Reseñas - Universidad de Lima

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Reseñas
Persona Nº 5, 2002
Tallis, Frank (2002)
Mentes ocultas. Una historia del inconsciente
Profile Books. 193 pp.
A diferencia de lo que muchos creen, no fue Freud quien “descubrió” el inconsciente. El autor nos presenta el desarrollo de los conceptos sobre este aspecto de
la actividad psíquica humana y considera que fue Leibniz (Nuevos ensayos sobre
el entendimiento humano, 1765) quien por primera vez discute el tema filosóficamente con mayor amplitud que Platón, Agustín, Montaigne y Descartes.
Meritoriamente se sitúa la aparición de conceptos dentro de un contexto histórico social que funciona como determinante para su aceptación o rechazo. Así, por
ejemplo, la propuesta de Leibniz llega en la etapa de apogeo del racionalismo, que
sobrevaloraba lo consciente y lo mecánico en el ser humano. Mal podría entonces
ser bien acogida, más aun cuando Voltaire decide ridiculizarlo en una obra teatral.
Tiene que esperar el advenimiento del romanticismo, en el que artistas, filósofos,
médicos y la sociedad en general comienzan a otorgar más importancia al corazón
que a la cabeza.
Cronológicamente siguieron los aportes sobre el conocimineto de lo inconsciente, hechos por pensadores como van Shcubert, Scherner, van Eaden, Herbert,
Carus, von Hartman y otros. De la especulación se pasó a la práctica y surgió el
trabajo de Mesmer. La hipnosis tuvo gran repercusión y hubo numerosos seguidores mesmerianos (entre charlatanes y no charlatanes). El seguidor más serio fue
Puységur cuyas concepciones superaron al mismo Mesmer quien, lamentablemente, no lo tomó en cuenta. Pierre Janet aplica las experiencias sobre la hipnosis para
intentar explicar los fenómenos histéricos. Lo mismo hacen Frederick Myers y
Charcot, quienes con sus estudios y especulaciones dejan listo el camino para que
Breuer y Freud aborden el tema, publiquen sus observaciones y eclipsen todas las
contribuciones anteriores.
En 1897, Freud empieza a psicoanalizarse a sí mismo, “una maniobra bizarra
que todavía parece algo surrealista (…) un viaje peligroso al bajo mundo de su inconsciente”, continuando la introspección que antes habían hecho Coleridge y De
Quincey con la ayuda del opio. A lo largo de los años, hasta 1915, Freud va construyendo su idea de aparato mental con sus tres “agencias” (ello, ego y superego)
y el funcionamiento de ellas en un grado inconsciente o consciente de grado variable. Asesta, según su propia expresión, “el tercer golpe al narcisismo humano”
(Copérnico y Darwin habían sido los autores de los dos primeros: retirar al hombre del centro del universo y desacreditar su origen divino).
Freud tuvo seguidores y seguidores: Jung, Klein, Bowlby, Berne, Laing. Ellos y
su influencia en la práctica del psicoanálisis y en el arte se desarrollaron sobre to-
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do en las décadas de los cincuenta y sesenta. Por otro lado, eclécticamente, Tallis
dedica un buen espacio al desarrollo de las teorías cognitivas, sus orígenes en las
ideas de Turing y Babbage sobre computación, Dixon sobre percepción subliminal, Cherry sobre audición dicótica, hasta el trabajo de Kihlstrom (The cognitive
unconscious,1987), donde se acepta la evidencia de que “en circunstancias específicas (…) significados y sus implicancias pueden ser comprendidos en ausencia de
conciencia”.
Psicólogo clínico, Tallis es también profesor de Psicología Clínica y Neurociencias en Londres. Una buena combinación que se ve reflejada en su análisis de los
conceptos reduccionistas del neurocirujano Penfield, seguido de los trabajos neurofisiológicos de Libet sobre el registro de los potenciales de respuestas cerebrales evocadas, las investigaciones del nobelizado Sperry sobre “cerebro partido”,
continuadas por Gazzaniga y Le Doux, y el estudio de Damasio sobre aprendizaje inconsciente.
Es casi ya un lugar común decir que al darle demasiada importancia al inconsciente se ha cometido el pecado de omisión en el que la conciencia no llega a ser
definida. Tallis no puede ser absuelto en este sentido, aunque su falla es venial en
cuanto él nunca manifestó que lo que buscaba era plantear un modelo de la actividad psíquica del ser humano. Sin tener la extensión casi enciclopédica del clásico
de Henri Ellenberger (El descubrimiento del inconsciente. La historia y evolución
de la psiquiatría dinámica, 1970), el libro de Tallis es una útil y amena puesta al
día de la evolución de un concepto cuya vigencia nadie puede desdeñar sin exponerse, por lo menos, a ser acusado de tener alguna motivación inconsciente para
tal postura intelectual.
Pablo Zumaeta
Barlow, D.H. & Durand, M. (2001)
Psicología anormal. Un enfoque integral
México DF: Thompson Learning. 583 pp.
El aprendizaje de la psicopatología es un pilar fundamental en las carreras del área
de la salud. Los profesionales dedicados a esta área deben conocer los avances que
la ciencia logra, con el fin de mejorar los estándares de atención en los servicios
de salud.
El volumen de Barlow & Durand se presenta como un texto que trata sobre los
principales trastornos psicológicos y se concentra particularmente en la descripción clínica, los factores causales, los tratamientos, así como la efectividad de éstos. El término integral obedece a una multidimensionalidad en el enfoque, integrando diversos factores como los conductuales, biológicos, psicológicos, socia-
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les, genéticos, etc. Así también, debido a que incluye elementos que posibilitan la
evaluación, el diagnóstico, el tratamiento, etc. Los trastornos tratados en la obra
se abordan sobre la base de la clasificación propuesta por el DSM-IV.
La obra contiene 16 capítulos, que van desde la perspectiva histórica hasta los
aspectos legales y éticos de los servicios de salud, pasando por la evaluación clínica y el diagnóstico, los variados trastornos (somatoformes y disociativos, del estado de ánimo, los sexuales y de identidad de género) y los métodos de investigación.
Psicología anormal tiene un formato moderno, con el contenido apropiadamente sistematizado en función de su finalidad didáctica. Comienza con una presentación del contexto histórico, en el cual se exponen la tradición sobrenatural, la
biológica y la psicológica. Dentro de esta última se explican y comentan brevemente la teoría psicoanalítica, la humanista, y el modelo conductual. Asimismo,
se discuten los procedimientos de evaluación clínica y diagnóstico.
La obra contiene, igualmente, una exposición bastante detenida de los métodos
de investigación que se emplean en la actualidad. Se tratan los componentes básicos de un trabajo de investigación, la hipótesis, la validez interna y externa, los diseños experimentales, entre otros temas.
Los capítulos siguientes tratan propiamente acerca de los trastornos psicológicos. Cada capítulo tiene descripciones detenidas de los trastornos tratados, con
material de apoyo como gráficos, cuadros, tablas, así como fotografías. En su parte final, los capítulos cuentan con un resumen en el que se expone lo tratado de
dos formas: la primera de ellas de manera textual, y la otra de manera gráfica, utilizando cuadros. Se ofrece, además, una sección de términos clave.
A guisa de ejemplo, en el capítulo 11, “Trastornos relacionados con las sustancias”, se empieza con una breve introducción para luego describir el caso de un
sujeto consumidor de sustancias psicoactivas; luego se explican los puntos de vista acerca de estos trastornos (niveles de participación y los aspectos propios del
diagnóstico). Los temas abordados son: tranquilizantes, estimulantes, opiáceos,
alucinógenos. Después se discuten las causas, un modelo integral de explicación
y las perspectivas psicoterapéuticas. En esta sección se explican los tratamientos
biológicos (sustitución por agonista, tratamientos antagonistas, tratamientos de
aversión, entre otros), los tratamientos psicosociales (confinamiento, grupos de
autoayuda, consumo controlado, tratamiento por componentes, prevención de recaída), y, finalmente, la intervención sociocultural.
El libro incluye un glosario en la parte final, bastante adecuado para personas
que empiezan a internarse en el estudio de la psicología anormal. La sección de
referencias es muy voluminosa y evidencia la exhaustividad en el manejo bibliográfico que ha caracterizado el trabajo de los autores.
El texto, en general, es de lectura sencilla e interesante, pero su sencillez no
compromete el contenido y el tratamiento de éste, que es de calidad y actualiza-
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do: por ejemplo, se incluyen consideraciones acerca de las neurociencias y su rol
en la psicopatología.
La manera en que el texto está configurado lo hace sumamente pedagógico e
ideal como obra de consulta en cursos como Psicopatología, Entrevista y Diagnóstico Psicológico.
Andrés Kishimoto
Mills, J.A. (1998)
Control. A history of behavioral psychology
New York-London: New York University Press, XIV 246 pp.
Objetividad y hechos son las palabras más apreciadas en la ciencia. Son términos
que resumen lo que es –o debe ser– el desideratum de la ciencia: subjetividad reducida al mínimo, búsqueda de la verdad por la verdad misma, impersonalidad,
precisión conceptual y metodológica, discurso lógico. Cada ciencia en particular
tiene, a su vez, palabras específicas que, en el sentido en que ellas las emplean,
responden a ese mandato de objetividad y de búsqueda de los hechos que gobierna la actividad científica.
La psicología tiene, por tanto, también palabras de esa índole. Pero como hay
varias corrientes (por no decir varias psicologías), hay asimismo términos diversos. Para el psicoanálisis, la díada eros-tanatos y el término complejo de Edipo
son centrales. Para la psicología adleriana lo es sentimiento de inferioridad. Para
la de cuño pavloviano, el término decisivo es reflejo condicionado, así como para
la humanística lo es autorrealización. De otro lado, a comienzos de siglo XX, la
palabra decisiva en psicología era comprensión: la psicopatología general, de
Karl Jaspers (1913), y formas de vida, de Eduard Spranger (1913), están animadas y gobernadas por este término. A fines del mismo siglo el lugar de la comprensión pasó a ser ocupado por otra palabra, no menos atractiva: control.
Ése es precisamente el título del libro de John A. Mills, profesor de la Universidad de Saskatchewan (Canadá), que es una historia de la psicología conductual.
El escenario de esta historia es América del Norte. En él hay cinco protagonistas, a los que Mills dedica amplio espacio: John B. Watson (1878-1958), el pionero; Edwin Ray Guthrie (1886-1959); Edward Chace Tolman (1886-1959), Clark
Leonard Hull (1884-1952) y, por supuesto, B.F. Skinner (1904-1990). Poco interés
se observa en el libro por lo sucedido en otras latitudes: ni Joseph Wolpe ni Hans
J. Eysenck son mencionados.
Pero Control no hace una biografía de cada uno de ellos, como por lo general
sucede en los libros de historia de la psicología. Discutiendo sus ideas, Mills inter-
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cala información biográfica relevante para entender el sentido y el contexto del
trabajo cumplido por ellos. Su propósito es ubicar al teórico y a su obra en la época que le tocó vivir, considerando las necesidades sociales, las corrientes de pensamiento predominantes, pero también rasgos de su personalidad y circunstancias
individuales.
Así, por ejemplo, en el capítulo 4, “The behaviorist as research manager: Clark
Hull and the writing of Principles of behavior” (pp. 103-122), puede leerse:
El método de trabajo de Hull nos ha legado un archivo único. Tanto como autor de
su propio diario cuanto como corresponsal, Hull llevó un prolífico registro de su
vida mental. De 1935 en adelante, Hull sostuvo una correspondencia extraordinariamente rica con su principal discípulo, Kenneth W. Spence. Los dos discutieron
con gran detalle cada fase de la preparación del libro. Por ello es posible reconstruir el desarrollo del pensamiento de Hull de un modo muy preciso. Los Research
Memoranda de Hull, el registro de los temas discutidos en los seminarios que él
dirigía en el Institute of Human Relations en Yale, también nos ofrecen un cuadro
detallado del curso de sus ideas entre 1936 y 1944. De 1929 a 1943 Hull publicó
doce artículos teóricos en el Psychological Review, esperando de este modo desarrollar sus ideas, obtener retroalimentación de sus colegas, y, sobre todo, cimentar
su reclamo de ser el único creador de una teoría comportamental abarcativa. El artículo más significativo de esta serie de trabajos apareció en 1937, cuando Hull estableció el así llamado minisistema (el precursor de la teoría plenamente desarrollada). Lamentablemente, cuando Hull comenzó a trabajar en serio en Principles of
behavior tenía 55 años de edad, y dos años después de su publicación desarrolló un
serio trastorno cardiaco, razón por la cual la tercera parte de su trilogía quedó sin
escribir (pp. 103-104).
Es en este estilo que Mills nos ofrece su historia: el logro académico, la realización del proyecto teórico largamente acariciado, son estudiados buscando que encontrar sus orígenes en el dominio de la subjetividad del científico. Algo llamativo, casi paradójico, a no dudarlo, en un libro dedicado al conductismo y al neoconductismo.
Y algo, además, que por momentos puede resbalar en interpretaciones que pueden provocar sorpresa. Esto sucede en “The behaviorist as philosopher” (pp. 123151), dedicado a tratar la obra de Skinner. Allí Mills escribe lo siguiente:
El Skinner post Walden Two desterró más que los valores liberales los humanos y
los culturales de su mente. Las virtudes profesionales y académicas fueron también
desplazadas. La motivación inconsciente para esto podría haber sido la rebelión
contra su padre. Cuando joven, Skinner buscó la aprobación paterna, y una serie de
artículos que se adecuaban a los cánones de la comunicación científica fue un modo
seguro de lograrlo. Pero Skinner no quería que la fama y el respeto ganados fueran
confinados a los límites de la profesión psicológica. De allí su búsqueda de un
nuevo modo de expresión para sus creencias. El mensaje inconsciente al espíritu de
su padre podría haber sido ámame tal como soy, no como a la sociedad le gustaría
verme (p. 129).
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Reseñas
Y, sin embargo, el capítulo sobre Skinner es de gran importancia. Al fin y al cabo, él fue el más destacado representante de la psicología conductual. Ya lo dice
el propio Mills: “La ciencia comportamental alcanzó su más elevado y completo
desarrollo en los escritos de Skinner” (p. 123).
En este capítulo tres son los temas de la vida intelectual de Skinner que se abordan: el conflicto entre su trabajo con animales y su deseo de ser un tecnólogo de
la conducta; el contraste entre su imagen de polemista y su interés en ser tomado
en serio como académico y, muy en especial, como filósofo de la mente; y, por último, la paradoja existente entre su amor por la cultura y el arte (Skinner era un
lector de Marcel Proust y su grado de bachiller en el Hamilton College de New
York fue en inglés, anota Mills) y su brusca, cruda desvalorización de los valores
y virtudes humanísticas.
La actitud de Mills hacia Skinner es cambiante, casi ambivalente: va desde la admiración declarada hasta la crítica acerba. Al inicio del capítulo afirma que Skinner enseñó a los psicólogos qué significaba ser un científico creativo. Pero alrededor de unas cincuenta líneas más adelante, señala que sus escritos de 1950 en adelante son sólo repeticiones de escaso valor, cuando no afirmaciones generales y
banales (“a repetitive stream of unsubstantiated, unscholarly platitudes”).
Particular interés concede Mills a Walden Two, la novela de Skinner. Las últimas
siete páginas en este capítulo están dedicadas a ella que, como lo anota Mills, en
modo alguno fue un divertimento. Mills ubica este libro en el contexto de la rica
tradición norteamericana de novelas utópicas, pero hace referencias al significado
de esta obra en la vida y en la subjetividad de Skinner. El lector puede enterarse
así que Skinner tomó la inspiración para escribir la obra de discusiones con amigos de la Universidad de Minessota, y que pasaba por una época emocionalmente difícil en esos años, de modo tal que el libro fue algo así como un ejercicio en
la satisfacción de deseos no alcanzados.
Para los psicólogos clínicos, el capítulo 6, “Behaviorists as social engineers: Behavior modification applied to abnormal psychology” (pp. 152-178), será el de
mayor interés.
Una actitud escéptica predomina en este capítulo. Algunas afirmaciones rayan
en la sobresimplificación: “Todos los behavioristas están unidos en destacar una
teoría instrumental del valor. Para ser un buen ciudadano hay que ser un ciudadano eficiente y productivo” (p. 153). En otros momentos, el tono alcanza una dimensión casi acusatoria:
A través de toda su historia, los conductistas han estado unidos en plantear que la
sociedad necesita conceptos y valores que sean semánticamente transparentes, que
tengan una adecuada historia inductiva (esto es, que estén claramente derivados de
la experiencia) y que permitan predicciones definidas. Por sobre todo, nuestro sistema de valores debe ser esencialmente pragmático (las verdades deben conducir
claramente a efectivas intervenciones sociales). Detrás del desprecio de los conductistas por el humanismo se encuentra un robusto populismo. Ellos creen que
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todos los significados de uno deben ser inmediatamente claros a cualquiera que sea
razonablemente inteligente e instruido. Y ven a los humanistas como personas que
se han encerrado en cultos (sólo aquellos que son miembros pueden apreciar el verdadero significado de los términos que emplean) (p. 153).
Se trata de un capítulo polémico, cargado de severas críticas, en el cual, por lo
demás, Mills gira en torno de la técnica de la economía de fichas, pero no hace
mención alguna de otros procedimientos, ni tampoco a los desarrollos cognitivoconductuales: no sorprende, por ello, que Bandura sea mencionado incidentalmente, y Beck brille por su ausencia. No cabe duda de que en este aspecto el lector
está mejor servido por el libro de Alan Kazdin (Historia de la modificación de la
conducta. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1983) y por el de Angela Schorr (Die Verhaltenstherapie. Ihre Geschichte von den Anfängen bis zur Gegenwart. MunichBasilea: Beltz Verlag, 1984).
Esta limitación no debe llevar a desvalorizar el capítulo. Mills recrea la atmósfera social en la cual las primeras técnicas de modificación de conducta aparecieron en Estados Unidos.
Anota, por ejemplo, que el reporte de William C. Menninger, importante figura
de la psiquiatría estadounidense, sobre el rol de la psiquiatría en el ejército norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial ejerció una gran influencia al concluir que muy pocos trastornos psicológicos provenían de factores genéticos o de
problemas originados en la infancia. Y comenta, asimismo, el importante significado del programa de entrenamiento de psicólogos en Estados Unidos emprendido por la Veteran’s Administration.
Ya antes, sin embargo, a fines de los años treinta, Clark Hull dirigió un grupo
que trabajó de modo intenso las posibilidades de una vinculación entre el psicoanálisis y la psicología del aprendizaje:
El pensamiento del grupo fue eminentemente instrumental. Primero, los integrantes
creían que el psicoanálisis ofrecía todos los conceptos necesarios para explicar y
describir las enfermedades psicológicas. En segundo lugar, creían que había un
aspecto de la práctica psicoanalítica de probada efectividad. El grupo operaba lo
que se podría llamar un modelo standard de la vida mental normal, en el cual el rol
de la persona se limitaba a la adaptación a una realidad social predeterminada. El
rol del teórico fue limitado a la traducción de los conceptos psicoanalíticos al lenguaje de la teoría del aprendizaje. El papel del investigador se circunscribió a la
operacionalización de esos conceptos y al descubrimiento de las relaciones funcionales cuantificadas entre ellas. Por último, el del clínico se limitaba a la enseñanza
de métodos de ajuste que llevaran a la restauración de la normalidad (p. 162).
En las discusiones de este grupo surgieron varios modelos de interpretación de
las psicopatologías y versiones de la psicoterapia basadas en la psicología del
aprendizaje, que se encuentran en el origen de la modificación de la conducta.
La visión final de Mills destaca que el conductismo sirvió para unificar la psicología americana, pero que el costo de esa unificación fue muy alto. La renuncia
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a consideraciones de corte ético, la creación de un lenguaje casi aséptico, la búsqueda de la adaptación como meta de la normalidad han marcado a fuego esta
corriente.
Libro de gran interés, Control no escapa a la controversia por todo lo dicho antes. Pero también porque el conductismo y el neoconductismo son, después del
psicoanálisis, las teorías que más polémica han despertado en psicología.
Ramón León
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Persona, revista anual de la Facultad de Psicología de la Universidad de Lima, publica estudios teóricos y de carácter metodológico, reportes de investigación y revisiones de literatura referidos a la psicología como disciplina y como profesión.
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Esta revista se terminó de imprimir en octubre del 2002
en el Departamento de Impresiones de la
Universidad de Lima
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