Hora Santa: Un Espíritu Inmundo en Cafarnaum Lc 4 31-37

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Hora Santa: Un Espíritu Inmundo en Cafarnaum Lc 4 31-37
0. Introducción: La mayoría de nosotros vive como «lo educaron», «le dijeron», «le
sale», «le gusta», «le parece», «como todos». No solemos preguntarnos por qué cada
nuevo día, qué quiere nuestro creador que hagamos en él. Vamos a contemplar a Jesús,
para aprender a vivir como hijos de Dios, en nuestra realidad cotidiana, aún sometida a
las consecuencias del pecado. No es fácil. Su camino no es el judío, de aprender y
cumplir normas y leyes. Es el de un corazón que busca y encuentra el amor de Dios. De
Él vive, porque «el amor no consiste en que tengamos que amar a Dios, sino en que Él
nos amó primero» (1Jn 4 19.19). Permear nuestro corazón al amor de Dios es el primer
paso para «amar a Dios con todo el corazón, toda el alma, todas las fuerza y toda la
mente; y al prójimo como a sí mismo» (Lc 10 27). En el corazón de Jesús encontramos el
amor de Dios. Por eso, nos anima a aprender de Él, «manso y humilde de corazón» (Mt
11 29). Por eso va delante mostrándonos cómo vivir en este mundo de tiniebla,
formalismos, apariencias, ambigüedades. -«Quien quiera seguirme, niéguese, cargue su
cruz cotidiana y véngase» (Lc 9, 23-26). Contemplándolo nacer, vivir, morir y resucitar,
aprendemos a jugar debidamente la libertad. Y, cuando nos tocan dificultades, nos
acompañamos de Él, que ya llegó a la gloria eterna de Dios.
Usemos el método de contemplación de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de
Loyola.
1. Preámbulos: La contemplación es captación atenta, activa; recepción suave,
tranquila, cariñosa. Hay que entrar de a poco: de lo general avanzar hacia lo particular;
de lo fácil a lo difícil, de lo superficial a lo profundo. Antes de comenzar a andar, a
ambular, es necesario preparar 3 preámbulos: La historia que voy a contemplar, el lugar
donde sucede, mi corazón contemplativo.
1.1. La historia:
1.1.1. Sus antecedentes: A los 30 años, Jesús había dejado Nazareth, su pueblo. En el
desierto recibió el bautismo de Juan, tuvo una profunda experiencia del amor trinitario y
pasó un largo retiro, donde fue tentado. Cuando volvió a casa, sus conciudadanos lo
quisieron matar.
1.1.2 El hecho: Leamos los vv 31-37 del capítulo 4 del Evangelio de Lucas:
31 Bajó a Cafernaum, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. 32 Quedaban
asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad.
33 Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu de un demonio inmundo y se
puso a gritar a grandes voces: 34 «¡Ah! ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de
Nazareth? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.» 35 Jesús
entonces le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.» Y el demonio, arrojándole en
medio, salió de él sin hacerle ningún daño. 36 Quedaron todos pasmados y se decían
unos a otros: «¡Qué palabra ésta! Manda con autoridad y poder a los espíritus
inmundos y salen.» 37 Y su fama se extendió por todos los lugares de la región.
1.2. Componer el lugar: Porque contemplar no es manejar ideas, sino experimentar una
situación concreta, importa que -con los datos que tenemos- comencemos «viendo» la
sinagoga, el edificio comunal religioso de Cafernaum, a orillas del lago de Genesareth:
Lo hacemos con «la vista» de la imaginación, no de la fantasía: no inventando, sino
componiendo. El pueblo es chico, pero abigarrado, sobre el lago. La sinagoga es nueva,
construida por el actual centurión a cargo del ejército local de ocupación de Roma (ver
Lc 7 4). Tal vez, delante tiene una plaza y allí está el pozo de agua de que se surten todos.
Miremos los muros, las columnas, los capiteles, la gran puerta, el escalón de entrada, su
alféizar, sus molduras, la puerta diaria, las ventanas, las lajas del piso, los tirantes del
techo, las aberturas a otras habitaciones separadas por cortinas bastas, la tarima, el atril,
las alfombras, los armarios que guardan los rollos de la Torá, alguna mesa, algún
adorno, la estrella de David, los asientos, su disposición, los almohadones, las lámparas
de aceite, los candeleros y candelabros, ¿alguna planta?, etc. etc.
1.3. Oración de Petición: Queremos crecer en conocimiento del Señor, de su corazón
amoroso, valiente y sufrido. Sólo se conoce un corazón desde otro, en empatía. Lo que
nos proponemos depende de nuestro esfuerzo de atención, dedicación, perseverancia,
pero lo fundamental es gracia. Un corazón en consonancia con el de Jesucristo necesita
la ayuda de Dios. Debemos pedirlo con respeto y humildad, pero, sobre todo, con
verdad. Podemos hacerlo con nuestras palabras, o la siguiente oración:
Padre del cielo, Tú que cada día, nos entregas la vida de tu Hijo, ayúdanos a abrir
nuestros corazones para que recibamos su Espíritu y nos dejemos moldear por El,
haciéndonos parte de tu creación nueva. Te lo pedimos por el corazón de Jesucristo,
nuestro único acceso a Ti, en quien esperamos vivir por los siglos de los siglos. Amén
2. Puntos: Son los motivos de contemplación y reflexión que ir atendiendo,
sucesivamente. No hay apuro de completarlos. Importa experimentar la cercanía de
Dios y gustar su amor y espíritu de vida. En cada uno buscamos algún provecho
espiritual. Es personal. Si lo conseguimos en el primero, nos quedamos allí. Siempre es
posible volver a los otros, en otra ocasión.
2.1. Ver las Personas: Dedicamos un primer tiempo a observar a los cafernaunianos que
los sábados se reunían en la sinagoga. Probablemente, son la mayoría de los vecinos del
pueblo y sus huéspedes. Sin ser así a la inversa, al oficio de varones no asistían las
mujeres. Hay ancianos de 45 y 50 años, pero la mayoría tiene 20, 30, 40. Hay jóvenes,
desde los 13. Se distinguen por lo nutrido o incipiente de las barbas y por la intensidad
de las miradas Todos son fornidos, curtidos al aire libre. Es gente de caravanas entre
Tolemaida -puerto del Mediterráneo- y las ciudades de la Decápolis y la Traconítida,
hasta Damasco. Son pescadores, de espaldas y brazos hechos al remo y al lanzar y
recoger redes y velas, en el lago. Son trabajadores de la tierra, labrando chacras, pisando
ladrillos o torneando vasijas y cacharros. Son pastores diurnos y nocturnos, sobre todo,
de ovejas y cabras. Todos lucen rastros de enfermedades, de accidentes de trabajos, de
luchas con animales salvajes, enfrentamientos bélicos, o peleas pueblerinas: rostros
picados, cicatrices, un ojo vaciado, un dedo que falta, una renguera, etc. Las bocas, casi
todas extrañan dientes. Todos llevan la cabeza cubierta por un casquete o kipá, recuerdo
de que siempre están bajo Yahvé. Algunos, además, se cubren con un manto. Llevan
túnicas hasta la rodilla, ceñidas a la cintura; o hasta el suelo, sueltas, o atadas por un
cíngulo. Se distingue a los dirigentes por sus poses y por los lugares que ocupan. Las
ropas de escribas y fariseos son amplias, con adornos, flecos, borlas y filacterias (ver Mt
23 5). No son muchos, pero se juntan entre sí.
Seguramente están Pedro, Andrés, Santiago y Juan, oriundos del pueblo. Son
pescadores. Sus ropas prácticas y sencillas. Llevan el pelo largo: los mayores lacio; los
menores, ensortijado. Unos, la barba tupida y crecida; los otros, apenas un bozo. Pedro
y Andrés se mueven independientes. Juan y Santiago mirando siempre de soslayo, a
Zebedeo, su padre y patrón.
En un rincón, hay un vecino anónimo. Impresiona su actitud, su mirada revuelta,
turnia, exaltada y el rictus de su boca. En él se esconde, al acecho un espíritu inmundo.
Pero no podemos verlo..
Jesús trae el manto sobre la cabeza. Lleva la barba larga, tupida, sin canas. Es alto,
fuerte, hecho a lidiar vigas y tablones, a serrar, pulir, clavar. Viene de un mes largo en el
desierto, día y noche a la intemperie. En los pies lastimados y callosos se nota que
abandonó su oficio de pueblo y se hizo «andante». Se lo siente pacífico, acogedor, no se
sabe si por su mirada limpia y atenta, o por su sonrisa suave y buena, dirigida a todos,
sin excepción. Se mueve decidido, pero suave, llano, sin aspavientos ni formalismos.
Consideremos que, entre aquellos hijos de Dios, Él es Dios-Hijo ofrecido en la
eternidad al Padre (ver Hb 10 5-10) para manifestar el amor divino y purificar los amores
corrompidos y parcializados que practica la humanidad (afectivos, sensuales,
interesados, incoherentes, etc.). -Vine a traer fuego a la tierra y ¡cuánto deseo que
encienda!, dirá más adelante. (ver Lc 12 49).
¿Qué principios de vida puedo concluir de la mirada que acabo de hacer? Tal vez que,
para realizar su misión, Jesús aprovecha las circunstancias de encuentro del pueblo,
sobre todo las religiosas. Tal vez que una de las formas cómo Jesús expresa su amor es
enseñando (ver Mt 4 23 y 9 35). Tal vez que, hasta ver reaccionar a la gente, no se sabe qué
espíritu la anima, ni qué consecuencias sufrirá el evangelizador: enseñar es un riesgo.
Tal vez, que…
Puedo preguntarme: ¿Y yo, qué? ¿qué pienso, siento, aprendo, de esta mirada?. Etc.
2.2. Oír lo que hablan las personas: La gente viene hablando de lo escuchado en las
reuniones anteriores. Comentan su asombro. Comparan con lo aprendido de sus
maestros. Chismorrean lo que Zultano, Mengano y Perengano dijeron en la semana. Se
preguntan si los jefes de Jerusalén estarán al tanto de esta doctrina nueva (Mc 1 27).
Alguno reconoce su coherencia. Alguno se queja que «no le entra en la cabeza». Varios
no dicen nada. Pero, ninguno se manifiesta convencido. Ninguno confiesa que adhiere,
que toma partido, se implica con Jesús. Calibremos la diferencia entre sorpresa y
expectativa, entre asombro y compromiso, entre pasmo y entusiasmo. Hay algo, sin
embargo, que está en todos, que todos reconocen: Jesús habla con seguridad, con
autoridad. Le conceden algo que no encontró en su ciudad natal: respeto (-Nadie es
profeta en su tierra, había diagnosticado allí (Lc 4 24)).
Jesús palpa la lejanía de los corazones, siente que «patina», sufre la distancia, la
soledad. Cuenta Lucas que los sábados (varios, en plural) «enseñaba», es decir, se
brindaba, daba lo que tenía a los que les faltaba. No dice qué temas trataba, sino que no
eran ideas sueltas: desarrollaba un cuerpo doctrinal coherente, distinto, propio. Lo hace
con claridad, sin ambigüedades, ni dudas. Seguramente, como siempre, refiriendo a la
Palabra de Dios ya dicha –la Ley y los Profetas-, actualizándola con ejemplos o
parábolas, jerarquizándola y animando a vivir según ella: Por ella, no cayó en las
tentaciones del desierto (Lc 4 1-12). Con ella, anunció el cumplimiento de los tiempos, en
la sinagoga de Nazareth (Lc 4 16-30). Cuando se refiere a Yahvé, habla de su Papá (Abba)
e insiste en la necesidad de buscar, siempre y lo primero, su reino y justicia (ver Mt 6 36).
Este sábado, antes de que Jesús diga nada, el hombre que estaba inquieto,
murmurando para sí, como agazapado en un rincón, se pone a vociferar. No pide
aclaraciones de algo dicho anteriormente, ni contradice a Jesús en su doctrina. Habla
desde su ahogo espiritual. La interjección -¡Ah! con que interrumpe, indica
desesperación y furia. Enseguida expresa la separación radical que siente ante Jesús.
-¿Qué tenemos en común tú y nosotros? ¿Se refiere a él y al espíritu inmundo que lo
habita? ¿O a éste y al pueblo del que se constituye en intérprete y vocero: -Tú eres de
Nazareth, aquí, un extraño? En el colmo de su paroxismo, manifiesta que no es por
ignorancia que rechaza a Jesús, sino por opción de vida, por defensa del espíritu con que
se identifica: -Sé que tú eres el hombre como Dios quiere, el Santo. En la Biblia
nombrar a alguien implica conocerlo en su intención y su poder. Y, al mismo tiempo,
situarlo, aunque enfrente, en el mismo nivel espiritual, con los mismos derechos. La
insolencia es mayúscula.
Jesús tiene delante al hombre. Pero ve al espíritu que hay en él. Y conoce al demonio,
dueño de ese espíritu. Se trata de un "demonio inmundo". Nuestra palabra demonio
procede de la griega daimon, sabio. Su espíritu es una sabiduría. Nuestra palabra
inmundo deriva de la latina mundus, limpio y significa mondado, corrupto, tendencioso.
Este demonio ataca el respeto, la autoridad de Jesús. Pretende repetir lo de Nazareth.
Por eso, Jesús ni lo deja pasar, ni negocia. Le «lleva el apunte», pero no dice: -Si te
callas, te explico. Ni pide, preguntando: -¿Por qué no te callas? Directa, radicalmente, le
manda: -¡Cállate! Es decir: ¡no sigas! Y le conmina: -¡Fuera!
¿Qué comenta la gente, ahora? No hablan de Jesús. Hablan del poder de la palabra
pronunciada por Él… de la fórmula poderosa que usa, como un mago: -¡Puede con los
espíritus inmundos! Lo hablan entre ellos y «por todos los lugares de la región», pero
no como testigos de Jesús, de su bondad y amor sanador -signo de Dios-, sino como
desahogo, ya que «todos quedaron pasmados». La fama no implica adhesiones, sino
miradas desde fuera, curiosidad, celos, envidias y a menudo, miedo. Esta fama llegará
hasta el mismo rey Herodes, suscitándole «muchos deseos de ver a Jesús» (Lc 23 8).
¿Qué principios de vida deduzco de lo que acabo de escuchar? Tal vez que para ser
eficaz, la enseñanza necesita respeto, reconocimiento de la autoridad personal. Tal vez
que esta es lo que primero ataca el mal espíritu. Tal vez que en ocasiones el amor
necesita hablar claro, tajantemente…
2.3. Mirar lo que hacen las personas: Los sábados son días de descanso. Los varones
acuden a la sinagoga para no perderse la lectura cultual de la Torá que se completa a lo
largo del año, acompañada de fragmentos de los Profetas. Entre todos suelen comentar
lo escuchado. Jesús no se asimila al pueblo como otro más, repitiendo lo aprendido o
dando su parecer. Se involucró de una manera diferente. No son sus parientes, ni
vecinos de Nazareth, pero sí, sus hermanos, hijos de su mismo Padre-Dios. Les viene
enseñando la «buena nueva del reino de Dios» (Lc 4 43). Sin entender qué significa eso
y, menos, poder sacar consecuencias de vida, todos reconocen que Jesús habla «con
autoridad». Vienen a escuchar.
Uno, no. Ha sido «tocado» interiormente. Está removido espiritualmente. Vino a
enfrentar, a rebajar a Jesús en su autoridad, en lo que se ha ganado hasta ahora. Ante su
mera presencia, antes que haga o diga algo, irrumpe, gritando (¡Aah!), poniendo
distancia. (¿qué tenemos contigo, hombre de Nazareth?), sembrando sospechas de
intenciones perversas (¿viniste a destruirnos?) y afirmando que él conoce quién es (sé
quien eres) y qué enseña, pero que no les interesa, porque están en otra cosa que la
santidad de Dios. Desde el comienzo de la creación, la táctica del demonio para enredar
al hombre, es hacerle preguntas «ingenuas», afirmaciones a medias verdaderas, con
razones pero sin razón (ver Gn 2 1), siempre dirigidas a minar o destruir las relaciones de
amor, de filiación y fraternidad.
San Ignacio de Loyola explica que en la relación con un espíritu malo sucede como
en las peleas: Cuanto menos razones tiene uno, más se hace el fuerte en gritos, insultos
y aspavientos, buscando que el otro se achique. Si lo consigue, su ira, venganza y
ferocidad crecen y se desmadran, haciéndose temibles. Si, en cambio, el otro se pone
firme y da la cara, pierde convicción propia y termina entregándose.
Jesús no dialoga con el demonio, no cae en su requerimiento avieso, tramposo y
rebuscado. No le deja seguir hablando. Le manda callar. Y lo echa.
¿Qué hace el demonio? ¡Obedece! Si antes no tenía verdaderos argumentos, ahora
está sin valentía, sin poder, sin autoridad, aquello por lo que enfrentó a Jesús. Podemos
decir de él aquello de que «vino por lana y se fue trasquilado». En medio de todos,
queda un hombre anónimo, sin seña alguna de la maldad que antes habitaba en él
¿Qué hacen todos? No pueden negar la evidente autoridad de Jesús. Pero no
entienden: quedan pasmados, llenos de preguntas. Esas preguntas no son sobre Jesús
sino sobre lo que dice. Perciben que sus palabras calan los corazones y liberan de
espíritus que causan malas acciones, pero se quedan allí. Al decir popular: «Mientras el
sabio señala el cielo, el tonto mira el dedo». Todos desahogan su «estupor» y se
difunde lo que pasó aquel día en la sinagoga, suscitando curiosidad por el hecho y las
palabras, no por la presencia de Dios que manifestaba su amor y quería envolverlos en
él.
3. Examen: La Contemplación no termina hasta reconocer en nuestro corazón sus
efectos. Es que, más allá de lo mirado, escuchado y visto, lo importante fue haberse
«expuesto» a la persona de nuestro Señor Jesucristo, el mismo ayer, hoy y siempre.
¿Qué sentí? ¿Qué pensé? ¿qué movimientos interiores percibí en mi propio corazón?
4. Acción de Gracias: Por lealtad y justicia con el Señor, debo terminar agradeciéndole
lo que Él me ha concedido y, con su gracia, yo he conseguido. Debo expresarlo con mis
palabras.
Juan Antonio Medina S.I.
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