvenido en España.
Aunque a finales de 1648 el rey redirigió su estrategia solicitando a los embajadores una atemperación con el fin de sacar el mayor provecho de los austriacos en materia de ayudas y levas, se decidió poner freno por todos los medios posibles a la venida del rey de Hungría, si bien bajo una sincera expresión
de respeto, buenas intenciones y afecto familiar. Las trabas iban enfocadas ante
todo a no comprometer a Felipe IV con su familia vienesa. Para ello, Terranova
usó de cierta autonomía con respecto a las órdenes recibidas45. Tal actitud,
acompañada de una acentuada falta de tacto, le había granjeado tras repetidos
enfrentamientos y reveses diplomáticos una reputación de individuo problemático en su relación tanto con los imperiales como con los demás ministros españoles de Bruselas y Viena. Aunque era cierto que el duque había hecho repetidas instancias en años anteriores a favor de su relevo, el malogrado intento de
————
42 STRADLING, R. A., «A Spanish Statesman of Appeasement: Medina De Las Torres and
Spanish Policy, 1639-1670», The Historical Journal, vol. 19, 1 (1976), págs. 1-31. Aunque aún es
difícil desvelar los nombres de todos los miembros del partido opuesto a Viena, podemos diferenciar
y reconocer a algunos miembros de la facción contraria, centrándonos en las figuras afines o contrarias
a Haro, sus opiniones en las consultas de la Junta de Estado o bien siguiendo el prolongado contacto
de los embajadores imperiales con determinados cortesanos. Según esa regla, podemos identificar como
«austracistas» a Peñaranda, al II marqués de Castel-Rodrigo y al marqués de Leganés.
43 HÖBELT, L., Ferdinand III. Friedenskaiser wider Willen, Graz, Ares, 2008, pág. 290.
44 VALLADARES, R., La rebelión de Portugal, 1640-1680. Guerra, conflicto y poderes en la monarquía
hispánica, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1998, págs. 105-107.
45 Terranova se había excedido al mostrar al emperador una carta declarando de parte
española la separación oficial entre ambas líneas, lo cual fue rechazado por el Consejo. AGS, Estado,
leg. 2351, Consulta del Consejo de Estado, 18 de agosto de 1648.
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intervenir en pos de una nueva alianza con Baviera puso de relieve la incongruencia de mantenerle por más tiempo en su puesto, por lo que desde Madrid
se urgió a adelantar su salida de Viena46. No obstante, el camino de retorno no
equivaldría a un fin de los desencuentros diplomáticos, ya que, ante la inminente salida de la comitiva, Terranova decidió interpretar libremente su sugerencia de ostentar durante el viaje —frente a lo dispuesto por el rey a causa de
previsibles conflictos de precedencia— el puesto de «caballerizo mayor» de la
futura reina. Su actuación dejaba entrever una ambición centrada no solo en el
cargo de «mayordomo mayor», sino también en ser nombrado consejero de
Estado en Madrid47. Por otro lado, la enemistad profesada hacia el ayo del rey
de Hungría se reflejó en los oficios ejercidos en detrimento de los deseos del
joven. A la luz de los hechos, el legado había optado por una actuación más
directa ante los titubeos expresados en las órdenes reales en un trasfondo enmarcado por el preocupante advenimiento de la firma de la paz entre el Sacro
Imperio y Francia. La ocasión más propicia para poner en práctica su postura se
presentó a finales de septiembre, tras haber impedido Lumiares —cuya actitud
compartía pese a las fuertes diferencias mutuas— la entrega del poder matrimonial ante la proximidad de la ceremonia, sin tener antes noticias claras de la
postura de Fernando III48. Aun más, Terranova advirtió de un plausible enlace
matrimonial entre la infanta española y el delfín francés, a tenor de lo cual fue
acusado por Auersperg de actuar a título personal para retrasar el viaje. Pese a
todo, aunque el parecer del duque no chocaba con el de Felipe IV, su reemplazo por Lumiares era ya una realidad49. El recién llegado conde, nombrado embajador extraordinario hasta concluir su cometido, asumiría el puesto —en
contra de sus propios deseos— de embajador ordinario en la corte imperial.
Lumiares, diplomático más cauto que el conflictivo Terranova, optó por no
dar pie a nuevos temores del emperador ante una separación oficial. Le instó a
conjurar tal fantasma y demostrar así su voluntad de unión enviando tropas a
los Países Bajos o al Palatinado; de lo contrario, dicha ruptura corría el riesgo
de materializarse50. Esta exigencia de pruebas a favor de una colaboración práctica quedaba justificada por las necesidades de la Monarquía Hispánica. El conflicto con Francia requería medios y Felipe IV contaba aún con los canales ade————
AGS, Estado, leg. 2351, Consulta de la Junta de Estado, 6 de septiembre 1648.
Su solicitud aducía a los precedentes de Oñate, Castel-Rodrigo y Castañeda –«a ejemplo de
los anteçessores en aquella embaxada». AGS, Estado, leg. 2351, Consulta del Consejo de Estado, 9
de marzo de 1648.
48 Ambos diplomáticos llevaban varios meses haciendo un seguimiento de los pasos que se
iban dando en la corte cesárea hacia la firma unilateral. Cfr. PRÍNCIPE PÍO, La elección de Fernando IV,
Rey de romanos. Correspondencia del III marqués de Castel-Rodrigo, Don Francisco de Moura durante el
tiempo de su embajada en Alemania (1648-1656), Madrid, 1929, págs. 19-20.
49 Su relevo se había hecho tiempo atrás desaconsejable dada la falta de un sustituto adecuado.
HAM, Die Verkauften Bräute, pág. 208
50 HHSTA, HA, Familienakten, K. 29, Lumiares a Fernando III, 2 de noviembre de 1648.
46
47
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cuados para encauzarlos. Uno de ellos, la ciudadela de Frankenthal, constituía
un estratégico enclave español en el corazón del Sacro Imperio51. La negativa
por parte de Madrid a devolverla al conde palatino sembró inestabilidad y
acentuó la fragilidad de la paz recién firmada, debido a las amenazas profesadas
por franceses y suecos de no ejecutar lo acordado antes de dicha restitución.
Pese a su aislamiento, dicho bastión era considerado un punto clave de recepción de tropas encaminadas a Flandes. Si bien Felipe IV veía en su manutención una oportunidad para que el emperador cooperase, los austriacos se vieron
con un peso más que cargar dada la presión con que los estados imperiales solicitaban su restitución.
Ambas cortes hablaban un lenguaje diametralmente distinto respecto a lo
que uno presumía mostrar al otro como conveniencia. En dicho contexto, no
faltaban consejeros imperiales que ignoraban las advertencias españolas aduciendo los beneficios que el plan ofrecía al Rey Católico52. Viena cobijaba aún la
esperanza de que se alcanzara una paz a corto plazo entre España y Francia,
por lo que Fernando III creía fírmemente que el cardenal Mazarino tendría
poco interés en llegar a un acuerdo con la corona española y continuaría sacando partido de las disensiones en el seno de la Casa al saber de la suspensión del
viaje del hijo de Fernando III. En vista de ello, el emperador aseveraba que el
único remedio para la desunión yacía en el casamiento de la infanta con su sucesor, enlace que asentaría unas firmes bases en materia de política exterior
conjunta para impulsar y promover nuevas «conjunciones» contra las dos coronas aliadas de Francia y Suecia.
Poco tiempo antes del día acordado para la partida, los austriacos creyeron
dar con una solución, de apariencia inocente, a la cual Madrid no se podría
negar. Se propuso que el rey de Hungría acompañase a su hermana hasta los
confines de las tierras hereditarias del emperador, para una vez allí aguardar a
una resolución definitiva de Felipe IV. Ante todo, se intentaba ganar tiempo
para forzar al rey a permitir la continuación de su viaje. Auersperg, tenaz impulsor junto al conde Kurz de esta polémica decisión, logró dicho fin pese al
desaire causado a los dos enviados españoles. Esta determinación quedó asimismo confirmada con su nombramiento como embajador ordinario ante el
Rey Católico. El mismo día de la salida, el emperador informó a su cuñado
sobre las razones por las que se había visto obligado a enviar a su hijo, insistiendo en la obligatoriedad de la firma de la paz con Francia ante el riesgo de
————
Situada en el Palatinado renano, constituía uno de los principales obstáculos para ejecutar
los tratados de paz efectuados, dado que a causa de ello, las fuerzas francesas tenían ocupadas medio
centenar de fortalezas y ciudades en el Imperio. Sobre la relevancia de Frankenthal para la
aplicación de los tratados de Westfalia, consúltese mi artículo «Westfalia inconclusa: España y la
restitución de Frankenthal, 1649-1653», en MARTÍNEZ MILLÁN, J. y GONZÁLEZ CUERVA, R.
(coords.), La dinastía de los Austria: las relaciones entre la Monarquía Católica y el Imperio, vol. II,
Madrid, Polifemo, 2011, págs. 1387-1419.
52 HHSTA, HA, Familienakten, K. 29, Lumiares a Fernando III, 2 de noviembre de 1648.
51
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perder la corona y sus estados. Con ello, los austriacos creían poder ganar la
partida al tener por improbable un ulterior regreso del archiduque una vez
partido53.
«No solo en Alemania, sino en las más remotas partes del Mundo»: inicio de
la jornada
Realizada la entrega de los poderes matrimoniales al rey de Hungría, la ceremonia dio paso un día después a la proclamación nupcial en el gran salón del
Hofburg. Finalmente daba comienzo el viaje el 13 de noviembre. Pasados tres
días, la tensión que acarreaba la asunción del dictamen imperial no tardó en
aflorar en forma de incidentes protocolarios. La intervención llevada a cabo por
Auersperg para impedir que Terranova liderase la dirección de la casa de la
reina había ahondado en la feroz animadversión que ambos se profesaban54. Al
amparo de tales desavenencias, el duque intentó por todos los medios contradecir las órdenes de su rival y de Harrach55. Como excusa a tal comportamiento, el español hizo gala repetidas veces de la inflexible rigidez que la etiqueta
borgoñona ofrecía, valiéndose para ello de su persona como representante del
rey56. Si bien su obstinada conducta representó un incómodo obstáculo para el
buen discurrir de la jornada, no menos complicado fue el uso que Auersperg
hizo prematuramente, aunque de forma justificada, de su título de embajador
imperial57, el cual Terranova se negaba a reconocer. Así, la desigual correlación
de puestos no había bastado para amedrentar a los rivales.
Avanzado el viaje, Madrid debía hacer desistir al rey de Hungría de su intento antes de que fuera demasiado tarde, pues seguía sin verse razón alguna
para ello. Mientras tanto, Grana confiaba en la firme resolución del rey de no
alterar su disposición en pos de las conveniencias dinásticas. A tal fin, el avezado italiano había movido hilos para conseguir de manos del Papa, tan pronto
como la situación fuese propicia, una dispensa de edad y parentesco —por vía
secreta y sin conocimiento de Felipe IV— con el fin de efectuar la boda del
————
AGS, Estado, leg. 2353, Consulta del Consejo de Estado, 6 de diciembre de 1648.
Harrach, juzgando su relación como aquella entre «cani e galli insieme», procuraría mediar
en sus disputas junto al padre Quiroga. Apud CATALANO, Harrach e la Controriforma, pág. 386.
55 MECENSEFFY, G., Im Dienste dreier Habsburger, pág. 220.
56 A tal empeño, Terranova desató desde el inicio un tenso conflicto de precedencias con
Auersperg. El ayo del rey de Hungría, al ver menoscabada su autoridad, decidió tomar cartas en el
asunto escribiendo a Grana para que las órdenes del emperador fuesen respetadas y se parasen los
pies a su colega, al menos mientras se hallasen en tierras austriacas, añadiendo que lo respectivo
quedaría considerado en los estados del Rey Católico. Pese a ello, otros casos motivados por
similares razones se repetirían durante las estancias en Brunico, Trento o Milán. HHSTA, HA,
Familienakten, K. 29, Auersperg a Grana, 16 de noviembre de 1648 y MECENSEFFY, Im Dienste
dreier Habsburger, pág. 353-355.
57 Emanado de la autoridad cesárea. HAM, Die Verkauften Bräute, pág. 223.
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joven sucesor con la infanta58. Sin embargo, no todas sus maniobras estuvieron
enfocadas al estricto servicio del Hofburg, puesto que su inclinación individual
le movía a actuar con un doble empeño: la vinculación de un interés privado a
la concesión de la requerida autorización de vía libre al archiduque, venía definida por el proyectado plan de Grana de obtener un alto puesto de carácter
permanente para un sobrino suyo como miembro del séquito del archiduque en
España. En vista de ello, sus esfuerzos se dirigieron a perder el menor tiempo
posible, pese a todo lo cual, dicha aspiración quedó momentáneamente bloqueada por las restricciones reales a tal proyecto59. Tal hecho, punto integrante
de estas maniobras, se nos muestra como un factor revelador de los entrelazados intereses, tanto públicos como privados, que subyacían en las redes de la
Casa de Austria.
El pragmatismo parecía haberse impuesto de manera consecuente entre los
ministros españoles tras la crucial decisión tomada por Fernando III. No obstante, la indulgencia del rey hacia su pariente dejó la puerta abierta a una solución en apariencia satisfactoria para ambas partes: se permitía al archiduque
proseguir su viaje. La recepción en Madrid —el 16 de diciembre— de la misiva
del desposorio y salida de la reina de Viena dio lugar a unos desmesurados festejos sin escatimar en gastos60. El alborozo causado por la noticia pudo actuar
sustancialmente como sedante de la tensión existente, pues a pesar de no haber
asumido los austriacos las ofertas hechas al emperador en caso de romper con la
paz, estos creyeron lograr su fin al obtener la prosecución del viaje del rey de
Hungría hasta Madrid. Tal resolución, si bien atribuida a la mediación de
Haro61, respondía a una clara maniobra del Consejo de Estado para dificultar
sutilmente y hacer poco atractiva una eventual estancia del archiduque en España. Principalmente, el objetivo consistía en disipar cualquier duda de las
potencias enemigas sobre una posible separación dentro de la Casa de Austria y
mantener simultáneamente libre a la infanta. En virtud de este propósito, la
resolución, acompañada de varias restricciones y condiciones, determinaba que
la estancia del joven archiduque tendría lugar solo como huésped y no como
«sobrino y futuro yerno». Estas medidas expresaban no obstante un mensaje
conciliador según dictaminaban las intenciones de Felipe IV y el valido: el
mantenimiento de la candidatura principal como esposo, en la persona del futuro Fernando IV. Respecto a ello, y en palabras de Haro, uno «de los más
graves y dificultosos negocios que en muchos siglos ha podido sobrevenir», el
————
HHSTA, StAbt, Spanien-Varia, Karton 13, fasz. 12, Grana a Trauttmannsdorff, 4 de
diciembre de 1648.
59 El sobrino, Pedro Coronel, debía pasar a España bajo el servicio del rey de Hungría. HHSTA,
HA, Familienakten, K. 29, Grana a Fernando III, 5 de diciembre de 1648.
60 Los costes de la celebración ascendían a unos 150.000 ducados. HHSTA, HA, Familienakten, K.
29, Grana a Fernando III, 18 de diciembre de 1648.
61 HHSTA, StAbt., Spanien-Dipl. Korr., K. 36, alt fasz. 43, Grana a Fernando III, 19 de
diciembre de 1648.
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rey hizo saber que, de cesar todos los obstáculos presentes, haría buscar a su
sobrino «no solo en Alemania, sino en las más remotas partes del Mundo»62.
El Consejo por su parte, imbuido de un pragmatismo más acorde con los
tiempos y dejando correr esta muestra de buenas intenciones, siguió sondeando
—de manera más o menos indiscreta— otras posibilidades para la infanta. En
consecuencia, tal declaración distaba de hallar credibilidad en Viena debido a la
filtración de una noticia llegada a oídos de Grana sobre una proposición de
matrimonio con el delfín francés hecha en París por un ministro de Bruselas63.
Haro apenas podía desmentir tales acusaciones ante las quejas del embajador.
Además, la atrevida advertencia meses atrás hecha en Viena por Terranova en
este mismo sentido había dado pábulo a tales conjeturas entre los austriacos.
Aun así, reconocía el valido que en caso de absoluta necesidad, dicho casamiento podría efectuarse, si bien como una medida extrema. Los lazos familiares
que unían a Grana con Haro64 posibilitaron una comunicación más fluida de lo
habitual con los representantes del emperador. En función de esta esfera privada, el valido era la persona más indicada a tal fin para tratar con el diplomático
los temas más complicados con escasos miramientos.
Habiendo fracasado momentáneamente las negociaciones con Francia por la
negativa española a aceptar las condiciones propuestas por Mazarino para ceder
la Alsacia, la razón de Estado se impuso, descartándose una coyuntura favorable
para el objetivo del emperador. Sin embargo, la solución ahora propuesta planteaba serios problemas protocolarios tal y como los enfrentamientos entre las
comitivas española y austriaca evidenciarían durante el viaje de la reina. Felipe
IV no podía permitir que su sobrino gozase de libre movimiento por el Alcázar, y
sobre todo, se hacía inconcebible el acceso de este a las dependencias de su hermana Mariana al igual que el derecho de compartir su mesa, sin antes haberse
hecho una declaración pública de su visita a la corte, acto que podía considerarse
un escándalo público. No menos problemático era el desconocimiento de la etiqueta a seguir entre la casa del rey de Hungría y los «grandes» de la corte, dificultad que iba en sintonía con los intrincados rompecabezas que la etiqueta
palaciega no acababa de solucionar65. La suma de estos factores podía propiciar
el agravamiento del conflicto en el seno dinástico, por lo que se hizo adecuado
————
HHSTA, HA, Familienakten, K. 29, Haro a Fernando III, 4 de enero de 1649.
HHSTA, HA, Familienakten, K. 29, Grana a Fernando III, 29 de diciembre de 1648.
Respecto a las instrucciones del enviado Jean Friquet, consultar LONCHAY, H., CUVELIER, J. y
LEFEVRE, J. (eds.), Correspondance de la Cour d’Espagne sur les affaires des Pays-Bas au XVIIe siècle, tomo
IV, Bruselas, Académie Royale de Belgique, 1933, pág. 111 y ss.
64 ELLIOTT, J. H., El conde-duque de Olivares. El político en una época de decadencia, Barcelona,
Crítica, 2004, pág. 697.
65 A falta de claridad en el modo de proceder con los usos y costumbres cortesanos, se intentó
poner remedio mediante una revisión del ceremonial borgoñón, la cual no concluiría hasta 1651.
MALCOLM, A., «La práctica informal del poder. La política de la corte y el acceso a la familia real
durante la segunda mitad del reinado de Felipe IV», Reales Sitios, 147 (2001), pág. 44.
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trastocar la proposición hecha y evitar tal desconcierto ofreciendo el rey recibir
al archiduque con todos los honores correspondientes en un puerto español
bajo el requisito de regresar y esperar mejores tiempos. Viena, pese a estas dificultades, intentaba al menos no descuidar la tarea de acallar los rumores en
Italia de posibles discrepancias entre las dos líneas habsbúrgicas.
LA PRIMERA FRONDA: ¿UNA OCASIÓN PERDIDA?
El 20 de diciembre los reyes habían hecho su entrada en Trento y aguardaban ahora la llegada del «grande» al Milanesado. El duque de Maqueda, que
había sufrido un retraso de mes y medio debido a la abundante carga por embarcar, avistó las costas ligures el 11 de marzo de 1649. Esta demora suscitó indignación en Grana, que quería evitar que el emperador corriese por tanto tiempo
con los gastos de la comitiva durante su estancia en la ciudad tridentina66. Aunque el cortejo ocasionaba considerables costes diarios, el emperador esperaba
conseguir sus fines manteniendo la fe en una pronta debacle de las fuerzas galas
en su contienda contra España. A principios de febrero llegaron a Madrid noticias acerca de una insurrección en París contra la regencia67. En el Hofburg, tales
síntomas alentaron sus aspiraciones. Los imperiales albergaban la esperanza de
que se lograse un beneficio a raíz de la mutua desconfianza entre Mazarino y el
Parlamento, pues confiaban en la imposibilidad de una reconciliación a corto
plazo entre las partes implicadas. Se esperaba sobre todo que el agravamiento de
la rebelión crease las condiciones para una pronta conclusión de la paz con el fin
de liberar cuanto antes a la infanta del papel de «comodín». Por ello, se exhortó
a los españoles a no desaprovechar tal ocasión de conseguir una paz más favorable con los representantes del cardenal68. La euforia de los cesáreos aumentó de
forma proporcional al incremento de los disturbios hasta el punto de reflejar un
excesivo optimismo: Viena veía en tales manifestaciones la desaparición de la
causa principal para la obstrucción de la acogida en Madrid del rey de Hungría.
A tal fin se conservaba la esperanza de que Mazarino se acogiese presuroso a la
protección española mediante una benigna oferta de paz. No obstante, pese a
aprestarse el prelado a tal ocasión, dichas propuestas no tuvieron lugar debido
a las mutuas desconfianzas entre el cardenal y el conde de Peñaranda69.
————
66 HHSTA, StAbt., Spanien-Dipl. Korr., K. 37, alt fasz. 44, Grana a Haro, 17 de enero de
1649; HA, Familienakten, K. 29, Grana a Fernando III, 3 de febrero de 1648.
67 Sobre los orígenes de la Fronda, consúltese SONNINO, P., «Prelude to the Fronde. The French
Delegation at the Peace of Westphalia», en DUCHHARDT, Der Westfälische Friede, págs. 217-233.
68 HHSTA, StAbt., Spanien-Dipl. Korr., K. 37, alt fasz. 44, Grana a Fernando III, 3 de
febrero de 1649.
69 Sobre tales infructuosas conversaciones de paz, consúltese SÉRÉ, D., La paix des Pyrénées.
Vingt-quatre ans de négociations entre la France et l'Espagne (1635-1659), París, Honoré Champion,
2007, e ISRAEL, J. I., «Spain and Europe from the Peace of Münster to the Peace of the Pyrenees,
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Madrid, comprometida enteramente en los diferentes frentes contra las fuerzas galas, instó también a Fernando III a servirse igualmente de la situación para
aplacar tales reproches. Haro creía que si el emperador ansiaba un definitivo
acuerdo entre ambas potencias, debía aprovechar la inestabilidad francesa para
lograr en provecho de la dinastía unas mejores condiciones de paz a las obtenidas
en Münster. Con la huída de la regencia gala, se apremiaba a que el Imperio no
dejase además escapar la ocasión de recuperar el territorio de Alsacia promoviendo una firme unión junto a Suecia contra los Borbones. Estas insinuaciones,
irrealizables debido a la falta de medios del soberano cesáreo, se enmarcaban
dentro de la incomprensión española hacia la postura de Baviera tras la guerra,
ya que la situación presente era tenida en la corte como una ocasión propicia
para mejorar lo firmado mediante una combinación de acciones militares y negociación. Esta iniciativa habría sido completada con la ayuda conjunta de las tropas de Flandes y Milán. Sin embargo, un avance en la pretendida colaboración
imperial dependía de la aceptación de la marcha del heredero imperial. Aun así,
Viena procuraba remover cualquier posible obstáculo para hacer que Mazarino
diese su brazo a torcer. La clave del desacuerdo entre las comisiones negociadoras
se centraba principalmente en la rebelión iniciada en Portugal en 164070. Aunque los estados del Imperio, liderados por su cabeza electoral, el arzobispo de
Maguncia, podían ejercer cierta presión sobre la regencia francesa para reducir la
ayuda a los rebeldes —dirigida a trasladar el peso de la guerra a la Península
Ibérica—, la negativa de Felipe IV a renunciar a su derecho sobre Alsacia y la
restitución de la ciudadela de Frankenthal chocaban contra esa posibilidad. El
emperador fue urgido por varios electorados con el fin de recuperar estos el usufructo de sus tierras ocupadas por Francia y Suecia, por lo que se veía imposibilitado a aportar algo sustancial para alcanzar tal objetivo71. Por otro lado, los escasos intentos de Fernando III por apaciguar dicho conflicto fueron vistos por Haro
como signos de falta de realidad en lo que atañía a la Fronda, a cuyo tenor tanto
el emperador como sus ministros eran vistos como objeto de las intrigas tejidas
por Mazarino. Al respecto de la dirección que Viena debía tomar en tal asunto,
la posición del valido español era clara: los austriacos debían olvidarse momentáneamente del asunto de Frankenthal y permanecer un año más armados para
así poder recuperar definitivamente las posesiones de Alsacia.
El 11 de marzo, la regente de Francia, Ana de Austria, firmó la paz con los
frondistas asegurando un perdón general y permitiendo el regreso del rey a
————
1648-59», en ídem, Conflicts of Empires. Spain, the Low Countries and the Struggle for World Supremacy,
1583-1713, Londres, Hambledon Continuum, 1997, págs. 110-114. Según Israel, la iniciativa por
parte de Mazarino se habría podido deber más bien a querer mostrar a la oposición rebelde su
voluntad de paz con España que a verdaderas intenciones de alcanzarla.
70 Cfr. CARDIM, P., «Portuguese Rebels at Münster. The Diplomatic Self-Fashioning in mid17th Century European Politics», en DUCHHARDT, Der Westfälische Friede, págs. 293-333.
71 HHSTA, StAbt., Spanien-Dipl. Korr., K. 37, alt fasz. 44, Grana a Kurz, 4 de enero de
1649.
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París. El Parlamento también aprobó una fuerte provisión para las campañas
del mismo año, con lo que la guerra se prolongaría indefinidamente. Lógicamente, Madrid y Viena se lanzaron de inmediato reproches, achacándose el
fracaso de no haber aprovechado debidamente la coyuntural debilidad francesa.
No obstante, a quien más cogió por sorpresa la nueva situación fue a la corte
imperial, pues la esperanza de que el proyecto dinástico llegara a buen puerto
hizo aguas de nuevo.
PLANES ALTERNATIVOS A ESPALDAS DE LA FAMILIA
Si en el Alcázar se habían extremado las medidas a favor de la «conservación» de la infanta, en el Hofburg, la ponderación de una probable desavenencia entre ambas cortes ante las eventualidades de Münster había llevado con
antelación a los imperiales a buscar otras formas de presión para hacer entrar
en razón a los ministros católicos. Las sorpresas no parecían acabar: a inicios de
marzo de 1649, quedó al descubierto en la corte madrileña un plan alternativo
de boda franco-austriaca. Aparentemente, unas instancias llevadas a cabo en la
ciudad de Linz durante el mes de junio del año anterior entre el elector de Baviera y la archiduquesa Claudia del Tirol, habían contemplado la posibilidad de
ofrecer la mano de la por entonces archiduquesa Mariana al delfín de Francia,
incluso tras haber sido apalabrado el matrimonio con el Rey Católico. La recuperación de Alsacia seguía constando como telón de fondo para tal propósito72.
El Consejo de Estado, en pos del uso de un lenguaje claro y sin ambages, pidió
explicaciones a Grana. El italiano, sin desmentir tales rumores, procuró desviar
la atención sobre estos graves hechos urgiendo a Haro a reprender y castigar a
quienes los difundían, «pues no conviene incitar a la venganza, sobre todo entre parientes y amigos tan estrechos»73. De nuevo, la salida a la luz de tales
maniobras encubiertas puso de manifiesto una fuerte desconfianza mutua. Los
frágiles lazos políticos parecían sostenerse únicamente por voluntad de los monarcas frente a la búsqueda de diferentes vertientes por parte de sus Consejos.
Así, tal y como ha apuntado L. Höbelt, el monarca —al menos en el caso español— respondía a la «anacrónica» actitud de un soberano constitucional al
permitir a sus ministros regirse por el peso de la razón de Estado74. Dejado en
descrédito Fernando III, se apresuraba a desmentir tales acusaciones por carecer de fundamento75. Pese a sus esfuerzos por excusar reiteradamente su firma
en la paz, no parecía avistarse en el horizonte una salida favorable al objetivo
————
Este territorio había pertenecido a la línea archiducal tirolesa hasta la ocupación francesa.
HHSTA, StAbt., Spanien-Dipl. Korr., K. 37, alt fasz. 44, Grana a Fernando III, 5 de marzo
de 1649.
74 HÖBELT, Ferdinand III. Friedenskaiser wider Willen, pág. 291.
75 HHSTA, StAbt., Spanien-Dipl. Korr., K. 36, alt fasz. 44, Fernando III a Grana, 11 de
marzo de 1649.
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por él perseguido y empezaban a asumirse las pocas esperanzas de lograrlo. De
no poder avanzar el archiduque más allá del puerto de Málaga, rogaba que no
solo se hiciese desistir a Felipe IV de desplazarse sino también que se declarase
como inconveniente el tránsito marítimo del joven76. Pese a todo, hasta entrado mayo se continuaría aguardando a una respuesta positiva.
TENSIÓN
PROTOCOLAR EN AUMENTO Y FRACASO DEL PLAN DEL REY DE
HUN-
GRÍA
A la espera de noticias sobre la definitiva postura del Rey Católico, el viaje
había proseguido jalonado por diversos altercados protagonizados de nuevo por
Terranova. El duque, movido en parte por su frustrada ambición, se había propuesto desbaratar las restantes esperanzas del rey de Hungría mediante continuas formulaciones protocolarias y enfrentamientos con Auersperg. Llegada la
comitiva a Trento, alegando razones de etiqueta, había ofendido visiblemente al
joven Fernando al haber impedido que la reina Mariana acogiese en su propia
mesa a sus familiares, los archiduques del Tirol —los cuales se hallaban de visita77. En respuesta a tal contrariedad —que había contado con la oposición de
Auersperg y Harrach—, el heredero imperial evitó en un almuerzo que su hermana fuese servida por la marquesa Leonor de Velasco78, irritando en consecuencia a Terranova. El español vio ofendido su orgullo al tratarse de una dama bajo
su influencia, lo cual fue interpretado como un desprecio hacia su propia figura79.
Si bien el intercambio de misivas entre las dos cortes se hallaba ya impregnado
————
76 HHSTA, StAbt., Spanien-Dipl. Korr., K. 36, alt fasz. 44, Fernando III a Grana, 12 de
marzo de 1649.
77 Mariana, en su encuentro con el archiduque Fernando Carlos, se había dirigido a este en
español como muestra de su nuevo estatus de soberana hispana. Si bien no dominaba perfectamente
el castellano, dedicó los dos años previos a aprenderlo. HAM, Die Verkauften Bräute, pág. 226 y
MARTÍNEZ TORTAJADA, S., Contacto de lenguas y pueblos: el español y el alemán en la Austria de los siglos
XVI y XVII, tesis doctoral, Universitat de Barcelona, 2007, págs. 206-207.
78 Esta regresaba a España tras haber servido largos años a la emperatriz María. Esta dama,
exponente del partido «austriaco» en Madrid y enemiga de Auersperg, se convertiría posteriormente
en acérrima oponente de la reina y del padre Nithard mostrando un visible apoyo a la causa del
bastardo real don Juan José de Austria. HHSTA, HA, Familienakten, Kart. 29, «Orden. Cómo ha
de ser servida mi hija quando salga de Vienna», 16 de octubre de 1648; OLIVÁN SANTALIESTRA, L.,
Mariana de Austria. Imagen, poder y diplomacia de una reina cortesana, Madrid, Editorial Complutense,
2006, pág. 153 y SCALISI, L., «Tra Roma e Madrid: Il carteggio di Doña Leonor de Pimentel, dama
de la reina Mariana de Austria, e il cardinale Luigi Guglielmo Moncada» en MARTÍNEZ MILLÁN, J. y
LOURENÇO MARÇAL, M.ª P. (coords.), Las relaciones discretas entre las Monarquías Hispana y Portuguesa:
Las Casas de las Reinas (siglos XV-XIX), vol. II, Madrid, Polifemo, 2008, pág. 1403.
79 Varias relaciones acusaban a Terranova de tener de su parte a varias de las damas con el
ulterior fin de formar partido a favor suyo como «mayordomo mayor» de la reina una vez llegado a
España. AGS, Estado, leg. 2354, Consulta de la Junta de Estado, sin fecha.
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de una más que palpable tensión, no se habían tomado las suficientes medidas
para evitar la propagación del fuego de la discordia. La teórica relación cordial
entre ambas cortes quedó en la práctica ensombrecida por el cruce de acusaciones entre los integrantes de las comitivas.80 Estas perjudiciales rencillas salpicaron el resto del viaje hasta la salida del archiduque Fernando de Milán.
El 18 de mayo llegó el duque de Maqueda al municipio trentino de Rovereto, lugar asignado para el encuentro entre las dos comitivas. La decisión de realizar la entrega de la reina según las instrucciones del «grande» fue asimismo motivo de problemas a consecuencia de la oposición de la camarilla del rey de
Hungría, ya que esta deslegitimaba la continuación del viaje del sucesor hacia
España81. Maqueda, con escaso tacto, provocó ante esta perspectiva una nueva
crisis amenazando furiosamente con dar media vuelta a España de no ceder los
austriacos en su empeño. En opinión de los superintendentes austriacos, aún
quedaba mucho en juego, por lo que, amparándose en la espera de la ansiada
respuesta real y calibrando acertadamente la situación, resolvieron prudentemente aceptar la exigencia gracias a la excepcional mediación de Terranova. Concluida la entrega, se vio el cardenal Harrach libre de su cometido en tal «confusione
Babilonica»82. Tanto el prelado como el ayo creyeron haber hecho cuanto estaba
en sus manos a favor de la continuación del viaje del joven monarca; pese a todos
los esfuerzos, la fe de ambos en ello desaparecería pocos días después.
Aproximándose el cortejo a las cercanías de Milán, el 29 de mayo llegó correo desde Madrid. Se trataba de la temida respuesta definitiva: se ordenó al
rey de Hungría dar marcha atrás en su proyecto. Con gran sensibilidad, junto a
muestras de afecto y agradecimiento, el Rey Católico lamentó no poder satisfacer sus deseos. Al menos, mientras no se calmasen las aguas83. Resignado, el
archiduque inició su retorno a Viena viendo malogrados sus anhelos. Aunque
la probabilidad de alcanzar su designio era escasa, una interpretación extremada de las instrucciones reales por parte de Terranova y Maqueda había aportado más discordia de la necesaria a tal coyuntura84. Por otra parte, la solidaridad
del archiduque Leopoldo Guillermo, gobernador de los Países Bajos, para con
su hermano el emperador brillaba por su ausencia: llegadas a Bruselas las noti————
80 El duque, objeto de acusaciones basadas en el descuido del servicio de la reina, rechazaba
estas y manifestaba que el séquito austriaco indisponía a la reina contra los españoles para que de
este modo «aborresca toda la nación». HHSTA, StAbt., Spanien-Dipl. Korr., K. 36, alt fasz. 44,
Terranova a Fernando III, 20 de marzo de 1649.
81 MECENSEFFY, Im Dienste dreier Habsburger, pág. 359.
82 Apud CATALANO, Harrach e la Controriforma, pág. 387.
83 MASCAREÑAS, Viage de la Serenissima Reyna, pág. 100
84 Tal circunstancia fue confirmada por Miguel García Romero, antiguo criado de la
emperatriz, el cual recalcaba que al rey de Hungría le habían «hecho muy poco caso, que para mí es
de harto disgusto». Opinaba que el malestar general se concentraba ante todo en el duque de
Maqueda, hecho que según él, quedaba corroborado por diversos nobles italianos. HHSTA, StAbt.,
Spanien-Dipl. Korr., K. 37, alt fasz. 44, García Romero a Trauttmansdorff, 1 de junio de 1649.
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cias del fracaso de su sobrino, Leopoldo envió a su secretario —en otoño del
mismo año— a Madrid con intenciones de sondear el terreno en torno a su
candidatura como esposo de la infanta española, si bien con poco éxito85. De
cualquier modo, el futuro Fernando IV hizo finalmente su salida de Milán el
25 de junio. Si bien esta vez Felipe IV había obstaculizado la ida de su sobrino
a España, manifestó de forma sincera su voluntad de seguir considerando su
candidatura principal a la mano de su hija mediante la decisión de enviarle el
Toisón pocos meses después de su regreso a Viena86.
Tres salvas anunciaron la entrada en Milán, el 16 de junio, del cortejo ante
la presencia de los seis tercios —reunidos para la ocasión87— y las autoridades
encabezadas por el marqués de Caracena. La solemnidad del evento, marcado
por grandes fastos y festejos, fracasó en ocultar los continuos recelos, desavenencias y descortesías entre ambos séquitos. Las puntuales informaciones facilitadas por Grana al rey fueron aún más en detrimento de la ahora declinante
suerte de Maqueda. El «grande» reunía todas las características necesarias para
concentrar en su persona las tensiones surgidas entre las dos cortes: la falta de
respeto tenida al archiduque, al igual que el no haber recibido Felipe IV carta
ni noticia alguna suya desde el 11 de abril —vacío que el embajador imperial
se encargaba de paliar—, habían acrecentado el disgusto del rey; además, los
elevados gastos producidos, tanto en tierras patrimoniales del emperador como
en el Milanesado88, constituían toda una mala noticia para las mermadas arcas
reales. Grana, por su parte, ofrecía solamente una visión parcial del asunto al
informar a la corte acerca de las negativas relaciones enviadas por Auersperg
respecto a los sucesos de Rovereto y Milán. El italiano en realidad no hacía otra
cosa que salpimentar más la cabeza de turco que Felipe IV ya tenía involuntariamente asignada89. Así, el posterior alejamiento de Maqueda de la corte y su
caída en desgracia fueron utilizados no solo para acallar aquellas voces que protestaban contra la falta de respeto al archiduque, desviando la atención de los
mutuos desacuerdos, sino también, como muestra de debida atención hacia el
futuro titular de la línea austriaca.
————
85 SCHREIBER, R., «Ein Galeria nach meinem Humor». Erzherzog Leopold Wilhelm, Viena,
Kunsthistorisches Museum / Skira, 2004, pág. 39.
86 Aunque con un año de retraso, llegaría a sus manos el 11 de octubre de 1650. Al ser
precisamente el collar que poseyó Carlos V, se puede por ello –si bien con cautela– especular acerca
de las intenciones del rey hacia su sobrino. AGS, Estado, leg. 2354, Felipe IV a Geronimo de la
Torre, 8 de agosto de 1649; AGS, Estado, leg. 2358, Fernando IV a Felipe IV, 11 de octubre de
1650, y HÖBELT, L., «Der Orden vom Goldenen Vlies als Klammer eines Weltreiches», en Das
Haus Österreich und der Orden vom Goldenen Vlies, Graz, Stocker, 2007, pág. 50.
87 Compuestos principalmente de alemanes y españoles, además de la milicia milanesa local.
LEÓN Y XARAVA, A., La real y solemne entrada que hizo en Milán la Magestad de la Reina nuestra Señora
Doña Mariana de Austria, Madrid 1649; Colección de documentos inéditos para la Historia de España
(CODOIN), tomo LXXXVI, Madrid, 1886, págs. 647-648.
88 Estos excedían la suma de 1.180.000 coronas.
89 VALLADARES, La rebelión de Portugal, pág. 106.
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INFELIX AUSTRIA: DESPEDIDA DE LOS HERMANOS Y LLEGADA A ESPAÑA DE LA
REINA
Tampoco la despedida del rey de Hungría se vio exenta de polémica, pues
fue objeto de aguda crítica por parte del personal español. Dada la acuciante
falta de medios en la corte cesárea, el sucesor imperial se había visto necesitado
de ayuda para afrontar los gastos del viaje de retorno, cantidad con la que no se
había contado confiando probablemente en una continuación de su periplo. La
joven reina, con objeto de satisfacer a su hermano, había decidido con escasa
sensibilidad proveerle de varios presentes para la familia imperial al igual que
de «cadenas con medallas y dinero para todos sus criados»90. La razón de la
polémica radicaba en que estos fondos provenían del esfuerzo económico realizado por Madrid para responder dignamente a las necesidades de la reina; unos
fondos de cuyo uso Maqueda habría de responder91.
La travesía, iniciada en el puerto de Finale a mediados de agosto, transcurrió sin muchos contratiempos, si bien no quedó al margen de algún peligroso
percance92. Finalmente, el 4 de septiembre desembarcaba el séquito regio en el
puerto de Denia ante el recibimiento de la nobleza local y el nuevo personal de
la reina. La súbita entrega al duque de Maqueda de una carta con órdenes de
abandonar el puesto de mayordomo mayor de la reina y retirarse a sus propiedades de Elche hasta nueva orden, supuso un inesperado sobresalto para el noble93. Ante los reproches y acusaciones que se le adjudicaban94, apenas pudo
defenderse salvo en casos referentes al aprovisionamiento y transporte efectuado. En la cuestión del archiduque Fernando, no acababa sin embargo de darse
por aludido. Lo mismo sucedió con los príncipes italianos, a los que creía haber
tratado con la cortesía exigida. Pese a los justificados argumentos, el superintendente real recibió una amarga recompensa por los servicios prestados95.
————
MASCAREÑAS, Viage de la Serenissima Reyna, pág. 179.
CODOIN, tomo LXXXVI, pág. 651.
92 Al pasar por la costa catalana junto a la rebelde Barcelona, recibían el hostil saludo de la
artillería local. Significativamente, las mismas galeras que trasportaban a Mariana habían sido
requeridas para su empleo en dicho conflicto, por lo que desde Madrid solicitaban los ministros con
impaciencia la llegada de la comitiva lo más pronto posible. HHSTA, StAbt., Spanien-Dipl. Korr.,
K. 37, alt fasz. 45, Grana a Fernando III, 16 de julio de 1649.
93 Sería reemplazado en él por el conde de Figueroa.
94 Novoa enumera cuatro: la falta de envío de misivas puntuales informando del transcurso de
la jornada, el hablar en voz alta hallándose en la estancia de la reina, el trato desatento a los
príncipes italianos y el haber tenido enfrentamientos con el rey de Hungría. CODOIN, tomo
LXXXVI, pág. 662.
95 HHSTA, StAbt, Spanien-Varia, K. 13, fasz. 12, Maqueda a Fernando Ruiz de Contreras, 12
de septiembre de 1649. No obstante, el rey de Hungría, en un intento de mejorar su propia imagen
y calmar las tensiones en su contra, mediaría poco después a favor de la rehabilitación de Maqueda
en la corte. AHN, Estado, libro 712, Fernando IV a Felipe IV, 30 de marzo de 1650. Tales
circunstancias habrían inspirado a Calderón de la Barca a la hora de crear la comedia Guárdate del
90
91
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LUIS TERCERO CASADO
Días después, hizo Mariana su pomposa entrada en Madrid entre los aplausos y admiración de sus nuevos súbditos96. Asumía así su rol como nueva soberana de unos territorios dispares y completamente distintos de las tierras hereditarias del emperador. Viena de momento se regocijaba al conocer la noticia
de su llegada. La asunción de su papel como nueva soberana española aliviaba
las preocupaciones del emperador sobre los vínculos dinásticos. Sin embargo, el
sueño perseguido por el rey de Hungría no llegaría jamás a realizarse97.
CONCLUSIÓN
Aunque al marqués de Grana se le había requerido insistentemente desde
Viena que mantuviese en Madrid una coyuntura favorable hacia el rey de
Hungría, la política exterior austriaca no había podido evitar un descalabro sin
paliativos ante el desenlace ocasionado por la firma de las paces de Münster y
Osnabrück. A pesar de que los proyectos de enlazar nuevamente a las dos líneas habían quedado asegurados con la unión entre Felipe IV y Mariana y la
llegada de la reina a su nueva corte, los planes vislumbrados por Fernando III y
su heredero —de obtener la mano de la infanta María Teresa— habían topado
con el rechazo del Consejo de Estado, al cual el rey brindó todo su apoyo. La
tesitura en la que se encontraba la monarquía no permitía hacer irreflexivo uso
de la mano de la infanta ante un caso extremo de riesgo de pervivencia de la
herencia de Carlos V. Por ello, atendiendo a razones de alto pragmatismo político, Madrid había decidido dar largas al deseo tan firmemente buscado por el
sucesor imperial y hacerle desistir de abrirse paso hasta la villa y corte usando
como pretexto el revuelo causado por las noticias de Westfalia, al tiempo que
se había descuidado el evitar enfrentamientos entre los séquitos de ambas líneas durante la jornada de la reina. Ya desde entonces, comenzarían a sondearse diversos proyectos alternativos para ofrecer la mano de María Teresa al mejor postor.
El viaje, preparado a conciencia y en el cual Fernando III había puesto tantas esperanzas, sirvió sin duda para poner en vilo la armonía de las ya degradadas relaciones políticas entre ambas ramas. La jornada había acentuado la fragi————
agua mansa. Cfr. GARCÍA SANTO-TOMÁS, E., «Calderón y las aguas revueltas de Guárdate del agua
mansa», Arbor, CLXXVII, 699-700 (Marzo-Abril 2004), págs. 639-648.
96 La llegada de la reina a Madrid dio asimismo pie al reinicio de una nueva fase festiva en la
villa tras un largo período de escasez motivado por el luto real. MALCOLM, A., «Public Morality and
the Closure of the Theatres in the Mid-Seventeenth Century: Philip IV, the Council of Castile and
the Arrival of Mariana of Austria», en PYM, R. J. (ed.), Rhetoric and Reality in Early Modern Spain,
Londres, Tamesis Books, 2006, págs. 92-112.
97 Un año después de ser coronado Rey de Romanos el 18 de junio de 1653, moría a causa del
contagio de viruela, el 9 de julio de 1654. Ello sumía al emperador en la desesperación de la
incertidumbre ante el futuro ocupante de la corona de Carlomagno.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 639-664, ISSN: 0018-2141
LA JORNADA DE LA REINA MARIANA DE AUSTRIA A ESPAÑA: DIVERGENCIAS POLÍTICAS Y TENSIÓN...
663
lidad del eje Viena-Madrid a raíz de los desencuentros protocolarios surgidos al
calor de las decisiones tomadas en Westfalia. Las desavenencias y desacuerdos
manifestados durante el transcurso del viaje dieron clara prueba de los diferentes intereses y línea de actuación que las dos cortes seguirían a partir de 1648.
No obstante, paralelamente a la prosecución de una firme política de matrimonios dentro de la dinastía, una constante planearía sobre toda la política de
Viena hasta los inicios del siglo XVIII: la expectativa ante la herencia y sucesión de la Monarquía Hispánica.
Recibido: 1-09-2010
Aceptado: 03-02-2011
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 635-660, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 239, septiembre-diciembre, págs. 665-690, ISSN: 0018-2141
«A TOWNE FAMOUS FOR ITS PLENTY OF RAISINS AND WINES».
COMERCIO ANGLO-ESPAÑOL EN EL SIGLO XVII
MÁLAGA EN EL
JOSÉ IGNACIO MARTÍNEZ RUIZ1
Universidad de Sevilla
RESUMEN:
Este artículo analiza el proceso de integración de la economía malagueña en el
comercio internacional en el siglo XVII, un proceso en el que los mercaderes ingleses
y las relaciones mercantiles con Inglaterra desempeñaron un papel fundamental. A
partir de fuentes primarias se reconstruyen el tamaño de la colonia mercantil inglesa de Málaga en distintos momentos del periodo, la cuantía y composición de los
productos intercambiados y los factores institucionales que hicieron posible que Málaga se convirtiera en un puerto inglés en la España del Seiscientos. Se subraya
también la extraordinaria importancia de las exportaciones malagueñas, especialmente de las pasas, en los intercambios españoles con Inglaterra.
PALABRAS CLAVE:
Inglaterra. Málaga. España. Comercio Internacional.
Pasas. Siglo XVII.
A TOWN FAMOUS FOR ITS ABUNDANCE OF RAISINS AND WINES. ANGLO – SPANISH
COMMERCE IN THE XVII CENTURY
ABSTRACT:
This article examines the key role played by English merchants in the integration
process of Malaga’s economy into seventeenth century international trade. Among
other topics, it analyses —from primary sources— the size of the English colony in
Malaga at different times during the period, the amount and composition of
commodities exchanged, and the institutional factors that allowed Malaga to
become an “English port” in Spain. It also stresses the importance that Malaga
raisins had in Anglo-Spanish trade.
KEY WORDS:
England. Malaga. Spain. International Trade. Raisins.
Seventeenth Century.
————
José Ignacio Martínez Ruiz es miembro del Departamento de Economía e Historia Económica de la
Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Universidad de Sevilla. Dirección para correspondencia:
Avda. Ramón de Carranza, n.º 20, casa 2, 6.º D 41011-Sevilla. Correo electrónico: [email protected].
666
JOSÉ IGNACIO MARTÍNEZ RUIZ
El protagonismo del complejo portuario bajo andaluz, esto es, del eje SevillaCádiz, en la economía española e internacional en la edad moderna, protagonismo que se explica, básicamente, por su papel en el comercio colonial americano,
ha tenido entre otros efectos el de transmitir la imagen de que las actividades
mercantiles desempeñadas por otros puertos del país en los siglos XVI y XVII
no tuvieron gran importancia. La periferia marítima española, sin embargo,
mantuvo a lo largo de este periodo un comportamiento mucho más dinámico de
lo que se había creído tradicionalmente, de ahí la necesidad de incluir los resultados de las investigaciones que se han llevado a cabo en los últimos años en las
interpretaciones disponibles sobre la evolución del sector exterior español en la
alta edad moderna2. Un sector que no se limitaba al comercio colonial, aun siendo este extraordinariamente importante, sino que incluía también poderosos
intercambios con el resto de Europa que contribuyeron así mismo a modelar la
estructura y composición del comercio exterior español.
Uno de los puertos menos estudiados pero más activos de la España del siglo XVII era Málaga, cuya actividad, en todo caso, no es del todo desconocida
gracias fundamentalmente a los trabajos de Quintana Toret y Pulido Bueno.
Según aquel, el crecimiento del comercio malagueño recibió «un impulso definitivo (…) entre 1590 y 1610», años en que «la dramática carestía de la cuen————
2 Refiriéndonos tan solo al siglo XVII, periodo en el que se centra este artículo, y sin ánimo
de ser exhaustivos, se incluirían entre estas investigaciones las de ZABALA URIARTE A., «The
consolidation of Bilbao as a Trade Centre in the Second Half of the Seventeenth Century», Research
in Maritime History, 15 (1998), págs. 155-175 y GRAFE, R., Entre el mundo ibérico y el Atlántico.
Comercio y especialización regional, 1550-1650, Bilbao, Diputación Foral de Bizkaia, 2005, sobre
Bilbao; de ECHEVARRÍA ALONSO, M.J., La actividad comercial del puerto de Santander en el siglo XVII,
Santander, 1995, sobre Santander; de MONTOJO MONTOJO, V., El Siglo de Oro en Cartagena, 14801640, Cartagena, Ayuntamiento, 1993 y VELASCO HERNÁNDEZ, F., Auge y estancamiento de un
enclave mercantil en la periferia: el nuevo resurgir de Cartagena entre 1540 y 1676, Cartagena,
Ayuntamiento, 2001, sobre Cartagena; de MARTÍNEZ RUIZ, J.I. y GAUCI, P., Mercaderes ingleses en
Alicante en el siglo XVII. Estudio y edición de la correspondencia mercantil de Richard Houncell & Co.,
Alicante, Universidad, 2008, sobre Alicante; de BIBILONI AMENGUAL, A., El comerç exterior de
Mallorca: homes, mercats y productes d’intercanvi (1650-1720), Mallorca, Tall, 1995, sobre Mallorca y
de BLANES ANDRÉS, R., El puerto de Valencia: encrucijada de rutas, productos y mercaderes (1626-1650),
Valencia, Generalitat, 2003, sobre Valencia. Estados de la cuestión de carácter regional en ZABALA
URIARTE, A., «Estado de la cuestión, carencias y líneas de investigación en el comercio cantábrico en
la Edad Moderna», Obradorio de Historia Moderna, 17 (2008), págs. 113-153, sobre el Cantábrico; de
BUSTOS RODRÍGUEZ, M., «Comercio y comerciantes en la Andalucía del Antiguo Régimen»,
Obradorio de Historia Moderna, 17 (2008), págs. 43-76, sobre Andalucía y de FRANCH BENAVENT,
R., «El comercio en el Mediterráneo español durante la Edad Moderna», Obradorio de Historia
Moderna, 17 (2008), págs. 77-112, sobre el Mediterráneo. Merece la pena consultar también las
ponencias presentadas por SALVADOR ESTEBAN, E., «España y el comercio mediterráneo en la Edad
Moderna», El comercio en el Antiguo Régimen. III Reunión Científica de Historia Moderna, Las Palmas,
Universidad, 1995, págs. 13-46, sobre el Mediterráneo y por GARCÍA-BAQUERO, A., «El comercio
andaluz en la Edad Moderna», El comercio en el Antiguo Régimen. III Reunión Científica de Historia
Moderna, Las Palmas, Universidad, 1995, págs. 91-108, sobre el comercio andaluz.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 665-690, ISSN: 0018-2141
«A TOWNE FAMOUS FOR ITS PLENTY OF RAISINS AND WINES». MÁLAGA EN EL COMERCIO ANGLO-ESPAÑOL...
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ca mediterránea (…) generó una masiva afluencia de los mercaderes septentrionales portando granos bálticos para paliar el hambre». Con ellos —ingleses,
neerlandeses, franceses— llegaron también «manufacturas altamente competitivas» para ser intercambiadas por productos locales: pasas, vino, aceite, lana,
cueros, seda y azúcar. Hasta 1630, la viticultura y el comercio locales se encuentran «en la cresta de la ola». En la segunda mitad del siglo XVII, por el
contrario, el sistema de intercambios configurado en el periodo precedente entró en crisis a causa de la competencia de otros mercados vitícolas, la elevada
presión fiscal, el obstruccionismo de los administradores aduaneros, las alteraciones monetarias y la desfavorable coyuntura política internacional. La decadencia de la viticultura malagueña y, con ella, del comercio exterior malagueño, como resultado de esta concatenación de factores adversos perduraría hasta
el primer decenio del siglo XVIII3. Por lo que se refiere a Pulido Bueno, su
principal, pero muy discutida aportación consiste en haber planteado la importancia del mercado andaluz para las manufacturas extranjeras, sobre todo las
inglesas, en el siglo XVII, llegando a afirmar que «hasta la década de 1650, el
mercado andaluz vino a demandar tantos bienes de consumo como las posesiones americanas españolas». Estas manufacturas habrían sido introducidas principalmente a través del puerto de Málaga, de ahí el interés de su investigación4.
Disponemos, pues, de un importante punto de partida a la hora de confirmar, desmentir o matizar lo que constituye la tesis principal de este artículo:
que la plena integración de Málaga en la economía internacional se llevó a cabo
como consecuencia de la expansión comercial de Inglaterra y en estrecha conexión con esta y que los mercaderes ingleses establecidos en la ciudad llegaron
a controlar sectores claves del comercio malagueño, tanto de importación como
de exportación. En definitiva, que el estudio de la economía marítima de Málaga en el siglo XVII no se puede llevar a cabo al margen de lo que significara
la presencia inglesa en la zona y, en términos más generales, de las transformaciones habidas en el comercio exterior de Inglaterra en el transcurso del Seiscientos5. En este trabajo, asimismo, se pone de manifiesto la extraordinaria
importancia de las pasas de Málaga para las relaciones mercantiles angloespañolas. De hecho, los datos disponibles indican que las pasas ocuparon el
segundo lugar, tras el vino, de las exportaciones españolas con destino a Inglaterra en el transcurso del Seiscientos.
————
QUINTANA TORET, F.J., «El comercio malagueño en el siglo XVII», Pedralbes, 7 (1987),
págs. 79-102. Las citas, en las págs. 83-85.
4 PULIDO BUENO, I., Almojarifazgos y comercio exterior en Andalucía durante la época mercantilista,
1526-1740, Huelva, 1993, pág. 165.
5 El título del artículo se inspira en L. Roberts, The Merchants Mappe of Commerce, London, 1638,
capítulo CXIV, donde se dice: «Mallaga is seated on the Mediterranean shore, abounding in reasins, and
wines that are knowne by that name, and thence vented to our colder climate, which makes this towne
famous for its plenty». La investigación forma parte del proyecto HAR2008-01966.
3
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JOSÉ IGNACIO MARTÍNEZ RUIZ
LA INTEGRACIÓN DE LA ECONOMÍA MALAGUEÑA EN EL COMERCIO INTERNACIONAL, IMPULSADA POR MERCADERES DEL NORTE DE EUROPA
La existencia de relaciones mercantiles directas entre Inglaterra y Málaga se
encuentra documentada desde la reconquista de la ciudad en 1487, pero la
primera referencia conocida que permite realizar una valoración del significado
económico de estas relaciones se encuentra en el Port Book de Londres correspondiente al periodo comprendido entre el día de S. Miguel de 1567 y el de S.
Miguel de 1568. Según este, en el transcurso de ese año llegaron a Londres 65
barcos procedentes de puertos españoles, de los cuales cuatro venían de Málaga
y tres de Marbella. La fuente no identifica el origen exacto de 31 de las naves
llegadas de España, pero la circunstancia de que la carga principal —si no exclusiva— de diez de estas fueran pasas permite sospechar de forma razonable
que procedieran —las naves y/o los productos— de las costas de Málaga6. Esto
elevaría a 17 la cifra de barcos que llegaron a Londres —siempre por cuenta de
ingleses, ya que el documento citado no incluye las importaciones llevadas a
cabo por aliens, esto es, por extranjeros—, tras haber participado en la vendeja
malagueña7. A razón de 25 pieces por tonelada, estaríamos hablando de la importación de unas 825 toneladas de pasas8.
La continuidad de estos intercambios se vio comprometida por los embargos generales decretados contra los bienes de ingleses en España en el último
tercio del siglo XVI (1569-1573, 1585 en adelante)9. En 1576, por ejemplo, y
a pesar de la firma del tratado Cobham-Alba, ni un solo barco partió del puerto de Londres con destino a Málaga10. Bristol, segundo puerto del país en orden de importancia, mantuvo en las décadas de 1570 y 1580 un intenso comercio con la Península Ibérica, pero limitado al espacio comprendido entre
Lisboa y El Puerto de Santa María11. La escasa relevancia del puerto malagueño
————
6 Según OTTE, E., Sevilla, siglo XVI: materiales para su historia económica, Sevilla, Fundación de
Estudios Andaluces, 2008, pág. 163, «la fruta más importante de España era la pasa de Málaga»,
que se exportaba, «sobre todo a Inglaterra y Flandes», desde Málaga, Vélez-Málaga y Marbella.
7 Sobre el significado del término vendeja, véase BATAILLON, M., «Vendeja», Hispanic Review,
27 (1959), págs. 228-245. En Andalucía, según el diccionario de la RAE, la voz vendeja se refiere a
la venta de pasas y otros frutos en tiempo de cosecha.
8 DIETZ, B., The Port and Trade of Elisabethan London, London, London Record Society, 1972.
9 GÓMEZ-CENTURIÓN JIMÉNEZ, C., Felipe II, la empresa de Inglaterra y el comercio septentrional
(1566-1609), Madrid, Editoria Naval, 1988, págs. 69-104 y 188-203. Estos embargos afectaron de
forma directa al primer comerciante inglés residente en Málaga del que tenemos noticias, Nicholas
Oursley quien, acusado de contrabando y espionaje, fue encarcelado por las autoridades españolas
en octubre 1587 (ALBAN FRASER, J., Spain and the West country; Londres, Burns, Oates &
Washbourne, 1935, pág. 178).
10 CROFT, P., English trade with peninsular Spain, 1558-1625 (PhD., University of Oxford,
1970, pág. 524).
11 SACKS, D.H., The Widening Gate: Bristol and the Atlantic Economy, Berkeley y Los Angeles,
University of California Press, 1991, pág. 40. Véase también FLAVIN, S. y JONES, E.T. (eds.),
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«A TOWNE FAMOUS FOR ITS PLENTY OF RAISINS AND WINES». MÁLAGA EN EL COMERCIO ANGLO-ESPAÑOL...
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para el comercio inglés a fines del siglo XVI se deduce, en fin, de la ausencia de
mención alguna a Málaga en The Merchants Avizo, el principal texto de referencia de la época para los mercaderes ingleses interesados en el comercio con España, publicado en 1589 por Iohn Browne12.
Frente a esta situación, los datos disponibles avalan sin la más mínima duda el crecimiento de los intercambios directos entre Inglaterra y Málaga en los
primeros años del siglo XVII, momento en el que habría que situar un auténtico turning point en la historia del comercio malagueño. En efecto, el número de
barcos que abandonaron el puerto de Londres con destino a Málaga pasó de
tan solo uno el año 1604 a 24 en 1611-1213. Por lo que se refiere a Bristol, a
comienzos del siglo XVII «the more interesting changes in the overall pattern
of Bristol’s trade occurred in the southern markets» donde «Málaga became a
major center of Bristol’s dealings in the Iberian peninsula»14.
Sería ingenuo atribuir al Tratado de Londres de 1604, esto es, a la reanudación del comercio lícito entre Inglaterra y España, la principal responsabilidad de
la expansión del comercio inglés en la región de Málaga, aunque no cabe duda
de que el fin de las hostilidades entre ambos países y la existencia de una situación de paz general en Europa Occidental en las primeras décadas del siglo XVII
debieron facilitar mucho las cosas. La abolición de los privilegios de la Spanish
Company en 1606, institución que había monopolizado hasta entonces el comercio con España, también contribuyó al relanzamiento de los intercambios entre
ambos países por cuanto significó la liberalización de los mismos y ofreció nuevas
oportunidades a los centros de producción de textiles del sur del país. Sea como
fuere, el factor más importante de cuantos determinaron la intensificación de los
intercambios directos entre Málaga e Inglaterra, intensificación que tuvo lugar
en el contexto de una expansión general del comercio inglés en el Mediterráneo
fue, desde nuestro punto de vista, la superación de uno de los principales problemas de tipo económico, sino el más importante, de cuantos habían limitado
hasta entonces la actividad de los mercaderes ingleses en Málaga.
El problema en cuestión no era otro que la existencia de un grave desequilibrio en la balanza comercial debido a la falta de mercancías con las que pagar
las compras efectuadas durante el periodo de la vendeja, lo que obligaba a los
mercaderes ingleses a utilizar dinero en efectivo a la hora de llevar a cabo sus
————
Bristol’s trade with Ireland and the continent, 1503-1601: the evidence of the exchequer customs accouns;
Dublín, Four Courts Press, 2009.
12 Según MCGRATH, P. (ed.), The Marchants Avizo, Cambridge Mass., Kress Library of
Business and Economics, 1957, pág. XIV, el libro debió escribirse entre 1577 y 1584, pues en el
texto no aparece mención alguna a la unión de Portugal y España o al rápido deterioro que
experimentaron las relaciones anglo-españolas a partir del año 1585.
13 CROFT, English trade, pág. 524. Las cifras se refieren al periodo comprendido entre los días
de Navidad de 1611 y 1612.
14 SACKS, The Widening Gate, págs. 44-45.
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JOSÉ IGNACIO MARTÍNEZ RUIZ
compras de vino, pasas y aceite15. El principal elemento que hizo posible reequilibrar esta balanza, y que sirvió además para poner bajo control de los mercaderes
ingleses sectores claves del comercio exterior malagueño, fue la escasez y carestía
de los alimentos que comenzó a dejarse sentir en la zona, como en otras partes de
España, desde finales del siglo XVI. Esta relación fue advertida por Quintana Toret, como señalamos con anterioridad16. Ahora bien, junto a la importación de
cereales del norte de Europa resultó fundamental la de pescado, sobre todo de bacalao, procedente de Terranova y Nueva Inglaterra, actividad que contribuyó,
probablemente más que la exportación de new drapperies, al menos en estos años, a
la consolidación de la presencia inglesa en la región17. Y ello por dos razones principales: en primer lugar, porque los ciclos comerciales de la pesca del bacalao noratlántico y de la vendeja malagueña encajaban a la perfección, de manera que los
sack ships que llegaban a Málaga a partir de octubre cargaban de inmediato el vino
y las pasas y, a comienzos del invierno, el aceite de oliva que se remitía a continuación a los puertos de Inglaterra y, en segundo lugar, porque la práctica de vender
el pescado al contado o, en todo caso, a plazos de tiempo de muy breves, permitía
a los mercaderes ingleses disponer de dinero en efectivo para adquirir los productos
locales. Se explica así que, ya en la década de 1630, Málaga se hubiera convertido
para Inglaterra en «a key market for salt cod»18.
Por si esto fuera poco, Málaga fue el puerto ofrecido por las autoridades españolas como punto de refresco y avituallamiento de la primera expedición que
llevó a cabo una flota británica al Mediterráneo en el siglo XVII. Nos referimos
al viaje realizado en 1620 por Mansell, al frente de seis naves de guerra, con
objeto de que los argelinos devolvieran los barcos, bienes y hombres capturados
recientemente, viaje considerado como «the dawn of England`s career as a
Mediterranean power» y en el que participaron también doce barcos mercantes
con un total de 2.790 toneladas19.
————
15 Según TAYLOR, H., «Price Revolution or Price Revision? The English and Spanish Trade
after 1604», Renaissance and Modern Studies, XII (1968), págs. 5-32, en los diez años siguientes al
Tratado de Paz de 1604, «imports from Spain appear to have grown at a rate proportionately
greater to imports from any other area of London’s trade» (p. 18.), en tanto que según BRENNER,
R., Merchants and Revolution. Commercial Change, Political Conflict, and London’s Overseas Traders, 15501653; Princeton, Princeton University Press, 1993, pág. 30, «there was undoubtedly an important
rise in the export of new drapperies during the early Stuart period. But even here the point of
saturation seems to have been reached very quickly».
16 QUINTANA TORET, «El comercio malagueño, pág. 83.
17 FISHER, F.J., «London’s Export Trade in the Early Seventeenth Century», The Economic
History Review, Second Series, III (1950), págs. 151-161.
18 POPE, P.E., Fish into Wine. The Newfoundland Plantation in the Seventeenth Century, Chapell Hill,
The Univerisity of North Carolina Press, 2004, pág. 89. La importancia del mercado español para el
pescado inglés se refleja asimismo en el hecho de que los precios del bacalao de Terranova que se
comunicaban anualmente al Board of Trade se expresaran en reales castellanos (DAVIS, 1962, pág. 229).
19 CORBETT, J.S., England in the Mediterranean. A Study of the Rise and Influence of British Power
within the Straits, 1603-1713, London, Longmans, 1904, vol. I, pág. VI. La llegada a Málaga tuvo
lugar a comienzos de noviembre del año 1620, esto es, en plena vendeja.
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«A TOWNE FAMOUS FOR ITS PLENTY OF RAISINS AND WINES». MÁLAGA EN EL COMERCIO ANGLO-ESPAÑOL...
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La presencia de Mansell en Málaga vino a coincidir con la de otro personaje, en este caso un aventurero escocés llamado William Lithgow quien, para su
desgracia, fue detenido y torturado por la Inquisición malagueña acusado de
espía primero y de hereje después. Lo interesante del caso radica en que la movilización de los mercaderes ingleses que residían en Málaga en favor de Lithgow, finalmente liberado y repatriado a Inglaterra en uno de los barcos de la
expedición de Mansell, el Vanguard, nos permite conocer el tamaño de la colonia mercantil inglesa de Málaga en 1620. Estaríamos hablando de un mínimo
de ocho individuos: Richard Wilds (cónsul), Richard Busbichte, John Corney,
Hanger, Stanton, Cooke, Rowley y Woodson20.
El fracaso del match entre el príncipe de Gales, quien permaneció en España
desde la primavera hasta el otoño de 1623, y la infanta María, una de las hijas
de Felipe III, supuso un duro revés para las relaciones entre ambos países, enfrentados también por la cuestión del Palatinado además de por otro tipo de
motivos incluidos los religiosos, desembocando esta situación en una ruptura
abierta que se prolongó entre 1625 y 1630. La firma del Tratado de Madrid
este último año puso, de momento, punto y final al enfrentamiento y posibilitó
un acercamiento entre Inglaterra y España que los mercaderes de aquel país,
cada vez más introducidos en el comercio malagueño, trataron de aprovechar
de inmediato. A su regreso a Málaga, sin embargo, se encontraron con una
importante subida de impuestos que afectaba a las mercancías que constituían
la base de su actividad en la zona: el pescado, el aceite y el vino, además de las
pasas. Sus protestas ante Lord Aston, embajador inglés en España, nos permiten llevar a cabo una aproximación cuantitativa a lo que fuera el comercio inglés en Málaga a mediados de la década de 163021. Por ellas sabemos que cada
año tocaban en el puerto de Málaga unos 80 barcos de pabellón inglés y que
estos barcos desembarcaban 20.000 quintales de pescado y cargaban 1.000
pipas de aceite22. Los mercaderes ingleses se encontraron, igualmente, con el
hecho de que desde el año 1628 la ciudad de Málaga, en lo que se conoce como
cabildo de rompimiento, establecía un precio mínimo de venta de la pasa y el
vino que se extraían por el puerto23.
————
LITHGOW, W., The totall discourse, London, 1632, pág. 481.
National Archives (NA), State Papers (SP) 94/38, f. 167 (carta de John Harris, cónsul, y de
otros cuatro mercaderes ingleses residentes en Málaga al embajador en España Lord Aston, Málaga
5 de agosto de 1636) y NA, SP 94/39, ff. 50-51 («Impositions on merchants at Malaga»).
22 La cifra de 20.000 quintales es coherente con las cantidades de bacalao introducidas en los
meses de octubre a diciembre de 1628, el periodo de mayor actividad importadora por tratarse de
una actividad de marcado carácter estacional, y que ascendieron a 21.199 quintales. Los derechos
pagados por el bacalao significaron el 50% del total de la recaudación efectuada en estos meses, lo
que da idea de su importancia para el comercio malagueño.
23 AMMA (Archivo Municipal de Málaga), Originales, 13. Real Provisión de la Chancillería de
Granada, fechada el 8-10-1631, a petición de Tomás Vibalfor y otros mercaderes ingleses, reclamando
información al escribano de la ciudad de Málaga ante quien pasaban los autos y diligencias relativos a
los precios de las pasas y el vino. Esta práctica fue establecida en virtud de una real cédula de 3-820
21
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JOSÉ IGNACIO MARTÍNEZ RUIZ
A pesar de estas protestas, lo cierto es que con España enfrentada a las Provincias Unidas —desde la finalización de la Tregua de los Doce Años en 1621
hasta la firma del Tratado de Munster en 1648— y a Francia —desde 1635 a
la firma del Tratado de los Pirineos en 1659—, los mercaderes ingleses se encontraron con el camino prácticamente expedito —excepción hecha de las ciudades hanseáticas y de Dinamarca— para sacar el máximo provecho a la extraordinaria y privilegiada situación en que se encontraban24. Por todo ello, es
probable que fuera entonces, y no antes, cuando al pescado de Terranova y
Nueva Inglaterra viniera a sumarse la oferta masiva de manufacturas inglesas,
unas manufacturas que, como el bacalao noratlántico, contribuirían a financiar
las compras de vino, pasas y aceite, evitando así la necesidad de recurrir al pago
en metálico25. Algo parecido ocurrió por lo que se refiere a la oferta de servicios
de transporte26.
PRIMACÍA DE LOS MERCADERES INGLESES EN EL COMERCIO EXTERIOR MALAGUEÑO
En el transcurso del segundo tercio del siglo XVII, la función de Málaga
como centro redistribuidor de mercancías importadas —debido a su escasa
población, la ciudad en sí no era un gran centro de consumo— no hizo más
que afianzarse y en este proceso el papel desempeñado por los mercaderes y las
mercancías inglesas fue fundamental27.
Desde un punto de vista institucional, la primera medida dirigida a favorecer este objetivo la encontramos en la creación del Consulado de Málaga el 9
————
1628, según recoge PONCE RAMOS, J.M., La hermandad y montepío de viñeros en la edad moderna, Málaga,
Diputación Provincial, 1995, parte 1. Parece ser que la norma se incumplió desde un primer
momento, de manera que su función principal fue la de servir de referencia para el cobro de impuestos.
24 Para el análisis de lo que significó la exclusión neerlandesa de los puertos de Andalucía entre
1621 y 1648, véase ISRAEL, J., La República Holandesa y el Mundo Hispánico, 1606-1661, Madrid,
Nerea, 1997 [1982].
25 Esta necesidad no llegó a desaparecer por completo. El 26-11-1651, con motivo de la
alternación de los cuartos, el mercader inglés en Alicante Richard Houncel, escribe a su agente en
Valencia, Lázaro del Mor, manifestándole que, afortunadamente, había podido convertir todos sus
efectos en plata, «con que se comprarán las mercadurías sin escrúpulo alguno en Málaga y la
Andalucía» (MARTÍNEZ RUIZ y GAUCI, Mercaderes ingleses, pág. 436).
26 Con motivo del embargo de urcas con destino al socorro de Curaçao, atacada por los
holandeses, la Junta de Guerra se dirigió el 3-4-1636 al Consejo de Indias para que gestionara la
obtención de medios de transporte. En la resolución se dice que a falta de urcas se podrían valer de
navíos ingleses «que allí [en Sanlúcar de Barrameda] o en Málaga es imposible que falten» (Archivo
General de Indias, Indiferente, leg. 1872).
27 No abordamos en este trabajo el papel de Málaga como centro redistribuidor de mercancías
inglesas con destino a otros puertos del Mediterráneo, como Génova o Livorno, del que también
existe constancia documental (TAYLOR, «Price Revolution», pág. 17).
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de abril de 1633, operación que se llevó a cabo «a pedimento de la nación inglesa»28. Una afirmación tan rotunda no deja de ser paradójica pues, según las
Ordenanzas del Consulado, el prior tenía que ser «natural destos Reynos» y los
cónsules, cuatro en total, uno de Castilla, otro de Aragón o Portugal, otro de
«mis reynos y provincias de Italia, o Génova» y otro de «mis estados de Flandes, y provincias de Alemania y del Norte», esto es, en ningún caso extranjeros29. Sea como fuere, la creación del Consulado podía suponer una ventaja
para los mercaderes extranjeros, ingleses incluidos, desde el momento en que el
prior y los cónsules habrían de entender en
«las diferencias y debates que ouiere entre mercader y mercader, y sus compañeros y factores, sobre el trato de mercaderías, assí sobre trueques y compras y
ventas y cambios y seguros y quentas y compañías que ayan tenido y tengan, y
sobre fletamentos de naos, y sobre las factorías que los dichos mercaderes ouieren
dado a sus factores, ansi en nuestros Reynos como fuera dellos»,
todo ello en aras de la brevedad y «según estilo de mercaderes». La institución, asimismo, entendería en materia de quiebras «siendo todos los litigantes
acreedores de la misma jurisdicción del Consulado», pues si no lo era alguno de
ellos correspondería juzgar al corregidor de la ciudad de Málaga o a la justicia
ordinaria.
Aunque las Ordenanzas contemplaban que las decisiones de prior y cónsules
pudieran ser apeladas ante el corregidor de Málaga en su calidad de superintendente del Consulado, el cabildo municipal mostró una fuerte oposición a la creación de la institución por lo que suponía de menoscabo de su autoridad y jurisdicción que, primero, trató de evitar y, luego, de desacreditar30. En efecto, según
el cabildo malagueño, quienes habían promovido la creación del Consulado eran
«gente sin sustancia (...) que solo mercan de los navíos que vienen a este puerto
de paso» y lo único que pretendían era «echar un pecho de un terçio por ciento
en las mercaderías que entraren de todas partes asy destos reynos como estraños». En Málaga, pues, según el cabildo no existía la menor necesidad de Consulado «para los fletamentos, cédulas de cambio, averías y otros enbrasos»31.
Las dificultades existentes para controlar el Consulado —cuya desaparición
llegaron incluso a pedir el año 164032— y la falta de operatividad de la institu————
28 Archivo General de Simancas (AGS), Estado, leg. 2672, cit. por PULIDO, Almojarifazgos y
comercio, pág. 40. Adviértase la coincidencia temporal del proceso que condujo a la creación del
Consulado de Málaga con el restablecimiento de la paz entre Inglaterra y España el año 1630 y con
las dificultades que encontraron los mercaderes ingleses a su regreso a Málaga.
29 Archivo de la Real Chancillería de Granada (ARCHG), Pleitos, caja 5347, n.º 20.
30 AMMA, Actas Capitulares, 30-3-1633. La ciudad otorga poder a su procurador mayor para
contradecir «lo que por algunos vezinos y personas se yntenta en razón de que aya consulado en ella».
31 AMMA, Actas Capitulares, 7-5-1633.
32 PULIDO, Almojarifazgos y comercio, pág. 49. Para ello ofrecieron un servicio de 11.000
ducados. A pesar de todo, los mercaderes ingleses siguieron utilizando el Consulado para la defensa
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ción, explican la búsqueda por parte de los mercaderes ingleses que vivían en Málaga de una alternativa institucional que resultara más firme y segura en la defensa de sus intereses33. La figura elegida fue la creación de un juez conservador con
jurisdicción privativa, privilegio que obtuvieron el 19 de marzo de 1645. Para
lograrlo, se unieron a los mercaderes ingleses de Sevilla, Cádiz y Sanlúcar de Barrameda, con quienes pagaron al rey un total 2.500 ducados de plata. La importancia que tuvieron el juez conservador de la nación inglesa y el resto de privilegios obtenidos el 19 de marzo de 1645, contrasta con la escasa cuantía del
servicio pecuniario a la Corona y debe ser analizado, y comprendido, a la luz de la
necesidad española de contar con apoyo inglés para garantizar la conducción de
plata a los Países Bajos, un apoyo que se materializó en la utilización de barcos y
puertos —en especial, Dover— ingleses por parte de la Monarquía Católica34.
La primacía de los mercaderes ingleses en el comercio malagueño a mediados
del siglo XVII se encuentra avalada por numerosos testimonios. Como es sabido,
el principal producto de exportación de la tierra de Málaga eran las pasas, que se
consumían de forma prioritaria en Inglaterra —y no solo como alimento puesto
que también se utilizaban en la fabricación de brandy— y Alemania35. Pues bien,
los datos relativos a las exportaciones de pasas entre 1651 y 1654, para las que
disponemos de relaciones nominales, ponen claramente de manifiesto el predominio incontestable de los mercaderes ingleses tal y como detallamos a continuación.
Entre marzo de 1651 y febrero de 1654, esto es, en el transcurso de tres
años, se embarcaron por el puerto de Málaga 424.393 arrobas de pasas (unas
4.800 toneladas, a razón de 11,5 kilogramos por arroba). Una vez identificados
la mayor parte de los exportadores podemos concluir que no menos del 40 %
de las mismas fueron extraídas por mercaderes ingleses, siendo asimismo ingleses al menos seis de los dieciséis mayores exportadores (incluidos el primero, el
segundo y el quinto)36.
————
de sus intereses (ARCHG, Pleitos, caja 463, n.º 7). La extinción oficial de este se llevó a cabo el año
1654 a petición de las naciones flamenca, alemana y hanseática.
33 Según BEJARANO ROBLES, F., Historia del Consulado y de la Junta de Comercio de Málaga (17851859, Madrid, Instituto Jerónimo Zurita, 1957, pág. 6, la creación del Consulado de Málaga «quedó
desvanecida o anulada entre las peripecias de aquella época, tan nefasta par los intereses nacionales».
34 KEPLER, J.S., The Exchange of Christendom: the International entrepôt at Dover, 1622-1641,
Leicester, Leicester University Press, 1976. En 1636-1638 Málaga fue el segundo puerto de destino
de las reexportaciones de Dover con destino a España (TAYLOR, 1972, pág. 280).
35 En el año 1634 las pasas constituyeron el segundo capítulo en importancia de las
mercancías procedentes de España y Portugal (incluidas las «islas Atlánticas» de ambos países) e
importadas por el puerto de Londres y por mercaderes ingleses. Su valor ascendió a 38.468 libras
esterlinas, por detrás del azúcar (100.046), pero muy por delante del tabaco (23.723) y de la lana
(20.157) (MILWARD, A., The Import Trade of London, 1600-1640, PhD., Londres, University of
London, 1956). Ni que decir tiene que el grueso de estas pasas procedía de Málaga, pues la
producción de Denia era muy inferior.
36 AMMA, Contaduría, leg. 31. Cita la existencia de este documento QUINTANA TORET, «El
comercio malagueño», pág. 399. Los únicos que rivalizaban con los mercaderes ingleses en el comercio
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CUADRO 1: EXPORTADORES DE MÁS DE 10.000
LAGA (1651-1654)
Nombre
Domingo Rodríguez Francia
Guillermo Jaquesson
Guillermo de Hecof (Cof)
Francisco y Manuel Phelipe Prieto
Duarte Marlo
Phelipe Lançon (sólo o en Cía.)
Joachin Alers (sólo o con Manuel
Pimienta)
Reymundo Traves (Travis)
Rodrigo Elrs (Clers)
Simón Monforte
Juan Jiménez Jurado
Reynaldos Rulant (Rulart)
Juan Smith (Esmithers)
(sólo o en Cía.)
Ricardo Pendarvez
Andrés Massa
Guillermo Luis
675
@ DE PASAS POR EL PUERTO DE MÁ-
Nación
inglés
Inglés
inglés
@
31.272
22.486
18.832
18.840
16.743
13.450
flamenco
13.752
inglés
hanseático
hanseático
flamenco
13.775
13.345
12.881
12.034
11.828
alemán o flamenco
11.826
inglés
flamenco, neerlandés o hanseático
inglés
11.172
10.758
10.271
Fuente: AMMA, Contaduría, leg. 31.
También está documentada la participación de mercaderes ingleses en las exportaciones de vino y aceite, aunque en este caso la información disponible es mucho más fragmentaria y menos concluyente. Entre los días 22 de septiembre y 16
de noviembre del año 1645 se embarcaron por el puerto de Málaga 10.048 pipas
de vino (7.103 pipas y 2.582 botas) y 172 pipas de aceite37. Guillermo Luis, mercader inglés, figura como tercer mayor exportador de vino, con 637,5 pipas y 26
botas, tras los hanseáticos Rodrigo Lers (probablemente se trata del mismo Rodrigo Elrs o Clers citado en el cuadro 1), con 1.114 pipas, y Simón Monforte, con
775,5 pipas. Juan Pinter, también mercader inglés, ocupa el quinto lugar con 439
————
de la pasa eran los hanseáticos, como se puede ver también en NEWMAN, K., «Hamburg in the
European Economy, 1660-1750», The Journal of European Economic History, 14 (1985), págs. 57-93.
37 AMMA, Contaduría, leg. 84. Cita la existencia de este documento QUINTANA TORET, «El
comercio malagueño», pág. 399.
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botas de vino. En 1649 y 1650 los envíos a Inglaterra debieron reducirse de manera drástica, en el primer año debido a la epidemia de peste que sufrió Málaga y en
el segundo a su precio: la bota de vino, puesta a bordo en Málaga, costó 700 reales
en 1650 «a price that was never known»38.
En cuanto a la lana, producto sobre el que hasta el presente carecíamos de
información cuantitativa alguna, de las 108.712 arrobas exportadas por la
aduana de Málaga entre los años 1646 y 1656, tan solo 204 fueron extraídas
por ingleses, en concreto, por Ricardo Venítes el año 165039. En este caso, por
consiguiente, los datos disponibles ponen claramente de manifiesto la existencia de un predominio absoluto de los mercaderes flamencos, seguidos por los
hanseáticos e italianos.
CUADRO 2: EXPORTADORES DE MÁS DE
LAGA (1646-1656)
Nombre
Juan Díaz de Amezquita
Pedro Truxillo
Pedro y Juan Bautista Velero
Justo Tolenar
Juan de Molina
Juachin Alerez y Cía.
Juan Bueno (sólo o con Angel María)
Andrés Bancaltalbeque
Adrián Tolenar
Rodrigo Bortman (sólo o en Cía.)
Mauricio Helmez (sólo o en Cía.)
Francisco Núñez Silva
Constantino Suárez
Anjelo María Guiponi
Baldovinos Colman
1.000 @ DE LANA POR EL PUERTO DE MÁNación
regidor de Málaga
flamencos
flamenco
flamenco
flamenco
veneciano
flamenco, neerlandés o hanseático
flamenco
hanseático
flamenco
italiano
flamenco
@
16.400
15.409
12.724
12.091
9.830
9.293
5.470
4.472
4.378
3.353
2.891
2.496
1.104
1.037
1.008
Fuente: AMS, Antiguos, 852
————
38 Las importaciones de vino de Málaga por el puerto de Londres se redujeron a la mitad el año
1650 (STECKLEY, G.F. (ed.), The letters of John Paige, London merchant, 1648-1658, Londres, London
Record Society, London, 1984, pág. 29).
39 Archivo Municipal de Sevilla (AMS), Antiguos, 852.
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Por lo que se refiere a las importaciones, nos referimos con anterioridad a la
importancia del pescado y, más en concreto, del bacalao e indicamos el dato de
que los mercaderes ingleses introducían en Málaga a mediados de la década de
1630 unos 20.000 quintales anuales, cifra que probablemente no experimentó
cambios significativos en las décadas siguientes.
Además de pescado, los mercaderes ingleses importaban también otros
productos, entre los cuales destacan las manufacturas de lana. Gracias a la información proporcionada por el Consulado de Sevilla, institución que tuvo a su
cargo el arrendamiento del almojarifazgo mayor entre 1647 y 1656, conocemos la cuantía de los impuestos pagados por los contribuyentes que introdujeron tejidos ingleses por cada uno de los puertos del distrito del almojarifazgo
mayor así como la identidad de los mismos40. En el caso de Málaga, lo primero
que llama la atención es su cuantía, tanto considerada en sí misma como, más
aún, cuando se compara con la de otros puertos andaluces como Sevilla o Cádiz. El 37,1 % del total de la recaudación de todo el distrito del almojarifazgo
mayor de Sevilla entre febrero de 1647 y abril de 1655, distrito que, como es
sabido, se extendía desde la frontera de Portugal hasta el Reino de Murcia, se
obtuvo en la aduana de Málaga, tan solo superada por la de Sevilla (41,1 %),
pero muy por delante de la de Cádiz (12,6 %). ¿Cómo explicar un porcentaje
tan elevado?
Para empezar, los derechos que se pagaban en Málaga eran notablemente
inferiores a los de cualquier otro puerto del almojarifazgo mayor con la única
excepción de Puerto Real. En efecto, cuando en 1661 se llevó a cabo una averiguación de los derechos de entrada que se pagaban en las distintas aduanas de
Andalucía con motivo del inicio de un periodo de gestión directa de la renta,
dirigido a reducir e igualar lo que se pagaba en cada una de ellas, se halló que
en Sevilla ascendían al 26-31 % mientras que en Málaga tan solo eran del
11,75 %, es decir, bastante menos de la mitad y los más bajos de Andalucía41.
En Sanlúcar de Barrameda y El Puerto de Santa María, aunque los derechos eran menores que en Sevilla las mercancías inglesas sufrían un trato discriminatorio, de manera que tenían que pagar un 2,5 % más (de ahí la existencia en el cuadro 3 de dos porcentajes en las «mercaderías que entran por mar»,
en el caso de Sanlúcar de Barrameda, y en «todas las mercaderías no comprendidas en los apartados siguientes» en el caso de El Puerto de Santa María).
————
40 AGS, Contadurías Generales, leg. 2162. PULIDO, Almojarifazgos y comercio, hace un
detallado análisis de este documento.
41 Biblioteca del Ministerio de Economía y Hacienda (BMEH), libro 26037, Acuerdos y autos
generales de la administración de los almojarifazgos mayor y de Indias de la ciudad de Sevilla y sus
puertos, fol. 49.
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CUADRO 3: ALMOJARIFAZGO MAYOR DE SEVILLA: DERECHOS DE ENTRADA EN 1661 (%)
CADIZ
SEVILLA
Tejidos de lana y algodón
Tejidos de oro y plata falsa, galones, botones, corambre
(excepto el de Berbería), pinturas
Sedas, tejido de oro y plata, lencería
19,25
26
22,75
31
17,75
s.d.
Mercaderías de Berbería (cera, corambre y otras)
16,75
31
Mercaderías de Canarias y Portugal
15,75
26
Mercadería y frutos de España que entran por tierra
15,75
26
16,75-19,25
26
18,5
26
21,75
31
22,75
26
20,75
26
27,75
31
17-19,5
26
22
31
12,25
26
7
26
11,75
26
11,75
26
SANLÚCAR DE BARRAMEDA
Mercaderías que entran por mar
Mercaderías que entran por tierra
Mercaderías de Berbería, oro y plata falso o fino, corambre, pinturas, sedas y otros vedados de fuera del Reino
JEREZ DE LA FRONTERA
Todas las mercaderías no comprendidas en los apartados
siguientes
Azafrán, ropa hecha y corambre de la tierra
Mercancías de Berbería, becerros de Inglaterra, plata y
oro falso o fino y otros
PUERTO DE SANTA MARÍA
Todas las mercaderías no comprendidas en los apartados
siguientes
Mercaderías de Berbería y géneros vedados
PUERTO REAL
Géneros que entran por mar y que deben ondeaje
Géneros que entran por mar y que no deben ondeaje
MALAGA
Todas las mercaderías
VÉLEZ-MÁLAGA
Todas las mercaderías
Fuente: BMEH, libro 26037.
A la hora de valorar estos datos hemos de tener en cuenta, asimismo, que la
situación que refleja el cuadro anterior era resultado de cambios que habían
tenido lugar en los últimos 25 o 30 años —los derechos de la aduana de Sevilla
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ascendían al 19 % en 1635 y al 22 % en 164542—, circunstancia que reforzaría
el creciente interés de los mercaderes ingleses por encontrar una alternativa a Sevilla, Cádiz o cualquier otro puerto del sur de España a la hora de introducir sus
productos en el mercado español43. Esa alternativa fue Málaga. Y decimos en el
mercado español porque Málaga, como es sabido, no era un puerto habilitado para
el comercio con las Indias. Esto no quiere decir, sin embargo, que no existieran
intentos para acabar con esta situación, tanto de facto como desde la legalidad.
Dentro del primer supuesto se puede mencionar el caso del mercader veneciano
afincado en Málaga Juan Bueno Çipión quien, junto con Enrique Plumer, Alonso
Guerrero y Juan Feines, residentes también en Málaga, fletó el año 1657 un navío
cargado de vino, aceitunas «y cinco frangotes pequeños de diferentes géneros» para
Trinidad y costas de Tierra Firme «que fue descaminado en el puerto de Santa
Cruz», en Canarias. El barco, neerlandés como su capitán, había salido de Málaga
con licencia de contrabando para Amsterdam, pero en lugar de dirigirse a la ciudad holandesa tomó rumbo a Tenerife donde buscaría «piloto prático para la costa
de Tierra Firme». Una vez en las Indias y aprovechando la presencia en la expedición de Alonso Guerrero, partícipe en la cuarte parte de la carga, trataría de negociar «como español». No está del todo claro que las cosas fueran exactamente así
pues en Canarias se averiguó que el barco tenía en realidad orden para dirigirse a
Jamaica, conquistada por Inglaterra tan solo dos años antes. Entrando en el fondo
de la cuestión, el Consejo de Indias consideró la operación un gravísimo delito,
pues si se consintiera «resultaría dar ocasión a introducir que naveguen a Yndias
los extrangeros saliendo de todos los puertos sin rexistro»44.
La importación de tejidos ingleses por la aduana de Málaga se encontraba
bajo control absoluto de los mercaderes de esta nación, con Duarte Marlo,
Tomás Colin, Raimundo Traver, Guillermo Luis, Guillermo Usman y Giles
Ductor a la cabeza de una lista de contribuyentes que llegó a superar la veintena en 1653 y 1654. También merece la pena subrayar la fuerte estacionalidad
de las importaciones, que coinciden casi plenamente con la vendeja a excepción
del año 1653, en que el 45 % de las importaciones tuvo lugar en el mes de
mayo, circunstancia completamente atípica, y seguramente atribuible a las
alteraciones producidas en las pautas del comercio malagueño por la primera
guerra anglo-holandesa (gráfico 1)45.
————
42 GIRARD, A., Le commerce français à Seville et Cadix au temps des Habsbourg: contribution a l'étude
du commerce etranger en Espagne aux XVI et XVII siècles, Paris, E. de Boccard, 1932, pág. 45.
43 Se explica así que no solocon objeto de financiar las compras de productos de la tierra sino
también para aprovechar la existencia de una fiscalidad tan ventajosa, al menos en términos
comparados, los mercaderes ingleses trataran de potenciar la función de Málaga como puerto y
puerta de entrada para los mercados del interior andaluz e, incluso, de otras zonas de España.
44 AGI, Indiferente, 771. En casa de Bueno Çipión, quien logró escapar, se hallaron
mercancías por valor de 20.000 ducados, averiguándose también que tenía prevenidos para zarpar
cuatro navíos.
45 AGS, Contadurías Generales, leg. 2162.
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GRÁFICO 1: ESTACIONALIDAD DE LAS IMPORTACIONES DE TEJIDOS INGLESES POR
LA ADUANA DE MÁLAGA (1647-1655)
(Según los derechos recaudados en todo el periodo, en millones de reales)
20
18
16
14
12
10
8
6
4
2
0
EN
FB
MZ
AB
MY
JN
JL
AG
ST
OC
NV
DC
Fuente: AGS, Contadurías Generales, leg. 2162.
LOS INTERCAMBIOS SOBREVIVEN AL DETERIORO DE LAS RELACIONES POLÍTICAS
Así estaban las cosas cuando el día de navidad del año 1654 tenía lugar la salida de Portsmouth, en el sur de Inglaterra, de una expedición dirigida a las Indias
españolas que, tras fracasar en su intento de conquistar Santo Domingo, terminó
apoderándose de Jamaica. Una acción de este tipo, claramente premeditada, no
podía conducir más que a un enfrentamiento abierto, como en efecto ocurrió.
La guerra contra España, declarada por Cromwell a comienzos de octubre
de 1655 —Felipe IV había ordenado en septiembre el embargo de los bienes
pertenecientes a ingleses que se encontraran en España—, tuvo efectos devastadores sobre las relaciones comerciales entre ambos países46. Según se contiene
en una petición presentada ese mismo mes por «los mercaderes que comercian
con España y sus dominios» al Lord Protector, destinada a mostrar las consecuencias del conflicto para la economía inglesa,
————
46 Los mercaderes ingleses residentes en Málaga comunicaron el 21 de septiembre de 1655 a
los «Malaga merchants» en Londres que sus bienes y libros habían sido secuestrados por las
autoridades españolas, en una carta firmada por diecisiete individuos: Henry Beare, Beset Raundon,
Edward Bron, Bunster, Throphilui Floydel, John Flyson, Tho. Goddard, Thomas Gregorie, Thomas
Heathcott, William Jackson, Markow, Richard Pendarves, Henry Plombe, John Ryves, Edmond
Travers, Thomas Tucker y John Woode (Bodleian Library, Rawlinson mss., A.30.409).
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«there are transported and spent in Spain and its territories as great quantities of our native manufactures as in all foreign parts besides, and more than ¾
parts of all the fish of English taking»,
actividad esta última de vital importancia no solo para la economía sino
también para la defensa de Inglaterra por constituir los barcos de pesca una
auténtica escuela de marinos y contribuir al aumento de las fuerzas navales del
país. De España, a su vez, se importaban diversos productos (hierro, aceite,
cochinilla, tabaco, vino, pasas, lana) y se obtenía «great store of monies» que
luego se enviaba a Italia, Turquía y las Indias Orientales «for the better advance of those merchants affaires».
Las ventajas derivadas del comercio con España eran también muy importantes para la hacienda pública inglesa, por los ingresos que proporcionaba al
fisco. Así, por ejemplo, y reproducimos este caso por referirse expresamente al
caso que nos ocupa, 100 libras de manufacturas inglesas enviadas a Málaga
pagaban cinco de impuestos aduaneros (customs). Su venta, en el lugar de destino, permitía obtener 125 libras con las que, a su vez, se podían comprar unas
diez pipas o botas de vino. Estas diez pipas o botas pagaban a su entrada en
Inglaterra dos libras por pipa o bota de impuestos y cuando se vendían, en este
caso en concepto de excise, otras tres libras por pipa o bota, de manera que la
exportación a Málaga de manufacturas por valor de 100 libras proporcionaban
al Estado unos ingresos fiscales de 55 libras47. Nada de esto sirvió para convencer a Cromwell de que rectificara su política con respecto a España.
En las pesquisas llevadas a cabo por las autoridades españolas a fin de conocer las propiedades de los mercaderes ingleses residentes en Málaga se registraron veinte domicilios, donde apenas se encontraron bienes o dinero. Por el contrario, se hallaron varios «libros de caxa», a partir de los cuales las autoridades
pudieron determinar que «diferentes vecinos desta ciudad y otras partes» debían a los susodichos algo más 1,1 millones de reales, sumas que se trataron de
cobrar pero con destino a las arcas del Estado48. En abril de 1656 cerca de
treinta tenderos y mercaderes de Málaga seguían teniendo en su poder mercancías inglesas, lo que les llevó a solicitar una prórroga de seis meses para poderlas vender y evitar de esta manera su incautación49.
La prolongación de este nuevo conflicto anglo-español durante cinco años,
los que van de 1655 a 1660, fue aprovechada por los mercaderes de otras na————
47 «To His Highness the Lord Protector of England, Scotland and Ireland, the humble
remonstrance of the merchants trading for Spain and its territories» (A Collection of the State Papers of
John Thurloe, vol. IV, 1742, págs. 135-137).
48 AGS, Estado, leg. 2981. Todo esto sin incluir las deudas a Guillermo Luis, cuyos libros
seguían sin ajustarse a comienzos de enero del año 1656 debido a su número, faltarles el abecedario
y haber fallecido pocos días antes del inicio de la represalia. Un estudio general de la represalia en
ALLOZA, A. (2000), «“La represalia de Cromwell” y los mercaderes ingleses en España (16551667)», Espacio, Tiempo y Forma, IV, Historia Moderna, págs. 83-112.
49 AMMA, Colección de Originales, año 1656, n.º 1178.
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ciones para ocupar el sitio dejado por los ingleses. Los principales beneficiarios
de esta situación fueron los neerlandeses que en 1660 llegaron a disponer en
Málaga de una colonia formada por unos veinte individuos50.
Aunque el pescado y las manufacturas inglesas continuaron entrando en
España durante estos años al amparo de documentación falsa, la forzada ausencia de los mercaderes ingleses del país tuvo efectos indeseables difíciles de rastrear pero que fueron igualmente denunciados a las autoridades de su país.
Entre estos podríamos destacar dos: el deterioro de los términos de intercambio
—el precio de las mercancías inglesas en España disminuyó, en tanto que el de
los productos españoles se incrementó en un 40-60 %— y el que los españoles
comenzaran a exigir que sus mercancías fueran pagadas al contado, hecho que
contribuyó a la inversión, aunque fuera coyuntural, de la tradicional corriente
de salida de numerario de España con destino a Inglaterra51. En enero de 1663,
esto es, cuando ya habían cesado las hostilidades entre ambos países, un capitán y tres marineros ingleses fueron detenidos en el momento en que pretendían entrar en la ciudad de Málaga llevando consigo tres talegos con 1.717 reales
de a ocho. Esta circunstancia avalaría la afirmación anterior, esto es, la necesidad, de contar con dinero en metálico para llevar a cabo la compra de productos de la tierra52.
El enfrentamiento entre la Commonwealth y la Monarquía Católica dio paso, a partir de 1660, año en que se inicia la Restauración con el regreso de Carlos II a Inglaterra, a un periodo de colaboración entre ambos países que se prolongó por espacio de más de cuatro décadas. En el terreno comercial, la firma
del tratado de 1667 contribuyó de manera decisiva a la reconstrucción de los
intercambios mercantiles entre España e Inglaterra ya que
«it not only secured advantageous terms for the most important branches of
English trade, it laid down general conditions concerning how the trade was to
be carried on, and for the protection of individual merchants»53.
En realidad, no hubo que esperar a 1667. Los datos correspondientes a las
exportaciones llevadas a cabo por el puerto de Londres —donde se concentra————
50 ISRAEL (1986). Según este,«the other Spanish port at which the heavily armed and scorted
Dutch Levant convoys regularly called was Alicante; but there, it seems, the Dutch colony was very
much smaller and never rivalled that of Málaga» (pág. 100). Véase también SÁNCHEZ-BELÉN, J.A.,
«El comercio de exportación holandés en el Mediterráneo español durante la regencia de doña
Mariana de Austria», Espacio, Tiempo y Forma, serie IV, Historia Moderna, 9 (1996), págs. 267-321.
51 Tomo estas referencias del impreso titulado The merchants [of London trading to the Spanish
Dominions] humble petition and remonstrance to his late Highness [the Lord Protector] with an
accompt of the losses of their shipping and estates since the war with Spain (1659).
52 BMEH, libro 26037, fol. 126. Acuerdos y autos generales de la administración de los
almojarifazgos mayor y de Indias de la ciudad de Sevilla y sus puertos. Lógicamente, no podemos
asegurar que ésta fuera una práctica generalizada.
53 MCLACHLAN, J. , Trade and Peace with Old Spain,1667-1750, Cambridge, 1940, pág. 20.
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ban en torno a las tres cuartas partes del comercio exterior inglés— en 1663,
indican que España era ya entonces el principal destino de las exportaciones de
Inglaterra. En efecto, de acuerdo con estos datos, el valor de las mercancías
enviadas a España ascendió en 1663 a 425.280 libras esterlinas (lo que supone
el 21 % del total), cifra notablemente superior a las de Francia (375.065 libras)
o Alemania (192.593 libras), países que figuran en segundo y tercer lugar54.
Por lo que se refiere a las importaciones, merece la pena subrayar que si rectificamos las cifras correspondientes al vino debido a su sobre valoración —la tonelada de vino procedente de España, según Davis, debe ser valorada a 12 libras
por tonelada en lugar de las 60 libras por tonelada que recoge la estadística que
estamos comentando—, el valor de las importaciones de pasas igualaría prácticamente a las de vino: 77.249 y 78.900 libras esterlinas, respectivamente55. De
aquellas 77.249 libras corresponderían a las pasas procedentes de Málaga 69.374
libras y a las de Denia las 7.875 libras restantes. Tras el vino y las pasas, las principales mercancías introducidas por el puerto de Londres en 1663 habrían sido la
lana (27.000 libras) y el aceite (22.976 libras). Seis años después, esto es, en
1669, las pasas se han convertido en el primer capítulo de las importaciones procedentes de España —nos referimos siempre a las llevadas a cabo por el puerto
de Londres— por delante incluso del vino. Estaríamos hablando de 100.248 y
76.116 libras esterlinas, respectivamente. Pues bien, de aquellas 100.248, corresponderían a las pasas de Málaga 95.099 y a las de Denia, 5.14956.
Los datos recién expuestos muestran la extraordinaria importancia de las
pasas de Málaga en las relaciones mercantiles anglo-españolas al iniciarse el
último tercio del siglo XVII57. Una importancia que se mantenía, aunque con
ciertos matices, en vísperas de la Guerra de Sucesión a la Corona de España. En
efecto, entre 1699 y 1701 la importación media anual de pasas procedentes de
España — y efectuadas, en este caso, tanto por el puerto de Londres como por
los del resto del país — ascendió a 95.349 libras esterlinas a efectos fiscales. De
esta cantidad, 66.147 corresponden a las importaciones llevadas a cabo por el
puerto de Londres (un 35,5 % menos que en 1663-1669 en que ascendieron a
86.166 libras esterlinas a efectos fiscales) y las 29.202 restantes a los demás
————
54 British Library (BL), Add., MSS. 36785. En 1669 las exportaciones con destino a España
efectuadas por el puerto de Londres ascendieron a 470.765 libras esterlinas, esto es, el 22,8 % del total.
55 DAVIS, R. (1954), «English Foreign Trade, 1660-1700», Economic History Review, New
Series, 7, 2, págs. 150-166.
56 BL, Add., MSS. 36785. En 1669 las importaciones de aceite procedentes de España
ascendieron a 81.856 libras esterlinas, sobrepasando, pues, en valor a las de vino. Las de lana, por su
parte, alcanzaron las 25.550 libras.
57 Los libros del mercader John Oldbury, estudiados por GRAVIL, R., «Trading to Spain and
Portugal, 1670-1700», Business History, 10 (1968), págs. 69-88, muestran que entre 1670 y 1700
«the most important fruit in the trade [con la Península Ibérica] were raisins supplied chiefly from
the Malaga district and, in much smaller quantities, from Alicante» (pág. 81). En los años setenta,
el precio de las pasas en Londres podía alcanzar los 55 s. por cwt. durante la Navidad. Fuera de
temporada se cotizaba a 30-40 s. por cwt. (1 cwt. = 50,7 kg.).
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puertos de Inglaterra58. Se trata de cifras extraordinariamente elevadas y que
permiten a las pasas conservar un puesto muy importante dentro del conjunto
de las importaciones procedentes de España, el segundo para ser exactos, tan
solo por detrás del vino59. Merece la pena añadir, a fin de ponderar adecuadamente los datos anteriores que si en lugar de precios —bien es verdad que no
de mercado sino a efectos fiscales, que son de los que disponemos— hablamos
de cantidades, las importaciones de pasas por el puerto de Londres habrían
pasado entre 1663-1669 y 1699-1701 de 64.285 cwt. a 86.166 cwt., esto es,
se habrían incrementado en un 34 %. Así pues, las exportaciones españolas de
pasas con destino a Inglaterra aumentaron en peso en el transcurso del último
tercio del siglo XVII; su precio, sin embargo, disminuyó entre un 37,5 y un 52
% (estos porcentajes corresponden a las pasas de Málaga y a las pasas del sol,
respectivamente).
La reconstrucción del comercio anglo-español en el último tercio del siglo
XVII no habría sido posible sin la importante actividad desplegada por las colonias mercantiles inglesas en España. En el caso de Málaga, estaríamos
hablando de unos veinte individuos en 1667 y 1678 y de un mínimo de doce
en 1689. En estos años, asimismo, se produjo una intensa renovación de la colonia, como se deduce de la falta de continuidad en los apellidos de los mercaderes ingleses residentes en Málaga en el último tercio del siglo XVII con respecto a los que vivían allí a mediados de siglo. Ellos fueron los artífices de la
reconstrucción de una parte sustancial del comercio malagueño y de que Málaga siguiera siendo una pieza fundamental del entramado mercantil inglés en el
Mediterráneo60.
————
58 Una valoración de la evolución e importancia de los principales puertos de Inglaterra en la
edad moderna en ROSEVEARE, H., «La evolución de los puertos en Inglaterra al comienzo de la edad
moderna (siglos XV-XVIII)», en DELGADO BARRADO, J.M. y GUIMERÁ RAVINA, A. (coords.), Los
puertos españoles: historia y futuro (siglos XVI-XX), Madrid, Fundación Portuaria, 2000, págs. 61-88.
59 NA, CUST 3, Ledgers of Imports and Exports (1699-1701). Las importaciones de vino,
procedente sobre todo de Canarias, ascendieron en dicho trienio a una media anual de 284.690
libras esterlinas.
60 D`ANGELO, M., Mercanti inglesi a Livorno, 1573-1737. Alle origini di una British Factory,
Messina, Istituto di Studi Storici Gaetano Salvemini, 2004, págs.114-124, recoge los puertos de
procedencia y/o escala de 69 barcos llegados a Livorno, el bastión más importante del comercio
inglés en el Mediterráneo, entre 1665 y 1675. De ellos, 49 habían tocado en Alicante, 39 en Cádiz
y 16 en Málaga. De regreso a Inglaterra, los barcos de la Compañía de Levante solían tocar en
Málaga antes de acometer el paso del Estrecho de Gibraltar.
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CUADRO 5: MERCADERES INGLESES EN MÁLAGA (1655-1689)
1655
Beare, Henry (Vierda,
Enrique)
Benite, Ricardo
Beset, Raundon
Brande, Alderete
1667
Aylett, John
Ayson, Gerardo
Delton, Antonio
Balla, Nathaniel
Coner, Mathew
Drake, John
Doliffe, Diego
Guatyum, Juan
Guilson, Roberto
Bron, Edward
Dunster, Giles
Colin, Thomas
Dunster, John
Dunster, Onofre
Floydel, Throphilui
Flyson, John
Goddard, Thomas
Gregorie, Thomas
Guader, Juan
Guillermo, Thomas
Heathcott, Thomas
Glascock, Thomas
Gregory, Thomas
Harrison, George
Harrison, Julian
Hayward, John
Hicks, Elias
Master, William
Stokes, Edward
Thornbury, Nathaniel
Throgmorton,
Alex
Tregory, John
Watkins, Walter
Webb, Thomas
Whitlocke
Wildey, Richard
Wilson, Robert
Colston, Onofre
Cranquer, Cristóbal
Cron, Enrique
Delton (o Elton),
Francisco
Estrod (Estrados),
Thomas
Garvis, Thomas
Gualquin, Guillermo
Guim, Diego
Guim, Juan
Guise, Jorge
Guisse, Thomas
Haybardo, Juan
Hizon, Juan
Jackson, William
Markow (Marlo), Duarte
Pendarves, Richard
Plombe (Plonue), Henry
Porquerin, Thomas
Robelan, Roberto
Roudon, Bevillo
Ryves, John
Travers, Edmond
Tucker, Thomas
Woode, John
1678
1689
Guin, Juan
Lend, Pablo
Medlicote, Juan
Morley, Guillermo
Neuland, Francisco
Raworth, Carlos
Reynold, Virgilio
Suale, Roberto
Muland, Francisco
Raworth, Carlos
Roller, Guillermo
South, Onofre
Suale, Roberto
Trill, Pedro
Fuentes: 1655 (AGS, Estado, leg. 2981 y BL, Rawlinson mss. A.30.409); 1667: NA, SP 94/52, f.
181; 1678 (SANTOS ARREBOLA, M.S., «“Los hombres de negocios” extranjeros en la Málaga del último
tercio del siglo XVII», en I Coloquio Internacional Los Extranjeros en la España Moderna, Málaga, Universidad de Málaga, 2003, tomo I, págs. 635-641); 1689 (Archivo Histórico Provincial de Málaga, Protocolos
Notariales, leg. 1998, fol. 327).
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El año 1667, destacado con anterioridad por el hecho de haberse firmado
un tratado comercial entre Inglaterra y España que se mantuvo hasta la Guerra
de Sucesión y que sirvió de referencia para los que se firmaron después, constituye también una fecha importante para el comercio malagueño por una cuestión a la que se no se ha prestado gran atención hasta el presente. Nos referimos a la petición que presentó el cabildo municipal de Málaga al rey en su
Consejo de Indias para que se restableciera la facultad que había tenido la ciudad para enviar directamente a las Indias sus vinos y mercaderías, facultad que
databa del año 1529 y de la que, supuestamente, había usado «hasta que por
las vendejas, o cosechas abundantes de uva que después tuvieron, descaeció
aquella ciudad en el comercio y navegación de las Indias»61. El cabildo justificaba su pretensión
«porque ahora, con ocasión de las guerras de las provincias estrangeras, pestes, y otros accidentes que han sobrevenido ha cesado el comercio de dichas vendejas, y se hallan los dichos vecinos con frutos de mucha estimación, que por esta
causa se les están perdiendo».
La petición fue informada tanto por la Casa de Contratación como por el
Consulado de Mercaderes de Sevilla, en ambos casos en sentido negativo62. En
efecto, según el Consulado, las guerras del momento no habían impedido la
salida de los frutos de la tierra de Málaga, «y aun los ingleses y holandeses, que
hoy están en guerra entre sí, no dexan de enviar sus navíos en la ocasión de la
dicha vendeja (...); con que es afectada la necesidad que proponen, sino que lo
hacen valiéndose de la ocasión para poder hacer viages a las Indias, llevando,
con achaque de sus vinos, todas las mercaderías de los extranjeros» (la cursiva es
nuestra).
¿Qué intereses llevaron al cabildo de la ciudad de Málaga a presentar la petición que estamos comentando? ¿Los de los productores de vino o, como decía
el Consulado de Sevilla, los de los mercaderes extranjeros? Si este hubiera sido
el caso, es muy probable que se tratara de los mercaderes ingleses, quienes
habrían estado detrás, como ocurriera con la creación del Consulado de Málaga
en 1633, de este intento de romper desde la legalidad el monopolio bajo andaluz en el comercio con las Indias españolas. El Atlántico, después de todo, no
era un mar desconocido para ellos. Así, por ejemplo, sabemos de la existencia
de expediciones directas de Málaga a las colonias británicas de América del
Norte en una fecha tan temprana como el año 1644 en que el Trial, un barco
de Boston de 160 toneladas, dejó esta ciudad para dirigirse a Bilbao y Málaga
————
61 ANTÚNEZ y ACEVEDO, R., Memorias históricas sobre la legislación y el comercio de los españoles con
sus colonias en las Indias Occidentales, Madrid, Imprenta de Sancha, 1797, pág. 17.
62 Se reproducen ambos informes, que llevan por fechas el 2-8-1667 y el 30-7-1667, en
ANTÚNEZ y ACEVEDO, Memorias históricas, apéndices IV y V, respectivamente.
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cargado de pescado y regresó a la misma con vino, fruta, hierro y carbón63.
Otro más: en enero de 1664, Samuel Wilson, mercader de Londres, fletó el
John para viajar a Málaga. El barco, a continuación, se dirigiría a Nueva Inglaterra, Barbados, Piscatawa, Bilbao y Cádiz, desde donde regresaría a Londres64.
Sea como fuere, es decir, a pesar de la prohibición del comercio directo con
las Indias españolas, de las restricciones impuestas por las Leyes de Navegación
al comercio directo con las colonias británicas de América del Norte y de otro
tipo de adversidades mencionadas con anterioridad, como la competencia de
otros mercados vitícolas, la elevada presión fiscal, el obstruccionismo de los
administradores aduaneros, las alteraciones monetarias y la desfavorable coyuntura política internacional, Málaga seguía siendo para los mercaderes ingleses un centro comercial de primer orden a finales del siglo XVII, como se deduce con toda claridad del libro mayor de Charles Peers, uno de los mercaderes
más importantes de Inglaterra, cuya fortuna se basó precisamente en la importación de pasas de Málaga65.
El libro mayor, reconstruido por encargo el año 1937 a partir del diario, recoge los negocios de Peers entre 1689 y 169566. Se inicia con la anotación de su
capital que, a 1 de junio de 1689, ascendía a 2450.18. 2 ¼ libras esterlinas
(libras, sueldos y dineros). De este total, al «stock left at Malaga» correspondían 2136.09.06 (unos 10.055 pesos de a 8 reales a razón de 51 dineros por peso) y el resto a los «gifts from my mother». Pues bien, en el momento del cierre
del mayor, esto es, a 29 de junio de 1695, su capital se elevaba a 7238.11.05,
lo que quiere decir que Peers logró triplicar su capital en apenas seis años (unos
años, conviene no olvidarlo, que coinciden con la guerra de la Liga de Augsburgo que enfrentó a Francia e Inglaterra). Una parte significativa de este incremento procedió de su primer matrimonio con Sarah Bauds, hija del mercader Thomas Bauds (250 libras correspondientes a la ¼ parte del valor del
barco Velez Merchant) y de los bienes heredados de su padre Edmund Peers (una
propiedad en Brantery Essex valorada en 300 libras) y de otros familiares (valo————
63 INNIS, H.A., The Cod Fisheries. The History of an International Economy, Toronto, University of
Toronto Press, 1978, rev. ed., pág. 79.
64 Calendar of Treasury Books (CTB), 1660-1667 (Londres, 1904). Petición presentada el 17-101665.
65 Según JONES, D.W. (1970); London overseas-merchant groups at the end of the Seventeenth century
and the moves against the East India Company (PhD., University of Oxford, 1970, apéndice B), Peers
importó por mercancías por valor de 21.794 libras esterlinas en 1696. De esta cifra, 19.468 libras
corresponden a la importación de pasas y 2.070 a la de vino. Los datos se refieren exclusivamente al
puerto de Londres. Sin la menor duda, pues, podemos situar a Peers dentro de la élite del país a
finales del siglo XVII y comienzos del siglo XVIII. Su carrera política avala, aún más si cabe, esta
afirmación: director de Banco de Inglaterra en 1705-1712, knighted en 1707, sheriff de Londres en
1707-1708, aldermen de Londres en 1708, Lord Mayor de Londres en 1714-1715, chairman de la
Compañía de las Indias Orientales en 1714-1745, commissioner of Customs en 1714-1737 (MARSTON
ACRES, W., «Directors of the Bank of England», Notes and Queries, 179 (1940), pág. 60).
66 Guildhall Library (GL), Londres, MSS. 10081.
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rados en 350 libras), pero la mayor parte del mismo fue resultado de su exitosa
carrera mercantil.
Charles Peers era el socio en Londres de William Morley & Co. de Málaga,
sociedad en la que participaba con la tercera parte de las ganancias67. La cuenta
titulada «Malaga Books Stock a/c» señala la existencia, a 1 de abril de 1689, de
un capital evaluado en 2136.09.06 libras esterlinas. Pues bien, a 25 de septiembre de 1694, este capital se elevaba ya a 5108.14.06, esto es, casi dos veces y media más, gracias a los beneficios procedentes de su participación en la
compañía. Una compañía cuya principal actividad era la importación de tejidos
de lana, duelas de madera y flejes de hierro y la exportación de productos de la
tierra (pasas en primer lugar, pero también higos, almendras, vino, aceite, naranjas, limones, granadas o corcho) y de coloniales (cochinilla, índigo, azúcar),
que en este caso se cargaban en Cádiz, donde Peers tenía contactos muy estrechos con Hill, Enys & Aldington. Dichos contactos revelan, cuestión que consideramos del mayor interés, una creciente vinculación de los mercaderes ingleses de Málaga con los de Cádiz, a quienes recurrían a la hora de asegurar sus
expediciones o para fletar barcos. Esta circunstancia reflejaría el irresistible ascenso de la capital gaditana en las últimas décadas del siglo XVII no solo a
costa de Sevilla, cuestión que es bien conocida, sino también de Málaga68. El
radio de acción de la compañía se extendía hasta los puertos de Dantzig,
Hamburgo y Amsterdam, en el norte de la Europa continental, y de Londres,
Bristol, Exeter y Plymouth en el sur de Inglaterra.
Peers, asimismo, negociaba por cuenta propia —solo o como partícipe de
operaciones conjuntas con otros mercaderes— con los mismos productos y las
mismas áreas señaladas con anterioridad. Su contabilidad recoge también alguna operación menor con Nueva Inglaterra (Boston), Jamaica y Madeira. Finalmente, casi una sexta parte de los ingresos de Peers procedió de las comisiones cobradas a otros mercaderes y negociantes69.
La Guerra de Sucesión a la Corona de España puso punto y final a más de
cuatro décadas paz entre España e Inglaterra y a uno de los periodos más florecientes del comercio entre ambos países. A nadie extrañará, pues, que el esta————
67 Morley fue director de la Compañía del Mar del Sur entre febrero de 1718 y febrero de
1720, por lo que se vio afectado de lleno por el episodio de la «burbuja». Su «gross assets» en 1721
ascendía a 14.007 libras esterlinas (CARSWELL, J.P., The South Sea Bubble, Stroud, Sutton, 1993, rev.
edn., pág. 252).
68 En el Archivo Histórico Provincial de Cádiz (AHPCA), Protocolos Notariales, legs. 23722374 (años 1695-1696), por ejemplo, se encuentran numerosas pólizas de fletamento efectuadas
por mercaderes ingleses residentes en Cádiz en nombre y con poder de mercaderes ingleses en
Málaga, entre ellos, el mismo William Morley (también aparecen Newland y Raworth). El 20-91696 son Guillermo Hodges y Ricardo Enis quienes fletan el Amitie para llevar a Londres
mercancías consignadas, entre otros, a Charles Peers (AHPCA, PN, leg. 2374, f. 539). Sobre el
precio de los fletes en Málaga en el siglo XVII véase DAVIS (1962), págs. 238-240.
69 De las 10.780 libras de ganancias brutas computadas, el 17,5 % procedieron de las
comisiones percibidas.
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llido de este nuevo conflicto significara un duro golpe para una economía tan vinculada a la inglesa como la de Málaga. Más aún si tenemos en cuenta que a comienzos de agosto de 1704 una escuadra anglo-holandesa se apoderó de Gibraltar
—que, a partir del año siguiente, comenzó a operar como puerto franco— y que
pocos días después esta misma escuadra se enfrentó a otra francesa procedente de
Tolón frente al puerto de Málaga.
Uno de los efectos más importantes de la reducción de los intercambios entre
Málaga e Inglaterra provocada por la guerra fue el hundimiento en origen de los
precios de la pasa y del vino, hundimiento que se refleja en los cabildos de rompimiento de septiembre. El precio de la arroba de pasa del sol, por ejemplo, pasó
de 9-10 reales de las últimas décadas del siglo XVII a tan solo 3 reales en
170270. La aprobación de nuevos impuestos a la importación, en este caso por
parte de Inglaterra, también contribuyó a reducir los intercambios con Málaga71.
Mayor gravedad tuvo el desmantelamiento de la colonia mercantil inglesa
de Málaga con motivo de la guerra, un desmantelamiento que debió ser casi
absoluto a juzgar por la falta de información procedente de Málaga —no así de
Sevilla, Cádiz o Alicante— en las negociaciones sobre el Tratado Comercial
entre España e Inglaterra del año 171672.
MÁLAGA EN EL SIGLO XVII, ¿UN PUERTO INGLÉS EN ESPAÑA?
La integración de la economía malagueña en el comercio internacional, una
integración en la que jugó el papel de oferente de productos vitivinícolas (pasas
y vino) y de demandante de alimentos (cereales, pescado) y productos manufacturados (textiles, hierro, madera), se llevó a cabo a iniciativa y bajo el impulso de mercaderes extranjeros. Resulta difícil ponderar el papel jugado por cada
una de las comunidades mercantiles presentes en la ciudad en el siglo XVII,
————
Recogen los precios aprobados en los cabildos de rompimiento PONCE RAMOS, La hermandad
y montepío, pág. 102 (años 1630 y 1631); RODRÍGUEZ ALEMÁN (1984) (años 1654 a 1664); AMATE
DE LA BORDA, C., Málaga a fines del siglo XVII, Málaga, Arguval, 1988, pág. 124 (año 1678) y
CABRERA PABLOS, F., El puerto de Málaga a comienzos del siglo XVIII, Málaga, Universidad, 1986,
pág. 328 (años 1700 a 1717). En la primera mitad del siglo XVIII, el precio de la pasa del sol se
estabilizó en torno a los seis reales por arroba tanto en Málaga como en Vélez-Málaga (PEZZI
CRISTÓBAL, P., Pasa y limón para los países del norte. Economía y fiscalidad en Vélez-Málaga, Málaga,
Universidad, 2003, pág. 181).
71 «Some more reasons humbly offered to the considerations of the Honourable the Commons
of Great Britain in Parliament, against laying on a farther duty on raisins» (sin fecha, pero
seguramente de 1710).
72 NA, CO 388/20. Para un análisis del periodo inmediatamente posterior de las relaciones
comerciales hispano-británicas véanse PRADOS DE LA ESCOSURA, L., «El comercio hispano-británico
en los siglos XVIII y XIX. I. Reconstrucción», Revista de Historia Económica, II (1984), págs. 113162 y GARCÍA FERNÁNDEZ, M.N., Comerciando con el enemigo: el tráfico mercantil anglo-español en el siglo
XVIII (1700-1765), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2006.
70
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JOSÉ IGNACIO MARTÍNEZ RUIZ
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sobre todo porque todavía es mucho lo que se desconoce sobre las mismas pero, a juzgar por el tamaño e importancia de su colonia, por su participación en
iniciativas institucionales como la creación del Consulado en 1633 o el intento
de habilitar el puerto de Málaga para el comercio directo con las Indias españolas de 1667 y de su intervención en sectores claves del comercio exterior malagueño como el de las pasas que, de una forma u otra, lograron controlar tal y
como se deduce de los datos expuestos en este trabajo, el protagonismo de los
mercaderes ingleses en la economía malagueña en el Seiscientos fue muy significativo. La calificación, aunque sea entre signos de interrogación, de «puerto
inglés» pudiera parecer excesiva —Málaga no llegó a ser jamás un enclave extraterritorial en suelo español y la presencia de mercaderes de otras naciones
fue también muy importante en determinados periodo del Seiscientos—, pero
es una hipótesis plausible.
A diferencia de lo sucedido en otros puertos europeos, como Hamburgo o
Liorna, donde sus mercaderes disfrutaron de una mayor estabilidad, la presencia inglesa en Málaga se encontró expuesta en todo momento a los avatares de
las relaciones políticas con España73. En todo caso y a pesar de la rivalidad existente entre España e Inglaterra, lo cierto es que ambos países no estuvieron en
guerra más que en una mínima parte del siglo XVII —antes de 1604, entre
1625 y 1630 y de 1655 a 1660—, situación que contrasta con un siglo XVI,
especialmente en su último tercio, mucho más belicoso. Este acercamiento resultó bruscamente interrumpido por el estallido de la Guerra de Sucesión a la
Corona de España en 1702 que, durante más de diez años, alejó a la comunidad mercantil inglesa del puerto de Málaga. Para muchos se trató de un adiós
definitivo. Para otros, el fin de una época, ya que cuando regresaron a su país
tuvieron oportunidad que comprobar por sí mismos que la expansión comercial
de Inglaterra había pasado a depender mucho más de su presencia en América
y en el Atlántico que en España y el Mediterráneo74.
Recibido: 26-11-2010
Aceptado: 7-04-2011
————
NORTH, M., «Hamburg: the continent’s most English city»; en From the North Sea to the
Baltic: essays in commercial, monetary and agrarian history, 1500-1800, Aldershot, Ashgate, 1996 y
PAGANO DE DIVITIIS, G., English Merchants in Seventeenth Century Italy; Cambridge, Cambridge
University Press, 1997.
74 PRICE, J., «The Imperial Economy, 1700-1776»; en MARSHALL, P.J. (ed.), The Oxford
History of the British Empire, Oxford, Oxford University Press, 1998, vol. II, págs. 78-104 y
ZAHEDIEH, N., The Capital and the Colonies. London and the Atlantic Economy, 1660-1700,
Cambridge, Cambridge University Press, 2010.
73
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HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 239, septiembre-diciembre, págs. 691-714, ISSN: 0018-2141
LA CUESTIÓN DE LA NATURALEZA DE LOS MINISTROS DEL SANTO OFICIO
PORTUGUÉS. DE LAS DISPOSICIONES LEGISLATIVAS A LA PRÁCTICA COTIDIANA
ANA ISABEL LÓPEZ-SALAZAR CODES
CIDEHUS - U. Évora*
RESUMEN:
Durante los casi tres siglos de su existencia, entre 1536 y 1820, numerosos extranjeros sirvieron al Santo Oficio portugués. Se trató, sobre todo, de familiares, especialmente mercaderes y hombres de negocios gallegos. Pero hubo también numerosos
calificadores, algunos comisarios, varios diputados y hasta un inquisidor de origen
español. En realidad, los Regimentos ordenados en 1552, 1570 y 1613 nada decían sobre la naturaleza de los ministros y oficiales del tribunal. Solo en 1640, como respuesta a los constantes debates que tuvieron lugar durante la Unión Dinástica sobre la introducción de inquisidores españoles en el tribunal portugués, el Santo
Oficio luso decidió ordenar el requisito de la naturaleza. No obstante, terminada la
Guerra de Restauración, los extranjeros volvieron a ingresar sin problemas en la
Inquisición portuguesa que, por su parte, eliminó dicha condición en las nuevas instrucciones ordenadas por el cardenal da Cunha en 1774.
PALABRAS CLAVE:
Portugal. Monarquía Hispánica. Edad Moderna. Inquisición. Naturaleza.
————
Ana Isabel López-Salazar Codes es becaria pos-doctoral de la Fundação para a Ciência e a Tecnologia
do Ministério de Ciência, Tecnologia e Ensino Superior (Portugal). Dirección para correspondencia: Centro
Interdisciplinar de História, Culturas e Sociedades (CIDEHUS-U.Évora), Universidade de Évora, Palácio do
Vimioso, Apartado 94, 7002-554 Évora (Portugal). Correo electrónico: [email protected].
* Este trabajo se integra en el proyecto de investigación FCT/COMPETE/FEDER: FCOMP01-0124-FEDER-007360. Deseo agradecer a Bruno Lopes, Leonor Garcia y Ofelia Sequeira,
becarios de dicho proyecto, su generosa ayuda. Asimismo, agradezco a la profesora Fernanda Olival
sus comentarios y sugerancias. En este artículo hemos utilizado las siguientes abreviaturas: AGS
(Archivo General de Simancas), ANTT (Arquivo Nacional da Torre do Tombo - Lisboa), BNE
(Biblioteca Nacional de España), CG (Conselho Geral), IC (Inquisição de Coimbra), IE (Inquisição
de Évora), IL (Inquisição de Lisboa) y TSO (Tribunal do Santo Ofício).
ANA ISABEL LÓPEZ-SALAZAR CODES
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THE PROBLEM OF THE NATIONALITY OF MINISTERS AND OFFICERS OF THE
PORTUGUESE HOLY OFFICE. FROM LEGAL ORDERS TO THE DAILY PRACTICE
ABSTRACT:
Many foreigners served the Holy Office in Portugal for its almost three centuries of
existence (1536-1820). They were mainly relatives, especially Galician merchants
and businessmen. However, among them we also find various «qualifiers», some
commissioners and even an inquisitor of Spanish origin. Actually, the Regiments
that were ordained in 1552, 1570 and 1613 did not state anything about the
nationality of the Ministers and Officers of the Court. It was not until 1640, as a
response to the continuous debates that took place during the Dynastic Union about
the introduction of Spanish inquisitors in the Portuguese court, that the Portuguese
Holy Office decided to implement the requisite of nationality. However, once the
Restoration War was over, foreigners joined the Portuguese Inquisition again
without problems, as it had, eliminated that requisite in the new instructions
commissioned by the cardinal da Cunha in 1774.
KEY WORDS:
Portugal. Hispanic Monarchy. Modern Age. Inquisition.
Nationality.
INTRODUCCIÓN: LA INFLUENCIA DE LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA EN LA PORTUGUESA
Creado muchos años después que el tribunal español, el Santo Oficio portugués aprovechó, sin duda, la experiencia organizativa y procesal acumulada por
su homólogo. Cuando se estableció la Inquisición en Portugal, en 1536, el tribunal ya contaba con casi sesenta años de antigüedad en España. Por ello, no es de
extrañar que en cuestiones jurisdiccionales, institucionales, procesales e, incluso,
simbólicas la Inquisición lusa debiese mucho a la española1.
En realidad, cuando don João III solicitó al papa el establecimiento de la Inquisición en Portugal, en 1531, pidió que esta fuese como la que existía en los
otros reinos de la Península Ibérica. Este deseo del rey portugués de establecer en
su reino un tribunal igual al que había en España queda bien patente en las instrucciones enviadas a Braz Neto, su embajador en Roma. En ellas, el monarca
ordenaba:
«vos enformai dos poderes e faculdades que sam dados per os papas aos
inquisidores de Castela e d´outros regnos, e com as mesmas faculdades e poderes,
e mais se ser poder, pedireis a dicta inquisiçam»2.
————
1 BETHENCOURT, Francisco, La Inquisición en la época moderna. España, Portugal e Italia, siglos
XV-XIX, Madrid, Akal, 1994, pág. 514.
2 Instrucciones de don João III a Braz Neto, publicadas en el Corpo Diplomático Português, Lisboa,
Typographia da Academia Real das Sciencias, 1862-1891, tomo II, págs. 319-322. Sobre el proceso de
establecimiento del Santo Oficio en Portugal, vid. HERCULANO, Alexandre, História da origem e
estabelecimento da Inquisição em Portugal, Lisboa, Bertrand, 1979, y MARCOCCI, Giuseppe, I custodi
dell´ortodossia. Inquizione e Chiesa nel Portogallo del Cinquecento, Roma, Edizioni di Storia e Letteratura, 2004.
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LA CUESTIÓN DE LA NATURALEZA DE LOS MINISTROS DEL SANTO OFICIO PORTUGUÉS
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De hecho, desde el punto de vista de la organización institucional, el tribunal
portugués fue, en gran medida, copia del español. Es decir, se trataba de una
estructura de tribunales de distrito sobre los cuales se encontraba el Consejo de la
Suprema y General Inquisición, en el caso español, o el Conselho Geral do Santo
Ofício, en el portugués. Evidentemente, existían diferencias entre la Suprema y el
Conselho Geral, así como entre los tribunales de distrito españoles y los portugueses. No obstante, durante la Unión Dinástica, especialmente en el reinado de
Felipe III, la corona intentó asimilar completamente las estructuras del Santo
Oficio portugués al español3. Y, como expuso Francisco Bethencourt, a diferencia de los tribunales italianos, las Inquisiciones española y portuguesa compartieron la misma heráldica. Utilizaban las mismas armas —la cruz con el ramo de
olivo y la espada— y exhibían la imagen de Santo Domingo, evocado como
fundador del Santo Oficio4.
Por último, desde el punto de vista procesal, la influencia del tribunal español
en el portugués resulta innegable, como se puede ver claramente en un texto de
tiempos de la Unión Dinástica: el Regimento o Instrucción de 1613. Este Regimento
venía a sustituir al anterior de 1552, ordenado por el cardenal don Henrique. Entre ambos textos, se habían publicado en Madrid las Instrucciones del inquisidor
general don Fernando de Valdés en 1561. Pues bien, en el Regimento portugués de
1613 fueron copiados capítulos íntegros de las instrucciones valdesianas sin otra
modificación que no fuera la traducción del texto del castellano al portugués5.
Ahora bien, si, como vemos, hubo una influencia innegable del tribunal español en el luso, no podemos dejar de preguntarnos si se produjeron también
intercambios de ministros entre ambas instituciones. Para responder a esta
pregunta debemos partir de la cuestión de la naturaleza de los miembros del
Santo Oficio y de los debates generados, especialmente durante el tiempo de
los Felipes, sobre la posibilidad de introducir eclesiásticos procedentes de la
Inquisición española en el tribunal portugués.
LOS DEBATES SOBRE
SANTO OFICIO
LA NATURALEZA DE LOS MINISTROS Y OFICIALES DEL
De acuerdo con las Ordenações Filipinas, podían considerase naturales de
Portugal las personas nacidas allí cuyo padre fuese portugués y aquellos otros,
también nacidos en este reino, de madre natural y padre extranjero, siempre
que este hubiese vivido en Portugal diez años con casa y bienes6. Por lo tanto,
————
3 LÓPEZ-SALAZAR CODES, Ana Isabel, Inquisición portuguesa y Monarquía Hispánica en tiempos del
perdón general de 1605, Lisboa, Edições Colibri & CIDEHUS – U. Évora, 2010, cap. 3.
4 BETHENCOURT, Francisco, La Inquisición en la época moderna, pág. 102.
5 LÓPEZ-SALAZAR CODES, Ana Isabel, Inquisición portuguesa, pág. 205.
6 Codigo Philippino ou Ordenações e Leis do Reino de Portugal, liv. II, título LV: «Das pessoas que
devem ser havidas por naturaes destes Reinos».
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era esta una definición más restringida que la que imperaba en la Castilla del
momento, donde podía considerarse natural a quien residiese de forma prolongada en el reino7.
En los primeros años de funcionamiento del tribunal portugués, hubo algunos inquisidores y diputados del Conselho Geral procedentes de los otros reinos
de la Península Ibérica. Así, Pedro Álvarez de Paredes, inquisidor del tribunal
de Évora, había sido inquisidor de Llerena antes de ingresar en el Santo Oficio
luso8. Y fray Jerónimo de Padilla, dominico castellano que entró en Portugal
en 1538 como visitador y reformador de los conventos de su orden, formó parte del primitivo Conselho Geral que asistía al cardenal don Henrique9.
Por lo tanto, como vemos, durante el período en que el infante don Henrique desempeñó el cargo de inquisidor general, la existencia de ministros del
Santo Ofício originarios de otros territorios de la Península Ibérica no generó
ningún tipo de problema. Además, resulta bastante lógico que, en los primeros
años de actividad del tribunal portugués, el inquisidor general decidiese recurrir a personas que ya contaban con experiencia en el enjuiciamiento de los
delitos de fe y en el modo de proceder inquisitorial, como eran los españoles
antes citados. Pero lo que durante el siglo XVI no ocasionó conflictos, en la
centuria siguiente, coincidiendo con el reinado del último de los Felipes, provocará debates en la corte y obligará al Santo Oficio portugués a legislar sobre la
cuestión de la naturaleza de sus ministros y oficiales.
El debate sobre la introducción de ministros españoles en el tribunal luso
reapareció, de forma recurrente, durante todo el tiempo de la Unión Ibérica.
Como es sabido, en las Cortes de Tomar, reunidas en 1581, Felipe II se comprometió a respetar el particularismo de Portugal en el seno de la Monarquía
Hispánica. Así, el reino continuaría manteniendo sus instituciones y los oficios
y beneficios serían desempeñados solo por portugueses. De hecho, en las llamadas mercedes de Almeirim, presentadas por el embajador español duque de
Osuna a las Cortes portuguesas en marzo de 1580, es decir, poco después de la
muerte del rey don Henrique, se especificaba que el oficio de inquisidor general
sería desempeñado siempre por un portugués. No obstante —y dejando aparte
el caso específico del cargo de inquisidor general— durante toda la Unión Dinástica se pensó en introducir españoles en el Santo Oficio luso.
En realidad, los Regimentos de 1552, ordenado por el cardenal-infante don
Henrique, y de 1613, del inquisidor general don Pedro de Castilho, así como el
Regimento del Conselho Geral de 1570 nada decían sobre la naturaleza de los ministros del tribunal, pues no era necesario. En estos textos, las cualidades re————
7 HERZOG, Tamar, Vecinos y extranjeros. Hacerse español en la Edad Moderna, Barcelona, Alianza
Editorial, 2006, pág. 114.
8 MATEUS, Susana, «Álvarez de Paredes, Pedro», en: PROSPERI, Adriano, Diccionario storico
sull´Inquisizione, Pisa, Edizione della Normale, 2010, vol. 1.
9 En 1540, fray Jerónimo de Padilla fue elegido provincial de Portugal y murió en Aveiro en
1544.
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queridas para ejercer el oficio de inquisidor eran de carácter moral e intelectual.
Es decir, tenían que ser letrados, honestos y prudentes. Pero, en ningún caso, ni
siquiera en el de los diputados del Conselho, se especificaba que debían ser naturales de Portugal. Quizás por ello, la posibilidad de introducir en Portugal inquisidores del Santo Oficio español, esto es, oriundos de las coronas de Castilla y Aragón, fue una cuestión abierta y debatida durante toda la Unión Ibérica.
Así, antes incluso de las Cortes de Tomar, ya encontramos una propuesta
de este tipo. En 1580 don Diego de Torquemada, obispo de Tuy, escribía a
Felipe II sobre la situación de Portugal. Torquemada proponía medios radicales
para fortalecer el poder real, como la imposición de una única ley en todos los
reinos de la península ibérica. En el aspecto concreto que ahora nos interesa, el
obispo de Tuy recomendaba que se uniesen las dos inquisiciones de la Monarquía Hispánica, que se nombrase un único inquisidor general y que los inquisidores no tuviesen que cumplir con la obligación de la naturaleza. Así, según
este obispo, era conveniente:
«que los ynquisidores de los districtos puedan ser en Portogal castellanos y de
otras provincias de Hespaña como en los Reynos de Aragón porque por este medio se allanaría mucho en Portugal»10.
Evidentemente, este arbitrio no se puso en práctica, pero reapareció algunos años más tarde, a finales del reinado de Felipe II, debido a las quejas presentadas a Clemente VIII, en Roma, por los conversos Duarte Pinto y Jerónimo Duarte, fugitivos del tribunal de Évora. A raíz de las críticas de estos
conversos al modo de proceder del tribunal portugués, el auditor de la Rota
Francisco Peña propuso a Felipe II que, para acabar con los abusos judiciales de
la Inquisición portuguesa, se ordenase que, en cada tribunal de distrito, uno de
los inquisidores fuese castellano, catalán, valenciano o aragonés11.
Esta propuesta volvió a aparecer, una vez más, en los primeros años del reinado de Felipe IV, como consecuencia, de nuevo, de las críticas de los cristãosnovos al procedimiento inquisitorial. Se pensó entonces en la posibilidad de introducir inquisidores de España en el tribunal portugués, pero se desechó este
medio porque se consideró que suponía una afrenta no solo a la Inquisición
lusa sino a todo el reino. Interesante, no obstante, es el parecer de un tal Fernando Lorenzo, opuesto al envío de inquisidores españoles a Portugal y que,
además, cuestionaba la jurisdicción del rey para intervenir en los asuntos inquisitoriales. Este Fernando Lorenzo consideraba que:
————
10 AGS, Estado Portugal, leg. 412, fol. 61: Carta de don Diego de Torquemada, obispo de
Tuy, a Felipe II (1580). Sobre las propuestas de este prelado, vid. BOUZA ÁLVAREZ, Fernando Jesús,
Portugal en la Monarquía Hispánica (1580-1640): Felipe II, las cortes de Tomar y la génesis del Portugal
católico, tesis doctoral, Madrid, UCM, 1986, págs. 229-230.
11 LÓPEZ-SALAZAR CODES, Ana Isabel, Inquisición y política. El gobierno del Santo Oficio en el
Portugal de los Austrias, Lisboa, CEHR, 2011, pág. 338.
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«haçer inquisidores castellanos no es contra los previlegios del Reino por ser
la materia mere ecclesiastica y de la jurisdicion del Summo Pontifice cuya potestad no puede lemitarse por leyes reales»12.
Ahora bien, aunque se tratase de una cuestión eclesiástica y aunque las instrucciones de la Inquisición portuguesa no ordenasen la naturaleza de sus ministros, lo cierto es que, conforme avanzó la Unión Dinástica, cada vez más se
fue dando por supuesto que los inquisidores y ministros del Santo Oficio debían
ser naturales del reino. Este requisito apareció ya claramente en un memorial
de 1623 en el que se criticaba, de forma general, el gobierno del Santo Oficio
por parte del inquisidor general don Fernão Martins Mascarenhas y el comportamiento y cualidades de los ministros del tribunal por él nombrados. El autor
de este memorial tildaba a los ministros escogidos por Mascarenhas de conversos, sodomitas o borrachos. Pero, además, consideraba que dos de ellos —Diego
de Salazar, diputado del tribunal de Évora, y Bartolomé de Monteagudo, notario
de la Inquisición de Lisboa— no podían integrar del Santo Oficio porque eran
extranjeros13.
El hecho de que ahora, en 1623, se acusase de extranjero a una persona
como Diego de Salazar nos permite comprobar cómo había evolucionado la
situación desde inicios de la Unión Dinástica, cuando entró a servir en el tribunal portugués don Alonso Coloma. Tanto uno como otro eran hijos de un extranjero y de una portuguesa. Don Alonso Coloma era hijo del conde de Elda,
estado del reino de Valencia, y de la portuguesa doña Isabel de Sá, natural de
Évora. Había nacido en Valencia y había estudiado en Alcalá y en Salamanca,
donde perteneció al colegio mayor de Cuenca. Probablemente llegó a Portugal
con el duque de Gandía, don Carlos de Borja Aragón y Castro. En septiembre
de 1583, el Conselho Geral aprobaba su información de limpieza de sangre y
don Alonso entraba a servir en el tribunal de Lisboa como diputado14. Unos
cuarenta años más tarde, ingresaba en el Santo Oficio, también como diputado, Diego de Salazar. Nacido muy probablemente en Portugal, era hijo del
————
ANTT, TSO, CG, maço 24, n.º 11: Parecer de don Fernando Lorenzo del 4 de marzo de 1628.
«Bertholome de Monteagudo de veinte y quatro años estranjero hijo de un françes y nieto
de un christiano nuebo que se avia acoxido a Françia por no lo prenderen en Portugal y su madre
del dicho notario castellana natural de Ayamonte y se le no hiçieron informaçiones y no podiendo
tener officio en el dicho Reyno por ser contra las leyes del por no ser natural del dicho Reyno de
Portugal el dicho notario […] Diego de Salaçar estrangero contra las leyes del Reyno y sin
informaçiones en los lugares donde eran naturales sus padres y aguelos paternos amançebado sin ser
graduado y de veinte y cinco años de edad». BNE, mss. 718, fols. 359r-372v. Sobre la posible
autoría de este texto, vid. PULIDO SERRANO, Juan Ignacio, Injurias a Cristo. Religión, política y
antijudaísmo en el siglo XVII, Madrid, Instituto Internacional de Estudios Sefardíes y Andalusíes –
Universidad de Alcalá, 2002, págs. 86-87. LÓPEZ-SALAZAR CODES, Ana Isabel, Inquisición y política,
págs. 63-66.
14 ANTT, TSO, CG, Habilitações, maço 1, dilig. 29 (Alonso Coloma). Cf. ANTT, TSO, IL,
liv. 104, fls. 46-47.
12
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capitán Diego de Salazar, que entró en el reino con los ejércitos del duque de
Alba y que casó con una portuguesa cuyo nombre desconocemos15. Por lo tanto, como vemos, su situación era semejante a la de don Alonso Coloma. Sin
embargo, en 1623 había quien podía acusar a Diego de Salazar de no ser natural del reino.
El memorial contra don Fernão Martins Mascarenhas tuvo repercusiones a
largo plazo en la carrera de ambos ministros, Salazar y Monteagudo, y en la
historia del tribunal. Veamos qué pasó con Bartolomé de Monteagudo. Era
este natural de Ayamonte, en Andalucía, hijo de Andrés Martín, un alemán,
probablemente comerciante, que murió en Indias, y de Francisca de Monteagudo, que pertenecía a una familia de mercaderes levantinos asentados en
Ayamonte16. Cuando tenía 14 o 15 años, en torno a 1612, Bartolomé se trasladó a la cercana ciudad de Faro para servir al entonces obispo del Algarve don
Fernão Martins Mascarenhas. En 1616, este fue nombrado inquisidor general
de Portugal y al año siguiente Bartolomé de Monteagudo ingresaba en el Santo Oficio. De acuerdo con el memorial antes citado, Monteagudo habría recibido el cargo en el tribunal sin que se hubiesen realizado antes las pruebas de
limpieza de sangre. O bien se equivocó el autor o bien mintió deliberadamente,
porque sí fue hecha la información en Ayamonte y aprobada por el Conselho
Geral. A pesar de estas pruebas, en el citado memorial de 1623 se acusaba a
Monteagudo de descendiente de conversos por parte de su padre. Quizás por
ello, cuando murió su protector, el inquisidor general Mascarenhas, el Santo
Oficio ordenó realizar nuevas informaciones en Ayamonte. Y estas fueron
aprobadas, cosa poco común, por el Conselho Geral ante el nuevo inquisidor
general don Francisco de Castro. Probablemente intentaba taparse así la mancha que el memorial presentado ante Felipe IV había lanzado sobre el ministro
del Santo Oficio. Es decir, esta segunda información se hacía por haber sido
acusado de converso, no porque fuera extranjero17. De hecho, poco después
Monteagudo fue nombrado inquisidor del tribunal de Évora y permaneció en
Portugal, al servicio del Santo Oficio, durante la guerra de Restauración.
El proceso de imposición de la naturaleza como requisito para los ministros
y oficiales del Santo Oficio culminó en el Regimento de 1640, ordenado por el
————
15 ANTT, TSO, CG, Habilitações, maço 2, doc. 51 (Diego de Salazar). La diligencia está
incompleta, pues solo consta de los interrogatorios realizados por la Inquisición de Toledo referidos
al padre de Diego de Salazar. Por el contrario, no aparecen las indagaciones realizadas en Portugal
sobre su limpieza de sangre por vía materna.
16 El iberismo del nombre de Andrés Martín puede deberse a que adecuase su apellido original
germánico a la fonética española o a que, como sugiere el memorial de 1623, fuese descendiente de
portugueses.
17 En la requisitoria enviada por la Inquisición de Lisboa a la de Sevilla se justificaba este
nuevo pedido de información de la siguiente forma: «como não hé natural deste Reino, se não teve
tegora a certeza (que convém) da limpeza de seu sangue». ANTT, TSO, CG, Habilitações, maço 1,
doc. 14 (Bartolomeu de Monteagudo).
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698
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inquisidor general don Francisco de Castro y que, curiosamente, entró en vigor el
1 de diciembre de dicho año, el mismo día en que un grupo de nobles proclamaba la independencia de Portugal. En esta instrucción, en el apartado dedicado a
las cualidades de los ministros del tribunal, aparecía, en primer lugar y antes de
las consabidas de limpieza de sangre y sin infamia, la de ser oriundo de Portugal.
Evidentemente, esta disposición no hacía sino retomar las leyes del reino y
los capítulos de las cortes de Tomar de 1581 que prohibían la concesión de
oficios y beneficios a los no naturales. Ahora bien, establecer la distinción entre
naturales y extranjeros no era fácil y, por ello, el Santo Oficio decidió seguir los
mismos criterios que establecían las Ordenações Filipinas. Es decir, según el inquisidor João Álvares Soares, que escribió un comentario al Regimento de 1640,
debían considerarse naturales los nacidos en Portugal hijos de padres portugueses, los nacidos en el reino hijos de padres extranjeros que viviesen en él o los
nacidos fuera de las fronteras hijos de portugueses18. Junto a las Ordenações,
otras fuentes jurídicas de la nueva disposición del Regimento relativa a la naturaleza eran la Practica Lusitana de Manuel Mendes de Castro, las Decisiones de
Pereira y el De Patronatibus de Jorge de Cabedo19. Así, Cabedo mantenía que
los extranjeros no podían poseer beneficios eclesiásticos en Portugal e invocaba
en su auxilio una provisión de don Manuel del año 151220. Y, en el título dedicado a las cualidades que debía reunir cualquier juez, Manuel Mendes de Castro señalaba que la primera de ellas debía ser la naturaleza21.
En realidad, la obligación de naturaleza que aparece en el Regimento de
1640 parece tratarse de un requisito momentáneo y de circunstancia, motivado
por el contexto específico en que se encontraba Portugal, integrado en la Monarquía Hispánica, y por los constantes debates sobre la introducción de ministros españoles en el tribunal luso. Ello explica que, cuando la situación política
cambió, mudó también la percepción que el Santo Oficio tenía sobre la cuestión de la naturaleza de sus ministros. Así, en unos comentarios al Regimento de
1640 elaborados a principios del siglo XVIII y dirigidos al inquisidor general
don Nuno da Cunha, el autor —Francisco Carneiro de Figueiroa— afirmaba
que, a pesar de lo dispuesto por las leyes seculares, los inquisidores generales
podían nombrar a extranjeros para desempeñar cargos en el Santo Oficio22. De
————
18 ANTT, TSO, CG, liv. 123: Tribunale perfectum sive commentaria ad Regimen Sancti Officii regni
Portugaliae. Opere et labore Joannis Alvares Soares Ulyssiponensis Inquisitoris, n.º 53-58.
19 ANTT, TSO, CG, liv. 135: Cottas ao Regimento do S. Officio trasladadas do Regimento que foy do
Sr. Inquisidor D. Alexandre da Silva do Conselho Geral e Bispo de Elvas.
20 CABEDO, Jorge de, De patronatibus ecclesiarum regia coronae Regni Lusitaniae, Lisboa, Gregorio
Rodrigues, 1602, cap. 29.
21 CASTRO, Manuel Mendes de, Practica Lusitana omnibus utroque foro versantibus utilíssima &
necessária, Lisboa, Gregorio Rodrigues, 1619, libro 1, cap. 2, título 9.
22 «Poterit tamen inquisitor generalis exteros assumere ad officia Sancti Inquisitionis non
obstantibus legibus secularibus illos excludentibus ab omnibus officiis publicis», ANTT, TSO, CG,
liv. 345: Anotationes ad Regimen Sancti Officii Inquisitionis Regnorum Portugaliae. Tomus 1.
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LA CUESTIÓN DE LA NATURALEZA DE LOS MINISTROS DEL SANTO OFICIO PORTUGUÉS
699
hecho, en las nuevas reglas dictadas por el cardenal da Cunha en 1720 sobre el
modo de llevar a cabo las pruebas de limpieza de sangre no se refiería en ningún caso la obligación de la naturaleza23. Y este requisito desapareció en el
Regimento ordenado por el cardenal da Cunha en 1774. Es decir, de las cinco
instrucciones del tribunal (1552, 1570, 1613, 1640 y 1774), solo apareció,
precisamente, en la de 1640.
EXTRANJEROS AL SERVICIO DEL SANTO OFICIO PORTUGUÉS
Independientemente de lo que dispusiesen las normas, durante toda la historia del Santo Oficio ingresaron en el tribunal portugués numerosos extranjeros24. En 1764, el padre irlandés João Currim, que llevaba más de diez años
intentando ser nombrado comisario del Santo Oficio, consideraba que la demora se debía, probablemente, a que algunos de sus feligreses habrían declarado
en su contra y no a ser extranjero. Como él dijo:
«Este o motivo porque se julga embaraçado, poes não considera outro nem se
persuade que o seja o não ser o suplicante oriundo deste Reyno, por ser timbre e
grandeza delle o honrar em todo tempo aos estrangeiros que procurão alistarse
debaixo das bandeiras de tão clementissimos e fidelissimos monarcas»25.
No obstante, sí es cierto que la inmensa mayoría de los no naturales que integraron el tribunal ingresaron en él antes de la publicación del Regimento de
1640 —que establecía, como hemos dicho, el requisito de la naturaleza— o a
partir de la década de 1670, es decir, después ya de la Guerra de Restauración.
Así, durante la guerra, solo conocemos los casos de tres familiares extranjeros:
el español Francisco Díaz de Barros y el genovés Francisco Della Chiesa, nombrados familiares en 1642, y el francés Francisco André, que obtuvo la familiatura en 165126. El resto entraron en el Santo Oficio ya después de firmada la
paz con la Monarquía Hispánica en 1668.
Sin duda, el período en el que la Inquisición portuguesa contó con mayor
número de extranjeros fue el siglo XVIII. Ello se debe a varios motivos. En
————
23 ANTT, TSO, CG, liv. 35, fol. 139: Ordem de Sua Excelência a respeito de habilitandos (12 de
julio de 1720).
24 En este texto, hemos decidido mantener los nombres propios en portugués actual y escribir
correctamente en español, francés o inglés los apellidos. Una primera aproximación a los ministros y
oficiales extranjeros del Santo Oficio portugués fue realizada por BRAGA, Paulo Drumond,
«Estrangeiros ao serviço da Inquisição portuguesa», en: Estudos em homenagem a João Francisco
Marques, Porto, Faculdade de Letras da Universidade do Porto, 2001, vol. I, págs. 253-260.
25 ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 129, doc. 2002 (João Currim), fol. 21r: Petición del
pretendiente (sin fecha).
26 ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 6, doc. 256 (Francisco Dias de Bairros); mç. 7, doc.
290 (Francisco André). ANTT, TSO, IL, liv. 105, fols. 66r-66v.
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700
ANA ISABEL LÓPEZ-SALAZAR CODES
primer y principal lugar, la mayoría de los extranjeros que formaban parte del
Tribunal de la Fe eran familiares y el Setecientos fue la época de mayor crecimiento del número de familiaturas27. Además, en este siglo, la mayor parte de
los familiares pasaron a ser mercaderes y hombres de negocios, entre los cuales
había un porcentaje considerable de no naturales. Por ello, durante el XVIII
ingresaron en el Santo Oficio numerosos familiares nacidos fuera de Portugal y,
lo que es más interesantes aún, sin antepasados lusos. Es el caso, por ejemplo,
del ingeniero Pedro Vicente Vidal, natural de Valencia y cuyos padres y abuelos eran levantinos; del médico Martín Nicolás Gil, oriundo de Galicia, y del
también médico Mateo Juver, natural de Tortosa, cuyos ascendientes eran todos catalanes. En 1734, 1746 y 1754, respectivamente, Vidal, Gil y Juver obtuvieron las cartas de familiar del Santo Oficio portugués28. Y si Pedro Esteve y
Oriol, originario de Tortosa, no consiguió la familiatura no fue por no ser portugués, sino porque tenía una antepasada morisca y, por ese motivo, dos parientes suyos no habían superado las pruebas de limpieza de sangre realizadas
por el tribunal de Valencia en el siglo XVII29. Tampoco el problema que tuvo
José Bourgarel para ser familiar del Santo Oficio se debió a que era natural de
Marsella, hijo y nieto de franceses, sino a la falta de información sobre sus antepasados y los de su mujer30.
Además de estos familiares, también hubo algunos —pocos, es cierto—
comisarios del Santo Oficio extranjeros. En concreto, hemos conseguido encontrar tres españoles y dos irlandeses. En 1611, ingresaba en el Santo Oficio, como comisario en Río de Janeiro, Juan de Membrive, natural de Budía, en el
obispado de Sigüenza31. Los otros dos españoles que desempeñaron el oficio de
comisarios del tribunal portugués vivieron ya a finales del siglo XVII y en el
XVIII, eran extremeños y, además, tenían sangre lusa. Así, el abuelo de Pedro
Vivas de Carvajo, natural de Valencia de Alcántara (Cáceres), era portugués, de
Castelo da Vide. Y Francisco Tudela de Castilho y Costa, nacido en Alburquerque (Badajoz), era hijo de un portugués, natural de Abruñosa, y de una castella————
27 Según los datos proporcionados por José Veiga Torres, hasta el último cuarto del siglo XVII
el Santo Oficio concedía unas 330 familiaturas por decenio. Entre 1720 y 1770 ese número ascendió
hasta las 1.730. TORRES, José Veiga, «Da repressão religiosa para a promoção social. A Inquisição
como instância legitimadora da promoção social da burguesia mercantil», Revista Crítica de Ciências
Sociais, 40 (1994), pág. 130.
28 ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 22, doc. 438 (Pedro Vicente Vidal); mç. 4, doc. 85
(Martinho Nicolau Gil); mç. 4, doc. 57 (Mateus Juver).
29 ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 27, docs. 509-510 (Pedro Esteve y Oriol).
30 «… ele tem boa capacidade para a occupação de familiar do Santo Ofício, que pertende.
Como porem se não prove, como he necessário, a ascendencia do pertendente e de sua mulher a
respeito de seus avós paternos e maternos e dos paternos da dita sua mulher […] me parece que não
está em termos de se difirir a sua pertenção». ANTT, TSO, CG, liv. 35, fol. 39.
31 Juan de Membrive había viajado a las Indias en compañía de fray García de Santa María
Mendoza y Zúñiga, O.S.H., nombrado arzobispo de México en 1600.
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LA CUESTIÓN DE LA NATURALEZA DE LOS MINISTROS DEL SANTO OFICIO PORTUGUÉS
701
na32. Vivas de Carvajo y Tudela de Castilho fueron nombrados comisarios de
Abrantes y de Santo Estévão (Guarda) en 1684 y 1755, respectivamente33.
Como señaló Domínguez Ortiz hace años, los irlandeses que emigraban a
la Península Ibérica eran o militares o religiosos34. Por ello, no es de extrañar
que algunos de estos últimos terminaran ingresando en el Santo Oficio. Irlandeses eran los comisarios Hugo Maguire, nombrado en 1733, y João Currim,
en 1765. En ambos casos, se trataba de clérigos seculares formados en Teología
en las Universidades de Évora, el primero, y de Coimbra, el segundo. Hugo
Maguire era oriundo del condado de Galway o del de Fermanag y João Currim
procedía del de Wexford. Ahora bien, mientras Maguire era canónigo en la
catedral de Funchal, en Madeira, Currim solo era vicario en la iglesia de Alvorge, en el obispado de Coimbra35.
Lógicamente, también eran extranjeros algunos calificadores y revisores de
libros36. Que sepamos, hubo catorce calificadores no naturales pero seguramente debieron servir más de los que conocemos, porque algunos de los religiosos
que desempeñaron este oficio no llegaron nunca a tener provisión del inquisidor general ni a pasar una prueba de limpieza de sangre. Así, por ejemplo, en
1713, cuando fray Francisco Marim, irlandés, solicitó ingresar en el Santo Oficio, afirmó que ya había calificado varias veces conclusiones de Teología y Filosofía, y que el inquisidor de Coimbra Afonso Cabral Botelho le había encargado en algunas ocasiones negocios que competían a los calificadores37. Y Gabriel
Talbott, muchos años antes de obtener la provisión de calificador del Santo
————
32 El abuelo de Pedro Vivas de Carvajo era, como decimos, natural de Castelo da Vide.
Después de la incorporación de Portugal a la Monarquía Hispánica, en 1581, casó en Valencia de
Alcántara, donde llegó a ser regidor perpetuo. Por su parte, Pedro Vivas de Carvajo se trasladó a
Castelo da Vide cuando las tropas portuguesas tomaron Valencia de Alcántara en 1664. Allí
permaneció con su tío, João Vivas Barba, prior de la iglesia de Santiago, hasta que se trasladó a la
Universidad de Coimbra. Mientras, su padre, que era labrador, permaneció en Valencia donde
ostentó, además, la honra de regidor perpetuo. En Portugal, varios miembros de la familia de Pedro
Vivas de Carvajo habían seguido la carrera eclesiástica. Así, jesuitas eran su tío Lourenço Vivas y sus
primos Pedro de Sequeira, rector del colegio de la Compañía en Faro, y Gonçalo de Sequeira, rector
del colegio de Portalegre.
33 ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 105, doc. 1751 (Juan de Membrive); mç. 8, doc. 235
(Pedro Vivas de Carvajo); mç. 83, doc. 1437 (Francisco Tudela de Castilho).
34 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Los extranjeros en la vida española durante el siglo XVII y otros
artículos, Sevilla, Diputación Provincial, 1996, pág. 117.
35 ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 1, doc. 1 (Hugo Maguire); mç. 129, doc. 2002 (João
Currim).
36 Según Ana Catarina da Fonseca, solo hubo dos revisores extranjeros, Pedro Paulo Ferrer y
Carlos da Madre de Deus, lo que se debe a que esta autora circunscribe su estudio a los personajes
que ejercieron de censores de obras impresas. FONSECA, Ana Catarina Lopes da, O Censor Literário na
Época Moderna: o perfil do revedor de livros ao serviço do Santo Ofício (1580-1640), tesis de máster,
Lisboa, UNL, 2006, pág. 54.
37 ANTT, TSO, Habilitações, mç. 121, doc. 1819 (Francisco Marim), fol. 1r: Petición del
pretendiente.
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ANA ISABEL LÓPEZ-SALAZAR CODES
702
Oficio, censuraba por orden del tribunal los libros ingleses y franceses que entraban en Oporto38.
CUADRO 1: COMISARIOS EXTRANJEROS EN EL SANTO OFICIO PORTUGUÉS
Año de
ingreso
en el SO
Nombre
1611
Juan de
Membrive
1684
Pedro
Vivas de
Carvajo
1733
Hugo
Maguire
1755
Francisco
Tudela de
Castilho y
Costa
1765
João Currim
Nacimiento
España
Obispado de
Sigüenza
España
Obispado de
Badajoz
Irlanda
Condados de
Galway o de
Fermanag
Formación
académica
Ocupación eclesiástica
Desconocida
Desconocida.
Cánones
U. Coimbra
Vicario general de la ouvidoria de Abrantes
Teología
U. Évora
Canónigo en Funchal.
España
Obispado de
Badajoz
Desconocida
Prior de la iglesia de Nossa
Senhora da Consolação, en
Santo Estevão (Sortelha),
obispado de Guarda.
Irlanda
Condado de
Wexford
Teología.
U. Coimbra
Vicario en Algove, obispado de Coimbra.
Fuentes: ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 1, doc. 1 (Hugo Maguire); mç. 8, doc. 235 (Pedro Vivas de
Carvajo); mç. 83, doc. 1437 (Francisco Tudela de Castilho); mç. 105, doc. 1751 (Juan de Membrive), y
mç. 129, doc. 2002 (João Currim).
El único español que desempeñó el oficio de calificador del tribunal portugués fue el padre Pedro Paulo Ferrer, S.J., natural de Málaga, que ingresó en el
Santo Oficio en 159539. También eran jesuitas los italianos Carlos António
Casnedi y Alexandre Perié. El padre Casnedi era natural de Milán y calificador
del tribunal de Toledo, en España40. Y el padre Perié, natural de Turín y mo————
38 ANTT, TSO, Habilitações, mç. 3, doc. 25 (Gabriel Talbott), fol. 2r: Petición del
pretendiente.
39 Pedro Paulo Ferrer había estudiado latín en Málaga. Más tarde, pasó a la Universidad de
Baeza y opositó a la canonjía magistral de la catedral de Málaga. Después ingresó en la Compañía
de Jesús y se trasladó a Portugal, al colegio de Évora. ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 39, doc.
673 (Pedro Paulo Ferrer).
40 ANTT, TSO, CG, Habilitações, maço 1, doc. 16 (Carlos António Casnede). En la
habilitación declararon cuatro jesuitas, todos ellos portugueses, y el tribunal no preguntó sobre los
padres y abuelos del padre Casnede.
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LA CUESTIÓN DE LA NATURALEZA DE LOS MINISTROS DEL SANTO OFICIO PORTUGUÉS
703
rador en el colegio de la Compañía en Bahía, fue nombrado comisario del Santo Oficio en 1713. Franceses eran fray Constantino de Nantes, fray Aleixo Josselin y fray Francisco de Pontable, capuchinos procedentes de Bretaña, que
ingresaron en el Santo Oficio en 1676, 1695 y 1703, respectivamente.
Sin lugar a dudas, el grupo más numeroso de extranjeros que sirvieron como calificadores y censores del tribunal portugués fue el de los irlandeses. De
Irlanda procedían los franciscanos de la provincia de los Algarves fray Carlos da
Madre de Deus, que ingresó en 1620, y fray Francisco Marim, en 1714; los
dominicos fray Patrício de São Tomé y fray Pedro da Encarnação, nombrados
en 1676 y 1686, respectivamente; el agustino fray Domingos Daly, que ingresó en 1695, y el oratoniano Gabriel Talbott, que lo hizo en 1731.
Un caso especial es del de Federico Retz, religioso teatino natural de Dinamarca. Era hijo de Jorge Retz, caballero de la orden del Elefante, consejero
de Estado en Dinamarca y embajador del rey danés ante Felipe IV. Su abuelo
paterno, Federico Retz, había sido caballero de la orden del Elefante, senador
del reino y gobernador de Vordingborg. Y el materno, Nicolás Trolle, había
sido señor de Trolholm (Finlandia), caballero de la orden del Elefante y senador
del reino. En Madrid, mientras ejercía como embajador del rey danés, Jorge
Retz se convirtió al catolicismo junto con su mujer y sus hijos. Por ello, Cristian
V le privó del cargo y le confiscó sus bienes. A cambio, Carlos II hizo merced a
su viuda, Margarita Trolle, de una pensión de 2.000 cruzados, en 1677, y de
un título ducal en Nápoles, en 1678. Nada más convertirse al catolicismo, Federico Retz, un niño de once años, pasó a estudiar con los teatinos. Después
hizo el noviciado en Génova y de ahí pasó para Roma, donde fue secretario del
general de su orden. Cuando solicitó ingresar en el Santo Oficio, Retz contaba
ya con carta de naturaleza y estaba llevando a cabo un proceso de integración
en Portugal, donde también vivía su hermana41. Resulta muy interesante que
el Santo Oficio no considerase un impedimento el hecho de que Retz y sus antepasados hubieran sido luteranos. Según el tribunal de Lisboa, el danés era
«digno de favor por deixar a seita dos erros, em que seus país o havião criado
por seguir e abraçar nossa Santa Fee Catholica»42.
Como es lógico, algunos visitadores de naves también eran extranjeros. Es
el caso del padre Nicolau Astão, natural de Inglaterra, cuya prueba de limpieza
de sangre o no llegó a realizarse o se ha perdido43. Y, asimismo, eran forasteros
————
41 ANTT, Chancelaria de D. Pedro II, Doações, liv. 42, fol. 50 (Carta de naturalización) y liv.
46, fols. 300v-301r (Carta para poder desempeñar oficios en su religión).
42 ANTT, TSO, CG, Habilitações, maço 1, doc. 1 (Federico Retz). Sobre el título ducal en
Nápoles concedido a Margarita Trolle, vid. ÁLVAREZ-OSSORIO ALVARIÑO, Antonio, «De la
conservación a la desmembración. Las provincias italianas y la monarquía de España», Stvdia
Historica. Historia Moderna, 26 (2004), págs. 207-208.
43 Sobre los visitadores de naves, vid. DOMINGOS, Manuela, «Visitas do Santo Ofício às Naus
Estrangeiras. Regimentos e Quotidianos», Revista da Biblioteca Nacional, 2.ª série, vol. 8, n.º 1
(1993), págs. 117-129.
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ANA ISABEL LÓPEZ-SALAZAR CODES
los intérpretes del Santo Oficio, aunque, al igual que ocurre en el caso de los
calificadores, desconocemos su número exacto, pues había quien servía sin tener provisión del inquisidor general y, por lo tanto, sin haber pasado una prueba de limpieza de sangre. De hecho, solo contamos con las pruebas de limpieza
de sangre de cuatro intérpretes o línguas, si bien fueron muchos más los que
desempeñaron esta tarea44.
No obstante, durante el siglo XVIII —es decir, cuando más extranjeros ingresan en el Santo Oficio— no hubo, que sepamos, ningún diputado ni inquisidor nacido fuera de Portugal. Entre los oficiales de rango superior, solo tenemos noticia de Julião Cataldi, nacido en Italia y naturalizado en Portugal, que
fue nombrado notario del tribunal de Lisboa en 178845. Junto a él, los únicos
oficiales extranjeros del siglo XVIII —todos del tribunal de Lisboa— fueron
los españoles Martín Nicolás Gil y Juan Antonio Fernández y el francés João
Baptista dos Santos. Gil fue nombrado médico extra-numerario en 1762; Fernández fue designado oficial de la vara del meirinho en 1798, y Santos obtuvo el
oficio de cirujano en 181646. No obstante, João Baptista dos Santos no era,
propiamente, un extranjero porque aunque había nacido en Chatillon, en Francia, era hijo de un portugués y de una francesa y había casado en Lisboa, también con una natural. Ahora bien, fue necesario que el inquisidor general estableciese como «patria común» la ciudad de Lisboa para realizar allí las pruebas
de limpieza que deberían hacerse en Francia47.
UN CASO ESPECIAL: LAS PRUEBAS DE LIMPIEZA DE SANGRE DE LOS ESPAÑOLES
Que sepamos, hubo al menos un inquisidor —Bartolomé de Monteagudo—,
dos diputados —Alfonso Coloma y Diego de Salazar—, tres comisarios —Juan de
Membrive, Pedro Vivas de Carvajo y Francisco Tudela de Castilho—, un calificador —Pedro Paulo Ferrer— y en torno a 60 familiares nacidos en España48. De
————
44 Tenemos la prueba de limpieza de sangre de Cláudio Monteiro y de su hijo João Monteiro,
ambos cónsules franceses en Aveiro, que desempeñaron el oficio de intérpretes y que obtuvieron
cartas de familiares del Santo Oficio en 1655 y 1671, respectivamente. ANTT, TSO, CG,
Habilitações, mç. 1, doc. 1 (Cláudio Monteiro); mç. 11, doc. 343 (João Monteiro).
45 ANTT, TSO, IL, liv. 122, fols. 258v: Provisión de don Inácio de São Caetano, inquisidor
general, del 28 de abril de 1788. Julião Cataldi había sido naturalizado por decreto de la reina doña
Maria I del 27 de marzo de 1788.
46 ANTT, TSO, IL, mç. 68, n. 37: Requerimento do doutor Martinho Nicolau Gil, familiar do
Santo Ofício, a solicitar o lugar de médico extranumerário dos cárceres da Inquisição de Lisboa (1762). La
provisión de Martín Nicolás Gil es del 9 de noviembre de 1762. ANTT, TSO, CG, Habilitações,
mç. 174, doc. 1538 (João António Fernandes). ANTT, TSO, IL, liv. 124, fol. 6v: Provisión de João
Baptista dos Santos como cirujano del tribunal de Lisboa (11 de octubre de 1816).
47 ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 174, doc. 1544 (João Baptista dos Santos).
48 No hemos considerado castellano al inquisidor Sebastião de Matos de Noronha porque,
aunque nació en Madrid, era hijo de los portugueses Rui de Matos de Noronha, del Consejo de
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LA CUESTIÓN DE LA NATURALEZA DE LOS MINISTROS DEL SANTO OFICIO PORTUGUÉS
705
hecho, la mayor parte de los familiares del Santo Oficio nacidos fuera de Portugal eran españoles y entre estos predominaban, como es lógico, los gallegos
(casi el 80%).
CUADRO 2: FAMILIARES ESPAÑOLES DEL SANTO OFICIO PORTUGUÉS
Año
1612
1620
1620
1628
1683
1691
1714
1717
1718
1732
1734
Nombre
Hernando de
Espina
Domingo
Lago
Origen
Profesión
Año
Castilla
-
1757
Galicia
Piloto
1759
Andalucía
Capitán de
navíos
1761
Galicia
-
1761
Galicia
Criado
1762
Antonio
Cortés
Bermen
Juan
Garfias
Torres
Andalucía
Orfebre
1762
Andalucía
Juez
1763
Antonio
Meylán
Galicia
Mercader
1763
Diego
Márquez
de Prado
José Alves
de Brito
Pedro
Vicente
Vidal
Extremadura
Capitán de
caballos
1765
Galicia
Orfebre
1766
Valencia
Ingeniero
1767
Pedro de
Ovando
Pedro
González
Bacelar
Diego
Vázquez
Nombre
Pedro
Telmo
Lima
Esteban
Rodríguez
Álvarez
Juan
Henríquez
Simón de
Silva
Falcón
Lorenzo
Fernández
Crespo
Martín
Nicolás
Gil
Anselmo
Antonio
Blanco
Antonio
Rodríguez
Francisco
Antonio
Suarez de
Castro
Felipe de
los Santos
Juan
Antonio
Estévez
Origen
Profesión
Galicia
Mercader
Galicia
Sargento
mayor
Galicia
Hombre
de negocios
Galicia
Orfebre
Galicia
Hombre
de negocios
Galicia
Médico
Galicia
Mercader
de vinos
Hombre
de negocios. Mercader de
madera.
Hombre
de negocios
Hombre de
negocios
Hombre
de negocios
Galicia
Galicia
Galicia
Galicia
————
Portugal, y doña Filipa Cardosa. Tampoco hemos contado entre los familiares extranjeros a Miguel
Soares de Vasconcelos Brito de Almeida, Pedro Soares de Melo, Diogo de Mendonça Corte Real y
Joaquim Eugénio de Lucena Almeida e Noronha, nacidos en Castilla, porque eran hijos de
portugueses. Asimismo era portugués José Ribeiro de Andrade porque, aunque nacido en Vigo, sus
padres procedían ambos del arzobispado de Braga.
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ANA ISABEL LÓPEZ-SALAZAR CODES
706
Año
Nombre
Origen
1740
Alberto
de Abreu
Galicia
1741
José Domínguez
Galicia
1741
Simón
Rodríguez
Tomás
José Ramaza
Francisco
de los
Santos de
Abreu
Profesión
Hombre de
negocios y
comisario
de la carrera de Bahía
Comisario
de la carrera de Maranhão
Año
Nombre
Origen
Profesión
1767
Joaquín
Giesteira
Pazos
Galicia
Hombre
de negocios
1767
José
Francisco
Blanco
Galicia
Hombre
de negocios
Galicia
Mercader
Vicente
Preto
Guedes
Juan
Francisco
Galicia
Fundidor
1768
Galicia
Hombre
de negocios
1769
Galicia
Hombre
de negocios
1769
Simón de
Araujo
Galicia
1746
Antonio
González
Prego
Galicia
Comisario
de la carrera de Maranhão
1770
Benito
Fernández Lima
Galicia
Vive de su
hacienda
1746
Mateo
Juver
Cataluña
Médico
1771
Manuel
Díaz
Galicia
Hombre
de negocios
1747
Bartolomé
Manuel
Silvestre
de Araña
Andalucía
León
Piloto
1748
Domingo
Vaz
Galicia
Hombre
de negocios
Francisco
Vázquez
Antonio
de Sousa
Lima
Gregorio
Núñez
Galicia
Cirujano
Jerónimo
Francisco
de Molina
Juan
Antonio
Rodríguez
Andalucía
1743
1744
1748
1749
1749
1753
1754
Juan de
la Silva
Ledo
Jacinto
Araujo
Ramallo
Raimundo de
Freixas
Juan
Antonio
de Acuña
Juan
González
Rebelo
Galicia
Galicia
Picador
Mercader
y hombre
de negocios
Hombre
de negocios
Galicia
Mercader
Cataluña
Hombre
de negocios
Hombre
de negocios
Hombre
de negocios
Andalucía
Galicia
1772
1772
1773
1775
1783
1783
1784
Pedro
González
San Román
Francisco
de Silva
Pumar
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Galicia
Galicia
Galicia
Galicia
Hombre
de negocios
Hombre
de negocios y
comisario
de trigos
Mercader y
hombre de
negocios
Hombre
de negocios
Fabricante
de galones
Hombre
de negocios
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Año
1754
Nombre
Juan
Pinto
González
Origen
Profesión
Año
Nombre
Origen
León
Boticario
1788
Agustín
Alonso
Galicia
1756
Blas
Lorenzo
Galicia
1757
Antonio
Fernández Porto
Galicia
1757
Francisco
Crespo
Galicia
Hombre
de negocios
Hombre
de negocios
Hombre
de negocios
1789
1795
Benito
González
Aires
Bernardo
de la
Villa
707
Profesión
Cabo de la
guardia
real
Galicia
Mercader
de tienda
Galicia
Hombre
de negocios
Fuentes: ANTT, TSO, IL, liv. 104-123; IE, liv. 148, 149, 151; IC, liv. 252, 253, 259, 261.
ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 2, doc. 107 (Hernando); mç. 2, doc. 51 (Domingo); mç. 1, doc. 28
(Pedro); mç. 5, doc. 143 (Diogo); mç. 33, doc. 841 (António); mç. 51, doc. 988 (João); mç. 61, doc.
1246 (António); mç. 13, doc. 274 (Diogo); mç. 36, doc. 579 (José); mç. 22, doc. 438 (Pedro); mç. 1,
doc. 10 (Alberto); mç. 46, doc. 737 (José); mç. 8, doc. 138 (Simão); mç. 63, doc. 1217 (Francisco); mç.
4, doc. 57 (Mateus); mç. 5, doc. 90 (Bartolomeu); mç. 36, doc. 637 (Domingos); mç. 88, doc, 1528
(João); mç. 4, doc. 52 (Jacinto); mç. 1, doc. 4 (Raimundo); mç. 101, doc. 1681 (João); mç. 103, doc,
1712 (João); mç. 5, doc, 62 (Brás); mç. 131, doc. 2202 (António); mç. 86, doc. 1475 (Francisco); mç. 30,
doc, 547 (Pedro); mç. 5, doc, 68 (Estévão); mç. 10, doc, 162 (Simão); mç. 4, doc, 85 (Martinho); mç. 1,
doc, 14 (Anselmo); mç. 150, doc, 2401 (António); mç. 98, doc, 1611 (Francisco); mç. 134, doc, 2060
(João); mç. 11, doc, 140 (Joaquim); mç. 108, doc, 2509 (José); mç. 7, doc. 102 (Vicente); mç. 139, doc,
2121 (João); mç. 11, doc, 168 (Simão); mç. 15, doc, 211 (Bento); mç. 223, doc. 1331 (Manuel); mç. 36,
doc, 619 (Pedro); mç. 116, doc, 1754 (Francisco); mç. 120, doc, 1798 (Francisco); mç. 188, doc, 2778
(António); mç. 5, doc, 73 (Gregório); mç. 13, doc, 191 (Jerónimo); mç. 162, doc, 1346 (João); mç. 7,
doc, 103; mç. 17, doc, 235 (Bento); mç. 15, doc. 505 (Bernardo).
En estos casos, los interrogatorios sobre la limpieza de sangre de los pretendientes a familiares fueron realizados por parte de los diferentes tribunales
de distrito del Santo Oficio español en las zonas de donde eran originarios ellos
y sus padres. Así, cuando un español solicitaba ingresar en el Santo Oficio luso,
el tribunal de distrito portugués —Lisboa, Coimbra o Évora— enviaba una
carta requisitoria al tribunal de distrito español correspondiente. No obstante,
hubo casos en los que los inquisidores portugueses se equivocaron de tribunal.
Así, en 1594, los inquisidores de Lisboa pidieron a los de Sevilla que ordenasen
realizar la prueba de limpieza de sangre de Pedro Paulo Ferrer en Málaga que,
sin embargo, pertenecía al distrito de Granada. Y en 1745, el tribunal de Lisboa pidió al de Barcelona que hiciese los interrogatorios sobre Mateo Juver en
Tortosa que, en realidad, pertenecía al distrito de la inquisición de Valencia49.
Como es evidente, durante la Guerra de Restauración se limitaron —aunque
no llegaron a interrumpirse— las relaciones entre los tribunales de la Inquisición
————
49 ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 39, doc. 673 (Pedro Paulo Ferrer); mç. 4, doc. 57
(Mateus Juver).
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ANA ISABEL LÓPEZ-SALAZAR CODES
de España y Portugal. Por ello, las pruebas de Francisco Díaz de Barros, que
tenía un abuelo gallego, tuvieron que hacerse en Lisboa50. El diputado del Conselho Geral que examinó su proceso aclaró:
«me parece que esta habilitado para poder servir o Santo Officio sem
embargo de se não fazer diligencias na terra dos avos maternos por quanto não he
posivel por serem de Galisa e gente muito ordinaria que provavelmente não
tiveram mistura com gente da nação»51.
Hubo un caso en el que el Santo Oficio portugués intentó que sus propios
comisarios realizasen en España la información sobre la limpieza de sangre del
pretendiente a una familiatura. En la carta requisitoria que los inquisidores de
Lisboa enviaron a los de Évora para que ordenasen a un comisario realizar la
información sobre Pedro Vivas de Carvajo, no se establecía diferencia alguna
entre las villas de Valencia de Alcántara, en España, y de Castelo da Vide, en
Portugal52. Sin embargo, los inquisidores de Évora solo ordenaron al comisario
de Castelo da Vide que indagase en esta villa. Por ello, dos meses después de la
requisitoria anterior, el tribunal de Lisboa tuvo que enviar otra, esta vez dirigida a los inquisidores de Llerena, en cuyo distrito se encontraba la villa de Valencia de Alcántara.
LOS EXTRANJEROS NO PENINSULARES Y LA CUESTIÓN DE LA «PATRIA COMÚN»
A diferencia de lo que ocurría con los españoles que deseaban ingresar en el
Santo Oficio portugués, cuyas informaciones de limpieza de sangre eran realizadas por el tribunal de distrito correspondiente, las indagaciones sobre el resto
de extranjeros tenían que hacerse necesariamente en Portugal. En esos casos, la
Inquisición recurría, sobre todo, a testigos procedentes de los mismos países
que el pretendiente, para averiguar su limpieza y legitimidad, y a religiosos de
sus conventos, a fin de conocer su vida y costumbres.
Un aspecto muy interesante de las habilitaciones de los extranjeros es la
cuestión de la «patria común». Normalmente, las diligencias de los no natura————
50 Francisco Díaz de Barros era natural de Galicia. Su madre, los abuelos paternos y la abuela
materna eran de Lisboa y su padre y el abuelo materno de Galicia.
51 Voto de Francisco Cardoso de Torneo del 21 de septiembre de 1642. Sin embargo, al año
siguiente el Conselho Geral decidió quitar a Francisco Díaz de Barros la carta de familiar del Santo
Oficio porque había casado con una mujer que tenía sangre conversa. ANTT, TSO, CG,
Habilitações, mç. 6, doc. 256 (Francisco Dias de Bairros).
52 «e logo nas ditas villas de Valença de Alcantara e Castello de Vide e parte que parecer mais
accomodada para esta diligencia se fazer como convem, [o comissário] mandara vir perante si athe treze
ou quatorze testemunhas ao todo, sette ou oito em Valença e em Castello de Vide cinco ou seis,
pessoas antigas, christãas velhas legaes e fidedignas que tenhão rezão de bem conhecer as atrazas
nomeadas». ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 8, doc. 235, fls. 8r-10r (Pedro Vivas de Carvalho).
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LA CUESTIÓN DE LA NATURALEZA DE LOS MINISTROS DEL SANTO OFICIO PORTUGUÉS
709
les se realizaban en Lisboa, considerada patria común de todos a semejanza de
Roma, la patria de cualquier ciudadano del Imperio53. Sin duda, el mayor número de extranjeros residentes en Portugal se concentraba en la ciudad del
Tajo. Además, allí existían varios conventos y hospitales de extranjeros, donde
la Inquisición podía encontrar testigos procedentes de las mismas regiones que
los pretendientes a ingresar en el Santo Oficio. Entre estas instituciones religiosas destacaban el convento de la Porciúncula, de capuchinos franceses, el de
Nuestra Señora del Rosario, de dominicos irlandeses, y el del Bom Sucesso, de
dominicas de Irlanda.
El convento de Nossa Senhora do Rosário, también llamado colegio del Corpo
Santo o de Corte Real, porque se encontraba próximo al palacio de los Moura, pertenecía a los dominicos irlandeses. Fue fundado en 1659 por la reina doña Luisa de
Guzmán, a petición del dominico irlandés fray Domingos do Rosário54. En este
colegio eran profesores fray Patrício de São Tomé y fray Pedro da Encarnação,
ambos naturales del puerto de Dingle, que ingresaron en el Santo Oficio como
calificadores en 1676 y 1686, respectivamente. Además, buena parte de los testigos de las habilitaciones de los irlandeses que sirvieron al Santo Oficio como comisarios y calificadores eran también religiosos de este convento55. Asimismo, hubo
un testigo que era confesor de las religiosas del Bom Sucesso de Lisboa, un convento
de dominicas irlandesas fundado también por fray Domingos do Rosário56.
Por su parte, el convento de Nossa Senhora dos Anjos da Porciúncula había sido fundado en 1648 por fray Cirilo de Mayenne, capuchino francés de la pro————
53 Del mismo modo, los flamencos que deseaban ingresar en las Órdenes Militares españolas
pedían que sus informaciones se hicieran en Madrid, por ser también «patria común». Vid.
GLESENER, Thomas, «Poder y sociabilidad: las élites flamencas en España a través de los expedientes
de las Órdenes Militares (siglo XVIII)» en: CRESPO SOLANA, Ana y HERRERO SÁNCHEZ, Manuel,
España y las 17 provincias de los Países Bajos. Una revisión historiográfica (XVI-XVIII), Córdoba,
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Córdoba, 2002, vol, 1, págs. 169-188.
54 SANTA CATARINA, Fr. Lucas de, História de S. Domingos particular do reino e conquistas de
Portugal, Cuarta Parte, Porto, Lello & Irmão, 1977 [1767], págs. 1176 y ss. Sobre este convento,
vid. SANTOS, João Bernardo dos, Convento dos Dominicanos Irlandeses do Corpo Santo, Lisboa, 1960.
55 En las habilitaciones de los irlandeses que deseaban servir al Santo Oficio como comisarios y
calificadores, declararon los siguientes dominicos irlandeses del colegio de Nuestra Señora del
Rosario: Fr. Lourenço Barry y Fr. Pedro da Encarnação, en 1676; Fr. Lourenço Barry, Fr. António
do Rosário, Fr. Luís do Rosário, Fr. Domingos O´Sullivan y Fr. João de São Tomé, en 1686; Fr.
António do Rosário, Fr. Guillermo O´Droyer, Fr. João O´Farrell, Fr. Duarte Fern, Fr. Pedro
MacLean y Fr. Guillerme Elligott, en 1695; Fr. Humberto de Burgo, Fr. Bernardo Brullaughan, Fr.
Tomé MacHugo, Fr. João Mauricio de São Tomé, Fr. Martinho de Burgo, Fr. Domingos de São
Tomé y Fr. Patrício de São Tomé, en 1733. Por su parte, otro fray Domingos de São Tomé, que
también declaró en 1733, vivía en el convento de religiosas domincas irlandesas. ANTT, TSO, CG,
Habilitações, mç. 1, doc. 16 (Patrício de São Tomé); mç. 2, doc. 69 (Pedro da Encarnação); mç. 50,
doc. 821 (Domingos Daly); mç. 1, doc. 1 (Hugo Maguire).
56 Se trata de fray Domingos de São Tomé, que declaró en 1733 en la prueba de limpieza de
sangre de Hugo Maguire. Sobre el monasterio del Bom Sucesso, vid. SANTA CATARINA, Fr. Lucas de,
História de S. Domingos, Cuarta Parte, págs. 1182 y ss.
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vincia de Bretaña, como base para las misiones en Ultramar57. Por ello, no es
casualidad que los tres franceses que ingresaron en el Santo Oficio como calificadores entre 1676 y 1703 perteneciesen a la orden de los franciscanos capuchinos, procediesen de Bretaña y viviesen en este convento de la Porciúncula.
Además, al igual que ocurrió con los irlandeses, en sus pruebas de limpieza de
sangre declararon como testigos, principalmente, otros capuchinos bretones del
mismo convento58.
Aunque, como decimos, la mayor parte de las pruebas de limpieza tuvieron
lugar en Lisboa, hubo tres casos, todos de irlandeses, en los que los interrogatorios se realizaron fuera de la capital. Fray Francisco Marim, irlandés, vivía en el
convento de San Francisco de Évora, donde era profesor de Teología. Los interrogatorios se hicieron en esta ciudad y en ellos declararon tanto irlandeses, para
probar su limpieza de sangre, como teólogos, para averiguar su capacidad para
desempeñar el oficio de calificador59. Por su parte, las informaciones sobre Gabriel Talbott y João Currim se realizaron en Oporto, en 1731 y 1765, respectivamente. Gracias a ellas podemos saber que, en el siglo XVIII, en Oporto existía una notable comunidad irlandesa, casi toda radicada en la parroquia de San
Nicolás e integrada, en su mayoría, por hombres de negocios60.
————
57 ALMEIDA, Fortunato de, História da Igreja em Portugal, vol. II, Lisboa-Porto, Livraria
Civilização, 1968, pág. 188.
58 Capuchinos franceses residentes en el convento de la Porciúncula de Lisboa eran: Fr.
Hilarião de Saint-Malo, Fr. Cláudio de Vitre y Fr. Paulino de Renaz, que declararon como testigos
en 1676; Fr. Aleixo de Dinam, Fr. Constantino de Nantes, Fr. Paulino de Rennes, Fr. Pacífico de
Rennes y Fr. Henrique de Chateaubriant, en 1695; Fr. Aleixo de S. Francisco, Fr. Inácio de
Quimper, Fr. Plácido de Lannion, Fr. Henrique de Châteaubriant, en 1703. En 1676, en la
habilitación de fray Constantino de Nantes, declararon, además de los capuchinos, otros dos
franceses: Bertrand Colonel, mercader, y Ferdinand de La Guérinière, que vivía de su hacienda.
ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 2, doc. 20 (Constantino de Nantes); mç. 1, doc. 16 (Aleixo
Josselin); mç. 121, doc. 1815 (Francisco de Pontable).
59 Irlandeses eran el sargento mayor João Hogan y los padres Tomás Tabin, Diogo Daly y
Guilherme Russell. Por su parte, los profesores de Teología eran fray Manuel do Horto, OFM; Fr.
Bernardino de São Bento, OFM; fray José do Espíritu Santo, OSA; fray Custódio do Rosário, OP, y fray
Domingos de Amorim, OP. ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 121, doc. 1819 (Francisco Marim).
60 En 1731, declaron en las informaciones extrajudicial y judicial sobre Gabriel Talbott los
siguientes irlandeses residentes en Oporto: Pedro Arcediago, hombre de negocios; Diogo Archer,
hombre de negocios; Ricardo Juane; Nicolau Martin, hombre de negocios; João Commefort,
hombre de negocios; el doctor João Baptista Tolle; Paulo Bronock; Diogo White, hombre de
negocios; Margarida Aycroard; Maria Pausson; Margarida Rita; Alicia Archriago; Pedro Jack y su
mujer; João Hughes, su mujer e hija; Marcos Bodden; Jorge Commefort, hombre de negocios;
Marcos Rodkin, hombre de negocios; Ricardo Vid, hombre de negocios; el doctor Pedro Brown;
Tomas Reilly; Daniel McGrath, hombre de negocios, y Daniel MacGraw, sastre. En 1764, en las
informaciones extrajudicial y judicial sobre el padre João Currim, declararon los siguientes
irlandeses también residentes en Oporto: el padre João Busler, de la congregación de San Felipe
Neri; fray Francisco Reilly, OFM; Henrique Verna, hombre de negocios; fray Henrique Dillon,
OSA; el doctor Simão Goold, médico; Carlos McCarthy, sargento mayor del regimiento de
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LA CUESTIÓN DE LA NATURALEZA DE LOS MINISTROS DEL SANTO OFICIO PORTUGUÉS
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Mayores problemas planteaba comprobar la limpieza de sangre del padre
Federico Retz, teatino natural de Dinamarca, debido a la escasez de católicos
daneses que pudieran declarar ante el Santo Oficio. De hecho, la Inquisición
solo pudo contar con el testimonio del propio cónsul de Dinamarca en Lisboa
que, curiosamente, era católico. De modo que en la prueba de limpieza de Retz
testificaron cuatro religiosos teatinos, que —claro está— no conocían a su familia. Por ello, el inquisidor general tuvo que dispensar la falta de noticias sobre sus antepasados61.
Antes de concluir este apartado, debemos preguntarnos hasta qué punto
era útil recurrir a testigos naturales de los mismos reinos o provincias que los
pretendientes a ingresar en el Santo Oficio. Es decir, cabe la duda de que, ante
la imposibilidad de contar con informantes de las mismas ciudades que los
habilitandos, los declarantes extranjeros no proporcionasen mayor información
que la que hubiera podido prestar un portugués. Veamos, por ejemplo, el caso
de los tres franceses que ejercieron de calificadores del Santo Oficio. En sus
pruebas de limpieza de sangre, el Santo Oficio no se limitó a preguntar a testigos galos, sino que llamó, en todos los casos, a personas procedentes de Bretaña, de donde eran los habilitandos. Pero, mientras que quienes declararon en la
prueba de Constantino de Nantes, en 1676, conocían o, al menos, tenían noticia de sus padres, abuelos o tíos, en la habilitación de Aleixo Josselin ningún
informante había conocido ni a sus padres ni a sus abuelos. En algunos casos,
los testigos coterráneos del pretendiente lo habían conocido ya en Portugal y,
por ello, declaraban lo que habían oído decir a otros. Así, por ejemplo, todas
las personas que testificaron en la prueba de limpieza de Gabriel Talbott eran
irlandeses pero le habían conocido ya en Portugal.
En algunos casos, cuando el Santo Oficio no conseguía encontrar a ningún
testigo que informase sobre la familia del pretendiente, el inquisidor general
podía dispensar esta falta. Así hizo, en 1700, fray João de Lencastre para que
Federico Retz pudiese ingresar en el Santo Oficio. Y en 1713, el diputado del
Conselho Geral que estudió la prueba de limpieza de sangre de Alexandre Perié,
————
Braganza; Tomás Delany, maestro de lengua griega; Roque Arcediago, hombre de negocios;
Nicolau Martin, hombre de negocios; Diogo Archbold, hombre de negocios; Leonor Delany; Maria
Molloy, mujer del tendero Duarte Molloy; Margaret Casey, viuda del zapatero Bartolomeu Casey;
Lucy Mitchell, mujer del capitán Isaac Milchel, y Brigit O´Dwyer, viuda del hombre de negocios
Diego O´Dwyer. Como podemos ver, la comunidad irlandesa de Oporto era, en el segundo tercio
del siglo XVIII, bastante numerosa y en ella destacaban, sobre todo, los hombres de negocios. Por
el contrario, cien años antes, no había, que se sepa, ningún comerciante irlandés establecido en
Oporto. SILVA, Francisco Ribeiro da, O Porto e o seu termo (1580-1640). Os homens, as instituições e o
poder, Porto, Arquivo Histórico – Câmara Municipal do Porto, 1988, vol. I, págs. 337-338. ANTT,
TSO, CG, Habilitações, mç. 3, doc. 25, fols. 4r-4v y 12r-29v (Gabriel Talbott); mç. 129, doc.
2002, fls. 4r-5v y 30r-53r (João Currim).
61 El padre Federico Retz y los teatinos que declararon en su prueba de limpieza de sangre
vivían todos en la casa de Nossa Senhora da Divina Providência, la única que poseían los Clérigos
Regulares en Portugal. ANTT, TSO, CG, Habilitações, maço 1, doc. 1 (Federico Retz).
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natural de Turín y morador en el colegio de los jesuitas de Bahía, no se olvió de
señalar que «não consta de quem he filho e neto; nem as testemunhas são de
sua pátria onde se não fés diligência», por lo que fue necesario una dispensa del
cardenal da Cunha, inquisidor general62.
En las habilitaciones de los extranjeros no peninsulares encontramos algunos argumentos utilizados de forma recurrente por los testigos para probar la
limpieza de los pretendientes. Por ejemplo, los irlandeses afirmaban frecuentemente que en su país no había judíos y que ninguna familia irlandesa toleraría mezclarse con herejes anglicanos63. El caso de los capuchinos franceses resulta especialmente interesante porque, según decían, antes de entrar en su orden
habían pasado una prueba de limpieza para demostrar que no tenían antepasados herejes. De hecho, este era, mucho más que la cuestión de la sangre judía,
el aspecto capital de las pruebas realizadas a los extranjeros. Así, por ejemplo, a
finales del siglo XVII, en la habilitación de fray Aleixo Josselin, uno de los testigos, el también capuchino fray Pacífico de Nantes, declaró que en su orden
había una constitución que prohibía admitir a personas cuyos padres y abuelos
hubieran sido herejes64. Y el mismo fray Aleixo, cuando solicitó ingresar en el
Santo Oficio, presentó tres certificados para probar su nobleza y limpieza de
sangre. Se trataba de una fe de la corporación municipal, otra del párroco de la
iglesia mayor de su ciudad y una última del prior del convento de capuchinos
de Josselin, en Bretaña. En este último documento, el prior del convento aseguraba que, antes de ingresar en la orden, se habían realizado informaciones
sobre fray Aleixo y por ellas había quedado demostrado que «seus pays e maiores forão dos nobres cidadões della sem se desviarem da fee católica»65.
Cuando el pretendiente ya había servido en otro tribunal inquisitorial —ya
fuera la Inquisición española, ya la romana— el Santo Oficio portugués aceptaba su limpieza de sangre y se limitaba a comprobar su identidad. Así ocurrió
en el caso de Carlos António Casnedi, que era calificador del tribunal de Tole————
ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 2, doc. 23 (Alexandre Perie). En la habilitación
declararon solo cuatro testigos, todos ellos portugueses y miembros de la Compañía de Jesús, que
habían conocido al padre Alexandre Perié en el colegio de Bahía.
63 Así, fray Patrício de São Paulo declaró que los padres y abuelos de fray Patrício de São
Tomé «sempre forão católicos romanos sem do contrario haver fama ou rumor e se a houvera ainda
de cem annos a esta parte havia elle testemunha de ter noticia por quanto são notados de infamia
entre os católicos aquelles que tiverão algum avó herege». ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 1,
doc. 16 (Patrício de São Tomé).
64 En las constituciones de los Frailes Menores Capuchinos de 1643 se ordenaba «que viniendo
alguno a pedir el Abito, los Padres Ministros Provinciales diligentemente se informen de su
naturaleza, calidades, y costumbres […] Que sean Católicos, y firmemente crean todo aquello que
cree, y tiene la Santa Romana Iglesia. Y quien huviere sido herege, ò infiel, no sea recibido».
Constituciones de los Frailes Menores Capuchinos de San Francisco, aprobadas y confirmadas por nuestro muy
Santo Padre el Papa Urbano VIII traducidas de lengua italiana en castellano, Madrid, Carlos Sánchez,
1944, pág. 4.
65 ANTT, TSO, CG, Habilitações, mç. 1, doc. 16, fols. 4r-4v (Aleixo Josselin).
62
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do. Cuando este solicitó ingresar en el tribunal portugués, el Conselho Geral no
realizó pruebas de limpieza porque dio por buenas las que se habían hecho en
España y se dedicó, simplemente, a comprobar la identidad del pretendiente.
Este hecho resulta especialmente interesante si tenemos en cuenta que la Inquisición no aceptaba las habilitaciones realizadas por otras instituciones lusas.
Sin lugar a dudas, el caso más espectacular de un extrajero que formó parte
del Santo Oficio portugués es el de Francisco André. Este mercader francés era
natural de Aviñón, ciudad que pertenecía a los Estados Pontificios. Allí había
ingresado en la cofradía de los Crucesignati en 1645. Más tarde, se trasladó a
vivir a Lisboa, donde casó con una portuguesa. Una vez aquí, André pidió al
inquisidor general don Francisco de Castro que le concediese carta de familiar
del Santo Oficio portugués, pues ya lo era de la Inquisición papal66. El francés
presentó al Conselho Geral su provisión, firmada por el dominico que ejercía de
inquisidor en la ciudad de Avión. El Santo Oficio portugués consideró válida la
provisión del inquisidor dominico. Por ello, el tribunal de Lisboa se limitó a
preguntar testigos que confirmasen no la limpieza de sangre sino la propia
identidad de Francisco André. Se trataba, únicamente, de averiguar si él era el
mismo que aparecía en la carta de crucesegnati67.
CONCLUSIÓN
En 1655, un tal Etienne Farin, mercader francés que vivía en Oporto, presentó una curiosa petición al Santo Oficio. Deseaba que el tribunal lo nombrase
traductor o língua de las visitas a los navíos franceses que llegaban a la ciudad
del Duero. Pero como el comisario encargado por el Santo Oficio de llevar a
cabo su prueba de limpieza de sangre no encontró ningún francés que pudiese
declarar sobre el pretendiente y su familia, Etienne Farin propuso que la Inquisición se informase en el propio París y se comprometió a sufragar los gastos
que tan costosa diligencia pudiese ocasionar68. El deseo de este francés de ingresar en el Tribunal de la Fe fue compartido por muchos otros extranjeros
durante los tres siglos de existencia de la institución. Integrar el Santo Oficio
proporcionaba ventajas fiscales y procesales pero en Portugal servía, sobre todo,
para demostrar públicamente la limpieza de sangre y, conforme avanzó el siglo
XVII y durante el XVIII, el ascenso social. Además, en el caso de los extranje————
«por o treslado authentico da provisão que offerece foi criado familiar do Sancto Officio da
dita cidade d´Avinhão, e porque quer usar tambem do ditto officio nesta cidade e ser admetido ao
numero dos familiares della». TSO, CG, Habilitações, mç. 7, doc. 290 (Francisco André). ANTT,
TSO, IL, liv. 105, fol. 97v.
67 Al mismo tiempo, el tribunal realizó las pruebas de limpieza de sangre de la mujer de
André, que era portuguesa.
68 Evidentemente, el Conselho Geral no aceptó este arbitrio. ANTT, TSO, Habilitações, mç. 1,
doc. 18 (Estévão Farim).
66
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ros, permitía consolidar su proceso de integración en la sociedad portuguesa.
De ahí que en el siglo XVIII tantos comerciantes y hombres de negocios gallegos asentados en Portugal deseasen conseguir la carta de familiares de la Inquisición. Por su parte, el Santo Oficio supo valerse de los conocimientos y, sobre
todo, del dominio de diferentes idiomas de religiosos italianos, franceses e irlandeses y se sirvió de ellos como calificadores de proposiciones, censores de
libros y confesores de reos extranjeros.
En un principio, la cuestión de la naturaleza de los ministros, oficiales y
familiares de la Inquisición portuguesa no planteó problema alguno. El inquisidor general don Henrique recurrió a eclesiásticos que habían integrado el
Santo Oficio español y en los Regimentos de 1554 y de 1570 nada se establecía
sobre este aspecto. Durante la Unión Dinástica, la comparación entre el Santo
Oficio portugués y el español y entre sus modos de proceder fue un aspecto
constante. Pero, quizás por ello, se fue imponiendo cada vez más la obligación
de la naturaleza para desempeñar un oficio o ministerio en el tribunal portugués, precisamente al mismo tiempo que se debatían en la corte distintos arbitrios para introducir eclesiásticos de las coronas de Castilla y Aragón en la Inquisición lusa. Este proceso concluyó en el Regimento de 1640, la única de todas
las instrucciones de la Inquisición portuguesa en la que se establecía el ser portugués como condición para ingresar en el tribunal. De hecho, en el Regimento
de 1774 desapareció este requisito. Esta especificidad del Regimento de 1640 se
debe a que lo que antes de 1580 era una cuestión meramente eclesiástica a
partir de 1580 adquirió unas connotaciones políticas que desaparecieron a finales del siglo XVII, después de la Guerra de Restauración.
Recibido: 10-01-2011
Aceptado: 18-04-2011
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 691-714, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 239, septiembre-diciembre, págs. 715-740, ISSN: 0018-2141
LA ORGANIZACIÓN DEL PODER EJECUTIVO EN ESPAÑA
FLEXIONES A RAÍZ DE UN TEXTO INÉDITO DE JOVELLANOS
(1808-1810). RE-
IGNACIO FERNÁNDEZ SARASOLA*
Universidad de Oviedo
RESUMEN:
La aparición de un texto inédito de Jovellanos sobre la forma de organizar la presidencia de la Junta Central permite replantearse el protagonismo del ilustrado en la
configuración del poder ejecutivo durante los primeros años de la guerra de la Independencia. Tras analizar la ubicación del documento, su datación y autoría, se
mostrará el contexto en el que fue redactado. De resultas de este análisis, se concluye
cómo muchas de las medidas relativas a la estructura de la Junta Central se debieron a Jovellanos, quien pretendía que dicho órgano pudiera ejercer un auténtico poder
de dirección política, pero también que estuviese organizado de la forma más conveniente para que pudiera reflexionar sobre las reformas político-administrativas que
debían realizarse una vez que se reuniesen las Cortes. A lo largo del estudio, mostraré
cómo Jovellanos trató de que sus teorías políticas sobre la soberanía y la separación de
poderes se viesen reflejadas en la forma de estructurar la Junta Central, pero también
cómo alteró sus planteamientos iniciales, debido a los cambios operados en la convulsa
situación política de España durante la guerra de la Independencia. Por otra parte, se
pondrá de manifiesto cómo el diseño del poder ejecutivo interino obligó a Jovellanos a
definir también las competencias de la futura Regencia, de las Juntas Provinciales y
del propio monarca. Este trabajo emplea la metodología propia de la historia constitucional, analizando de forma integrada el pensamiento político, el contenido normativo
y el desarrollo institucional. Para su realización se han empleado ante todo fuentes directas, muchas de las cuales son muy poco conocidas.
PALABRAS CLAVE:
Jovellanos. Junta Central. Poder ejecutivo. Regencia.
Soberanía. Corona.
————
Ignacio Fernández Sarasola es profesor Titular de Derecho Constitucional de la Universidad de
Oviedo. Dirección para correspondencia: Departamento de Derecho Público, Universidad de Oviedo, Campus de
«El Cristo», s/n, 33006-Oviedo. Correo electrónico: [email protected].
IGNACIO FERNÁNDEZ SARASOLA
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THE ORGANIZATION OF EXECUTIVE POWER IN SPAIN (1808 -1810). REFLECTIONS ON
AN UNEDITED TEXT BY JOVELLANOS
ABSTRACT:
The discovery of an unpublished document written by Jovellanos about the organization of
the Presidency of the Junta Central allows for a reassessment of his relevance in the
configuration of the executive power during the early years after the War of Independence.
After explaining where the document was found, as well as confirming its authorship and
when it was written, I will analyze the document’s context. The conclusion of this
analysis is that many of the measures relevant to the structure of the Junta Central came
from Jovellanos, who wanted said organization to be able to exercise genuine political
power, yet to be organized in the most convenient way in order to be able to reflect upon the
political and administrative reforms once the Cortes met. Throughout the study, I will
show how Jovellanos tried to reflect his political theories on sovereignty and the separation
of powers in the structure of the Junta Central, but also how he altered his initial beliefs
due to the convulsive political situation in Spain during the War of Independence.
Additionally, it will be shown that the blueprint of internal executive power obligated
Jovellanos to also define the competencies of the future Regency, of the Juntas Provinciales
and even of the monarch himself. This work employs a methodology typical to
constitutional history, integrating an analysis of political thought, the contents of law and
institutional development. In order to create this document, direct sources have been
primarily used, many of which are relatively unknown.
KEY WORDS:
Jovellanos. Junta Central. Executive power. Regency.
Sovereignty. Crown.
ORIGEN Y DESCUBRIMIENTO DE UN TEXTO INÉDITO DE JOVELLANOS
La dispersión de los escritos de Jovellanos, tanto en archivos públicos como
en colecciones privadas, representa un serio obstáculo para compendiar su inabarcable producción escrita. Una tarea iniciada por el profesor Caso González
hace más de dos décadas y hoy continuada por el Instituto Feijoo de Estudios del
Siglo XVIII que él mismo fundó. No resulta sorprendente, pues, que cada cierto
tiempo y en un constante goteo aparezcan nuevos documentos de letra del prócer asturiano, ocultos entre expedientes y legajos de la más variada índole.
Este es el caso del breve escrito inédito que casualmente hallé en el Archivo
Histórico Nacional (Sección Estado, legajo 1, número 124) junto con una serie
de documentos de índole castrense, recogidos bajo el título común de «Informes de los vocales de la Junta en relación a la situación militar en varios territorios y a distintos nombramientos y renuncias». El breve texto de Jovellanos
—relativo a las competencias que debían asignarse al presidente de la Junta
Suprema Gubernativa del Reino, cuyo titular era, a la sazón, el conde de Floridablanca— se halla en buen estado de conservación, escrito de letra de amanuense y sin firma, si bien a continuación del mismo figura la referencia «Jovellanos, 1809».
Tanto la autoría como la datación del documento pueden obtenerse fácilmente a partir de las Actas de la Junta Central que constan en el Archivo de
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quien fuera su Secretario, Martín de Garay. Dicho Archivo ha sido recientemente publicado por su titular, la profesora Nuria Alonso Garcés, descendiente
de Martín de Garay y autora de una interesante tesis doctoral sobre el ilustre
político y hacendista1. En la primera de las minutas de acuerdos de la Junta,
correspondiente al día 26 de septiembre de 1808, consta lo siguiente:
«En consecuencia de la comisión dada a los señores Arzobispo de Laodicea,
Jovellanos y Riquelme para proponer a la Junta las funciones del presidente, se
leyó un papel del señor Jovellanos manifestando que hallaba tan enlazadas la autoridad y prerrogativas del presidente con la naturaleza y funciones de la Junta,
que no acertaba a señalar aquellas antes que éstas se determinasen, y que para
que esto no se retardase, era de opinión se nombrase otra comisión o se agregasen
las personas que la Junta juzgase necesarias para que uno y otro punto se traten
en unión y que entretanto que se aprueben los trabajos de la comisión, siga el señor Conde de Floridablanca con la Presidencia en calidad de interino».
El documento presentado por Jovellanos que se cita en el Acta, y del que
no se tenía constancia, es, claramente, el hallado en el Archivo Histórico Nacional. Respecto de la datación, resulta evidente que, habiéndose reunido por
vez primera la Junta Central en Aranjuez el 24 de septiembre de 1808 (si bien
la instalación oficial se formalizó al día siguiente), el documento de Jovellanos
hubo de elaborarse entre ese mismo día y el propio 26 en el que tuvo lugar la
sesión en la que se hizo público.
Tras la elección del conde de Floridablanca como presidente de la Junta Suprema Gubernativa del Reino (cargo que luego adquiriría en propiedad, en sesión de 1 de octubre de 1808), se decidió de inmediato determinar hasta cuándo
ostentaría el cargo, y cuáles habrían de ser sus funciones, a cuyo efecto se constituyó la primera de las numerosas comisiones internas que se formarían en la Junta Central, designando como vocales a Rodrigo Riquelme, vocal por Granada, a
Juan de Vera y Delgado (Arzobispo de Laodicea) vocal por Sevilla, y al propio
Jovellanos, miembro de la Junta por Asturias. El papel leído por Jovellanos fue
aceptado por el pleno de la Junta Central, que, haciendo suyo el parecer del prócer asturiano, decidió que las competencias del presidente debían tratarse de
forma conjunta con las facultades de la propia Junta Central. A tales efectos,
encargó que se ocupasen de este asunto los comitentes ya referidos, a los que se
añadirían Félix Ovalle y Martín de Garay, vocales por Extremadura.
A partir de ese momento, comenzaron a diseñarse tanto la estructura como
los cometidos de la Junta Suprema Gubernativa del Reino, en un proceso que
no terminaría hasta el momento mismo de su disolución. A la luz del documento inédito ahora recuperado, he creído oportuno reflexionar sobre las ideas
————
1 ALONSO GARCÉS, Nuria, Biografía de un liberal aragonés: Martín de Garay (1771-1822),
Zaragoza, Institución Fernando El Católico, 2009.
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vertidas por Jovellanos en torno a este asunto, teniendo presente que él fue el
vocal de la Junta Central que más atención le prestó2.
UN EJECUTIVO PROVISIONAL Y ANÓMALO
La Junta Suprema Gubernativa de España e Indias, más conocida como
«Junta Central», emergió de la situación de interinidad en la que España se
hallaba a raíz de las renuncias de Bayona3. Las Juntas Provinciales que espontáneamente habían surgido para afrontar la guerra contra los franceses decidieron aunar sus esfuerzos y, tras barajar otras posibilidades —reunir Cortes o
formar una Consejo de Regencia—, se decantaron por constituir una Junta
integrada por dos vocales de cada una de las provinciales4.
La Junta Superior de Asturias, heredera de una institución del Antiguo Régimen cual era la Junta General del Principado de Asturias5, designó como
representantes a Jovellanos y al Marqués de Camposagrado6. Por cierto, que tal
circunstancia generó malestar en la familia de los condes de Toreno, por cuanto
consideraban que debía haberse nombrado como vocal a José María Queipo de
Llano, vizconde de Matarrosa y futuro conde de Toreno7. No en balde la propia
————
2 He de apuntar que para este trabajo, por razones de espacio, emplearé ante todo fuentes
directas, especialmente de Jovellanos, al tener este estudio por objeto su particular idea de cómo
organizar la Junta Central y la Regencia. Se trata, además, de fuentes que, en muchos casos, son
empleadas por vez primera en un estudio sobre Jovellanos. De resultas, omitiré bibliografía más
genérica sobre la época, sobradamente conocida (así, entre lo más reciente, los diversos estudios de
Moliner, La Parra, Hocquellet, García Cárcel, Aymes, Portillo o Fradera).
3 Sobre el proceso de formación de la Junta Central sigue siendo muy útil la lectura de
MARTÍNEZ DE VELASCO, Ángel, La formación de la Junta Central, Pamplona, EUNSA, 1972.
4 Vid. por todos Antonio Moliner Prada, «Las Juntas como instituciones típicas del liberalismo
español», en ROBLEDO, Ricardo, CASTELLS, Irene, CRUZ ROMEO, María (eds.), Orígenes del liberalismo.
Universidad, política, economía, Ediciones Universidad de Salamanca, 2002, págs. 233 y ss.
5 Sobre la Junta General, vid. FRIERA ÁLVAREZ, Marta, La Junta General del Principado de Asturias a
fines del Antiguo Régimen (1760 - 1835), Junta General del Principado de Asturias, Consejería de
Educación y Cultura, KRK Ediciones, Oviedo, 2003. Este estudio es el más completo y reciente que se ha
realizado, sustituyendo a otras obras anteriores de referencia: ÁLVAREZ VALES, Ramón, Memorias del
levantamiento de Asturias en 1808, Oviedo, Imprenta del Hospicio Provincial, 1889; CARANTOÑA
ÁLVAREZ, Francisco, Revolución liberal y crisis de las instituciones tradicionales asturianas: (el Principado de
Asturias en el reinado de Fernando VII, 1808-1833), Gijón, Silverio Cañada, 1989.
6 El nombramiento puede consultarse en Junta de Asturias. Correspondencia con la Junta de
Galicia sobre su propuesta de crear una junta central. Archivo Histórico Nacional, Estado, 70, A. La
sesión en la que se procede al nombramiento, de fecha 1 de septiembre de 1808, se halla en Archivo
Histórico Nacional, Consejos, 11995, exp. 32. Por cierto, que el vocal por Gijón no votó por
Jovellanos, sino por José Heredia. Finalmente este último y Antonio Valdés fueron designados
como suplentes de Jovellanos y Camposagrado.
7 Carta de Dominga Ruiz de Saravia al vizconde de Matarrosa (Gijón, 14 de octubre de 1808)
en LASPRA RODRÍGUEZ, Alicia, Las relaciones de la Junta General del Principado de Asturias y el Reino
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Junta de Asturias le había comisionado con la ardua tarea de acudir, junto con
Andrés Ángel de la Vega Infanzón, a Inglaterra en calidad de comisionado
para solicitar el apoyo militar británico.
La constitución misma de la Junta Central acarrearía un primer desacuerdo
entre Jovellanos y el que sería designado presidente del órgano, el conde de
Floridablanca. En efecto, el gijonés pretendía que la Junta Central se reuniese
en la capital, en tanto que el murciano era partidario de que lo hiciera en Aranjuez, quizás para evitar la presencia del Consejo de Castilla, institución con la
que no tardaría en entrar en conflicto. El parecer de Floridablanca acabó por
imponerse, quedando constituida la Junta Central en el real sitio de Aranjuez,
en septiembre de 1808.
A pesar de que Jovellanos apoyó la continuidad de Floridablanca como presidente, según consta en el documento aquí recuperado, e incluso informó sobre el elogio que habría de dedicársele tras su fallecimiento en Sevilla8, lo cierto
es que no guardaba una buena imagen del político murciano, acrecentada quizás por su poco aprecio al grupo de los golillas. A José Moñino le había imputado un descarado favoritismo con personas de escasa competencia, a las que
había elevado a altos cargos durante su etapa como Secretario del Despacho9.
Y allí, en la Junta Central, lo consideraba como prócer excesivamente anclado
en las formas del Antiguo Régimen, temeroso de la posibilidad de reunir unas
Cortes10 que, por el contrario, Jovellanos deseaba.
Al margen de estas primeras discrepancias, una de las cuestiones que más
preocupó a los vocales de la Junta Central fue determinar la naturaleza del
órgano. Desde luego, se trataba de una institución sin precedentes, nacida de
las particulares circunstancias en las que se hallaba la nación, y de ahí la dificultad de definir su carácter y funciones. Para Jovellanos no cabía duda de que,
————
Unido en la guerra de la Independencia, Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, 1999, n.º
375, pág. 421.
8 El elogio a Floridablanca corrió a cargo de Alberto Lista (puede consultarse en Obras
originales de Floridablanca y escritos referentes a su persona, BAE, Madrid, M. Rivadeneyra, 1867, págs.
516-527), correspondiéndole a Jovellanos informar sobre él. El informe del gijonés en AHN,
Estado, 14-A.
9 Véase a este respecto la nota biográfica sobre Floridablanca redactada por el gijonés, y que
se reproduce en JOVELLANOS, Gaspar Melchor de, Gaspar Melchor de Jovellanos, Obras Completas,
vol. XII: Escritos sobre literatura (Edición crítica, estudio preliminar y notas de Elena de Lorenzo
Álvarez), Gijón, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII –Ayuntamiento de Gijón– KRK,
2010, págs. 531-533.
10 JOVELLANOS, D. Gaspar de Jovellanos a sus compatriotas. Memoria en que se rebaten las calumnias
divulgadas contra los individuos de la Junta Central y se da razón de la conducta y opiniones del autor desde
que recobró su libertad, en JOVELLANOS, Gaspar Mechor de, Obras completas, vol. XI: Escritos políticos
(Edición y estudio preliminar de Ignacio Fernández Sarasola), Gijón, Instituto Feijoo de Estudios del
Siglo XVIII –Ayuntamiento de Gijón– KRK, 2006, págs. 489 y 543. El texto se citará, en lo
sucesivo, como Memoria en defensa de la Junta Central. El volumen XI de Obras completas de
Jovellanos se citarán como «Escritos políticos».
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aun estando integrado por vocales electos por las Juntas Provinciales, se trataba de sustituto del rey al que el gijonés asignaba cometidos ejecutivos11.
A pesar de todo, Jovellanos era consciente de que el anómalo origen de la
Central, y su no menos original composición, plantearía dudas acerca de su
virtualidad para representar al monarca. En un opúsculo que circulaba de forma anónima por España en 1808, y cuya autoría corresponde a Juan Pérez
Villamil12, se dejaba ya claro que en ausencia del rey procedía reunir una regencia, órgano encargado de asumir el gobierno que en la tradición castellana
en los supuestos de minoría de edad o incapacidad del sucesor al trono. A tales
efectos, citando a Jerónimo de Blancas y Zurita, Villamil proponía formar Cortes estamentales como procedía para tratar asuntos graves del Estado, de modo
que aquellas designasen un cuerpo regente13. La opción de la regencia era también el deseo del Consejo de Castilla, que nunca había visto con buenos ojos ni
a las Juntas Provinciales ni mucho menos a la Central, a la que consideraba un
espurio rival. En la misma medida, el gobierno británico recelaba de la Junta
Central, a la que consideraba un cuerpo demasiado numeroso para ejercer el
gobierno nacional, de modo que presionaba para que fuese sustituido por una
Regencia.
En un primer momento, Jovellanos compartió esta postura14. A su parecer,
la Junta Central no era más que una institución coyuntural que debía dejar
paso cuanto antes a un Consejo de Regencia. De resultas, en sus primeros escritos oficiales en la Junta Central, solicitó que este órgano convocara enseguida
Cortes estamentales a fin de que estas, siguiendo la tradición nacional, designa————
11 JOVELLANOS, Dictamen sobre la institución del gobierno interino (7 de octubre de 1808), en
JOVELLANOS, Gaspar Mechor de, Obras completas, vol. XI, págs. 628-629.
12 PÉREZ VILLAMIL, Juan, Carta sobre el modo de establecer el Consejo de regencia del Reino con arreglo
a nuestra Constitución, Madrid, Imprenta de la hija de Ibarra, 1808. El texto aparece fechado en
Madrid, el 28 de agosto de 1808.
13 Según Villamil las propias Cortes debían decidir «qué número de personas le han de
componer; en qué lugar, y en qué forma ha de despachar; cuál ha de ser su poder; cuánta la
duración de sus miembros (…)». Ibidem, págs. 39-40. Aun así, señalaba que debía tratarse de un
cuerpo poco numeroso, de cinco o siete miembros, con el cardenal de Borbón de presidente y en el
que podrían integrarse también ilustres hombres como Floridablanca, Valdés… y Jovellanos. Pocos
años más tarde, Martínez Marina relataría los casos históricos de reunión de Regencias en España,
refiriéndose sustancialmente a los supuestos de minoría de edad del heredero a la Corona y
mostrando casos en los que era el propio rey, y no las Cortes, quien designaba a los regentes.
MARTÍNEZ MARINA, Francisco, Teoría de las Cortes o grandes Juntas nacionales de los reinos de León y
Castilla, Madrid, Imprenta de D. Fermín Villalpando, 1820 (2.ª ed.), vol. II, págs. 131, 173 y 196.
14 Jovellanos invocaba sustancialmente Las Partidas para afirmar la necesidad de convocar la
Regencia, en especial la ley 9, Partida II, Título I, ley 9, y Título XV, ley 3. Ciertamente estas
disposiciones se referían a los supuestos de minoría de edad del monarca, sin embargo, Jovellanos,
realizando una interpretación analógica, lo extrapolaba también a «ausentes e impedidos», de ahí
que la regencia apareciese, bajo su perspectiva, como la solución históricamente prevista para una
situación como la que vivía España. Vid. JOVELLANOS, Exposición sobre los derechos de sucesión al Trono
(Sevilla, 19 de enero de 1810), en JOVELLANOS, Escritos políticos, pág. 334.
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ran una regencia. De hecho, en un primer momento, Jovellanos consideraba
que este debía ser, precisamente, el principal cometido del que habrían de ocuparse las futuras Cortes. Unas Cortes, por otra parte, que el propio Fernando
VII había pedido que se convocasen, a través de un Decreto de 5 de mayo de
1808 dirigido al Consejo de Castilla. No obstante, y como mostraré en breve,
Jovellanos acabó retractándose de esta idea.
LA
ORGANIZACIÓN INTERINA DE LA JUNTA
TES DE JOVELLANOS
CENTRAL. LOS
PRIMEROS APUN-
El texto de Jovellanos aquí recuperado tuvo la relevancia de impulsar, dentro de la Junta Central, el debate acerca de cómo debía organizarse este órgano. Cuestión a la que el prócer asturiano dedicó sus primeros escritos como
integrante de la ya mencionada comisión que a tal efecto se había constituido y
de la que también formaban parte Riquelme, Vera, Ovalle y Martín de Garay,
como hemos visto.
El documento más conocido de Jovellanos como resultado de esta comisión, y el único del que se tenía referencia hasta hace unos años, fue el Dictamen
sobre la institución del gobierno interino (7 de octubre de 1808), que él mismo incluyó en los Apéndices a la Memoria en defensa de la Junta Central (número V).
Sin embargo, en la Real Academia de la Historia existen otros documentos,
recientemente publicados, en los que a modo de borrador, Jovellanos adelantó
propuestas sobre cómo organizar la Junta Central señalando, de paso, algunas
bases sobre las funciones y estructura que habría de tener la futura regenciaque
se constituyese15.
Respecto de la propia Junta Central, Jovellanos volvía a insistir en su idea
de que esta debía fijar su residencia en madrileño Palacio Real, lo cual era más
acorde con la dignidad ejecutiva que iba a asumir. Los miembros de la Junta
—cuyos salarios concretaba también Jovellanos— debían ostentar su cargo en
régimen de provisionalidad, en concreto hasta la fecha en que se reunieran las
Cortes. Un aspecto este en el que Jovellanos también cambiaría de parecer a
raíz de la solicitud de algunas Juntas Provinciales de reemplazar a los vocales
que habían designado con sujeción a plazo16. Jovellanos aceptó entonces esta
postura de las provinciales y se manifestó abiertamente a favor de la amovilidad de los miembros de la Junta Central; asunto en el que, además, no le fal————
15 Los documentos, todos ellos redactados entre el 26 de septiembre y el 1 de octubre de 1808
(sin mayor precisión de las fechas) son: Borrador de proyecto de Reglamento de la Junta Central, en
JOVELLANOS, Escritos políticos, págs. 71-74; Proyecto de Reglamento para la Junta Central (26 de
septiembre – 1 de octubre de 1808), en ibidem, págs. 75-77; Proyecto de dictamen sobre la institución del
gobierno interino, en ibidem, págs. 78-86.
16 JOVELLANOS, Dictamen sobre la amovilidad de los vocales de la Junta Central (Sevilla, 22 de abril
de 1809), en ibidem, págs. 173-177.
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taba interés personal, ya que confesaba su deseo de abandonar el órgano y regresar a su Asturias natal.
Tal y como había indicado en el escrito leído en la sesión de 26 de septiembre, Jovellanos aclaraba también algunas de las características de la presidencia
de la Junta Central. Su cargo debía durar entre seis y doce meses, correspondiéndole la convocatoria de las sesiones de la Junta, el mantenimiento del orden en las deliberaciones, la recepción de cualesquiera propuestas que se elevaran al órgano y el nombramiento de las comisiones que se designasen.
Pero curiosamente, en sus borradores de dictamen Jovellanos acabó por
ocuparse más de la futura regencia que de la propia Junta Central. Posiblemente por su interés en que aquella se constituyese y por la propia conciencia
de la interinidad de la Junta Central.
A pesar de que Jovellanos, siguiendo el parecer de Villamil, deseaba en el
plano teórico que la designación de la futura regencia le correspondiese a las Cortes, en la práctica sabía de los inconvenientes que ello podía acarrear: las Cortes
no se habían ni tan siquiera convocado, de modo que la formación de la regencia
quedaría postergada, quedando el gobierno nacional en manos de un órgano
provisional como era la Junta Central. Por este motivo, el gijonés acabó admitiendo que fuese este último órgano el que reuniese una regencia transitoria.
Yendo más allá del objeto de su comisión, Jovellanos concretaba, además,
la composición y funciones del futuro Consejo de Regencia, sin perjuicio de que,
para sus pormenores, se remitiese para una futura «Constitución» que debía extender la Junta Central17. En esa suerte de «bases» que apuntaba Jovellanos, se
fijaba que la regencia debía estar constituida por seis miembros, uno de los cuales
debía ser necesariamente eclesiástico. Contaría, además, con un presidente, ya
————
17 Obviamente no podía estar refiriéndose a una Constitución en sentido racional-normativo,
al que Jovellanos se opuso desde sus primeros escritos de 1808 mostrando su preferencia por un
concepto histórico de Constitución. Sobre este, vid., entre la abundante bibliografía: VARELA
SUANZES-CARPEGNA, Joaquín, «La doctrina de la Constitución Histórica: de Jovellanos a las Cortes
de 1845», en: VARELA SUANZES-CARPEGNA, Joaquín, Política y Constitución en España (1808-1978),
Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, págs. 407 y ss.; FERNÁNDEZ
SARASOLA, Ignacio, «Estado, Constitución y forma de gobierno en Jovellanos», Cuadernos de Estudios
del Siglo XVIII, 6-7 (1996-1997), págs. 77 y ss.; CORONAS GONZÁLEZ, Santos M., «El pensamiento
constitucional de Jovellanos», Historia Constitucional, 1 (2000), págs. 63 y ss.; BARAS ESCOLÁ,
Fernando, «Política e historia en la España del siglo XVIII: las concepciones historiográficas de
Jovellanos», Boletín de la Real Academia de Historia, CXCI (1994), págs. 369 y ss. En general, sobre
el concepto de Leyes Fundamentales en torno al cual Jovellanos forjaría el concepto de Constitución
histórica vid. por todos CORONAS GONZÁLEZ, Santos Manuel, «Las Leyes fundamentales del
Antiguo Régimen (notas sobre la constitución histórica española)», Anuario de Historia del Derecho
Español, LXV (1995), págs. 127-218 y TOMÁS Y VALIENTE, Francisco, «Génesis de la Constitución
de 1812: de muchas Leyes fundamentales a una sola Constitución», Anuario de Historia del Derecho
Español, LXV (1995), págs. 13-125 y, más recientemente, NIETO SORIA, José Manuel, Medievo
constitucional. Historia y mito político en los orígenes de la España contemporánea (ca. 1750-1814), Madrid,
Akal, 2007, en particular, págs. 41-46
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fuera temporal o perpetuo. Si se decidía lo primero, su cargo —electivo o por
turno— no debía prolongarse por más de tres meses, plazo que luego Jovellanos amplió (entre seis y doce meses) equiparándolo a la presidencia de la propia
Junta Central. Por el contrario, el cargo sería perpetuo si se decidiese conferirlo
a un miembro de la familia real. En este punto, Jovellanos no estaba demasiado
conforme. De hecho, le parecía inconveniente que, por ejemplo, el cardenal de
Borbón asumiese ese cometido, como por cierto había propuesto Villamil18. El
motivo de esta exclusión parece claro: Jovellanos temía que el cardenal pudiese
aspirar a hacer valer sus derechos dinásticos en ausencia de Fernando VII, de
modo que cuando este regresase de Bayona pudiera existir un conflicto de intereses. Por esa misma razón, el gijonés también rechazó de forma diplomática la
propuesta de la infanta Carlota en el mismo sentido19. Ahora bien, si la mayoría de los miembros de la Junta se descantasen por designar como presidente al
cardenal de Borbón, Jovellanos consideraba que entonces sus facultades debían
ser muy reducidas (convocatoria de sesiones y dirección de los debates), sin
duda para que no pudiese considerarse un auténtico sustituto del rey.
Todos los regentes debían extender ante la Junta Central un juramento por
el cual quedarían atados y responsables ante la nación de su conducta. Surgía
así un concepto, el de «responsabilidad a la nación» que luego Jovellanos emplearía con frecuencia20. Esa responsabilidad —cuyos efectos Jovellanos no
aclaraba— se sustanciaría, en principio, ante la opinión pública, pero, según se
desprende de escritos posteriores, una vez reunidas las Cortes, estas serían las
encargadas de hacerla efectiva. En todo caso, Jovellanos preveía que no se perpetuasen en el cargo, asumiendo sus puestos durante apenas un año (con posibilidad de una única reelección) y, todo lo más, hasta la reunión de las Cortes.
Es decir, la regencia que formase la Junta Central sería «provisional» (como ella
misma), ya que en realidad la designación de la regencia definitiva solo podía
recaer en las Cortes, tal y como, según entendía Jovellanos, siempre había sucedido en la historia patria.
No menos interesante es la previsión de que existiesen ministerios, cinco en
total, pero con un dato de relieve: si el Ministro de Gracia y Justicia carecía de
————
18 PÉREZ VILLAMIL, Juan, Carta sobre el modo de establecer el Consejo de regencia del Reino con arreglo
a nuestra Constitución, pág. 38.
19 Vid. JOVELLANOS, Carta a la Infanta Carlota Joaquina de Borbón (Sevilla, 24 de abril de
1809), en JOVELLANOS, Gaspar Melchor de, Obras completas, vol. V: Correspondencia núm. V, (edición
de José Miguel Caso González), Gijón, Ayuntamiento de Gijón – Instituto Feijoo de Estudios del
Siglo XVIII, 1990, n.º 1835, pág. 121. Vid. también Exposición sobre los derechos de sucesión al Trono
(Sevilla, 19 de enero de 1810), en Escritos políticos, págs. 330-336.
20 Para un análisis detallado del concepto de responsabilidad en Jovellanos me remito a mi
estudio Poder y libertad. Los orígenes de la responsabilidad del Ejecutivo en España (1808-1823), Madrid,
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, págs. 281-324, donde también especifico el
concepto de nación empleado por Jovellanos y que aquí, por razones de brevedad y no siendo el
objeto principal del estudio, no puedo detenerme a referir.
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conocimientos adecuados sobre ultramar, entonces debía formarse un sexto
ministerio, de colonias. La previsión de Jovellanos reviste cierta trascendencia,
puesto que muestra la atención que le merecía al asturiano el tratamiento de los
territorios ultramarinos y que luego plasmaría en su postura favorable a que estos dispusiesen de representación en las futuras Cortes21. Ahora bien, a pesar de
ello, esta propuesta es todo lo embrionaria y contradictoria que cabe esperar de
un borrador de dictamen. Parece poco meditado condicionar la existencia de una
cartera ministerial por la mayor o menor competencia del titular de otro ministerio. Del mismo modo, cabe preguntarse por qué solo los asuntos judiciales —es
decir, los propios del Ministro de Gracia y Justicia— requerían del conocimiento
de la situación de ultramar, y no los restantes. En fin, el mismo nombre del ministerio («de colonias») podría desagradar en los territorios americanos, que preferían el empleo de la voz «ultramar» para referirse a aquellas latitudes.
Determinadas estas cuestiones, existía un detalle que no se le escapaba al gijonés. ¿Qué hacer con la Junta Central una vez se designase la regencia? Ambos
órganos resultaban incompatibles, de modo que Jovellanos proponía disminuir el
número de integrantes de la Junta Central, de modo que solo hubiese uno por
reino (es decir, por cada Junta Provincial, en vez de los dos que habían designado).
La Junta, así reducida, formaría una comisión de apoyo para la regencia. Algo especialmente grato para el gijonés, más acostumbrado a estudiar y proponer medidas normativas, que a asumir personalmente responsabilidades gubernativas.
LA JUNTA CENTRAL… ¿SOBERANA?
Como acabamos de ver, en sus primeros borradores de dictámenes, Jovellanos
dedicó más atención a la futura regencia que a la propia Junta Central. En parte,
porque para el gijonés las funciones de esta última solo podían aclararse si antes se
decidía sobre la existencia de otros dos órganos: la ya citada regencia, y las Juntas
Provinciales. Un aspecto que, como mostraré, acababa por llevarle a un asunto de
mayor enjundia: el problema mismo de la soberanía ante la ausencia del rey.
En el Proyecto de dictamen sobre la institución de gobierno interino, redactado entre
finales de septiembre y principios de octubre de 1808, Jovellanos llegaba a dudar
incluso del nombre que debía asignársele a la Junta Central, ya que este se hallaba
condicionado por la presencia de otros órganos; en concreto de la formación o no
de una regencia y de la pervivencia o disolución de las Juntas Provinciales.
En efecto, nada podía decidirse definitivamente sobre la Junta Central si
antes no se determinaba qué iba a hacerse respecto de la posible reunión de
————
21 JOVELLANOS, Representación supletoria de América. Proyecto de Decreto para la elección de diputados
de Cortes por representación de las Américas, (incluido en el apéndice número XIV a la Memoria en defensa
de la Junta Central), en Escritos políticos, págs. 705-707. Conviene recordar que la previsión de un
Secretario del Despacho para ultramar también se previó en las Constituciones de Bayona (art. 27) y
Cádiz (art. 222).
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una regencia. Aunque ya hemos visto cuál era la postura de Jovellanos al respecto, también preveía el gijonés qué debía hacerse en caso de que se optase por
renunciar a una regencia. En tal tesitura, le resultaba claro que la propia Junta
Central debía asumir tal papel, al punto de que debería entonces mutar su nombre y pasar a designarse como «Junta de Regente» o «Junta de Regencia»22.
Pero, aunque se aclarase este extremo, el nombre que debía darse a la Junta
Central tampoco podía quedar claro hasta que no se decidiese, además, sobre
qué destino debía darse a las Juntas Provinciales. Solo en el caso de que aquellos órganos perdurasen tendría sentido el nombre de Junta «Central», pues
entrañaba reunión o concentración de fuerzas territorialmente dispersas.
Sin embargo, todas estas elucubraciones de Jovellanos no se reducían a un
problema meramente nominal. Las Juntas Provinciales se habían declarado
soberanas23. ¿Podría decirse que la Junta Central había heredado de ellas tal
calificativo? Fue entonces cuando Jovellanos empezó a forjar la noción de soberanía que más tarde plasmaría en la Nota primera a los Apéndices a la Memoria
en defensa de la Junta Central. La soberanía, decía en su proyecto de dictamen
Jovellanos, concentraba las potestades legislativa, ejecutiva y judicial. En todas
ellas tenía participación el Rey, auténtico soberano, si bien solo la segunda le
correspondía en monopolio. La función legislativa, por el contrario, la compartía con las Cortes (en asuntos claves) y el Consejo (en asuntos ordinarios)24, en
tanto que la judicial se ejercía a través de tribunales independientes.
De estas potestades, la Junta Central había heredado y con restricciones solo la ejecutiva. Por consiguiente, no participaba en la legislativa —que quedaría en manos de las futuras Cortes— ni en la judicial —correspondiente a los
————
22 La identificación entre la Central y la regencia solo podía justificarse porque ambas
aparecían como órganos colegiados llamados a suplir la ausencia del rey, emanando las disposiciones
en su nombre hasta que aquel se hallase en condiciones de gobernar. Si la regencia —siempre en
opinión de Jovellanos— debía ser escogida por las Cortes, la Central al menos había sido designada
por las Juntas Provinciales, es decir, por órganos con cierta base social y emanados del derecho de
resistencia propio de la «supremacía» o poder residente en la comunidad, según la teoría del Estado
de Jovellanos.
23 El concepto de soberanía entonces esgrimido por las Juntas Provinciales resultaba confuso.
En ocasiones parecía asumirse la concepción neoescolástica de reasunción del poder soberano a partir
de la distinción entre soberanía in actu (en manos del rey) y soberanía in radice (en manos de la
comunidad). En otros casos, la teoría política estaba más próxima a los planteamientos del
pensamiento revolucionario francés, entendiendo que la nación no había perdido nunca su poder
soberano, entendido como suprema potestas normandi. Sobre estos conceptos de soberanía manejados
en los orígenes constitucionales en España me remito a Varela SUANZES-CARPEGNA, Joaquín, La
teoría del Estado en los orígenes del constitucionalismo hispánico (Las Cortes de Cádiz), Madrid, Centro de
Estudios Constitucionales, 1983 (hay una nueva edición de 2011).
24 Aspecto de gran relevancia. Jovellanos seguía en este punto la idea del régimen polisinodial
español, al punto de conferir a los consejos una participación en la facultad legislativa. Esta postura
era la lógica consecuencia de que el Consejo de Castilla aglutinase cometidos judiciales y
administrativos, de modo que podía verse, de alguna manera, como colaborador del monarca en sus
tareas de gobierno y, de resultas, en la facultad normativa o legislativa.
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tribunales en virtud de un principio de independencia—. De aquí no debe colegirse, ni mucho menos, que Jovellanos fuese partidario de una tajante separación de poderes, sino que consideraba que esta era aplicable solo a la situación
que se estaba viviendo en 1809, en la que la Junta Central, y no el rey, se
hallaba al frente de la nación. Pero en los momentos de normalidad política, en
los que el rey se hallaba presente, no había duda de que, en vez de separación
tajante, existía una participación del monarca en todas y cada una de las restantes funciones estatales25.
Aunque la Junta Central quedaba reducida solo a una porción del poder regio
(el ejecutivo), tampoco podía ejercerlo con la misma extensión que el monarca. No
había recibido el poder ejecutivo en todo su alcance, sino con los mismos límites en
que se hallaba depositado Juntas Provinciales que habían erigido la Junta Central26. Aquellas habían nacido para adoptar las medidas pertinentes para la defensa
de la nación, de modo que ese, y no otro, era el poder ejecutivo que habían transmitido a la Central. Sobre este aspecto insistiré más adelante, pero en todo caso,
conviene recordar ahora que este redimensionamiento de la soberanía que habían
ejercido las Juntas Provinciales, encauzándolo hacia el poder ejecutivo, fue el primero de los esfuerzos del gijonés en este sentido. Cuando se reunieron las Cortes
de Cádiz y se autoproclamaron también ellas soberanas, mediante el Decreto I (24
de septiembre de 1810), el gijonés se vería impelido a volver a rebatir esa idea de
soberanía absoluta. Con este objeto redactaría su nota primera a los Apéndices a la
Memoria en defensa de la Junta Central27, en la que volvería a insistir en que la soberanía era un atributo regio, de modo que ni había correspondido en 1808 a las
provincias, ni en 1810 se hallaba en manos de las Cortes. Añadiría entonces algunos elementos adicionales que en 1808 solo se aprecian in nuce. Así, la diferencia
entre la «soberanía política» o poder de dirigir la comunidad (en manos del rey) y
la «supremacía» (en manos de la nación). Según la particular interpretación de
Jovellanos, cuando las Cortes habían proclamado la soberanía nacional, en realidad, lo que habían afirmado era la «supremacía» de la nación, traducida en las
facultades de reunirse en Cortes, resistir al tirano y mejorar (que no destruir) las
antiguas Leyes Fundamentales del Reino.
————
25 Así lo sostuvo ya desde sus Reflexiones sobre la democracia, documento que transcribió Somoza
en un manuscrito que obra en poder de la Biblioteca Pública «Jovellanos» de Gijón. El propio
Somoza la confirió el título y lo consideró redactado en la primera década de 1800. Por mi parte,
creo que el título más apropiado habría sido «Reflexiones sobre la separación de poderes», y estimo
que habría sido redactado en el mes de junio de 1809, poco después de constituirse en la Junta
Central la Comisión de Cortes y empezar a debatirse sobre la futura forma de gobierno nacional. El
texto fue publicado por vez primera en HUICI MIRANDA, Vicente, Jovellanos. Miscelánea de trabajos
inéditos, varios y dispersos, Barcelona, Nagsa, 1931, págs. 307-309.
26 Esta observación de Jovellanos fue elogiada por BLANCO WHITE, Carta de Blanco White a Lord
Holland, en BLANCO WHITE, José María, Epistolario y documentos, Textos reunidos por André Pons,
Edición de Martin Murphy, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, Oviedo, 2010, pág. 45.
27 Así lo viene a reconocer en su Carta a Alonso Cañedo Vigil (Gijón, agosto de 1811), en
JOVELLANOS, Obras completas, vol. V, n.º 2060, págs. 483-484.
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De aquí puede deducirse fácilmente que a esas alturas el gijonés partía de una
idea «fraccionable» de soberanía. Hablaba, en primer término, de una «soberanía
originaria», entendida como el poder que residía en toda comunidad, y que habría
obtenido por Derecho Natural. Ahora bien, incapaz la propia comunidad de regirse por sí misma, debía conferir parte de esa soberanía a uno o varios sujetos. Nacía,
así, la ya referida «soberanía política», que Jovellanos identificaba con el poder
ejecutivo, no con la titularidad del poder legislativo ni mucho menos con el poder
constituyente, como sostenían los liberales. Y es que, según el gijonés, el poder
ejecutivo no consistía soloen llevar a efecto las leyes, sino que era mucho más: se
trataba de la facultad de dirigir a la comunidad, era un poder gubernativo, directivo o tutelar, como habían sostenido parte de la Ilustración francesa y británica28.
Al entender de Jovellanos, en España esa soberanía política había sido confiada, a
través de las Leyes Fundamentales, al monarca y, no faltando este al pacto bilateral
suscrito con el reino, no podía despojársele de dicho poder.
Una vez forjada la «soberanía política», la comunidad se quedaba solo con
un residuo de su antigua soberanía «originaria». Y ese residuo era, precisamente, la «supremacía» ya mencionada. La construcción de Jovellanos era, en realidad, un inteligente modo de intentar poner coto a las aspiraciones «democráticas» de las Cortes de Cádiz.
LAS PROPUESTAS DE JOVELLANOS PARA ORGANIZAR EL EJECUTIVO
Todos los borradores mencionados de Jovellanos y sus particulares ideas
sobre la soberanía acabarían plasmándose en los documentos oficiales que presentó en la Junta Central como propuestas firmes para organizar el poder Ejecutivo. Tres son los textos capitales en este sentido: el Dictamen sobre la institución del gobierno interino (7 de octubre de 1808), el Reglamento de la Junta Central
(hacia el 22 de octubre de 1808) y el Reglamento sobre las funciones de las Juntas de
Observación y Defensa (1 de enero de 1809). Estos dos últimos, si no de autoría
exclusiva, contienen muchas disposiciones ideadas por el asturiano.
————
28 Vid.¸ por ejemplo: RIQUETI, Victor de (Marquis de Mirabeau), La Science ou les Droits et les
Devoirs de l’Homme (1774), Quatrieme Parte, Darmstad, Scientia Verlag Aalen, 1970, pág. 125 ;
QUESNAY, François, Le Droit Naturel, en DAIRE, M. Eugène (edit.), Physiocrates. Quesnay, Dupont de
Nemours, Mercier de la Rivière, L’Abbé Baudeau, Le Trosne, avec une Introduction sur la doctrine des
Physiocrates, des commentaires et des notices historiques, París, Librairie de Guillaumin, 1846, Première
Partie, págs. 51-53 ; íd., L’origine et des progrès d’une science nouvelle (1768), en ibidem, págs. 346-348 ;
ABBE BAUDEAU, Philosophie économique; ou Analyse des États policès (1771), en ibidem, págs. 665, 670,
751. La idea del poder ejecutivo como «gubernativo» también se halla en otros ilustrados (aunque
no adscritos al despotismo ilustrado) como: BURLAMAQUI, Jean-Jacques, Principes du droit naturel
(1747), Ginebra, Chez Barrillot, 1748, Premier Partie, Chapitre VIII, pág. 120 y Seconde Partie,
Capitre VI, pág. 110 y SMITH, Adam, Jurisprudencia o Apuntes de lecciones sobre justicia, policía, ingresos
públicos y armas (1763-1764), en Lecciones de Jurisprudencia, Madrid, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, 1996, Primera Parte, capítulo I, pág. 18.
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El primero de estos documentos fue el que, tras varios borradores, acabó
por presentar Jovellanos al pleno de la Junta Central de resultas de la comisión
que se le había encargado el 26 de septiembre de 1808. Muy próximo al último de sus borradores, el texto puede considerarse como unas bases generales
en las que trataba esencialmente de cuatro puntos: cómo organizar la propia
Junta Central, qué facultades conceder a la regencia, cuál era la posibilidad de
convocar Cortes y qué poderes debían mantener las Juntas Provinciales.
El dictamen decía asentarse en los «altos principios del Derecho Público»,
que servirían de basamento a todas las propuestas ofrecidas por el asturiano. A
tales efectos, con gran coherencia, Jovellanos arrancaba del origen mismo de
las Juntas Provinciales (origen que a la postre suponía el génesis de la propia
Junta Central), a las que reconocía legitimidad a partir de un derecho de resistencia que podía ejercerse contra el usurpador. De este modo, indagaba un
fundamento teórico para las Juntas Provinciales, más allá de su origen fáctico.
A partir de aquí, y como ya había fijado en sus anteriores borradores, Jovellanos colegía que esas Juntas Provinciales habían asumido la soberanía «política»
(es decir, el poder ejecutivo o gubernativo) con el único cometido de dirigir la
guerra contra el invasor. De ahí que Jovellanos no viese con buenos ojos algunas medidas adoptadas por las juntas más allá de este cometido y que habían
generado conflictos con las respectivas Audiencias provinciales29.
Si las Juntas Provinciales se habían erigido con unos objetivos meramente
militares, Jovellanos instaría en que esas mismas competencias serían las que
había heredado la Junta Central. Por tanto, no resultaba admisible confundir a
este último órgano con unas Cortes: aquel ostentaba un poder ejecutivo (limitado); estas ejercerían un poder legislativo (compartido con el monarca). Por
tanto, la presencia de la Junta Central no paliaba en absoluto la ausencia de las
Cortes, al punto de que estas tenían que convocarse de inmediato, como exigían las Leyes Fundamentales del Reino. Unas Leyes Fundamentales que seguían
en vigor, ya que, para el ilustrado asturiano ni las renuncias de Bayona ni la
invasión extranjera habían supuesto una disolución del Estado y de sus leyes
constitutivas.
El dictamen contenía, así, la primera propuesta formal de convocatoria de
Cortes vertida en la Junta Central y en la que se fijaba incluso la fecha de reunión para el 1 de octubre o noviembre de 1810. Pero en tanto eso no sucediera,
la Junta Central debía convocar un Consejo de Regencia provisional, con las
características que vimos anteriormente. Y una vez más, el gijonés proponía
que, nombrado este órgano, la Junta Central quedase reducida en su composición y naturaleza, formando lo que ahora denominaba como «Junta Central de
Correspondencia», encargada sustancialmente de transmitir y recibir las informaciones de las Juntas Provinciales. Aunque, como reminiscencia de su origen
————
29 Vid. JOVELLANOS, Dictamen relativo al conflicto en el gobierno de Canarias (junio de 1809), en
Escritos Políticos, págs. 202-204.
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en la Junta Central, todavía conservaba la facultad de renovar a los regentes,
en caso de que las Cortes no pudieran convocarse antes de la fecha prevista.
Estos apuntes políticos fueron luego desarrollados por los Reglamentos de
la Junta Central y de las Juntas Provinciales, cuya autoría cabe atribuir, al menos parcialmente, a Jovellanos. En efecto, aunque no es posible saber a ciencia
cierta si el reglamento para el gobierno interior de la Junta Central Suprema
Gubernativa del Reino, aprobado el 22 de octubre de 180830, es obra de Jovellanos la reciente publicación del Archivo de Martín de Garay parece apuntar
en este sentido o, al menos, a su coautoría, junto con el propio Martín de Garay. En cualquier caso, está fuera de toda duda que el texto recoge muchos de
los planteamientos expuestos por Jovellanos en borradores anteriores. Así, el
reglamento dejaba claro que la Junta Central era un sustituto provisional del
rey, y no de las Cortes, al punto de que sus decretos se expedirían en nombre
de Fernando VII. El Capítulo II trataba del presidente, de modo que, siguiendo una vez más la razonable postura de Jovellanos, las funciones de aquel se
concretaban al fijar las del órgano que representaba. Se ajustaba ahora el plazo
de su mandato a seis meses, tras el cual se procedería a la elección de un nuevo
presidente sin que el saliente pudiese ser reelegido. Aparte de las clásicas funciones de convocar la Junta y dirigir los debates, así como la capacidad de
nombrar a los miembros de las comisiones (algo ya propuesto con anterioridad
por Jovellanos) merece la pena destacar que no se le concediera voto de calidad,
considerándolo así como un mero primus inter pares.
Más confusión se aprecia en la regulación de la Junta en pleno. Sobre todo al
referir que los vocales ostentaban la representación de la «Nación entera», y no la
de las provincias que los habían designado. Está claro que con ello se deseaba
desligar los vocales del mandato imperativo que querían imponer algunas Juntas
Provinciales. Sin embargo, ese carácter representativo que imprimía el reglamento a la Junta Central podía fácilmente confundir este órgano con unas Cortes,
frente a la postura que con tanta insistencia había sostenido Jovellanos. Por otra
parte, se les concedía a los vocales «inmunidad», concepto que entrañaría lo que
hoy denominamos como «inviolabilidad», prerrogativa característica de los diputados, en virtud de la cual devenían irresponsables por sus opiniones.
Finalmente, cabe señalar que el reglamento se ocupaba de constituir Comisiones (de Estado, Gracia y Justicia, Guerra, Marina, y Hacienda), de regular la
Secretaría y de fijar los ministerios. En este punto vuelve a ser visible la huella
de Jovellanos: cinco Secretarías del Despacho, señalando la conveniencia de
formar una quinta, que ya no se llamaría «de colonias», sino, más acertadamente, «de Indias».
————
30 AHN, Estado, legajo 1-B. En el manuscrito la fecha que figura es la de 22 de octubre de
1809, pero ha de tratarse de un error, ya que el texto es del año anterior. Quizás el equívoco se debe
a que el texto se halla junto con el Reglamento de la Comisión Ejecutiva, que sí es de 22 de octubre
de 1809. Parece que la misma fecha tardía se imputó a ambos escritos.
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Pero para determinar las facultades de la Junta Central no bastaba con regular sus propias competencias, sino que también era imprescindible concretar las
que quedarían en manos de las Juntas Provinciales. Dicho en otros términos, si
aquella quería ver ampliada su capacidad de dirigir la nación, era preciso reducir
los poderes que hasta el momento disfrutaban estas últimas. Tal fue la premisa
que siempre sostuvo Jovellanos, lo cual no debe interpretarse como una actitud
hostil hacia la existencia misma de los órganos provinciales. Antes bien, ya
hemos visto cómo Jovellanos las legitimaba en virtud del derecho de resistencia
de la nación; una legitimidad de la que, después de todo, pendía la de la propia
Junta Central. Es más, el prócer gijonés asumió una encendida defensa de la Junta Provincial de la que era comitente, la Junta Superior de Asturias, tras su disolución por el Marqués de la Romana el 2 de mayo de 1809.
Pero esta complicidad con las Juntas Provinciales no impedía que el gijonés
recelase de la soberanía que decían asumir y que podía amenazar con convertir
España en un sistema prácticamente federal o incluso confederal31. De ahí que,
en un borrador de dictamen elaborado a finales de 1809, llegase a afirmar que
las Juntas Provinciales nunca habían sido soberanas, sino «depositarias y dispensadoras de todo poder residente en el soberano (…) y que éste no era capaz
de ejercer en su presente situación»32; poder consistente, según ya hemos visto,
en articular las medidas precisas para la defensa del territorio. Una vez formada
la Junta Central, incluso esos cometidos debían quedarles restringidos.
En un proyecto de reglamento más definido, Jovellanos abundaba en esta
idea, señalando que en lo sucesivo las Juntas debían abstenerse de seguir empleando el tratamiento usado hasta ese momento, es decir, el de «soberanas»33.
Las privaba de facultades gubernativas, salvo alistamientos y ejecución de las
————
31 Esa idea de que la soberanía declarada por las Juntas Provinciales «federalizaba» España la
puso de manifiesto Jovellanos en Carta a lord Holland (Sevilla, 8 de noviembre de 1809), en Obras
completas, vol. V, pág. 315. Se trataba de una postura compartida con otros vocales de la Junta
Central, como lo atestigua las palabras que estos vertieron en su Exposición que hacen a las Cortes
Generales y Extraordinarias le la nación española los individuos que compusieron la Junta Central Suprema
Gubernativa de la misma, de su conducta en el tiempo de su administración, Sección Primera, Imprenta del
Estado-Mayor General, Cádiz, 1811, págs. 11 y 15. A lo largo de la primera mitad del XIX, varios
liberales sostendrían esta misma idea. Así, recordando la situación Pacheco señalaría que «La
España, volvemos a repetirlo, fue sin saberlo una confederación de repúblicas que peleaban por su
Rey. La democracia pura comenzó de hecho para venir más adelante a comenzar en teoría». Joaquín
Francisco Pacheco, Historia de la regencia de la Reina Cristina, Imprenta de don Fernando Suárez,
Madrid, 1841, vol. I, págs. 55-56. En una línea muy similar, Alcalá Galiano diría que «Nunca ha
habido en España, ni aun en otra nación o edad alguna, democracia más perfecta». ALCALÁ
GALIANO, Antonio, «Recuerdos de un anciano», en Obras escogidas de don Antonio Alcalá Galiano,
BAE, vol. LXXXIII (I), Madrid, Atlas, 1955, pág. 46.
32 JOVELLANOS, Dictamen sobre las funciones que habrán de ejercer en lo sucesivo las Juntas Provinciales
(noviembre-diciembre de 1808), en Escritos políticos, pág. 135.
33 JOVELLANOS, Proyecto de Reglamento de las Juntas Provinciales (diciembre de 1808), en ibidem,
págs. 137-140.
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órdenes militares expedidas por la Junta Central. Detalle no menor era la restricción expresa de emplear la libertad de imprenta solo con arreglo a las leyes,
aspecto sobre el que más tarde Jovellanos tendría que librar una ardua lid,
cuando se le encargó resolver el problema suscitado con la Junta de Sevilla,
empeñada en publicar una «Gaceta ministerial» paralela a la expedida por la
Junta Central.
El Reglamento de 1 de enero de 1809, por el que se regulaban las Juntas
Provinciales y en cuya elaboración se descubre la mano de Jovellanos, hacía
suyas muchas de las premisas del gijonés y reducía las competencias de aquellas
Juntas en el sentido que este apuntaba e incluso les cambiaba el nombre por el
de «Juntas Superiores Provinciales de Observación y Defensa». Su subordinación con la Junta Central quedaba clara según lo estipulado en el artículo tercero («estarán sujetas inmediatamente a la Suprema del Reino»), aunque lo
cierto es que el reglamento no pudo aplicarse de forma efectiva, debido a la
presión que ejercieron las propias Juntas, renuentes a ver cómo su poder se veía
así recortado.
LAS POSTERIORES MEDIDAS ORGANIZATIVAS DE LA JUNTA CENTRAL
De lo dicho hasta aquí resulta fácil deducir que Jovellanos ocupó un papel de
primer orden en la organización de la Junta Central. Tras fijar todas las cuestiones de índole competencial que hemos visto hasta aquí (referentes al pleno, presidente, comisiones, secretaría general y secretarios del despacho), Jovellanos
tuvo la oportunidad de concretar aún más la estructura orgánica de esta institución a partir de mayo de 1809. En efecto, el día 22 de ese mes, la Junta Central
expedía el primer decreto de convocatoria a Cortes, a raíz de una propuesta formulada el mes anterior por el vocal aragonés Lorenzo Calvo de Rozas. Ante la
inminencia de la reunión del Parlamento (convocado para el año 1810), Jovellanos instó a que se crease una «Comisión de Cortes» que se encargase de estudiar
cómo habría de estructurarse la futura asamblea. Una vez más, la Junta Central
hizo suya la propuesta del asturiano y constituyó la citada comisión (8 de junio
de 1809) nombrando al propio Jovellanos como miembro de ella.
De este modo, el Decreto de 22 de mayo de 1809 convocando Cortes marcaría un punto de inflexión para la estructura interna de la Junta Central ya que, a
partir de entonces, empezaron a formarse —siempre a iniciativa del gijonés—
órganos internos destinados a cimentar la reunión de Cortes. Así, tras haberse
ocupado de la estructura primaria de la Junta Central más apropiada para la
gestión político-administrativa, ahora le tocaba definir la organización conveniente para que dicha institución se pudiera ocupar también de unas tareas preparatorias para la futura reforma de la «Constitución histórica» española.
A tales efectos, aparte de la ya citada Comisión de Cortes, Jovellanos propuso que se formasen juntas auxiliares cuyo cometido sería estudiar qué reforHispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 715-740, ISSN: 0018-2141
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mas requería la legislación patria, a fin de sugerirlas al Parlamento una vez se
reuniese34. La propuesta fue aceptada y finalmente se constituyeron siete juntas
(de ordenación y redacción; de medios y recursos extraordinarios; de legislación; de hacienda real; de instrucción pública; de negocios eclesiásticos; y de
ceremonial de Cortes), correspondiéndole al propio Jovellanos elaborar las instrucciones que debían regir su actividad, con la excepción de las de ceremonial
de Cortes, de ordenación y redacción, y la de negocios eclesiásticos (de esta
última apenas redactó unos apuntes).
La idea de estudiar reformas en las Leyes Fundamentales se remontaba ya a
los primeros escritos de Jovellanos en la Junta Central. En concreto, al proyecto de dictamen sobre la institución de gobierno interino, en el que había señalado que la Junta Central debía estar habilitada para proponer a las futuras
Cortes «ciertas reformas que requieren las circunstancias de los tiempos»35, es
decir, modificaciones de las Leyes Fundamentales.
¿No suponía esto una contradicción? ¿No debía la Junta Central ceñirse al
poder ejecutivo? Es más, ¿no debía sujetarse la Junta al estricto respecto de las
Leyes Fundamentales? Lo cierto es que aquí Jovellanos actuaba como un meticuloso jurista. La Junta Central estaba atada por las Leyes Fundamentales, es
cierto, pero ello solo le obligaba a cumplirlas; nada impedía que propusiese
reformas que, en todo caso, no implicaban su quebranto. Puesto que la facultad de la Junta se reducía a «proponer», tampoco estaba sustrayéndose de las
lindes del poder ejecutivo36: serían las Cortes las que, en uso de su «suprema————
34 El propio Decreto de 22 de mayo de 1809, de convocatoria de Cortes, había incluido, a propuesta
de Valdés y Jovellanos, una serie de consultas a instituciones y particulares, que comprendían los siguientes
puntos: «Medios y recursos para sostener la santa guerra en que, con la mayor justicia, se halla empeñada la
nación, hasta conseguir el glorioso fin que se ha propuesto; Medios de asegurar la observancia de las leyes
fundamentales del Reino; Medios de mejorar nuestra legislación, desterrando los abusos introducidos y
facilitando su perfección; Recaudación, administración y distribución de las rentas del Estado; Reformas
necesarias en el sistema de instrucción y educación pública; Modo de arreglar y sostener un ejército
permanente en tiempo de paz y de guerra, conformándose con las obligaciones y rentas del Estado; Modo
de conservar una marina proporcionada a las mismas; Parte que deban tener las Américas en las Juntas de
Cortes». Para responder a estas cuestiones se solicitó el auxilio de «los Consejos, Juntas superiores de las
provincias, Tribunales, Ayuntamientos, Cabildos, Obispo y Universidades y oirá a los sabios y personas
ilustradas». Recibidos estos informes, Jovellanos consideraba que lo mejor es que unas Juntas auxiliares se
encargasen de estudiarlos, a fin de no entretener las tareas del pleno de la Junta Central.
35 Jovellanos, Proyecto de dictamen sobre la institución del gobierno interino, en Escritos políticos, pág. 81.
36 Ciertamente, y a diferencia de los planteamientos de los liberales, para Jovellanos el
«ejecutivo» no se limitaba a la ejecución estricta de las leyes sino que comprendía el poder
«gubernativo», según hemos visto. Se trataba de una facultad de dirigir la sociedad, aunque
contando con el apoyo de las Cortes para cuestiones importantes como la defensa del Estado o la
creación de empleos (Jovellanos, «Reflexiones sobre la democracia», junio de 1809, en Obras
completas, vol. IX, pág. 215). Aun así, Jovellanos diferenciaba claramente las facultades ejecutiva y
legislativa en un sentido idéntico al empleado por Montesquieu. A pesar de que el rey tenía parte en
la función legislativa (veto absoluto), Jovellanos consideraba que la Junta Central no podía absorber
un poder que correspondía esencialmente a las Cortes.
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LA ORGANIZACIÓN DEL PODER EJECUTIVO EN ESPAÑA (1808-1810). REFLEXIONES A RAÍZ DE UN...
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cía» abordarían los cambios pertinentes, no la Junta Central. Quizás el punto
endeble del argumento jovellanista estriba en que, si la Central había nacido
con un cometido meramente militar (heredado de las Juntas Provinciales), sin
duda la propuesta de una reforma de las Leyes Fundamentales excedía de sus
competencias37.
Pero el cambio más acusado en la organización de la Junta Central derivó
de la constitución en su seno de una «Comisión Ejecutiva», de la que Jovellanos fue valedor. El dilatado número de integrantes de la Junta Central, treinta
y cinco, lo convertía en un órgano poco idóneo para adoptar con inmediatez
resoluciones ejecutivas y, de hecho, esa era uno de los principales argumentos
esgrimidos por el gabinete británico de Canning para requerir que se sustituyese por una regencia. Ya hemos visto que en este punto coincidía Jovellanos. Sin
embargo, con el paso de los meses, el gijonés fue desprendiéndose de su inicial
idea de reunir un Consejo de Regencia, ganando fuerza una segunda opción:
formar en el seno de la Junta Central una Comisión Ejecutiva que se encargase
del despacho ordinario de los asuntos de Estado, de modo que el resto de vocales pudieran ocuparse de cuestiones que requerían mayor deliberación.
¿Por qué este abandono de la idea de reunir una Regencia? Creo que Jovellanos empezó a desprenderse de ella a medida que percibió que quienes más la
deseaban eran los vocales de talante absolutista, como el marqués de la Romana o Palafox. De este modo, intuyó que a los intentos de reunir una regencia
(que sustituyese a la Junta Central en los cometidos ejecutivos) subyacía un
interés espurio: obstaculizar la reunión de las Cortes —ya convocadas desde el
22 de mayo de 1809—, cuando la Junta Central avanzaba hacia su reunión.
Siendo la convocatoria del Parlamento un deseo confesado del ilustrado asturiano, parece comprensible que, ante tales sospechas, no tardase en cambiar de
parecer acerca de la conveniencia de formar una regencia.
El 21 de agosto de 1809, Francisco Palafox (vocal por Aragón) presentó ante la Junta Central una moción para formar una regencia, alegando la incapacidad de «este cuerpo enorme» (esto es, la Junta Central) para gestionar la guerra. A raíz de esta propuesta, Jovellanos elaboró un dictamen en el que,
mostrando su cambio de perspectiva, señalaba que no existía motivo alguno
para urgir una reunión de regentes que la opinión pública más reflexiva no
reclamaba. Argumentaba el gijonés que la Junta Central ya había asumido el
————
Partiendo de una idea bilateral de las Leyes Fundamentales, lo cierto es que la propuesta de su
reforma sí le correspondería al monarca, pero no a la Junta Central, si seguimos los planteamientos
iniciales de Jovellanos. Su postura solo es coherente si se entiende que, no habiéndose formado todavía
la Regencia, la Junta Central había mutado su naturaleza y había comenzado a ejercer verdaderas
funciones de regente. De ahí que, en ausencia del monarca, esta Junta-Regencia asumiese el cometido
de plantear reformas en las Leyes Fundamentales. Aun así, esta postura seguía siendo endeble, porque
difícilmente podía entenderse que incluso una regencia pudiese adoptar el papel del monarca en el
punto de promover la reforma de la Constitución histórica.
37
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carácter de regencia provisional38, y que, hallándose ya tan próxima la convocatoria de las Cortes, no tenía sentido sustituirla por un nuevo órgano ejecutivo
que también habría de ser provisional, ya que cuando se reuniese el Parlamento
este decidiría la forma de gobierno más conveniente.
En algo estaba de acuerdo Jovellanos con Palafox: un cuerpo de más de
treinta individuos no podía ejercer con propiedad el poder ejecutivo. Pero la
solución que proponía Jovellanos consistía en designar dentro de la Junta Central una comisión que se encargase de la ejecución ordinaria, es decir, del gobierno del día a día, quedando el pleno de la Junta Central para decisiones de
mayor trascendencia39. La propuesta de Jovellanos contó con el apoyo de algunos de sus compañeros: Camposagrado pidió que se formase una Comisión
ejecutiva de cinco vocales; Villel también optaba por crear una «Sección» ejecutiva de seis miembros, en tanto que Martín de Garay, en una propuesta algo
diferente, deseaba que la Junta Central se escindiera en dos bloques, uno más
numeroso, que asumiría el poder legislativo como remedo de Cortes, y otro
más restringido, que ejercería las funciones ejecutivas.
Aprobada esta idea, y rechazada por tanto la intención de Palafox de formar una Regencia, se designó una Comisión encargada de formar las líneas
maestras del nuevo órgano e integrada por Valdés, Camposagrado, Castanedo,
el Conde de Gimonde y Jovellanos. En cumplimiento del encargo, el gijonés
redactó un proyecto de reglamento en el que se fijaba en cinco los vocales de la
Comisión Ejecutiva: el presidente de la Junta Central (como miembro nato)
más otros cuatro designados por mayoría absoluta y renovables por turnos cada
cuatro meses, de modo que ninguno podía desempeñar el cargo durante más
de dieciséis meses consecutivos. Además, los vocales de la Comisión Ejecutiva
carecerían de voto en el pleno de la Central, a fin de evitar que pudieran defender en las sesiones plenarias sus propias resoluciones, actuando como juez y
parte. Sin embargo, el aspecto más relevante del proyecto reside en la determinación de las facultades de la Comisión Ejecutiva, cuestión espinosa puesto que
implicaba un deslinde de competencias con el pleno de la Junta Central.
La definición de las competencias de la Comisión Ejecutiva se realizaba tanto en términos positivos como negativos. Desde la primera vertiente se le adju————
38 JOVELLANOS, Dictamen sobre la formación de un Consejo de regencia (agosto-septiembre 1809),
en Escritos políticos, pág. 233.
39 JOVELLANOS, Dictamen sobre la concentración del Ejecutivo (6 de septiembre de 1809), en Escritos
políticos, págs. 146-147. En realidad, ya en fechas tempranas insinuó la necesidad de que, hasta que no
se formase la regencia, la Junta Central formase una Comisión Ejecutiva reducida, porque el elevado
número de vocales de la Central ralentizaba la adopción de decisiones. Rectificaciones del Dictamen sobre
la institución del gobierno interino (13 de octubre de 1808 – 7 de noviembre de 1808). Rectificaría esta
idea en varias ocasiones, y en documentos de diversa índole, incluidos los de naturaleza militar, porque
precisamente las acciones bélicas se resentían de la falta de concentración del gobierno. Vid. Exposición
sobre la situación militar, la unidad de mando de los ejércitos y la concentración del gobierno (Febrero de 1809) y
Exposición sobre la situación bélica (5 de abril de 1809).
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dicaba la potestad ejecutiva en lo referente a las cuestiones militares, hacienda,
justicia, policía y seguridad interior, así como las relaciones exteriores. Como
agente ejecutivo de la Central, le competía también llevar a efecto los decretos
que esta expidiese, aunque sin capacidad para alterarlos ni interpretarlos. Y así
se entraba, precisamente, en la delimitación negativa de sus funciones, es decir,
en los límites que reglamentariamente se le imponía a la Comisión Ejecutiva.
Así, se fijaban restricciones relativas a las relaciones internacionales (no podía
declarar guerra o paz, realizar tratados internacionales), a la estructura política
y territorial del Estado (no estaba habilitada para alterar las leyes fundamentales ni para enajenar territorios o derechos de la corona, ni para cambiar el gobierno de las colonias), a los derechos de propiedad e igualdad (no podía imponer contribuciones o empréstitos, conceder indultos o privilegios), a los cargos
públicos (carecía de competencia para nombrar o destituir ministros, y para
crear cualesquiera empleos) y a la dirección bélica (no podía alterar los reglamentos sobre alistamiento ni decretar levantamientos en masa). Antes de que
las Cortes de Cádiz restringiesen constitucionalmente los poderes del rey, Jovellanos ya había previsto un articulado reglamentario que fijaba limitaciones
para el órgano ejecutivo.
Este proyecto de reglamento elaborado por Jovellanos acabó convirtiéndose, con algunas modificaciones, en el Plan para la formación de la Sección Ejecutiva, presentado al pleno de la Central el 19 de septiembre de 180940. El espíritu
del texto resultaba claro: la Comisión Ejecutiva se encargaría del gobierno ordinario y del despacho de los negocios, pero los atributos de la soberanía (reflejados en las limitaciones establecidas para la Comisión Ejecutiva) quedaban
retenidos en manos del pleno de la Junta Central. No obstante, Jovellanos no
albergaba muchas esperanzas de que el plan prosperase41. No le faltaba razón:
haciendo buenas sus sospechas la Junta Central rechazo el texto el 29 de septiembre de 180942. Fue entonces sustituido por otro que, con fecha de 18 de
octubre, rubricaba una nueva comisión, integrada por el Marqués del Villar,
Pedro Ribero y el Marqués de la Romana, quien no obstante introdujo un voto
particular en el que insistía de nuevo sobre la formación de la regencia. La discusión de este reglamento, en la sesión del día 20 de octubre, se sustanció con
la lectura por parte de Palafox de un documento en el que acusaba a la Junta
Central de ser un órgano inútil y haber alterado la Constitución:
————
JOVELLANOS, Plan para la formación de la Sección Ejecutiva (19 de septiembre de 1809), en
Escritos Políticos, págs. 254-262.
41 Carta a Lord Holland (Sevilla, 19 de septiembre de 1809), en Jovellanos, Obras completas, Vol.
V, núm. 1955: «En lo interior se trata de concentrar el gobierno; que está acordado en una
comisión el plan de una sección ejecutiva, pero se duda que sea admitido por la Junta, aunque muy
juicioso» (pág. 290).
42 Sesión de 29 de septiembre de 1809, Acuerdos de la Junta Central, Archivo de Martín de
Garay.
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«La Constitución del Estado es monárquica, y nosotros componemos una
democracia, que muy luego declinaría en despotismo y tiranía si no se restituye a
la ley su autoridad y observancia. No tenemos demarcado el poder que ejercemos,
hemos despreciado los santos códigos, sacamos de su base la autoridad y el edificio del Estado se estrella, se arruina, y envuelve en sus escombros los derechos del
soberano y del vasallo que estamos encargados de conservar».
Comparando a la Junta Central con el Directorio francés, Palafox concluía
que debía adoptarse el plan del Marqués de la Romana de formar una regencia.
Por tres veces llegó la Central a rechazar esta propuesta y el proyecto de reglamento de la nueva Comisión se aprobó definitivamente el 22 de octubre de
180943. El texto, desde luego muy inferior al de Jovellanos, optaba por eliminar la determinación positiva de las funciones de la Comisión Ejecutiva y se
ceñía a recoger solo sus limitaciones, de modo que, en realidad, era más un
reglamento de la Junta Central que de la propia Comisión Ejecutiva. Jovellanos no se opuso al texto, aunque solicitó que se modificase en algún extremo,
muy en particular en el número de vocales, que el gijonés quería reducir a cinco, frente a los seis (más el presidente) que finalmente fijó el reglamento44.
También suscitó cierto debate el determinar si los miembros de la comisión
debían ser necesariamente vocales de la Junta Central45.
A pesar de que el proyecto de reglamento de la Comisión Ejecutiva preparado por Jovellanos no llegó a aprobarse, siendo sustituido por el que acabamos
de analizar, ello no impidió que el gijonés sospechase de que entre los miembros de la Junta Central se estaba considerando elegirlo como integrante de tal
órgano. Anticipándose a ello, se declaró por escrito no elegible46. Esta actitud
se debía, en parte, a que Jovellanos nunca había estado a gusto en tareas de
————
43 Se reproduce en la Sesión de 22 de octubre de 1809, Acuerdos de la Junta Central, Archivo
de Martín de Garay.
44 JOVELLANOS, Dictamen sobre el proyecto de Reglamento de la Comisión Ejecutiva (21 de octubre de
1809), en Escritos Políticos, págs. 276-277. En la votación del proyecto de Reglamento elaborado por
el Marqués del Villar, Pedro Ribero y el Marqués de la Romana salió triunfante la opción de siete
miembros (a favor de la cual votaron el arzobispo de Laodicea, Ribero, Gimonde, Ovalle,
Quintanilla, Tilly, Caro, Villar, Villel, Riquelme, Atorga y el Marqués de la Romana), frente a la
postura de cinco individuos (apoyada por: Valdés, Jovellanos, Garay, Puebla, Balanza, García de la
Torre, Castanedo, Bonifaz y Camposagrado).
45 Fueron partidarios de que fuesen elegidos entre vocales de la Central: Valdés, Puebla, Calvo,
Gimonde, Balanza, Quintanilla, Ovalle, Villar, Amatria, Castanedo, Jócano, Bonifaz, García de la
Torre, Caro, Tilly, Villel y Riquelme. La minoría afín a que no tuviesen que tener la condición de
vocales de la Junta la integraron Laodicea, Ribero, Camposagrado y el Marqués de Astorga. Palafox
y el Marqués de la Romana votaron a favor de que fuese decisión libre del presidente. La postura
intermedia corrió a cargo de Jovellanos: tres tendían que ser vocales y otros tres podían ser
designados fuera de la Junta Central (AHN, Estado, legajo 2-B, núm. 4). Esto quería decir que
Jovellanos deseaba que la Comisión se compusiera por el presidente y otros cinco miembros.
46 JOVELLANOS, Renuncia al cargo de vocal de la Comisión Ejecutiva (22 de octubre de 1809), en
Escritos Políticos, págs. 281-282.
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gobierno; de hecho, deseaba dejar el cargo de vocal de la Central, lo que en
parte también justifica su postura a favor de la amovilidad de los miembros de
este órgano47. Más cómodo en tareas deliberativas, el gijonés prefería asumir la
organización de las futuras Cortes y, por tanto, evacuar los dictámenes que
debía elaborar al respecto la Comisión de Cortes a la que pertenecía. Tampoco
desdeñaba, desde luego, ser parte de un futuro órgano consultivo, pero nunca
afrontar tareas gubernativas48. Así las cosas, el 23 de octubre de 1809 la Junta
Central votó los vocales que debían componer la Comisión Ejecutiva. Pese a su
voluntad expresa, Jovellanos figuró entre los votados, aunque tuvo escasos
apoyos, quizás porque sus compañeros respetaban su decisión y no querían
comprometerlo49.
Junto con la creación de la Comisión Ejecutiva, el último esfuerzo de Jovellanos por organizar la Junta Central residió en organizar su Secretaría. En
efecto, el 1 de septiembre de 1809, el vocal por León de la Junta Central, Antonio Valdés, solicitó al pleno que se arreglase la Secretaría General de la Junta
«no dando a ninguno de sus vocales otra ocupación ni destino que le distraiga
de su principal y único objeto». Habiendo acordado la Junta Central acceder a
esta petición, el día 9 de septiembre Martín de Garay, a la sazón secretario,
presentó un proyecto de reforma, conjuntamente con su dimisión del cargo
(quizás al sentirse aludido por el escrito de Valdés), que le fue admitida el 30
de octubre, sucediéndole Pedro Ribero50.
Jovellanos defendió en este punto la imposibilidad de que los asuntos de la
Secretaría fuesen asumidos por un ministro que, además, se ocupase de otro
————
47 JOVELLANOS, Voto particular sobre la amovilidad de los vocales de la Junta Central (20 de
septiembre de 1809), en Escritos políticos, págs. 661 y ss.
48 «Usted sabe que yo no quiero parte en regenciani gobierno; mon lot son las Cortes. En esto
trabajaré hasta dar la vida; y si la nación las congrega con el sosiego y prudencia que podemos
esperar, moriré contento». Carta a Lord Holland (Sevilla, 21 de octubre de 1809), Obras completas,
vol. V, núm. 1966, pág. 308. Su desinterés por formar parte de un Ejecutivo reducido ya lo había
anticipado en abril: «en cuanto a tomar parte activa en un gobierno reconcentrado, cualquiera que
él fuese, mi opinión está decidida y ninguna humana fuerza me obligará a ello. Y no es esto por
afectada modestia, por capricho ni por obstinación; es por un íntimo invencible conocimiento de
que ni mis fuerzas físicas ni morales, ni la tenacidad con que ciertos principios o ideas están
apegadas a mi corazón, me hacen capaz de tal cargo. Si para algo puedo servir, aunque poco, sería
para el consejo». Carta a Lord Holland (Sevilla, 16 de abril de 1809), Obras completas, vol. V, núm.
1828, pág. 113.
49 Los votos obtenidos por el gijonés fueron los siguientes: primera votación: 1 voto (salió
Jocano); segunda: 2 (salió Caro); tercera: 2 (salió Riquelme); cuarta: 2 (saló el Marqués de la
Romana); quinta: 2 (salió García de la Torre); sexta: 2 (salió Villel). AHN, Estado, legajo 2B, núm.
6. El resultado definitivo en AHN, Estado, legajo 2-B, núm. 8. La comunicación a los vocales tuvo
lugar el 29 de octubre de 1809 (AHN, Estado, legajo 2-B, núm. 10).
50 Jovellanos lo notifica a Lord Holland el 11 de octubre; Vid. Carta de Jovellanos a Lord
Holland, Sevilla, 11 de octubre de 1809, Obras completas, vol. V, pág. 299). Garay también renunció
al ministerio interino de Estado, según lo comunicó Jovellanos a Lord Holland (Carta a Lord
Holland, Sevilla, 1 de noviembre de 1809, ibidem, pág. 312).
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ramo político. El ingente trabajo que requería la actividad administrativa de la
Central haría imposible compatibilizar ambas actividades y de ahí que propusiese que, si desaparecía la figura del secretario general de la Junta, sus cometidos debían repartirse entre la totalidad de los ministros. La mayor relevancia de
esta medida consistía en que, en lo sucesivo, los Decretos que expidiese la Junta Central debían canalizarse a través de los ministros del ramo respectivo, en
vez de hacerlo por vía de la Secretaría General, como había sucedido hasta el
momento51.
Con estas últimas tareas, Jovellanos cerraría su actividad de diseño de la
Junta Central. Un diseño que, a la postre, se había ido materializando más a
tenor de las circunstancias que a partir de un patrón teórico previo y meditado.
En enero de 1810, la Junta Central dejaría paso a la regencia y Jovellanos sería
el encargado de redactar el Último decreto de la Junta Central (29 de enero de
1810)52 en el que al menos pretendía dejar viva una parte de la estructura de la
Central, ya que las juntas auxiliares debían mantenerse constituidas bajo la
dirección del nuevo órgano ejecutivo. Una previsión baldía, puesto que la disolución de la Junta Central puso fin también a las actividades de sus comisiones.
ANEXO:
ESCRITO INÉDITO DE JOVELLANOS SOBRE LAS FUNCIONES QUE DEBERÍA ASUMIR LA
PRESIDENCIA DE LA JUNTA CENTRAL
Fuente: Archivo Histórico Nacional, Estado, Legajo 1, n.º 124
Hallo tan íntimamente enlazadas la autoridad y prerrogativas del presidente con
la naturaleza y funciones de la Junta, que no acierto a señalar aquéllas antes [de] que
éstas se determinen. Y pues que esto no debe retardarse, por lo mucho que importa
para remover embarazos y asegurar el poder y autoridad de la Junta, soy de sentir que
uno y otro punto se traten en unión, nombrado desde luego para ello otra comisión, o
agregando a ésta las personas que la Junta estime necesarias para su examen. Entretanto, la Presidencia interina del Señor Conde de Floridablanca deberá durar, según
mi dictamen, hasta que, determinado uno y otro punto, se nombre presidente en propiedad. La confianza que este venerable personaje merece a la Junta y a la nación entera puede excusar por ahora toda regla relativa al ejercicio de sus funciones, salvo la de
que en las ocurrencias de urgencia momentánea obre y dé cuenta a la Junta de lo que
hubiere resuelto en ellas; y si por suerte exigieren secreto y dieren tiempo, las trate con
dos personas que la Junta puede nombrar en el día de hoy. Tal es mi dictamen, pero si
la Junta no le estimare y requiriere mayor precaución, parece que sobraría la de que el
————
51 JOVELLANOS, Borrador de dictamen sobre la creación de un Ministro Secretario General de la Junta
Central (10 de octubre de 1809), en Jovellanos, Escritos políticos, págs. 271-273 y, de la misma fecha:
Dictamen sobre la creación de un Ministro Secretario General de la Junta Central, en ibidem, págs. 274-275.
52 JOVELLANOS, Último Decreto de la Junta Central sobre la celebración de las Cortes (29 de enero de
1810), en Escritos políticos, págs. 727-734.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 715-740, ISSN: 0018-2141
LA ORGANIZACIÓN DEL PODER EJECUTIVO EN ESPAÑA (1808-1810). REFLEXIONES A RAÍZ DE UN...
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Señor presidente, en lo que tuviere que disponer fuera de la Junta y fuere cosa grave
proceda con acuerdo de dos adjuntos que ésta nombrará para cada uno de los ramos
de Estado, Guerra, Marina, Hacienda, Gracia y Justicia y Colonias, con el mismo cargo de dar cuenta a la Junta de sus resoluciones.
Jovellanos, 1809
Recibido: 12-05-2010
Aceptado: 11-04-2011
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 715-740, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 239, septiembre-diciembre, págs. 741-762, ISSN: 0018-2141
RECLUTAR CACIQUES: LA SELECCIÓN DE LAS ELITES COLONIALES FILIPINAS A
FINALES DEL SIGLO XIX*
JUAN ANTONIO INAREJOS MUÑOZ *
CSIC
RESUMEN:
A partir de un estudio de microhistoria, centrado en el examen de unas elecciones
locales en una principalía indígena filipina a finales del siglo XIX, en el artículo se
rastrean los mecanismos de representación y el ejercicio del poder local en Filipinas durante la dominación colonial española. Dentro del armazón político-administrativo
implantado en el archipiélago asiático, el eslabón municipal fue uno de los escasos espacios de poder tangibles para las élites indígenas. Seleccionadas por las autoridades
coloniales en función de criterios políticos, económicos y religiosos, las clases dirigentes
locales desempeñaron un papel ineludible en las resistencias y lealtades que despertó el
gobierno de la metrópoli en las posesiones orientales. Estos aspectos constituyen las principales líneas de estudio de un análisis concebido en clave comparativa con los mecanismos ensayados en la península en torno al acceso y control del poder local. El desbroce de sus analogías y disimilitudes ocupa un lugar central junto al escudriñamiento
de la estrategia desplegada por el Estado dentro de las luchas de poder entabladas entre las élites insulares, sus causas y sus consecuencias.
PALABRAS CLAVE:
Filipinas. Colonialismo. Elecciones municipales. Poder local. Elites indígenas.
RECRUITING CACIQUES: THE SELECTION OF PHILIPPINE COLONIAL ELITE IN THE LATE
19TH CENTURY
ABSTRACT:
This work assesses the local elections in an indigenous municipality in the late 19th
century Philippines. From a micro-historical and comparative approach, the paper
————
Juan Antonio Inarejos Muñoz es Investigador contratado «Juan de la Cierva» adscrito al Grupo de
Estudios Internacionales del Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Dirección para
correspondencia: CCHS-CSIC, Albasanz 26-28, 28037 Madrid. Correo electrónico: [email protected].
* Trabajo realizado en el marco del Proyecto Nacional de I+D+I titulado «Imperios,
Naciones y Ciudadanos en Asia y el Pacífico (HAR-2009 14099-C02-02)», dirigido por M.ª
Dolores Elizalde Pérez-Grueso, a quien agradezco las críticas y sugerencias realizadas.
JUAN ANTONIO INAREJOS MUÑOZ
742
traces the mechanisms of political representation and local power in the Philippines
during Spanish colonial rule. Therefore, the municipal sphere was one of the few real
power spaces for the indigenous elite within the colonial political-administrative
structure established in the Asian archipelago by Spaniards. The indigenous political
leaders - appointed by the Spanish colonial authorities for diverse political, economic and
religious reasons - played a crucial role in building resistance or allegiance to the
metropolitan government in the oriental dominions. These are the main lines of a study
that also compares the electoral process in the Philippine colonial territories with the
strategies for political control of metropolitan power. The examination of analogies and
dissimilitude is a central theme, as is the analysis of the strategy employed by the State
in the power struggle between the insular elite, its causes and its consequences.
KEY WORDS:
Philippines. Colonialism. Municipal elections. Local
power. Indigenous elite.
INTRODUCCIÓN
«Ésta es la sala de las sesiones, del tribunal, de la tortura, etcétera. Aquí conversan ahora las autoridades del pueblo y de los barrios: el partido de los ancianos
no se mezcla con el de los jóvenes, y unos y otros no se pueden sufrir; representan
el partido conservador y el liberal, solo que sus luchas adquieren en los pueblos
un carácter extremado»1.
A finales del siglo XIX, José Rizal, el Galdós filipino2, narraba en una de
sus ineludibles novelas la lucha desatada entre dos facciones por el control de
un municipio indígena en el archipiélago. En su aguda recreación etiquetó a los
bandos en disputa como liberales y conservadores, la misma denominación que
ostentaban los dos partidos restauracionistas que se alternaban en el poder en
la península, sistema político que el mártir de la revolución filipina tuvo la
oportunidad de conocer de primera mano antes de ser fusilado por las autoridades coloniales españolas3. Un símil que constituye un excelente vehículo introductorio para definir el objeto de estudio de este artículo: la reflexión en
torno al acceso, fundamentos y control del poder local en Filipinas.
Un análisis concebido en clave comparada con el sistema político vigente
en la metrópoli durante el siglo XIX4. En suma, en torno a dos realidades, co————
1 RIZAL, José, Noli me tangere, Barcelona, Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores, 1998, pág.
161 (prólogo de Pedro Ortiz Armengol).
2 Benedict Anderson, autor que analiza las similitudes que existen entre Noli me tangere y
Doña Perfecta de Galdós, no considera aventurado que Rizal conociese la novela galdosiana pese a
que este libro no apareciese entre los títulos de su biblioteca privada, en Under three flags. Anarchism
and the Anti-Colonial Imagination, London/New York, Verso, 2005, pág. 49.
3 Una estancia en la península que refuerza la hipótesis lanzada por Anderson. En detalle,
Martín CORRALES, Eloy, «Filipinos en España en los siglos XIX y XX (1868-1936)», Cuadernos de
Historia. Instituto Cervantes en Manila, 2-3 (1998), págs. 169-182.
4 En diálogo con las premisas metodológicas que abogan por evitar estudiar las historias de
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 741-762, ISSN: 0018-2141
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lonia y metrópoli, que salvo periodos muy cortos y excepcionales, estuvieron
fracturadas a lo largo de todo el siglo XIX por el subordinado status político
asignado a las posesiones asiáticas. No obstante la radical sima abierta entre
derechos y obligaciones, marcada por el recurrente cercenamiento de la representación política insular, ¿existieron similitudes en ambos escenarios a la hora
de acceder al control de las instancias de poder local más allá de las abismales
prescripciones formales?¿Qué mecanismos utilizaron las élites filipinas para
acceder a los eslabones de poder municipal?¿Qué papel jugó el Estado, personificado en las diferentes autoridades coloniales españolas, dentro de las luchas de
poder abiertas entre las élites insulares? En último término, la respuesta a esta
serie de preguntas contribuirá a esclarecer algunas de las claves que ayuden a
comprender las adhesiones y resistencias locales que despertó la controvertida
dominación colonial española en el enclave asiático tras la irrupción del liberalismo en la metrópoli.
LAS ELECCIONES A GOBERNADORCILLOS O LOS MECANISMOS DE SELECCIÓN Y
DOMINACIÓN
Salvo unos fugaces y volátiles periodos, reducidos a los paréntesis temporales marcados por vigencia de la Constitución de Cádiz y las postreras reformas
finiseculares, los «márgenes de la nación» estuvieron regidos a lo largo del siglo
XIX por Leyes Especiales que cerraron la puerta a la representación política a los
territorios insulares filipinos5. Unas colonias que estuvieron administradas por
un híbrido sistema político-administrativo que alternó mecanismos de dominación directa e indirecta6. Las estructuras de organización socioeconómicas prehispánicas, los jerarquizados núcleos de población conocidos como barangays,
fueron integrados en las nuevas encomiendas7. Las élites nativas prehispánicas,
————
metrópolis y colonias como compartimentos estancos, lanzadas por autores como COOPER, Frederick
y STOLER, Ann Laura (eds.), Tensions of Empire: Colonial Cultures in a Bourgeois World, Berkeley,
University of California Press, 1997; SIBEUD, Emmanuelle, «Du postcolonialisme au
questionnement postcolonial: pour un transfert critique», Revue d’histoire moderne et contemporaine, 544 (2007), págs. 142-155; y SCHAUB, Jean-Frédéric, «La catégorie “études coloniales” est-elle
indispensable?», Annales HSS, 3 (2008), pág. 625-646.
5 En acertada expresión de FRADERA, Josep María, «La nación desde los márgenes
(Ciudadanía y formas de exclusión en los imperios)», Illes Imperis, 10/11 (2008), págs. 9-30. Véase
un análisis pormenorizado de esta legislación, en clave comparada con el caso cubano, en otra de las
ineludibles obras de este autor, Colonias para después de un imperio, Barcelona, Bellaterra, 2005; y en
CELDRÁN RUANO, Julia, Instituciones Hispanofilipinas del siglo XIX, Madrid, MAPFRE, 1994.
6 Una sucinta panorámica general de los sistemas de administración directos e indirectos
desplegados por las potencias europeas en el sudeste asiático, en TROCKI, Carl, «Political Structures in
the Nineteenth and Early Twentieth Centuries», en TARLING, Nicholas (ed.), The Cambridge History of
Southeast Asia, , Cambridge, Cambridge University Press, 2004 (3.ª ed.), vol. III, págs. 75-126.
7 La implantación y despliegue de la administración española es objeto de análisis detallado
en los trabajos de HIDALGO NUCHERA, Patricio, Encomienda, tributo y trabajo en Filipinas (1570Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 741-762, ISSN: 0018-2141
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conocidas como principales, continuaron con las riendas del poder local bajo la
supervisión y el dominio de los conquistadores. Una de las principales novedades fue la creación de una figura con amplias atribuciones, el gobernadorcillo,
autoridad que se situó al frente de los cabezas de barangays existentes en los
pueblos8. El cabeza de barangay era un cargo de carácter nobiliario cuyo origen
se remonta a los jefes de los diferentes grupos territoriales y familiares prehispánicos del mismo nombre9. Hasta 1789 fue de carácter hereditario y vitalicio,
privilegio que no impedía que otros fuesen nombrados por las autoridades españolas. A partir de esta fecha fue de carácter electivo. Al igual que los gobernadorcillos, poseían potestades tributarias y de orden público, pero también
gozaron de ciertos privilegios como la exención de las prestaciones personales,
militares y contributivas10.
En sus rasgos definitorios, este sistema permaneció prácticamente incólume
hasta el final de la dominación colonial española y solo sufrió algunas modificaciones relacionadas con el proceso de selección de los candidatos a gobernadorcillo. El Decreto de 5 de octubre de 1847 codificó los criterios que rigieron las
elecciones celebradas durante la segunda mitad del siglo XIX hasta la ulterior
reforma de Maura en 1893 que aumentó la participación y cuota de poder de
las clases propietarias locales11. Cada dos años se realizaba un sorteo entre los
cabezas de barangay que formaban cada principalía para designar a doce electores. Estos y el gobernadorcillo saliente eran a su vez los trece encargados de
————
1608), Madrid, Ediciones Polifemo/Universidad Autónoma de Madrid, 1995; y de Luis Alonso
Álvarez, cuya síntesis puede consultarse en el capítulo titulado «La Administración española en las
islas Filipinas, 1565-1816. Algunas notas explicativas acerca de su prolongada duración», en
ELIZALDE PÉREZ-GRUESO, María Dolores (ed.), Repensar Filipinas. Política, Identidad y Religión en la
construcción de la nación filipina, Barcelona, Edicions Bellaterra, 2009, págs. 79-117.
8 El origen despectivo y paternalista del término «gobernadorcillo», cuyo uso se generalizó a
partir de 1696, sus atribuciones y las modificaciones legislativas que rigieron las elecciones locales
desde la conquista hasta el siglo XIX, son desglosadas en la obra de SÁNCHEZ GÓMEZ, Luis Ángel,
Las principalías indígenas y la administración española en Filipinas, Madrid, Universidad Complutense,
1991, págs. 199-211 y 354-376.
9
El cabeza de barangay se situó al frente de un grupo de tributantes que pueden vivir en
diferentes barrios. El barangay no es una división espacial del municipio, sobre el particular véase
SÁNCHEZ GÓMEZ, Luis Ángel, «Estructura de los pueblos de Indios en Filipinas durante la época
española», en RODAO, Florentino (ed.), España y el Pacífico, Madrid, Agencia Española de
Cooperación Internacional, 1990, págs. 81-116; HUETZ DE LEMPS, Xavier, «Nommer la ville: les
usages et les enjeux du toponyme «Manila» au XIXe. Siècle», Genèses 33 (1998), págs. 28-48; y de
este último autor «Territorio y urbanismo en las Islas Filipinas en el entorno de 1898», Ciudad y
Territorio, vol. XXX, 116 (1998), págs. 381-428.
10 Para profundizar en las atribuciones delegadas, véase ROBLES, Eliodoro C., The Philippines in
the XIXth. Century, Quezon City, Malaya Books, 1969.
11 En detalle, AZCÁRRAGA y PALMERO, Manuel de, La reforma del municipio indígena en
Filipinas, Madrid, J. Noguera, 1871; y BLUMENTRITT, Ferdinand, Organisation communale des
indigènes des Philippines placées sous la domination espagnole, Paris, Bulletin de la Société Académique
Indo-chinoise, 1881.
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elegir a tres miembros de una terna, formada por los más votados, que era elevada al Gobernador Civil (o al Político-Militar, en función de la provincia).
Esta autoridad era la encargada de proponer al individuo de esta terna que
consideraba más apto, o decretar, si procedía, la anulación de la votación12. Un
proceso de selección mediatizado, en primer lugar, por el nivel de consenso
existente entre las élites nativas. Pero también por los trascendentales informes
personalizados sobre cada uno de los miembros de la terna elevados al gobernador de la provincia por las distintas autoridades españolas (la Guardia Civil,
el párroco y el administrador de Hacienda). En suma, las elecciones a gobernadorcillos, celebradas cada dos años desde 1862, constituyeron un verdadero
catalizador social al desvelar los conflictos o complicidades anudadas en torno a
la articulación del poder local, el único estrato de poder tangible de la administración colonial para los filipinos13.
Las conflictivas elecciones a gobernadorcillo celebradas en Balayán unos
años antes del estallido revolucionario, el 22 abril de 1892, constituyen un
ejemplo paradigmático al reunir varios de los componentes y líneas de fractura
ya esbozados14. El pueblo, de 19.000 habitantes y ubicado en la provincia tagala de Batangas, en la isla de Luzón, pertenecía a una de las demarcaciones con
mayor presencia española y futura plataforma, junto a la de Cavite y Manila,
de la rebelión independentista15. En suma, unas circunscripciones que gozaron
————
12 Los pormenores del proceso electivo, en OWEN, Norman G., «The Principalia in Philippine
History: Kabilokan, 1790-1898», Philippine Studies, 22 (1974), págs. 297-324; JESÚS, Edilberto C.
de, «Gobernadorcillo Elections in Cagayan», Philippine Studies, 26, 1 (1978), págs. 142-156; y
SÁNCHEZ GÓMEZ, Luis Ángel, «Elecciones locales indígenas en Filipinas durante la etapa
hispánica», en Rodao, Florentino (ed.): Estudios sobre Filipinas y las Islas del Pacífico, Madrid,
Asociación Española de Estudios del Pacífico, 1989, págs. 53-61.
13 Baste recordar las trabas impuestas por las autoridades eclesiásticas, en especial las
omnipotentes órdenes regulares, a la progresiva incorporación de clero secular indígena a sus filas,
recelos que aumentaron tras el protagonismo de varios religiosos nativos en la revuelta de Cavite de
1872. No obstante, el clero secular indígena fue una de las armas a las que recurrieron frecuentemente
los obispos, arzobispos o capitanes generales filipinos para contrarrestar el omnímodo poder de las
citadas órdenes. Algo similar ocurrió en el ejército, cuya oficialidad fue reservada a los peninsulares.
Para evitar el fárrago de citas, véase un exhaustivo y reciente análisis de la bibliografía referente a la
organización del poder político, religioso y socioeconómico en el archipiélago, en los trabajos recogidos
en la obra editada por ELIZALDE PÉREZ-GRUESO, María Dolores (ed.), Repensar Filipinas, aspectos a su
vez sintetizados en el capítulo elaborado por la editora de la obra.
14 Un estudio que constituye un adelanto de un trabajo en curso más ambicioso consagrado al
análisis del proceso de construcción nacional y los mecanismos de representación política en
Filipinas durante el siglo XIX a partir de la documentación procedente de los Philippine National
Archives (Manila) albergada en el Centro de Ciencias Sociales y Humanas del CSIC (Madrid).
15 Esta localidad superaba en volumen poblacional a algunas capitales de provincia
peninsulares. Al igual que el resto de la provincia de Batangas sufrió una severa crisis demográfica
en el gozne de siglo a causa de las epidemias, hambrunas y conflictos militares; MAY, Glenn
Anthony, «150.000 missing Filipinos: a demographic crisis in Batangas, 1887-1903», en Annales de
Démographie Historique (1985), págs. 217-243.
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con una buena representación de la incipiente burguesía agroexportadora,
donde las élites locales habían trabado lazos con comerciantes extranjeros y la
presencia de peninsulares, particularmente de las poderosas órdenes religiosas,
fue más acusada (aunque dentro de la marcada escasez)16.
MAPA N.º 1. PROVINCIA DE BATANGAS A LA ALTURA DE 1890
Fuente: May, Glenn Anthony, Battle for Batangas: a Philippine province at war,
New Haven, Yale University Press, 1991, pág. 7.
————
16 Condicionantes que figuraron entre el amplio abanico de factores que determinaron la
sublevación. En detalle, CASTELLANOS ESCUDIER, Alicia, Filipinas. De la insurrección a la intervención
de EE. UU., Madrid, Sílex, 1998, págs. 79-116.
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El proceso electivo, presidido por el Gobernador Civil de la provincia y el
párroco de la localidad, se inició con un mecanismo de democracia directa: el
sorteo entre los elegibles de los doce electores que debían tomar parte en la
elección17. La circular del Gobernador General que reguló la convocatoria
enumeró en su enunciado, y no de manera fortuita, algunos de los vicios que
presidían estos comicios:
«…previa una alocución que dirigí a los citados electores, manifestándoles
que para la propuesta de gobernadorcillo y demás ministros de justicia, prescindiesen de todo interés personal, de toda afección particular y de espíritu de partido, encaminándose únicamente al interés de sus conpoblanos y a su mejor administración»18.
La primera votación, en la que cada elector votaba a dos candidatos, se saldó con un triple empate. Un equilibrio que motivó la celebración de una segunda vuelta que otorgó la victoria a Eugenio Tolentino por delante de Salvador Ilustre. Ambos encabezaron la terna que, junto al gobernadorcillo saliente,
Mariano Lainez, fue elevada al Gobernador Civil de la provincia de Batangas
con los jugosos informes personales realizados sobre cada uno de ellos por las
diferentes autoridades españolas19.
DEL FILTRO DE LAS URNAS AL TAMIZ COLONIAL: SOTANAS, TRICORNIOS Y
FUNCIONARIOS DE HACIENDA
Una vez superado en primero de los escollos, la conducta y antecedentes de
los miembros de la terna eran objeto de análisis minucioso a manos de los to————
17 Las significaciones de este mecanismo electivo son desglosadas en MANIN, Bernard, Los
principios del gobierno representativo, Madrid, Alianza, 1998, págs. 19-118. Lo que no implica que el
sorteo, por su carácter decisivo, fuese susceptible de ser amañado, según se desprende de las
denuncias de irregularidades recogidas en otras elecciones. En la práctica, el alcance «democrático»
del sorteo fue escaso, al realizarse entre un reducido colectivo de elegibles formado por los antiguos
gobernadorcillos y los cabezas de barangay en activo o retirados.
18 Philippine National Archives (Manila), en adelante PNA, Serie Elecciones de Gobernadorcillos
(en adelante SEG, Batangas, legajo 23 (en adelante, leg.). Para evitar la reiteración de citas, cuando
no se mencione el origen específico de la fuente se hace referencia a esta documentación.
19 A pesar de que los electos gozasen de nombres y apellidos españoles en la mayoría de las
ocasiones no se trataba de peninsulares, con una presencia casi testimonial fuera de los eslabones
administrativos, religiosos y militares en las provincias filipinas. Obedece a la obligación decretada
en 1849 de adoptar apellidos a los habitantes del archipiélago, en sintonía con las medidas de
racionalización hacendística implantadas durante el siglo XIX. Los agentes y mecanismos
recaudatorios del tributo personal puestos en marcha por la administración colonial son
detenidamente analizados en FRADERA, Josep María, Filipinas, la colonia más peculiar. La hacienda
pública en la definición de la política colonial, 1762-1868, Madrid, CSIC, 1999, pág. 133-190.
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dopoderosos párrocos de la localidad, inquisición que abarcó un amplio abanico
de aristas. En primer lugar, sobre aspectos de la vida privada de los aspirantes.
La conducta del primero de la terna fue calificada de «regular» por su afición a
las populares luchas de gallos, inclinación que despertaba desasosiego en las
autoridades por las potenciales y nefastas consecuencias que podía acarrear para
los fondos públicos. En su favor esgrimió que hablaba y escribía bien el castellano —dos de los requisitos necesarios para acceder al cargo—, era una persona de «carácter» —las dotes de mando era una cualidad muy apreciada por las
autoridades españolas—, y, aunque empeñados en la mitad de su valor, poseía
«bienes de fortuna». La propiedad fue un factor determinante para las autoridades peninsulares a la hora de seleccionar a los candidatos debido a una de las
principales funciones delegadas a los gobernadorcillos, la recaudación de impuestos, tributos que en numerosos casos debían adelantar con su propia fortuna personal. En último lugar, el párroco subrayó que Eugenio Tolentino nunca
había sido procesado, si bien en 1888 había sido denunciado por haber expedido cédulas personales a individuos no pertenecientes a su cabecería20. Una denuncia de la que salió indemne tras demostrar su inocencia ante el Gobernador
Civil de la provincia, autoridad que le agradeció haber recaudado los impuestos
correspondientes a la veintena de cabecerías que tenía a su cargo. La ligazón
trabada en el informe del párroco entre la invalidez de la denuncia y la solvencia recaudatoria resulta evidente y sugiere un juego de favores entre la autoridad colonial y el gobernadorcillo filipino. La presunta expedición irregular de
cédulas era un mal menor, soterrado, consentido o sacrificado en el altar de la
«eficiente» recaudación tributaria.21
De «persona honradísima y de intachables costumbres» fue catalogado el
segundo de los aspirantes. Una calificación que le excluía de aficiones como el
juego, el adulterio, el amancebamiento, el alcoholismo o la relajación de las
prácticas religiosas, «vicios» frecuentemente denunciados por los párrocos en
los informes remitidos durante los procesos electorales22. Una «honradez» a la
————
20 El impuesto de «cédula personal» creado en 1884 aglutinó los anteriores tributos
personales. Con carácter de documento de seguridad pública e identidad, su expedición tampoco fue
ajena a las manipulaciones e irregularidades durante su corto periodo de vigencia.
21 Complicidad catalogada como «grande tolérance» por Xavier Huetz de Lemps en su
exhaustivo análisis de la enquistada corrupción de la administración colonial filipina, en L’Archipel
des épices. La corruption de l’Administration espagnole aux Philippines (fin XVIIIe-fin XIXe Siècle),
Madrid, Casa de Velázquez, 2006.
22 «Perversiones» que podían llegar a suponer por sí solas, en función de la relación que tuviese
con el párroco, la marginación de los cargos municipales, según corroboró FOREMAN, John, The
Philippine Islands, Mandaluyong, Cacho Hermanos, 1985, pág. 205; o la deportación, situación
recurrente según Greg Bankoff: «The real extent of the priest’s authority, however, depended upon
his ability to denounce a person as morally or politically suspect and thus have him deported
without trial or sentence to an agricultural colony on Mindanao or some other island», en «Big Fish
in Small Ponds: The Exercise of Power in a Nineteenth-century Philippine Municipality», Modern
Asian Studies, 26, 4 (1992), págs. 686-687.
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que sumó dos importantes activos, autoridad o «carácter para el cargo» —ya
analizada—, e «independencia para ejercerlo», al asegurar que no se hallaba
vinculado a ninguno de los partidos en los que estaba dividido el pueblo. Una
neutralidad que eclipsaba su desconocimiento del castellano, idioma que solo
entendía pero no hablaba ni escribía.
A diferencia de los informes sobre los dos primeros aspirantes, ambos presentaban credenciales a favor y en contra, el informe sobre el gobernadorcillo
saliente solo presentó trabas. A su «regular conducta» y su «poco carácter», el
párroco añadió que era poco respetado, particularmente entre la principalía, al
profesar «ideas rizalistas». Una vaga denominación que, tras la publicación de
las corrosivas novelas de José Rizal a finales de siglo, comenzó a generalizarse
entre las autoridades españolas para denominar a un amplio y difuso espectro
social e ideológico que englobó desde los partidarios de las reformas a los abiertos defensores de la independencia. Un apelativo que forma parte de una amplia nómina de términos similares cuyo extendido uso cuestiona la supuesta
falta de indicios previos de los que adolecieron las autoridades coloniales antes
de la insurrección de 189623. Un sambenito al que el párroco sumó el proceso
que tenía abierto en el Juzgado de Primera Instancia de la provincia, tras haber
sido acusado de cohecho, exacciones ilegales, prevaricación y estafa durante el
ejercicio de sus funciones como gobernadorcillo. Su único salvoconducto, la
posesión de propiedades, se convirtió en un arma de doble filo. Según el párroco, una parte de sus bienes los tenía embargados y subastados por deudas, sin
olvidar la fuerte suma que debía a Lorenzo López, convecino y cabeza de una
de las facciones en las que se hallaba dividido el pueblo. Una hipoteca que a
juicio del religioso le inhabilitaba para ejercer el cargo con la debida independencia al permanecer subyugado a su acreedor, a quien atribuía la verdadera
autoridad. Un poderío derivado del variado e inmenso patrimonio ostentado
por Lorenzo López, basado en grandes haciendas, plantaciones de caña de azúcar, préstamos agrícolas, céntricas mansiones, barcos de transporte y extensas
propiedades en la isla de Mindoro24.
La minuciosidad que destilan los informes resulta harto reveladora del poder que ostentaban los párrocos en los pueblos y la capacidad de persuasión
que ejercieron durante el proceso de selección de las élites locales. Una influencia favorecida, pese a los sucesivos esfuerzos realizados, por la escasa difusión
————
23 Roberto Blanco ha incidido en los avisos que los clérigos regulares elevaron advirtiendo de
tramas conspirativas, bien detalladas en cartas de algunos párrocos al Capitán General con
anterioridad a la sublevación de 1896, en «Las órdenes religiosas y la crisis de Filipinas», Hispania
Sacra, 56 (2004), pág. 591.
24 MAY, Glenn Anthony, Battle for Batangas: a Philippine province at war, New Haven, Yale
University Press, 1991, págs. 8-9. Según este autor, la residencia de López en Balayán, construida
en piedra y ubicada en la céntrica calle San José y decorada con simbólicos y grandilocuentes
escudos, había sido tasada en 4.000 pesos en 1890, una suma sustancial si se tiene presente que un
jornalero agrícola ganaba uno o dos pesos a la semana.
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del castellano en el archipiélago. Los frailes obstaculizaron los intentos de alfabetización impulsados desde la metrópoli, desconocimiento que los convirtió en
interlocutores ineludibles entre las autoridades coloniales españolas y los indios
por su manejo de las lenguas nativas25. No obstante, hubo más factores que
entraron en juego en este proceso selectivo, como los informes del resto de autoridades coloniales. El elevado por la Guardia Civil se decantó de forma más
explícita por uno de los candidatos en liza, ratificó la declaración del religioso
—sin conocerla— y perfiló más detalles de los candidatos. Del primero de la
terna desentrañó el turbio origen de su fortuna personal, cuestión no mencionada por el párroco. Según el oficial que elaboró el informe reservado, sus bienes eran de «dudosa procedencia» tras haber sido adquiridos durante su etapa
de escribiente del tribunal del pueblo, cuando se lucró con la redención del
trabajo personal26. Un cargo que también aprovechó para expedir cédulas personales a «vagabundos y a tributantes» de otras cabecerías, documentos que en
ocasiones habían llegado a ser firmados por su sobrino o por su escribiente.
Allende su contribución a desenmarañar las corruptelas anudadas en torno al
ejercicio de los cargos municipales, su testimonio adquirió un valor añadido al profundizar en la división faccional perfilada por el párroco. La «completa independencia» que auguró al segundo de la terna, «por no encontrarse afiliado a ninguno
de los dos partidos en que está dividido el pueblo», dejó entrever sus preferencias.
Una afinidad que aquilató al desglosar con detalles el yugo al que estuvieron sometidos los restantes miembros de la terna. El primero enfeudado económicamente al jefe de una de las facciones. Y el tercero «afiliado al partido avanzado de este
pueblo, el que ejerce sobre él la suficiente presión para que no pueda desempeñar
el cargo con la necesaria independencia como sucede en la actualidad, temeroso de
disgustar a los de su partido o de irritar a los del contrario».
La riqueza de los informes confeccionados por eclesiásticos y fuerzas del orden, suculencia derivada en gran medida de su atomizada presencia sobre el
terreno a lo largo de las dispersas islas, fue completada con el ripio aportado
por otro de los eslabones esenciales del entramado de poder colonial: Hacienda.
————
25 Como puso de manifiesto en sus trabajos RAFAEL, Vicente L., Contracting Colonialism:
Translation and Christian Conversion in Tagalog Society Under Early Spanish Rule, Durham, Duke
University Press, 1993; y The Promise of the Foreign: Nationalism and the Technics of Translation in the
Spanish Philippines, Durham, Duke University Press, 2005.
26 La prestación personal continuó vigente a lo largo del siglo XIX (basada en trabajos en
obras públicas, infraestructuras, etc.), trabajos obligatorios de origen feudal que aunque fueron
progresivamente reducidos o redimidos en metálico, constituyeron un filón para el lucro ilegal de las
autoridades y la comisión de irregularidades, según ha demostrado, entre una amplia nómina,
JESÚS, Edilberto de, The Tobacco Monopoly in the Philippines. Bureaucratic Enterprise and Social Change,
1776-1880, Quezon City, Ateneo de Manila University Press, 1980, pág. 120. Un sucinto repaso
de las diferentes reglamentaciones y los abusos que propició este sistema, en SÁNCHEZ GÓMEZ, Luis
Ángel, Las principalías, págs. 324-352; y, de este mismo autor, «Los debates sobre la regulación de
la prestación personal en Filipinas durante el siglo XIX», Anuario de Estudios Americanos, 57 (2000),
págs. 577-599.
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Si bien los informes de la administración provincial de Batangas aportaron menos detalles de los aspirantes, se circunscribieron a señalar que el primero y el
tercero de la terna eran deudores, su concurso resultó decisivo a la hora de seleccionar a las clases dirigentes locales que se mostraron diligentes en tareas
recaudatorias. Una «virtud» que podía soterrar la incapacidad legal que acarreaba no «tener sus cuentas corrientes», según rezaba el artículo 7º del Decreto que reguló las condiciones para acceder a este cargo, en alusión a la existencia de deudas con Hacienda, como ocurrió con los dos miembros de la terna
mencionados.
EL GOBERNADOR CIVIL O EL MAQUIAVELO COLONIAL
El Gobernador Civil de la provincia fue el último y decisivo escalón del
proceso selectivo antes de que el nombramiento fuese sancionado por el Gobernador General de Filipinas. La autoridad provincial centralizaba, cruzaba y
sopesaba los variopintos informes elevados por los párrocos, los guardias civiles
y los funcionarios de Hacienda. Un repertorio al que incorporaba las complementarias informaciones procedentes del resto de tentáculos de la administración colonial en la provincia. Pesquisas de carácter formal, como la orden de
suspensión decretada por el Juez de Primera Instancia contra el antiguo gobernadorcillo, o bien de carácter informal, cuya trascendencia para desentrañar los
entresijos del poder quedó reflejada en la nota que pasó a Manila para justificar
sus preferencias por uno de los candidatos:
«Más antes de informar a V. S. sobre las condiciones de los electos, conviene
poner en su superior conocimiento las circunstancias especiales de este pueblo.
Dos partidos militan en esta localidad, haciéndose una guerra encarnizada, y capitaneados por los jefes de las casas más acaudaladas, casi únicas y cuyo principal
negocio es la compra de azúcar y transporte a Manila en barcos de su propiedad.
Una es la de los Martínez, cuyo jefe es D. Francisco Martínez, la otra es la de los
López, a cuyo frente está D. Lorenzo López. Ambas prestan o anticipan cantidades a cuenta de azúcar, pero la primera es rumor lo da a un interés exorbitante,
habiendo llegado a ser el D. Francisco Martínez casi el primer propietario de la
provincia, calculándosele un capital de más de 500.000 pesos. Los López lo dan a
un 10% generalmente, y ambas procuran llevar para sus respectivas casas los negocios que se le presentan. De aquí nacen las principales rivalidades».
De la correspondencia privada que el Gobernador de Batangas elevó a Eulogio Despujol, Gobernador General de Filipinas, a cuyo preámbulo pertenece
el sugerente fragmento anterior, se destilan algunos de los factores que no aparecían reflejados en los anteriores informes y que entraron en juego en torno a
la lucha desatada por el control del poder municipal. En primer lugar, la traslación al terreno político de las rivalidades económicas derivadas de la compeHispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 741-762, ISSN: 0018-2141
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tencia entablada en torno al negocio del azúcar27. Un sector que se erigió en
uno de los principales pilares que posibilitaron el desarrollo de distintos grupos
sociales como la incipiente burguesía agroexportadora28. Balayán se había convertido a finales del siglo XIX en uno de los enclaves azucareros más importantes de la provincia junto a Calatagán, Liàn, Nasugbú y San Juan de Bocboc29.
Según Glenn Anthony May, en las postrimerías del Ochocientos, la pujanza
económica de Batangas y de su élite económica solo era eclipsada por algunas
zonas de Visayas, Manila y Pampanga30. Pese a sus condiciones favorables, la
localidad había desechado el cultivo del algodón y del añil, y se había consa————
27 Unas pujantes fuerzas sociales, y las consecuentes políticas imperiales que intentaron
subordinarlas, que constituyen dos de los aspectos que reclaman nuevos estudios, bajo la óptica de
FRADERA, Josep María, Colonias para después de un imperio, pág. 682; y ELIZALDE PÉREZ-GRUESO, M.ª
Dolores, «Introducción» y «Sentido y rentabilidad. Filipinas en el marco del Imperio Español», en
Elizalde Pérez-Grueso, M.ª Dolores (ed.), Repensar Filipinas, págs. 26 y 68. Sin menospreciar, que
duda cabe, los minuciosos trabajos ya realizados en esta dirección por LARKIN, John, Sugar and the
Origins of Modern Philippine Society, Berkeley, California University Press, 1993; AGUILAR, Filomeno,
Clash of Spirits: The History of Power and Sugar Planter Hegemony on a Visayan Island, Manila, Ateneo
University Press, 2002; y las aportaciones que han enfatizado el papel desplegado por el comercio
internacional en las transformaciones locales acaecidas en las islas durante el siglo XIX, elaboradas
por JESÚS, Edilberto de y MC COY, Alfred (eds.), Philippine Social History: Golbal Trade and Local
Transformations, Manila, Ateneo de Manila University Press, 1981; LEGARDA, Benito, After the
Galleon. Foreign Trade, Economic Change and Entrepreneurship in the Nineteenth-Century Philippines,
Manila, Ateneo de Manila University Press, 1999; RODRIGO Y ALHARILLA, Martín, «Los intereses
empresariales españoles en Filipinas», en ELIZALDE PÉREZ GRUESO, M.ª Dolores (ed.), Las relaciones
entre España y Filipinas, siglos XVI-XX, Madrid, CSIC-Casa Asia, 2002, págs. 207-220; y ELIZALDE
PÉREZ GRUESO, M.ª Dolores,«Filipinas, ¿una colonia internacional?», Illes i Imperis, 10-11 (2008),
págs. 203-236.
28 Burguesía colonial, con una importante presencia de mestizos españoles y particularmente
de chinos, que jugó un papel determinante en la confección y soporte del discurso nacionalista;
véase WICKBERG, Edgar, «The Chinese Mestizo in Philippine History«, Journal of Southeast Asian
History, vol. V, n.°1, 1964, pág. 62-100; ELIZALDE PÉREZ-GRUESO, M.ª Dolores, «La
Administración colonial de Filipinas en el último tercio del XIX. Dos procesos contrapuestos: la
reactivación del interés español frente a la consolidación de una identidad nacional filipina», en
ELIZALDE PÉREZ GRUESO, M.ª Dolores (ed.), Las relaciones entre España y Filipinas, págs. 123-142.
Los mestizos «españoles filipinos» –descendientes de peninsulares e indios–, cuyo porcentaje de la
población fue muy reducido en comparación con el precedente americano, no plantearon a las
autoridades coloniales españolas las dificultades que generaron, por ejemplo, los mestizos franceses
de Indochina en relación a los dicotómicos contenidos de la ciudadanía entre los franceses
metropolitanos y los sujetos de las colonias, contradicción explicitada por SAADA, Emmanuelle, Les
enfants de la colonie. Les métis de l’Empire français entre sujétion et citoyenneté, Paris, Éditions La
Découverte, 2007.
29 Según una detallada memoria sobre Batangas elaborada por el Gobernador de la provincia
en 1893, publicada bajo el título de Filipinas, pequeños estudios: Batangas y su provincia, Malabong,
Establecimiento Tipo-Litográfico del Asilo de Huérfanos de Malabong, 1895, págs. 121-130. Su
autor, Manuel Sastrón, sustituyó en el cargo al jefe político que intervino en el enfrentamiento
faccional que presidió los comicios municipales de 1892, Manuel Mariano.
30 MAY, Glenn Anthony, Battle for Batangas, págs. 8-9.
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grado a la producción de azúcar en sus 9.000 hectáreas cultivadas. Una producción azucarera que dominaba el fluido comercio con Manila, realizado en
buques de vapor y algunos mercantes de vela pertenecientes a armadores locales de las dos facciones mencionadas. Ambas familias aquilataron su poder económico con la posesión de tierras, pero también con el lucrativo transporte de
mercancías, a través del crédito agrario y la especulación con los precios de los
cultivos, tres de las oportunidades de negocio apuntadas por John Larkin con
una mayor rentabilidad para la incipiente burguesía filipina31.
Un enfrentamiento político-económico enraizado a su vez a nivel familiar32.
El Gobernador de Batangas especificó que ambos «jefes» poseían partidarios en
el pueblo. Los de Francisco Martínez, a quien calificó como «el verdadero tipo
del usurero», «lo son por los débitos que con él tienen y casi puede decirse que
por temor». Por el contrario, los de Lorenzo López, catalogado como el «comerciante noble y amigo de favorecer a todo el mundo», lo eran «por simpatías». Una descripción que remite a los socorridos usos políticos de los recursos
productivos33, materializados en forma de préstamos, que tan decisivos se habían convertido a la hora de articular las redes caciquiles enraizadas en la península al socaire de la implantación del Estado liberal34, Una de las fórmulas más
frecuentes y populares fue el denominado como pacto de retro, consistente en
el traspaso de una propiedad a un potente prestamista —como los López o los
Martínez— a cambio de dinero, con la posibilidad de recuperar el título de
propiedad si se pagaba una cantidad acordada. Un procedimiento que había
permitido a estas dos familias incrementar su patrimonio terrateniente y financiero y, por extensión, sus respectivas influencias políticas y redes de dependencia. A la hora de obtener votos, el pago de deudas o la coactiva amenaza de
————
LARKIN, John, Sugar and the origins, pág. 70.
Una de las constantes que no se pueden discriminar a la hora de intentar desgranar la
competencia entablada entre las élites para alcanzar la preponderancia política y socioeconómica en las
islas, cuya impronta persistió durante el siglo XX, según han atestiguado, entre otros, MACHADO, K.
G. «From Traditional Faction to Machine: Changing Patterns of Political Leadership and
Organization in the Rural Philippines», Journal of Asian Studies, XXXIII (1974), págs. 523-547;
ANDERSON, Benedict,«Cacique Democracy in the Philippines: origins and dreams», New Left Review,
I/169 (1988), disponible en línea (http://www.newleftreview.org); MC COY, Alfred, An Anarchy of
Families: State and family in the Philippines, Manila, Ateneo de Manila University Press, 2002.
33 Para profundizar en la centralidad de la posesión de tierras en la articulación de las redes de
poder en Filipinas, véanse los clásicos estudios de LANDÉ, Carl, Leaders, Factions and Parties: The
Structure of Philippine Politics, New Haven, Yale University, 1965; y de CUSHNER, Nicholas, Landed
States in the Philippines: From Conquest to Revolution, New Haven, Yale University-Southeast Asia
Studies, 1976.
34 Como tuve la oportunidad de corroborar en otro trabajo a partir de la coerción electoral
propiciada por la posesión de tierras, de establecimientos fabriles y del control de los circuitos
comerciales en la España rural, en Ciudadanos, propietarios y electores en la construcción del liberalismo
español. El caso de las provincias castellano-manchegas (1854-1868), Madrid, Biblioteca Nueva, 2008,
págs. 230-235.
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desahucio fueron dos de las potenciales traducciones que albergaron estas situaciones de sumisión económica.
No obstante, las analogías entre la metrópoli y la colonia en torno a los
procesos de estructuración del poder no se circunscribieron exclusivamente al
origen de las fuentes de poder35. Pese a la «fractura colonial»36, representada
por la negación de los derechos políticos de ciudadanía, la práctica política desplegada en torno al control de los resortes de poder local guardaba enormes
similitudes. Máxime si se tiene presente que a lo largo del siglo XIX los principios de gobierno representativo instaurados en la península habían sido desvirtuados por las corruptelas que habían abierto una abismal sima entre su formulación teórica y su aplicación práctica. El Gobernador de Batangas desglosó de
forma pormenorizada algunos de los manejos orquestados por las facciones que
se disputaban el poder en Balayán. Durante las últimas citas electorales «afiliados de uno y otro bando» se habían hecho con el control municipal. No obstante, la facción contraria siempre había intentado neutralizar al oponente encausando judicialmente a aquellos que habían ejercido el cargo, motivo de
incapacidad legal. Así había ocurrido con el gobernadorcillo saliente, vinculado
a la facción de los López, a pesar de que la orden de procesamiento llegó cuando las elecciones ya habían sido verificadas. Resulta palmaria la analogía existente entre estas artimañas y las desplegadas en la metrópoli a la hora de abrir
procesos judiciales a los electores de oposición, generalmente bien definidos e
identificados en los encorsetados censos electorales, con el objetivo de excluirlos
del ejercicio de los derechos políticos de ciudadanía activa o pasiva37.
El modelo electoral pseudocensitario implantado en Filipinas favorecía el
control y seguimiento del reducido colectivo de principales a manos de las autoridades coloniales. Bien de aquellos que ostentaban o aspiraban al cargo de
gobernadorcillo, bien del resto de integrantes de sus respectivas clientelas y
facciones:
«Debo agregar además que este pueblo es bastante ilustrado, que hay abogados, médicos y muchos estudiantes en Manila hijos de los principales, y que todo
el elemento que sobresale está al lado de los López, tildando a este partido los
Reverendos Curas Párrocos de filibustero».
————
35 Norberto Bobbio los caracterizó como «una enorme fuente de poder»; Estado, gobierno y
sociedad. Por una teoría general de la política, México, FCE, 1989, págs. 110-111.
36 Retomando el título de la obra de BLANCHARD, Pascal, BANCEL, Nicolas y LEMAIRE,
Sandrine, La fracture coloniale. La société française au prisme de l’heritage colonial, París, La Découverte,
2005; acertada expresión que remite a la disimilitud de derechos de los ciudadanos de la metrópoli
y los «sujetos» de las colonias francesas, cuyas rémoras, contradicciones y consecuencias han
persistido reformuladas hasta la actualidad.
37 La bibliografía al respecto podría desbordarnos. Véase un sucinto análisis de estos manejos
en FIESTAS LOZA, Alicia, «Justicia y amigos políticos en el siglo XIX», en ALVARADO, Javier
(coord.), Poder, economía, clientelismo, Madrid, Marcial Pons, 1997, pág. 250.
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El anterior fragmento, extraído de la correspondencia elevada por el Gobernador de Batangas a Manila con nuevos detalles sobre el perfil de los contendientes, bien podría referirse a la trayectoria descrita por el propio José Rizal, una de cuyas novelas había dado mayor difusión al ya generalizado y
peyorativo término de «filibustero», de significación similar a la ya mencionada
de «rizalista». Abogados, médicos, estudiantes e hijos de los principales que
habían pasado o residían en Manila, constituían los soportes sociales en Balayán, y por extensión en Filipinas, del «partido avanzado». La expresión utilizada por el oficial de la Guardia Civil designó a un impreciso conglomerado formado por los reformistas y los abiertos partidarios de la independencia. Su
estancia en Manila, y en algún caso en España, había permitido a estos miembros de la élite entrar en contacto con la intelectualidad de otros países y provincias del archipiélago, pero particularmente con las doctrinas radicales, nacionalistas, independentistas o reformistas que circularon durante los años
finales del siglo XIX38.
Allende aportar nuevos mimbres para definir los apoyos y disidencias que
despertó la dominación española, el testimonio anterior nos remite a una cuestión decisiva: el alineamiento de los eclesiásticos en las disputas por el poder39.
Un activismo que no se redujo a su papel de notario e informador de los aspirantes a gobernadorcillos, función que por sí sola podía decantar la balanza en
la elección. También abarcó su abierta participación en los movimientos realizados por las clientelas para afianzar sus respectivas bases de apoyo local.
El Gobernador de Batangas dejó constancia de la «consideración» que los
dos curas que se habían sucedido en los últimos meses al frente de parroquia
profesaron hacia Francisco Martínez, los mismos religiosos que habían estigmatizado como «filibusteros» en sus informes a la facción que le disputaba el poder, los López. Un apoyo derivado de la participación del cabecilla de los Martínez en un conflicto en el que estuvo implicado el cura párroco y que finalizó
con la deportación del «jefe» de los Martínez, momento a partir del cual el antiguo párroco pasó a ser su «amigo inseparable y casi único en el último periodo que estuvo al frente del curato». Si bien no se llega a especificar cuál había
sido el motivo concreto del apremio ni el papel desplegado por el cura —como
posible causante y/o mediador para atenuar el castigo—, sí se menciona la
multa a la que fue sometido Francisco Martínez tras haber sido expedientado
————
38 Entre los cuales destacó el movimiento de La Propaganda que reclamó a la metrópoli
cambios y reformas para el gobierno del archipiélago, objeto de análisis en las clásicas obras de
KALAW, Maximo, The development of Philippine Politics (1872-1920), Manila, Oriental Commercial
Co, 1926, págs. 32-48; y SCHUMACHER, John, The Propaganda Movement, 1880-1895 (ed. revisada),
Quezon City, Ateneo de Manila University Press, 1997.
39 Injerencia estrechamente relacionada con su pujanza económica en el archipiélago; abordada
por DELGADO RIVAS, Josep María, «Entre el rumor y el hecho: el poder económico del clero regular
en Filipinas (1600-1898)», en ELIZALDE PÉREZ-GRUESO, María Dolores (ed.), Repensar Filipinas,
págs. 252.
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por exacciones ilegales en el alistamiento de quintas durante su etapa de gobernadorcillo40.
Unas irregularidades que no eran óbice para que el cura párroco brindase
su decidido apoyo a esta facción, filiación justificada en el «retraimiento grande
hacia el convento» que manifestaba la facción de los López. Una desazón que el
Gobernador Civil se preguntó si era consecuencia de la trabada amistad del
anterior cura con los Martínez. Pronto salió de dudas, tras comprobar que con
el nombramiento del nuevo párroco la indiferencia, aunque mitigada, persistía,
pues «no es tan grande aunque no acceden tantos como serían los deseos del
que ocupa aquel puesto». Una relajación de las costumbres católicas, oxigenada
por el alineamiento de los párrocos con una de las facciones, que tenía una clara traducción o significación política41.
Un dicotómico enfrentamiento faccional que el Gobernador Civil reconoció
que había intentado neutralizar desde que se había hecho cargo de la provincia.
Unos «trabajos no pequeños» que, tras lograr en un primer momento «unir a
estos dos partidos», el anterior párroco echó por tierra bajo la «máxima de divide y vencerás». Las divisiones no solo afectaban a las facciones filipinas, también afloraron entre los distintos resortes de poder coloniales a la hora de abordar las estrategias para hacer prevalecer sus convergentes intereses. Para el Jefe
político de Batangas la prueba fehaciente de que los trabajos de zapa realizados
por el religioso habían vuelto a dar su fruto, cinco meses después de su marcha,
vino de la mano del reflujo de los antagonismos apenas fueron convocadas las
elecciones. Y para mostrarlo trajo a colación el dialéctico repertorio coactivo
desplegado por las facciones:
«Aparentemente estaban todos reconciliados, pero al anunciarse estas elecciones empezaron a trabajar ambos partidos sus respectivas candidaturas, y aunque dicen no han roto las relaciones ambos bandos han trabajado lo indecible para conseguir el triunfo, uno el de Martínez pagando débitos de los cabezas y
respondiendo de sus cargos, acudiendo a procedimientos judiciales como el del
————
40 Condena que, sin llegarse a conocer la razón, todavía no había sido hecha efectiva, según
reconoció con cierta resignación el Gobernador Civil. En relación a este tipo de prácticas, Xavier
Huetz de Lemps concluye: «La opacidad de la vida administrativa filipina no provenía únicamente
de la voluntad de encubrir corruptelas: en algunos casos era el mero fruto del mal funcionamiento
de la Administración y en otros la opacidad era calculada y se transformaba en un arma de control
colonial»; en «Una escuela colonial de disimulación», en ELIZALDE PÉREZ-GRUESO, María Dolores
(ed.), Repensar Filipinas, págs. 143-156.
41 Los significados de estos comportamientos asociadas al surgimiento de una conciencia
política anticolonial, la transculturación de la religión católica, la instrumentalización de las
creencias y las contradicciones del colonialismo español, son desbrozados en profundidad en ILETO,
Reynaldo, Pasyon and Revolution: Popular Movements in the Philippines, 1840-1910, Quezon City,
Ateneo de Manila Press, 1979; y BLANCO, John D., «La religión cristiana filipina durante la época
colonial: transculturación de las costumbres e innovación de las prácticas», en ELIZALDE PÉREZGRUESO, María Dolores (ed.), Repensar Filipinas, pág. 228.
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actual gobernadorcillo. El otro los López, por procedimientos judiciales entre partidarios de Martínez…».
Una disputa por el poder que ratifica la hipótesis del interés que tuvieron las
élites locales, o sus testaferros en este caso concreto, por ostentar o controlar estos cargos en los pueblos y provincias de mayor riqueza, eslabones esenciales para
promover y defender sus intereses económicos42. Pero también se trató de una
evidente y simbólica muestra de poder. Era una forma de mostrar a las autoridades coloniales que podían hacerse cargo de la administración municipal, el único
eslabón de poder tangible, y planteaba los potenciales deseos de una creciente y
mayor cuota de autogobierno. Se derrumban, por extensión, los supuestos tópicos de atonía, desinterés y desmovilización de las sociedades colonizadas43.
Una competencia que en esta ocasión estuvo marcada por la supuesta
«neutralidad» que, según el Gobernador, mantuvieron el nuevo párroco y la
Guardia Civil. La presunta imparcialidad del primero, «aunque tiene simpatías
por Martínez, efecto sin duda de los intereses de la Iglesia», era achacada a los
escasos cinco meses que llevaba al frente de la parroquia —corto paréntesis de
tiempo que no había sido óbice para decantarse claramente a la hora de realizar
los informes—. Y la presumida probidad del segundo —el mismo que había
catalogado como filibustero al candidato de los López— marcada también por
los escasos cuatro meses que también llevaba al frente del puesto. Aunque a
continuación, y de forma contradictoria, reconociese que ha sido «algo partidario del Martínez por el gran número de años que lleva en esta provincia aunque
en distinta sección y haber oído expresarse en aquel sentido a los reverendos
curas párrocos de otros pueblos». Un testimonio que deja entrever cómo las
ingerencias electorales de los párrocos eran algo más que excepciones en la provincia44. Su alineación con uno de los principales propietarios de la circunscrip————
42 Solo un tercio de las élites económicas locales que lideraron los partidos o facciones que se
disputaron el poder en las localidades de la provincia de Batangas entre 1887 y 1894 ostentaron
directamente el cargo de gobernadorcillo, mientras que los restantes fueron controlados por
testaferros, clientes o lugartenientes, según MAY, Glenn A., Battle for Batangas, pág. 33. Más detalles,
en otra de las obras de este autor, «Civic Ritual and Political Reality: Municipal Elections in the Late19th-Century Philippines», en A past recovered, Quezon City, New Day, 1987, págs. 30-52. En este
trabajo se hace mención a la familia en sentido amplio, núcleo formado no exclusivamente por los
individuos ligados por lazos de sangre. Un interés no obstante que sufrió importantes variaciones en
función de la provincia y su riqueza, desde el interés reinante en Pampanga a la notoria desafección
mostrada en Nueva Écija; o en relación a la variable campo-ciudad, en Manila —a excepción de los
cargos de las comunicades de chinos— fue generalizada la desazón por ostentar estos cargos, a
diferencia de lo ocurrido generalmente en el campo; según sistematizó Xavier Huetz de Lemps en «La
crise de la commune indigène a Manille au XIXe siècle», en El Lejano Oriente Español: Filipinas (siglo
XIX), Sevilla, Cátedra General Castaños, 1997, págs. 419-442.
43 Prejuicios contra los que despotrica y desmonta Ranahit Guha en Las voces de la historia y
otros estudios subalternos, Barcelona, Crítica, 2002.
44 Hipótesis ratificada por Glenn May, autor que recoge, entre un amplio abanico de
testimonios, la denuncia presentada por una de las facciones en liza contra el cura de la localidad
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ción de Batangas y cabeza visible de la oposición al «partido avanzado» liderado por los López, tildados por los eclesiásticos de «filibusteros» y «rizalistas»,
resulta más que evidente45.
Si bien el escaso tiempo que llevaban en sus puestos el párroco y el oficial
de la Guardia Civil eran una prueba de la neutralidad de sus informes —
imparcialidad desmontada por las contradicciones—, la corta experiencia al
frente de sus respectivas atalayas planteó dudas al Gobernador de Batangas
acerca de la eficacia de sus inquisiciones. Y «sin negar la veracidad de cuanto
exponen», recomendó al Gobernador General de Filipinas que a la hora de realizar el nombramiento juzgase «con conocimiento de causa». Para justificar sus
dudas ante Manila, el Jefe político desglosó las contradicciones que había encontrado tras cotejar los informes elevados por la Guardia Civil y el párroco. En
relación al primero de la terna, si bien ambos informes coinciden en que tenía
deudas con particulares y sus bienes estaban hipotecados, difieren a la hora de
perfilar si la hipoteca excedía o no del valor de los bienes. A pesar de que se
trató de una cuestión menor, el informe de Hacienda —teóricamente— le inhabilitaba por sí solo para el cargo por ser deudor, fue utilizada por el Gobernador de Batangas para ejemplificar el desacuerdo y confusión a la que inducía
el cruce de informaciones.
Otra «contradicción notoria» radicó en la inexistencia de mención alguna
en el informe del párroco de la «dudosa procedencia» de los bienes de fortuna,
cuestión sí reseñada por el oficial de la Guardia Civil. ¿Desconocimiento u «olvido» voluntario para favorecer a un candidato afín? No resulta aventurado
que se tratase de una omisión premeditada del párroco, pues en ese mismo
informe aseguró no tener constancia de que hubiese sido sumariado. solo mencionó que en el año 1888 se había presentado una denuncia contra él por la
expedición de las supuestas cédulas ilegales ya mencionadas, expediente que
había quedado eclipsado por su diligencia a la hora de recaudar los impuestos
descubiertos de su circunscripción. La tercera incoherencia era palpable. Unas
contradicciones de las que también adoleció el escrito final del Gobernador
Civil con la justificación de su deliberación:
————
vecina de Santo Tomás por haber sobornado al Gobernador Provincial con el objetivo de mediatizar
las elecciones de 1892, MAY, Glenn A., Battle for Batangas, págs. 44-45. Para similares injerencias
en otras provincias filipinas, sin ánimo de exhaustividad, véase JESÚS, Edilberto de, «Control and
Compromise in the Cagayan Valley», en JESÚS, Edilberto de y MC COY, Alfred (eds.), Philippine
Social History, págs. 32-33. Una visión «idílica» y condescendiente de la implantación y labor de las
órdenes regulares en Filipinas, en el apologético trabajo de SÁNCHEZ FUERTES, Cayetano, «The
Franciscans and the Philippine Revolution in Central Luzon», en RODAO, Florentino y RODRÍGUEZ,
Felice Noelle (eds.), The Philippine Revolution of 1896, 179-216.
45 De nuevo el paralelismo con el alineamiento electoral de la Iglesia en la metrópoli durante
el siglo XIX resulta palmario, cuestión que abordé con mayor detalle en «Sotanas, escaños y
sufragios. Práctica política y soportes sociales del neo-catolicismo en las provincias castellanomanchegas (1854-1868)», Hispania Sacra 121 (2008), págs. 297-329.
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«De los informes remitidos resulta que Salvador Ilustre es el que mejores
condiciones tiene pero en primer lugar no sabe el castellano y en un pueblo de la
importancia de Balayán, uno de los más difíciles de llevar, por la ilustración de
sus habitantes, es una contra grandísima para las autoridades y en segundo que
no tiene influencia en el pueblo según han informado personas de arraigo, estando ligado por vínculos de parentesco con el D. Francisco Martínez. Además según
parece sería un esclavo del Párroco, cuyos antecedentes desconozco por el poco
tiempo que lleva al frente de su curato. En vista de lo expuesto el Gobernador
que suscribe cree que ninguno de los electos reúne condiciones, pero el menos
malo es el 2º lugar, D. Salvador Ilustre».
El fragmento anterior desvela nueva y sugerente información que no aparecía en los informes anteriores por una poderosa razón: procedía de «personas de
arraigo». Es decir, de los caciques locales, información que no transitaba los
cauces formales pero que, aunque menos conocida y difícil de rastrear por su
carácter informal y reservado, desempeñó un papel decisivo a la hora de articular las redes de poder local y conectarlas con el poder central46. Unas referencias, conocidas por menciones indirectas en la documentación oficial, que aportan nuevos mimbres para reconstruir el entramado de poder municipal filipino.
En primer lugar, se aseguró que el segundo de la terna, el mejor parado en
todos los informes anteriores, estaba vinculado familiarmente con los Martínez,
afirmación que desmonta su presunta «independencia» respecto a las dos facciones que se disputaban el poder. Una supuesta imparcialidad también puesta
en entredicho cuando se señala que en el caso de que fuese designado acabaría
siendo un «esclavo» del párroco. Una revelación que explica el entusiasmo que
había explicitado el cura a la hora de exponer sus aptitudes.
La zozobra que destila el dictamen del Gobernador de Batangas en relación
a las cualidades personales del aspirante propuesto remite en último término a
la concepción que las autoridades coloniales tenían formada sobre las relaciones
de poder que debían regir su vinculación con las élites nativas47. Al mencionar
que el desconocimiento del castellano constituía un gran inconveniente para las
autoridades españolas, puso en entredicho su capacidad y fiabilidad para erigir————
46 Como han convenido para la metrópoli, entre una amplia nómina, MORENO LUZÓN, Javier,
«Teoría del clientelismo y estudio de la política caciquil», Revista de Estudios Políticos, 89 (1995),
págs. 191-224; y VEIGA ALONSO, Xose Ramón, «Los marcos sociales del clientelismo político»,
Historia Social, 34 (1999), págs. 27-44.
47 Visión a su vez mediatizada por los arraigados prejuicios que consideraban a los filipinos
como no civilizados, una óptica similar a la adoptada por ingleses, franceses y holandeses en sus
respectivas colonias asiáticas, traídos a colación a la hora de fundamentar las contradictorias
legislaciones coloniales, aspectos desentrañados en MEHTA, Uday Singh, Liberalism and Empire: A
study in nineteenth-century British liberal thought, Chicago, The University of Chicago Press, 1999;
PITTS, Jennifer, A turn to Empire: The rise of imperial liberalism in Britain and France, Princeton,
Princeton University Press, 2005; y BERTRAND, Romain, État colonial, noblesse et nationalisme à Java.
La Tradition parfaite, París, Karthala, 2005.
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se en cadena de transmisión de los designios gubernamentales. Un inconveniente
«agravado» por la elevada formación de los vecinos del pueblo48, juicio de valor
que insinúa la preferencia de las autoridades coloniales por los pueblos con menos «ilustración» por su mayor docilidad. Una maniobra que demuestra cómo
uno de los consejos que décadas antes había lanzado Sinibaldo de Mas con las
claves para reformar y preservar la dominación colonial en Filipinas sí había sido
interiorizado por las autoridades coloniales españolas49. Una maleabilidad que
además sufriría una merma considerable por la escasa «influencia» atribuida al
candidato, al sugerir la factible subordinación de este aspirante a los poderes
locales representados por el cura y sus parientes, los Martínez. En último término, y en palabras del propio Gobernador, constituiría un «mal menor». Al fin y
al cabo, ambos eran dos pilares básicos para la perpetuación del dominio colonial
español en Filipinas. Por un lado, y a pesar de las reticencias mostradas, facilitaría la perpetuación de la influencia de la Iglesia en el pueblo. Por otro, supondría
reforzar a una facción enfrentada a escala local al «partido avanzado» capitaneado por los López, los denominados como «filibusteros» y «rizalistas» que
pocos años después encabezarían la rebelión independentista50.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Manila finalmente nombró al propuesto en 2.º lugar en la terna, el candidato «menos malo» para el Gobernador Civil de Batangas. Un aspirante que
————
48 Corroborada poco después por el ya mencionado Manuel Sastrón: «En este pueblo es más
manifiesto el deseo de adquirir instrucción que en otros, mostrando verdadero afán por la creación
de más escuelas en los barrios», en Filipinas, pequeños estudios, pág. 125.
49 Informe secreto desentrañado por Josep M. Fradera, autor que concluye: «Más allá de los
grupos dirigentes, era necesario tomar decisiones en relación con la gran mayoría de la población del
país, los llamados “indios”. La primera y más importante es la que el autor anuncia con toda
crudeza: cuanto menos educados y en los márgenes de la vida social, tanto mejor»; en «Reformar o
abandonar. Una relectura del conocido como Informe secreto de Sinibald de Mas sobre Filipinas», en
ELIZALDE PÉREZ-GRUESO, María Dolores (ed.), Repensar Filipinas, pág. 135. Concepción que
tampoco impidió que Filipinas gozase, contradictoriamente, con uno de los sistemas educativos más
avanzados del Sudeste Asiático en ese momento, gracias al Decreto de 1863 que hizo obligatoria y
gratuita la enseñanza primaria para todos los niños de ambos sexos comprendidos entre los siete y
los doce años de edad, extremo subrayado por SAR DESAI, D. R., Southeast Asia, past and present,
Oxford, Westview Press, 2003 (5.ª edición), pág. 151; y Fernando Zialcita Nakpil: «Many do not
realize that the educational system in the nineteenth-century Philippines was actually ahead of that
of other Asian countries of the period», Authentic though not exotic: Essays on Filipino identity, Quezon
City, Ateneo de Manila University Press, 2005, pág. 15.
50 El proceso de indigenización y sustitución de términos españoles que acompañó al
levantamiento de 1896, hasta ese momento marcados por su carácter etnolingüístico, es analizado
en ANDAYA, Leonard Y.,«Ethnicity in the Philippine Revolution», en RODAO, Florentino y
RODRÍGUEZ, Felice Noelle (eds.), The Philippine Revolution of 1896. Ordinary Lives in Extraordinary
Times, Manila, Ateneo de Manila University Press, 2001, págs. 79-82;
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RECLUTAR CACIQUES: LA SELECCIÓN DE LAS ELITES COLONIALES FILIPINAS A FINALES DEL SIGLO XIX...
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no hablaba castellano y, por tanto, incapacitado legalmente para desempeñar
el cargo de gobernadorcillo. Una arbitrariedad que, sin embargo, pasó el filtro
«legal» de la autoridad provincial, el maquiavélico delegado gubernativo que
justificó los medios para conseguir el fin. Una maniobra que, tras ser sancionada por la máxima autoridad colonial española en el archipiélago, su cómplice
en última instancia, evidencia la abismal disociación establecida entre la formulación teórica y la aplicación práctica de la legalidad colonial que rigió la organización de la dovela municipal.
Durante la revolución de 1896 hubo voluntarios en Balayán que se mantuvieron leales a la metrópoli y apoyaron a las autoridades españolas enrolados en
el ejército colonial51. En el extremo opuesto, durante el levantamiento contra
España, y posteriormente contra Estados Unidos, miembros de la familia López, como fue el caso de Cipriano, un hermano de Lorenzo, tuvieron un protagonismo directo en la dirección de las operaciones militares, facciones que
también integraron los cuadros de los futuros y volátiles gobiernos revolucionarios en Batangas. En julio de 1898, cuando las fuerzas peninsulares estaban en
franca retirada en Batangas, las elecciones a cargos municipales celebradas en
Balayán dieron la victoria a Mariano López, otro hermano de Lorenzo52. Los
comicios se habían celebrado sin la secular influencia de las autoridades españolas que años antes habían obstaculizado su acceso al poder. En suma, el decidido alineamiento del conglomerado de poder colonial en las disputas entabladas
por las élites locales por el control de los eslabones municipales, al reproducir
pautas de comportamiento de los partidos turnistas en la península, tuvo dispares y polarizadas consecuencias que cristalizaron en trascendentales adhesiones y resistencias que ayudan a comprender las lealtades y desafecciones que
despertó la dominación colonial española en el archipiélago filipino.
Recibido: 01-07-2010
Aceptado: 10-02-2011
————
51 Discriminados u olvidados por la historiografía nacionalista filipina, según alertó MCCOY,
Alfred,«The Colonial Origins of Philippine Military Traditions»,en Rodao, Florentino y Rodríguez,
Felice Noelle (eds.), The Philippine Revolution of 1896, pág. 84.
52 Los datos relativos al levantamiento de voluntarios pro-españoles y el protagonismo político
de la familia López durante los levantamientos contra España y Estados Unidos han sido
consultados en MAY, Glenn A., Battle for Batangas, págs. 48-296. En 1900, un testaferro de la
familia López accedió al poder municipal en Balayán, lugarteniente que fue destituido por las
autoridades militares de Estados Unidos por supuesta complicidad con la guerrilla, y sustituido por
un miembro de la nueva facción rival, los Ramírez. No obstante, durante las nuevas elecciones
convocadas en 1901, el candidato apoyado por Estados Unidos fue de nuevo derrotado por el
aspirante de la familia López.
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HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
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LA SECCIÓN CARTOGRÁFICA DEL ESTADO MAYOR CENTRAL DURANTE LA SEGUNDA REPÚBLICA (1931-1936)1
LUIS URTEAGA y FRANCESC NADAL
Universidad de Barcelona
RESUMEN:
Este artículo examina la actividad de la Sección Cartográfica del Estado Mayor
Central, que era la principal institución cartográfica del Ejército de Tierra,
durante la Segunda República. Se discute la tesis de la supuesta parálisis de los
servicios cartográficos sostenida por la historiografía franquista, se valora el alcance
de la reforma de la cartografía militar llevada a término por las autoridades
republicanas, y se presentan evidencias de la labor realizada entre 1931 y 1936.
Dentro de esta labor se destaca el proyecto y las primeras realizaciones del Plano
Director a escala 1:25.000, y la actividad de la Sección topográfica de la 1.ª
División Orgánica radicada en Madrid.
PALABRAS CLAVE:
España. Cartografía militar. Depósito de la Guerra.
Sección Cartográfica del Estado Mayor Central.
Reglamento de Cartografía Militar. Plano Director.
THE CARTOGRAPHICAL SECTION OF THE
SECOND REPUBLIC (1931-1936)
SPANISH GENERAL STAFF DURING THE
————
Luis Urteaga es profesor en la Universidad de Barcelona. Dirección para la correspondencia:
Departamento de Geografía Humana, Facultad de Geografía e Historia, Universitat de Barcelona, c/
Montalegre 6, 08001 Barcelona. Correo electrónico: [email protected].
Francesc Nadal es profesor en la Universidad de Barcelona. Dirección para la correspondencia:
Departamento de Geografía Humana, Facultad de Geografía e Historia, Universitat de Barcelona, c/
Montalegre 6, 08001 Barcelona. Correo electrónico: [email protected].
1 Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación CSO2008-06031C02-01/GEOG, financiado por la Dirección General de Investigación del Ministerio de Ciencia y
Tecnología. Una primera versión del mismo se sometió a discusión en el coloquio sobre «Mapas y
cartógrafos en la Guerra Civil española (1936-1939)», celebrado en La Jonquera el 5 de febrero de
2010. Queremos agradecer la información que nos ha facilitado el geógrafo Jesús Burgueño Rivero,
relativa al levantamiento del Plano Director a escala 1:25.000.
LUIS URTEAGA Y FRANCESC NADAL
764
ABSTRACT:
This paper examines the work of the Cartographical Section of the General Staff,
which was the primary mapping institution of the Spanish Army during the Second
Republic. We discuss the controversial thesis of the supposed stagnation of the
cartographical services disseminated by the Francoist historiography, and value the
scope of the military cartography reform carried out by Republican authorities.
Evidence of the work done from 1931 to 1936 is given, such as the beginning of
the ‘Plano Director’ at a scale of 1:25.000, and the outstanding activity of the
First Division’s Topographical Section located in Madrid.
KEY WORDS:
Spain. Military cartography. Depósito de la Guerra.
Cartographical Section of the General Staff. Military
Map Regulations. Plano Director.
La instauración de la Segunda República dio lugar a una reforma en profundidad de los servicios cartográficos españoles, y en particular de los servicios
cartográficos militares. El aspecto más llamativo de esta reforma, aunque seguramente no el más importante, fue la reorganización del Depósito de la Guerra, que era el principal organismo cartográfico del Ejército de Tierra. En 1931
la mayor parte de las competencias del Depósito de la Guerra fueron asignadas
a un organismo de nuevo cuño, la Sección Cartográfica del Estado Mayor Central, cuya organización y actividad nos proponemos examinar en este trabajo.
La Sección Cartográfica del Estado Mayor Central desarrolló una labor destacada en varios campos. En el ámbito normativo, procedió a una meditada
reforma de la cartografía oficial, que quedó codificada en el Reglamento de
Cartografía Militar aprobado en 1933. Un aspecto sobresaliente de este reglamento es su permanencia: pese a la Guerra Civil, y al consiguiente cambio de
régimen, se mantuvo vigente hasta el año 1968. En el plano operativo, la Sección Cartográfica proyectó e inició la publicación de una nueva serie militar,
que ha sido emblemática de la cartografía militar española durante todo el siglo XX: el Plano Director a escala 1:25.000. Paralelamente, mantuvo el impulso que el Depósito de la Guerra había dado a la cartografía colonial, culminando el levantamiento de la carta topográfica del Protectorado de Marruecos a
escala 1:50.000 que se había iniciado en 1927. Sin embargo, estos logros han
sido ignorados por una historiografía enquistada en una interpretación muy
negativa del quehacer cartográfico republicano.
Este estudio trata de ofrecer un panorama general de la actividad de los
servicios cartográficos del Estado Mayor durante la Segunda República. Está
dividido en cinco partes. La primera deconstruye un mito historiográfico: la
supuesta liquidación o desmantelamiento del Depósito de la Guerra en 1931.
La segunda y la tercera dan cuenta del proceso de reorganización institucional
de la cartografía militar, y describen las reformas reglamentarias introducidas
por la administración republicana. La cuarta parte entra en el detalle del trabajo cartográfico, describiendo los primeros pasos del Plano Director a escala
1:25.000. En la última se examina con cierto detalle la actividad de la Sección
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topográfica de la 1.ª División Orgánica (Madrid); la labor de esta unidad puede
reconstruirse con facilidad gracias al trabajo de catalogación llevado a término
por Luis Magallanes Pernas, director técnico del archivo cartográfico del Centro Geográfico del Ejército2.
UN ENREDO HISTORIOGRÁFICO: LA SUPUESTA LIQUIDACIÓN DEL
DE LA GUERRA
DEPÓSITO
La reorganización del Depósito de la Guerra ha dado lugar a una serie de
interpretaciones curiosamente unánimes. Para la historiografía franquista y
neofranquista constituye una prueba evidente de que la Segunda República
trató de socavar la capacidad cartográfica del Ejército y de destruir las instituciones especializadas en cartografía militar3. Sorprendentemente, desde una
posición ideológica radicalmente distinta, un estudioso de la historia de la geografía española ha podido llegar a conclusiones similares. Tras examinar la legislación cartográfica republicana considera probado que el Depósito de la
Guerra «quedó desmantelado y desprovisto de competencias cartográficas»4.
La formulación inicial de esta idea puede remontarse a los años cuarenta del
siglo pasado. Uno de sus promotores fue el coronel de Estado Mayor Darío
Gazapo Valdés, responsable de los servicios cartográficos del ejército franquista
durante la Guerra Civil, y que antes de la guerra había dirigido una de las unidades dependientes de la Sección Cartográfica del Estado Mayor Central. En
1940, en una conferencia dictada ante la Real Sociedad Geográfica, lo contó
del siguiente modo:
«Cuando se inició el Movimiento, nada teníamos (…). Aquellos primeros
meses, desde el punto de vista cartográfico, tampoco tuvimos nada. Todo lo que
al Ejército hacía referencia en este aspecto la República lo había deshecho, dejando limitada la acción cartográfica militar a unas miserables secciones divisionarias
que no existían en la realidad y que estaban dotadas por todo emolumento con
veinte o veinticinco pesetas al mes. En aquel caos tuvimos la desgracia de que
Madrid, con todos los servicios centrales de Cartografía, quedara en zona roja, y
nos encontramos con que en las Capitanías Generales y en las regiones militares
————
2 MAGALLANES, Luis, Cartografía de la Comunidad de Madrid en el Centro Geográfico del Ejército,
Madrid, Ministerio de Defensa. Centro Geográfico del Ejército, 2004.
3 Véanse, por ejemplo, ALONSO BAQUER, Miguel, Aportación militar a la cartografía española en
la historia contemporánea, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1972; CABEZÓN
ARRIBAS, Wenceslao y GUIMARÉ CALVO, Jesús, «El Servicio Geográfico del Ejército», Boletín de
Información del Servicio Geográfico del Ejército, 18 (1972), págs. 19-50; HERAS MOLINOS, Ángel de las,
Aspectos cartográficos de la Guerra Civil española (1936-1939), Madrid, Centro Nacional de
Información Geográfica, 2009.
4 REGUERA, Antonio T., Geografía de Estado. Los marcos institucionales de la ordenación del
territorio en la España contemporánea, 1800-1940, León, Universidad de León, 1998, pág. 468.
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no disponíamos más que de algunas hojas sueltas que algún oficial había tenido la
curiosidad de comprar y algunas otras que se hallaban en poder de los jefes encargados del servicio, pero nada más. La angustia moral de los encargados de suministrar a los mandos datos cartográficos era indescriptible; solamente Dios y
ellos la conocen»5.
La evocación del coronel Gazapo Valdés constituye, naturalmente, la reconstrucción narrativa de un vencedor de la guerra. Un relato de sacrificio y
redención, que puede cumplir diversas funciones. La memoria de la República,
acusada de privar de mapas al Ejército —lo que simbólicamente equivale a
privar de armas—, sale malparada. Al propio tiempo, la moraleja del relato
puede servir como justificación retrospectiva de su propio comportamiento.
La hostilidad hacia el legado republicano no se limitó a la inmediata posguerra. Son reveladoras, en este sentido, las duras palabras del teniente general
Ángel González de Mendoza Dorvier, escritas en 1972, cuando era presidente
del Consejo Superior Geográfico: «Al advenimiento de la República de 1931 se
quiso suprimir a las Fuerzas Armadas no solo la colaboración en la formación
de la cartografía militar, sino toda actividad cartográfica organizada»6.
Podría esperarse que las elaboraciones historiográficas tomasen los testimonios citados como lo que son: confesiones de parte. Pero no ha sido así. El tema
unificador de la historiografía dedicada a la cartografía militar republicana es
justamente la supresión o desmantelamiento del Depósito de la Guerra. Para
Miguel Alonso Baquer, autor de una conocida historia sobre la labor cartográfica del Cuerpo de Estado Mayor, la llegada de Manuel Azaña al Ministerio de
la Guerra señala el inicio de una inflexión desastrosa. Estas son sus consideraciones:
«Muy diferente será la posición adoptada en 1931 por el gobierno de Azaña.
Se persiste en la declaración a extinguir del Cuerpo de Estado Mayor decretada
por la Dictadura y se añade la supresión del Depósito de la Guerra. La formación
cartográfica se entiende como totalmente ajena a la vida militar, debiendo quedar
centrada en la Dirección General de Estadística del Ministerio de Trabajo. La
Sección Cartográfica del Estado Mayor Central queda relegada a la distribución
de hojas. Únicamente se mantiene la actividad cartográfica en el Protectorado de
Marruecos, en dependencia directa del Ministerio de la Guerra»7.
Los ecos de esta rancia tesis llegan hasta ahora mismo. En un trabajo publicado en el año 2009, el profesor Ángel de las Heras Molinos ha mezclando
verdades, medias verdades y algún invento, para llegar al mismo lugar: «La
————
5 GAZAPO VALDÉS, Darío, «La cartografía militar», Boletín de la Real Sociedad Geogràfica,
LXXVII (1941), pág. 39.
6 GONZÁLEZ DE MENDOZA, Ángel, «Prólogo», en ALONSO BAQUER, Miguel, Aportación
militar, pág. VII.
7 ALONSO BAQUER, Miguel, Aportación militar, pág. 5.
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supresión del Depósito de la Guerra —sostiene este autor— redujo al mínimo
los trabajos cartográficos encomendados al Ejército y puso fin a la colaboración
que mantenía con el Instituto Geográfico en la formación del Mapa Topográfico Nacional a escala 1:50.000. Para la recién creada Sección Cartográfica del
Estado Mayor Central, el trabajo más urgente consistió en la renovación de las
hojas del viejo Mapa Militar Itinerario a escala 1:200.000»8.
Pero, ¿realmente fueron así las cosas? ¿Quedó efectivamente desmantelado
el Depósito de la Guerra en 1931? ¿Llegó a privar el Gobierno de la República
de medios o de competencias cartográficas al Ejército de Tierra? ¿Fue la Sección Cartográfica del Estado Mayor Central un organismo ineficiente y meramente decorativo? Este artículo responde de modo negativo a todas y cada una
de estas preguntas. La interpretación franquista del devenir de la cartografía
militar durante la Segunda República distorsiona el pasado. Es un relato amañado que tergiversa la historia.
La interpretación rupturista se ha apoyado en una lectura sesgada del decreto sobre reorganización de la cartografía militar, promulgado por el gobierno republicano el 28 de julio de 1931. El citado decreto se inscribe en el marco
de las reformas promovidas por Manuel Azaña desde el Ministerio de la Guerra, que tenían por objetivo racionalizar la organización del ejército, reducir el
gasto militar y corregir la deriva militarista producida durante la dictadura de
Primo de Rivera9. Su artículo más polémico es el tercero, en el que literalmente
se acuerda la supresión del Depósito de la Guerra y de las Comisiones Geográficas dependientes del mismo (con excepción de la Comisión Geográfica de
Marruecos)10. Pero basta pasar al artículo siguiente, el cuarto, para verificar que
el cambio no es tan radical. En el citado artículo se ordena la creación una Sección Cartográfica afecta al Estado Mayor Central, que hereda las competencias
cartográficas que tenía el Depósito de la Guerra, y diez Secciones Topográficas
Divisionarias (una para cada una de las ocho Divisiones Orgánicas del Ejército,
y otras dos para los archipiélagos de Baleares y Canarias), que a su vez heredan
las competencias que antes tenían las Comisiones Geográficas11. En definitiva,
un cambio de nombre, y seguro que un cambio de inspiración: del modelo
————
HERAS MOLINOS, Ángel de las, Aspectos cartográficos, pág. 79.
ALPERT, Michael, La reforma militar de Azaña, Madrid, Siglo XXI, 1982.
10 El artículo tercero del decreto publicado en la Gaceta de Madrid, el 29 de julio de 1931, está
redactado del siguiente modo: «Quedan suprimidos el Depósito de la Guerra y las Comisiones
Geográficas, excepto la de Marruecos, la que, en atención a que en tal territorio no puede realizarse
el trabajo en las mismas condiciones que en la Península, continuará organizada como en la
actualidad y con los mismos cometidos que hoy tiene».
11 Las Comisiones Geográficas suprimidas en julio de 1931 fueron la Comisión Geográfica del
Nordeste de España (con sede en A Coruña), la Comisión del Norte de España (Valladolid), la
Comisión de los Pirineos (Irún), la Comisión del Tormes (Salamanca), la Comisión del Nordeste de
España (Barcelona), la Comisión del Tajo (Cáceres), la Comisión del Centro de España (Pozuelo de
Alarcón), la Comisión del Sudeste de España (Murcia), y la Comisión de Canarias (Las Palmas). Cf.
Anuario Militar de España, 1931.
8
9
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francés (Depôt de la Guerre) al modelo británico (Geographical Section of the General Staff). Pero ni liquidación, ni desmantelamiento.
De haber habido un cambio radical en las competencias cartográficas del
ejército, la dotación de personal de la Sección Cartográfica debería diferir marcadamente de la que había tenido el Depósito de la Guerra. Pero no es este el
caso en absoluto. Para probarlo basta con comparar el Anuario Militar de España, datado el 31 de febrero de 1931, que recoge el escalafón del Depósito de la
Guerra, con el estadillo del personal destinado a los servicios cartográficos del
Estado Mayor, que se hizo público el 29 de julio de 1931 (ver tabla 1).
TABLA 1. PERSONAL DESTINADO AL DEPÓSITO DE LA
TOGRÁFICA DEL ESTADO MAYOR CENTRAL
Coroneles
Tenientes coroneles
Comandantes
Capitanes
Total
Depósito de la Guerra
(febrero de 1931)
1
11
16
21
49
GUERRA Y A LA SECCIÓN CARSección Cartográfica
(julio de 1931)
1
4
18
21
44
Fuente: Elaboración propia a partir de Anuario Militar de España, 1931 y Gaceta de Madrid, 29 de julio de 1931.
La comparación es elocuente. El medio centenar de oficiales y jefes del
Cuerpo de Estado Mayor que estaban destinados al Depósito de la Guerra sufrió una merma de tan solo cinco efectivos. La reducción de cuadros directivos
es significativa (de once tenientes coroneles se pasó a cuatro); pero se aumentó
ligeramente el número de comandantes. En definitiva, la República apostó por
un discreto aumento del personal dedicado a los trabajos de campo y una reducción paralela del personal dedicado a tareas burocráticas. La única atribución que perdió la Sección Cartográfica del Estado Mayor, respecto a las que
tradicionalmente había tenido el Depósito de la Guerra, consiste en la segregación del Servicio Histórico. Este servicio, que estaba al mando de un teniente
coronel, y que se ocupaba de la historia militar y del estudio de la organización
de los ejércitos extranjeros, quedó segregado de la institución cartográfica. Se
trata ciertamente de una pérdida, pero que para nada afectaba a la capacidad
geográfica del ejército.
Demos un paso más. Si el gobierno de la República hubiera deseado romper por completo con la experiencia cartográfica del Depósito de la Guerra,
habría empezado por cambiar al máximo responsable de la institución. Pero las
cosas no fueron así. El coronel de Estado Mayor Manuel Lon Laga, que había
sido nombrado jefe del Depósito de la Guerra en 1928, durante la dictadura de
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LA SECCIÓN CARTOGRÁFICA DEL ESTADO MAYOR CENTRAL DURANTE LA SEGUNDA REPÚBLICA (1931-1936)
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Primo de Rivera, siguió como jefe de la Sección Cartográfica del Estado Mayor
Central hasta 1933. En ese año se produjo su baja reglamentaria en la Sección
Cartográfica debido a su ascenso a general de Brigada.
La continuidad al mando de los servicios cartográficos del ejército del coronel Lon Laga debía haber resultado reveladora para cualquier estudioso con
vocación de objetividad. La comprobación de estos datos hubiera bastado para
poner en entredicho el mito rupturista de la liquidación del Depósito de la
Guerra. Sin embargo, al igual que la moneda falsa, la falacia ha ido pasando de
mano en mano. Esto no significa que la República no introdujese cambios en la
ordenación de la actividad cartográfica. Los hubo y de importancia, tal como
veremos seguidamente.
LA REORGANIZACIÓN DE LOS SERVICIOS CARTOGRÁFICOS
¿En qué consistió la reforma cartográfica republicana? En esencia fue una
contrarreforma, consistente en devolver a la cartografía oficial el modelo organizativo ideado por el reformismo liberal ochocentista12. En efecto, desde mediados del siglo XIX la cartografía oficial española había estado a cargo de dos
instituciones distintas, una civil y otra militar. La institución civil era el Instituto Geográfico, dependiente del Ministerio de Fomento, que era responsable del
catastro y del levantamiento del Mapa topográfico de España a escala 1:50.000.
El Depósito de la Guerra, al propio tiempo, era responsable de la cartografía
militar y colonial. Este modelo quedó alterado a partir de 1923 cuando el directorio militar presidido por el general Miguel Primo de Rivera decidió militarizar la política cartográfica y otorgar competencias a los cartógrafos del Depósito de la Guerra para tomar parte en el levantamiento del Mapa topográfico a
escala 1:50.000.
El aspecto más llamativo del modelo impuesto por Primo de Rivera, que
rompía netamente con la tradición anterior, fue la creación de dos nuevos organismos cartográficos: la Inspección de Cartografía y el Consejo Superior
Geográfico. La Inspección quedaba a cargo del segundo jefe del Estado Mayor
Central. Su misión era la de coordinar los trabajos relativos al Mapa topográfico de España y asignar tanto al Instituto Geográfico como al Depósito de la
Guerra las zonas en las que debían efectuarse los trabajos de campo. El Consejo
Superior Geográfico tenía la tarea de fijar las necesidades cartográficas del país,
especificar las características técnicas de los levantamientos y asignar los recursos. También estaba presidido por el segundo jefe del Estado Mayor Central,
actuando como secretarios un ingeniero geógrafo y el jefe del Depósito de la
Guerra. En definitiva, la dictadura puso la dirección efectiva de la política car————
12 URTEAGA, Luis y NADAL, Francesc, Las series del Mapa topográfico de España a escala 1:50.000,
Madrid, Instituto Geográfico Nacional, 2001.
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LUIS URTEAGA Y FRANCESC NADAL
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tográfica en manos del Ministerio de la Guerra, otorgándole el control directo
del Consejo Geográfico y la Inspección de Cartografía.
La reorganización planteada por Manuel Azaña incidía justamente en este
punto. El político republicano decidió desandar el camino y tendió a restaurar el
estado de cosas anterior a 1923: limitó los trabajos cartográficos del ejército a los
de estricta finalidad militar, y devolvió al Instituto Geográfico la plena responsabilidad sobre la ejecución de la carta topográfica de España. Paralelamente, introdujo tres novedades de bastante alcance: ordenó que las minutas del Mapa
topográfico nacional fuesen aprovechadas para formar la cartografía militar,
asignó al Instituto Geográfico la competencia exclusiva sobre la reproducción de
trabajos cartográficos y creó una Comisión Militar de Enlace con el Instituto
Geográfico y Catastral. Esta comisión tenía la tarea de «preparar los planos civiles y nacionales que hayan de reducirse con fines militares y servir de órgano de
enlace con el Estado Mayor Central para la recepción y publicación de las minutas que elaboren las Secciones Topográficas Divisionarias y la Comisión de Marruecos»13. Tal es el núcleo de la reforma cartográfica de Manuel Azaña.
El hombre encargado de implementarla era un militar prestigioso, y un cartógrafo con experiencia y sólidos contactos internacionales: el coronel Manuel
Lon Laga (1877-1936). Nacido en Zaragoza, ingresó muy joven en la Academia
Militar y alcanzó el empleo de 2.º teniente de Infantería antes de cumplir los
veinte años; justo a tiempo para ser destinado en campaña a la guerra de Cuba.
De regreso a la Península, ingresó en el Cuerpo de Estado Mayor en 1902, alcanzando el empleo de comandante en 191114. Fue profesor en la Escuela Superior de Guerra y, desde 1915 hasta 1918, asistió a la 1.ª Guerra Mundial, como
observador agregado al ejército de operaciones en Bulgaria. En 1920, una vez
ascendido a teniente coronel, fue destinado al Estado Mayor Central, realizando
sucesivos viajes de estudios a Francia, Italia y Alemania. En marzo de 1924 fue
nombrado miembro de la comisión permanente para asuntos militares de la
Sociedad de Naciones, radicada en Ginebra. En la etapa final de la guerra de
Marruecos fue destinado a Tetuán, en calidad de segundo jefe de Estado Mayor
de la Secretaría de las Fuerzas Militares de Marruecos.
Tras alcanzar el rango de coronel fue nombrado director del Depósito de la
Guerra el 31 de julio de 1928. Durante los años que estuvo al mando de los
servicios cartográficos Lon Laga asumió tres tareas esenciales. En primer lugar,
impulsó decididamente el levantamiento del mapa topográfico del Protectorado de Marruecos a escala 1:50.000, que constituye la obra más importante de
la cartografía colonial española en la primera mitad del siglo XX15. Paralela————
13
Gaceta de Madrid, 29 de julio de 1931. Decreto sobre reorganización de la cartografía, art.
7.º.
14 Expediente personal de Manuel Lon Laga, Archivo General Militar de Segovia (en adelante
AGMS), leg. L-1942.
15 NADAL, Francesc, URTEAGA, Luis y MURO, José Ignacio, «El mapa topográfico del
Protectorado de Marruecos en su contexto político e institucional (1923-1940)», Documents d'Anàlisi
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LA SECCIÓN CARTOGRÁFICA DEL ESTADO MAYOR CENTRAL DURANTE LA SEGUNDA REPÚBLICA (1931-1936)
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mente, colaboró con la Confederación Hidrográfica del Ebro en el levantamiento de la zona fronteriza de los Pirineos. Dado que el citado levantamiento
afectaba, sobre todo, a terrenos de alta montaña, se decidió recurrir a la fotogrametría terrestre para efectuar los trabajos con mayor economía y rapidez16.
Por último, una vez proclamada la República, tomó a su cargo la dirección de
la ponencia encargada de redactar un nuevo Reglamento de Cartografía Militar, aspecto que trataremos en un próximo apartado.
Tras el ascenso de Manuel Lon Laga al empleo de general, fue nombrado
para substituirle el coronel Antonio Aranda Mata (1888-1979). Este nombramiento resulta también significativo: Aranda Mata era un veterano africanista,
que había dirigido la Comisión Geográfica de Marruecos desde 1923 a 1930.
Su ejecutoria al frente de la Sección Cartográfica es, sin embargo, de escaso
relieve. En 1934 fue nombrado jefe de la Comandancia General de Asturias
—cargo en el que siguió hasta julio de 1936—, manteniéndose durante ese
tiempo como jefe de la Sección Cartográfica en comisión17. En la práctica, la
dirección quedó en manos del teniente coronel José Baigorri Aguado (18771939), que era uno de los jefes de negociado nombrados por Manuel Lon Laga.
La estabilidad de la dirección tiene su correlato en la estructura organizativa. La Sección Cartográfica estaba dividida en dos negociados: el negociado de
estadística y organización de trabajos, que a partir de 1935 pasó a denominarse
«Servicio cartográfico», y el negociado de fotogrametría, que en el año antes
citado pasó a llamarse «Servicio fotogramétrico». Cada uno de estos negociados
o servicios estaba a cargo de un teniente coronel del Estado Mayor (ver tabla
2). El jefe del servicio cartográfico se encargaba de la dirección técnica de los
levantamientos, era responsable del archivo de mapas y tenía competencia sobre todas las comisiones dependientes de la Sección Cartográfica. En la práctica, era el brazo derecho del jefe del servicio cartográfico del Estado Mayor. El
cargo fue ocupado por el teniente coronel José Baigorri Aguado, desde 1931
hasta su ascenso a coronel en 1935, y por el teniente coronel Cesar Voyer
Méndez (1884-1936), a partir de entonces. Baigorri Aguado y Voyer Méndez
tenían una trayectoria común: habían formado parte, al igual que Aranda Mata, de la Comisión Geográfica de Marruecos y Límites.
————
Geogràfica, 36 (2000), págs. 15-46.
16 MURO, José Ignacio, URTEAGA, Luis y NADAL, Francesc, «La fotogrametría terrestre en
España (1914-1958)», Investigaciones Geográficas, 27 (2002), págs. 151-172; MONTANER, Carme,
NADAL, Francesc y URTEAGA, Luis, «El servicio de cartografía de la Confederación Hidrográfica del
Ebro durante la guerra civil española», Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles, 52 (2010), págs.
273-294.
17 Archivo General del Cuartel General del Ejército, Madrid. AGCG. Expediente personal de
Antonio Aranda Mata, leg. A-287.
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LUIS URTEAGA Y FRANCESC NADAL
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TABLA 2. ORGANIZACIÓN Y PERSONAL DIRECTIVO DE LA SECCIÓN
DEL ESTADO MAYOR: SERVICIOS CENTRALES (MADRID)
Jefatura
CARTOGRÁFICA
Años
Sección
Cartográfica
Coronel Manuel Lon Laga
Coronel Antonio Aranda Mata
1931-1933
1933-1936
Servicio
cartográfico
Imprenta
Teniente coronel José Baigorri Aguado
Teniente coronel Cesar Voyer Méndez
Teniente coronel José García Puchol
Teniente coronel Adolfo Machinandiarena Berga
Teniente coronel Alfonso Fernández Martínez
Teniente coronel Hermenegildo García Alarcón
1931-1935
1935-1936
1931-1933
1933-1935
1936
1931-1936
Comisión de
enlace con el
IGC
Comandante Luis de Lamo Peris
Teniente coronel Augusto Elola Pérez
Teniente coronel José Clemente Herrero
1931
1932-1934
1935-1936
Servicio fotogramétrico
Fuente: Elaboración propia a partir de Anuario Militar de España, 1931-1936.
El servicio de fotogrametría fue mandado sucesivamente por el teniente coronel José García Puchol, desde 1931 a 1933, por el teniente coronel Adolfo
Machinandiarena Berga, desde 1933 a 1935, y por el jefe del mismo rango
Alfonso Fernández Martínez en 193618. La responsabilidad específica de estos
hombres era dirigir los trabajos fotogramétricos y realizar un seguimiento de
los avances en el campo de la fotogrametría. Durante el período republicano no
hubo interrupción en las actividades fotogramétricas, que venían realizándose
con intensidad desde el año 192619. En 1934 el servicio de fotogrametría incrementó su dotación de material con la adquisición de un nuevo aparato de
restitución, el estereoplanígrafo C-4 Zeiss. Los trabajos fotogramétricos se realizaron exclusivamente mediante fotogrametría terrestre, y se desarrollaron en
diferentes zonas del Protectorado de Marruecos y en los archipiélagos de Baleares y Canarias. Dentro de la península, se efectuaron trabajos de este género en
Galicia y en la Sierra de Guadarrama (Madrid). Los trabajos fotogramétricos
efectuados en la península y en los archipiélagos estaban dedicados a la formación de los planos directores y planos de interés militar, y las escalas de restitución adoptadas eran las de 1:20.000 y 1:10.00020.
Además de los servicios citados, la Sección Cartográfica contaba en Madrid
con dos unidades más: la Comisión de enlace con el Instituto Geográfico y Ca————
Cada uno de estos relevos fue provocado por el ascenso a coronel del responsable anterior.
MURO, José Ignacio, NADAL, Francesc y URTEAGA, Luis, «La fotogrametría terrestre».
20 FLORENCE MORELLA, Antonio, «Actividades fotogramétricas del Servicio Geográfico del
Ejército», Boletín de Información del Servicio Geográfico del Ejército, 2 (1968), págs. 9-17.
18
19
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LA SECCIÓN CARTOGRÁFICA DEL ESTADO MAYOR CENTRAL DURANTE LA SEGUNDA REPÚBLICA (1931-1936)
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tastral, a la que aludiremos en un próximo apartado, y la Imprenta y Talleres
del Ministerio de la Guerra. La imprenta del Ministerio de la Guerra era un
centro editorial de notable importancia, dotado con personal técnico procedente de la Brigada Obrera y Topográfica de Estado Mayor. Tenía a su cargo la
impresión de toda la documentación oficial del ministerio, y contaba además
con talleres de dibujo y fotograbado especializados en la edición de mapas. La
citada unidad estaba al mando del teniente coronel Hermenegildo García Alarcón, que permaneció en el puesto desde 1931 a 1936.
El decreto sobre reorganización de la cartografía militar promulgado en
1931 establecía que el Instituto Geográfico y Catastral debía asumir plena responsabilidad sobre la edición de todo tipo de mapas, incluidos los militares. Sin
embargo, la tarea era demasiado ambiciosa para la capacidad de los talleres del
Instituto, y esa previsión no llegó a cumplirse. En abril de 1932 el gobierno
autorizó a la Sección Cartográfica del Estado Mayor para que la tirada del Mapa topográfico del Protectorado de Marruecos continuase realizándose en los
Talleres del Ministerio de la Guerra, tal como venía haciéndose desde 1927.
Esta autorización se extendió luego a otras series de mapas, de modo que los
Talleres del Ministerio de la Guerra mantuvieron su actividad como centro
especializado en cartografía.
Hemos aludido hasta ahora tan solo a las unidades y servicios radicados en
Madrid, es decir, a lo que debe considerarse los servicios centrales de la Sección
Cartográfica. Sin embargo, el grueso del personal, y de la actividad cartográfica, estaban fuera de Madrid. Esta actividad era protagonizada por las Comisiones de Límites y por las Secciones topográficas divisionarias.
La unidad operativa más importante del Depósito de la Guerra había sido
tradicionalmente la Comisión Geográfica de Marruecos y Límites21. Esta comisión tenía a su cargo la formación de la cartografía topográfica del Protectorado de España en Marruecos, y también la demarcación de la frontera con el
Protectorado de Francia. Desde 1930 estaba bajo el mando del teniente coronel Federico Montaner Canet, un veterano cartógrafo que había sucedido a
Antonio Aranda Mata al frente de la unidad (ver tabla 3). Montaner Canet
tenía a sus órdenes una robusta organización cartográfica que no tenía parangón en la Península. Estaba integrada por cuatro comandantes de Estado Mayor, cuatro capitanes del mismo cuerpo y casi un centenar de especialistas procedentes de la Brigada Obrera y Topográfica de Estado Mayor. La administración republicana dejó intacta a esta unidad, sin modificar lo más mínimo ni su
composición ni sus atribuciones.
————
21 Sobre la labor desarrollada por esta unidad puede verse URTEAGA, Luis, Vigilia colonial.
Cartógrafos militares españoles en Marruecos (1882-1912), Barcelona, Ministerio de Defensa y Edicions
Bellaterra, 2006; URTEAGA, Luis y NADAL, Francesc, «La cartografía colonial española durante la
Segunda República (1931-1936)», Estudios Geográficos, (2010), LXXI (2010), págs. 267-297.
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LUIS URTEAGA Y FRANCESC NADAL
TABLA 3. COMISIONES DE LÍMITES DEPENDIENTES DE LA SECCIÓN CARTOGRÁFICA
DEL ESTADO MAYOR CENTRAL Y PERSONAL DIRECTIVO DE LAS MISMAS
Unidad
Comisión Geográfica de
Marruecos y Límites
Comisión de Límites
con Francia
Jefatura
Teniente coronel Federico Montaner Canet
Teniente coronel Aresio Viveros Gallego
Coronel Eugenio Espinosa de los Monteros
Teniente coronel Miguel Galante Roudil
Teniente coronel José Torres Martínez
Años
1930-1934
1934-1936
1922-1934
1935
1936
Comisión de Límites
con Portugal
Coronel José Asensio Torrado
Teniente coronel Manuel Golmayo de la
Torriente
1931-1936
1936
Fuente: Elaboración propia a partir de Anuario Militar de España, 1922-1936.
También siguieron bajo la competencia de la Sección Cartográfica del Estado Mayor Central, sin ninguna modificación aparente, las comisiones encargadas de la demarcación de las fronteras con Francia y Portugal. La Comisión de
Límites con Francia continuó bajo el mando del coronel Eugenio Espinosa de
los Monteros, que llevaba en el cargo nada menos que desde 1922. La Comisión de Límites con Portugal quedó bajo la responsabilidad del coronel de Estado Mayor, e ingeniero geógrafo, José Asensio Torrado22. El elevado rango
militar de los jefes de las comisiones de límites, análogo al de su superior jerárquico, el jefe de la Sección Cartográfica del Estado Mayor Central, tiene su
explicación: los responsables de las comisiones de límites con Francia y Portugal desempeñaban el papel de agregados militares en las embajadas de España
en París y Lisboa.
Los levantamientos cartográficos ordinarios en la Península estaban a cargo
de diez Secciones topográficas divisionarias. Tal como hemos indicado, estas
unidades estaban radicadas en la sede de las Divisiones Orgánicas del Ejército
(las antiguas Capitanías Generales) y de las Comandancias de Baleares y Canarias. En concreto, había Secciones topográficas en Madrid, Sevilla, Valencia,
Barcelona, Zaragoza, Burgos, Valladolid, La Coruña, Mallorca y Las Palmas.
Cada una de estas unidades estaba mandada por un comandante de Estado
Mayor, que tenía a su cargo a uno o dos capitanes del mismo cuerpo, y el personal de apoyo necesario procedente de la Brigada Obrera y Topográfica de
Estado Mayor.
¿Qué tareas desempeñaban las Secciones topográficas divisionarias? Es preciso distinguir dos etapas. Desde 1931 a 1933 la actividad cartográfica se cen————
22 Sobre la actividad de la Comisión de Límites con Portugal, puede verse MAGALLANES, Luis,
Catálogo de cartografía histórica de la frontera hispano-portuguesa, Madrid, Centro Geográfico del
Ejército, 2000.
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LA SECCIÓN CARTOGRÁFICA DEL ESTADO MAYOR CENTRAL DURANTE LA SEGUNDA REPÚBLICA (1931-1936)
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tró sobre todo en dos objetivos: la modernización del Mapa Militar Itinerario, y
la realización de levantamientos a escala 1:20.000 en las zonas designadas por
la jefatura de la Sección Cartográfica del Estado Mayor Central. A partir de
1933, el trabajo estuvo presidido por los objetivos señalados en el Reglamento
de Cartografía Militar aprobado en ese mismo año. En un próximo apartado
estudiamos la labor específica de una de estas unidades: la Sección topográfica
de la 1.ª División Orgánica, radicada en Madrid. Antes de entrar en ello, sin
embargo, es preciso considerar la reforma normativa de la cartografía militar.
LA REFORMA DE LA CARTOGRAFÍA MILITAR
En el momento de proclamarse la República, el ejército carecía de mapas
militares impresos para buena parte del territorio español. La única carta topográfica a gran escala que estaba prácticamente completa era el Mapa topográfico
del Protectorado español de Marruecos a escala 1:50.00023. Para la península no
había nada semejante. La carta militar con una cobertura más amplia era el
Mapa Militar Itinerario de España a escala 1:200.000 compuesto de 65 hojas.
Iniciado en 1880, en 1931 no estaba aún terminado, ya que faltaban por publicarse las hojas correspondientes a las Islas Baleares. En cualquier caso, se
trataba de un documento de utilidad limitada. La primera edición de este mapa carecía de altimetría, y una parte de la información itineraria contenida en
sus hojas estaba totalmente desfasada. De hecho, el Depósito de la Guerra,
consciente de esta situación, había decidido emprender su modernización, iniciando en 1929 una nueva edición con curvas de nivel equidistantes cada cincuenta metros, con expresión del relieve mediante sombreado. Sin embargo, a
la altura de 1931 las hojas impresas de esta nueva edición podían contarse con
los dedos de una mano.
Bastante mejor era la información proporcionada por la edición moderna del
Mapa Militar de España a escala 1:100.000, iniciada por el Depósito de la Guerra
en 1912. Las minutas de este mapa se formaban a escala 1:50.000, con curvas de
nivel equidistantes cada cincuenta metros24. El Mapa Militar a escala 1:100.000
constaba de 345 hojas que cubrían la Península y las Islas Baleares. Los primeros
levantamientos se realizaron precisamente en el archipiélago balear y en los Pirineos, zonas en las que no existía ningún mapa moderno a escala similar. En 1915,
tres años después de haberse iniciado su levantamiento, veían la luz once hojas
pertenecientes a las Islas Baleares. Pero el proyecto no gozó de continuidad, suspendiéndose los trabajos en 1923, cuando por orden del general Primo de Rivera
————
23 NADAL, Francesc; URTEAGA, Luis y MURO, José Ignacio, «El Mapa topográfico del
Protectorado de Marruecos».
24 Cuerpo de Estado Mayor del Ejército, Instrucciones técnicas para los Trabajos geográficos y
topográficos del Cuerpo de Estado Mayor del Ejército, Madrid, Talleres del Depósito de la Guerra, 1912.
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el Depósito de la Guerra pasó a colaborar activamente en el levantamiento del
Mapa Topográfico de España. En total, desde 1912 a 1923 habían llegado a publicarse 28 hojas, de las 345 previstas, correspondientes a las islas Baleares, y a
partes de Galicia, Cataluña, Extremadura y Andalucía.
En resumen, la situación de la cartografía española era bastante excepcional
en el marco de Europa occidental. La carta topográfica general del país, que era la
competencia esencial del Instituto Geográfico y Catastral, estaba sin concluir. No
existía cartografía militar de uso táctico propiamente dicha para la mayor parte
del territorio español. Por el contrario, por aquellos años la mayoría de países occidentales contaban con poderosos centros cartográficos militares y disponían de
buenos mapas militares a gran escala25.
El déficit de cartografía militar intentó ser paliado por la administración republicana mediante un procedimiento barato y expeditivo: transformar la cartografía de base formada por el Instituto Geográfico en cartografía militar. En la
práctica esto significaba que la mayor parte de los mapas militares a gran escala
debían obtenerse como cartografía derivada del Mapa Topográfico de España a escala 1:50.000.
La transformación de este mapa en una carta de uso militar presentaba considerables inconvenientes, que no escapaban a los cartógrafos del Estado Mayor.
Los expertos de la Sección Cartográfica señalaron hasta cinco deficiencias, desde la
perspectiva militar, del Mapa Topográfico de España a escala 1:50.000: la proyección poliédrica de Tissot no podía satisfacer adecuadamente las necesidades militares por no ser absolutamente conforme; la propia escala, 1:50.000, resultaba
excesiva para un mapa de mando, e insuficiente como plano director para operaciones tácticas; la carta carecía de cuadrícula rectangular kilométrica, indispensable para el control del fuego artillero; el mapa presentaba una gradación sexagesimal de las coordenadas geográficas, mientras los aparatos goniométricos del
ejército empleaban la gradación centesimal; y la edición ordinaria en cinco colores
resultaba excesivamente cara para su empleo cotidiano en ejercicios y maniobras,
y presumiblemente demasiado onerosa para su reproducción en caso de guerra26.
A estas objeciones, plenamente justificadas, podrían haberse añadido algunas
más. El estilo gráfico del Mapa Topográfico de España era el propio de un mapa de
uso civil. La representación de los usos del suelo resultaba muy completa, empleándose hasta diecisiete signos convencionales para plasmar la vegetación y los
cultivos. La representación de las vías de comunicación, en cambio, era más parca,
con una insuficiente jerarquización de caminos y carreteras. Así, en muchas de las
hojas publicadas durante el siglo XIX, entonces todavía sin actualizar, ni siquiera
se indicaban las estaciones de ferrocarril.
————
25 Cf. BÖHME, Rolf, (comp.), Inventory of World Topographic Mapping. Vol. I. Western
Europe, North America and Australasia, Londres, Losevier Applied Science Publishers, 1989.
26 Ver, al respecto, ESTADO MAYOR CENTRAL, Reglamento de cartografía militar, Madrid,
Imprenta y Talleres del Ministerio de la Guerra, 1934, págs. 19-20.
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Con todo, el problema principal desde el punto de vista militar era la altimetría. En el Mapa Topográfico de España el relieve se obtenía croquizando el espacio
que media entre los perfiles producto del levantamiento de las principales líneas
orográficas e hidrográficas. Dado que en ocasiones el espacio comprendido entre
los perfiles podía superar un kilómetro de distancia, la representación altimétrica
podía incurrir en notables errores27. En definitiva, el relieve, que constituye uno
de los aspectos más importantes desde la perspectiva militar, era tratado con escaso detalle por el Instituto Geográfico.
Pese a todos estos inconvenientes, el ministro de la Guerra acordó que el Mapa Topográfico de España a escala 1:50.000 debía constituir la base de cualquier
trabajo de cartografía militar. Esta decisión, ciertamente discutible, tenía a su
favor el ahorro de recursos. Entre 1932 y 1933, una ponencia de la Sección Cartográfica del Estado Mayor Central se dedicó a estudiar los pasos necesarios para
regular la producción de mapas militares. La ponencia estaba presidida por el
coronel Manuel Lon Laga, e integrada por los tenientes coroneles José M.ª Baigorri Aguado y Augusto Elola Pérez, los comandantes Miguel Rodríguez Pavón
y Luis de Lamo Peris, y el capitán Ángel González de Mendoza y Dorvier. Sus
trabajos quedaron plasmados en el Reglamento de Cartografía Militar, aprobado
por el Ministro de la Guerra, Manuel Azaña, el 18 de febrero de 193328.
El Reglamento de 1933 señala el inicio de una nueva etapa en la normalización y puesta al día de la cartografía militar española. La normativa anterior se
había elaborado en 1912, justo antes del estallido de la 1.ª Guerra Mundial29.
Varias lecciones derivadas de aquella guerra fueron decisivas para la modernización de la cartografía militar. Entre otras, la importancia de la cuadrícula kilométrica para el control del fuego artillero y la necesidad de contar con un Plano Director con cobertura general30. Pues bien, el reglamento aprobado por la
administración republicana supuso la introducción de estos conceptos en la cartografía militar española. Entre las series de mapas previstas por el nuevo reglamento sobresalen tres mapas topográficos: el Plano Director a escala 1:25.000, una
edición «tipo militar» del Mapa Topográfico de España a escala 1:50.000 y el Mapa
de Mando a escala 1:100.000. Los tres derivaban de las minutas, realizadas a escala 1:25.000, del mapa topográfico de España. Y los tres debían incorporar una
cuadrícula kilométrica en proyección Lambert. Además de los mapas citados, se
preveía la confección de un Plano Director a escala 1:10.000 para frentes estabili————
27 Cf. ESTADO MAYOR CENTRAL. SERVICIO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO, Mapa Nacional. Escala
1:50.000. Colaboración con el Instituto Geográfico, Manuscrito, Centro Geográfico del Ejército, enero
de 1947,
28 ESTADO MAYOR CENTRAL, Reglamento de cartografía, 1934.
29 CUERPO DE ESTADO MAYOR DEL EJÉRCITO, Instrucciones técnicas.
30 Sobre el concepto de «Plano Director» y su introducción durante la 1.ª Guerra Mundial puede
verse BACCHUS, Michael, «L’établissement des plans directeurs pendant la guerre de 1914-1918», en:
VILLÈLE, Marie-Anne de, BEYLOT, Agnès y MORGAT, Alain (dir.), Du paysage à la carte. Trois siècles de
cartographie militaire de la France, Vincennes, Ministère de la Défense, 2002, págs. 128-134.
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zados. Este mapa tenía un carácter puramente local y se obtendría a partir de la
ampliación del 1:25.000. En cuanto a la cartografía itineraria se ordenaba la utilización del Mapa a escala 1:500.000 del Instituto Geográfico y la modernización
del Mapa Militar Itinerario a escala 1:200.000. La impresión de la cartografía
militar se encomendaba al Instituto Geográfico.
LA LABOR CARTOGRÁFICA
La tarea de efectuar las transformaciones necesarias de los mapas y, en particular, realizar el cálculo de la red de intersección de la proyección Lambert fue
encomendada a la Comisión Militar de Enlace con el Instituto Geográfico. La
citada comisión se constituyó con gran rapidez, estando operativa desde finales de
julio de 193131. Estuvo presidida inicialmente por el comandante de Estado Mayor Luis de Lamo Peris, pero muy pronto se hizo cargo de la misma el teniente
coronel Augusto Elola Pérez. En 1934 formaban parte de la citada comisión el
comandante José Torres Martínez y los capitanes Fernando Navarro Ibáñez, José
Bielza Laguna y Federico de la Iglesia Navarro. Al año siguiente la jefatura pasó a
manos del teniente coronel José Clemente Herrero, manteniéndose en sus puestos
el resto del personal32.
El cálculo de las tablas de proyección para el cuadriculado de la red Lambert
del Mapa Topográfico de España a escala 1:50.000 fue encargado a la Comisión
Militar de Enlace el 6 de marzo de 1933. Esta labor quedó concluida en julio de
1935, publicándose a continuación las tablas en un anexo al Reglamento de Cartografía Militar. La primera aplicación de la nueva cuadrícula Lambert había tenido lugar en septiembre de 1934, con motivo de unas maniobras efectuadas en
los Montes de León. Para las citadas maniobras se cuadriculó un número reducido
de ejemplares de las hojas n.º 159 (Bembibre) y n.º 160 (Benavides), «con objeto
de poder servirse de un lenguaje topográfico común en las órdenes y designación
de objetivos»33.
La primera tirada de cierta consideración de hojas del Mapa topográfico de España con el cuadriculado reglamentario, unos 1.000 ejemplares de cada hoja, se
efectuó por orden el Estado Mayor Central en octubre de 1935, para atender las
necesidades de la Sección de operaciones. Las hojas impresas entonces fueron las
n.º 1.069, 1.070, 1.071, 1.073, 1.074, 1.075, 1.076, 1.077 y 1.078, correspondientes todas ellas al sur de la provincia de Cádiz. La puesta al día de estas nueve
hojas, y en particular la actualización de las carreteras y caminos vecinales, corrió
asimismo a cargo de la Comisión Militar de Enlace.
————
Expediente personal de Federico de la Iglesia Navarro. AGMS, leg. J-9.
Los capitanes Fernando Navarro Ibáñez, José Bielza Laguna y Federico de la Iglesia Navarro
fueron ascendidos a comandantes de Estado Mayor en enero de 1936, quedando en situación de
disponible forzoso en la 1.ª División Orgánica.
33 ESTADO MAYOR CENTRAL. SERVICIO GEOGRÁFICO, «Mapa Nacional», pág. 55.
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Por otra parte, la orden de cese de la colaboración de los cartógrafos militares
en la formación del Mapa topográfico a escala 1:50.000, dictada en julio de 1931,
no llegó a cumplirse por completo. El 30 de marzo de 1935 el director del Instituto Geográfico se dirigió a la Sección Cartográfica del Estado Mayor Central
para que este organismo se hiciese cargo de la finalización del levantamiento de
las hojas n.º 220 (Agullana), 221 (Port-Bou) y 258 (Figueras), que habían sido
encomendadas al Depósito de la Guerra antes de 1931. El motivo aducido era la
necesidad urgente de estas hojas, correspondientes a la zona fronteriza con Francia, y la escasez de recursos presupuestarios del Instituto Geográfico. En atención
a estas razones, la Sección Cartográfica ordenó a la Sección topográfica de la 4.ª
División Orgánica (Barcelona), cuyo personal había trabajado en la formación de
las hojas citadas, que concluyese el levantamiento «a fin de que los métodos operativos fueran los mismos y presidiera en la formación de las hojas la debida unidad»34. Los trabajos de campo se iniciaron en enero de 1936 y prosiguieron hasta
el estallido de la Guerra Civil.
El Reglamento de Cartografía militar aprobado en 1933 estableció que el
elemento básico de la nueva cartografía del Ejército de Tierra debía ser el Plano
Director a escala 1:25.000. Esta serie debía derivarse de las minutas del Mapa topográfico de España a escala 1:50.000, que se formaban justamente a escala
1:25.000. La superficie de cada hoja del Plano Director es la cuarta parte de la correspondiente al Mapa topográfico de España, conservando la misma numeración
que este y distinguiéndose los cuadrantes por los números romanos I, II, III y IV.
La diferencia esencial entre las minutas del Mapa topográfico de España y la carta
militar estribaba en los trabajos de gabinete necesarios para efectuar el cambio de
la proyección poliédrica del primero por la reglamentaria de Lambert en que se
debía editar el Plano Director.
El geógrafo Jesús Burgueño, que está estudiando a fondo la serie del Plano
Director a escala 1:25.00035, ha localizado una cuarentena de hojas de este mapa
formadas entre 1934 y 1936, la mitad de las cuales llegaron a publicarse. Las
hojas se formaban directamente a partir de las minutas conservadas en el archivo
del Instituto Geográfico Catastral, que reciben el nombre de «Catastrones», ya
que muchas de ellas se dibujaron sobre papel importado de Alemania de la marca
Katastron. En las hojas impresas se hace constar esta procedencia y se indica que
se trata de una «edición provisional para necesidades de instrucción». Cinco de las
hojas localizadas se imprimieron en tres colores (siena, azul y negro). Del resto,
para abaratar costes, se hizo la tirada solamente en negro (figura 1).
————
ESTADO MAYOR CENTRAL. SERVICIO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO, Mapa Nacional, pág. 50.
BURGUEÑO, Jesús, «Mapas para una guerra. El Plano Director 1:25.000», Eria, 83 (2010),
págs. 261-289.
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FIGURA 1. CARTOGRAFÍA MILITAR DE ESPAÑA. PLANO DIRECTOR. HOJA 372-IV.
VALLADOLID (1934)
Escala 1:25.000. Esta hoja fue levantada por la Sección topográfica de la 7.ª División Orgánica, que
estaba mandada por el comandante de Estado Mayor Alfonso Fernández Martínez. Edición en negro a
cargo de los talleres del Instituto Geográfico y Catastral en 1935. Fuente: Cortesía del Centro Geográfico
del Ejército.
Es interesante señalar que las hojas localizadas fueron formadas por cuatro
Secciones topográficas distintas: las de Madrid, Sevilla, Valladolid y Zaragoza. La
Sección topográfica de la 7.ª División Orgánica (Valladolid), que estaba mandada
por el comandante de Estado Mayor Alfonso Fernández Martínez, fue, con gran
diferencia, la más activa en esta tarea: llegó a formar 34 de las 41 hojas que hasta
la fecha han podido ser referenciadas. La Sección topográfica de la 1.ª División
Orgánica (Madrid) tuvo una contribución modesta en este campo, ya que levantó
una sola de las hojas del Plano Director: la 533-I: Collado Villalba (ver figura 2).
Sin embargo, como veremos a continuación, el desempeño de esta unidad constituye un buen test para someter a prueba la rotunda descalificación del coronel
Gazapo Valdés, según la cual las Secciones topográficas eran tan fantasmagóricas,
«que no existían en la realidad»36.
————
36
GAZAPO VALDÉS, Darío, «La cartografía…», pág. 39.
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FIGURA 2. CARTOGRAFÍA MILITAR DE ESPAÑA. PLANO DIRECTOR. HOJA 533-I. COLLADO VILLALBA
Levantada por la Sección topográfica de la 1.ª División Orgánica en 1935. Escala 1:25.000. Edición a color a
cargo de los Talleres del Ministerio de la Guerra. Fuente: Cortesía del Centro Geográfico del Ejército.
LA ACTIVIDAD DE LA SECCIÓN TOPOGRÁFICA DE LA 1.ª DIVISIÓN ORGÁNICA
La Sección topográfica de la 1.ª División Orgánica (Madrid) ilustra de modo claro los elementos de continuidad y también de estabilidad que presidieron
la actividad cartográfica militar durante el período republicano. La unidad citada es continuadora directa de la Comisión Geográfica del Centro de España,
que había sido creada en 1929 con un objetivo bien definido: proceder al levantamiento de un mapa a gran escala de la ciudad de Madrid y su ámbito
regional. Este mapa formaba parte de una serie conocida como «Planos de alrededores», y llevaba por título Madrid y sus alrededores.
La escala del levantamiento era muy ambiciosa para la época: nada menos
que 1:10.000, con representación del relieve mediante curvas de nivel equidistantes cinco metros. La publicación estaba prevista a escala 1:20.000, en hojas
impresas a cinco colores, con representación del relieve mediante curvas equidistantes diez metros. Las hojas impresas, que tenían un formato de 45x60
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centímetros, abarcaban cada una de ellas una extensión de 64 kilómetros cuadrados. En su conjunto, el mapa representa el territorio de la antigua provincia
de Madrid, al sur de Colmenar Viejo, cubriendo un área de 3.000 kilómetros
cuadrados aproximadamente, con centro en la ciudad de Madrid. La carta,
muy precisa y de factura moderna, incluye una cuadrícula kilométrica y una
completa tabla de signos convencionales.
El mando de la Comisión Geográfica del Centro de España se confió al comandante de Estado Mayor Joaquín de Isasi Isasmendi y Aróstegui: un joven y
competente cartógrafo, nacido en 1896, que era especialista en fotogrametría37. Para llevar a cabo el proyecto, Isasi Isasmendi contaba a sus órdenes con
dos capitanes de Estado Mayor, un jefe de taller, y el personal de apoyo requerido procedente de la Brigada Obrera y Topográfica de Estado Mayor: en total
unos cuarenta efectivos.
En julio de 1931, la Comisión Geográfica del Centro cambió su nombre
por el de Sección topográfica de la 1.ª División Orgánica. Pero ahí acabaron los
cambios. Joaquín de Isasi Isasmendi permaneció al mando de la unidad y siguió en el mismo destino hasta septiembre de 1936. Bajo su dirección trabajaron los capitanes de Estado Mayor Augusto Pérez Garmendia y Ramón RuizFornells Ruiz, con continuidad desde 1931 a 1935, y el capitán de Estado Mayor Rafael Rueda Moreno en 1936.
La estabilidad y continuidad del personal responsable de los trabajos es congruente con la permanencia de objetivos. Como se ha indicado, Isasi Isasmendi
estaba a cargo de un proyecto ambicioso: el levantamiento del mapa de la región
de Madrid a escala 1:10.000. La política de austeridad promovida por Manuel
Azaña en el Ministerio de la Guerra podría haber aconsejado paralizar el levantamiento de la carta y dedicar sus recursos a otros fines más urgentes38. Pero las
cosas no fueron así. El coronel Manuel Lon Laga, que desempeñaba la jefatura de
la Sección Cartográfica del Estado Mayor Central, mantuvo los planes que él
mismo había aprobado dos años atrás. La edición de Madrid y sus alrededores se
había iniciado en 1929 con la publicación de las hojas correspondientes a Pozuelo
y La Angorilla. Al año siguiente se completaron cuatro hojas más: El Pardo,
————
37 Anónimo, «El General Ysasi-Ysasmendi», Boletín de Información del Servicio Geográfico del
Ejército, 14 (1971), pág. 9.
38 Es dudoso que la carta de Madrid y sus alrededores pudiera considerarse un mapa
imprescindible o de urgente necesidad. En el mismo momento en que el director del Depósito de la
Guerra ordenó iniciar la formación del mapa, el Instituto Geográfico estaba procediendo a la
modernización de las hojas del Mapa Topográfico Nacional a escala 1:50.000 correspondientes a ese
mismo territorio. La hoja n.º 559 (Madrid), de la que ya se disponía de una 2ª edición publicada en
1916, fue objeto de una 3ª edición revisada en 1932. Las hojas colindantes a la de Madrid (n.º 558:
Villaviciosa de Odón; n.º 560: Alcalá de Henares; n.º 534: Colmenar Viejo y n.º 582: Getafe),
habían sido todas ellas actualizadas mediante una 2.ª edición aparecida en 1928 y 1929 (Cf.
URTEAGA, Luis y NADAL, Francesc, Las series del Mapa topográfico). Dado que las minutas del Mapa
Topográfico Nacional se formaban a escala 1:25.000, el Depósito de la Guerra hubiese podido contar,
a coste cero, con un mapa actualizado casi a la misma escala del Plano Director.
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Boadilla del Monte, Las Rozas de Madrid y El Goloso. La llegada de la República no supuso ninguna mengua en este ritmo de trabajo. En 1931 los talleres
del Ministerio de la Guerra imprimieron tres nuevas hojas y en 1932 se duplicó
la producción con la salida a la luz de seis hojas adicionales (ver Tabla 4).
La aprobación del Reglamento de Cartografía Militar, acaecida el 18 de febrero de 1933, supuso la parálisis forzosa de la publicación del mapa a escala
1:20.000, una escala no prevista para ninguna de las cartas reglamentarias.
Aun así, el Ministerio de la Guerra procedió a la edición de la hoja Villanueva
del Pardillo en 1933 y en 1934, a la de Colmenar Viejo (figura 3), cuyo dibujo
estaba prácticamente concluido al aprobarse el Reglamento de cartografía militar. En total llegaron a publicarse 17 hojas del mapa Madrid y sus alrededores: 6
antes de 1931, y 11 durante el período de gobernación republicana.
FIGURA 3. MADRID Y SUS ALREDEDORES. HOJA 45. COLMENAR VIEJO
Escala 1:20.000. Editada por los Talleres del Ministerio de la Guerra en 1934.
Fuente: Cortesía del Centro Geográfico del Ejército. Sig. CG. Ar.C-T.4-C.1-156 (1).
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TABLA 4: LEVANTAMIENTOS EJECUTADOS POR LA SECCIÓN TOPOGRÁFICA DE LA 1.ª
DIVISIÓN ORGÁNICA (1929-1936)
Año
1929
1930
1931
1932
Madrid y sus alrededores
Escala 1:20.000
Hoja 6: Pozuelo
Hoja 22: La Angorilla
Hoja 7: El Pardo
Hoja 19: Boadilla del Monte
Hoja 20: Las Rozas
Hoja 23: El Goloso
Hoja 1: Madrid
Hoja 18: Móstoles
Hoja 21: Las Matas
Hoja 5: Leganés
Hoja 8: Fuencarral
Hoja 39: Monte de Sacedón
Hoja 40: Brunete
Hoja 42: Torrelodones
Hoja 43: Villalba
Planos de poblaciones
Escala 1:2.000
Poligonales exteriores
Escala 1:5.000
Hortaleza
Móstoles
Barrios de Portugalete,
San Pablo y San Fernando
Carabanchel Alto
Carabanchel Bajo
Brunete
Leganés
Villanueva de la Cañada
1933
Hoja 41: Villanueva del
Pardillo
Colmenarejo
Galapagar
Torrelodones
Colonia de la estación
de Torrelodones
Colonia de San Juan
Colonia Vasca
1934
Hoja 45: Colmenar Viejo
Cerceda
Colmenar Viejo
Hoyo de Manzanares
Colonia de La Navata
Hoyo de Manzanares.
Poligonal exterior
1935
1936
Peña Grande
Ribas de Jarama
Vicálvaro
Fuente: Elaboración propia a partir de Magallanes, 2004.
Por otra parte, la suspensión de la edición a escala 1:20.000 no supuso el
fin del levantamiento iniciado en 1928. Las minutas del mapa madrileño siguieron levantándose para formar parte de un Plano director local a escala
1:10.000. Se trata de una serie cartográfica complementaria al Plano director
general a escala 1:25.000, que estaba prevista, con carácter excepcional, para
algunas zonas de interés especial. Para el caso de las ciudades que contaban con
planos de alrededores, se ordenó la transformación de las minutas de estos planos, que se formaban a escala 1:10.000, en un Plano director local a la misma
escala, con un leve retoque consistente en ajustar las hojas y su numeración a la
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división oficial reglamentaria39. La edición de este plano director se hacía en
negro, corriendo los trabajos a cargo de las Secciones topográficas divisionarias.
En consecuencia, Isasi Isasmendi mantuvo a sus hombres en plena actividad.
El levantamiento al que estamos aludiendo incluía también, paralelamente, dos
operaciones aún más detalladas: la formación de planos de poblaciones a escala
1:2.000 (figura 4), con relieve representado por curvas de nivel equidistantes un
metro, y el levantamiento de las poligonales exteriores de las poblaciones a escala
1:5.000 (figura 5). Los trabajos de campo para formar estos documentos prosiguieron sin solución de continuidad hasta la insurrección militar de julio de 193640.
FIGURA 4. HOYO DE MANZANARES
Plano de población a escala 1:2.000. Manuscrito sobre papel milimetrado. Levantado por la Sección Topográfica de la 1.ª División. Firmado por el comandante de Estado Mayor Joaquín de Isasi Isasmendi el 25 de enero de 1934. Fuente: Cortesía del
Centro Geográfico del Ejército. Sig. CG. Ar.C-T.3-C2-58.
————
ESTADO MAYOR CENTRAL, Reglamento de Cartografía.
El último informe del comandante de Estado Mayor Joaquín de Isasi Isasmendi, sobre las
dietas devengadas por el personal de la Sección topográfica a su mando está fechado el 31 de julio
de 1936. Cf. PRIMERA DIVISIÓN ORGÁNICA, Dietas. Relación de las devengadas por el personal de las
siguientes unidades: Sección Topográfica de la 1.ª División. Año 1936, Archivo General Militar de Ávila,
C. 776, cap. 5, D. 1.
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FIGURA 5. HOYO DE MANZANARES. POLIGONAL EXTERIOR
Escala 1:5.000. Manuscrito sobre papel milimetrado. Levantado por la Sección Topográfica de la 1.ª
División. Firmado por el comandante de Estado Mayor Joaquín de Isasi Isasmendi el 25 de enero de
1934. Fuente: Cortesía del Centro Geográfico del Ejército. Sig. CG. Ar.C.T.3-C.3-75.
Además de los mapas citados, que fueron el eje de la actividad de la Sección
topográfica mandada por Isasi Isasmendi, esta unidad efectuó asimismo el levantamiento de un croquis de la Sierra de Guadarrama a escala 1:100.00041.
Los trabajos para el levantamiento, que se realizaron mediante fotogrametría
terrestre, se llevaron a término en 1934 y 1935. El mapa incluye una tabla de
signos convencionales con carreteras, núcleos de población, vías de ferrocarril,
————
Croquis de la Sierra de Guadarrama. Escala 1:100.000. Cuerpo de Estado Mayor. Formado
por la Sección Topográfica de la 1.ª División y publicado para servicio interior de la misma, 19341935. Un mapa manuscrito a color, de 64x77 cm. Publicado en 1935 con el título de Croquis de la
Sierra de Guadarrama. Escala 1:100.000. Cuerpo de Estado Mayor. Formado por la Sección
Topográfica de la 1.ª División y publicado para servicio interior de la misma. Madrid, Talleres del
Ministerio de la Guerra, 1935. Un mapa impreso a color, montado sobre tela, de 62x76 cm. Relieve
representado por curvas de nivel equidistantes 100 metros y puntos acotados. Centro Geográfico
del Ejército, Madrid.
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embalses, ríos, arroyos y pasos a nivel, y una ventana en el ángulo inferior derecho con un esquema de la Sierra.
En definitiva, la actividad de la Sección topográfica de la 1.ª División Orgánica no muestra el menor síntoma de parálisis o de agotamiento durante el
período republicano. Al revés, la unidad mandada por el comandante Isasi
Isasmendi evidencia una actividad casi frenética. La hipótesis de que esta unidad fuese la única que cumplió con su deber parece poco realista; más bien
resulta razonable suponer que el resto de las Secciones topográficas divisionarias tuviesen un desempeño análogo al aquí descrito.
CONCLUSIÓN
La llegada de Manuel Azaña al Ministerio de la Guerra dio lugar a una reorganización importante de los servicios cartográficos militares. El Depósito de
la Guerra cambió su nombre por el Sección Cartográfica del Estado Mayor
Central y algunas de sus competencias en materia de producción cartográfica
fueron transferidas al Instituto Geográfico y Catastral. Los cambios funcionales
y organizativos, sin embargo, quedaron modulados por claros elementos de
continuidad. En una etapa de restricciones presupuestarias, el servicio cartográfico del Estado Mayor mantuvo prácticamente la misma dotación de personal
que en el período anterior. Y retuvo también, y esto es quizá lo más significativo, la misma persona a cargo de la dirección: el coronel Manuel Lon Laga.
El núcleo de la reforma cartográfica consistió en devolver a la cartografía
oficial española el modelo organizativo puesto en marcha por el reformismo
liberal, que había sido precipitadamente abandonado durante la dictadura del
general Primo de Rivera. La Segunda República limitó los trabajos cartográficos del Ejército, efectuados dentro de la Península, a los de estricta finalidad
militar. Paralelamente, dejó intactas las atribuciones del Cuerpo de Estado
Mayor en materia de cartografía colonial.
Las realizaciones cartográficas más importantes del período fueron la culminación del Mapa topográfico del Protectorado de Marruecos a escala 1:50.000, y la
puesta en marcha del Plano Director a escala 1:25.000. La idea de derivar el
Plano Director de las minutas del Mapa Topográfico Nacional, adoptada en 1933,
era ciertamente discutible, pero no debía ser tan mala. El Servicio Geográfico del
Ejército, que heredó las competencias de la Sección Cartográfica del Estado Mayor tras la Guerra Civil, mantuvo el mismo esquema de trabajo hasta 1968.
Entre 1931 y 1936 formaron parte de la Sección Cartográfica del Estado
Mayor Central aproximadamente un centenar de jefes y oficiales del Cuerpo de
Estado Mayor. Ese colectivo constituye un pequeño microcosmos, cuyo destino
ilumina casi todas las facetas de la enorme tragedia que se vivirá en España tras
la insurrección militar de julio de 1936: la violencia y la traición, la lealtad y el
honor, el triunfo, la derrota y el exilio. Cae fuera de los límites de este trabajo
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LUIS URTEAGA Y FRANCESC NADAL
el abordar esos hechos. Cabe señalar, sin embargo, que los integrantes de la
Sección Cartográfica del Estado Mayor desempeñaron un destacado papel en
los servicios cartográficos durante la Guerra Civil, tanto en el ejército republicano42 como en el ejército franquista43.
Recibido: 13-07-2010
Aceptado: 28-01-2011
————
42 Cf. NADAL, Francesc, URTEAGA, Luis y MURO, José Ignacio, «Los mapas impresos durante la
Guerra Civil española (I): Cartografía republicana», Estudios Geográficos, 251 (2003), págs. 305-334;
NADAL, Francesc, «Los servicios cartográficos republicanos durante la Guerra Civil española», en:
MONTANER, Carme, NADAL, Francesc y URTEAGA, Luis (eds.), Los mapas en la Guerra Civil española,
1936-1939, Barcelona, Institut Cartogràfic de Catalunya, 2007, págs. 15-45.
43 Cf. NADAL, Francesc, URTEAGA, Luis y MURO, José Ignacio, «Los mapas impresos durante
la Guerra Civil española (II): Cartografía del Cuartel General del Generalísimo», Estudios Geográficos,
253 (2003), págs. 655-683; URTEAGA, Luis, «La cartografía del ejército franquista (1937-1939)»,
en: MONTANER, Carme; NADAL, Francesc y URTEAGA, Luis (eds.), Los mapas en la Guerra Civil
española, 1936-1939, Barcelona, Institut Cartogràfic de Catalunya, 2007, págs. 47-81.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 763-788, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 239, septiembre-diciembre, págs. 789-818, ISSN: 0018-2141
¿FUE EL SECTOR ELÉCTRICO UN GRAN BENEFICIARIO DE
HIDRÁULICA» ANTERIOR A LA GUERRA CIVIL? (1911-1936)1∗
«LA
POLÍTICA
ISABEL BARTOLOMÉ RODRÍGUEZ
Instituto Superior de Ciências do Trabalho e da Empresa - ISCTE
RESUMEN:
El análisis del discurso hidráulico español constituye un clásico de nuestra historiografía al que, últimamente, se han añadido fecundas investigaciones sobre las realizaciones de la política hidráulica en algunas cuencas. Asimismo, en los últimos
veinte años, nuestro conocimiento sobre los antecedentes de la industria eléctrica y
sobre la dotación de infraestructuras de la economía española ha mejorado sustancialmente. Se sabe, pues, que la expansión hidroeléctrica en España fue decisiva antes de la guerra civil, cuando en el agua tenía su origen más del 90 por 100 de la
electricidad producida y una cuarta parte del total de la energía consumida en el
país. Conocemos también que en España, como en otros países orientados al aprovechamiento hidroeléctrico, se otorgaron ayudas públicas para la construcción de infraestructuras para el embalse de agua por efecto de la Ley Gasset y durante la
Dictadura. Sabemos de la importancia de estos auxilios en Francia o en Italia, pero se desconoce enteramente el alcance de estas ayudas públicas en España.
Este artículo procura el esclarecimiento de esa cuestión, dedicando sus tres primeras secciones a explicar la oportunidad y finalidad de dichos auxilios y las dos siguientes a
examinar sus realizaciones. Se sigue tanto un procedimiento directo como otro indirecto
para desglosar cuáles fueron efectivamente las ayudas recibidas por las empresas
hidroeléctricas. Aquí se concluye que el empuje público a la construcción de embalses y
diques de aprovechamiento hidroeléctrico fue durante este período tan leve como corto el
vuelo de la orientación industrialista de la política hidráulica en España.
————
Isabel Bartolomé Rodríguez es becaria post-doctoral en el Instituto Superior de Ciências do Trabalho
e da Empresa – ISCTE. Dirección para correspondencia: Instituto Superior de Ciências do Trabalho e da
Empresa – ISCTE, Departamento de História, Avenida das Forças Armadas s/n, 1649-026-Lisboa
Portugal. Correo electrónico: [email protected].
1 Siglas: Archivo Banco de España (ABE); Archivo Unión Electrica Madrileña (AUEM);
Cámara Oficial de Productores y Distribuidores de Electricidad (COPDE); Empresa Nacional
Hidroeléctrica del Ribagorzana (ENHER); Hidroeléctrica Española (HE); Revista de Obras Públicas (ROP);
Unidad Eléctrica Española S.A. (UNESA); Unión Eléctrica Madrileña (UEM).
ISABEL BARTOLOMÉ RODRÍGUEZ
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PALABRAS CLAVE:
Embalses. Presas. Hidroelectricidad.
Hidráulica. Industria eléctrica. España.
Política
DID THE SPANISH ELECTRICITY SECTOR GREATLY BENEFIT FROM THE ‘HYDRAULIC
POLICY’ BEFORE THE CIVIL WAR? (1911-1936)
ABSTRACT:
The discussion on the hydraulics policy in the 20th century is a classic of Spanish
historiography, and has been expanded thanks to productive investigations on
hydraulic policy in some basins. Over the course of the last 20 years, our
understanding of these past events in the electrical industry and the contribution of
infrastructure from the Spanish economy has improved greatly. Thus, the pre-civil
war period has been shown to be the most relevant phase of expansion of hydroelectricity in Spain. From 1911 to 1936, 90 percent of the electricity produced in
Spain was water-powered and it represented 25 percent of the total energy
consumption in the country. We also know that in Spain, like in other countries
equipped to take advantage of hydroelectric power, public grants were awarded in
order to build reservoir infrastructure under the Gasset Law and during the
dictatorship. We know the importance of this aid in France and Italy, but its total
impact in Spain is unknown.
This article tries to clarify this issue and the first three sections are dedicated to
exploring the opportunity and finality of said aid, while the next two sections
examine its application. Direct and indirect procedures are used to break down the
exact nature of aid received by the hydroelectric companies. The conclusion reached
is that public backing for the construction of reservoirs and dikes was, during this
period, as slight as the period of industrialist orientation of Spain’s hydraulic
policies was short.
KEY WORDS:
Reservoirs. Dams. Hydroelectricity. Hydraulics Policy.
Electrical Industry. Spain.
Entre ambas guerras mundiales, las primeras políticas gubernamentales de
fomento eléctrico promovieron el tendido de redes de transmisión y la construcción de presas en los países hidroeléctricos. Con ambas políticas, se perseguía un
objetivo similar: mejorar el rendimiento de los sistemas de suministro eléctrico. Las
redes de interconexión favorecían la integración entre unidades de generación y
entre mercados distantes entre sí, cuyos máximos de producción y consumo podían de ese modo compensarse. Los embalses almacenaban agua a gran escala, cuyo
caudal alimentaba con regularidad grandes unidades de generación hidroeléctrica.
La dimensión de las presas, enormes construcciones civiles, y la polivalencia de su
uso abrieron paso a su consideración como infraestructura pública, susceptible pues
de recibir financiación del Estado. De hecho, la expansión de la hidroelectricidad a
gran escala en Europa durante el decenio de 1920 estribó en buena medida en la
inversión pública, bien directamente, o bien a través de avales2.
————
2 Estos procesos corrieron en paralelo al aumento de la intervención pública en estos sectores.
Véase MORSEL, Henri, «Étude comparée des nationalisations de l’électricité en Europe occidentale
après la Deuxième Guerre mondiale», en TREDE, Monique, Électricité et électrification dans le monde,
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 789-818, ISSN: 0018-2141
¿FUE EL SECTOR ELÉCTRICO UN GRAN BENEFICIARIO DE «LA POLÍTICA HIDRÁULICA» ANTERIOR A LA...
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Se observan dos núcleos de explotación hidroeléctrica en la Europa anterior
a la II Guerra Mundial: el escandinavo, donde la abundancia de recursos
hidráulicos favoreció una intensa y temprana electrificación; y el conformado
por los países del Sur de Europa, donde la escasez de carbón impulsó la explotación de sus saltos de agua3. En ambos núcleos, se transitó del empleo de recursos hídricos dispersos y que precisaban escasas inversiones de acondicionamiento al aprovechamiento de saltos en cadena y a la construcción de grandes
presas de almacenamiento. Mientras que en la primera etapa la iniciativa correspondió a la iniciativa privada o a los ayuntamientos, la intervención de los
poderes públicos fue decisiva en el cambio de escala de la explotación hidroeléctrica de la posguerra europea. En Noruega, Suecia y Finlandia el protagonismo inicial de los municipios fue cediendo paso a sus respectivas administraciones centrales, que llegaron a hacerse propietarias de los principales
aprovechamientos4. En el Sur de Europa, el suministro eléctrico se mantuvo en
————
París, P.U.F, 1992, págs. 441-457; Revisados por SEGRETO, Luciano, «Ciento veinte años de
electricidad. Dos mundos diferentes y parecidos», en ANES, Gonzalo (dir.), Un siglo de luz. Historia
empresarial de Iberdrola, Madrid, El Viso, 2006, págs. 17-54; LANTHIER, Pierre, «Les autorités
publiques et l’électrification, de 1870 à 1940. Une comparaison européenne», Annales Historiques de
l’électricité, 4 (2006), págs. 125-144; SUDRIÀ, Carles, «El Estado y el sector eléctrico español bajo el
franquismo: regulación y empresa pública», en GÓMEZ MENDOZA, Antonio, SUDRIÀ, Carles y
PUEYO, Javier, Electra y el Estado, vol. 1, Madrid, Thomson-Civitas, 2007, págs. 21-60; y
HAUSMAN, William J., HERTNER, Peter y WILKINS, Mira, Global electrification. Multinational
Enterprise and International Finance in the History of Light and Power, 1878-2007, Cambridge,
Cambridge U.P., 2008, c. 5.
3 MADUREIRA, Nuno Luis, «When the South Emulates the North: Energy Policies and
Nationalism in the Twentieth Century», Contemporary European History, 17 (2008), págs. 1–21. El
New Deal, en EE. UU., promovió asimismo la participación pública en la construcción de embalses
mediante organismos autónomos, encargados de la gestión directa de los proyectos. Una visión
renovada de la política de Roosevelt sobre el sector eléctrico en EMMONS, William M., «Franklin D.
Roosevelt, Electric utilities and the Power of Competition», Journal of Economic History, 53, 4 (1993),
págs. 880-907. Las realizaciones, en BILLINGTON, David P. y JACKSON, Donald C., Big Dams of the
New Deal Era: a Confluence of Engineering and Politics, Norman, University of Oklahoma Press, 2006.
4 Para Noruega, THÜE, Lars, «The State and the dual Structure of the Power Supply Industry
in Norway, 1890-1940», en TRÉDÉ, Monique, Electricité et electrification, págs. 227-234; THÜE, Lars,
«Electricity rules: The Formation and Development of the Nordic Electricity Regimes», en KAIJSER,
Arne y HEDIN, Marika (ed.), Nordic Energy Systems: Historical Perspectives and Current Issues, Canton,
Massachusetts, Science History Publications, 1995, pág. 22. Para Suecia, JAKOBSSON, Eva,
«Industrialised Rivers. The development of Swedish Hydropower», en KAIJSER y HEDIN, Nordic
Energy Systems,págs. 55-74. Finlandia, en MYLLYNTAUS, Timo, Electrifying Finland. The transfer of a
New Technology into a late Industrialising Economy, Londres, Series A/ETLA- The Research Institute of the
Finnish Economy, 1991. En Suiza, fue la iniciativa privada la que afrontó el cambio de escala desde
la Ley Federal de 1916. PAQUIER, Serge, «Les caractères originaux des étapes de l’électrification suisse
de 1880 à 1930, en TREDE, Monique, Électricité et électrification, pág. 211. No ha de olvidarse la
importancia de las corporaciones locales en Canadá para la promoción hidroeléctrica, ARMSTRONG,
Christopher y NELLES, H. Viv, Monopoly’s Moment. The organization and Regulation of Canadian Utilities,
1830-1930, Toronto, University of Toronto Press,1986.
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ISABEL BARTOLOMÉ RODRÍGUEZ
manos privadas hasta la posguerra mundial, pero, desde 1919, los auxilios públicos prestados a la construcción de presas y embalses contribuyeron significativamente al necesario aumento de la escala de la producción hidroeléctrica tanto en
la Francia hidráulica, la del sudoeste, como en Italia. Estas ayudas se acompañaron de otras medidas para facilitar la financiación de las obras —como la garantía de los préstamos internacionales—, así como de disposiciones para asegurar
su rentabilidad a través de consumidores institucionales —ferrocarril e industrias químicas—5.
España formaba parte del grupo de los países hidroeléctricos de la Europa
del Sur, pero se incorporó aún más tardíamente que Italia o Francia a su explotación en tanto que la ventaja relativa que representaba el uso energético del
agua respecto al carbón no se presentó con claridad hasta que se sufrió la escasez de combustibles durante la Gran Guerra. Desde entonces y hasta los años
sesenta se extiende la hegemonía del agua como fuente de la energía eléctrica
en España. Hasta la guerra civil, de hecho, en el agua tenía su origen más del
90 por 100 de la electricidad producida y una cuarta parte del total de la energía consumida en el país6. Fue pues a partir del decenio de 1920 cuando se
planteó por vez primera la posibilidad de una intervención del Estado para el
fomento de la interconexión de líneas y la construcción de infraestructuras de
almacenamiento hidráulico.
Así, la vertebración del mercado eléctrico a iniciativa pública contó con
proyectos interesantes, que perseguían la interconexión entre los principales
sistemas productivos y los grandes mercados de consumo, pero la llamada Red
Eléctrica Nacional no se llevó a término7. El Estado tampoco emprendió por sí
mismo la construcción de presas y embalses para uso eléctrico, pero sí subvencionó con ayudas extraordinarias la construcción de diques y vasos de almacenamiento hidráulico en dos momentos bien distintos: por la Ley Gasset de 7 de
julio de 1911 y por el otorgamiento de subvenciones directas a algunas empresas para la construcción de embalses durante la dictadura Primorriverista. La
————
5 LEVY-LEBOYER, Maurice, «Panorama de l’électrification. De la grande guerre à la
nationalisation», en LEVY-LEBOYER y MORSEL, L’interconnexion et le Marché 1919-1946, (Histoire
Générale de l’électricité in France), t. 2, París, Fayard, 1994, pág. 13. OTTOLINO, Maria, «L’evoluzione
legislativa», en ROSA, Luigi de (ed.), Il potenziamento tecnico e finanziario 1914-1925, t. 2, en Storia
dell'industria elettrica in Italia, Roma, Laterza, 1993, vol. 2, págs. 465-509. La importancia durante los
últimos veinte del aval del Estado en los préstamos transnacionales, en STORACI, Marina y
TATTARA, Giuseppe, «The external financing of Italian electric companies in the interwar years»,
European Review of Economic History (1998), 2, págs. 345-375.
6 SUDRIÀ, Carles, «Un factor determinante: la energía», en NADAL, CARRERAS y SUDRIÀ,
(comp.), La economía española en el siglo XX. Una perspectiva histórica, Barcelona, Ariel, 1987, pág. 324.
BARTOLOMÉ, Isabel, «La industria eléctrica española antes de la guerra civil: reconstrucción
cuantitativa», Revista de Historia Industrial, 15 (1999), pág. 155.
7 BARTOLOMÉ, Isabel, «La red nacional y la integración de los mercados eléctricos españoles
durante los años de entreguerras. ¿Otra oportunidad perdida?», Revista de Historia Económica, 2
(2005), págs. 270-298.
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literatura jurídica especializada supone que los grandes beneficiarios del sistema subvencional que estableció la Ley Gasset fueron las explotaciones hidroeléctricas, pero no ofrece evidencia que justifique la afirmación8. Sintés y Vidal, los
grandes publicistas del sector eléctrico español en los primeros treinta, también
expresaron su queja por la discrecionalidad de las ayudas públicas a la construcción de diques durante la Dictadura, mientras que, paradójicamente, los
representantes de las empresas eléctricas se enorgullecían de lo contrario9. Pese
al potencial uso múltiple de esos vasos hidráulicos y a la declaración del suministro eléctrico como servicio público en 1924, las compañías presumían de
haber acometido por sí solas, sin apoyo de la Administración, inversiones colosales en activos fijos e irrecuperables para otras actividades, como eran las presas y los embalses de almacenamiento de agua, llamando la atención sobre la
singularidad del caso español en perspectiva europea10.
El análisis de contenido del discurso hidráulico español constituye un clásico de nuestra historiografía al que, últimamente, se han añadido trabajos sobre
las realizaciones de la política hidráulica en algunas cuencas11. Nuestro conocimiento sobre los antecedentes de la industria eléctrica y sobre la dotación de
infraestructuras de la economía española ha progresado también significativamente en los últimos años12. No obstante, a día de hoy, desconocemos por
completo el alcance de las ayudas para la construcción de presas y vasos de
————
8 «...cuya rentabilidad económica a corto plazo atraía al capital extranjero». FANLO, Antonio,
Las confederaciones hidrográficas y otras administraciones hidráulicas, Madrid, Civitas, 1996, pág. 85.
9 No obstante, Sintés y Vidal califican esta acción estatal de tímida e ineficaz y señalan la
indiferencia, el abandono y el desamparo al que se sometió a esta industria. SINTES, Franciso F. y
VIDAL, Francisco, La industria eléctrica en España, Barcelona, Montaner y Simón, 1933, pág. 489 y
págs. 493-531.
10 Decía por ejemplo Sánchez Cuervo: «Los únicos beneficios recibidos por esta industria han
sido las concesiones gratuitas y a perpetuidad de aguas por el Estado». SANCHEZ CUERVO, Luís, «La
situación actual de la industria española de producción y distribución de energía eléctrica», La
Electricidad, (abril 1933), 172, pág. 7.
11 Entre los clásicos, merecen una espacial atención ORTEGA, Nicolás, «El plan nacional de
obras hidráulicas», en GIL OLCINA, Antonio y MORALES GIL, Alfredo (coord.), Hitos históricos de los
regadíos españoles, , Madrid, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 1992, págs. 309-334.
Y ORTEGA, Nicolás, «La política hidráulica española hasta 1936», en GARRABOU, Ramón y
NAREDO, José María (eds.), El agua en los sistemas agrarios. Una perspectiva histórica. Madrid, Visor,
1999, págs. 159-180; y GÓMEZ MENDOZA, Josefina, «Regeneracionismo y regadíos», en GIL
OLCINA y MORALES GIL, Hitos históricos de los regadíos, págs. 336-363. Y FERNÁNDEZ CLEMENTE,
Eloy, Un siglo de obras hidráulicas en España. De la utopía de J. Costa a la intervención del Estado,
Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 2000. Las realizaciones, en BARCIELA, Carlos y MELGAREJO,
Joaquín, El agua en la historia de España, Alicante, Universidad de Alicante, 2000. Y, en particular,
PINILLA, Vicente (ed.), Gestión y usos del agua en la cuenca del Ebro en el siglo XX, Zaragoza, Prensas
Universitarias de Zaragoza, 2008.
12 HERRANZ, Alfonso, La dotación de infraestructuras en España, (1844-1935), Madrid, Banco de
España, 2004. BARTOLOMÉ, Isabel, La industria eléctrica en España, 1890-1936, Madrid, Banco de
España, 2008.
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almacenamiento que recibió el sector eléctrico hasta la guerra civil, tanto por
efecto de la Ley Gasset como durante la Dictadura y recuérdese que este período
coincide con el de mayor dependencia del sector eléctrico español del uso del
agua. Así pues, para procurar su esclarecimiento, las tres primeras secciones de
este artículo se dedican a explicar la oportunidad y finalidad de dichos auxilios
y las dos siguientes a examinar sus realizaciones. Ahí se siguen tanto un procedimiento directo como otro indirecto para desglosar cuáles fueron efectivamente las ayudas recibidas por las empresas hidroeléctricas13. Aquí se sostiene que
los empresarios estaban en lo cierto y que el escándalo, cuando lo hubo, se suscitó más por la discrecionalidad en el procedimiento de concesión de las ayudas
que por su volumen.
LAS POLÍTICAS DE FOMENTO HIDRÁULICO. PRESAS COSTOSAS Y POLIVALENTES
Las políticas públicas que afectan a las corrientes de agua se clasifican en
dos grupos: aquellas que asignan sus usos y usuarios y que, por tanto, regulan
el acceso a este bien público a través de los llamados regímenes concesionales; y
aquellas intervenciones de la Administración que procuran aumentar, o disminuir, la disponibilidad de agua mediante la construcción de infraestructuras de
distribución —por canales—, de almacenamiento —mediante embalse—y de
transporte —en los trasvases—. Considerados globalmente, durante los dos
últimos siglos, se han alternado fases de predominio constructor, tanto de canales como de diques de defensa y contención; con otras, en que el quehacer de
las administraciones se ha centrado en la asignación de los recursos. Así, mientras que en el cambio del siglo XVIII al XIX la iniciativa fue pública, en buena
parte de ese siglo y los primeros decenios del siglo XX la construcción de infraestructuras hidráulicas se abandonó a manos privadas. Durante la segunda
mitad del siglo XX, en cambio, se esperó de la Administración un incremento
continuado de la disponibilidad de agua mediante la regulación de las corrientes y luego los trasvases. Esta doctrina del Estado como provisor de infraestructuras hidráulicas se abrió paso siguiendo un itinerario no exento de dificultades.
————
13 La cuantía de los auxilios públicos efectivamente cobrados por las compañías eléctricas se
podría averiguar de dos maneras, comprobando las libranzas del pagador o confirmando los cobros
de los auxiliados. Lamentablemente, la información custodiada en el Ministerio de Hacienda no
permite un seguimiento tan pormenorizado de las ayudas, que aparecen en los presupuestos
generales bajo epígrafes correspondientes al conjunto de las obras hidráulicas. En el mejor de los
casos, distinguiendo entre aquellas de iniciativa pública y aquellas de promoción particular.
Tampoco ha sido fácil corroborar el monto de las ayudas desde el lado de las compañías, dada la
dispersión y la dificultad en el acceso a los archivos de las compañías eléctricas españolas. Esto nos
ha obligado a un procedimiento indirecto para examinar las ayudas eléctricas correspondientes a la
Ley Gasset. Para los montos pendientes de los pagos prometidos durante la Dictadura, hemos
contado con información compilada en el Archivo del Banco de España.
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Las ayudas ocasionales se fueron sustituyendo por la ordenación y la planificación hidrológica sistemática, aprovechando los períodos bélicos, cuando acuciaba una dotación regular y creciente tanto de agua como de energía14.
La difusión de la generación hidroeléctrica a gran escala en la posguerra europea contribuyó sustancialmente a este cambio apreciable de las políticas
hidráulicas. En los territorios mejor dotados para el aprovechamiento hidroeléctrico, como en la Europa Nórdica, la energía cinética obtenida por efecto del
caudal y la caída del salto se había empezado a explotar en los últimos años del
siglo XIX a fin de obtener electricidad. El agua se aprovechaba bien directamente o bien aumentado su pendiente, mediante la derivación por canales de
los flujos procedentes de acumulaciones naturales en los cursos altos de los ríos15. Este modelo se emuló en los países deficitarios de energías fósiles, pero
que contaban con una dotación hidrográfica menos generosa16. En la Europa
del Sur —el sudeste francés, Italia o la Península Ibérica—, la volatilidad estacional de los caudales, exceptuando las escasas localizaciones favorecidas con un
régimen nival, forzaba el empleo de centrales térmicas de reserva para cubrir
los meses de sequía. Esto imponía elevados costes unitarios: la potencia térmica
se mantenía inutilizada por períodos prolongados y cuando se usaba redundaba
en costes de explotación elevados, debido al precio del combustible17. En los países donde el agua devengaba únicamente una ventaja relativa, un trasvase energético entre los meses de abundancia y aquellos de sequía permitiría prescindir
de estas reservas y, por tanto, rebajar los costes de explotación unitarios. Ese
trasvase solo se procuraría mediante el almacenamiento de agua, en embalses de
acumulación estacional a partir de 1910 y anual e interanual a partir de 1925.
Estos vasos iban dotados de presas y aliviaderos, que consentían el cerramiento
del cauce, además de la obra hidráulica propiamente eléctrica —canales de derivación, chimeneas, tuberías forzadas y casas de máquinas—18.
————
14 Los elementos básicos de la economía de los recursos naturales, en general, y del agua en
España, en particular, en YOUNG, Robert. A. y HAVEMAN, Robert. H., «Economics of Water
Resources: a Survey», en KNEESE, Allen V. y SWEENY, James L., Handbook of Natural Resource and
Energy Economics, vol. II, c. 5, Elsevier, North Holland, 1985, págs. 465-530; AGUILERA, Federico
(ed.), Economía del agua, Madrid, Guadarrama, 1992; y NAREDO, José M., La economía del agua en
España, Madrid, Visor, 1997. En la última crisis finisecular, se ha reanudado el debate de la
asignación.
15 Véase KAIJSER Y HEDIN, Nordic Energy Systems: Historical.
16 MADUREIRA, Nuno L., «When the South Emulates», págs. 1–21.
17 Por aquel entonces, los sistemas eléctricos de interconexión eran aún primitivos y los
mercados regionales de electricidad progresaban con lentitud, exceptuando Suiza, Suecia y Francia.
Para Escandinavia, KAIJSER, Arne, «Controlling the grid. The development of high-tension power
lines in the Northern countries», en KAIJSER y HEDIN, Nordic Energy Systems: Historical, págs. 31-54;
Italia, en GIANNETTI, Renato: «Tecnologie di rete e intervento pubblico nel sistema elettrico italiano
(1883-1996)», Storia Economica, (agosto 1997), págs. 127-160.
18 La técnica hidráulica en GÓMEZ NAVARRO, José Luís: Saltos de agua y presas de embalse, 2 v.,
Madrid, Publicaciones de la Escuela Especial de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, 1932.
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En 1909, la técnica había resuelto la mayoría de los problemas teóricos básicos de la edificación de grandes presas, pero la práctica constructiva avanzaba
con lentitud, al tiempo que la difusión del hormigón y la planta curvilínea de
los diques. Solo al final del decenio de 1920 se acometió en Europa la construcción de los primeros hiperembalses para la regulación integral de las corrientes19. En vías de superar el reto técnico, se presentaron otros de orden financiero e institucional.
El desafío financiero que imponía la construcción de estas infraestructuras
hidráulicas fue para sus promotores una empresa de dimensión semejante al
tendido de las redes ferroviarias en el siglo anterior. Se precisaba una capitalización colosal, para invertir en unos activos irrecuperables para otras actividades. Pero, a diferencia del ferrocarril, la inversión era desembolsable en un breve período y además creciente, como la dimensión de las infraestructuras. Por
ejemplo, el salto de Bolarque y la traída de fluido a Madrid costaron a los promotores de la Unión Eléctrica Madrileña alrededor de 19 millones de Pta. de
1910; en los primeros treinta, los Saltos del Duero, que constaban de una gran
presa sobre el Esla, alcanzaron los 145 millones de 193320. Las redes de transporte y distribución se agregaban acumulativamente, como los equipos hidráulicos y eléctricos en los grupos de generación; sin embargo, la obra civil, las
infraestructuras, se dimensionaban de una vez. Y estas comportaban en torno a
un 23 por 100 del total del capital invertido en los sistemas hidroeléctricos ya
terminados y un 50 por 100 cuando se excluía la distribución21. Así, en España,
el sector eléctrico se convirtió en el principal destino de toda la inversión durante el primer tercio del siglo XX, superando a los ferrocarriles en el decenio
de 1920. La iniciativa foránea había sido decisiva para la difusión inicial de la
tecnología electrotécnica, pero desde el comienzo del siglo XX la banca industrial española fue quien asumió su financiación22.
————
19 Recuérdese que la emblemática presa Hoover, inicialmente Boulder, sobre el río Colorado,
se inauguró en 1935. La difusión de la hidroelectricidad en California, en HUGHES, Thomas P.,
Networks of Power: Electrification in Western society, 1880-1930, Baltimore, The Johns Hopkins
University Press, 1983, c. X.
20 20,5 y 91,5 millones respectivamente en pta. constante de 1913. Escritura de Constitución de la
UEM, 10/02/1912, Base cuarta, aportación de los Sres. Urquijo y Ron, Archivo-UEM, Madrid. Saltos del
Duero, información procedente de DÍAZ MORLÁN, Pablo, «El proceso de creación de Saltos del Duero
(1917-1935)», Revista de Historia Industrial, 13 (1998), págs. 181-198. Índice de precios de PRADOS DE LA
ESCOSURA, Leandro, El progreso económico de España, Bilbao, Fundación BBVA, 2003.
21 Los cálculos de la inversión de preguerra, en BECERRIL, Enrique, «El proceso de amortización
de la industria eléctrica española», Moneda y crédito, 18 (1946), págs. 36-44. Son los que emplea
HERRANZ, Alfonso, La dotación de infraestructuras en España.
22 Véase SEGRETO, Luciano, «Imprenditori e finanzieri», en Giorgio MORI, Storia dell'industria
elettrica in Italia. I. Gli origini. 1882-1914, vol. II, Roma, Laterza, 1992, págs. 249-331; y, para las
estrategias de los conglomerados electro-técnicos, HERTNER, Peter, «Financial Strategies and
Adaptation to Foreign Markets: the German Electrotechnical Industry and its Multinational Activities:
1890s to 1939», en TEICHOVA, Alice, LÉVY-LEBOYER, Maurice y NUSSBAUM, Helga (ed.), Multinational
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El segundo desafío era de orden institucional. Los vasos de almacenamiento
de agua inundaban terrenos, alteraban usos consecutivos y, en general, competían con otros empleos tradicionales y alternativos del agua. Con la autorización para la construcción de embalses, se involucraba al conjunto de los usuarios de la cuenca y se impedían los usos hasta entonces prioritarios, la
navegación y el transporte. Los nuevos regímenes concesionales que vieron la
luz en la postguerra europea impusieron la regulación pública del procedimiento de acceso para evitar eventuales daños a terceros. Perseguían garantizar la
transparencia en el procedimiento, además de reparar el daño a los propietarios
de los terrenos inundados y a los usuarios afectados aguas arriba y aguas abajo23. No obstante, una vez resuelta la libre concurrencia entre usuarios y establecidas las compensaciones a terceros, persistió la comprometida cuestión del
orden de prelación entre los usos hidráulicos del vaso24.
Los embalses garantizaban el abastecimiento, el riego, prevenían de las
avenidas y procuraban flujo continuo para los aprovechamientos hidroeléctricos, pero, aunque los tres primeros usos se consideraran desde antaño bienes
públicos puros, la explotación hidroeléctrica era aún en 1920 un negocio estric————
Enterprise in Historical Perspective, Cambridge, Cambridge U.P., 1986. La comparación transatlántica,
en HAUSMAN, William J., HERTNER, Peter y WILKINS, Mira, Global electrification. España, en
NÚÑEZ, Gregorio, «Empresas de producción y distribución de electricidad en España (1878-1953)»,
Revista de Historia Industrial, 7 (1995), págs. 199-227. Y en VALDALISO, Juan M., «Los orígenes de
Hidroeléctrica Ibérica, Hidroeléctrica Española y Saltos del Duero», en ANES, Gonzalo, Un siglo de
luz. Historia empresarial, págs. 97-129.
23 Tradicionalmente, los regímenes de asignación de usos del agua del siglo XIX se
clasificaban en dos grupos. Allí donde el lecho y el cauce del río eran de propiedad pública, aunque
el uso pudiera ser privado; y aquellos regímenes en que las corrientes se consideraban de propiedad
privada y, por tanto, sus usos no eran competencia de la Administración. La propiedad privada de
los ríos predominaba en Escandinavia, hasta que a principios del XX, el propio Estado en Suecia,
pero también en Noruega, compró aprovechamientos hidráulicos a fin de explotarlos por sí mismo o
reservarlos para que lo hicieran los municipios. En contraste, en el Sur de Europa, las corrientes de
agua eran recursos públicos, aunque su acceso estuviera restringido, dando preferencia a los
ribereños en las zonas húmedas, como en Suiza o Francia, o bien por prescripción en las zonas
áridas, como en Italia o España. Tanto los derechos de las comunidades de ribereños, como de los
usuarios sujetos a prescripción, entraron en colisión con los nuevos usos hidroeléctricos y los Estados
del Sur de Europa procedieron a elaborar nuevos sistemas de asignación, en la posguerra europea.
Los sistemas nórdicos, en THÜE, Lars, «Electricity rules»; Suiza en PAQUIER, Serge, «Les caractères
originaux des étapes de l’électrification suisse de 1880 à 1930», en TREDÉ, Monique, Électricité et
électrification, págs. 203-212; Francia, en ÁLVAREZ BUYLLA, Vicente, Economía y legislación extranjera
acerca de la energía hidroeléctrica, líneas y redes, Madrid, Gráficas Reunidas, 1932; Italia, en CIARLO,
Pietro, «Il testo unico del 1933 sulle acque e sugli impianti elettrici», en GALASSO, Giuseppe, Storia
dell’industria elettrica in Italia, 3*, Espansione e oligopolio, 1926-1945, Roma, Laterza, 1993.
24 Los empleos tradicionales de las corrientes de agua son la navegación, el transporte por
flotación, el agua de boca, los usos agrarios y los industriales. En la segunda mitad del siglo XX, a
estos se añadieron los usos lúdicos y recreativos y las reservas para usos futuros. YOUNG y
HAVEMAN, «Economics of Water Resources», pág. 506.
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tamente privado, cuyo carácter de servicio público no estaba siquiera reconocido por las administraciones de muchos países, entre ellos España25. Pese a no
albergar un uso consuntivo, los vasos de almacenamiento hidroeléctrico impedían u obstaculizaban otros proyectos. Por ejemplo, sus diques se ubicaban allí
donde las alturas fueran mayores, para obtener una caída superior con la derivación de los caudales; en contraste, los orientados al regadío se localizaban allí
donde el terreno inundable fuera de menor calidad. En la práctica, la electricidad y riego se presentaban con frecuencia como usos incompatibles.
La doble vertiente financiera e institucional del reto que representaba la
construcción de embalses a gran escala la expresaba Carlos Mendoza, responsable
de Mengemor, en 1926 desde las páginas de la Revista de Obras Públicas, tratando
de legitimar los auxilios concedidos a Canalización y Fuerzas del Guadalquivir26:
«Completado el estudio económico, se llegó fácilmente a la conclusión de lo
dificilísimo que sería para nuestra Sociedad o para otra cualquiera abordar económicamente el asunto, si se mantenía el pensamiento capital que informaba el
proyecto. Mas parecía natural que, derivándose para el Estado y los intereses generales tantas ventajas de diverso orden, alguna ayuda, en una u otra forma, pudiera merecer nuestra iniciativa»27.
Además de la subvención, demandaba los cambios en la Ley de Aguas que
acabaran con la doctrina de la concesión rogada y facilitasen la agregación de
permisos y su declaración de utilidad pública:
«(…) Bien se comprende que no era cosa fácil encajar todo esto dentro de
una concesión ordinaria, con subvención o sin ella, no siendo nuestro propósito
explotar la vía navegable […],Sin embargo, era necesario llegar a un solución para que, al amparo de la ley y con toda tranquilidad, pudiera la empresa concesionaria realizar sus obras y desenvolver sus explotaciones. El caso era nuevo y la solución tendría que ser también forzosamente nueva».
————
25 En algunos países, la distribución era pública y a cargo de los ayuntamientos. En España,
por Decreto de 12 de abril de 1924, el suministro comercial de electricidad se reconoció como
servicio público. GARCÍA-RODRIGO, Carlos M., Legislación Eléctrica, Madrid, Revista de los
Tribunales, 1927, pág. 250.
26 La Compañía Anónima Mengemor fue creada en 1904 como gabinete de ingeniería por los
ingenieros españoles Mendoza, González Echarte y Moreno, pero acabó convirtiéndose en la una
empresa hidroeléctrica interesada en Madrid, Ohanes-Almería y Jaén. A este último proyecto, de
regulación coordinada del Guadalquivir, es al que se refiere en el texto Carlos Mendoza. Un estudio
de gran interés sobre la compleja actividad de Mengemor, en BERNAL, Antonio M., «Ingenierosempresarios en el desarrollo del sector eléctrico español: Mengemor, 1904-1951», Revista de Historia
Industrial, 3 (1993), págs. 93-126.
27 Según el proyecto inicial, la compañía acometía los saltos (60 millones) y el Estado la
navegabilidad del río (20 millones). MENDOZA, Carlos, «Canalización del Guadalquivir», ROP
(1919), págs. 196-201; MENDOZA, Carlos, «Idea general del proyecto de canalización y fuerzas del
Guadalquivir», ROP, 74 (1926), pág. 482.
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En las dos siguientes secciones se analizan sucesivamente ambos desafíos,
financiero e institucional, que se presentaron durante el primer tercio del siglo
XX al sector hidroeléctrico español. En otras palabras: el grado de dependencia
del agua embalsada para el aprovechamiento eléctrico y los ejes de la «política
hidráulica».
VASOS DE ALMACENAMIENTO E HIDROELECTRICIDAD EN ESPAÑA
En el territorio español, la explotación hidroeléctrica empezó en torno a 1890,
con saltos que aprovechaban caídas de agua, con pequeñas represas, o que la derivaban mediante canales. En su mayoría, eran localizaciones donde se explotaba
desde antiguo la energía hidromecánica. En la España húmeda, su adopción fue
rápida, pero también en otros territorios del interior peninsular, donde los molinos
y aserraderos cedieron una parte de su energía sobrante para la iluminación de los
núcleos cercanos28. En 1901, y según la estadística pública, se contaban más de
500 establecimientos hidroeléctricos en España29. A partir de 1901, con la fundación de Hidroeléctrica Ibérica en el País Vasco y la constitución del resto de las grandes hidroeléctricas —la Española en 1907 a fin de servir a Madrid y Valencia,
Unión Eléctrica Madrileña en 1910, la Barcelona Traction en 1911, etcétera—, se
procedió al aprovechamiento sistemático de los saltos disponibles al hilo de agua.
Las cuencas cantábricas, pirenaicas y de la Cordillera Ibérica fueron escrutadas a fin
de localizar lagunas de almacenamiento natural y alturas suficientes para emplear,
mediante derivación, sus flujos discontinuos. Estas cuencas se localizaban a una
distancia media de los centros de consumo que no excedía los 300 km, lo que
hacía viable el transporte de fluido a través de líneas de alta tensión30.
Ahora bien, una vez utilizados los saltos que aprovechaban la acumulación
en lagunas naturales, los grandes diques comenzaron a resultar imprescindibles
tanto para aminorar el recurso a las reservas térmicas como para incrementar
los rendimientos a escala de la generación hidroeléctrica31. Desde 1910, el
grueso de los saltos incorporados a la explotación hidroeléctrica en España era
mayor de 5.000 kW (Véase cuadro 1) y, a partir de 1925, mayor de 15.000,
————
28 GARRUÉS, Josean, «Electricidad e industria en la España rural: el Iratí, 1904-1961», Revista
de Historia Económica, 1 (2006), págs. 97-138.
29 La potencia instalada total en establecimientos hidroeléctricos era de 32.135,81 kW en 541
saltos, cuya potencia media era de 59,40 kW. Elaboración propia a partir de DIRECCIÓN GENERAL
DE AGRICULTURA, INDUSTRIA Y COMERCIO, Estadística de la Industria Eléctrica en España a fin de
1901, Madrid, Imprenta de los Hermanos de Manuel G. Hernández, 1901.
30 Dos ejemplos de la explotación hidroeléctrica en España, en SÀNCHEZ VILANOVA, Llorenç,
L’aventura hidroelèctrica de la Vall de Capdella, Barcelona, FECSA, 1992; y CHAPA, Álvaro, Cien años
de historia de Iberdrola. Los hechos, vol. 2, Madrid, Iberdrola, 2002.
31 Así lo expresaba el impulsor de las empresas eléctricas del Grupo Vizcaya. URRUTIA, Juan,
La energía hidroeléctrica de España. Antecedentes que deben tenerse en cuenta, Madrid, Sociedad Española
de Artes Gráficas, 1918.
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en su mayoría dotados de embalse. De hecho, la regulación del caudal era necesaria para la explotación de un 38,34 por 100 del potencial hidroeléctrico
español. En las cuencas del Tajo y Duero, este porcentaje superaba el 50 por
100 y en la vertiente del Guadalquivir alcanzaba casi el 100 por 10032. La dependencia del parque hidroeléctrico español del aumento de la capacidad de
regulación anual no era proporcional al tamaño de su sector hidroeléctrico. En
vísperas de la II Guerra Mundial, Italia, territorio de mayor éxito hidroeléctrico, se auxiliaba con caudales regulados en un menor porcentaje que España.
Una buena parte de los saltos italianos explotaba caudales de régimen nival
alpino, mientras que el régimen pluvial mediterráneo predominaba en España,
con caudales volátiles, tanto estacional como anualmente33.
CUADRO 1. GRUPOS ELÉCTRICOS INCORPORADOS EN ESPAÑA SEGÚN SU TAMAÑO.
(LA POTENCIA EN KW)
Año
Potencia
<1900
1901-5
1906-10
1911-15
1916-20
1921-25
1926-30
1931-35
Porcentaje de la potencia incorporada según el tamaño de los grupos generadores
<5.000 kW
>5.000 kW
100,00
0,00
86,57
13,43
100,00
0,00
27,26
72,74
31,85
68,15
34,91
65,09
21,53
78,47
7,85
92,15
Potencia real incorporada en kW
25.222,4
41.233,6
34.481,6
139.153,6
142.469,6
203.688,8
230.384,8
330.436,8
FUENTE: Elaboración propia a partir de SINDICATO NACIONAL DE AGUA, GAS Y ELECTRICIDAD, Datos
estadístico-técnicos de las centrales. La fuente se discute en BARTOLOMÉ, I., «La industria eléctrica española
antes de la guerra».
Tras la guerra civil, el aumento de la explotación hidroeléctrica dependió
aún más del embalse de agua. El total de la capacidad de los vasos españoles,
————
UNESA, Estimación del potencial hidroeléctrico en España, Madrid, Aldus, 1957, pág. 49.
Cuando la industria hidroeléctrica española dio alcance a la italiana de 1935, y logró en
1958 casi cuatro millones de kW instalados, un 75 por 100 se obtenía en centrales mayores de
15.000 kW, mientras que en la Italia de 1935 apenas sobrepasaba el 60 por 100. Los datos
españoles proceden de una elaboración propia a partir de SINDICATO NACIONAL DE AGUA, GAS Y
ELECTRICIDAD, Datos estadístico-técnicos de las centrales eléctricas españolas en 1958, Madrid, Servicio
Sindical de Estadística, 1960. Para Italia, GIUNTINI, Andrea, «Fonti statistiche», en GALASSO,
Giuseppe, Storia dell’industria elettrica in Italia, 3*, Espansione e oligopolio, 1926-1945, Roma, Laterza,
1993, pág. 1173.
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incluidos aquellos destinados exclusivamente al riego o al abastecimiento de
agua para el consumo, se sextuplicó en treinta años y la potencia hidroeléctrica
creció a un ritmo muy similar al del almacenamiento de agua34.
El recurso a la acumulación de agua para producir electricidad contribuía
eficazmente a la disminución de los costes de explotación de las empresas
hidroeléctricas, pero aumentaba significativamente los costes de instalación de
las centrales de generación. En España y en 1917, el promedio de los recursos
básicos invertidos por kW de potencia instalada sobrepasaba ligeramente las
970 Pta., en peseta constante de 1913. En 1930, tras la inauguración de algunos embalses importantes, este excedía las 1.900 Pta. de 1913. En 1935, con
la explotación de algunos grupos en Saltos del Duero, el kW instalado acumulaba un coste de 2.449 Pta.35. Lo abultado y abrupto de la inversión se compadecía mal con el crecimiento lento de la demanda eléctrica española, aferrada a
los usos discontinuos —manufactura y alumbrado—, con picos elevados de
carga, pero que mantenía bajos rendimientos. Por lo demás, la especificidad de
los activos eléctricos —su inamovilidad e irrecuperabilidad para otras actividades—, tampoco facilitaba la búsqueda de inversores. Las empresas eléctricas emplearon recursos propios, ajenos y el endeudamiento bancario, pero, pese a la
fortaleza de los títulos de las mayores, las inversiones en obra civil se aplazaban
incluso entre ésas hasta que la demanda estaba asegurada. Francesca Antolín ha
demostrado que Hidroeléctrica Ibérica pospuso las inversiones pirenaicas, en el
Cinca, durante el decenio de 1920, por esta razón. Ese temor al exceso de producción explica también el período de calma constructiva en otros embalses de
gran envergadura, planeados en torno a la I Guerra Mundial pero construidos a
partir de 1925 e inaugurados en los primeros treinta, —Millares por parte de
HE, Saltos del Duero en el Esla y los saltos escalonados del Guadalquivir—.
En Italia y Francia, a fin de compensar la rigideces de sus respectivas ofertas hidroeléctricas, el Estado subvencionó diques y vasos de acumulación. En
Italia, la conquista della forza constituyó uno de los lemas básicos de la era Mussoliniana36. Se subvencionaba la maquinaria instalada y el agua embalsada desde 1919, pero el régimen fascista alteró el régimen de subvenciones para la
————
34 DÍAZ-MARTA, Manuel L., Las obras hidráulicas en España, Aranjuez, Doce Calles, 1969 (reed.
1997), pág. 72.
35 Recursos básicos son la suma de los valores del capital social, acciones desembolsadas y
obligaciones en circulación. Elaboración propia a partir de Anuario Financiero y de Sociedades
Anónimas de España, en las respectivas fechas y, para la potencia instalada, BARTOLOMÉ, Isabel, «La
industria eléctrica española antes de la guerra». Las fuentes, en BARTOLOMÉ, Isabel, La industria
eléctrica en España. Anejo 3.
36 Consistió en favorecer un incremento abultado de la capacidad, incluido el árido Sur de la
Península. El lema corresponde a Nitti, quien así tituló su opúsculo de 1905 sobre el rescate de las
fuerzas hidráulicas italianas. OTTOLINO, Maria, «L’evoluzione legislativa», pág. 470 y BARONE
Giuseppe, «Nitti e il dibattito sull’energia», en ROSA, Luigi de, Il potenziamento tecnico e finanziario,
pág. 201.
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construcción de nuevas presas en interés de los industriales, sufragándose entonces el coste de la obra37. En Francia, la política hidráulica se insertó en un
proyecto más general de reforzamiento energético, que incluyó la interconexión entre sistemas eléctricos complementarios —sudeste hidroeléctrico y
noroeste térmico—y la promoción de industrias de consumo intensivo de electricidad38. La Ley de 1919 ofreció subvenciones a las infraestructuras eléctricas,
de modo que, hasta 1930, se subvencionó con más de 60 millones de Francos,
con un efecto indudable en el crecimiento del parque hidroeléctrico francés39.
LA NUEVA «POLÍTICA HIDRÁULICA» Y LOS EMBALSES PARA USOS MÚLTIPLES
La dotación de agua en la España seca no es solo escasa, sino muy volátil.
Sus reservas han sido siempre muy apreciadas, en tanto el rendimiento agrícola
se ha pensado proporcional a la disponibilidad de agua para riego40. Más aún
desde que el «Costismo», en el ambiente propicio de la Crisis finisecular del
XIX, proclamara la «Guerra interior» contra la sequía. La desigual distribución
de las lluvias —territorial y estacionalmente—, junto a la mala disposición del
relieve, pasaron a argüirse como los principales males a atajar. Relieve y pluviosidad se relacionaban con otro factor preocupante, la torrencialidad de los ríos,
que ocasionaba un verdadero «mal de la piedra» por la violencia e importancia
de los arrastres y era causante de la erosión de los suelos. Su corrección pasaba
por rectificar la asimetría con que se distribuía naturalmente el agua en España. A juicio de los regeneracionistas, se trataba de crear en el país una red
hidráulica, compuesta de embalses y canales, que evacuasen esas aguas en las
zonas áridas del territorio41. Estos postulados se institucionalizaron a partir de
————
CIARLO, Pietro, «Il testo unico del 1933 sulle acque», pág. 84.
Un plan semejante se acometió 20 años después en Portugal. Esta vez por iniciativa pública
y capital preferentemente privado. MADUREIRA, Nuno Luís, A História da Energia. Portugal 18901980, Lisboa, Livros Horizonte, 2005.
39 Según las informaciones sobre presupuestos y saldos del Estado francés extractados en la
Revue Générale de la Électricité en SUELTO, Sin Título (1929), pág. 118 y SUELTO, Sin título (1931),
págs. 75 y 76.
40 En palabras de FANLO: «…en España, por sus condiciones hidrológicas, sin obras (en especial
las de regulación) no hay agua; o no la hay con la seguridad física y jurídica, necesaria, dada la
irregularidad espacial y temporal del sistema de precipitaciones». FANLO Antonio, «El marco
jurídico de la creación y actuación posterior de las confederaciones hidrográficas en España», en
PINILLA, Vicente, Gestión y usos del agua en la cuenca del Ebro, pág. 102.
41 El Cuerpo de Ingenieros de Montes abogaba, sin embargo, por concentrar los esfuerzos en la
repoblación forestal, que procurase una corrección hidrográfica a largo plazo. Estos postulados
nutrieron el programa del Partido Conservador, pero sus realizaciones prácticas fueron escasas,
respaldando luego el partido las posiciones en pro de la construcción civil de Gasset. Un excelente
resumen de estos enunciados en ORTEGA Nicolás, «El plan nacional» y ORTEGA Nicolás, «La política
hidráulica», pág. 160; y GÓMEZ MENDOZA, Josefina, «Regeneracionismo y regadíos», pág. 240.
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1898 —desde el Cuerpo de Ingenieros de Caminos, las diferentes Cámaras y la
propia opinión pública— divulgándose la llamada «nueva política hidráulica»42.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, el eje básico de la intervención
pública de fomento hidráulico fue favorecer el regadío, pero respetando el principio de subsidiariedad. Este nutrió la legislación de la Restauración española
desde la Ley de Aguas de 1879. Los particulares eran los encargados de promover y sufragar sus iniciativas, aunque la Ley Gamazo de 1883 previese que
el Estado contribuyese con una parte de la obra civil. Los canales eran por entonces las infraestructuras hidráulicas que atraían las inversiones: la distribución de agua al mayor número de predios se entendía universalmente válida y
fructífera en territorio español.
La Ley de Aguas de 1879 se forjó en un tiempo en que, aparte de la navegación y la flotación, apenas se concebían otras utilizaciones de las corrientes que
no fueran el agua de «boca» y la agrícola. Según su artículo 160, en el orden de
prelación de los empleos del agua, los usos industriales eran relegados al quinto
lugar43. En el momento de su promulgación, estos únicamente eran los tradicionales de la hidromecánica —molinería y aserraderos—. Ubicados en las orillas
de los ríos, apenas alteraban el curso de las corrientes y no eran consuntivos.
Con el nuevo siglo, la nueva política hidráulica de la Restauración, que encarnaron los sucesivos Ministerios de Agricultura y luego Fomento de Rafael
Gasset, mejoró el conocimiento del terreno y de la hidrografía peninsular, distinguiéndose entre unidades geográficas diferenciadas, con necesidades hidráulicas e, incluso, perspectivas diversificadas de crecimiento agrario. Durante los
sucesivamente interrumpidos Ministerios de Gasset, entre 1900 y 1923, se
crearon organismos de coordinación hidrográfica, aparte de las 7 divisiones
hidráulicas iniciales, que se encargarían de la recogida de datos para la confección del apresurado Plan de 1902, que señalaba la construcción de 222 pantanos44. Gasset abogó por una mayor intervención de la Administración como
planificadora de una política centrada en las construcciones en el momento en
que la prioridad hidráulica cambió de la canalización al embalse45. No obstante, la realización de su Plan avanzó con lentitud, principalmente por lo magro
————
42 Un pormenorizado análisis de los postulados de la «Nueva Política Hidráulica»,
VILLANUEVA, Gregoria, La «política hidráulica» durante la Restauración (1874-1923), Madrid,
UNED, 1991, pág. 96. Una lectura reciente en RAMOS, José Luís, «La formulación de la política
hidrológica en el siglo XX: ideas e intereses, actores y procesos políticos», Ekonomiaz, 2001, págs.
126-151.
43 Sigo el repertorio de LA IGLESIA Gustavo, Legislación de Aguas de la Revista de los Tribunales, (7ª
ed.), Madrid, Revista de los Tribunales, 1928, pág. 255.
44 En 12 de abril de 1901 se había creado el Registro de Aprovechamientos de Aguas Públicas
en la Dirección de Obras Públicas y en las correspondientes Jefaturas Provinciales.
45 El cuerpo de Ingenieros de Caminos en 1899 comenzó a considerar los embalses no solo
alimentadores, sino también como reguladores de caudales y, por tanto, susceptibles de uso
polivalente y, por tanto, de intervención pública. VILLANUEVA, Gregoria, La «política hidráulica»
durante la Restauración, pág. 159.
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del presupuesto. Esta circunstancia se trató de atajar con la Ley de Grandes Regadíos o Ley Gasset, de 7 de julio de 1911, de auxilio a la inversión hidráulica46.
El Plan Gasset de 1902 había incluido una exhaustiva relación de obras
hidráulicas aconsejables. La Ley Gasset de 1911 estableció que el proyecto y la
construcción hidráulica correspondían al gobierno, aunque se preveían tres
procedimientos con diverso grado de colaboración con la iniciativa privada,
representada por las asociaciones de regantes47. Durante las sucesivas entradas
de Gasset en el Ministerio (1913, 1916 y 1923) se persiguió la ejecución del
Plan de 1902 y de la Ley de 1911, a través de los Planes extraordinarios de
Obras Públicas, como el de 1916. Incluso el Partido Conservador hizo suyos
algunos de estos enunciados mediante el Plan de Obras Hidráulicas de 1919 y
el Proyecto de Reconstrucción Nacional de La Cierva. Durante sus años de
vigencia, hasta 1926, sin embargo, no se otorgaron los presupuestos extraordinarios previstos y, en buena medida, el proyecto murió por consunción48.
La perspectiva marcadamente agraria de la Gran Política Hidráulica empezó
a ser cuestionada durante la Gran Guerra, coincidiendo con la construcción de
los primeros grandes saltos hidráulicos en España, cuando se divulgaron algunas ventajas del doble aprovechamiento, energético y de riego, y la colaboración, por tanto, entre usos y usuarios. Esta perspectiva la reclamaron, entre
otros, Prado-Palacio, Huguet del Villar y Lorenzo Pardo49, cuando con el advenimiento de la Dictadura la Política Hidráulica adquirió un renovado impulso en el marco de un Ministerio de Fomento volcado en la obra pública50, el
————
ORTEGA Nicolás, «La política hidráulica», pág. 162.
Estos procedimientos dependían de quién tomaba la iniciativa: el Estado, auxiliado por las
comarcas; las Asociaciones de regantes con el auxilio del Estado, o exclusivamente por el Estado.
VILLANUEVA, Gregoria, La «política hidráulica» durante la Restauración, pág. 161. La Ley Gamazo de
27 de julio de 1883 había señalado la subvención en metálico de hasta un 30 por 100 del
presupuesto de las obras y un premio según la cantidad de agua utilizada y la Ley de 7 de julio de
1905 también se refería a la concesión de auxilios a los aprovechamientos de aguas públicas para
riegos, otorgándolos por hectárea regada. MARTÍN-RETORTILLO, Sebastián, Aguas Públicas y Obras
Hidráulicas, Estudios Jurídico-Administrativos, Madrid, Tecnos, 1966, págs. 30, 42, 45 y 90.
48 Gasset había promulgado su plan desde las filas del partido Conservador y luego se había
unido al Partido Liberal que, desde entonces, secundaba sus propósitos. VILLANUEVA, Gregoria, La
«política hidráulica» durante la Restauración, y ORTEGA Nicolás, «La política hidráulica».
49 PRADO Y PALACIO, José del, Hagamos Patria. Estudio político y económico de problemas nacionales
de inaplazable solución, Madrid, Tip. Artística, 1917. HUGUET DEL VILLAR, Emilio, El valor geográfico
de España. Ensayo de Ecética, Madrid, 1921 (reed. por Enric TELLO y Carles SUDRIÀ, Barcelona, ed.
UB, 2010). LORENZO PARDO, Manuel, La Confederación del Ebro: nueva política hidráulica, Madrid,
Compañía General de Artes Gráficas, 1930, pág. 132.
50 La obra del Ministerio de Guadalhorce ha sido analizada pródigamente. Una visión favorable a su
labor, pero que hace inteligible su trayectoria, en MARTÍN GAITE, Carmen, El Conde de Guadalhorce. Su
época y su labor, Madrid, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, 1977, págs. 1-156. La
labor de las Confederaciones, en FERNÁNDEZ CLEMENTE, Eloy, Un siglo de obras hidráulicas en España. Y
FERNÁNDEZ CLEMENTE, Eloy, «La Confederación Hidrográfica del Ebro: la institución y su capital
humano», en PINILLA, Vicente, Gestión y usos del agua en la cuenca del Ebro, págs. 133-174.
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marco legal se mantuvo, de modo que el Plan y la Ley Gasset siguieron en vigor,
pero pronto se fraguaron grandes cambios, el primero de los cuales fue la constitución, a partir de 1926, de las Confederaciones Hidrográficas51. Estas sustentaban una visión plural del territorio, aunque armónica, impulsando la colaboración entre utilizadores. Las Confederaciones perseguían el entendimiento entre
usos —agrícolas, arbóreos, industriales— y usuarios rivales en cada cuenca52.
Pese a sus intenciones expresas, la Dictadura se saltó en seguida el paso
lento del consenso que marcaba el calendario de las Confederaciones, favoreciendo algunos intereses del sector eléctrico. Con los decretos de concesión de
auxilios a determinadas compañías, para subvenir el levantamiento de diques,
el Estado se convertiría así en el principal promotor de grandes embalses, cuyos
saltos a pie de presa se explotarían por las empresas concesionarias, confiando a
las compañías eléctricas el papel que hasta entonces, y por la Ley Gasset, se
reservaba a las asociaciones de regantes53.
Esta igualación entre compañías eléctricas y comunidades de regantes convenció a pocos, como quedó claro en los dos últimos congresos de riegos. En el
IV Congreso Nacional de Riegos, celebrado en Barcelona en 1929, Pedro González Quijano, responsable del embalse de Guadalcacín, se encargó de una ponencia sobre las relaciones entre aprovechamientos industriales y de regadío54.
Pese a mostrarse como firme defensor del imperativo de la construcción
hidráulica, apreciaba ya las contradicciones surgidas por la proliferación y simultaneidad de usos hidráulicos, proponiendo la simple regla general de preferir los aprovechamientos industriales en la región superior de las cuencas y los
de riegos en las inferiores. Observaba asimismo que, en las regulaciones de
caudal, las soluciones eran distintas, pues los embalses industriales garantizaban mucha agua en invierno y primavera, en su mayor parte perdida para el
riego; en la regulación agrícola, se tendría en verano y otoño una abundancia
de energía difícil de colocar en el mercado55. Los embalses de riego, además,
solían ser mayores que los energéticos. A su juicio, siempre que hubiere conflicto, debían preponderar los intereses agrícolas56. Al hilo de la Ponencia, Vicente
Burgaleta presentó una Comunicación en la que hacía constar que el problema
————
51 El decreto de creación fue de 5 marzo de 1926. MELGAREJO, Joaquín, «De la política
hidráulica a la planificación hidrológica. Un siglo de intervención del Estado», en BARCIELA, Carlos
y MELGAREJO, Joaquín, El agua en la historia de España, págs. 275-324.
52 A juicio de ORTEGA, Nicolás, «El plan nacional».
53 PERALBA, Antonio S., «Política Hidráulica. El Estado, las grandes obras hidráulicas y la
producción de energía eléctrica», Revista de Obras Públicas, 79 (1931), t-1, págs. 71-74; 90-93 y 118-120.
54 En el Congreso de Sevilla de 1918, había quedado establecido el principio de máxima
utilidad social como norma única para determinar la preferencia entre aprovechamientos.
55 GONZÁLEZ QUIJANO, Pedro M., «Relaciones entre los aprovechamientos industriales y los
de regadío», en IV Congreso Nacional de Riegos celebrado en Barcelona en 1927. Actas, Barcelona, Bayer
Hnos. y Cía., 1929, t.11, pág. 155.
56 Aunque los usos industriales debían prevalecer sobre la navegación. GONZÁLEZ QUIJANO,
Pedro M., «Relaciones entre los aprovechamientos industriales», págs. 142, 143 y 150.
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de la producción de energía no era de disponibilidad sino de coste del servicio.
A su juicio, las concesiones de fuerza a las pequeñas centrales –con riego o sin
él—no merecían ser consideradas, pues la energía se obtendría de forma más
económica por medio de combustibles fósiles; sin embargo, la predilección ciega por los embalses de riego haría peligrar la construcción de grandes centrales
hidráulicas, capaces de presentar grandes rendimientos y costes muy bajos de la
energía57. En el siguiente Congreso, celebrado en 1934 en Valladolid, Pedro
Martín Martín intentó un cálculo del valor comparativo de los aprovechamientos hidráulicos para usos energéticos o agrícolas. Según sus cifras, calculadas
para riego en una zona de pobre rendimiento, como es Castilla la Vieja, solo los
saltos mayores de 500 metros aventajarían a su uso alternativo para riegos58.
Obviamente, esta regla general tan favorable a los usos agrícolas expresaba con
contundencia una opinión muy extendida.
De hecho, las ayudas a la construcción fueron suspendidas en enero de
1931 y, una vez proclamada la II República, en junio, se suprimió el funcionamiento de las Confederaciones y, en Diciembre, Prieto, como ministro de
Fomento, ordenó, a través de la Orden Ministerial de 4 de febrero de 1932,
que la Dirección General de Obras Hidráulicas formara un Plan General,
creándose el Centro de Estudios Hidrográficos. El 31 de mayo, Prieto llevó a
Cortes el Plan que firmó Lorenzo Pardo. Allí se concentraba por vez primera
abundante información hidrográfica, a cargo de los servicios del Ministerio, y
tres monografías –edafológica, agronómica y forestal. Se formulaba así un proyecto de corrección de los desequilibrios hidrológicos de la Península Ibérica a
favor del Levante español, en tanto los rendimientos de aquel suelo eran los
más favorables para aumentar las exportaciones agrarias. El Plan de Lorenzo
Pardo abogaba por el uso de un nuevo tipo de infraestructura hidrográfica como herramienta esencial de su política: el trasvase59.
El Plan de 1933 desató un intenso debate por el que las regiones menos favorecidas reclamaron el restablecimiento del Plan de 1902. El sector hidroeléctrico se destacó en ese grupo de descontentos. El Plan General de Obras
Hidráulicas mostraba un perfil agrarista, insistiendo en que los vasos hidroeléctricos inundaban fértiles valles y dificultaban la localización alternativa de embalses para regadío aguas abajo60. Como una paradoja más, Melgarejo señala,
sin embargo, que entre 1934 y 1939, el destino mayoritario de los embalses
————
57 BURGALETA, Vicente, «Voto particular referente a las conclusiones 6ª y 13ª de la Ponencia
de González Quijano del tema II», en IV Congreso Nacional de Riegos celebrado en Barcelona en 1927.
Actas, Barcelona, Bayer Hnos. y Cía, 1929, t.11, pág. 238.
58 MARTÍN MARTÍN, Pedro, «Relaciones económicas entre los aprovechamientos industriales y
agrícolas», en V Congreso Nacional de Riegos, celebrado en Valladolid en 1934. Actas, Valladolid,
Imprenta Castellana, 1935, vol. 1, pág. 423.
59 MINISTERIO DE OBRAS PÚBLICAS, Plan Nacional de obras hidráulicas, Madrid, Suc. De
Rivadeneyra, 1934.
60 SANCHEZ CUERVO, Luís, «La situación actual», pág. 8.
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construidos fue el hidroeléctrico, pues nueve presas acabaron destinadas a este
fin, aunque solo una de todas las erigidas estuviera incluida en el Plan de 1933
y, como se verá, con escaso apoyo público61.
LAS REALIZACIONES (I):
GASSET
LA CONSTRUCCIÓN DE DIQUES ELÉCTRICOS Y LA
LEY
La Ley Gasset de 1911 estableció subvenciones a la construcción de obras
hidráulicas con destino a riegos, defensas y encauzamiento de las corrientes
previendo en su artículo 12 un procedimiento en caso de que la ejecución corriera a cargo de los interesados: recibir una subvención del 50 por 100 del
valor de la obra y un anticipo del 40 por 100 por parte del Estado. Los promotores debían organizarse necesariamente en mancomunidades o asociaciones de
regantes y adelantar el 10 por 100 del coste total de la obra de regulación de
caudales62. Su incidencia fue intensa, como ha mostrado Herranz, pues la capacidad de almacenamiento de los embalses españoles se sextuplicó entre 1912 y
192363. La literatura jurídica ha insistido en su escaso efecto sobre el riego y, en
contraste, algunos ejemplos de beneficiarios hidroeléctricos64. Se ha invocado
con frecuencia la acción de Rafael Benjumea, que luego sería conde de Gualdalhorce, quien supo sacar provecho de esta Ley con la construcción del embalse de Chorro. Este vaso de almacenamiento hidráulico contó inicialmente con
la presa y el aprovechamiento eléctrico de Chorro (1914-1921), y luego Gaitanejo (1927). A raíz de las inundaciones que afectaron Málaga en 1911 y, dada
su influencia en la comarca, Benjumea logró que prosperase su iniciativa de
crear el Sindicato Agrícola del Guadalhorce, que se acogió a la Ley de auxilios para
poner en riego 22.000 Ha65. La compañía que estaba a su cargo, La Sociedad
Hidroeléctrica del Chorro, adelantó el 10 por 100 del importe de las obras del
————
MELGAREJO, Joaquín, «De la política hidráulica a la planificación hidrológica», pág. 298.
Villanueva, con datos oficiales, estima que entre 1904 y 1923 se pusieron en riego al menos
288.146 Ha y, además, buena parte del riego eventual se transformó en riego constante.
VILLANUEVA, Gregoria, La «política hidráulica» durante la Restauración, pág. 218. Melgarejo,
tomando estimaciones de Martín Mendiluce calcula que, a lo largo del siglo XX, el incremento del
regadío en España fue de más de un millón y medio de Ha, tomando como punto de referencia esta
Ley de Grandes Regadíos de Gasset. MELGAREJO, Joaquín, «De la política hidráulica a la
planificación hidrológica, pág. 286.
63 Pasó de 150 a 929 Hm3 de capacidad. HERRANZ, Alfonso, La dotación de infraestructuras en
España, cuadro II.11, pág. 77.
64 FANLO, Antonio, Las confederaciones hidrográficas, pág. 85.
65 La primera central hidroeléctrica se inauguró en 1905, pero el proyecto de regulación se
pospuso hasta 1913 y fue autorizado por R. O. de 20 de agosto de 1914 (Gaceta del 21) y por R. O.
de 5 de diciembre del mismo año se conformó el Sindicato. La empresa eléctrica asumió el 10 por
100 del adelanto del presupuesto, y siguió haciéndolo hasta el 21 de mayo 1921, tras el embalse de
80 millones de m3 de agua. MARTÍN GAITE, Carmen, El Conde de Guadalhorce, pág. 45.
61
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embalse a cambio de la disponibilidad ilimitada de las aguas para la explotación de 9.500 kW en 193566.
Ahora bien, si se atiende a otras evidencias, se diría que el caso de Chorro fue
más bien la excepción. En primer lugar, el riego fue la prioridad del almacenamiento de agua en España hasta 1920. Entre 1910 y 1920, en que la capacidad
total de embalse se cuadruplicó ampliamente, el porcentaje de aquella destinada a
riegos se mantuvo en torno a la mitad del total y en 1925 suponía aún un tercio67. En segundo lugar, el presupuesto efectivo para obras hidráulicas —embalses
y canales— fue siempre muy limitado. Pese a los discursos grandilocuentes, Villanueva comprobó que el presupuesto del Ministerio de Fomento para Obras
Hidráulicas superó un solo año el 2 por 100 de los presupuestos generales del
Estado —en el ejercicio a caballo entre 1921 y 1922— y únicamente sobrepasó el
1 por 100 a partir de 1911, manteniéndose entre 1 y 2 hasta 192368. En tercer
lugar, Ortúñez ha mostrado, haciendo uso de las estadísticas de Obras Públicas, que las cantidades invertidas por el Estado en obra hidráulica entre 1914 y
1916 lo fueron casi en un 96 por 100 a título propio69. Las cantidades abonadas a empresas particulares durante esos tres años —como anticipo o subvención— alcanzaron la escasa cifra de 621.738,22 Pta.70.
Se podría alegar la falta de representatividad del breve período para el que
se disponen datos desglosados del gasto en obra hidráulica; sin embargo, en la
Cuenca del Ebro, bien estudiada al respecto, entre 1911 y 1926 predominaron
todavía los embalses para riego, cuya capacidad de embalse suponía un tercio
del total español para el conjunto de usos en 192071. En el Alto Ebro, Garrués
contabiliza cinco embalses de uso eléctrico en funcionamiento con anterioridad
al conflicto civil, de los cuales solo dos, el de Leurza de Hidroeléctrica Ibérica, y el
Salto del Cortijo se construyeron antes de la Dictadura y se ejecutaron por las
propias hidroeléctricas que, además, asumieron el coste de la obra civil72. Otro
————
66 BERNAL, Antonio Miguel, «Historia de la Compañía Sevillana de Electricidad (18941983)», en ALCAIDE, Julio, Compañía Sevillana de Electricidad. Cien años de Historia, Sevilla, Fund.
Sevillana de Electricidad, 1994, págs. 233 y 234. La potencia, COPDE, Datos Estadístico técnicos de
las centrales eléctricas españolas correspondientes a 1935, Madrid, La Cámara, 1936.
67 HERRANZ, Alfonso, La dotación de infraestructuras en España, pág. 77.
68 VILLANUEVA, Gregoria, La «política hidráulica» durante la Restauración, pág. 246, Apéndice 5.
69 ORTÚÑEZ, Pedro Pablo, «Reducción de competencias, mantenimiento del gasto: 19141936», Transportes, Servicios y Telecomunicaciones, 2 (2002), págs. 113 y 114. Cuadro 5.
70 A precios del aprovechamiento contemporáneo de Tremp —58 Pta. de 1916 el m3— daba
para 10.719,62 m3 de presa de embalse. Esto era suficiente para construir aproximadamente dos de los
pequeños saltos de Capdella, pero Tremp, por ejemplo, sumaba 275.000 m3 de hormigón en la presa.
71 La capacidad de almacenamiento de los embalses para riego en 1920 en la Cuenca del Ebro
era 333,2 Hm3, cuando el total español era 681,1 Hm3. PINILLA, Vicente, Gestión y usos del agua en la
cuenca del Ebro, pág. 317. GERMÁN, Luís, «Infraestructuras hidráulicas en Aragón durante el siglo
XX», en PINILLA, Vicente, Gestión y usos del agua, pág. 249.
72 GARRUÉS, Josean, «El desarrollo de las infraestructuras hidráulicas del Alto Ebro en el siglo
XX», en PINILLA, Vicente, Gestión y usos del agua, págs. 224 y 236.
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tanto sucedió en Aragón, donde, según Germán, únicamente se terminó el
pequeño embalse de Pineta, por Hidroeléctrica Ibérica73. En Cataluña, sí se ejecutaron obras de regulación hidráulica de importancia, entre ellas las de Talarn y
Camarasa, 1916 y 1920 respectivamente, y cuya capacidad de embalse alcanzaba los 368 Hm3, pero la iniciativa de la regulación, y su financiación, corrieron a cargo de las compañías eléctricas74.
Los testimonios coetáneos también refieren cómo los costes de la obra civil
los acometieron las propias empresas eléctricas en solitario. Según los antecedentes que se publicaron en el Plan de 1933, de los contenidos en el Plan de
1902 y sus sucesivas ampliaciones, hasta 1926 solo se habían llevado a término
dos pequeños embalses de uso hidroeléctrico, ambos sobre el Tajo: la presa de
Bolarque y la presa de Aldeanueva en Cáceres75. A estos habría que sumar el
malagueño Pantano del Chorro, que se incorporó al Plan de Obras Hidráulicas
en 1919, y del que en 1923 se habían ejecutado tan solo 6.778.883 Pta. de las
16.858.527 Pta. en que se presupuestaba su obra civil en aquella fecha76.
A la vista del cuadro 2, se confirman las escasas realizaciones de la Ley Gasset respecto de la regulación con fines eléctricos. Entre 1911 y 1926, las localizaciones más apropiadas para la obtención de energía eléctrica en poco coincidían con las más aptas para el riego, que eran las que se primaban con
subvenciones. Hasta 1926, solo la mitad de los Hm3 embalsados en España
tenían empleo eléctrico o mixto, pero en 1935 más de dos tercios de toda la
capacidad de los embalses españoles lo era para uso eléctrico o mixto, aunque
ambos empleos no resultaran siempre simbióticos77.
Hasta 1935, no abundaron los embalses para uso mixto (Véanse cuadros 2 y
3) y, cuando así se empleaban, la capacidad unitaria de generación de la maquinaria eléctrica en uso era significativamente menor —un 20 por 100— que en
los vasos para uso únicamente hidroeléctrico. En primer lugar, los vasos para
riego se ubicaban mayoritariamente en los cursos medios de las corrientes, donde
la pendiente era menor y admitían maquinaria eléctrica menos potente. En segundo lugar, los tiempos de evacuación del agua necesaria para el riego no solían
coincidir con los flujos de la demanda eléctrica y exigían obras onerosas. Solo en
obra civil el coste por kW instalado en los embalses de uso mixto era siete veces
mayor que en las presas para uso eléctrico antes de 1936 (Véase el cuadro 3)78.
————
GERMÁN, Luís, «Infraestructuras hidráulicas», págs. 249 y 256.
RAMON, Josep M., «Infraestructuras hidráulicas y regadío en la cuenca catalana del Ebro,
1850-2000», en Vicente PINILLA, Gestión y usos del agua, pág. 290.
75 MINISTERIO DE OBRAS PÚBLICAS, Plan Nacional de obras hidráulicas, vol. II, Anejo II, págs. 53-69.
76 VILLANUEVA, Gregoria, La «política hidráulica» durante la Restauración, pág. 244.
77 En 1925, el total de los vasos de almacenamiento dotados de presa admitían 985,38 Hm3
cuando aquellos con aprovechamiento eléctrico solo alcanzaban 570 Hm3. En 1935 de los 3.896
Hm3 de capacidad de los embalses españoles, 2.552 Hm3 eran para empleo eléctrico o mixto. Los
embalses españoles, en HERRANZ, Alfonso, La dotación de infraestructuras en España, pág. 77.
78 Desde la Ley de 24 de agosto de 1933, estaban obligados a satisfacer un canon como beneficiarios
de la regulación. MARTÍN-RETORTILLO, Sebastián, Aguas Públicas y Obras Hidráulicas, pág. 90.
73
74
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Tras la guerra civil, en los tiempos de escasez de la posguerra, 14 embalses construidos con anterioridad a 1936 fueron reconvertidos para incluir el uso eléctrico. Su capacidad de almacenamiento de agua era algo mayor que aquella de los
vasos empleados en 1935 para uso mixto, pero la potencia hidroeléctrica instalada no alcanzaba la mitad de aquélla79. Y, por consiguiente, el coste de la obra
civil por kW instalado casi se duplicaba, a precios de 1931: 1.091 Pta.
CUADRO 2. ESTIMACIÓN POR PERÍODOS DEL COSTE DE LA OBRA CIVIL DE LOS EMBALSES
CONSTRUIDOS EN ESPAÑA HASTA 1935 EMPLEADOS PARA USOS ELÉCTRICOS Y MIXTOS
Numero de Embalses
Cubicaje de las presas m3
Embalses en Hm3
kW instalados
Coste en Pta. de 1931
Coste Pta. de 1931/ kW
1890-1925
20
1.603.209
570
234.056
492.661.899
2.105
1926-1935
13
1.625.318
1.982
260.400
366.102.022
1.406
Total
33
3.228.527
2.552
494.456
904.626.169
1.830
FUENTES: GARRIDO, Manuel, «Embalses», en UNIVERSIDAD COMERCIAL DE DEUSTO, Riqueza Nacional de
España, vol. 4, Bilbao, Universidad de Deusto, 1968. COPDE, Datos Estadístico técnicos de las centrales; y SINDICATO NACIONAL DE AGUA, GAS Y ELECTRICIDAD, Datos estadístico-técnicos de las centrales; REDONET MAURA,
José L., Unesa. Pasado, presente y futuro de la energía eléctrica en España, Madrid, Aldus, 1947; y MINISTERIO DE
OBRAS PÚBLICAS. DIRECCIÓN GENERAL DE OBRAS HIDRÁULICAS, Aprovechamientos hidráulicos dotados de embalses, Madrid, Tip. Artística, 1952. Y Presas Españolas 1986: http://hispagua.cedex.es/datos. Los costes de las
presas calculados a precio de la presa de Burguillo, de 1931, siguiendo el procedimiento de HERRANZ, Alfonso, La dotación de infraestructuras en España.
CUADRO 3. ESTIMACIÓN SEGÚN SU USO DEL COSTE DE LA OBRA CIVIL DE LOS EMBALSES CONSTRUIDOS EN ESPAÑA HASTA 1935
Numero de Embalses
Cubicaje de la presa m3
Embalse en Hm3
kW instalados
Coste total en Pta. de 1931
Coste Pta. de 1931/ kW
Eléctricas
22
1.828.193
1.619
369.408
219.762.320
595
Uso Mixto
11
1.400.334
933
125.048
537.557.174
4.299
Total
33
3.228.527
2.552
494.456
904.626.169
1.830
FUENTES: Las mismas del Cuadro 2.
————
79 La capacidad de embalse se elevaba a 990 Hm3 y los kW instalados eran 60.362. Las
fuentes son las mismas del Cuadro 2.
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LAS REALIZACIONES
TADURA
(II):
LOS ANTICIPOS REINTEGRABLES DURANTE LA
811
DIC-
Si, a diferencia de lo supuesto hasta ahora, la Ley Gasset incidió levemente sobre el sector eléctrico, el auxilio público directo tampoco tuvo más que un carácter
estrictamente episódico. Las subvenciones prestadas a determinadas compañías
durante la Dictadura, en 1925 y 1926, se suspendieron antes de la proclamación
de la II República. Estas se habían otorgado a S. A. de Canalización y Fuerzas del
Guadalquivir, para la construcción inmediata de los embalses de Tranco de Beas,
Rumblar, Jándula y Encinarejo80; a Saltos del Alberche, refundiendo las concesiones
de la Sociedad Electro Metalúrgica Ibérica, por los embalses del Burguillo y del Charco
del Cura81 y, una vez ya construido, se había concedido una ayuda a la Unión Española de Explosivos por el embalse de Camporredondo82 . Se subvencionó asimismo el
Pantano de la Toba a la Electra de Castilla, que, junto con Saltos del Alberche, eran
filiales de UEM, pero las obras comenzaron con posterioridad83. La novedad de
estas ayudas consistía en que sus beneficiarias eran las propias compañías hidroeléctricas sin intermediación de las mancomunidades de regantes, como indicaba la
Ley de 1911. No obstante, la explotación hidroeléctrica se consideraba aún supeditada a aquella agrícola y la obra civil revertiría al Estado pasados 20 años. Este
último subvencionaba el 50 por 100 de la ejecución de los embalses más un 5 por
100 por gastos de dirección y administración. Anticipaba asimismo un 40 por 100
del presupuesto, reembolsable en 20 años a un interés del 3 por 100 anual. En
caso de que hubiera retrasos en el pago, el concesionario recibiría un 5 por 100 de
interés adicional sobre sus adelantos. Exceptuado el embalse, el resto de la obra
civil y la maquinaria eran por cuenta exclusiva de la compañía eléctrica84.
Estos decretos de concesión de auxilios se derogaron en enero de 193185. El
gobierno provisional de la II República, en 20 de abril de 1931, estableció un
período que finalizaba el 29 de enero de 1934 para su eventual declaración
————
R. D. de 25 de abril de 1925 y R. D. Ley de 29 de abril de 1925.
R. D. 25 de junio de 1926.
82 R. D. de 25 de junio de 1926
83 Peralba incluyó el Pantano de Bachende, en el Esla, pero ninguna otra fuente lo corrobora.
PERALBA, Antonio S., «Política Hidráulica. El Estado», pág. 74. Sí se tiene constancia de que
Hidroeléctrica Española solicitó a título propio el embalse de la Fuensanta, y le fue concedido en 1927, pero
traspasó sus derechos a la Confederación Hidrográfica del Segura, que lo empleó para riego. Según las
Memorias de la compañía, referidas por TEDDE, Pedro y AUBANELL, Anna M., «Hidroeléctrica Española
(1907-1944)», en ANES, Gonzalo, Un siglo de luz. Historia empresarial, pág. 233. Garrués señala que la
Confederación Hidrológica del Ebro y Fensa recibieron un millón de Pta. —una séptima parte del
presupuesto— por la construcción del Embalse de Alloz, pero, aunque se inauguró en 1930, lo era para
un aprovechamiento mixto, siguiendo la Ley Gasset de 1911. GARRUÉS, Josean, «El desarrollo de las
infraestructuras hidráulicas», pág. 234 y ERRANDONEA, Esteban, «Aprovechamiento hidroeléctrico del
río Salado en Alloz», ROP, 79 (1931), t. 1, págs. 477-483.
84 PERALBA, Antonio S., «Política Hidráulica. El Estado», pág. 73.
85 R. D. de Fomento de 10 de enero de 1931 (Gaceta del 11).
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como lesivos del interés público86. No habiéndose tramitado en aquel plazo la
declaración, las concesiones se convirtieron en firmes, aunque no así el cobro de
auxilios y subvenciones. Así, en el caso de Saltos del Alberche, de las
27.612.151,17 Pta. a que ascendía el monto total de lo concedido a esta compañía por las obras de los embalses construidos, solo se habían librado un total
de 7.020.527,30 Pta. en 31 de diciembre de 193087. El descubierto del Estado,
por su auxilio o subvención, sumaba 9.560.184,13 Pta. y el anticipo reintegrable
del Estado, recibido por la sociedad, ascendía a pesetas 3.120.234,35 Pta. El 31
de diciembre de 1933, el descubierto del Estado por su auxilio acumulaba
20.613.991,75 Pta. y el anticipo reintegrable del Estado, recibido por la sociedad no se había alterado. El 29 de enero de 1934, vencido el plazo otorgado por
el Gobierno Provisional de la República, al que las Cortes Constituyentes dieron
fuerza de ley, sin que se declarara lesiva del interés público la concesión otorgada
a la empresa por la Dictadura, Saltos se dirigió al Ministro de Obras Públicas
solicitando el cumplimiento por parte del Estado de sus compromisos con la entidad. El expediente pasó a informarse por el Consejo de Estado, pero las instalaciones —excepto el Charco del Cura— acabaron siendo propiedad de la UEM,
que se hizo cargo desde 1933 del servicio financiero de las obras88.
En el caso de Canalización y Fuerzas del Guadalquivir, S. A., la suma de los
anticipos reintegrables recibidos hasta 1934 ascendía a 10.078.520,23 Pta.,
pasando los embalses a propiedad de la compañía concesionaria. En total, pues,
y desconociendo el monto total de la subvención directa recibida por los embalses jienenses, la Dictadura otorgó por decreto más de 21 millones de Pta. a
las empresas eléctricas para la construcción de embalses, aunque fuese más lo
que el Estado debiese que lo así subvencionado89.
Los técnicos del sector eléctrico fueron los primeros en abominar en esos
años de lo que consideraban «alocada política hidráulica de los gobernantes».
Así, Sánchez Cuervo, ilustre ingeniero, inició en 1926 una serie de artículos
cuyo objeto era poner en entredicho la política de concesiones desaforadas de la
Dictadura, pero, sometido a diversas presiones, debió abandonar su propósito
tras publicar el segundo de los artículos anunciados90. El primero de ellos lo
dedicaba a lo que él llamaba «el actual ambiente oficial», preñado del «mesianismo» de lo «gacetable». Un nuevo tipo de «arbitrismo» estaba atravesando
————
86 De acuerdo con el preámbulo del Decreto de 6 de mayo de 1931 (Gaceta del 7), se perseguía
definir un orden en el aprovechamiento hidráulico.
87
Suelto, «Extracto Memoria Saltos del Alberche de 1932», Mundo Financiero, 667 (1933),
pág. II.
88 ABE, Dirección General de Sucursales, Leg. 3.099.
89 Ibidem. Incluyo también el millón recibido por Fensa y la Confederación Hidrológica del
Ebro por la construcción de Alloz en 1930, aunque solo corresponda el período y no la finalidad de
esta ayuda. GARRUÉS, Josean, «El desarrollo de las infraestructuras hidráulicas», pág. 234.
90 SÁNCHEZ CUERVO, Luís, «El problema de la energía eléctrica en España» y los publicó en
Revista de Obras Públicas (1926), págs. 451-53 y 510-514.
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Europa en forma de «mal de la electrificación», que hacía concebir que todo el
porvenir de la industria de un país tenía una encrucijada, definida por el incremento de su potencial productor de energía. A su juicio, esta observación
era errónea, en tanto que no advertía cuál era la capacidad de absorción de los
mercados y de inversión de las compañías y de la Hacienda:
«..¿Se trata de algo posible y conveniente, que justifique los sacrificios eventuales exigidos a la Nación? ¿Se trata, por el contrario, de utopías generosas o de
agri somnia?»91.
Del mismo modo, Eduardo Gallego, en su balance anual en La Energía
Eléctrica de 1927, describía cuáles habían sido estos auxilios a las distintas
compañías y se lamentaba de la falta de responsabilidad que demostraban el
gobierno, que estaba transido de un peculiar «delirio de grandezas de la Dictadura»92. Compartían estos términos Sintés y Vidal, quienes incluso reprodujeron algunas de estas disposiciones de auxilio de la industria para corroborar lo
injustificable y desmesurado de esas ayudas93.
Más allá de estas y otras opiniones contrarias, el razonamiento por el que se
ha venido explicando la interrupción abrupta de estas ayudas institucionales a la
caída de la Dictadura se cimienta sobre las dificultades de la Hacienda española94. En efecto, según Garrido Bartolomé, el coste real de La Jándula, El Encinarejo, El Burguillo, Camporredondo y La Toba, que se terminó en 1939, ascendió
a 95.087.000 Pta. —88.674.200, según mis cálculos a precio de Burguillo—95.
En estas condiciones, el Estado debería haber reintegrado la mitad de estos costes, en torno a 50 millones de Pta., lo que suponía más de la mitad del conjunto
de subvenciones otorgadas para todo tipo de obras hidráulicas en el período de
más actividad a través de terceros (1926-1929). El esfuerzo que se exigía a la
Hacienda con estos auxilios era sin duda considerable96.
No obstante, durante la II República se siguió invirtiendo en obra hidráulica y
mucho. Cuando Comín realizó un estado exhaustivo de la cuestión de la política de
la Dictadura, puso en entredicho algunos los postulados de aquellos que establecían una cesura entre la política de la Dictadura y la República en asuntos hidráuli————
91
SÁNCHEZ CUERVO, Luís, «El problema de la energía eléctrica en España», pág. 452.
GALLEGO, Eduardo, «La industria eléctrica en 1926», La Energía Eléctrica (1927), pág. 1.
93
Distinguen, no obstante, entre las más tempranas, y derivadas de planes de riego a mayor
escala, tales como la del Guadalquivir, de aquellas otras cuya única finalidad era favorecer la
propuesta de una sociedad particular, como Saltos del Alberche. SINTÉS y VIDAL, La industria eléctrica
en España, pág. 494.
94 SINTÉS y VIDAL, La industria eléctrica en España, págs. 342 y 497. GARCÍA DELGADO, José Luís,
«La industrialización española en el primer tercio del siglo XX», en JOVER, José María, dir., Los comienzos
del siglo XX: la población, la economía, la sociedad (1898-1931), Madrid, Espasa-Calpe,1984, pág. 90.
95 GARRIDO, Manuel, «Embalses», pág. 723.
96 Según Lorenzo Pardo, el presupuesto total de subvenciones hidráulicas entre 1926 y 1929
ascendió a 82.276.000 Pta. MINISTERIO DE OBRAS PÚBLICAS, Plan Nacional de obras hidráulicas, pág. 56.
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cos. Para Comín, se hizo lo que se pudo, que no era mucho, y, además, se continuó
haciéndolo con posterioridad al Ministerio de Argüelles97. A este respecto, Gómez
Mendoza demostró cómo durante la República se mantuvo e incluso se superó el
ritmo de inauguraciones de obras hidráulicas comenzado durante la Dictadura98.
A mi juicio, en la transición entre la Dictadura y la II República las que
efectivamente cambiaron fueron las preferencias en la obra pública: los planes
de construcción de infraestructuras para riegos continuaron a buen ritmo, pero
se desgajaron de su eventual empleo industrial. Ante la disyuntiva de priorizar
infraestructuras hidráulicas para uso agrario o industrial, los gobiernos republicanos se inclinaron por las primeras. Lorenzo Pardo, quien había defendido con
Guadalhorce la utilización múltiple de los pantanos, estando al frente de la
Confederación del Ebro, cambió su parecer, subordinando los intereses eléctricos a aquellos de los regantes y apelando reiteradamente a la Ley de Aguas y al
interés privado como único responsable de la explotación eléctrica en su Plan
de Obras Hidráulicas99. Muy esclarecedor es a este respecto el epígrafe que en
sus Directrices dedica Lorenzo Pardo a su aspecto industrial:
«...si la iniciativa privada lo ha hecho posible a un orden del 15 por 100 entre
1918 y 1930, es mejor no interponer en su marcha una acción estatal seguramente menos viva y ágil».(...) «La electrificación de las obras regularizadoras o acaparadoras incluidas y el empleo de la energía producida, es factor económico muy
importante del plan. (...)[Pero]No impone la necesidad ni aconsejan las circunstancias un plan de construcción con esa finalidad»100.
Con este giro en sus prioridades, Lorenzo Pardo simbolizó la pirueta completa, de nuevo agrarista, del regeneracionismo hidráulico español101. Así, de
un lado, procuraba evitar que cayeran sobre él las críticas de despilfarro verti————
97 Con datos de Lorenzo Pardo, DÍAZ-MARTA, Manuel, «Evolución de las políticas hidráulicas
españolas desde la Ilustración hasta nuestros días», en ARROJO, Pedro y MARTÍNEZ, F. Javier (eds.),
Congreso ibérico sobre gestión y planificación de aguas, Zaragoza, Navarro & Navarro, 1998, págs. 33-43.
COMÍN, Francisco, Economía y Hacienda en la España Contemporánea, 1800-1936, Madrid, Instituto de
Estudios Fiscales, 1988, pág. 1032; y véase asimismo MARTORELL LINARES, Miguel, El santo temor al
déficit: política y haciendo durante la Restauración, Madrid, Alianza, 2000, pág. 214.
98 GÓMEZ MENDOZA, Antonio, «Las Obras Públicas, 1850-1935», en COMÍN, Francisco,
MARTÍN ACEÑA, Pablo (dirs.), Historia de la empresa pública en España, Madrid, Espasa-Calpe, 1991,
pág. 202 y DÍAZ-MARTA, Manuel, Las obras hidráulicas, págs. 54 y 71-72.
99 La colaboración, en CANO, G., «Confederaciones Hidrográficas», en GIL OLCINA y MORALES
GIL, Hitos históricos de los regadíos, págs. 309-333; y ORTEGA, Nicolás, «La política hidráulica», pág.
173. Una interpretación singular al respecto es la de VELARDE, Juan, «Ideología y sector eléctrico
español», en GARCÍA DELGADO, José Luís (dir.), Electricidad y desarrollo económico: perspectiva histórica
de un siglo, Madrid-Oviedo, Hidroeléctrica del Cantábrico, 1991, pág. 222.
100 MINISTERIO DE OBRAS PÚBLICAS, Plan Nacional de obras hidráulicas, pág. 103.
101 Un antecedente de esta opinión, LORENZO PARDO, Manuel, La Confederación del Ebro. Una
curiosa semblanza, en SÁENZ, Clemente, «Evocación del Ing. de Caminos D. Manuel Lorenzo Pardo
fundador del Centro de Estudios Hidrográficos», ROP, 1971, n.º 3072, págs. 239-247.
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das años antes sobre Guadalhorce. Pero, de otro, adoptaba el perfil combativo
de la II República frente a los intereses de las compañías eléctricas, acorde con
las opiniones vertidas en los últimos Congresos Nacionales de Riegos. En su
propia experiencia, al frente de la Confederación del Ebro, Lorenzo Pardo había
padecido cómo se materializaban las diferencias entre regantes y compañías
eléctricas. Con ocasión de su proyecto de un Ebro navegable, se topó con los
intereses de la Barcelona Traction y con su decisión de construir el embalse de
Mequinenza, e incluso se las tuvo que ver con Cambó102.
Con todo, un último aspecto relevante en la suspensión de estas ayudas concierne la reforma del régimen concesional de asignación de recursos hidráulicos.
Como queda dicho, la concesión de los auxilios había despertado una polémica
agria, pero no solo por su cuantía y su discrecionalidad en el reparto, sino además, porque se soslayaba la doctrina de la concesión rogada con carácter singular, que había consagrado la entonces vigente Ley de Aguas, resolviendo así por
la vía del decreto, la adjudicación de tramos completos de corrientes a un solo
adjudicatario103. Los decretos que otorgaban las subvenciones contravenían los
principios de la Ley de Aguas de 1879 en tanto desposeían de sus derechos a los
antiguos depositarios de los permisos y procedían a la unificación de concesiones
a favor del titular de las compañías receptoras de las ayudas, favoreciendo la explotación coordinada de la cuenca, pero sin concurso previo. Esta circunstancia
concurría tanto en el caso de las once concesiones previstas para la regulación del
Guadalquivir, como en la refundición de aquellas dispuestas para Saltos del Alberche, pero sobre todo afectaba a Saltos del Duero que, sin serle otorgada ayuda alguna para la construcción, obtuvo la unificación de sus concesiones por R. D. de
24 de agosto de 1926, quebrándose así uno de los principios doctrinales de la
Ley de Aguas104. En prueba de esto, el llamado Decreto Guadalhorce de 1921
cayó junto a estos auxilios: se rebajó a rango reglamentario, suspendiendo las
concesiones efectuadas con arreglo a esa disposición105.
————
CREUS, Lluís, Visió Económica de Catalunya, Barcelona, Llibr. Catalonia,1934, pág. 284 y
VELARDE, Juan, «Ideología y sector eléctrico español», pág. 216.
103 En las asignaciones de usos, los decretos de 1919 y 1921 habían contribuido a facilitar el
procedimiento de acceso a los usuarios hidroeléctricos, que, con frecuencia, precisaban la agregación
de anteriores concesiones y siempre la declaración de utilidad pública para proceder a la
expropiación e inundación de terrenos. R. D. de 22 de octubre de 1918 (Gaceta de 23 de octubre) y
R. D. de 14 de junio de 1921 (Gaceta del 15). Según la literatura jurídica, esta doctrina ya estaba
presente en buena parte de la legislación desde 1921. El principio de las reservas del decreto
Guadalhorce en su art. 7, en MARTÍN-RETORTILLO, Sebastián, Aguas Públicas y Obras Hidráulicas,
pág. 181. Las Confederaciones Sindicales Hidrográficas introducían un enfoque global —funcional
y territorial— de los aprovechamientos que superaba la doctrina de la concesión singular, a juicio de
FANLO, Antonio, Las confederaciones hidrográficas, pág. 90.
104 Coincide GONZÁLEZ QUIJANO Pedro M., «La administración general de Fomento y en
especial de obras públicas», Conferencia, Madrid, Ramona Velasco, 1920.
105 Derogadas por el mismo R. D. de Fomento de 10 de enero de 1931 (Gaceta del 11). No
obstante, cuando el 8 de septiembre de 1942 se promulgó la Ley que autorizaba construir el
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ISABEL BARTOLOMÉ RODRÍGUEZ
NOTAS FINALES
Al cabo, la regulación de caudales para la obtención de energía eléctrica
con auxilio público no había logrado acumular en 1935 más de 70.000 kW de
potencia instalada efectiva —menos de un 5 por 100 de la disponible en aquel
tiempo—. Los intereses de empresas y Administración apenas coincidieron: hasta 1926, los aprovechamientos múltiples con explotación eléctrica a pie de presa
auspiciados desde los poderes públicos interesaron poco a las compañías, al acecho de saltos de gran potencial en la cabecera de los ríos; en la segunda mitad de
los veinte, las empresas eléctricas viraron su centro de atención hacia saltos a pie
de presa con embalse regulador interanual y esta mayor concordancia de objetivos acabó en colisión de intereses. Durante la Dictadura, bajo la premisa de la
colaboración, se otorgaron ayudas discrecionales, pero, en sus postrimerías, la
Administración interrumpió las subvenciones, recelando de fórmulas de cooperación en que los intereses agrarios se subordinasen a los eléctricos. Finalmente, las
ayudas no se desembolsaron más que en una pequeña parte y la mayoría de las
infraestructuras quedaron en manos de las compañías eléctricas. La exigente financiación de las presas para uso hidroeléctrico se compadeció mal con lo magro
del presupuesto de la administración española, más aún en ausencia de un consenso similar al que alentó estas políticas en Francia o Italia.
En realidad, las compañías eléctricas españolas presionaron levemente para
obtener beneficios de una política hidráulica industrialista. No se emplearon
unánimemente en demandar de la Administración ayudas públicas con este fin.
A diferencia de lo ocurrido en Italia, Francia, Suiza y Escandinavia, antes de la
guerra civil española no existía una restricción de la oferta hidráulica semejante
a la que la falta de recursos financieros y de localizaciones adecuadas provocó
en aquellos países. La demanda eléctrica española crecía lentamente y se temía
la sobreproducción que iba a conllevar la sola inauguración de Saltos del Duero.
De hecho, las compañías que recibieron ayudas, como la UEM, eran las más
deficitarias en medios de producción, aunque sirvieran mercados muy amplios.
Por lo demás, y como en el tendido de la red eléctrica nacional, se temía
más que se anhelaba la intervención pública en una industria que, hasta entonces, se había desarrollado al margen de los paraguas institucionales. Solo en
algunos casos excepcionales, como en la regulación del Guadalquivir, se presionó para la obtención del auxilio público, pero más para facilitar la agregación de concesiones de agua y su declaración de utilidad pública que para aco————
Pantano de Alarcón al Ministerio de Obras Públicas, eje de la redistribución hidráulica de la meseta,
se prescindió una vez más de todo derecho anterior y se unificó a favor del constructor, esta vez, el
Estado. Otro ejemplo en este sentido fue la concesión del Noguera-Ribagorzana a favor de ENHER.
MARTÍN-RETORTILLO, Sebatián, Titularidad y aprovechamiento de las aguas. Discurso leído el 29 de mayo
de 1995 en el acto de su recepción como Académico de número... Madrid, Real Academia de
Jurisprudencia y Legislación 1995, pág. 250, nota 231 y COMÍN, F., Economía y Hacienda en la
España Contemporánea, nota 353, pág. 1158.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 789-818, ISSN: 0018-2141
¿FUE EL SECTOR ELÉCTRICO UN GRAN BENEFICIARIO DE «LA POLÍTICA HIDRÁULICA» ANTERIOR A LA...
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meter las construcciones. Si el interés industrial en el cambio institucional era
menor, es pues lógico que se impusieran los intereses agrarios en la definición
de las prioridades hidráulicas en aquel período.
Recibido: 01-02-2010
Aceptado: 29-08-2011
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 789-818, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 239, septiembre-diciembre, págs. 821-894, ISSN: 0018-2141
ISLA, Amancio: Ejército, sociedad y política en la Península Ibérica entre los
siglos VII y XI. Madrid, CSIC, 2010, 245 págs., ISBN: 978-84-00-09197-2.
El vínculo existente entre la naturaleza de las fuerzas armadas y la comunidad a la que defienden había interesado
a los teóricos políticos del mundo clásico,
quienes habían alcanzado a ver que existía una correlación entre estructura militar y forma política. La pervivencia de
una norma constitucional venía condicionada por el compromiso que los defensores (el ejército) adquirían de preservarla. De alguna manera, el libro que
comentamos ha asumido esos principios
a la hora de explicar cuál fue la naturaleza del ejército en el largo periodo que va
desde finales del siglo VII hasta mediados del XI, en un espacio tan fragmentado, complejo y, aparentemente discontinuo, como la península ibérica. A pesar
de que el libro lleva en el título una triple referencia, al ejército, la política y la
sociedad, el objetivo esencial del mismo
es desentrañar la naturaleza del ejército
visigodo y del ejército asturiano, para, a
partir de ese conocimiento, entender
mejor las respectivas sociedades que
estaban detrás: «el ejército y los usos de
una aristocracia militarizada permiten
conocer la sociedad en la que están integrados y a la inversa» (pág. 228).
Pero esa afirmación, que parece ser la
conclusión final, es, evidentemente, un
punto de partida. El trabajo pretende
afrontar su estudio partiendo del análisis
del debate historiográfico; para ello toma
como referencia la obra de SánchezAlbornoz, por considerar que, al menos
para el caso asturiano, sus trabajos no
han sido revisados, y se plantea la necesidad de superar el análisis institucionalista, atendiendo al conjunto de relaciones
sociales y equilibrio de poderes donde el
ejército se circunscribe. Al mismo tiempo, incluyendo en su análisis el momento
final del reino visigodo y sus hipotéticos
continuadores asturianos y leoneses, pretende obtener del contraste y comparación un mejor conocimiento de ambas
sociedades, que presenta en principio
profundamente diferentes (SánchezAlbornoz las había estudiado en un proceso de continuidad). Para el caso visigodo, considera que el tema ha sido tratado
con más atención, aunque omite en ese
momento las referencias bibliográficas y
al afrontar el estudio apenas las recuerda
ocasionalmente. Entendemos que alude
esencialmente a la obra de los profesores
Abilio Barbero y Marcelo Vigil, así como
a algunos trabajos que siguieron sus propuestas interpretativas.
El método utilizado para resolver
las propuestas iniciales parece en principio adecuado. Es sabido que el estudio
del ejército visigodo a partir exclusiva-
822
RESEÑAS
mente de las fuentes jurídicas puede
provocar una deformación al convertir
la casuística en principio normativo. Lo
que el autor considera la percepción
institucional procede en buena medida
de un uso abusivo de los testimonios del
Liber Iudiciorum que parece reducir la
historia militar a las exigencias de las
leyes militares y a los vínculos legales
que unen al rey con los combatientes.
Para superar esa perspectiva limitadora,
el autor propone una lectura paralela de
los testimonios literarios, esencialmente
la Historia Wambae regis y la Crónica
mozárabe del 754, y las referencias jurídicas, donde se incluirían los cánones
conciliares. Esa propuesta es sin duda
eficaz, algunas de las páginas más logradas del libro son aquellas que asocian, o disocian en este caso, la construcción propagandística del obispo
toledano al dar cuenta de la victoria de
Wamba contra el intento de usurpación
de Paulo y la redacción de la propuesta
de reordenación militar de Érvigio (LI
9.2.9), en cuya redacción quiere identificar la misma mano que en el relato
histórico-propagandístico.
Aplicando ese criterio, Amancio Isla
propone una lectura contrastada de la
llamada ley militar de Wamba (LI 9.2.8)
y la atribuida a Ervigio que acabamos de
citar. Frente a una perspectiva que ha
pretendido verlas como una mera continuidad, la necesidad de rectificar, esencialmente suavizar, un proceso único, el
autor propone una lectura en términos
de oportunidad institucional. Mientras la
ley de Wamba era una propuesta esencialmente política, que ponía en evidencia la debilidad de compromiso de los
poderes locales, Ervigio muestra una
preocupación esencialmente militar y
reformista, su objetivo es precisar las
obligaciones que cada uno tiene cuando
se lleva a cabo una convocatoria in expeditione exercitus. Mientras Wamba tenía
como tema central el castigo de la quiebra de las obligaciones de fidelidad hacia
el rey, Ervigio pretende reforzar la capacidad militar visigoda reorganizando el
ejército. Voluntad que procedería de la
constatación de que el reino no disponía
de un ejército competitivo.
Al enfrentar esta perspectiva, el autor hace una crítica de la tradición que ha
vinculado la desaparición del reino visigodo con su incapacidad militar. Cree
que la ley de Ervigio, al margen de poner
en evidencia un alto nivel de corrupción
institucional, fue una propuesta de renovación que se asocia con otras iniciativas,
suyas y de Égica, tendentes a reorganizar
el reino. En el 711 no había una quiebra
del estado y, sin embargo, el reino se vino
abajo como consecuencia, aparentemente, de una derrota militar. A partir de
una lectura de las fuentes mozárabes,
asturianas y musulmanas, cotejadas con
la propia documentación visigoda,
Amancio Isla cree que los últimos monarcas visigodos fueron capaces de defender la unidad del reino frente a las incursiones francas y que Rodrigo recibió una
respuesta suficiente cuando convocó el
ejército para enfrentarse a los invasores
musulmanes antes de Guadalete. El fracaso no lo provocó la capacidad militar
objetiva, pero sí la disputa política que
hizo incontrolable ese ejército. Los combatientes, al margen de que existiesen
unos oficiales que obedecían las órdenes
del rey, eran los magnates del reino, los
grandes propietarios con sus clientes o
dependientes; la participación fiscal era
mínima y probablemente se limitaba al
abastecimiento de armamento ligero y el
aprovisionamiento en campaña. Aparen-
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temente, en el curso de la batalla, una
parte de esos combatientes decidió abandonar la causa del rey, que en un sistema
piramidal de relaciones de patrocinio aún
no había tenido tiempo de concertar las
condiciones de fidelidad de los potentes
del reino. Una parte de ellos habría preferido pactar con los invasores, teóricamente para beneficiar a otra facción regia que
nunca alcanzaría ya a reinar.
¿Cómo se ha llegado a esta situación?
El autor ha decidido iniciar su estudio en
el momento de la campaña de Wamba
contra los vascones y la revuelta de Paulo. El argumento dado por el autor para
hacerlo así es que se ha abusado de una
visión estática de la sociedad visigoda,
como si los datos aportados por las fuentes fuesen inmutables y valiesen en cualquier circunstancia. Pero el argumento
tiene un riesgo, se analizan el ejército y la
sociedad visigoda de los años 670-711
como si fuesen realidades estancas, no
parecen proceder de ningún lugar: el
ejército «muestra las tendencias latentes
en la sociedad visigoda con una presencia
abrumadora de la aristocracia y su poder
social y sus exigencias ante el monarca»
(pág. 88). Los procesos que han llevado a
esa realidad de supremacía de los aristócratas y sus grupos guerreros frente a los
criterios de publica utilitas se dan por supuestos, así como sus consecuencias; la
idea de que «sería la propia feudalización
del reino la que lo incapacitaría para
enfrentarse a la amenaza musulmana»
(pág. 125) le parece una explicación más
ajustada que otras, pero matizable.
La caída del reino visigodo adquirió
un gran dramatismo en las construcciones que las tradiciones hispanas posteriores hicieron de ese acontecimiento, especialmente aquellas que buscaban en el
antecedente visigodo su justificación.
823
Pero la desaparición de un reino a consecuencia de una derrota no fue excepcional, así desapareció el reino vándalo, el
ostrogodo, el burgundio o el suevo. Ahora bien, qué ocurre después. Una parte
de los territorios del antiguo reino consigue mantener una situación de independencia en relación al poder musulmán. A
una difusa herencia visigoda se suman
realidades étnicas y territoriales que responden a otros parámetros. Es cierto que
las fuentes son ahora aún más problemáticas, que están profundamente ideologizadas, esencialmente porque describen
las realidades de acuerdo a un modelo
godo, pero de ellas emerge una realidad
que en sus rasgos esenciales quizás no sea
tan distinta de aquella que el autor ha
descrito para la época visigoda.
Cuando a finales del siglo VIII y
mediados del siglo IX podemos reconstruir, mal que bien, las realidades sociales y políticas, lo que emerge es una
monarquía débil que se ampara en unos
poderes aristocráticos con una fuerte
impronta local o regional. Si valoramos
la relación de poder militar entre el rey
y esas aristocracias, nos encontramos
con un ejército muy territorializado,
donde son esos poderes locales los que
realizan las operaciones (a veces al servicio del rey, otras de manera autónoma,
en el contexto de frontera incluso como
caudillos militares que pueden servir al
mejor postor) y donde faltan figuras
representativas de un ejército institucionalizado. «Todo ello —escribe el
autor— nos remite al campo de la fides
y a sociedades cuyas autoridades obtienen el sometimiento de poderes subalternos y su consiguiente ayuda militar a
cambio de la cesión de recursos fundiarios y el compromiso de no atentar
contra ellos» (pág. 152 y ss.). A pesar
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RESEÑAS
de que uno de los puntos de partida
del libro es la crítica a la lectura de
Sánchez-Albornoz, que hacía del mundo visigodo y asturiano, concretamente
de su ejército, un continuum, la descripción que acabamos de recoger podría
muy bien haber servido para definir la
relación del rey visigodo con sus aristocracias guerreras. El autor, aunque insiste en
que el ejército visigodo y el asturiano «no
son lo mismo ni de lejos» (pág. 226), de
hecho, reitera esos elementos de similitud
en numerosas páginas; por ejemplo,
cuando se analizan las iniciativas del rey
contra quienes no acuden a su llamada o
en la necesidad del consenso, mediante la
celebración de un consilium entre el rey y
los aristócratas, para ir a la guerra; por
más que la llamada general fuese un recurso mucho más excepcional que en el
caso visigodo.
Aún más, hay un punto de confluencia anotado por el autor que podría apuntar en el mismo sentido. Las relaciones
militares de la monarquía asturiana son
vistas como homologables a las realidades
europeas occidentales contemporáneas.
Simultáneamente, cuando el autor se
pregunta qué habría ocurrido con el reino
visigodo, caso de no existir Guadalete,
llega a la conclusión de que el reino se
habría asimilado a esas mismas realidades
occidentales: una monarquía más débil,
una realidad política más desagregada y
una creciente voluntad por parte de las
aristocracias regionales por consolidar su
propio poder. Lo que no parece distar
mucho de la realidad asturiana.
Y si las relaciones militares son semejantes, si las relaciones entre el ejército y
el poder político podrían ser asimilables,
cuáles son las realidades sociales que ayudan a entender ese ejército. A diferencia
de lo que había sostenido SánchezAlbornoz, el autor considera que el ejército no es responsable de las prácticas sociales o de los cambios que se producen en
las mismas. Es el ejército el que debe ser
entendido dentro de una realidad social
más amplia. Pero Amancio Isla ha renunciado a caracterizar esa sociedad. Y más
que una renuncia parece una renuencia.
Solo en la última página del texto se afirma: «el ejército que hemos descrito, al
que podemos seguir aplicando el tradicional nombre de feudal, forma parte de un
todo del que no cabe prescindir» (pág.
228). Ese todo son, y lo anota, los excedentes que las élites extraen del campesinado, las relaciones de dominio que ejercen sobre la tierra y los campesinos, los
acuerdos políticos que establecen y los
mecanismos utilizados para solucionar sus
conflictos internos y externos; y para decir
que esos elementos son algunos de los que
caracterizan a la sociedad feudal difiere la
afirmación a C. Wickham mediante una
nota referencial.
La calificación de «tradicional» tiene
evidentemente dos lecturas, una nos
aproxima a lo aceptado por todos o la
mayoría, a lo ya consolidado por el uso;
pero tiene también una segunda que
alude a una interpretación antigua, que se
remite a ideas del pasado, obsoleta por
tanto. No me atrevo a afirmar por cuál
opta el autor, pero resulta indudable que
ha hecho un gran esfuerzo para explicar
unas relaciones de «características feudales» sin llegar a definirlas como tales.
—————————————————–———–—Pablo C. Díaz
Universidad de Salamanca
[email protected]
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LABÈRE, Nelly (coord.): Être à table au Moyen Âge. Madrid, Casa de Velázquez,
2010, 277 págs., ISBN: 978-84-96820-49-4.
La Casa Velázquez organizó un coloquio internacional entre especialistas
sobre la «Mesa en la Edad Media», entre el 21 y el 22 de mayo de 2009. Como resultado, se publicó al año siguiente el libro Être à table au Moyen Âge.
Tanto el coloquio como la publicación
fueron coordinados por Nelly Labère,
profesora de Literatura Medieval francesa en el Departamento de Humanidades de la Universidad de Burdeos III.
Gran especialista, lo que garantiza un
resultado de rigor científico.
La idea de esta convocatoria partió
de la necesidad apremiante de cubrir el
espacio vacío existente en estudios relacionados con la literatura histórica medieval, centrados en la alimentación, a
través de la puesta en común de trabajos
de investigadores, para luego divulgar
sus conocimientos. A través de una serie
de obras procedentes de la península
ibérica y de Francia, se abrió una discusión constructiva que dio lugar a este
libro colectivo, enfocándose en textos de
ficción literaria, medicina, libros morales,
referente a la vida de los santos, crónicas,
etc., escritos en francés, occitano, catalán, portugués o castellano.
El volumen recoge la mayoría de las
intervenciones del coloquio internacional aunque dos de ellas no pudieron ser
incluidas. La de Francisco Rico: «Introducción al Coloquio» y la de Pedro Cátedra: «“Arte Cisoria” de Enrique de
Villena y el “uso” de la literatura». Este
libro, formado por dieciocho artículos,
siete en español y once en francés, se
divide en tres partes compuestas por un
número diferente de contribuciones. La
primera lleva el título «Les règles de
l’appetit» y está subdividida en cuatro
secciones. En ellas se analizan normas y
objetivos inmiscuidos en una sociedad
moralizante, que buscaba la santidad
donde la permisividad o prohibición de
alimentos jugaba un papel protagonista. De igual forma, se examinan ciertos
rituales que debían seguirse en ceremonias políticas. Además, se hace un estudio del enfoque teatral que algunos
textos literarios recogen en torno a la
mesa. Esta sección se resumiría en cuatro palabras: privaciones, moralidad,
política y teatralidad. Dos investigadores colaboraron en el apartado de las
privaciones. Beatriz Ferrús Antón, en su
artículo, establece un vínculo entre las
mujeres, el deseo de comer y las posturas que adoptaban las damas frente a las
religiosas ante la ingestión de alimentos. Para ello, analiza dos textos: La
Vita Christi de sor Isabel de Villena y
Tirant lo Blanch de Joanat Martorell. A
continuación, Katy Bernard realiza un
análisis literario y psicológico de los
celos que el señor Archimbaut tenía
sobre su esposa y su obsesión por dar de
comer a su amada en un juego de amor
irracional.
En la segunda sección, dedicada a la
moralidad, colaboró José Aragüés Aldaz. Su estudio parte del Flos Sanctorum,
obra creada a mediados del siglo XV
bajo la orden de los Jerónimos. Se hace
referencia a la comida y a su privación
para conseguir la santidad, enfocándose
este logro en el seguimiento de una
abstinencia extrema y en la utilización
de la lectura del Flos Sanctorum como
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RESEÑAS
inspiración sobre una comunidad religiosa cuando esta comía. Seguidamente,
Marta Haro Cortés analiza en diferentes
escritos englobados en la literatura sapiencial, aspectos enfocados en conciliar
las virtudes humanas con las necesidades
del cuerpo. Busca en distintos tratados
aportaciones relacionadas con la mesura
en el comer y beber para atajar la gula y
la lujuria. Alude al concepto que se tenía
sobre diferentes teorías médicas, como la
hipocrático-galénica, para prevenir enfermedades gracias a un régimen alimenticio y así conseguir una vida saludable.
En la tercera subsección, dedicada al
juego político, colaboró Francisco Bautista. Para él, la comida tuvo un papel
esencial en las relaciones entre el poder y
la corte. Se adentra en el Cantar de Mio
Cid y en textos escritos por Diego de
Valera para analizar rituales de ceremonias de investiduras por la entrega de
títulos nobiliarios en los que ciertos personajes participaban. En cuanto a Estelle
Doudet, resalta la idea de que el arte de
la mesa en el Principado de Borgoña se
desarrolló espectacularmente en el siglo
XV. Por eso, su estudio muestra la gran
diversidad de tipos de mesas, restaurantes, fiestas y banquetes borgoñeses recogidos en tratados, normativas, historiografía oficial, memorias y crónicas.
Por último, Jelle Koopmans aportó
sus conocimientos sobre la parte relacionada con la teatralidad. Enfoca sus
investigaciones en presentar la mesa
como administración pública en su función de teatro. Destaca las celebraciones
en las ciudades del norte de Francia y
del sur de Bélgica. Vincula la plasmación visual alimenticia con el arte, concretamente en la pintura, buscando la
belleza en la presentación de las comidas. Los alimentos y su elaboración se
convierten en un espectáculo, una puesta en escena. María José Palla subraya
la idea tan remarcada en la sociedad de
que la Cuaresma regía sobre las vidas
del momento. La religión popular persistía. Por ello, en su artículo aborda la
actitud que optaron muchos físicos/médicos que con su literatura moral
pretendieron ayudar a superar los momentos de transición, en los que se debía de vivir la penitencia y el ayuno, al
mismo tiempo que ingerir alimentos
que no estaban permitidos.
La segunda parte del libro, con el
título «Découper le texte. À la cuisine
du recit», se subdivide en otras dos
dedicadas a las obras de La Celestina y el
Libro de Buen Amor donde se resalta
aquello que se ingería. La boca como
concepto amoroso y como medio por el
que se toman los alimentos. Se invita a
saborear el momento presente. En el
apartado del Libro de Buen Amor colaboraron tres investigadores. Santiago U.
Sánchez Jiménez se adentra en el texto,
resaltando la idea de que la obra literaria muestra la sociedad en la que vive el
autor. Por ello, busca en el «Libro»
diferentes actividades relacionadas con
la alimentación, como la caza o la producción alimenticia. Estudia en el discurso literario de esta obra, cómo se
transformaba y elaboraba el alimento a
través del fuego y el agua, con distintas
técnicas, bien cociéndolo o asándolo.
Analiza la mesa donde se servían las
viandas en los banquetes, cómo se presentaban sobre ellas los utensilios, los
invitados, etc. En cuanto a Bienvenido
Morros Mestres, plantea que las dos
batallas que Juan Ruiz recoge en su
obra, una, el martes de Carnaval y otra,
el Domingo de Resurrección, siguen el
mismo esquema que otras dos ocurridas
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históricamente: la de Alarcos y la de
Navas de Tolosa, donde se mezclan un
sinfín de suculentos alimentos, tentaciones y penitencias ante las derrotas.
Además, afirma que el Arcipreste también se inspiró en otras obras o tratados
litúrgicos, e incluso médicos, al detectar
coincidencias con algunas de las ideas
mostradas en el «Libro», como lo concerniente al ayuno. Por último, Nelly
Labère se reafirma en la idea que desde
el comienzo de esta obra se proyecta
una imagen culinaria, para lo que su
autor tuvo que recurrir a la literatura
alegórica. Manifiesta que en ella se opera una lectura política y moral que se
bosqueja sobre la mesa, para lo que el
Arcipreste recurrió habitualmente a la
metáfora, demostrando que, a través de
ella, el amor se confunde con el sabor
por medio de la boca.
La segunda subsección, dedicada a
La Celestina, comienza con un análisis
de Nathalie Peyrebonne, quien observa
en esta obra una proyección del amor
como si fuera un juego que nutre y
alimenta, pero también que produce
pérdida de apetito entre los que se
aman. Tienen hambre pero los alimentos no cubren, por sí mismos, sus necesidades. Amantes, placer, comida y
bebida son, en este artículo, el fruto de
un acto de reflexión. En cuanto a Carlos
Heusch, resalta la importancia de La
Celestina para los historiadores por su
aportación en el conocimiento de la
vida cotidiana. Opone dos mundos sociales, provocadores de conflictos culturales. En el superior se encontraría la
nobleza, y el inferior, donde destaca la
mujer, estaría formado por prostitutas,
funcionarios, casamenteras y rufianes
que, al pasar necesidades entre las que
se halla la falta de alimento, cuando lo
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encuentran, se exceden en su consumo.
El gozo popular no tiene límites para
saciar «los placeres de la boca».
Por último, la tercera parte de este
volumen titulada «Manger le texte»,
está enfocada a la mesa y a los manjares
que se servían dentro del arte escénico y
comunicativo, así como en la contribución de lo que los «Escritores» y la «Escritura» aportaron sobre el conocimiento de la alimentación en los textos
literarios, con sus referencias poéticas,
juegos etimológicos, lexicales y diferentes recursos literarios ya sean metáforas,
sátiras, farsas, etc. Todo esto se analiza
en dos subsecciones. En la primera, en
la que la mesa es protagonista, colaboraron dos importantes investigadores.
En primer lugar, María Luzdivina Cuesta Torre analiza en su artículo la literatura artúrica que se escribió en castellano donde se hacen alusiones al acto de
comer, como necesidad básica humana,
y a las costumbres, usos y ceremonias
que este acto conllevaba. Examina en
profundidad diferentes campos, ya sean:
cómo se designaba el mismo acto de
comer; dónde y cuándo se comía; los
alimentos que se ingerían; los utensilios
que se utilizaban; la alimentación caballeresca: pan, vino y carne, frente a la
eremítica, pan, agua y hierbas o vegetales, etc. Jean-Claude Mühlethaler reafirma en su estudio que en las comunicaciones escénicas, el poeta se muestra
como un cocinero cuyos platos son
transformados en palabras. Bajo la utilización metafórica con la que se denuncia moralmente los placeres del vientre,
vincula la idea de los pecados de la gula
y la lujuria, tan remarcados en el Occidente cristiano siguiendo a San Agustín, con Eros, el amor y la comida. Expone cómo en textos literarios de los
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siglos XII y XIII, los alimentos se convierten en mensajes seductores, que
utilizados con ironía pueden transmitir
ideas burlescas y eróticas.
La segunda subsección de esta tercera parte se centra en los escritos y
escritores. Madeleine Jeay en su colaboración estudia situaciones que aparecen
comúnmente en las novelas medievales,
como la hospitalidad, recurso muy utilizado en la literatura para mostrar el
momento en el que se comparten los
placeres de la mesa: recepción, cena,
hora de acostarse y partida. Estudia
diferentes celebraciones o fiestas, por
ejemplo, las bodas, además de las batallas en las que los alimentos son protagonistas formando parte satíricamente
de contiendas, siendo el estómago el
lugar donde tiene lugar el combate.
Jacqueline Cerquiglini-Toulet se
centra en el análisis del uso tradicional
de la metáfora en escritos relacionados
con el arte culinario. Estudia los escritores que elaboraban retratos de cocineros
y describían los habitáculos donde se
servían comidas, jugando con las palabras y su significado, utilizando términos cuyo valor podía ser literario al
mismo tiempo que culinario. Para ello,
evoca al poeta francés Eustache Deschamps, al que se le relaciona con la
sátira, por ser uno de los escritores que
con mayor riqueza y diversidad evocó
en sus escritos la mesa y los alimentos.
Para terminar, Tania Van Hemelrych en su aportación demuestra la
existencia desde los orígenes de la literatura de una ambigua relación entre la
escritura y la lectura y los alimentos.
Argumenta cómo fue una verdadera
práctica la aportación de escritores o
poetas del uso de diferentes juegos de
palabras mediante los cuales se componían platos u ofertaban comidas.
Tanto al comienzo como al final del
volumen, Nelly Labère realiza un análisis de la obra reafirmándose en la necesidad de investigar sobre la alimentación a través de los textos medievales.
Resalta la importancia de este libro, por
ser una novedad dedicada en su totalidad al análisis gastronómico de la literatura medieval en el ámbito francés y
peninsular.
Para concluir, y como se ha visto,
este libro es el fruto de una colaboración entre importantes expertos e investigadores en la literatura medieval, que
han analizado la mesa como protagonista, los alimentos que se servían, lo que
se comía, la decoración, al invitado, al
comensal, la etiqueta, las formas y el
motivo de estar sentado en torno a ella
por ser un espacio de socialización. Con
esta obra se inician los estudios sobre el
comportamiento social en torno a los
alimentos, en relación a los escritos
redactados o compuestos a lo largo de
la Edad Media.
—————————————————— Margarita Tascón González
Universidad de León
[email protected]
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 821-894, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
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PÉQUIGNOT, Stéphane: Au nom du roi. Pratique diplomatique et pouvoir durant
le règne de Jacques II d’Aragon (1291-1327). Madrid, Casa de Velázquez (Bibliothèque de la Casa de Velázquez, vol. 42), 2009, 640 págs. + CD-ROM,
ISBN: 978-84-96820-29-6.
Lo que en su momento constituyó
una tesis doctoral defendida en la Universidad de París y bajo la dirección del
profesor J. M. Moeglin, se ha convertido ahora en una voluminosa monografía centrada en el análisis de la diplomacia desarrollada en nombre de un
monarca en el tránsito al siglo XIV. El
estudio se centra en un reinado de singular relevancia en el horizonte hispánico y mediterráneo, el de Jaime II de
Aragón y puede ubicarse en el marco de
esa indudable renovación de la historia
política que se ha venido desarrollando
en los últimos años. Este análisis del
juego del poder y de los instrumentos
que lo manejan propone la diplomacia
como un espacio de intercambio e interacción política, en una compleja relación con todos los poderes y fuerzas
sociales del reino, y con un indudable
protagonismo para «lo escrito». El objetivo del autor resulta de particular interés, incluso por la forma en que se expresa, habida cuenta de que, como él
mismo explica reiteradamente, se trata
de un campo de análisis que tiende a
buscarse en el período moderno, a partir del siglo XV, y con especial incidencia en el escenario italiano. Está claro
que otros autores también han explicado y analizado prácticas diplomáticas
para etapas y escenarios anteriores,
como mínimo en la segunda mitad del
siglo XIV, y han apuntado elementos
como el interés por la figura del embajador o el mensajero, sus vínculos con el
rey o las líneas maestras del interés de
la realeza, etc., pero no hay duda de que
Péquignot adelanta considerablemente,
con gran solidez documental y acertados análisis, la cronología y el espacio
de todo ese complejo conjunto de elementos que podemos calificar como
práctica diplomática.
El libro, denso en información, pero
también escrito con gran agilidad, huye
hábilmente del peligro de quedar atrapado en la casuística anecdótica y también de intentar hacer la historia del
reinado de Jaime II a través de la diplomacia. Se organiza en tres partes
bien delimitadas y de dimensiones muy
equilibradas, con algo más de extensión
para la central. Además del obligado
índice de nombres propios y de 21 tablas con información muy bien elegida,
el libro incluye un CD-ROM donde se
aportan cuatro anexos de gran interés,
derivados de las bases de datos prosopográficas que el autor ha elaborado
como uno de los fundamentos de su
trabajo: los embajadores de Jaime II, los
mensajeros y correos, el modelo de ficha
construido para elaborar los dos anteriores y el listado de vistas o encuentros
regios en los que intervino Jaime II a lo
largo de su reinado. El libro incluye
también un resumen trilingüe de su
contenido (francés, español e inglés)
donde, en buena parte, se recogen las
reflexiones más importantes del apartado final de la conclusión general. Esta
recapitulación final, precisamente, ofrece al lector una última reflexión global
de gran interés que recupera las diversas
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conclusiones parciales que se han ido
avanzando y redondea un libro donde la
riqueza de la información no hace perder el argumento central de la investigación.
No es posible detenerse aquí con
detalle en las múltiples reflexiones y
horizontes abiertos, pero sí cabe resaltar
algunos aspectos relevantes. En primer
lugar, resulta muy sugestiva esta articulación de los tres bloques antes indicados. El valor de «lo escrito» es algo que
se viene revisando en los últimos años y
ello ha llevado, por un lado, a lo que
algunos han llamado una «nueva diplomática» que, más allá de la factura
formal del documento, se interesa por
sus autores intelectuales y por los proyectos políticos en que lo que escriben o
mandan escribir se inserta. Pero, por
otro lado, también ha llevado a una
renovación indudable en el estudio de
los textos, crónicas, su circulación, su
ordenación y archivo, etc. Esa primera
parte del libro no escatima tiempo ni
espacio, con más de 140 páginas, a un
riguroso análisis de todos estos aspectos,
si bien es cierto que se cuenta en este
caso con unos fondos de archivo privilegiados por su riqueza, los del Archivo
de la Corona de Aragón. Detrás sigue la
segunda parte, núcleo central del libro
con casi 190 páginas destinadas a las
personas. Primero han sido los instrumentos, por tanto, y ahora los individuos. Quiénes son, en qué tipo de responsabilidades, con qué relación y
proximidad al rey o a los objetos diplomáticos de los que se ocupan. Se estudia
aquí con detalle lo que, por otro lado,
ya intuíamos: lazos de fidelidad, despliegue geográfico de los enviados regios, embajadores y correos, el papel de
los mercaderes y otros informantes, y la
circulación de todos ellos. El resultado
es un Jaime II muy bien informado y
capaz de actuar con eficacia, aunque no
tenga esa red diplomática estable a la
que tanta relevancia dan los modernistas para delimitar una cesura, en el siglo
XV, a partir de la cual se considera
adecuado hablar de «historia de la diplomacia». La tercera parte del libro
(poco más de 160 páginas) enlaza a su
vez con la anterior de manera natural:
la diplomacia es un asunto que atañe al
monarca, a la política del rey —tanto
hacia los horizontes exteriores como al
interior de la compleja realidad política
de la corona aragonesa—; pero también
es asunto de las diversas fuerzas sociales
e instituciones del reino, incluidas las
ciudades de mayor relevancia económica y peso social, Barcelona en particular. Y es asunto asimismo de la familia
regia y de los intereses dinásticos, cuyo
objetivo es consolidar el poder de la
corona y, además, asentarse en la «gran
familia» de la realeza europea.
Así pues, como primera aproximación, me parece interesante poner de
relieve ese hilo conductor que el autor es
capaz de establecer y seguir, que identifica la diplomacia como un utillaje técnico, primero, dotado de unos instrumentos donde el valor de lo escrito adquiere
una relevancia singular. Pero es también,
segundo, una práctica política sobre la
que se sostiene la construcción de la
corona y de sus líneas de acción esenciales, tanto hacia adentro como hacia afuera de sus espacios de control directo. Y
finalmente es una tarea que atañe a la
familia regia al completo, a las fuerzas
sociales y a las instituciones de la corona,
conectadas ahí en proyectos y objetivos
comunes, algo que para el complejo
ensamblaje político de la corona de
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Aragón tiene una especial relevancia.
Cabe, con todo, detenerse un poco más
en algunos elementos de cada uno de
esos tres bloques.
La primera parte del libro plantea
una especial atención al aparato escrito,
con todo lo que ello conlleva, desde la
redacción hasta la conservación, pasando por las distintas posibles operaciones: tipos documentales, disponibilidad
de la documentación, financiación del
sistema. Resulta de particular interés el
esfuerzo de contextualización del documento, que permite al autor verificar
una lógica general en el control de los
usos de la documentación relativa a la
diplomacia y plantear eso que podemos
llamar la diplomacia archivada: «memoria activa del poder real», la llama el
autor. Hay una política general, y eficaz, de conservación y de utilización de
la documentación para defender los
intereses de la corona; el embajador
prepara su embajada «con» el archivo y
el archivo puede responder a lo que el
embajador requiere o a lo que los embajadores de fuera, que han acudido a la
corte, plantean. Péquignot estudia con
detalle lo que podemos considerar el
«uso de la memoria», porque el objetivo
del archivo real es ese, conservar memoria. En este cuidado análisis de la documentación y del uso que se hace de
ella solo cabe, en mi opinión, una mínima reserva, relativa a la forma de
designar la lengua. Que un documento
esté escrito en «lengua castellana bajo la
forma aragonesa», o directamente en
«castellano» cuando muy probablemente (por el contexto aludido) será aragonés, es un equívoco innecesario. Los
romances hispánicos tienen nombres
concretos que reflejan realidades lingüísticas específicas, y la filología ya ha
831
establecido hace tiempo que el castellano y el aragonés —y máxime en el siglo
XIII— se distinguen con claridad. Los
documentos de Jaime II estarán claramente en latín y en catalán, pero cabe
dudar de que lo estén en castellano, o
en ese castellano indicado. Lo estarán
seguramente en romance aragonés. Sin
que ello desmerezca el valor de lo analizado, convendría quizá aplicar aquí el
mismo rigor que el autor ha utilizado
de manera impecable en todo lo demás.
Todavía dentro de esta primera parte del libro, y en una necesaria selección
de aspectos prioritarios, cabe resaltar el
peso que la diplomacia supone en las
finanzas regias. Es un apartado muy
interesante. Las dificultades aquí son
considerables y el autor se centra más
bien en los gastos que puede valorar,
que no es poco, ocasionados por la diplomacia. Y ello nos lleva a diversas e
interesantes reflexiones. Es evidente, en
este sentido, que no se puede plantear
una previsión de presupuesto, ni para la
diplomacia ni para casi nada en las etapas que interesan aquí. Por eso se depende de los propios fondos que adelante el embajador de turno, de peticiones
extraordinarias, del apoyo de las ciudades implicadas en el asunto que corresponda y de envíos posteriores para que
el embajador subsista y mantenga el
ritmo de vida adecuado para la representación que ostenta. Resulta significativo, por otro lado, que sean gastos tan
ligados todavía al tesorero del rey o al
maestre racional, o que se pueden adscribir a questias. Es decir, son gastos que
atañen al rey mismo, a «lo suyo», porque hasta las questias entran en la lógica
de subsidios percibidos del realengo, no
de la totalidad del reino. No hay duda
de que la dimensión del gasto implica
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una inventiva financiera y la diplomacia
es fermento de experimentación en este
sentido (pág. 169), pero está claro que a
finales del siglo XIII los márgenes de
acción en este sentido son todavía estrechos, si no se sale del estricto ámbito de
lo que al rey compete. Ello encaja muy
bien, claro, en la posterior afirmación
de Péquignot (pág. 171) de que la diplomacia de Jaime II representa al rey,
no a la corona o a sus territorios. Habrá
que esperar, sin duda, a más entrado el
siglo XIV, para que los reyes puedan
insertar la diplomacia entre las necesidades «del reino». Así ocurre, quizá, en
otros reinos vecinos, como Navarra,
donde las ayudas extraordinarias, acordadas en cortes, en la segunda mitad del
siglo XIV, pagan esas necesidades «del
reino» que incluyen, además de otras
cosas, la práctica diplomática. Pero luego
veremos que esta potente diplomacia de
Jaime II es también, en el tránsito al
siglo XIV, un poderoso elemento de
cohesión política para la corona.
La segunda parte del libro, como ya
se ha avanzado, se ocupa de las personas
y se plantea como elemento nuclear de
este estudio. El análisis de 233 misiones
diplomáticas claras, cuyo personal (349
individuos) el autor ha rastreado prosopográficamente (y este material se adjunta en el CD-ROM), lo que permite
diversas aproximaciones complementarias entre sí, tanto de tipo cuantitativo
como cualitativo. Quiénes son, en calidad de qué, con qué relación con el rey,
cómo se han formado, para cuáles misiones… son algunas de las preguntas
importantes. El estudio de personas y
misiones es ciertamente exhaustivo,
poniendo de manifiesto varias cuestiones, como la existencia de un núcleo de
verdaderos especialistas, «profesionales»
de la acción diplomática, expertos en
temas concretos, o en ámbitos geográficos específicos o en tipos de negociación:
derechos sucesorios, treguas o paces,
matrimonios, mediación, etc. La mayor
relevancia de todo esto es que, por un
lado, implica una forma de ejercer el
poder regio basada en líneas políticas
uniformes, en una continuidad y una
proyección previa. Péquignot visualiza
en esta etapa una especialización y tecnificación que B. Guenée situaba en una
fase que se iniciaba en el siglo XIII e iba
hacia el XV; se adelanta así la cronología
e incluso el espacio de desarrollo de la
diplomacia, cuyas novedades siempre
situábamos en el escenario italiano.
Se estudian los individuos, pero
también la embajada en sí, como «micro-sociedad en movimiento». Con las
limitaciones que las fuentes imponen, se
plantea una dimensión material que
incluye el viaje, el desplazamiento e
itinerario y la estancia en la corte ajena.
Es aquí, quizá, donde se da razón del
título de este libro: «En nombre del
rey». A pesar de todas las limitaciones
que el autor adjudica a esta rica documentación, él es capaz de explicar también, de manera precisa y bien argumentada, la puesta en escena de la
misión diplomática. Se trata de ese conjunto de actos donde el embajador representa, ciertamente, la voz del rey;
donde tiene que defender sus intereses y
derechos ante un interlocutor de igual
rango al de su señor. Llegar ahí ha implicado un considerable esfuerzo de
escritura (que nos lleva de nuevo a la
relevancia de la primera parte del libro),
que se complementa con la reiterada
correspondencia entre ambos una vez
iniciada la misión. Pero la tarea implica
un margen de maniobra difícil de calcu-
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lar, un espacio de interpretación propia,
un ámbito de juego político impredecible, porque no es posible prever todas
las posibles respuestas de ese interlocutor. Entra ahí en juego la habilidad del
embajador pero sobre todo el grado de
intimidad que tiene con su rey; la medida en que puede «usar» (pág. 306) la
palabra del rey. La complejidad de la
negociación a distancia es evidente y
queda bien demostrada en estos apartados de la segunda parte del libro. Este
análisis permite al autor proponer, nada
menos, una nueva periodización de la
historia de la diplomacia medieval (pág.
353). Se parte así de una verdadera
«revolución escrituraria», con la potente
irrupción de lo escrito como conciencia
del valor de la palabra del rey; ello requiere una serie de hombres especializados en la diplomacia, respaldados por
fuertes lazos (fidelidad, servicio, etc.)
con el rey, comprometidos con su palabra y con su honor, y dotados de una
precoz percepción de lo secreto frente a
lo público. Todo ello adelanta al tránsito al siglo XIII fenómenos que la historiografía ha estudiado para el siglo XV,
y cuestiona seriamente la idea de que el
desarrollo de la diplomacia va ligada
exclusiva o preferentemente al establecimiento de embajadas permanentes.
La tercera parte del libro se dedica
al análisis de las prácticas diplomáticas
del propio rey, hacia el interior de la
corona, por un lado —resolviendo conflictos internos, negociando impuestos,
por ejemplo— y hacia fuera de la misma, participando de manera directa, o
culminando, la gestión de sus embajadores. Es decir, el rey está tan bien pertrechado para la diplomacia frente a
cualquier posible interlocutor —un rey
extranjero, las cortes, las ciudades o el
833
clero de su propio territorio— como
para cualquier otro aspecto de su ocupación política. Pero hay matices dignos
de consideración y se verifican aquí con
cuidado; hay poderes que pueden desarrollar una diplomacia externa perfectamente legítima y ajena a la regia, y
ambas pueden complementarse y ayudarse mutuamente. Las intervenciones
del monarca son muy claras: defiende la
justicia para sus súbditos dentro y fuera
del reino, denuncia cualquier clase de
iniquidad que detecte y, sin duda, es el
último recurso de protección al que
pueden recurrir sus súbditos. Dicho de
otro modo, la diplomacia también es vía
para que el rey manifieste una serie de
atributos esenciales del poder soberano,
que lo sitúan en diálogo con sus súbditos y lo prestigian. Por tanto, la consecución de la acción diplomática no es
una simple materialización de la voluntad del soberano, es además una parte
esencial de las relaciones internas de
poder, en el seno de la corona.
En este tercer bloque se analizan los
otros poderes en liza y sus opciones
diplomáticas, esencialmente las ciudades y los poderes eclesiásticos. Se dedican igualmente varios apartados al análisis de las vistas y demás encuentros
entre reyes o entre el rey y otras personas de alto rango. Considerados un
momento clave en las relaciones entre
dos reinos, plantea el autor que este
tipo de encuentros sigue teniendo una
considerable relevancia en los reinos
hispánicos cuando en el resto de Occidente pasan a un segundo plano. Son la
ocasión para varias cosas que sobrepasan la negociación en sí y que atañen al
relieve público. La solemnidad y protocolo de este tipo de actos, la atención a
un ceremonial estudiado y bien diseña-
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do, la cuidada parafernalia exterior, la
forma en que asocian a los súbditos a
los actos públicos, representa una forma
de manifestación ostensible —ante el
correspondiente interlocutor— de la
unidad política sobre la que se sostiene
el rey. Aparte de integrar otras fuerzas
sociales e institucionales, la práctica de
la diplomacia tiene facetas que ofrecen
al rey la oportunidad para afirmar sus
prerrogativas (la justicia, la gracia, la
generosidad), así como la ocasión para
expresar públicamente la unidad de la
corona que lleva a sus espaldas y que lo
respalda de forma visible. En un sistema
político tan complejo como el de la
corona de Aragón, la diplomacia contribuye a afirmar los lazos con los otros
poderes de la corona, a fijar alianzas
familiares al servicio de las estrategias
diplomáticas y, sin duda, a cohesionar
los distintos espacios políticos y elementos sociales.
El libro de Péquignot, del que aquí
solo es posible llamar la atención sobre
una mínima selección de aspectos, representa, por tanto, un estudio sólido y
riguroso que, desde este detallado análisis de las prácticas diplomáticas del
reinado de Jaime II de Aragón, no solo
se adentra en los entresijos del juego
político, sino que revisa, ciertamente, la
noción misma de la idea de la diplomacia, y propone una nueva cronología y
un mejor cuestionario de trabajo para
acercarse a la historia de la disciplina.
———————————————————
Eloísa Ramírez Vaquero
Universidad Pública de Navarra
[email protected]
BLUMENTHAL, Debra: Enemies & Familiars. Slavery and Mastery in FifteenthCentury Valencia. Ithaca-Londres, Cornell University Press, 2009, 306 págs.,
ISBN: 978-0-8014-4502-6.
En algunas ocasiones, se ha hecho
notar que la noción de «estudios poscoloniales» posee la virtud de oscurecer las
continuidades actuales de poderes de
raíz colonial. Este hecho habría favorecido, como sugiere el éxito alcanzado en
los medios universitarios anglosajones,
la aceptación académica de un campo
de estudios que, enunciado de otro modo, hubiera levantado probablemente
demasiadas suspicacias. Durante los
últimos años, además, se ha hecho patente una deriva muy significativa que
viene a poner de manifiesto lo justifica-
do de dicha aquiescencia. Partiendo del
rechazo a la imagen de los colonizados
como objetos pasivos del poder y depositando el consiguiente énfasis en su
«resistencia creativa», hemos llegado a
escenarios en los que el dinamismo y la
capacidad de acción atribuidas a los
mismos desdibujan y relativizan la propia dominación. Uno de los temas configurados en este contexto tiene que ver
con la forma más primaria de sometimiento y adquiere, por ello, una relevancia fundamental. Se trata de la denominada slave agency —la iniciativa de
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los esclavos— que, como ha señalado
adecuadamente Walter Johnson, permite introducir, a escondidas, orientaciones
ideológicas bien identificables en el seno
de los estudios sobre la esclavitud.
Merece saludarse, pues, la aparición
de un libro sobre los esclavos y sus amos
en la Valencia del siglo XV que pretende, de forma explícita, intervenir en este
debate historiográfico, discutiendo
abiertamente las asunciones de los estudiosos que subrayan el papel de los
esclavizados como actores históricos. La
obra de Debra Blumenthal, elaborada a
partir de su tesis doctoral, tiene también, entre sus objetivos declarados, el
de cuestionar la idea de que la esclavitud en las sociedades mediterráneas
medievales fue, sobre todo, de carácter
doméstico y artesanal, más «amable» y
«benigna» que la desarrollada en época
moderna. La autora se refiere de un
modo específico a esta arraigada visión
historiográfica, aunque lo cierto sea que
el discurso de autores como Heers y
Bensch, presentando el cautiverio medieval como un proceso tendente hacia
la socialización o la integración más que
a la subyugación, converge fácilmente
con los postulados de quienes sobrevaloran la slave agency.
No obstante, el propósito principal
reconocido por la autora consiste en
indagar las relaciones entre esclavitud y
«raza». A este problema dedica las conclusiones, pese a que los elementos fundamentales de la discusión —los relacionados con la asociación del color de
la piel al estatus de esclavo— solo se
tratan detenidamente hacia el final del
trabajo y no forman una parte esencial
de los contenidos ni de la evidencia
examinada. Hubiera sido, quizá, más
apropiado tratar la cuestión de las «raí-
835
ces medievales del racismo moderno»
en un epílogo y haber elaborado unas
conclusiones más conectadas a los argumentos que se desarrollan a lo largo
del libro. Es verdad, sin embargo, que
el texto se distingue por su claridad y el
rigor lógico de su estructuración. Blumenthal analiza sistemáticamente, a lo
largo de siete capítulos, el ciclo completo de la esclavitud, desde la legitimación de las capturas al «enfranquecimiento», pasando por las operaciones de
venta, el desempeño de labores, la integración en el grupo doméstico y la búsqueda de la liberación.
La legitimación del dominio sobre
los esclavos en la Valencia del siglo XV
se fundamenta en el principio que da
título al primer capítulo: la «buena guerra», la que se lleva a cabo contra los
infieles, enemigos de la Iglesia y de la
corona. Los esclavos procedían de tres
fuentes: de la captura directa en operaciones bélicas o corsarias, de la adquisición a mercaderes o del cautiverio penal
que podía ser impuesto a los musulmanes del propio reino, pero en todos los
casos la ratio última que legitimaba la
esclavización residía en la naturaleza
infiel del sujeto, extendida en la práctica
a los cristianos greco-ortodoxos, y juzgada como evidente en el caso de canarios
o subsaharianos a causa de su aspecto
físico. Ahora bien, si todos los infieles
eran potencialmente reducibles a cautiverio, la esclavización sistemática no era
deseable ni conveniente en el caso de
aquellos sometidos al rey de Aragón o de
quienes obedecían a autoridades vinculadas a este por medio de tratados de
paz, en condiciones de reclamarlos. Así,
cuando los cautivos eran el resultado de
acciones directas, su captura debía validarse a través de las confesiones en la
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corte del baile general del reino. Para la
autora se trata de «algo más que maniobras calculadas» por medio de las cuales
dicho oficial «podía ejercer su autoridad
y obtener más rentas», destacando la
existencia de una preocupación «casi
patológica» por asegurar que el esclavo
admitiese la legitimidad de su condición.
Había que hacer de él un enemigo declarado de la Iglesia y de la corona.
Sin embargo, Blumenthal observa
que los griegos ortodoxos adquiridos a
mercaderes eran calificados, también,
como cautivos de bona guerra (y podríamos añadir que los musulmanes del
reino esclavizados por causas penales
solían homologarse al resto mediante el
uso de dicha expresión). En el segundo
capítulo, dedicado a las ventas de los
esclavos, se pone de manifiesto un aspecto crucial en la certificación del cautiverio, como lo es el pago de la quinta
del rey, que la autora no integra en su
definición del principio de la «buena
guerra». Significativamente, esta tasa se
aplicaba tanto a las personas capturadas
de forma directa como a las traídas por
los mercaderes, que durante la segunda
mitad del siglo XV acabarían superando a las primeras. Si la expedición del
único título aceptado como probatorio
de la condición de esclavo no solo se
supeditaba al trámite de la «confesión»
(en el que los cautivos, desconocedores
del procedimientos y del lenguaje, ya
tenían «las cartas en contra»), sino
también, inexcusablemente, al pago
formal de la quinta, es evidente que, en
la legitimación del cautiverio, el reconocimiento de la autoridad regia juega
un papel más determinante que la supuesta procedencia del sujeto.
La autora centra su atención, más
bien, en el contraste entre la venta ofi-
cial —pública— del cautivo y las reventas e intercambios privados de esclavos entre hogares. En Valencia no
existía un «mercado de esclavos» en
sentido físico, por lo que las ventas entre particulares se resolvían, necesariamente, con la mediación de los agentes
llamados corredors d’orella. El hecho de
que los esclavos fuesen consultados por
sus compradores potenciales e, incluso,
sometidos a períodos de prueba, parece
hacer de ellos participantes activos en
sus reventas, con cierta capacidad para
moldearlas, si bien la autora advierte
con gran sensatez que la frecuencia de
las referencias a dueños que amenazan o
golpean a sus esclavos (cita constantemente casos de apaleamiento) sugiere
que «la mayoría de los esclavos eran
vendidos a amos que no eran de su elección». O quizá, podríamos añadir, que
la pequeña capacidad de influir en sus
ventas, eventualmente ejercida por los
cautivos, resultaba irrelevante ante la
generalización del maltrato como exhibición necesaria del dominio total
reservado a los amos de esclavos.
Uno de los argumentos más interesantes del libro reside en su impecable
demostración de que los esclavos no eran
ni meros símbolos de estatus ni, mucho
menos, simples domésticos sometidos a
ligeras exigencias laborales. Su fuerza de
trabajo se aprovechaba al máximo: en el
hogar, en el campo y en el taller, muchas
veces en los tres ámbitos, a lo largo de
diferentes momentos del año y según lo
requerían las necesidades de los dueños.
Si no se les podían señalar tareas, siempre podían ser alquilados. De hecho,
nobles y ciudadanos solían ceder cautivos
a artesanos y campesinos a cambio de un
estipendio. Blumenthal coincide, pues,
con las afirmaciones de Bernard Vincent
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que cuestionan el carácter urbano del
esclavismo ibérico, ya que el carácter
polivalente de las asignaciones de actividad no excluía las labores en el campo. No eran raros los campesinos que
compraban o alquilaban esclavos. Si en
el hogar, las cautivas trabajaban junto a
las sirvientas libres, en el obrador los
esclavos se mezclaban con los asalariados, pero en ambos casos se les reservaban las tareas más deshonestas, desagradables, tediosas, peligrosas o exigentes
en fuerza. Así, era frecuente la explotación de la fuerza bruta de los esclavos en
trabajos de carpintería, panificación,
construcción, cardado de lana, etc. Solo
muy excepcionalmente se les encomendaban tareas especializadas que permitiesen el desarrollo de habilidades técnicas.
Se trataba de evitar que aprendiesen
oficios cualificados para bloquear sus
posibilidades de promoción e integración social.
No menos importante es el capítulo
dedicado a la posición del esclavo en el
hogar de los amos. La autora examina
los mecanismos a través de los cuales los
cautivos eran incorporados y considerados miembros del hogar: el bautismo, la
onomástica, la educación, la supervisión
del matrimonio y las prácticas testamentarias. Lo cierto, sin embargo, es
que el bautismo no implicaba ningún
cambio de estatus legal y que la asistencia de los esclavos a misa formaba parte
del deseo de los dueños de exhibir su
dominación. El mismo motivo —más
que ningún supuesto «afecto»— subyace en la asistencia de los amos a las bodas de antiguos esclavos. Por lo demás,
las atenciones relativas a la elección de
cónyuges, en el caso de las libertas, no
era sino una forma de extender indefinidamente el control sobre sus vidas,
837
aun después del «enfranquecimiento».
En conjunto, todas estas prácticas paternalistas, observa Blumenthal, servían
a los amos para naturalizar y legitimar
su autoridad. Pese a las apariencias, no
deben aceptarse, sin más, como pruebas
de integración.
Con todo, la autora acepta que los
dueños concebían y trataban a los esclavos, hasta cierto punto, como miembros
de su familia extensa. Se explicaría así el
papel jugado por estos en las disputas
sobre «honor», ya que al ser considerados miembros del hogar, podían reforzar la reputación de sus amos, aunque
también socavarla. Blumenthal analiza
aquí, particularmente, la participación
de los esclavos en las luchas entre linajes
y los pleitos movidos por las esclavas
que daban a luz, para obtener reconocimientos de paternidad (y la consiguiente liberación) por parte de los
amos. En el primer caso, lo que las evidencias de los esclavos en armas muestran no es tanto su integración o la
afinidad de los mismos hacia sus dueños, como el empleo concreto de cautivos negros para perpetrar asaltos y asesinatos de rivales. Este hecho se explica,
en parte, porque se trataba de tareas
toscas, peligrosas y, sobre todo, por la
intención de aumentar la vergüenza de
la víctima, degradarla al máximo dejándola a merced de las manos más viles
que se podían concebir. La apreciación
de Blumenthal es correcta, sin duda,
dado que en la América colonial española se documentan ejecuciones confiadas a esclavos negros fundadas en el
mismo propósito. Por lo que se refiere a
los pleitos de paternidad, no parece que
pueda afirmarse, en rigor, que las esclavas utilizasen su sexualidad como medio
para asegurar su liberación. Aunque seis
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de diecisiete demandas elevadas a la corte
del gobernador tuviesen éxito, son todos
los pleitos registrados en un siglo (14251520). Era muy extraño que una esclava
se decidiese a dar tal paso y, cuando lo
hacía, sabía que tenía en contra la invalidez de su testimonio frente al del amo.
Parece pertinente cuestionarse, pues, pese
a lo admitido por la autora —que sigue
en este punto, críticamente, a Sally
McKee—, la pertenencia de los esclavos
a la parentela de los amos. Quizá debería
considerarse que en una sociedad como la
medieval, construida —recuerda Joseph
Morsel— sobre la «desparentalización» de
las relaciones sociales, formar parte del
grupo doméstico no implica, necesariamente, asimilarse a familiares o parientes.
Un aspecto clave de la «visión convencional» de la esclavitud en el mundo
mediterráneo bajomedieval reside en su
pretendido carácter temporal y en el
supuesto de que la manumisión era
frecuente, incluso una costumbre a la
muerte del amo. Pero Blumenthal coincide con otros estudios recientes (como
los de Aurelia Martín y Fabienne Guillén) al advertir que no era tan habitual
y que, en todo caso, se hallaba sujeta a
serias condiciones. Aunque las fórmulas
notariales sugieren que todos los esclavos podían esperar, razonablemente, el
«enfranquecimiento» al fallecer el dueño, la consulta de los registros judiciales
revela que los herederos, normalmente,
ignoraban los legados de libertad. Sin
duda, de un modo general, las promesas
de liberación futura, al sembrar la esperanza entre los cautivos, funcionaban
como alicientes para obtener mejores
prestaciones y se utilizaban, por ello, de
forma generalizada. En vida, los amos
podían expedir una carta de llibertat
legalmente vinculante, pero no se tra-
taba de actos de caridad, sino de arreglos negociados. Más de la mitad de las
encontradas especifican que la liberación del esclavo sería efectiva después
de varios años adicionales de servicio
gratuito (de dos a quince) y/o pagando
una sustanciosa tasa de redención.
Además, los dueños retenían el derecho
a anular la carta a causa de la «ingratitud» o la supuesta ruptura de contrato
por parte de un esclavo condicionalmente liberado, cosa que sucedía con
frecuencia. Por su parte, los esclavos
podían acceder a las cortes judiciales
para reclamar el estatus de liberto al
que creían tener derecho a causa de
tales promesas (demandes de llibertat), lo
que conseguían en un 40% de los casos,
si bien en Valencia, por término medio,
solo se elevaban un par de estas demandas al año. Y es que la gran mayoría de
los esclavos no osaba llevarlas a juicio,
puesto que sus dueños contaban con
muchos recursos para evitarlo: la violencia física, la intimidación verbal o el
ofrecimiento de incentivos. Blumenthal
concluye que la posibilidad de acceder a
la corte, concedida en la práctica a un
selecto puñado de esclavos, servía solo
para reforzar la legalidad de la dominación de los amos. Así, lo que a primera
vista parece un poderoso instrumento
con el que los esclavos podían alcanzar
su libertad era, del mismo modo, manejado por sus dueños para mantener a la
gran mayoría de ellos en servidumbre
bajo un aura de justicia y legitimidad.
En la sociedad valenciana bajomedieval, los antiguos cautivos se hallaban
en una posición precaria, expuestos
como estaban a la «reesclavización» (la
manumisión podía revertirse de diferentes maneras) o a la prolongación más o
menos atenuada de la esclavitud en
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otras formas de servidumbre personal.
Con vistas a esclarecer el significado de
la «liberación» para un esclavo, la autora dedica el último capítulo al examen
de los tres actos que demostraban el
estatus de liberto: abandonar el hogar
del amo, trabajar a cambio de un salario
y casarse. En todos ellos se encontraban
grandes obstáculos. Tantos que un número significativo de libertos optaba
por quedarse en casa del patrón, donde
su nuevo estatus podía no ser respetado,
privándoseles de remuneración y llegándoseles a quitar, incluso, la obtenida
trabajando para terceros fuera del
hogar. Tampoco resultaba fácil encontrar empleo en un ambiente en el que
los artesanos libres les consideraban,
por lo general, competidores no bienvenidos, y en el que muchas corporaciones
de oficio les vetaban el ingreso. En estas
condiciones, no son de extrañar las dificultades existentes a la hora de concertar matrimonios «integradores» (esto es,
que no fuesen con otros libertos, con
forasteros pobres o personas de ínfima
condición). En definitiva, afirma Blumenthal, aun cuando los esclavos conseguían recuperar su libertad, su estatus
permanecía inseguro y sus perspectivas
como personas libres no eran normalmente muy brillantes.
La constatación de diferencias significativas entre las experiencias de los
libertos «blancos» y las de los «negros»,
que debían afrontar dificultades más
serias y en condiciones de mayor vulnerabilidad, permite a la autora plantear,
finalmente, el problema de las relaciones entre esclavitud y «raza». Su conclusión tiene bastante de compromiso,
aunque resulta convincente: los ingredientes básicos —las prácticas «racistas»— ya existirían en la Valencia del
839
siglo XV, pero no se combinarían aún
de un modo coherente y sistemático,
como el que tendría lugar con el esclavismo «racializado» de las colonias ibéricas en el Atlántico y el Nuevo Mundo.
Sin duda, el color de la piel complicaba
la vida a las personas en la medida que
se identificaba como un marcador imborrable de vileza, pero el racismo, como ya observó Finley, no requiere necesariamente de dicho estigma. La
emergencia de mecanismos de segregación ajenos (o añadidos) a las barreras
«religiosas» es, indudablemente, un
hecho en la Valencia de la época, e incluso podemos rastrearlos en siglos anteriores, cuando aún no había muchos
negros, pero sí musulmanes conversos.
La acuñación de estereotipos aplicados a
grupos humanos forma parte de este
proceso en el conjunto de la cristiandad
latina, al menos desde el siglo XII, y no
siempre parece adecuada su cualificación «racial». Lo que conviene explicar
es cómo se concebían y utilizaban los
procedimientos de clasificación social
para establecer formas intensificadas de
dominación sobre determinados colectivos. Posiblemente un análisis de este
tipo hubiera permitido a Blumenthal
prolongar la valiosa argumentación que
desarrolla a lo largo del libro y que deja
un tanto de lado en la conclusión.
Por otra parte, se echan en falta estimaciones cuantitativas destinadas a
dotar de magnitud los fenómenos observados: qué representaba numéricamente la población esclava en el conjunto de la ciudad; qué porcentaje de
esclavos elevaban reclamaciones judiciales, etc. Trabajos de relevancia para los
objetivos de la autora no forman parte
de la bibliografía, como el de Antoni
Furió sobre la relación entre esclavos y
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asalariados; el de Antoni Mas, que explora justamente el lenguaje segregador
aplicado a los cautivos en la Mallorca
bajomedieval; o la tesis de Francisco J.
Marzal sobre la esclavitud en Valencia
entre 1375 y 1425 (disponible en red
desde 2007). Cabe mencionar, en fin,
algunos defectos de forma que se aprecian claramente en los mapas, en localizaciones geográficas y transcripciones, o
en el manejo, un tanto descuidado, de
la toponimia y la onomástica locales.
Se trata, en cualquier caso, de observaciones críticas de orden menor, que
no deslucen la valoración general de un
libro bien construido, hecho con oficio y
sobriedad, lleno de aciertos. Como el
modo en el que la autora hace evidente
la importancia de las diferencias de género en el análisis histórico de la esclavitud.
Y sobre todo, la honestidad con la que
sortea los peligros de la teoría poscolo-
nial y la slave agency, cuyos argumentos
no esquiva ni oculta. Los somete, por el
contrario, a un examen sistemático en el
que contrapone lo que puede parecer a
simple vista, si se efectúa una lectura
superficial de los documentos (tareas
ligeras, elección de amos, manumisión
rápida, integración fácil, afecto de los
dueños, etc.), y la descripción más realista, sombría y grávida de dificultades,
que se obtiene de un análisis detallado
de la rica evidencia proporcionada por
los archivos valencianos: a closer reading,
a further analysis son las expresiones de
discrepancia que jalonan de forma repetida, muy significativamente, el discurso
de Debra Blumenthal. En definitiva, una
obra que mejora de forma considerable
nuestro conocimiento de las prácticas
esclavistas en el corazón de las dinámicas
sociales que preludian la dominación
mundial de Occidente.
——————————————————–—–—–— Josep Torró
Universitat de València
[email protected]
BROGGIO, Paolo: La teologia e la politica. Controversie dottrinali, Curia romana
e Monarchia spagnola tra Cinque e Seicento. Florencia, Leo S. Olschki Editore,
2009, 222 págs., ISBN: 978-88-222-5887-8.
La historia de la teología en España
está de enhorabuena con la publicación
de este espléndido libro dentro la sección de Estudios de la Biblioteca della
Rivista di Storia e Letteratura Religiosa,
dirigida por Mario Rosa, comparable en
España a la labor que hace el Corpus
Hispanorum de Pace. El autor del libro es
Paolo Broggio, profesor en la Universidad de Roma, especialista en Historia
de las Misiones y, en particular, de la
Compañía de Jesús. Se trata de un profundo estudio, serio y bien trabado, con
bibliografía actualizada y con documentación inédita proveniente de archivos
vinculados con la teología, como el
Archivo de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, los de los dominicos,
franciscanos y jesuitas, y el Archivo
Secreto Vaticano entre otros.
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RESEÑAS
Se trata ante todo de un novedoso
estudio de la relación entre teología y
política y cómo interactúan mutuamente en un período fundamental para la
formación de Europa, y cómo los teólogos españoles intervinieron en el debate
teológico desde la plataforma de la política que les confería su autoridad y
prestigio tanto dentro de los consejos
como en las universidades. Lo que pretende es radiografiar las relaciones entre
la doctrina teológica y la acción política,
es decir, el modo por el que las cuestiones teológicas se convirtieron en luchas
políticas «politizándose».
El libro se compone de cinco capítulos y siguen un orden cronológico de
las disputas teológicas. Aunque parecen
independientes están unidos por temas
nucleares, la cuestión de la enseñanza
teológica y la acción de Dios sobre el
hombre a través de la gracia. El primero, «Strategie culturali e rapporti politici». (págs.1-44), analiza la actuación
docente de los jesuitas y dominicos a
través de sus centros de enseñanza teológica y cómo se debate sobre la fidelidad o no a la doctrina tomista, así como
la importancia de Roma frente a la periferia. El segundo capítulo, «L´ausilio
della grazia e la libertà umana: l´avvio
delle grandi dispute intraecclesiastiche»
(págs. 45-82), es un detallado estudio de
cómo las diferentes escuelas (Lovaina,
jesuitas, dominicos) tratan la cuestión
irresuelta tridentina de la gracia y la
libertad, entrando en detalle en la opción
molinista y los ataques en general contra
la Compañía por el tema de la «ciencia
media». El capítulo tercero, «La controversia De auxiliis tra Madrid e Roma»
(págs. 83-130), trata de cómo se buscó
una solución a un problema teológico
teniendo como mayor consecuencia la
841
pérdida paulatina de influencia española
sobre la corte romana. El capítulo cuarto, «“Definir la firme verdad católica”.
Papato e Monarchia ispanica dalla controversia De auxiliis alla disputa
sull´Immacolata Concezione (16071615)» (págs. 131-170), es el que mejor
cumple con los objetivos previstos por el
autor, pues se adentra en la política de
Felipe III menudeando en las actuaciones del confesor Aliaga, el valido Lerma
y en general la corte española con el fin
de conseguir imponer en Roma una política inmaculista. En el plano político,
sobresale el juramento de las Órdenes
Militares a la Inmaculada, precisamente
en un momento en que se va perdiendo
influencia política sobre Roma.
El capítulo quinto, «La disputa
sull´Immacolta Concezione tra fuori
popolari, identità politiche e arte della
mediazione» (págs. 171-204), analiza
cómo la presión española teológica se
trata de imponer en Roma y cómo
cuenta para ello con escotistas como el
franciscano irlandés Lucas Wadding. Al
final, gana Roma porque se convierte en
árbitro de las disputas teológicas y políticas. Me permito tan solo hacer tres
pequeñas observaciones. Creo que es
necesario subrayar más el importante
papel de Domingo de Soto como teólogo clave en la defensa de la teología
escolástica así como reformador de la
misma (acaso por su formación parisina
tan común en los teólogos españoles
como demostró Villoslada) y como gran
postulador de un pensamiento político
(Brufau Prats). Se echa en falta en la
bibliografía y en general en el libro los
trabajos de Miguel-Anxo Pena González sobre la Escuela de Salamanca.
Hubiera venido muy bien en la introducción unas páginas sobre historiogra-
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fía del temado abordado en la publicación. Se trata, pues, de una gran aportación y seguramente el autor seguirá
por este camino para enriquecer la débil
línea investigadora sobre la historia de
la teología en España.
———————————————————
Enrique García Hernán
CSIC
[email protected]
FORTEA PÉREZ, José Ignacio: Las Cortes de Castilla y León bajo los Austrias. Una
interpretación. Valladolid, Junta de Castilla y León, 2008, 384 págs., ISBN:
978-84-9718-561-5.
En buena medida, las grandes aportaciones de la historiografía de las cortes
de Castilla han estado vinculadas a los
momentos cenitales de nuestra historia
constitucional. En efecto, el «doceañismo» es en gran parte incomprensible
sin las aportaciones de Martínez Marina
y de Sempere y Guarinos; como también lo es la Restauración, vinculada a
la obra de Manuel Colmeiro. Esto viene
a cuento para contextualizar la obra
investigadora de José Ignacio Fortea en
el ámbito del estudio de las cortes de
Castilla, en el sentido que su obra es
inseparable de un periodo histórico (el
inmediato a la Transición) y de un grupo de historiadores (Tomás y Valiente,
Thompson, Fernández Albaladejo, Gil
Pujol, González Antón, Bermejo Cabrero, Pérez Prendes y tantos otros) que en
la década de los ochenta y noventa efectuaron —y siguen todavía realizando—
una revisión de la historia de nuestra
asamblea representativa a un nivel que
fue bien definido por Jago como «revolución historiográfica».
Desde esa época, Fortea viene realizando importantes aportaciones sobre las
cortes del periodo de los Habsburgo,
convirtiéndose en mi opinión en el autor
de referencia en temas tan trascendentes
como, por ejemplo, el de la negociación
de los Millones y todas sus complejas
derivaciones políticas, financieras e institucionales. El libro que comento es un
buen ejemplo de lo señalado. Además,
frente a algunas misceláneas quizá forzadas, esta de Fortea presenta un requisito
que creo esencial para su viabilidad: el
conjunto es en sí mismo novedoso al
presentarnos una temática (las cortes) en
un periodo perfectamente delimitado
(todo el periodo de la dinastía Habsburgo, desde las cortes de Valladolid de
1518 hasta la liquidación del sistema en
1698). La obra se articula en torno a
ocho capítulos (la mayoría publicados en
fecha relativamente reciente, de ahí su
enorme vigencia) y a una excelente introducción y una mejor conclusión. Vayamos por partes.
El primero, «Las Cortes de Castilla
en la encrucijada del Imperio (15181536)», fue publicado en 2001. Carlos
V convocó en quince ocasiones a las
cortes (de ellas, nueve tuvieron lugar
desde su llegada a Castilla en 1517
hasta 1534). Durante ese periodo cabe
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destacar varios fenómenos. En primer
lugar, la escasa presencia de la nobleza
y del clero en las cortes, siguiendo una
línea inaugurada por Juan II y consolidada por los Reyes Católicos tras las
cortes de Toledo de 1480. Asimismo, el
mantenimiento de los criterios para la
elección de los procuradores, la pugna
entre la corona y las cortes por la negociación de los servicios o prestaciones
fiscales y la respuesta a los capítulos del
reino (que se decantó a favor de las tesis
de la Monarquía: primero el servicio,
después las peticiones) y el problema
del encabezamiento de alcabalas y su
negociación en el marco de las ciudades
con voto en cortes, que condujo a la
escritura de 1536 y el primer encabezamiento general. Este capítulo se completa con una importante reflexión en
torno a la historiografía sobre la decadencia o no de las cortes durante el
reinado del emperador Carlos a partir
de las tesis clásicas de Martínez Marina,
Colmeiro, etc. En la actualidad, con una
mejor perspectiva historiográfica, todos
los especialistas son casi unánimes en
sostener la importancia de la asamblea
representativa, especialmente en el terreno de la fiscalidad.
El capítulo segundo reproduce un
estudio publicado en 2001 bajo el título
«Toledo, 1538: ¿Unas Cortes de las
ciudades? (1537-1555)». Desde el estudio clásico de Sánchez Montes («Agobios carolinos y ciudades castellanas»),
las cortes convocadas por Carlos V en
Toledo para 1538 y 1539 se han convertido en un lugar de encuentro de la
mayoría de los historiadores de la Corona de Castilla. En este sentido, Fortea
sintetiza perfectamente tanto el contenido como la significación de esta trascendental reunión de cortes. En efecto,
843
analiza en profundidad la razón última
del debate surgido entre la corona y la
nobleza en torno al proyecto carolino de
implantar una sisa general, cuyo fracaso
condujo al rechazo de la nobleza como
interlocutor en cortes. Una vez más —en
mi opinión— queda claro que este alejamiento fue la conclusión de un fenómeno decantado desde hacía mucho tiempo (quizá desde la mitad del siglo XV),
aunque acelerado por la práctica de los
Reyes Católicos y del propio emperador
Carlos tras las primeras cortes celebradas en Valladolid (1518). En definitiva,
la conclusión de las cortes de 15381539 fue que la asamblea representativa quedó reducida definitivamente a un
diálogo (casi siempre tenso) entre la
corona y un reducido número de ciudades con el privilegio de sentarse en las
cortes, así como la tendencia a la polarización de las negociaciones en torno a
las urgencias fiscales de la corona, en un
contexto hacendístico en el que las prestaciones de las cortes se erigieron en
capitales para el sostenimiento de las
finanzas del Emperador.
El capítulo tercero fue publicado
inicialmente en 1998 con el título «Crisis y nuevo comienzo. Las primeras
Cortes del reinado de Felipe II (15581571)». En este estudio, Fortea confirma que es el mejor conocedor de los
procedimientos de negociación fiscal
entre las cortes y Felipe II. En él analiza
un aspecto hasta ahora poco conocido:
el papel de la asamblea representativa
en el marco de la bancarrota (¿regulación del mercado de deuda?) de 1557 y
las decisiones adoptadas en 1560. Pese
a la escasa documentación disponible
para la reunión de cortes de 1558 (Valladolid) y 1559-1560 (Toledo), Fortea
estudia la situación de enorme debilidad
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de la real hacienda, con unos niveles de
deuda y de situado absolutamente insostenibles. Tras analizar los diferentes
arbitrios propuestos para el saneamiento de las cuentas regias, se estudia la
posición de las cortes en el programa
fiscal de la corona. Pese a las continuas
discrepancias, las cortes de este periodo
(1558-1571) terminaron aceptando las
tesis de la Real Hacienda, aunque siempre los procuradores castellanos recordaron a la monarquía el ámbito competencial exclusivo que en materia fiscal
asistía a la cortes, especialmente en el
marco de los servicios, el encabezamiento y en cualquier nuevo arbitrio.
El capítulo cuarto, «¿Impuestos o
servicios? Las Cortes de Castilla y la
política fiscal de Felipe II (15731598)», fue publicado en 1991 bajo el
título «The Cortes of Castile and Philip
II's fiscal policy». Se trata de un estudio muy cuidado con un análisis muy
sintético acerca de la política fiscal diseñada por Felipe II en el marco de la
asamblea representativa de Castilla.
Partiendo de los precedentes del reinado de Carlos V (encabezamiento de
1536 y generalización de los servicios
extraordinarios a partir de 1538), el
autor efectúa un recorrido en el debate
fiscal en cortes que convergerá en el
primer servicio de Millones negociado
en 1590. En efecto, a diferencia de las
épocas de los Reyes Católicos y del emperador Carlos (presididos por un relativo equilibrio entre las prestaciones
fiscales de las cortes y las demandas
financieras de la corona), Felipe II inició
su reinado con la pesada herencia de un
sistema fiscal en crisis, derivado de una
deuda insostenible y de un sistema fiscal con evidentes síntomas de agotamiento técnico. Ello condujo a unas
relaciones tensas entre la Monarquía
(deseosa de introducir dolorosas reformas) y las ciudades con voto en Cortes
(opuestas a los objetivos de la Corona).
Tras analizar con detalle las tensiones
surgidas en la negociación de los encabezamientos del periodo 1578 y 1595
(que se proyectaría hasta 1610), el autor se centra en el estudio de un aspecto
esencial de las relaciones entre Felipe II
y las cortes: la introducción de los Millones en 1590 y, sobre todo, la famosa
«escritura» de los quinientos cuentos de
1596, que vino a confirmar algo que se
venía aplicando desde la época de Carlos
V (o quizás antes): que las ciudades gozarían de libertad de medios para recaudar los cupos fiscales. No obstante, como
observa bien Fortea, las tensiones negociadoras fueron una constante. Un aspecto, por último, bien cuidado en este estudio es el relativo a los votos en cortes,
tanto los consultivos (propios de las cortes y de los procuradores), como los decisivos (emanados exclusivamente del imperio de las ciudades), y su implicación
en los mecanismos de financiación fiscal
que —a la larga— confirmó el protagonismo institucional de las ciudades con
voto en cortes.
En quinto lugar, se publica un estudio de 1993, «La promoción del reino
junto en Cortes (1601-1621)», que
constituye la única referencia al reinado
de Felipe III, aunque es de importancia
porque alude a temas centrales (reubicación del papel institucional de las
cortes) luego desarrollados a partir de
Olivares. El estudio se inicia con un
nuevo debate: la ciudad de León se
resiste a remitir el valor de las sisas de
toda la jurisdicción provincial. El panorama era el mismo en la mayoría de las
ciudades con voto en cortes. En defini-
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tiva, una vez más, el problema radicó
en las conflictivas relaciones entre las
ciudades y la real hacienda por la administración de los Millones. Fortea clarifica cuál era el fondo del problema, que
no era otro sino el replanteamiento del
papel de las cortes, no solo ante la corona, sino sobre todo ante las ciudades en
el contexto de los sucesivos servicios
otorgados durante el reinado de Felipe
III. Tras analizar los sucesivos Millones
concedidos a partir de 1601, el autor
insiste en el problema de la administración de los servicios como elemento
esencial para comprender el sistema
derivado de los Millones, especialmente
en el marco de clarificación de competencias entre las mismas cortes y las
ciudades con todas sus implicaciones
jurisdiccionales. La conclusión final es
que las controversias y debates en torno
a los Millones condujeron a una revisión
de la propia estructura administrativa
del reino durante el reinado de Felipe
III, especialmente evidente en los conflictos entre rey, reino y ciudades.
El capítulo sexto («“Necesitas caret
legem”: Olivares contra las Cortes,
1621-1643») parte de que el programa
de reformación general iniciado en
1621 con la llegada al trono de Felipe
IV tuvo su inevitable proyección en las
cortes. En efecto, el crecimiento del
papel institucional de la asamblea castellana a partir de los Millones y los costosos y lentos procedimientos de negociación heredados se erigieron en un
límite que debía superarse en el seno
del nuevo espíritu de reformación de la
Monarquía. En efecto, las primeras
cortes convocadas en mayo de 1621
evidenciaron que el papel reservado a la
asamblea representativa en el programa
de reformas fiscales era desde la pers-
845
pectiva de la corona muy limitado,
cuando no nulo. Para Olivares el objetivo era crear nuevas fórmulas de renta
desde el bolsillo de los privilegiados y,
más en concreto, la implantación de un
sistema de erarios que dinamizaran el
sistema de pagos de la monarquía. Este
proyecto de erarios fue rechazado por el
grueso de las ciudades, así como las
posteriores propuestas de capitalización
de los mismos. La clave, para el reino,
fue intentar que dicha capitalización
supusiera la ampliación de los Millones.
La intervención de las cortes en este
asunto fue, de hecho, un fracaso para
Olivares. Ante ello, el Conde-Duque
inició nuevas conversaciones orientadas
a obtener dinero: acuerdos con las cortes y, sobre todo, con los privilegiados
(donativos), así como diseñar otras fórmulas de renta (sal, papel sellado, etc.),
siempre en permanente tensión con las
cortes. El corolario fue que Olivares,
pese a intentar construir una política
propia, tuvo que contar con las cortes y,
en consecuencia, arbitrar medidas para
el control de las decisiones de los procuradores, intentando que prevalecieran
los poderes decisivos. Al final las tensiones provocadas por la política de
Olivares (bien ante los privilegiados,
bien ante las clases populares) fueron
insoportables.
En séptimo lugar, se publica un estudio novedoso: «Las vacilaciones del
sistema (1643-1664)». A partir de los
informes del nuncio Facchinetti, Fortea
realiza una síntesis de la desesperada
situación financiera y política de la Monarquía Hispánica a fines de 1642. Tras
la caída de Olivares, la corona siguió
observando la misma política: intentar
obviar a la comisión de Millones; la reacción de las ciudades fue la lógica: pleitear
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ante el Consejo de Castilla. La corona,
sin embargo, persistió en su deseo de
aumentar el poder del Consejo de
Hacienda, transformando la comisión de
Millones en un mero apéndice del mismo. La protesta de los procuradores fue
inmediata bajo el argumento de que
estas medidas suponían la alteración de
todo el sistema de los Millones. La corona, pese a las protestas, incorporó en
1658 la comisión de Millones al Consejo
de Hacienda, aunque el reino obtuvo la
pequeña satisfacción de que la comisión
funcionara como una sala autónoma
dentro del citado Consejo. En definitiva,
el avance de las posiciones de la Monarquía y sus agentes (tanto de la administración central, como sobre todo de la
territorial) fue extraordinario.
En cuanto a las cortes, desde las primeras convocatorias tras la caída de Olivares (1646), Felipe IV presionó para
obtener el voto decisivo para los procuradores, que posibilitaba abrir la vía para
obviar la presión de las ciudades y, así,
negociar directamente con los procuradores. La resistencia de las ciudades fue inmediata, especialmente cuando —como
se ha indicado— en la reunión de agosto
de 1646 se planteó la vinculación de la
comisión de Millones con el Consejo de
Hacienda. En las posteriores convocatorias de cortes, las tensiones no dejaron de
reproducirse, especialmente en el contexto de la financiación de las operaciones
militares en Portugal, Cataluña e Italia
(prórroga de los servicios) y, más en concreto, en el asunto de las nuevas imposiciones y medios, especialmente con la
subida del vellón. Pese a la complejidad
de los debates y de las resistencias de las
cortes, el hecho fue que la corona obtuvo
lo que podía en función de la situación
económica de los castellanos. Ahora bien,
el corolario de todo ello fue trascendente.
Como sintetiza Fortea, el gran legado de
las cortes de ese periodo fue que la corona
y el reino podían llegar a acuerdos sin
depender de la institución representativa,
esto es, de las cortes.
Por último se reproduce un estudio
que Fortea publicó en 2003: «Las Cortes de Castilla y su Diputación en el
reinado de Carlos II: historia de un
largo sueño». Este trabajo constituye
una excelente síntesis de las razones del
fin institucional de las cortes en 1665.
En efecto, el 31 de agosto de 1665,
Felipe IV convocó a las ciudades para
prestar juramento al príncipe heredero
Carlos. La clave de esta reunión radicó
en que los poderes de los procuradores
serían decisivos. No obstante, el fallecimiento del monarca —en opinión de
la regente— hacía innecesaria la reunión de cortes. El único problema era la
imprescindible prórroga de los servicios;
este obstáculo fue resuelto al margen de
las cortes mediante acuerdos directos
entre las ciudades y la corona. En definitiva, se abría un nuevo periodo en el
que el sistema fiscal que, hasta entonces, había descansado en los acuerdos
entre corona y cortes era sustituido por
otro entre corona y ciudades. Estas, obviamente, en su mayoría asumieron con
rapidez la nueva situación, pese a algunas importantes resistencias iniciales.
Nadie lamentó que las cortes no aparecieran mencionadas por ningún lugar.
En efecto, al margen de las cortes, las
ciudades iniciaron los tradicionales debates y negociaciones con la corona en el
ámbito de la fiscalidad y otras fórmulas de
renta anejas. De hecho, los mecanismos
de negociación a través de las cortes hacía
tiempo que ni satisfacían a las ciudades y,
menos aún, a la corona; esta parapetada
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en el Consejo de Hacienda, aquellas, en la
comisión de Millones. Por otra parte, el
agotamiento técnico de los Millones y la
creciente preeminencia de otras fuentes de
renta más eficaces, implicó —entre otras
causas— el definitivo declive de las cortes
de Castilla. Ello porque en buena medida
el papel institucional de las cortes había
sido ocupado por la Diputación, una institución creada en 1525 y crecientemente
revalorizada con la suspensión de las reuniones de cortes desde 1665. En 1698 la
Diputación fue «suprimida y reformada»,
847
lo que supuso —como afirma Fortea— el
verdadero fin histórico de las cortes.
Solo me queda matizar algo obvio:
el título del libro. Más que de «Cortes
de Castilla y León», debería hablarse de
«Cortes de la Corona de Castilla». Pero,
sin duda, se trata de una concesión a
una entidad editora (la Junta de Castilla
y León), que tanto viene haciendo a
favor de la historiografía española desde
hace ya muchos años. Que lo siga realizando y todos lo veamos.
—————————————————–— Juan M. Carretero Zamora
Universidad Complutense de Madrid
[email protected]
DELGADO BARRADO, José Miguel y LÓPEZ ARANDIA, María Amparo: Poderosos y
privilegiados. Los caballeros de Santiago de Jaén (siglos XVI-XVIII). Madrid, CSIC, 2009, 350 págs. + CD-ROM (601 págs. en formato PDF), ISBN:
978-84-00-08853-8.
Es siempre una buena noticia encontrarse con una monografía dedicada
a las Órdenes Militares en la España
Moderna, pues este es un tema central
de nuestra historiografía, que todavía
adolece de una falta de bibliografía y,
más aun, de una producción capaz de
responder a las importantes preguntas
que el universo de esta institución aún
tiene por responder respecto de nuestra
Historia.
En este sentido, la composición social de las mismas y, lo que es más importante, los procesos de ascenso social
que se dieron en su seno, son aspectos
que por sí mismos justifican toda investigación sobre el tema. Máxime cuando
las Órdenes Militares fueron, sin lugar a
dudas, la institución que mejor personificó o certificó en la Edad Moderna la
nobleza de una familia, toda vez que
eran superados sus, supuestamente,
estrictos filtros de acceso.
No es de extrañar, pues, que los autores se hayan embarcado en este proyecto de investigación financiado por el
Instituto de Estudios Giennenses con
un interés meridianamente claro: ahondar en la historia local del reino de Jaén,
más allá de localismos y de metodologías
descriptivas o ya obsoletas, dos de las
principales características atribuibles a
la historiografía sobre el reino, la cual,
en otro orden de cosas, es un auténtico
erial en cuanto a producción bibliográfica sobre el tema. Y nada mejor para
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ello que adentrarse en los expedientes
de la Orden de Santiago durante la
Edad Moderna. Así, se han analizado
las cincuenta y cinco solicitudes de
hábito que se conservan en el Archivo
Histórico Nacional de caballeros jienenses de la capital del reino. A priori,
puede parecer un número no muy abultado, sin embargo, la masa documental
manejada es lo suficientemente amplia
(miles de folios con una información
riquísima desde el punto de vista cualitativo) como para avalar este estudio.
Desde un punto de vista cronológico, se han cubierto todos los reinados de
los Austrias y los Borbones, destacando
cómo en el de Felipe IV el número de
hábitos para la ciudad de Jaén es muy
superior al del resto (una veintena frente a una media de 4 o 5 por reinado).
El libro presenta una estructura clara y correcta, comenzando por un análisis de las posibilidades de trabajo sobre
las Órdenes Militares en la Modernidad
hispana, resaltando aquellos temas que
aún están por investigar en nuestro país
sobre este importante objeto de estudio,
así como analizando la metodología que
la historiografía actual ha empleado y
sus principales conclusiones.
Tras ello, el estudio entra en profundidad en el análisis de los expedientes de hábito de la Orden de Santiago
referentes a caballeros jienenses, describiendo las fuentes empleadas y la metodología para su estudio. En este sentido, el empleo de una base de datos,
simple pero efectiva (no como otras muchas que no han conducido a nada en
Historia Moderna), ha sido la pieza clave
sobre la que, con mucho tino, los autores
han construido este inteligente trabajo.
Como es lógico, el meollo del libro
lo constituye la exhaustiva investigación
sobre los expedientes de hábito, de los
que se revisa su estructura, así como el
triple papel que juegan, por un lado, los
pretendientes y, por otro, los testigos y
los informantes.
La organización interna de los expedientes, por su parte, pone de manifiesto el papel de estos dos grupos protagonistas, así como el proceso
concreto de averiguaciones en esta
clase de pruebas.
Los autores dedican un quinto bloque de trabajo para establecer las principales conclusiones del libro, estudiando un importante elenco de temas,
que van desde lo social y económico a
lo cultural, como son la utilidad de
esta fuente para el conocimiento de la
historia social del reino de Jaén, el
periodo de realización de los expedientes, los índices de alfabetización, la
demostración de la «nobleza» a través
de los hábitos, los niveles de riqueza de
los pretendientes, la mujer en los procesos, las falsificaciones en las pruebas
documentales, el control social a través
del «rumor» y el «silencio» o la violencia y, por supuesto, el ascenso social
que puede deducirse de este tipo de
expedientes.
Se añade, por último, un apéndice
documental, que resulta muy ilustrativo
de la documentación generada por los
expedientes de Órdenes Militares: certificaciones, declaraciones de los testigos,
correspondencia en defensa de falsas
acusaciones, escritos sobre la falsedad de
las pruebas aportadas, memoriales anónimos sobre los pretendientes, informes
sobre irregularidades, sambenitos…
Entrando en materia, el libro aporta
datos muy jugosos acerca del funcionamiento de los procesos de obtención de
un hábito de Santiago en la España
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RESEÑAS
Moderna y su significado social: avalar
el estatus nobiliario de una familia, casa
o linaje y, por consiguiente, su condición de privilegiada.
Resalta, como hemos mencionado,
la mayor presencia de hábitos en Jaén
en el reinado de Felipe IV, no solo por
lo que respecta a la Orden de Santiago,
sino también por lo que se refiere a las
de Calatrava y Alcántara, coincidiendo
con los mayores agobios hacendísticos
de la monarquía y también con el momento de mayores ventas de mercedes
por parte de esta. Por siglos, el ritmo de
concesión a los caballeros oriundos de la
capital del reino fue favorable al siglo
XVII (28), seguido del XVI (22) y, en
menor medida, el XVIII (5).
Los expedientes y los interrogatorios, previos a la ratificación del hábito
por el Consejo de Órdenes, tuvieron un
modelo común, aunque, conforme
avanza la Edad Moderna (sobre todo, a
partir del reinado de Felipe IV), fueron
incrementando las preguntas del interrogatorio y la exhaustividad de las pesquisas. No fue más que una reacción del
Consejo a la devaluación de esta merced, intentando evitar, infructuosamente, la entrada de advenedizos en la Orden, tal y como resaltan los autores.
Este incremento de la demanda de
hábitos venía motivado por su importancia como medio de ratificar el estatus social nobiliario, sobre todo, en
aquellos casos en que las familias habían
ascendido socialmente por otras vías. La
corona, por supuesto, aprovechó esta
coyuntura para extraer el mayor beneficio económico y, de ahí, el notable incremento de aprobaciones bajo el reinado de Felipe IV. En cambio, el siglo
XVIII en Jaén supone un espectacular
descenso de las concesiones de hábitos,
849
todas las cuales se entregaron a los linajes más poderosos y aristocratizados del
reino como los Coello, los Fernández de
Córdoba o los Sotomayor.
En cuanto a los protagonistas de este estudio, los pretendientes, tuvieron
que demostrar cuatro grados de limpieza: el concerniente a la sangre, el de los
oficios viles y mecánicos, el de nobleza y
el de la legitimidad (es decir, no ser
bastardo o hijo natural). Los solicitantes
responden, más o menos, a las categorías
encontradas por Elena Postigo para el
resto de Castilla: linajes de reconocida
nobleza, grupos en ascenso social (que
buscan ratificar su posición) y miembros
de las élites locales de poder (sobre todo, regidores), a caballo entre uno y
otro grupo.
Por otro lado, los testigos son parte
muy destacada de este trabajo, pues se
han analizado 2.136 casos, compuestos
por personajes de bajo estatus social,
por miembros de la oligarquía local,
parientes y nobles titulados. Como ocurre con los interrogatorios, el número
de estos avanzó a lo largo de la Edad
Moderna conforme se produjo la devaluación de esta merced a lo largo del
Seiscientos, alcanzando medias de entre
20 y 30 testigos, solo superadas por los
expedientes que presentaban algún
problema, que exceden la centena. Los
autores resaltan, coincidiendo con Domínguez Ortiz, Caro Baroja y Enrique
Soria, que su papel fue fundamental en
los derroteros de la concesión de un
hábito, pues de ellos dependía que el
proceso fuese rápido y falto de dificultades, o todo lo contrario.
Tanto es así que fue común en Jaén
la existencia de confesiones por parte de
los enemigos, de memoriales contrarios
al pretendiente, que vertieron acusacio-
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nes de falta de limpieza y complicaron
mucho las cosas. Por ello, fue bastante
normal la presencia en los expedientes
de informes de enemigos y amigos del
solicitante, como también ocurre en el
resto de Castilla.
Como es lógico, los informantes,
encargados de la elaboración de las
pesquisas, fueron otro elemento clave.
Normalmente, salvo en casos excepcionales, trabajaron en pareja y se desplazaron a los lugares de origen del pretendiente y sus ascendientes para
realizar las averiguaciones pertinentes,
comprobar y recabar la documentación
acreditativa de las genealogías. Su labor
se veía dificultada por los testigos, pues,
muchas veces, estos respondían a intereses diversos. A veces, se negaban a firmar las declaraciones, o ni siquiera las
hacían por las presiones de los partidarios del solicitante. Y otras veces difundían rumores, declaraban falsamente…,
respondiendo a intereses de bandos
contrarios al pretendiente. De ahí que
la labor detectivesca de los informantes
fuese un aspecto más que sobresaliente de
su actuación. Por supuesto, ellos mismos
también fueron receptores de múltiples
presiones e intentos de compra de su
voluntad, recibiendo informes, memoriales en contra del solicitante y, en muchas
ocasiones, hasta violencia física.
Mención aparte merecen las falsificaciones documentales, una de las vías
que los autores han podido detectar en
un par de casos, y genealógicas, pues
algunos de los tratados que hacen referencia a las familias jienenses fueron
realizados por profesionales especialistas
en ocultar sus oscuras ascendencias.
En definitiva, toda esta documentación, como resaltan los autores, tiene
unas posibilidades para los estudios de
historia social más que evidentes, sobre
todo, por lo que se refiere a la prosopografía, un método especialmente necesario para conocer estos vericuetos en el
caso del reino de Jaén. No se trata,
insisten ellos, en un mero listado de
nombres y oficios, sino, lo que es más
importante, de desentrañar a través de
los mismos la dinámica social del Jaén
Moderno: los procesos de ascenso social
y sus protagonistas, la conformación de
la élite local y sus características, las
estrategias familiares urdidas…
Sea como fuere, la lectura más destacada que realizan José Miguel Delgado y María Amparo López es la que se
refiere a la definición de nobleza, pues
en los expedientes se establecen una
serie de parámetros donde lo que se
exige es, precisamente, la comprobación
de la misma. Así, no fue baladí la demostración del «vivir noblemente», esto
es, de mostrarse ante la sociedad como
buen caballero, gozando de determinados signos externos, todos los cuales se
constituyen en actos positivos del pretendiente: pertenecer a las instituciones
del poder local, cofradías específicamente nobiliarias, tener una genealogía
impoluta, la posesión de la hidalguía,
de una capilla, de un enterramiento
familiar, donde la heráldica cobraba una
especial importancia, la participación en
fiestas y actos públicos nobiliarios (proclamaciones reales, juegos de cañas,
entre otros)… Pero también tener rentas suficientes para mostrar que se podía vivir como noble, de ahí que la posesión y fundación de mayorazgos,
capellanías y otros patronatos fuese también muy apreciada en estas pruebas.
Lo que está claro es que, pese a la
supuesta exhaustividad de las mismas,
ni un solo hábito de Santiago fue repro-
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bado en la capital del reino de Jaén,
pues aquellas familias que lo solicitaban
estaban ya en muy buena posición para
obtenerlo y ratificar su ascenso social, si
es que lo había. La corona no iba a
echar marcha atrás en las aspiraciones
de estos grupos, de ahí que, pese a la
ilegitimidad en el nacimiento, los ascendientes claramente conversos, los orígenes pecheros o cualquier otra tacha, todos los pretendientes pasaron el corte en
Jaén, demostrando cómo estas pruebas
fueron una ficción, o mejor dijéramos, un
filtro para que no entrase nadie que no
fuese de facto parte de una élite social.
Es de agradecer el CD-ROM que se
incluye con la edición de esta obra,
donde se encuentra un archivo en formato PDF (de más de 600 páginas) con
los expedientes de los caballeros de
Santiago jienenses sistematizados en
forma de ficha. De esta manera, resulta
bastante fácil localizar personajes concretos realizando búsquedas, lo que
siempre es muy útil para el trabajo en
historia social y las reconstrucciones
genealógicas. El CD-ROM se organiza
tanto por dinastías (Austrias y Borbones) como por reinados, lo que facilita
mucho su consulta. La ficha de cada
pretendiente está muy bien organizada,
incluyéndose, entre otros, los datos
relativos a su genealogía (no solo de
padres y abuelos por ambos costados,
sino también de otros familiares consignados en el informe), la propia elaboración del expediente (algunas veces, con
una muy detallada descripción del trabajo concreto de investigación de los
informantes) y, aun más interesante,
851
una recopilación de los testigos que
participan en estas pesquisas, útil para
trabajos posteriores de redes sociales.
Además, se añade un extracto del testimonio de los testigos.
Estamos, por tanto, ante lo que nos
parece una obra bien trabajada desde el
principio, desde las primeras fases de la
investigación, y una obra inexcusable
para entender el mundo de las Órdenes
Militares en la España Moderna, no solo
por lo que se refiere al reino de Jaén,
sino también a Castilla. Este es un gran
acierto de esta monografía, pues no se
queda tan solo en lo local, sino que sus
conclusiones pueden hacerse extensibles
a la Monarquía Hispánica. Sin duda, será
un libro indispensable desde el punto de
vista comparativo para futuros estudios,
a los que también puede prestar un buen
servicio desde la óptica metodológica.
Solo reseñar que quizás podrían
haberse aprovechado más los aspectos
sociales de los pretendientes, cruzando
los datos de los expedientes con otros
trabajos genealógicos, de manera que se
hubiesen desentrañado las redes sociales
en el reino de Jaén y, lo que es más importante, los procesos de ascenso social, a
los que los autores aluden y también
intuyen, pero en los que no profundizan.
Bien es cierto, que, como ellos mismos
indican en el trabajo, se trata de una
primera aproximación al tema, que de
seguro les dará unos excelentes frutos
en próximos estudios, pues la base de
los mismos está muy bien urdida.
En definitiva, una obra altamente
recomendable para el lector interesado
en la Edad Moderna hispana.
—————————————————–———
Raúl Molina Recio
Universidad de Extremadura
[email protected]
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MOREJÓN RAMOS, José Alipio: Nobleza y humanismo. Martín de Gurrea y Aragón. La figura cultural del IV duque de Villahermosa (1526-1581). Zaragoza, Institución «Fernando El Católico», 2009, 497 págs., ISBN: 978-84-7820972-9.
El presente libro es fruto de una labor de investigación de más de diez
años, lo que se aprecia al observar la
detallada sistematización de sus dos
partes, que son a su vez las dos primeras
de la tesis doctoral defendida por el
autor en mayo de 2004 bajo la dirección de Concepción García Gaínza, en
el Departamento de Historia del Arte
de la Universidad de Navarra. Esta
naturaleza de investigación de tesis se
refleja en el número de archivos consultados, cuyas siglas van al inicio del estudio, yendo al final las fuentes impresas y la bibliografía (págs. 459-495),
que preceden a veintiséis láminas de
iconografía del duque, de su familia y
de piezas de arte. Pero aunque lo artístico es el planteamiento básico en el
libro —dado el carácter de mecenas de
don Martín plasmado como es sabido
en el palacio de Pedrola, debido a él en
su edificación (1550-1581) y su contenido artístico—, hay otras luces que se
aportan y que resultan sustantivas para
entender la cultura nobiliaria en la España del XVI. Cultura nobiliaria que,
en diversas realidades y aspectos de lo
librario y, en general del coleccionismo,
precedió al afán erudito del XVII. Así,
en el caso que nos ocupa, sin duda Villahermosa es preludio de tendencias
presentes en mecenas posteriores, caso
de su paisano Vincencio Juan de Lastanosa, el patrón de Baltasar Gracián,
cuya pasión por el saber a través de
objetos y libros fue muy similar. Cabe
recordarse la gran afición común en
ambos por la numismática y medallística, que dieron como fruto la Disertación
sobre las medallas antiguas españolas del
Museo de Don Vicencio Juan de Lastanosa,
que escribió a petición de este Francisco
Fabro Bremundan, hoy manuscrito
6334 de la Biblioteca Nacional, y que
se unieron a los precedentes Discursos de
medallas y antigüedades del propio don
Martín, que va a editar próximamente
nuestro autor, Morejón Ramos, según
otros dos manuscritos de la Nacional, el
7534 y el 12167. Este último fue copia
de Antonio Agustín, muy amigo del
duque, y el cual fue autor de otro tratado al efecto, los célebres Diálogos de
medallas, inscripciones y otras Antigüedades, aparecidos en Tarragona tras la muerte
de su amistad, en 1587. Otra personalidad del círculo del duque, el arzobispo
Hernando de Aragón, escribió asimismo
un Promptuario de las Medallas de todos los
mas Insignes Varones que ha auido desde el
principio del mundo, trasladado al castellano por Juan Martín Cordero y aparecido en Lyon en 1561, por lo que al
menos hubo una tetralogía aragonesa
en este sentido.
Sería interesante estudiar similitudes y diferencias entre las realidades del
coleccionismo artístico, la erudición y
los usos librarios en los siglos XVI y
XVII en Aragón, en los casos de Villahermosa o Lastanosa, y compararlos con
los ofrecidos en otras tierras españolas,
como la sevillana, que se podría ejemplificar en el III duque de Alcalá, Fernando Enríquez de Ribera (1583-1637),
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recuperado historiográficamente por González Moreno (Sevilla, 1969) y más
modernamente en este sentido por
Brown y Kagan, que comentaron sus
colecciones de la casa de Pilatos en un
importante artículo de 1987, («The
Duke of Alcalá: his collection and his
evolution», en The Art Bulletin, vol.
69, n.º 2, págs. 231-255). ¿Se podría
hablar de un modelo aragonés frente a
un modelo andaluz, o las concomitancias son tan grandes que impide hacerlo? ¿Se podría hablar de mayor tendencia a lo erudito-librario en Aragón y a lo
puramente artístico y especialmente
pictórico en Andalucía, o es aparente
esta dicotomía? Asimismo, el desarrollo
de las últimas décadas de los estudios
sobre patronazgo nobiliario europeo,
desde por ejemplo los libros de Mary
Hollingsworth (Patronage in Italy: from
1400 to the Early Sixteenth Century, Londres, 1994) o de Sharon Kettering (Patronage in Sixteenth and Seventeenth Century in France, Aldershot, 2002), permiten
abordar perspectivas continentales diversas y a la vez similares en modos de
representación y usos sociales del poder
desde la atalaya del coleccionismo y las
cortes literarias de la nobleza. Es evidente que desde el siglo XV, con los
procesos de fortalecimiento del poder
real, los linajes nobles encuentran en la
tenencia y exposición de arte una vía de
prestigio frente a su debilitamiento
político-militar (Joaquín Yarza, La nobleza ante el rey: los grandes linajes castellanos y el arte en el siglo XV, Madrid,
2003), y, a su vez, luego, las monarquías
nacionales, tras su consolidación, son
conscientes de los usos sociales del arte
como instrumento de preponderancia,
no solo internamente sino ante sus
iguales europeos, como expuso Fernan-
853
do Checa brillantemente con su Felipe
II, mecenas de las artes (Madrid, 1997).
Centrándonos en Villahermosa, en
su formación humanista, es obvio que
fue determinante el aprendizaje del
latín, italiano y francés, y las nociones
de griego e incluso hebreo que adquirió
con su tío el cardenal Pedro Sarmiento,
muerto en 1541, que le inculcó su amor
por la Antigüedad clásica. Por esta solidez en letras humanas, que siguió cultivando, recibió el conocido calificativo
de filósofo aragonés por parte de Felipe
II, que lo eligió para acompañarle junto
a otros nobles en su viaje a Inglaterra
para matrimoniar con María Tudor, en
1554 —pese al conflicto con el poder
real por la titularidad del condado de
Ribagorza—. Fueron entonces unos
tiempos europeos en su vida pues permanece fuera de España los años siguientes,
participando en primera línea en la jornada de San Quintín —le recordó reiteradamente al monarca que fue el día del
oscense san Lorenzo—. Regresó por fin en
1559, eso sí, junto a dos pintores flamencos que vinieron en su séquito, Pablo
Schepers y Rolan Moys, este retratista
suyo y pintor de relieve que ha sido objeto
de estudio por parte de Morte García en
los años ochenta y noventa. Ya por entonces, en esos años cincuenta, inició y
continuó el acopio de medallas y antigüedades varias, proseguido en sus tierras
aragonesas y que le llevaría a redactar sus
Discursos de medallas... Dado lo atractivo
de su personalidad, esta atrajo ya a José
Ramón Mélida con su Noticia de la vida y
escritos del muy ilustre... como introducción
a su edición —en realidad, «versión»,
como explica Morejón— de los referidos
Discursos (Madrid, 1903) o poco después a
M.A. Moreton, (A playmate of Philipe II...,
Londres, 1915).
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854
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La parte primera, en seis capítulos,
desmenuza la vida del duque, empezando por el linaje y el encumbramiento de este (cap. I), su infancia junto al
cardenal Sarmiento y como menino de
la emperatriz Isabel y paje del príncipe
Felipe (cap. II), y su boda (1541), matrimonio y viudez (1560) de doña Luisa
de Borja. Volvió a casar, con María
Pérez de Pomar, fallecida a la par casi
que su marido, en 1581 también (cap.
III). Siguen unos capítulos más de perspectiva, pues se centran en su figura
como cortesano, gobernante y en una
valoración de sus años finales. Morejón
hace un detallado itinerario de sus devenires cortesanos en el capítulo dedicado a ellos (págs. 85-124), y en el que
se destaca su vinculación con Granvela,
sus ambiciones desde inicios de los años
cuarenta y el abandono de las mismas
desde comienzos de los años setenta,
centrándose pronto en una vida recogida de renuncia y más en el arte religioso, sobre todo tras el suceso de la prisión y muerte de su primogénito al
matar este a su mujer en crimen pasional, afectándole igualmente mucho las
muertes en esa década de doña Juana
de Austria, de Requesens o de don Juan
de Austria, como asimismo la caída de
Antonio Pérez, todos ellos valedores y
muy cercanos a él. Como gobernante de
sus estados (págs. 125-137), se destaca
su dinamismo resolutivo, «incansable en
los negocios», se decía, y sus habilidades
para enfrentarse a problemas complicados, como el largo pleito por el condado
de Ribagorza frente a la corona.
La segunda parte consta de cinco
capítulos, más extensos que los anteriores. El primero, «Mecenas y humanista», se inicia con el amplio espacio dedicado al trato con Antoine Perrenot de
Granvelle, que se define como «una
profunda amistad», y que se presenta
en diversos ángulos de trato. Otras
amistades cultivadas, capitales en la
vida de don Martín, fueron, ya indicamos, Antonio Agustín (págs. 195-205),
con el que compartía su pasión por las
medallas y monedas (el inventario de las
piezas del prelado en AHN, Jesuitas,
leg. 426, exp. 32), y con el arzobispo de
Zaragoza Hernando de Aragón (págs.
205-208), que asimismo se escribía
frecuentemente con Granvela en los
años cincuenta (véase Real Biblioteca,
mss. II/2253, 2283, 2285, 2286, 2290
y 2306), al igual que Pedro Labrit de
Navarra (II/2252, 2279, 2282), igualmente del círculo humanístico de don
Martín. Dada la dimensión de Perrenot,
no extraña que estas amistades del duque de Villahermosa, incluido Agustín
(II/2252, II/2258, y II/2298) se hallen
todas presentes en el epistolario granveliano de la Real Biblioteca. El segundo
capítulo se centra en los ámbitos físicos
donde desarrolló don Martín sus actividades como mecenas, así, el palacio de
Pedrola, la villa de recreo de Bonavía y
sus viviendas zaragozanas. Los capítulos
III y IV se ocupan de los pintores de su
corte y de las series de retratos familiares, tratándose con detenimiento de la
serie áulica de Pedrola. Un último capítulo, muy extenso, refiere las colecciones ducales, que eran diversas (monetario, estatuaria y vasos, pinacoteca,
objetos de naturalia y artificialia, armería, joyero y aparte los fondos religiosos,
incluyendo un relicario), piezas en las
que estaban presentes las habituales
representaciones religiosas y mitológicas
propias de las grandes colecciones renacentistas y manieristas de Europa. Culmina el completo estudio de Morejón
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con unas conclusiones, subrayando la
dimensión del duque en este sentido.
El enfoque de don Martín a su mecenazgo, en lo que se incide con particularidad, era de amplias miras, de base
continental, pues, aparte de sus viajes en
los años cincuenta, su estrecho trato
epistolar con el cardenal Granvela, al
menos desde 1542, facilitaba esta visión
europea dado el carácter cosmopolita
del prelado y ello pese a largos períodos
sin verse. El carácter de tutoría, no solo
en lo artístico, está bien presente en
dicho epistolario, sintiéndose el duque
discípulo del hombre de estado en muchos aspectos pese a ser este agente
efectivo suyo para muchas de sus adquisiciones. Esta realidad la refleja ampliamente Morejón y es clave para entender aficiones de don Martín sobre
determinados puntos de la Antigüedad
clásica, como el gusto por la historia
imperial romana y que tiene una lectura
política coetánea dado el concepto cesarista de muchas actuaciones europeas
del cardenal. La ascendencia sobre el
duque de Antonio Agustín, paisano, fue
asimismo grande, con el pleno dominio
de la numismática y la medallística,
campo común de interés, mostrando un
influjo aún mayor que el cardenal en lo
relativo a la Antigüedad, de ahí que sea
el más citado en el Libro de Antigüedades
de don Martín. Otras relaciones, como
las del Arzobispo y virrey don Hernando de Aragón o Pedro Labrit, obispo de
Cominges, pueden parecer menores
pero no lo fueron y tienen más de una
dimensión de conexión con el modo de
entender la historia. Recordemos la alta
calidad del primero como historiador y
cronista de Aragón, siendo censor de
Zurita en la primera parte de sus Anales, nada menos, y que el segundo envió
855
a Felipe II unos Diálogos qual debe ser el
chronista del principe.
Este libro resulta enriquecedor para
el estudio de la vida cultural y artística
del reino de Aragón en el siglo XVI pero
va obviamente más allá, pues ofrece
claves interpretativas y de modelos sobre
las cortes nobiliarias hispanas en la faceta
de mecenazgo artístico y literario, claves
que nos adentran en la manifestación del
poder y su representación social. No se
trata por tanto de una mera dialéctica de
gusto por el arte y la Antigüedad sino de
su uso social y a veces político. Volviendo a la idea de cotejo del inicio, hay que
subrayar, en los siglos XVI-XVII, la
diversidad de niveles de significados en el
mecenazgo y el coleccionismo en la Monarquía Hispana según sus ámbitos. El
interior de Castilla, en este sentido, tiene
más que ver con el lujo y el prestigio
social (M. Simal López, Los condes-duques
de Benavente en el siglo XVII: patronos y
coleccionistas en su villa solariega, Benavente, 2002), mientras que en Nápoles
hay más un concepto de autoridad y de
uso de la imagen para la perceptibilidad
social de la misma (Diana CarrióInvernizzi, El gobierno de las imágenes.
Ceremonial y mecenazgo en la Italia española del siglo XVII, Madrid, 2008, o José
Luis Colomer, España y Nápoles. Coleccionismo y mecenazgo virreinales en el siglo
XVII, Madrid, 2009). Villahermosa,
hombre hábil que además de escribir
bien sabía dibujar, no dudó en traerse a
Pablo Schepers y Rolan Moys para que
trabajaran para él. Luego se preferirá
traer directamente las obras de los artistas, pero el concepto de que el arte sirve
para ser instrumento de poder social y
político es el mismo. Don Martín decidió incluir en su Libro de Antigüedades
un discurso sobre la «Pompa de los
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Emperadores Romanos», detallado y
vistoso, que tiene una entidad no meramente erudita. La conclusión del libro
de Morejón manifiesta la rica personalidad del duque y sus cualidades para
apreciar el arte, siendo un verdadero
humanista en realidad que le permitió
aventajar en sensibilidad a otros mecenas de su tiempo y posteriores, más
«atesoradores» de piezas que intérpretes
de ellas.
——————————————————— Valentín Moreno Gallego
Real Biblioteca
[email protected]
HUGUET-TERMES, Teresa, ARRIZABALAGA, Jon y COOK, Harold J.: Health and
Medicine in Hapsburg Spain: Agent, Practices, Representations. Londres,
The Wellcome Trust Centre for the History of Medicine at UCL, 2009, 158
págs., ISBN: 978-0-85484-128-8.
El volumen que reseñamos reúne
media docena de estudios sobre diversos
aspectos de la historia de la medicina y
de la salud en los reinos hispánicos de
los siglos XVI y XVII. Seis capítulos
que van desde el pluralismo médico en
la sociedad valenciana a la elaboración
teórica de la figura del «perfecto médico» en el exilio alemán por parte de un
médico converso portugués de formación salmantina, pasando por las prácticas de los saludadores aragoneses, la
organización de los hospitales madrileños y la del laboratorio de destilación de
El Escorial, así como el papel esencial
jugado por la medicina en la plasmación ibérica de la Querelle des Femmes,
desde Huarte hasta Feijoo, por poner
dos hitos conocidos. Temas, como puede verse en esta mera enunciación, que
se alejan de una visión estrecha y tradicional de la historia de la medicina,
prestando atención a fenómenos que,
hasta hace no mucho, se consideraron
marginales o extemporáneos, pero que
en las últimas décadas han mostrado su
potencial atractivo para traspasar barreras disciplinares cada vez más obsoletas
y autolimitadoras.
Los diversos capítulos son resultado
de algunas de las ponencias presentadas
en una reunión celebrada en Londres,
en junio de 2006, organizada por
Harold J. Cook —autor de la breve
introducción que presenta el volumen,
págs. 1-6—, de los debates habidos en
dicha reunión y de la posterior reelaboración de unos textos, ampliados y anotados para la publicación, editados por
los otros dos firmantes del volumen,
Teresa Huguet-Termes y Jon Arrizabalaga, quienes, además, son autores de
sendos capítulos del libro. Las autoras
de los otros cuatro capítulos son María
Luz López Terrada, Mar Rey Bueno,
María Tausiet y Mónica Bolufer. Este
elenco de historiadoras representa, sin
duda, la pujanza de una generación,
formada entre los años ochenta y principios de los noventa del siglo pasado,
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que no solo ha abordado de manera
seria y profesional el estudio de la medicina en la Edad Moderna hispánica, sino
que también ha sabido conectar sus
inquietudes historiográficas con las de
una comunidad internacional (que hoy
en día se relaciona y comunica inevitablemente en lengua inglesa) sin esos
prejuicios y complejos que tanto perjudicaron a los historiadores locales en su
comunicación internacional en generaciones anteriores, con las honrosas excepciones que el mismo Cook señala en
su introducción (pág. 2).
Supongo que por eso fueron elegidas cuando, según se cuenta en la mencionada introducción, Cook convocó a
Jon Arrizabalaga y a Teresa Huguet
para organizar una reunión que permitiera presentar en lengua inglesa resultados de investigaciones recientes que
ofrecieran «una mirada a las actuales
aproximaciones al tema de la medicina
en la España moderna» (pág. 3). Por
fortuna, las historiadoras pertenecientes
a esa generación y autoras de una obra
con solvencia internacional que date de
los últimos quince años no se limitan al
elenco de las invitadas, pero también es
cierto que, a la hora de elegir a quién
invitar, la muestra seleccionada es, sin
duda, de las mejores posibles. Por ese
lado, pues, no cabe sino felicitar a los
«ideadores» de este volumen que, sin
duda, consigue la principal finalidad
propuesta: llegar a un público internacional mediante la publicación en inglés
de trabajos recientes y excelentes que
den una idea del amplio desarrollo de
los estudios históricos sobre «los actores, las prácticas y las representaciones»
de la medicina y de la salud en la España de los Austrias, como rezan subtítulo
y título del libro. La única posible pega
857
a la selección —no de autoras o autores,
sino de temas— es que nadie se ocupa
de los territorios extrapeninsulares de la
monarquía; eso convierte a los territorios coloniales en la ausencia más destacada del volumen. La mención de Cook
en página 3 y nota 5 a estudios sobre
esa cuestión, o la escueta alusión de
López Terrada en la página 10 son magra cosecha para un espacio geográfico
y cultural, a mi entender, no prescindible cuando se habla de «Monarquía
Hispánica». Sea como sea, ello no impide, como digo, que la finalidad esencial
del libro se cumpla con creces, gracias a
la calidad de los textos y al amplio abanico de estudios de caso que reúnen.
El capítulo de López Terrada pone
de manifiesto la fertilidad de los procesos judiciales como fuente para aproximarse al fenómeno del pluralismo médico en una sociedad como la valenciana
de los siglos XVI y XVII. Las actividades de matronas, saludadores, algebristas o sanadores de otro tipo son difícilmente visibles en fuentes históricomédicas tradicionales (textos doctrinales, registros institucionales, etc.) por lo
que la fuente señalada por la autora se
convierte sin duda en la más interesante. El panorama que emerge de los casos detallados en este capítulo nos presenta un elenco de actores y de
prácticas en torno a la salud y la enfermedad infinitamente más rico y complejo, aunque dadas las características
de las fuentes aparezca sobre todo en el
terreno del conflicto de competencias
entre sanadores reglados, y entre estos y
los no reglados.
Mar Rey se adentra, con un dominio seguro de las fuentes pertinentes al
caso, en uno de los temas que, tradicionalmente, han marcado la imagen acer-
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ca de la ciencia cortesana en la época de
Felipe II: el interés del monarca hacia la
alquimia. Deshaciendo equívocos presentes en interpretaciones anteriores, la
autora organiza la documentación existente para delimitar la evolución y los
cambios de interés del monarca hacia
diversos asuntos, como la transmutación de los metales y la fabricación artificial de oro, la elaboración de aguas
destiladas y esencias con fines principalmente medicinales, o la búsqueda de
la panacea luliana, aprovechando para
darnos información de primera mano
acerca de la creación de laboratorios de
destilación en los diversos sitios reales y
de los personajes que desarrollaron en
ellos diversas prácticas siempre tratando
de colmar las expectativas del monarca.
María Tausiet, por su parte, centra
su atención en la figura de los saludadores utilizando también ella procesos
judiciales, en su caso, procedentes de los
tribunales aragoneses. La presentación
de Tausiet acerca de las prácticas de
estos sanadores, pero sobre todo la claridad con la que explica su doble faceta
de «dadores» de salud y de «detectores»
de brujas o de intervenciones diabólicas
hace que su trabajo trascienda los límites de un estudio de caso para ofrecer
una rica y bien centrada panorámica. La
autora combina, además, un buen conocimiento de los tratadistas «antisupersticiosos» como Pedro Ciruelo o
Martín de Castañega, que le permite
profundizar en esa fascinante intersección entre medicina y religión, una
amplia zona cuyo conocimiento resulta
imprescindible para entender la cultura
de la Edad Moderna en torno a la salud
y la enfermedad.
En esa zona, precisamente, como
una plasmación de ese inseparable bi-
nomio de medicina y religión, se halla
la institución del hospital urbano de la
Edad Moderna. Tomando como caso de
estudio el de la ciudad de Madrid,
Huguet-Termes nos explica atinadamente la condición polifacética del hospital, como institución para el auxilio
de pobres, para el cuidado de la salud y,
a la vez, para el control social y la representación del ejercicio de la caridad
cristiana por parte de las élites urbanas.
El caso de Madrid, además, posee el
interés añadido de analizar el impacto
que tuvo la radicación de la corte en la
villa a partir de 1561 a la hora de entender las transformaciones de los hospitales, su crecimiento y su ubicación en
el entramado espacial e institucional.
Mientras que estos cuatro capítulos
se centran principalmente en diversas
prácticas y en los actores que las encarnan, los dos capítulos finales del libro se
dirigen al mundo de las representaciones, para tomar como objeto de análisis
dos tipos de elaboración de discursos.
Por una parte, Mónica Bolufer se centra
en el papel que determinadas concepciones médicas acerca de las diferencias
«naturales» entre mujeres y hombres
jugaron en la elaboración de otro tipo
de discursos intelectuales, como el religioso, el moral o el filosófico. Bolufer
repasa los tratados de Huarte de San
Juan (1575), de Oliva Sabuco (1587),
de Álvarez Miraval (1601) y de otros,
para terminar en la Defensa de las Mujeres, de Feijoo (1726), mostrando cómo
determinados prejuicios acerca de la
condición moral, intelectual o física de
las mujeres se reproducían en los discursos médicos, filosóficos y teológicos;
prejuicios que, no obstante su persistencia, evolucionaron y se adecuaron a
intereses y prioridades cambiantes.
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Por otra parte, Jon Arrizabalaga disecciona el discurso médico de Rodrigo
de Castro y la construcción de la figura
del médico ideal que llevó a cabo en su
Medicus-politicus (1614); aquí el discurso
moral vuelve a entrecruzarse con el
médico, con el interesante añadido, en
este caso, de la condición de disidente
religioso en el exilio que tiene un autor
como Castro, educado como cristiano
pero que optó por el exilio en Hamburgo y el reencuentro con la fe judía de
sus mayores. El autor señala cómo el
tratado de Castro se inserta en un género de literatura médica muy representativo de la Europa de la época, pero que
en este caso se modula con una voz
propia que debe tanto a su contexto
inmediato como parte de la diáspora
sefardí, como a su formación filosófica y
médica adquirida en Salamanca en su
juventud.
Si hubiera que elegir un lema para
la línea de fuerza más clara del libro,
este podría ser «aboliendo diferencias».
Si algo distingue a buena parte de los
capítulos del libro y al texto que los
introduce, es su especial interés —su
obsesión, en algún caso— por dejar
definitivamente atrás la obstinada historiografía del «hecho diferencial español», más banalmente conocida bajo el
inequívoco eslogan de «Spain is different». De eso nada, vienen a decir las
autoras y autor de los capítulos. Y sobre
ello insiste también Cook en su relectura de los textos para la introducción,
encontrando muchos de los resultados
del libro «nothing particularly unusual»
(pág. 3) con respecto a la situación general europea, presentando la España de
los Habsburgo como una «region as one
among the many unexceptional places
in early modern Europe» (pág. 6). En
859
algunos capítulos, esta cuestión es explícitamente reiterada: la complejidad
del pluralismo médico hispánico muestra «the same variety of notions […]
identified elsewhere» (pág. 8) y la situación de Valencia era «to a great extent
compable with [other] European countries» (pág. 12); el interés de Felipe II
en las aplicaciones terapéuticas de las
aguas y esencias destiladas es perfectamente «normal for the times in which
he lived» (pág. 39).
En otros, la asunción de la similitud
con el resto de Europa, el alcance de la
«normalización», podríamos decir, del
caso hispánico elegido para analizar es
menos explícita, pero no por eso deja de
estar presente en la manera en que se
presentan los casos de estudio dentro de
un contexto europeo general, de forma
coherente y con naturalidad. Así, ciertamente, ocurre con la poco nítida frontera entre medicina y religión que
muestra el caso de los saludadores aragoneses (págs. 40, 62), el peso de la
teoría humoral en las concepciones filosóficas acerca de las diferencias entre los
seres humanos «in the Hispanic monarchy and the rest of Europe» (pág. 87);
incluso, pese a sus peculiaridades, buena
parte de los contenidos de la obra de
Rodrigo de Castro «are commonplace in
pre-modern western medical ethics»
(pág. 115).
La constatación de la persistencia de
ciertos clichés historiográficos acerca de
la singularidad hispánica en aspectos
relacionados con la ciencia, la tecnología o la medicina obliga sin duda a esta
insistencia. Persistencia que, por cierto,
se constata tanto en la producción local
como en la literatura internacional circulante. El esfuerzo casi pedagógico que
este libro lleva a cabo, sigue siendo,
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pues, plenamente necesario. Pero estoy
convencido de que la creciente producción de las generaciones más jóvenes,
que ya han accedido a situarse con plena normalidad en la comunidad académica internacional de la historia de la
ciencia y de la medicina, acabará por
hacer innecesaria esta insistencia y po-
dremos pasar, finalmente, de la fase de
abolir diferencias a la de establecer una
historia comparada que nos devuelva
una rica imagen de pluralidad, riqueza
y complejidad de la cultura europea
entendida en su conjunto. Ese será uno
de los retos intelectuales para las
próximas décadas.
————————————————————— José Pardo Tomás
CSIC
[email protected]
MARTÍNEZ HERNÁNDEZ, Santiago: Rodrigo Calderón, la sombra del valido: privanza, favor y corrupción en la corte de Felipe III. Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica y Marcial Pons Historia, 2009, 398 págs., ISBN: 978-8492820-03-0.
Santiago Martínez nos ofrece en su
última obra una perspectiva necesaria
para evaluar el papel histórico de Rodrigo
Calderón, el famoso favorito del duque de
Lerma y uno de los hombres más poderosos de la España de Felipe III. Uno de
esos personajes más conocido que analizado y más citado que entendido. La obra
sigue un esquema clásico que abarca toda
la vida del protagonista y se divide en
cinco capítulos que pasan revista al origen
y ascenso de don Rodrigo: sus años de
mayor éxito como secretario de cámara
del rey, entre 1601 y 1611; la lenta caída
del favorito hasta 1618; su detención,
proceso y ajusticiamiento y, por último, la
memoria y herencia de quien fue considerado la sombra del valido. A esto hay que
añadir una meritoria y completa revisión
sobre la fortuna que Calderón ha merecido en la historiografía y el imaginario
españoles, y un breve apéndice con árboles genealógicos, cargos ocupados y cro-
nología.
El autor da muestras de madurez
con esta biografía, que se suma al relevante trabajo que llevó a cabo con el
marqués de Velada en su tesis doctoral
y después, con los Moura portugueses.
Su conocimiento de la cultura nobiliaria
de comienzos del siglo XVII está fuera
de toda discusión y su erudición se
muestra sin prurito, fluyendo en un
texto del que es de agradecer sus pretensiones de buena literatura. El recurso
de comenzar la obra con la narración
detallada del día de la ejecución de Calderón es un buen medio para delinear
las coordenadas de la biografía, las pasiones encontradas que generó don Rodrigo y cómo halló un hueco en la memoria histórica española con su piadosa
y edificante muerte.
Las fuentes de las que se ha valido
son un fiel reflejo de la condición de
Calderón: un ministro poderosísimo que
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usó de su influencia personal y de su
capacidad de mediación ante el duque
de Lerma más que de un cargo oficial
importante. Por ello carecemos de una
correspondencia política completa, como sí se dispone para el caso de virreyes
o diplomáticos. Tal hueco se ha procurado solventar con las cartas de distintos aristócratas cortesanos, avisos de
Madrid y despachos de diplomáticos
extranjeros, en un acopio que da sobradas muestras del dominio de las fuentes
archivísticas, muy variadas, y, en algunos casos, escasamente conocidas. Por el
lado contrario, las actas y documentos
de su sonado procesamiento nos ofrecen
informaciones detalladísimas sobre su
patrimonio y sus relaciones más personales, gracias a lo cual el punto de vista
se enriquece enormemente y se puede
resolver la biografía completa de Calderón sin lagunas sustanciales. No obstante, debido sin duda a las mencionadas
carencias documentales, se echa en falta
una aseveración más clara de la línea
política seguida por don Rodrigo o, al
menos, qué decisiones estuvieron influenciadas o marcadas por el favorito.
Por lo anterior, este libro es, antes
que nada, una actualizada historia de la
corte de Felipe III, marco en el que se
sitúa toda la obra y en el que el profesor
Martínez se mueve con comodidad. Es,
como él mismo reconoce, un jalón más
dentro de una sólida tendencia de los
últimos años para recuperar los temas
de este reinado y situar los críticos inicios del siglo XVII español en un contexto más científico, lejos de las tópicas
generalizaciones que se han venido repitiendo hasta el presente. Se apoya sobre
todo en los trabajos de Patrick Williams y su reciente biografía del duque
de Lerma, todo un modelo a seguir, y
861
muestra conocer muy bien desde la
bibliografía decimonónica hasta las
últimas aportaciones de especialistas
como Bernardo García, Antonio Feros o
el equipo de José Martínez Millán.
La polémica condición del biografiado ha exigido del autor un notable
esfuerzo para mantenerse deliberadamente lejos tanto del encomio como de
la reprobación. Pese a ello, se pinta por
sí solo el retrato de un hombre ambicioso sin mesura, cuya galería de delitos,
medianamente demostrados en la época, incluyen la traición más descarnada
y el asesinato político. La conclusión de
la obra es que Calderón fue el chivo
expiatorio del régimen del valimiento
de Lerma y se convirtió en el símbolo de
sus excesos. Tal afirmación es difícil de
negar y da muestra asimismo del cuidado del autor a la hora de abordar la vida
de Calderón, más centrado en ofrecer
una imagen de consenso que en arriesgarse con proposiciones más novedosas.
Nos encontramos, por tanto, ante
un libro que destaca por su equilibrio y
su capacidad para introducir con agilidad no solo cuestiones de política cortesana sino también temas de patronazgo
artístico y de sátira literaria, con el mérito de que quedan verdaderamente
integrados en la narración como ingredientes constitutivos del devenir de don
Rodrigo. Lo mismo habría sido deseable
para los puntos de espiritualidad, sin
duda complejos de analizar, pero que
aparecen un tanto abocetados: la relación del favorito con el polémico jesuita
Luis de la Puente, por ejemplo, ofrece
una vía de investigación cuando menos
sugerente.
El punto fuerte, por contraste, se
encuentra en la contextualización de
Calderón en la sociedad aristocrática del
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momento, y es aquí donde se hallan los
pasajes más clarificadores del libro: don
Rodrigo, flamante marqués de Siete
Iglesias y conde de la Oliva, no dejó
nunca de ser considerado un advenedizo
petulante, hijo de un simple capitán de
los tercios de Flandes. Además, se había
casado con una dama, Inés de Vargas,
que era señora de vasallos, algo por
encima de los méritos de su linaje. La
obsesiva búsqueda de un matrimonio
encumbrado para sus hijos, que le permitiera entroncar con la nobleza titulada castellana, se reveló como su fracaso
más doloroso y letal: sin el apoyo de
parientes de la vieja aristocracia, se convirtió en la presa más fácil de atacar
entre los favorecidos por el duque de
Lerma. Como el propio Calderón reconocía muy gráficamente, pretendía
«buscar a mi hijo parientes, pues sin
ellos (…) nadie es nada en Castilla, ni
en ninguna parte del mundo tampoco»
(pág. 227).
De este modo, el libro concluye con
la decadencia del linaje Calderón y su
confinamiento entre la baja nobleza
extremeña, en páginas que cierran el
discurso circular de la obra y que
transmiten la esencia del exemplum barroco de la vanidad de la gloria mundana sin caer en sentimentalismos ni moralina. Con todo ello, no solo resulta
una obra científica de gran nivel, sino
una historia fácilmente accesible para el
lector curioso, que puede conocer las
fortunas y desventuras de don Rodrigo
sin caer abrumado ni aburrido. En ello
ayuda asimismo la cuidada edición y
buen repertorio fotográfico de la obra,
en la que hay que señalar, no obstante,
dos erratas: en 1621 el papa era Gregorio XV y no Gregorio XIII (pág. 289),
y el confesor real fray Luis de Aliaga era
dominico, no jesuita (pág. 335). La
venialidad de estas faltas, más que ningún elogio, pueden dar buen testimonio
de la calidad y solvencia de esta biografía, que confiamos anime un poco más
un género que en España empieza a
gozar de un excelente nivel que sería
deseable se acrecentase.
—————————————————–———— Rubén González
Universidad Autónoma de Madrid
[email protected]
GONZÁLEZ DE LEÓN, Fernando: The Road to Rocroi. Class, Culture and Command in the Spanish Army of Flanders (1567-1659). Leiden-Boston, Brill,
2009, 406 págs., ISBN: 978-90-04-17082-7.
Hace ya algunos años, el historiador
británico Michael Howard argumentaba
que se deberían buscar las raíces de la
victoria y de la derrota lejos del campo
de batalla, acudiendo al análisis de los
factores políticos, sociales y económicos
que nos descubrirían por qué están constituidos los ejércitos como lo están y no
de otro modo, y por qué sus jefes los
conducen como lo hacen y no de otra
manera. En sus palabras, se echaba en
falta el análisis de un cuarto factor: el
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cultural. Los ejércitos se organizan de
determinadas maneras y sus oficiales los
dirigen de forma diligente o ineficaz a
causa, también, de su formación.
El excelente trabajo del profesor
Fernando González de León, se propone
explicarnos la génesis del alto mando
del ejército de Flandes, formación que,
como todos sabemos, marcó notablemente la pauta de lo militar en la Europa de su tiempo, y cómo fue posible que
tamaño logro se perdiese en el transcurso
de la llamada Guerra de los Ochenta
Años. Sin duda, se trata de un largo
camino el recorrido, si bien el autor nos
conduce perfectamente por él, no solo
merced al notable esfuerzo realizado en
cuanto a la exhumación de fondos de
archivo, sino también a la lectura de las
fuentes impresas necesarias para realizar
una investigación —la obra parte de una
tesis doctoral leída en la Johns Hopkins
University en 1992— de una notable
entidad, pionera en su momento, y que,
de hecho, todavía lo es hoy en día.
La obra, perfectamente estructurada, se divide en tres partes: los años de
la llamada «escuela» del duque de Alba
y los primeros intentos de reforma del
cuerpo de oficiales del ejército de Flandes entre 1567 y 1621; la política reformista del conde-duque de Olivares
con la intención de re-dotarse de oficiales de calidad dada la «falta de cabezas»
de la que adolecía el ejército —y no
solo el de Flandes podríamos añadir—,
entre 1621 y 1643; por último, el tremendo choque que significó la derrota
de Rocroi —con un análisis inteligentísimo de la batalla— y el legado de las
reformas de Olivares durante los años
finales de la Guerra de los Ochenta
Años y del conflicto iniciado contra
Francia en 1635 y finiquitado en 1659.
863
Una de las problemáticas más fértiles dentro de la tratadística militar hispana de los siglos XVI y XVII fue la
discusión por imponer el mérito como
principal argumento de promoción de
los individuos en el seno de la milicia.
Sin duda, como demuestra González de
León, el principal impulsor de dicha
idea, que se transformó en todo un anhelo en los momentos de crisis, fue el
duque de Alba y su programa, o sistema, de formación y entrenamiento para
oficiales y tropas en Flandes; método,
por cierto, de amplias repercusiones en
el pensamiento militar de los que serían
sus enemigos ya que, lógicamente, serían
ellos quienes lo sufriesen en primera
persona en el campo de batalla. En
realidad, el mejor laboratorio posible
donde demostrar la solvencia de una
nueva forma de entender la guerra
(desde la óptica del alto mando). Y si
bien el duque de Alba pudo manifestar
a Felipe II, al ver los voluntarios de la
nobleza que lo acompañaban a los Países Bajos, que «gente de esta cualidad
es la que da la victoria en las facciones y
con la que el general pone en la gente la
disciplina que conviene, y en nuestra
nación ninguna cosa importa tanto
como introducir caballeros y gente de
bien en la infantería y no dejalla toda en
poder de labradores y lacayos» —citado
en G. Parker, El ejército de Flandes y el
camino español, Madrid, 1986, pág. 77—
, lo cierto es que Alba, como defiende
González de León, buscó la promoción
del «buen» soldado, del profesional, sin
importarle su extracción social (pág.
64). Otra cuestión es que, también, el
duque cuidase de su clientela. Y Felipe
II le siguió en ello, de suerte que los
sucesores de Alba, Requesens y don
Juan de Austria, mantuvieron la meri-
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tocracia como principal argumento para
las promociones y los nombramientos
de oficiales. El ciclo se cerraría a comienzos de la década de 1580 —y sobre todo en la década siguiente—, durante los años de gobierno del duque de
Parma, cuando Felipe II insistió en incrementar la presencia de la nobleza en
las filas del ejército; una solución, en
realidad, para otra problemática: el
mantenimiento de parte de las tropas,
que recaería directamente sobre el bolsillo de los anteriores. Así, se llegaron a
instaurar dos vías distintas para la promoción de los individuos, una propia de
la nobleza, que requería mucho menos
tiempo de experiencia bélica, y la de los
plebeyos. De esa forma, el impulso inicial, en el que numerosos hijos de la
nobleza —en aquellos años, por ejemplo,
el duque de Pastrana, el de Osuna, los
marqueses del Vasto y el de Pescara, y
los hijos del duque de Alba— servían
como soldados, bajo las órdenes de oficiales plebeyos, pero de experiencia, se
perdió. Y la tragedia, como apunta
González de León, es que dicha situación sucedería en el momento en el que
a la experiencia se le debía sumar la
ciencia, es decir, los nuevos conocimientos, más sofisticados, como los que necesitaba un arma como la artillería (pág.
76). Ello sin contar con que los enemigos de la monarquía, y en especial los
rebeldes de los Países Bajos, comenzaron pronto a aprender a hacer la guerra
desde nuevos presupuestos. Habían
tenido la mejor escuela y, por su interés,
el mayor empeño en aprender.
Desde finales del Quinientos e inicios del Seiscientos, la nobleza no solo
fue cada vez más reacia a formarse en el
arte de la guerra, sobre todo en artillería, sino que fue promocionada a cam-
bio de su fidelidad a puestos cada vez
más elevados en el seno de la milicia,
desde los cuales consiguieron que sus
acólitos medraran con facilidad y, al fin
y al cabo, vivieran de los salarios que
pagaba el ejército. En muy pocos años,
el ejemplo de la llamada escuela de
Alba, que el duque intentó, incluso, que
perdurase acudiendo a la imprenta —el
magnífico capítulo cuarto de la primera
parte—, se perdió. Por otro lado, el
auge de un nuevo modelo de caballería
en las filas del ejército de Flandes permitió que la nobleza encontrase un
medio más apropiado para demostrar
sus capacidades bélicas.
Al mismo tiempo, desde la llegada
al gobierno de los Países Bajos del duque
de Parma y del archiduque Alberto, la
preeminencia absoluta de los españoles
en el alto mando del ejército de Flandes
concluyó, de modo que las transacciones
y pactos realizados entre las naciones
española, italiana y flamenca para ocupar
los diversos cargos fue moneda común,
aunque alcanzaron el agrado de pocos y
sí la crítica de casi todos, en especial los
pocos veteranos supervivientes de la
época de Alba, Requesens y don Juan de
Austria —hubiera sido pedir demasiado,
quizá, que se hubiese producido un
resultado diferente—.
Otra consecuencia, hasta cierto
punto, de la pérdida del modelo, o escuela, militar del duque de Alba fue la
necesidad de volver a dotar al ejército
de Flandes de una mayor y más rígida
disciplina. El azote de los motines, más
bien causados por las solidaridades internas dentro de cada agrupación militar en momentos de dificultades y en
los que los propios oficiales tuvieron un
papel preponderante, hubo de ser controlado a partir del establecimiento de
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la justicia de los letrados, instaurándose
a partir de la década de 1580 un nuevo
sistema de justicia militar basado en los
auditores de cada arma y la creación del
cargo de superintendente de la justicia
militar en 1594.
A partir de la década de 1620, el
conde-duque de Olivares buscaría desesperadamente mejorar la capacitación de
la nobleza para adecuarla a las nuevas
formas de hacer la guerra en la Europa
de su tiempo; el ideal no podía ser otro
que recuperar el modelo militar de la
época del duque de Alba, pero, insiste
González de León, incorporando a la
nobleza. El problema era doble: «falta
de cabezas» en el ejército y, al mismo
tiempo, la inapetencia de la aristocracia
por la formación para la guerra. Así, sin
un claro interés de la nobleza por la
ciencia militar, era muy difícil crear
nuevos líderes que volviesen a dar lustre
a las armas hispanas. Olivares creyó en
las reformas militares, en buena medida
gracias a la literatura que sobre el buen
oficial se había producido en las décadas
previas, y en mejorar la formación de
los mismos, de suerte que llegó a instaurar algunos seminarios militares,
pero fracasaron; por ello, no tuvo más
remedio que creer en las capacidades
innatas de la nobleza para la conducción de la guerra. En el fondo, para
Olivares el problema siempre fue más
bien de liderazgo, es decir, radicó en la
falta de liderazgo, en lugar de pensar en
mejorar o volver a levantar toda una
estructura, de ahí que sus reformas
fuesen muy limitadas y, al final, fracasasen. Además, González de León ha detectado otra situación: la presencia de la
aristocracia en el alto mando del ejército de Flandes, sobre todo a partir de la
década de 1630, no solo no significó
865
una acentuación de la calidad del mismo, salvo alguna excepción, sino que,
más bien, terminó significando un aumento del coste salarial del alto mando,
que se cuadriplicó entre 1607 y 1647
(pág. 180). La apuesta por aristocratizar
el alto mando del ejército de Flandes
resultó vana y, lo peor, a partir de finales de la década de 1630 comenzaron a
menudear las críticas en el sentido de
que la falta de conocimiento y la inexperiencia entre la alta oficialidad eran la
causa principal de las derrotas.
Por otro lado, cabría hablar asimismo del incremento de la complejidad de
la estructura del alto mando del ejército
de Flandes, ya que Olivares careció, precisamente, de una idea coherente sobre
cómo (re)estructurarlo. Así, las reformas
impulsadas por el Conde-Duque, pero
sujetas a sus prejuicios de clase, fracasaron porque no solo no recuperaron buenas «cabezas» para el alto mando incorporando a la aristocracia, y favoreciendo
su cursus honorum en el seno del ejército,
sino que tampoco permitieron que las
buenas «cabezas» existentes, los líderes
con cualidades militares demostradas,
sobre todo, gracias a la larga experiencia,
pudiesen acceder a los más altos cargos
militares, o no con la facilidad necesaria.
Como decíamos, González de León nos
señala cómo la complejidad de la estructura militar del ejército de Flandes fue
aumentando —se pasó de 3.420 oficiales
en 1622 a nada menos que 13.007 en
1643— mientras su efectividad en el
campo de batalla fue disminuyendo a
medio y largo plazo, sobre todo en unos
años, desde la guerra de Mantua en adelante (1628-1631), en los que la guerra
frente a holandeses, franceses y sus aliados en Alemania cada vez sería más
difícil de ganar al tener que luchar en
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dos frentes. Lo más irónico del caso es
que disponiendo Olivares de las opiniones de reconocidos expertos, como Lelio
Branccachio o don Carlos Coloma, no
hiciera uso de las mismas (pág. 243).
González de León demuestra, asimismo,
cómo la obsesión del Conde-Duque por
premiar a algunos oficiales simplemente
por su origen nacional ibérico, y no por
sus cualidades marciales, además de la
relajación en el sistema judicial, apartándose de la tradición instaurada, precisamente, por el ejército de Flandes en Europa, solo podía conducir a la derrota.
De manera brillante, el autor utiliza
la famosa batalla de Rocroi como momento cumbre en el que quedó patente
y, por lo tanto, quedaban demostrados,
todos los problemas de liderazgo —y
todos los errores cometidos— de los
que adoleció el ejército de Flandes.
Hubo incompetencia del capitán general, Melo; falta de información veraz
sobre los movimientos del enemigo;
inexperiencia del alto mando, en especial, de españoles y portugueses, que se
traduciría, además, en rivalidades nacionales en el seno del ejército; un de-
fectuoso orden de batalla que los oficiales franceses supieron aprovechar;
indisciplina por parte de los propios
oficiales, en especial de la caballería.
Así, para González de León, Rocroi
abrió realmente las puertas para toda
una sucesión de pérdidas territoriales en
los Países Bajos hispanos a manos de
Francia, situación que duraría hasta
1648, cuando la derrota en Lens certificaría la definitiva aniquilación del ejército de Flandes como fuerza de combate
efectiva. Lo más trágico, quizá, de todo
este asunto es que la derrota apenas
sirvió, ni siquiera, para reflexionar sobre
el por qué de la misma y, como explica
González de León en la tercera parte de
su obra, más breve, los males de los que
adolecía el ejército de Flandes permanecieron irreductibles hasta la derrota
final a manos de Francia en 1659.
En definitiva, tras la estela de obras
como las G. Parker, J. Israel, I. A. A.
Thompson y, más recientemente, la de
Alicia Esteban Estríngana, por fin el
trabajo que reseñamos puede incorporarse al elenco de excelentes trabajos
sobre el ejército de Flandes.
———————————————————— Antonio Espino López
Universitat Autònoma de Barcelona
[email protected]
MARTÍNEZ SHAW, Carlos y ALFONSO MOLA, Marina (coords.): España en el comercio marítimo internacional (siglos XVII-XIX). Quince estudios. Madrid,
Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), 2009, 549 págs., ISBN:
978-84-362-5572-0.
Este conjunto de trabajos de investigación, de diferentes estilos, niveles y
temáticas, divulgan los resultados de un
equipo dedicado al estudio de diversos
aspectos relacionados con el amplio y
aún fructífero ámbito del comercio es-
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RESEÑAS
pañol con América. Todos estos ensayos,
un total de quince, tratan temas generales que hacen referencia a cuestiones
institucionales o marítimo-comerciales o
bien, como en algunos casos concretos,
describen con exhaustivo uso de documentación algunos ejemplos específicos
relativos a ciertos procesos de naturaleza económica, social o financiera escenificados en el contexto de la economía
marítima española entre los siglos XVII
y XIX. En este último caso tiene lugar
también la biografía histórica o las prosopografías familiares. Tal y como los
propios coordinadores afirman, en la
breve presentación que antecede a esta
compilación, muchos de los trabajos
aquí presentes son fruto de novedosas
investigaciones que han dado lugar a
tesis doctorales con información inédita,
en algunos casos, aún pendientes de
finalizar y en otros, con resultados divulgados en diversos seminarios, congresos y publicaciones. La mayor parte
de los investigadores vinculados a este
grupo han sido, y son, miembros activos de proyectos liderados por los responsables de esta obra colectiva. Como
discípulos y colegas de Marina Alfonso
y Carlos Martínez Shaw, forman quizás
uno de los grupos más prolíficos sobre
el comercio colonial español de la Edad
Moderna. Este hecho es doblemente
valioso, no solo por los resultados de sus
investigaciones sino porque estas vienen
en un momento importante en la historia de la historiografía del comercio
colonial hispano-americano.
Tras destacados avances recientes
(Oliva Melgar, 2004; Delgado Ribas,
2007 y otros), puede decirse que esta
historiografía se encuentra en un punto
decisivo caracterizado por la falta de una
auténtica síntesis teórica-metodológica
867
que apunte y, en muchos casos anime, a
ver claramente qué líneas de investigación estarían pendientes por desarrollar,
enmarcadas en nuevos marcos conceptuales que se nutran más de los nuevos
contextos de la Global History; o qué
puntos aún oscuros pueden ser tratados
a la luz de las nuevas técnicas historiográficas.
Los estudios sobre el comercio colonial español han evolucionado desde la
macroeconomía (que estaba de moda en
los años de 1950 y 1960) hasta la visión
atlantista que está ofreciendo, a pesar
de sus muchos detractores, la posibilidad de revisar y abrir nuevas líneas de
investigación que aspiren a ir más allá
de los estudios localizados, microeconómicos o anclados en esa mirada hacia
dentro de la Monarquía Hispánica que
han tenido, para bien y para mal, algunos estudios modernistas en España.
Este libro es un ejemplo, pues, de lo
que podría quedar por hacer, ya que
subraya el uso de cuestiones metodológicas claves, el panorama, aún incompleto, de los trasfondos institucionales
subyacentes y las imperantes necesidades de las sociedades comerciales y sus
agentes, verdaderos protagonistas de los
intercambios atlánticos y que, eran,
después de todo, los que realmente
marcaban las pautas de la economía y
de las utilidades institucionales. Todos
los textos están basados en documentación de archivo, en ocasiones original.
No obstante, en algunos casos en que se
manejan fuentes ya conocidas, no por
ello los autores dejan de ofrecer nuevas
y brillantes hipótesis sobre temas tanto
centrales como colaterales al estudio del
comercio marítimo.
En relación a la política económica,
las instituciones fiscales y las contraven-
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ciones relacionadas con la sociedad del
comercio, se enmarcan algunas interesantes investigaciones, como el estudio
del fraude fiscal y la corrupción practicada por los ministros de la Hacienda
del reinado de Carlos II (estudiado por
Beatriz Cárceles). A juicio de la autora,
estos dos tipos de fraude sirven de pretexto para analizar profundamente los
trasfondos jurídicos institucionales así
como los complicados quebrantamientos del mismo, los cuales no pueden
entenderse, a la luz de la detallada información que se ofrece sobre la visita
de la Real Hacienda a las dependencias
de los almojarifazgos de Sevilla, si no se
describe la compleja relación de contactos en red de agentes, mercaderes, funcionarios, etc. en la Sevilla del momento. Un problema, quizás, es que la
autora se pierde excesivamente en descripciones sobre las visitas y otras connotaciones jurídicas, en general no muy
claras, que no llevan realmente al objetivo de su estudio sobre las consecuencias
del fraude, el contrabando y la corrupción administrativa.
En realidad, fraude y contrabando
están muy relacionados entre sí, a pesar
de no ser lo mismo, como bien dice la
autora: son la cara de una misma moneda y están intrínsecamente correspondidos con la forma en la que funcionaba la propia sociedad mercantil de la
época. Este hecho se complicaba, o empeoraba, según como se mire, por la
gran cantidad de tipos de impuestos, no
muy claramente estipulados y la forma
indiscriminada en la que se administraban. No obstante, destaca la eficacia de
la visita a pesar de los problemas derivados de la corrupción funcionarial de
la época, para controlar la viabilidad del
sistema institucional subyacente a la
propia actividad comercial. El fraude
comercial, por otra parte, es algo inherente al día a día comercial y atañe a
los propios comerciantes que desarrollan sus propios mecanismos de defensa
contra un excesivo deseo de control por
parte de las instituciones.
Ángel Alloza expone una brillante
síntesis sobre el funcionamiento de la
tesorería de haciendas del contrabando
en la segunda mitad del siglo XVII. Sin
duda, el siglo XVII supuso el inicio de
la gran época del comercio extranjero
dentro de la Carrera de Indias, algo que
en el siglo XVIII es ya totalmente evidente (como la que suscribe ha demostrado para años después). No obstante,
los estudios sobre el siglo XVII continúan empeñando su esfuerzo en el trasfondo institucional de la lucha contra el
poder extranjero y no en la forma en
cómo estos consiguen (y logran casi
siempre de forma exitosa) adaptarse al
sistema impuesto por la corona haciendo uso del mismo en beneficio propio.
Sin duda, aún queda por demostrar
lo que realmente significó el contrabando, y no solo desde el punto de vista de
los datos seriados (meta casi imposible),
sino desde el punto de vista de una
historia social del contrabando, capaz
de traer a la sociedad una serie de beneficios no monetarios traducidos en oportunidades para cooperar en red, algo
que sin duda favoreció a los grandes
especuladores que trabajaban como
intermediarios especializados para las
firmas extranjeras asentadas en Sevilla o
Cádiz. Ello también explica que el contrabando sea algo estructural. Es estructural porque crea importantes beneficios y no solo económicos.
Pero, a pesar de la dificultad para
medir el contrabando, Ángel Alloza
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analiza los datos que sobre él puede dar
una institución empeñada en vigilarlo,
tras su creación en 1643 y que logrará
ampliar la lucha contra el comercio
ilícito incluso hasta finales de la centuria. Contrabando, ilegalidad comercial y
mercaderes extranjeros son, desde luego, coordenadas omnipresentes en la
dinámica de las relaciones comerciales
exteriores de la Monarquía Hispánica.
De hecho, comercio y extranjeros se han
convertido en dos temas complementarios de la historiografía modernista,
hasta tal punto que incluso podría parecer que el comercio exterior de España
lo hicieron los extranjeros. Por ello es
algo sorprendente que en el texto dedicado a los extranjeros en Castilla durante las guerras con Francia y Portugal, su
autor (Jesús Aguado de los Reyes) afirme que es un tema que no se ha abordado nunca en su totalidad, rememorando, eso sí, trabajos inolvidables
(Domínguez Ortiz, 1960) pero obviando una buena cantidad de estudios posteriores, aunque el autor reconoce implícitamente su existencia y el valor de
sus aportaciones.
Este tema destaca por la gran cantidad de datos empíricos y por un esfuerzo
metodológico integrador, auspiciado
quizás por el ambiente excesivamente
cerrado del modernismo español en donde aún se añoran dotes de internacionalización, transversalidad cronológica y
temática así como una buena dosis de
auténtica interdisciplinariedad. Los especialistas en este tema debemos ser conscientes, no obstante, del gran valor añadido que sobre el binomio comercioextranjeros aportan los estudios sobre las
familias de mercaderes, como es el caso
ejemplar del estudio realizado por Juan
Antonio Sánchez Belén sobre la familia
869
Dupont, y en donde hace uso, aunque de
forma muy abstracta, de la metodología
sobre redes. Los estudios sobre la funcionalidad de las redes familiares y de
negocios formaban un complejo y pequeño mundo más interconectado que
lo que hasta el momento se ha subrayado y está descubriendo nuevas vías analíticas de carácter transdisciplinar. La
información que ofrece este tipo de
estudios familiares es de gran utilidad
para la experimentación con herramientas de análisis de redes.
En este marco de estudios de agentes también podrían figurar los pilotos,
marinos y armadores ya que, en la mayoría de los casos, también fueron agentes «en la sombra» de comercio e intercambio. En un texto de espléndida
claridad narrativa, Marta García Garralón explica la evolución del Colegio de
San Telmo de Sevilla en el siglo XVIII.
Esta institución, dependiente en un
primer momento de la Universidad de
Mareantes, estaba dedicada a la enseñanza de las técnicas de navegación a
niños huérfanos. Desempeñó esta actividad con mayor empeño que acierto
aunque conoció un relativo éxito a partir de la segunda mitad del siglo XVIII
y un infeliz descenso desde finales de
dicho siglo, coincidiendo también con
otras dificultades importantes que afectaron negativamente a un posible incremento de una auténtica armada de
guerra española, empañada por los problemas de la monarquía a finales de
siglo. Quizás, su valoración general
deba ser considerada positiva aunque el
Colegio de San Telmo tuvo que enfrentarse a muchos problemas derivados de
los conflictos con las Escuelas de la Armada, la escasez de especialistas para la
enseñanza de la navegación o las prácti-
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cas de corrupción dentro del propio
Colegio. Relacionado con el protagonismo de la armada mercante y de guerra, destacan las nuevas investigaciones
sobre la política naval española y sobre
los estadistas que dedicaron su vida a
ella. Por ello, de entre todos los trabajos, hay tal vez algunos que destacan
por su originalidad, como el de María
Baudot Monroy sobre el que fuera secretario de Marina y antes, último intendente, Julián de Arriaga, al realizar
la autora un bonito semblante del marino y estadista, en el contexto del
complicado mundo de intrigas cortesanas posteriores al ministerio de Ricardo
Wall. En este caso, la autora demuestra
gran habilidad en la narración de la
biografía histórica.
El tema más estudiado pero, por su
complejidad, aún abierto a la investigación, es el de los mecanismos del comercio, las finanzas y la navegación,
cuestiones sobre los que esta obra colectiva plantea interesantes y novedosas
aportaciones. Algunos de estos textos
están dedicados a temas clásicos, como
los seguros marítimos, sobre los que
existe una amplia bibliografía, pero que
actualmente están faltos de nuevas visiones comparativas con la práctica de
este mecanismo de financiación en una
buena parte de Europa. No por ello, el
trabajo de María Dolores Herrero Gil
deja de aportar perspectivas interesantes a este difícil tema en el que se entrelazaban múltiples factores relacionados
con los negocios de la mar. En este ensayo destaca la riqueza de su aparato
gráfico, de gran utilidad por la explicación metodológica que ofrece su autora
y que se echa de menos en otros trabajos de la misma naturaleza, describiéndose las gestiones en torno a la firma de
contratos de seguros y préstamos marítimos (o riesgos).
El tráfico comercial, sus distintas
rutas y flujos así como las conexiones
con diversas áreas regionales están presentes en textos como el de Celia Parcero Torre, quien realiza un análisis sobre
el movimiento comercial entre España y
Holanda entre 1761 y 1765. Aunque
bien los resultados no son novedosos,
siempre es enriquecedor comprobar
cómo el estudio de una época concreta
puede ilustrar las características generales de un intercambio que involucraba a
diversas áreas fuertemente interdependientes y conectadas. Sin embargo,
ofrece también datos cuantitativos que
complementan otros estudios anteriores
en los que se han utilizado las mismas
fuentes del Archivo General de Simancas, aunque de forma complementaria a
la que ofrecen los archivos holandeses
(Klooster, 1997). Aun así, es dudoso
pensar que los datos recogidos en un
estudio sobre unos años centrales e inmediatamente posteriores a la Guerra
de los Siete Años, puedan ser considerados como ejemplos extrapolables de lo
que fue realmente un comercio bilateral. Aparte de ello, es difícil hablar de
comercio bilateral en los siglos de la
Edad Moderna. Cualquier especialista
que conoce la forma en cómo este se
llevaba a cabo (sobre todo el protagonizado por holandeses) sabe perfectamente que este comercio fue siempre multilateral debido a la ingente cantidad de
escalas y círculos de negocios implicados en el sistema. Además, el período
de la Guerra de los Siete Años supone
un aumento espectacular del comercio
holandés con España precisamente debido a la crisis bélica que atañe a Inglaterra y a Francia (y de lo que se ha escrito ya, incluso por una servidora).
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Josep Fàbregas Roig describe los
avatares del libre comercio catalán con
América también en un determinado
período bélico, que destaca por su aparato gráfico y su riqueza expositiva. Sin
embargo, deja al lector con una intriga
final: ¿se usaba Cádiz o no en el comercio catalán-americano, de forma regular? Y también están presentes las industrias del sector marítimo, algunas
escasamente conocidas aún, como la
Real Fundición de Artillería de Sevilla,
construida en 1565 destinada a abastecer a los buques de las flotas y armadas
de Indias, prácticamente hasta el siglo
XVIII (Antonio Aguilar Escobar). El
tema de la construcción naval del Setecientos es aún un campo polémico,
entre las críticas y el hecho indiscutiblemente real del gran avance operativo
que experimentó durante el final de la
Edad Moderna, como demuestra José
Quintero González, y eso a pesar de la
ineficacia de la corona de llevar a cabo
una auténtica política favorable a la
construcción naval que, entre otras
cosas, propició muchas retrogresiones
históricas.
El texto de Manuel Díaz Ordoñez
ofrece un interesante panorama sobre la
industria de fabricación de jarcias para
la Armada Real española gracias al análisis de un expediente de 1749 de Bernardo Ricarte que hay que entender en
la visión mercantilista de la época. Marina Alfonso Mola amplía el conocimiento sobre la flota mercante colonial
y las transformaciones positivas del
sector naviero a finales del siglo XVIII,
reflejadas tanto en el aumento del número de barcos como en la ampliación
de tipologías y la tecnología utilizada,
hecho acelerado, en parte, por las contingencias bélicas. Este rico y novedoso
871
ensayo sintetiza claramente unas conclusiones entre las que cuales destaca
cómo se incrementa el desarrollo de las
flotas españolas en América gracias al
desarrollo del comercio inter-americano
o la participación cada vez mayor de
buques de neutrales. Se subraya también el hecho de que Cádiz continúa
siendo una capital portuaria atlántica de
primer orden, que se usa, cada vez más,
el pabellón de neutrales en las rutas
atlánticas, o cómo afectó la amenaza
separatista que llegaba desde América a
rutas y comercio.
Los propios coordinadores de la
obra, Marina Alfonso y Carlos Martínez
Shaw, cierran el libro con un artículo
sobre el comercio de Manila entre 1798
y 1801, ilustrando datos que completan
algunos de los avances anteriormente
divulgados en torno a esta línea de investigación, y ahora enriquecidos con reflexiones sobre la alteración de las rutas
del área de Asía-Pacífico y las medidas
hispanas sobre la zona. Los avatares de la
navegación marítima aparecen también
ilustrados por la narración de una expedición, entre 1791 y 1792, en barco de
vela, a la Patagonia y Tierra del Fuego
con objeto de cartografiar la zona y
comprobar la naturaleza de los asentamientos que había tenido la región (Juan
Alfonso Maeso Buenasmañanas).
En general, en algunos de estos trabajos se añora que los especialistas no
hagan análisis comparativos con los
estudios existentes para otras épocas y
otros espacios y que se centren demasiado quizás en su propio marco cronológico, algo que ya está muy anticuado
(e incluso denostado) en otros ambientes científicos fuera de nuestras fronteras. Los estudios sobre el comercio exterior y colonial español de la Edad
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Moderna demandan, hoy más que nunca, que se hagan análisis comparativos,
que se amplíe el marco teórico con la
lectura y estudio de fuentes extranjeras
y que se deje de mirar para el interior
de una monarquía que era una piedra
angular de las articulaciones económicas
y sociales de una gran parte del mundo
conocido en la época que se ha llamado
«primera Edad Global».
Algunas de las problemáticas aquí
tratadas sin duda darán lugar a revisiones, críticas y correcciones que en algunos momentos incluso producirán cambios en la perspectiva o en la visión que
se tenía de ciertas cuestiones. A veces,
los estudios como los que forman esta
obra colectiva han aportado novedosas
ideas que, desgraciadamente, no siempre han tenido la divulgación que se
merecen (al menos entre los especialistas anglosajones dedicados al estudio
del comercio colonial hispano atlántico).
Si innovar no es otra cosa que mejorar
lo existente para dar nuevas utilidades
futuras a los conocimientos, puede decirse que el objetivo de estas investigaciones se ha cumplido. Es quizás por
ello por lo que se echa en falta una buena introducción teórico-metodológica y
una conclusión a los temas tratados,
dignos de los coordinadores de esta
edición. No obstante, aquellos que estamos familiarizados con el extenso y
rico trabajo de Carlos Martínez Shaw y
Marina Alfonso Mola sabemos que son
actualmente, y por aras del destino, de
los pocos especialistas que pueden ofrecer una continuación de futuro a esta
línea de investigación sobre la economía
marítima española vinculada a los complejos avatares históricos de la Carrera
de Indias. Pienso, y espero, que la historiografía futura, posterior a la que cimentaron aquellos recordados estudiosos como fue el propio profesor
Guillermo Céspedes del Castillo a quien
va dedicada esta miscelánea, pueda
disfrutar de una reconocida y brillante
continuación.
——————————————————–——
Ana Crespo Solana
CSIC
[email protected]
ARELLANO, Ignacio, STROSETZKI, Christoph y WILLIAMSON, Edwin (eds.): Autoridad y poder en el Siglo de Oro. Pamplona, Madrid y Frankfurt Am Main, Universidad de Navarra, Iberoamericana, Vervuert, 2009, 293 págs., ISBN: 978-848489-470-4 / 978-3-86527-495-3.
Las relaciones de poder en el Siglo
de Oro español, ya sean entre el monarca y sus súbditos —o entre el monarca
y su valido—, entre nobles y sirvientes
o simplemente entre amigos o miembros de una estructura familiar o de
vasallaje es materia inagotable de estudio. Algunos de sus más efectivos mecanismos simbólicos y alegóricos fueron
estudiados hace varias décadas por José
Antonio Maravall en libros que hoy
resultan clásicos, y cuya impronta se
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percibe aún en el trabajo de historiadores, sociólogos, antropólogos y críticos
literarios tanto dentro como fuera de
nuestras fronteras. El terreno de la ficción es quizá el que mayor rédito ha
dado a todos aquellos interesados en
desentrañar los mecanismos de poder en
la sociedad aurisecular: no hay ingenio
áureo que no haya reflexionado sobre el
uso y abuso de poder en sus diversas
manifestaciones, y no hay género literario que no lo haya tratado de manera
frontal u oblicua con mayor o menor
éxito. Piénsese, por ejemplo, en una
obra como la de Lope de Vega, cuya
vida estuvo sujeta a los continuos vaivenes económicos y emocionales de sus
diferentes mecenas y que, por su cantidad y calidad, resulta barómetro idóneo
de lo que fue la tesitura vital del escritor y ciudadano barroco. Si escribir era
muchas veces un ejercicio audaz, mucho
más podía llegar a ser el acto de publicar lo escrito; ya desde sus preliminares
el libro era, en este sentido, un acto
dual de sumisión y subversión, como
también lo era la tragicomedia que
acababa en los tablados, con sus guiños
y sus reverencias, con sus salidas de
tono y su claudicante servilismo. Sobre
todo esto, qué duda cabe, se ha detenido la crítica más reciente, por ceñirnos
tan solo a este fenómeno: centrados
parcial o totalmente en Lope han aparecido en prensas de ambos lados del
Atlántico libros como Alegorías del poder:
crisis imperial y comedia nueva (15981659) (2009) de Antonio Carreño Rodríguez, Majesty and Humanity: Kings
and their Doubles in the Political Drama of
the Spanish Golden Age (2009) de Alban
Forcione, Isabel La Católica en la producción teatral española del siglo XVII (2008)
de María Caba, Mito e historia en el teatro
873
de Lope de Vega (2007) de Teresa
Kirschner y Dolores Clavero, o Los itinerarios del imperio: la dramatización de la
historia en el Barroco español (2007) de
Florencia Calvo. No solo palpita en
estos estudios el problema de la representación del poder, sino también el de
la representación de esa representación,
es decir, de la «onda expansiva» que un
género como el teatro generó en su
audiencia y en lo que significó para su(s)
propio(s) creador(es). No hay táctica de
poder, a fin de cuentas, que no sea repelida aunque sea de manera tenue y
fragmentaria, y por ello resulta de gran
utilidad el abordar este fenómeno no
tanto desde su propia naturaleza, sino
desde sus fuerzas relacionales como un
vector más en un gran campo de influencias. Resulta lógico, por tanto, que no sea
ya tan solo la influencia de Maravall la
que se perciba en la crítica moderna, sino
también la del pensamiento francés del
último medio siglo —Foucault, De Certeau, Bourdieu…—, que tan magistralmente y de maneras tan fecundas ha indagado sobre el asunto: del panopticon a
las tácticas y estrategias, del habitus al
capital cultural… contamos ya con toda
una terminología de gran maleabilidad y
potencial ilimitado.
Estas diversas manifestaciones de
poder absoluto o contestado en la España de los Reyes Católicos y de los Austrias dan lugar a una reflexión sobre la
noción de autoridad, que es de lo que
en realidad se ocupa el presente volumen. Arellano, Strosetzki y Williamson
han editado un sugerente conjunto de
artículos, presentados en diversos encuentros y talleres de discusión en la
Universidad de Navarra (mayo de
2007), Exeter College, Oxford (noviembre de 2007) y en la Westfälische
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Wilhelms Universität de Münster (mayo de 2008). Desde actividades festivas
y ceremoniales de tinte exaltador hasta
géneros satíricos, morales o jurídicos,
pasando por el teatro palaciego con los
reyes como destinatarios, y haciendo
parada en determinadas obras maestras
como el Quijote, el Guzmán o el Lazarillo, es este un variado recorrido crítico
en donde nada se solapa. En «Vive le
Roy! El poder y la gloria en fiestas
hagiográficas francesas (canonización de
San Ignacio y San Francisco Javier,
1622)», Ignacio Arellano lleva a cabo
una serie de análisis basados en una
colección de la Biblioteca Municipal de
Poitiers (signatura D 1765) que reúne
siete relaciones de fiestas en dicha ciudad, así como en Tulle, Périgueux,
Clermont, La Flèche, Limoges y Agen.
En estas fiestas francesas, escribe Arellano, los colegios jesuitas son los principales escenarios, actuando a las órdenes del rey, a quien se le reconoce el
mérito de haber logrado del papa la
canonización de los santos; la Iglesia
queda así supeditada de manera sistemática a la monarquía. Al trabajo de
Arellano le acompaña una serie de artículos de hispanistas alemanes: Cerstin
Bauer-Funke dedica el suyo a los conceptos de poder, autoridad y autoría en
El siglo pitagórico y Vida de don Gregorio
Guadaña (1644) de Antonio Enríquez
Gómez; Tobias Leuker hace lo propio
con una selección del teatro palaciego
de Juan del Encina y Gil Vicente; Michaela Peters comenta algunas instancias de poder en una selección de textos
canónicos como los ya citados Lazarillo
de Tormes y Guzmán de Alfarache; María
del Carmen Rivero Iglesias analiza el
concepto del «bien común» en el episodio de la ínsula barataria con las tesis de
Maravall como contrapunto crítico;
Christoph Strosetzki firma un estimulante ensayo titulado «De la Lex Divina
a la Lex Positiva en la literatura de tratados del Siglo de Oro», mientras que
Thomas Weller hace un recuento de
uno de los asuntos más candentes en la
historiografía reciente, a saber, el de la
vinculación entre poder político y poder
simbólico; por último, Ulrich Winter
dilucida «algunos moldes tectónicos,
narrativos y estilísticos acerca de la representación del fin de Carlos V» (pág.
275) en la Historia de la vida y hechos del
Emperador Carlos V (1604, 1606) de fray
Prudencio de Sandoval, en donde percibe una ligazón entre un elemento narrativo (la muerte cristiana) y otro político (la monarquía española). A estos
estudios se añade una selección de trabajos de conocidos hispanistas británicos: Jonathan Tacker escribe sobre el
loco como figura de autoridad en Lope,
Colin Thompson lo hace sobre las transformaciones de Virgilio en las églogas
garcilasianas, Edwin Williamson estudia el conflicto de autoridad en la relación siempre cambiante de Don Quijote
y Sancho a través de cuatro «crisis» (la
aventura de los batanes, el encantamiento de Dulcinea, la profecía de Merlín y la pelea de Sancho con su amo en
el capítulo 60) y Ronald Truman aborda la relación entre el Consejo de la
Suprema y General Inquisición y los
libreros de Madrid en los años que siguieron a la publicación del Índice de
1612 y de su Apéndice del 1614, en
particular, en lo referente a la inspección de las librerías de Madrid de julio
de 1618. Asimismo, Victoriano Roncero escribe sobre el valido en Quevedo en
«Los límites del poder en Quevedo: la
figura del valido». Por último, no faltan
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 821-894, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
dos interesantes aportaciones del grupo
GRISO: Luis Galván hace lo propio en
un ensayo titulado «Educación, propaganda y resistencia: literatura y poder
875
en teorías, tópicos y controversias de los
siglos XVI y XVII» y Rafael Zafra cierra el volumen con un breve trabajo
sobre emblemática.
————————————————–—
Enrique García Santo-Tomás
University of Michigan, Ann Arbor
[email protected]
ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: Necesidad y Venalidad. España e Indias, 17041711. Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2008, 349 págs.,
ISBN: 978-84-259-1402-7.
En continuidad con su anterior libro
dedicado a la venalidad militar en la España del siglo XVIII, El sonido del dinero
(2004), el historiador F. Andújar afronta
en esta obra la venalidad en la administración borbónica. El nuevo libro constituye una aportación fundamental en este
terreno y su investigación matiza la supuesta política reformadora del estado
borbónico y el impulso modernizador de
la nueva dinastía. Se trata de un tema,
que, después de los trabajos iniciales de A.
Domínguez Ortiz y F. Tomás y Valiente,
quedó circunscrito en la historiografía
modernista española a la administración
municipal, a diferencia del desarrollo
alcanzado en la historiografía francesa.
Esta publicación responde a un interés
reciente, aún limitado, por el estudio de la
venta de cargos y honores por parte del
Estado. Una rigurosa y compleja investigación, que ha requerido el cruce de fuentes diversas para superar la habitual ocultación en la concesión de empleos y
honores por la vía venal, ha llevado al
autor del libro a una profunda revisión de
este tema con aportaciones innovadoras
que cuestionan afirmaciones anteriores
como la negación sistemática de que la
justicia se vendiese en España a nivel de
las magistraturas y que se hubiese prolongado la venalidad de los cargos hasta
el siglo XVIII. En efecto, si en un primer
momento, Felipe V, siguiendo las recomendaciones de su abuelo, se manifestó
contrario a conceder gracias por dinero, la
Guerra de Sucesión acabó con las intenciones iniciales. A lo largo del libro, se
demuestra cómo la venalidad, tan extendida en los últimos años del reinado de
Carlos II, continuó como medio de financiación de la hacienda regia y, por tanto,
como instrumento de provisión de cargos
en los primeros años de gobierno de Felipe V. La necesidad imperiosa de recabar
fondos para la guerra provocó que entre
los años 1704 y 1711 se pusiese en marcha una amplia operación venal como
recurso extraordinario para financiar la
contienda que afectó a todo tipo de cargos y honores.
En la primera parte del libro, se desvela el complejo mecanismo «institucionalizado» de la venalidad, una vez se ha
legitimado el proceso con el objetivo de
hacer frente al conflicto dinástico. La
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RESEÑAS
decisión de poner a la venta cargos y
honores obligó a incrementar la oferta,
ampliando el mercado venal que había
funcionado en el reinado de Carlos II
para América, añadiendo una serie de
empleos para vender en España que
hasta entonces nunca habían formado
parte del conjunto de oficios considerados como vendibles. El procedimiento
venal estuvo bajo la dirección de Amelot
y Grimaldo, quienes despachaban a boca
con el rey todo lo relativo a este asunto.
La princesa de los Ursinos debió intervenir en los negocios de más valor.
La documentación de la Secretaría
de Estado dirigida por Grimaldo ha
permitido reconstruir el proceso que
seguían los compradores de cargos. El
autor del libro describe con detalle el
funcionamiento del sistema «para dotar
de eficacia, operatividad y conveniente
sigilo a toda la operación venal». Dado
que la corona nunca ofertó plazas vacantes, era preciso conocer el itinerario
a seguir. Una tupida red de mediadores,
integrada por agentes de negocios, financieros e intermediarios se ocupaba
del trámite de la compra y el aspirante
solo acudía a las oficinas regias a retirar
el despacho o título que habilitaba para
el servicio del cargo adquirido. De ahí el
protagonismo que adquieren financieros
tan importantes como Bartolomé Flon
o Juan de Goyeneche. Los financieros
prestaban, además, el dinero a los compradores. Por este motivo, Andújar
afirma que se produjo una privatización
del tráfico de cargos, lo que en su opinión, «más que una debilidad del sistema debe entenderse como la mejor garantía para los vendedores (el rey y la
reina) de que iban a recibir el dinero en
efectivo, al tiempo que los compradores
se aseguraban de que contaban con la
plena confianza real». A través de este
mecanismo venal privado, se alejaba de
la corte el «sonido» del dinero.
El proceso comportaba una transformación radical en el modo de proveer los
cargos y en las relaciones entre los respectivos órganos y el monarca. La implantación de la vía reservada facilitó el desarrollo de esta empresa que supuso no solo la
relegación de los órganos consultivos
(Cámaras y Consejos), sino la práctica
anulación de estos. Los oficiales de la Secretaría de Estado que dirigía Grimaldo
eran elementos básicos del engranaje
administrativo venal, ya que por sus manos pasaban todos los expedientes de
compra. En este apartado, Andújar reconstruye la carrera de los hombres de la
administración que colaboraron en el
sistema. Según el estudio realizado, la
suma a pagar por un empleo se establecía
a tres bandas, contando con la participación del comprador, del financiero y de
Grimaldo, quien en última instancia decidía supuestamente en nombre del rey.
Todos los memoriales que presentaban los financieros debían contar con la
aprobación real y con el informe del Presidente del Consejo correspondiente al
puesto que se pretendía (Ronquillo, Tinajero o Frigiliana). Pero el informe no era
vinculante y parece que primó el dinero
sobre los méritos y la capacidad. Felipe V,
y María Luisa de Saboya en las largas
ausencias del rey, se ocupaban personalmente de la venta de cargos y a veces
recababan nuevos informes sobre la idoneidad de los compradores. Según apunta
Andújar, precisamente en las etapas de
gobierno de la reina, el número de cargos
vendidos se incrementó; se trataba de un
asunto en el que estaba directamente
interesada, ya que si al principio el dinero
obtenido de la venalidad se dirigió a la
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financiación de la guerra, de forma gradual se fue aplicando a la Casa de la Reina,
institucionalizándose su ingreso al acabar
aceptándose que un tercio de todo lo
recaudado por la venta de cargos tuviese
este destino.
La venta de cargos y honores, por
otro lado, según demuestra este historiador, fue vital para la financiación de la
guerra, aportando unos ingresos de al
menos 75 millones de reales, algo más del
7% del gasto, pero además proporcionó a
la monarquía un beneficio político ya que
sirvió para establecer lazos de fidelidad
entre los nuevos agentes de gobierno y el
monarca que les había vendido sus cargos.
En la segunda parte del libro, se
analizan los empleos y honores vendidos
en España e Indias. Una de las aportaciones más interesantes del libro se refiere a la justicia, que en sus más altas
instancias pasa a ser un elemento más
de la gran almoneda de cargos que se
comercializan en la corte. En los siglos
anteriores se habían vendido plazas de
subalternos en las chancillerías, pero
ahora se pusieron a la venta magistraturas de justicia en chancillerías y audiencias de España. El autor del libro constata que la venta de plazas de justicia se
inicia en 1706 bajo el gobierno de María Luisa, durante la ausencia del rey de
la corte. La principal diferencia de la
venta de magistraturas en España y
América fue la calidad de los seleccionados por dinero. De hecho, en 1717 Felipe
V se vio obligado a tomar medidas para
resolver el lamentable estado de las audiencias americanas por la falta de preparación de algunos magistrados nombrados
durante la contienda dinástica. En España
se exigió formación jurídica o haber ejercido en la carrera judicial, corregimientos
o alcaldía. Pero, en todo caso, la preferen-
877
cia de la corona hacia el dinero en lugar
de la capacidad o el mérito debió provocar
dificultades en los tribunales de justicia.
Por otro lado, el sistema venal trastocó la
carrera judicial, puesto que se llegaba
antes comprando el cargo que accediendo
por méritos. Se vendieron también magistraturas de justicia en Italia, en continuidad con las enajenaciones que se habían
producido ya en el siglo anterior en Milán, Nápoles y Sicilia, pero esta vez por
vía de decretos ejecutivos.
Además de magistraturas y otras plazas de justicia, se registran ventas en la
Sala de Alcaldes de Casa y Corte. Pero en
aquellos años se vendió de todo: desde la
presidencia de algunos consejos (Indias,
Hacienda e incluso Castilla) a todo tipo
de puestos en la administración: plazas de
consejeros, tesorerías y contadurías, cargos de hacienda, corregimientos, presidencia de la Casa de Contratación, algún
virreinato americano, honores como
hidalguía y títulos de nobleza, incluida en
América una Grandeza, e incluso ciertos
cargos y distinciones en el palacio real. En
esta línea, se plantean también las mercedes dotales: ¿se trataba de gracias o ventas? El autor establece la relación de la
venalidad con las plazas supernumerarias.
La venta de cargos de hacienda no
era nueva y con frecuencia recaían en
hombres de negocio, lo que habría posibilitado que se produjese en cierto
modo un control privado de la hacienda
pública. Al margen del sistema venal en
el que circulaba el dinero en efectivo, se
recuerda que funcionó otro activo mercado, semejante al utilizado en la institución militar, que consistió en la adquisición de cargos «en especie»,
ocultando las compras en los contratos
y asientos formalizados con la corona. A
este grupo, habría que sumar el mundo
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RESEÑAS
de los préstamos hechos al rey por particulares. Aunque en general los puestos
militares no fueron objeto de la almoneda, las plazas menores acabaron siendo enajenadas al igual que los corregimientos civiles. También parece que en
el siglo XVIII, contrariamente a lo afirmado en ocasiones, se enajenaron hábitos de órdenes militares.
En el libro se analiza el perfil social
y profesional del comprador y se comprueba que con frecuencia se falsifica el
currículum. Pero falta evaluar la trayectoria y pericia profesional de quienes
acceden al empleo por méritos y de
quienes lo adquieren con dinero. Las
consecuencias en las plazas de los Consejos no son bien conocidas, aunque es
de suponer que el elevado número de
supernumerarias paralizaría las aspiraciones de quienes pretendían acceder a
estas plazas por la vía ordinaria de mérito de un largo cursus honorum.
De esta segunda parte, también merece destacarse, por la novedosa interpretación de un tema más conocido, el capítulo dedicado a la venta masiva de puestos
de carácter político en Indias, aunque se
señala que el sistema de ventas de hasta
«terceras futuras» de un mismo cargo
devaluó los precios. Se pone de manifiesto
la singularidad del mercado venal americano porque la monarquía utilizó procesos
de selección diferenciados en España: la
principal diferencia sería la aceptación
plena por el rey y por el Consejo de Indias
de la corrupción que generaba el sistema
desde el momento que se procedía a la
venta de cualquier empleo. La corrupción
era evidente cuando el salario apenas iba a
permitir amortizar la inversión realizada;
pero tenía otros beneficios, como la posibilidad de nombrar personas con la aprobación del virrey. En América se permitió
que las ventas de corregimientos y alcaldías
mayores acabaran transformándose en un
descomunal negocio. Se enajenaron puestos de gobierno fundamentales como Capitanías Generales, que incluían la presidencia de las respectivas audiencias,
mientras que las compras de grados militares se extendieron a todos los niveles.
Más que el objetivo económico, como es
conocido, el ansia de ennoblecimiento o el
adelantamiento en la escala social siempre
subyacía en los objetivos de los compradores de cargos. Pero, además, el mercado
venal fue un medio de afirmación política
de las élites indianas, ya que fue aprovechado por las familias criollas para colocar
a sus miembros en diferentes puestos de la
administración colonial.
Finalmente en el libro se aborda otra
importante cuestión: la venalidad de cargos y honores acabó deslizándose hacia
derroteros próximos a la corrupción política. El autor del libro pone al descubierto
una trama en la que el dinero procedente
de la venalidad se destina a la compra de
adornos para el palacio y joyas de la reina,
y se relaciona con el envío de «donativos»
del duque de Linares, nombrado virrey de
Nueva España. También recoge Andújar
las negociaciones del virrey del Perú,
príncipe de Santo Buono, para obtener
beneficios similares a los recibidos por
Linares, con la posibilidad de vender
oficios y honores, y compartir los frutos
de la venta con el rey en «un pacto para
no robar demasiado». Al margen de la
corrupción, el historiador se pregunta
acerca del silencio sobre estas prácticas
durante la Guerra de Sucesión: la contienda podía justificar la referida
legitimación de la venalidad como había
sucedido en la Guerra de los Nueve
Años durante el gobierno de Carlos II.
La respuesta puede encontrarse en el
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proceso de fidelización que desarrolla la
monarquía borbónica en la primera década del siglo XVIII, un fenómeno pendiente de estudio. En definitiva, además
de las importantes aportaciones sobre la
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venalidad relativas a la etapa del conflicto
dinástico, Francisco Andújar ofrece en
este libro una interpretación historiográfica innovadora sobre la administración de
los Borbones en el siglo XVIII.
—————————————–——––———— Virginia León Sanz
Universidad Complutense de Madrid
[email protected]
JUAN VIDAL, Josep: La conquesta anglesa i la pèrdua espanyola de Menorca com
a conseqüència de la guerra de Successió a la Corona d´Espanya. Mallorca,
El Tall editorial, 2008, 213 págs., ISBN: 978-84-96019-49-2.
La conquesta anglesa constituye una
aportación consistente y novedosa que
viene a completar la abundante bibliografía centrada en la Guerra de Sucesión de España, entre 1700 y 1715,
especialmente sobre los territorios de la
Corona de Aragón. Mediante esta obra,
el profesor de la Universitat de les Illes
Balears Josep Juan Vidal, autor de una
extensa e imprescindible bibliografía
sobre la guerra en las Baleares, analiza
de forma detallada, gracias a una amplia y rica base documental, lo que
aconteció en Menorca durante aquellos
años cruciales. Pero es preciso señalar
que no se limita a completar la explicación sobre las Islas Baleares sino que
amplia la panorámica sobre el Mediterráneo y arroja luz sobre la política naval de las potencias en aquel ámbito
geográfico.
Sabido es que por su situación estratégica en el Mediterráneo Menorca se
convirtió en un objetivo primordial
durante la guerra tanto por motivos
militares como comerciales. Los británicos no albergaron ninguna duda al res-
pecto y no tardaron en apoderarse de la
isla, en 1708, manteniendo su dominio
en ella hasta que en 1782 regresó a la
soberanía española. El relato arranca
con la constatación de que los ingleses
intentaron asentarse ya en el puerto de
Mahón durante el reinado de Carlos II y
de ahí fueron desalojados en 1670. Felipe V, al iniciar su reinado, se preocupó
por la defensa de Menorca, consciente
del interés que despertaba entre las
potencias aliadas (no hay que olvidar
que en el tratado de partición de 1698
la isla ya figuraba entre las demandas
inglesas), acrecentado por la debilidad
estructural de sus defensas. El nombramiento de personas fieles en los
puestos de mando, civiles y militares,
acompañado por las primeras medidas
represivas ente 1702 y 1703 contra
partidarios de Carlos III el Archiduque,
respondían, también, a aquella inquietud que compartía el cónsul francés en
Mallorca Jean Roustan.
Aquellas cautelas no impidieron la
fácil toma de Ibiza y de Mallorca, «un
auténtico paseo militar» nos dice el
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RESEÑAS
autor, por parte de los aliados —cuya
escuadra dirigía el almirante John Leake— a finales de de septiembre y principios de octubre de 1706 en el momento en que estos cosechaban los
mejores resultados en España. En efecto, dominaban la Corona de Aragón y
ocuparon Madrid (aunque de forma
efímera). Huelga decir que el control de
Mallorca e Ibiza constituyó una baza
decisiva para los aliados, proporcionándoles ventajas indiscutibles en el control
de la navegación y del comercio.
Mientras, en Menorca se incrementaron las medidas represivas contra los
austracistas que, mediante cartas y pasquines redactados por religiosos, eran
cada vez más combativos. A partir de
aquel momento, la isla quedó bajo una
amenaza latente de ocupación. Así lo
entendió el núcleo austracista de la isla
que ensayó un primer intento de alzamiento, el 20 de octubre, dirigido por el
caballero y capitán Joan Miquel Saura.
Logró hacerse con el control de Ciudadela y proclamó a Carlos III como rey.
Pronto, el alzamiento se extendió por la
isla permaneciendo únicamente bajo
control borbónico el castillo de San
Felipe, en la embocadura del puerto de
Mahón. Como sucedió en Cataluña, las
autoridades locales se mantuvieron a la
expectativa y se decantaron en función
de cómo evolucionaban los acontecimientos. De forma significativa, el Consell de Mahón proclamó a Carlos III en
segunda votación, después de que se
hubieran ausentado los nobles y los eclesiásticos. Y como en el caso catalán,
Josep Juan Vidal constata que fueron los
elementos populares y los campesinos los
partidarios más convencidos del austracismo. Claro que también participaron
en el movimiento aristócratas de Ciuda-
dela y de Mahón, así como eclesiásticos,
principalmente regulares, y gente de
profesiones liberales, militares y propietarios rurales. El 20 de octubre Joan
Miquel Saura podía tomar posesión del
cargo de gobernador y capitán general
de Menorca. Fue reconocido como tal
por el plenipotenciario de Carlos III en
Mallorca el conde de Savallà, quien al
mismo tiempo juró conservar los privilegios y leyes de Menorca.
Pero el castillo de San Felipe aguantó el sitio durante más de dos meses y
se convirtió en el talón de Aquiles de los
austracistas menorquines. La llegada al
puerto de Mahón de la armada francesa
procedente de Toulon, el 1 de enero de
1707, invirtió la marcha de lo que parecía un proceso de cambio irreversible. A
pesar de la resistencia que ofrecieron
entre 500 y 600 austracistas, los borbónicos recuperaron la isla en menos de
diez días gracias a la ausencia de la flota
angloholandesa, que se había desplazado a Gibraltar y hacia puertos portugueses y británicos para pasar el invierno, en uno de los múltiples errores
tácticos que cometieron los aliados durante la guerra. Ante las amenazas de
bombardeo y de represión implacable
(«de ser colgados sin remisión»), los
menorquines no ofrecieron resistencia.
La isla sufrió, entonces, el preludio de la
represión implacable que se abatió entre
1707 y 1715 en los territorios de la
Corona de Aragón. Detenciones, ejecuciones, envío a galeras, huida, saqueo y
confiscaciones de bienes (utilizados para
premiar a los borbónicos) estuvieron a
la orden del día. Mientras, en Mallorca,
los franceses residentes también eran
perseguidos y tuvieron que ser evacuados. La división hizo mella entre la población menorquina y el gobernador
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Dávila desconfiaba de la fidelidad de
sus habitantes, en especial de los de
Ciudadela, hasta el punto que mudó la
artillería para que apuntara hacia el
interior de la villa. La represión culminó
con el nombramiento directo de los
jurats y consellers de Mahón en febrero de
1707. De este modo, los menorquines
se convirtieron en los primeros súbditos
de la Corona de Aragón que experimentaron la suspensión de sus privilegios.
Un nuevo intento de conspiración
austracista, en marzo de 1707, en el
que se hallaban implicadas numerosas
personas, se saldó con una represión
indiscriminada por parte de los 700
soldados borbónicos. El gobernador
Dávila ordenó el desarme de toda la
población y cesó y encarceló a los jurats
de Mahón. Unas medidas que hizo extensivas al resto de los municipios. Se
impuso, de este modo, un régimen de
terror mediante ejecuciones sumarias de
presuntos partidarios del austracismo
(entre enero y mayo de 1707 fueron
declaradas 36 condenas a muerte), entre
ellos, representantes municipales y otros
cargos. Si tomamos en consideración su
origen social, el perfil de los austracistas
destaca por sus tonos populares: religiosos (regulares sobre todo), profesiones
liberales, artesanado y payeses, mientras
que buena parte de la nobleza se inhibió. Se trataba, pues, según Josep
Juan Vidal, de un movimiento popular
y mesocrático, mientras que algunos
nobles colaboraron en la represión. A
partir de entonces, no solo se incrementó el control del personal político en los
municipios sino que se acortó el margen
de autonomía de los jurats así como las
atribuciones militares de que gozaban
los municipios (control de la munición y
de la artillería). De este modo, Dávila y
881
sus hombres, que no dudaron en incautar los bienes incluso a los eclesiásticos y
a algunos nobles, se comportaban a los
ojos de los menorquines como «enemigos» o «invasores» más que como defensores de la isla.
En el ámbito institucional, las medidas punitivas se plasmaron en la eliminación de los consejos representativos
mediante la supresión del sorteo para la
provisión de cargos y la derogación de
la insaculación que fue sustituida por el
nombramiento directo por parte del
gobernador. El proceso culminó el 1 de
noviembre de 1707 con la supresión de
los privilegios de la isla. Tanta violencia
y represión acabó allanando el camino
de la conquista de Menorca por los aliados, en cuyo contingente militar los
británicos ostentaban la mayoría. Después de tomar Cerdeña sus naves pusieron rumbo a Mahón. Cerca de 3.000
hombres, a las órdenes de John Leake y
de James Stanhope, a los que Mallorca
añadió 300 más, llegaron a la costa
menorquina a principios de septiembre
de 1708 donde fueron bien recibidos
por barcos de pescadores repletos de
austracistas. El último reducto, el castillo de San Felipe, cayó en manos británicas el 29 de septiembre. Fue una ocupación poco cruenta puesto que los
borbónicos apenas ofrecieron resistencia, lo que facilitó que las capitulaciones
fueran generosas.
Llegó entonces el turno de la represión contra los partidarios de Felipe V
—alimentada por el ánimo de revancha
por parte de los que la habían sufrido
antes—, al tiempo que surgían las primeras tensiones entre los representantes
institucionales de Menorca con los militares británicos a causa de su actitud
prepotente. Pero la consecuencia más
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relevante de la ocupación, por su trascendencia política, fue que Stanhope
proyectó la conquista de Menorca como
un botín de guerra para compensar el
dispendio económico efectuado por los
británicos a lo largo del conflicto. Como
es sabido, Carlos III, falto de recursos
tanto económicos como militares, estuvo supeditado a los ingleses y a los
holandeses desde los primeros compases
de la guerra. Aquella acción bélica, en
mayo de 1709, originó un delicado
conflicto en el seno del bando aliado
relacionado con la titularidad de la soberanía de la isla. Se trató, sin duda, de
una maniobra marcada por el oportunismo y la prepotencia que cayó como
un jarro de agua fría entre los aliados
empezando por los holandeses, competidores comerciales de los británicos,
que se sintieron engañados y perjudicados. Por su parte, Ramón de Vilana
Perlas, secretario del Despacho Universal de Carlos III, no tardó en apelar al
Tratado de la Gran Alianza de la Haya,
en virtud del cual solo una vez firmada
la paz se podrían convenir acuerdos y
compensaciones de este tipo. Alegó,
también, inconvenientes de carácter
religioso y añadió que Carlos III no podía desmembrar ningún territorio de la
Corona de Aragón sin el consentimiento
de las Cortes. Finalmente Vilana redactó
un documento para la venta de Menorca
a favor de la reina Ana, mediante el cual
la isla era empeñada por 200.000 doblones —supuestamente la cifra de la deuda
contraída por Carlos III con los británicos—, un pacto que dejaba abierta la
puerta de la recuperación de la isla mediante el pago de aquel importe. En
cualquier caso, los privilegios de Menorca, la religión católica y la libertad de
comerció quedaban garantizados. Evi-
dentemente, el documento sentó mal a
Stanhope, que llegó al extremo de retirar un regimiento de Barcelona que
debía entrar en acción y no parece que
llegara a firmarse.
Al final, Stanhope actuó como gobernador y restableció los privilegios de
Menorca, confirmados por Carlos III al
cabo de más de un año (14 de diciembre de 1709). Menos suerte tuvo el
gobernador propuesto por Carlos III el
archiduque, Joan Senjust, que no fue
aceptado por los británicos. Craggs, su
embajador en Barcelona, expresó con
claridad meridiana el punto de vista de
los conquistadores: había que «mantener la isla en poder de Inglaterra sea
quien sea el rey de España».
Los militares británicos desplegaron
diversas medidas de carácter económico
al objeto de proveer y alojar a las tropas
cuyos efectos no resultaron nada populares. Así, a mediados de 1709 había
más de 100 naves ancladas en el puerto
de Mahón. Los enfrentamientos cotidianos con los habitantes culminaron
con un edicto el 29 de marzo de 1710
del gobernador Petit que les prohibía
llevar armas. Además, la práctica religiosa en templos protestantes generó
recelos entre la población.
Sea como fuere, las negociaciones
de Utrecht, iniciadas el 29 de enero de
1712 partían de un acuerdo previo entre el Reino Unido y Francia por el que
Menorca quedaba bajo soberanía británica, pacto que fue confirmado en el
tratado preliminar que sellaron España
e Inglaterra el 27 de marzo de 1713. A
aquellas alturas de la guerra la resignación del gobierno austracista era más
que evidente. De nada sirvieron las
quejas que la Universitat General de
Menorca elevó en 1712 a Isabel Cristi-
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na, reina gobernadora desde que Carlos
III fue proclamado emperador (con el
título de Carlos VI), motivadas porque
la reina Ana, y no Carlos VI, dictaba las
directrices políticas y porque el gobernador de San Felipe actuaba como
máxima autoridad, en contra de lo que
establecían los privilegios. Fueron vanos
los intentos de que la emperatriz atajara
aquella dinámica porque ya en septiembre de 1712 llegó la noticia de la
suspensión de hostilidades entre Francia
y Gran Bretaña. Anticipándose a ello, el
duque de Argyll fue nombrado gobernador de la isla el 7 de junio. Las instrucciones que recibió hacían hincapié
en la conservación de la religión católica
y el respeto a los privilegios y leyes de
Menorca. Lo cierto es que Argyll confirmó aquellas demandas a las autoridades al tiempo que impartía órdenes a
sus oficiales de tratar a los menorquines
como súbditos de la reina británica. El
16 de agosto Richard Kane fue designado lugarteniente del gobernador y
dirigió durante más de veinte años los
destinos de Menorca. A finales de año,
un resignado Consejo de Estado presidido por Isabel Cristina condenaba, de
forma casi testimonial, la «usurpación»
de Menorca y acordaba informar de ello
al emperador.
De este modo, los británicos asumieron de facto la soberanía de la isla
antes de que concluyera la guerra. Kane
pasó a controlar los nombres de los
individuos que podían entrar en el sorteo de los cargos e impuso que en adelante era necesaria su aprobación para el
nombramiento de los futuros jurats y
consellers de los municipios y de la Universitat General de la isla. A pesar de
ello, en abril de 1714, aún en diversas
casas consistoriales (Ciudadela, Mahón,
883
Alayor, Ferrerías) se mantenía el retrato
de Carlos III. Del descontento de los
isleños hacia las nuevas autoridades se
hizo eco el memorial que Juan Bayarte
presentó en 1716 a Jorge I, en el que
aseguraba que «son tratados como los
más desdichados esclavos en Europa».
Unos agravios fundados principalmente
en las prácticas violentas y abusivas
derivadas del alojamiento de soldados
bajo el mandato de Kane.
Así pues, nos recuerda el autor, 1708
constituyó un año clave en la historia de
las Islas Baleares. Si por una parte se esfumó la secular unión política del archipiélago, por otra, en contraste con los
territorios de Valencia y Aragón que perdían sus fueros —y más tarde con Cataluña que perdió sus Constituciones—
Menorca logró conservar sus privilegios e
instituciones políticas. Aunque no está de
más recordar que la naturaleza y el alcance político de los primeros eran muy distintos de los privilegios de la isla.
Recapitulemos. Aparte del valor intrínseco de la obra, que relata con lujo
de detalles los acontecimientos y los
cambios políticos que tuvieron lugar en
Menorca durante la Guerra de Sucesión,
merece destacar dos aportaciones especialmente relevantes. La primera, el
análisis de aquel microcosmos que experimentó, en breve tiempo y de forma
intensa, todos los avatares de la guerra,
con los tres cambios de dominio correspondientes y la tensión política que
conllevaron, acompañada de una cruenta represión. La segunda, relacionada
con el carácter estratégico de la isla y la
apetencia que suscitó por parte de los
británicos. La plena supeditación de
Carlos III a su apoyo militar y económico se expresó sin ambages en las campañas de Gibraltar y de Madrid (en
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 821-894, ISSN: 0018-2141
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RESEÑAS
1706 y 1710) así como en la toma de
Menorca y su incorporación a la soberanía británica. Una hegemonía y prepotencia que volvieron a exhibir sin complejos en las negociaciones de Utrecht,
en la resolución del llamado «caso de los
catalanes» y en el abandono de Mallorca en 1715. Por todo ello, el Reino
Unido pudo ser recordado, por mucho
tiempo, como la «Pérfida Albión» (J.
Hoppit. A Land of Liberty? England,
1689-1727, Oxford, 2000). Finalmente, La conquesta anglesa permite plantearnos una cuestión nada baladí: a
pesar del mantenimiento de las libertades en la Menorca británica —a diferencia de lo que sucedió en Cataluña y
Mallorca, bajo el absolutismo borbónico—, ¿en qué medida se respetó y
cumplió la promesa? Algo parecido
podríamos preguntarnos para el ámbito
cultural. Aunque somos conscientes de
que este no era el objeto de análisis del
libro, al lector no deja de asaltarle la
duda al respecto. Micaela Mata, en su
magnífico libro publicado en 1994
(Menorca británica, I, La reina Ana y
Jorge I, 1712-1727), valoró positivamente el dominio británico tanto en el
ámbito de la participación política en
las instituciones como en el terreno de
la transformación económica de la isla.
Estas constituyen, en suma, algunas de
las más valiosas aportaciones del libro
de Josep Juan Vidal sobre aquel pequeño territorio insular, enclave mediterráneo decisivo. Una obra que tiene la
gran virtud de ofrecer una explicación
paradigmática de la Guerra de Sucesión
tanto en clave de enfrentamiento civil
como también eminentemente internacional.
—————————————–—————–——Joaquim Albareda
Universidad Pompeu Fabra
[email protected]
CALATAYUD, Salvador, MILLÁN, Jesús y ROMEO, M.ª Cruz (eds.): Estado y periferias en la España del siglo XIX. Nuevos enfoques. Valencia, Universitat de
València, 2009,459 págs., ISBN: 978-84-370-7392-7.
La democracia actual surgió de una
transición que implicó una «reinvención
de España», en la línea de lo defendido
por Sebastian Balfour y Alejandro Quiroga en un conocido libro. La Constitución definió el marco de esa reinvención
y si bien concebía España como una
nación, reconocía, a la par, la existencia,
en su seno, de cuatro «nacionalidades
históricas» fácilmente catalogables, en
la práctica, como «naciones sin estado».
La constancia de esta realidad de nación
«difícil», que arrastraba profundos déficits
de legitimación política y simbólica hizo
mella en los historiadores que se instalaron en el espacio público y académico de
esos «años transitorios». El paradigma
historiográfico que fructificó en ese contexto fue el del fracaso de la España contemporánea como comunidad liberal.
El paradigma comenzó a elaborarse
en los años sesenta, mientras el país
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 821-894, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
entraba en una modernización social
acelerada que antecedió a su efectiva
democratización y en él participaron
hispanistas influidos por los tópicos
románticos sobre España tanto como
historiadores españoles implicados en la
oposición política a la dictadura. Ya en
1972, Jose Antonio Maravall lamentaba
la tendencia que veía entre sus colegas a
escribir la historia de España como si
del perfil de un hueco se tratara, diciendo «no hay feudalismo, no hay burguesía, no hay ilustración», destacando
siempre lo que no fue o hubo en lugar
de lo contrario. Esta contemplación del
pasado implicó una valoración negativa
del estado y de su principal cometido
según el canon político liberal: su construcción como nación.
Esa lectura era altamente deudora de
las teorías de la modernización. Estas teorías proponían un nuevo planteamiento de
la nación como comunidad abstracta que
resultaba de un largo proceso de asimilación por el estado de territorios, culturas,
mercados y avances científicos. Un proceso
que requería la integración política, económica y social que aquel debía acometer
mediante instrumentos como el servicio
militar o la educación pública, el comercio,
la industria y la administración centralizada; medios de comunicación terrestres
(correos, telégrafos, ferrocarriles, etc.) y
culturales (prensa, novelística, etc.). Eugen
Weber fue el historiador que mejor supo
aplicar las potencialidades de estas teorías
acerca del estado como canal de la «comunicación social». Y la historiografía de
la democracia española concibió la nación,
durante más de dos décadas, a su imagen
y semejanza, como un producto difundido
de forma unidireccional, de la mano de lo
que Weber definía como «agencias del
cambio».
885
El corolario de este paradigma fue la
conocida tesis de la «débil nacionalización», que generó un amplísimo debate
historiográfico y que ha beneficiado recientemente una lectura más abierta y
compleja de la interacción entre estado y
nación. En el comienzo del nuevo siglo,
las tesis relativas al «giro local» o «regional» han reubicado el papel del estado en
tanto que agente nacionalizador, beneficiando una lectura más plural, compleja
y horizontal de la relación entre individuo y nación (Fernando Molina y Miguel
Cabo, «Donde da la vuelta el aire: reflexions sobre la nacionalització a Espanya», Segle XX núm. 4, 2011, en prensa).
La dependencia que esta nueva lectura
de la nacionalización tiene de referentes
culturales y políticos ha hecho que se
pierda la perspectiva social y económica
que también incide en la construcción de
la nación.
Esta es la gran virtud de este libro y
la que le hace destacar entre el abundante número de trabajos colectivos
que se publican en relación con el fenómeno de la nación. Porque en la mayoría de estos libros es la nacionalización la que destaca, siendo el estado un
sujeto de atención secundaria, simplemente promotor de la misma, mientras
que los editores de este libro han tenido
el buen juicio de reivindicar una atención prioritaria para este. Reivindican
estudiar el estado con autonomía de su
dimensión nacional. Es decir, reflexionar sobre la operatividad del estado
liberal del siglo XIX en tanto que institución vertebradora de la nueva sociedad generada por la revolución liberal.
Y solo a partir de esta evaluación plantean el lugar que tuvo la nación en ese
proceso. Para sustentar este planteamiento renovador dedican casi un tercio
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RESEÑAS
del libro a una revisión historiográfica
del estado en la configuración de la
España contemporánea.
El propósito de la misma es reubicar el lugar de este en la historiografía
contemporánea, dando por superada la
lectura de fracaso o debilidad del mismo
en tanto que instancia «modernizadora»
y liberal, que es, no olvidemos, el sentido con el que fue creado a la salida del
proceso revolucionario iniciado en
1808. Pero la superación de un paradigma no debe conducir, en opinión de
los editores, a reemplazarlo por otro,
como sería el de la «normalidad» del
estado español. Un esquematismo,
afirman, no se corrige mediante otro
esquematismo (pág. 11). Volveré a esta
reflexión más adelante; antes me importa más incidir en que nos encontramos
con una puesta al día de los conocimientos sobre el estado en el siglo XIX
que me ha hecho recordar el lamento de
Rafael Cruz en uno de los artículos sobre el particular que se publicaron en los
años noventa, al señalar cómo, por entonces, era imposible realizar «una visión
de conjunto sobre las características globales de la formación del estado en España». Y ello debido a que «no existe
aún suficientes estudios sectoriales y
temporales que nos permitan tener una
idea ajustada de lo que ha sido y es el
estado español y de qué manera ha influido en las distintas esferas de la vida
social» (Rafael Cruz, «El más frío de los
monstruos fríos: la formación del Estado
en la España contemporánea», Política y
Sociedad, 18, 1995, págs. 90-91).
Este libro demuestra que, quince
años después, sí puede hacerse esta reflexión. Los editores de este trabajo
cuestionan en ella el papel de los grandes propietarios y rentistas en el engra-
naje del antiguo estado absolutista,
reubican la aristocracia señorial como
núcleo cortesano más que político y
niegan esta iniciativa en la consolidación del nuevo estado liberal. Asimismo, relativizan el arraigado mito de la
incomunicación entre élites periféricas y
continentales, las unas pretendidamente
más modernizadoras que las otras, supuestamente ancladas en la inercia de
un modo de vida agrario instaurado en
patrones del Antiguo Régimen. Por el
contrario, subrayan cómo ya en el
tiempo de la Revolución la vieja propiedad privilegiada había resultado ampliamente infiltrada y desbloqueada, al
irrumpir en el mercado de la tierra las
fortunas que procedían del mundo de
los negocios urbanos y de los labradores
acomodados. En los inicios de la revolución liberal, la integración del mercado
entre el interior agrario y las zonas industriales de la periferia era mayor que
lo que había supuesto la historiografía
del fracaso.
Su análisis del personal político del
nuevo estado liberal revela la construcción de un sistema de representación
política alejado de la participación ciudadana y fraguado a través de pactos y
coacciones que permitían instalar el
nuevo capitalismo agrario o industrial
en un marco de movilidad de la propiedad y de resistencia a la incorporación
de estratos sociales amplios a la práctica
política, como bien reflejará la colaboración monográfica de Rafael Zurita. Si
la política resultó un agente deficitario
en su capacidad para promover el cambio social, lo mismo ocurrió con el mercado nacional, la urbanización o la educación, instrumentos que, como señalan
los editores, contribuían a reforzar la
identidad nacional del nuevo estado
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(pág. 48). Su evaluación del papel del
estado en la incentivación del desarrollo
económico, a través de la reforma de la
hacienda, la definición de los nuevos
derechos de propiedad o la creación de
un mercado nacional asistido por un
sistema de transportes y comunicaciones eficiente, políticas de comercio y de
control de las relaciones laborales, resulta clarificadora. En líneas generales,
estos instrumentos no estimularon a
corto o medio plazo el crecimiento
agrario y económico en la medida en
que ello hubiera sido necesario, como
bien refleja el trabajo complementario
de Juan Pan-Montojo. Incluso en el
caso del mercado, la situación a final de
siglo era la de la consolidación de una
diferenciación no tanto entre regiones
industriales y agrarias como entre regiones de agricultura intensiva, con
capacidad de renovación en función del
mercado, y regiones de agricultura extensiva y limitada capacidad de progreso económico (pág. 82).
Sin embargo, esta evaluación de los
límites del estado en tanto que instrumento de construcción nacional no
permite cuestionar la capacidad de esta
para manifestarse en su dimensión simbólica. Ni siquiera el ejército o la educación, pese a su deficiente implantación cívica, invalidan la constancia de
un país mucho más nacionalizado que
lo que tradicionalmente se ha reflejado.
Así lo demuestran varias de las colaboraciones de este volumen, especialmente
las generadas por esa «nueva historia
social» catalana, de excelente impronta
anglosajona, representada por Bernosell
y Garcia Balañá, que ha contribuido a
recuperar en toda su complejidad unas
décadas, las que van de 1840 a 1870,
en que el sindicalismo y el movimiento
887
obrero se regían por patrones de armonía social y negociación con el capital,
que les hicieron permeables a la empatía con las formaciones progresistas y
demócratas. Ello favoreció un repertorio
patriótico y popular complejo, en el que
la lucha social absorbía referentes nacionalistas, favoreciendo la pugna política con los gobiernos conservadores.
De las colaboraciones complementarias a la larga introducción que vertebra
este libro se desprende que la nación
jugó un papel sustancial en la sociedad
decimonónica. Interactuó con dimensiones autónomas al estado o deficitariamente gestionadas por este, caso de las
relaciones laborales y la pugna por la
mejora de las condiciones de vida obrera,
y fructificó en referentes que permanecen aún por explorar, como el colonialismo y la idea de imperio. Sobre esto
último, Martín Rodrigo proporciona un
trabajo particularmente esclarecedor
acerca de los resortes nacionalistas que
bullían en la sociedad civil, incluso en
territorios como el catalán en que el
lenguaje del doble patriotismo no hacía
sino implementar el nacionalismo español, especialmente cuando este incidía en
poderosos intereses empresariales y en
un imaginario popular que concebía la
nación desde una órbita mucho más
atlántica que peninsular. El esfuerzo que
historiadores como Josep María Fradera
han hecho por recuperar ese factor atlántico en la comprensión de la sociedad
decimonónica se ve recompensado en
trabajos sugerentes como este, que refuerzan investigaciones recientes que,
como las de Garcia Balañá, han incidido
en la dinámica popular y obrera de las
movilizaciones españolistas previas a la
Restauración (Albert Garcia Balanyà,
«Clase, Pueblo y Patria en la España
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liberal: comunidades polisémicas y experiencias plebeyas en la Cataluña urbana
(1840-1870)», en Fernando Molina (ed.)
Extranjeros en el pasado. Nuevos historiadores de la España contemporánea, Bilbao,
2009, págs. 97-128).
La llamada de los editores de este
volumen a romper el esquema vertical
de análisis de las relaciones entre estado
y nación, en virtud de criterios más
horizontales, de negociación entre partes más que de sumisión de todas ante
el estado, me lleva a incidir en el que
creo puede ser único vértice un tanto
débil de este libro. Y es que quizá la
mejor manera de obviar esquematismos
de anormalidad o normalidad sería ubicar España en un contexto europeo y
«atlántico». Es decir, el esfuerzo de
revisión historiográfica que hacen los
editores de este volumen no termina de
incorporar un referente esencial como es
el de la comparación con otros fenómenos europeos y americanos. De ello
resultaría un panorama múltiple que
permitiría ajustar mejor esa superación
de cualquier paradigma esquemático.
Aparte de que beneficiaría una mejor
comprensión del pasado. En todo caso,
este libro es una respuesta cumplida a
esa petición «a gritos» que hacía Rafael
Cruz de realizar «una historia exhaustiva de la formación del Estado, con la
que podamos estudiar las influencias o
desencuentros con otros procesos históricos que consideremos relevantes».
—————————————–——––—— Fernando Molina Aparicio
Universidad del País Vasco
[email protected]
CASADO DE OTAOLA, Santos: Naturaleza patria. Ciencia y sentimiento de la naturaleza en la España del regeneracionismo. Madrid, Fundación Jorge JuanMarcial Pons, 2010, 379 págs., ISBN: 97-884-92820-10-8.
En la coruñesa fraga de Cecebre,
plantaron un árbol ciertamente extravagante: un poste eléctrico que esparce
por el horizonte sus longitudinales ramas de alambre. La escena ocurre en el
legendario «bosque animado» figurado
por Wenceslao Fernández Flores. Obra
publicada el año 1943, los primeros
años de la posguerra. El tiempo del
regeneracionismo ha pasado arrastrado
por la contienda civil. Pero el escritor
gallego conoció en primera persona la
España precedente y su visión de una
naturaleza idílica cercenada por el arti-
ficio humano, un espacio donde el
hombre es un «detalle» más componiendo una sempiterna colección de
objetos, se corresponde con los ideales
de antaño. Los representa. Al igual que
la arcádica sierra de Guadarrama, visionada por el naturalista Mariano de la
Paz Graells, idealizada por el profesor
Giner de los Ríos, escrita por el filósofo
Miguel de Unamuno, dibujada por el
maestro Aureliano Beruete, este «bosque animado» del tiempo siguiente es
un canto a las bondades de una naturaleza benefactora, un lugar donde el
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RESEÑAS
hombre puede encontrar sentido material y moral a su terrenal existencia.
Parafraseando Les rêveries du promeneur
solitaire de Jean-Jacques Rousseau, escribiríamos que la naturaleza ofrece al
ser humano un espectáculo vital pleno
de encanto, purificador. Este es el leitmotiv del naturalismo regeneracionista.
Recurrente, por supuesto. En su crónica
del 26 de junio de 1932 para el diario
El Sol, explicaba Unamuno que la Naturaleza es una de las dos barajas empleadas por Dios en el juego de la vida.
La otra es la Historia, recordando lo que
fuimos. A orillas del Manzanares renace
Unamuno escuchando el rumor de sus
aguas cristalinas deambulando por La
Pedriza entre aromas de jara y tomillo;
excursión perfumada por una inconfundible fragancia de lavanda. Imagen
idílica contrapunto del «metropolitano
y arteriosclerótico» río que transita la
capital, y ejemplo de aquella naturaleza
patria invocada el año 1916 por el senador Pedro Pidal defendiendo la Ley
de Parques Nacionales. Natura genuina
en su ser y existir, sentida, pensada y
modelada como idea nacional, que el
hombre debe preservar construyendo
un futuro común. Políticos, intelectuales y científicos recorrieron la vereda
natural regeneracionista durante la
última parte del siglo XIX hasta 1936,
buscando remedio a la nefasta realidad
española evidenciada por la debacle
colonial del 98. España era la nación en
ruinas anunciada por Ricardo Macías
Picavea tras la pérdida de Cuba (El
problema nacional, 1899), y regresando a
la naturaleza, retorno físico y mental, el
regeneracionismo reivindicaba la identidad ambientalista de un país decadente para convertirlo en la «Nature’s Nation» del sur de Europa. De esta temática
889
se ocupa Santos Casado en un ensayo
polisémico —historia de la ciencia, institucional, del pensamiento, de la pedagogía, del urbanismo, ambientalista—,
metodológicamente muy bien construido a partir de una profusa bibliografía.
Libro de síntesis, compilativo y también, literario, cuya lectura supone la
exploración continuada de un sinfín de
personajes marcados con la impronta de
lo natural: Casiano del Prado, Celso
Arevalo, Joaquín Costa, Odón de Buen,
Ignacio Bolívar, Joaquín Castellarnau,
Mariano Graells, Reyes Prosper, Pedro
Pidal, Lucas Mallada, Aureliano Beruete, Enrique Rioja, Francisco Giner, Rosa
Sensat, Ricardo Picavea y demás, representando una mentalidad regeneracionista peculiar de ciertas élites que buscan en la naturaleza el espacio donde
reanudar una nueva existencia. Simultáneamente, el libro se desarrolla como
una historia de geografías: la sempiterna sierra de Guadarrama, los picos de
Europa, la montaña de Monserrat, la
sierra de Espuña, la Ciudad Encantada,
el Pinar de Valsaín, las montañas de
Gredos; lugares que deleitan por la
mera contemplación. Utópica felicidad
que se traslada a las ciudades convertidas en urbes jardín: la madrileña Ciudad Lineal es un claro ejemplo de este
nuevo modo de vivir entre animales y
plantas. Universo de lo vivo que se
puede disfrutar colectivamente en parques como los capitalinos de El Retiro y
la Casa de Campo; antes territorio de
reyes, ahora «naturaleza para todos».
Urbanismo verde pedagógicamente
representado por las Escuelas Bosque,
donde los infantes aprenden a convivir
en un entorno natural próximo: lecturas
al aire libre cautivos del aroma de los
pinos y del armónico canto del ruiseñor,
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distraídos observando el revoloteo de las
mariposas, el lento desplazarse del caracol; escribe la maestra Rosa Sensat. Son
pinceladas de esta «Naturaleza patria»
que Santos Casado analiza eficazmente
sumando esfuerzos propios y ajenos,
construyendo brillantemente las historias de una idea conocida, el hombre
natural, a través de la aventura individual y el debate ideológico.
—————————————–——————–——Andrés Galera
CSIC
[email protected]
HERNÁNDEZ FIGUEIREDO, José Ramón: Destrucción del patrimonio religioso en
la II República (1931-1936). A la luz de los informes inéditos del Archivo
Secreto Vaticano. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2009, 348 págs.,
ISBN: 978-84-220-1417-1.
En septiembre del 2006 dejaron de
estar embargados los fondos existentes
en los archivos de la Santa Sede correspondientes al período de Pío XI (6 de
febrero de 1922-10 de febrero de
1939). Esos mismos meses, en España
hay una operación, denominada «recuperación de la memoria histórica». Con
sanción legislativa, igual que sucedió en
otros países, se trata de una imposición
a los historiadores. En otros países se
prohibió hablar de algún tema. En España la ley trata de fomentar y forzar
una rectificación de la historia, que
restaure la equidad frente a la que, según sus promotores, hicieron los de
«antes».
La operación es arriesgada. Se había
olvidado lo peor del siglo XX español.
Había una memoria selectiva, por ejemplo, de toda la operación «heroica» para
salvar el Prado. Se olvidó la destrucción
de patrimonio histórico inmueble y
mueble guardado en los templos y por la
Iglesia. Mucho de él tenía la calificación
de «patrimonio nacional». El resto era
propiedad del estado tras la Ley de Confesiones y Congregaciones religiosas.
La «reconciliación nacional», promovida por el PCE, fue una exigencia ética
y un bien más valioso que el otro patrimonio. Incluso se produjo una «amnistía» mutuamente otorgada, para olvidar
lo que nunca debió suceder. El perdón y
el olvido de los crímenes contra las personas hizo que se olvidara también lo
que ya en 1961 llamó Antonio Montero
Moreno «el martirio de las cosas», en
una obra reeditada recientemente.
En los archivos de la Santa Sede,
hay documentación sobre los sucesos de
mayo de 1931, sobre otros atentados
esporádicos entre esta fecha y la revolución de octubre de 1934. Se hizo en
Asturias un inventario de lo destruido y
del coste de su reparación. Vinieron
luego las jornadas posteriores a las elecciones de febrero de 1936. Llegó a la
Nunciatura, en las últimas semanas de
Federico Tedeschini, noticia detallada
de los ataques, incendios, cierres de
edificios de culto y locales parroquiales,
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 821-894, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
de instituciones de la Iglesia, desde
colegios a sedes de organizaciones sociales católicas… Las protestas del nuncio
hasta que finalizó su misión y luego, del
encargado de negocios hasta que tuvo
que salir de Madrid en noviembre de
1936, no recibieron satisfacción.
Este libro pretende «documentar un
episodio importante de “la muerte del
arte español”». Aquello fue, dice el autor, una «ola de barbarie». ¿Por qué
pasó? ¿Cómo se explica que eso sucediera en un momento «de paz y democracia»? ¿Son posibles estas cuando los
hechos quedan impunes y se justifican
diciendo que no «existía el poder del
estado»? Esa impotencia de la República fue creciendo desde los sucesos de
mayo de 1931 en muchos lugares de
España y los disturbios revolucionarios
de Sevilla en junio de 1931, y llegó
hasta bien avanzada la Guerra Civil.
El autor habla de «odio destructor».
Puede que sí. Es evidente que hubo una
estrategia de intimidación hasta 1934.
En la revolución de octubre de este año
se quiso acabar con todo lo que daba
cobijo simbólico a quienes no podrían
formar parte de la España revolucionaria. La supresión de las cosas mediante
la violencia era una puesta en escena,
una pedagogía, para que los interesados
se enteraran de que no respetarían su
vida y que serían eliminados «en aras de
la revolución».
Se creó una imagen: fue el pueblo,
fueron los republicanos, quienes quemaron iglesias, estatuas, cuadros, ornamentos, ajuar litúrgico y profanaron
tumbas. Ni siquiera puede decirse que
actuaron en nombre del pueblo. En días
de terror, hay que alejar sospechas cargadas de amenazas, por eso es obligada
esa forma de adhesión imprescindible
891
que es ser espectador. Ni lo hicieron los
republicanos, porque la mayoría, aun
siendo clerófoba, era culta. Ni se puede
convertir en una línea de conducta una
frase retórica, —«todas las iglesias de
Madrid no valen la vida de un republicano»—, salvo cuando el tiempo demuestra
que, a veces, esa brillante frivolidad da
razones para actos criminales delictivos
que deberían avergonzar a una persona
culta, aun no siendo hombre de bien.
Las Cortes Constituyentes, dijo Alcalá Zamora, no representan la realidad
del país. Las elecciones no otorgan carta
de acierto a los electos ni los electores
son infalibles. Por eso las elecciones se
hacen con fecha tope de nueva convocatoria. No pudieron entenderlo así quienes creyeron que las cortes no eran un
parlamento, sino una convención donde
todo lo decide la mayoría. Ese fue el
error de las primeras constituyentes, las
Cortes de Cádiz. No se escuchó en estas
a quienes advirtieron que ni siquiera el
tratamiento de «S. M.» que a sí misma
se dieron, las libraría de equivocarse y
les aseguraría la sumisión de quienes
sintieron miedo ante tanto poder con
tan poco control.
Lo más valioso de este trabajo es la
honestidad de Hernández Figueiredo al
remitirnos al valor capital de esta obra:
el acceso a documentos hasta ahora no
conocidos. El lector gana y mucho dejándose guiar por él en aquel dramático
trance, cuando la cuestión religiosa dejó
de debatirse libremente y se transformó
en política, es decir, en una decisión,
entre mayo de 1931, primeras medidas
del gobierno provisional, y mayo de
1933, aprobación de la Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas. Se
obligaba a la Iglesia Católica a aceptar
un marco institucional no negociado.
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RESEÑAS
José María Semprún Gurrea denunció esta ley. Estaba hecha con «un lamentable complejo de obnubilación
mental y de manía persecutoria». Sus
autores se sentían perseguidos y querían
perseguir. Con esta puesta en marcha
de la «separación del Estado y la Iglesia», se crea una situación paradójica:
los republicanos consienten en 1936
que se destruya un patrimonio, que no
era ya de la Iglesia, sino de la República. Parece que la explicación lógica es
que quienes aprobaron la ley, creyeron
que tras la revolución no haría falta
nada de lo que estaba siendo destruido,
aunque, legalmente, ya no era de sus
enemigos.
Hernández Figueiredo recoge los
asuntos debatidos y los problemas y
desafíos de la Iglesia en los años treinta.
Había conciencia de la fuerza cultural
del anticlericalismo, de la apostasía de
las masas, de la necesidad de trabajar en
la escuela y en la educación popular, de
la «reforma» de la acción social de los
católicos, para corregir sus defectos. A
la llegada de la República, ni su acatamiento de hecho ni las razones éticas
para hacerlo, ni la estrategia que debía
seguirse fueron decisiones improvisadas.
Los católicos podían ser factor decisivo
para consolidar la República. La Santa
Sede estaba en ello. ¿Saldría bien? ¿Podría salir bien en tan poco tiempo?
Hubo más días de excepción que
jornadas normales esos años, menos de
nueve, incluidos los de la guerra. Poco
estables políticamente: tres elecciones
generales y muchos gobiernos. Mucha
impaciencia. Unos creían que la revolución era inaplazable, urgente. Otros
pensaban que destruirla era inaplazable,
urgente. Todos creían que quien se
adelantara ganaría la partida. No bas-
taba con legislar, dice Hernández Figueiredo, fue necesario recurrir a la
violencia.
Azaña dijo que la guerra demostraba la flaqueza del liberalismo español.
Demostraba sobre todo que si la gente,
el pueblo, la mayoría, casi todos los
ciudadanos, no son res sacra para los
gobernantes, para los «dirigentes», la
guerra es simplemente un fratricidio,
un acto repugnante y criminal. Si hay
justicia, ese asesinato de hermanos no
puede quedar impune. Y quedó. Quedó
gracias a esa vergüenza que fue el exilio
asegurado y fastuoso de quienes debieron estar en un «Nüremberg» ilocalizable en España. Fue imposible ese juicio,
porque unos y otros terminaron derrotando a la justicia y extrayendo de la
gente de abajo víctimas propiciatorias
para permanecer ellos impunes.
Este libro, con la introducción del
autor y con los documentos que pone a
nuestro alcance, permite, por vía de
hecho, ver ese descenso hacia la barbarie, desde los incendios inaugurales de
mayo de 1931, pasando por ese ensayo
de la guerra que fue octubre de 1934,
hasta llegar a lo que se inicia en febrero
de 1936 y culmina en los incendios y
saqueos de aquel verano trágico de
1936. Se destruyó el patrimonio, pero
también se profanó lo que muchos en
conciencia tenían por sagrado e inviolable. Se inició un camino hacia una violencia, que se justifica en sí misma y
genera una réplica en sus víctimas.
Hay cosas discutibles. Es normal.
La historia es un relato en claves razonables. Nada que ver con la propaganda. La historia es una disciplina no
para gente aguda, brillante, dogmática
y peón del poder. En este relato, como
conclusión, un recuerdo. En mayo de
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 821-894, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
1931 hubo incendios en Sevilla. En
junio, la ciudad durante varios días
estuvo en manos de los revolucionarios, a los que se designaba como «comunistas». No es un post hoc, propter
hoc, pero hay que preguntarse por qué
los sucesos no se unen por una «convergencia de fatalidades» —la frase es
de Sagasta en 1898—.
Quienes crean que la clerofobia
puede ser un remedio para la injusticia
se equivocan. Quienes piensen que la
justicia se logra al asalto, no andan lejos
del mismo error. Ambos despojan a la
gente buena, a los que en un tiempo se
llamó los desposeídos, los dominados…
Frente a los culpables de eso, nunca
893
sobran argumentos. Este libro aporta
uno, que tiene un valor añadido: no se
han distinguido los «padres» de «esta
izquierda cultural», por conservar el
patrimonio secular de España, Quizás
no lo amaron ni lo aman. Quizás lo
desconocen. Eso explica esa frivolidad
publicada en un diario que parece ser de
ellos: las iglesias dan luz cuando arden.
Esta obra, «palabras sobre el patrimonio», es testigo de cargo para unos y
puede ser un compromiso, debe serlo,
para esta España que aún sigue siendo
más que peregrina, exiliada por quienes
parecen no saber nada más que quitarnos nuestro solar y arrojarnos de él.
——————————————————–— Cristóbal Robles Muñoz
CSIC
[email protected]
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 821-894, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 239, septiembre-diciembre, págs. 895-902, ISSN: 0018-2141
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691-714
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9-38
ESTUDIOS
01. BARTOLOMÉ RODRÍGUEZ, Isabel: ¿Fue el sector eléctrico un
gran beneficiario de la «política hidráulica» anterior a la Guerra Civil? (1931-1936) / Did the Spanish electricity sector
greatly benefit from the ‘hydraulic policy’ before the civil war?
(1911-1936) ....................................................................................
02. DOMÍNGUEZ CASTRO, Luis: Borrando rayas: cooperación territorial, soberanía y construcción europea (1948-1980) / Erasing lines: Territorial cooperation, sovereignty and European
construction (1948-1980) ...............................................................
03. FERNÁNDEZ SARASOLA, Ignacio: La organización del poder ejecutivo en España (1808-1810). Reflexiones a partir de un texto
inédito de Jovellanos / The organization of executive power in Spain
(1808 -1810). Reflections on an unedited text by Jovellanos ...........
04. HORTAL, José Eloy: La lucha contra la Monarchia Universalis
de Felipe II: la modificación de la política de la Santa Sede en
Flandes y Francia con respecto a la monarquía hispana a finales del
siglo XVI / The fight against the Monarchia Universalis of Philip
II: The modification of the Holy See’s policy in Flanders and France
regarding the Spanish monarchy at the end of the 16th century ........
05. INAREJOS MUÑOZ, Juan Antonio: Reclutar caciques: la selección de las élites coloniales filipinas a finales del siglo XIX /
Recruiting Caciques: The selection of Philippine colonial elite in
the late 19th century .........................................................................
06. LÓPEZ-SALAZAR, Ana Isabel: La cuestión de la naturaleza de
los ministros del Santo Oficio portugués. De las disposiciones legislativas a la práctica cotidiana / The problem of the nationality of Ministers and Officers of the Portuguese Holy Office. From
legal orders to the daily practice .......................................................
07. MARTÍN VISO, Iñaki: Monasterios y redes sociales en el Bierzo
altomedieval / Monasteries and social networks in the early medieval El Bierzo region .....................................................................
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181-206
239
763-788
237
121-152
237
87-120
08. MARTÍNEZ RUIZ, José Ignacio: «A towne famous for its plenty
of raisins and wine». Málaga en el comercio anglo-español en el
siglo XVII / A town famous for its abundance of raisins and
wines. Anglo – Spanish commerce in the XVII century ................
09. NIEVA OCAMPO, Guillermo: Frailes revoltosos: corrección y disciplinamiento social de los dominicos de Castilla en la primera mitad
del siglo XVI / Unruly friars: correction and social discipline of the
Dominicans of Castile in the first half of the 16th century ................
10. SÁNCHEZ GÓMEZ, Luis Ángel: Imperialismo, fe y espectáculo:
la participación de las misiones cristianas en las exposiciones coloniales del siglo XIX / Imperialism, faith, and show: the participation of the Christian Churches at the colonial and international exhibitions of the 19th century .............................................
11. TERCERO CASADO, Luis: La jornada de la reina Mariana de
Austria a España: divergencias políticas y tensión protocolar en
el seno de la Casa de Austria (1648-1649) / The Marian
queen’s journey from Austria to Spain: divergent politics and
protocol tension within the House of Habsburg (1648-1649) ....
12. TOMÁS FACI, Guillermo: Derecho y fiscalidad en la construcción
de una frontera interna en la Corona de Aragón (Ribagorza,
1250-1300) / Law and taxation in the construction of an internal
frontier in the Kingdom of Aragon (Ribagorza 1250-1300) ..........
13. TORRE, Joseba de la: España como mercado. Oportunidades de
negocio, desarrollo económico y franquismo / Spain as a market:
Opportunities for business, economic development and Francoism ....
14. URTEAGA, LUIS Y NADAL, Francesc: La sección cartográfica del
Estado Mayor Central durante la II República (1931-1936) /
The cartographical section of the Spanish general staff during the
second republic (1931-1936) ..........................................................
15. VARELA OROL, Concepción: Martín Sarmiento y las bibliotecas de la Congregación Benedictina de Valladolid / Martín
Sarmiento and the libraries of the Benedictine Congregation of
Valladolid ..........................................................................................
16. ZOFÍO LLORENTE, Juan Carlos: Reproducción social y artesanos. Sastres, curtidores y artesanos de la madera madrileños en el
siglo XVII / Social reproduction and artisans. Tailors, tanners,
and joiners of Madrid in the 17th century ....................................
SECCIÓN MONOGRÁFICA
1.
BARRIO BARRIO, Juan Antonio: Per Servey de la Corona
d´Aragó. Identidad urbana y discurso político en la frontera
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 895-902, ISSN: 0018-2141
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2.
3.
4.
5.
6.
meridional del reino de Valencia: Orihuela en la Corona de Aragón,
ss. XIII-XV / To serve the Crown of Aragon. Urban identity
and political discourse in the Kingdom of Valencia’s south frontier:
Orihuela in the Crown of Aragon, 13th to 15th centuries ................
JARA FUENTE, José Antonio: Introducción. Lenguaje y discurso: percepciones identitarias y construcciones de identidad .......
JARA FUENTE, José Antonio: Por el conosçimiento que de
él se ha. Identificar, designar, atribuir: la construcción de identidades (políticas) en Cuenca en el siglo XV / Because of our
knowledge about Him. To identify, designate, and attribute:
the construction of (political) identities in the city of Cuenca in
the 15th century .................................................................................
MONSALVO ANTÓN, José María: Ideario sociopolítico y valores estamentales de los pecheros abulenses y salmantinos (ss.
XIII-XV) / Socio-Political ideas and status group values of the
Pecheros of Avila and Salamanca (13th to 15th centuries) ......
OLIVA HERRER, Hipólito Rafael: La prisión del rey: voces
subalternas e indicios de la existencia de una identidad política
en la Castilla del siglo XV / The Prison of the King. Subaltern voices and signs of the existence of a political identity in
15th century Castile ..........................................................................
VERDÉS PIJUAN, Pere: Atès que la utilitat de la universitat
deu precehir lo singular: discurso fiscal e identidad política en
Cervera durante el siglo XV / Since the interest of the community is superior to that of the individuals: fiscal discourse and
political identity in 15th century Cervera ..........................................
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474-477
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573-578
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278-284
DECLARACIÓN
01. Declaración de El Colegio de México .......................................
RESEÑAS
01. 36.ª Semana de Estudios Medievales, 2009, Estella, Navarra: Ricos y pobres: opulencia y desarraigo en el Occidente medieval, por Juan Vicente García Marsilla .................................
02. ACOSTA RAMÍREZ, Francisco, CRUZ ARTACHO, Salvador
Manuel y GONZÁLEZ DE MOLINA, Manuel: Socialismo y
democracia en el campo (1880-1930). Los orígenes de la
FNTT, por Fernando Sánchez Marroyo ..................................
03. AGLIETTI, Marcella (ed.): Nobildonne, Monache e cavaliere
dell´Ordine di Santo Stefano. Modelli e strategie femminili nella
vita pubblica della Toscana granducale, por Angelantonio
Spagnoletti .......................................................................................
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239
847-851
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531-535
04. ALBEROLA, Armando y OLCINA, Jorge (eds.): Desastre natural, vida cotidiana y religiosidad popular en la España moderna y contemporánea, por Eva Serra i Puig .............................
05. ALLOZA APARICIO, Ángel y CÁRCELES DE GEA, Beatriz: Comercio y riqueza en el siglo XVII: estudios sobre cultura, política y
pensamiento económico, por José María Oliva Melgar ...................
06. ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: Necesidad y Venalidad. España e Indias, 1704-1711, por Virginia León Sanz ...............
07. ARELLANO, Ignacio, STROSETZKI, Christoph y WILLIAMSON, Edwin (eds.): Autoridad y poder en el Siglo de Oro, por
Enrique García Santo-Tomás .....................................................
08. BLUMENTHAL, Debra: Enemies & Familiars. Slavery and
Mastery in Fifteenth-Century Valencia, por Josep Torró .........
09. BONAMENTE, Giorgio, CRACCO, Giorgio y ROSEN, Klaus
(eds.): Constantino il Grande tra medioevo ed età moderna, por
F. J. Fernández Conde ..................................................................
10. BROGGIO, Paolo: La teologia e la politica. Controversie dottrinali, Curia romana e Monarchia spagnola tra Cinque e Seicento, por Enrique García Hernán ..............................................
11. CALATAYUD, Salvador, MILLÁN, Jesús y ROMEO, M.ª
Cruz (eds.): Estado y periferias en la España del siglo XIX.
Nuevos enfoques, por Fernando Molina Aparicio .....................
12. CARPIO ELÍAS, Juan: La explotación de la tierra en la Sevilla
de los siglos XVI y XVII, por Ramón Lanza García ...............
13. CASADO DE OTAOLA, Santos: Naturaleza patria. Ciencia y
sentimiento de la naturaleza en la España del regeneracionismo,
por Andrés Galera ..........................................................................
14. CATEURA BENNÀSSER, Pau: L’administració atrapada.
Crèdit, finances i adaptacions fiscals en el regne de Mallorca (segle XV), por Juan Manuel Carretero ........................................
15. CEGLIA, Francesco Paolo de: I fari di Halle. Georg Ernst
Stahl, Friedrich Hoffmann e la medicina europea del primo Settecento, por José Luis Peset ...........................................................
16. CRESPO SOLANA, Ana (coord.): Comunidades transnacionales.
Colonias de mercaderes extranjeros en el Mundo Atlántico (15001830), por Marina Alfonso Mola ..............................................
17. DELGADO BARRADO, José Miguel y LÓPEZ ARANDIA, María Amparo: Poderosos y privilegiados. Los caballeros de Santiago
de Jaén (siglos XVI-XVIII), por Raúl Molina Recio .................
18. DÍAZ ORDOÑEZ, Manuel: Amarrados al negocio. Reformismo
borbónico y suministro de Jarcia para la Armada Real (16751751), por Marta García Garralón ...........................................
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ÍNDICE GENERAL DEL VOLUMEN LXXI
19. DUBET, Anne: Un estadista francés en la España de los Borbones. Juan Orry y las primeras reformas de Felipe V (17011706), por Teresa Nava ...............................................................
20. FAES DÍAZ, Enrique: Claudio López Bru, Marqués de Comillas, por Elena Hernández Sandoica ..........................................
21. FONT DE VILLANUEVA, Cecilia: La estabilización monetaria
de 1680-1686. Pensamiento y política económica, por Javier
de Santiago Fernández ..................................................................
22. FORTEA PÉREZ, José Ignacio: Las Cortes de Castilla y León
bajo los Austrias. Una interpretación, por Juan M. Carretero
Zamora ..............................................................................................
23. FRANCH, Ricardo (ed.): La sociedad valenciana tras la abolición de los Fueros, por Xavier Torres Sans .................................
24. GARCÍA GUERRA, Elena M. y LUCA, Giuseppe de (eds.): Il
mercato del credito in età moderna. Rete e operatori finanziari
nello spazio europeo, por Carlos de Carlos Morales ...................
25. GONZÁLEZ DE LEÓN, Fernando: The Road to Rocroi. Class,
Culture and Command in the Spanish Army of Flanders
(1567-1659), por Antonio Espino López ................................
26. GRANJA, José Luis de la y PABLO, Santiago de (dirs.): Gerra Zibilak Euskadin izan zuen bilakaerari buruzko iturri dokumentalen eta bibliografikoen gida (1936-1939) / Guía de
fuentes documentales y bibliográficas sobre la Guerra Civil en
País Vasco (1936-1939), por Cruz Rubio ................................
27. HERNÁNDEZ FIGUEIREDO, José Ramón: Destrucción del patrimonio religioso en la II República (1931-1936). A la luz de
los informes inéditos del Archivo Secreto Vaticano, por Cristóbal Robles Muñoz ..........................................................................
28. HUGUET-TERMES, Teresa, ARRIZABALAGA, Jon y COOK,
Harold J.: Health and Medicine in Hapsburg Spain: Agent,
Practices, Representations, por José Pardo Tomás .....................
29. ISLA, Amancio: Ejército, sociedad y política en la Península
Ibérica entre los siglos VII y XI, por Pablo C. Díaz ..................
30. JUAN VIDAL, Josep: La conquesta anglesa i la pèrdua espanyola de Menorca com a conseqüència de la guerra de Successió a
la Corona d´Espanya, por Joaquim Albareda ..........................
31. LABERE, Nelly (coord.): Être à table au Moyen Âge, por
Margarita Tascón González ........................................................
32. LAMIKIZ, Xabier: Trade and trust in the Eignteenth-Century
atlantic World. Spanish merchants and their overseas networks,
por Carlos Martínez Shaw ...........................................................
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551-557
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243-246
239
829-834
33. LORENZO CADARSO, Pedro Luis: Estudio diplomático de la
evolución del expediente administrativo en la Edad Moderna,
por José Luis Rodríguez de Diego .............................................
34. MANTECÓN MOVELLÁN, Tomás A. (ed.): Bajtín y la historia de la cultura popular, por Adoración Moreno ....................
35. MARCOS CASQUERO, M.A.: Roma como referencia del mundo
medieval, por Helena de Carlos ...................................................
36. MARCOS MARTÍN, Alberto (coord.): Agua y sociedad en la
época moderna, por María Isabel del Val Valdivieso ...............
37. MARTÍNEZ GALLEGO, Francesc-Andreu: Esperit d’associació:
cooperativisme i mutualisme laics al País Valencià, 1834-1936,
por Marc Baldó Lacomba ............................................................
38. MARTÍNEZ HERNÁNDEZ, Santiago: Rodrigo Calderón, la
sombra del valido: privanza, favor y corrupción en la corte de
Felipe III, por Rubén González ...................................................
39. MARTÍNEZ SHAW, Carlos y ALFONSO MOLA, Marina
(coords.): España en el comercio marítimo internacional (siglos
XVII-XIX). Quince estudios, por Ana Crespo Solana ............
40. MELÓN JIMÉNEZ, Miguel Ángel: Los tentáculos de la Hidra.
Contrabando y militarización del orden público en España
(1784-1800), por Enrique Martínez Ruiz ..............................
41. MENÉNDEZ ROBLES, María Luisa: El marqués de la VegaInclán y los orígenes del turismo en España, y SUÁREZ BOTAS,
Gracia, Hoteles de viajeros en Asturias, por Octavio RuizManjón ..............................................................................................
42. MINNEN, Cornelis A. van y HILTON, Sylvia L. (eds.): Political Repression in U.S. History, por Aurora Bosch ...............
43. MOREJÓN RAMOS, José Alipio: Nobleza y humanismo. Martín de Gurrea y Aragón. La figura cultural del IV duque de
Villahermosa (1526-1581), por Valentín Moreno Gallego .
44. NUBOLA, Cecilia y WÜRGLER, Andreas (a cura di /
hrsg.von): Ballare col nemico? Reazioni all’espansione francese
in Europa tra entusiasmo e resistenza (1792-1815) / Mit dem
Feind tanzen? Reaktionen auf die französische Expansion in
Europa zwischen Begeisterung un Protest (1792-1815), por
Lluís Roura i Aulinas .....................................................................
45. O’DONNELL Y DUQUE DE ESTRADA, Hugo (dir.): Historia
militar de España, por José Manuel Nieto ................................
46. PEQUIGNOT, Stéphane: Au nom du roi. Pratique diplomatique et pouvoir durant le règne de Jacques II d’Aragon (12911327), por Eloísa Ramírez Vaquero .........................................
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 239, septiembre-diciembre, 895-902, ISSN: 0018-2141
ÍNDICE GENERAL DEL VOLUMEN LXXI
47. PÉREZ TOSTADO, Igor: Irish Influence at the Court of Spain
in the Seventeenth Century, por María del Carmen Saavedra
Vázquez .............................................................................................
48. REGUERA, Antonio T.: Los geógrafos del rey, por Antonio
Sánchez Martínez ...........................................................................
49. RODRIGO, Javier: Hasta la raíz. Violencia durante la guerra
civil y la dictadura franquista, por Marc Baldó Lacomba .....
50. ROSENBERG, Danielle: La España Contemporánea y la cuestión judía, por Isidro González ....................................................
51. SALAS ALMELA, Luis: Medina Sidonia. El poder de la aristocracia. 1580-1670, por Antonio Álvarez-Ossorio .................
52. SERRANO LARRÁYOZ, Fernando: La oscuridad de la luz, la
dulzura de lo amargo. Cerería y confitería en Navarra (siglos
XVI-XX), por José Antonio Nieto Sánchez ..........................
53. SOLBES FERRI, Sergio: Rentas reales y navíos de la permisión a
Indias. Las reformas borbónicas en las Islas Canarias durante el
siglo XVIII, por Manuel Hernández González .......................
54. STEWART, Pamela J. y STRATHERN, Andrew: Brujería,
hechicería, rumores y habladurías, por José Manuel Pedrosa .....
55. TAUSIET, María y AMELANG, James S. (eds.): Accidentes del
alma. Las emociones en la Edad Moderna, por Fernando Rodríguez de la Flor ...........................................................................
56. THOMAS, Werner, y STOLS, Eddy (eds.): Un mundo sobre
papel. Libros y grabados flamencos en el imperio hispanoportugués (siglos XVI-XVIII), por Manuel Peña ..............................
57. TORRES SANS, Xavier: Naciones sin nacionalismo. Cataluña en la
monarquía hispánica (siglos XVI-XVII), por Jon Arrieta ............
58. VÁZQUEZ GARCÍA, Francisco: La invención del racismo. Nacimiento de la biopolítica en España, 1600-1940, por Paola
Martínez Pestana ............................................................................
59. YUN CASALILLA, Bartolomé (dir.): Las Redes del Imperio.
Élites sociales en la articulación de la Monarquía Hispánica,
1492-1714, por Adolfo Carrasco Martínez ............................
60. El Carlismo en su tiempo: Geografías de la Contrarrevolución.
Primeras Jornadas de Estudios del Carlismo, Actas, Estella 18-21 septiembre 2007, por Cristóbal Robles ................
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————
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570-572
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NORMAS DE PUBLICACIÓN
1. TEXTOS
Artículos. El autor enviará el texto con una carta adjunta donde deberá constar de forma
explícita que se trata de un trabajo original, que ninguna de sus partes ha sido publicada anteriormente, que no ha sido publicado en otro idioma y que no se halla en fase de evaluación en
otras revistas o publicaciones. En esta carta incluirá también sus datos profesionales con centro
de trabajo, correo electrónico y una dirección postal. Los textos se presentarán con notas a pie
de página y con bibliografía final. La extensión del trabajo será de entre 10.000 y 12.000 palabras. Se acompañará de una primera página con el título del artículo, un resumen con un
máximo de 200 palabras y 6 palabras clave, todo ello en español e inglés. El resumen describirá el objetivo del trabajo, fuentes, método, argumento y conclusiones. La revista aconseja mantener este orden en el desarrollo del artículo.
Monográficos. La revista publica también estudios monográficos integrados por un mínimo de seis artículos y un máximo de ocho sobre un mismo tema. La propuesta de un monográfico la hará el coordinador del conjunto mediante una carta de no más de 100 palabras que
incluirá el título, los autores, los artículos de cada uno y una explicación sobre el interés del
monográfico. Éste se publicará con una breve introducción a cargo del coordinador. Estos artículos se regirán por las mismas normas que los demás de la revista en cuanto a extensión y
forma de evaluación. La eventual traducción al español o a otra lengua de un artículo del monográfico será responsabilidad de su autor o del coordinador del monográfico.
Estudios críticos. La revista entiende por estudio crítico aquellos artículos de carácter historiográfico que analizan al menos tres obras recientes sobre un mismo tema. En caso de abarcar un
número superior al indicado, la cronología del estudio no deberá superar los últimos veinte años.
El objetivo de estos trabajos no es ofrecer un panorama exhaustivo de títulos, sino analizar las
ideas más innovadoras surgidas en un determinado campo historiográfico. La extensión de estos
trabajos será de entre 5.000 y 10.000 palabras. El autor enviará a la revista la propuesta de su
estudio crítico con una breve carta en la que explicará el interés del tema elegido junto a las obras
objeto de su estudio. El Consejo de Redacción decidirá sobre su aceptación, tras la cual el autor
dispondrá de un máximo de cuatro meses para enviar el texto. La evaluación final del estudio
crítico correrá a cargo del Consejo de Redacción o de expertos externos a la revista.
Reseñas. Hispania encarga a reconocidos especialistas la crítica de cuantas obras considera
oportunas. En ningún caso se publicarán las reseñas que no hayan sido aprobadas previamente por
el Consejo de Redacción. La revista agradecerá propuestas de obras, bien mediante el envío del
ejemplar o facilitando sus datos editoriales. La extensión de una reseña no sobrepasará las 2.000
palabras, por lo que se insta a los autores a potenciar la crítica de la obra frente al resumen de su
contenido. Hispania se reserva el derecho a publicar las reseñas encargadas una vez recibidas.
2. IDIOMAS
Desde su fundación en 1940, la revista publica trabajos en las lenguas mayoritarias de su
ámbito científico. La publicación en otras lenguas será estudiada en cada caso por el Consejo de
Redacción. Esta política se aplica desde 2011 a todas las secciones de la revista.
3. ENVÍO DE TEXTOS
Los textos se enviarán por correo electrónico a [email protected]. La revista dará
acuse de recibo al autor. Los envíos en papel y disquete se aceptarán sólo en caso excepcional.
4. NORMAS DE ESTILO
La revista se atiene a las normas aprobadas por la Asociación de Academias de la Lengua Española
para todo lo referente a cuestiones gramaticales y ortográficas. Además, Hispania se reserva el derecho a
introducir correcciones de estilo en los textos para adecuarlos a sus normas de edición y al carácter
general de la revista. En caso de desacuerdo con el autor, prevalecerá el criterio de la revista.
Epígrafes. Cada parte en que se divida el texto llevará su epígrafe correspondiente en mayúsculas y negrita. Para las subdivisiones dentro de cada parte se usarán minúsculas y negrita.
En ningún caso los epígrafes vendrán numerados ni en arábigo ni en romano.
Citas de archivos. Los nombres completos de los archivos citados, junto a sus siglas correspondientes, se especificarán al comienzo del texto en una nota marcada con un asterisco (*)
situado al final del título del trabajo.
Referencias bibliográficas. Aparecerán únicamente en las notas a pie de página según
las normas siguientes:
a) Libro
Apellido/s del autor/es en mayúsculas, año de publicación de la obra, tomo o volumen si lo
hubiera y página/s:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954, vol. 1: 34-60.
Si se citan varios libros en la misma nota, se separarán con un punto:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954, vol. 1: 34-60. RUIZ MARTÍN, 1991: 188-189.
Si se citan varias obras del mismo autor publicadas en años diferentes, se separarán con un
punto y coma sin repetir el nombre del autor:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954, vol. 1: 34-60; 1973, 44-46.
Si se citan varias obras del mismo autor publicadas en el mismo año, cada obra se diferenciará añadiendo al año de edición una letra del abecedario:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954a, vol. 1: 34-60; 1954b, 78-80.
b) Capítulo de libro:
Apellido/s del autor/es en mayúsculas, año de publicación de la obra, tomo o volumen si lo
hubiera y página/s:
GUINOT, 2004, vol. 2: 421-422.
c) Artículo:
Apellido/s del autor/es en mayúsculas, volumen de la revista y número si lo hubiera, lugar
y año de publicación entre paréntesis y página/s:
BRONFELD, 71/2 (Lexington, 2007): 465-498.
d) Documentos:
Nombre del documento en cursiva, siglas del archivo, fondo o sección, número de legajo o
libro y expediente o folio/s:
Consulta del Consejo de Estado, AHN, Estado, legajo 13156, exp. 21.
BIBLIOGRAFÍA FINAL
Al final del artículo, y por orden alfabético, se incluirá la lista completa de los autores citados. Aparecerán por el apellido/s seguido del nombre en minúsculas (si una obra pertenece a
varios autores, se citarán separados por comas), título de la obra en cursiva, ciudad de publicación, editorial y año, todo separado por comas:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Política y hacienda de Felipe IV, Madrid, Pegaso, 1960.
En caso de incluir varias obras de un mismo autor, éste será citado por cada obra.
Si las obras han sido publicadas en distinto año, se ordenarán por orden cronológico; pero
si han sido publicadas en el mismo año, se pondrán por orden alfabético respecto de sus títulos
y se añadirá una letra del abecedario al año de edición.
Distinto año:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Política y hacienda de Felipe IV, Madrid, Pegaso, 1961.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Alteraciones andaluzas, Madrid, Narcea, 1973.
Mismo año:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, La clase social de los conversos en Castilla en la Edad Moderna,
Madrid, CSIC, 1955a.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, La sociedad española en el siglo XVIII, Madrid, CSIC, 1955b.
En caso de obras colectivas, primero aparecerán el autor y el trabajo citado en el artículo y,
a continuación, los datos de la obra colectiva:
GUINOT, Enric, «La implantació de la societat feudal al País Valencià del segle XIII: la
gènesi de les senyores i l´establiment de les terres», en Flocel Sabaté y Jean Farré
(coords.), El temps i l´espai del feudalisme, Lérida, Pagès, 2004; 421-442.
Los artículos se citarán del modo siguiente:
BRONFELD, Saul, «Fighting Outnumbered: The Impact of the Yom Kippur War on the
U.S. Army», The Journal of Military History, 71/2 (Lexington, 2007): 465-442.
Los libros, capítulos de libro y artículos electrónicos se citarán según estos ejemplos:
a) Libros
PUMARINO, Andrés, La propiedad intelectual en ambientes digitales educativos [en línea], Santiago de Chile, DuocUC, 2004. Disponible en: http://biblioteca.duoc.cl.digital/aovalle/
general/guias/computacion/_propiedadintelectual/ propiedad_intelectual.htlm [consultado
el 18 de octubre de 2005]
b) Capítulo de libro
ESTEVEZ, Raúl, ACUÑA IGLESIAS, Rodrigo, Evaluaciones por competencias laborales [en línea],
Santiago de Chile, DuoUC, 2005. Capítulo 2. Identificación de las tareas. Disponible en:
http://biblioteca.duoc.cl/bdigital/Libros_electronicos/338PTX410epcl2004.doc [consultado el 11 de mayo de 2009]
c) Artículos
BLANCO FERNÁNDEZ, Carlos, «Aproximación a la historiografía sobre Don Juan de Austria », Tiempos Modernos, Revista electrónica de Historia Moderna [en línea]. 3 (2002). Disponible en: http://tiemposmodernos.org/tm3/index.php/tm/issue/view/6 [consultado el 21 de
febrero de 2008]
ZUBILLAGA, Carlos, «El asociacionismo inmigratorio español en Uruguay en la mira del
franquismo: entre la oposición y el disciplinamiento», Revista de Indias [en línea] 69
(2009). doi: 10.3989/revindias.2009.002
d) Documentos electrónicos con localizador permanente DOI (Digital Object Identifier), ya sean
libros, capítulos de libro o artículos, se citarán utilizando el localizador DOI con preferencia a su
dirección URL (o dirección ‘http://’), siendo innecesario en este caso añadir la fecha de consulta:
Citas literales. Se pondrán entre comillas bajas cuando el texto esté escrito en español y
francés (« »). Para citas en inglés y otros idiomas se usarán comillas altas (“ ”). Si la cita supera
las dos líneas, se escribirá en texto sangrado y en cuerpo menor.
Gráficos, mapas, cuadros estadísticos, tablas y figuras. Incluirán una mención de las
fuentes utilizadas para su elaboración y del método empleado. Estarán convenientemente titulados y numerados, de modo que las referencias dirigidas a estos elementos en el texto se correspondan con estos números. Este sistema facilita alterar su colocación si así lo exige el ajuste
tipográfico. Las imágenes se enviarán preferentemente en formato TIFF o JPG (nunca en
WORD ni en PDF) y con una resolución de 300 ppp. Los mapas y gráficos deben ir en formato vectorial para poder editarlos sin merma de la calidad de la imagen.
5. PROCESO DE EVALUACIÓN
El método de evaluación de Hispania es el denominado de «doble ciego», que ayuda a preservar el anonimato tanto del autor del texto como de los evaluadores. El Consejo de Redacción
decidirá sobre la publicación del texto a la luz de los informes, que serán dos como mínimo. En
el caso de que un artículo no se adecue a la línea general de la revista, será devuelto a su autor
sin necesidad de evaluación. El secretario de la revista notificará al autor la decisión tomada
sobre su trabajo. En caso de aceptación, el secretario podrá adjuntar, además, la relación de
modificaciones sugeridas por los evaluadores. La decisión última de publicar un texto puede
estar condicionada a la introducción de estas modificaciones por parte del autor, que dispondrá
de un plazo de seis meses para volver a enviar su texto. Superado este plazo, el artículo repetirá
enteramente el proceso de evaluación. Tanto los artículos rechazados como los informes de los
evaluadores se conservarán en el archivo de la revista. Los autores que hayan publicado en
Hispania deberán esperar un mínimo de dos años para enviar un nuevo trabajo.
6. CORRECCIÓN DE PRUEBAS
Los autores recibirán las primeras pruebas para su corrección, que se limitará a los errores
gramaticales, ortográficos y tipográficos según las normas de la revista. No podrán introducirse
modificaciones que alteren de modo significativo el ajuste tipográfico. La corrección de las
segundas pruebas será responsabilidad del secretario y del director de la revista.
7. SEPARATAS
La revista entregará a los autores separatas de los textos publicados en el formato o formatos establecidos en cada momento por el Servicio de Publicaciones del CSIC.
8. DERECHOS DE AUTOR
Los textos publicados en Hispania, tanto en papel como en su versión electrónica, son propiedad del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, siendo necesario citar su procedencia cuando sea necesario.
Salvo indicación contraria, todos los contenidos de la edición electrónica de Hispania se
distribuyen bajo una licencia de uso y distribución Creative Commons Reconocimiento-Uso no
Comercial 3.0 España (CC-by-nc 3.0). La indicación de la licencia de uso y distribución, CC-bync, ha de hacerse constar expresamente de esta forma cuando sea necesario. Puede consultar la
versión informativa y el texto legal de dicha licencia en los siguientes enlaces:
http://creativecommons.org/licenses/by-nc/3.0/es/
http://creativecommons.org/licenses/by-nc/3.0/es/legalcode.es
Los usuarios pueden realizar un número razonable de copias impresas para su uso personal
o con fines educativos o de investigación.
GUIDELINES FOR CONTRIBUTORS
1. TEXTS
Articles. The author is to send the text with a letter attached explicitly stating that it is
an original work, that no part of it has previously been published, that it has not been
published in any other language and that it is not in the evaluation phase for any other
journals or publications. This letter is also to include the author’s professional information such
as place of work, e-mail address and a mailing address. The texts are to be presented with
footnotes and with a final bibliography. The length of the paper is to be between 10,000 and
12,000 words. It should be accompanied by a first page with the title of the article, an abstract
of no more than 200 words and 6 key words, all in both Spanish and English. The abstract
should describe the objectives, sources, methodology, argument and conclusions of the paper.
The journal recommends maintaining this order throughout the article.
Monographs. The journal also publishes monograph studies consisting of a minimum of six
articles and a maximum of eight on a single subject. The proposal for the monograph will be
made by the coordinator of the group by means of a letter of no more than 100 words that is to
include the title, the authors, each one’s articles and an explanation of the topic addressed in the
monograph. The monograph will be published with a short introduction by the coordinator.
These articles are to abide by the same rules as the others in the journal regarding length and
type of evaluation. The eventual translation to Spanish or any other language of an article from
the monograph will be the responsibility of its author or the coordinator of the monograph.
Critical studies. What the journal sees as a critical study is those articles of historiographical
character that analyze at least three recent papers on one subject. In the case that they cover a
higher number that the one specified, the chronology of the study should not exceed the last twenty
years. The objective of these works is not to offer and exhaustive view of titles, but to analyze the
most innovative ideas that emerge in a specified historiographical field. The length of these papers
should be between 5,000 and 10,000 words. The author is to send the proposal of his critical study
to the journal with a brief letter explaining the interest in the chosen subject along with the papers
that are the object of his study. The Board of Editors will decide on its acceptance, after which the
author will have a maximum of four months to send the text. Either the Board of Editors or experts
working outside of the journal will be in charge of the final evaluation of the critical study.
Reviews. Hispania commissions the review of any number of works they deem
appropriate to recognized specialists. Under no circumstances will any reviews that have not
been previously approved by the Board of Editors be published. The journal will welcome
submissions, either sent by mail or that provide editorial information. The length of a review
may be no longer tan 2,000 words, which is why authors are encouraged to foster criticism of
the work rather than summarizing its content. Hispania reserves the right to publish any
commissioned reviews once they have been received.
2. LANGUAGES
Since its foundation in 1940, the journal has been publishing works in the main languages
of its scientific field. Publication in other languages will be studied on a case-by-case basis by
the Board of Editors. This policy has been in place for all sections of the journal since 2011.
3. DELIVERY OF TEXTS
Texts are to be sent by e-mail to [email protected]. The journal will provide
acknowledgement of receipt. Paper or CD submissions will only be accepted under exceptional
circumstances.
4. STYLE GUIDELINES
The journal follows the guidelines that have been approved by the Association of Spanish
Language Academies for all issues pertaining to grammar and spelling. Furthermore, Hispania
reserves the right to make style corrections in texts in order to adapt them to its editorial
guidelines and the general character of the journal. In the case of any disagreement with the
author, the journal’s criteria will prevail.
Epigraphs. Each part the text is divided into will have its corresponding capitalized, bold
epigraph. Lower-case bold is to be used for subdivisions within each part. Under no
circumstances will epigraphs be numbered in Arabic or Roman numerals.
Citation of sources. The complete names of any cited files, along with their
corresponding abbreviations, are to be specified at the beginning of the text in a note marked
with an asterisk (*) situated at the end of the title of the work..
Bibliographical references. They will only appear as footnotes following these guidelines:
a) Book:
The surname/s of the author/s capitalized, date of publication, volume or part, if appropriate, and page number/s:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954, vol. 1: 34-60.
If several books are cited in the same footnote, separate them using a period:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954, vol. 1: 34-60.
RUIZ MARTÍN, 1991: 188-189.
If citing several works by the same author but with a different date of publication, separate them by using a semicolon without repeating the author’s name:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954, vol. 1: 34-60; 1973, 44-46.
If citing several works by the same author published within the same year, distinguish
each work by adding a letter of the alphabet to the year of publication:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954a, vol. 1: 34-60; 1954b, 78-80.
b) Book chapter:
The surname/s of the author/s capitalized, date of publication, volume or part, if appropriate, and page number/s:
GUINOT, 2004, vol. 2: 421-422.
c) Journal articles:
The surname/s of the author/s capitalized, volume number and issue/part number, if appropriate, date of publication in parentheses and page number/s:
BRONFELD, 71/2 (Lexington, 2007): 465-498.
d) Documents:
Name of the document in italics, archive abbreviation, collection or section, file or book
number and record group or page/s:
Consulta del Consejo de Estado, AHN, Estado, legajo 13156, exp. 21.
FINAL BIBLIOGRAPHY
At the end of the article, and in alphabetical order, a complete list of all the authors cited
is to be included. Their surnames should be followed by their first names in lowercase (if a
work belongs to several authors, separate each one by using a comma), title of work in italics,
place of publication, name of publisher and year of publication, all separated by commas:
Domínguez Ortiz, Antonio, Política y hacienda de Felipe IV, Madrid, Pegaso, 1960.
If several works by the same author are included, he/she is to be cited for each work. If the
works were published in different years they should be cited in chronological order; but if they
were published in the same year, they should be cited in alphabetical order by title adding a
letter of the alphabet to the year of publication.
Different year:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Política y hacienda de Felipe IV, Madrid, Pegaso, 1961.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Alteraciones andaluzas, Madrid, Narcea, 1973.
Same year:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, La clase social de los conversos en Castilla en la Edad Moderna,
Madrid, CSIC, 1955a.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, La sociedad española en el siglo XVIII, Madrid, CSIC, 1955b.
In the case of collective works, the author and the work cited in the text should appear
first, followed by the information regarding the collective work:
GUINOT, Enric, «La implantació de la societat feudal al País Valencià del segle XIII: la
gènesi de les senyores i l´establiment de les terres», en Flocel SABATÉ y Jean FARRÉ (coords.), El temps i l´espai del feudalisme, Lérida, Pagès, 2004; 421-442.
Articles should be cited the following way:
BRONFELD, Saul, «Fighting Outnumbered: The Impact of the Yom Kippur War on the
U.S. Army», The Journal of Military History, 71/2 (Lexington, 2007): 465-442.
Online books, chapters and articles should be cited following these examples:
a) Books:
PUMARINO, Andrés, La propiedad intelectual en ambientes digitales educativos [online], Santiago de Chile, DuocUC, 2004 [retrieved on October 18, 2005]. Available at:
http://biblioteca.duoc.cl.digital/aovalle/general/guias/computacion/_propiedadintelectual/
propiedad_intelectual.htlm
b) Book chapter:
ESTEVEZ, Raúl, ACUÑA IGLESIAS, Rodrigo, Evaluaciones por competencias laborales [online],
Santiago de Chile, DuoUC, 2005. Chapter 2. Identificación de las tareas. Available at:
http://biblioteca.duoc.cl/bdigital/Libros_electronicos/338PTX410epcl2004.doc [retrieved
on May 11, 2009]
c) Article:
BLANCO FERNÁNDEZ, Carlos, «Aproximación a la historiografía sobre Don Juan de Austria »,
Tiempos Modernos, Revista electrónica de Historia Moderna [online]. 3 (2002). Available at:
http://tiemposmodernos.org/tm3/index.php/tm/issue/view/6 [retrieved on February 21, 2008]
d) Online documents with a DOI (Digital Object identifier), whether a book, book chapter
or journal article, should be cited using its DOI with preference to its URL (or ‘http://’ address); when using the DOI it is unnecessary to include the retrieval date:
ZUBILLAGA, Carlos, «El asociacionismo inmigratorio español en Uruguay en la mira del
franquismo: entre la oposición y el disciplinamiento», Revista de Indias [online] 69 (2009).
doi: 10.3989/revindias.2009.002
Literal quotes. If the text is written in Spanish or French, double angle quotes should be
used (« »). For citations in English and other languages, quotation marks should be used (“ ”).
If the quote exceeds two lines, the text should be indented and in a smaller font-size.
Graphs, maps, tables, statistical charts and figures. Mention of any sources used in
their creation, as well as the method that was employed, should be included. They are to be
conveniently titled and numbered, so that the references made to the elements in the text
correspond to these numbers. This system will make altering its placement easier if
typographic adjustments are needed. The images are to be sent preferably in TIFF or JPG
format (never WORD or PDF) and with a resolution of 300 dpi. Maps and graphs should be
in vector format so as not to alter the quality of the image when editing.
5. EVALUATION PROCESS
The evaluation method used by Hispania is called a «double blind», which helps to
preserve the anonymity of both the author of the text and the evaluators. The Board of Editors
will decide whether the text is published upon viewing the reports, of which there will be at
least two. If an article does not suit the general style of the journal, it will be returned to the
author without requiring evaluation. The secretary of the journal will notify the author about
any decision made pertaining to his work. If it is accepted, the secretary may also attach any
modifications suggested by the evaluators. Any final decision made on publishing a text may
be conditioned by the inclusion of these modifications by the author, who will have six months
to send his text back. If this deadline is not met, the article will have to repeat the entire
evaluation process. Articles that have been rejected and the reports made by the evaluators
will be kept in the journal’s files. Authors that have published in Hispania must wait two years
in order to submit a new project.
6. PROOFREADING
The authors will receive the first proofs for correction, which will be limited to grammar,
spelling and typography mistakes following the rules of the journal. Corrections that
significantly alter any typographic adjustments will not be allowed. The journal director and
secretary will be in charge of correcting the second proofs.
7. OFFPRINTS
The journal will give the authors offprints of the published texts in the format or formats
that are established by the Publishing Division of the CSIC at any given time.
8. COPYRIGHT
All texts published by Hispania, both on paper and online, are the property of the Spanish
National Research Council (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC), and
quoting this source is a requirement for any partial or full reproduction. Unless otherwise
indicated, all contents of the online edition of Hispania are distributed under a Creative
Commons Attribution- Non Commercial 3.0. Spain (CC-by-nc 3.0) license.The indication of
this license CC-by-nc must be expressly stated in this way when necessary.
You may read the basic information and the legal text of the license using these links:
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http://creativecommons.org/licenses/by-nc/3.0/es/legalcode.es
Users can produce a reasonable number of printed copies exclusively for personal use or
for educational or research purposes.
SUSCRIPCIÓN Y PEDIDOS
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Razón social: ________________________________ NIF/CIF: __________________________
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Suscripción:
Precios de suscripción año 2011:
Año completo:
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Números sueltos:
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España:
29,57 euros (más gastos de envío)
Extranjero: 48,73 euros (más gastos de envío)
Precios de suscripción año 2012:
Año completo:
España:
70,20 euros
Extranjero: 119,24 euros
AÑO
VOL.
FASC.
Precios de números sueltos año 2012:
España:
30,77 euros (más gastos de envío)
Extranjero: 50,97 euros (más gastos de envío)
A estos precios se les añadirá el 4% (18% en soporte electrónico) de IVA. Solamente para España
y países de la UE
Forma de Pago: Factura pro forma
Transferencia bancaria a la cuenta número: c/c 0049 5117 262 11010 5188
SWIFT/BIC CODE: BSCHESMM - IBAN NUMBER: ES83 0049 5117 2612 1010 5188
Cheque nominal al Departamento de Publicaciones del CSIC.
Tarjeta de crédito: Visa / Master Card / Eurocard / 4B
Número: _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
Fecha de caducidad: _ _ / _ _
Reembolso (solamente para números sueltos)
Distribución y venta: Departamento de Publicaciones del CSIC
C/ Vitruvio, 8
28006 - Madrid
Tel.: +34 915 612 833, +34 915 681 619/620/640
Fax: +34 915 629 634
E-mail: [email protected]
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Firma _________________________________________________________________________
Volumen LXXI
Nº 239
septiembre-diciembre 2011
308 págs.
ISSN: 0018-2141
Volumen LXXI
ESTUDIOS:
TOMÁS FACI, Guillermo: Derecho y fiscalidad en la construcción de una frontera
interna en la Corona de Aragón (Ribagorza, 1250-1300) / Law and taxation in the
construction of an internal frontier in the Kingdom of Aragon (Ribagorza 1250-1300)
TERCERO CASADO, Luis: La jornada de la reina Mariana de Austria a España:
divergencias políticas y tensión protocolar en el seno de la Casa de Austria (16481649) / The Marian queen's journey from Austria to Spain: divergent politics and
protocol tension within the House of Habsburg (1648-1649)
MARTÍNEZ RUIZ, José Ignacio: A towne famous for its plenty of raisisns and wine.
Málaga en el comercio anglo-español en el siglo XVII / A town famous for its
abundance of raisins and wines. Anglo – Spanish commerce in the XVII century
LÓPEZ-SALAZAR, Ana Isabel: La cuestión de la naturaleza de los ministros del Santo
Oficio portugués. De las disposiciones legislativas a la práctica cotidiana / The
problem of the nationality of Ministers and Officers of the Portuguese Holy Office.
From legal orders to the daily practice
FERNÁNDEZ SARASOLA, Ignacio: La organización del poder ejecutivo en España
(1808-1810). Reflexiones a partir de un texto inédito de Jovellanos / The organization
of executive power in Spain (1808 -1810). Reflections on an unedited text by
Jovellanos
INAREJOS MUÑOZ, Juan Antonio: Reclutar caciques: la selección de las élites
coloniales filipinas a finales del siglo XIX / Recruiting Caciques: The selection of
Philippine colonial elite in the late 19th century
URTEAGA, Luis y NADAL, Francesc: La sección cartográfica del Estado Mayor
Central durante la II República (1931-1936) / The cartographical section of the
Spanish general staff during the second republic (1931-1936)
BARTOLOMÉ RODRÍGUEZ, Isabel: ¿Fue el sector eléctrico un gran beneficiario de la
«política hidráulica» anterior a la Guerra Civil? (1931-1936) / Did the Spanish
electricity sector greatly benefit from the 'hydraulic policy' before the civil war? (19111936)
RESEÑAS
Volumen LXXI | Nº 239 | 2011 | Madrid
Sumario
Nº 239
septiembre-diciembre 2011
Madrid (España)
ISSN: 0018-2141
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