wert siembra el caos en cultura

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DE LA CULTURA Y LA CIENCIA
WERT SIEMBRA EL CAOS
EN CULTURA
N
Por Mauro Armiño
o sé si este Wert pensó que ser
ministro era lo mismo que ser
tertuliano, esos que tan pronto
hablan, cual consumados expertos, del vuelo de la mosca tsetsé, como
de las arrobas que venden los mantequeros
o de la forma de utilizar el escarbadientes; el
señor ministro de Educación, Cultura y Deporte, todo eso y nada menos, está dejando
hecho unos zorros la Educación; y no menos
la Cultura, aunque este asunto nunca haya
interesado demasiado a los españolitos; de
eso se aprovechan, en ese campo tienen el
apoyo de la derecha mediática que los ve como simples gorrones con alma de callejón.
Curiosa biografía la de este mascarón de proa
de la parte más dura del PP: para que luego
digan que por aquí somos monolíticos, que
tenemos ideas, opiniones y principios firmes:
Wert es la negación de ese monolitismo fanático. Empezó, allá por los estertores del
dictador, en Izquierda Democrática; pero ahí
había poco para el dicharachero licenciado
en Derecho, que no tardó en cambiar de camisa pasándose a UCD y luego al Partido Demócrata Popular, presentándose a elecciones
con aquella Coalición Popular que lideraba
el demócrata de toda la vida Manuel Fraga;
llegó a diputado.
El tertuliano que todo lo sabe. Nalgas de
mal asiento, demasiado burlón para entretenerse en el Parlamento con esos que había y hay, prefirió retornar a la sociología
aplicada, eso de las encuestas, sondeos de
opinión y estudios de audiencia, para lo
que no se necesita tener mucha idea de teoría sociológica, aunque falsamente se autotitulen de sociólogos; así ha navegado
entre lo público y lo privado, llegando a
“juntarse a los buenos”, como decía Lázaro de Tormes, pegarse a Prisa, a Sofres, e
incluso al BBVA, soldado al codo mismo
de su presidente, Francisco González, que
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no tardó en cansarse de la levedad ingeniosa de una socarronería –que no ironía–
que cuadra mal con los cuellos de almidón
de los gerifaltes financieros. Esa levedad le
permitió opilar algunos sesos en la época
de Aznar, entre ellos el del fontanero Pedro Arriola, también manipulador de ese
género de encuestas y sondeos. De ahí su
ascenso a ministro sin carné de partido: le
bastaron cuatro días en el sillón para olvidarse del tertuliano parlanchín y gracioso
y sacar tijeras. Es más, desde ese primer
momento enseñó las picas y alabardas de
la brutalidad acérrima: no tener cuesta tiene un precio, el de convertirse en ariete de
la facción más extrema de un partido ya
extremado.
Como le ocurre a todo chistoso, en cuanto le dan gasolina sale a escena y le prende fuego: se quema así por otros, y ninguna de sus frases de titular son ingenuas: la
última de castellanizar a los niños catalanes, en época electoral le viene bien al PP
de provincias, que fideliza así a sus españolitos por boca de ministro; de este modo, la boca de Rajoy se mantiene en su mutismo de esfinge; pero los mitos griegos han
pasado y las esfinges carecen de misterio:
léase un cuento de Oscar Wilde, La esfinge sin secreto. Pues éste igual, no tiene enigma ni clave alguna. Le basta dar el carburante a otros como Wert o Gallardón para
que actúen de pirómanos.
La cultura del vacío cultural. Y Wert ha incendiado todo desde su llegada al sillón: empezando por asumir la desaparición de Cultura como ministerio autónomo, que el PP
deshizo nada más llegar al gobierno. Mienten los que dicen que al PP no le interesa la
memoria histórica: la ya famosa gala de los
Goya cuando Aznar se dedicaba a hacer guerras la tienen clavada en el cerebro como una
alevosía de alta traición; desde entonces, artistas, músicos, cómicos, con ceja o sin ceja
(con la complicidad de abecedeos, mundos
29 de octubre–4 de noviembre de 2012. nº 991
Wert ha asistido impávido a la medida de Montoro, que ha encendido
y demás), les parecen una zahúrda de mamarrachos que hay que barrer del mapa. Tienen campo abonado, porque ese terreno es
baldío desde antes de los viajes de Colón:
ejemplos nada históricos, sino de hoy. Hay
periódicos que dedican una sección a “ocio
y cultura”, suturando en un solo cuerpo dos
cosas que nada tienen que ver, salvo que se
admita la realidad: el desprestigio de la cultura hace posible que todo sea o pretenda ser
cultura, desde el botellón a Cervantes. Mientras el Huftington Post francés tiene su sección de Cultura en el que pueden leerse artículos de Antoine Compagnon o Philippe Sollers, el reciente y descafeínado Huftington
Post español mete a capón los hechos culturales en una sección llamada Tendencias, como si se tratara de zapatos o ropa; ejemplo
del día en que escribo: las únicas noticias que
atraen la atención de estas Tendencias es un
nuevo disco de Depeche Mode, Carlota Casiraghi en sus fiestas españolas, bobadas de
Paula Vázquez en su twitter, por no hablar de
los artículos de sus opinantes, que andan a
mojicones con el castellano.
Así es fácil decretar supresiones y argumentar leyes sin futuro: la cacareada por Jo-
e
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o
el fuego en el sector: la subida del 7 al 21 por ciento de IVA para la cultura y productos culturales.
sé María Lasalle –el funcionario del partido
en Cultura– Ley de Mecenazgo (que además no tiene mucho sentido), ya ha quedado en agua de borrajas; la comisión de Propiedad Intelectual demostró su ineficacia en
semana y media, porque no actúa; la Dirección General del Libro (el libro supone
el 42 por ciento de la industria cultural) pasó a repartirse en dos secciones para reducir gastos (aunque ya en 2010 la Junta Andaluza se adelantó, suprimiéndola y punto).
Agresión sobre agresión: en los presupuestos de 2013, el Estado se gastará la tremebunda cantidad de 0 euros en compra de libros para bibliotecas públicas, a las que también se recortará el 60 por ciento de gasto
el año que viene. Pero es al cine (de nuevo
la gala de los Goya) al que más hincha le
tienen; si este año ya se le había recortado
un 35 por ciento respecto al año anterior,
para el 2013 el recorte será de casi un 30
por ciento: y en dos años, los 106 millones
de 2011 se quedan en limosna a la puerta
del cine. Tres cuartos de lo mismo con el teatro, con rebajas drásticas que aplican principios industriales, como si los escenarios
–ópera, música, teatro– fueran algo así co-
EUROPA PRESS
mo hierro forjado o mesas de tablex. A este
paso, va a ser realidad la famosa desaparición del teatro, pero esta vez en serio. Según Alejandro Colubi, presidente de la Asociación de Empresarios de locales de teatro,
y productor él mismo, en este momento el
90 por ciento de las empresas teatrales están en quiebra; y aporta datos: la pérdida de
espectadores en los dos últimos años oscila entre el 46 y 48 por ciento. Si en los organismos oficiales –El Real, por ejemplo–,
algunos nombrados apuntaron ribetes de
osadía aventurando la palabra dimisión ante los recortes, no han tardado en envainársela. Compárese, por lo demás, con Francia: a los 720 millones de euros que el Estado aporta al espectáculo vivo, las colectividades territoriales suma el doble; en total
2.100 millones y pico de euros.
Un desastre anunciado. La hecatombe viene de lejos, de la probable inquina de este
país analfabeto a la cultura; y también de
cerca, porque desde 2009 las parcelas culturales han perdido hasta el 70 por ciento
por cierto de sus recursos. Pero lo que ha
encendido el fuego para arrasar con todo
ha sido la ley estrella de Wert, que se enteró de la noche a la mañana del despellejamiento que Montoro había decretado (y
no iba Wert a dimitir por ser el último en
enterarse): un IVA del 21 por ciento para la
cultura y los productos culturales; esa salvajada demuestra un desconocimiento supino de cómo funciona el sector de música, arte, cine, libros, etc. Wert asistió impávido a esta devastación cultural, y ha salido a defenderla y aferrado al sillón: si José María Lasalle, secretario de Estado de
Cultura, aún torcía el morro ante tanto recorte, Wert no tenía empacho en afirmar
que “leer nos enseña a pensar y nos hacer
más libres” en un acto del premio Cervantes allá por abril; en ese mismo evento animaba a los ciudadanos a “seguir frecuentando las magníficas librerías y bibliotecas”,
a las que él mismo ha aplicado la tijera:
¿qué van a poder leer en unas bibliotecas
públicas sin dinero para la compra de libros o cómo comprar en librerías si el libro
viene cargado con ese IVA del 21%? El rasero aplicado en Educación vuelve a aplicarse en Cultura: el que tenga dinero podrá
ir al colegio –y si es de curas mejor, que a
esos sí les da– y comprar libros. Y si no lo
tiene, ¿de qué ha de servirle leer? ¿Para ser
libres? Basta con que sean camareros en este país de servicios.
Compárese de nuevo con eso tan propalado de los países de nuestro entorno: la
Cámara de Diputados francesa echó abajo
la subida del IVA de Sarkozy dejándola en
el 7 por ciento, como Alemania; en Holanda, Bélgica y Suecia, es del 6; en Finlandia e Irlanda, del 9; en Italia y Austria,
del 10. Rajoy se convierte así en el más
aguerrido de los ivadores, doblando a todos esos a los que va a ver casi todas las semanas: para chulo, él; ya dijo que el rescate y los rescates los haría cuando le diese la partidaria gana. Y todo ello, pese a que
hay datos, esgrimidos por el propio Lasalle,
que señalan el impacto de la subida de ese
impuesto, tan negativo que países como
Holanda o Portugal han tenido que revocarlo. Crónica de un desastre anunciado;
que la cabeza de Wert esté en el alero, poco importa: ha hecho la escabechina que
le han mandado, y, una vez sin sillón, ya le
buscarán otro en consejos, ifemas, comisiones y demás chanchullos. l
nº 991. 29 de octubre–4 de noviembre de 2012
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