Lectura - Juventud Rebelde

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juventud rebelde
DOMINGO
01 DE NOVIEMBRE DE 2015
LECTURA
11
El mensaje a García
por CIRO BIANCHI ROSS
[email protected]
TRANSCURRÍA la noche del 22 de
febrero de 1899 y el periodista norteamericano Elbert Green Hubbard,
de la revista Philistine, apremiado
por la hora del cierre, se devanaba
los sesos ante el papel en blanco.
Los temas que había barajado para
la jornada y de los que tenía algunos
apuntes, le parecían, llegado el
momento de escribirlos, demasiado
insustanciales o carentes de interés, incapaces de entusiasmar al
lector y hacerlo leer hasta el final. De
golpe creyó tener una buena historia, pero la rechazó cuando todavía
no había llenado la mitad de la
segunda cuartilla. Si lo aburría a él,
cómo la acogería entonces el que la
leyera. Abrumado, escurrió la pluma
de punto metálico en los bordes del
tintero y la colocó con cuidado en la
escribanía, como si debiera permanecer así durante largo tiempo. En
situaciones semejantes, le daba
resultado jugar con los objetos que
adornaban su escritorio, sobre todo
con aquella bola de inscripciones
incomprensibles que, de niño, le
regaló su padre y que conservaba
desde entonces como una reliquia,
pero ahora ni eso.
Hubbard se puso de pie y salió
del estudio al escuchar que su hijo
Bert se movía en el salón contiguo.
La conversación, sin orden ni concierto, los llevó al tema de la guerra
que Estados Unidos libró en Cuba
contra España, y Hubbard aseguró
que el mayor general Calixto García,
Lugarteniente General del Ejército
Libertador, al garantizar el desembarco exitoso de 16 000 soldados
norteamericanos y trazar el plan de
acción que conduciría a la rendición
de la ciudad de Santiago de Cuba,
en el que oficiales y soldados cubanos llevaron la peor parte, era el
héroe de la contienda. Bert no ocultó su desacuerdo. El verdadero
héroe de la llamada guerra hispanocubano-americana, dijo con énfasis,
no era el general holguinero, sino el
teniente Andrew Summers Rowan.
¡Rowan! Ese sí era un tema que
valía la pena explotar. Hubbard volvió
a su estudio para aplicarse de nuevo sobre su trabajo. Ahora la pluma
corría sobre el papel, pero apenas
podía seguir el ritmo de su pensamiento. Sin el menor respeto por la
verdad histórica, Hubbard transformó el viaje del teniente Rowan a
Cuba, a fin de transmitir a Calixto un
mensaje verbal del Presidente de los
Estados Unidos,«en una odisea individual, cargada de peligros, combates y hazañas increíbles, solo realizables por un norteamericano, clara
evidencia del sentido racista que animaba su texto».
NACE UN BEST SELLER
Nacía así El mensaje a García
(A Message to García). Una revista de Filadelfia había encargado a
Hubbard un artículo de relleno y el
periodista fabricaba en cambio
«una leyenda digna de una novela
de aventuras». Suceso editorial
que terminó convirtiéndose en el
primer best seller de la literatura y
el periodismo de Estados Unidos.
No había transcurrido una semana de su publicación original cuando la Compañía de Noticias pidió
autorización al autor para imprimir
mil copias del mensaje, y el Ferrocarril Central de Nueva York obtuvo reproducirlo en un millón de
folletos. Un mes más tarde había
sido reproducido ya por 200 revistas y periódicos de ese país.
Al príncipe Andrei Hilakoff, director de los ferrocarriles de Rusia, el
material le pareció interesante y lo
hizo traducir al ruso y repartió
copias entre todos los empleados
de su empresa. Se popularizó en
Francia, España y Alemania. En
1905, en la guerra con Japón,
cada soldado ruso llevaba en su
mochila un ejemplar de El mensaje a García. Moscú perdió aquella
contienda, pero Tokio le atribuyó
un valor especial al texto y, traducido, destinó una copia a cada
uno de los súbditos civiles y militares del imperio del Sol Naciente.
Hollywood puso también su
granito de arena. Con la actuación
de Wallace Beary, uno de los adelantados del entonces balbuceante «sistema de estrellas», en el
papel del teniente Rowan, se llevó
al cine el artículo de Hubbard.
Digamos de paso que un incipiente Hollywood explotó la guerra de
Cuba no solo en el área de la ficción, sino además en la documental: la Vitagraph Company filmó
aquí las primeras imágenes en
movimiento de una guerra real.
En 1909, diez años después de
haber visto la luz por primera vez,
alcanzaba tiradas por 40 millones de
ejemplares. Una información reciente aseguraba que, traducido a idiomas potables e impotables, llegaba ya a los cien millones de copias.
Hasta donde sabe el escribidor, El
mensaje a García sigue siendo
motivo de estudio y referencia en
escuelas norteamericanas, y su
lectura es obligatoria para los que
mediante cursos de autoayuda se
esfuerzan por saber cómo se logra
el liderazgo.
GRADUADO DE WEST POINT
En abril de 1898, días antes de
que Washington declarara formalmente la guerra a España —lo que
ocurre el 25 de ese mes— el presidente William McKinley llamó a
su despacho de la Casa Blanca al
general Nelson Miles, jefe del Ejército. Se requería de un oficial que
entrase en Cuba y localizase al mayor general Calixto García, segundo
al mando de las tropas mambisas
y jefe de la zona oriental. Ese oficial entraría a la Isla vestido de paisano y sin ninguna documentación,
y transmitiría verbalmente el mensaje del Presidente. McKinley quería conocer la composición del Ejército Libertador y obtener de Calixto
el compromiso de apoyar el desembarco norteamericano y la guerra que a partir de ahí se desencadenaría. Consultado por Miles, el
coronel Arthur Wagner, jefe de la
Inteligencia, recomendó al teniente
Andrew Summers Rowan, un graduado de la academia militar de
West Point que dominaba el idioma
español y había cumplido misiones
secretas en América Latina.
Penetrar de manera clandestina en un país en guerra con el
objetivo de entrevistarse, en
representación de una potencia
extranjera, con uno de los máximos jefes de la insurrección, es
una misión arriesgada y difícil. Se
requiere de valor y ecuanimidad
para acometerla. El teniente
Rowan la cumplió con éxito. A su
regreso a Washington se le
recompensó con el ascenso al
grado de teniente coronel.
Lo que omite el periodista Elbert
Green Hubbard en su artículo es
que Rowan, desde el momento en
que se le confió la tarea hasta su
regreso a Estados Unidos, tuvo el
apoyo de decenas de cubanos conocedores de las costas orientales
y de los territorios ocupados por las
fuerzas independentistas. Al desembarcar en la ensenada de Mora, al sur de la antigua provincia de
Oriente, lo esperaban jóvenes oficiales, educados algunos de ellos
en Estados Unidos, que le sirvieron
de guía hasta la ciudad de Bayamo
donde, después de la entrevista,
Calixto lo invitó a la fiesta que en su
honor auspiciaban varias familias
cubanas.
Nada de eso se dice en las páginas escritas por Hubbard. Habla en
cambio el periodista de cómo Rowan
recibe y transmite el mensaje sin
que nadie le proporcione información ni medios para encontrar a
García. A pie recorrerá la Isla de
costa a costa, y lo hará en medio
de una naturaleza hostil que también es su enemiga: ríos crecidos,
montañas infranqueables, temporales inclementes. Correrá mil peligros y al final, sin preguntar nada a
nadie, llegará donde García, que se
esconde en las selvas cubanas.
Más allá de las peripecias de
Andrew Summers Rowan en Cuba
y el ya apuntado sentido racista de
su historia, sobresale en El mensaje a García la capacidad del protagonista de superar cualquier obstáculo con ciega obediencia, exponente como es de un pueblo que
se cree elegido para regir los destinos de la humanidad. Lo importante es cumplir la tarea de manera
inmediata, sin reticencias ni vacilaciones, dice Hubbard, y resalta además el papel del compromiso y la
voluntad de ejecutar las tareas que
se asumen. Sostiene que el mundo necesita «muchos Rowan» y que
existen pendientes por entregar
muchos «mensajes a García». En la
cultura popular norteamericana, «el
mensaje a García» es una frase
que incita a realizar tareas difíciles.
Escribe Hubbard: «Existe un
hombre cuya figura debe fundirse
en bronce inmortal… un hombre
que fue leal a la confianza en él
depositada… el que llevó el mensaje a García».
LOS HECHOS
Tan pronto como Rowan supo
en Washington, tras su entrevista
con el jefe del Ejército, de la misión que debía cumplir, tomó el
tren expreso con destino a Nueva
York. Allí, el 15 de abril, Gonzalo
de Quesada y Tomás Estrada Palma, delegado del Partido Revolucionario Cubano, le instruyeron que
se trasladara a Jamaica y se entrevistara con Octavio Lay, representante del Partido en Kingston.
Viajó el 18 y Lay lo puso en contacto con el comandante Gervasio Sabio que debía traerlo a Cuba. Sabio
y Rowan, en compañía de varios
cubanos, hicieron el viaje en una
débil barquilla y en la ensenada de
Mora, al pie de la Sierra Maestra,
los esperaba un escuadrón de caballería al mando del teniente
Eugenio Fernández Barrot. Este
llevó a los recién llegados a presencia del general Salvador Ríos,
jefe de las tropas cubanas de Manzanillo, quien ordenó al teniente
Fernández que llevara al militar
norteamericano al campamento de
Calixto García, dondequiera que
se encontrarse.
Pronto supo Fernández que
Calixto estaba en Bayamo. En la
casa de esa ciudad que le servía
de cuartel general, el capitán Aníbal
Escalante (padre), ayudante de
guardia, recibió a Rowan. Enseguida anunció su llegada al coronel
Tomás Collazo, jefe del Estado Mayor de Calixto, y el General no demoró en recibir al visitante. Solo el
coronel Collazo asistió a la entrevista. Finalizada esta, Rowan se reunió con los ayudantes del General y
tuvo frases de elogio para el insigne caudillo que le dispensara tan
grata acogida. Era el 1ro. de mayo.
Ese mismo día, la armada norteamericana destruía totalmente en
cuestión de horas la escuadra española del Pacífico en la bahía de
Cavite, Filipinas.
En las primeras horas del día 2,
Rowan buscó la costa norte y se
hizo a la mar en un bote. Lo acompañaban el general Enrique Collazo,
el coronel Charles Hernández y el
teniente Nicolás Valbuena Mayedo
(práctico), quienes llevaban la respuesta de Calixto García al Gobierno
de Washington. Un barco de bandera norteamericana los recogió en
alta mar y los condujo a Cayo Hueso. De ahí siguieron viaje hacia la
capital norteamericana.
FINAL
El periodista Elbert Green
Hubbard nació el 19 de junio de
1851, en Bloomington, Illinois. Murió el 7 de mayo de 1915 cuando
el barco en que viajaba, el trasatlántico Lusitania, a unas diez millas al sur de Irlanda, fue bombardeado por un submarino alemán,
acción que provocó más de cien
fallecidos y determinó la entrada
de Estados Unidos en la I Guerra
Mundial.
Rowan murió en 1943. Entonces se emplazó un busto suyo,
obra del cubano Hernández Giró,
en el desaparecido parque Maine,
en el Malecón habanero, a un costado del hotel Nacional. Allí estaban el presidente Batista, que costeó el pedestal de mármol de la
escultura, el vicepresidente Cuervo
Rubio y el primer ministro Ramón
Zaydín, apodado «Mongo Pillería».
No faltaban otras figuras del Gobierno y el cuerpo diplomático. Hubo
varios oradores, entre ellos, el encargado de negocios de Estados
Unidos, y, al final, desfiló un grupo
de mambises y una representación
de las fuerzas armadas. El teniente Eugenio Fernández no aparece
en la lista de los invitados al acto.
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