El duende: Periódico satírico semanal del 14 de diciembre de 1862

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Año I.
Domingo l í de Diciembre de 18tí2.
Núm. 29.
'iir d ia S c o V e n t o s a
H a i 'l i i i i c o V c asto sa
DIRECTOR.
DIRECTOR.
Precios de suscricion.
Puntos de suscricion.
E n Zaiagoza, 12 r s . v n . e l tri m e s tre .
EN
Madrid y provincias, 16 rs . iU.
ZARAGOZA
■ E n casa d e los s e ñ o r e s D. R ^m o n L e ón ,
N ú m e ro s su elto s u n r e a i y medio.
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Viuda de ü e r e d ia , D. M ig u elC a s añ e t y en
la adm inistración d e . E Í D i a r i o d e Z a t a -
I^E G A L O .
goza .
To d o s l o s s e ü o r c s s u sc rito r e s r e c ib irá n
a ) fis a l de c a d a t r i m e s t r e u n a
Tisla
MADRID
d e Za­
Y
PROVINCIAS.
npmiticDdo s u Importe e n i i b r a n z a ó se**
ra g o z a litograGada COR el m a j o r e s m e t o .
■los de co rre o .
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PERIÓDICO SATÍRICO SEMANAL
ADORNADO COM LAMINAS LITO G IU FIAD AS REPKESENTANDO CUADROS DE COSTUMBRES, CARICATURAS, VISTAS, ETC.
A R T IC U L O D E F O N D O .
I.
¿Conocéis á Pitágoras? ¿No habéis oido hablar del
célebre sábio g rieg o , que el primero^ apuntó la idea
de lá transm utación de las alm as, p o r m as q^ue lo h u ­
biese tom ado de los indios budistas?
¿Conocéis á Diógenes, al del tonel, al nunca bien
ponderado cínico, que no pudo h allar u n solo am igo
en tre los hom bres de su época, aunque lo estubo bus­
cando con una caja de fósforos en la mano?
Cuento con que alg u n a vez habréis oido citar á
entram bos filósofos; y adm itido esto, voy á deciroá
qué m otiva mis eruditas citaciones^ y el por qué ó el
título que encabeza este artículo.
Vamos al fondo de las cosas; querem os enseñaros el
fondo de la conciencia hum ana, hajad hasta el fondo
de los corazones y .. .. Hé aquí por qué escribimos un
artículo de fondo.
Yo bien sé que mas os g u sta ría un ariícido defonda-,
pero como es achaque harto viejo en los que m aneja-'
mos la plum a el no ver el busto de S. M. todos los
dias, de a h í el que no sepamos donde se hallan situa­
dos esos benéficos establecimientos, que la p anza ad­
m ira con entusiasm o y á quienes sonríen los dientes de
los bien aventurados.
Y
y a que se tra ta de probaros la verdad de nuestro
aserto, os direm os que tan solo u n a vez hem os comido
en fonda; y esto de gorra; no por que no tuviéramos
sombrero que ponernos, que aun nos conceden algo de
crédito; sino por que han dado en decir que es comer
de g o rra comer por cuenta de otro.
Con inefable beatitud esperaba nuestro estóm ago las
deliciosas viandas que dehiam os ir rem itiendo poco á
poco; y , sentados a l derredor de u n a bien aderezada
m esa, aguardábam os com tem plando'[tanto embeleso,
cuando nos fué presentada la lista de la comida.
— ■'¡Magnífico! esclamó un vecino: vamos á comer en
francés.» A brí cada'ojo como un plato; y eso que los
plato.5 de las fondas'son colosales, no así las tajadas.
— Veamos la sopa, dije, p w é e d é sp e ü tsp o is. ¡Cuerno!
esclamé; comenzamos á com&T p u ro s y p é tis t N o en­
t r a r á este m anjar en mi aposento.
Leí en .seguida entradas, y luego cosüllas d la p a ­
pillote. Esto de ver costillas con papillotes, me alegró
el alm a; y m ucho mas, cuando despues vi que se nos
servían
p 4 tes a la RicTiamsllf. que, ó yo no en­
tiendo el francés ó significa p é tis y pato s á la brecha
de m iel,
A continuación, y con no poco asom bro, vi que la
‘XI
lista anunciaba u n a cartuja de perdices. Yo no sé si
seria la alta ó la baja la que nos íbamos á trag a r; pero
la idea de comerme u n a cartuja me horripiló^
C ontinuando la lectura encontré el sorprendente
plato que se anunciaba con el título de F ilé is de B e u f
á la purée ie p on m e\ que con sin ig n a l acierto t r a duje, filetes de viudo, .á los p uro s y pom os. La idea
de tan horrible combinación me puso cárdeno; pero
auu no hab ia concluido de asom brarm e.
Prom etía la lista que se nos daria á continuación
canards aux olives, ó sean, canarios de oliva-, y des­
pues, salmón d la real; pavos t/rtifados-, crema, d la p r in ­
cesa; nongat d la dupiesa-, m anzanas de la rein ita , y
consei-vas d la mari-scala.
Los vinos que debían ayudarnos á tra g a r tanto p la ­
to, eran R liin , iSautemne, Ghateaiuc M argav.x, M a ­
dera, y Ghg,mpagne, ó sean B v i sotiierno, chato am ar­
go, caola y agua de chufas.
¡Ponita comida nos esperaba!
E staba á punto de pnrder el apetito con sola la lec-
Ayuntamiento de Madrid
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t a r a de la lista , cuando me acordé de Diógenes, que
si él no pudo h a lla r u n solo am igo en el m ando cono,
cido entonces, yo no podia h a lla r u n solo to cad o en la
lista aquella. Me acordé de que el g ra n sábio b eliS 5é
bruces el a g u a del arroyo, y casi preferí ta n sucio
brebaje, á ten er que sorber los horribles líquidos q u e
an u n c iab a la lista.
T uve valor y esperé la sopa; y desde la sopa al pos­
tre todo lo encontré superior á su fama.
¡Oh, P itágoras! ¡ C uánta razón tenias al suponei^
•que habrem os sido otra cosa al v er lo que somos, y
afirm ar que una mosca habria sido en tiem pos ui|i
-■i'
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elefente!
Tenias ra z ó n ; nosotros, que nos espantatóo's & la
id ea de engullirnos u n a cartuja, ¡cuál no fué n u estra
sorpresa cuando, eu vez de un m agnifico convento,
nos vimos servir u n escasísimo plátb de perdiz; pueg
no llegaba á. perdices!
Paso por alto la deliciosa cofeccíon de viuagrillos
que, con el Ijtulo de vinos, nos sirvieron.
L a comida llegó pronto al fondo del estómag'O y —
advierto que nie He alejado, y no poco, del (principal
r
obgeto que me hab ía propuesto; el desentrañar los v i­
F í"
cios é iniquidades de la-sociedad actual.
Quise hacer u n artículo de fondo, y resulta ser este
un a riim lo de fonda-, como si digéram os n n plato de
pepinillos en vinagre. Lo mismo da lo uno que lo otro.
J a u ja , no sé d ciim íos, de gué aüo n i ds qué mes.
(C O N C L U S IO N .)
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.•!
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¡Ay, am igo Ri-Qui, ¡cuántas cosas ra r a s ‘tengo que
contarte de esta tie rra y cuantos errores que desm entir! ¡Cuántas sorpresas; y cuanta adm iración para
mí! Yo, que pensaba no encontrar, alm a viviente
■— Qué, ¿no recibís aquí E l L iíen del— N o.— P or eso
estáis ta n atrasados y á oscuras; pero dejadm e de p r e ­
g u n tas y vamos á alm orzar á la ciudad.— ¿A qué c iu d a d ? ~ ¿ A qué ciudad h a de ser? A Jauja'.- N o esta­
mos en ella?— Sí; pero J a u ja no es ciudad. — Es
decir que viviréis todos en casas de cam po.— Que ca­
sas de campo ni que ocho cuartos.— A quí no h a y ca—
. sas de campos n i de m outés.— ¡Cómo! ¿Tan pobresestais, que ninguüo de vosotros tiene casa ni h o gar?—
N i la necesitam os.—¿Y es este el pais tan delicioso
que dicen, y no h ay ni ciudad n i casas!—Y p ara qué
querem os aq uí nada de eso?— S ilo tuviésem os nos ve—
! - riamos, obligados á' tra b a ja r p ara hacerlas a l menos; y
aquí, al' que trab a ja se l'é azota, y a lo sabes.'—Pero
y guisar? Porque supongo que com ereis.— Y a lo
creo, y en g rand e. Ven J ju z g a rá s por t í mismo.
Echam os á andar, y lo hacíamos por un piso ta n sua­
ve y lílánfio, que paréci^ eátabá alfombrado con lana
cardk-fiá'ó* algodon finí^ididi; Íio 'p rim eío que llamó m i
asom brada im aginación fueron unas bellísim as fuentes
q u e d e trecho en trecho habia, y que unas eran de
oro y otras de cristal de roca, y hasta las h a b ia de
gruesos brillantes, y que por sus m illares de caños,
destilaban los m as precibsos líquidos del universo, co­
mo vinos de M álaga, Jerez, C ham pagne, Oporto,
etc. e tc .; p o r otros chocolate de caracas legítim o (sin
alm azarrón, piñones, n i otros cuerpos estraños) hecho
con leche de cabra ó vaca; por otros leche sola. .. pero
sola; por otros rico- café de Moca; por otros rom , m ar­
rasquino,^anisete, y en fin, u n sin núm ero de ellos;
y , todos por supuesto, dobles y legítim os de don­
de sus rótulos m arcaban; y á largan distancias veía
resvalar tranquilam ente ríos de m iel, néctar y embrosía.
F ig ú ra te , si puedes, am igo R i-Q u i, como tendría
yo la boca al ver tantas m aravillas: la tenia casi des­
encajada; cuando de pronto m e dicen.-r-Has venido
conocida, me veo rodeado de pronto p o r varios que
m e llam an por m i nom bre, que m e dan la m ano, me
abrazan, m e achuchan y m e a tu rd e n con sus desa­
á m irar ó á comer?— Con intención d e comer venia;
pero viendo tan ta herm osura, m e quedo atónito; y
adem ás de beber, bien veo; pero lo que es de comer
forados g rito s de alegría; y tú podrás ju z g a r de la
m ia al hallarm e en medio ¿de quién dirás? en medio
h asta de ahora no m ucho.— ¿No? pues vuel"e la es­
palda á l a bebida y verás.— Hícelo así, y rae hallé
de todos los m alos trabajadores de la S .H .
enfrente de u n hermoso y dilatado paseo; tanto, que
no se le veía el fin, y que á am bos lados tenía dos h i­
__¡Cuanta gen te h ay en esta tierra!!!
— Veo, m e dijo Progreso, que no te hallas entre
estraños; por tanto te dejo.— Y, ¿como saldré de aquí
cuando lo desee?— Tom a ese- silbato, y cuando me
necesites, hazlo sonar y vendré por tí.— M archó sin'
mas esplicacion, dejándom e entre los ja u ja n ó s.— ¿Te
quedarás con nosotros?— ¿No te m archarás nunca?— T ú
y a nos perteneces.— A quí se vive.-— Y se bebe; verás,
verás.— V iva la b ro m a ! -V iv a el nuevo ja u jan o .—
VívaaaaaÜÜ
Toda esta bataola no se puede describir; era nece'-
leras de frondosos árboles frutales, los que m e p ro dugeron una risa ta n atroz, que todavía se m e r e ­
sienten los hipocondrios; pues fig ú rate que en vez de
melocotones, m anzanas, peras ó higos, colgaban de
sus ram as salchichones de Vich', chorizos estrem eños,
pavos rellenos, quesos de todas clases, panecillos de
leche, requesones, tostadas de m anteca, jam ones g a ­
llegos, tru ch as y todas las clases de conservas que se
encuentran en las cinco partes del m undo; asi es, que
sario verla, oírla.
P o r fin, rendidos se apaciguaron u n poco y pudim os
al mismo tiem po que reia, brincaba, corria, sudaba
la g o ta g o rd a de puro gozo, y todos los circunstantes
reían conm igo de ver m i jú b ilo .— V aya, elige tu al­
entendernos.
'
— Nos dirás qué h ay de nuevo en Zaragoa?— Sí; que
m uerzo y no desperdicies el tiempo; m e digeron lu e ­
go que pudim os h ablar. A s ilo hicej abalanzándom e á
nos lo cuente todo.
u n enorme jam ó n en dulce, del que d i buena cuenta
Ayuntamiento de Madrid
en unión de u n pan candeal y ele sendos tra g o s de vino
de C ariñena: (españoles sobre todo.) y todos, poco mas
ó m enos, hicieron lo m ism o, cada uno según su gusto.
Acabado que hubim os de alm orzar, e o s le-vautamos
de la m esa, que no e ra otra que el santo suelo, bien
lleno el estóm ago y algo caliente la cabeza, y nos p u ­
simos á. d ar u n ligero paseo, y yo torné 4 m is eternas
p r e g u n t a s .- Y todas estas cosas ¿de donde ó por don­
de os vienen?— No lo sabemos, ni nos im porta; disfru­
tam os de la felicidad sin inqu irir su o rig en .— Pero
p ara g u a rd a r tan ta riqueza tendreis que m antener un
sinnúm ero de agentes y municipales?— P ara qué? De
nada nos s irv e n .-¡C ó m o que no s i r v e n ! - A l menos
aquí, donde cada uno hace lo que q uiere.— Tam bién
por allá cada uno hace lo que le parece; h a s ta ellos
m i s m o s
y .,.- C a s t i g a r á n á los u n o s y á los otros.—
Pero dejemos nuestra an tig u a p atria y hablem os de
esta. ¿Quién os viste aquí, p'^ules, Ulled ó Escanero?
P ues veo que todos vais á la m oda, nuevecitos ñ am a n ­
se perm ite m entir; y y a ves, que los periódicos...— Sí,
y a comprendo; pero entonces ¿en qué pasais el tiem po?
— E n comer, pasear y dorm ir. —¿Nada mas?—:Nada
mas. ¿Te parece poco? Y todo
Pero aunque
todo eso es m uy bueno, os a b u r r ir é is .- A lg o .— Os fas­
tidiareis.—B astante.— E n fin, sea lo que quiera, me
quedo y ello dirá; voy á llam ar á Progreso y decirle
que me tra ig a m i m u je r y m is hijos, y aquí m e t e neis para siem pre.— E spera, no le llam es.— ¿Porqué?
Porque no podrá concederte lo que le pides.— ?Por qué?
—Porque al ven ir al pais del progreso h as venido al
pais de los m aterialistas, y p ara m orar en tre ellos, hay
que renunciar á todas las afecciones, hasta las mas
dulces y tiernas; por consiguiente lo que quieres pe­
dirle no te lo c o n c e d e r á .- E s decir, que p ara vivir en­
tre vosotros y pasar una vida de h o lganza como la
vuestra, es preciso morirse de festidio y ser miembros
inútiles de u n a sociedad que os reclam a, porque le perteneceis. Y p ara esto hay que abandonar to d aslas mas
tes.— ¡Qué torpe estás! Déjate de esas vulgaridades y
caras afecciones, esposa, hijos, padres y amigos?— Si.
—Pues quedad con Dios y con v u estra falsa felicidad,
ven, verás nuestros sastres.
Lleváronm e, en efecto, no lejos de allí, y en c o n - .
tram os en un inmenso bosque de árboles de las mas
variadas clases, y que cada uno producía prendas h e ­
que yo m e vuelvo á m i Zaragoza, donde, aunque tra ­
bajosam ente, paso la v ida al lado de m i adorada fa­
m ilia. Gozad de vuestros bienes, que no os envidio, y
chas, según los últim os figurines (p o r supuesto fran­
ceses) y en donde no habia m as que probarse y
quedarse cada uno con la que le venia bien.— Ami­
g os, les dije, esto es el cielo!— N o lo sabes bien; y
cuando lleves a lg ú n tiem po en este país, podrás a p r e ­
ciarlo. A ñade á esto, que aquí el calor nunca sube á
m as de 2 2 ' U eaum ur, n i baja de 18“.— Siendo así, aun
tendreis o tra v entaja; y es que no tendreis que poner
bozales ¿ v u e stro s perros, ni llevarles num erados y ata­
dos.— Atados si los llevamos; pero los atam os con lon­
ganizas.— Lo que equivale á llevarlos sueltos, puesto
h asta la vista.
Saqué m i sibato del bolsillo; lo hice sonar, y quedo
aguardando que F ru tos del Progreso v en g a á sacarme
de su decantado pais de
A diós: espero ab razarte lo m as pronto posible.
Tuyo tu 3.xa\go— S ira c E ncuH .
¿ Q u é s e rá ?
H istoria espelaznante.
que se com erán las a t a d u r a s .- A l principio se las co­
m ían; pero á fu erza de comerlas, llegaron á tom arles
L
ta i antojo q u e , no lo dudes, concluyeron por aborrecer­
las. P or lo dicho vendrás en conocimiento, aunque im ­
perfectam ente, de nuestro pais; y digo nuestro, porque
y a creemos que no com eterás el disparate de m archar­
U n puñado de m cinos.
te , si has tenido la dicha de venir á é l— ¡Que es de ­
jaros! N ada de eso; soy vuestro con el alm a y la vida,
hasta la consumación de los siglos: solo me falta hace­
ro s dos ó tres preguntas: la prim era deseo saber donde
se duerm e; porque soy bastante poltron. E n m agnífi­
cas camas, que verás mas ta rd e .—Bien, y todo esto ¿qué
os c u e s ta ? -N a d a ; aquí los sastres, zapateros yfondistas no nos desuellan con sus cuentas. V uestro, vues­
tro; e s t e es el pais del verdadero progreso. Y añadiendo
á todo esto las m agníficas bibliotecas que tendreis; bi­
llares que freuentareis, esto será siem pre u n verdadero
eden.— Hom bre, -no; esas frioleras no se hallan en este
pais,— ¡Como! ¿No teneis cacerías, billares ú otros
ju eg o s de distracción?— No; aquí no se perm ite n in ­
g ú n ju e g o .— P ues p a r a m uchos de vosotro? será un
castigo. Pero libros de instrucción y pasatiem po...—
Tam poco.— P ero cuando m enos periódicos.— A quí no
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Sentados, formando corro,
en u n a sala asquerosa,
están don Blas y su esposa,
el tio Cebón y el del gorro.
Esto quiere decir que á mediados del siglo
el 31
de febrero, la tertu lia de don Blas estaba en
com­
pletas.
¿Quién era don Blas?
Don Blas h a b ia sido fabricante de naipes,
de pei­
nes y de aparatos destilatorios.
Físicam ente, don Blas no era n i feo ni bonito, ni
alto n i bajo, n i delgado ni gordo, ni jóven ni viejo.
M oralm ente, solo os diré que don Blas era capaz de
desbancar á S errallonga y al hom bre-lobo.
Doña Blasa, d ig u a esposa de su esposo, era todo
u n don Blas de distinto sexo.
Hablaban.
— ¿Saben u sted es, dijo el del gorro, que anoche
pareció aqüello?
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6—
ronse oraciones deprecatorias y , . . las som bras erre
CAPÍTULO II.
Qtié era acuello.
que erre.
L a ciencia que, dicen, lo esplíca todo, quiere espli-
—H om bre. . . ! hom bre. . . ! ¿T qué m e cuenta
car el hecho; y, como siem pre, la ciencia se quedó
usted? Contestó Blasita.
— Lo q^ue usted oye; las som bras cruzaron de nüe-
con que no sabia nada.
T rataban unos el caso de fenómeno y procuraban
analizarlo atribuyéndolo al efecto de la dem asiada
■vo la calle.
— Qué som bras son esas? Esclam ó el Cebón.
electricidad de la atm ósfera que em bargaba los sen-
— Cómo ¿no sabe usted lo que pasa?
s
—Quiá!
—P u es oiga.
Dice don Blas. —H uye el dia veloz; lleg a la noche,
envuelve al m undo túpido crespón,
y en la hora fatal en que los m uertos
levantan del sepulcro eL . . tornavoz,
p o r la calle vecina dos. . . dos. . .
Todos, dem ostrando la m ayor curiosidad repiten
«¿dos?»
Don Blas continúa,
«sombras
atraviesan con paso aterrador;
y vuelven á pasar, y nuevam ente
tornan las som bras, hasta que él farol
que puso el municipio en cada esquina
se a p a g a por completo y . . . se acabó.
Todos los tertulios se santiguaron con estremado
fervor y dijo doña Blasa. . .
tidos y hacia soñar á los despiertos.
Llegó, por fin, u n sábio y dijo,,, que adm itiendo la
posibilidad galvanizadora, creía, como único rem edio
posible, el uso de l a trom peta para que despertasen
los vecinos de aquella atroz pesadilla.
E l pueblo se creyó salvado.
Desde entonces caóa dia
no se oia
otra cosa en el lu g a r
que u n continuo trom petear,
una horrible algarabía.
«Este rem edio no vale:»
dijeron al cabo todos.
Las sombras, de todos modos,
siem pre están dale que dale.
V.
Lo ¡pi9 h a d a n don B la s y doña B la sa
metidilos los dos, siempre en su casa.
III.
Zo ^ le dijo doña B la sa.
Doña Blasita con aire deliberado y dando m uestras
i
.
de feroz escepticismo.
D iga usted lo que quiera,
E l sábio era pariente de los cónyujes.
E l sábio sabia lo que se hacia.
Al oír el trom peteo, todas -las ra ta s enderezaron
las orejas y Aijeron.
— ¡Cuerno! ¿Qué es esto?
L a célebre ra ta del cascabel, anunció á sus herm a­
nas, que desde la famosa tom a de Jericó no había
señor del gorro,
no creo en esos cuentos
ta n espantosos.
Que bien se m uestra
que esos cuentos son cuentos. . •
oído ta n espantoso clarineo. Despues de reñida votacion , decidieron por m a n i-
Cuentos de vieja.
L a reunión quedó estática. . . aplaudió estrepitosa^
m ente al orador y le dedicó una cbrona de laurel.
H abían escogido buen dia; justam ente aquella no­
che era noche de estofado.
m idad m u d ar de casa y buscar por alb erg u e la m as
silenciosa del pueblo.
Aquí las esperaba don Blas y , • .
V I.
D oña B la sa . La, m atania.
A legiones corrían á guarecerse los pobres a n im a -
IV.
lillos.
A legiones eran cojidos p o r nuestros héroes y e n ­
L a verdad ,del caso.
E l caso es que el pueblo todo se hallaba en conm ocion, efecto del terrible puceso, que contará el del
gorro..
Aquellas pertinaces som bras, que tenían alarmado
al pueblo, üo había medio de hacerlas desaparecer.
E ra n ta n perceptibles, aunque inm ateriales, que to­
dos hab ían tenido ocasion de cerciorarse de su a u ­
tenticidad.
N o cabía duda acerca de la existencia de las soiíibras.
L a autoridad h u b o de tom ar cartas en el asunto;
pero las cartas no diero ju e g o , y la cosa continuó en
el mismo estado.
Creyóse en si seria obra del diablo; se apeló á los
m as terribles conjuros, á l o s m a s fuertes exorcismos,
se hicieron rogativas, dijéronse m isas,
pronunciá­
cerrados en sendas taleg a s.
Blas y Blasa hicieron u n g ra n negocio.
Se enriquecieron en la febricacion de g uantes.
Blas y Blasa hicieron un g ra n beneficio á
m anidad.
In trodujeron, como alim ento
saoo y sustancioso,
la carne de rata.
Blas y Blasa hicieron progresar la industria.
F ueron los prim eros que construyeron som breros de
pelo de rata.
¡Dediquemos u n aplauso á ta n interesantes esposos!
VII.
P ero ly las soiñbrast
U n sapientísimo corregidor, que por aquel en to n -
Ayuntamiento de Madrid
ces reg ia el p u e tlo , encontró la siguiente estupenda
soluoion, que podréis ver por el siguiente
BANDO.
de siete rubios pimpollos;
aquel que, .junto á tu p u erta,
daba suspiros tan hondos
y ju ra b a darse m uerte,,
H abitantes de . . . . asustado está este ilustre ve­
cindario, y yo tam bién, del sorprendente acón. . . .
como no fuera tu esposo.
>
¡Oh tiempos! ¡Cuántas m entiras
basta. Como siem pre h eoido decir que m uerto el perro
m uerta la rabia, que no h ay hum o sin fuego, y que :
el que q uita la ocasión etc., he dispuesto que, p a r a '
nos digim os los dos solos!
Yo, que ju ra b a m atarm e ,
estoy, como ves, tan gordo;
y td , que am arm e deci&s,
no v er sombras, no hay como quedarse á oscuras, y
así todos serem os pardos.
E n consecuencia: queda desde hoy suprim ido el
alum brado público.
E l pueblo entiísiasmado em prendió á estacazos con
los faroles.
De entonces d ata el uso de los sombreros blancos en
todo el m undo, y el abuso de la oscuridad e n ........ mi
pueblo.
El L
eotoe
y
Y
o.
E l Lector.— O iga usted, seftor mió; y aquello de las
som bras, qué era?
Y o . . , . — Sois curioso, am igo mió.
E l Lecíoj'.-^Pues qué, pensáis dejarnos sin la esplicacion....?
Y o . . . .— Os lo diré el dia en que me espliqueis lo,
de cierta voz que se oia en cierta ciudad en
cierta calle el año 1955.
te casastes con Antonio.
L a niña gentil' y suave
ahora pesa m as que un plom o,
y el am ante m elenudo
no tiene pelo de tonto.
¡•Treinta años! ¡Treinta años!
¡Ah..!
Cayeron sobre nosotros.
N o hagam os como aquel pobre,
que despues de lleno el bombo,
lloraba porque sobraba.
Degem os que coman otros.
Y como no h aya rem edio,
y este es consuelo de tontos,
demos gracias que a u n está
bastante bueno el estóm ago,
y procurem os vivir
buenos, alegres y gordos.
¡T re in ta anos!
N o ticia.
Pues que y a están á la puerta,
Y a habrán leído ustedes, respetaibilísimos lectores,
que se tra ta nada menos que de levantar el ientro n a ­
quiero cantarles u n trovo.
¡Treinta añitos de m i vida!
Habéis pasado en u n soplo.
N o digam os que digam os,
como diz que dijo el otro;
pero es lo cierto, no h ay duda,
que pasasteis y bien pronto.
Pasasteis, sí; y al llevaros
m is ilusiones, no iloroj
fuera m alg astar el ag u a
p o r lo que sirve de estorvo.
Siento, sí, que los achaques,
consecuencia de jolgorios,
se acer<an p ara pillarm e
y atorm entarm e en su potro.
R eum atism os y g astritis...
h u id de m í, no os conozco;
que estoy m uy bien’ conservado
y puesto en la ta en Logroño.
Dejad que de San M artin
goce el verano ta n solo, '
y despues,^ y a nos veremos,
entreteneos con otro.
Yo soy aquel que tii sabes,
(así cantaba Pacorro)
niña g entil, m adre ahora
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cional', p ara lo cual se ha, d i/m d id o la noticia d e lp e íísamiento de la edificación de un teatro nacional-, en la
coronada villa y Córte, por supuesto, N ada m as j u s ­
to . M adrid necesita u n teatro nacional, y a que h ay
uno para l a ópera
que es bueno; otro para la
zarzuela,- que es género indefinible, y que los dem ás
teatros son indignos de l a Córte de las Espanas.
Edifiquemos , pues, u n teatro m agnifico; apurem os
en él todos los recursos de la ciencia, del lujo, del
esplendor; probemos á los nacionales, que lo dudan, y
á los estrangeros, que no lo creen, que en la tie rra del
Cid sabemos hacer las cosas. Principiem os p o r h a ­
cer la jau la; los pájaros vendrán m as tarde.
H agam os lo prim erito el teatro: en cuanto á los
I actores, ó v endrán despues ó no vendrán nunca; pe—
' ro, al menos, habrem os levantado m teatro nacional.
O tr a n o tic ia .
Progresos h ay que m e parecen u n tanto sospechosos;
y cuidado que yo soy partidario del progreso, como de
las hijas de Eva. Se entiende si son bonitas.
H e leido en u n periódico, en E l A m igo de las cievr-
r.
cias\ “Se h a hecho liltim am ente el espérim ento de
»unos vestidos incom bustibles, por medio de los cua»les, los bom beros podrán perm anecer impnneniente,
Ayuntamiento de Madrid
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.
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lí "
«durante cierto tiem po, en medio cíe u n aposento ineen>diado, expuesto á la acción directa de las llam as, co ■»ger á manos llenas y trasportar d larga distancia los
xoijetos incandencentes ó a ifa sa d o s. Estos vestidos se
•com ponen de tejidos m etálicos, de cartón, de a m ia n «to, y de pañó, hechos incoicbustibles p o r medio del
•horax, el alum y el fosfeto de amoniaco.
A quí tenem os u n a invención que pondrá á muchos
en g a n a de im itar al intrépido Artal y á su s compa­
ñeros, que con tanto valor como abnegación prestan
relevantes servicios en nuestros incendios. No obstan­
te, p ara que éste útilísim o descubrim iento sea perfec­
to,. necesita dos cosas de poca' m onta, casi insignifi­
cantes, que me tom aré la libertad de indicar al in­
ventor.
1.^—Seria conveniente u n ir á cada vestido ininfla­
m able un par de pulm ones incom bustibles; á fin de
que el bombero pueda resp irar en la atm ósfera de 400
á 500 grados centígrados de los incendios.
— Tampoco seria malo descubrir u n a m istu ra en
la cual se em papase al bombero antes de vestirle.
Sin esta pequeña precaución de hacerle á él mismo
incom bustible, correría el riesgo, en vez de ser asado,
de encontrarse cocido á punto en su envoltura, como
si fuese una costilla á la papillote.
N o n eg aré que la invención de que rae ocupo es
m uy buena; pero, soy franco, si hubiese , yo de ser
bom bero no la encontraría suficiente.
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no lucen los faroles. El aceite en los quinqués, y no en
el suelo.
J'í).—Tiene usted razón. No h ab ia yo dado en ello.
,
—
-------
Aunque un poco tarde, diremos cuatro palabras
del nuevo telón de boca pintado por el jáv en artis­
ta señor Marín: ^ue nos gm ta, rmcho. Hemos cum ­
plido con lo frecido.
E n esta sem ana se han puesto en escena. Verda­
des amargas y M a ría d i Rolian-, no juzgarem os hoy
del mérito de la prim era producción, porque bas­
tante se dijo cuando su estreno; y esta obra en que
se dió á conocer, ventajosam ente el señor Eguiláz.
encontramos que h a perdido algo de su color y sa­
bor con e! trascurso del tiem po. ¡Picaro mundo! No
h ay cosa peor que volverse viejo. La ejecución fué
bastante notable y el público llam ó á los actores á
la escena. Lo m erecían.
El) esta noche se silbó el baile, y no sabemos por
qué; si bien h ay quien afirma que se silbaron las
boleras porque los picaros empresarios no contrata­
ban una prim era ídem; y h ay jq u ie n ase g u ra, que.
tam bién se silbó un poco, por que los terribles suso­
dichos empresarios no p agan á otra que, desgracia­
dam ente, no puede bailar. Creemos que am bas su­
posiciones son falsas; prim ero por que nos han dicho
H ay lenguas mordaces, m aldicientes, p ara las que
no hay reputación n i fama seguras; n i a u n la de los
faroleros. No falta quien d ig a con el m ayor aplomo.
"—¿Como han de lucir los faroles d é l a S. H. si el
aceite que les corresponde sirve para confeccionar, el
alim ento de los encargados del alum brado público y
p ara alum b rar sus aposentos.^-~-» C alum nia, calum nia'
insigne, señores m ios; y p ara probarlo, para dejar
en el buen lu g a r que les corresponde á los mencio­
nados faroleros, no tengo m as que coger á ustedes de
la m ano, y cual si fuésemos á bailar u n m inué
<5 una z a ra b a n d a , llevarles paso á paso á la calle de
la In d e p en d en c ia, hacerles p a s e a r , en u n día
de viento y a u n de calma, desde la esquina de la
plaza de la Constitución hasta la del café de la Iberia,
y quedaríanse ustedes confusos, anonadados an te la
y h ay quien afirma positivam ente, que los pobres que
sufrieron el chubasco no son los responsables de una
falta que no h an cometido; y segundo, que no juz­
gam os á n in g ú n prójim o ta n p o c o ............ categórico
que vaya ¿ meterse en cocina agena, Estam os con­
vencidos de que los que silbaron, lo hicieron en uso
de su libérrim o derecho, y solo por el gu sto de
dar una lig era m uestra de sus talentos m usicales.
En cuanto á la am biciosa em presa, que g a n a el oro
y el moro, con las colosales entradas que va teniendo,
y m erced á u n presupuesto, que no sube á siete
cuartos y medio, y u n a libra de h arin a al año, para
p egar los carteles, le diremos que no cum ple corno
es debido si no ajusta á la F erraris, á la Ceríto, á la
E m m a Livry; tén galo por dicho.
M a ria di R ohan:' E n esta ópera fué justam ente
m as irrecusable prueba de la inocencia de m is d e ­
aplaudido y desempeñó hábilm ente su parte de actor
fendidos. E l aceite desprendido, g o ta á gota, hilo á
hilo, chorro á chorro, de los faroles, cubre el suelo, las
y cantante el señoT M orelli; la señora M aríni y el •
señor Picciníni contribuyeron al bu en desempeño de
la obra.
paredes y h asta el tejado de las casas, despues de h a­
ber convertido á los transeúntes en otros tantos cua­
dros de Goya ó de Jusepe M artínez.
¿Como, pues, al ver tal superabundancia de aceite
se atreven ustedes á llam ar Uclíuzos á mis pobres é ino*
centes faroleros? ¿Como no han de a rd er los faroles por
falta de líquido, cuando este rebosa, salta y se despar­
ra m a en m edia le g u a á la redonda?
Un lector w aüm m orado.— VwQ?, precisam ente por eso
Dentro de breves días, así, como quien dice, ca­
torce ó quince años, se pondrá en escena u n a obra
de vuestro servidor, y como espero que, g racias al
progreso, se h ab rá encontrado el perfeccionamiento
del silbato, oiré aquella noche el mas delicioso y armónico concierto.— He ditfho.
E i i í o r T e tp o m a b U ■. M A U V E L A L L U É
Z arago ia! Im p. y Litog. de Aguslio P e ir o . —1862
Ayuntamiento de Madrid
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