NÚM. 24 LEYENDAS Y TRADICIONES ( VALENCIA! VISTA PANORÁMICA. F ECHA inolvidable para ia ciudad del Cid fue, sin duda, la del 24 de Febrero de 1409, día en que ocurrió un incidente que, al parecer sin importancia, tuvo trascendentales y gratas consecuencias. Valencia contaba va de antipuo en su recinto varios establecimientos de beneficencia; mas por lamentable opinión una clase de desgraciados, tal vez los que lo son en grado máximo, carecía de todo asilo: nos referimos á los dementes que, abandonados por completo á su suerte, ó perecían de un modo miserable ó veían agravada su desdicha por las burlas y malos tratos del populacho, siempre ignorante y de feroces instintos. En el citado día, el beato Fray Juan Gualberto Jofré, dirigíase á predicar á la Catedral, cuando un repugnante espectáculo llamó su atención y encendió en él indignación legítima y santa. Un infeliz alienado de demacradas y descompuestas facciones y andrajosas vestiduras, defendíase á duras penas de una turba de muchachos que le arrojaban lodo y piedras, en medio de ruidosa gritería y de las carcajadas de gente soez que, lejos de reprimir tales desmanes, contribuía con su aprobación á que tomasen mayor vuelo. Puso término el padre con sus enérgicas exhortaciones á semejantes indignidades, é impresionado por ellas, al terminar su sermón en la Catedral, dirigió sentida plática á sus oyentes, esponiéndoles la necesidad de evitar que aquéllas se repitieran, fundando un hospicio para dementes. No fueron perdidas sus palabras, pues uno de los que le escucharon, llamado Lorenzo Salom, habló del asunto á varios amigos y, puestos todos de acuerdo con el Padre Jofré, obtuvieron en 29 de Noviembre el privilegio del rey Don Martín I para la erección del indicado hospicio, y en 26 de Febrero siguiente, Letras Apostólicas, dadas en Barcelona por Benedicto XI1Í, para erigir capilla, cementerio y cuanto fuere necesario en la casa y huerto que tenían comprados junto á la puerta llamada de Torrent y después de los Inocentes, hoy desaparecida. Otros discípulos del Padre Jofré, deseando cooperar al sostenimiento del naciente hospicio, fundaron en 1413, una cofradía bajo la advocación de Nuestra PORTALJA DEL 1MLAUO UEL MARQUÉS DE D o s AcJL'AS. 37» Señora de los Inocentes y hermanados con los primeros fundadores erigieron iglesia para celebrar el oficio divino y administrar los sacramentos, logrando también por Breve del citado Papa, de 4 de Marzo de 1414 y privilegios de Fernando 1 y Alfonso V, de 1414 y 1416, el permiso para tributar culto á la Virgen María, recoger los cadáveres que encontrasen desamparados en la ciudad y una legua en contorno, asistir á los reos de muerte y dar sepultura á sus restos, quitándoles de las horcas. Por fin, constituida en forma la Cofradía rogaron sus individuos al Beato Juan Gualberto que les proporcionase una imagen de la Virgen. Los documentos existentes en el archivo de la Capilla dicen que el siervo de Dios, después de haber practicado varias diligencias, manifestó á los cofrades que habían llegado tres peregrinos, hábiles estatuarios y pintores que se brindaban á hacer el deseado trabajo. Aceptóse el ofrecimiento; pidieron entonces los artistas que se les diese para instalar su taller el sitio llamado la Ermita, frente á la puerta de la iglesia del que fue luego Hospital General, y que allí se les dejase solos, suministrándoles la comida y cuanto necesitaran; >' efectivamente, el mismo Padre Jofré llevóles todo ello durante tres días, hasta que, en la madrugada del cuarto, entrando en el indicado taller para ver trabajar á los artífices, encontró la Santa Imagen concluida, pero 10 á los peregrinos, que habían desaparecido sin dejar huella de su estancia en aquel lugar. Divulgado el suceso, acudieron los cofrades y gran numero de gentes, que embelesados al contemplar la bellísima factura de la Virgen y el Niño, atribuyeron desde luego á milagroso el suceso, no poniendo en duda que fueron tres ángeles los desaparecidos artistas. El célebre ürrente reprodujo en 1 (^33 esta piadosa memoria en un cuadro de grandes dimensiones, que existe en la Capilla de Nuestra Señora de los Desamparados, ¿unto á la puerta llamada de los Capítulos. UNA CALLE DEL CABAÑAL. La Santa Imagen, objeto de tradicional y fervorosa veneración por parte de los valencianos, permaneció algunos años en la ermita arriba mencionada; después quisieron tenerla en su casa los mayordomos de la Coradla durante el tiempo de su empleo, y en 1489 el Cabildo facilitó para su instalación una Capilla practicada e n el muro de la Catedral, frente á la puerta de la actual iglesia; mas era este recinto tan estrecho que ni aún podían arrodillarse los principales concurrentes. Esta dificultad, agravada por la creciente devoción de los fieles á la Virgen de los Desamparados, hizo que e n 1646, el virrey, conde de Oropesa, atacado por la peste que afligía la ciudad, promoviese la construcción de u na Capilla de mayores dimensiones, donde pudiera ser venerada la Sagrada Imagen; y más afortunado que su ntecesor don Federico de Coloma, que había tenido la misma idea sin poder realizarla, consiguiólo, erigiendo templo en el sitio que ocupaban unas casas permutadas ni .itved'.ino in.ijnr de la dtcdral, don Matías Mercader, por otras de la Cofradía emplazadas frente al .Migueltic, más 5oo libras como mejora. Algunas otras conp j ici h b i cs hubieron dt; pactarse, algunas dificultades más debieron vencerse; pero ni tienen gran interés la expedición de éstas y aquéllas, ni queda espacio pira prolijos y poco útiles pormenores. Prescindamos, pues, de l| os, ya que sólo servirían para demostrar estéril y barata erudición. En [5 de Junio de 11)5a puso la primera piedra de la actual Capilla el arzobispo Fray Pedro de Urbina, y °s trabajos encomendados al maestro Diego Martínez Ponce de Urrana, terminaron á principios de 1667, quedando el edificio cual hoy se ostenta, salvo pequeñas variaciones. EDUARDO BLASCO Fotografía de Hauser y Menet. 279 EL PACTO D ON Benigno era un buen hombre, tan bondadoso, que si á los treinta años de edad le hubieran bautizado de nuevo, de nuevo se le hubiera puerto Benigno.. Le dolía el mal del prójimo como si fuera su propio mal. Toda miseria humana le afligía, hasta el punto de arrancarle lágrimas de compasión. En ei dolor de los demás hombres se deshacían sus ternuras como el azúcar en el agua. Las injusticias sociales le indignaban con indignación sublime. Era un santo á la antigua usanza; un filántropo como hay muy pocos, y á la vez un altruista á la moderna. Amaba el bien, buscaba el bien, por el bien se hu • biera sacrificado, como al fin y al cabo se sacrificó, pero de un modo q u e no tiene ejemplo en la historia. Y siendo Don Benigno lo que era, no hay que decir si sería desdichado. ¡Ver tantas miserias y no poderlas remediar todasl ¡Sentir tantos dolores como se retuercen en la raza humana y no poder calmarlos! ¡Presenciar tantas injusticias y no tener medios para luchar contra ellas! La vida de Don Benigno era una perpetua desesperación y la desesperación es mala consejera. Estaba una noche en su buhardilla, porque él, que había sido rico, á fuerza de darlo todo, había concluido por no tener nada. Eran las doce poco más ó menos: el día había sido horrible, y había subido á su rincón, dolorido, calenturiento, casi casi con la maldición en los labios ¡él, que no tenía para sus hermanos más que palabras dulces y amorosas! Decididamente el mundo no podía continuar así; estaba resuelto para evitar tanto mal, á ir en línea recta hasta el crimen si era preciso. Medios, armas, dinero, poder, ciencia, necesitaba á todo trance, para realizar el bien y enjugar lágrimas, y sanear corazones, y dar pan y dar vida á los que sufren sin consuelo. Era preciso sacrificarse, pues se sacrificaría. Y en un arrebato de pasión pronunció estas palabras insensatas: —Mi alma entera daría con gusto, arrojándola á eterna condenación, á cambio de mucho poder para hacer mucho bien á los hombres. Y pasando su extraviada vista por las desnudas paredes de la buhardilla, la fijó con relámpago de supremo desafío en uno de los rincones más obscuros del suelo y más llenos de sucias telarañas. Y sonriendo con sonrisa siniestra, pensó en voz alta: — Ya no existe el diablo, si existiera le llamaría y le propondría un pacto, pero el diablo debió quedarse allá en los siglos medios; la locomotora y el telégrafo le asustan; aunque se le llame no acude, y sino ha í¡a m os la prueba. Entonces con voz cavern osa, gritó:—Satanás, ven á mí, yo te llamo: quiero venderte mi alma, acude, haragán estúpido. Acude, viejo cobarde, ven á mi, si te atreves, que yo te necesito y te llamo y además te desafío. Tus cuernos me dan lástima, tu rabo me da asco, tus garras me dan risa, ¿no te apetecen las almas? pues te vendo la mía, que es de las mejores. Don Benigno te aguarda á pie firme. Dijo y esperó. Esperó clavando sus ojos inyectados de sangre con tenacidad de loco en aquel rincón en que desde el principio se había fijado. Espectáculo curioso, las telarañas se extendieron lentamente y dijérase que se hicieron luminosas con luz rojiza. 2«O Una sobre todo cubrió completamente el rincón y en el centro se destacó como mancha negra, una enorme araña. Don Benigno no se asustó, porque con toda su benignidad era hombre de muchos bríos. Don Benigno no se admiró, porque en aquel momento nada podía causarle admiración. Una esperanza diabólica le hizo presa en las entrañas. ¿Aquella araña enorme sería el diablo? ¿Aquella tela de luz siniestra estaría tendida para él? t Estaba é I destinado á ser la pobre mosca humana de aquella telaraña infernal? Y sin vacilar un punto se fue derecho al rincón, y por decirlo así, tiró un derrote, sacando enredada en la cabeza la telaraña fantástica. En el acto el bicho repugnante creció en dimensiones y acurrucado en el rincón apareció el diablo en persona, viejo y averiado, pero terrible todavía. —Aquí estoy,—dijo con voz aguardentosa, porque en su vejez, harto de dolores y desengaños, parece que el diablo se ha dado al alcohol. — [Gracias á Dios!—exclamó Don Benigno sin poder contenerse, y cediendo á la costumbre. Pero como la invocación no parecía muy oportuna y como el diablo hizo un movimiento de horror y aún dio muestras de querer huir, Don Benigno corrigió la frase y agregó: « perdona, endemoniado personaje; quise decir gracias al diablo». Luzbel sonrió de cuerno á cuerno y murmuró: «eso está bien». —Conque ahora,—agregó,—d¡ para qué me llamas. —Ya lo sabes, puesto que me has oído y por haberme oído acudiste á mi llamamiento. Quiero venderte mi alma. ¿Estás dispuesto á comprarla? —Ese es mi negocio,—dijo Luzbel, —y almas como la tuya cuando se ponen en venta, siempre encuentran comprador. — Gracias,—replicó Don Benigno, que entre sus buenas cualidades, tenía la de ser cortés hasta con el diablo. — Tu alma vale mucho,—siguió diciendo el protervo, — y ya ves que soy mercader de buena fe, no rebajo la mercancía para comprarla barata. Sin embargo, Luzbel mentía según costumbre, y según costumbre adulabaá Don Benigno. Luzbel era incapaz de comprender la grandeza de aquel espíritu puro, extraviado en aque! momento por excesos de bondad. Cuando las almas eran limpias y trasparentes, el señor de las tinieblas era impotente para penetrar en aquellas trasparencias. En las almas negras, sí penetraba como rayo de sombra en cuerpo opaco. Por eso jamás comprendió á Don Benigno, siempre creyó que era un hipócrita, que practicaba el bien con miras interesadas, y que al fin y al cabo se había cansado de aparentar bondades que no sentía. De todas maneras, obsequioso y humilde, le preguntó: —¿Qué quieres á cambio de tu alma? —Quiero alta posición social, gran influencia, mucho poder. El diablo sonrió para adentro, y para adentro mur281 muró: « lo sospechaba, ya te cogí: eres como todos.» Y agregó en voz alta: —¿No pides más? —Sí pido,—exclamo con ansia el desdichado,—pido mucho dinero. — Trato hecho, — replicó el diablo, y sacando de entre cuero y carne un pergamino dio un salto, se colocó en el centro de la habitación, y extendiéndolo en el suelo, porque mesa no había, gruñó con gruñido gozoso: — á firmar. Después sacó una pluma de acero que sobre el cuerno y la oreja traía, le picó en el cuello á Don Benigno y recogiendo de la picadura una gota de sangre, le alargó la infernal péñola al futuro condenado. Don Benigno se sentó en el suelo y firmó sin vacilar. El diablo á su vez se picó en la lengua con la acerada pluma y puso su nombre al lado del nombre de Don Benigno. La firma de éste resultó roja, la del diablo amarilla, porque el diablo es todo bilis. Y trato hecho. —Hasta la vista,—dijo e! diablo, y como por encanto se desvaneció entre las telarañas. Después pasaron muchos años. Don Benigno fue rico y poderoso, y siempre empleó su poder y su oro en realizar el bien. ¡Cuántas lágrimas secó: para cuántos dolores fuií calmante; á cuántos desdichados arrancó del borde del abismo! ¡Y nunca, nunca pensó en arrojar ni una migaja á sus apetitos de placerl y alguna vez le asaltaron furiosos, porque al fin era hombre y al infierno estaba destinado por ley fatal. —No: para mi nada,—pensaba Don Benigno,—pues si he renunciado á mi eterna salvación ¿qué ha de importarme el vano simulacro de las dichas terrenas? Y bien mirado, su sacrificio era inmenso. Practicar el bien en la tierra para ganar la eterna gloria, es prestar con interés infinito. Este no es el verdadero sacrificio. Para sacrificio, el de Don Benigno, que descontaba en beneficio de los que sufren, una eternidad de dichas celestiales. Pero todo llega, y después de una vida de abnegación y sacrificio, Don Benigno no pudo más y se murió como todo el mundo se muere. Al otro lado de la tumba le esperaba el diablo con el pergamino del pacto entre las zarpas. Pero al morir, según parece, todo se olvida y de aquel pacto maldito se olvidó Don Benigno al caer en la fosa. Después se dirigió al cielo maquínalmente como aquel que tiene conciencia de que bien lo ha ganado, y ya [legaba al pórtico celestial, cuando el diablo se le puso delante. —Poco á poco,—le dijo,—no tan aprisa, que según parece mi buen amigo es flaco de memoria. —Déjame pasar, maldito,—le replicó Don Benigno. — ¿Y esto? — dijo Luzbel, presentando el pergamino.—Yo cumplí, cumple tú y sigúeme. Don Benigno quedó aterrado. En aquel instante, de entre las columnatas del pórtico salió un ángel. —Ese hombre no te pertenece,—le dijo á Luzbel.— Ha sido muy bueno, ha sido un verdadero santo. —Ha pactado conmigo. Esas obras buenas no pueden ser buenas, se han realizado gracias al poder infernal que yo ponía á la disposición de este vejete insensato. Son obras de maldición, las ennegrecí con mi sombra, las infesté con mi aliento, la obra del diablo no puede ser buena; conque sigúeme, alma de condenado, que eres mía. El pacto es pacto, y si en el cielo no hay buena fe, será preciso ir á buscarla al infierno Vamos allá, alma del que fue Don Benigno. Si lo que hiciste lo hiciste con malicia, te condenas por malo, y si no por malo, por tonto me perteneces. El ángel, acongojándose mucho y limpiándose con las puntas de las blancas alas las lágrimas de sus azules ojos, insistió en defender á Don Benigno. — Fue bueno, muy bueno, —decía entre pucheritos celestiales. — Fue compasivo, fue generoso, lloró con Toda miseria, sufrió con todo dolor, fue implacable con su propio egoísmo, sujetó desesperadamente sus pasiones; como ningún otro mortal merece el cielo. — Entonces lo merezco yo,—rugía Luzbel,—porque todo eso lo realizó con el poder que yo le concedía. Desengáñate, espíritu de las alas blancas, este hombre vendió su alma, yo la pagué á un precio exhorbitante, jamás en el infierno se ha pagado por alma alguna, ni por la del mayor sabio, ni por la del mayor poeta, lo que yo he pagado por el mezquino girón espiritual de este Don Benigno de mis pecados. Comprar un alma para el infierno dando en cambio piedad, amor, sacrificio, es arruinarme y arruinar toda la máquina infernal. Conque abreviemos y á las calderas, que ya se enfrían: — y le echó la zarpa á Don Benigno. Pero á él se abrazó el ángel desesperadamente, gritándole: «defiéndete, defiéndete». —¿Cómo he de defenderme, — murmuró Don Benigno,—ni qué puedo yo? Resolved vosotros, sea lo que haya de ser. —Pues di que te arrepientes,—le gritó el ángel. Y Don Benigno levantando la frente, que brilló con blancura tal que, al caer sus reflejos sobre el diablo, casi convirtieron su pelambre en armiño, gritó con voz sublime: —No me arrepiento, hice el bien como pude. En aquel instante, de entre el pórtico salió una voz que proclamó: «Hágase el milagro y hágalo el diablo, vete, Luzbel, y tú, ánjíel, haz que suba ese hombre». Y Don Benigno, apoyado blandamente en el ángel, subió la gradería del pórtico. A todo esto el diablo, á cuyo rabo se había enredado sin saber cómo el pergamino del pacto, corría todo corrido hacia el infierno como perro con maza, murmurando con acento rencoroso: «Eso es, está bien: hágase el milagro y hágalo el diablo.-» JOSÉ ECHEGARAY Ilustraciones de E. ESTEVAN. Dibujo de F. XUUETRA. FRANCISCO MASRIERA MARÍA CE MAGDALA. 283 l'üt. Laurent y C EL GORRIÓN R EÍA el sol en la verde hojarasca poblada de gorriones, esos pilletes del espacio, como los llamó Daudet, y Pilar, reía también con los ojos llenos de luz, viendo cómo el pobre Perico, enamorado de ella hasta los huesos, se rascaba la pelambre con aire confuso...*—Si te parece pa Mayo»,—acabó por decir el mozo... Tratábase de señalar fecha para el casorio; y aunque por él hubiérase verificado al día siguiente, no era cosa de apresurarlo tanto, que la chica no tuviera tiempo para dejar bien concluido su ajuar. Perico vivía sólo con su abuela, la muía... y un gorrión cojo... La compañía era, como se ve, poco numerosa y todavía menos alegre. La vieja, apenas si hablaba, medio ciega y medio sorda en fuerza de años, de disgustos y de fatigas; la muía... pues tan grave y circunspecta como todos los mulos que en el mundo han sido: un relincho al ver el sol, otro cuando tardaba el pienso, y paren ustedes de contar; el gorrión... ¡oh! el gorrión ya era distinto. Podía decirse que él era la alegría de la barraca y la más grata distracción de Perico... Aquel pilluelo alado tenía su historia; una historia breve y trágica... Anidó, sin duda, con su hembra, en la techumbre de la barraca y un atroz vendabal batió el nido, acabando por arrojarlo al suelo. La hembra pudo volar y guarecerse, sin duda, en los árboles cercanos, pero el infeliz gorrión, enredadas las patas en el cestillo con tanto amor fabricado, rodó el resto de la noche juguete de los remolinos del viento, y allí, junto al poyo de la puerta, le halló Perico, medio muerto, con las plumas manchadas de sangre y una pata rota...*—Ese bicho traerá mala suerte»,—dijo la vieja, al ver que su nieto lo metía en una jaula y lo colgaba bajo el emparrado. «—¿Por qué abuela?» Y la abuela respondió lacónicamente: «—Porque está Usiao. Suéltalo». Pero el mozo rióse de la superstición de la anciana y allí quedó el gorrión prisionero en su jaula, trinando, no se sabe si por natural propensión al canto ó por otras causas, y cojo, definitivamente cojo. Al volver por la tarde á la barraca, caballero en su muía y cansado del trabajo rudo del día, pero entonando á pesar de ello, el lento y típico canto del huertano, Perico quedó admirado, ante el cuadro que se ofreció á sus ojos... La gnrriona le llevaba comida al cojo y los dos se daban el pico con la misma ternura que si se encontrasen en el nido... « —¡Pobres animalitos!» — exclamó el mozo... Y tentado estuvo de soltar al gorrión; pero no lo hizo, temeroso de que la falta de plumas caudales le impidiese volar. Aquella escena amorosa de los pajarillos, se repitió con frecuencia. * Faltaban pocos días para la boda... Perico estaba loco de contento... A su pobre muía, vieja ya para largos trotes, la baldó á varazos, corriendo de la huerta á la ciudad y de esta á aquella, llevando y trayendo cosas para el día del casorio... Su último viaje, aquel en que se traía los papeles listos para el cura del pueblo, fue de terribles consecuencias. Cerró la noche en el camino, se echó encima una de esas tormentas atroces, precursoras de la primavera, y Perico, ganoso de llegar cuanto antes á su hogar, echó con la muía por un atajo que terminaba en el barranco... No era cosa de dar el rodeo de costumbre, en busca del puente y por pasar por delante de la alquería de Pilar... «—¡Arre muía! ¡Arre!»—gritaba el mozo moliéndola á palos para que siguiese adelante. Pero el animal, cegado por los relámpagos y asustado por el estampido de los truenos, ponía las orejas en punta y resistíase con la tenacidad y la fuerza de su raza... Entre gritos y palos y entre una lluvia torrencial que anegaba la huerta, llegaron por fin al barraquillo y la muía se detuvo al borde de la pendiente... «—¡Arre! ¡arre, contra! ¡Mala...l ¡Arre!»—No hubo más remedio que cogerla del ronzal y echar por delante, tirando de ella con todas sus hercúleas fuerzas. Pero estaba de Dios que aquello acabaría mal y mal acabó. La muía d¡ó un mal paso; 284 sus patas delanteras resbalaron sobre las movibles piedrecillas, y allá fue de pecho sobre el infeliz Perico, que rodó con ella al fondo del barrancal. Dos meses después, el desdichado mozo, abandonaba el lecho, triste por el olvido de su novia que, al saber por el médico que Perico quedaría cojo, se retiró cariacontecida... y no volvió por la barraca. Cojo quedó, en efecto, el pobre Pedro; y cuando con la pata izquierda, más corta que antes, torcida y tiesa, se presentó ante Pilar, ésta se concretó á decirle con todos los miramientos á su alcance, que no eran muchos: —Perdona Perico; pero he decidido no casarme... por ahora... contigo. Dispensa; pero... Sobradamente comprendió Pedro la causa. Quedóse reflexivo un instante, y luego, silencioso, tirando de su patay balanceándose grotescamente al andar, echó camino adelante sin decir palabra, sorbiéndose sus lagrimones de dolor y despecho, entre angustias y vergüenza. Llegó á su barraca... Sí, la abuela había dicho bien: el gorrión lisiao traería mala pata, ¡y tan mala!... Dirigió los ojos á la jaula del cojo y--. ¡Vaya por Dios!... La escena de otras veces. . La gorriona, llevándole comida y dándosela con su piquito... ¡Pobres pajarillos!... Ellos sí que eran constantes... —¡Las mujeres!—murmuró Perico, secándose con iracundo puño sus lagrimones.—¡Las mujeres!... ¡Ah! ¡mejores son los animales! Y aquella vez no le contuvo nada... Corrió á la jaula, la abrió de par en par, y el cojo, con nuevas plumas caudales en sus frágiles y ligeras alas, tendió el vuelo y paróse junto á su hembra en el árbol vecino, entonando el alegre canto de la libertad. —¡Mejores son los animales!—repetía entre tanto Pedro, llorando de bruces en el poyo de la barraca. Y el sol reía... reía alegre en la verde hojarasca del emparrado, en la mies madura, en el espacio sin fin... Luis DE VAL Ilustraciones de T. GASCÓN. INSTANTÁNEAS CARLOSFR ONTAURA Logró aplausos á granel y ganó el oro y el moro, sonando su cascabel hasta en las astas del toro. Y, dando al público el opio con su ingenio superior, ha tenido coche propio y ha sido Gobernador. ANTONIO SÁNCHEZ PÉREZ Modesto como ninguno, lo mucho que vale prueban sus dramas, en el teatro, sus críticas, en la prensa. De la bondad de su alma todo el mundo se hace lenguas, y hasta aquellos que censura le admiran y le respetan. JAVIER DE BURGOS Sainetero sin segundo, logró tal fama obtener que, en diciendo don Javier ¡boca abajo todo el mundo! Y, de su ingenio á la luz, España ve en este autor al ilustre sucesor de don Ramón de la Cruz. CARLOS CANO 285 DE AQUÍ Y DE ALLÁ NUESTROS COLABORADORES FRANCISCO P Í V MARGULL. A. JIMÉNEZ PASTOR. Eminente político y literato español. Distinguido escritor uruguayo. PASATIEMPOS JEROGLÍFICO COMPRIMIDO METÁTESIS 2 X -3 9 4 5 ÍS i"> 7 j. 3 2 8 9 5 4 3 8 7 6 9 — Profesión. ti — f u n d a d e u n a r m a . 7 G R A O — Género poético. G. PEÑUEL*. Luis DEL ARCO. CHARADA • ** Vivía feliz mi todo que era graciosa por cierto, en una prima, dos, tercia, sin tener otro consuelo PROBLEMA JEROGLÍFICO Hallar un número cuya mitad, quinta y octava parte más cinco, dé por suma 830, y agregándole al mismo un artículo, dé el nombre de una medida de longitud. E. P. LL. * ** que un lencera, cuarta, dos que era cual el mármol bello y que un estanque habitaba, hasta que un chico travieso tiróle una enorme piedra y dejóle medio muerto. Entonces tercera y cuarta díjole con sentimiento, entre sollozos y lágrimas que le salían del pecho: —Cuando el tercia, cuarta, dos, SOLUCIONES Acróstico: DEL NÚMERO 20: s E v EB O C L E M E N T E B E N 1G No I N C A se pon^i del H"KÍO bueno y inutvu el p'inid. tercer-y O C E N T E N 1> I 11 O Charada —Novelesco. L-'igiigrijo numérico.—Claris. Jeroglifico comprimido.—Ante el enemigo. tu juro, so bribonzuelo, que caro ine pagarás todo el daño que le has hecho. ENRIQUE Á LOS PASATIEMPOS NOTA.—No se devolverán los originales, aunque dejen de utilizarse. CEPILLO. 2.86 CAZA AUTOMÁTICA (HISTORIETA MUDA); por R. ROMERO CALVF.T. LIMA (PERÚ). PATIO DE LA CASA TOKKIÍ V TAÜLE. Ful. de Colvllle y Compañía. 2 87 Fot. Tip.-Lit.del « Álbum Safón.* u H a. <J