LA REVOLUCIÓN FRANCESA Antecedentes La Francia de finales

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TEMA 3: LIBERALISMO Y NACIONALISMO
LA REVOLUCIÓN FRANCESA Antecedentes La Francia de finales del siglo XVIII se caracteriza por el mantenimiento de unas estructuras económicas agrarias, mantenidas en beneficio de una nobleza improductiva; en lo social, por la permanencia de los estamentos, grupos sociales prácticamente impermeables que se diferencian en función del privilegio; en lo político, por una monarquía absolutista fundamentada ideológicamente en el origen divino del poder del rey. Como indicamos, la sociedad francesa se encuentra dividida en tres estamentos: nobleza, clero y estado llano (o tercer estado). Los dos primeros disfrutan de privilegios especiales, como el desempeño en exclusiva de determinadas funciones (altos grados del ejército y la administración, por ejemplo) y sobre todo, por estar exentos del pago de impuestos. El estado llano es el que sostiene con sus impuestos la estructura gubernamental, mientras le está vedado el acceso a los cargos más importantes. Sin embargo, los distintos estados o estamentos (a los que se pertenece por nacimiento) no son homogéneos: dentro del estamento nobiliario encontramos una gran variedad de situaciones tanto en función de la riqueza como a causa del origen del título nobiliario (existe una nobleza antigua y otra más reciente que debe sus títulos a los servicios prestados a la Corona); dentro del clero, debemos distinguir entre un alto clero (obispos, arzobispos, abades, etc.) cuyo nivel de vida es equiparable al de la nobleza (de hecho, lo más común es que sean hijos segundones de familias nobiliarias) y un bajo clero que vive en condiciones mucho más modestas. El tercer estado o estado llano es el más heterogéneo, a él pertenece por un lado la burguesía, cuyo estrato superior puede gozar de grandes riquezas (aunque como se ha dicho, se le niega el poder político). Por debajo de la alta, media y baja burguesía, encontramos a los profesionales liberales (médicos, abogados...), a los artesanos, un incipiente proletariado y finalmente un campesinado igualmente variado, desde los que poseen sus propias tierras hasta los arrendatarios y, finalmente los jornaleros. Políticamente, el sistema de gobierno es la monarquía absoluta. El poder del rey es de origen divino y, por lo tanto prácticamente ilimitado. Sólo la ley divina y el derecho natural, dado por dios, pueden poner coto al poder de la Corona. Teóricamente el rey debe contar con la autorización de los Estados Generales para tomar ciertas decisiones. Los Estados Generales son la asamblea representativa del reino y forman parte de ella los representantes de los tres estamentos: nobleza, clero y estado llano. En la práctica, sin embargo, los Estados Generales sólo eran reunidos para funciones protocolarias, como el juramento de lealtad a cada nuevo soberano, después, el rey prescindía de su colaboración. Ante esta situación, el elemento más avanzado y poderoso del tercer estado, es decir, la burguesía (dedicada a los negocios, el comercio, la industria, etc.) comenzó a plantear sus propias alternativas de organización social: para seguir desarrollándose y acrecentar sus negocios, la burguesía necesitaba de leyes económicas más flexibles, pero no podía imponer estas, puesto que como se ha señalado, el ejercicio del poder estaba en manos de la clase nobiliaria de la que el máximo representante era el propio rey. Se hacía necesario que la burguesía pudiera hacer oir su voz y para ello contaba con el ejemplo del parlamentarismo que ya se había implantado en Inglaterra y Holanda. En estos países, una burguesía poderosa había conseguido imponer unos parlamentos fuertes, donde la voz del tercer estado contaba a la hora de establecer las leyes y conducir el gobierno del país. La burguesía comenzó así a dotarse de una ideología que pudiera justificar sus aspiraciones políticas: si la doctrina católica justificaba el poder absoluto del rey, el liberalismo vendría a cuestionar tal absolutismo y a defender una mayor participación del pueblo en los asuntos del Estado. También fue en Inglaterra, de la mano de pensadores como Newton o Locke, donde dio sus primeros pasos el liberalismo como ideología burguesa. En Francia aparecieron igualmente pensadores que desarrollaron las mismas doctrinas, como Voltaire, Rousseau y sobre todo, Montesquieu, quien defendió la necesidad de que los poderes del estado estuvieran divididos, con un poder legislativo, encargado de elaborar las leyes; un poder ejecutivo, encargado de gobernar y un poder judicial al que correspondería la tarea de impartir justicia. El liberalismo político reclamaba sobre todo la participación del pueblo en la elaboración de las leyes a través de sus representantes, que conformarían el poder legislativo. Para el ejercicio de ese derecho era imprescindible alcanzar una serie de derechos y libertades individuales (de reunión, de asociación, de expresión, de prensa, etc.) que estuvieran garantizados por las leyes. En definitiva, era necesaria una ley suprema que ni el propio rey pudiera transgredir. Así, la elaboración de constituciones será uno de los objetivos de las futuras revoluciones burguesas. El liberalismo tenía además una vertiente económica cuyo principal representante fue Adam Smith. En concordancia con el liberalismo político, defiende la absoluta libertad del individuo para poseer y administrar sus bienes y riquezas. El derecho a la propiedad se convierte por lo tanto en un derecho fundamental en el pensamiento liberal. Smith considera que la economía se autorregula según sus propias leyes naturales y que por lo tanto, no debe estar sujeta a imposiciones por parte del poder político. Para el liberalismo económico, el progreso y desarrollo colectivos sólo se pueden alcanzar a través del progreso y desarrollo individual y el estado debe permanecer al margen de la actividad económica. Estas ideas fueron abriéndose paso progresivamente en una sociedad como la francesa, donde la clase más dinámica, progresiva y poderosa desde el punto de vista económico, era mantenida al margen del gobierno del estado. En la primera mitad del siglo XVIII las ideas liberales aún parecían una utopía difícil de alcanzar en un mundo controlado por las monarquías absolutas; pero en 1776 estalla la revolución americana: las colonias británicas de América del Norte se independizan y establecen la primera república burguesa, regida por los principios liberales: los Estados Unidos de América. Su ejemplo servirá de estímulo en Francia cuando la crisis económica haga tambalearse a la monarquía de Luis XVI. En las últimas décadas del siglo XVIII la Francia de Luis XVI se encuentra inmersa en una grave crisis económica que amenaza al estado de quiebra. Las guerras libradas contra Gran Bretaña y el apoyo brindado a los independentistas norteamericanos contra su tradicional enemiga han provocado un agudo déficit público, acentuado por los elevados gastos suntuarios de la Corte. Ante esta situación, algunos ministros reformistas tratan de buscar soluciones, pero todas ellas pasan por aumentar los ingresos del Estado cobrando impuestos a aquellos sectores sociales que concentran mayores riquezas, es decir, Nobleza y Clero, precisamente aquellos que por su condición de privilegiados estaban exentos de tributar. Tales tentativas de reformar la Hacienda pública van a tener como consecuencia la enérgica negativa de los estamentos señalados, es la llamada "revuelta de los privilegiados", que reclaman la convocatoria de los Estados Generales si el rey quiere modificar el régimen de impuestos. Finalmente Luis XVI accede a convocar los Estados Generales. La convocatoria viene precedida de la redacción de los famosos "cuadernos de quejas" donde la población expresa sus problemas y peticiones a los representantes del reino. Cuando se reúnen los Estados Generales, la composición de los mismos queda como sigue: 291 representantes del Clero; 270 representantes de la Nobleza y 578 representantes de Tercer Estado. Nada más reunirse se plantea el primer problema: los estamentos privilegiados, que defienden intereses comunes, proponen que las votaciones se lleven a cabo del modo tradicional, es decir, por estamentos, con lo que se garantizaban la mayoría; pero el estado llano defiende la votación por cabeza, de manera que se aseguraría sus 578 votos frente a los 561 que suman nobleza y clero. Ante la negativa de los estamentos privilegiados a transigir en esta cuestión, los diputados del Estado Llano, junto con algunos nobles y clérigos que les apoyaban, decidieron reunirse en la sala llamada "del Juego de Pelota" y allí, constituirse en únicos y legítimos representantes del pueblo de Francia. Etapas del proceso revolucionario Asamblea Nacional Constituyente (1789) Con la formación de esta Asamblea Nacional Constituyente (Asamblea Nacional porque se erigen, como se ha dicho, en únicos representantes de la nación francesa y Constituyente porque se proponen redactar una constitución) se inicia la revolución burguesa en Francia. Rápidamente, los diputados que se habían juramentado en la sala del Juego de Pelota iniciaron sus trabajos de cara a establecer un nuevo marco legal y político para el reino. Sus actividades recibieron de inmediato un amplio apoyo popular, que se expresó en las manifestaciones populares en el campo (Grande Peur) y en la ciudad, donde el asalto a la cárcel de la Bastilla el 14 de julio de 1789 se convierte en símbolo de la insurrección. Mientras tanto, los diputados de la Asamblea Nacional abolen el sistema feudal (4 de agosto), redactan una Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (26 de agosto), declaran que la soberanía recae en la nación representada por ellos y nacionalizan los bienes del clero como medio de hacer frente de manera inmediata a la crisis económica (en este sentido conviene no olvidar que la nacionalización de bienes, es decir, su adquisición por el Estado, es seguida inmediatamente por la venta de estos mismos bienes al mejor postor, invariablemente la burguesía, por lo que la nacionalización de bienes del clero significará sobre todo un trasvase de riquezas de la Iglesia a la burguesía). Asimismo, la Asamblea Nacional promulga una serie de leyes que implantan en Francia el liberalismo económico, abriendo las puertas a la libertad de industria y de comercio que permitirán un desarrollo económico acorde con los intereses de la burguesía. Ya en 1791 se promulga la primera constitución francesa. Una constitución que consagra la soberanía nacional, aunque mantiene como organización política la monarquía parlamentaria, esto es, yo no absoluta, sino limitada por las leyes y por los representantes del pueblo. Se establece la división de poderes, por la que el rey se reservará el poder ejecutivo (gobierno) mientras que el legislativo (elaboración de las leyes) recae en una Asamblea elegida mediante sufragio censitario y el poder judicial recaerá en jueces y tribunales independientes. Finalmente, la Asamblea promulga una constitución civil del clero, que trata de someter a este sector a la autoridad del estado y que provocará el rechazo de una gran cantidad de clérigos, los cuales deciden abandonar el país o trabajar desde dentro contra la revolución. Asamblea Legislativa (1791-­‐1792) Con la nueva constitución, se llevan a cabo unas primeras elecciones que dan la victoria a los monárquicos moderados, se abre así una nueva etapa que se caracteriza por las tentativas de la contrarrevolución, interna y externa, para acabar con el proceso revolucionario. Aunque la nueva Asamblea Legislativa está dominada, como se ha dicho, por lo monárquicos moderados, en ella están presentes otros sectores que representan tendencias mucho más radicales, como los girondinos, que defienden los intereses de la alta y mediana burguesía o, sobre todo, los jacobinos, apoyados en la pequeña burguesía y en los sectores más pobres de la población (los sans culottes), que representan la tendencia más radical. Mientras tanto, los grupos desplazados del poder (nobleza y clero) trabajan por la contrarrevolución: no solo se organizan en el interior del país, sino que muchos, que se han exiliado a los países vecinos donde siguen vigentes las monarquías absolutas y reclaman la colaboración de estas para recuperar el poder en Francia. Ante el amparo que algunas potencias dan a los contrarrevolucionarios, la Asamblea Legislativa decide tomar la iniciativa y declara la guerra a Austria. Convención Nacional (1792-­‐1794) La guerra contra Austria tiene como principal efecto el de provocar una radicalización de la revolución: ante las evidencias de que los nobles, el clero y el propio rey colaboran con las potencias extranjeras contra el pueblo francés, estalla la revuelta popular. La Asamblea Legislativa depone al rey, que es encarcelado, y proclama la Iª República Francesa. Se convocan nuevas elecciones a la Asamblea, esta vez mediante sufragio universal y de ellas sale un giro radical a la revolución: los girondinos, ahora en el poder, llevan a cabo el juicio y ejecución de Luis XVI y desarrollan un programa económico de liberalismo a ultranza, el cual, si bien beneficia a la clase burguesa, perjudica enormemente a los sectores más pobres. Ante esta situación de crisis económica y de repetidas derrotas militares frente a las potencias absolutistas, tiene lugar una nueva insurrección popular. Ahora la protagonizan los sans culottes, que llevan al poder al grupo más radical de la revolución, los jacobinos. Con la convención jacobina, la revolución francesa alcanza su fase más radical. Se adopta un modelo democrático, profundamente anticlerical y antinobiliario y de control estatal de la economía para proteger a los sectores más débiles. Esta radicalización va a provocar la reacción violenta de sectores contrarrevolucionarios (a los que ahora se suman algunos sectores burgueses) y de las potencias absolutistas, que redoblan sus ataques contra Francia. A la crisis responde el gobierno jacobino con el Terror (1500 ejecutados) y el Gran Terror (17000 ejecutados) para reprimir la contrarrevolución interna y con la leva en masa para hacer frente a la agresión exterior. Se establece un sistema de control de los precios, que perjudica a la burguesía, aunque favorece a los sectores más pobres y se elabora un proyecto para una nueva constitución de sentido más democrático. Ante el giro radical y democrático, la alta burguesía cree llegado el momento de poner freno al proceso revolucionario y lleva a cabo el golpe de estado de 1794. Directorio (1794-­‐1799) En el verano de 1794 (mes de termidor) tiene lugar un golpe de Estado contra el gobierno jacobino. La alta burguesía recupera el poder y con él el control de la revolución, a la que pone freno. Los principales dirigentes jacobinos, con Robespierre a la cabeza, son ejecutados y con ellos termina la etapa radical y democrática de la revolución francesa. La reacción termidoriana mantiene el régimen de república, sin embargo, el gobierno (Directorio) promulga una nueva constitución en la que se recortan las conquistas democráticas del período anterior. El sufragio universal es suprimido en favor del censitario y el liberalismo económico vuelve a imperar en perjuicio de los no propietarios. Mientras tanto, las guerras que ha librado Francia contra las potencias absolutistas, han otorgado un papel protagonista al ejército y en consecuencia, han favorecido la acumulación de poder por algunos jefes militares. De entre ellos destaca el que protagonizará la nueva fase revolucionaria: Napoleón Bonaparte. Consulado (1799-­‐1804) El general Napoleón Bonaparte ha adquirido un gran prestigio durante las guerras revolucionarias. En el otoño de 1799 (18 de brumario) da un golpe de Estado contra el Directorio y establece un nuevo gobierno formado por tres cónsules. Tres años después, en 1802, se erige él mismo en cónsul único y vitalicio y en 1804 culmina su ascenso autocoronándose emperador de Francia. Imperio (1804-­‐1814) Bajo el imperio napoleónico, la revolución francesa inicia una etapa de expansión exterior y difusión de las ideas revolucionarias. En los diez años siguientes, Napoleón extiende su dominio sobre la mayor parte de Europa, pero su expansionismo se atasca en los dos extremos del continente: en España, invadida desde 1808, surge una nueva forma de lucha popular, la guerra de guerrillas, que pone en jaque al ejército francés y en Rusia, invadida en 1812, el invierno diezma a los ejércitos de Napoleón. Derrotado por las potencias aliadas que encabeza Gran Bretaña, Napoleón conseguirá sin embargo recuperar el poder por un breve período, el llamado "Imperio de los Cien Días", pero es nueva y definitivamente derrotado en Waterloo en 1814. Con el fin del imperio napoleónico, la revolución burguesa en Europa sufre un duro revés. El absolutismo es restaurado como sistema de gobierno en todo el continente (excepto en los casos particulares de Gran Bretaña y Holanda) y la burguesía deberá aguardar hasta 1830 para que se levante una nueva oleada revolucionaria. LA RESTAURACIÓN La Revolución Francesa había venido a trastornar el orden político en Europa y la guerras napoleónicas habían establecido nuevas fronteras nacionales. La derrota definitiva de Napoleón en Waterloo significó, al menos de momento, la victoria del Antiguo Régimen, de la aristocracia y el absolutismo, sobre la burguesía y el liberalismo. Inmediatamente después de la victoria, las potencias vencedoras, todas ellas regidas por monarcas absolutos (excepto Gran Bretaña, cuyo enfrentamiento con Francia no venía determinado por diferencias ideológicas sino de rivalidad en la hegemonía europea), decidieron restablecer el orden político y territorial previo a 1789. A este intento, que se mantiene con éxito hasta 1848, es a lo que se llama el período de la Restauración. La Restauración trata, por lo tanto, de restablecer el orden político previo a la Revolución francesa y el equilibrio territorial anterior a las guerras napoleónicas. Los instrumentos para ello serán: a) Una ideología conservadora y contrarrevolucionaria, basada en la tradición histórica, la legitimidad monárquica y la religión. Se condena por lo tanto el liberalismo, basado en la razón y en la libertad del individuo. b) Reordenación del mapa europeo. Para ello, las potencias vencedoras (Gran Bretaña, Austria, Prusia y Rusia) más la Francia restaurada, se reunieron en el Congreso de Viena (1814-­‐15), donde, bajo la dirección del canciller austriaco Metternich, establecen las líneas directoras del nuevo orden internacional: -
La legitimidad, como criterio para la restauración de los monarcas (Luis XVIII en Francia Fernando VII en España) -
El equilibrio entre las grandes potencias -
La co-­‐responsabilidad de esas mismas potencias para mantener el orden restaurado, la paz y la seguridad colectivas. -
Derecho a la intervención, si se ponen el peligro los principios arriba enunciados. c) Un sistema de alianzas y congresos que garantice la obra restauradora. En este marco se entienden la formación de la Santa Alianza (Austria, Prusia y Rusia) y la Cuádruple Alianza (las tres citadas más Gran Bretaña). El viejo orden, restablecido en Viena, se mantuvo durante un corto período de tiempo: en los años siguientes, la burguesía se rehizo y bajo la bandera del liberalismo volvió al asalto del absolutismo. Tres oleadas revolucionarias, en 1820, 30 y 48, consolidaron en el mapa europeo el nuevo orden burgués. EL LIBERALISMO Entendemos por liberalismo la doctrina política burguesa, surgida en el siglo XVIII de la mano de pensadores como Locke, Montesquieu y Rousseau y que, transformada en movimiento político, se desarrolla plenamente en el siglo XIX. Su objetivo es construir sistemas políticos basados en la libertad individual, en constituciones elaboradas por los representantes de los ciudadanos y en la división de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial definida por Montesquieu. Podemos definir como principales rasgos del pensamiento político liberal los siguientes: •
Protección de la libertad individual. •
Protección del derecho a la propiedad. •
Igualdad ante la ley de todos los ciudadanos. •
División de poderes, con un legislativo ejercido por representantes del pueblo. •
Establecimiento de una constitución, elaborada por los representantes del pueblo, que como norma básica y fundamental, limite el poder de los gobernantes y proteja los derechos de los gobernados. Paralelamente se desarrolla la vertiente económica de la ideología liberal, que como aquella, defiende ante todo un modelo ajustado a las necesidades e intereses de la clase burguesa. El principal teórico del liberalismo económico es Adam Smith, quien propone la economía como una actividad natural del ser humano, que debe ser absolutamente libre para disponer de sus bienes sin intromisión alguna de los poderes públicos. Para el liberalismo, la economía genera sus propias leyes correctoras de los desequilibrios y por lo tanto el estado no debe intervenir, ya que cualquier intervención obstaculiza la iniciativa privada, la única generadora de riqueza. En 1815 se había iniciado en Europa el período de la Restauración, que como su propio nombre indica, pretendía restablecer el orden previo a la Revolución Francesa. Sin embargo, el Antiguo Régimen seguía impidiendo el desarrollo de las fuerzas económicas liberadas por la revolución industrial y sólo un nuevo orden encabezado por la burguesía podía darles cauce. La clase burguesa, por lo tanto, siguió encabezando las luchas revolucionarias, que a lo largo de los años siguientes y a través de tres grandes oleadas acabarían por establecer a los países más avanzados el estado burgués. LAS REVOLUCIONES LIBERALES El ciclo revolucionario de 1820 La primera de las oleadas revolucionarias tiene lugar en los años 20 del siglo XIX. Como se ha señalado arriba, tras la derrota de Napoleón en 1814, se restableció el Antiguo Régimen en toda Europa, es el período llamado de la "Restauración". La Santa Alianza, formada por las principales potencias absolutistas, Francia, Rusia, Austria y Prusia, se encargaría de evitar nuevos movimientos revolucionarios de carácter liberal como el ocurrido en Francia en 1789. En 1820 estallan una serie de movimientos liberales centrados en el área mediterránea y en Hispanoamérica. Los protagonizan minorías, encabezadas a menudo por oficiales del ejército contrarios al absolutismo. En España, el triunfo del pronunciamiento del comandante Riego, obliga a Fernando VII a restablecer la Constitución de 1812; en Nápoles, el levantamiento liberal, animado por los carbonarios, obliga a su vez a Fernando I a firmar una constitución que sigue el modelo de la española y propaga la revolución liberal por el norte de Italia. Ambos movimientos serán aplastados por las potencias absolutistas tras los congresos de Verona y Laibach respectivamente. En Grecia, los ataques campesinos a los recaudadores de impuestos turcos y la actividad de las sociedades secretas liberales y nacionalistas, culminan con la insurrección de 1821; apoyados por Rusia, Francia y Gran Bretaña, los patriotas griegos logran la independencia por el Tratado de Adrianópolis de 1829, que además rompe la solidaridad entre las potencias absolutistas. Hispanoamérica, cuyos territorios se independizan de España en 1824, será el otro escenario donde triunfen los movimientos liberales. El ciclo revolucionario de 1830 En 1830 se inicia un nuevo ciclo revolucionario cuyo foco inicial está en Francia. Allí se había restaurado en el trono a los borbones en la persona de Luis XVIII, quien desarrolla una política de absolutismo atenuado. Su sucesor Carlos X, sin embargo trató de restablecer el antiguo orden en todo su rigor, provocando la sublevación popular. Nuevamente es la burguesía quien dirige el proceso y lo lleva al triunfo. Carlos X de Borbón es destronado en favor de una nueva dinastía de carácter burgués y liberal, la iniciada por Luis Felipe de Orleans. En los Países Bajos, el impulso liberal se vio acompañado de la creciente fuerza del nacionalismo. Bélgica y Holanda, pese a estar unidas en un mismo estado constituían naciones bien diferentes: Bélgica, de lengua flamenca y valona, católica y poco industrializada, era partidaria de políticas proteccionistas que le permitieran desarrollar su industria. Holanda, de lengua neerlandesa, protestante y comercial, imponía desde su hegemonía un librecambismo perjudicial para los intereses belgas. El éxito de la revolución de 1830 en Francia estimuló a los belgas, que aprovecharon la ocasión para independizarse del reino de los Países Bajos, dominado por Holanda El ciclo revolucionario se extendió bajo diversas formas a otros países y fruto de él Europa quedó dividida entre una serie de estados con régimen de monarquía constitucional (Gran Bretaña, Francia, España, Portugal, Bélgica y los estados alemanes de Brunswich, Hesse-­‐Cassel y Sajonia) y otros con regímenes absolutistas (principalmente Austria, Rusia y Prusia). El ciclo revolucionario de 1848 En 1848 se inicia un nuevo ciclo revolucionario en la que va a ser llamada "Primavera de los pueblos". Esta tercera oleada revolucionaria se inicia nuevamente en Francia y se extenderá rápidamente a Italia, Alemania, Austria y otros países. Entre las características comunes que tuvo el movimiento podemos destacar: •
Un mayor componente democrático, que tiene reflejo en: -
La reivindicación del sufragio universal. -
La reivindicación de la Soberanía Nacional y, más a menudo, Popular. -
La defensa del sistema republicano frente a la monarquía parlamentaria -
La petición de una declaración de derechos más amplia •
Un mayor componente nacionalista, especialmente en aquellos pueblos que, o bien se hallaban sometidos a un gobierno extranjero (Hungría) o bien se encontraban divididos en diversos estados (Italia y Alemania) •
Una divergencia cada vez mayor entre burguesía y proletariado. Como hemos dicho, el ciclo se inicia en Francia. El rey Luís Felipe de Orleans, que accedió al trono francés con la revolución de 1830 da un giro autoritario a su gobierno que le priva del apoyo de la burguesía media y baja y del proletariado, además, carece del apoyo de la aristocracia que lo considera un advenedizo. Un movimiento insurreccional destituye a Luis Felipe y coloca en su lugar un gobierno provisional que convoca nuevas elecciones. De estas, sale triunfador Luís Napoleón Bonaparte, sobrino del emperador. En Austria la revolución consigue la abolición de la servidumbre en el campo y el establecimiento de una monarquía parlamentaria y constitucional encabezada por el emperador Francisco José I. En Italia el movimiento tiene un doble signo liberal (que trata de establecer regímenes constitucionales) y nacionalista (contra Austria, que mantiene en su poder varios territorios italianos) En Alemania el movimiento mantiene características similares a las italianas y, como en aquel caso, acabará fracasando. El resultado final del ciclo revolucionario de 1848 puede resumirse en que con él se pone fin a las monarquías absolutas (excepto Rusia) y se asienta definitivamente la burguesía en el poder bajo regímenes constitucionales. En paralelo, la clase obrara o proletariado, que hasta el momento ha ido de la mano de la burguesía, comienza a percibir sus intereses como ajenos a los de la clase burguesa e inicia el proceso de construcción de su propio movimiento revolucionario. Es significativo que el el mismo año de las revoluciones, 1848, se edite la primera obra en la que se define una ideología exclusivamente proletaria: el Manifiesto Comunista. EL NACIONALISMO Entendemos por nacionalismo el pensamiento político fundado en la exaltación de la pertenencia a una comunidad humana definida por unos rasgos culturales, lingüísticos, étnicos, religiosos, etc. comunes. Éste movimiento, que a menudo se manifiesta más como un sentimiento que como una doctrina política propiamente dicha, se desarrollará extraordinariamente en el siglo XIX y cristalizará en la aparición de nuevos estados, unos como consecuencia de la independencia de naciones que había permanecido integradas en estados multinacionales (Grecia en el imperio Turco, Bélgica en los Países Bajos) y otros derivados de la unificación de estados independientes pertenecientes a una misma nación (Italia y Alemania). En el pensamiento de los revolucionarios del siglo XIX, estos serían los componentes básicos de una nación: •
Autodeterminación política: Esto es, que la nación se organice en un estado propio independiente de las injerencias de cualquier otro estado extranjero. •
Peculiaridad cultural y lingüística: La existencia de una lengua común constituye uno de los rasgos más definitorios de una nación. •
Pureza étnica: La pureza racial sólo es argumentada por los teóricos más exaltados del nacionalismo, constituyó uno de los fundamentos del nacionalismo fascista, especialmente del alemán, en la primera mitad del siglo XX. LOS MOVIMIENTOS NACIONALISTAS La unificación alemana El espacio alemán que encontramos en la época de la Restauración, tras las guerras napoleónicas, aparece como un conglomerado de pequeños y medianos estados independientes, entre los que destacan dos potencias enfrentadas: Prusia, industrial y protestante, al norte y Austria, agraria y católica, al sur. La cuestión de en torno a la cual de las dos grandes potencias se unificaría Alemania, se fue zanjando en favor de la potencia industrial, Prusia, que ya desde 1819, fue trabajando en favor de una unificación económica de los estados. Hacia 1848, la mayoría de los estados alemanes se han asociado en una unión aduanera, el Zollverein, que establece sólidos lazos económicos entre ellos. En 1861 Guillermo I se convierte en rey de Prusia y nombra como primer ministro a Otto von Bismarck. Ambos serán los artífices de la unidad alemana, unidad que se alcanzará al cabo de dos guerras: en 1866 Prusia se enfrenta con Austria, dejando definitivamente zanjada la cuestión de cual será la potencia aglutinante de los alemanes. En 1870 una nueva guerra entre Prusia y Francia concluye con una nueva victoria prusiana y la incorporación de los territorios de Alsacia y Lorena (anteriormente en manos de Francia pero de lengua y cultura alemanas). En el año 1871, se proclama el II Reich (imperio) alemán. La unificación italiana A mediados del siglo XIX la nación italiana se encuentra disgregada en siete estados independientes. o El Reino de Nápoles, al sur. Agrario y antiliberal, regido por una rama de los Borbones. o Los Estados Pontificios, en el centro. Igualmente antiliberales, gobernados por el papa. o Los ducados de Parma, Módena y Toscana. En el centro, gobernados por dinastías aliadas de Austria. o El reino Lombardo-­‐Véneto. En el norte, integrado en el el imperio austríaco. o El Reino de Piamonte. En el norte. El más avanzado industrialmente y regido por una monarquía liberal, la de los Saboya. La unificación italiana se verificó en tres fases. Un papel similar al desempeñado en Alemania por Guillermo I y Bismarck es el que desempeñan aquí el rey Víctor Manuel de Saboya y su primer ministro, Cavour. 1859: El reino del Piamonte, apoyado por Francia, derrota a Austria y logra incorporar el reino Lombardo y los ducados, hasta entonces bajo control austríaco. 1861. Giussepe Garibaldi y sus camisas rojas realizan una expedición en el sur de Italia (reino de Nápoles) que consigue incorporar todo este territorio al Piamonte. 1866-­‐1871: La derrota de Austria frente a Prusia en 1866 permite incorporar el último territorio italiano en manos austriacas: Venecia y la derrota de Francia también frente a Prusia en 1870 permitirá incorporar los Estados Pontificios (protegidos hasta entonces por Francia). Roma se convierte en la capital de un nuevos estado: Italia, bajo el reinado de Víctor Manuel II de Saboya. 
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