ORQUESTA NACIONAL DE ESPAÑA Josep Pons, director I Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) Concierto para violín y orquesta núm. 1, en Si bemol mayor, K 207 Allegro moderato Adagio Presto Frank Peter Zimmermann, violín Wolfgang Amadeus Mozart Concierto para violín y orquesta núm. 4, en Re mayor, K 218 Allegro Andante cantabile Rondeau Frank Peter Zimmermann, violín II Fernando Sor (1778-1839) Hercule et Omphale, obertura (Primera vez ONE) Vicente Martín y Soler (1754-1806) Una cosa rara, obertura Wolfgang Amadeus Mozart Concierto para violín y orquesta núm. 5, en La mayor, K 219, “Turco” Allegro aperto Adagio Rondeau (Tempo di Minuetto) Frank Peter Zimmermann, violín Concierto 18 - Ciclo II (Música y Mito). 31 de marzo, 1 y 2 de abril de 2006 Viernes 31 de marzo de 2006, a las 19:30 h. (ONE 4668) Sábado 1 de abril de 2006, a las 19:30 h. (ONE 4669) Domingo 2 de abril de 2006, a las 11:30 h. (ONE 4670) Auditorio Nacional de Música (Madrid). Sala Sinfónica. Notas al Programa La pasión turca El “mito turco” arranca en Europa a finales del siglo XVII, precisamente cuando el sultán Mehmet -tras las repetidas derrotas sufridas por su ejército- renuncia a Hungría en el Tratado de Carlowitz (1699). Tras llegar a sitiar la capital, Viena, el Imperio Otomano dejaba por fin de representar una amenaza para el mundo occidental. El turco, visto hasta entonces con miedo y desconfianza, empezaba a ser objeto de una creciente atención, curiosidad y simpatía. La apertura de un nuevo período de paz dio paso a un estrecho diálogo intercultural. Las misiones diplomáticas realizadas por los sultanes en las grandes cortes europeas -es célebre la que realizó Mehmet Effendi en París, bajo el reinado de Luis XV, en 1721- desataron una verdadera moda turca sobre todo en lo que respecta al vestuario y la música. Numerosos son los cuadros de la época -realizados por pintores de la talla de Liotard, Quentin de La Tour o Boucher- que representan a aristócratas francesas vestidas de sultanas o con ropa oriental. En el campo operístico, el ejemplo más destacado lo ofrecen Les Indes galantes de Jean-Philippe Rameau (1735). Uno de los protagonistas de este ballethéroïque, el pachá Osman, puede considerarse entre los primeros prototipos de “turco generoso” destinados a invadir el melodrama del siglo XVIII. En 1764, también Christoph Willibald Gluck realiza su personal aportación a la galería de “turcos generosos” con el melodrama La rencontre imprévue, también conocido con el título de Los peregrinos de la Meca. Veinticinco años después, el compositor sueco Joseph Martin Kraus hará lo propio con la ópera Solimann II, estrenada en Estocolmo en 1789. La música de los jenízaros -el cuerpo de élite del ejército otomano- se impone finalmente en el modelo de la música turca para los públicos europeos. El aspecto más imponente y llamativo del repertorio 5 militar de los jenízaros era representado por el amplio y novedoso aparato de percusiones utilizado en sus conjuntos: bombos, timbales, platillos, címbalos... La paz con Turquía favoreció la incorporación de instrumentistas de este país en las orquestas de los teatros europeos, y algunos estudiosos llegan a mantener que esta aportación tuvo como consecuencia un mayor desarrollo de las percusiones en la orquesta europea. En la época de Mozart, el mito de Turquía seguía vivo. Y aún más en un imperio -el austro-húngaro- fronterizo con el sultanato otomano. Diversas y significativas son las piezas del catálogo mozartiano en las que el compositor refleja el interés por la “conexión turca”. La más antigua es la música para ballet Le gelosie del serraglio, compuesta para la ópera Lucio Silla en 1771. La lista se completa con Zaide, un Singspiel compuesto entre 1779 y 1780, el movimiento final de la Sonata para piano K 331 (la célebre “Marcha Turca”), aunque el capítulo más importante es representado por otro Singspiel, El rapto del serrallo, estrenado en Viena en 1782. En este apartado de piezas, no puede dejar de mencionarse el Concierto para violín núm. 5 K 219. Su apodo de “turco” se debe al tercer y último movimiento: Rondeau. Tempo di Minuetto, en cuya parte central (Allegro) el compositor introduce una cita de la mencionada música para ballet Le gelosie del serraglio. Uno de los aspectos más curiosos de este episodio es la escritura reservada a violonchelos y contrabajos, que tocan con el arco al revés, esto es, con la parte de la madera en vez de con las cerdas, lo que produce un característico efecto percutivo. Si la sección central del Rondeau brinda el momento más exótico y truculento de la obra, el Adagio representa, en cambio, el punto de mayor intensidad expresiva alcanzado por Mozart. El tema principal consiste en un suave ondear de semicorcheas, que desde los violines se propaga por imitación a todo el movimiento en forma de apacible radiación 6 luminosa. El murmullo de la cuerda es el fondo sobre el que se mueve el lirismo del solista, roto en algunos momentos por repentinos virajes patéticos. El material melódico no sufre grandes modificaciones, pero se renueva constantemente por efecto de las modulaciones, y en especial al pasar por el modo menor, que le otorga un tono más trágico. Brunetti, el violinista de la corte de Salzburgo al que estaba destinado el concierto, no entendió la novedosa belleza que encerraba este movimiento. Para él, Mozart compuso un nuevo Adagio (K 261), de corte más tradicional. Una anticipación de la temperatura emotiva del concierto -en vilo entre extraversión e intimismo- se detecta en el comienzo del Allegro aperto. Después de la exposición de los dos temas principales por parte de la orquesta, el violín arranca con un recitativo en tiempo lento. Un paréntesis de ensueño que se prolonga durante algunos compases y arroja una sombra de incertidumbre sobre el carácter dominante del Allegro, hasta que el solista lo quiebra lanzándose a la carrera. Mozart compuso sus cinco conciertos para violín en un breve arco de tiempo -durante el año 1775- y todos para la corte de Salzburgo. Se trata, por tanto, de un corpus de piezas compacto y homogéneo, dictado esencialmente por los gustos de su patrón, el arzobispo Colloredo. Al parecer, Mozart nunca mostró especial predilección por este género y pronto encontró una forma de expresión más acorde con su genio en el concierto para piano. No obstante, siempre nos quedará la curiosidad de escuchar lo que el compositor hubiera podido dar de sí en este ámbito en sus años de madurez. Sería arduo encontrar en otros conciertos mozartianos para violín el mismo grado de emotividad que caracteriza el Adagio del Quinto. Por lo general, estamos ante obras que siguen las pautas de un discurso brillante, ameno y no muy profundo, pensadas para entretener a la audiencia. A estas 7 circunstancias se debe también el hecho de que estos Conciertos antepongan la búsqueda de un lirismo amable a las prerrogativas de un virtuosismo fogoso. “No soy partidario de las dificultades”, escribía el compositor en una carta a su padre tras escuchar a un violinista empeñado en un concierto muy exigente. Terminado en octubre de 1775, el Concierto para violín núm. 4 K 218 se apoya para su primer movimiento en un tema puntiagudo, lo que otorga a las sonoridades un carácter seco y ágil. Se trata de uno de los conciertos más virtuosísticos del grupo, donde la orquesta tiene un papel reducido. También el Andante cantabile muestra un perfil melódico poco dado a las blanduras y se resuelve en un canto ininterrumpido del solista. El Rondeau recupera la cara más amable del Concierto y restablece una directa y afable complicidad con el oyente. Este último movimiento alterna un Andante grazioso con un Allegro non troppo. Antes del regreso del Andante grazioso, el compositor introduce una nueva sección (Allegretto alla breve), lo que otorga al Rondeau una estructura más flexible y fantasiosa. El Concierto para violín núm. 1 K 207 es también el primer concierto original de Mozart para cualquier instrumento. Los conciertos para clave escritos con anterioridad (K 37, 39-41, 107) son, en efecto, reelaboraciones de obras de otros compositores. El Allegro moderato muestra el dominio arquitectónico alcanzado por Mozart ya en esta primera prueba. El diálogo entre solista y orquesta es articulado con habilidad y con la necesaria variedad, aunque la impresión general es la de estar ante el trabajo de un alumno excepcionalmente dotado que ha aprendido a la perfección la lección de los maestros. También el Adagio central se mueve en el ámbito de una cantabilidad algo convencional. El Presto conclusivo hace alarde de virtuosismo tanto en la parte del solista como en la orquestal, animada por una movilidad compacta que recuerda los modos de Carl Philipp Emanuel Bach. En lugar del tradicional 8 rondó, Mozart compone aquí un movimiento en forma sonata, tal vez el más elaborado de todo el concierto. El compositor valenciano Vicente Martín y Soler (1754-1806) ha tenido un honor póstumo con el que pocos soñarían: ser eternizado en una obra de Mozart. Ocurre en el final de Don Giovanni. Mientras el protagonista se encuentra en su casa cenando, un pequeño conjunto de viento toca música para alegrar la atmósfera. Entre los motivos escogidos, está la célebre aria “Non più andrai farfallone amoroso” de Las bodas de Fígaro. Pero Mozart fue también generoso con sus colegas e introdujo citas de dos óperas que en aquel momento gozaban de mucho éxito. Una de ellas es Una cosa rara, de Martín y Soler, y en particular el motivo “Oh, quanto un sì bel giubilo”, que cierra el primer acto. Estrenada en 1786, Una cosa rara tiene más de un punto de contacto con Las bodas de Fígaro, representada aquel mismo año. Ambas comparten el mismo libretista, Lorenzo Da Ponte, y un argumento candente para la época: los abusos de la aristocracia sobre las clases humildes. Da Ponte debía tener sin duda grandes dotes diplomáticas si consiguió “colar” dos obras de este tipo nada menos que en uno de los feudos del absolutismo europeo: la Viena del emperador José II. A pesar de los éxitos conseguidos en Italia y luego en la capital austríaca, el nombre de Martín y Soler desapareció pronto de los escenarios líricos. Tuvo un eco más prolongado en Rusia, donde residió y trabajó desde 1788 hasta su muerte (salvo un breve paréntesis londinense) desempeñando cargos relevantes relacionados con la organización de la actividad operística y la enseñanza musical. La recuperación del legado musical de Martín y Soler es un fenómeno bastante reciente. En los últimos años, su presencia en la programación de los teatros ha ido en aumento. Y la reposición de títulos como Una cosa rara, La capricciosa corretta o Il burbero di 9 buon cuore ha recibido buena acogida por parte de la crítica y el público. Hoy en día, la contribución de Fernando Sor (17781839) a la historia de la guitarra ha oscurecido el resto de su producción. Realizados los primeros estudios musicales en la Escolanía de Montserrat entre 1790 y 1795, el compositor estrenó su primera ópera, Telemaco nell’isola di Calipso, en 1797. En Madrid fue acogido bajo la protección de la Duquesa de Alba, a cuyo hija impartió clases de guitarra, y más tarde entró al servicio del Duque de Medinaceli. La invasión napoleónica marca una brusca ruptura en la biografía de Sor. Sus simpatías por los franceses lo obligaron a abandonar España tras la insurrección de 1813. Entonces, se estableció en París y más tarde en Londres, donde se impuso como virtuoso de la guitarra, aunque sin abandonar las otras facetas de la composición. En 1820, representó en la capital británica la ópera La foire de Smyrne, seguida por La belle Arsène. Tampoco desdeñó Sor los géneros de la sinfonía, la música sacra, los cuartetos o la música para piano. En 1823, se casó con la bailarina Félicité-Virginie Hullin y esto puede explicar su interés por el ballet, que cultivó en diversas ocasiones: Le seigneur généreux, Gil Blas, Le dormeur évéillé, Cendrillon, Hercule et Omphale, Le sicilien ou L’Amour peintre. De todos estos títulos, el más importante es Hercule et Omphale, representado en San Petersburgo en 1826 para la coronación del zar Nicolás I. Se trata de una obra de circunstancia, en la que el compositor vierte sus conocimientos musicales en estrecha conexión con los gustos de la época. La obertura de Hercule et Omphale empieza con una introducción lenta, donde el tutti se alterna con secciones protagonizadas por la madera solista, con ritmos punteados como elemento unificador. Uno de los aspectos más notables del posterior Allegro es la amplia utilización de procedimientos contrapuntísticos perceptibles desde el comienzo, 10 cuando el tema principal -de carácter ascendente- es tratado en imitación a modo de fuga en las diversas voces de la orquesta. Un segundo tema, más lírico y con un inicial perfil descendente, aparece más adelante. Tal vez la referencia a la figura de Hércules le hubiese sugerido a Sor la utilización de recursos polifónicos, en un indirecto homenaje a lo que el admirado Mozart había hecho en su Sinfonía Júpiter. Stefano Russomanno 11