Objetos-fantasmas y sus emociones

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Objetos-fantasmas y sus emociones
Mr. Willy Van Lysebeth
Vicisitudes de la angustia
Percibir un fantasma o presentir su presencia suscita pavor.
La clínica lo inscribe en diversos cuadros. Dos viñetas clínicas de análisis de niños nos lo muestran.
La primera evoluciona hacia la neurosis; la segunda abre hacia las vicisitudes de la posición
esquizoparanoide incluyendo diversos elementos de orden autístico.
El fantasma vive fuera de mí. Contrariamente a la imagen en el espejo que, sí, me refleja hic et nunc.
E implica mi presencia.
Observemos, en ese registro especular, el extraño límite de la apercepción de sí: el borramiento. El
horror del “espejo vacío”, blanco: la inconcebible ausencia de la imagen de sí en un espejo. Ser sin
rostro. Figura vacía, figura del vacío.
Es lo inverso del famoso episodio de lo ominoso de Freud ante su imagen no reconocida (de
inmediato).
Otro avatar extremo: la indiferencia ante el espejo en el que uno no se reconoce. Como ocurrió con
un niño autista que necesitó una veintena de sesiones de análisis para percibir y reconocer la
relación entre lo que aparecía en el espejo y sus movimientos, sensaciones propioceptivas, táctiles y
cutáneas. Bion hubiera dicho: vincular estos elementos en una conjunción constante.
Si bien el fantasma traduce a veces una renegación (hace ver lo invisible, tocar lo ausente, etc.) no
es su único destino. Nuestro primer ejemplo está centrado sobre todo en los terrores nocturnos, más
neurótico, la escena primaria, la excitación. En este caso, la angustia ha sido incluso erotizada.
La segunda viñeta nos conduce a lo arcaico. Se juega allí la organización misma de la percepción y
de “aquello” que la vive. Es el ámbito de los modos primarios de experiencia-y-pensamiento.
En ocasiones, esos lugares se pueblan de entidades parciales, fuera del devenir. Allí,
protopensamientos y otros “objetos bizarros” (W. Bion[1]) se imponen al modo de fantasmas errantes.
En espacios autísticos de dimensiones diversas (D. Meltzer[2]), las emociones catastróficas se
encuentran en todos lados y en ninguno. Seres no nacidos, desprovistos de acceso al crecimiento
creativo, se fijan allí en criptas.
Las viñetas que siguen a continuación aclaran diversos aspectos de las situaciones evocadas.
Un niño entre excitación y angustia
Evoquemos, en primer lugar, el surgimiento de un “fantasma” en el primer año de terapia de un niño
de ocho años. Comenzó por transformar el demasiado-lleno de conductas excitadas, incontrolables.
Luego, el niño se tornó bastante asequible por el acceso al fantasma expresado, jugado,
interpretable. Surgieron entonces figuraciones actuadas, concretas. ¿Podemos hablar de “ideas
corporales” siguiendo el modelo de pensamiento pictórico o musical?
Poco a poco, fuimos matizando los pasajes de la tensión a la emoción; luego al afecto (sus
cualidades y grados de intensidad).
El encuentro terapéutico (a razón de una sesión semanal) fue vivido al principio bajo el modo de la
descarga. La excitación surgía sin relación aparente, sin formas o figuraciones detectables,
narrables.
Cuando la excitación fue canalizada, aparecieron secuencias (reproducibles) transformadas en
juegos. Además de una sensibilidad creciente frente a las separaciones del terapeuta, emergía una
simbolización primaria. Las excitaciones-y-afectos se diferenciaban en fantasías interpretables.
Así apareció el tema del fantasma. Las emociones relativas a la ausencia y a la
separación/presencia se precisaban. La escena primaria (relativamente arcaica) sobrevino de
manera abrupta en ese contexto. El “fantasma” condensaba las (re)presentaciones
sobredeterminadas. Integraba diversas fantasías y figuraciones. Ocurría lo mismo con lo
experimentado. La ansiedad, la agresión, la violencia, la excitación coloreaban diversamente las
figuraciones crudas que surgían de los juegos. Salimos del ruido y del furor para entrar en las noches
extrañas e inquietantes por sus misterios excitantes.
El fantasma encarnaba literalmente los ruidos nocturnos y sus “cosas” raras, extrañas; a la vez
fascinantes y angustiantes-excitantes. Le señalé que, tal vez, esos ruidos provinieran del cuarto de
los padres.
Después de un juego de fantasmas errantes, hablo de la noche, de las cosas que dan miedo. Me
escucha, atento, desconcertado. Pregunto: “¿Qué es la noche?” ¿Cuando está oscuro, cuando se
hace nono[3], cuando uno está solo en su cama?
Entonces, se dirige a la ventana del consultorio y baja varias veces la persiana. Abre/cierra los ojos.
Digo: “Los ojos cerrados, son como las persianas bajas. ¿Está oscuro en la cabeza entonces?”
Luego, agrego: “¿Qué es un fantasma? No lo vemos, no existe verdaderamente. ¡Da miedo!” Como
respuesta, Pierre respira muy fuerte de manera entrecortada. Preciso que es la respiración del miedo
y juega a imitar su respiración. Me fuerza a respirar con un ritmo más rápido y señala: “Es el
fantasma el que respira”.
Tres sesiones más tarde, debo acostarme para hacer nono. Soy el papá. Mi mujer está en la cama al
lado mío. Tenemos un hijo, un niño. Se pega a mí y quiere permanecer inmóvil.
Anteriormente, jugaba a hacer una cuna y teníamos que representar la escena del “bebé gritando”.
Aúlla con todas sus fuerzas. Me esfuerzo en vano por apaciguarlo. Mi bebé grita a todo pulmón. Se
siente mal. No logro calmarlo. Desbordado, desesperado, digo: “Eso grita en su cabeza, en mi
cabeza” La expresión lo deja absorto. Inmediatamente debo pegar mi oreja a su vientre. “Es en el
vientre que eso grita ahora. A mi bebé le duele mucho el vientre. ¿Qué hay entonces en su vientre
que hace tan mal? ¿Tiene que hacer caca? ¿Está lastimado? ¿Hay algo en su vientre?” Después,
tengo que escuchar el tórax. “¡Es el pulmón derecho!”, precisa Pierre.
La continuación del tratamiento fortaleció más la fantasmática de tipo neurótico. Se esbozaba cierta
“histerización”.
El fantasma marcó un giro: el esbozo de una posición depresiva surgida de terrores nocturnos cuyo
“personaje central” fue el “fantasma-escena primaria”.
Acerca de la soledad, el silencio y la oscuridad [cf. Pág.246], todo lo que podemos decir es que son
efectivamente los factores a los que se anudó la angustia infantil, en la mayoría de los hombres aún
no extinguida por completo. La investigación psicoanalítica ha abordado en otro lugar[4]el problema
que plantean. (Freud[5]
Una niña aterrorizada
Consideremos la terapia de una niña autista de cinco años, llevada a cabo en un hospital de día con
una frecuencia de tres sesiones semanales a las que se agregaba una cantidad de actividades
colectivas coordinadas por una pareja de pedagogos.
Silvia toma un globo al principio de la sesión. Lo observa, se excita, exulta, toca los colores vivos,
etc. Si se aleja de ella, ya no existe, (aún si lo hago rodar hacia ella).
Anima figurines que hacen pipí-caca y explora los animales manipulándolos y tocándolos de
diferentes maneras. Nombro las sensaciones (colores, punzante, duro, caliente, mojado, etc.) las
relaciono entre ellas y hago referencia a su cuerpo (ves el color con los ojos, esto brilla, esto va a los
ojos de Silvia; tomas el globo de Willy con tus manos). Paralelamente al vínculo sensorial con su
cuerpo, trazo la relación conmigo (globo-de-Willy, o globo-Willy)
Muchas actividades se refieren: al contacto – distancia con las cosas, a veces conmigo.
El anuncio del fin de las sesiones es el momento clave: reacciona según los casos: con un repliegue
autístico (hasta llegar al adormecimiento o no), excitación, fuga, provocando una persecución.
En el transcurso de las sesiones, vinculo lo que ella hace con lo que suscita en mí.
Otro tema: abrir/cerrar-llenar/vaciar: frasco, vientre, boca, dibujo, ella, yo.
Repetidas veces, nos tocamos uno al otro. Algunas veces nos imitamos recíprocamente (movimiento
de boca, lengua, castañeteo de dientes, revoleo de ojos).
No responde en absoluto al inicio del juego "cucú-tras" o al de las escondidas. Perder de vista y
reencontrarse no tiene ningún sentido ni atracción a sus ojos.
Después de unas vacaciones del analista, toma el globo-Willy entre las manos y lo hace explotar. Se
excita, se agita y grita. Digo que es “el Willy-que-explota”. Ella rompe al malvado Willy que partió- Y
eso da mucho miedo.
(…)
Cuando la noción de “separación” comenzaba a despuntar, a veces se tiraba al suelo en el pasillo
(afuera del consultorio). Dije entonces: “partir es como caer. Y en el suelo, quieta, ya no te caes”.
El derrumbe era intenso (¡en cada uno!). Esta “catástrofe vestibular” me evocaba los terrores del
derrumbe y la agonía primitiva, de este lado de la angustia.
“El bebé que no hizo la experiencia de una madre suficientemente buena no puede desarrollar y
descubrir su capacidad de existir. Un bebé así experimentará, según Winnicott, la angustia
impensable, las agonías primitivas, y la aniquilación”[6].
Debo decir que sólo pude acceder a estos pensamientos mucho después de haber tratado a la niña
De esa época datan sus primeras lágrimas; el primer “dolor-sufrimiento”.
En otro episodio, de pronto, experimentaba pánico frente a una mosca que imaginaba revoloteando
cerca de ella. Estaba aterrorizaba por la invisible “amosca” que podía surgir en cualquier momento y
de cualquier lado. En todos y en ningún lado, pero en el espacio del consultorio.
Luego, la escena devino decididamente esquizoparanoide. Se agregaba el pánico a ser picadapenetrada por el ano.
Entre las asociaciones que ayudaron a pensar esas escenas agitadas, aulladas, señalemos que: el
ano atrae la mosca-a-caca. Es una cosa expulsada de sí misma que retorna sádicamente,
destructora.
La mosca, ¿es un “aglomerado” de fragmentos del mundo interno (cuerpo-psiquis
inseparablemente)? En ese sentido sería una suerte de objeto bizarro en el sentido de Bion. Es la
condensación de elementos no-pensados en trozos de sí.
Las trayectorias invisibles de la mosca son, sin embargo, hiperreales, muy concretas. Me evocaban
el cuadro de Max Ernst “Hombre joven intrigado por el vuelo de una mosca no euclidiana”.
La nube de puntos es una amenaza atroz; y esto, tanto más cuanto que el “enjambre” tiene una sola
mosca (imaginaria, ciertamente. Pero, ¿se trata de una alucinación o de “otra realidad”?)
Hiperdensa, esta cosa no tiene verdaderamente forma. Tampoco está contenida, delimitada.
La nube paranoide es doblemente virtual. En este sentido, difiere del fantasma que se manifiesta por
indicios perceptibles, demasiado perceptibles. El prototipo del fantasma es la forma blanca,
evanescente, a veces acompañada de ruidos o vibraciones macabras. Sin embargo, en muchos
aspectos, la nube virtual, aterrorizadora e imprevisible, se parece a los terrores de los fantasmas.
De hecho, Silvia se encontraba frente a un inconcebible fragmento de sí. Vivía el terror sin
escapatoria posible.
En conclusión
Distingamos las emociones (constitutivas de la experiencia del fantasma) y sus objetos. Siempre
catastróficas, las vivencias son del orden del terror, del espanto. Hiperdensas, concretas, carecen
realmente de la cualidad psíquica de la angustia.
Además de la distinción, propuesta por Winnicott entre angustia y agonía primitiva, retengamos que
Freud reconoce la especificidad del horror. Se interroga sobre “lo ominoso”:
“Lo ‘ominoso’ (…) pertenece a la órbita de lo terrorífico, de lo que excita angustia y horror; y es
igualmente cierto que esta palabra no siempre se usa en un sentido que pueda definir de manera
tajante. Pero es lícito esperar que una palabra-concepto particular contenga un núcleo que justifique
su empleo. Uno querría conocer ese núcleo que acaso permita diferenciar, algo “ominoso” dentro de
lo angustioso” (S. Freud)[7]
En cuanto al objeto-fantasma, permanece inaprehensible. ¡Simultáneamente invasivo y huidizo!
Va desde las ilusiones angustiosas a la alucinación, pasando por lo bizarro en estado bruto. En ese
sentido, no elabora la sombra del objeto ausente o desaparecido. Es la sombra del “imposibleobjeto”.
Forma sensorial externalizada, el fantasma no neurótico no tiene status de (re)presentación.
No es un símbolo. O, en todo caso, un símbolo inmóvil, no evolutivo, encapsulado fuera del devenir.
Palabras clave
Angustia, ominoso, objeto bizarro, escena primaria, fantasma.
[1]
Aux sources de l’expérience, PUF, 1979. En castellano: Aprendiendo de la experiencia,
Paidós,1980
[2]
La dimensionalidad como parámetro del funcionamiento mental: su relación con la organización
narcisista in Explorations dans le monde de l’autisme, Payot, 1980, pp 232 a 247. En castellano:
Exploración del autismo, Paidós. 1era reimpresión 1984
[3]
N. del T. En francés: Faire dodo: en lenguaje infantil: dormir. En Argentina: hacer noni o nono; en
España: hacer nono, en otros países de habla hispana: hacer mimis o mimir.
[4]
Trois essais sur la théorie de la sexualité, Gallimard, 1962. En castellano : nota al pie del texto
citado :[véase el examen del temor de los niños a la oscuridad en el tercero de los tres ensayos de
teoría sexual (1905), AE, 7, págs. 204-5, n 24]
[5]
L’inquiétant, Œuvres Complètes, PUF, 1996, vol xv, p. 188. En castellano :Lo ominoso, Sigmund
Freud, Obras completas, Amorrortu Editores, Vol. XVII, p. 251
[6]
J. Abram, Le langage de Winnicott, Ed. Popesco, 2001, p.160.
[7]
Supra, p. 151
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