Antología - Por los Caminos de la Literatura

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Narrativa Española Siglo XX
Universidad Autónoma Metropolitana
Unidad Iztapalapa
AVISO ......................................................................................................... 3
PRESENTACIÓN DE LA GENERACIÓN DE 1900 ............................................. 4
GABRIEL MIRÓ. AÑOS Y LEGUAS [FRAGMENTOS] ....................................... 6
División de Ciencias Sociales y Humanidades
Colegio de Letras Hispánicas
PRESENTACIÓN DEL TREMENDISMO ......................................................... 15
ANA MARÍA MATUTE. NOTICIA DEL JOVEN K ............................................ 16
PRESENTACIÓN DE LA NOVELA SOCIAL ESPAÑOLA.................................... 21
IGNACIO ALDECOA. LA TIERRA DE NADIE .................................................. 23
MATERIAL DE LECTURA
NARRATIVA ESPAÑOLA SIGLO XX
DR. RAMÓN MORENO RODRÍGUEZ
DANIEL SUEIRO. ESTOS SON TUS HERMANOS ........................................... 30
PRESENTACIÓN DE LA NUEVA NOVELA ESPAÑOLA .................................... 41
LUIS MARTÍN SANTOS. TIEMPO DE SILENCIO [FRAGMENTO] .................... 45
J.M. CABALLERO BONALD. ÁGATA OJO DE GATO [FRAGMENTO] .............. 50
JULIÁN RÍOS. LARVA [FRAGMENTO] .......................................................... 60
PRESENTACIÓN DE LA NARRATIVA DE “LA TRANSICIÓN” .......................... 70
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN. AQUEL 23 DE FEBRERO........................ 72
JAVIER MARÍAS. EL ESPEJO DEL MÁRTIR ................................................. 106
2010
ENRIQUE VILA MATAS. MIRANDO AL MAR Y OTROS TEMAS ................... 120
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Narrativa Española Siglo XX
TELEVISIÓN ............................................................................................. 132
ARTURO PÉREZ REVERTE. EL HÚSAR [FRAGMENTO] ................................... 133
ANTONIO MUÑOZ MOLINA. LA GENTILEZA DE LOS DESCONOCIDOS ..... 156
PRESENTACIÓN DE LA MÁS RECIENTE PROMOCIÓN DE NARRADORES .... 174
ALMUDENA GRANDES. LAS EDADES DE LULÚ [FRAGMENTO] ............... 179
JUAN MANUEL DE PRADA. SEÑORITAS EN SEPIA .................................... 191
JOSÉ ÁNGEL MAÑAS. HISTORIAS DEL KRONEN [FRAGMENTO] ............... 201
NOTAS BIOGRÁFICAS .............................................................................. 216
BIBLIOGRAFÍA ......................................................................................... 234
Nadie puede compilar una antología que sea mucho más que un museo de sus ―simpatías y diferencias‖... No hay antología cronológica que no empiece bien y no acabe mal; el Tiempo ha compilado el principio y el doctor Menéndez y Pelayo el
fin.
Jorge Luis Borges
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Narrativa Española Siglo XX
me llame pues plagiario, sino reconózcaseme como una especie de
Pierre Menard de la docencia literaria. De cualquier forma, al final
de este manual anoto en la bibliografía los libros que suelo consul-
AVISO
tar cuando he trabajado estos temas. Que esta declaración pública
se me tome en descargo de culpas.
Los textos aquí reunidos se pueden dividir en dos partes: los
Los segundos textos, incluyen fragmentos: capítulos de al-
teóricos y los literarios. Los primeros buscan dar una visión de
guna novela, cuentos (en su mayoría) y cuentos breves. No se pre-
conjunto respecto del movimiento en cuestión, explican y ejempli-
tendió, al hacer esta antología, dar una visión exhaustiva de los
fican los aspectos que definen a los autores de ese grupo. El objeti-
autores, sino que se buscó representar al movimiento con sus me-
vo que se busca es que los alumnos puedan tener, con el estudio de
jores escritores y sus mejores obras, deseaba incluir textos en los
estos primeros, elementos de análisis de las lecturas que les siguen.
que la teoría, antes estudiada, se pudiera comprobar entre líneas,
Para la elaboración de estas breves presentaciones de los textos
siempre sin perder de vista la brevedad del texto.
literarios me apoyé en diferentes libros de historia de la literatura
española, en artículos periodísticos, en páginas web y en mi propia
experiencia de lectura y en muchos años ya de impartir este curso
(más de diez).
Como toda selección, y ya es costumbre hacer este deslinde,
los textos aquí incluidos responden a la visión y experiencia de
éste autor. Antes de elegir el material, consulté muchas antologías,
las hay a pasto, y me sorprendió leer algunos que me parecían
No obstante, debo reconocer que en ocasiones me valí de
francamente malos; quizá algún lector de los textos aquí seleccio-
párrafos enteros que copié y transcribí del algún manual de la
nados pudiera pensar lo mismo de alguno de los que yo incluí, no
literatura, líneas que no puse entrecomilladas y que por ello podría
me sorprendería: en gustos se rompen género y en antologías se
pensarse que plagié. Sí reconozco que cité sin reconocer autoría y
evidencian amistades.
eso se llama plagio, no obstante no me rigió en este hecho el prurito de exceso de estadística de los académicos al uso, sino más bien,
me sentí poseedor de la tradición y no pudiendo hablar por mí
mismo dejé que otro, en muy pocas líneas, hablara por mí. No se
En efecto, siempre nos podría quedar la suspicacia de que
alguno de los autores antologados en obras publicadas, se seleccionaron teniendo en mente la amistad o los compromisos de los
autores. No es este mi caso, si algún texto incluido no gusta, de3
Narrativa Española Siglo XX
berá ser atribuido este hecho a la falta de coincidencia de perspectivas; para eso es este curso: dar mi visón de la narrativa española
del siglo XX, no hay por lo tanto ningún interés de por medio que
no sea el académico.
PRESENTACIÓN DE LA GENERACIÓN
DE 1900
Con el nuevo siglo la sucesión de "ismos" que, apenas iniciados, cedían el paso a otros de tipo enteramente opuesto. Gómez de la
Cerna enumera 27 grupos. La cultura española se caracteriza por
una tendencia cada vez más fuerte a la europeización, a entrar en las
corrientes universales del siglo, principalmente como reflejo o como
respuesta a estímulos exteriores. De otro, un proceso de involucración, es decir, de retorno a las fuentes de la propia cultura y de obsesión con las realidades españolas. Pasado el período de las innovaciones traídas por los hombres del '98 y del modernismo (hacia
192023) empieza a definirse una nueva generación. Los primeros
signos de divergencia podrían fecharse hacia la primera década del
siglo (1904) cuando Ortega y Gasset dirige a Unamuno (tenía 21
años) unas cartas que éste comenta en el ensayo "Almas jóvenes" y
en las que denuncia como peligroso que desprendan de su obra el
viento de personalismo y la esperanza en el genio salvador. Así,
sigue Ortega en varios artículos manifestando su disconformidad con
el ambiente literario. Y así, en el titulado "Poesía nueva, poesía vieja"
(1905) arremete contra el culto de la palabra sin idea. Es una crítica a
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fondo de lo más deleznable y pasajero del modernismo.
Obsérvese que estas primeras escaramuzas surgen apenas los
"mayores, los noventaiochistas, han comenzado a afirmar su presti-
Narrativa Española Siglo XX
alude a su filiación de simpatía con las vanguardias, y por otro, la
actitud de cambio hacia la modernidad, hacia la recién inaugurada
centuria del 900.
gio al entrar en la madurez. Así en España el inicio de las Vanguar-
Es Ortega el maestro y animador de la gente y ejerce, a partir
dias literarias queda fuertemente marcada por la actitud intelectual
de la segunda década del siglo, una influencia mucho mayor que la
de Ortega y Gasset en torno del cual se crea su generación: la de
de Unamuno, resultado en gran medida el carácter mismo positivo y
1900. Con los años las generaciones se sucederán, no así los movi-
coherente que imprime a su labor, frente al negativo, inquietador y
mientos vanguardistas ya que este influjo se dejó sentir con mucha
anárquico que tiene la obra de aquél. Lo realmente característico
fuerza hasta dos generaciones más: la del '27 y la del '36. Es conve-
será el intento de superar las tendencias neorrománticas e individua-
niente aclarar que no son los únicos intelectuales que laboran en
listas del '98 y del modernismo. Frente a la búsqueda del hombre y lo
estas décadas, sino que simultáneamente otros intelectuales hacen su
humano, se antepone la búsqueda de valores, conceptos, ideas. De
propia labor literaria de manera paralela y en no pocas ocasiones
acuerdo con la orientación hacia lo objetivo, el estilo se hace por un
entrelazándose con los escritores de las generaciones ya enumeradas:
lado más conceptual; por otro, más plástico, menos musical y lírico.
tal es el caso de los ultraístas, los posmodernistas o los neopopularis-
Desaparece de él el tono emocional y subjetivo: la palabra vale, no
tas.
por las resonancias íntimas o la pasión que va cargada, sino por su
Viniendo ya analizar lo que constituye los caracteres propios
de esta nueva generación, diremos que en su forma más amplia se
valor significativo o por el placer que como imagen de las cosas suscita.
manifiesta como un intento de superación de las actitudes predomi-
España deja de ser motivo de angustia: se convierte en una
nantes en el momento anterior. No es tanto un viraje completo, (co-
realidad histórica que más que sentir es necesario entender. Compá-
mo lo fue el '98 con respecto del realismo) sino un cambio de enfo-
rense de Unamuno, Vida de don Quijote y Sancho, análisis del alma,
que y de propósito al interior, en lo fundamental. Es un nuevo espíri-
con el lúcido y frío estudio de ideas y técnicas literarias hechas por
tu y una forma de sensibilidad para designar a los cuales sus creado-
Ortega en las Meditaciones del Quijote. Frente al yo angustiado, al
res usan la palabra "novecentismo"; principalmente Eugenio D'Ors y
hombre con carne y hueso de Unamuno, Ortega proclama la filosof-
Ortega. El contenido de la palabra no es muy preciso, por un lado
ía del "yo y mi circunstancia". Ya no domina el tono de nostalgia
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Narrativa Española Siglo XX
frente al pasado, sino que éste se convierte en historia. El cambio de
actitud se percibe en todo: en las maneras de tratar el paisaje, el arte,
las realidades humanas.
Esta generación estaría integrada por dos grupos de prosistas,
principalmente. Los que cultivan la prosa erudita sería: José Ortega y
GABRIEL MIRÓ. AÑOS Y LEGUAS
[FRAGMENTOS]
Gasset, Eugenio D'Ors, Gregorio Marañón, Salvador de Madariaga
y Américo Castro. Los que cultivan la prosa de ficción son Gabriel
PUEBLO. PARRAL. PERFECCIÓN
Miró, Ramón Gómez de la Cerna y Ramón Pérez de Ayala. Algunos críticos incluyen a estos novelistas como integrantes de otra generación: la de los posmodernistas. También se suele incluir como
miembros de esta generación a los poetas José Moreno Villa, León
Felipe y Juan José Domenchina, que nosotros los consideraremos
como parte de los poetas trasterrados, y no objeto de estudio en este
Mañana de junio, alta, grande, precisa hasta en los confines.
Sigüenza, delante. Podría ir volviéndose, mirándola toda. Pero se
impuso la penitencia de beber a sorbos, de disciplinar la contemplación.
Ahora se quedará cara a cara del pueblecito, aunque los horizontes le llamen con un grito infinito de silencio para que sus ojos
curso.
AUTORES
Eugenio d'Ors (1882-1954)
José Ortega y Gasset (1883-1955)
Américo Castro (1885-1972)
brinquen y se revuelquen en sus delicias.
Le acoge la alegría de tener de verdad ese pueblo en que siempre se piensa cuando contamos un cuento. «...Una vez, había un
pueblecito...» Y en la mirada de las criaturas va pasando quietecitamente este pueblo. Es el hallazgo de nuestra palabra, hecha realidad.
Gregorio Marañón (1887-1960)
Alegría de la revelación y de la pronunciación de la palabra «pue-
Gabriel Miró (1879-1930)
blo», sino que éste es más moreno y más viejo. Lo que Sigüenza
Ramón Pérez de Ayala (1880-1962)
Ramón Gómez de la Serna (1888-1963)
imaginaba o recordaba como blancura suya, es claridad que no le
pertenece.
Todo el caserío se arrebata por un otero, y sube triangularmen6
te. Las cuencas de las ventanitas y de los desvanes; los labios de los
Narrativa Española Siglo XX
miendos, los paredones de albañilería agraria, la paz del ejido, la
postigos; todas las casas, se fijan en Sigüenza, y le preguntan, atóni-
prisa de una cuesta...
tas, fisgonas, durmiéndose; y las que tienen la sombra en un rincón
de la ceja del dintel, le miran de reojo. Algunas rebullen sin frente,
porque en seguida les baja la visera pardal del tejado; otras tienen la
calva huesuda y ascética del muro que prosigue Arriba, la parroquia,
de hastiales lisos, y en medio, el campanario con una faz quemada
de sol y la otra en la umbría; un esquilón a cada lado de la nariz de la
El parral es una claustra vieja de pilares gordos, encalados; las
vigas son de troncos de pino y almendro; y el artesón, de cañas enteras, con sus pieles tostadas como de panochas maduras. Las vides se
tienden y se retrenzan y cuelgan. El toldo se mueve con su oreo ya
cernido y vegetal, con latido y gracia de sensibilidad suya.
esquina; en lo alto, la cupulilla, colas graciosas asas de s contrafuer-
De seguro que estas parras fueron escogidas meditadamente.
tes chiquitines, como un cántaro dorado; el follaje de la veleta se
Han de ser de distinto veduño. Allí estarán los dos linajes de Valens-
embebe y se sumerge en el azul.
si: el de uvas moradas, y el de hollejo delgado y translúcido con sus
toques de canela de sol. Pesan de tanto azúcar, y se escarchan y resisten hasta la Navidad; entonces, sus granos no crujen en la boca fríos
Si terminase así el pueblo, resultaría de una fórmula de perfección, o de simulación intelectualista. Pero, no; todavía hay un derrocadero, crispado, roído, de belén de corcho, con figuritas aldeanas
tendiendo ropa; y en cada lienzo que ponen a secar se precipita una
hoguera de sol. La cima, de escombros antiguos, está tapiada; un
portalillo, y en la punta de la caperuza, una cruz: el cementerio, sin
un ciprés... Desde allí se verá el mar. Viene su promesa con un viento
y finos, y se nos derrama el sabor de los días grandes del verano.
Cuando le presenten a Sigüenza el frutero, un frutero de loza
desbordante de racimos, como un jarrón barroco de portal de jardín,
los cogerá de las dos castas, sopesándolos y complaciéndolos posesivamente en las dos; y si tomó un gajo de la blanca, ante de acabársele, se volverán sus dedos a pellizcar de las uvas negras.
ancho, calmoso y salino; palpita entre los almendros, y parece que se
No faltará la cepa de lairén y de Cambrils, de granos duros
hinchen unas velas gloriosas, muy blancas. La lumbre, de mediodía
hinchados, tirantes, de un color íntimo y sensual de amatista, con
de Oriente, aquí no ciega; aquí unge la carne torrada de los bardales,
alguna desolladura de abejas que mana la sangre de su arrope. Estará
de las techumbres, de la piedra; se coge a todos los planos y aristas,
también la vid de Corinto, de uvas largas, lisas, de cera, sin granuja,
modelando con paciencia lineal las cantonadas, los pliegues, los re-
casi desnudas, sólo cuajadas en su miel; femeninas y perfectas. Una
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balanza de químico paciente ha pesado la precisión de su zumo, de
Narrativa Española Siglo XX
en el bramido que llevan. Pues, si se estuviesen en torno del parral,
su pulpa, de su color, combinando los elementos sutiles de su forma.
no lo podría resistir el envigado; cada pámpano se estremecería,
Fruta para los dedos y los dientes de una señora de primorosos me-
doblándose bajo el ímpetu de su viento; una perdición. Además, es
lindres, del siglo pasado, en la desgana de una convalecencia casi sin
que no pueden parar. La inmensa mañana les solicita; todo ha de
enfermedad.
recibir la sensación de su diligencia.
...Pero aquello del frutero en colmo, y lo de decir las calidades
Llegan los escarabajos con su negrura pavonada. Antenas,
de los sarmientos, no es posible ahora. El parral está en cierne; los
palpos, patas se le cruzan reciamente como un costillaje. En su sota-
pámpanos acaban de crecer, ensortijados de zarcillos que se quiebran
nilla bombada y en su bonete, traen ellos todo el sol de los campo en
de tan tiernos. No comerá Sigüenza los racimos de Navidad. Los ve
una gota; todo el sol miniaturizado dentro de un azabache. Sus alas
agraces, y el envero y maduración irá midiéndole el tiempo de su
y élitros son un molino de hélices y exhalaciones moradas. Se pesan
partida. Todo ha de realzarse y oprimirse a costa de nosotros mis-
tanto a sí mismos que rebotan contra los pilares. Temen no haberse
mos.
puesto las alas que les corresponden. Esa es su lástima. ¡Tan bien
Y para que no se le pliegue su alegría, se pone a mirar las avis-
pas, los abejorros, los escarabajos, que vienen a las parras.
Las avispas vuelan con dejamiento, con descuido de sí mismas. No se preocupan ni de recogerse las patas. Deben haberse dicho: «Voy cerca, y no es menester que me suba las piernas; colgando
van bien; tal como estaba, sobra...» Esas zancas llevan una media de
vello arrugadita y caída. Pasan, vuelven, meciéndose en el sol, distraídas y comadres.
acabados, esferoidales, carbonosos, bruñidos, organizados para empresas de terquedad, y con las mangas tan cortas que no les permiten
sostenerse en todo el día del cielo!
Ven la redonda entrada obscura de un cañuto del techo del parral. Las avispas y los abejorros han visto ese agujero, y nada. Pues
los escarabajos no pasan delante del misterio sin escudriñarlo. Les
obliga su naturaleza y su crédito. La creación les contempla. El mediodía tan grande, con tanto sol, no puede sumergirse en un tubo de
caña. No importa: allí está el escarabajo. No temerá. Para él solo
Los abejorros, repolludos y malhumorados, se afanan por sen-
estaba guardada la tenebrosa aventura. Y se agarra al borde del cañu-
tir mucha prisa. Si no se fijan ni cavilan más en las cosas, no es por-
to y se va asomando. Su cuerpo tan orondo principia a sudar y crujir,
que les falte capacidad de atención y ahínco; y, si no, que se repare
adelgazándose, afilándose para internarse en el abismo. Después, se
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queda silencioso; y en silencio, blandamente se hunde. Fuera, está
Narrativa Española Siglo XX
Aprovechándose de la soledad viene una araña invisible por el
toda la mañana esperándole. ¿Qué sabrá, a estas horas el desapareci-
azul y cuelga la tela de una nube blanca y delgada desde el cemente-
do? ¿Cómo podrá salir?
rio a un asa del campanario. El silencio es tan grande y tan fino que
El desaparecido sale reculando, y en seguida se le encienden
en su espalda y en su sombrero de luto los negros fanalillos de sol.
Y se pasa a otra caña horadada. Es otro misterio. No se cansará el investigador. Vuelve a sumirse; vuelve a salir; y acude insaciable al cañuto de al lado. ¿Qué hace dentro? Está encogido, atendiendo lo que piensa de él la gloriosa mañana. A otro cañuto, después al
siguiente; todos los pesquisa; y nunca acaba, porque tiene el goce
doctísimo de volver a penetrar en los mismos misterios de los mismos cañutos de antes, sin darse cuenta...
Tocan las campanas, muy poco, cabeceando con pereza. Tocan lo preciso para acentuar «las doce». Mediodía exacto. Todo el
pueblo se sienta a comer; y los jornaleros que están en la labor, dejan
hincada la azada y la reja, y buscan su atadijo de pan, companaje y
navaja.
Sigüenza no se atreve a gozarlo por si se rompe como un vidrio precioso.
Y se quiebra la urna diáfana, rajándola hasta lejos de la herida
el regruñir candente, rojo y retorcido de una piara furiosa.
Toda una piara alborotaba en los gañiles de un cerdo. No había sino uno, atado por la pezuña enfangada a una olivera.
Y Sigüenza baja a la huerta para mirarlo. En el portal se le
junta el labrador; y se sientan en la umbría de la noria.
Este cerdo, y su cerda que está criando en la tibia pocilga, los
mercó y los trajo el labrador dentro de la faja, dormidos, plegados
como el pañuelo de hierbas.
Y le va contando a Sigüenza que este cerdo ha sido cebado
nada más que con dassa, maíz, maíz en grano y en harina. Otros le
dan de comer al suyo patatas, desperdicios y hasta cadáveres, como
hacía el sepulturero de un pueblo de Valencia.
El mediodía se queda sin nadie. Ahora parece más inmóvil el
pueblo, recortado calientemente. Sol. Sol en cada teja, en cada guija,
en cada brillo. El pueblo es un cantarero apretado de jarras que resudan, y en lo hondo duerme el frescor de una paz viejecita.
La carne, la enjundia, el tocino, los quebrantos, todo en su
cerdo ha de ser muy gustoso, porque además de su legítima mantenencia, le viene de raza. Es de raza murciana: la mejor, y costosa de
engordar. El cerdo murciano crece apretándose; no como el ameri9
Narrativa Española Siglo XX
cano, que se hincha y se engrasa pronto y flojo.
rosa.
Sigüenza ha de recordar los ejemplares yanquis. El cerdo de
Todo el enorme animal se despertó, volviéndose un poco
Norteamérica es alto, blanco, sonrosado, limpio como si lo bañasen
hacia Sigüenza; resopló en la inmundicia, y su mirada de cicatriz le
y adobasen ayos masajistas de bata esterilizada. Parece un cerdo de
decía:
celuloide. Su cabezota es tan grande que, a veces, semeja postiza. No
tiene mirada feroz, sino un cansancio, una cortedad de ojos rubios.
Es un cerdo sinónimo del cerdo, es decir, su imitación; y, como todas
las imitaciones y las restauraciones, excede a la verdad originaria.
—Esto se acaba, porque llego a la plenitud de mi gordura.
¡Soy perfecto!
Era verdad. A la siguiente mañana lo degollaron.
Claro que el cerdo de América es cerdo hasta en la torcedura de su
rabo rudimentario; aunque lo apócrifo surja en su traza y en lo íntimo de sus sabores.
Este cerdo de la heredad de Sigüenza acaba de tenderse en la
SÁBADO DE LUNA
sombra del olivo; el oleaje de su vientre se le queda dormido y volca-
Día bueno; un día de felicidad para Sigüenza, sin que haya si-
do en la gleba, y le rebullen de moscas dos verrugas. Esas verrugas
do necesario el motivo que la origine. Felicidad que no le exalta ni le
son la ejecutoria de su pureza étnica. No hay sino mirarle las nalgas
mejora; felicidad clara, sin dejo, como el agua más pura que no tiene
rotundas y grises como de pórfido, pemiles vivos y ya 'curados; el
sabor. Leve en el día, sin soltarse de sí mismo. Ningún propósito le
rabo que brota de la hendedura es moño de vieja y pezón de calaba-
hace enfilar el corazón hacia un deseo del mundo.
za. Y arranca, en seguida, la comba del lomo, poderosa y tirante
capacidad que no se rompe y su perfección hace palidecer la piel
entre rodales de pelo rígido; y luego del arco robusto de la espalda, la
testa obtusa, rápida y fragosa; entre los andrajos de las orejas, la sen-
Tarde de sábado. El pueblo sale al sol en lanza de piedra dorada. Recibe una claridad tierna y madura; parece que se han juntado
la claridad de la mañana y la de la tarde, como dos mozas.
sación de una mirada de ojal oblicuo; la rodaja de caucho del hocico
Hoy la piedra de los montes es de cera y la va modelando Si-
con quijadas de fuelle, y, al abrirse, surgen dos colmillos nítidos,
güenza con los ojos. Los collados tienen una piel de albérchigo; las
resplandecientes, guardando la pasca tierna de la lengua color de
umbrías, un verde íntimo para corderos de San Juan Bautista niño.
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Sendas frescas como si principiasen a correr esta tarde. Sendas
Narrativa Española Siglo XX
como una hoguera; dentro de la calina, la roca tiene la vibración de
humildes hechas de pisadas ajenas, y siempre parece que se dejen
la llama. Pasa un cuervo. Debe de ser el mismo de todas las tardes.
abrir virginalmente por nuestros pies. Nuestros pies obedecen las
Enciende más el azul que van tocando sus alas, y pone su acento a la
viejas pisadas de otros hombres y afirman la senda para los que han
soledad del campo.
de venir. Seguimos y creamos. Y ofrecido su elogio, inspirado por la
felicidad de hoy, Sigüenza ve un resplandor azul de los riegos, y exclama: « ¡Ser como el agua de estos manantiales, agua estremecida
de todas las imágenes de su camino; la misma agua desde la sierra al
llano; el mismo cuerpo en cada gota y en las distancias, en su conjunto y multiplicadamente, sin perderse en su unidad! »
Las venas duras de San Antonio —del San Antonio de Flaubert— se le engordan y atirantan casi a punto de romperse por el
deseo de volar, nadar, bramar, mugir... Quiere tener alas, corteza,
concha, garfa, trompa; retorcerse, desmenuzarse, sentirse en todo, ser
todo; desarrollarse como las plantas, correr en el agua, exhalarse en
los sonidos y en los olores, resplandecer en la luz, encogerse bajo
todas las formas, descender hasta el fondo de la materia; ser la materia. Esta fue la postrera tentación de Antonio, la que sólo pudo resistir persignándose y rezando.
...He aquí que no hay vallado ni fita, y Sigüenza ha presentido
que traspone una linde. Se recoge el paisaje. Es más jugoso y parece
más antiguo. Antigüedad sin envejecer; antigüedad de atmósfera,
como un vidrio arcaico encima de una estampa de asunto geórgico.
Una casa pequeña, como un albergue de jornaleros; detrás, la
corraliza; delante, la parra sostenida por horcones; poyos de cal;
geranios, dalias, albahacas y rosales; un ciprés, y de la sombra se
levanta, para recibir a Sigüenza, un matrimonio viejo, entre un estrépito de gallinas. El marido le tiende su mano diciéndole su nombre y
el de su pueblo como para fijar su linaje: Gregorio de Benimantell.
Enjuto, afilado, grande y rápido. Es de otra comarca, cerrada y
abrupta.
Gregorio se revuelve y grita:
— ¡Paloma! ¡Paloma!
Pero Sigüenza no es Antonio. Pronuncia cada una de esas avideces, representándoselas y sintiéndolas con sus capacidades y limi-
Resuena un brinco en la frescura de un ribazo, y aparece una
taciones de hombre. Goce dolorido del propio contorno en la inmen-
cordera mordiendo un pámpano que le zuma por la boca. Blanca,
sidad. Y toma su sombrero y su cayada, y sale por un camino calci-
perfecta, graciosa; parece saberlo como una mujer. Sus pezuñas re
nado y cerril, rodeando unas lomas eriales. El monte se le presenta
lucientes son cuatro aisladores, cuatro taconcitos de charol. Gregorio
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le dice que se quede a su lado; y ella se arrodilla y se acuesta, y en-
Narrativa Española Siglo XX
quebrada de un torrente donde repica la sonaja de un viejo molino.
tonces se estremece toda, muy fina, comunicándose del tacto de la
En el otro borde se asoma la aldea de Chirles, de casas tostadas en
tierra.
coro de comadres. Se baja al hontanar por la cuesta, toda con techo
Desde el corral, un jumento pide que lo saquen de su clausura.
No es el rebuzno específico, clamoroso, que s e rompe en ángulos
agudos de garganta hasta agotar todo el fuella; sino un rebuzno concretamente pronunciado para decir lo que quiere: estar cerca del
amo, como la Paloma. Y cuando lo sueltan, todavía da un berrido,
un poco tartamudo, con hipo de regaño. Blanco, gordo, peludo; el
poco aire que viene de Bernia le va ondulando la felpa de la barriga.
Una moscarda de oro verde, moscarda de frutales, le hace temblar el
morro de goma sensitiva.
De noche, los dueños de la heredad se marchan al pueblo; y
allí, en el albergue, se queda el burro de ayo y mayordomo. Muy
cerca se le duerme la Paloma; entre las patas le rebullen primorosamente los conejos; en los travesaños de la cuadra se aponan las gallinas; en las hormillas de yeso descansan los palomos; por la pared
de ramas y peldaños de raíces de algarrobos. Una rama enorme
(cimal, le dicen aquí), un cimal se desgajó vivo del tronco; y agarró y
crió en el suelo; y se hizo árbol acostado. Todo es bueno y fértil en la
tierra de Gregorio. Le regala a Sigüenza las mejores frutas, colmándole un cuévano. Y como el forastero quiere pagar esa dulce abundancia, Gregorio de Benimantell sonríe tan pasmado que no puede
agraviarse; él vende sus cosechas de almendras, de algarrobas, de
aceite, de trigo; todo eso se lo llevan los trajinantes; todo eso es un
producto. Pero, sus cerezas, sus albaricoques, sus cidras, sus manzanas; la fruta, es casi obra de sus manos; es su complacencia, su vanagloria; su arte, y esto lo da, pero no lo vende.
La mujer llama a su averío para que ya se recoja; y acuden los
polluelos zancudos, como chicos que corren silbando, con las manos
en los bolsillos del pantalón.
rota pasan las estrellas; y a la madrugada, el gallo se le sube al lomo
El marido y su jornalero hablan de los planteles de alcachofas.
para cantar, y él dobla su pescuezo y le mira consintiéndole que se
Las matas son cardenchas retorcidas de vejez; en algunas queda una
ufane.
flor morada como una borla doctoral. Ya tienen quince o veinte
Ahora sabe que Gregorio habla de él; está callado, muy quie-
to, reflejándolo en la negra gelatina de sus ojos. Bien quisiera toparle
blandamente como hace la Paloma. Pero su amo se lleva a Sigüenza
para mostrarle la hacienda. Los bancales se precipitan gozosos por la
años; larga senectud. Pero el lunes las trasplantarán a un bancal recién cavado y mullido, para que vuelvan a retallecer, porque en los
alcaciles no es la planta lo que envejece, sino su tierra. Y Sigüenza se
llega a las bienaventuradas osamentas vegetales, y las contempla y las
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toca envidiándoles la resurrección de su carne.
— ¡Son como nosotros! —le dice la mujer de Gregorio llena
de fe.
Narrativa Española Siglo XX
un pecho donde salta el canto encendido como un corazón.
Los grillos que tiemblan en las parvas se oyen distantes y tímidos; parece que resuenen entre las pocas estrellas sumergidas en el
— ¡Que Dios la oiga!
Y Sigüenza se despide.
cielo de luna. Casi nada más se percibe cuando el ruiseñor calla para
sentir el silencio suyo que se queda estremecido.
Y, de repente, viene una voz desde el horizonte invisible de la
...Principia a subir la luna, marchita y antigua; cara de Nuestra
Marina. Toda la noche interior de este paisaje se ha quedado sin
Señora guardada mucho tiempo en la obscuridad de una capilla
respirar, atendiendo por saber de quién sería esa voz; una voz ancha,
románica. Cara de virgen y de luna egipcia que mira de perfil y lleva
como de vendaval que se sintiese muy claro, en un sitio de calma. Y
una corona pobre, empañada de aréola.
esa voz se comunicaba de la dulzura de los lugares que no eran su-
— ¡Tiene tana la luna! —gritan los rapaces que vuelven por las
aradas del olivar.
yos, resbalando en la faz de esta quietud cerrada por los montes. Ha
sido el acorde grave y humano de un órgano inmenso de catedral.
Habrá sonado en la sierra Bernia. Esta noche Bernia es un órgano de
Se ha quedado el azul del día en el cielo de la noche. Los
plata entrevisto por una vidriera infinita, translúcida de luna. Otra
campos aparecen recientes, entre penumbras de humos pálidos y
vez el hondo alarido. Descansa un instante; y vuelve a sonar en una
claridades de aceites, como una carne sudada. Siempre se quiere
despedida muy larga. Todo principia a sentir la evidencia del prodi-
mirar a lo lejos de la noche de luna. Allí, a lo último de Bernia, está
gio. Es la sirena de un barco. Estaba el aire dormido; todo parado, y
el mar; y en aquel silencio, que se siente venir por la ladera alumbra-
la sensibilidad de los ecos desnuda en un dulce ocio. Y en ese mo-
da, se acostará la luna encima de las aguas.
mento pasa un vapor frente a lo más hermoso de la costa; aparición
Todo vibra por un ruiseñor; él solo. Arde su buche golpeándo-
de Calpe y a su lado el Ifach, tallado de luna... El barco se ahogaba de
se y rompiéndose en la noche como dentro de un vaso pálido de oro.
belleza y ha tenido que gritar. Para que la gracia se cumpliese del
Debe oírsele desde las cumbres lejanas que se ven humedecidas de
todo, ha volado la brisa, llevándose las exclamaciones de la sirena, y
luz. Todo este paisaje, que va colonizando Sigüenza con su lírica de
entonces las arrebataron los montes entrándolas claramente en todos
forastero, todo está habitado, ahora, por el delirio del ruiseñor, y es
sus recintos.
13
Narrativa Española Siglo XX
Todo se quedó sobrecogido viendo pasar el fantasma del barco
viajero por en medio del valle, y al derretirse el último acorde encima
del ascua blanca de la luna, el barco se ha perdido para siempre dentro de la noche suya; y el paisaje y el mar han vuelto a desceñirse.
* * *
...Al otro día, Sigüenza y Gregorio se han marchado juntos,
muy temprano, para soltar a la Paloma por los bancales pacederos.
La cordera no podía levantarse de la rinconada de la corraliza. La
cogieron de la lana de los ijares, y ella plañía.
Tiene el cuello rajado a dentelladas; y los finos vellones se le
acortezan de sangre dura y de babas gordas como si le hubiese
hollado la piel un caracol monstruoso.
Gregorio da un grito de perdición y se abalanza contra el burro. La bestia le aguarda inmóvil y triste; y con los ojos mojados de
arrepentimiento ha ido confesándolo todo:
« ¡He sido yo; se lo hice yo, anoche! Fue sin querer, amo mío.
Entró la luna, y nos pusimos a jugar la Paloma y yo. Yo estaba tan
contento que retozaba creyéndome un cordero novio. Mis quijadas
se hundían en su cuello tierno como una hierba. La Paloma se quejaba y yo venga de morderle y de pasarle mi lengua caliente como una
mano. ¡Mis orejas parecían dos ramas de ciruelo en flor! ¡Yo no me
acordaba de lo que era porque yo estaba, amo mío, yo estaba también muy jovencito y guapo de luna!»
14
Narrativa Española Siglo XX
remozamiento de la novela picaresca combinada con el aguafuerte
goyesco. Durante los años 40 la moda fue hablar de "el tremendismo"; no hubo escritor de la época que no contribuyera con una o
PRESENTACIÓN DEL TREMENDISMO
más novelas al recién creado estilo por Cela. Así pues, podemos dividir la novela social española en dos generaciones prácticamente
paralelas: la primera sería identificada en sus inicios como la genera-
Una vez pasados los años de la guerra y en pleno franquismo,
ción de los tremendistas y la segunda estaría formada por lo llamada
surge la llamada Novela Social Española, que es un grupo de nove-
generación de medio siglo, que a su vez, por ligeras diferencias en el
lista jóvenes que entre los años cuarenta, cincuenta y parte de los
quehacer literario ha sido dividida para su estudio entre realismo
sesenta (19421968) escribieron novelas con una clara tendencia de
social y neorrealismo.
denuncia social. Estos jóvenes escritores conocieron la guerra casi de
oídas ya que eran niños cuando los hechos de armas. Estos novelistas estuvieron presididos por unos cuantos autores mayores a ellos y
que en parte fueron sus maestros: Camilo José Cela, Carmen Laforet
y Rosa Chacel.
Unos años después de la guerra, en 1942, apareció La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela y en 1944 Nada de Car-
AUTORES
Camilo José Cela (1916-2002)
Carmen Laforet (1921-2004)
Ana María Matute (1925)
Ramón J. Sender (1901-1982)
men Laforet. Las dos obras, por razones diversas, dieron qué hablar
y sirvieron de estímulo para los jóvenes que aproximadamente serían
llamados de la Generación de Medio Siglo. La familia de Pascual
Duarte inauguró el llamado tremendismo, o sea un realismo que
acentuaba las tintas negras, la violencia y el crimen; episodios crudos
y repulsivos, zonas sombrías de la existencia. Esto, en cuanto al material novelesco, respecto al lenguaje, desgarro, crudeza, y en alguna
ocasión, una cierta complacencia en lo soez. Vino a ser como un
15
Narrativa Española Siglo XX
vamos a tener la fiesta en paz.
Pues nada, como si nada. Ayer mismo, ya va la segunda vez
que me esperaba, y le digo: mira, que me estás colmando la pacien-
ANA MARÍA MATUTE. NOTICIA DEL JOVEN K
cia, a mí no te me arrimes, ni la vista me tienes que poner encima,
¿me oyes?, ni la vista. Conque arrea andando y calladito, y ni mi-
¿Por qué te has ensañado?
¿y por qué ha decaído tu semblante?
Génesis
1
rarme. Y él va y me dice: es que quiero ser amigo tuyo. Pues sí, le
contesto, vas a ver la cara que te pongo, arrea para alante, desgraciao.
Y se fue.
Pero ahora, otra vez lo estoy viendo, otra vez está ahí en el
abedul; lo veo desde la ventana, me retraso a posta, recogiendo mis
Le he dicho varias veces: mira, no te pongas en mi camino,
mejor será, no te me pongas delante, ya sabes cómo soy y mis cosas,
papelotes, voy a darle tiempo a que se largue. Y como cuando yo
salga esté ahí, lo voy a dejar nuevo.
no te me enredes entre los pies, no me colmes la paciencia. Y él,
sonriendo, abusando de que es un tarado, aunque yo ya le vengo
avisando: mira que a mí tanto se me da que seas así o de otra forma,
que tengas esta falta o la otra, tú no te me ponas por delante porque
contigo no voy a hacer distingos, vas a ser como todos. Así que, date
cuenta cómo me tratan aquí todos. Conque, lo dicho, no te me pongas en el camino.
2
—Ya se lo dije que no me esperase, así que le ha pasado lo que
le tenía que pasar.
—Pero so bestia, ¿qué te ha hecho el pobrecillo?
Al principio sí, me hizo caso, parecía. Ni se notaba que íba-
—Que le dije que ni me mirara, como a todos, que ya todos lo
mos a la misma clase, al mismo curso, bien que se cuidaba de apar-
saben que yo he de estar solo, no quiero hablar con ninguno; porque
tarse. Hasta el día que empezó a esperarme al lado del abedul, y yo
a mí este curso no me corresponde, que no soy de su edad, y si he
le dije: so alelao, ¿qué estás ahí esperando?, y él: porque llevamos el
tenido que repetirlo dos años, yo bien que se lo dije a usted antes: si
mismo camino, y si quieres te llevo los libros. Le dije: aparta, aparta,
he de repetir curso, ni amigos quiero. Y usted no me hizo caso, ¿ver16
dad? Pues bueno, ¿acaso no se lo dije? Bien que se lo advertí: don
Narrativa Española Siglo XX
pulsa. . Oiga, don Ángel, usted es mi único amigo. ya lo sabe, pero
Ángel, le dije, no me ponga usted en ese brete.
si me hace repetir el curso, le daré un disgusto gordo.
—Si hablaras con más seso, no te pasaría lo que te pasa, bruto,
más que bruto. Si has repetido es por mal estudiante que eres, y si tus
— ¿Te atreves a amenazar a tu maestro, al único que te quiere
bien...? Ingrato, no sé de qué ralea serás tú...
compañeros no te corresponden en edad, esfuérzate en ganar puestos
a pulso, como todos. Y no me desvíes la conversación y dime, ¿qué
te ha hecho el pobre?, ¿acaso te molesta porque es el más joven, el
más inteligente, el más bueno...? pues por lo menos piensa en que te
—De la ralea de mi madre... ya sabe usted lo que fue mi madre.
— ¡Calla, desgraciado, calla!
quiere ayudar.
—A mí no me ayuda ese tarado, que es un tarado, que no es
3
más listo que yo, ni que nadie, que lo que ocurre es que su padre es
quien es, y usted lo sabe...
Ha vuelto el cretino, y le he puesto un ojo que cualquier cosa
parece menos un ojo. ¿Qué le habrá dicho su mamá?, ¿le habrá arro-
— ¡Si no callas esa bocaza te expulso!, ¿me oyes? ¡Te expulso!
Y ya sabes lo que dice tu abuelo, que si te expulso te mata o te envía
a arar al campo. Se acabaron las contemplaciones. Di que tengo esta
debilidad por ti, en recuerdo a tu pobre madre..., pero no me obli-
pado su mamá? ¿Y su papaíto? Hoy voy a hacerles reventar de risa a
todos, hoy la voy a armar en clase, y como el cretino se atreva a esperarme otra vez (ojalá se atreva) cómo le voy a poner el que le queda
sano. Ojalá se atreva.
gues a hacer lo que no quiero. ¿Sabes lo que dicen los otros? Dicen
que te tengo más consideraciones, que si porque eres nieto de don
Jeo, que si esto o lo otro...
4
— ¿Y qué? ¿Don Jeo es bueno para mí, acaso? Me tiene asco,
No puedo estudiar, no puedo, me pongo delante del libro, pero
porque mi madre me trajo soltera al mundo... ¿me ha visto como
las letras saltan, escapan, estoy como ciego, me acuerdo de la escope-
tengo la espalda, llena de vergajazos? Eso hace don Jeo conmigo. Y
ta grande del abuelo, de las ardillas, que andarán por ahí, tan pim-
es verdad, ya lo sé que me enviará al campo, a arar, si usted me ex-
pantes, y aquí yo, y el viejo Timoteo dice que tiene munición para
17
Narrativa Española Siglo XX
todo el invierno, le voy a pedir a cambio de tabaco, él siempre anda
escaso, no puedo estudiar, ¿qué me importan a mí estas cosas...? No
—Señor, don Ángel, ¿qué le ha pasado al Mulo? ¿No viene este año a
la Escuela?
soy idiota, cuando don Ángel lo explica lo entiendo, sólo que después, a solas, así, con el libro delante, ya sólo puedo pensar en lo
— ¡Que no oiga esa palabra! No se llama Mulo, tiene un
nombre de Dios, como todos nosotros... No, no vendrá este curso.
mío, lo mío. Estoy en el último banco, veo las nucas de todos, son
— ¿Ya no va a estudiar más...?
unos niños, pero yo no soy un niño, yo soy un hombre. Y si no soy
un hombre, mejor, soy otra cosa distinta a todo el mundo, a mí nadie
se me ponga delante, le hundo el cráneo, tengo los puños más gran-
—No, su abuelo tiene tierras, se va a dedicar a la agricultura.
No se hable más de él. Me apena mucho, no se hable más de él.
des de toda la Escuela, sexto inclusive; ésos de sexto y quinto me
miran como con burla, creen que soy un atrasado, y no lo soy. Pero
bien se cuidan de apartarse de mi camino, pocas bromas conmigo,
7
pocas. Y el chalao ese gili, que se guarde de mí, el hijo de papá, sólo
porque su padre es esto y lo otro, adelantando puestos, que ni este
curso le corresponde, tendría que estar con los de segundo, maldito
—Yo no sirvo para el campo, don Ángel, ¿sabe usted? No sirvo.
— ¿Y yo qué te voy a decir? ¿Qué quieres que te haga, hijo
sea. Pero ganas le han quedado de esperarme otro día, ganas, lo que
mío? No sé para qué me esperas a la salida, hijo, menudo susto me
es eso...
has dado, ahora que oscurece tan pronto, de verdad, me has asustado.
5
—Mira que se acercan los exámenes, y que si esta vez no pasas
te expulso, tal como lo oyes. Este año ya ni te queda el recurso de
repetir. Te expulso, aunque tu abuelo te mande a arar.
6
—Yo no sirvo para el campo, don Ángel, dígaselo al abuelo,
que no me pegue más con el vergajo, mire cómo me ha puesto.
—Criatura, criatura..., ¿qué se puede hacer contigo?
8
18
Yo no sirvo para esto, se me da una higa la cosecha, la siem-
Narrativa Española Siglo XX
ahí, nadie se cruce conmigo. Bien claro lo tengo dicho, ni tan siquie-
bra, todo este ajetreo. Lo que a mí me llama es el bosque, la caza, el
ra el viejo Timoteo se mete cuando yo estoy. Él lo sabía, pero tuvo
andar solo, bien solo, sin que nadie me eche la vista encima, por ahí.
que venir.
—Si lo único que quería era hablar contigo.
9
Ayer le vi, al gili ese, venia de la Escuela, este curso ya terminan los de mi promoción. A ése su papaíto le va a mandar a la ciudad, va a ir a la Universidad, dicen por ahí. Pero no ha crecido ese
tarado, ya no lleva gafas, si será presumido. Qué cosas.
—Pues peor.
—Y ahora... ¿qué puedo yo hacer en tu favor? ¿Qué, pobre de
mí? Ni tu abuelo quiere saber de ti, ni oír tu nombre.
—Así es, ya hace tiempo que no quiere ni verme, así es mejor.
— ¿Y ese pobre muchacho... hablasteis, por lo menos? El iba a
buscarte con muy buena intención... precisamente, fue a consultarme
10
— ¿Pero es que de verdad estás mal de la cabeza, hijo mío?
antes, me dijo: don Ángel, usted que es el único que tiene ascendencia sobre él, dígale que voy a hablarle, que he de decirle algo...
¿Por qué le diste esa paliza tan horrorosa al pobre muchacho? Ahora,
— ¡Pero si ya lo sabía yo hace mucho tiempo, lo que me quer-
ya lo ves, ya no es cosa de echarte o no echarte de la Escuela, ese
ía ése decir! Pues, para chasco, si ya lo sé yo, que para eso me espe-
tiempo ya pasó, ahora te ves así: detenido, procesado... pero ¿tú estás
raba en el abedul......
mal de aquí?, ¿qué te hizo el pobre?
—Pues si ya lo sabes, que tenéis un mismo padre, que sois
—Que ya se lo tenía advertido, hace mucho tiempo, ya le dije:
hermanos, ¿por qué ese encono? El sólo iba a decirte que todo lo
no te me pongas por delante. Pues bueno, no se le ocurre mejor cosa
suyo es tuyo, que algún día querrá partirlo todo contigo, porque su
que meterse con su escopetita en mi camino.
corazón y su conciencia se lo mandan... que te quiere como herma-
—Pero no era terreno privado, ni te hacía daño...
—Todo el bosque es mío, todos lo saben, cuando yo ando por
no que eres..., ¿eso es malo, acaso?
—Eso es peor. Peor. Ya recibió lo suyo, y usted, váyase, déje19
Narrativa Española Siglo XX
me, no se ocupe de mí. No me va a pasar nada malo, total, juicio de
se ha muerto?
faltas, ¿no le llaman así? Multa, cárcel o lo que sea, bueno, ¿y el gus-
—Ya lo sabes de sobra, desgraciado...
tazo de haberle puesto como un Cristo?
—No fui yo. Ya me juzgaron, ya me soltaron..., ¿no se repuso,
acaso? Sí que se repuso, usted mismo lo dijo: que ya se había repues11
¿Qué hay en el aire? Siento un olor extraño, algo ventea que
to. Y yo cumplí la sentencia. ¡Pues ahora, déjenme en paz, déjenme
todos en paz!
me duele, hay un dolor grande, alguna campana está tañendo en
—Pero como se ha muerto...
algún lado, aunque no llegue hasta aquí. No sé qué ocurre, los árboles están oscuros, parece que hayan huido todos los pájaros, siento
que la niebla va a levantarse, a crecer, desde lo hondo del río. No sé
—Que no, que estaba vivo, que todos lo decían, que estaba vivo.
qué pasa con mi libertad, soy libre, ya no me liga nada al abuelo, ya
—Ande, ve, huye, escóndete... qué sé yo, ni sé por qué aún me
me soltaron de la cárcel, no tengo ninguna obligación, he dormido
apenas... no sé qué decirte, pero yo conozco a los hombres, sé lo que
casi dos días, con mi escopeta al lado; y tengo munición, y ha llega-
ha jurado su padre: que te matará. Va a remover el mundo, con tal de
do el otoño, que es la mejor época. No sé qué ocurre, algo trepa,
castigarte, porque, dice que has sido tú, sólo tú, el criminal. Así que,
como humo. Ya lo veo: allá abajo, aún es sólo un punto en el sende-
mira, te he traído algo de comida, este poco dinero... Anda, huye,
ro, luego crecerá, es un hombre. Le reconozco, sube despacio, es
escapa, hijo mío. No sé ni por qué hago esto...
viejo, es mi viejo maestro, aún tengo tiempo de esconderme, porque
ya nadie me oirá hablar, bien lo proclamé, pero ¿por qué salgo de los
— ¿Pero de qué se murió, de qué?
árboles, a su encuentro?
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12
Ahora se marcha, pronto volverá a ser un puntito, lejos, lejos,
la hierba se ha vuelto gris, el cielo corre detrás de las ramas, voy a
—Es que no lo entiendo, repítamelo, no lo entiendo, ¿de qué
esconderme. Pero yo no hice nada malo. ¿Por qué me abandona don
20
Narrativa Española Siglo XX
Ángel, por qué se va, por qué va a volverse un punto, un punto sólo
otra vez, hasta desaparecer...? Voy corriendo, aún le alcanzo, si quiero le alcanzo.
14
— ¿Pero qué haces, por qué vuelves, por qué no te escapas... o
te escondes...? ¿No te he dicho que te vayas, a tiempo?
—No. No me deje, tengo miedo, ya no puedo huir, dése cuenta: estoy solo.
PRESENTACIÓN DE LA NOVELA
SOCIAL ESPAÑOLA
La generación de medio siglo está formada por escritores
que por la década de los años cincuenta publicaron sus primeras
novelas. Sus fechas de nacimiento pueden situarse entre 1924 y
1935, su maduración se ha acelerado como consecuencia de la
dura experiencia infantil. Esta nueva generación trajo consigo un
sustantivo enriquecimiento de los rumbos novelescos de España en
relación con la narrativa de los dos lustros anteriores. Los novelistas de la década anterior marcan el inicio del cambio, pero también es obvio que a lo largo de los cincuenta, se producen hechos
significativos que permiten fijar en esta mitad de siglo una frontera que responde a una nueva situación: predominio de una literatura realista, de corte objetivista, atenta a los condicionamientos
sociohistóricos del individuo que se prolonga hasta la década del
60. Estos escritores comparten unos comunes supuestos ideológicos y participan de preocupaciones temáticas y formales semejantes, Su propósito es ofrecer el testimonio de un estado social desde
una conciencia ética y cívica. El estilo se caracteriza por una deliberada pobreza léxica y una tendencia populista a recoger los as21
pectos más superficiales de los registros lingüísticos populares o
Narrativa Española Siglo XX
poco a España a la órbita internacional después de su aislamiento
coloquiales, del estilo. El relato suele ser objetivista, con influencia
inicial; la evolución económica lograda lleva un mejor nivel de
de las técnicas cinematográficas, sobre todo del neorrealismo ita-
vida a todas las clases sociales; la entrada de un multitudinario
liano. El espacio y el tiempo suelen concentrarse en un lugar y en
turismo extranjero; así como la tolerancia de permitir la entrada y
una pequeña duración externa para conseguir una historia no sin-
salida a opositores, desarma en muchos aspectos a sus detractores,
gular sino modélica. Modélico es el personaje, concebido desde
estos jóvenes novelistas.
supuestos muy maniqueos, poco analizados en su dimensión psicológica y con una fuerte tendencia a sustituir el protagonista individual por otro colectivo.
En cuanto a las influencias recibidas, han sido señaladas
diversas fuentes: el ya mencionado neorrealismo, en particular en
su versión cinematográfica italiana; también leyeron a algunos
Una fecha muy significativa para esta generación, quizá la
escritores norteamericanos (Hemingway, Faulkner); su conoci-
de su arranque es 1954, ya que coincide la edición de cuatro nove-
miento aunque irregular del nouveau roman francés se dejó sentir
las que prueban esta nueva directriz: El fulgor y la sangre de Igna-
en algunos, así como del naciente "Boom" latinoamericano y, fi-
cio Aldecoa, Los bravos, de Jesús Fernández Santos, Juegos de
nalmente, recibieron también la influencia de algunos autores es-
manos de Juan Goytisolo y Pequeño teatro de Ana Ma. Matute.
pañoles como Machado, Baroja y Galdós. Las teorías marxista de
En 1956 con la aparición de El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio
la literatura, en particular el realismo crítico y el realismo socialis-
se puede decir que esta generación está consolidada. Esta renova-
ta expuestos por Georg Lukács los influyó de forma directa o indi-
ción resulta inseparable de determinadas circunstancias históricas
recta. Dentro de la propia generación del medio siglo es posible
que la favorecen o la condicionan y que tiene dos aspectos funda-
distinguir una tendencia neorrealista y otra social.
mentales: la pertenencia de casi todos ellos a la izquierda y su ulterior transformación estética hacia la novela experimental. A ello
hay que agregar su también posterior desilusión ideológica de izquierda y el triunfo económico del franquismo y su amenazante
AUTORES:
Miguel Delibes (1920-2010)
prolongación que les parecía interminable, eterna. Por ejemplo,
descubre, esta generación, que Franco logra incorporar poco a
Carmen Martín Gaite (1925-2000)
22
Narrativa Española Siglo XX
Ignacio Aldecoa (1925-1969)
Jesús Fernández Santos (1926-1988)
Rafael Sánchez Ferlosio (1927)
IGNACIO ALDECOA. LA TIERRA DE NADIE
Daniel Sueiro (1931-1986)
Un viento cabestrero empujaba la mies, derrotaba en la polvada del camino, levantando tolvaneras, y conducía al hedor dulcecillo de la tenería hasta el portal de la ciudad. Por el camino del
aeródromo viejo nadie paseaba antes del atardecer y ya era noche
cerrada cuando, como huyendo, regresaban a la ciudad parejas que
habían encontrado en los ribazos, junto a las matas de aranes y a
las zarzamoras, cobijo a su destierro veraniego del parque y de los
paseos urbanos.
El camino terminaba en el aeródromo, ramificándose en
sendas que sorteaban los juncales y que, más allá, en las lomas,
garabateaban las laderas, arrugándolas. En el aeródromo permanecía, sobre los años y las inundaciones del río cercano, un pequeño hangar de techo de uralita y paredes de ladrillo, con la puerta
desgoznada y batiente, que era el punto de referencia, la aventura y
la sombra en los paseos dominicales de los niños del Hospicio. Los
pastores de la merindad y los gitanos transhumantes lo tomaban
de refugio; los regimientos de la guarnición, en sus ejercicios o
maniobras por los alrededores, lo usufructuaban como letrina para
oficiales.
23
La única tierra calveriza del gran valle era el aeródromo vie-
Narrativa Española Siglo XX
ya no recordaba la lasitud final en el regazo de la senda. No era su
jo. El nuevo se había hecho sacrificando tierras de labor. La única
tierra. Le abochornaba el viento y el sudor le picaba en los párpa-
zona parda, malyerbada, sin cerco de chopos, aparamada y hostil
dos. El cielo tenía su límite en el verde hermético de las montañas;
era la del aeródromo viejo y sus lomas. Los rebaños cruzaban el
el valle era una clausura, una tristeza, un cuartel, una estación de
campo buscando las lomas y dejaban sus huellas por los senderos:
ferrocarril. El soldado miró indiferentemente el paisaje, con la
sirle y vedijuelas, y la tierra pezuñada en corto. Los pastores, los
ciudad al fondo: lucían las cristaleras de las grandes galerías y las
gitanos, los soldados dejaban también sus huellas.
pizarras de las torres brillaban corvinas.
El cielo azul alejaba las montañas. El viento traía, posaba,
llevaba el aroma de la tierra caliente. Y el soldado estaba allí,
echado de pecho, contemplando la sombra que hacía su cabeza y
el ir y venir de las hormigas, hasta que la voz del sargento le hizo
incorporarse y correr, levantando el vuelo de buscapiés de los saltamontes. La mirada en tierra iba asumiendo cardos amarillentos,
piedras melladas, y avanzó un poco más que sus compañeros hasta
el sendero pálido, donde las manos acariciaban el polvo y eran
acariciadas, y se sentía a través del mono, en todo el cuerpo, un
suave, carnal y relajador contacto. Entornó los párpados e inspiró
con fuerza, y la aromosa paz de su tierra acudió mansamente, invadiéndole. El corazón le llevó quilómetros al sur.
—Vamos, chacho —dijo un compañero empujándole suavemente.
La sección bajó en buen orden al aeródromo y evolucionó
hasta unirse a la compañía. Las voces de mando le mantuvieron
atento y vacío. Al romper filas, se dejó caer sobre las piernas y
quedó sentado, con el fusil cruzándole el vientre. Los soldados se
alejaron hacia las zarzamoras y las matas de aranes de los términos del aeródromo. En torno al comandante del batallón formaban
grupo los capitanes. A los pasos de respeto, los tenientes y los alféreces se ofrecían cigarrillos, hablaban de mujeres, contaban chistes.
Los suboficiales, lentos, recelosos, cazurreando la charla, se explicaban a medias problemas familiares, sumaban trienios y a veces
Corrió hasta remontar la loma y, jadeante, formó en el pe-
se regocijaban con el punto pícaro de la escala de complemento,
lotón, esperando en posición de firme la novedad del sargento al
camarada de galón. El soldado, sentado sobre las piernas, rastrilla-
alférez. La mano que sostenía el fusil exploraba inútilmente en el
ba con un junco las cagarrutas ovejunas de sus cercanías; estaba
barrillo de polvo y sudor, pero no encontró la caricia y perdió de
profundamente ensimismado, sordo, lejano y solemne. Volvió del
repente el eco de la nostalgia encarnada en el sendero. Su cuerpo
éxtasis al trote de los caballos.
24
Los grupos se abrieron y el coronel del regimiento, con su
capitán ayudante y un soldado de rostro vivaz, desmontaron. Tras
de los saludos reglamentarios retornaron las Conversaciones. Había en todos cierto envaramiento y tenían la atención repartida entre las palabras y los ademanes del coronel y lo que escuchaban y
veían en sus grupos. El coronel y el comandante se apartaron de
los capitanes en un breve mutis. El coronel, al darse la vuelta, se
enfrentó con un silencio expectante, dudó un momento y prolongó
la pizca de arenga que había en su invitación encendiendo un cigarrillo emboquillado sostenido entre los incisivos.
—En la fiesta del día once deseo que estén todos ustedes —
dijo —. Es una reunión de carácter familiar, de la gran familia
Narrativa Española Siglo XX
En los rostros de los capitanes las sonrisas ponían el punto
final de la disertación del coronel.
El coronel se esparrancó y, golpeándose con la fusta el rugoso becerro de la bota de montar, interrogó al comandante:
— ¿Qué han hecho ustedes hoy?
—Ejercicios por compañías. Nos ha sorprendido, mi coronel, en el alto.
— ¿Se han traído vino?
—No, mi coronel; pero en dos minutos está aquí.
—Que esté fresco.
militar que todos nosotros formamos. No quiero que esto salga de
los marcos que le son propios y, por tanto, la fiesta se hará en el
pabellón residencia de oficiales. Los suboficiales tendrán su zafarrancho —sonrió y dio una larga chupada al cigarrillo— en su
imperio. El día, hasta las siete, será rigurosamente fiel a la orden; a
partir de las siete vendrá lo bueno. Comuníquelo a sus compañías
respectivas.
—Mi coronel, ¿y los soldados? — preguntó el comandante.
—Los soldados tendrán rancho de noche extraordinario una
hora antes, y se tocará silencio una hora después. Algo hay que
saltarse a la torera.
El comandante se separó del coronel. Las miradas de los capitanes le siguieron; las miradas de los oficiales y suboficiales convergieron sobre él. El comandante iba a dar una orden cuando
reparó en el soldado que de pie, casi apoyado en el fusil, movía
una mano meciendo algo que de vez en vez acercaba a la nariz.
—Tú, muchacho — dijo el comandante.
El soldado guardó con apresuramiento lo que mecía en la
mano en uno de los bolsillos de su mono e inició una carrerilla
hasta el comandante.
—A sus órdenes, mi comandante — se cuadró y saludó.
25
Narrativa Española Siglo XX
—Vas a dejar el fusil a un compañero y te vas a dar una ca-
—Alguno hay.
rrera en pelo hasta la tasca de Isusi. Tres minutos, ¿lo comprendes?
Bueno, te traes —se llevó la mano hasta el bolsillo de la camisa y
sacó la cartera— dos botellas de tinto como el hielo.
—Sí, mi comandante.
—A la tasca de Isusi, en el pueblo. Tres minutos. Si no, te
—Quizá. Los de aquí todos son coroneles. Donde no anda
el palo, malo.
El coronel desperezaba su magro físico. Galgo corredor. Por
el descote de la camisa asomaban las canas sortijas del vello. Recordó trotes:
vuela el tupé.
El soldado extendió la mano para recibir el dinero.
—Vivo — dijo el comandante.
—A sus órdenes, mi comandante. Es un gran honor para mí.
— ¿Qué?
—Yo tuve un asistente en Rusia —dijo lentamente— que me
llevaba todo lo que pescaba: el coñac del coronel —yo acababa de
ascender a comandante—, la mantequilla de los oficiales, ¡qué sé
yo!, y de vez en vez una pañenka vieja o joven, a él no le importaba, siempre con olor a patatas cocidas. Se lo cargaron —terminó—
en Podowereja. Era un buen muchacho...
El coronel y el comandante hicieron un silencio rememora-
—A sus órdenes, mi comandante. Es un gran honor para mí
—repitió el soldado.
tivo.
—Parece que fue ayer —dijo con melancolía el coronel—.
¿No le asombra a usted lo pronto que pasa el tiempo? De mi pro-
El soldado echó a correr y se le cayó el gorrillo cuartelero,
volvió a recogerlo y se lo guardó en un bolsillo. El pelo negro, gra-
moción quedamos pocos... —y añadió, pensando en las escalillas y
sonriendo con malicia—, aunque debiéramos quedar menos.
so y rizo rebrilló un instante. El comandante volvió sobre el coroEl coronel y el comandante se unieron al grupo de capita-
nel.
nes.
—En seguida, mi coronel.
—En cuanto nos tomemos un trago, para casa —dijo el co—Un muchacho que parece educado —dijo el coronel.
ronel—. Hay que pensar bien la fiesta y formar un comité, aunque
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esto suene a rojo, con los capitanes más antiguos. Nada de puñe-
Narrativa Española Siglo XX
ustedes un trago? —extendió la botella a los capitanes—. En cual-
terías —dijo como para sí.
quier parte dan mejor vino que en el bar del pabellón; hay que
—Ahí viene —señaló uno de los capitanes.
El soldado corría con las botellas apretadas contra el pecho.
No evitaba los juncales: los saltaba o los atravesaba, y a escasa
distancia del grupo aumentó la velocidad de su carrera en un triunfante sprint. Sus jóvenes músculos le obedecieron en el parón y
quedó firme, sudoroso y a medio resuello delante del comandante.
—A sus órdenes, mi comandante. Aquí están las botellas.
—¿Qué te han costado?
—Catorce pesetas. Usted me dio quince, y si devuelvo los
cascos, dan dos reales por cada uno.
— ¿No has traído vasos?
—Había que dejar fianza —dijo como midiendo las palabras.
arreglar eso.
El soldado les contemplaba. Los capitanes hicieron la ronda,
y cuando el último terminó, el coronel se dirigió a todos y, saludando cansadamente, dijo:
—Hasta luego, señores.
—A sus órdenes, mi coronel —respondió el comandante, y
todos los capitanes se cuadraron.
El coronel, ya en su caballo, saludó a los tenientes y a los
suboficiales.
—Vamos, Olcoz —dijo a su capitán ayudante.
Volvieron grupas y partieron al trote. El coronel inició el galope y su caballo embocó el camino del aeródromo, levantando
una polvareda, que se fue dispersando con la lentitud modorrosa
de un rebaño.
—Bueno, bueno —dijo el coronel al comandante—, traiga
usted para acá ese vino.
El comandante pasó una de las botellas al coronel, que bebió
al pulso sin que tocara sus labios. El comandante le imitó.
—Está muy fresco —afirmó el coronel—. ¿Quiere alguno de
—Vayan formando —ordenó el comandante.
—Mi comandante —dijo el soldado—, si han terminado
puedo ir a devolver las botellas. Sobra una peseta —y extendió la
mano.
El comandante recogió la peseta.
27
—Quédate con lo que te devuelvan por los cascos.
—Sí, mi comandante.
—En el cuartel te presentas a mí.
—A sus órdenes, mi comandante.
—En cuanto lleguemos, no quiero que se me pase, ¿lo comprendes?
—Sí, mi comandante.
—Pues andando.
La polvareda de los caballos era un borroncillo en la claridad del camino del aeródromo. La mano del comandante arrancó
un junco, que se quebró en el azote rápido del aire y caminó hacia
el hangar, arrimándose a una de las paredes.
El batallón volvía por el camino del aeródromo. Los oficiales de las últimas compañías iban por los ribazos para evitarse la
polvareda. Eran inútiles las órdenes.
—No arrastren los pies.
El soldado caminaba entre los suyos.
—Me ha dicho que me presente nada más llegar.
—Estás listo. Algo te cae...
Narrativa Española Siglo XX
El tiempo de las zarzamoras se acercaba, pero no había zarzamoras. Todavía rojeando las habían vendimiado los soldados.
—El arán quita la sed por el amargor.
Los aranes verdinegros, frotados contra los monos para quitarles el polvo, brillaban recién lustrados. Se los llevaban a la boca
y los mascaban y luego los escupían.
—No se salgan de las filas —cantaban los sargentos aburridamente.
El portafusiles mugreaba los monos de polvo y sudor por los
hombros.
— ¿Para qué será? —preguntó el soldado a uno de sus compañeros.
—Te hace cabo.
—No.
—Te llevas la plaza, chacho.
La columna entró por el portal de la ciudad cantando y
marcando el paso. Los oficiales formaron a la cabeza de sus compañías y secciones.
En la barra del pabellón residencia de oficiales el comandante merendaba de cocina por lo barato: el huevo frito, la pimentada
28
Narrativa Española Siglo XX
del tiempo y la chopera de tinto riojano, denso, garrero y sarroso.
—He aprendido aquí.
El aceite le dibujaba un sutás brillador de las comisuras de los la-
—¿Y en tu pueblo?
bios a la barbilla. El ordenanza le interrumpió la untada.
—Era pastor o bracero, según...
—Mi comandante, uno de la tercera compañía que dice que
— ¿De dónde eres?
usted le ha dicho que se presente.
—De Aldeavieja de la Jara, provincia de Toledo, para el lin-
—Que pase.
—A sus órdenes, mi comandante.
de de Cáceres; los de allí somos muy castellanos.
—Bien, bien... Pastor o bracero... Bien...
Pasó el soldado estrujando el gorrillo en la mano derecha y
Al soldado se le alegraron los ojos.
moviéndose tímida y mecánicamente.
—Aquella tierra es como el campo y los visos, donde hace-
—A sus órdenes, mi comandante. Se presenta el soldado...
El comandante volvió la cabeza. Se enjugó con una servilleta de papel los churretes de merendolín. Bucheó la chopera.
— ¿Tienes buena letra?
—No, señor.
— ¿Ni pasable?
—No, señor.
—Vaya...
La pausa del comandante inquietó al soldado, que se apresuró a disculparse:
mos instrucción, pero sin las junqueras y con más matas y con más
olor.
—Bien... Puedes retirarte.
— ¿Manda alguna cosa más mi comandante?
—Puedes retirarte.
El comandante le vio sortear las mesas y esquivar a un grupo de oficiales que entraban en el bar. Se volvió al mostrador.
—Dame otra chopera.
Cuando el comandante cruzó el patio de armas las sombras
de la tardecida eran cruda lividez en los pabellones de poniente.
29
Narrativa Española Siglo XX
Un soldado, las espaldas apoyadas en el tronco de un arbolillo
injuriado, miraba al cielo. A veces se llevaba el cuenco de la mano
hasta el rostro y entornaba los párpados.
DANIEL SUEIRO. ESTOS SON TUS
HERMANOS
A MODO DE AUTOBIOGRAFÍA, Y TAMBIÉN DE
AUTOCRÍTICA
Esta novela fue escrita hace algún tiempo, algo más de veinte años, cuando yo tenía otros tantos, largos, así como la vengativa
costumbre de ponerme todas las noches ante la máquina de escribir con el ceño fruncido y los dientes apretados. Se publicó por
primera vez en México en 1965 (Ediciones Era), y en 1977 en España, también por vez primera (Zero), en circuitos de distribución
muy reducidos; o sea que esta tercera edición de Argos Vergara es,
en cierto modo, la primera, para el lector español en general. Y no
creo que sea lo peor que una novela como ésta se publique o vuelva a publicarse ahora en España; lo malo es que algunas de las
circunstancias por las que fue escrita in illo tempore —para ser
prohibida—, parece que cobran presencia de nuevo entre nosotros;
con lo cual no habríamos adelantado nada, ni unos ni otros: ni los
escritores ni los censores. Bueno, salvo la convicción de que hay
que seguir en la guerra, para ganarla.
A mis editores de este momento, lo último que me atrevería
30
a recomendarles a la hora de presentar Estos son tus hermanos, es
Narrativa Española Siglo XX
hubo gente que lamentó con regocijo, con la boquita pequeña y
que la definieran como una ―novela prohibida en España‖. Ni la
malvada, que los cajones de las mesas de los escritores españoles
novela fue escrita para ser prohibida ni, por mi parte, se hizo ni
no rebosaran de manuscritos geniales, de obras maestras que vinie-
quiso hacerse nunca de tal prohibición dudosa causa de prestigio o
ran a demostrar de la noche a la mañana que el florecimiento cul-
valor añadido. La falta de respuesta acerca de las razones o moti-
tural, la apoteosis creadora, la eclosión desbordante era lo menos
vos por los que fue prohibida, o no fue autorizada, durante largos
que podía traer consigo la recuperación de las libertades. En esto,
años, la publicación de esta novela —si es que el lector actual se
cada cual tiene su opinión; la mía es que las insuficiencias no están
plantea esta cuestión o sencillamente acomete la lectura del libro
sólo en el campo de la creación, para empezar, sino todavía en el
acuciado por ese pretexto— es hoy la misma falta de respuesta que
de las libertades, precisamente, y en su garantía. Por otro lado,
entonces tuvo el autor. Y, sin embargo, es bien cierto que esta no-
creo que esa imagen de los cajones vacíos, si es que lo estuvieran,
vela fue prohibida. Como tantas, por lo demás; y no una sola vez,
merecería tal vez otra lectura, como ahora se dice; por lo menos,
sino varias, aunque seguramente por las mismas personas, por la
ésta: la de un vacío lleno, ¿de qué?, lleno del escepticismo, el can-
misma mentalidad; de las que, por cierto, casi había conseguido
sancio y el desprecio que dan los años y los lustros de desmorali-
olvidarme, imperdonablemente. Lo hago constar siquiera sea para
zación, miedo y silencio en ellos guardados...
disentir de ciertas neofrivolidades, bastante extendidas hoy, que
han descubierto en la censura franquista, en el caso de que existiera, además, la coartada suprema del escritor sorprendido en flagrante delito de impotencia o esterilidad, un caso al parecer muy
común. Hombre, no digo yo que la prohibición de un libro como
este mío haya supuesto un duro golpe o una gran pérdida para la
historia de la literatura universal, pero era mi libro, era mi trabajo
y estaba empezando. Tampoco eran puros criterios literarios los
que ellos barajaban, como es bien sabido. A la muerte de Franco
—y no fue mucho lo que entonces se murió, sino más bien poco,
como hemos venido a comprobar en menos tiempo—, también
Pero volvamos por un momento a aquellos años sesenta,
cuando no eran compromisos con la pura literatura lo que más se
llevaba: esto se daba por descontado cuando uno se ponía a escribir, por lo que puedo recordar. Desde luego, en mi caso, mi seguridad como narrador, como escritor era plena, así que mi compromiso con este quehacer se acrecentaba con sus orígenes morales y
sus justicieros objetivos de denuncia, solidaridad, etc. Mal asunto,
ya. Me había propuesto, en una palabra, como otros escritores de
aquel tiempo o de aquella generación, revelar el mundo, testificarlo, y aún más, actuar de acusador: del sistema, en particular, y de
31
la sociedad en general. Joder, qué palabras. Con campo por delan-
Narrativa Española Siglo XX
rios, los perdedores..., las víctimas, en una palabra; material
te además para dedicar toda una vida a tan alto menester. Éramos
humano con el que suelen estar construidas todas mis historias.
la ―conciencia inquieta‖ de Sartre, la ―sensibilidad rebelde‖ de
Camus, los grandes padrinos, y para ser tan jóvenes, tener tan rudimentarias y esquemáticas ideas del arte de novelar y escribir tan
jodidos, en mi caso cuando menos, pienso aún hoy que no lo
hicimos tan mal, a pesar de todo, aunque en esta discusión sí que
no voy a entrar; por lo menos, lo hicimos.
Y empiezo por decir todo esto para tratar de cumplir con el
encargo editorial de trazar cuatro rasgos acerca de mi vida y de mi
obra. Bueno, entonces algunos escritores nos propusimos comunicarnos con nuestros compatriotas, los españoles, renunciando de
momento a la gloria y a la inmortalidad, tratando de contar algo
de lo que ocurría asimismo entre nosotros, y eligiendo para ello el
Esta modesta proposición o compromiso moral, utilizando
medio narrativo, el género de la novela o el relato, utilizando en
la literatura como medio o como arma, y específicamente la nove-
cierto modo como instrumento o como técnica una forma de rea-
la, pero dando así también satisfacción y cauce a una necesidad
lismo simple y franco, sin gran elaboración, sin demasiada com-
expresiva y de comunicación, que en mi caso empezaba a asentar
plejidad argumental y con un lenguaje natural y directo, como
un verdadero profesionalismo, actuaron en mí de modo especial al
suele decirse. Nos pusimos a escribir así con la conciencia cierta de
plantearme esta novela que ahora se publica, la segunda que yo
tener que pasar nuestro trabajo de creación personal por la criba o
escribía. En la primera, titulada La criba (Seix Barral, 1961), había
la guillotina de los sempiternos vigilantes de la moral y del orden
exudado, lo confieso, una serie de resentimientos y frustraciones
público, en ocasiones bajo el peligro de duras represiones de las
generacionales, por la oscura vía de unos profesionales del perio-
que no es el menor castigo tener que dar por perdido el trabajo de
dismo condenados a callar y a mentir; dando también escape a mis
años. Esto es algo que uno quisiera ser el primero en poder olvidar.
propios demonios personales. Estaba publicando también entonces
mis primeros cuentos, género en el que siempre me he encontrado
bien, porque la intensidad del esfuerzo prima en él sobre la virtud
de la paciencia, y resulta que también ahí, al parecer, según comentarios posteriores de algunos críticos, estaba funcionando mi
compromiso moral con los marginados, los oprimidos, los solita-
La marginación, por aquellos años, del escritor libre e independiente —hablando en términos generales—, de los medios de
comunicación de masas, periódicos diarios sobre todo, pero también de la radio y de la naciente televisión, y quedar convertidos
por lo común estos mismos medios en órganos generalmente representativos de la misma estolidez del ambiente —caracterizado
32
tanto por la ausencia de una verdadera información completa y
Narrativa Española Siglo XX
También lo que se cuenta en Estos son tus hermanos está
objetiva, como por el abuso en el suministro de los somníferos
basado o inspirado en algunas cosas que empezaron a ocurrir a
ideológicos y políticos—, abocaron también muchas veces a aque-
finales de la década de los años cincuenta, y siguieron ocurriendo
llos escritores a la titánica y acaso inútil pretensión de cubrir con
después, cuando algunos de los españoles de los que se habían
sus obras algunos de los vacíos que dejaban esos medios de masiva
exiliado al final de la guerra, republicanos y vencidos, comenzaron
confusión, a suplir con sus relatos determinadas faltas de informa-
a asomarse a las fronteras e incluso se decidieron en algunos casos
ción, a revelar con su pluma hechos que normalmente debían de
a traspasarlas y regresar a su patria, limpios de cualquier responsa-
ser de sobra conocidos por todos y justamente enmendados por la
bilidad de las que entonces se averiguaban aún con tanto ahínco,
misma naturaleza de las cosas. En una palabra, lo que muchas
como si de limpieza de sangre se tratara ante un tribunal de la In-
veces ha tenido que hacer el escritor español de nuestros días —o
quisición. Sucesos que comenzaron a comentarse en voz baja y
por lo menos de aquellos otros días, ojalá pasados para siempre—,
que pretendí ejemplarizar, o, cuando menos, poner al descubierto,
lo que todos o casi todos los novelistas hemos hecho fue elegir
en el desarrollo argumental de esta novela, con la sana intención
para ser tratados en nuestras novelas temas, hechos, vidas, perso-
de que su lectura, si alguien la leía, contribuyera a apaciguar los
nas, desgracias, miserias, injusticias en fin que en ocasiones no
ánimos y a reconciliarnos unos con otros, como luego se diría, por
deberían de pasar de ser tratados en las páginas de los periódicos,
la vía de la denuncia de unos procedimientos vandálicos y unos
pero que no lo eran, o mejor, que ni siquiera deberían tener lugar
sentimientos de egoísmo y aún de cainismo cuya persistencia no
ni ocurrir en un país civilizado, pero que ocurrían y ocurren. Y
podría conducirnos a la necesaria solidaridad. Brotaban entonces,
entonces muchos de nosotros tomamos esos temas con dolor o con
por cierto —y tal vez sea en esta novela donde se denuncia su pre-
rabia, los tomamos a sabiendas de que no estábamos construyendo
sencia y sus procedimientos por vez primera—, esas escuadras
con ellos grandes monumentos literarios, que no estábamos escri-
guerrillearas o grupos incontrolados que tan turbio y violento pa-
biendo novelas de valor universal, los tomamos porque irremedia-
pel iban a asumir en la vida española en los últimos tiempos. Pues
blemente sabíamos que habíamos de tomarlos en nuestras manos,
bien: los censores, incluso los de más alto nivel ministerial —en la
puesto que otros muchos quisieran poder ignorarlos, otros querr-
época en que el paternal consejo quiso enmascarar el ―cerco por
ían ocultarlos, etc., y así escribimos aquellos libros.
hambre‖ a que también quiso condenársenos—, me decían que
esta novela atentaba contra la convivencia de los españoles. Tuvo
33
que ser leída inicialmente por los propios exiliados, en México; no
Narrativa Española Siglo XX
te de corteza (Premio Alfaguara 1969, que ahora también reedita
eran ellos ni era yo los que atentábamos contra la convivencia na-
Argos Vergara); los volúmenes de cuentos La rebusca y otras des-
cional: ni ellos con su legítimo y largamente insatisfecho derecho
gracias (Rocas, 1962); Toda la semana (id., 1964); Los conspirado-
de regresar a las raíces, ni yo denunciando los hipócritas cuando
res (Taurus, 1965, Premio Nacional de Literatura); El cuidado de
no alevosos recibimientos que los paladines de la convivencia esta-
las manos (Ediciones del Centro, 1974); Servicio de navaja (Sed-
ban dispuestos a dispensarles parapetados tras sus ―bunkers‖, o el
may, 1977). Novelas y relatos en que, al parecer, y no por mi culpa,
que podían darles esas otras criaturas del egoísmo y el odio, tam-
que yo sepa, siguen siendo las tintas negras y las sombras, y aún
bién del temor, que cruzan por las páginas de esta historia sin que
más que las sombras, las evidencias, las que siguen pintando el
siquiera corresponda a su autor el mérito de haberlas inventado. Ni
panorama, puesto que yo escribo acerca de lo que veo y de lo que
ningún otro, tal vez.
me rodea. En el reino de lo literario, creo en la ironía y en el poder
Y ya podría terminar aquí. Sólo que desde hace algún tiempo, supongo que debo decirlo, he ido dejando de sentarme con
rabia a la máquina, he entreabierto un poco las mandíbulas, y el
ceño se ha ido distendiendo para tratar de ver con cierta frialdad,
al menos a la hora de ensayar algo en el campo novelístico o narrativo, que es un arte de madurez y de ironía. El hecho, con todo,
evidente, de que esta novela se edite ahora en esta colección, al
disolvente del humor. Y como creo también en la libertad del lector, y ello tanto o más que en la del propio escritor, pienso que si a
aquél no se le puede halagar, tampoco se le debe adoctrinar; no
esquemática y descaradamente, por lo menos. No hay para mí ya
más técnica que la ruptura de las ataduras, las manos libres, la
cabeza fría; que uno sude o no escribiendo, ese ya es otra clase de
juego.
menos en lo que a responsabilidad literaria se refiere, me exime de
La atracción que, en un plano más directamente testimonial
más explicaciones: asumo mi obra. Preguntas acerca de si ahora
o documental, periodístico, tal vez, ejerce sobre mí la llamada Es-
escribiría la misma novela, o si lo haría del mismo modo, resultar-
paña ―negra‖, y también la España ―imperial‖, que no sé si son la
ían vanas; naturalmente que no haría lo mismo o no lo haría igual.
misma cosa, ha supuesto que en los últimos tiempos me haya de-
A lo largo del tiempo que, entretanto, ha pasado, he escrito
algunos otros libros: las novelas La noche más caliente (Plaza y
Janés, 1965, 2a ed. en 1971); Solo de moto (Alfaguara, 1968); Cor-
dicado a escribir también sobre asuntos como El arte de matar
(Alfaguara, 1968); La pena de muerte. Ceremonial, historia, procedimientos (Alianza, 1974; edición del Club del Libro en el mis34
mo año); Los verdugos españoles (Alfaguara, 1971); La verdadera
Narrativa Española Siglo XX
más que su propia imagen inmóvil e indecisa y la silueta, la som-
historia del Valle de los Caídos (Sedmay, 1976); Historia del fran-
bra corriendo sobre el oscuro fragor de la ladera de la vía.
quismo (4 vols., Sedmay, 19771978, en colaboración con Bernardo
Díaz Nosty). Acerca de otros dos nuevos libros, de este o parecido
corte, ya terminados de escribir y en vías de edición, no es momento de hablar ahora; aunque tampoco quiero ocultar haber estado
trabajando como un forzado en estos últimos tiempos.
Con lo que me encuentro de nuevo listo para empezar, una
vez más, y decidirme a hacer algo un poco serio. Aunque no sé si
La claridad invernal del día había ido dejando rastros lívidos
en la cima de los montes, que se fundían súbitamente con masas
plomizas y negras. La noche era ya total, en un momento, húmeda
y fría a juzgar por el vaho que empañaba los cristales.
Todas las ventanillas del vagón iban cerradas.
Deseaba sentarse, dormir o acaso caminar con su propio pie
por aquella tierra, pero de momento no iba a moverse, pues su
será aún demasiado pronto.
Daniel Sueiro
11 de diciembre de 1981
espalda había encontrado acomodo junto a la puerta del departamento, en el pasillo, y la cabeza iba golpeando rítmicamente la
madera, mientras contemplaba cómo la noche o alguna luz aislada
del trayecto se deslizaba sobre el cristal.
CAPITULO 1
Iba solo en medio del largo pasillo.
La tarde anterior, en Hendaya, el funcionario de la frontera
había mantenido su pasaporte en la mano durante unos momen-
Llevaba un día entero, con su noche, tras la ventanilla del
tren.
tos. Parecía sorprendido. Se llevó un sobresalto, luego, cuando el
policía le pidió el documento de nuevo. Era más de medianoche y
No se encontraba demasiado excitado, pero sí impaciente y
estaba adormilado; el tren iba lleno hacia Madrid y todos los viaje-
lleno de curiosidad, y quería estar atento y verlo todo. Y sólo aho-
ros entregaban sus carnets al agente con respeto y en completo
ra, al pensar en ello y sentirse ya tan cansado, se dio cuenta de que
silencio. En Madrid, al mediodía, mientras esperaba la salida del
hacía un buen rato que había anochecido y no veía tras el cristal
nuevo tren que le llevaría al fin a casa, apenas se movió de la estación. Había hecho un largo recorrido en taxi, atravesando la ciu35
dad, para llevar su equipaje de la estación del Norte a la de Ato-
Narrativa Española Siglo XX
agotado viajero, un grito que le animaba y le hacía mantenerse en
cha, y algo había visto en las calles, de la gente y de los edificios,
píe.
pero ni entonces ni cuando se encontró, con mucho tiempo por
delante, en el andén del que partiría de nuevo, se atrevió a asomarse siquiera a lo que ahora fuera o pudiera ser la capital; y no sólo
Aquel era un tren correo de pequeño recorrido, pero holgada
paciencia.
por estar agotado del viaje y desear, sobre todo, lavarse y dormir,
Cuando parecía que había de llegar como había partido, casi
sino porque aquella era una emoción que quería reservarse ente-
vacío, en una de aquellas estaciones subió atropelladamente al tren
ramente para cuando se encontrara más cómodo y fresco, o, si
un buen grupo de gente. Se encontró de pronto rodeado de todos
acaso, algo menos sentimental e intranquilo, más familiarizado.
ellos y agradecido por su mera compañía.
Había comido en un bar cercano a la estación y luego había dado
un par de vueltas por las calles de los alrededores, ennegrecidas
por el carbón y el polvo, para acabar sentado en un banco del
andén, frente al mismo tren parado y muerto que había de tomar
horas después.
Se oían sobre todo las risas y los comentarios de las mujeres.
Los hombres apenas hablaban. Se echó atrás para dejarles paso, y
una muchacha, que le miró con viveza, se quedó a su lado. No
traían más equipaje que unos pequeños paquetes en vueltos en
papel de periódico, los hombres, y las bolsas de plástico o las es-
Era el último tramo del viaje, la última etapa de su regreso,
portillas de palma, las mujeres. Vestían de oscuro y sólo entre las
el paso que había de dar para hallarse, al fin, en casa. Ya tenía
mujeres había alguna relativamente joven, como la que se había
ganas.
quedado a su lado, viva y morena como una pequeña yegua ligera.
El tren no llevaba, sin embargo, mucha prisa. Iba despacio, a
su aire. Silbaba antes de entrar en los túneles y un poco después
de arrancar, para avisar tardíamente de lo que hacía; silbaba en las
estaciones y apeaderos del trayecto, y aquellos silbidos penetrantes
y largos, que huían vía adelante o se expandían por los montes
cercanos y estremecían por un momento el aire de la noche sobre
los pequeños pueblos, eran también como una señal destinada al
El pasillo del vagón se había llenado de gente, en un minuto.
Debían ser los operarios de alguna fábrica situada en aquel
pueblo. Ninguno de ellos se introdujo en los departamentos ni
hizo ademán de ir a sentarse; se quedaron allí, de pie. Le pareció
que los que estaban más cerca de él, y la chica aquella, sobre todo,
que comentaba algo con una compañera, le miraban con curiosidad e incluso con cierto placer. Se encontraba acompañado y a
36
Narrativa Española Siglo XX
gusto. La muchacha tenía el pelo muy rizado y la frente y la nariz
chos años.
plagadas de puntitos negros. Sonreía sin ilusión ni gracia y el detalle más hermoso e inocente de su persona acaso estuviera en sus
manos, la derecha con la pintura de las uñas raspadas, la izquierda
con la laca al rojo vivo, ambas con las huellas del duro trabajo
encima.
Uno de los guardias civiles, magro y oscuro, liaba un pitillo
de picadura entre los dedos. Los dos se habían puesto los fusiles
entre las piernas, la culata apoyada en el suelo, la boca del cañón a
la misma altura de la barriga. Aquellos hombres parecían no
haberse dirigido mutuamente la palabra ni una sola vez en su vida.
El pasillo se vació, al poco tiempo, tan rápida e inesperadamente como se había llenado. Todo el grupo se quedó en la estación inmediata.
Y siguió solo.
Poco después subieron dos guardias civiles, que permanecieron de pie, silenciosos y quietos, en el extremo del largo pasillo. Ni
siquiera le miraron a la cara. Parecían cansados y miraban, como
él, al punto fijo y sin esperanzas que hay siempre tras la ventana
cerrada, oscura y fría de un viejo tren en movimiento, fatigado y
lento.
Después de fumar un cigarrillo dudó un instante, pero al fin
siguió donde estaba, sin moverse, apoyado en el quicio de la puerta, en silencio. Sentía, a pesar de toda su fatiga, de todo el despecho, de la profunda e insensible desgana con que aquellos largos
veinte años le habían ido poniendo a prueba para aquel momento;
a pesar de saber que su madre moribunda o, acaso muerta, era el
precio inicial y la última excusa dc aquel viaje de retorno, sentía
acercarse, agitado por el continuo paso de las ruedas de hierro
sobre las junturas de los raíles, un creciente vigor en la sangre, una
emoción tranquila y sosegada, cierta alegría; todo ello definitivamente, por encima de todas las dudas y todas las molestias que
Echó la mano al bolsillo y sacó el paquete de tabaco. No
aún pudiera tener. Estaba en paz, y se vería como lo que era: un
quedaba más que un cigarrillo. Se lo llevó a los labios y arrugó
hombre de cierta edad y escaso equipaje, un tipo cualquiera que
mansamente entre las manos la pequeña envoltura azul. Ya no
volvía a casa y a la tierra mirando por la ventanilla del tren, con
volvería a fumar de aquel tabaco. Tiró la pelota de papel al suelo.
las manos en los bolsillos y una gran calma, una gran serenidad,
Luego encendió una cerilla, elevó la llama hacia el rostro y se con-
un gran cansancio en los ojos, bajo la terca pesadumbre de la fren-
templó por un momento en el resplandor del cristal. No le recono-
te.
cerían. De primera intención no iba a reconocerle nadie. Eran mu-
Era casi medianoche cuando el tren entró en la estación de
37
la ciudad. El viaje, para él, acababa allí. Bajaban algunos otros
Narrativa Española Siglo XX
empezaba a causarle su inmediata aparición a la puerta de su casa,
viajeros, en silencio, como entumecidos, exhalando nubecitas de
y, aunque procuró evitarlo, no pudo contener un leve golpe de
vaho.
emoción y, en cierto modo, de temor. Estaba un poco asustado, lo
Los andenes estaban casi desiertos. Aquella era la estación
del ferrocarril, en efecto. El primer panorama que recordaba de
verdad, el primer lugar que casi le era familiar. Paredes rozadas y
oscuras, suelo de losas húmedas, grises; «Anís de la Asturiana»,
«Nitrato de Chile», viejas figuras grabadas en baldosas cuadriculadas e incrustadas en lo alto de la pared. El reloj. No se entretuvo
mucho en mirar. Llevaba a duras penas su maleta y los paquetes, el
gabán puesto, la cartera de mano, al franquear la angosta puerta.
reconoció. Notó un ligero estremecimiento, piernas abajo. No
podía levantar el cuello del abrigo porque llevaba las manos llenas
de paquetes. Andando tras el chico de la maleta, se dio cuenta de
que había variado mucho el camino de la estación. Seguía siendo
igualmente largo, pero no separaba de la ciudad, sino que unía a
ella, con todos los nuevos edificios y viviendas levantados en lo
que habían sido oscuros descampados. La calle era muy ancha,
casi como una avenida, y estaba iluminada. Había, por lo menos,
una bombilla encendida en la esquina de cada casa, y algunas lu-
No hubo grandes recibimientos. Unos abrazos a alguno de
ces más, tendidas sobre el centro de la calzada, agitadas y mecidas
los que venían, el grupo familiar que esperaba al joven matrimo-
entonces por las ráfagas de viento, que cortaba, a intervalos, el
nio, las risas discretas, el desfile casi silencioso de unos tras otros
resplandor de una de ellas.
por la puerta, la cabeza baja ladeada hacia la parte del cuerpo a
cuyo brazo se colgaba el equipaje.
Al adentrarse en la ciudad, si bien la gente que pasaba a
aquellas horas por las calles no era mucha, observó que las puertas
Y así dejó, casi inadvertidamente, que el muchacho que se
abiertas y la iluminación de los cafés y de los bares, a pesar de
acercaba pidiendo «maletas», por costumbre, «mozo, maletas», le
estar casi vacíos, daban a la noche y a la misma ciudad un clima y
tomara la suya y comenzara a andar cargado ante él, casi antes de
un calor más humano y acogedor. De buena gana entraría él mis-
haberle indicado la dirección.
mo en aquel momento en uno de aquellos lugares de cualquiera de
Destemplado por las largas horas de viaje sin descanso, encontraba la noche aún más fría de lo que estaba, y la calle más
desamparada y vacía. También era grande la impresión que ya
ellos, para tomar algo y saludar, por vez primera, a alguien, a
cualquier ciudadano por lo demás desconocido y perfectamente
ajeno a su pequeña emoción de aparecido; resucitado, casi.
38
Vio los carteles anunciadores de una revista a la puerta del
Narrativa Española Siglo XX
muchacho dejó la maleta delante del portal, con una queja. Vino el
teatro, el viejo edificio sombrío y perenne, y pudo oír los sonidos
sereno que le miró con desconfianza, y al fin abrió la puerta. Le
vagos y pegadizos, banales de la orquestina de la compañía. Poco
pagó al maletero, le dio la propina al sereno, y comenzó a subir las
más adelante, al cruzar una pequeña calle, oyó las voces graves y
escaleras trabajosamente, con la maleta y los paquetes en las ma-
dramáticas de los artistas de cine; venía el sonido del fondo de la
nos.
calle, de uno de aquellos edificios y llenaba la noche de grotescas
intimidades. Había un hombre parado en medio de la acera, escuchando el nítido diálogo.
Ni en el corazón ni en la cabeza tenía lugar que dedicar a un
sentimiento o a una idea, en aquel momento, nuevos o distintos a
cuanto se acumulaba en todo su cuerpo y le golpeaba la sangre.
Seguía al muchacho, que cargaba la maleta a los hombros
Dejó la maleta en el descansillo y llamó a la puerta con decisión.
con una especie de enajenación y una indiferencia absolutas, y
Había un gran silencio en toda la casa, que parecía subir por el
apenas podía darse cuenta del camino que llevaban. Sólo cuando
oscuro hueco de las escaleras, desde el fondo hasta el techado.
divisó el puente supo verdaderamente que habían atravesado la
Esperó mirando con fijeza la rendija por la que la puerta iba a
ciudad por su mismo centro, a lo largo de las dos calles principales
abrirse, con la carne estremecida. Estaba muy pálido. Se llevó la
—que llevarían los dos nombres nuevos—, unidas en la plaza de
mano a la frente. Sudaba, sin embargo, fríamente.
Cánovas, y entonces esforzó cuanto pudo la vista para dar anticipadamente con su casa.
En seguida oyó pasos. Había gente de pie, más de una persona, más de dos, aunque las voces que llegaron fueran breves y
Dejaron atrás el monumento del Pastor de las Huesas y atra-
calladas, voces acaso imperceptibles para cualquiera otro que
vesaron el río por el puente de San Antón. Al pasar, por encima
aguardase o no fuera, como era, la hora de tan latente y tan am-
del sonido de sus pasos, escuchó la suave caída de las aguas en la
plio silencio. Quería reconocer el menor indicio, cualquier voz, las
pequeña presa natural y el rumor del viento al agitar las copas de
mismas pisadas que se acercaban por el pasillo, y en verdad, no oía
los álamos desde el fondo del río, tras el recodo, viniendo ya de la
ni reconocía ya bien más que el ritmo contenido y agobiante de su
vega y también de lo alto de los oscuros montes, y recordó su amor
propia respiración.
y su rabia antigua por todo aquello.
Subieron luego un poco por la pequeña calle empinada y el
Intentaron abrir la puerta, por dentro, y hubieron de girar
antes la llave. No hicieron ninguna pregunta en voz alta, a través
39
de la madera. Se fijó de pronto, cuando la puerta se abría ya, en la
Narrativa Española Siglo XX
neamente a pesar de no haberla visto nunca con anterioridad y no
ovalada imagen del Sagrado Corazón, clavada en el centro, y al
tener de ella, como de todos los de allí, más que noticias impreci-
mirar con rapidez adentro vio a la muchacha mirándole, entre
sas y vagas, aunque eso sí, casi siempre inequívocas. Era ya una
indiferente y asombrada. Debía ser la sirvienta. El gesto de asom-
mujer madura, recia, por lo que parecía, segura de sí misma y go-
bro o tal vez de susto, no lo había provocado su presencia, pensó,
bernadora de los demás. Sólo a primera vista, por la firmeza de sus
tan sólo, sino que en gran parte debía ser el reflejo de la misma
pasos, la línea fija y constante de la mirada y la boca, plegada, se
simpleza natural de la mujer.
advertía. Le contemplaba ahora, con las cejas alzadas, y le pareció
Le sonrió, tenuemente, ante el umbral, todavía con los paquetes bajo los brazos, de pie, delante de su maleta.
La chica, que había permanecido quieta un buen rato,
mirándole, pareció apartarse un poco, para dejarle entrar.
—Soy... —comenzó—. Soy de la casa —le dijo, como para
ahuyentar cualquier temor o animarla, y al oírlas, a él mismo le
parecieron extrañas aquellas palabras.
que debía ser reconocido, al menos sus rasgos familiares; los mismos rasgos, más o menos, que los de su marido, y tal vez, los de su
propio hijo. Pero ella no iba a salir de su mutismo, más sorprendida, en verdad, que indecisa.
Y él dijo entonces:
—Hola, Paula... ¿No eres tú Paula?
Su voz era alegre, casi jovial, pero muy honda y tensa.
Ella se volvió, entonces, como asustada, y anduvo ligera por
Parecía que todos, en la casa, habían contenido el aliento,
el pasillo hasta desaparecer, sin un gesto ni una palabra de con-
interesados por aquella voz o, acaso, pendientes de la larga tregua
fianza.
de silencio que siguió, en la puerta.
Oyó unos murmullos y vinieron, en seguida, corredor adelante, nuevos pasos. Esperaba, algo divertido ya, y no había dejado
de sonreír, siquiera fuera con los ojos.
Era otra mujer. Avanzó en la penumbra del pasillo hacia el
globo de luz dispuesto sobre el umbral y la reconoció instantá-
La mujer abría la boca, todavía vacilante.
—¿Puedo entrar? —volvió a hablar, mansamente.
Ella lo miraba con insistencia, aligerada de pronto del peso y
la tensión de su propio cuerpo. Le brillaban sensiblemente los ojos
acercándose a él.
40
Narrativa Española Siglo XX
—Tú eres... —comenzó.
—Sí, ¿puedo entrar? —dijo casi riendo.
Estaba contento porque estaba en casa, al fin.
Se abrazó a él con emoción, conmovida, a juzgar por la pre-
PRESENTACIÓN DE LA NUEVA NOVELA
ESPAÑOLA
sión vibrante de todo su cuerpo.
Empezaban a oírse nuevos pasos por el fondo del pasillo, y
Definen a este periodo el éxito económico del franquismo, el
voces, que se acercaban. Vislumbró a su hermano y a su sobrino,
eurocomunismo, la muerte de Franco, el regreso de los exiliados y
que ya era un hombre.
el "boom" editorial español. El primero, tras un aislamiento inicial
durante los años cuarenta y cincuenta, logra remontar poco a poco
el aislamiento internacional y a despegar su economía con base en
el turismo europeo que prefiere viajar a España que a Italia, pues
la economía casi tercermundista de ésta le permite proporcionar
servicios a bajos costos, cosa que no puede hacer Italia o la Costa
Azul Francesa. El éxito económico le permite al franquismo
ablandar su política interior y empezar las negociaciones con la
Comunidad Económica Europea para su futura integración al
grupo.
Todos estos éxitos de Franco provocaron, entre otras causas, una desbandada entre la izquierda que, cada vez más, descubría que sería imposible crear un régimen socialista en España. A
ello contribuyó la desilusión de la revolución cubana, y los procesos políticos de Moscú. La máxima expresión de ese desengaño lo
constituyó la creación del llamado eurocomunismo, movimiento
41
político dentro de los partidos comunistas de Europa Occidental
Narrativa Española Siglo XX
ria. El novelista no puede intervenir en la historia de la sociedad,
encabezados por el PCE y el PCI (Carrillo y Berlinger), que renun-
pero sí en la historia de su novela y, por lo tanto, el objeto de su
cian a la vía armada para conseguir el poder y a la llamada lucha
arte no debe ser la materia social, sino la materia literaria, o lo que
de clases propuesta por Marx. En el campo de los intelectuales,
es su esencia misma, el lenguaje.
una de las deserciones más notorias fue la de Juan Goytisolo.
Quizá el hecho más importante para la cultura española,
en el campo de la política, fue la muerte de Franco (1975). El prolongado régimen y la prolongada agonía del dictador provocaron
que se depositaran en el cambio muchas expectativas; entre otras,
el descubrimiento de muchos valores literarios que, por la censura,
tendrían que haber esperado el momento propicio para hacer su
aparición. Dichas supuestas obras geniales, sabemos, nunca existieron. El hecho real es que la cultura literaria española siguió tard-
A partir de los años 60 comienza a agotarse el realismo social y algunos escritores vislumbran con preocupación el creciente
abandono de los aspectos formales que el realismo social había
relegado a un segundo plano y comienza a propugnar la necesidad
de una renovación de las formas narrativas, en particular, Goytisolo. La novelística española emprende entonces su propia renovación, atenta a las grandes aportaciones de la narrativa mundial.
íamente los pasos del Noveau Roman y el Boom. Por ejemplo, en
La incidencia de la Nueva Novela francesa se dejará sentir
1959 se celebró en Formentor el "I Congreso Internacional de No-
en la relevancia que cobran los aspectos lingüísticos y formales. En
vela" que reúne a escritores franceses y españoles. La postura de
su búsqueda de nuevos cauces narrativos, la novela española aco-
Robbe Grillet y de Butor se opone de forma radical a la de los no-
gerá las innovaciones estructurales del Noveau Roman, algunos de
velistas españoles, partidarios de una finalidad social de la literatu-
los más relevantes son:
ra.
Desaparición del narrador omnisciente [y del punto de vista
Mientras los novelistas españoles afirman la superioridad
único] que son remplazados por la multiplicidad de perspectivas:
de lo social sobre lo artístico, y anteponen el compromiso, Robbe
Tiempo de Silencio de Martín Santos, 1962; Señas de identidad de
Grillte rechaza toda trascendencia social de la novela y afirma que
Goytisolo, 1966. etc.
el máximo logro de la novela moderna reside en haber reivindicado la importancia de la dimensión formal de toda creación litera-
Desintegración de la anécdota o supresión de la intriga en el
sentido tradicional del término: Volverás a Región de Benet, 1967;
42
Reivindicación del Conde don Julián de Goytisolo, 1970; Ágata
Narrativa Española Siglo XX
en su libro La destrucción creadora, Juan Goytisolo en su nueva
ojo de gato de Caballero Bonald, 1974, etc.
etapa novelística, que se inicia con Señas de identidad (1966) prac-
Destrucción del personaje; tenderemos personajes borrosos,
psicológicamente indefinidos, sin identidad: La saga/fuga de J.B.
de Torrente Ballester, 1972; Juan sin Tierra de Goytisolo, 1975;
etc.
tica una estética destructora de todo tipo de convenciones narrativas. Cf. dicha obra.) describió en Juan Goytisolo y que obras como
Tiempo de destrucción (Cf. el trabajo introductorio de José Carlos
Mainer que hace a esta novela póstuma de Martín Santos en el que
confirma esta tesis), del mismo Martín Santos, confirman esta
Nuevos procedimientos de estructuración del relato como el
desorden cronológico, la fragmentación de la historia en secuencias separadas, por espacios en blancos, discursos interrumpidos:
Octubre, octubre de José Luis Sampedro, 1981; Larva de Julián
Ríos, 1984; etc.
nueva tendencia que "destruye" las formas narrativas que ellos
mismos habían prohijado en la década de los cincuenta.
En 1972 las editoriales Planeta y Seix Barral deciden impulsar a dos grupos de diez autores cada una (cinco autores ya
conocidos por el lector español y cinco novísimos novelistas). El
La mayoría de los autores de la Generación de Medio Si-
objetivo, dicen, es "hacer un lanzamiento especial de diversos no-
glo (una de las excepciones es Aldecoa por su muerte prematura)
velistas españoles de última hora para probar la vitalidad y la vi-
pasa a otra etapa muy contraria al finalizar los años sesenta, pero
gencia de la narrativa que se hace en España en el momento pre-
sobre todo en los años setenta. Etapa narrativa, incluso, que será
sente" Los autores novísimos apoyados por Seix Barral fueron:
muy opuesta a la que los vio nacer como autores. Incursionan en
Ana Mª Moix, Carlos Trías, Félix de Azúa, Javier Fernández de
la novela experimental y dicho cambio tiene qué ver, estéticamente
Castro y Javier del Amo. Por su parte, Planeta apoyó a Manuel
hablando, con la influencia que reciben de los narradores nortea-
Vázquez Montalbán, Ramón Hernández, Federico López Pereira,
mericanos, del Noveau roman y el Boom de la narrativa hispa-
José Mª Vaz de Soto y José Antonio Gabriel y Galán.
noamericana.
En cuanto al éxito obtenido por estos nuevos autores (al-
Estos autores, pues, desembocan en una estética antirrea-
gunos no tan nuevos como Vaz de Soto) podemos decir que fue
lista llegando a construir una "novelística de la destrucción", que
más bien fue mediano. De todos estos nombres los que más perdu-
ya desde los años setenta Linda Gould Levin (Según Gould Levin
ran son quizá Vázquez Montalbán y Moix. Con los éxitos artifi43
cialmente creados, como éste, siempre pasa lo mismo: se impulsan
Narrativa Española Siglo XX
tructura deliberadamente compleja en la que se destaca, aparte de
autores que en ocasiones no tendrán ninguna trascendencia y se
los ya mencionados elementos autobiográficos, la reflexión auto-
ignoran otros, que posteriormente se revelarán como importantes,
crítica sobre el proceso de escribir, mezcla de autor y personaje,
tal es el caso de Javier Marías que ese mismo año de 1972 publicó
inclusión de las teorías estructuralistas de Todorov, Barthes y otros.
su novela Travesía del horizonte y que en los años noventa se con-
Así pues, los "novísimos" como los reciclados de Medio Siglo pro-
virtió en un autor fundamental de las letras españolas. A este
ducen, durante los setenta, una novela autotemática en la que la
hecho también se puede asociar el que por ser autores nuevos, no
imagen del autor se trasluce deliberadamente como si fuera un
tienen un estilo definido y aún están indecisos respecto de a qué
demiurgo obsceno que se mira complacientemente. Es la búsqueda
género consagrarse. Ello produce errores graves, imperfecciones y
desesperada de un "tú" trascendente en que el autor aparece con
falta de perspectiva para valorar su propia obra. Casi todos ellos
cierto cinismo. En la obra el autor mezcla diálogos paralelos, alu-
coincidieron en la elaboración de una novela experimental era la
cinaciones psicodélicas, mitologías personales, crítica literaria, etc.
moda que más tenía que ver con ejercicios literario que con una
obra con posibilidades de arraigar en el gusto del público lector.
Así pues, la Nueva Novela Española iría de 1962 con la
publicación de Tiempo de Silencio y se prolongaría hasta 1983 con
Este hecho nos lleva definir el segundo elemento pernicio-
la publicación de Larva de Julián Ríos. Consideramos la novela de
so en la novela española de los años setenta: la necesidad de "al-
Ríos como el límite pues su publicación cierra definitivamente la
canzar" a los autores latinoamericanos. En una competencia quizá
puerta a la experimentación formal; ésta es tan abigarrada que,
mal entendida los novelistas españoles tanto los novísimos como
después de ella era necesario rehacer el camino hacia una prosa
los ya madurones de la generación del cincuenta creían en la ur-
clara, cosa que así sucederá. Quienes mejor representan la novela
gente e imperiosa obligación de hacer una obra que revolucionara
de los años setenta están los más destacados autores de la genera-
la formas tradicionales de la novela y, que a la vez, tuviera una
ción del medio siglo que decidieron en buen momento cambiar
gran aceptación entre el público; es decir, que querían repetir el
hacia la estética de la novela experimental y que para ella dieron
fenómeno del "Boom" latinoamericano tal y como había iniciado
sus mejores frutos, así como algunos más jóvenes que se incorpo-
con Vargas Llosa y su premio Biblioteca Breve en los años sesenta.
raron al quehacer literario en los momentos en que la innovación
La novelística de los setenta se caracteriza pues, por su es-
novelística de los setenta ya había iniciado:
44
Narrativa Española Siglo XX
AUTORES
Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999)
José Luis Sampedro (1917)
LUIS MARTÍN SANTOS. TIEMPO DE SILENCIO
[FRAGMENTO]
Luis Martín Santos (1924-1964)
¡Allí estaban las chabolas! Sobre un pequeño montículo en
José Manuel Caballero Bonald (1926)
Juan Benet (1927-1993)
Juan García Hortelano (1928-1992)
Juan Goytisolo (1931)
Juan Marsé (1933)
Luis Goytisolo (1935)
Julián Ríos (1941)
que concluía la carretera derruida, Amador se había alzado como
muchos siglos antes Moisés sobre un monte más alto y señalaba
con ademán solemne y con el estallido de la sonrisa de sus belfos
gloriosos el vallizuelo escondido entre dos montañas altivas, una
de escombrera y cascote, de ya vieja y expoliada basura ciudadana
la otra (de la que la busca de los indígenas colindantes había extraído toda sustancia aprovechable valiosa o nutritiva) en el que
florecían, pegados los unos a los otros, los soberbios alcázares de
la miseria. La limitada llanura aparecía completamente ocupada
por aquellas oníricas construcciones confeccionadas con maderas
de embalaje de naranjas y latas de leche condensada, con láminas
metálicas provenientes de envases de petróleo o de alquitrán, con
onduladas uralitas recortadas irregularmente, con alguna que otra
teja dispareja, con palos torcidos llegados de bosques muy lejanos,
con trozos de manta que utilizó en su día el ejército de ocupación,
con ciertas piedras graníticas redondeadas en refuerzo de cimientos que un glaciar cuaternario aportó a las morrenas gastadas de la
45
estepa, con ladrillos de «gafa» uno a uno robados en la obra y traí-
Narrativa Española Siglo XX
hija de familia que allí permaneciera por ser inútil incluso para
dos en el bolsillo de la gabardina, con adobes en que la frágil paja
prostituta, cubierta con una bata roja de raso y calzada con babu-
hace al barro lo que las barras de hierro al cemento hidráulico, con
chas orientales de alto precio a la gruesa dueña que luce en sus
trozos redondeados de vasijas rotas en litúrgicas tabernas arruina-
manos regordetas y blancas una alianza matrimonial que carece de
das, con redondeles de mimbre que antes fueron sombreros, con
todo significado, en vez de ocupar sus horas en útiles labores de
cabeceras de cama estilo imperio de las que se han desprendido ya
aguja algunas de las vecinas de aquel barrio sentadas sobre latas
en el Rastro los latones, con fragmentos de la barrera de una plaza
vacías jugando viciosamente a la brisca con la misma buena con-
de toros pintados todavía de color de herrumbre o sangre, con
ciencia con que honrados trabajadores puedan hacerlo un domin-
latas amarillas escritas en negro del queso de la ayuda americana,
go por la tarde en la taberna, álbumes con colecciones de cromos
con piel humana y con sudor y lágrimas humanas congeladas.
nestlé en las manos castigadas por la escrófula de rapaces a su
Que de las ventanas de esas inverosímiles mansiones pendieran colgaduras, que de los techos oscilantes al soplo de los vientos
colgaran lámparas de cristal de Bohemia, que en los patizuelos
cuerdas pesadamente combadas mostraran las ricas ropas de una
abundante colada, que tras la puerta de manta militar se agazaparan (nítidos, ebúrneos) los refrigeradores y que gruesas alfombras
de nudo apagaran el sonido de los pasos eran fenómenos que no
edad ya malolientes, insensibles a toda conveniencia moral matrimonios en edad de activa vida sexual compartiendo el mismo
ancho camastro con hijos ya crecidos a los que nada puede quedar
oculto, abundancia de imágenes de santos escuchando sin alteración de la tornasolada sonrisa la letanía grandilocuente y magnífica de las blasfemias varoniles, una sopera firmada de Limoges
henchida como orinal bajo una cama.
podían sorprender a Pedro ya que éste no era ignorante de los con-
¡Pero, qué hermoso a despecho de estos contrastes fácilmen-
trastes de la naturaleza humana y del modo loco como gentes que
te corregibles el conjunto de este polígono habitable! ¡De qué ma-
debieran poner más cuidado en la administración de sus precarios
ravilloso modo allí quedaba patente la capacidad para la improvi-
medios económicos dilapidan tontamente sus posibilidades. Era
sación y la original fuerza constructiva del hombre ibero! ¡Cómo
muy lógico, pues, encontrar en los cuartos de baño piaras de cer-
los valores espirituales que otros pueblos nos envidian eran palpa-
dos chilladores alimentados con manjares de tercera mano, pre-
blemente demostrados en la manera como de la nada y del detritus
suntuosamente cubierta con cofia de doncella de buena casa a la
toda una armoniosa ciudad había surgido a impulsos de su soplo
46
vivificador! ¡Qué conmovedor espectáculo, fuente de noble orgullo
Narrativa Española Siglo XX
nos a describir gracias a las cuales estas gentes sobreviven y crían.
para sus compatriotas, componía el vallizuelo totalmente cubierto
Como si no se hubiera demostrado que en el interior del iglú es-
de una proliferante materia gárrula de vida, destellante de colores
quimal la temperatura en enero es varios grados Fahrenheit más
que no sólo nada tenía que envidiar, sino que incluso superaba las
alta que en la chabola de suburbio madrileño. Como si no se su-
perfectas creaciones en el fondo monótonas y carentes de gracia de
piera que la edad media de pérdida de la virginidad es más baja en
las especies más inteligentes: las hormigas, las laboriosas abejas, el
estas lomas que en las tribus del África central dotadas de tan
castor norteamericano! ¡Cómo se patentizaba el brío de una civili-
complicados y grotescos ritos de iniciación. Como si la grasa es-
zación que sabe mostrar su poder creador tanto en la total ausen-
teatopigia de las hotentotes no estuviera perfectamente contraba-
cia de medios de la meseta como en la ubérrima abundancia de las
lanceada por la lipodistrofia progresiva de nuestras hembras medi-
selvas transoceánicas! Porque si es bello lo que otros pueblos apa-
terráneas. Como si la creencia en un ser supremo no se correspon-
rentemente superiores han logrado a fuerza de organización, de
diera aquí con un temor reverencial más positivo ante las fuerzas
trabajo, de riqueza y por qué no decirlo de aburrimiento en la haz
del orden público igualmente omnipotentes. Como si el hombre no
de sus pálidos países, un grupo achabolado como aquél no deja de
fuera el mismo, señor, el mismo en todas partes: siempre tan infe-
ser al mismo tiempo recreo para el artista y campo de estudio para
rior en la precisión de sus instintos a los más brutos animales y tan
el sociólogo. ¿Por qué ir a estudiar las costumbres humanas hasta
superior continuamente a la idea que de él logran hacerse los filó-
la antipódica isla de Tasmania? Como si aquí no viéramos con
sofos que comprenden las civilizaciones.
mayor originalidad resolver los eternos problemas a hombres de
nuestra misma habla. Como si no fuera el tabú del incesto tan audazmente violado en estos primitivos tálamos como en los montones de yerba de cualquier isla paradisíaca. Como si las instituciones primarias de estas agrupaciones no fueran tan notables y mucho más complejas que las de los pueblos que aún no han sido
capaces de sobrepasar el estadio tribal. Como si el invierno del
bumerang no estuviera tan rotundamente superado y hasta puesto
en ridículo por múltiples ingeniosidades que no podemos detener-
Amador seguía sonriendo con sus opulentos belfos en silencio mientras don Pedro divagaba absorto en la contemplación de
las chabolas. Allí, en algún oculto orificio, inferiores al hombre y
por él dominados, los ratones de la cepa cancerígena seguían consumiendo la dieta por el Muecas inventada y reproduciéndose a
despecho de toda avitaminosis y de toda neurosis carcelaria. Este
pequeño grumo de vida investigable hundido en aquel revuelto
mar de sufrimiento pudoroso le conmovía de un modo nuevo. Le
47
parecía que quizá su vocación no hubiera sido clara, que quizá no
Narrativa Española Siglo XX
da, que me lo iba a tragar. El Guapo tocándola delante mío y ella
era sólo el cáncer lo que podía hacer que los rostros se deformaran
por el mor de dar celos. Tonta. Subí a la chabola y bajé con la na-
y llegaran a tomar el aspecto bestial e hinchado de los fantasmas
vaja. Y miro antes de entrar y ella ya se había retirado de él. No se
que aparecen en nuestros sueños y de los que ingenuamente supo-
dejaba tocar más que delante mío, la tonta. Ya nadie se atrevía a
nernos que no existen.
darle cara. No tenían navaja o no sabían usarla. El corte a mí me
da más fuerza que al hombre más fuerte. Y él delante mío: ―Esta ja
está chocha por mi menda‖. Me hastían esos que hablan caliente
«¿Qué se habrá creído? Que yo me iba a amolar y a cargar
como si por hablar así ya no se les pudiera pinchar. A mí. Y vien-
con el crío. Ella, ―que es tuyo‖, ―que es tuyo‖. Y yo ya sabía que
do que yo aguantaba y me achaparraba: ―Llévale priva al Cartu-
había estao con otros. Aunque fuera mío. ¿Y qué? Como si no
cho‖. Y yo no aguanto que me digan Cartucho más que cuando yo
hubiera estao con otros. Ya sabía yo que había estao con otros. Y
quiero. Pero, chito chitón. Yo achaparrao y ella mirándome como
ella, que era para mí, que era mío. Se lo tenía creído desde que le
si para decir que era marica. Y él: ―Bueno, si no quiere priva, pañí
pinché al Guapo. Estaba el Guapo como si tal. Todos le tenían
de muelle‖. Y viene con el vaso de sifón y me lo pone en las napies
miedo. Yo también sin la navaja. Sabía que ella andaba conmigo y
y yo lo bebo. Mirándole a la jeta. Y él, riéndose: ―Que me hinca
allí delante empieza a tocarla los achucháis. Ella, la muy zorra,
los acáis‖. Y se va chamullando entre dientes. ―No hay pelés.‖
poniendo cara de susto y mirando para mí. Sabía que yo estaba sin
―No hay pelés.‖ Pero a ella la tenía yo camelá y mira que te mira
el corte. Me cago en el corazón de su madre, la muy zorra. Y lue-
como si fuera yo marica. Me cago en el corazón de su madre, la
go ―que es tuyo‖, ―que es tuyo‖. Ya sé yo que es mío. Pero a mí
zorra. Y que ya se le ve la tripa y venga a diquelar y a buscarme las
qué. No me voy a amolar y a cargar con el crío. Que hubiera teni-
vueltas. El Guapo se reía. Siempre hablando caliente. Y todos
do cuidao la muy zorra. ¿Qué se habrá creído? Todo porque le
unos rajaos todos mirándole. Que estaba el hermano de ella y la
pinché al Guapo se lo tenía creído. ¿Para qué anduvo con otros la
dejaba tocar. Pero cuando yo me fui a por el corte ella se abrió de
muy zorra? Y ella ―que no‖, ―que no‖, que sólo conmigo. Pero ya
la barra.. Que en eso se la veía que estaba camelada. Sólo le dejaba
no estaba estrecha cuando estuve con ella y me dije: ―Tate, Cartu-
cuando yo lo veía... Pero me río porque eso es propio de ellas. Se
cho, aquí ha habido tomate‖. Pero no se lo dije porque aún andaba
camelan. Como si porque una mujer esté camelada va uno a decir
camelándola. Pero había tomate. Y ella ―que no‖, ―que no‖. Na-
a todo que sí amén jesús. Cuando tuve el corte estuve esperando
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hasta que se vino para mí tan seguro. Iba de vino hasta allá y se
Narrativa Española Siglo XX
―Que mi hermana es buena chica.‖ ‗lQue la has hecho desgracia-
creía que el mundo era suyo. Lo que menos le perdoné fue lo de
da.‖ ―Mira plas que ha estao con otros.‖ ―Que la has hecho des-
Cartucho. Me cago en la tumba de su padre. Le pinché por detrás
graciada.‖ ―Acuérdate del Guapo.‖ Y ella cada vez a peores. Co-
y allá quedó en el fango. Y qué palabras salían de su boca. Que si
mo si ponerse a malas venga a servir de algo. Y me empieza a gri-
el Pilar de Zaragoza y Alicante. Que si el de más arriba que son
tar en la calle. Y a llevarme al juez por cumplimiento de promesa.
tres. Hecho una plasta entre la sangre y el barro. Ahuequé. Limpié
Y yo: ―No hay pruebas‖. ―Le han visto con ella.‖ ―Ha habido
bien el corte y lo encalomé en el jergón. Vino la pasma y a pregun-
otros. No hay pruebas.‖ El juez harto. Y yo más. Y venga a crecer
tar. ―Derrótate Cartucho.‖ Y palo va palo viene: Pero yo nanay.
la tripa. Y no me deja tranquilo. ―Déjame en paz, zorra, que te
―Te hemos encontrado el corte.‖ ―Enseña los bastes.‖ ―Tiene tus
vas a acordar.‖ Una noche, en vez de gritar, se me echa encima en
huellas.‖ Pero yo ya sabía que lo de las huellas es camelo. Total
lo oscuro. ―Tú me quieres.‖ ―Tú me quieres.‖ Lloraba. A mí se
que salí con la negativa y al jardín. Arresto menor por tenencia.
me fueron las manos. Eso que estaba con la tripa. Total, que se
Pero no había pruebas de lo otro. Se acabó el Guapo. Y es cuando
creía que sí la muy zorra. Al día siguiente otra vez. Pero yo ya no
ella se lo creyó. Y al salir, allí estaba como una pastora para echár-
quise. Y vuelta a seguirme por las mañanas y por las tardes. Ya me
seme al cuello. Y con la tripa así de alta. Y yo: ―Que me, dejes‖.
hartó. Le pegué un puñetazo que le aplasté la nariz. Y estaba ya
―Que es tuyo.‖ ―Que me dejes.‖ ―Que es tuyo.‖ ―Que tú has estao
por dividirse. Por eso me daba más asco. La aplasté las napies. Le
con otros.‖ ―Que no.‖ ―Que ya no estabas estrecha.‖ ―Que eché
di demás fuerte para ser mujer. Pero estaba ya hasta aquí. Total,
sangre.‖ ―Que tú no estabas estrecha.‖ ―Que te digo que manché
juicio de faltas. El curro y lo sabía pero no había pruebas. Otros
las palomas.‖ ―Que me dejes.‖ Yo le daba cuerda mientras estuve a
seis meses de arresto. Menos mal. Entre tanto a parir. Ya no vino
la sombra. Ella venía de ala. ¿Qué le iba a decir yo? Que sí. Que le
más de ala. Yo tan tranquilo. Ya le había dicho a la Florita, la del
había pinchado por ella. Ella me venía de lao. Y que diga de
Muecas, que estaba, por ella. Al salir ni me miró a la cara. Andaba
dónde sacaba la tela. Pero son así. Yo la seguí dando cuerda. Pero
con el chorbo de un lado para otro. ¡Que puede parecerse un crío a
al salir quería más y ya no. Porque me había gustao de la mayor
su padre! Es igual que yo. Pero no hay pruebas. Ella ahora lo deja
del Muecas. Ésta sí que sí. Y la pesada de ella: ―Que es tuyo‖. Y
a su hermana la fea y a hacer la carrera con la nariz rota. Si qui-
hasta me manda el hermanito. El que no había chistao cuando la
siera tenía yo ahí una mina. Pero me ha gustado ser fetén con las
tocaba el Guapo delante él. ―Mira plas, acuérdate del Guapo.‖
mujeres. Cuando están por uno son así. Para eso son mujeres. Yo
49
Narrativa Española Siglo XX
pensando en la hartá dé tetas que me iba a dar la Florita. Na más
salir. Y en eso que llega el padre. Y el Muecas tiene malas pulgas
y también sabe tirar de corte. Esos manchegos atravesaos. Y ella
que es menor. No quiero líos. Me doy de naja. Pero es que me
camela. No es como la otra. Me tiene miedo. De vez en vez me
J.M. CABALLERO BONALD. ÁGATA OJO DE
GATO [FRAGMENTO]
doy una hartá. Si el Muecas me pilla. No quiero líos. Pero no voy
a dejar a la chavala esa. No me atrevo a lucirla. De vez en vez una
hartá pero no sé seguir. Como no bebo. Tomo un café y ya estoy
I
listo. Juego subastao y chamelo. Algo saco. Y poco currelo. Y a los
Llegaron desde más allá de los últimos montes y levantaron
bailes de los merenderos. Porque me ha gustao ser bailón. Y por
una hornachuela de brezo y arcilla en la ciénaga medio desecada
veces cae alguna. Pero esa Florita me sigue en las mientes. Y las
por la sedimentación de los arrastres fluviales. Jamás entendió
hartás que me he dao no me han dejao harto. Y que no se le acer-
nadie por qué inconcebibles razones bajaron aquellos dos errabun-
que alguno que lo pincho sin remisión. Ya no hay Guapos.»
dos —o extraviados— colonos desde sus nativas costas normandas
hasta unos paulares ribereños donde, si lograban escapar del paludismo o la pestilencia, sólo iban a poder malvivir de la difícil caza
del gamo en el breñal o de la venenosa pesca del congrio en los
caños pútridos. El caserío más próximo caía al otro lado de lo que
fue laguna (y ya marisma) de Argónida, y era de gentes que acudían por temporadas al sanguinario arrimo de los mimbrales, mientras que más al sur, hacia los contrarios rumbos del delta primitivo,
bullía la secta de las almadrabas, el mundo suntuoso y enigmático
al que sólo se podía ingresar a través de navegaciones fraudulentas
o pactos ilegítimos con los patrones de los atuneros.
Nadie supo de los normandos ni los vio bregar por la marisma hasta bastante después de su insólita llegada. Debieron de
50
luchar a brazo partido contra la salvaje tiranía de los médanos y la
Narrativa Española Siglo XX
Ya debía de haber muerto en la empresa —envenenado por
bronca resistencia del terreno a dejarse engendrar. Una costra sali-
su propia saliva o apestado de fiebres cuartanas— uno de los nor-
na, compacta y tapizada de líquenes, que rompía en formas con-
mandos, cuando el otro, el único del que se conserva fidedigna
coideas de pedernal al ser golpeada por el azadón, les fue metien-
memoria (y el único que cruzó su vieja sangre norteña con la ya
do en las entrañas como una progresiva réplica a aquella misma
renovada de las pescadoras moriscas del estuario), cavando una
reciedumbre y a aquella misma crueldad. Con asnos cimarrones
noche de los idus de octubre en unas corredizas dunas, sintió de
cazados a lazo y domesticados por hambre, fueron acumulando
pronto como una insoportable calambrina al rebotar la laya contra
guano y tierra de aluvión sobre la marga que ya habían conseguido
algo duro y al parecer magnético. Mientras se restregaba el hormi-
sacar a flote entre las brechas del salitre. No sembraron cereales ni
guero del brazo, tuvo la vaga certeza de que por allí abajo debía de
legumbres ni plantas solanáceas (cuya cohabitación con el esquil-
existir una yeta de calamita, no comprobada entonces por ninguna
mado subsuelo tampoco habría sido posible), sino momificadas
especial sabiduría mineralógica, sino presentida con una atenazan-
simientes de hierbas salutíferas que habían traído con ellos, con-
te seguridad que lo impulsó a escarbar frenéticamente en la arenis-
servadas en viejos pomos de botica y como única hereditaria man-
ca, ya la luna saliendo de lo hondo y la brama de los cérvidos
da, desde sus bancales nórdicos. Arropadas en mantillo y recosidas
oyéndose en la breña. Hasta que descubrió al fin una laja eviden-
con hilachas de agave, aquellas venerandas semillas de ajenjo y
temente labrada por mano de hombre y luego otra y otra más, y
ruibarbo, sardonia y camomila, lúpulo y salicaria, germinaron
cuando ya clareaban los repliegues del páramo, vino a darse cuen-
muy luego en la extensión baldía y provisoriamente hurtada a la
ta de que lo que había desenterrado era el tramo curvo de una vie-
mordedura del nitro, contraviniendo por vez primera el código de
ja calzada. Pero no se amilanó por ello el normando; impelido por
una erosión iniciada desde que el río perdiera uno de sus prehistó-
una especie de espectral desasosiego, buscó momentáneo alivio a
ricos brazos para ir soldando la isla oriental de la desembocadura
su calentura con una irrazonable actividad: se apresuró a llevar
con los arenales limítrofes. Nunca llegó a sospecharse, sin embar-
una y otra vez brazadas de helecho a dos venados caídos días antes
go, la finalidad o el presunto beneficio de aquellas delirantes plan-
en la trampa natural de la ciénaga, y clavó un cerco de estacas
taciones, vigiladas hasta el agotamiento durante meses y cuyas
junto a la zanja recién abierta por si la arena volvía a cubrirla, y se
iniciales y precarias cosechas revertieron en su totalidad al semille-
internó por la junquera en busca de camaleones, los mismos que
ro destinado a una gradual ampliación de los yerbazales.
confundía con basiliscos y hacía reventar sobre una estameña em51
papada en zumo de moras.
A la amanecida, aún sin dormir y sin sueño, excavó más largo y la calzada era como de cuatro varas de latitud y, según la inclinación de las lajas, allí mismo torcía hacia el norte, viniendo
(como al parecer venia) del oeste, o al revés. De modo que lo primero que se le ocurrió fue trazar mentalmente la supuesta trayec-
Narrativa Española Siglo XX
como el griterío de las grullas. Fue arrimándose sin ser notado
hasta los vientos de la orilla, hurtando detrás de los juncos un
cuerpo ya camuflado por una especie de mimetismo con la mohosa impregnación de la tierra, y distinguió a los tripulantes de
uno de los faluchos aclarando el aparejo, y a los del otro, ya arriadas las velas, bogando en un bote hacia los bajíos de Matafalúa.
toria de aquel sepultado camino, eligiendo para sus iniciales y na-
Vigiló durante horas sin comprender qué decían ni en qué se
da precisas maniobras el rumbo occidental (que no era, por su-
afanaban. Dos hombres harapientos recogían en unas espuertas lo
puesto, el que trajeran un día los dos erráticos buscadores de na-
que debía de ser sal mezclada con cieno de un lucio desaguado,
da), ya olvidado de sus plantaciones e inconscientemente esclavi-
transportándola con atropelladas prisas a bordo. Y en eso estaban
zado por el obsesivo rastreo del terminal —o del punto de arran-
cuando el normando distinguió la figura de una mujer que revolvía
que— de la calzada.
entre unas cuarterolas estibadas a popa del velero. Con la virilidad
Pasados que hubieron cuatro meses desde que iniciara las
subterráneas pesquisas, lejos como estaba el normando aquel luciente día del chozo, vio entrar dos faluchos por la bocana del caño Cleofás, tal vez con la ruta de cabotaje confundida o aventurados por aquellas palúdicas aguas en temerarias intentonas de pesca
de bajura. Tardó algún tiempo en comprender que no se trataba de
ninguna de las fementidas imágenes estampadas de pronto en el
caliginoso hondón de la marisma (que tantas veces lo embargaran
de terror o lo hicieran sospechar que empezaban a estancársele los
humores de la cabeza), pero salió simultáneamente de dudas y
ensoñaciones cuando llegó hasta él, conducida por los densos orificios de la salinidad, una ininteligible jerga, marinera y gutural
entumecida durante años, o tal vez durante toda su indescifrable
vida, el solitario se sintió absorbido de pronto por el vórtice de una
turbia rotación de delirios que le circuló vertiginosamente por la
sangre y se le incrustó en las ingles y allí le violentó las desvencijadas compuertas del sexo. Arrastrándose por el pestilente lodo, restregándolo y lamiéndolo, una mano vibrando entre los muslos, le
adelantó a la hembra sobre los entrevistos pechos y el combado
vientre su boca jadeante y su envilecido cuerpo de animal celibatario. Tumbado de bruces, mojado de limo y esperma, su propio
orgasmo le alimentó la combustión de un ansia que sólo podría ya
extinguirse, no coincidiendo periódicamente con el celo de la fauna vecina, sino por medio de un inaplazable ayuntamiento con
52
mujer.
El normando vio a los faluchos enfilar la bocana como si de
Narrativa Española Siglo XX
soledad con que había llegado, mientras veía revolar una y otra vez
por los vértices de la tarde al pájaro de mal agüero.
repente se le viniera encima la todavía informe presunción —ya
Cuatro días permaneció el normando en la hornachuela
que no la evidencia— de que todo cuanto había vivido hasta en-
como rendido a un malsano letargo, del que apenas salió alguna
tonces no era más que una disparatada aglomeración de calami-
vez para trepar a unas dunas o asomarse sin vista a la ya extensa
dades. Peleó enconadamente contra sus propios atavismos antes de
cavidad abierta sobre la calzada. ¿Le llegó luego el olor a hembra
decidirse a dar una tregua a las exploraciones en la calzada, siendo
por un súbito trastorno de la última pleamar del verano, lo venteó
así como, al cabo de unos incalculables años de supervivencia,
desde allí según el distante rumbo de Zapalejos y gracias a la in-
abandonó por primera vez sus pagos marismeños y subió por el
humana desmesura de su olfato perruno? El caso fue que aquella
caño Cleofás arriba hasta la hoya de Malcorta.
misma madrugada se puso en camino, siguiendo instintivamente
Su aspecto, a poca atención que se le prestara, debía de favorecer directamente la sorpresa o el espanto o, cuando menos, alguna sobresaltada conmiseración. Estaba ya bien entrado el verano y
las mimbreras habían sido taladas poco antes, de manera que se
encontró con el caserío medio despoblado. Merodeó como un fugitivo por las vacías callejas, arrimado a las paredes de mampuesto y
procurando ocultarse de cualquier presunta acechanza, hasta que
el hambre y la fatiga lo empujaron bajo un sombrajo donde dos
hombres bebían mosto y pidió de comer por señas y le dieron mosto y cazón guisado sin quitarle los estupefactos ojos de encima. Ni
entendió lo que hablaban ni pudo explicar que venia de los caños
bajos en busca de mujer. Le hicieron la recelosa caridad de un viejo blusón de dril, que sustituyó por su ya andrajosa zamarra de
vellocino, y se volvió para sus pertenencias con la misma sofocante
el sumergido litoral del lago de Argónida, y a la otra noche columbró la costa que aún seguía llamándose de los Moriscos. Si no
hubiese sido por la virulenta fulguración de los ojos o por la rubiasca pelambre leonina, su paso por aquel bullicioso centro de
pesquerías (en constante trasiego con los jabegotes del otro lado de
la ensenada) no habría suscitado siquiera una disimulada curiosidad. Atravesó las casuchas con la misma furtiva alarma con que
cruzara días antes la desolación de Malcorta; comió la cecina de
jabalí y chupó la arcilla de magnesia que llevaba en el morral junto
al sacrosanto ramito de muérdago, y durmió su primer propiciatorio sueño de Zapalejos alebrado contra el tabique de una zahúrda.
Cuando despertó con el alba, se alargó sin más hasta el embarcadero, orientándose por la hedentina de los despojos de pescado y
confiándose al natural vaciado del terreno hacia la depresión de la
53
Narrativa Española Siglo XX
por el caserío aledaño, atento a algún atisbo de conversación que
cala.
Ya habían salido las barcas al curricán y, a medida que el
normando dejaba correr el tiempo entre caminatas por la playa y
pudiera resultarle familiar o que, al menos, lograra proporcionarle
una pista para hacerse entender.
ojeos por los malecones, empezó a sentir como un gradual afloja-
Zapalejos crecía entonces al mismo abrupto compás que el
miento de las tenazas que habían venido hurgándole en las reser-
volumen de transacciones de la pesca del señorío, y gentes de muy
vas de la lujuria. Algo rebullía dentro de él que desplazaba tantas
diversa calaña y procedencia recalaban a su abrigo por ver de sor-
martirizantes acometidas del sexo como había soportado desde
tear los asedios del hambre y la justicia. Sin llegar, desde luego, a
que viera a la mujer en la popa del falucho. Una insinuante pro-
la multiforme población de las fronteras almadrabas, pululaba por
puesta dc comunicación parecía ponerle cerco a su inconmensura-
allí un creciente reflujo humano principalmente abastecido, a más
ble soledad y presintió, en un inesperado relampagueo imaginati-
de por el inestable censo de indígenas, por una abigarrada tropa de
vo, que iba a ingresar entonces en un mundo que de alguna incon-
inmigrantes italianos y marroquíes. De modo que el normando, a
gruente manera (y acaso desde la dispersión de su casta de pesca-
poco de andar de merodeo por los alrededores, vino a escuchar
dores del Canal enrolados en navíos filibusteros) le había sido des-
palabras no del todo irreconocibles, emitidas por dos muchachos
piadadamente proscrito. Lo que muchos años después sería recon-
brunos y cenceños, suspicaces por igual, aunque no exactamente
siderado como lo que realmente era, como un fortuito sucedáneo
despreciativos cuando mal que bien pudo ponerles en claro que
de la fatalidad, ya suscitó entonces en el normando la vaga conje-
venia de la marisma alta y tenía el propósito de agenciarse algún
tura de que algo no muy distinto a una estafa le había sido sumi-
apaño por aquellos andurriales. Los dos muchachos, que resulta-
nistrado en forma de diabólicos goteos de obnubilación. Y fue así
ron ser prófugos de Mequínez, tras husmear de cerca al normando
como lo asaltó la necesidad de quedarse en Zapalejos un tiempo
y sacar la conclusión de que no era disfraz sino connatural podre-
todavía indeterminado, aun sin pretender abandonar ni por asomo
dumbre lo que llevaba encima, lo condujeron a las cercanías del
sus exploraciones en la calzada, no buscando ciertamente una
pósito. Hablaron allí con un hombretón vociferante y ojizaino, de
compensación de lo irremediable sino un simple simulacro de ali-
enormes antebrazos tatuados, que no pareció darles mayor belige-
vio en la sórdida incapacidad para la convivencia que lo perseguía.
rancia, pero que terminó brindándole al normando la oportunidad
Y lo primero que hizo a estos fines fue vagar con la oreja presta
de que volviera a media tarde a echar una mano en el acarreo de la
54
pesca, cosa que efectivamente hizo, cumpliendo a gusto y con pro-
Narrativa Española Siglo XX
taponada ya por algún corrimiento de arena. Tres días más
vecho la soportable faena de desembarcar esportones de brecas y
aguantó mientras le crecía la zozobra y se extraviaba frente a una
pejesapos, chocos y japutas.
irreconciliable pugna de llamamientos. ¿Decidió entonces hacer lo
A la noche, enfangado hasta la cintura y en el irrespirable
trajín de la lonja, cobró el normando su primer dinero acuñado en
España y obtuvo sin pedirlo que lo apalabraran por más días, a
tanto la unidad de carga, según pudo sacar en limpio de lo poco
que allí lo estaba. Si no necesariamente satisfecho, sí se sintió ga-
que hizo, o fue después de efectuar una ansiosa escapada a la marisma, como si se hubiese sentido repentinamente impulsado a
comprobar la existencia (o la no existencia) de algún maleficio,
regresando a Zapalejos en situación de remunerado y tomadas ya
al parecer sus más decisivas y urgentes determinaciones?
nado por una eventual racha de ufanía y, después de haber conseguido plaza en uno de los barracones que hacían las veces de al-
II
bergues, se aligeró de mugres y se mercó —al precio de latrocinio
estipulado por uno de los moriegos— unas alpargatas de caucho
Tras una ausencia cuyo término coincidió con los primeros
sin estrenar y un calzón medianamente usado. Ya tarde, tendido
indicios migratorios de las aves invernizas, volvió el normando a
en la mugrienta litera, masticó una tira de cecina con la todopode-
sus cotas marismeñas en compañía de una adolescente más bien
rosa gula del descanso triunfante, mientras se abría por la cóncava
andrajosa, de edad de dieciséis años a lo sumo (cuando ya él debía
negrura de la noche la grieta de un sueño distinto a los demás.
andar por los treinta y ocho), zafia y asustadiza, no carente de
En apariencia todo fue bien hasta que, a las pocas jornadas
de oficiar en los vaivenes de la pesca, le sobrevino otra vez al normando el concomio del celo y, casi aún más, la imantación que
ejercía sobre él la inquietante memoria de la calzada. Hembras
cierta agresiva sazón corporal y de una especie de huraña hermosura filtrándose por la cochambre, con cuyos menesterosos padres,
deudos o pupileros debió de cerrar el normando algún ignominioso trato.
había visto de todas las pintas y con muy vario grado de alteracio-
Menguaba la luz sobre el chamizo cuando lo avistaron desde
nes por su parte, pero lo que de veras empezaba a roerle nueva-
unos alcores, y el normando, que durante todo el camino no había
mente el sosiego era el enigmático reclamo de aquella zanja abier-
dado pruebas de ninguna soliviantada virilidad (amordazado tal
ta con tanto desbarajuste de su propia vida y, a buen seguro, medio
vez el deseo por la inminencia de su cumplimiento), al llegar a la
55
altura de una heredad de la que se había posesionado por fuero de
Narrativa Española Siglo XX
aquietar sus bríos en unas imposturas de posesión donde la obsti-
ocupante, volvió a sentir rebrotar con lastimosa saña el empellón
nada coraza de la virginidad tomaba a veces la forma de un anti-
de la lascivia. Pero quiso asomarse una vez más, sin embargo, al
natural impedimento, como si de pronto deseara ella entregarse a
talud de la calzada antes de conducir a su medrosa compañera a lo
una desesperada cópula y se viera imposibilitada de realizarla con
que iba a empezar siendo cobijo de rudas y no consumadas bodas.
el sexo abrochado por el atroz anillo de la infibulación.
Ya de vuelta al chozo, arrimó los pocos enseres que habían
En todo caso, la muchacha se mostró diligente y servicial y,
traído de Zapalejos junto al fogón y, sin decir nada que ella pudie-
mientras el normando se afanaba de la mañana a la noche desen-
se comprender, sin que mediara ninguna previa tramitación de
terrando lajas y procediendo a esotéricas adivinaciones en las en-
intimidades, sin violencias tampoco, tumbó a la adolescente sobre
trañas de las aves o según la orientación del desove de los batra-
el petate y, ya encima de ella, le hurgó entre las ropas con tosca y
cios, se preocupó ella con eficiente solicitud por sacarle partido a
vacilante mano. La muchacha parecía sumisa y como alobada. Se
su nueva y desatinada experiencia: adecentó y remendó el chami-
dejé tocar y lamer la boca y el pecho con una resignada y tal vez
zo, industrió trampas de liga para torcazas y orzuelos para nutrias,
habitual lasitud, pero cuando el normando, ya cegado de sofocos,
pescó en los lucios con una jábega que formara parte de su ajuar y
quiso separarle las piernas, la muchacha se revolvió poseída de
le fue traspasando a toda aquella permuta de miserias (que no otra
una supitaña ferocidad, y si bien ya había acabado él renunciando
cosa fue su primera habitación de concubina y doncella juntamen-
a su presa en las estribaciones de una prematura eyaculación, aún
te) como una rudimentaria seña de vitalidad. Por las noches,
siguió ella forcejeando inútilmente y mugiendo como un animal
cuando volvía el normando, si no taciturno sí exhausto y como
malherido.
transido, la adolescente le sacaba de comer salazón o huevos de
No pudo pasarle por las mientes al normando averiguar si
semejante repudio correspondía a un defensivo automatismo frente a alguna remota (o no tan remota) tentativa de estupro o a un
congénito terror amoroso latente en sus adentros moriscos. Con el
tiempo, se limitó a habituarse a aquellos cotidianos rechazos, de
los que no salía envenenado del todo porque, al menos, podía
gallareta y le espiaba su hermetismo ovillándose en un fardo de
pieles sin adobar. Juntos como estaban en aquel mutuo espacio de
despego que ponía entre los dos la extrañeza de la sangre, fueron
haciéndose poco a poco compatibles y poco a poco fueron ingeniándose un lenguaje híbrido para nombrar al menos las cosas más
perentorias.
56
En medio de la rutina de aquella convivencia, sostenida por
Narrativa Española Siglo XX
lla de la violación. El normando la llevó al chozo no ayudándola,
las mismas ceremonias sexuales y los mismos desconcertados tra-
pero sí transmitiéndole una muda suerte de remuneración que ella
jines, vio el normando una tarde a la muchacha acercándose a la
notaba voluptuosamente adherida al vértice de los pechos y que de
linde del más reciente trecho de calzada descubierto, sabiendo
algún modo la hacía sentirse confortada por los auspicios de su
como sabia que nunca había mostrado ella la menor curiosidad
propia ofrenda. Ya en el chamizo, el normando le colgó del cuello,
por presenciar una faena que no alcanzaba ni remotamente a ex-
ensartada a un hilo de pita, la piedra de lincurio —la petrificada
plicarse. Venía con un sigilo laborioso y ensimismado y nada le
orina de gato cerval— que protegería a la desvirgada de las ace-
dijo ni le dio a entender a su dueño, sino que se echó como una
chanzas del maligno, y le dio a beber la infusión de verónica que
corza en un claro de la junquera y se quedó mirándolo con una
iría lubrificando los conductos por donde, llegado el caso, se tras-
fijeza entre mansa y exasperada. El normando se acercó a ver qué
vasaría a la masa placentaria de la hembra lo más enterizo de su
hacia allí, y ella desvió los ojos sin hablar cuando él advirtió que
sangre.
llevaba puesta la saya que le comprara en Zapalejos. Tuvo entonces la efímera certidumbre de que iba a quebrantarse al fin el conjuro de una frustración incorporada como una quemadura a sus
irredentas vidas, a partir de cuyo cumplimiento se tejería también
(con el paso de unos años que acabarían por alterar la geografía y
la historia de la marisma argonidense) el primer nudo de una tupida red de incoherencias y fatalidades.
Así que pasaron tres lunas quedó fecunda la muchacha, a
medias favorable acontecimiento que precedió en otras tres lunas
al presumible hallazgo del confín natural —o del sísmico derrumbe— de la calzada, ya en las lomas que quedaban fuera del alcance
de las mareas conducidas hasta los lucios por el caño Cleofás. Estaba al caer la noche y el normando tuvo que prender una vareta
untada de bálsamo de azofeifo para no dar un traspiés por la ya
Y así aconteció efectivamente: en una minúscula fracción de
tenebrosa oquedad abierta tras las últimas lajas visibles. Caló con
tiempo, en menos de lo que tardó en trasponer las crestas del bre-
tiento las paredes que casi rebasaban su altura y, a poco que andu-
ñal un escuadrón de garzas, la húmeda arena engulló la poca san-
vo hurgando, un leve desprendimiento vino a descubrirle la boca
gre de la virgen, que se quedó extenuada sobre la cama de juncos,
medio taponada de un boquete todavía impreciso, del que sacó la
las desnudas y mojadas piernas retraídas en una postura fetal que
tierra floja que pudo, arrimando luego el hachón sin lograr ver otra
tantas veces, y ya en vano, debió de protegerla de la inerme pesadi-
cosa que una especie de nicho circular excavado en un murete de
57
piedra.
Los retumbos del pecho no lo dejaron ir aquella noche más
lejos en su desatentada explotación, pero al día siguiente, con los
primeros despuntes del alba activando su insomnio, ya estaba otra
vez allí escudriñando y extrayendo las molidas valvas que alfombraban lo que resultó ser el arranque de un angosto túnel. Y por
allí se arrastró igual que un hurón, hasta que le falló el piso bajo
las manos y se puso a escarbar frenéticamente como si tuviera la
anticipada evidencia de que iba a encontrar, como en realidad encontró, un asombroso rimero de preseas y utensilios de metales
preciosos‖.
No supo entonces el normando (ni nunca llegaría a Saberlo
a ciencia cierta) lo que había descubierto después de tantas y tan
visionarias esclavitudes, pero un deslumbrante pasmo lo sobrecogió mientras reunía el grueso de las piezas en el declive arenoso.
Se quedó luego al borde de la oquedad, genuflexo y estupefacto,
medio imaginándose que había sido precisamente eso, no el presagio de la calamita sino el hipnótico flujo del metal argonidense,
quien lo mantuvo maniatado desde que el golpe del azadón contra
la primera losa de la calzada lo retrotrajera al centro premonitorio
del tesoro, aun sin haber tenido aviso de su existencia ni a través
del legendario conducto de sus belicosos antepasados ni por medio
de escrituras secretas, confidencias oníricas o artes adivinatorias.
Narrativa Española Siglo XX
del hallazgo (sin relacionar en absoluto los emporcados destellos
del oro con ninguna clase de aojamiento), solapó lo mejor que
pudo el nuevo escondrijo y se volvió para el chozo con la congoja
del sentenciado a una vigilia perpetua. Y allí se encerró como
huyendo de sus propias ofuscaciones o como si ya lo persiguieran,
que todavía no, los abominables endriagos que contagiaban la vesania a cuantos interferían sus designios. A nadie informó, no obstante, de su descubrimiento, ni siquiera a la desvalida preñada, la
cual lo vio desde aquel punto y hora languidecer y permanecer
días enteros en una vegetativa inmovilidad, sólo interrumpida por
alguna súbita escapada a los rezumaderos de la breña, mientras el
vientre de ella se abultaba ante la manifiesta ignorancia de él y por
toda aquella tórrida paramera se iban acumulando anticipadamente los periódicos arrasamientos de la sequía.
A las treinta y cuatro semanas mal contadas de haber sido
engendrado, vino al mundo, con el cordón umbilical uncido al
bramante del lincurio y sin otra ayuda que el desgarrador instinto
de la parturienta, un varón de pelo de brea y ojos verdirrojizos
copiados del ágata de los de la madre, al que dieron el nombre de
Perico Chico y que, andando el tiempo, sería legalmente inscrito
en el registro del condado como Pedro Lambert Cipriani, hijo de
Pedro o Pierre Lambert (de incierto segundo apellido) y de Manuela Cipriani Lobatón (presunta bastarda de calabrés y morisca),
siendo así como se fundó de hecho el linaje que tantas y tan inde-
El normando volvió a enterrar los objetos en lugar distinto al
58
Narrativa Española Siglo XX
lebles marcas vendría a dejar en aquellas inhóspitas demarcaciones
marismeñas.
59
Narrativa Española Siglo XX
JULIÁN RÍOS. LARVA [FRAGMENTO]
1. El trifolio de nuestro Roman à Klee?:
Tresfoliando en nuestra folía à deux: m atrevo no m atrevo, trevo a
trevo, hojeando las nocturnotas de nuestras bacantes, aún por cubrir. ((Busca, Gran Buscón emboscado, a tus busconas en el follaje...)) Ehe? Trevoé! Trevo trevoso... [Sauberes Klee! Valiente terno!
Eterno... No hay folía a dos sin tres?, se preguntaba una noche el
inaudito calculador de los mil alias papeleando con su bella babélica ((: Apila!, pila a pila...)) en la torre de papel. Babelle, Milalias
y... Herr Narrator. Qui?, inquirió ella. Una especie de ventrílocuelo
que malimita nuestras voces, explicó. El ecomentador que nos
dobla y trata de poner en claroscuro todo lo que escrivivimos a la
diabla. Loco por partida doble, Narr y Tor, por eso le puse en germanía Herr Narrator. Ah bon. Ya lo conocerás... En sus delirios se
toma por el autor de nuestro folletón...: Au! Tor!, que salga el doble doblado... Entre tanto, aquí me tienen, loco citato, entre corchetes preso, haciéndome el Herr Narrator] Y ahora, Rei de Trevas! Roi de trèfle! Kleekönig!, en un tris tras tres a atriburlarte a las
NOTAS DE LA ALMOHADA 1, pág. 453.
2. Chemise de nuit? Camisa negra de noche?
Ah, no exageres, salaud montreur de marionnénettes! Mi traje de
noche, de las mil y una... Eh vaporosa y tan tentadora... La roba,
oibò! La robe de mis sueños, ya arrobada en aquellos almacenes de
Oxford Street!, que acabé pagando tan cara...
3. Sornamburlando?:
Rasca, Old Scratch! : sorna con gusto no pica...
4. La Villa de los Misterios..:
Sí, míster, de nuestra epompeya!
5. Don qué...? Quién?:
Un hombre sin nombre. Sí, porque los tiene todos. Llamémosle,
para abreviar: Don Johannes Fucktotum.
6. Giovannitrío!, relinchador:
Hyhnhnm! Call me hoarse. Sometime a stud I‘ll be…
A COGER EL TRÉBOL1... A COGER EL TRÉBOL.... Cantaleteaba la Bella Durmiente de vaporososo camisón negro 2 y negra
cabellera mientras se abría camino en la espesura de máscaras
enserpentinadas del salón de los espejos, A COGER EL
TRÉBOL..., sonambulando3 risueña con los brazos extendidos
hacia las tres puertas vidrieras abiertas a la noche boscosa: al fondo, entre las sombras del jardín trasero de la villa,4 relampagueaba
una hoguera.
A coger el trébol...
((En la noche de San Juan? Sí, en la mascarada de una noche oscura de Don Juan, con arpagong al final!, que armó con tantas
suspensiones el peliculero Bob «HitchCock» en aquella destartalada casa de trócameroque o villa de las maravillas frente a Bishop‘s
Park y al Támesis, Midsummer Madness at Fulham‘s Folly!, por
orden de su patrono Mr. «Napo» Leone, el Napoleón del Porno,
para celebrar la salida de un magazine sicalíptico, (sic) CIover
Club, que tenía por emblema un as de trébol levemente deformado
capaz de sugerir, según el punto de vista, diversas figuras.))
A coger..., miró alrededor, ...el trébol..., como para orientarse en la
tremolina, titubeando unos instantes, A coger el trébol..., antes de
seguir su camino.
Y detrás, a pocos pasos, un Don Giovanni5 tétrico (: sombrero de
ala ancha negro con plumas blancas, antifaz negro, capa negra)
atornillándose el índice en la sien: É pazzerella!. She‘s nutty! Está
rechiflada... ((Giovannitrío! El Ternorio! Don Juan Trenorio! 6))
A coger el trébol...
60
1. Interp e lación del Comentador, alias Herr Narrator:
o
Los talones? Heels! Heal the heel!, ágilmente. Un corredor de fondo
ha de estar siempre en forma... Aquí les querría ver yo, lectoreadores
de corrida!, tras la potragonista jacarandosa, siguiendo sus pasos paso
tras paso a paso de tortura..., Caray! (Y entretanto el donjuanete
pisándole los talones. A la busca de su otra mitad? Nóx Mirabilis!
Cada donjuán busca su BelledeNuit...) Ah, y olvidaba consignar que
la fiel transcripción de su cantilena sería: A cogeg el treból...
2
Casi como somna o sona, en su eco. En su ecolalia. Ved o ir a/ Para!
No eches más leña al juego.... Al final, qué tranca, como un tronco.
El ceporro!, enfaldado bajo sus minifalderas. Caído, el tocón... / De
tal palo, tal as/ Corta ya. Tala, en este tálamo boscoso, falaz felón!
Fälla! Felación! : V. NOTAS DE LA ALMOHADA 2 y 3, págs.
457460, 460461.
3. Tus blondinas! Tes blondines! :
Blondin. Blundina. Blandona. Blonduna. D‘una en una. / D‘una
en...? Amos anda! / Tan movedizas, la donna è mòbile!, en la noche
oscura del almohadón enharenado: V. NOTAS DE LA ALMOHADA 4, pág. 461.
4. Notte matta!:
Sí, loca de remate, aquella noche lunática...
5. No pierdas los estribillos...:
En el Magnuscrito aspados equisquillosamente (:... XXX...) los tacos
de tu retaco, Concha Cota!, la camarera madrileña del Nomad Hotel,
que te hacía y no te deshacía la cama. Conchabamiento dificultoso en
aquel cubículo, de pie contra el lavabo, jadeando... Concha del Apuntador. Trou du Souffleur...
6. El sabio de capirote:
Picarote! Listo para hacerte el tonto...
7. De aúpa. Apa!, el moro sabio...:
Aparatosamente, Plump!, se cae. Y se levanta, Plump!, cae en la tina.
So! Inkógnito!, murmurando en plena metamorfosis. Fría? Sudando
tinta. Sinbad, en su baño sueco.../ Suédois?!/ Suée d‘oie, mon gosse.
Lapsus calami...: V. NOTA DE LA ALMOHADA 5, pág. 462
Narrativa Española Siglo XX
Majareta, esta majadera desnuda! Majareta perdida... Seguiré sus
pasos. Sí, le pisaré los talones,1 no sea que le dé la psicopataleta de
nuevo y meta la pata. Como cuando le daba el ataque de celos, a
las tantas, y se las piraba completamente pirada. Perdida por Londres, toda la noche bajo la lluvia. También ahora ligera de ropa.
Ahah, y hachispada! Esta vamp va vampirada...
A coger el trébol...
Vad säger hon?2 Qu‘estce qu‘elle dit?, preguntaron a una dos blondulantes ondinas3 (: con los pelos mojados, y envueltas en toallones de baño) apretándose contra un Mago Merlín de largas barbas
de algodón y capirote estrellado. Att plocka klöver. A la cueillette
du tréfle.
A coger el trébol...
No te mata!4 Hay que jorobarse, con el estrebolillo.5 Corta ya, recoñe! El rollo que se trae la tía... Eh tú, sabio Merlingüista, sabes
tú quién es ese discanto requeterralIado, la reloca de repetición
ésa.
Ni idea,6 dijo volviéndose hacia la maja en mantilla negra, rechonchota y muy morena, que se abanicaba con grandes aspavientos,
apoyada de medio lado contra un espejo. Antes iba de aquí para
allá, sin parar, buscando a alguien. Pero parece que ya va flipada.
Aúpa! Apa! Sinbad...,7 con palmoteos las dos blondinas tras el
moro en albornoz, y enturbantado y embetunado, Sinbad..., que
iba boleivoleando a gritos, Rock and ball!!!, un gran globo blanco.
A coger el trébol...
61
Narrativa Española Siglo XX
1. Capa de pecadores?:
Escapa!
2. Soulstice! Yes. Noche oscura del alma...:
Soûle! Soûle! Déjese de solstulticias en la noche oscura de San Juan...
3. Mascarillón:
Tan! Tan!..., hasta las tantas. Tongs and bones! Y cuando la lengua de
yerro diga Tong!, los amantes a encamarse. Éste es casi un tiempo
esfeérico...
4. La Traviata?:
Verdi que te quiero verde... Vete! No. Ven lindo amigo... Contigo
m‘intrigo en esta bacanal de bricàbrac. Trona. Torna. Turna. Tronad,
don! Los locos recuerdos s‘enroscan. Guirlanda. Erinring! / Loca.
Matta. Completamente tocada, y extraviada, la poverinia...
5. Salve!
Salva. Sálvese el que pueda, en tal infiernoche....
6. God natt! (: su eco, en el espejo):
Ecco: noce e noche...
7. Te llevas la palma, —del martirio! Pasásela a otro...:
Al otro, tórtola!!! La palma, no la palma. Por ella muere y por ella
nace. El fénix y la tórtola! A batir palmas... / Saint Esprit!, ya verás
cuando empiece el tiro de pichón. Palo a palo, palomino,. te llevarás
el mejor palmito...
8. Eh milano, habrá que cortarte tus alias...
Mil anos, passarâo; sí murguista, pasarán más de mil años...!
Go fly a kite! Ahueca el ala!
9. Saint dessein cézannien...:
Blancseing, zinzin!: Otro de tus têteàtête, esteta testarudo! / Tate tate!, qué tropezón... Como una paloma, ensangrentada... Se desploma... Se despluma Reanimamación... Temblando... Tan blando...
Doblando... Dadanza mamacabra... Senos senescentes.../ Eh paumé!
Elle est tombée dans les pommes, ta vieille nounouille..: V. NOTAS
DE LA ALMOHADA 6, pág. 464.
10. Saindoux!
Tetones mamantecosos, Agg!, fundiéndose grasudorosos...
Treble..., y Don Juan se embozó con su capa.1 Treble clef: clave de
solsticio 2 de verano... Habrá que ponerlo todo en solfa. Y cuando
el reloj del hall dé la última campanada de medianoche...3 Si antes
no da la nota, kick up a fa!, esta tiple ligera de cascos.4
El trébole... Y dale!, machaca que machaconea. Nos va a machacotear los oídos, qué noche, esta primadonna sonada. Qué melopea, shit!, y tan pegadiza. Otra treta? Mejor hacerse el sueco, ya!
ya!, que acabar siendo su... No! Vamos!, —apresurándose. La voy
a perder (y se abría paso a codazos) entre esta tumultitud. Seré su
sombra, hasta que pueda desenmascararme. No tan aprisa... (ya
alcanzándola), que nos queda mucha noche por delante. Esta cabezota loca, hard nut!, sigue sin oír la voz de su amor embozado.
A coger... Recomenzad el sonsonete!, —con tono arrogante, y tres
castañeteos de dedos. Muchos ruidos, crack! skräck!, y poca
nuez... Hell!,5 l levándose la mano derecha al sombrero: Good
nut!6
((Su sombra de la mala sombra? Y su eco, casi. Pero iba ida o como hipnotizada y no se daba cuenta, por lo menos al principio,
que la negraznadora sombra, aspetta il corvo!, la seguía todo el
tiempo.))
A coger el trébol...
Más vale pájaro en mano qu‘Emil volando... Y voló, el voluble
violador. Tres meses de renta, y algo más!, me dejó a deber. El
mejor cuarto, con derecho a jardín. Ayer a la yerba y al hoyo hoy...
Ay! Ayuda! Mira mi mano: una paloma 7 herida que él cubrió de
besos y curó con su pañuelo. Hankypanky! My boy! … Perdí el
sentido, en sus brazos. Y me tumbó en la tumbona, Mister Alia!
Emil!!!,8 mamanoseaba mis manzanas de amor, Saints seins...,9
mi galopín baboseando con besos franceses el muy porcochón:
Seins doux ! 10
62
1. A la pira, vampirausta...:
Tú sí que te ibas de pira y te las pirabas de vamp en vampa, vampiropeador! Vampirandello a la busca de sus personajillas! Súbete a
tu torrefacta torre del silencio, parsimonioso vampirómano! No,
no he de callar, traditore!, por más que con el dedo...! Povera sventurata! i passi suoi voglio seguir, non voglio che faccia un principizio...
2. Hell?, por todos los infiernos!
Gel, atina, y gelignita/ Hehl? / Hell!, hellseher... Es wird hell.
Vámonos! Ay recen, amanecer ya.../ Aurora pro nobis! Otro con
el mal d‘aurore y sus cantos de sereno... Aún queda mucha noche,
diablo!
3. Schlaf ?:
Faisch!
4. Flush! Have a splash, en esa piscina:
Piss of f! Pull out! ((The pool des poules... Piscisneando aquella
noche en el estanque polucionado. Bob y Milalias, entre patos, con
una pollitas... Sí, piripis. Milalias saltando y soltando espumarajos
con una botella de champán. Champú!, chapurrando y chapoteando. Y el ganso con su canto: Esta hurí al urinario... PoohPoopPoule mouillée!)) Pull off.
5. Flimflam?
Soflama.
6. Qué mancha? Manchas hay muchas, en tus borradores:
Y todas juntas harían una grande. Y libre. La patria de nuestra
p
impoluta dulcineasta. Maid in S ain.
t
Narrativa Española Siglo XX
pués d‘acordadas dan dolor!, en las infernotas del rapsodamusiquista emboscado.
A coger el trébol... Y pasó de largo sin hacer caso a la rechonchacharera nodriza madura, en almidonado uniforme blanco, que
seguía acunándose la mano vendada contra su pecho. A coger el
trébol...
((Quería salir a despejarse? Y librarse de los espejismos. Mientras
sonambulaba salmodiando su ensalmo —su palabracadabraxas! su
talismantra! su amuletilla! —se vería y las vería, a las otras máscaras, distorsionándose en los espejos que casi cubrían los muros y el
techo de aquel salón vertiginoso.))
Absorta, en el marco de la puerta, mirando al claroscuro: siluetas
fugaces que corrían a emboscarse, entre los árboles y los setos y los
arbustos y las estatuas, y se perseguían a gritos y risas. Fulgores de
hoguera,1 llamarilleando, entre las frondas negras azules violáceas.
High! High! Hell !,2 jaleos y chapaleteos a lo lejos, Schlaf!3
Schlaff!, de los que brincaban sobre la hoguera (: desnudos chisporroteantes) e iban a caer en el estanque. Schlaf!4
Tras las llamaradas, encabritándose: incandescentauros! O centaureas. Y las dos rubicundas despeluzadas, a caballo de sus melenudos, también en cueros, dieron un alarido saltando con sus monturas por la hoguera flam!5 plash! al estanque.
Allí bajo los sauces llorones, y enrojecidos, detrás del estanque: la
ancha mancha 6 lechosa estrechándose hacia las frondas en sombra del río. Reptando, reptilínea. Serpenteando, pendiente abajo.
Alargándose, como un fuelle, más rápida. Acordeondulando.7
7. Que se t‘acaba el fuelle, acordeonanista!
Nanay. Folla, follador. Bandonea, discépolo aventajado. Discipolucionador! A acordarse d‘aquellas mocicas acordadas, que des63
Narrativa Española Siglo XX
1. Nova lis?:
No va, lisonjero. De lirio en lirio. Carnaciones de lirios. Del valle.
Hediondos. De todos los culorines! Sigue desflorando y proustituyendo a tus muchachinas en flor. A la busca, buscón, de buscona
en buscona. Ciana a ciana, trovatore. Culinda a culona, culteranotador. Popoetaster! Sigue a la busca de la florazul. Heinrich von
Afterdingen!
2. Cardorosos... Cardos estrellados?:
Aperi oculum!
p
3. Cuer os?:
v
Ja. Jaha: Korporation!
4. Figments! lndeed! Fruto de su imaginación!?:
Calenturienta. Sí, los frutos de la gran higuera, encendida, frente a
la hoguera. Sigues en la higuera? De rama en rama, qué ramalazo!, sitarareando... Como aquel anochecer azul índigo de verano
en Holland Park: hippies y gopis balanceándose en las ramas de la
gran higuera, krax! krax!, mientras las llamas subían con los rasgueos del sitar. Ragatime! La gran higuera, encendida, en la noche. Fue fuego, fu fu!, y será ceniza. Ashvatta!!!
5. Con este sígneo vences...:
Ignuminoso!
6. Fawkes? Guy Fawkes?:
Please to remember the Fifth of November..., acuérdate de aquel
cinco de noviembre en el ático de Phoenix Lodge, cuando Fawkes
o Focs prendió todos sus parlamentos. En su Auto de Fénix.
Ciempiés!!! ((O casi.))
Y la hilera de desnudos a cuatro patas se fue cerrando en círculo,
culo en alto; alrededor del equilibrista cabeza abajo, tieso como
una estaca, y con las piernas en uve. Más difícil todavía: cubriéndose, con las manos, los genitales.
La de las flores azules ((: manojo de lirios?)) entre las nalgas, arrodillada con el espinazo doblado y la cabeza entre los brazos. Y su
floricultor, también desnudo y arrodillado, apuntó echándose
hacia atrás y le plantó, certero, otra flor azul.1
((Otro ósculo?!...)): el hombrelobo hundió de nuevo su cara peluda
entre las blancas ancas de la valquiria, con casco de cuernos, que
gateaba bramayando contra la yerba. Y seguía, acezante, azotándola con un manojo de cardos.2
Cuerpos 3 en las ramas. Racimos de cuerpos, negros, balanceándose en las ramas de la gran higuera 4 encendida.
A la izquierda, hacia las arboledas cárdenas de Bishop‘s Park:
manchones, blancos, y hachones. La silenciosa procesión de encapuchados blancos. Y, al frente, una cruz de fuego.5
((Focs!? Focs?! : Fuegos?)): furioso griterío levantándose con las
llamas del espantapájaros de paja y trapos que ardía, braciabierto,
clavado en el centro de la hoguera. ((Focs!? 6))
Mejor casarse qu‘asarse..., la novia revoloteando con sus velos
blancos, alrededor del fuego, perseguida por un fraile con gorro de
cocinero que empuñaba una sartén.
64
1. Fry!:
Yes, fryer. Sí, Fray!, al reír será el freír... Fría... ((Pobre Fray, cuando se quedaba refrito, seguía soñando con la pluscuamperfecta
casada...)) Fría.
2. Fire...?:
Falla! Falla, sin falla. Y no le des más vueltas a esa danza del
fuego. Fuegos encendidos d‘amadores... Llama de amor viva...:
V. NOTAS DE LA ALMOHADA 7, pág. 465.
3. Sona!:
Sonna. Son. Sona. Los sueños sueños son, sonambolista?
4. Son son?:
Sonsoniquetes!
5. Son najas?
Cara jorcas
6. Pap! Pap with a hatchets?:
Paparruchas! Apenas unos puñetetazos de nada. En la penitencia,
Pap!, lleva el pecado...
7. O Felix pulpa...:
Magra, sí, pero la pulpa no es de ella sola.
8. Stern sternum! Harsh and untuneful are the notes of love...:
No se consterne con Sterne. A desternellarse de risa!
9. Din?:
Yes, dean. Sí, din!, cuando la religión suena...
Narrativa Española Siglo XX
Ay! Fray! Fray!…, ayeaba a escape. La quisicosa está que arde...
Y dándose media vuelta se levantó de golpe, en una ola de enaguas encrespadas, el vestido hasta la cabeza. Y se lanzó a través
de las llamas, Fray!!!,1 al agua.
Fire ball...2 La danza del fuego..., y Don Juan se asomó al porche. Llama que llama. Cherchez la flamme!, espiando desde su
rincón en sombra. Flama flamenca? Ahó, qué llamativa..., qué
llama altiva... Y seguía encandilado, Qué lasciva..., las contorsiondulaciones (: centelleos de ajorcas, en sus culebraceos serpentintineantes) de aquella bailarina hindú.
Son! Son! ...,3 sonrisiseaba cabeceando al compás de los sonajeos de la cascabelera que retorcía sus torneados brazos, con las
manos engarabitadas, como cobras. Son son...,4 cabeceaba, al
ralentí, como somnoliento. Son sonajas...5
Pap! Pap!, bruscamente dándose golpazos de pecho, Pap! Pap!,
y retortíjándose frenética. Pap!6
Papilla...,7 se va a hacer, como siga meaculpandeándose así.
Flacucha, más bien, pero cómo le resuena el esternón... Estereofónico, casi. Más golpes terne que terne,8 pap! pap!, más golpes que a una estera. Como una penitente paporreándose. Y
encima ahora con ese retintín din! din!9 de toda esa chatarra
que lleva.
Ah sí, sonadora. Me hacía tilín con sus sonajeros, cuando culebreaba, desnudándonos anudados. Fingiendo que se resistía na
na nanay! hasta el fin, Oh lá lá!, aquella tarde en el nido al rojo
de Phoenix Lodge. Ronrona, en éxtasis, y s‘enrosca. Muerde, y
muere. Cómo mordía la morena! S‘escurre, nalguileando. Marcas, de paliza?, en la espalda.
65
1. Rubifica!
Oui, il faut franchir le rubis con.... Hay que atravesar el rubí,
concho!
2. (:Curiy. Curry....:
Caricia a caricia...
3. Elixir d‘axilas?
Ambrosía. Elixir, sir. Néctar indio, amrita!, de aquella panicada muchacha originaria de Amritsar.
4. Piel de seda, que hace aguas?:
Manantial que mana hilo a hilo... Mana... Venero venéreo!,
en veda. (Venera, pellegrino, la fontana...) Mana, con el calor. A
flor de piel. Piélago isondable. Y te ahogabas, en sus brazos. Hasta
que tocas fondo, en el placer.
Narrativa Española Siglo XX
Su cuerpo atezado, atizado!, y como carbones sus ojos. El
carbúnculo,1 de fuego, en la hondonada húmeda. Palpaladeoliscándola por todas partes. Merienda india. Sabor a clavo en la
punta de su lengua? Ah! Ah! su aliento caliente, a curry 2 y a té.
Tez de gitana calé, calenturienta. Caricia a caricia, caldeándose
en su propia salsalacidad. Su sudor que mana, fresco, en los
sobacos.3 Entre sus valles: cinco arroyuelos por el cuerpo ungido de esa hija del Punjab. Lisura sedopsaguanosa.4 Y se desliza,
seductora. seda que seda la sed... Resbalosabrosa, suculenta!, y
salía ensalivada. Un beso esquivolando y miedo en la mirada.
La hora ya!
Ajó! tan característico el son de sus ajorcas. Con caricias
y carantoñas nerviosas. Siempre con el tiempo contado. Lo que
ha de ser, sonará. Todas aquellas ajorcas din! din! en su brazo
derecho. Cepillándose su pelo rebelde. Deslizándose descalza,
en la penumbra roja. Como un horno el cuarto de las fornicaciones. Ágil, agigantándose su sombra en la pared. Prenda a
prenda, esparcidas por el suelo. Sinuosa, y tintineante, al enrollarse sus trapos. Las ocho!?, iba a llegar demasiado tarde a la
tienda. La esclava del señor tío. Sí, el sikh de las manos largas.
Pap! Pap, por pecadora. Pap! Pap!, sopapo viene y porrazo va,
por indisciplinada. India sin independencia.
5. Mana Kaur....:
La princesaesclava de la tienda india de Shepherd‘s Bush
Road donde comprabas tus provisiones de noche —y la manzana,
sólo una, de las discordias. Distante, y distinta, tu mana... Tan
exótica, con aquella indumentaria. En sari y tan seria siempre,
clavada a la caja registradora. Y vigilada constantemente por el
barbirrucio del turbante. Echaba fuego por los ojos la vez que intentaste entablar palique con ella, mientras rebuscabas en los bolsillos los últimos peniques. Hasta que se te presentó la ocasión de
abordarla sola, en la cabina telefónica de Brook Green, frente a su
escuela.
Hasta que se le hincharon las narices. Después de la última paliza. Sobresalto en mitad de la noche. Croakcroakcroakcroak... Hey! ranicroando el parlofón de la puerta de la calle.
It‘s me…,5 en un gemido. Oh sí, era ella, la india sorpresiva. Y
casi irreconocible. Con la cara hinchada (: moon face!), y llena
de magulladuras. Se había escapado de casa, a esas horas, y de
las garras del sikh sicópata. Buscaba refugio en mi cubil.
66
1. Alucinación? :
Quelle patate! Déjate de paparruchas, y de hacer alusiones
elusivas. Et patati et patata, patatras!, ya verás cuando le dé el patatús... Como una marioneta, con aquellos calambres...
2Bálsamo de fierabrasada:
Narrativa Española Siglo XX
Eh! Es ella, o una alucinación?!1 Su cabeza... Eh eh, la danzarina o la manzarina?..., escudriñando el claroscuro. La bayadera!!!
Alumbrada, en el resplandor: con una enorme manzana dorada por cabeza, y en un sari irisado, la exótica bailarindia vientreculicimbreándose escurridiza al borde de las llamas.
Llega a la llaga. Y pon el dedo... Ay! untarse antes de ayun-
Sebosa, eh, bien embadurnada de grasa. Contra las quemaduras?2 Y con su manzana tan reluciente. Se va a asar. Está que se
derrite... Se la quiere arrancar? A cabezadas. Eh! Se va a descalabrasar, en su pataletargo epiléptico.
3Fall?: Caída?:
Y chillaba en falsete, Fall! Fall!, temblequeando toda, con
convulsiones tintilantes, y llevándose las manos a la manzana. Fall
!3
tarse.
Fal, falaz. Fall, guy. Fruta, caída. (Punjabi pun! Punjabberwocky!)
4. Morsechiatura in punto di morte...:
Qui sta iI punto. Ahí está el punto. (Un tal Mr. Tod, qué
cínico, llegará en su momento, a la hora señalada en punto. Mr.
Tod is waiting for GodDot..., espera, menudo punto!, al que ha de
venir sin remisión.)
5. Hasan al Sabbath
Le maure s‘occulte... Point.
Malum!, latineó meneando la cabeza el fraile cocinero. Malum prohibitum. Por la manzana vino el mal al mundo. La manzana del mal. De la discordia. Fruto prohibido, y se pellizcó la
papada. Tajantemente. Ajá, aquella edentellada que aún nos remuerde la conciencia...
Mors... Morse?,4 y Don Juan extendió un brazo, a su derecha, hacia los flasheos. (Al fondo, junto a la verja enyedrada y
semioculto por un sicomoro, aquel fantasmal jeque 5 blanco que
encendía apagaba encendía insistentemente su linterna.) Morse
and remorse...
Qué?!: .?.!..?.!?...:
Raya punto. Punto raya. Raya punto punto. Punto raya.
Punto. Punto punto punto. Raya punto raya punto. Punto punto.
Punto. Punto raya punto. Raya. Raya raya raya. Raya raya raya
punto punto punto. Raya. Raya raya raya. Raya punto punto. Raya
raya raya. Punto. Punto punto
67
1.Que t'estás pasando de la raya. Menudo punto...:
Punto en boca! Y no me despiste, vivales, que me despisto.
2. Nota de la scriptgirl:
Prenda a prenda, sh!, vételas soltando... Viste al Rey desnudo? Donjuán de guardarropía! Detalladas cada una de esas prendas (: sombrero negro de fieltro con plumas blancas, antifaz de raso negro, camisola con cuello y puños de puntas de encaje blanco, guantes negros de
cabritilla, jubón acuchillado y calzas de terciopelo negro, botines negros con adornos de plata, capa española) y el precio de su alquiler ( :
Total : 13 guineas) en una factura de Emperor Clothes Ltd., 5 Emperor‘s Gate SW7.
3. sic, sicofante:
Vamos, al figón, a seguir papando.
4. Más vedas aún?:
Veda a veda, prohibida la fruta!, para ampliar los conocimientos en el
árbol de la ciencia.
5. Qué flema! Qué flama!:
Agg! Ag! Gag a gag..., gagueando.
6. Sikh up!:
Yes. Sí. Vomita, fuego, ese sikh.
7. Eterno?. Papirómano?:
Cétaient des follets, mais ils avaient cette petite flamme qui en s‘éteint
pas.
8. Con su lengua bífida... serpentecostesaurizando...:
A great feast of slanguages... A movable feast!, una fiesta muy movida. Sí, han asistido a una gran francachela de lenguas, una juerga de
jergas...
9. Silencio!:
Toma pipa... Como aquella noche, en el fumadero de Park Walk, con
la Reina de la Noche, cuando intentó inculcarte, qué anomalia, uno
de sus caprichos... La mala pipa, God! Miches!, del mal. Gaude mihi.
10. Shit on! :
Sh! Put that in your pipe, Monsieur le pipeur, and smoke it. Sí, fúmate
todo eso. Fume ta pipe!
Narrativa Española Siglo XX
punto. Raya. Punto raya. Punto raya raya punto. Punto. Punto raya
punto. Raya raya. Punto punto. Raya. Punto punto. Raya punto punto. Raya raya raya.1
Farewell remorse..., y volvió a envolverse en su capa.2 Adiós a los
remordimandamientos. Y al jardín del malicioso jardinero. Din! Din!
la midînêtte (Bon appétit!) está servida en el merendero del edén. No
comeréis del... (Nos importa un higo! Qué sicosis... 3 Sí, coma. Frurto, vedado, de su vientre. Frotafrota, que disfruta. Frotafrota, que
madura...) Sabía el muy tuno que sólo sabía bien la fruta en veda4 de
aquel árbol... Ag! Ag!, con gargajeos,5 Gag! Ag! Estaba caída. Caída,
sí. Caída. Que madura...
Agg! Dame fuego!, y saltó a la noche arrojando una llamarada. (Entrevisto y no visto aquel fakir vomitafuego,6 con turbante y taparrabos,
que se había acercado cigarro —o tubo?— en mano al diablo del
manto escarlata que mordisqueaba su pipa, ante la puerta vidriera del
jardín. Dame fuego? Fuego eterno?7 Bífida, su lengua de fuego.)
De slang en slang…8 Mi turno ahora, dijo la holandesa de la cofia
alada, y con un gallo rojo colgado de la cintura, que venía klomp!
klop! con sus zuecos cluecos. Un fósforo, lucifer?, y le encendió la
pipa, con una cerilla y una reverencia, al diablo estupefacto.
Pipe down,9 sacudiendo su pipa en ascuas hacia el jardín. Sh! Chitón!
10
No juegues con fuego, pizpireta. Ya sabes lo que pasa. Ah, chispo-
rroteo, y se apaga. Quieres que te cuente el cuento de la mala pipa?, y
se volvió a (: la aldeana holandesa se había esfumado, por entre el
tumulto del salón) la puerta vacía.
68
1. Es la inopia...:
La atmósfera retenía voluptuosos aromas...
2. Pasado de mano en mano...:
Y de bocacha en bocacho, mi cuate.
3. Plus ça change...:
C´est du kif!
4. Letet sanguis in herba...:
Echa venablos contra esa anfisbena venenosa.
5. Rasen! :
Ja! Rasen! Arrasen!
6. Ilumina oculos meos!:
Ojo con ese canto griegoriano....
7 Mamutreto! éléphantiastique! :
Notre bouquin émissaire... [El archivo expiatorio. The Black
Book. El libro de Cambios. The Wandering and the Book Deambularvagabundeaban por Londres leyendo de corrido el libro de
sus vidas más o menos imaginarias. O merodeaban ciegamente, al
azar de su parodisea, en busca de aventuras. Su grafomanomadismo mano a mano les hacía errar erre que erre. Eme que eme. Vivir
lo escrito y escribir lo revivido era uno de los trabajos parafrasisifosos de su insensatolondrado novelón de bellaquerí as. Escrivivir, lo
llamaban, sin caer en la cuenta de que se desvivían en el empeño.]
Nuestro libraco...
8. Icebargantín?:
Nubergantín, entre cúmulos y cirros. Capeando el temporal, allá
arriba. Ya arribará, en volandas, el holandés errante. The Flying
Dutchman. Con su mascarón terrible.
Narrativa Española Siglo XX
Pipe dream...,1 murmuró Don Juan, para su capote. Calidoscopio
onírico de una noche de verano. Si es posible, que pase de mí... Es
la misma?2 Calumetamorfosis, sí. Todo se va en humo, en humor?
Kifkif.3 Oui. El despiporren! Esta noche parece que todos se lo
están pasando pipa. Menos nosotros dos..., espiando desde su escondrijo a la Bella Durmiente.
Sigilosa, poco a poco, por el porche. Y se detuvo entre dos columnas, de cara al jardín. Y de nuevo dio unos pasos y, al borde de la
escalinata, volvió a detenerse.
Apelotonándose, en pelotas. Embistiéndose, y a revolcones, por el
resplandor. Sobre brasas, pasando, sombras abrazadas. Entrelazambulléndose en la humareda chispeante. Nudos. Retorciéndose
encendidos. Culebreando4 en las yerbas altas. Despedazándose,
por el césped.5
Allí en la alfombra de luz, entre la hoguera y la higuera: anudándose desnudos. Y más abajo, en la maleza, amalgamándose. Reguero de puntos purpúreos, por la otra orilla. Abrojos 6 y cardos
ardiendo. Humo y, entre las estas, sombras. Entre las zarzas, ardientes, enzarzándose. Crujidos de ramajes lejos, desde el río.
Ojos, rojos, entre los matojos.
Aquel arremolinamiento, de arrebatados y alumbrados. Y acuclillado en el centro del corro de brujas arrebujadas en sus mantones
negros, el Gran Cabrón, negro como el carbón, que sostenía sobre
su ingle hirsuta un mamotreto 7 negro. (Boquiabiertas, y muy brillantes sus pupilas eléctricas, seguían pendientes de sus labios bisbisantes: leía aquel recio volumen antiguo?)
El barco fantasma!?: con su casco oscuro y las velas desgarradas, a
la deriva en un mar de témpanos.8 Hacia los altos acantilados
blancos del horizonte, sobre Putney, donde seguían acumulándose
los nubarrones.
69
Narrativa Española Siglo XX
co era un peso muy grande que cargar y que lo mejor que se podía
hacer era dejar de lado ese fardo, ese ―peso muerto‖ que llevaban a
cuestas los anteriores. Frente a la escasez de nombres de la genera-
PRESENTACIÓN DE LA NARRATIVA DE
“LA TRANSICIÓN”
ción anterior, en ésta abundan los buenos novelistas.
Es evidente que este grupo de escritores no forman en sentido estricto una generación, pues nacieron en ciudades muy dife-
Esta generación estará integrada por aquellos que nacieron
entre 1940 y 1955, con algunas excepciones. Sus obras más importantes fueron publicadas a finales de los ochenta y primera mitad
de los noventa. Varios de ellos iniciaron su carrera literaria como
poetas en los años setenta. En esas fechas el crítico José María
Castellet editó una antología de poesía en la que los bautizó como
los ―Novísimos‖ , por algunos años los críticos los han seguido
llamando ―la generación de los novísimos‖, pero no se consagraron como poetas sino prosistas y en la actualidad ha surgido,
aproximadamente dos nuevas generaciones que en realidad serían
los más nuevos.
Es evidente que las pretensiones de calidad literaria que buscaron los autores de la generación anterior (los miembros de la
Nueva Novela Española) fueron en realidad alcanzadas por ésta
(la desarrollada en los años ochenta y noventa). También ha quedado evidente que el camino de transformación de la novela española no tenía que pasar forzosamente por la experimentación formal. El tiempo, también, ha demostrado que la lucha contra Fran-
rentes, jamás se reunieron como grupo para desarrollar su obra o
proponer una estética y, en términos de edad, la visión que tiene de
su patria es muy diferente, pues no es lo mismo haber nacido en
1939 (Manuel Vázquez Montalbán, por ejemplo, que en su juventud conoció los años más duros del franquismo) que hacerlo en
1956 (Muñoz Molina cumplió 19 años en 1975, por lo tanto sólo
conoció de lo malo, lo menos, del franquismo). Pero los podemos
agrupar porque su actitud estética y vital es muy diferente (y coincidente entre ellos) respecto de lo que hicieron Marsé y los suyos,
por ejemplo.
Todavía no es posible decir la última palabra respecto de estos escritores, pues la mayoría están todavía en su etapa de madurez, y por lo tanto les queda mucho por decir; No obstante, se puede describirse un panorama general muy nítido respecto de sus
gustos, influencias, temas, formas literarias, etc. También es muy
probable que lo que hoy digamos de ellos difícilmente pueda modificarse en esencia pues varios de ellos ya cerraron su ciclo creativo porque fallecieron o porque han dejado de escribir. En no más
70
Narrativa Española Siglo XX
de una década podremos poner punto final a la definición última
de esta promoción de escritores.
Lo que a ellos los define lo podemos agrupar más o menos
en los siguientes nueve aspectos:
•
El agotamiento de la experimentación formal: el derecho a
contar una historia
•
Los subgéneros: la novela negra, la novela de aventuras, la
novela histórica
•
No a las ideologías: la posmodernidad en la novela
•
El no compromiso ni en lo colectivo ni en lo privado
•
La desintegración social
•
El existencialismo y el regreso a la generación del ‘98
•
El destape y la problematización de la sexualidad
•
La mercadotecnia del libro y los premios literarios
•
Unión del cine y la literatura
Félix de Azúa (1944)
Cristina Fernández Cubas (1945)
Vicente Molina Foix (1946)
Ana María Moix (1947)
Soledad Puértolas (1947)
Enrique Vila-Matas (1948)
Javier Marías (1951)
Arturo Pérez Reverte (1951)
Luis Antonio de Villena (1951)
Justo Navarro (1953)
Antonio Muñoz Molina (1956)
AUTORES
Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003)
Álvaro Pombo (1939)
71
Narrativa Española Siglo XX
— ¿Carvalho?
—No. Biscuter. El jefe no tardará en llegar. Yo he ido a
hacer la compra.
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN. AQUEL 23
DE FEBRERO
— ¿Es usted su mayordomo?
Biscuter carraspea y culmina la ascensión a una mayor velo-
Biscuter subía trabajosamente las escaleras que conducían al
despacho de su patrón el detective Carvalho. Mucha cesta para tan
cidad, como si la cesta le pesara menos.
—Soy, digámoslo así, su hombre de confianza.
poco cuerpo fetoide, y de pronto una mano que se va del asa de la
cesta para irse hacia la frente y golpearla tras un «¡Mecachis!» de
evidencia.
— ¡Me he olvidado los puerros!
Y sigue subiendo la escalera un Biscuter refunfuñante.
La muchacha se mira a Biscuter de arriba abajo y dice como
para sí:
—Debe de ser un hombre muy confiado.
Biscuter no tiene manos para seguir llevando lo que lleva,
abrir la puerta y ofrecer galantemente la primera plaza a la dama.
—Hasta la sal de apio he comprado y luego me dejo los pue-
Sin saber cómo, en cuestión de segundos, las bolsas han pasado a
rros. ¿Cómo se puede hacer una vichyssoise sin puerros? Y es que
las manos de la muchacha, él está abriendo la puerta desde la sen-
no se pueden tener tantas cosas en la cabeza.
sación de que algo que está ocurriendo no debería ocurrir y final-
La cabeza de Biscuter era un elemento esencial en el afanoso
subir de la escalera, como un adelantado y balanceante vigía del
cuerpecillo, y fue ese vigía quien primero advirtió el formidable
mente entra el primero, seguido de ella, que apenas puede con
todo lo que lleva a cuestas.
—Si me ayuda todo irá mejor.
par de piernas femeninas cruzadas bajo la cúpula de una breve
minifalda y adheridas a un cuerpo de muchacha sentada en los
escalones. La mujer contempla a Biscuter con curiosidad.
Biscuter por fin ha comprendido la razón de su secreta inquietud y vuelve a no tener ni manos ni palabras suficientes para
disculparse y al mismo tiempo liberar de la pesada carga a la des72
Narrativa Española Siglo XX
conocida. No tarda el fetillo en recuperar el sentido de la orientación y, con él, maneras de secretario general de aquel reino. Comprensivo con las necesidades de tiempo libre de la mujer, se ofrece
para anotar su caso. La llegada de Carvalho es imprevisible. El jefe
tuvo ayer un día infernal.
—Estamos investigando un caso que se las trae. Los france-
así.
Se desconoce a sí mismo. Hacía tiempo que una mujer no le
provocaba una congestión pulmonar.
—No quisiera entretenerle. Le supongo muy atareado tratando de recuperar los planos de los franceses.
ses han robado los planos secretos de la Olimpiada de Barcelona y
— ¿Biscuter le ha contado lo de los franceses? Ha tenido us-
el alcalde nos ha pedido ayuda, desesperadamente. Mi jefe se pasa
ted suerte. Últimamente ha renovado el repertorio de encargos
el día de reunión en reunión con jerifaltes... ¡Hombre, jefe! De
imaginarios. Unas veces cuenta lo de los planos olímpicos y otra lo
usted estaba hablando con esta señorita.
de las joyas de Isabel Preysler.
Carvalho suele mirar a las mujeres de arriba abajo, a medio
camino entre la moral igualitaria de la juventud que le obligaba a
mirarlas a la cara de tú a tú y de las concesiones machistas que se
ha ido haciendo a sí mismo a medida que envejecía. Pero esta mujer sin duda merece una mirada de abajo arriba.
—Esta segunda no me la sé.
—Según Biscuter, Isabel Preysler ha sido objeto de robo de
sus joyas y me ha encargado que las busque. ¿Qué se le ha perdido
a usted?
—Mi abuelo.
— ¿Es tu prima, Biscuter?
Lo ha dicho de sopetón, llevada por el tono frívolo y ju— ¿Mi prima? ¿Desde cuándo tengo yo una prima?
La mujer sonríe como un boxeador que espera a su adversario en el tercer asalto con un golpe definitivo. Obedece dócilmente
guetón del diálogo, pero inmediatamente se arrepiente, baja la
cabeza, reconstruye el dramatismo interior de su vivencia.
—Mi abuelo ha muerto.
cuando Carvalho la incita a sentarse y fuerza a Biscuter a irse camino de la cocina.
—Usted dirá. Pero si no dice nada me es igual. Yo estoy bien
—La acompaño en el sentimiento. ¿De qué ha muerto?
—De un ataque cardíaco. Según el forense.
73
Narrativa Española Siglo XX
—Hay cosas que no encajan, señor Carvalho. Yo solía visiAnte dos tazas de suizo y un importante repertorio de croissants y magdalenas, un hombre y una mujer llegan fácilmente a
intimar aunque probablemente el suizo no sea un alimento afrodisíaco y los croissants sugieren excesivamente la imagen lúdica de
infancia y domingos por la mañana.
—Si el forense ha dicho que era un ataque cardíaco, no hay
tarle con frecuencia, y cuando no podía porque estaba de viaje, le
telefoneaba. Aunque fuera desde Bangkok o Beirut.
— ¿Se dedica usted al tráfico de drogas o al de blancas?
—Soy agente de tour operator.
— ¿Qué cosas no encajan?
—Curiosamente esto ha sucedido coincidiendo con un viaje
duda.
Carvalho hablaba sin mirar el rostro de la muchacha, pero sí
miraba las piernas escapadas como tentáculos de la breve falda de
napa plateada. Prefería las piernas. La cara parecía pintada al óleo,
tal vez para cubrir la desarmada inocencia de unas facciones de
niña.
mío más largo que los habituales. Estamos preparando una oferta
turística muy importante desde el norte de Australia, un lugar maravilloso y casi desconocido. He estado un mes fuera de España y
a mi vuelta encuentro a mi abuelo muerto. Llamé dos veces por
teléfono desde Canberra, puedo demostrarlo con las facturas del
hotel, y se me contestó que no podía ponerse. Una vez porque
—Sí, es lógico. Mi abuelo ha sufrido mucho en la vida. Era
militar republicano. Se exilió en 1939 y dejó a mi abuela con los
hijos. Volvió clandestinamente en 1946 y vivió escondido hasta
que se entregó en 1952 creyendo que no le pasaría nada. Salió de
la cárcel en 1960. En fin. Una vida deshecha. Mi abuela murió sin
estaba fuera, en una finca de mi tía Jacinta. La otra porque estaba
enfermo.
—Dos circunstancias muy verosímiles en un hombre de casi
ochenta años.
verle en libertad. Sus hijos nunca se lo han perdonado. Siempre le
—Nada verosímiles. Mi tía Jacinta no le traga y sólo se toma
han acusado de haber preferido sus ideas políticas a sus obligacio-
la molestia de invitarle a la comida de Navidad porque invita a
nes familiares. Pero no era un viejo triste. Era un viejo que amaba
toda la familia. En cuanto a lo de no poder ponerse porque estaba
la vida y tenía el corazón de un toro.
enfermo... ¿Quién no puede hablar por teléfono cuando está en-
—Los toros también mueren de ataques cardíacos.
fermo? Y más llamándole desde la otra parte del mundo.
74
Narrativa Española Siglo XX
—Quería usted mucho a su abuelo.
ve escritura convulsa.
—Es uno de los pocos hombres a los que he admirado.
— ¿Separada del marido?
«Esta vez podrán conmigo, Teresa. Pero tú podrás con ellos.
La historia te pertenece.»
—Teresa soy yo.
—Virgen.
—Lo tengo presente.
—Vamos, es usted feminista.
—Quizá. En cualquier caso, he tenido la desgracia de ser
hija de un imbécil acobardado y nieta de un hombre maravilloso.
— ¿Su padre vive?
—Vegeta.
— ¿Qué dice de la muerte de su abuelo?
—Lo mismo que mi tía Jacinta. Son tal para cual.
—Pero aparte de las débiles suspicacias por lo de la invitación de su tía y por no ponerse al teléfono, ¿que otras pruebas hay?
—Esto.
La muchacha le tendió un reloj de bolsillo de oro sobre el
que parecía haber caído toda la vejez del tiempo. Carvalho lo abrió
y sobre la esfera apareció un papelito doblado.
—Mi abuelo siempre me había prometido este reloj, entre
otras cosas, joyas buenas de la abuela y todo eso. Yo sólo he reclamado el reloj y me lo han dado. Lo he abierto y ha aparecido
esto.
—No es un papel tan viejo corno el reloj, sino relativamente
nuevo.
— ¿Lo ve?
— ¿Qué interpretación hace usted del texto?
—Habla de algo que le amenaza. Puede ser una amenaza
familiar o política. Lo digo por la última frase.
—Supongo que su abuelo no estaba metido en política.
—Hasta el gorro. Pertenecía a un partido de esos que aún
quieren proclamar la República.
—Lea lo que pone ahí.
— ¿Tenía dinero?
Carvalho desplegó el papelillo y se acercó a los ojos una bre-
—El no. Pero mi abuela era muy rica y aún queda bastante.
75
Ahora heredarán mi tía y mi padre. Buena falta les hace. Mi padre
ya no tiene ni para renovar la cuota del golf de El Prat.
—Un padre golfista, qué interesante.
—No veo qué interés puede tener el golf. A mí me aburre
soberanamente.
—Sólo el golf puede aburrir soberanamente. Ahí está el secreto encanto de este deporte.
Narrativa Española Siglo XX
En situaciones normales, Carvalho habría apostado decididamente por sus propias piernas, pero esta vez pidió el carrito,
lamentándolo en cuanto el artefacto se puso en marcha conducido
por un jovenzuelo vestido de verde, para hacer juego con el césped.
Carvalho, durante todo el recorrido, tuvo la sensación de ir montado en un auto de atracciones de Disneylandia y descendió del
bólido en inferioridad de condiciones ante la estatura displicente y
dubitativa de don Felipe.
—Vengo por el asunto de su padre. Ya se lo comenté por
teléfono.
Lo peor que le puede ocurrir a un ser humano es ir por la vida pensando que no ha reunido méritos suficientes para ser socio
de un club de golf. En el caso de Carvalho, junto a la sospecha de
—No veo ninguna necesidad de investigar. Mi padre está
muerto y enterrado.
que jamás le dejarían entrar en un club de golf, alimentaba tam-
—Digamos que investigo porque su padre tenía una póliza
bién la de que nunca podría atravesar el dintel de la puerta de un
de seguros y hay que hacer una investigación protocolaria. Adjun-
club de tenis. Tal vez por eso exageró la rudeza con la que exigió
tar fotografías, informes, una lata.
ser conducido inmediatamente ante don Felipe Álvarez de Enterría. El recepcionista le recorrió con una mirada valorativa y el resultado del examen no fue bueno. Carvalho no llevaba corbata, ni
fulard, y evidentemente la chaqueta marrón no casaba con el pantalón marengo, no demasiado bien planchado. No obstante el recepcionista era un profesional y localizó en el plano a don Felipe.
—Está jugando en la pista A Oeste. Puede ir caminando, pero si quiere le transportaremos en un carrito.
Don Felipe, como le llamaba el caddie cada vez que le daba
la pelota o el palo, seguía con la atención fija en la lunita erosionada y amarilla que estaba a punto de lanzar a un tonto vuelo sobre el océano verde.
—Mi hermana. Mi hermana. Eso mi hermana.
Don Felipe parecía Luis XX en el caso de que hubiera habido un Luis XX reinante en Francia. Carvalho resistió cuatro hoyos
76
de monosílabos e impaciencias porque la bola y el palo no tenían
su día, no estaban a la altura de las esperanzas de don Felipe.
Aprovechó un descanso para beberse un «destornillador» y pasarse
un pañuelo reparador de sudores.
—Hay algo que no nos convence en esta muerte.
Parte del «destornillador» estuvo a punto de salir por las narinas del curtido golfista.
—¿Qué quiere decir con eso de que no les convence? ¿Hay
muertes que convencen y otras que no convencen?
—Parece ser que su padre murió fuera de la ciudad, en una
casa de campo.
—En la casa de mi hermana Jacinta. Ya no tenía edad para
vivir solo y Dolores, la asistenta, es casi tan vieja como él. Retiramos a Dolores. Está viviendo como una señora en una residencia
de ancianos, y nos llevamos a mi padre a casa de Jacinta.
— ¿Vive su hermana siempre en el campo?
—No. Pero consideramos que mi padre, con su bronquitis y
lo que cuelga, donde estaba mejor era en el campo. En una casa
muy bien acondicionada situada en San Miguel de Cruilles, en el
Ampurdán.
— ¿Podría verla?
Narrativa Española Siglo XX
— ¿Por gusto o por obligación?
La cólera de don Felipe le hacía contemplar la cabeza de
Carvalho como si fuera una pelota de golf. Hay que adjuntar alguna fotografía, le comentó Carvalho amablemente a manera de
despedida.
—Comprenda que he de realizar un informe completo, lo
más completo posible.
—A mí me la trae floja su informe.
El tono de la voz ha sido educado en esta ocasión, hay que
reconocerlo.
—Pero quizá no los beneficios que puedan derivarse de la
póliza suscrita por su padre.
— ¿Cuánto?
—Veinticinco millones.
El palo de golf detiene su caída vertiginosa y se queda a un
palmo de la pelota. Es el momento justo para que don Felipe levante la cabeza y trate de construir una frase que disimule el nerviosismo de la voz.
—A mí el dinero no me interesa. Hable con mi hermana. Es
ella la que sabe lo que hay que hacer.
77
Narrativa Española Siglo XX
e introducido en un salón lleno de cuadros de Ramón Casas, dos
Había visto mujeres así en aquella ola de películas alemanas
que empezó a llegar a España en los años cincuenta. Solían aparecer mujeres entre los cincuenta y los sesenta, dueñas de su casa y
pianos de cola y frascos con lo que a Carvalho le parecieron trufas
en aguardiente y que al parecer eran cálculos renales que el abuelo
de doña Jacinta había extraído de los riñones más ilustres del país.
de algunas casas y vidas ajenas, cúbicas, siempre vestidas para
—Ése de ahí era el del presidente Maciá, cuando aún no era
recibir al burgomaestre y con el morro endurecido por los afeita-
separatista, cuando aún era coronel. Mi abuelo no se metía en
dos de cincuenta años de coquetería y lleno de verrugas. Doña
política. Era más responsable que mi padre.
Jacinta examinó a Carvalho clasificándolo en la categoría de electricistas o fontaneros redimidos por el bachillerato superior, pero
nunca tendrían la distinción necesaria para que ella pudiera recibirlos como iguales.
—No me entretenga mucho porque tengo un montón de cosas que hacer.
—En la compañía me llaman Pepe el Rápido. Lamento las
molestias que les estoy causando. Procuraré ser lo más breve posible.
Este comentario pertenecía a la fase amable de la conversación. Luego, cuando Carvalho empezó a poner en duda las circunstancias de la muerte del anciano militar republicano, doña
Jacinta se convirtió en una airada triple cómica de zarzuela con los
brazos en jarras. ¿Extraño, eh? ¿Conque el viejo aún va a fastidiarnos después de muerto? ¿No ha podido ni siquiera morirse normalmente? Hermanos coléricos, pensó Carvalho mientras cabeceaba pesaroso por las molestias que estaba causando. Pero cuando decidió que la cólera de doña Jacinta excedía los límites de lo
tolerable, pegó un puñetazo en el brazo del sillón.
—Si usted no lo procura, lo procuraré yo. No se preocupe.
Yo no tengo pelos en la lengua.
—Bueno, corte el rollo. O investigo o no hay seguro. Conque
menos oratoria y al grano. Quiero entrar en los lugares donde vivía
Tampoco doña Jacinta Álvarez de Enterría tenía la amabili-
su padre y sobre todo en el lugar donde murió. Si no le gusta se
dad como cualidad predominante. Durante toda la entrevista,
dirige a estas señas, pregunta por este señor y le dice que prefiere
Carvalho intuyó que se jugaba la orden de ser arrojado a la calle
perder los millones de pesetas y dejar en paz la memoria de su
por los lacayos, aunque presumía que el único lacayo al alcance de
padre.
doña Jacinta era la casi niña filipina que le había abierto la puerta
78
—No se ponga así. Hablemos como personas. Mi hermano
Narrativa Española Siglo XX
Lleva ya una hora Biscuter en su minúscula cocina laborato-
ya me ha avisado sobre la póliza de seguro, la he buscado por to-
rio, dispuesto a terminar el guiso antes de que Carvalho levante el
das partes y no la he encontrado.
vuelo con unas alas que esta mañana parecen más jóvenes que
—Busque bien.
—¿Usted no trae consigo un resguardo o una copia?
—Yo trabajo en un servicio paralelo de la compañía. Las
pólizas las llevan los agentes. Llame usted a la central.
—¿Cómo se llama la compañía?
otras veces. Biscuter ha acabado por distinguir entre las investigaciones profesionales y rutinarias de aquellas en que Carvalho pone
parte de su piel y si es necesario su sangre. A Carvalho le excitan
los casos de ancianos. Se trata quizá de una solidaridad preventiva
o de una premonición de estado. Además, ha charlado por teléfono con Teresa y hay una cita pendiente en el estudio del falso recepcionista de Aseguradora Universal, S. A.
—Aseguradora Universal, S. A.
Carvalho necesitaba dos días de tiempo antes de que se des-
—Si denuncian la superchería, su amigo va a pasarlo muy
mal.
cubriera la superchería. Un amigo de Teresa había quedado al pie
—No se preocupe. El estudio es de su padre, un señor muy
de un teléfono dispuesto a dejarse matar antes de aceptar que no
importante de esta ciudad. De ésos a los que nunca les pasa nada.
era el recepcionista de Aseguradora Universal, S. A., e imbuido de
Y el teléfono va a su nombre.
que el número de la póliza suscrita por el señor Álvarez de Enterría era el cincuenta y cuatro mil doscientos sesenta y tres. La póliza
tendría que corporeizarse en un momento u otro, pero para entonces las brevas ya podrían estar maduras o bien la higuera se caería
con todo su peso sobre las espaldas de Carvalho.
—Quien a buen árbol se arrima, buen árbol le cae encima.
Era el refrán más sabio que había conseguido memorizar.
Carvalho consulta una guía de la ciudad sobre la mesa de su
despacho. Hasta allí le llega el grito de Biscuter desde la cocina
situada a medio camino entre el despacho y el retrete.
—Por fin, jefe. La vichyssoise. Cuando no me olvido los
puerros me olvido la sal de apio.
Aparece Biscuter triunfal con un gran cuenco lleno de la sopa blanca.
79
Narrativa Española Siglo XX
—Bien fresquita y con el perejil recién cortado.
Carvalho parece ensimismado, pero reacciona al tiempo que
dice:
avales. ¿He hecho bien?
—Excelente la elección de Suiza. Es uno de los países más
seguros del mundo.
—Lo siento, Biscuter, pero tengo que salir.
—Si quiere le cuento una anécdota Suiza.
—Pero si está en su punto.
—Son mis preferidas.
Carvalho olisquea la sopa. La prueba con una cuchara de
—Yo viví un tiempo en Ginebra cuando salí del internado.
madera que le tiende Biscuter.
—Le falta pimienta blanca.
Se lleva Biscuter las manos a la cabeza.
—¡Ya decía yo! ¿Tardará mucho, jefe?
Trabajaba como intérprete y traductora en las oficinas de la Unesco. Cada mañana sacaba mi bolsa de la basura y poco a poco me
fui dando cuenta de que los vecinos me miraban con un cierto
disgusto. No creo que mi basura sea más olorosa que la de ellos, y
sus bolsas también estaban allí a la espera del servicio de recogida.
Hasta que un día me harté y me encaré con mi vecina. ¿Qué pasa
—Me voy de monjas. No olvides la pimienta blanca.
contigo, tía? Resulta que estaban molestas porque todas sus bolsas
Pero antes de las monjas está la cita con Teresa y el cómpli-
eran negras y la mía granate. ¿Increíble, no? Tampoco me había
ce, un jovenzuelo delgado y azulado, que respira, y sin duda algu-
salido de la regla del todo. En Suiza sólo fabrican bolsas de basura
na vive, con dificultad, pero que desempeña entusiasmado su papel
en dos colores, negro y granate.
conspiratorio.
—Primero ha llamado la tía y he recitado la comedia
Carvalho le propuso continuar explicando historias suizas
en el transcurso de un almuerzo, pero ella opuso un compromiso
previo con el telefonista. El muchacho tragó saliva, aliviado, y
tal como había convenido. Luego ha llamado el abogado y le
Carvalho dejó a Teresa en sus manos temblorosas de enfermo.
he pasado a Teresa, como si fuera la secretaria del gerente.
—Y yo le he dicho que el señor gerente no podrá recibirle
hasta dentro de tres días porque está en Suiza negociando unos
Por el claustro monacal avanza a pasos cortos una monja
80
Narrativa Española Siglo XX
Y Dolores está allí, en una silla de ruedas que parece un pe-
que se adivina joven a medida que se acerca a Carvalho. La monja
queda en silencio ante Carvalho y al detective se le ocurre un...
—Ave María Purísima
...que pone desconcierto en los ojos hermosos y plácidos de
la religiosa. Desconcierto y silencio.
queño insecto impotente en el centro de un salón a todas luces
excesivo. Es una viejecilla con poco y blanco cabello, semiderrumbada en la silla, pero que aún aguanta una mirada viva y nerviosa
como sus labios temblorosos e iluminados por una saliva incontenible.
—En mis tiempos se saludaba así a las monjas y ellas contestaban: «Sin pecado concebida».
A la monja le viene la risa y se tapa la boca con una mano.
Se le corta la lógica y lanza al vuelo la mirada para no tener que
aguantar la de Carvalho.
—Perdone, pero me ha sorprendido. Ya no se usa.
Carvalho se encoge de hombros, como aceptando la fatalidad del paso del tiempo. La monja da media vuelta y Carvalho la
sigue por el claustro. Saca la muchacha un pesado llavero de algún
pliegue de sus faldones y abre un portón que les conduce a un
—La vienen a ver, señora Dolores. ¿Ve qué bueno es este señor?
Se encoge de hombros Dolores.
— ¿Y qué bueno es Dios Nuestro Señor que se acuerda de
usted y le envía visitas?
Vuelve a encogerse de hombros la vieja, que observa con sus
ojillos a Carvalho.
—Le viene a hablar de don Ricardo, que Dios tenga en su
gloria, de su señor.
salón lleno de nada y algunos cuadros viejos y otro portón a otro
Los ojos de Dolores se agudizan, son estiletes clavados en la
salón con el casi nada de una austera larga mesa y otro portón a
cara del detective, pero sus hombros se encogen, porque han de
un salón no menos desnudo. Y mientras abre el paso al detective,
encogerse, porque no tiene ya una edad para expresar de otra ma-
la monja le insta:
nera que todo le importa un carajo, piensa Carvalho, al que se le
—No la canse. Dolores es muy viejecita y ya le quedan pocas palabras. Sólo oye lo que quiere y pocas veces contesta.
escapa una sonrisa de complicidad con la vieja. Y ella se sabe protagonista, cierra los ojillos, finge dormir.
—Es más pilla... Ahora hace ver que duerme, pero ¿verdad
81
Narrativa Española Siglo XX
que no duerme, señora Dolores?
—Una mala puta.
Y la monja le hace cosquillas y la señora Dolores se ríe como una niña, pero sin abrir los ojos. La monja le hace un gesto de
Y da por terminada la audiencia porque finge dormir y hasta
ronca. La monja se ha llevado una mano a la cara.
impotencia cómplice a Carvalho.
—La conozco. No tiene el día. No quiere decir nada.
—¡Qué mal hablada! La voy a castigar, señora Dolores. No
le daré la ensaimada que le he prometido.
Carvalho se inclina, su rostro está a la altura del de la vieja
durmiente.
—¿No me quiere decir nada de don Ricardo?
Y ahora Dolores lloriquea y le dice a la monja:
—Yo soy buena, hermanita. Yo me porto bien. No quiero
Y la vieja durmiente se encoge de hombros sin dejar de
dormir. La monja invita a Carvalho a salir, le da la espalda, le
marca el camino de regreso mientras primero comenta:
—Es una ingrata. Con el bien que le han hecho doña Jacinta
y su hermano. Es la edad. Dicen lo primero que les viene a la cabeza.
que me hagan nada.
Luego, en la penúltima vuelta, arrugado el joven entrecejo:
—¿Y quién le va a hacer algo, mujer? ¡Qué cosas tiene! De
nuevo hay astucia en el rostro de la vieja. Carvalho le susurra:
—Don Ricardo.
La vieja contesta:
—Me ha dicho la superiora que le pidiera que recordara a
doña Jacinta que hace tres meses que no envía la pensión de la
señora Dolores. No es que vayamos a echarla. Pero los tratos son
los tratos.
—Un santo.
Suena el despertador y el brazo desnudo de Carvalho sale de
Carvalho vuelve a susurrar:
entre las mantas en busca de su garganta estridente. Más que apre—Sus hijos. Doña Jacinta.
tar el botón de paro, la mano parece querer estrangular el desper-
Y la vieja sin pensárselo dos veces contesta:
tador.
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—¿Qué hora es? —pregunta una voz femenina de entre las
sábanas.
—Las ocho.
—¿Las ocho?
Hay indignación y brusca alzada en el cuerpo de Charo, que
emerge desnudo hasta la cintura.
Narrativa Española Siglo XX
sido imposición de ellos hacer en un mismo día la visita del piso
urbano de don Ricardo y de la residencia campestre donde había
muerto. Don Felipe no podía perderse un torneo internacional que
empezaba al día siguiente en el club de golf de Sant Cugat y doña
Jacinta pretextó ocupaciones metafísicas sobre cuya concreción
Carvalho no se atrevió a indagar. El piso urbano de don Ricardo
estaba en la rambla de Cataluña, en una escalera importante donde el modernismo había dejado una joven diosa con la cabellera
—¿Tú crees que son horas de ir por el mundo?
floral sirviendo de marco a los escalones que llevaban a un ascen-
—Me voy de excursión.
sor, diríase que hecho en ocasión de alguna visita del zar de todas
las Rusias a Barcelona. El ascensor subía corresponsable con su
Hay indignación, perplejidad, desorientación en la cara
amanecida y en las tetas igualmente amanecidas de Charo.
—No estoy en mi casa.
—No. Estás en la mía —dice Carvalho, camino de la ducha.
—Nos metemos en la cama a las cuatro y te levantas a las
ocho. Estás loco.
Se zambulle Charo entre las sábanas. Al rato asoma un ojo y
grita:
antigüedad y los llevó a un piso donde podían vivir cómodamente
dos familias, con un tanto por ciento estadístico muy bajo de posibilidades de encontrarse una vez al año en el vestíbulo. Pero sólo
eran habitables tres o cuatro habitaciones, las que daban a un patio
interior del Ensanche, característico horizonte de trastiendas de
familias respetables, retícula de celosías, cenadores, invernaderos
acristalados, macetones de azulejos al servicio de palmas de un
verde interiorizado, rejerías historiadas fingiendo ser balcón o límite entre patios y vegetaciones e inmenso jardín colectivo, romántico, abandonado, aislado, en una ciudad que ya no era lo que había
—No olvides la cantimplora.
Los hermanos Álvarez de Enterría le esperaban delante de la
Pedrera. Carvalho los vio discutir a lo lejos y pasó por alto la cara
sido. Estaban impacientes los hermanos ante el entregado contemplar de Carvalho, y como los carraspeos no les sirvieron, fue doña
Jacinta la que le preguntó por su parálisis.
de perro indignado consigo mismo con que le recibieron. Había
83
—Siempre me conmueve el espectáculo de estos interiores
de las manzanas del Ensanche.
—Conmuévase otro día, que hoy tenemos una agenda muy
apretada.
Narrativa Española Siglo XX
sofos de entreguerras, Ortega y Gasset y Bertrand Russell incluidos. Cuatro o cinco trajes en los armarios. Viejas camisas en los
cajones. Media docena de calcetines largos, de liguero. Corbatas
anchas. Tres pares de tirantes.
—Perdió la vida y la vista entre tanto libro.
—¿Por qué eligió su padre vivir en la zona que daba al patio
interior?
—Tenía la cabeza llena de letras.
—Y yo qué sé. Tal vez porque era más tranquila y no le lle-
—Menos leer y más vivir.
gaba el ruido de la calle. O igual se sentía más seguro, más escon-
—La pobre mamá fue una mártir.
dido. Era un viejo muerto de miedo.
—Hasta sabía hablar en latín y leía libros en griego.
Una de tres: o a doña Jacinta no le gustaban los viejos o no
le gustaban los viejos con miedo o no le gustaba ningún otro po-
Los dos hermanos se despachaban a su gusto, en un doble
blador del universo que no fuera ella. Carvalho se inclinó por la
soliloquio que recordaba los cantos cruzados de los distintos per-
tercera posibilidad y recorrió seguido por doña Jacinta las tres
sonajes de las óperas y las zarzuelas. A Carvalho le molestaban
habitaciones que habían presenciado los últimos años del «topo».
aquellos ruidos de fondo, empeñado en meterse en lo que quedaba
Un dormitorio con una cama de matrimonio art déco y un arma-
de la atmósfera residual pero íntima de Ricardo Álvarez de Enterr-
rio inglés sobrio como un cocktail party presbiteriano. Un estudio
ía.
donde sólo había libros y una ancha pero liviana mesa de pino
—¿Esto fue cuanto dejó?
sobre dos trípodes sin pintar ni barnizar, el cuarto de baño envejecido y súbitamente sucio de tristeza y olvido, una cocina en la que
se había cocinado poco en los últimos diez años, el que había sido
cuarto de Dolores, no mucho mejor que el que le correspondería
—También había un reloj que se empeñó en que fuera a parar a mi sobrina.
—¿Tienen ustedes una sobrina?
en el convento. La biblioteca reunía ejemplares en su mayor parte
encuadernados, sin más concesiones a la modernidad que los filó-
—Éste tiene una hija. De lo que no estoy tan segura es de
84
Narrativa Española Siglo XX
que sea sobrina mía.
—Realmente no era un potentado.
—A pesar de ser un hombre de posibles, vivía muy modestamente. Eso hay que reconocérselo.
—Mejor para los herederos.
—Para lo que le sirvió.
—Por lo que parece, usted, señora, considera que las guerras
siempre hay que ganarlas.
—Al menos no hay que perderlas. —Y echó la cabeza atrás
retadora, una cabeza patatal llena de verrugas desorientadoras de
la orografía del rostro.
—Si mi madre hubiera vivido más tiempo, más habríamos
heredado. Ella sí valía.
—Mamá era un lince.
—Una ardilla.
Dejó que los dos hermanos se pusieran de acuerdo sobre la
clase de animal que era la madre y Carvalho merodeó por el piso,
abrió cajones, puertas, hasta revisó el sostenedor del papel higiénico de un baño de paredes altas y tragaluz abierto a la inmutabilidad de una arenosa fachada de patio interior.
Eran dos lerdos impacientes, inútilmente impacientes. Carvalho no se explicaba la sensación de prisa que comunicaban, la
prisa por la prisa, la ansiedad por comprobar que no tenían nada
qué hacer, nada qué pensar, nada qué imaginar. Emitieron toda
clase de indirectas para que Carvalho acabara cuanto antes su inspección, y cuando se convencieron de que eran inútiles, se desentendieron de él. Ella sacó una baraja española de un excesivo bolso
de excesiva piel de cocodrilo y se puso a hacer solitarios. Él conectó un viejo televisor en blanco y negro que estaba en la cocina y
—¿Han retirado alguna cosa?
se sentó para contemplar alelado el hormigueo de las líneas y los
—No. Ni la ropa siquiera. La habrá visto usted colgada.
puntos luminosos, empeñados en encontrar una imposible salida
Apenas si se hizo ropa. Era muy pulcro y conservaba trajes de
más allá de los límites de la pantalla. Carvalho recorrió las habita-
antes de la guerra, como hasta 1939 siempre fue vestido de militar.
ciones vacías. En una de ellas aún pendían algunas fotografías
amarillas enganchadas con chinchetas sobre el revestimiento de
Don Felipe quiso ponerse nostálgico.
—Tenía muy buena planta.
papel: una foto del entierro de Franco, Einstein, Roosevelt con su
mujer, Manuel Azaña en un mitin en una plaza de toros de Valen85
cia, según constaba en el dorso. Ni un rincón sin examinar, ni una
Narrativa Española Siglo XX
—Pueden comer unos hermosos bocadillos de pan con pan
huella sugerente. Se imponía la lectura global de una vida destina-
y una película de jamón que sabe a pienso compuesto. Los hacen
da al goce de las mejores arqueologías de una juventud: los re-
muy buenos en las cafeterías de la autopista. Yo comeré tranqui-
cuerdos de la esperanza republicana y de la guerra civil los más
lamente en La Marqueta de La Bisbal: caracoles con cabra y baca-
importantes. Cuando Carvalho volvió a la zona habitada, don
lao al roquefort.
Felipe se había dormido en su silla y la mujer componía el gesto
precipitadamente, como si continuara entregada a sus solitarios.
Carvalho había advertido un seguimiento constante, sañudo, como
la sombra del ama de llaves de Rebeca sobre los pasos de la pobre
Joan Fontaine.
—Por mí podemos marcharnos.
—Ya era hora. De aquí a San Miguel de Cruilles al menos
tenemos una hora y media de coche.
Hubo un breve forcejeo sobre el coche a emplear para el traslado a San Miguel de Cruilles. Carvalho impuso su coche para
estar en condiciones de elegir restaurante y no someterse al previsible mal gusto de los dos hermanos.
—Podríamos pararnos a comer en la autopista.
—¿Se alimenta usted acaso con gasolina?
—No. Pero me da igual comer cualquier cosa.
—Y a mí también.
—¿Qué porquerías son ésas? ¿Caracol con cabra?
—La cabra es una especie de centollo casi vacío que en la
costa del Ampurdán se emplea para dar sabor.
—¿Bacalao al roquefort? ¿Tiene gusanos el bacalao?
—Es una buena idea, se la sugeriré a Savalls, el propietario
del restaurante. Es un hombre imaginativo.
—¡Qué horror! ¡Bacalao al roquefort!
Dejó a los hermanos aparcados ante una copa de Drambuie
la una y un carajillo de ron el otro, para irse a comer al figón de
Savalls. Media hora después salió de La Marqueta reconfortado de
alma y cuerpo y bien informado sobre la leyenda de doña Jacinta y
su difunto esposo, juez de anodina memoria que no tuvo tiempo
de restaurar la vieja masía de San Miguel para gozarla, ni siquiera
in articulo mortis, porque murió atropellado por una Ducati 750 cc
cuando cruzaba la calle hacia el ejemplar de El Correo Catalán de
todas las mañanas. Objetivo desgraciado, porque El Correo Catalán de aquel día, 20 de noviembre de 1975, salió a la calle sin
86
enterarse de que Franco ya había muerto, siendo el único diario
del mundo que no dio la noticia a su hora.
—Pobrecito. Lo había oído por la radio y quiso asegurarse
—explicó doña Jacinta, al tiempo que el coche de Carvalho se
detenía ante el portalón de metal verde de la finca.
Abrió don Felipe entre jadeos borbónicos y Carvalho metió
el coche por un senderillo de piedras planas emergentes de un al-
Narrativa Española Siglo XX
Apartó Carvalho el armario y se hizo abrir la puerta de la
habitación por un molesto Luis XX arruinado por la digestión de
un bocadillo de salchichón gran liquidación fin de temporada.
Una pequeña estancia sin ventanas iluminada por una bombilla
cenital. Carvalho recorrió la pared maquinalmente con la yema de
los dedos y de pronto sus ojos cayeron sobre una inscripción hecha
con una punta metálica, tal vez con la punta de un llavín. «Esta
vez podrían conmigo.»
fombrado prado bien recortado. El senderillo le llevó ante la puerta de una masía evidentemente restaurada, con la faz semicubierta
por una poderosa buganvilla en hibernación. Una vez dentro, Car-
Carvalho se asomó a una ventana enrejada atraído por la
valho recorrió la casa mortificada por una restauración que había
perspectiva del camino que se iba hacia el bosque, como si arran-
colocado living donde había cuadra y estudio para estudiar nada
case desde la ventana o terminara en ella. Fue entonces cuando
en el altillo de la paja. Don Ricardo había muerto sobre aquella
vio al hombre alto, recio, rubicundo, de gruesas gafas y gruesos
cama Thonet y tal vez su última mirada se posó sobre un musique-
lentes que le sepultan los ojos en un océano de distancia. El hom-
ro que servía de estantería para escasos libros, sin duda comprados
bre le hizo una seña, un sigiloso ademán de aproximación, pero
a peso en una liquidación vergonzante de El Corte Inglés.
fue él quien fue avanzando hacia la reja para pegar sus labios grue-
—¿Qué hay ahí detrás?
—Una pequeña habitación que mi marido hizo construir disimulada por el armario. Allí guardamos los electrodomésticos que
sos al hierro y musitar:
—No se crea nada de lo que le digan. Son mala gente. Don
Ricardo no se fiaba de ellos.
nos pueden robar o los cuadros cuando termina la temporada de
Con un dedo instó a Carvalho a que saliera de la casa y se
veraneo. La casa queda muy solitaria y la mujer de la limpieza
reuniera con él camino adelante, señalaba ahora la mano del hom-
durante el año sólo viene dos días por semana desde el pueblo de
bre tendida hacia el horizonte del bosque. Carvalho desanduvo lo
al lado.
andado, recuperó a los dos hermanos, silenciosos, con cara de te87
dio, sentados frente a frente en los sillones del living pero sin mi-
Narrativa Española Siglo XX
vio al gigante rubicundo insuficientemente escondido detrás de un
rarse, como si esperaran la señal de partida.
alcornoque.
—Voy a estirar las piernas.
—¿No le han seguido?
—¿Adónde va a estirar las piernas?
—¿Para qué iban a seguirme?
El tono conciliador de doña Jacinta era tan forzado que de-
—No me gustaría que se metieran conmigo. Especialmente
jaba ver toda la agresividad reprimida.
—Un lugar ideal es un camino y he visto uno desde la ventana.
ella. Verá usted, yo soy un rara avis —aseguró el hombre.
Y ahora Carvalho se daba cuenta del porqué de la aparente
pérdida de sus ojos tras los gruesos cristales. Además de gruesos
—Acompáñale, tú. El señor no conoce estos alrededores.
—¿Yo? ¿Qué?
estaban rotos.
—Yo no soy de aquí. Yo soy de Barcelona, pero un buen día
me cansé de ganar dinero haciendo chorradas y me vine a vivir a
Despertaba del ensimismamiento el golfista y no captaba el
este pueblo. Y me vine con toda la familia y con una mano atrás y
porqué de la gesticulación entre crispada e insinuante de su her-
otra delante. No todo el mundo lo entiende y me mira corno a un
mana.
bicho raro. Especialmente personas como doña Jacinta y su her-
—Gracias, pero puedo ir solo.
Y no les dio tiempo a que se pusieran de acuerdo. Ya en el
jardín, Carvalho los vio al otro lado del cristal, gesticulantes, con
mano, que son como sanguijuelas. Van por la vida de chupópteros.
—¿Qué hacía usted antes de meterse en este convento? —le
preguntó Carvalho, señalando el marco de la aldehuela.
la agresividad de la señora Jacinta volcada sobre su hermano, que
—Era especialista en informática. Uno de los primeros que
se defendía, sin duda alegando desconocimiento de causa y som-
empezó a funcionar en este país. Un experto en ibeemes, como se
nolencia. Carvalho buscó el camino que partía de la ventana enre-
las llama.
jada y lo siguió hasta llegar al límite del bosque. Del interior de la
fragua le llegó un chist de advertencia y al adentrarse en seguida
—¿Y ahora?
88
—Doy algunas clases. Hago pequeños trabajos que me salen. Mi mujer también hace lo mismo. Pero soy feliz. Vivo en un
mundo sin paredes, ni bedeles, ni relojes que marcan el tiempo que
le vendes a un patrón. El viejo lo entendía. Don Ricardo era un
tipo cojonudo. Yo le enseñaba los secretos del bosque. Dónde se
crían las setas. Las madrigueras de los hurones. Estos bosques son
extraordinarios y salvajes. Aún no los han estropeado los contratistas de obras.
—¿Eran muy amigos usted y don Ricardo?
—Siempre que venía me buscaba y pegábamos la hebra, camino arriba, camino abajo. A mí me gusta filosofar y a él le gustaba escuchar. Nunca leí en sus ojos que me estuviera llamando pesado.
Narrativa Española Siglo XX
—Cuando don Ricardo vino para morir, ¿usted le vio?
El gigante se quedó quieto y luego se volvió lentamente. En
su cara había aparecido la malicia y una expresión de cazador
satisfecho, como si Carvalho hubiera hecho o dicho lo que él había
estado esperando.
—No. Nadie le vio. Sólo le vimos muerto.
Y los ojos del gigante superaron el rostro de Carvalho para ir
en busca de la casa, de los dos hermanos, de una dramática sordidez presentida. La voz del gigante suena en off.
—Por cierto. Al entierro ni siquiera vino la señora con la que
venía a veces a pasar los fines de semana.
—Su nieta. Estaba de viaje.
—Comprendo.
—Dudo que lo comprenda. La gente de aquí es gente buena,
—No. Su nieto, no. Otra.
Ha dicho otra con especial intención.
pero no se fía de las palabras.
—¿Otra? ¿Tiene nombre esa otra?
—Me parece una sabia costumbre.
—Lo tiene.
—Pero a mí me gusta hablar.
—Lo siento.
—¿Usted lo sabe?
—Lo sé.
Era un gigante triste el que abría el camino del bosque ante
Carvalho.
89
No despegaron los labios hasta que las indirectas de Car-
Narrativa Española Siglo XX
norteamericano. O disimulaba muy bien o no estaba al caso de los
valho fueron más audaces y se convirtieron casi en preguntas di-
últimos estertores amatorios de su padre. Los hermanos habían
rectas. Empezó glosando la vida solitaria del viejo, la necesidad
dejado de interesarle por el momento y los apeó en Barcelona, a
que a esas edades se tiene de afecto, de personas que te hagan caso,
tiempo de poder acercarse a las señas que le ha dado el gigante
ustedes mismos pueden comprobarlo cada día. Hay un racismo
rubicundo. Una planta baja de una calleja en los traseros recoletos
social contra los viejos. Se les habla como a tontos, como a niños.
de la plaza de Lesseps. Todo responde a la escenografía de una
Se les supone carentes de los mismos deseos y frustraciones que
editorial. Libros por doquier, máquinas de escribir, un ir y venir de
asaltan a los demás seres humanos. Casi creyó haber enternecido a
personajes miopes con el dedo acercándose las gafas a los ojos y
don Felipe, que le escuchaba maravillado ante aquella imagen sen-
silencio de trabajo intelectual racionalizado. De una mesa del fon-
sible y comprensiva del agente de seguros. Pero doña Jacinta no
do se levanta una mujer y se acerca a donde está Carvalho, de pie,
estaba para contemporizaciones.
más allá de la frontera de la recepción, donde una telefonista des-
—Si estaba solo es porque quería. Hizo lo que quiso con su
vida y de paso nos amargó la de los demás. No olvidaré nunca
aquellos años cuarenta que me hizo pasar. Era el momento en que
una señorita ha de debutar en sociedad, ocupar el lugar que le corresponde. Y por sus malditos antecedentes políticos vivíamos
como apestados.
—Me refería a los últimos años. ¿Nunca tuvo tentaciones
don Ricardo de volver a casarse?
—¿Casarse?
A Carvalho le irritan las carcajadas que responden a modelos de malos de películas de Hollywood y las de doña Jacinta parecían un resumen de la historia del sarcasmo malvado en el cine
cuelga una y otra vez el teléfono para repetir la salmodia.
—Ediciones Cumbres Mayores. Diga.
Es una mujer casi joven, casi madura, con el cuerpo delgado
y suelto, sin trabas de sostenes y una manera de mirar de feminista
a macho explotador respaldada por el símbolo feminista colgante
sobre su escote.
—¿Qué desea?
—Hablar con usted. ¿Puede ser fuera de aquí?
—No. Esto es una fábrica de cultura. Hay que marcar reloj
al entrar y al salir y sólo puedes salir si se te ha muerto el marido.
Por ejemplo.
90
—¿Si se te ha muerto el amante, no?
Narrativa Española Siglo XX
—¿A qué tipo de historia se dedica usted?
—Lo propondré cuando discutamos el convenio. Sígame.
—Quisiera dedicarme a la historia oral. Es decir, recoger en
Es un minisalón de recibir a minivisitas. Las rodillas de Carvalho y de la mujer se tocan cuando se sientan el uno frente al
otro. Tampoco queda demasiada distancia entre sus caras.
—¿Todas las relaciones culturales son tan próximas?
—No quedaba más espacio que éste.
—Muy sugestivo.
No parece una mujer dotada del sentido del humor, y en el
rápido abrir y cerrar de ojos advierte que no quiere perder el tiempo.
directo el testimonio de personajes que han vivido una época
histórica determinada. Ricardo era un «hombre topo», supongo
que lo sabe.
—Historia oral. Y de la historia oral pasaron al amor...
¿oral?
—Eso era cosa nuestra. ¿Le sorprende que hiciera el amor
con un septuagenario?
—Mucho más aún que el septuagenario, casi octogenario, lo
hiciera con usted.
—Puedo ser muy excitante cuando me lo propongo.
—Vengo a propósito de la muerte de don Ricardo.
Alarma en los ojos de ella o tal vez simple curiosidad.
—Usted solía ir con él a pasar fines de semana en la finca de
Gerona.
—No lo pongo en duda.
—Ricardo era un hombre maravilloso y un amante racional.
Estoy haciendo una tesis sobre la represión franquista y el capítulo
de los «hombres ocultos» tiene muchas dificultades.
—A veces.
—¿Cómo se enteró de su muerte?
—¿Motivos culturales?
—Pasaban los días. No me llamaba. Finalmente llamé yo y
—Evidentemente. Le hacía preguntas sobre historia y hacíamos el amor. Tanto lo uno como lo otro son formas culturales.
la bestia parda de su hija me lo dijo.
—¿Sabían sus hijos que usted y el viejo tenían confrontacio91
Narrativa Española Siglo XX
nes culturales?
—Las cosas claras.
—No.
Hay juerga de fondo entre el hombre y la mujer.
—¿La nieta?
—¿De qué murió don Ricardo?
—Menos.
—Del corazón, me dijo su hija.
—¿Por qué menos?
—¿Usted se lo cree?
—Porque la única muestra de poder burgués que conservaba
—¿Por qué no? ¿No hay que creerlo?
Ricardo era que su nieta no se enterara de lo nuestro. De hecho era
lógico. Estaba enamorado de ella.
—Caray con don Ricardo.
La mujer le estudia y hay socarronería en sus ojos y en su
voz cuando le advierte:
—Me gustaría charlar de todo esto con usted dentro de treinta años, cuando usted cumpla ochenta o algo por el estilo. Sin duda agradecerá entonces un encuentro con una mujer como yo.
—Soy un personaje poco interesante. No merezco pasar a la
historia. Ni siquiera oral.
—¿También es insignificante haciendo el amor?
—Si le digo que eso no me lo dice usted en mi cama se lo va
Carvalho se fija en un anillo matrimonial que la mujer hace
rodar en torno del dedo.
—¿Casada?
—Separada. Pero este anillo me lo regaló Ricardo. Quería
casarse conmigo. Le dije que no.
Carvalho se levanta y deja en el aire un comentario.
—Le utilizó como un hombre objeto.
—Puede decirse que sí.
Y ya en la puerta la voz de la mujer sugiere, trémula:
—No se lo comente a su nieta, por favor. Me parecería una
traición al viejo.
a tomar como una machada.
—No esperaba menos de usted.
92
Teresa le había dejado un recado urgente en el despacho:
«Nos han visto el plumero». Carvalho se trasladó inmediatamente
al estudio del muchacho azul y allí estaban los dos cómplices
abrumados por las circunstancias. En cuanto vieron a Carvalho se
agarraron a él como si fuera el único que tuviera la llave maestra
para sacarlos del encierro.
—Mi tía ya sabe que la compañía de seguros no existe. Ha
telefoneado hace tres horas diciendo que mandaba a la policía.
—Tiempo suficiente para que ya haya venido.
—La verdad es que cuando hemos oído que usted llamaba al
portero automático hemos pensado que era la policía.
—Primero ha vuelto a llamar el abogado. Esta vez ya tenía
sospechas, porque hacía preguntas muy directas sobre la compañía, el gerente y finalmente ha insistido en que le diéramos la dirección para venir personalmente. Entonces Luis ha hecho ver que se
cortaba la comunicación y ha mantenido el teléfono descolgado
durante una hora. Me ha llamado y he venido corriendo. Hemos
tratado de localizarle. Finalmente nos hemos puesto nerviosos y
hemos vuelto a conectar el aparato. No han pasado ni cinco minu-
Narrativa Española Siglo XX
todo el chaparrón. Ella ya sabía que esto no era una compañía y
nos ha demostrado que conocía la dirección.
—La debe haber conseguido mediante algún enchufe en la
Telefónica. De todas maneras es curioso que sabiendo la dirección
y estando indignada, aún no haya aparecido por aquí ni ella, ni el
abogado, ni la policía. Lo primero que hay que hacer es dejar esto.
¿Tú vives aquí, muchacho?
—Qué va, es un picadero que utiliza mi padre de vez en
cuando.
—Pues vámonos y que se tomen la molestia de localizarnos.
Si van a por ti has de decidir una posición: o te cierras de banda y
dices que tú no sabes nada y que alguien ha hecho una broma desde este piso, o asumes que es una broma. Si asumes que es una
broma, has de reconocer que estás de acuerdo conmigo, aparezco
yo. Tú decides.
—Yo soy músico. Yo no sé nada.
—Perfecto. Les daremos un día de tiempo. Si en un día no se
movilizan, entonces nos movilizaremos nosotros.
tos sin que volviera a sonar. Esta vez era mi tía. Era la voz de una
Limpiaron las huellas digitales donde les pareció más fácil
fiera. Casi se le cortaba la respiración cuando hablaba, bueno,
que hubieran quedado y salieron en sendos turnos del edificio para
hablar es mucho decir, cuando gritaba como una loca. Yo no podía
encontrarse en una cafetería situada junto a la calle de Ganduxer.
ponerme para que no me reconociera la voz y Luis ha aguantado
El muchacho pretextó una urgencia y se marchó, no sin dejar a
93
Teresa envuelta en una mirada de borrego degollado.
—¿Es su novio?
—¿Bromea? No se burle del chico. Está muy enfermo. Morirá antes de que pueda dejar de ser un adolescente. Es uno de esos
que llaman «niños azules». Le miman mucho en su casa, le llevan
por ahí de viajes y en uno en el que yo hacía de guía le conocí a él
y a sus padres. Es una persona maravillosa. Como todas las personas débiles.
Le molestaba hablar de Luis y pasó a someter a Carvalho a
un directo interrogatorio sobre sus descubrimientos.
—Su tía es una mala bestia.
—Eso es obvio.
—Y su padre, un majadero.
—Lo siento, pero es una verdad como un templo. ¿Nada
Narrativa Española Siglo XX
—Llueve. Hace frío. Es una primavera fría y horrorosa. No
corra tanto. No me gusta que se me echen encima. Cuando sea,
sonará.
—¿Le gusta a usted comer bien?
—Tengo un paladar curioso y bastante experto.
—Lo supe desde la primera vez que la vi. Ya que está usted
decidida a que sólo mantengamos relaciones profesionales, dígame
dónde puedo ampliar la información sobre su abuelo. ¿Tenía amigos? Usted me ha hablado de que se relacionaba con círculos republicanos.
—Antes solía ir a una tertulia a un centro republicano. Una
vez fui a buscarle, presumió de nieta, pero a mí aquello me pareció
una variante del Hogar del Pensionista.
—Los viejos me gustan. Cuando quieren ser amables son
una delicia y cuando se indignan siempre tienen razón.
más?
—Odiaban a su abuelo, y su tía a usted no le tiene demasiado afecto. Por cierto, ¿su tía no tiene hijos?
—La operaron muy joven y quedó estéril.
—La naturaleza a veces es sabia. Pienso que hace una noche
maravillosa para que vayamos a cenar por ahí.
Charo sí estuvo dispuesta a ir a cenar. No tenía ningún cliente aquella noche y la entusiasmaba echarse a la calle con su Carvalho por banda, cara al viento, a toda vela. Pasó por alto el poco
apetito que Carvalho exhibiera, su ensimismamiento acentuado, la
94
pasividad extrema que exhibiera en los prolegómenos del amor.
Narrativa Española Siglo XX
leído otros libros. Pero los demás no deberían leer. Los únicos lec-
No era la primera vez que Carvalho no estaba allí estando, no en-
tores de los escritores deberían ser los mismos escritores.
trara en ella entrando. Pero aquella noche Carvalho estaba en
algún lugar del que no quería regresar y no valía la pena perder el
tiempo tratando de devolverle a aquella sala de estar en Vallvidrera, ante la chimenea encendida gracias al impulso inicial de El
oficial prusiano y otras historias de D. H. Lawrence. Charo rescató
—Pues vaya teoría. Es como si dijeras que los únicos clientes
de los detectives privados deberían ser los detectives privados.
Cuando te pones atravesado dices cada tontería. ¿Qué te pasa esta
noche?
una página semichamuscada que había quedado al margen del
De todas las ternuras de las que Charo era capaz, la única
centro de la hoguera y leyó el mensaje superviviente: «Con el
intolerable era la que trataba de convertirle en un niño con la ca-
tiempo los Lindley perdieron todo dominio de la vida y se pasaban
beza en su regazo y contándole lo mal que le trataban en el cole-
las horas, las semanas y los años simplemente regateando para
gio.
poder vivir, reprimiendo y puliendo amargamente a sus hijos para
convertirles a la nobleza, empujándolos a la ambición y recargán-
—Déjalo. Tengo entre manos un caso triste y estoy triste. A
veces tengo un caso alegre y estoy alegre.
dolos de deberes... » Era cuanto podía leerse y Charo se quejó a
Carvalho de que por culpa de sus manías le impidiera saber cómo
—A mí no me engañas, Pepe. Tú estás más preocupado que
empezaba y cómo acababa aquella historia tan bonita. Las novelas
otras veces. ¿Corres peligro?
en las que salen muchos padres y muchos hijos suelen ser bonitas,
—El de oler a mierda.
muy tristes y muy alegres a la vez, Pepe, porque cada hijo vive su
vida y cada padre se muere de una manera diferente.
Pero sus narices no evocaban precisamente ese olor, sino
una vaharada de lavanda inglesa que le había llegado del cuerpo
—¿De qué te quejas? ¿Cuál fue el último libro que leíste?
de Teresa, cuando se había inclinado sobre la mesa para dar un
—Un libro sobre Televisión Española. Salían todos los artis-
beso de despedida al «niño azul».
tas y los presentadores de la tele.
—No te conviene leer. Sólo tiene sentido que lean los que
—He conocido a un «niño azul», Charo.
—¡Pobrecillo! ¿Era muy pequeñito?
escriben libros, porque de hecho se escribe porque antes se han
95
—Unos veinte años.
—¿Y a los veinte años era un «niño azul»?
—Que se sea un niño azul no quiere decir que sea exactamente un niño. Son personas con una insuficiencia cardiaca especial. Tienen un color azulado. Viven pocos años.
—Ahora lo entiendo todo.
Carvalho sentía remordimientos por haber utilizado por segunda vez a aquel moribundo. La primera como cebo de una investigación, la segunda como un capote que alejaba las finas narices de Charo del olor a lavanda inglesa de Teresa.
Narrativa Española Siglo XX
—Pues que habríamos perdido la guerra antes, porque ése
hundía lo que tocaba.
—Menos los aviones. Porque lo del Plus Ultra le salió bien.
—¿A qué santo vamos a especular ahora sobre lo de Ramón
Franco? Si tú me dices: ¿qué habría ocurrido si las grandes potencias hubieran bloqueado realmente, insisto, REALMENTE, a los
facciosos? Ésa es la pregunta. Ésa es la pregunta que tengo aquí,
en el buche, desde 1936.
—Pues suéltala pronto o te la llevas a la tumba.
—¿A la tumba, yo? Yo aún he de ver la tercera república.
Un viejo descubre la presencia de Carvalho, se levanta, se
Bastaba la declaración de principios de un retrato de don
Manuel Azaña en el vestíbulo y una bandera republicana enganchada con chinchetas en la pared, a poca distancia del algodonoso
rostro de don Manuel. Ancianos pulcros de castellano rutilante se
dividían en tres o cuatro grupos en una sala de estar abierta a un
patio ciego del barrio Gótico barcelonés. En un grupo se juega al
subastado y las voces se cruzan con el grupo que eleva la voz co-
separa del grupo y va hacia el detective.
—Usted es el que me ha telefoneado.
—Así es. Se trata de don Ricardo.
—Don Ricardo. ¡Ay, don Ricardo!
Invita a Carvalho a que le siga y le conduce hasta el ángulo
más alejado y silencioso de la habitación.
mo consecuencia de la elevación misma del tema de la conversa—Pero, don Luis, dígame usted, por favor. ¿Para qué coño se
ción.
ha guardado usted esa sota de oros?
—¿Qué habría pasado si Ramón Franco en vez de pasarse al
bando de su hermano se hubiera quedado con la República?
—Por si las moscas.
96
—Pues se la han comido las avispas.
Narrativa Española Siglo XX
Ríe el viejo para recuperar de pronto la seriedad y aducir:
Salen las voces de la mesa del subastado y el acompañante
—No hacemos daño a nadie y ya no estamos en condiciones
de Carvalho lanza un suave chist que consigue bajar las voces. Se
de provocar ni la guerra ni la revolución. Volver a todo aquello
sientan en torno de una mesa camilla. Carvalho examina al viejo
sería una monstruosidad. Estalla otra guerra civil y yo me quedo
delgadillo y pulcro que tiene delante a la espera de sus palabras,
helado, como un pájaro.
pero el viejo parece tener la misma intención de examen y distancia.
—¿Qué opinaba don Ricardo de los tiempos presentes y futuros?
—Muy animado esto —se decide finalmente Carvalho.
El viejo abarca con la mirada lo que puede ver de salón.
—Pues hoy aún tienen un día discreto. Tendría usted que
oírnos discutir sobre si lo más importante era ganar la guerra o
hacer la revolución.
—¿Así, en abstracto?
—No. En referencia a la guerra civil.
—Era un vitalista. Sentía horror al pasado, aunque lo asumía, como todos nosotros. Aquí, donde ve a estos viejos locos y
nostálgicos, todos juntos sumamos toda la desgracia de una guerra
perdida: cárceles, vejaciones, miseria, exilio. Para nosotros es un
milagro que salga el sol todavía o llueva o que podamos acariciar a
un nieto. Tal vez por eso amamos tanto el presente y el futuro, y el
pasado sea para nosotros, en el mejor de los casos, el recuerdo de
la juventud y, en el peor, toda la tragedia de la guerra. Don Ricardo, en este aspecto, era uno más.
—Ah. ¿Es que podían elegir?
—Por lo que sé, usted era íntimo amigo suyo desde enton—Según parece, sí, en mayo de 1937, a raíz de lo ocurrido
ces.
en Barcelona.
—En efecto, hicimos juntos la campaña del Ebro.
—¿Y qué eligieron?
—En la misma compañía.
—Ganar la guerra.
—Sí.
—Enhorabuena.
97
Narrativa Española Siglo XX
—El comportamiento de don Ricardo como militar republicano, ¿fue siempre correcto? Porque creo que usted era su comisario político.
Pestañea el viejo. Parece vacilar. Coge con una mano un
brazo de Carvalho, lo aprieta como si quisiera subrayar lo que va a
decir.
—Mire. Es verdad. Yo era comisario político de la compañía. Pero no me lo vuelva usted a decir porque cada vez que lo oigo
me llevo un susto... y aún no me he recuperado del susto de lo del
23 de febrero, el de Tejero.
—¿Qué le comentó a usted don Ricardo a propósito de aquel
golpe?
Teresa Álvarez había conseguido que su minifalda pareciera
una funda para las bragas.
—Es usted una adelantada de la minifalda. Cuando se puso
de moda la minifalda usted era una niña.
—Muchas gracias, pero ya casi había dejado de serlo. Supongo que tendrá algo más interesante que contarme.
—En efecto. Ayer no pude hacerle un balance de la investigación. Ante todo, en el piso donde su abuelo vivía regularmente
no hay la menor huella que indique que estaba habitado por un
enfermo. Por ejemplo, en el botiquín había aspirinas y una caja de
Ziloric, unas pastillas preventivas de los ataques de gota, enferme-
—Fíjese lo que son las cosas. La misma noche yo le telefo-
dad perfectamente domesticada, por otra parte. Ni siquiera he
neé a su casa del Ensanche y hablé media hora con él. Estaba tan
advertido la existencia de un orinal de teja, indispensable para un
asustado como yo. Volví a llamarle cuando el discurso del rey,
anciano obligado a guardar cama. Nada. Y tanto su padre como
para tranquilizarle y tranquilizarme, pero ya no me contestó. Yo
su tía me han comentado que no han tocado nada. Ni su ropa.
pensé que estaba durmiendo, aunque me extrañó porque era un
Luego, después de un largo viaje en el que he comprobado la infi-
hombre insomne y no era una noche para dormir. Ya no volví a
nita misericordia de Dios permitiendo que existan personas tan
verle ni a oírle. Al parecer se puso enfermo entonces, aquel día o al
irrelevantes como su padre y su señora tía, hemos llegado a la
siguiente, y se lo llevaron sus hijos. A veces he pensado que se pu-
masía. He de decirle que su abuelo tuvo ocasión de estar en una
so malo por culpa del golpe de Tejero. Fue la única víctima de
habitación semisecreta donde escribió sobre la pared parte del
Tejero.
mensaje que reproduce la nota del reloj. Curiosamente, dentro de
esa habitación hay una serie de objetos valiosos como un televisor,
98
aparatos de radio, cuberterías buenas, cuadros y un modesto in-
Narrativa Española Siglo XX
—Me recuerda usted un manual de Historia de España que
fiernillo de alcohol y una pequeña estufa eléctrica. O la tacañería
leí en mi juventud, escrito por un comunista catalán empeñado en
de su tía ante los posibles ladrones es infinita o esos miserables
hacer resúmenes al acabar cada capítulo. Todos los capítulos ter-
objetos cumplen o han cumplido una función. En cambio he ad-
minaban igual: Bref... tararí tarará... El libro estaba escrito en
vertido que su tía ha dejado una horrible cama portátil en una de
francés.
las mejores habitaciones de la casa, cuando lo más lógico es que
—Repito. Conclusión.
estuviera haciendo compañía al infiernillo y a la estufa en la habi-
—¿Ha probado usted a no maquillarse? Yo de usted me qui-
tación secreta.
—¿Conclusión?
taría la minifalda y el maquillaje, me parecen pretextos.
—¿Ahora?
—No es eso todo. He observado que su tía posee una exce-
—¿Le parece un mal momento?
lente discoteca y una impresionante instalación para la audición
en cualquier punto de la casa. Por un momento incluso he llegado
—¿Podría anticiparme una conclusión?
a creer que la instalación se introducía en la habitación secreta,
pero... Pero aunque se había hecho el agujero para que penetraran
—Su abuelo sin duda fue metido en la habitación secreta y
en la habitación, los cables se habían quedado allí detenidos, pro-
allí vivió, no sé cuánto tiempo. Se le metió con ánimo de que so-
tegidos por una cinta aislante nuevecita, como si la prohibición de
breviviera, si no, no se explica el detalle del infiernillo y la estufa.
entrar fuera reciente.
Cabe preguntarse si esto se hizo para protegerle o para qué. Por
—¿Qué quiere decir con eso?
más metido que estuviera en política no creo que fuera un hombre
amenazado.
—Que esos cables han sido cortados hace poco y que desde
dentro de la habitación aún se ve en la pared el círculo que ocupaba un amplificador hoy desaparecido.
—Conclusión.
—Últimamente se habla obsesionado con la idea de un golpe de estado. Se excitaba imaginando la posibilidad de que todo
volviera a empezar. De tener que pasar por otra experiencia fascista.
99
—Alguien dijo: lo peor que puede ocurrirle a alguien que
tiene manía persecutoria es que le persigan de verdad. De eso quisiera hablarle. He comprobado las fechas a partir de una observación que me ha hecho un amigo de su abuelo. La noche en que se
puso enfermo fue la del 23 al 24 de febrero. ¿Le dice a usted algo?
—No.
Narrativa Española Siglo XX
—Tengo de lo uno y de lo otro.
—¿Por ejemplo?
Carvalho corrió hacia abajo la cremallera de la falda y cayó
el teloncillo para dejar a la vista unas bragas que parecían un
fragmento de espuma sobre sombras de carne y vegetaciones
humedecidas. Teresa se sacó el jersey por encima de los hombros y
—Ustedes, los jóvenes, no necesitan memoria histórica.
dos pechos como obuses salieron al encuentro de Carvalho con
Apenas han pasado dos meses y ya ha olvidado lo del 23 de febre-
toda la ambigüedad de la agresión rendida. Carvalho se puso tras
ro, el golpe de Tejero.
la muchacha, se apoderó de sus pechos y la empujó hacia el lava-
—¡Ah, sí! Estaba en Australia y lo vi en vídeo. Pero desde
bo, donde la ayudó a quitarse el maquillaje.
Australia daba risa. Cuando vi aparecer al guardia civil aquel en
las Cortes, mire, me vino un ataque de risa y no podía parar. Y los
compañeros australianos que me rodeaban también.
—A su abuelo no debió de hacerle mucha gracia.
—Ni a mí, si hubiera estado aquí.
—He de volver a esa casa de campo del Ampurdán. Las cosas hablan.
—Me arrepiento de haberme reído de lo del 23 de febrero.
¿Me perdona?
Era un motivo secundario, pero sin duda le ayudó a emprender el viaje y a superar la pereza mental representada en aquella cuesta arriba de ciento treinta kilómetros entre Barcelona y San
Miguel. Apenas desviándose veinte kilómetros podía ir a cenar al
Cypselle de Palafrugell un arròs negre de pescados, caldosillo,
arroz pardo por la cebolla quemada y triturada, pan tostado con
tomate y anchoas, las exquisitas albondiguillas de carne de cerdo y
gamba con calamares, y de paso apalabrar con el dueño del restaurante un Niu para dos semanas después. Les había prometido a
Fuster y a Charo invitarles a aquel guisote, y en la urdimbre del
—Soy apolítico.
comistrajo pasó el tiempo que siguió al café, la copa de aguardien-
—Es usted un hombre sin apetitos ni obsesiones.
te de frambuesa y el puro Cerdán, mientras esperaba el límite de
100
las once para acercarse a la masía de los Álvarez de Enterría.
—He conseguido tripas de bacalao de Italia y peixopalo
Dios sabe dónde. Puedo hacer Niu todos los fines de semana de lo
que queda de abril. Después ya hace demasiado calor.
—Cuente con tres comensales sin piedad y sin escrúpulos.
Tenía andares de fiesta cuando, una vez aparcado el coche
en la carretera marginal que une Cruilles con el villorrio de San
Miguel, cogió el camino hacia la casa.
Noche cerrada sobre la vieja masía ampurdanesa. Una linterna ilumina bruscamente la cerradura y una mano introduce una
ganzúa por la ranura. Prueba, vuelve a hacerlo, forcejea con cierta
destreza, finalmente consigue abrir la puerta. La linterna se abre
camino por el interior de la casa, merodea, vacila el haz de luz y
finalmente se decide por un recorrido metódico que secundan las
manos abriendo cajones, fijándose en detalles del mobiliario, siguiendo de nuevo la huella de los tendidos eléctricos nuevos, registrando otra vez meticulosamente el cuarto trastero, los libros, uno
Narrativa Española Siglo XX
hacia ella y, a medida que avanza, el rostro del gigante rubicundo
va haciéndose más preciso, diríase que está enganchado materialmente a las rejas, no se mueve, parece no respirar. La otra mano
del portador de la linterna abre la ventana. El rostro del gigante
rubicundo duda, los ojos parpadean ante la agresión de la luz de la
linterna.
—¿Carvalho? —pregunta el rostro, ahora semicubierto por
un antebrazo.
—Sí —contesta el portador de la linterna e ilumina su propio rostro para dejar constancia de la identidad.
—¿Buscaba algo? ¿Buscaba esto?
El gigante rubicundo le tiende un objeto, una cajita, una cinta magnetofónica.
—¿Es sólo para mí? ¿Usted ya la ha oído?
—La he oído.
—¿Y?
por uno, por si entre sus páginas habitase el secreto. Finalmente el
portador de la linterna se introduce en la estancia de la ventana
enrejada que da al camino, la linterna va arrancando partes de la
habitación a la oscuridad y de pronto enmarca la ventana, donde
—Quiero que usted saque conclusiones por su cuenta. Yo he
renunciado a tomar decisiones complicadas.
—¿Dónde la ha encontrado?
aparece un rostro enorme, con lentes oceánicos, como pegado al
cristal. La linterna se concentra en la ventana. Su portador avanza
—Será lo último que le diré. El día antes de su venida con
101
los hermanos, ella estuvo aquí.
Narrativa Española Siglo XX
—Los vencedores suelen ser repugnantes.
—¿De quién habla?
—¿He de seguir buscando?
—De ella. De doña Jacinta. Estuvo aquí haciendo limpieza.
—Yo creo que no. Creo que en la cinta está todo lo que pue-
La vi cuando estaba buscando espárragos y me sorprendió verla
de desear.
tan atareada. Normalmente deja las bolsas de la basura en el camino central del pueblo para que las recoja el basurero que pasa
cuando le da la gana. Pero esta vez amontonó una serie de cosas
Escuchó la cinta siete veces a lo largo del día. Cada una de
dentro de un capazo que queda en el jardín, bajo un porche de
las audiciones le sugería nuevos elementos para la misma escena
brezo. Cada mañana, cuando llega el jardinero, que también les
inicial, la que se había representado en su imaginación tras la pri-
cuida el huerto, quema lo que hay en ese capazo.
mera audición. Nada más terminarla, empuñó el teléfono y con-
—Y usted se adelantó.
—Me adelanté.
—¿Y valió la pena?
—Usted juzgará.
—No va a ganar nada a cambio.
cretó las citas del día siguiente: Teresa, su padre, su tía. Debía de
ser muy taxativo el tono de su voz, porque doña Jacinta sólo dijo
tres impertinencias y se avino al encuentro. En cuanto a don Felipe, apenas si le salía la voz del cuerpo. Pero una vez la escena final
estuvo programada y concertada, Carvalho volvió a conectar el
aparato, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces más. Era un caso
digno de figurar en la historia de la crueldad y al mismo tiempo
una prueba de que la crueldad puede ser histórica. Sin entender la
—Lo que gane es cosa mía. He renunciado a todo menos a
mi propia estimación.
historia de España, aquella cinta podía parecer simplemente el
resto de los efectos especiales de un mal guión cinematográfico
—Usted es de esos imbéciles que estarían incluso dispuestos
sobre barbaries abstractas. La historia de España y la de don Ri-
a militar en un bando perdedor, a sabiendas de que es un bando
cardo dentro de ella le daban un sentido espeluznante. Invitó a
perdedor.
Fuster a escuchar la cinta en la soledad nocturna de Vallvidrera y
le improvisó una cena de circunstancias: un arroz con alcachofas y
102
azafrán y un pollo agridulce con salsa de anchoas. Fuster escucha-
Narrativa Española Siglo XX
a la madre de la princesa, decidió terminar la tregua y se encaró
ba mesándose el lugar donde había llevado una barbita de chivo
con don Felipe.
durante varios años y, de vez en cuando, le expresaba su repugnancia guiñando todas las facciones que le cabían en la cara.
—¡Qué miserables!
—Ustedes secuestraron a su padre y le llevaron a la masía de
San Miguel de Cruilles. Le encerraron en la habitación de seguridad y le tuvieron allí hasta que murió.
Pero la repetición de la cinta le permitió quemar en una no-
Don Felipe miró a su hermana. El terror había achicado sus
che todos los estados de ánimo, de la repugnancia a la indigna-
facciones y las había convertido en las de cualquier guillotinado
ción, y acudió a la cita del día siguiente como un inspector de pie-
por orden de Luis XX de Francia. La risa de doña Jacinta fue más
za de teatro de Agatha Christie, con las revelaciones y los mutis
un mensaje dirigido a su hermano que una provocación hacia
medidos por un cronómetro mental que sólo conocen los mejores
Carvalho. ¿Qué dice este hombre? Fue lo único que se le ocurrió a
dramaturgos. La escena que encontró no le defraudó. Teresa per-
la calumniadora de Carolina de Mónaco. Carvalho miró las pier-
manecía en un ángulo de la habitación, con una cadera situada
nas largas de Teresa como buscando un punto de apoyo para mo-
bajo un cuadro de Sunyer y el codo y la cara sobre un facistol de
ver el mundo y se lanzó al ruedo.
madera repujada. Don Felipe tenía los pulgares en los bolsillos del
chaleco y miraba a Carvalho con la curiosidad con que los reyes
de Francia observaron a los primeros miembros del Estado llano
que se les pusieron a tiro. A su lado, una distinguida esposa de
nota de sociedad de Hola años cincuenta trataba de convencerse a
sí misma de que la reunión tenía por objetivo intercambiar opiniones sobre el previsible divorcio de Carolina de Mónaco. En cambio
Jacinta miraba a Carvalho a la defensiva, previendo un asalto,
feroz contra su seguridad. En cuanto la mujer de don Felipe repitió
por cuarta vez que Carolina de Mónaco tenía aspecto de peluquera
guapa, Carvalho, tal vez molesto por lo mucho que había querido
—Practicaron toda clase de ruindades para provocarle el
ataque al corazón. La casa de San Miguel está llena de pruebas.
Permítanme que abuse del empleo de la palabra, pero lo sucedido
requiere algunas explicaciones. Para empezar, usted, don Felipe,
está en las últimas, económicamente hablando. Ha perdido todo lo
que le quedaba en los agujeros de los campos de golf, como esos
bolsillos agujereados de los pantalones por los que se caen las monedas de oro. No es mucho mejor su estado económico, señora.
Ninguno de los dos ha heredado el sentido de la austeridad de su
padre y necesitaban esa herencia de su madre que don Ricardo
respetaba pero no repartía. Fue su único error. No darse cuenta de
103
Narrativa Española Siglo XX
la clase de víboras que tenía por hijos. Una serie de factores providenciales los fueron conduciendo al plan, supongo que más a usted, señora, que a su hermano. Su hermano me parece incapaz de
cualquier cosa que no sea darle a una pobre pelotita con un palo
estúpido diseñado con pretensiones de singularidad. El primer
ción.
—¡Imbécil!
Escupió don Felipe hacia su hermana.
—¿Imbécil, yo? ¡Inútil! ¡Más que inútil!
factor fue la soledad de don Ricardo, acentuada por la marcha de
su nieta. El segundo factor, su excitación, a medida que la vida
Doña Jacinta abofeteó a su hermano. La mujer del abofetea-
política española se iba enturbiando desde comienzos de año. Y de
do se llevó una mano a la boca, miró a su despectiva hija, exclamó
pronto se produjo el golpe de estado del 23 de febrero. Primero, sin
un oh sofocado y preguntó a su marido:
duda, surgió la propuesta espontánea de esconderle, no fueran a
complicarse las cosas. Una vez hecha la sugerencia, las posibilida-
—¿Te has fijado qué bofetada te ha dado tu hermana? ¿Qué
pasa, Felipe?
des de aquella circunstancia fueron madurando. El viejo que ustedes llevaron a su casa de San Miguel era un pobre hombre acorralado por la historia, abrumado por los fantasmas que resucitaban,
muerto de miedo, irracionalmente muerto de miedo... Ignoro si se
dio cuenta finalmente de la conjura. La nota que dejó para su nieta
es ambigua. ¿Quiénes son esos que no podrán con él? ¿El fascismo? ¿Ustedes? Le provocaron una situación de angustia y amenaza que no pudo resistir. Le sometieron a una agonía de siete días
que debió de ser psicológicamente espantosa. Practicaron toda
clase de ruindades para provocarle un ataque al corazón. No hablo
por hablar. Traigo una prueba definitiva y la casa de San Miguel
está llena de pruebas complementarias, no se asombre, señora,
podrá comprobarlo, que en su estupidez no destruyeron. En estos
momentos la policía está allí haciendo una minuciosa investiga-
Felipe había cogido a su hermana por un labio y por una teta
y trataba de romperla en pedazos, mientras ella buscaba con los
dientes la mano que le desgarraba la cara. Carvalho pegó un puñetazo en el hígado al hombre y otro en los riñones a la mujer. Se
derrumbaron los dos sobre sendos sillones y al rato, entre sollozos
y reproches, fueron completando la historia de un secuestro y de
una luz de gas a cuya penumbra se rompió de cansancio o de asco
el pobre corazón del viejo coronel republicano. Mientras tanto,
Carvalho ha sacado un magnetófono de bolsillo y pone en él la
cinta que le entregara el gigante. Es una grabación de himnos nazis
y franquistas, y ruido de botas, la pregunta grabada en voz enérgica: ¿Vive aquí Ricardo Álvarez de Enterría? Venimos a buscarle.
No se resistan. Mientras el hermano va contando la historia, la
104
imagen del pobre don Ricardo llega a alcanzar una cierta corporeidad en el salón, como si él mismo estuviera reviviendo su agonía.
Narrativa Española Siglo XX
como sois habría estado más satisfecho de mí mismo.
Vuelven a golpearse histéricamente el hermano y la hermana
y a lanzar grititos impotentes la cuñada. Teresa parecía tener prisa
—Fue idea de ella. Le dijimos que debido al golpe de estado
por escapar de aquella cueva llena de alimañas que se mordían con
tenía que esconderse. Le sacamos de Barcelona a las cuatro de la
las palabras, los ojos y las manos. Carvalho la siguió a dos pasos
madrugada y le metimos en aquella habitación. Durante varios
de distancia hasta que ella se detuvo para respirar a pleno pulmón.
días le pusimos música militar y discursos, declaraciones que mi
Apenas iba maquillada.
cuñado tenía grabadas desde los años cuarenta. Ella me obligó a
que me pusiera botas y fingiera registros por la casa. Sólo ella se
comunicaba con él en la habitación y no sé lo que le decía, yo no
le vi nunca hasta que murió y tuve que ayudarla a trasladarle a la
—No es cierto que la policía esté a estas horas en San Miguel. Lo he dicho para impresionarlos. He escrito una relación de
todas las pruebas residuales que complementan la cinta grabada.
—¿Por qué no ha avisado a la policía?
cama.
—Ahora resultará que todo lo hice yo, que todo lo pensé yo.
—La justicia tiene su lógica. Yo tengo la mía. Yo entrego
¿De quién fue la idea de grabar la pregunta: ¿ Vive aquí Ricardo
mis conclusiones a un cliente. Le empaqueto una porción de ver-
Álvarez? Venimos a buscarle. No se resistan. Y repetirlo, repetirlo,
dad y se la doy. Me ha pagado por ella. Él la administra como
hasta que él se retorcía muerto de miedo. ¿De quién fue la idea?
quiere.
—¿No tuvieron ninguna clase de piedad, ni de respeto o de
remordimiento?
—Yo no quería hacerlo.
—Calla, llorón. ¿Piedad, respeto, remordimiento? ¿Sabe qué
—Me traspasa la decisión de sancionarlos.
—Así es.
—Son unos miserables.
—¿Qué va a hacer con ellos? Son suyos.
me contestó un día cuando yo le eché en cara que hubiera preferido la política a su mujer y a sus hijos? Me contestó: lo único que
—Me lo pensaré.
siento es haberos añorado. Si hubiera llegado a adivinar que seríais
105
Narrativa Española Siglo XX
—Su abuelo era un gran tipo. De la penúltima hornada que
empleó el sentimiento como herramienta para saber y creer. Seguro que le gustaba comer bien.
JAVIER MARÍAS. EL ESPEJO DEL MÁRTIR
—Seguro. Me contó que cuando se escondió en los años
Aspera militiae iuvenis certamina fugi,
Nec nisi lusura novimus arma manu.
OVIDIO
cuarenta aprendió a hacer escabeches sin guisar,
por el simple procedimiento de macerar en vinagre, aceite,
especias, hierbas aromáticas. ¿Ha probado usted el escabeche de
Ha habido verdaderos dramas en el ejército, se lo aseguro; el
pajel?
—Lo intuyo como si lo hubiera probado.
—Creo que mi abuelo conservaba las recetas en un libro de
su biblioteca. Tendré que revisarlo uno a uno. ¿No le tienta ayudarme en esta tarea?
suyo no es un caso aparte, por mucho que su reprobable exceso de
individualismo le haga pensar lo contrario. Ha habido falacias,
invectivas, maledicencia;
ajusticiamientos de carácter meramente diplomático, deserciones a mansalva, regimientos enteros diezmados para dar un
—Ha hecho usted lo que hacían algunas doncellas impru-
escarmiento, una lección; consejos de guerra contra altos cargos,
dentes en presencia de Drácula. Le enseñaban el cuello. Yo no leo
traiciones y delaciones, espionaje interno, amotinamientos, insu-
libros. Los quemo.
bordinaciones y mucha insolencia; actos de indisciplina que han
Pero no resiste la oferta perpleja que permanece en la cara
de la muchacha.
—Pero por tratarse de usted y, sin que sirva de precedente,
haré una excepción.
costado batallas cruciales, sedición, sentimientos malsanos, casos
de homosexualidad, rebeliones, atropellos; ...casos de homosexualidad, todo tipo de aberraciones carnales, morbosidad; y pánico,
mucho pánico. Y, por encima de todo, implacabilidad. Esto entre
nosotros: el ejército es injusto siempre, tiene que ser injusto para
ser un auténtico ejército. ¿No conoce usted, por ejemplo, el caso
del capitán Louvet, durante la campaña rusa de Napoleón? ¿No lo
conoce? ¿De veras? Louvet era un valiente (tengo para mí que fue
106
un valiente), y sin embargo, según todos los indicios, acabó fusila-
Narrativa Española Siglo XX
idolatría. El ejército es anónimo, tiene que ser anónimo...El coro-
do por los suyos. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla y a la vez
nel se pasó un dedo por la punta de la lengua (fue un gesto fugaz)
inapelable: el ejército no admite la duda, la desconoce y en última
y se alisó una ceja que se le levantaba.
instancia niega su existencia; y su caso era dudoso, muy dudoso.
Es posible, sí, que la evidencia obrara a su favor, pero no basta con
semejante testimonio en nuestro seno. Parecía decir la verdad y los
hechos tendían a apoyar su versión, por eso había dudas; pero,
¡justamente!, no existía certeza; y, más que eso, lo que había era
una irregularidad de por medio, suficiente por sí sola para condenarlo. Podía habérsele desterrado, haber suprimido su nombre de
las matrículas y los archivos, como va a hacerse con usted prácticamente (usted va a ir a la isla de Bormes por tiempo indefinido,
hasta nueva orden, ¿comprende?), pero, ¡ah!, siempre quedaba la
posibilidad de que escapara, de que regresara, de que eludiera la
deportación, incluso de que se alzara en armas contra nosotros
(nunca se sabe), arrastrando tras de sí algunas compañías leales a
su persona o enfervorizadas por el remordimiento. El heroísmo
tiene adeptos y produce ceguera; es admirable, sí, pero si se le une
el infortunio el resultado es fanatismo. Por eso ya no hay héroes
individuales, porque fomentan un entusiasmo desmedido y nocivo,
despiertan las ansias de emulación y las tropas ya sólo piensan en
hazañas improbables, en proezas singulares y en la gloria en general. Incluso se ha tenido que acabar con el genio militar, con el
gran estratega: aunque de adhesión más minoritaría (únicamente
entre los oficiales, ¿sabe?), también esa figura provocaba delirios e
—Anónimo. Así que no conoce usted el caso del capitán
Louvet, del ejército francés... ¡Pero hombre de Dios, si es muy
famoso! Descanse, descanse y figúrese: un soldado valioso, arrojado, con excelentes condiciones, batallador, un poco ingenuo (era
un teórico), seguramente lo que le perdió. Su historia fue muy comentada y más tarde silenciada, no se sabe a ciencia cierta... ¡Pero
esa es la esencia del ejército! No se sabe; aunque esté constituido
por individuos, el ejército no es una unidad; ni aun haciendo abstracción de esa multitud de individuos que lo componen siempre
de manera circunstancial. Y al no ser unidad, ni sabe ni se deja
saber, porque ¿acaso lo que no es unidad puede conocer o ser conocido? ¿Puede ser conocido lo que no es unidad ni divisible en
unidades por lo único que tiene capacidad cognoscitiva, a saber: la
unidad? Vea usted que escapa a nuestra comprensión, como muchas otras cosas que nos empeñamos en entender. El ejército es
incognoscible, y sin embargo no es tampoco una patraña. ¿Qué es,
pues? Ah, yo no lo sé ni pretendo saberlo; es indefinible, ahí radican su grandeza y su misterio. No, no me pregunte, yo sólo sé que
es múltiple y anónimo (múltiple en virtud de que no es uno, pero
irreductible a partes e incontable según ellas); y que se lo entiende
mal. Se lo toma por lo que no es porque se lo trata de entender
107
(hay colegas, camaradas que se jactan... ¡y yo recomendaría la
Narrativa Española Siglo XX
doctrinal (cuando lo hay, cuando merece ese apelativo) incompati-
abstención!) , y al final de tal empresa no caben más que el des-
ble con la vieja legislación (vieja en tanto que es inmemorial, no
concierto o el error... Pues bien, no se sabe a ciencia cierta cómo
crea: su vigencia es asombrosa e imperecedera) sólo pueda tener
acabó Louvet porque su episodio estaba de tal modo imbricado en
por desenlace la catástrofe; así, la historia toda del ejército, o me-
lo que podríamos denominar los supuestos esenciales o fundamen-
jor dicho su errática y siempre declinante trayectoria no es más
tos de la corporación, y hasta tal punto participaba de su espíritu
que un jalonamiento, tumultuoso y caótico, de diferentes prótasis,
más íntimo e incontaminado, que todas las vicisitudes inherentes
epítasis y catástasis simultáneas (o atemporales quizá, si me apura
al caso se negaban a revelarse y se adivinaban incognoscibles; y el
usted: ya sabe, exposición, nudo y clímax), que en un momento y
ejército, al silenciarlo, no hizo sino dar configuración palpable y
lugar determinados se unen, o más propiamente convergen, y, ma-
sancionar, con sus atribuciones más temporales, lo que ya era de
nifestándose instantánea y excepcionalmente en el Tiempo, ad-
por sí un estado real y verdadero, hondo, tajante e incuestionable:
quieren un orden fugaz y un sentido efímero para a continuación
arrojó un velo figurativo sobre el velo transcendente que ocultaba
deshacerse en una catástrofe común. Esa catástrofe puede tomar la
el resplandor ya polvoriento de los hechos; con su decisión prestó
forma de un destino unívoco y personal, como en el caso Louvet,
encarnación a los dictados eternos de la ley natural. ¿Cómo no
o presentarse bajo la apariencia arrolladora... ¿qué le diré?, de un
conoce usted el caso Louvet? ¡Si es paradigmático! Es muy ilustra-
exterminio imprevisible y masivo de tropas, por citar tan sólo un
tivo de la tragedia del ejército (porque el ejército también es trági-
par de ejemplos de los sinnúmero dados a través de todas las épo-
co, ¿lo sabía?; por estructura y por definición). Y no toda corpora-
cas y por darse en el futuro. O también de ambas cosas a la vez,
ción es de naturaleza trágica, ese es un mérito que prácticamente
una de las características del ejército en su vertiente o modo fe-
nos cabe en exclusiva, y se lo debemos a nuestro profundo senti-
noménico es la ubicuidad. Pero vea usted que la meta continua-
miento de las jerarquías, tan arraigado y cabal que cualquier tergi-
mente renovada del ejército (siempre la misma y ajena a toda vo-
versación o trastorno de las mismas desemboca indefectiblemente
luntad con visos de humanidad) consiste en hallar cauce a los par-
en la tragedia. Usted sabe que la tragedia, para producirse, precisa
simoniosos meandros y entresijos de un itinerario deslavazado,
de un cuerpo rígido de leyes como entorno, de una normativa in-
anómalo y torrencial, para acto seguido desintegrarlo en un océa-
violable cuyo desacato revista tal gravedad que el conflicto susci-
no redolente de pasado y extenderlo entre los acuosos desperdicios
tado por la transgresión y por la intromisión de un segundo corpus
acumulados por la actividad acéfala, perpetuamente creadora y
108
destructiva, de los tiempos. Le diré que ese cauce momentáneo,
Narrativa Española Siglo XX
formo parte de la encarnación de la catástasis... no me atrevería a
una vez disuelto en el bajío de desechos, queda irreconocible para
hablar aún de catástrofe en su caso, no se dé importancia... los
siempre: hay que aceptar la imposibilidad de su recuerdo.
dramas habidos en el ejército han sido legión y multiformes, y de
El coronel se echó levemente hacia atrás (con la punta del
largo cortaplumas que hasta aquel instante había guardado bajo, la
axila, en posición de fusta o bastón de mando) una indómita onda
del cabello que le bailaba poi la frente: fue un gesto juvenil y enteramente perfunctorio.
magnitudes tales que, si se hiciera un simple recuento grosso modo, el mundo quedaría boquiabierto y pasmado usque ad nauseam. Y el suyo está viciado a primera vista, tiene... ¿cómo expresarlo?, una cierta aureola de carácter anecdótico que impide determinar con rotundidad si efectivamente se inscribe en nuestra inveterada y fatídica trayectoria (siendo lógico en tal caso que cuanto
—Es ésta una función ingrata para los inocentes que hemos
más pronunciado es el declive más anodinas resulten sus manifes-
de darle corporeidad, pero como no está en nuestra mano abolir o
taciones visibles) o si bien, por el contrario, es solamente otra es-
renunciar a tal misión..., ¡al tiempo!; y por otra parte (y quizá deba
tampa de lo que podríamos llamar el santoral de nuestro cuerpo:
decir afortunadamente), son pocos los que, incluso desempeñán-
algo con que promover y recordar la regularidad invulnerable del
dola, están al tanto de ella. Tal vez sólo miembros de hierro, corno
ejército, algo con que dar a conocer y divulgar de forma amena y
usted, Louvet o yo, capaces de hendir la espuela en el barro y espe-
superficial nuestros conceptos entre los novatos y los legos. Ya le
rar la acometida; brutales como sablazos, tersos, inconmovibles,
digo: no lo sé, aún ignoro la fuerza y la necesidad a que responden
desheredados sin origen que piden a voces su aniquilación: porque
sus errores y el consiguiente derrumbamiento; el ejército está cam-
yo participo de su pequeño drama, ¿comprende?: usted va destina-
biando, el arte de la guerra no es el único desuetudinario, no es el
do al islote de Bormes indefinidamente, o quizá al de Malvados, y
único que ha dejado de existir; y al haberse desvanecido (al haber-
soy yo quien le convierte en un militar oscuro y provinciano (en un
se amortiguado cuando menos) lo que en buena medida confor-
descamisado, sí) cuando su hoja de servicios le auguraba un pues-
maba la representación viva y material de nuestra esencia, los ata-
to en el mando y una vitola de mundanidad que a buen seguro
jos de que se vale nuestro espíritu son desorientadores hoy por
habría contribuido enormemente a realzar su prestigio y a acen-
hoy: sólo causan perplejidad y desconfianza, incluso un poco de
tuar su personalidad; soy yo quien le va a sumir en el olvido y la
desaliento involuntario (falta de fe, en otros términos) para los que,
deyección, en la rutina y la desidia, o para ser más exactos: yo
como yo mismo, somos versados en la materia, hemos reflexiona109
do y conocemos la ilustración portentosa del pasado. Sepa usted
Narrativa Española Siglo XX
ble de batallas fantasmales y campañas venales, en un terreno
que este nugatorio deambular de nuestros días es algo nuevo ente-
donde ni se muere ni llueve, ¿comprende usted?, ¡donde ni se mue-
ramente, y que una de las características de esa configuración, de
re ni llueve!...
esa fuga del magma, de ese cauce o cristalización de que le hablo,
era la luz, el breve fulgor, el destello nítido y cegador, la irradiación sublime del momento culminante; en una palabra, el fugitivo
cielo estrellado entre la masiva e idéntica condensación de dos
El coronel encuadró entre sus manos el rostro inflamado y
venoso, acentuándose más todavía la forma de huevo invertido de
su cabeza senil y pulposa y aterciopelada.
tormentas en la noche. Pero parece que es éste un brillo ya difunto,
—Espantoso, ¿verdad? Pero piense usted al mismo tiempo
.cancelado, innecesario: como si el desenvolvimiento de la tragedia
que, de consumarse este vuelco en que al parecer nos hallamos
mortífera y perenne del ejército hubiera desechado a la postre su
inmersos, el resultado equivaldría tan sólo al cumplimiento absolu-
incursión final por nuestro tiempo, como si la materia de que están
to de nuestra incognoscibilidad esencial. Y deberíamos alegrarnos
hechas las tres primeras partes hubiera absorbido a la cuarta al-
por ello. Hasta ahora, aunque no cupiera el conocimiento, sí era
bergándola en su seno y en su dimensión y confundiéndola; como
posible su simulacro, incluso su aspiración: la especulación, la
si se estuviera produciendo un transvase, una transubstanciación
conjetura, la hipótesis... Todo ello errado desde su nacimiento, sí,
cuyo efecto sería la progresiva y gradual difuminación de la catás-
y sin posibilidad de acertar, pero en cierto modo remunerador, un
trofe: si su difuminación o su desaparición, eso me temo que noso-
alivio. Un consuelo banal, bien es verdad, pero conciba usted lo
tros no lo llegaremos a saber, ni a intuir siquiera. Tal vez de ahora
que puede ser su falta. Entonces no nos quedará más que el re-
en adelante (si no ha ocurrido ya) el ciclo funesto y glorioso del
cuerdo borroso del vestigio que fue; y ambas cosas se irán debili-
ejército se reduzca y pierda su estructura dorada y modélica. ¿Se lo
tando poco a poco, hasta que sobrevenga el día en que incluso ese
imagina? Un encadenamiento tan indiscernible e incesante que
mortecino reflejo deje de iluminarnos ya y se apague, extenuado
lleve a la descomposición de los eslabones; una yuxtaposición tan
por el exceso de trabajo a que lo habremos sometido. Es éste un
brumosa y perfecta que finalmente no sea sino la fusión de las
resplandor perecedero, que necesita regenerarse y cobrar fuerza de
partes, un continuum informe y compacto, como el tiempo incon-
sus iguales; y si no los hay, si no obtiene descendencia, se extingue
table del convicto en la mazmorra o del amante postergado; y todo
tras languidecer lentamente: no es capaz de soportar el peso de
ello dándose en un reino que nos está vedado, en el campo invisi-
siglos, ni aun de lustros de temporalidad infecunda... Lo que me
110
pregunto es si la carencia total de casos como el de Louvet y la
Narrativa Española Siglo XX
siquiera veo en ella el rastro o estela estremecedor de la catástasis,
paulatina abrogación de su culto y su memoria, la falta de cúspides
del clímax de la premonición; en suma, puede usted ser, simple-
donde respirar hondo tras la turbulencia y el clamor del ascenso,
mente, un eslabón tan llamativo que nos induzca al error: y a fuer
de atalayas con que alimentar nuestra única ilusión, la primordial:
de ser sinceros, le diré que ojalá sea así; lo contrario supondría sin
que desde allí, y por un momento, se contempla con diafanidad la
duda lo que a la vez le he expresado en forma de esperanza y de
curva entera del trayecto recorrido en la ignorancia, el ancho valle
temor (más de lo segundo a la postre, lo confieso sin ambages ni
que antes había sido imperceptible y la negrura del océano del que
resquemor; aún no he envejecido lo suficiente para anhelar la eva-
se procede y al cual se habrá de volver..., me pregunto si todo esto
nescencia, aunque todo se andará): un deterioro representativo tan
no conllevará la disolución de la naturaleza trágica del ejército, del
bárbaro, tan irreversible, tan implacable, que nos podríamos dar
ejército consecuencia; o al menos de su representación más inme-
por clausurados. ¿Se imagina usted lo que sería el fin de los Lou-
diata y por ello imprescindible, irrenunciable; en una palabra, de
vet, de los Pompeyo, de los John Hume Ross? ¿El fin, incluso, de
nosotros mismos, del cuerpo como tal. Y así, no sé tampoco si su
los menos fulgentes, de los Manera y de los Moreau, de los Cus-
caso merece la pena realmente, si es que se inscribe en esa difumi-
tardoy? Un óbito corporativo, eso sería, una intolerable defun-
nación degradante y gradual de la catástrofe, en esa imparable
ción... ¡No más Louvets, no más Louvets! Impensable aún hoy,
nebulosidad de que le he hablado (perteneciendo por tanto, pese a
¿verdad? Yo habría dado cualquier cosa por ocupar su lugar: por
todo, a lo más profundo y entrañable de nuestro carácter), o si bien
haber experimentado en mis propias venas espeluznadas el vértigo
no es usted más que un nuevo capítulo del martirologio. Sí, una
de la consumación, por haber cabalgado a solas, como lo hizo él,
muestra más, de muy relativa importancia, de mero interés cuanti-
por haber gozado de sus antecedentes geniales, por haber sucum-
tativo. No sé si es usted como Louvet, Lucan y algunos otros (un
bido como él. Louvet, fíjese usted, se vio bendecido por la fortuna
vínculo admirable, la confluencia, la síntesis) o si, por el contrario,
hasta en los detalles más nimios, ni siquiera tuvo que atravesar el
su drama es un vulgar disfraz, una máscara innoble con que pre-
obligado engrisecimiento de la carrera ascendente y lenta de todo
tende engañarnos la temporalidad atolondrada y pragmática a que
soldado: entró y salió del ejército como capitán, sólo intervino en
estamos condenados. Porque su historia, ¿sabe usted?, está despro-
una campaña... Fue un personaje relampagueante y fugaz como su
vista de emoción y de grandeza, no es una cumbre ejemplar, dibu-
propia función. Cuando Napoleón preparaba la marcha sobre Ru-
jada e inequívoca, carece de grandilocuencia y de esplendor, ni
sia, su asombroso ejército se encontraba ya tan desgastado y ya111
cente pese a los triunfos obtenidos que no sólo tuvo que reclutar
Narrativa Española Siglo XX
enloqueció, el docto Louvet recibió su primer baño de fatiga y de
tropas de manera indiscriminada y abusiva, sino también que in-
sangre al pasar a formar parte del ejército nacional con el rango de
ventarse oficiales no siempre merecedores del rango. Louvet fue
capitán. Y no me cabe ninguna duda de que ya entonces Louvet
una de estas creaciones tardías, pero en su caso no puede hablarse
presintió su destino y aceptó de buen grado que aquella incursión
de desliz ni de improvisación: sus profundos conocimientos teóri-
intempestiva y marchita le costara la vida. La función que a lo
cos del arte bélico, la ingente obra escrita en que los había plasma-
largo de la campaña desempeñó era la propia de un general vete-
do, la clarividencia estratégica que tales páginas dejaban traslucir
rano y con experiencia estratégica, pero el caso de Louvet desde
no hacían sino convertir en lógica y apremiante su incorporación a
un principio resultó singular: pese a estar tan capacitado para diri-
filas en un puesto de mando y responsabilidad, y en disparatada,
gir las operaciones de envergadura como cualquiera de los maris-
absurda, perversa, la circunstancia de que hasta entonces se hubie-
cales del Emperador, no se le concedió tan alta graduación, quizá
ra mantenido alejado de los campos de batalla y hubiera confinado
para evitar los recelos, quejas y descontento de quienes la disfruta-
su saber abrumador al polvo de las bibliotecas y a los ojos cansa-
ban por los méritos y cicatrices acumulados desde el año 93, quizá
dos y débiles de los curiosos y los ilustrados. Pero al igual que el
a petición propia y con el íntimo, probable propósito de conocer el
aficionado a los mapas rara vez siente el impulso o la necesidad de
ambiente que le era contrario y militar en el frente. Y así, se daba
viajar porque sabe que la carta no miente y que en el lugar visitado
la contradicción de que mientras a Louvet se le asignaba de facto
no hallará más que lo que aquélla le anuncia y describe y da ya, así
un cargo espectral y oficioso que podríamos denominar de super-
a Louvet no se le había ocurrido jamás (considerándolo algo deni-
visor general estratégico y táctico, al tiempo, de iure y como ca-
grante y superfluo) constatar personalmente sobre el terreno la
pitán, participaba en el combate con asiduidad y una extraña de-
veracidad de unas doctrinas que, como su progenitor, él reputaba
lectación; ... en la lucha cuerpo a cuerpo, sí, en la reI riega misma,
obligadas y ciertas. Y sólo en 1812, quién sabe si porque la magni-
¿de qué se asombra usted?, dirigiendo cargas de caballería y cor-
tud de la empresa le atrajo o porque, ya cincuentón, sufrió una
tando cabezas: el sable en la mano, la mirada encendida, la
conmoción inesperada y profunda de carácter patriótico, quién si
mandíbula tensa, poseído sin duda por la enajenación y el pavor.
porque se dejó seducir a fuerza de lisonjas y halago o porque a
Tanto es así que en las confrontaciones previas a Borodino se dis-
punta de bayoneta fue forzado a ingresar, quién, finalmente, si
tinguió más por su arrojo en el campo, péleméle, que por su ma-
porque vio en ello una rúbrica adecuada a su obra o porque quizá
estría o habilidades tácticas (sentía gran respeto por las teorías y
112
maniobras del general Phull). No puede decirse que el suyo fuera
Narrativa Española Siglo XX
sordas, sin procedencia y anónimas de los combates, perdiera el
un arrojo suicida, sino más exactamente irracional: a menudo re-
control de sí mismo y se transformara en un soldado aguerrido
cordaba al todo o nada que el pánico suele propiciar en el ánimo
cuyo fanatismo llamaba tanto más la atención cuanto que de un
impresionable y endeble del novel; pero tenga usted en cuenta que
lado se investía de su improbable figura de hombre pasivo, arropa-
en última instancia eso era Louvet, y que aunque su espíritu estu-
do e incrédulo, y de otro contrastaba con la ausencia de esponta-
viera traspasado de marcialidad, no era en ningún caso un militar,
neidad y el escepticismo en la lucha que aquejaban a sus camara-
sino un hombre de letras, un estudioso que había pasado la totali-
das y a las tropas en general, que en algunos casos llevaban dieci-
dad de su vida entre libros, planos y crayons: meditando, trazando,
nueve años batiéndose sin apenas respiro ni tregua; otra cosa muy
proponiendo, arguyendo; en suma, no era un hombre de acción; y
distinta es que con la llegada del anochecer, durante los últimos
el único medio a su alcance para sobreponerse al espanto y la fas-
pasos quebrados de las interminables marchas o en la atmósfera
cinación que el combate no podía por menos de producirle era
fría, ominosa y mortal de su tienda, no cavilara sin sueño sobre el
sumergirse en él con el entusiasmo y la dedicación del que nada
velo que descorría su fogosidad. Y puesto que hablamos de ello, le
tiene que perder, o mejor dicho, de quien está convencido de que
diré que su destino personal, sustraído a su poderosa imbricación
lo va a perder todo...
con el sino invariable, global y constante del ejército, tuvo que re-
Con la parte más carnosa de la palma de la mano, el coronel
volvió a alisarse delicadamente la ceja tupida, que en esta ocasión
se le disparaba hacia abajo (por efecto de la humedad y el calor)
confiriendo a su rostro una expresión levemente bobalicona y
sombría, bovina y languideciente.
sultarle muy doloroso y sarcástico ya antes de Borodino: Louvet,
como le he comentado, desdeñaba la comprobación empírica de
sus teorías juzgándolas a priori infalibles y verdaderas y negando
todo crédito o significancia a los desmentidos que accidentalmente
le echaba en cara la experiencia ajena. Su visión del arte militar
era formalmente irreprochable, pero (sin llegar a los extremos de la
—Pero, eso sí, Louvet sabía muy bien lo que se traía entre
del general Phull, su celebrado adversario) se encontraba anticua-
manos y, sobre todo, a lo que estaba asistiendo: una cosa es que
da: su sistema era enteramente dieciochesco y se fundaba en una
rodeado del estrépito de los aceros, del fogonazo a quemarropa
concepción de la táctica y de la estrategia que dejaba poco o
brutal, de las caídas de los caballos en serie, de las salpicaduras de
ningún resquicio de acción al poder del azar. Louvet estaba per-
la tierra arrancada y de las voces ininterrumpidas y entrecortadas,
suadido (y su convencimiento era inflexible) de que poseyendo una
113
buena y fidedigna información sobre las fuerzas propias y enemi-
Narrativa Española Siglo XX
llevó a la cumbre y a la cabalidad que les faltaba los cálculos ge-
gas, sobre la disposición de ambos ejércitos en el campo de batalla,
ométricos aplicados a las maniobras militares (siendo en esto un
sobre sus respectivos movimientos en anteriores enfrentamientos y
auténtico genio y como tal un adelantado a su época..., amén de
su tradición guerrera, sobre las características del terreno escenario
un nexo hoy insoslayable entre la previa y la presente), hay que
de la contienda, e incluso si se quería (esto se le antojaba secunda-
añadir, sin embargo, que partía (para su tiempo, que no para el
rio, optativo, una cuestión de estilo) sobre la psicología más evi-
nuestro) de un tremebundo error de base que invalidaba de raíz y
dente y superficial de los miembros clave del Staff contrario, se
de un plumazo todos sus planteamientos. Esto no tuvo ocasión de
podían efectuar unos cálculos tan ajustados y precisos que al desa-
averiguarlo hasta que él en persona entró en liza, y no tanto a
rrollo fáctico de las operaciones no le quedara otra alternativa que
través de los fracasos menores que como táctico cosechó en la ruta
erigirse en el cumplimiento simple, riguroso, exacto y aun taxativo
de Smolensk cuanto de su propio comportamiento individual, que
del plan previamente acordado. La premisa menor de todo lo cual
le hizo la deplorable revelación de que de momento andaba errado
era un sentido férreo e inquebrantable de la disciplina: las tropas
y de que a lo sumo podía confiar en que el paso de los siglos hicie-
debían tener tanta voluntad como las piezas del ajedrez sin que
ra coincidir algún día su pensamiento con los hechos y trocara lo
ello signifique que concedo ningún valor a las tajantes, mojigatas,
que ahora se le mostraba como simple desideratum en realidad.
enormemente pueriles y poco autorizadas afirmaciones del conde
Pues era en sí mismo en quien vislumbraba la contradicción: lle-
Tolstoy al respecto, le diré que quizá ahora vuelva a ser posible tal
vado de su celo y de su furor, él era el primero en contravenir las
cosa, pero que entonces ya no lo era en absoluto. De una manera
órdenes que había impartido, creando el desconcierto y fomentan-
aproximativa y muy imperfecta, lo había sido en el siglo XVIII,
do la apatía entre sus hombres; incomprensiblemente se veía es-
pero fueron justamente las campañas napoleónicas, con el prece-
cindido, desdoblado durante la lucha, aferrándose de un lado a sus
dente inmediato de las guerras revolucionarias, las que trastocaron
convicciones más antiguas y sedimentadas (que siempre unos mi-
por completo esta concepción de lo bélico sustituyéndola por otra,
nutos antes había pretendido encarnar en la forma de voces autori-
más rica y más amplia, que durante un periodo lamentablemente
tarias de mando e indicaciones precisas a sus soldados), y hundi-
corto y que ya ha terminado otorgó al ejército la facultad de con-
do, de otro, en la vorágine de sus arrebatos particulares, los cuales,
vertirse en una especie de Todo nacional (de receptáculo del Esta-
como un ariete arremetiendo contra su espalda al mismo ritmo
do) en tiempo de guerra. Y si bien puede aseverarse que Louvet
que el de los latidos violentos de su yugular, le empujaban y seña114
laban, una y otra vez, el camino untuoso de la enajenación y el
Narrativa Española Siglo XX
trar en combate sin que la deserción de su puesto se hiciera notar;
pavor, de lo sanguinario y lo montaraz. Y así, el destino que du-
y si alguna vez eran advertidas sus intromisiones en aquellos luga-
rante el día iba adquiriendo su configuración todavía impalpable,
res que ni por cuerpo ni rango le correspondían, sus superiores
se le presentaba a la noche como algo aún no trágico sino más bien
(quizá porque las achacaban a su impaciencia por dominar las
patético, y por ende doblemente desconsolador. Ya la luz de las
extensiones que se les iban abriendo y llevar a cabo una inspección
hogueras donde fecha tras fecha se consumían las ilusiones mal-
topográfica continua de los terrenos, quizá porque le reverenciaban
trechas mezcladas con la ginebra, encajaba, durante el reposo
pese a su graduación inferior) guardaban silencio y le dejaban
postrero de cada jornada, los reveses fatales de su militancia tard-
hacer. Y así, durante las trece semanas de marcha la figura de
ía, casi póstuma, irreal y senil. Cuando finalmente lograba conci-
Louvet fue abdicando de su aura de sabiduría para verla suplida
liar el sueño tras largas horas no tanto de meditación como de
por otra que le iban tejiendo a partes iguales la extravagancia, la
contemplación atónita de su trayectoria inclinada, un olor pútrido
temeridad y la obcecación. Su nombre empezó a ser conocido
impregnaba sus fosas nasales a modo de despedida trayéndole el
ahora de los soldados rasos, y a pesar de que su conducta como
vaho incipiente del fraude, la muerte y la descomposición; y sólo
oficial y su pregonada labor estratégica no inspiraban ya confianza
la certeza de que llegaría la madrugada y con ella la oportunidad
ni eran las de desear, sus hombres, viéndole prodigar energías y
de dar rienda suelta a su congoja en la insensatez de la lucha, le
audacia en el campo, mohíno, taciturno y vencido en su carroma-
permitía reclinar la cabeza por fin y dormir: ansiaba las hostilida-
to, comenzaron a sentir por él la veneración que en esos seres gre-
des hasta tal extremo que con una escaramuza se conformaba:
garios, pasivos, expectantes y llanos suscita todo lo que no alcan-
celebraba con desmedido alborozo y ninguna contención la apari-
zan a comprender: admirándole sin querer, imitándole sin darse
ción fantasmagórica de una partida de cosacos extraviados sobre
cuenta de ello y procurando no obstante no cruzarse con él, le
los que caer y tajar, y ello le llevaba a unirse con frecuencia a los
consideraban inaccesible y peligroso como un buque en cuarente-
grupos más adelantados, a marchar en primera línea a lo largo del
na. Lo que sin embargo Louvet ignoraba es que estaba
día entremezclado con los guías, los intérpretes, los pelotones de
aproximándose a una desembocadura gigantesca e insigne que
reconocimiento y las arriesgadas avanzadillas napolitanas; y era tal
acabaría por fundirse con él; que mientras avanzaba hacia Borodi-
la parafernalia de la Grande Armée que no le costaba demasiado
no y Moscú haciendo descubrimientos vitales y para él impensa-
confundirse entre las líneas que más probabilidades tenían de en-
dos sobre el arte marcial, sobre su profesión, otro movimiento de
115
sombras, oculto a su conocimiento y a su ciega mirada, recorría a
Narrativa Española Siglo XX
El coronel, como si dudara de si el giro que había tomado su
su vez los últimos tramos de su propio abismo habiendo iniciado
alocución era infatuado y pomposo o por el contrario sublime y
el descenso anheloso y alado no se sabe ni dónde ni cuándo: como
avasallador, se detuvo y articuló algunas sílabas inconexas (agu-
la tromba de agua de un gran dique roto que rápidamente deglute
damente acentuadas) para a continuación balancearse ligeramente
poblaciones y campos sin que los moradores reparen en ella hasta
sobre sus talones adelante y atrás (las manos rosadas en la mesa
que les es bien audible el creciente y aciago rumor, cuando ya no
apoyadas) a modo de pausa o de transición.
podrán escapar; como esa muerte imprevista que atrapa a quien
menos lo espera, al que ignora los años que llevaba acercándose a
través de un sendero invisible y oscuro y distinto del nuestro; como
esa compañera adventicia y discreta, desdeñosa y siempre un poco
distante que sólo presentiremos, cuando ya casi nos roce, en el
aceleramiento de una palpitación que tomaremos por nuestra y le
pertenecerá más a ella; como esa muerte, sí, como esa muerte que
va por su propio camino trazado hace siglos y que sólo nos sale al
encuentro cuando sin percatamos nos deslizamos nosotros en él y
así penetrando en su dimensión cenicienta y voraz y siempre y
entonces extraña y remota nos integra o disuelve o nos quita de en
medio; como esa mujer sorda, ciega y sin tacto que desconocemos,
de la que nunca podremos hablar y cuyo recuerdo imborrable nos
exigirá el espantoso tributo de olvidar lo demás; ...de igual manera
el desperezamiento opaco, laborioso e informe del ejército buscaba
en Louvet su desagüe, tanteaba su vertedero, le designaba para
precipitar sobre él su recalentada descarga, le elegía para grabar en
su frente la señal manifiesta de su inmenso, insistente e imperturbable poder.
—Una carga fallida: ese fue el marco de su aprendizaje y
consagración. Una carga contra las Tres Flechas a las órdenes del
gran Poniatowski, cuya poco envidiable misión consistía en atacar
por detrás con el grueso de la caballería aquel reducto imponente y
bien guarnecido. El riesgo y las dificultades que la operación entrañaba le hicieron mostrarse cauteloso, indeciso, y cancelar por
dos veces las instrucciones ya dadas para sustituirlas por otras, casi
opuestas en la primera ocasión, en la segunda vacilantes, mal
enunciadas y ambiguas. Mientras tanto la batalla iba desplegándose rápidamente en los otros dos frentes, y los jinetes empezaban a
impacientarse al ver que el momento previamente indicado para
que se produjera la carga se disipaba sin que ésta tuviera lugar.
Louvet, en cabeza, aguardaba con exasperación el instante de participar finalmente en una acción concertada y masiva: su caballo,
instigado por él, se revolvía sobre sí mismo contagiado de su sanguinolencia exultante, tentando bruscas arrancadas y quiebros a la
espera del espoleamiento definitivo, sin miramientos, brutal, que
desde hacía ya varios minutos se insinuaba inminente dentro de su
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inagotable demora. Poniatowski, el Bayard polaco, trémulo de
Narrativa Española Siglo XX
ra sobrepasar; y mientras él sorteaba hábilmente los tocones de
fiebre y titubeante, reflexionaba. Las cabalgaduras, nerviosas e
árboles que emergían del suelo como enormes cabezas de conde-
irritadas, recalcitraban, piafaban. La tensión de los hombres, al
nados asiáticos, algunas monturas comenzaron a tropezar arras-
tiempo, cedía y se diluía. Por fin, ensartando la bruma y el vaho,
trando consigo a sus dueños en aparatosos derrumbamientos y
sonaron las voces encadenadas, resolutas, imperativas: hubo una
revolcones masivos. Por el contrario Louvet, imbuido de esa con-
espontánea e improvisada reordenación de las filas, demasiado
centración tan intensa que otorga el anhelo, apretaba más bien el
dispersas ahora, en exceso ausentes y apaciguadas: los corazones
paso; y cuanto más velozmente corría, mejor manejaba las riendas
más jóvenes batieron con fuerza, los oficiales se calaron un poco
de su jaspeado caballo, bordeando con desenvoltura, como un
más los morriones y desenvainaron haciendo innecesariamente
artista circense o un bailarín metamorfoseado, los obstáculos que
entrechocar los metales, todas las filas se irguieron; altisonante,
el endemoniado terreno le presentaba. De nuevo la voz monosilá-
confusa, se oyó la orden de ataque, y entonces empezó a formarse
bica, empañada, aspirada, resonó entremezclada con los murmu-
una nube de polvo, denuedo y calor que fue ascendiendo paulati-
llos de aliento que las cabalgaduras y los jinetes, en forma de reso-
namente desde los cascos de los caballos hasta los muslos de los
plidos los unos, de imprecaciones secretas los otros, mutuamente
jinetes a medida que unas líneas, al desplazarse, invitaban a las
se prodigaban; y Louvet... Louvet espoleó aún más su montura
siguientes a avanzar y ocupar su lugar, y que el trote, en virtud del
emprendiendo el galope en lo que él entendió como el apogeo de
trabajoso pero regulado crescendo de todo impulso remolón e ini-
la dilatada carga: a tres cuerpos de los demás cuando acometió su
cial, se iba acelerando mecánicamente. Y como el polvo que en-
trascendental carrera; fue exigiendo a cada salto adelante mayor
turbiaba la aurora, también el retumbar aumentaba y se hacía a
rapidez o tal vez fue incapaz de embridar los ímpetus de su animal
cada segundo más profundo y más uniforme: las tropas compactas
desbocado. Y sólo cuando el verde cercano de los uniformes con-
marchaban al trote y adoptaron un ritmo de dáctilo, amenazador,
trarios surgió con rotundidad tras el humo y la polvareda, obligó a
machacón; y trotaban, trotaban, trotaban, trotaban. Louvet,
resbalar al caballo en un alto y volvió la mirada: sus compañeros,
abriendo la carga, se despegaba unos metros del bloque para acto
sus subordinados, a una distancia ya mucho mayor de la que le
seguido remitir y frenar, dejarse de nuevo engullir por el tinte azu-
separaba de los cosacos, estaban inmóviles o se replegaban hacia
lado de sus camaradas y a continuación distanciarse otra vez: ade-
su campo: nadie en cualquier caso le había seguido, la carga se
lante, siempre su empuje le llevaba adelante sin que nadie le pudie-
hallaba interrumpida, anulada, tan sólo él había atacado. El Ba117
yard polaco se había arrepentido otra vez, las dudas le habían
Narrativa Española Siglo XX
El coronel tomó asiento e hizo girar con tal fuerza el globo
vuelto a asaltar. YLouvet, con los ojos agigantados empapados no
terráqueo que adornaba su mesa que a punto estuvo de derribarlo:
se sabe si de gloria o espanto, con el sable en la mano inclinado
tan decidido y enérgico fue su manotazo.
hacia abajo y sumiso, todo el tronco torcido, volteado hacia atrás y
un estribo perdido en el súbito giro, penetró en otro tiempo, ¿comprende?, un tiempo distinto que no conocemos, nada tiene que ver
con el nuestro: una vaharada de irremisión salida de su propia
boca debió de envolverle mientras sus vítreas, agrietadas mejillas
despedían un reflejo encerado e intoxicante, y en aquel momento
se unió al sino latente, impasible y perenne de nuestra corporación, que cristalizaba con él por enésima vez lanzando destellos
refulgentes y efímeros, verbosos (fíjese) así que jaculatorios, para
en seguida recluirse de nuevo en su zona de inmanencia y de sombras y volver eternamente a empezar. Y él, Louvet, dirigió su montura a galope tendido contra los cañones rusos de las Tres Flechas.
Desde la lejanía se le vio llegar hasta allí con el brazo derecho extendido, como una estatua ecuestre dotada de movimiento y pasión, sin que lo abatiera ni se produjera un solo disparo; y a continuación, tan fugazmente como al pretenderse vigilar la inaprehensible conducta de un instante aislado, se vislumbró tan sólo el caballo y después nada más. Y cuando los tumefactos despojos del
ejército ruso, escasos, maldicientes, vencidos y pese a todo en buen
orden se retiraron como un enigma insoluble al ponerse el sol, el
erudito Louvet marchaba con ellos...
—Yo tengo para mí que Louvet fue un valiente: tengo para
mí que el Bayard polaco, asediado por las temperaturas aquella
madrugada, ordenó detener la ofensiva al ver cómo los tocones y
los maderos que poblaban el campo trababan las patas de las cabalgaduras y causaban numerosísimas bajas innecesarias. Sepa
usted que unos minutos más tarde la verdadera carga tuvo lugar al
trazarse un complicado rodeo y atacar el reducto de flanco (con
éxito muy relativo, dicho sea de paso). Sí, tengo la convicción absoluta de que Louvet fue un valiente y un militar ejemplar, y sin
embargo la plana mayor de la Grande Armée, escarmentada y
dolida, susceptible y confusa por la acumulación de descalabros y
sinsabores que sin atreverse a mirar entreveían quizá como merecidos, no lo juzgó de este modo: el hecho de que no hubiera disparos por parte de los cosacos mientras él cabalgaba hacia ellos con
el sable empuñado y ofreciendo un buen blanco, la escandalosa
denuncia que hizo Chambray del favorable trato dispensado a
Louvet durante su cautiverio (a lo largo del cual los demás prisioneros le habían visto cambiar impresiones, departir, confraternizar
y colaborar a menudo con Wittgenstein, Phull, Clausewitz: ¡sus
iguales!): ambas irregularidades, unidas a los pequeños fracasos
tácticos del erudito antes de Borodino, que ahora se consideraron
118
a una luz tendenciosa y malsana, levantaron la infundada, grotes-
Narrativa Española Siglo XX
pretensión de enseñar le contarán que Bonaparte entró en Rusia en
ca y miope sospecha de una traición: de que pudiera haberse pasa-
agosto y que no hacía frío, sino un insoportable calor; que los con-
do al bando enemigo en plena batalla y con premeditación. Y
tingentes de la fuerza invasora eran apabullantes, inmensos, y que
cuando Louvet volvió a su patria ya liberado, se le formó un conse-
la moral de las tropas, lejos del resquebrajamiento, el cansancio o
jo de guerra del que sólo sabemos que salió condenado. No hay
la abulia, era tan elevada o más que el año 93; que antes de Boro-
dato ninguno sobre la clase de pena que le fue impuesta: no exis-
dino no hubo enfrentamientos de envergadura y apenas escaramu-
ten pruebas de que se le fusilara, tampoco de que se le deportara
zas, que los soldados franceses sólo conquistaban cenizas y espacio
como vamos a hacer con usted (¡al islote de Bormes!, ¿compren-
desierto; también le dirán que no era el gran Poniatowski quien
de?; ¡por siempre jamás!). Nada sabemos porque el ejército no
aquella mañana se hallaba febril, sino el propio Napoleón..., y no
admite los casos dudosos ni es cognoscible, y allí donde asoma su
le hablarán de Louvet. Un docto traidor cuyas obras mediocres
esencia demasiado relampagueante para ser contemplada, no ca-
consume el olvido, así lo verá mencionado en algún documento de
ben más que la indiferencia, el disimulo, la omisión y el silencio si
archivo. Y sin embargo aquello fue como yo se lo cuento. Tengo
se aspira a mantenerlo intacto y con vida. Cuando así se muestra
para mí que en aquellos instantes anteriores al éxtasis, Louvet no
su naturaleza terrible, mejor no intentar aprehenderla, mejor no
supo o no quiso distinguir las voces de alto y creyó que se enco-
enterarse de ella. Porque nada sabemos, nada en efecto sabemos, y
mendaba la galopada final; y que cuando se dio cuenta de lo que
no obstante fíjese en que gracias a ello y a no averiguar nos es da-
sucedía (e ignoro si desde su cúspide en realidad se la dio),
do conjeturar, cavilar, incluso decidir sobre lo que fue de Louvet
...cuando deslumbrado y perplejo le cupo la duda de si el acto de
con la máxima libertad. ¿Lo ve usted? ¿Lo comprende? Consulte,
indisciplina, la contravención, el error, lo habían cometido los
vaya a mirar en los libros: le mentirán tanto como yo le pueda
otros al retroceder o él mismo al no frenar y avanzar, prefirió la
mentir; tan equivocada al respecto y a todo se encuentra la Histo-
embestida furiosa y la muerte (petulante, retorcida, ampulosa, que
ria como lo pueda estar yo, porque su saber es idiota, irrisorio,
no se deja buscar) a volverse atrás. Supo entonces sin vacilación,
parcial, consanguíneo del mío, con el agravante de que no se sabe
una vez tomada la decisión y al fundirse con la trágica esencia de
contradecir ni modificar, traicionarse ni negarse a sí mismo, apu-
nuestra corporación... esa esencia que a nosotros nos huye... cuan-
ñalarse como yo me apuñalo una y otra y aun una vez más. Esos
to se pueda saber, cuanto es imposible saber; y sin embargo, al
libros escritos con el firmísimo pulso del que nada conoce y la
mismísimo tiempo no quiso ya probar más de nuestro conocimien119
to empobrecedor y parcial: desdeñó desde las alturas toda falta de
Narrativa Española Siglo XX
Pero todo ha sido penoso. Nada mejor se te ha ocurrido que
plenitud y no pudo transigir con lo humano. Y no estoy seguro, a
matar a Morrison. Y aquí estamos ahora tú y yo, encerrados en la
la postre, de si temió el desengaño posible, insoportable y total del
casa de la calle Piedad de Palma, viviendo en la red de nuestros
mundo incompleto que acababa de abandonar o si no le interesó
nervios enredados y aguardando el inminente murmullo de las
ya conocerlo tal vez... Ni siquiera, fíjese, tuvo que renegar de él: la
voces acusadoras que no tardarán en acercarse a la casa para
separación entre ambos fue espontánea, fácil y natural, no fue
hablarnos del crimen y el incesto.
producto, ¿comprende?, de ninguna, de ninguna voluntad...
El coronel se interrumpió y se quedó pensativo: con el pul-
2
gar y el corazón de la mano izquierda sobre las negras ojeras, negras como la pez, me miró con fijeza y pausadamente añadió:
—No sé si sabiendo, ya no quiso saber.
Mataste a Morrison como quien mata un toro. Y te quedaste, yo creo, tan tranquilo. Ahora tú duermes, mi querido misántropo valiente, en el cuarto contiguo mientras yo escribo tratando de
ordenar los recuerdos que se han dado hoy cita trágica, todos al
mismo tiempo, en la sangrienta corrida de esta tarde en alta mar,
frente a la isla de Cabrera.
ENRIQUE VILA MATAS. MIRANDO AL MAR Y
OTROS TEMAS
(Palma de Mallorca, 1991)
Nada puede entenderse de tu reacción asesina, nada puede
comprenderse de la muerte de Morrison sin conocer algunas imágenes cruciales —podría llamarlas también baladas o sentidos episodios— de antaño, que esta tarde, al coincidir al mismo tiempo
1
41 años después he vuelto a la isla de Cabrera, al lugar en el
que oí hablar por primera vez de ti, mi querido Longplay, mi hermano querido, mi amor.
en tu mente, te han empujado al crimen taurino y despiadado en la
cubierta del barco.
Tu imagen torera, por ejemplo, en una tarde de mayo ya
bien lejana y en la que, recién llegado a Valencia, caminabas decidido a demostrarme, de una vez por todas, que no sólo valías para
120
la reflexión y el estudio, sino también para la fiesta nacional. Quer-
Narrativa Española Siglo XX
no lo vea pronto no lo ve, pronosticó un entendido en la materia.
ías demostrármelo una sola vez —decías que con una bastaba— y
Todos en Valencia decían haber visto a uno de los toreros más
después, si lograbas seguir con vida, retirarte en olor de multitudes
temerarios de todos los tiempos. Y coincidían en que, aquella tar-
de un solo día.
de, había nacido un soberbio, grandísimo matador.
En Valencia me aclamarán como a un gran torero o recibiré
No sabían que tú sólo querías ser la flor de un día y que no
una cornada mortal, me dijiste tras tu fracaso en la plaza de Mála-
estabas dispuesto a encarnar una sombra breve sobre la arena de la
ga, y yo sabia que hablabas en serio y que allí te jugarías a cara o
vida. Tampoco sabían que todo lo habías hecho por mí, por amor
cruz la vida, porque no ignorabas que era tu última oportunidad
a tu hermana del alma, por demostrarme que eras capaz de todo y
para demostrarme que, pese a tu inclinación a la misantropía, no
no sólo de refugiarte en la vida monacal del retiro, las letras y el
estabas en absoluto negado para una vida de acción con riesgo y
estudio.
valentía.
Por la noche, ya en tu cuarto de la fonda levantina, con el
Llegaste conmigo a Valencia en un día de gran sol y prima-
traje de luces reposando sobre una silla, a la luz de la luna de Va-
vera, y recuerdo que estaban en flor los naranjos y tú te sentías
lencia me anunciaste que, tal como me habías prometido si el
pletórico de vida y, al mismo tiempo, dispuesto a jugártela. Por mí.
público te aclamaba, decías adiós al mundo de los toros, al riesgo y
Por demostrarle a tu hermana que eras el león que habías entrevis-
la aventura.
to en tus sueños. Y recuerdo cómo echaste a correr como un loco
cuando salió el último toro de la tarde, y cómo te abriste de capa y
le diste varios lances con todo el entusiasmo y el coraje del que tan
sobrado andabas. Luego, en los quites, te arrimaste tanto que viste
cómo el público se ponía en pie y te aclamaba.
Los que presenciaron aquella corrida dijeron luego que se
habían asustado al ver cómo toreaba aquel muchachillo desmadrado que parecía loco o borracho por la forma exagerada y tan
—Ahora me apetecen otras cosas —dijiste—. Quiero, por
ejemplo, tener amores con mi tutora.
La tutora era yo. Simulé displicencia.
—Y quiero —continuaste— regresar al mundo de los libros
y el estudio. Ya he demostrado sobradamente que no carezco de
valor y aplomo.
—Sí. Ya lo has demostrado.
valiente de jugarse la vida. Darse prisa a verlo torear porque quien
121
—Otras cosas reclaman mi atención.
Sentí que definitivamente quedaban atrás los clarines y el
miedo, la arena y el valor de bajar a ella.
Narrativa Española Siglo XX
ser león, y eso no había ya quien pudiera cambiarlo. Más tarde
puse mis codos sobre la mesa de estudio y volví a la reflexión.
Volví a ser tu querido y estúpido misántropo. Pero no podía apartar de mí la idea de que había sido león.
—¿Y qué reclama tanto tu atención? —te pregunté.
El momento, para mí, se ha vuelto inolvidable.
—El monopolio del opio —dijiste enigmático.
4
Soplaba una brisa muy ligera y era el último día de agosto
del verano del 51. Faltaban unos meses para que tú nacieras, pero
yo aún no sabía que ibas a nacer, lo supe al atardecer de ese día.
Y entraste en mi cama.
Recuerdo que acababa de cumplir diez años y lucía una trenza de
Entró en mi cama el más temerario de todos.
ensueño. Habla viajado con nuestros padres en barco de vela desde
nuestra casa de la palmera —nuestra casa de Sa Rápita— a la isla
de Cabrera, donde ellos tenían ese plomizo amigo militar con el
que se intercambiaban secretos favores y con quien siempre se
3
hablaban de usted.
—Ayer soñé que era un león —me dijiste una tarde en Sa
Tú nunca llegaste a verlo, no puedes recordarle. Era un triste
Rápita—. Todos mis sueños suelen ser grises, pero éste no lo era.
coronel destinado en Cabrera, un hombre que tan pronto no para-
Estaba tan convencido de que era un león, me parecía aquello tan
ba de hablar describiendo estrategias de mariscal de campo como
natural, que si no llego a levantarme a cerrar una ventana que ba-
se mostraba —y siempre resulta extraño un militar que sea tími-
teaba, habría continuado así, sin percibir nada extraño. Hasta tal
do— profundamente apocado ante según qué temas, como el del
punto me parecía del todo natural que yo fuera un león. Sólo al
mar, que le dejaba —tal vez a causa de su extensión o infinitud, la
levantarme o, mejor dicho, ya levantado, la visión de mi pijama a
verdad es que nunca supe por qué sería— totalmente mudo.
rayas, mi manera de andar, en fin, la cama misma, todo me condujo a darme cuenta de que era hombre y no león. Pero acababa de
En esas ocasiones sólo sabía decir: el mar, la mar. Y suspiraba. Mi madre se reía y le cantaba una canción de Trenet. Tú no
122
puedes recordar a ese ridículo militar. Yo le recuerdo con precisión, como recuerdo con muchos detalles ese último día de agosto
del 51. Me parece como si fuera ahora mismo cuando mi padre se
atusó el poblado bigote y, muy eufórico y con la nariz enrojecida
por el vino tinto y peleón, se dirigió a la orilla del mar y, tras mirarnos a todos con cierto sentido de superioridad, dijo:
—A reuniones como la nuestra los americanos las llaman
picnics.
Se hizo un silencio imponente, sólo turbado por el vuelo impertinente de una abeja en torno a la canasta del pan y el rumor de
las sardinas frescas que se asaban en espetones, sobre la arena.
Todos permanecimos atónitos, como impresionados por la palabra
extranjera, por la palabra picnic. Hasta que nuestra madre, poniéndose lentamente en pie, expulsó la arena de sus manos y, yendo hacia la dependencia militar que nos servia de caseta de playa,
puso en marcha el gramófono. Entonces nuestro padre, por si no
Narrativa Española Siglo XX
En el gramófono comenzó a sonar reiteradamente un estribillo zarzuelero. Regresó —muy potente— el zumbido de la abeja.
—Pues hoy mismo, desplegando como siempre un diario
atrasado, me he enterado de la existencia de otra palabra nueva,
también de procedencia americana —dijo el amigo coronel, y se
quedó muy callado, como si no se atreviera (bien tímido que era) a
continuar.
—Pero siga usted, por favor —le dijo nuestro padre—. Nos
ha dejado con la miel en la boca.
—Sí —remató nuestra madre—. Nos ha dejado con muchas
ganas de conocer la palabreja.
El gramófono escupía voces de un encantador coro femenino. Podía oírse: A la sombra de una sombrilla de encaje y seda...
—Estamos a punto de perder la paciencia —dijo nuestra
madre—. Parece que se le haya tragado la tierra la lengua.
nos habla impresionado lo suficiente, repitió la palabra extranjera
con renovado énfasis:
Entonces el coronel dijo, visiblemente nervioso, de una forma muy atropellada:
—Picnics.
—Longplay.
—No me diga —comentó el coronel con aire algo preocupado, como si al desviarse de temas bélicos el cariz frívolo que
habla tomado la conversación le hiciera sentirse perdido o incómodo.
—¿Cómo? —preguntaron nuestros padres, los dos al mismo
tiempo.
—Longplay. Eso he dicho. Longplay. Hoy en América, si no
123
he leído mal... ¿No es hoy treinta y uno de agosto?
—Sí. Lo es —dijo mi madre.
—Pues hoy en América salen a la venta los tan anunciados
discos que duran mucho, lo decía el periódico atrasado. Anunciaban para el último día de agosto la aparición de los dichosos longplays.
Narrativa Española Siglo XX
de todo eso. Nada menos que discos de dos caras bien surtidas de
canciones. Si, señores. Longplays. Tan largos como el santo matrimonio.
—Menuda palabrita la palabreja —bromeó nuestra madre—
. Longplay. Se me ocurre que al crío podríamos bautizarle así, en
honor de este picnic. Tanto si es niño como niña podríamos llamarle Longplay. Porque vamos a tener más hijos, supongo que ya
Se veía a nuestro padre algo molesto porque aquella palabra
superaba a la suya —picnic— con creces.
—¿Lonqué...? —balbuceó nuestro padre.
—¿Qué es eso de discos que duran mucho? —preguntó nuestra madre bajando totalmente el sonido del gramófono.
se lo habrá dicho mi marido.
Fue así como supe que iba a tener un hermano. Después de
diez años de ser hija única, iba a tener compañía. Me impresionó
tanto saberlo que tardé mucho en llamarte Antonio. Meses después de tu llegada al mundo, yo aún seguía llamándote Longplay.
No faltaba mucho para que atardeciera. Nos comimos las
sardinas. Durante un rato sólo se oyó el rumor de las olas.
—Pues eso —dijo el coronel, pasados unos minutos—. Dis-
5
cos que duran mucho más de lo que estamos acostumbrados. Discos de larga duración. Como el amor verdadero entre un hombre y
una mujer. Como el santo matrimonio. Discos que no son de una
Nada puede entenderse del asesinato terrible de hoy, mi que-
sola cara como el que hasta ahora veníamos escuchando. No de
rido misántropo valiente, nada puede comprenderse de la muerte
dos caras breves como el que podríamos oír —aquí hizo un inciso
de Morrison sin evocar ciertas imágenes decisivas que, al darse cita
para aclarar sus gustos musicales—, es decir, como el de la banda
inesperada todas juntas hoy en tu atormentada mente, han provo-
militar de Viena, que por cierto es excelente y lo tenemos aquí. —
cado tu gesto criminal, la tragedia en alta mar.
Lo mostró como solicitando su inmediata audición—. No, nada
124
Una de esas imágenes es sin duda la de esa avioneta de nues-
Narrativa Española Siglo XX
rredores ocultos, pasiones viejas y comunicaciones infernales. Así
tros padres cayendo en picado, cual bola de fuego, en aquella ma-
veía yo tu mente de aquellos días, así vuelvo a verla hoy mientras
ñana trágica y, al mismo tiempo, tan extrañamente luminosa de
tú duermes en la habitación contigua, tan tranquilo, indiferente al
Palma. Cuando se produjo el fatal accidente, tú tenias dieciséis
muerto: enredada por callejuelas sinuosas, caminos de ronda, mis-
años, y de ese día te acuerdas como yo de la mañana trágica pero
teriosos subterráneos, farolas de ideas luminosas que me son des-
también de su noche sorprendentemente estrellada y, muy espe-
conocidas.
cialmente, de la enredada madrugada cuando, con los padres ya en
el velatorio, comenzamos a dar vueltas y más vueltas por las calles
de Palma, recorriendo en coche como condenados las desiertas
plazas del casco antiguo.
Nada sé de ti en realidad. Sólo se que te quiero y que en
aquellos días únicamente eras feliz si contabas con nuevos libros o
grabados que te hablaran de esa ciudad lejana, únicamente si estaban a tu alcance nuevas páginas en las que poder estudiar y apren-
A la luz de la luna, la vieja calle del Call, los baños árabes, el
der de memoria el mapa de esa ciudad que sólo has visitado a
convento de Santa Clara y su arrogante palmera, la calle de San
través de los libros y de los viejos grabados y que, aun no habién-
Alonso, semejaban los ejes de un invisible trazado urbano por el
dola pisado nunca, es sin duda tu verdadera ciudad, y desde hoy,
que dábamos endiabladas vueltas de fantasmas ambulantes. ¿Lo
mi querido misántropo valiente, la mía.
recuerdas? Sí, claro que lo recuerdas. ¿Cómo vas a olvidar que,
aquella noche, la ciudad de Praga, fluctuando sobre el parabrisas
mojado, parecía llenarse de los copos de la nieve de Praga?
En torno a esa remota ciudad giraban todos tus sueños y todas tus lecturas en aquellos días hasta el punto de que, cuando yo
me preguntaba cómo seria tu mente, la imaginaba como ese conjunto de pasajes que permiten cruzar el centro de Praga sin salir al
aire libre, es decir, veía tu mente como una tupida red de pequeñas
6
Por evadirte de la muerte de nuestros padres, no cesaste,
aquella madrugada, de hablar de Praga, del Puente Carlos y la
iglesia de San Nicolás, del cementerio judío y del Callejón de Oro,
de la Plaza de San Wenceslao y otros rincones de aquella remota y
adorada ciudad sobre la que todo lo sabías y en la que habías cifrado todos tus sueños y esperanzas.
calles furtivas, escondidas en el interior de bloques de casas tan
Mientras yo me sentía atrapada en la red de mis nervios en-
viejas como tus más antiguos pensamientos: una urdimbre de co-
redados en aquel torbellino nocturno de golpes de volante y de
125
vueltas más que desesperadas, tú no cesabas de hablarme de Pra-
Narrativa Española Siglo XX
como un río que va a parar a la mar, que es el morir. Para mí
ga, y lo hacías de un modo que en un principio me pareció muy
siempre ha fluido como una dulce corriente marina que girara en
inconexo —tu forma de decirme las cosas la veía yo como un con-
espiral, como esa breve travesía entre Sa Rápita y la isla de Cabre-
tinuo capricho de ideas e imágenes, todas precariamente entrela-
ra que hoy, 41 años después, he vuelto a repetir.
zadas—, hasta que de pronto desapareció el aparente caos y todo
lo dicho fue convirtiéndose en algo extrañamente coherente y bello. A eso condujeron tus obsesivas marañas verbales a cada golpe
de volante mío, toda aquella extrema y enloquecida locuacidad
que evocaba una ciudad lejana que —y hoy bien que se ha visto—
ha quedado ligada al recuerdo de aquella enredada madrugada y
al descenso fatal de la avioneta incendiada en la mañana luminosa
de Palma. Porque desde entonces ofender a Praga siempre ha sido
Me ha parecido que ha sido lo único que he hecho en mi vida: ir de Sa Rápita a Cabrera. Quizá los otros sí adviertan el paso
del tiempo sobre mí. Pero yo no. Hoy me he sentido igual que
cuando tenía diez años y fui de picnic a la isla. Me he preguntado
si el tiempo, más que una línea, no será un ovillo en el que todo
retorna. Esta tarde he visto al tiempo congelado, anulado ya para
siempre.
agraviar la memoria sagrada del último vuelo de nuestros padres
A la travesía de mi vida la veo hecha en barco de vela, en la
aviadores, muertos. Y hoy bien que se ha visto cuando Morrison
infancia, más suspendida que nunca la obstinada navegación del
sin saberlo ha agraviado esa memoria y ha perdido —no tiemblo al
tiempo. La veo también hecha en yate, como hoy. Pero también
escribirlo— la vida.
me parece hecha en tronco flotante de árbol que hubiera ido en7
Ahora, después del incidente, vivo en la red de mis nervios
enredados, estoy enterrada viva en este piso de la calle Piedad,
donde escribo para no volverme loca y también para matar el
tiempo mientras espero —tú prefieres hacerlo durmiendo— a los
que vendrán a hablarnos del crimen y el incesto.
Estoy enterrada viva en este cuarto mínimo desde el que
ahora te digo, Antonio, que para mí el tiempo jamás ha fluido
volviéndose en capas concéntricas, en cuyo centro estaría el alma
secreta del viaje de la vida mientras que en los círculos, en las envolturas de ese tronco, se encontraría el largo y penoso desplazamiento nulo hacia la nada.
8
Hay canciones muy breves cerrando las primeras caras de los
longplays. Eran las que más le gustaban a nuestra madre. Lo sé
porque, aquella tarde de picnic y zarzuela, se lo oí decir:
126
—Me gustan las canciones breves y ligeras como la vida
misma. Sólo esas canciones dicen la verdad.
9
Narrativa Española Siglo XX
Mirando al mar yo vi que estabas —más que nunca— junto
a mí. Después, cerraste los ojos y, según contaste al salir del éxtasis, tu viaje te condujo al Puente Carlos de Praga y sentiste que te
habías convertido en un hombre de granito, un viejo quijote de tu
Una tarde, en tu gabinete de estudio, aquí mismo en esta ca-
querida ciudad de papel: un hombre con bombín negro y estrecho
sa de Piedad, te petrificaste. Te hallabas, como tantas tardes, inves-
abrigo también negro, aspecto triste y demacrado, a punto de crujir
tigando el tema del monopolio del opio. Habías apartado otros
de frío como un autómata; un hombre no admitido, excluido, que
temas —el mar, la muerte, el sueño, el tiempo— y te habías dedi-
disponía de un organillo sobre un caballete y que levantaba la tela
cado a los libros de historia que hablaban de la Compañía de las
de cáñamo que lo recubría y, a vueltas de manivela, resucitaba las
Indias y su monopolio del opio. Y de pronto, ese día, te petrificas-
canciones secretas —temas eternos como el mar y la muerte— de
te. Yo estaba frente a ti sirviéndote un té con limón y también
la heroica resistencia del hombre ante el misterio.
quedé petrificada, pero en mi caso por la sorpresa de verte actuar
de aquella manera, de verte vencido por la Historia o tal vez por
10
los poderes narcóticos del opio, cuyo monopolio tan atentamente
Cuánto te he amado siempre, mi pobre misántropo, mi buen
estudiabas. Y era como si esa droga hubiera escapado de las pági-
león en la cama, mi pequeño estúpido valiente, mi obsesión de
nas del libro que manejabas y te hubiera alcanzado de lleno,
más larga duración, mi querido Longplay. Y cuánto me conmue-
dejándote embriagado y asombrosamente quieto.
ven y habrán de conmoverme siempre esas dos fotografías que a
Apretaste una contra la otra tus delgadas piernas. Con el
puño cerrado, tu mano derecha fue a posarse en la rodilla. El antebrazo y el muslo quedaron firmemente pegados. Con el brazo de-
mí me parece que a la perfección resumen tu infancia y al mismo
tiempo explican la clase de adulto —esa rara combinación entre
chiflado por los libros y hombre de acción— que eres hoy.
recho te sostuviste el pecho. Tu cabeza se irguió ligeramente. Tus
En la primera de ellas, te encuentras en un estudio de foto-
ojos entonces miraron furtivamente a lo lejos, más allá de la pal-
grafía de Palma, uno de esos estudios de posguerra que eran como
mera de la casa vecina, hacia el horizonte del mar azul e infinito,
una cámara de torturas que invitaba al suicidio. Allí, en un trajeci-
como si quisieras contemplar ensimismado otros mares.
to estrecho, casi humillante, sobrecargado de bordados, un niño de
cuatro años aparece delante de un paisaje vagamente africano que
127
parece estar evocando involuntariamente el origen de la fortuna de
Narrativa Española Siglo XX
esparadrapo en la frente y, rodeado de un infernal circulo de niños
nuestro padre, que administró —y no sabes lo que me divierte que
algo borrosos, te dispones a banderillear a una cabra disecada, un
todavía hoy sigas sin creerlo— una compañía colonial en el Congo
viejo trofeo de caza de nuestro abuelo. El escenario es el jardín de
y equipó caravanas. Sobre el fondo de cartón piedra hay rígidas
la casa de Pollensa, y el simulacro de ruedo ha sido montado a la
palmeras. Ojos infinitamente tristes se sobreponen al paisaje que
sombra de la alta palmera que derribó un fuerte vendaval del in-
les ha sido destinado. La cavidad de una descomunal oreja —
vierno que siguió a aquel verano —supongo que feliz— de tu in-
permite que aquí me ría un poco de tu aspecto de murciélago—
fancia. A los niños borrosos, aun saliendo ciertamente desenfoca-
nos hace pensar que el fotografiado se dedica a tomar escrupulosa
dos en la foto, se les nota mucho que les habían prometido una
nota de todo lo que escucha.
merienda suculenta a cambio de presenciar, con la máxima resig-
También todo lleva a pensar que el fotografiado es una especie de Golem que odia a su creador, en este caso a nuestro padre,
el aviador, el aventurero. Parece el fotografiado algo así como una
figura obtusa de barro balear que estuviera culpando a su plasma-
nación y paciencia, el extraño lance, y se les nota mucho porque su
indumentaria no engaña y la condición humilde y la cara de fastidio no se la quita nadie, ni siquiera ellos mismos con su gesto instintivo —yo estaba allí para verlo— de disimular ante la cámara.
dor de haberle impuesto la vida —y también esa maldita fotograf-
De la segunda foto lo recuerdo todo con precisión. Muy en
ía— sin consultarle para nada antes. Sus ojos reflejan la vaga sen-
especial lo que ocurrió inmediatamente después de ser realizada,
sación de que sólo tiene a su hermana en este mundo. Esos ojos
cuando irrumpió en la improvisada plaza un perro que ladraba
también anuncian que el niño será con el tiempo un bravo lector y
mucho; se oyó una breve caída: te habías desmayado. Días des-
que su gran oreja y el afán de saberlo todo habrán de ayudarle en
pués, aún seguías con el miedo en el cuerpo y —en una actitud
esa ardua empresa —la de abarcarlo todo— que el futuro le tiene
que luego se convertiría en una característica tuya— caminabas
reservada.
encorvado a causa del pánico que te había provocado la irrupción
Si un bravo lector es lo que la primera de las fotos anuncia,
de un animal vivo en el ruedo del animal quieto y disecado.
la segunda configura la imagen de un futuro torero. En esa foto, mi
Caminar tan encorvado te condujo a descubrir una actividad
querido Antonio, tienes un año más. Cinco son los que cumplías
—la lectura— en la que son muchas las ocasiones en las que lo
ese día. Vas vestido con traje de luces hecho a medida, llevas un
normal es encorvarse para ver mejor la forma de las letras. Em128
prendiste entonces el largo camino, tan poco frecuente, de intentar
Narrativa Española Siglo XX
Su inteligencia sólo emergía cuando hacía agudos comentarios
compaginar una vida de acción con la misantropía, el riesgo con la
sobre las películas de dibujos animados de la televisión. Fue un
inteligencia.
descanso casarse con él. Yo antes —¿te acuerdas?— descansaba de
11
ti leyendo revistas tontas, revistas del corazón. O bien escuchando
canciones ligeras y bien idiotas. Fue un alivio para mí casarme con
Un día, sentí la necesidad de traicionarte. Estábamos fu-
Morrison y poder descansar de tu feroz inteligencia, de esa pecu-
mando tranquilos el opio de nuestro amor, escuchando a Billie
liar manera tuya de estar todo el día pensando y haciéndome pen-
Holliday en una tristeza tan hermosa que daban ganas de acostarse
sar a mí. Fue un alivio casarme con Morrison, pero reconozco que
y llorar de felicidad, y se estaba tan bien en tu cuarto, con el humo,
también fue una horrible traición a nuestro pacto de sangre. Te
escuchando Hermanos que se enamoran, se estaba tan bien que
escribí —con matasellos de Boston que pretendían ocultarte mi
sentí la necesidad de romper el pacto de sangre y traicionarte.
verdadera dirección— muchas cartas, y en todas ellas me esforcé
Al día siguiente volé a Nueva York, crucé el Atlántico en un
intento desesperado de escapar a tu secuestro amoroso constante,
en un último intento de burlar las propiedades narcóticas de aquel
opio enamorado que emitías, y hubo muchos cocktails para olvidarte, muchas fiestas en piscinas a la luz de la luna en los mejores
en ocultarte que mi marido deseaba, entre otras cosas, destruir lo
poco que de belleza y poesía queda en este mundo. No contestabas
nunca a la dirección falsa de Boston y poco a poco se fue apoderando de mí un sentimiento de culpa, y acabé convenciendo a Morrison para que viajáramos a España.
roofgardens de Brooklyn, y allí conocí a Morrison, un alto ejecuti-
Desde Barcelona volví a escribirte sin tampoco obtener tu
vo de la Disney Corporation, un cuarentón situado en las antípo-
respuesta. Al tercer día de estar allí supimos que había llegado a su
das de tu mundo, alguien dispuesto a acabar con la poesía, alguien
fin la Guerra del Golfo. Lo celebramos con sangría —preludio
muy diferente de ti, muy distinto en todo. Espero que algún día
fatal de otra sangría más roja— en la habitación del hotel de las
puedas llegar a entenderlo y perdonarme. Yo necesitaba descansar
Ramblas. Eufórico, Morrison te envió un nuevo telegrama en el
de ti, huir de tu sombra de hermano enamorado. Yo necesitaba
que te decía que, aunque siguieras dando la callada por respuesta,
enamorarme de cualquier cuarentón idiota que no pudiera en nada
pensábamos visitarte para celebrar la paz mundial. Y añadió, a
recordarme a ti. Morrison reunía a la perfección esas condiciones.
modo de posdata estúpida, bromeando: Y también festejaremos la
Era totalmente frívolo. Sólo arriesgaba a la hora de los negocios.
129
paz entre dos hermanos que tanto se quieren.
No sabía hasta qué punto nos queríamos, nos queremos.
Cuando llegamos a Palma en barco, yo iba temblando al pensar en
ti, llena de incertidumbre y temerosa de tu reacción violenta. Lo
último que esperaba era verte en el muelle saludándonos con tu
Narrativa Española Siglo XX
Nosotros dos estábamos lívidos, casi sin poder creer aquella
barbaridad que hablamos oído. Nos ha dado por cantar nuestro
himno de guerra, el himno que un día selló nuestro pacto de sangre, una canción que para nosotros siempre ha significado tocar a
rebato: Mirando al mar yo vi / que estabas junto a mi...
sombrero y la más animada gestualidad. Estabas distendido, ma-
La canción, aunque aparentemente ligera, le anuncia al
ravillosamente distendido. ¿Quién lo podía esperar? Nada en ese
enemigo, sin que éste lo sepa, que vamos a ser brutales con él.
momento podía hacerme presagiar la sangría en alta mar, el desen-
Ajeno a lo que le esperaba, Morrison se ha puesto a hablarnos de
lace sangriento de la corrida de esta tarde sobre la cubierta del
noches cálidas y lánguidas, moteadas por el destello verde de un
barco.
faro que había al fondo de la bahía que le había visto nacer. Para
12
colmo, se le ha ocurrido decirte que estaba muy enamorado de ti.
Nos hemos quedado tú y yo bien petrificados, aún más que aquella
—Nuestro proyecto en Praga es bien sencillo —ha dicho
tarde en tu gabinete de estudio. He oído el zumbido de una abeja,
Morrison en alta mar—. Por el Puente Carlos, previamente refor-
la misma que revoloteaba en la tarde de picnic y zarzuela. Y ha
zado, desfilarán los 101 Dálmatas. ¿Verdad que es divertido? Las
sido entonces cuando el tiempo me ha parecido, más que una
orejas de Mickey Mouse coronarán las torres gemelas de la iglesia
línea, un ovillo en el que todo, absolutamente todo, retorna. He
de Tyn. Para la casa de Kafka, un nuevo inquilino: el Pato Do-
preferido no creer lo que Morrison acababa de decir. Era demasia-
nald.
do monstruoso. He decidido pensar en otra cosa. Me he dicho:
El yate iba en ese momento directo hacia Cabrera. Violado
el recuerdo sagrado de nuestros padres muertos, lo peor no ha sido
eso, sino lo que ha venido a continuación, cuando se ha reído Morrison a mandíbula batiente.
—¿Verdad que es genial el plan? —ha tenido aún el atrevimiento de preguntarnos.
pronto me zambulliré en el mar. Era muy horrible intuir que nuestra travesía iba a acabar muy mal.
13
Hay canciones sangrientas cerrando a veces los longplays, he
pensado por pensar algo mientras observaba que tú estabas ya muy
fuera de ti, y he lamentado mil veces haber viajado a Mallorca, he
130
lamentado que Morrison hubiera comprado ese lujoso yate para
Narrativa Española Siglo XX
visto pasar cerca del motor del ancla y, pulsando el botón de éste,
dos personas, ese nidito de amor según sus palabras, lo he lamen-
he intentado sin suerte atraparle un pie, dejarle cojo para toda la
tado todo, absolutamente todo. He oído que tú le decías: Praga es
vida.
intocable, es un circulo encantado, con Praga nunca han podido,
con Praga nunca podrán. Morrison ha tratado de quitar hierro al
asunto. Os habéis puesto a beber sangría como locos. Él se ha excusado de haber hecho la broma de decir que estaba enamorado de
ti. Te ha pedido que exhibieras tu arte con el capote y te ha lanzado una toalla de baño que tú has rechazado violentamente,
arrojándola al mar.
Ha mirado Morrison algo sorprendido hacia la cabina, y en
ese momento tú, con el mejor estilo, le has clavado la primera
banderilla, le has asestado un golpe seco con el remo, se lo has
descargado sobre la cabeza. Morrison ha soltado un grito y ha
estado a punto de caer al suelo. Te ha mirado con las cejas arqueadas por la sorpresa. Después, se ha quedado inmóvil por unos instantes y parecía ya la cabra disecada. Has descargado un nuevo
He cerrado los ojos por lo que pudiera pasar. Cuando he
golpe, con mucha violencia, concentrando en él toda tu fuerza. Sus
vuelto a abrirlos tú habías tomado los dos remos de la canoa del
ojos han empezado a parpadear y en unos segundos ha caído al
yate y los estabas elevando hacia el cielo mientras le decías que
suelo sin conocimiento, cerca del ancla. He apretado de nuevo el
eran como banderillas de fuego. Morrison, al verte tan torero, se
botón desde la cabina, pero tampoco he tenido suerte y no he lo-
ha mostrado entusiasmado. Ha dicho olé, y sólo tenía ojos para ti.
grado triturarle la mano.
Ha escupido su chicle y también parte de la sangría. Ha repetido
olé, pero esta vez me ha parecido que se refería a lo borracho que
estaba ya. Como es febrero, la costa de Cabrera estaba desierta.
Hemos anclado el barco sin la compañía de ningún otro en una
legua a la redonda. Me ha llegado el presagio de un atardecer lento
y ensangrentado por el crepúsculo más generoso. Se ha oído, lejano, un trueno. Ha habido más litros de sangría. Y tú has comenzado a simular que lo banderilleabas. Él se reía e imitaba sin gracia
los mugidos de un toro bravo. Desde la cabina de mando le he
Le has descargado en ese instante un tercer golpe en la cabeza. El borde del remo ha cortado la piel y la herida se ha llenado
en seguida de sangre. Morrison y sus dos metros de altura se han
retorcido de la forma mas espantosa. Le has golpeado tres veces
más en el cuello, y luego lo has estrangulado. He puesto en marcha
el motor del barco, podía acercarse a nosotros alguna dotación
militar de Cabrera. Ya en alta mar te he ayudado a atar el cadáver
con unas cuerdas y le hemos añadido un buen fardo. Hemos llorado emocionados y nos hemos abrazado, besado, amado como en
131
Narrativa Española Siglo XX
los viejos tiempos. En la Cova Blava hemos fondeado unos instantes y bajo la lluvia, a la luz del ensangrentado atardecer, hemos
echado el peso por la borda, nos ha aliviado oír el ruido que hacia
al chocar con el agua y empezar a hundirse dejando una amplia
estela de burbujas. El peso se ha ido hundiendo más y más en el
TELEVISIÓN
(Valencia, 1963)
agua cristalina de la Cova Blava.
De vuelta hacia Sa Rápita, mirando al mar me has hablado
Recuerdo que de todos los niños de la pandilla del barrio yo
de tu deseo de volver a la vida de acción ahora que la Guerra del
Golfo ya ha acabado. Me has dicho que tenias deseos de ser un
piel roja siempre alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, a
través del viento, constantemente estremecido sobre la tierra rojiza, hasta arrojar las espuelas porque ya no te hagan falta las espuelas, hasta arrojar las riendas porque no te hagan falta las riendas.
era el único que tenía televisor y que ese día salí disparado del
salón familiar y, bajando las escaleras de cuatro en cuatro, alcancé
la calle y fui al bar donde jugábamos al futbolín y les grité a todos
que habían matado a John Kennedy, lo grité varias veces muy exaltado, han matado a Kennedy, han matado a Kennedy, y recuerdo
que el jefe de la pandilla, tan impasible como siempre, me dijo:
Entonces, mirando también yo al mar, te he hablado de
«¿Y?»
aquel habitante de Praga que, como nosotros, concebía la esperanza de sentarse un día en las sillas de países muy lejanos. Mientras
te hablaba me ha parecido que los dos éramos ya como vagones en
las vías muertas de la estación Masaryk.
132
Narrativa Española Siglo XX
tones. Eran los mismos hombres a los que Frederic había escoltado
hacia la aldea, conquistada a la bayoneta y evacuada después ante
el feroz contraataque enemigo. Ahora tenían los uniformes man-
ARTURO PÉREZ REVERTE. El HÚSAR
[fragmento]
chados de fango, los rostros ahumados por la pólvora, la mirada
perdida de los soldados sometidos a dura prueba. Con su repliegue, el centro del combate en aquel flanco se había desplazado
CAPÍTULO 6. LA CARGA
hacia la derecha, allí donde el otro batallón del Regimiento, algo
más avanzado y apoyándose en los muros acribillados de una
A medida que remontaban la loma, Frederic fue alcanzando
granja medio derruida, escupía descargas de fusilería contra las
a divisar el que iba a ser escenario del ataque. Primero fue la densa
compactas filas enemigas, que parecían avanzar lenta e implaca-
humareda suspendida entre cielo y tierra; luego columnas de
blemente entre el humo de sus propios disparos, como si nada
humo negro que ascendían verticales, casi inmóviles, como conge-
fuera capaz de detenerlas.
ladas por la llovizna. Después pudo distinguir entre la neblina,
lejanas, algunas de las montañas que cerraban el valle al otro lado,
hacia el horizonte. Ya casi en la cima pudo abarcar los campos a
derecha e izquierda, el bosque, la aldea envuelta en llamas, irreconocible con los tejados ardiendo furiosamente, las pavesas que se
alzaban al cielo impulsadas por el calor, y que luego se disolvían
en el aire o caían de nuevo a tierra, sobre los campos negros de
barro y cenizas.
Las cornetas de los dos escuadrones de húsares tocaron, casi
al mismo tiempo, a formar en orden de batalla. Las primeras líneas de uniformes verdes y pardos estaban muy cerca, a media legua
de distancia, apenas visibles entre la neblina de pólvora quemada.
Cuando vieron aparecer a los húsares iniciaron un movimiento de
contracción sobre sí mismas, pasando de la línea al cuadro, única
formación defensiva eficaz frente a un ataque de caballería. En lo
alto de la loma, el comandante Berret no perdía el tiempo; apartó
Uno de los batallones del Octavo Ligero estaba al pie mismo
un momento la vista de las filas enemigas, comprobó que el es-
de la loma, y era evidente que lo había pasado mal. Sus compañías
cuadrón estaba listo para el avance, sacó el sable de la vaina y
habían retrocedido, y el terreno que se extendía ante ellas estaba
apuntó hacia el cuadro enemigo más próximo.
sembrado de inmóviles uniformes azules tendidos en tierra. Exhaustos, los soldados vendaban sus heridas, limpiaban los mosque-
—¡Primer Escuadrón del 4o de Húsares! ¡Al paso!
133
Los jinetes, ahora alineados en dos compactas filas de cin-
Narrativa Española Siglo XX
formación, lo que le impedía mirar al frente cuanto hubiera desea-
cuenta hombres cada una, espolearon a sus caballos iniciando el
do. El cuadro verde hacia el que se dirigían se veía más próximo
descenso por la suave pendiente. A su derecha, el comandante del
entre los remolinos de humo de pólvora; empezaba a dejar de ser
otro escuadrón, con movimientos casi idénticos a los de Berret,
una masa informe para revestirse de sus auténticos rasgos: com-
señalaba con su sable hacia un cuadro enemigo algo más alejado.
pactas filas de hombres formando un cuadro erizado de bayonetas
—¡Segundo Escuadrón del 4o de Húsares! ¡Al paso!
De algún lugar al otro lado de las filas españolas llegó el
ronquido de las balas de cañón de la artillería enemiga, que se
enterraban con un chasquido en la tierra húmeda antes de reventar
en un cono invertido de barro y metralla. Frederic cabalgaba delante de la primera fila, llevando a la izquierda a Philippo y a la
derecha a De Bourmont. El comandante Berret iba frente al estandarte, con el trompeta mayor pegado a su grupa. Dombrowsky
había ocupado su puesto en el otro extremo de la fila; si Berret
por todos sus flancos.
Los dos escuadrones dejaron atrás la loma, pasando junto al
maltrecho batallón de infantería. Los soldados levantaron los
chacós en la punta de los fusiles, vitoreando a los húsares, e inmediatamente recobraron la formación y, empujados por sus oficiales,
empezaron a avanzar tras ellos, internándose otra vez por el terreno que habían debido abandonar ante el empuje enemigo, marchando otra vez hacia adelante a través de los campos salpicados
de camaradas muertos.
caía, él sería quien tomase su lugar a la cabeza del escuadrón. Si
El otro escuadrón fue alejándose del de Frederic, pues su ob-
también Dombrowsky quedaba fuera de combate, el mando sería
jetivo era una formación enemiga distinta, un cuadro de casacas
cubierto por Maugny, Philippo, y así sucesivamente, por orden de
pardas que se hallaba a unas cuatrocientas varas de aquél contra el
antigüedad, hasta llegar al propio Frederic.
que se dirigían los jinetes de Berret. Un par de balas de cañón pa-
—¡Primer Escuadrón...! ¡Al trote!
Los caballos forzaron la marcha, ajustando los jinetes el
movimiento del cuerpo al ritmo de las cabalgaduras. Frederic, con
el sable apoyado en el hombro y las riendas en la mano izquierda,
miraba de reojo a un lado y a otro para mantener su puesto en la
saron aullando y reventaron hacia la izquierda, sin causar daños.
Algunos tiros de fusil llegaban zumbando sin fuerza, al limite de
su alcance, y se enterraban con un chasquido en el suelo húmedo.
Berret levantó el sable y la corneta tocó alto. El escuadrón
recorrió todavía un trecho y se detuvo, las dos filas perfectamente
alineadas, mientras los húsares refrenaban sus monturas tirando
134
con fuerza de las bridas. A unas doscientas varas, entre los torbellinos de humo, se distinguía perfectamente el cuadro enemigo,
rodilla en tierra la fila exterior, en pie la segunda, ambas con los
mosquetones apuntando hacia el escuadrón ahora inmóvil.
Berret agitó el sable sobre su cabeza. Repitiendo la maniobra
centenares de veces ensayada en los ejercicios, los oficiales retrocedieron hasta colocarse a los flancos mientras los húsares sacaban
las carabinas de sus fundas de arzón.
¡Primera Compañía...! ¡Apunten!
En ese momento llegó la descarga enemiga. Frederic, en el
flanco izquierdo de la formación, encogió la cabeza cuando vio el
rosario de fogonazos recorrer las filas españolas. Las balas zumbaron por todas partes, dando con algunos húsares en tierra. Un par
de caballos se desplomaron también, agitando las patas en el aire.
Imperturbable, muy erguido en su montura, Berret miraba
hacia la formación española.
—¡Primera Compañía!... ¡Fuego!
Los caballos se sobresaltaron cuando partió la descarga, cuya humareda veló la vista del enemigo. Dos húsares heridos se
arrastraban por el suelo, esquivando las patas de los animales, intentando colocarse a la espalda del escuadrón. No querían verse
pisoteados en la inminente arrancada.
Narrativa Española Siglo XX
Berret apareció entre la humareda, con su único ojo echando chispas y el sable en alto.
—¡Oficiales, a sus puestos...! ¡Primer Escuadrón del 4o de
Húsares...! ¡Al paso!
Frederic espoleó a Noirot mientras introducía la muñeca en
el lazo formado por el cordón de la empuñadura del sable; las manos le temblaban, pero él sabía que no era a causa del miedo. Respiró hondo varias veces y apretó los dientes; se sentía flotar en un
extraño sueño.
Las dos filas arrancaron compactas, internándose en la
humareda.
—¡Primer Escuadrón...! —la voz de Berret ya sonaba ronca—. ¡Al trote!
El sonido de los cascos de los caballos sobre la tierra se fue
acompasando, con un retumbar que crecía en intensidad al acelerar los animales su cadencia. Frederic dejó colgar el sable de su
muñeca derecha, empuñó una pistola con esa misma mano y mantuvo con firmeza las riendas en la izquierda. El olor de la pólvora
quemada le inundaba los pulmones. sumiéndolo en un estado
próximo a la borrachera. Respiraba excitación por todos los poros,
tenía la mente en blanco y sus cinco sentidos se concentraban, con
tesón animal, en que sus ojos penetraran la humareda para distinguir al enemigo que esperaba al otro lado, cada vez más cerca.
135
El escuadrón dejó atrás los últimos jirones de neblina gris, y
Narrativa Española Siglo XX
pezaba a cubrir el cuello de la montura, las mandíbulas del jinete
ante él apareció de nuevo el cuadro español. Había muchos uni-
apretadas, la llovizna que continuaba cayendo, el agua que cho-
formes verdes tendidos en tierra, alrededor de las filas exteriores.
rreaba del colbac hacia la nuca... Ya no había punto de retorno. El
Los hombres de la primera línea, arrodillados, cargaban a toda
mundo se reducía a una enloquecida cabalgada, al ansia de barrer
prisa sus armas, empujando con las baquetas. La segunda línea, la
de la faz de la tierra aquellos odiosos uniformes verdes, aquellos
que estaba en pie, apuntaba. Frederic tuvo por un instante la im-
chacós de plumas rojas que formaban un muro vivo, erizado de
presión de que todos los mosquetones se dirigían hacia él.
fusiles y bayonetas. Sesenta, cincuenta varas. La línea de hombres
—¡Primer Escuadrón...! ¡Al galope!
La segunda descarga enemiga partió a cien varas. Los fogonazos brotaron inquietamente próximos y esta vez Frederic pudo
sentir que el plomo pasaba muy cerca, a escasas pulgadas de su
cuerpo crispado por la tensión. A la espalda, por encima del batir
de los cascos del escuadrón, pudo escuchar el relincho de animales
alcanzados y gritos de furia de los jinetes. La formación comenzaba a disgregarse; algunos húsares se adelantaban a derecha e izquierda. Una granada estalló tan cerca que sintió el calor del metal
al rojo que silbaba en el aire. El caballo de Philippo, un isabelino
de crin recortada, pasó por delante de él galopando enloquecido,
sin jinete. El comandante Berret seguía a la cabeza del escuadrón,
apuntando el sable contra el enemigo del que ya se podían distinguir los rostros.
El estrépito de los cascos batiendo la tierra, la furiosa galopada de Noirot, el poderoso resuello del animal, los pulmones de
Frederic ardiendo por el acre olor de la pólvora, el sudor que em-
arrodillados ya levantaba de nuevo sus mosquetones, mientras la
segunda, la que estaba en pie, mordía los cartuchos y los empujaba
a toda prisa por los cañones de sus armas todavía humeantes.
La corneta aulló el terrible toque de carga, la orden de atacar a discreción, y cien gargantas gritaron « ¡Viva el Emperador! »
en clamor salvaje que se alzó a lo largo del escuadrón, ahogando el
temblor de tierra bajo las patas de los caballos. Frederic espoleaba
a Nozrot hasta arrancarle sangre de los flancos; gesto innecesario,
pues el caballo ya no respondía a la presión de las riendas. Avanzaba como una flecha, tendido el cuello y desorbitados los ojos, el
bocado lleno de espuma, tan ofuscado como su jinete. Ya eran
varias las monturas que galopaban con la silla vacía, sueltas las
bridas, entre las filas compactas pero cada vez más desordenadas
del escuadrón. Treinta varas.
Todo el universo estaba concentrado para Frederic en recorrer la última distancia antes de que los mosquetones que apuntaban escupiesen su rosario de muerte. Con el sable colgando del
136
cordón de la muñeca, la hoja golpeándole el muslo y la pistola
Narrativa Española Siglo XX
zos a ciegas con la cara cubierta de sangre, más caballos sin jinete
bien sujeta en la mano crispada, tensó todavía más los músculos,
que relinchaban despavoridos, gritos, batir de aceros, disparos,
dispuesto a recibir en pleno rostro la descarga que ya era inevita-
fogonazos, humo, alaridos, caballos que se pisaban las tripas,
ble. Como en un sueño irreal vio que la segunda fila del cuadro
hombres cuyas entrañas eran pisoteadas por caballos, acuchillar,
enemigo alzaba los fusiles en desorden, que algunos españoles
degollar, morder, aullar...
arrojaban las baquetas sin terminar de cargar, que otros apuntaban
con ella todavía dentro del cañón, paralela a la reluciente bayoneta. Diez varas.
Llevado de su impulso, el escuadrón arrasó todo un vértice
del cuadro y siguió la cabalgada, desviándose a la izquierda de su
ruta por efecto del choque. Frederic se vio de pronto fuera de las
Vio el rostro de un oficial de uniforme verde gritando una
líneas enemigas, sosteniéndose sobre la silla, entumecido el brazo
orden cuyo sonido quedó ahogado por el fragor de la carga. Dis-
que empuñaba el sable. La corneta ordenaba reagruparse para una
paró su pistola contra el oficial, la metió en la funda y empuñó el
nueva carga, y los húsares recorrieron casi un centenar de varas
sable, afirmándose cuanto pudo en la silla. Entonces la línea de
antes de recobrar el control de sus monturas, que galopaban aloca-
hombres arrodillados hizo fuego, el mundo se tomó relámpagos y
damente. Frederic dejó colgar el sable del cordón de la muñeca y
humo, aullidos, barro y sangre. Sin saber si estaba herido o no,
tiró con fuerza de las riendas de Noirot, frenándolo casi sobre el
saltó arrastrado por su caballo entre el bosque de bayonetas. Des-
terreno, patinando los cuartos traseros sobre el suelo húmedo.
cargó sablazos sobre cuanto tenía a su alcance, golpeó, tajó con
Después, sin aliento, zumbándole los oídos y sintiendo la sangre
desesperada ferocidad, gritando como un poseso, sordo y ciego,
palpitarle con fuerza en las sienes, envarada la nuca por un dolor
empujado por un odio inaudito, con el ansia de exterminar a la
atroz, recobrando algunos fragmentos de lucidez, espoleó de nue-
Humanidad entera. Una cabeza hendida hasta los dientes, una
vo su montura hacia el estandarte en torno al cual se arremolinaba
masa de hombres revolcándose en el barro bajo las patas de los
el escuadrón.
caballos, un rostro moreno y aterrado, la sangre chorreando por
hoja y empuñadura, el chasquido del acero sobre la carne, un
muñón sanguinolento donde antes había una mano que empuñaba
una bayoneta, Noirot encabritado, un húsar que descargaba sabla-
Al comandante Berret le colgaba inerte al costado el brazo
derecho, roto de un balazo. Estaba muy pálido, pero lograba mantenerse sobre la silla, con el sable en la mano izquierda y las riendas entre los dientes. Su único ojo ardía como un carbón encendi137
do. Dombrowsky, intacto en apariencia, tan frío y tranquilo como
Narrativa Española Siglo XX
se adelantó un húsar sin colbac, con la coleta y trenzas rubias
si en vez de en una carga hubiese participado en un ejercicio, se
agitándose al viento de la galopada, que arrebató el estandarte de
acercó al comandante, lo saludó con una inclinación de cabeza y
las manos de Blondois antes de que éste rodase por tierra. Era
tomó el mando.
Michel de Bourmont. A Frederic se le erizó la piel y se puso a gri-
—¡Primer Escuadrón del 4o de Húsares...! ¡Carguen! ¡Carguen!
Frederic tuvo tiempo de percibir una fugaz visión de Michel
de Bourmont con la cabeza descubierta y el dormán desgarrado,
levantando el sable mientras el escuadrón se lanzaba de nuevo al
ataque. Los caballos fueron ganando otra vez velocidad, se acompasó el retumbar de los cascos, y los húsares empezaron a cerrar
filas mientras acortaban distancia con el cuadro enemigo. La lluvia
caía ahora con fuerza y las patas de los animales chapoteaban en
el barro, arrojándolo a ráfagas sobre los jinetes que galopaban
detrás. Frederic espoleó a Noirot colocándose aproximadamente
en su puesto, al frente y en el ala izquierda de la primera línea. Le
sorprendió ver que ningún oficial cabalgaba a su lado, hasta que de
pronto recordó el caballo de Philippo galopando sin jinete tras la
explosión de la granada, antes del choque.
El cuadro estaba rodeado de cuerpos de hombres y caballos
tendidos en tierra. De sus filas, ya menos nutridas, partió una descarga que se abatió sobre el escuadrón a cien varas. El caballo del
portaestandarte Blondois hincó la cabeza, recorrió un trecho tropezando sobre las patas delanteras y derribó a su jinete. De la fila
tar « ¡Viva el Emperador!» con un entusiasmo salvajemente coreado por los hombres que cabalgaban a su alrededor.
El cuadro español estaba a menos de cincuenta varas, pero
la humareda de pólvora era ahora tan densa que apenas se podían
distinguir sus contornos. Algo rápido y ardiente le rozó a Frederic
la mejilla derecha, haciendo vibrar el barboquejo de cobre. Extendió el brazo armado con el sable mientras Noirot franqueaba de un
salto un caballo muerto con su jinete debajo. Un reguero de fogonazos perforó la cortina de humo. Se encogió tras el cuello del
caballo para eludir el vendaval de plomo y volvió a erguirse, ileso,
con la boca seca y el cuerpo crispado por la tensión. Apretó los
dientes, se afirmó en los estribos y se encontró dando sablazos
entre un bosque de bayonetas que buscaban su cuerpo.
Luchó por su vida. Luchó con todo el vigor de sus diecinueve años hasta que el brazo llegó a pesarle como si fuese de plomo.
Luchó atacando y parando, tirando estocadas, sablazos, hurtando
el cuerpo a las manos que intentaban derribarlo del caballo,
abriéndose paso entre aquel laberinto de barro, acero, sangre, plomo y pólvora. Gritó su miedo y su bravura hasta tener la garganta
en carne viva. Y por segunda vez se encontró cabalgando fuera de
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las filas enemigas, a campo abierto, con la lluvia azotándole la
Narrativa Española Siglo XX
dos todavía mantenía la formación, aunque entre la humareda
cara, rodeado de caballos sin jinete que galopaban enloquecidos.
podía verse que sus filas habían clareado de forma terrible. ¡Viva el
Se palpó el cuerpo y sintió una alegría feroz al no encontrar herida
Emperador...! ¡Carguen!
alguna. Sólo al llevarse la mano a la mejilla derecha, que le escocía, la retiró manchada de sangre.
Los supervivientes del escuadrón corearon el grito de batalla, cerraron filas y avanzaron por tercera vez hacia el enemigo.
El metálico quejido de la corneta congregaba de nuevo al es-
Frederic ya no era dueño de sus actos; sentía un profundo cansan-
cuadrón en torno al estandarte. Frederic tiró de las bridas y re-
cio, una amarga desesperación al comprobar que el odiado cuadro
cobró el control de su caballo. Había varias monturas con la silla
verde todavía aguantaba, a pesar de haber recibido sobre el terreno
vacía que erraban de un lado para otro, heridos que se agitaban en
dos demoledoras cargas de la mejor caballería ligera del mundo.
el barro, tendiendo los brazos implorantes a su paso. Frederic miró
Había que terminar aquello de una vez, había que aplastarlos a
la hoja del sable, que había afilado sólo unas horas antes, y la en-
todos, degollarlos y arrojar una tras otra sus cabezas al fango, piso-
contró mellada y tinta en sangre, con fragmentos de cerebro y ca-
tearlos bajo las herraduras de los caballos hasta convertirlos en
bellos adheridos a ella. La limpió con repugnancia en la pernera
barro ensangrentado. Había que borrar a aquel obstinado grupo de
del pantalón y espoleó a Noirot en pos de sus camaradas.
hombrecillos verdes de la faz de la tierra, y él, Frederic Glüntz, de
El comandante Berret ya no aparecía por ninguna parte. De
Estrasburgo, era quien iba a hacerlo. Por el maldito Dios que sí.
Bourmont, con un tajo en la frente y otro en el muslo, sostenía en
Espoleó por enésima vez a Noirot, apretando filas con los
alto el estandarte; sus ojos relucían detrás de una máscara de san-
húsares que cabalgaban a su lado. Ya no estaba allí Maugny. Ni
gre que le manchaba las trenzas y el mostacho, y miraron a Frede-
Laffont. El Primer Escuadrón había perdido la mitad de sus oficia-
ric sin reconocerlo. Seguía lloviendo. Junto a él, cruzado el sable
les. Una compañía del Octavo Ligero que había avanzado tras los
sobre el pomo de la silla, tan sereno como en una parada militar,
húsares se encontraba muy cerca del cuadro verde, castigándolo
Dombrowsky tiraba del freno de su montura esperando que el
continuamente con descargas cerradas. Los fogonazos de los dis-
escuadrón se agrupase de nuevo.
paros brillaban con mayor intensidad, porque la tarde declinaba y
—¡Primer Escuadrón del 4o de Húsares...! —el sable del capitán apuntó hacia el cuadro, que a pesar de los dos embates sufri-
el espeso manto de nubes se oscurecía ya sobre las montañas que
cerraban el valle hacia el horizonte.
139
Volvió a sonar la corneta, volvió a acompasarse el galope de
Narrativa Española Siglo XX
da por un viejo suboficial de blancos bigotes y patillas, rodeada por
los caballos, volvió Frederic a empuñar firme el sable, a asegurarse
cuatro o cinco oficiales y soldados que se batían a la desesperada,
sobre la silla y los estribos. Cansados, los animales hundían las
espalda contra espalda, peleando como lobos acosados que defen-
patas en el barro, resbalaban y saltaban chapoteando en los char-
dieran a sus cachorros contra los húsares que perseguían el mismo
cos, pero finalmente alcanzó el escuadrón la velocidad de carga.
fin que Frederic. Cuando éste llegó a ellos, el suboficial, herido en
La distancia que lo separaba de la formación enemiga fue dismi-
la cabeza y en los dos brazos, apenas podía sostener el estandarte.
nuyendo rápidamente y llegaron otra vez los disparos, la humare-
Un joven alto y delgado, con galones de teniente y un sable en la
da, los gritos y el fragor del choque, como si se tratase de una pe-
mano, procuraba parar los golpes que se dirigían contra el maltre-
sadilla destinada a repetirse hasta el fin de los tiempos.
cho abanderado, cuyas piernas empezaban a flaquear. Cuando el
Había una bandera. Una bandera blanca con letras bordadas
en oro. Una bandera española, defendida por un grupo de hombres que se apiñaban en torno como si de ello dependiera su salvación eterna. Una bandera española era la gloria. Sólo había que
llegar hasta allí, matar a los que la defendían, tomarla y blandirla
con un grito de triunfo. Era fácil. Por Dios, por el diablo, que era
rematadamente fácil. Frederic exhaló un grito salvaje y tiró bruscamente de las riendas, forzando a su caballo a acudir hacia ella.
Ya no había cuadro; tan sólo puñados de hombres que se defendían a pie firme, aislados, blandiendo sus bayonetas en desesperado
esfuerzo por mantener alejados a los húsares que los acuchillaban
desde sus caballos. Un español que sostenía el fusil por el cañón se
cruzó en el camino de Frederic, atacándolo a culatazos. El sable se
levantó y bajó tres veces, y el enemigo, ensangrentado hasta la
cintura, cayó bajo las patas de Noirot. La bandera estaba defendi-
viejo suboficial se derrumbó, el teniente arrancó de sus manos el
asta, y lanzando un grito terrible intentó abrirse paso a sablazos
entre los enemigos que lo rodeaban. Ya sólo dos de sus compañeros se tenían en pie en torno a la enseña. «¡No hay cuartel!», gritaban los húsares que se arremolinaban alrededor de la bandera,
cada vez más numerosos. Pero los españoles no pedían cuartel.
Cayó uno con la cabeza abierta, luego otro se derrumbó alcanzado
por un pistoletazo. El que sostenía el estandarte estaba cubierto de
sangre de arriba abajo, los húsares lo acuchillaban sin piedad y
había recibido ya una docena de heridas. Frederic se abrió paso y
le hundió varias pulgadas de su sable en la espalda, mientras otro
húsar arrancaba la bandera de sus manos. Al verse privado de la
enseña, pareció como si el ansia de pelear abandonase al moribundo. Bajó el sable, abatido, cayó de rodillas y un húsar lo remató
de un sablazo en el cuello.
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El cuadro estaba deshecho. La infantería francesa acudía a
Narrativa Española Siglo XX
vantó el sable y lo dejó caer sobre la cabeza del fugitivo hendiéndo-
la bayoneta dando vivas al Emperador, y los españoles supervi-
la en dos mitades, como una sandía. Echó una ojeada sobre la
vientes arrojaban las armas y echaban a correr, buscando la salva-
grupa y vio el cuerpo de bruces, piernas y brazos abiertos, aplasta-
ción en la fuga hacia el bosque cercano.
do contra el barro. Otros dos húsares pasaron por su lado, lanzan-
La corneta tocó a degüello: no había cuartel. Por lo visto, a
Dombrowsky le había exasperado la tenaz resistencia y quería dar
do jubilosos gritos de victoria. Uno de ellos llevaba ensartado en la
punta del sable un chacó español manchado de sangre.
un escarmiento. Eufóricos por la victoria, los húsares se lanzaron
Frederic se unió a ellos en la persecución de un grupo de
en persecución de los fugitivos que chapoteaban en el barro co-
cuatro fugitivos. Los húsares se desafiaban unos a otros a ver quién
rriendo por sus vidas. Frederic galopó de los primeros con los ojos
llegaba antes, por lo que espoleó furiosamente a Noirot, resuelto a
inyectados en sangre, balanceando el sable, dispuesto a hacer todo
ganar la carrera. Los españoles corrían con las piernas manchadas
lo posible para que ni un solo español llegase vivo a la linde del
de fango tropezando en el lodo, angustiados al ver cómo sus per-
bosque.
seguidores acortaban la distancia. Uno de ellos, convencido de la
inutilidad de su esfuerzo, se detuvo de pronto y se volvió hacia los
húsares, quieto y desafiante, los brazos en jarras. Con la frente
orgullosamente erguida vio cómo Frederic y sus dos compañeros
Era un juego de niños. Los iban alcanzando uno a uno, acuchillándolos sin detenerse, sembrando los campos de cuerpos inmóviles y ensangrentados. Noirot llevó a Frederic hasta un espa-
llegaban hasta él, y sus ojos relampaguearon en el rostro tiznado
por la pólvora, bajo el cabello revuelto y sucio, hasta que los perseguidores llegaron a su altura y le cortaron la cabeza.
ñol que corría, la cabeza descubierta y desarmado, sin volverse a
Poco más adelante alcanzaron al resto, derribándolos a sa-
mirar atrás, como si pretendiese ignorar la muerte que cabalgaba a
blazos uno tras otro. Los árboles ya estaban próximos, se habían
su espalda, atento sólo a los árboles próximos entre los que veía su
acercado a ellos en diagonal. La corneta del escuadrón tocaba
salvación.
llamada para reunir a los húsares dispersos; Frederic estaba a pun-
Pero no hubo salvación posible. Con una sensación de haber
vivido antes la misma escena, Frederic galopó hasta su altura, le-
to de tirar de las riendas para volver grupas. Entonces miró a la
izquierda y los vio.
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Salían del bosque en una línea compacta. Era un centenar de
Narrativa Española Siglo XX
todavía conservaban cargadas carabinas o pistolas, montados o pie
jinetes con petos verdes y chacós negros galoneados de oro. Cada
a tierra, hacían fuego contra los jinetes que barrían el campo como
uno de ellos llevaba apoyada en el estribo derecho una larga lanza
una ola desenfrenada, como una mortal guadaña que segaba a su
ornada con una pequeña banderola roja. Se quedaron unos mo-
paso todo rastro de vida. Desconcertado, todavía sin saber qué
mentos inmóviles y majestuosos bajo la lluvia, como si contempla-
hacer, Frederic vio cómo la línea de lanceros alcanzaba el centro
sen el campo de batalla en el que acababa de ser acuchillado me-
del escuadrón, y cómo el estandarte se agitaba en lo alto y después
dio millar de sus compatriotas. Después sonó una corneta, coreada
caía abatido entre un bosque de lanzas. No pudo distinguir nada
por gritos de pelea, y la línea de jinetes bajó las lanzas antes de
más, porque un grupo de lanceros se apartó del grueso de la for-
arrancar al galope, como diablos sedientos de venganza, cargando
mación y cargó contra los ocho o diez húsares que todavía se en-
de flanco contra el desordenado escuadrón de húsares.
contraban dispersos en las proximidades, aislados de los restos del
A Frederic se le heló la sangre en las venas mientras de su
garganta brotaba un grito de angustia. Los dos húsares próximos,
que se habían vuelto al escuchar la corneta enemiga, tiraron del
freno de sus caballos, haciéndolos deslizarse varias varas por el
barro sobre los cuartos traseros, y picaron espuelas para alejarse de
allí a toda prisa.
Por todas partes los húsares volvían grupas, retirándose en
total confusión. Parte de la línea de jinetes españoles alcanzó a un
nutrido grupo cuyas fatigadas monturas eran ya incapaces de mantener la distancia frente a los que ahora eran sus perseguidores,
equipados con caballos frescos y con lanzas contra las que nada
podía hacer el sable. El choque fue breve y decisivo. Los lanceros
ensartaron a sus adversarios, derribándolos de sus monturas en
desordenado tropel de hombres y caballos. Algunos húsares que
escuadrón. Frederic sintió como si despertase de un sueño; un
hormigueo de terror le recorrió los muslos y el vientre. Entonces
agachó la cabeza, inclinó el cuerpo sobre el cuello de Noirot y lo
espoleó brutalmente, golpeándole la grupa con el plano del sable,
lanzándolo en alocada carrera para que le ayudase a salvar la vida.
Los llevaba detrás, muy cerca, a quince o veinte varas de distancia. Noirot estaba al límite de sus fuerzas, cubierto el bocado de
espuma, la lluvia y el sudor chorreándole por la piel reluciente. El
caballo de un húsar que galopaba delante hundió las patas delanteras en un charco y proyectó al jinete sobre las orejas. El húsar se
incorporó a medias, cubierto de barro de la cabeza a los pies, con
una pistola en una mano y el sable en la otra. Por un segundo,
Frederic pensó tenderle una mano para subirlo a la grupa, pero
descartó la idea; su propio peso era ya demasiado para el pobre
142
Noirot. El húsar derribado lo vio pasar sin detenerse, disparó su
Narrativa Española Siglo XX
No quería terminar solo y acosado como un perro, ensartado cual
última bala contra los lanceros que venían detrás y levantó débil-
macabro trofeo en el asta de una lanza española.
mente el sable antes de recorrer un trecho pataleando sobre el barro, ensartado en el asta de una lanza.
Con un último esfuerzo, Noirot alcanzó la linde del bosque,
internándose entre los primeros árboles, tropezando con los mato-
Frederic, que se había vuelto a medias para contemplar
rrales, haciendo caer sobre Frederic ráfagas de agua de las ramas
horrorizado la escena, comprendió que las fuerzas de su caballo
próximas. El animal, fiel hasta el fin a su noble instinto, anduvo
flaqueaban por momentos. Noirot avanzaba dando botes, trope-
todavía un trecho antes de derrumbarse entre los arbustos con un
zando con las piedras, resbalando en el lodo. Del galope había
desgarrado relincho de agonía, los flancos empapados en sangre,
pasado casi a un trote forzado y dolorido. Los flancos del animal
atrapando bajo su cuerpo estremecido por los últimos estertores
palpitaban con violencia en el esfuerzo y la respiración le hacía
una pierna del jinete.
brotar vaharadas de vapor de los ollares. Los lanceros le daban
alcance sin remedio, se podía escuchar con claridad el sonido de
los cascos de sus monturas, los gritos con que se animaban unos a
otros en la bárbara cacería.
Frederic recibió el golpe en el costado izquierdo, sobre el
hombro y la cadera. Quedó aturdido, con el rostro entre el barro y
las hojas secas, ajeno a cuanto le rodeaba hasta que escuchó el
galope próximo de un caballo. Entonces recordó las largas lanzas
Frederic estaba enloquecido por el pánico. Era un miedo
españolas e intentó ansiosamente incorporarse. Tenía que echar a
cerval, espantoso, atroz. La cabeza le daba vueltas mientras busca-
correr, tenía que alejarse de allí antes de que sus perseguidores le
ba con la mirada algún lugar donde guarecerse. Sentía tensos los
cayesen encima.
músculos de la espalda, crispados como si esperase de un momento a otro sentir el crujido de sus costillas rompiéndose bajo el aguzado hierro que presentía próximo. Quería vivir.
Noirot estaba inmóvil, con las entrañas reventadas por el esfuerzo, y sólo de vez en cuando exhalaba débiles relinchos y agitaba la cabeza, con los ojos turbios de agonía. Frederic intentó libe-
Vivir a toda costa, aunque fuera mutilado, ciego, inválido...
rar su pierna aprisionada. El sonido de los cascos estaba cada vez
Anhelaba vivir con todas sus fuerzas, se negaba a morir allí, en el
más cerca, casi allí mismo. Mordiéndose los labios para no gritar
valle cubierto de barro, bajo el cielo gris que ya oscurecía con rapi-
de terror, apoyó las manos manchadas de barro contra el lomo del
dez, en aquella lejana y maldita tierra a la que jamás debió llegar.
caballo, empujando con toda el alma para liberarse.
143
En el bosque, a su alrededor, sonaban gritos y disparos. El
Narrativa Española Siglo XX
gre por la nariz y los oídos. Fuera de sí, emitiendo desgarradas
sable atado a su muñeca le estorbaba los movimientos, por lo que
imprecaciones, martilleó con los puños cerrados sobre los ojos de
se arrancó el cordón de la mano con dedos temblorosos. Hurgó
su adversario, mordió la mano que intentaba empuñar el sable,
nerviosamente en las fundas del arzón, empuñando la pistola que
escuchando crujir huesos y tendones entre sus dientes. Aturdido
todavía no había sido disparada. Volvió a empujar con todas sus
por la caída y los golpes, el lancero intentaba protegerse el rostro
fuerzas, sintiéndose al borde del desmayo. En el mismo instante en
ensangrentado con los brazos, gimiendo como un animal herido.
que lograba sacar la pierna de debajo de su caballo moribundo,
Rodaron ambos por el suelo, empapados en barro, bajo la lluvia
una silueta verde apareció entre los árboles lanza en ristre, cabal-
que seguía goteando de las ramas de los árboles. Con la energía
gando directamente hacia él.
que le daba la desesperación, Frederic agarró con las dos manos el
Rodó sobre sí mismo buscando la protección de un tronco
cercano. Las lágrimas corrían por sus mejillas cubiertas de lodo y
hojas cuando levantó la pistola empuñándola con ambas manos,
apuntando al pecho del jinete. Al ver el arma, el lancero encabritó
el caballo. El fogonazo del disparo nubló la visión de Frederic, la
pistola le saltó de las manos. Un relincho, un golpe pesado entre
los arbustos. Frederic vio las patas del caballo agitándose en el
aire, arrastrando al jinete en su caída. Había fallado el tiro, le había dado a la montura. Con un grito desesperado, ahogándose en el
áspero olor a pólvora quemada, Frederic concentró sus escasas
fuerzas en un encarnizado afán de sobrevivir. Se incorporó como
pudo, saltó sobre el cuerpo inmóvil de Noirot, se metió entre las
patas del otro caballo y cayó sobre el lancero que intentaba levantarse, rota el asta de la lanza, ya con medio sable fuera de la vaina.
Golpeó el rostro del español hasta que éste comenzó a echar san-
sable del lancero, medio fuera de la vaina, y fue empujando pulgada a pulgada el palmo de hoja desnuda hacia la garganta de su
enemigo. Ponía en ello toda la fuerza que podía reunir, apretando
los dientes de forma que le crujía la mandíbula, aspirando entrecortadas bocanadas de aire. Los ojos ya ciegos del lancero parecían
a punto de salirse de las órbitas bajo las cejas hinchadas, rotas y
sangrantes. A tientas, el español agarró una piedra y la estrelló
contra la boca de Frederic. Sintió éste crujir sus encías, saltar los
dientes hechos pedazos. Escupió dientes y sangre mientras con un
último, salvaje esfuerzo, con un grito inhumano que brotó del fondo de sus entrañas, llevó el afilado borde del sable a la garganta de
su enemigo, presionando a derecha e izquierda, hasta que un viscoso chorro rojo le saltó a la cara, y los brazos del español se desplomaron, inertes, a los costados.
Se quedó allí, tumbado de bruces sobre el cadáver del lance144
Narrativa Española Siglo XX
ro, abrazado a él y sin fuerzas para moverse, brotando de sus destrozados labios un gemido ronco. Estuvo así largo rato con la certeza de que se estaba muriendo sin remedio, tiritando de frío, con
un dolor tan agudo en las sienes y la boca que parecía le hubieran
desollado toda la cabeza. No pensaba en nada, su cerebro estaba al
rojo vivo, era una masa incandescente y martirizada. Se escuchó a
sí mismo rogando a Dios que le permitiera dormir, perder el conocimiento; pero el suplicio de su boca aplastada lo mantenía despierto.
El cuerpo del español ya estaba rígido y frío. Frederic se deslizó a un lado, quedando boca arriba. Abrió los ojos y vio el cielo
negro sobre las copas de los árboles cuajadas de sombras. Era de
noche.
CAPÍTULO: 7. LA GLORIA
Caminó sin rumbo fijo, internándose en el bosque. De vez
en cuando se detenía, apoyado en el tronco de un árbol, tembloroso y empapado, llevándose las manos a la boca destrozada que le
hacía gemir de dolor. Había dejado de llover, pero las ramas seguían goteando mansamente. Entre los matorrales podía ver a lo
lejos quebrarse la oscuridad bajo los fogonazos de la lucha que
continuaba. El chisporroteo de las descargas se percibía con nitidez; el combate rugía como una tormenta lejana.
Los disparos resonaron a veces en el bosque, no lejos de él,
aumentando su zozobra. Resultaba imposible averiguar dónde se
hallaban las líneas francesas; habría que esperar al amanecer para
dirigirse a ellas. Se estremeció. La sola idea de caer en manos de
El fragor del combate continuaba en la distancia. Se incor-
los españoles lo angustiaba hasta el punto de arrancarle estertores
poró con doloroso esfuerzo hasta quedar sentado. Miró a su alre-
de animal acosado. Tenía que salir de allí. Tenía que retornar a la
dedor, sin saber hacia dónde encaminarse. Su estómago vacío lo
luz, a la vida.
atormentaba con terribles punzadas, así que buscó a tientas la silla
del lancero muerto. No halló nada, pero sus manos torpes encontraron el sable. De todas formas, la boca le ardía como si tuviera
fuego dentro. Se levantó tambaleante, con el sable en la mano, y
echó a andar entre los árboles, hundiendo las botas en el fango. No
le importaba hacia dónde iba; su única obsesión era alejarse de
allí.
Tropezó con unas ramas caídas y dio de bruces en el barro.
Se levantó chapoteando y se echó hacia atrás el cabello revuelto y
enlodado, mirando temeroso las sombras que lo cercaban. En cada
una creía descubrir un enemigo.
Sentía un frío intenso, atroz. Las mandíbulas le temblaban
aumentando el dolor de sus encías sangrantes y deshechas. Se
palpó con la lengua los dientes que le quedaban: había perdido
145
toda la mitad izquierda de la boca, podía notar entre la monstruo-
Narrativa Española Siglo XX
tre los matorrales. Incluso aunque se tratara de franceses podían
sa inflamación ocho o diez raíces astilladas. El dolor se le extendía
disparar sobre él, sin reconocer su uniforme bajo la capa de barro
a las quijadas, el cuello y la frente. Todo el cuerpo le ardía de fie-
que le cubría el cuerpo. Esperó durante largo rato, indeciso. Si eran
bre; la infección y el frío iban a terminar con él si no hallaba un
españoles y lo atrapaban, podía considerarse hombre muerto, y
lugar donde cobijarse.
quizá no con la rapidez deseable en tales circunstancias.
Distinguió una luz entre los árboles. Quizá fueran franceses,
Estaba cansado; viejo y cansado. Se sentía como un anciano
así que se encaminó hacia ella, rogando a Dios para no toparse
que hubiese envejecido cincuenta años en pocas horas. La última
con una patrulla española. El resplandor aumentaba a medida que
jornada desfiló ante sus ojos hinchados por la fatiga como si se
se iba acercando; se trataba de un incendio. Anduvo con toda clase
tratase de cosas ocurridas hacía mucho tiempo, durante toda una
de precauciones, observando con cautela los alrededores.
vida. La tienda en el campamento, el sable que refulgía bajo la luz
Era una casa situada en un claro. Ardía con fuerza a pesar
de la lluvia reciente, derrumbándose la techumbre entre un torbellino de chispas, propagándose también el fuego a las ramas de
algunos árboles próximos. Las llamas brotaban arrancando intensos silbidos de vapor a la madera mojada.
del candil, Michel de Bourmont fumando su pipa... Michel. De
nada le había servido su juventud, su belleza, su valor. Aquel estandarte abatido entre un haz de lanzas enemigas, aquel quejido
de agonía de la corneta tocando inútilmente llamada, aquellas
monturas sin jinete que erraban por el valle enfangado, bajo la
lluvia. Al menos, se dijo, Michel de Bourmont había caído a caba-
Había un grupo de hombres junto al claro. Podía distinguir
llo, viéndole la cara a la muerte como Philippo, como Maugny,
los chacós y los fusiles, recortados a contraluz sobre el resplandor
como Laffont, como los demás. No estaban, igual que Frederic,
del incendio. Desde el lugar en que se hallaba, Frederic no podía
agazapados en el barro, encogidos de terror, esperando de un mo-
saber si eran españoles o franceses, así que permaneció agazapado
mento a otro ver surgir la muerte a traición desde las sombras; una
entre los arbustos, apretando la empuñadura del sable en la mano
muerte sucia, oscura, indigna de un húsar. Con amargura, Frederic
crispada. Oyó el relincho de un caballo y unas voces confusas en
consideró que había sido un largo camino para terminar aplastado
lengua que no pudo identificar.
en el lodo, como un perro.
No se atrevía a aproximarse más por temor a hacer ruido en-
Pero él estaba vivo. El pensamiento se fue abriendo paso
146
hasta hacerlo sonreír con una mueca feroz. Todavía estaba vivo, su
Narrativa Española Siglo XX
merman, con su lindo vestido azul, con los bucles dorados que
pulso seguía latiendo, el cuerpo le ardía, pero lo sentía arder. Los
relucían a la luz de los candelabros. ¡Si vieras a tu apuesto húsar...!
otros, en cambio, se encontraban a estas horas yertos y fríos, cadá-
Ay, Walter Glüntz, respetable cabeza de honrado comerciante que
veres empapados que yacían anónimos en el valle... Quizá hasta
miraba con orgullo a su hijo oficial. ¡Si lo pudieras ver ahora!...
los habían despojado de sus botas.
Al diablo. Al diablo todos ellos con su Romántica y estúpida
La guerra. ¡Qué lejos estaba de las enseñanzas de la escuela
idea de la guerra. Al diablo los héroes y la caballería ligera del
militar, de los manuales de maniobra, de los desfiles ante una mul-
Emperador. Nada de eso se sostenía a la luz de aquella terrible
titud encandilada por el brillo de los uniformes...! Dios, si es que
oscuridad, entre los matorrales, junto al resplandor del incendio
había un Dios más allá de aquella siniestra bóveda negra que re-
cercano.
zumaba humedad y muerte, concedía a los hombres un pequeño
rincón de tierra para que ellos, a sus anchas, creasen allí el infierno.
Lo acometió un violento cólico. Desabotonó el pantalón y se
quedó allí en cuclillas, sintiendo la inmundicia deslizarse entre sus
botas, angustiado ante la idea de que los españoles lo sorprendie-
La gloria. Mierda de gloria, mierda para todos ellos, mierda
para el escuadrón. Mierda para el estandarte por el que había sucumbido Michel de Bourmont, que en aquel momento estaría
siendo paseado como trofeo por uno de esos lanceros españoles.
Que se quedaran todos ellos con su maldita gloria, con sus banderas, con sus vivas al Emperador. Era él, Frederic Glüntz, de Es-
ran así. Barro, sangre y mierda. Eso era la guerra, eso era todo,
Santo Dios. Eso era todo.
Los soldados se iban. Dejaban el claro iluminado por las
llamas sin que hubiera podido averiguar su nacionalidad. Se quedó
inmóvil, agazapado hasta que el rumor se alejó.
trasburgo, el que había cabalgado contra el enemigo, el que había
Sólo escuchaba ya el crepitar de las llamas. El fuego suponía
matado por la gloria y por Francia, y que ahora estaba tirado en el
un riesgo, lo iluminaría al acercarse. Pero también era calor, vida,
barro, en un bosque sombrío y hostil, aterido de frío, con hambre y
y él se estaba muriendo de frío. Apretó fuerte el sable en la mano y
sed, la piel ardiéndole de fiebre, solo y perdido. No era Bonaparte
se acercó despacio, encorvado, sobresaltándose cada vez que sus
quien estaba allí, por el diablo que no. Era él. Era él.
botas chapoteaban demasiado o quebraban una rama.
La calentura le hacía dar vueltas la cabeza. Ay, Claire Zim-
El claro estaba desierto. Casi desierto. La luz danzante de
147
Narrativa Española Siglo XX
las llamas iluminaba dos cuerpos tendidos en tierra. Se acercó a
ellos con toda clase de precauciones; ambos vestían la casaca azul
y el calzón blanco de un regimiento francés de línea. Estaban rígidos y fríos, sin duda llevaban allí varias horas. Uno de ellos, boca
arriba, tenía la cara destrozada por innumerables tajos causados
por un sable o una bayoneta. El otro yacía de costado, en posición
fetal. Sin duda lo habían matado de un tiro.
hasta que consiguió secarla un poco.
Corría grave peligro allí en el claro, iluminado por el incendio. Cualquiera que rondara por las inmediaciones podía descubrirlo. Pensó una vez más en los rostros morenos y crueles de los
campesinos, de los guerrilleros, de los soldados... ¿Acaso había
diferencia en aquella maldita España? Con un esfuerzo de voluntad se apartó de las llamas y anduvo apoyándose en la cerca. Los
Les habían quitado las armas, los correajes y las mochilas.
restos de razón que conservaba le decían que permanecer allí era
Una de ellas estaba a algunas varas, junto a un montón de tizones
equivalente al suicidio, pero su cuerpo seguía reacio a obedecer. Se
humeantes, abierta y con el contenido desparramado por el suelo,
detuvo de nuevo, miró indeciso hacia las llamas y después con-
sucio y roto: un par de camisas, unos zapatos de suela agujereada,
templó la oscuridad del bosque, a su alrededor.
una pipa de barro partida en tres pedazos... Frederic buscó impaciente algo que comer. Sólo encontró en el fondo de la mochila un
poco de tocino y se lo llevó a la boca con ansia; pero las encías
inflamadas le escocieron de modo terrible. Se pasó el tocino al
lado derecho de la boca, sin mejor resultado. Era incapaz de masticar. Lo acometió una fuerte náusea y cayó de rodillas, vomitando
bilis en hondas arcadas. Estuvo así un rato, con la cabeza apoyada
en las manos, hasta que logró serenarse. Después, con agua de un
charco, se enjuagó la boca en inútil intento de aliviar el dolor; se
incorporó y fue hasta las llamas, apoyándose en una pared de ado-
Estaba muy cansado. La perspectiva de volver a arrastrarse
de nuevo en la oscuridad, entre los matorrales empapados, lo hizo
tambalearse. Observó su propia sombra, que las llamas hacían
oscilar muy larga a sus pies. Estaba perdido, seguramente destinado a morir. Junto al fuego, al menos, no perecería de frío. Retrocedió entre la lluvia de brasas y cenizas y descubrió un lugar resguardado, junto a un muro de piedra y adobe, a cinco o seis varas
de la hoguera. Se acurrucó allí con el sable entre las piernas, apoyó
la cabeza en el suelo y se quedó dormido.
be de la arruinada choza. El calor inundó su cuerpo con tan grata
Soñó que cabalgaba por campos devastados, sobre un fondo
sensación que le rodaron lágrimas por las mejillas. Permaneció así
de incendios lejanos, entre un escuadrón de esqueletos enfundados
un rato, a dos varas del fuego, con la ropa humeando de vapor,
en uniformes de húsar que volvían hacia él sus cráneos descarnados para mirarlo en silencio. Dombrowsky, Philippo, De Bour148
mont... Todos estaban allí.
Narrativa Española Siglo XX
Echó a andar en dirección al día que se levantaba. Caminaría hasta la linde del bosque, observando con prudencia los alrededores, y por ella intentaría acercarse a los cerros en los que la tarde
Lo despertó el frío del amanecer. El incendio se había apa-
anterior se apoyaban las líneas francesas. No estaba muy seguro de
gado y sólo quedaban tizones que humeaban entre cenizas. El
sus fuerzas: el estómago lo atormentaba con intensas punzadas, la
cielo clareaba hacia el este y entre las copas de los árboles relucían
boca y la cabeza le ardían. Avanzaba tropezando con ramas y ar-
algunas estrellas. No había vuelto a llover. El bosque seguía en
bustos, y de vez en cuando se veía obligado a detenerse, sentándo-
sombras, pero ya se podían distinguir sus contornos.
se en la tierra todavía embarrada, para recobrar energías. Marchó
El rumor de la batalla se había extinguido; el silencio era total, sobrecogedor. Frederic se incorporó, frotándose el cuerpo dolorido. Tenía el lado izquierdo de la cara terriblemente hinchado.
Le dolía de forma encarnizada, incluyendo el oído, por el que no
captaba sonido alguno, tan sólo un zumbido interno que parecía
brotar de lo más hondo del cerebro. El párpado del ojo izquierdo
también estaba cerrado por la hinchazón, apenas veía nada por él.
así durante una hora. Poco a poco, la luz grisácea del amanecer
fue barriendo las sombras hasta permitirle ver con claridad cuanto
había a su alrededor. Al inclinar la cabeza podía contemplar su
pecho, brazos y piernas, cubiertos por una costra de barro seco y
hojas; el dormán estaba desgarrado, habían saltado la mitad de los
botones. Tenía las manos rugosas y ásperas, con negra suciedad
bajo las uñas rotas. De pronto, miró el sable que tenía en la mano
y comprobó con sorpresa que no era el suyo. Hizo memoria y re-
Intentó orientarse. El sol salía por el este. Quiso recordar la
cordó al español entre las patas del caballo, intentando sacarlo de
disposición aproximada del campo de batalla, en el que el bosque
la vaina. Se echó a reír como un demente; olvidaba que había de-
quedaba hacia el oeste, cerca de la aldea que el Octavo Ligero hab-
gollado al lancero con su propio sable. El cazador cazado por el
ía atacado el día anterior. Haciendo esfuerzos para concentrarse
cazador a quien intentaba dar caza. Absurdo trabalenguas. Ironías
calculó que las líneas francesas, en el momento en que se perdió,
de la guerra.
se encontraban hacia el sudeste. La situación podía haberse modificado durante la noche, pero eso no había forma de saberlo.
Había un pequeño claro bajo una enorme encina. Iba a pasar de largo cuando vio un caballo muerto, con la silla forrada de
Se preguntó quién habría ganado.
piel de carnero característica de los húsares. Se acercó con curiosi149
dad; quizá su jinete estuviera cerca, vivo o no. Descubrió un cuerpo tendido entre los matorrales y se aproximó con el corazón
saltándole en el pecho. No era francés. Tenía trazas de campesino,
con polainas de cuero y casaca gris. Estaba boca abajo, con un
trabuco cerca de las manos crispadas. Agarró la cabeza por los
Narrativa Española Siglo XX
Aturdido por la sorpresa, Frederic se fue inclinando hasta
quedar de rodillas frente al desconocido.
—Cuarto de Húsares... —murmuró con voz apenas audible—. Primer Escuadrón.
cabellos y le miró el rostro. Llevaba patillas de boca de hacha, bar-
La inesperada aparición soltó una carcajada, interrumpién-
ba de tres o cuatro días, y su color era el amarillento de la muerte.
dola de inmediato con un rictus de dolor que le contrajo el rostro.
Cosa por otra parte lógica, habida cuenta del boquete que tenía en
Cerró un momento los párpados, volvió a abrirlos, escupió a un
mitad del pecho, por el que había salido un reguero de sangre que
lado y sonrió mientras bajaba la pistola.
ahora estaba bajo su cuerpo, mezclada con el barro. Sin duda era
un campesino, o un guerrillero. Todavía no tenía la rigidez característica de los cadáveres, por lo que dedujo que llevaba poco tiempo muerto.
—La verdad es que no es muy guapo —dijo una voz en
francés a su espalda.
Frederic dio un respingo y soltó la cabeza, volviéndose
mientras levantaba el sable. A cinco varas de distancia, con la espalda apoyada en el tronco de la encina, había un húsar. Estaba
medio sentado, en camisa y con el dormán azul extendido sobre el
estómago y las piernas. Tendría unos cuarenta años, con un fron-
—Tiene gracia. Cuarto de Húsares, Primer Escuadrón... Yo
también soy del Primer Escuadrón, querido... Yo era del Primer
Escuadrón, sí. ¿No tiene gracia? Por la cochina madre de Dios que
tiene gracia, vaya que sí... Nunca te hubiera reconocido con ese
uniforme rebozado en barro. ¿Te conozco? No, creo que ni tu propia madre te reconocería con esa jeta aplastada, hinchada como
un pellejo de vino. ¿Cómo te lo hicieron?... Bueno, dime quién eres
de una maldita vez, en lugar de estarte ahí mirándome como un
pasmarote.
Frederic clavó el sable en el suelo, junto a su muslo derecho.
—Glüntz. Subteniente Glüntz, Primera Compañía.
doso mostacho y dos largas trenzas que le pendían sobre los hombros. Los ojos eran de un gris ceniza; la piel muy pálida. Su chacó
El húsar lo miró, interesado.
rojo estaba a un lado, el sable desnudo al otro, y sostenía una pis-
—¿Glüntz? ¿El subteniente joven? —movió la cabeza, como
tola en la mano derecha, apuntándole.
si le costase trabajo aceptar que estuviesen hablando de la misma
150
persona—. Por los clavos de Cristo, que no hubiera sido capaz de
Narrativa Española Siglo XX
yo andábamos intentando regresar a las líneas francesas, caso de
reconocerlo jamás... ¿De dónde sale con ese aspecto?
que todavía existan, cuando ese tipo salió de los matorrales, desce-
—Un lancero me dio caza. Perdimos los caballos y peleamos en tierra.
—Ya veo... Fue ese lancero el que le dejó la cara así, ¿verdad? Es una pena. Recuerdo que era usted un guapo mozo... Bueno, subteniente, disculpe si no me levanto y saludo, pero no ando
bien de salud. Me llamo Jourdan... Armand Jourdan. Veintidós
años de servicio, Segunda Compañía.
—¿Cómo llegó hasta aquí?
El húsar sonrió como si la pregunta fuera una estupidez.
rrajándonos su andanada en las narices. Mi pobre caballo fue
quien se llevó la peor parte... —miró con tristeza hacia el animal
muerto—. Era un buen y fiel amigo.
—¿Qué ha sido del escuadrón?
El húsar se encogió de hombros.
—Sé lo mismo que usted. Quizá a estas horas ya ni exista.
Esos lanceros nos la jugaron bien, dejándonos pasar y cargándonos después de flanco. Yo iba con cuatro compañeros: JeanPaul,
Didier, otro al que no conocía y ese sargento bajito y rubio, Chaban... Los fueron cazando detrás de mí, uno a uno. No les dieron
—Como usted, supongo. Galopando como alma que lleva el
la menor oportunidad. Con los caballos exhaustos después de tres
diablo, con tres o cuatro de esos jinetes de peto verde haciéndome
cargas y la persecución, aquello era como cazar ciervos amarrados
cosquillas con sus lanzas en el culo... Al internarme en el bosque
a un poste.
les di esquinazo. Anduve toda la noche por ahí, encima del pobre
Falú, el buen animal que tiene usted al lado, muerto de un trabucazo. Ese hijo de puta al que usted le miraba la cara hace un momento fue quien me lo mató.
Frederic se volvió a mirar el cadáver del español.
—Parece un guerrillero... ¿Fue usted quien le dio el balazo?
—Claro que fui yo. Ocurrió hace cosa de una hora; Falú y
Frederic levantó el rostro y miró al cielo. Entre las copas de
los árboles se veían grandes claros de cielo azul.
—Me pregunto quién habrá ganado la batalla —comentó,
pensativo.
—¡Cualquiera sabe! —dijo el húsar—. Desde luego, mi subteniente, ni usted ni yo.
—¿Está herido?
151
Narrativa Española Siglo XX
Frederic estaba espantado por la fría resignación del vetera-
Su interlocutor miró a Frederic en silencio durante un rato, y
después una sonrisa sarcástica apareció en un extremo de su boca.
no.
—Herido no es la palabra exacta —dijo, con la expresión de
—No puede quedarse así —balbuceó, sin saber muy bien
quien saborea una broma que sólo él puede entender—. ¿Ve usted
qué era lo que podía hacerse por el herido—. Tengo que llevarlo a
el trabuco de ese fiambre? —preguntó señalando el arma con su
alguna parte, buscar ayuda. Eso... Eso es atroz.
pistola— ¿Ve esa bayoneta plegable de dos palmos de larga que
tiene junto al cañón...? Bueno, pues antes de que lo mandara al
infierno, ese hijo de puta mezclada con un obispo tuvo tiempo de
hurgarme con ella en las tripas.
Mientras hablaba, el húsar apartó el dormán que tenía sobre
el estómago, y Frederic soltó una exclamación de horror. La bayoneta había entrado en la pierna derecha un poco por encima de la
rodilla, desgarrando longitudinalmente todo el muslo y parte del
bajo vientre. Por la espantosa herida, llena de grandes coágulos de
sangre, se veían brillar huesos, nervios y parte de los intestinos.
Con su cinto y las correas del portapliegos, el húsar se había atado
El húsar se encogió otra vez de hombros. Todo parecía importarle un bledo.
—No hay nada que pueda hacerse. Aquí, por lo menos, con
la espalda apoyada en este árbol, estoy cómodo.
—Quizá puedan curarlo...
—No diga tonterías, mi subteniente. Después de una hora
así, esto es gangrena segura. En veintidós años he visto muchos
casos por el estilo, y ya tengo el colmillo retorcido para hacerme
ilusiones... El viejo Armand sabe cuándo los naipes vienen mal
dados.
el muslo en inútil intento por mantener cerrados los bordes de la
tremenda brecha.
—Si no le prestan ayuda, morirá sin remedio.
—Ya lo ve, subteniente —comentó mientras volvía a cubrir-
—Con ayuda o sin ella, yo voy aviado. No tengo humor para
se con el dormán—. Yo ya estoy listo. Por suerte no me duele de-
andar de un lado para otro, pisándome las tripas; en mi estado,
masiado; tengo toda la parte inferior del cuerpo como dormida...
resultaría incómodo. Prefiero estar donde estoy, tranquilo y a la
Lo curioso es que, al rajarme, la bayoneta no debió de tocar
sombra. Ocúpese de sus propios asuntos.
ningún vaso importante; habría muerto desangrado hace rato.
Los dos quedaron en silencio durante un largo rato. Frederic
152
sentado en el suelo, rodeándose las rodillas con los brazos; el
Narrativa Española Siglo XX
—Hay un pueblecito en el Béarn donde vive una buena mu-
húsar, con los ojos cerrados, apoyada la cabeza en el tronco de la
jer cuyo marido es soldado y está en España —murmuró, y Frede-
encina, indiferente a la presencia del joven. Por fin Frederic se
ric creyó percibir en su voz un remoto rastro de ternura que des-
levantó, desclavó su sable del suelo y se acercó al herido.
apareció de inmediato—. En otro momento, subteniente, es posi-
—¿Puedo hacer algo por usted antes de irme?
El húsar abrió despacio los ojos y miró a Frederic como si le
sorprendiera verlo todavía allí.
ble que le hubiera dicho el nombre de ese pueblo, por si alguna vez
pasaba por allí... Pero ahora me da lo mismo. Además, si he de
serle franco, usted huele a muerto, como yo. Dudo mucho que
regrese a Francia, ni a ninguna otra parte.
—Puede que sí —dijo lentamente, mostrándole la pistola
Frederic lo miró, desagradablemente sorprendido.
que seguía manteniendo entre los dedos—. La descargué contra
—¿Qué ha dicho?
ese tipo, y me gustaría tener una bala dentro por si se acerca algún
otro... ¿Le importaría cargármela? En mi silla hay todo lo necesario.
El húsar cerró los ojos y volvió a apoyar la cabeza en el
tronco.
Frederic agarró la pistola por el largo cañón y se encaminó
hacia el caballo muerto. Encontró un saquito de paño encerado
—Lárguese de aquí —ordenó con voz desmayada—. Déjeme en paz de una maldita vez.
lleno de pólvora y una bolsa con balas. Cargó el arma, empujó con
la baqueta y la dejó lista. Se la llevó al herido, entregándole también el sobrante de pólvora y munición.
El húsar contempló apreciativamente el arma, la sopesó un
momento en la palma de la mano y la amartilló.
—¿Desea algo más? —le preguntó Frederic.
El húsar lo miró. Había un destello de burla en sus ojos.
Frederic se alejó, confuso, con el sable en la mano. Pasó junto a los cadáveres del caballo y el guerrillero y todavía se volvió a
mirar atrás, aturdido. El húsar seguía inmóvil, con los ojos cerrados y la pistola en la mano, indiferente al bosque, a la guerra y a la
vida.
Anduvo un trecho entre los matorrales y se detuvo a cobrar
aliento. Entonces oyó el disparo. Dejó caer el sable, se cubrió la
cara con las manos y se puso a llorar como un chiquillo.
153
Narrativa Española Siglo XX
romántica y estúpida Claire, infeliz Michel... Mierda, barro y sanAl cabo de un rato echó a andar de nuevo. Ignoraba ya
dónde estaba el este, dónde el oeste. El bosque era un laberinto
donde resultaba imposible orientarse, una trampa que olía a po-
gre, eso era. Soledad, frío y miedo, un miedo tan enloquecedoramente espantoso que daba ganas de gritar de pura y desnuda angustia.
dredumbre, a humedad, a muerte. La pesadilla no tenía fin, su
Gritó. A pesar del dolor de su boca hinchada y supurante,
cuerpo entumecido apenas podía dar un paso, el dolor de la cara lo
gritó hasta que dejó de oírse. Gritó al cielo, a los árboles. Gritó al
enloquecía. Se miró las manos vacías, vio que había olvidado el
mundo entero, insultó a Dios y al diablo. Se abrazó al tronco de un
sable y volvió atrás a buscarlo. Pero a los pocos pasos se detuvo. Al
árbol y se echó a reír mientras lloraba. El dormán, cubierto de
diablo el sable, al diablo con todo. Anduvo sin rumbo fijo, errante,
barro seco, estaba rígido como una coraza. Se lo arrancó de enci-
tropezando y golpeándose contra los árboles. La vista se le nubla-
ma y lo arrojó entre los arbustos. Buen paño, primorosamente
ba, la cabeza daba vueltas como sumida en un torbellino. La fiebre
bordado, vaya que sí. Se pudriría en el humus de aquel podrido
le hacía hablar en voz alta, delirante. Conversaba con sus compa-
bosque junto a Noirot, junto al húsar que se había pegado un tiro,
ñeros, con Michel de Bourmont, con su padre, con Claire... Ya lo
junto a todos los imbéciles, hombres y animales, que se dejaban
había entendido, ya lo había logrado entender. Como Pablo en el
atrapar en la ronda macabra. Quizá, pronto, junto al propio Frede-
camino de Damasco, había caído del caballo... La idea lo hizo reír
ric.
a carcajadas, que sonaron espectrales en el silencio del bosque.
Dios, Patria, Honor... Gloria, Francia, Húsares, Batalla... Las palabras salían de su boca una tras otra, las repetía cambiando el
tono de voz. Se estaba volviendo loco, por su vida que sí. Lo estaban volviendo loco entre todos, allí, a su alrededor, susurrándole
estupideces sobre el deber, sobre la gloria... El húsar moribundo
era el único que entendía la cuestión, por eso se había pegado un
pistoletazo. El muy tunante, perro viejo, había sabido tomar el
atajo. Vaya que sí. Los demás no tenían maldita idea de nada,
Se estaba volviendo loco. Se estaba volviendo loco. Se estaba
volviendo loco, maldita sea. ¿Dónde estaba Berret? ¿Dónde estaba
Dombrowsky? ¿Dónde estaba el coronel Letac, una carga, ejem,
caballeros, que haga correr a esos piojosos por toda Andalucía...?
Al infierno, al diablo todos. Se había dejado atrapar como un
imbécil. Ellos también, pobres tipos, se habían dejado atrapar.
Todo el universo se había dejado atrapar, por el amor de Dios, ¿no
había nadie que se diera cuenta? Que lo dejaran también a él en
paz. ¡Sólo quería irse de allí! ¡Que lo dejaran en paz, por miseri154
cordia...! ¡Se estaba volviendo loco y sólo tenía diecinueve años!
El húsar moribundo tenía razón. Los viejos soldados, eso lo
descubría ahora, siempre tenían razón. Por eso se callaban. Ellos
sabían, y el conocimiento, la sabiduría, los tornaba silenciosos e
Narrativa Española Siglo XX
Contempló el cielo azul, los campos salpicados de olivos color
ceniza, las aves que volaban sobre lo que había sido un campo de
batalla, y soltó una formidable carcajada dirigida a todo cuanto lo
rodeaba.
indiferentes. Ellos sabían, al diablo con todo. Pero no se lo conta-
Se sentó sobre el tocón de un árbol con una rama seca en las
ban a nadie; eran viejos zorros astutos. Que cada palo aguantara
manos, hurgando abstraído la tierra entre sus botas manchadas de
su vela, que cada cual aprendiera por sí solo. En ellos no había
lodo. Y cuando vio acercarse por la linde del bosque al grupo de
valor; había indiferencia. Estaban al otro lado del muro, más allá
campesinos armados con hoces, palos y navajas, se levantó despa-
del bien y del mal, como el abuelo de Frederic, el viejo Glüntz,
cio con la cabeza erguida, miró sus rostros cetrinos y aguardó,
que se dejó morir cansado de esperar la muerte. No había nada
inmóvil y sereno. Pensaba en el abuelo Glüntz, en el húsar herido
más que hacer, el camino estaba espantosamente claro. Honor,
bajo la gran encina. Y no sentía más que una cansada indiferencia.
Gloria, Patria, Amor... Había un punto sin retorno, al que se llegaba tarde o temprano, en el que todo se tornaba superfluo, ad-
Majadahonda, julio de 1983
quiría sus límites precisos, su exacta dimensión. Ella estaba allí,
plantada en mitad del camino, con una guadaña tan letal como un
escuadrón de lanceros. No había nada más, no había rutas de escape. Era absurdo correr, era absurdo detenerse. Sólo quedaba
acudir con calma a su encuentro y acabar de una maldita vez.
De pronto, todo pareció muy simple, elementalmente sencillo. Frederic se detuvo y hasta profirió una exclamación, sorprendido por no haber sido capaz de averiguarlo antes. Llegó tambaleante a la linde del bosque y allí se detuvo, todavía maravillado de
su descubrimiento, enflaquecido y febril, desfigurado y cubierto de
barro, con el cabello revuelto y los ojos brillándole como brasas.
155
Narrativa Española Siglo XX
mostrarle no sólo las revistas sucias que había encontrado bajo la
pila del tendedero, sino también el frasco lleno de alcohol que aún
permanecía en el frigorífico, con aquellas cosas flotando en el in-
ANTONIO MUÑOZ MOLINA. LA GENTILEZA
DE LOS DESCONOCIDOS
terior que parecían babosas hinchadas, de color violeta, moviéndose, como si tuvieran vida. «Nunca me acostumbro a que las puertas se abran en esta casa al revés de todas las puertas del mundo, y
Lo que daba más pena del señor Walberg era su torpeza
manual. Era un sabio, pensaba Quintana con admiración, casi con
miedo, abrumado por la evidencia de los libros que había leído, de
los idiomas antiguos y modernos que hablaba, de las cosas que
siempre tiro del pomo hacia abajo, y de la puerta hacia adentro, y
hasta que no me acuerdo de que hay que tirar hacia la izquierda y
hacia arriba y empujar hacia afuera me desespero y pienso que
estoy encerrado y que no podré salir.»
sabía, pero también, al mismo tiempo, era un pobre hombre, y lo
Así era el señor Walberg: dedicaba los esfuerzos más cons-
era más aún por el contraste entre su sabiduría y su poquedad, un
tantes de su vida a disimular su propia excepcionalidad y pasar
pobre hombre y un inútil absoluto, un inútil total, como decían en
inadvertido, trabajando como escribiente o contable en una sórdi-
el ejército, con aquellas manos tan blancas y con las uñas tan lim-
da oficina en la que por no haber no había ni máquinas de escribir,
pias y tan bien cortadas que no sabían manejar absolutamente
y en la que sin duda le pagaban un sueldo de hambre; ocultaba no
nada, salvo los libros, eso sí, que no eran capaces de cambiar una
sólo la vergüenza de su pasado inmediato, sino también su origen
bombilla sin provocar un cortocircuito, ni de abrir una lata de con-
y sus méritos (a Quintana le costó meses averiguar que era hijo de
serva, ni de girar en la dirección adecuada los pomos de las puer-
un eminente médico berlinés emigrado a Francia y luego a Madrid
tas en aquella casa donde Quintana se había acostumbrado a visi-
en los años treinta), como un eremita que al ingresar en los rigores
tarlo a lo largo de un otoño y de casi todo un invierno, aquel in-
de una orden renuncia a su nombre al mismo tiempo que a las
vierno que será recordado en Madrid porque fue uno de los más
vanidades del mundo; hacía sencillas las cosas más complicadas —
fríos del siglo y por una serie de crímenes explotados con repug-
las declinaciones del idioma alemán o la organización jurídica de
nante sensacionalismo por la televisión. «Nunca me acostumbro»,
la república romana, por poner dos ejemplos que le eran muy que-
le dijo el señor Walberg justo el último día, cuando se decidió a
ridos— e infinitamente difíciles y hasta imposibles las más simples,
156
y le daba mucha menos importancia a su dominio del latín y del
Narrativa Española Siglo XX
expresión gracias al señor Walberg: su maestro en todo, decía él, y
griego que a las habilidades mecánicas de Quintana o a la destreza
el señor Walberg agitaba la mano delante de su cara para desmen-
con que éste conducía el Opel Rekord que compró en enero, poco
tirlo, para deshacer el sonido de esas palabras que en el fondo le
después de que lo nombraran jefe de grupo, y en el que, para pro-
envanecían, y como no era infrecuente que se emocionara delante
barlo, recién sacado de la tienda, le dio un paseo al señor Walberg,
de Quintana y que quisiera ocultarlo, se quitaba las gafas y limpia-
pisando el acelerador en la M30 con excitación, con delirante y
ba los cristales con la punta de un pañuelo blanco, mostrando en-
contenido orgullo, muy por encima del límite de velocidad autori-
tonces sus párpados enrojecidos, sin pestañas, sus ojos de un azul
zado, forzando los frenos en las calles más estrechas del centro, tan
húmedo y débil, desenfocados, miopes, tan incoloros como su piel
bruscamente que si el señor Walberg no hubiese llevado puesto el
y como el poco pelo que aún le quedaba. La forma de su cara y de
cinturón automático de seguridad se habría dado más de un golpe
sus ojos y la actitud como desesperada y blanda de su boca las
contra el parabrisas. Le sudaba un poco la frente, y se aferraba a
reconoció un día Quintana hojeando las páginas de una enciclo-
las rodillas con su dos manos pequeñas y blancas, con los dedos
pedia del cine: el señor Walberg se parecía mucho a un actor ame-
que se volvían mucho más finos en la parte de las uñas, sus manos
ricano de las películas de gánsteres, Edward G. Robinson.
de profesor, de sabio, de inútil, las mismas que años atrás debieron
estar manchadas de tiza y que ni siquiera poseían al cabo de un
año de vivir en aquella casa la habilidad instintiva de girar los pomos al revés. Cómo habrían tocado esas manos la piel de una mujer muy joven, cómo temblarían. Cuando Quintana detuvo por fin
el Opel delante de la casa, el señor Walberg todavía no se movió, y
apretaba los labios para detener el temblor de su barbilla, sonriéndole cobardemente a Quintana, sin mirarle a los ojos, con una
expresión de gratitud y como de vileza, como agradeciéndole que
hubiera frenado a tiempo de salvarle la vida, una gratitud semejante a la de quienes sufren el síndrome de Estocolmo, pensó luego
Quintana, que por supuesto había aprendido el significado de esa
En un cierto momento, a poco de conocer a Quintana, el señor Walberg decidió de manera instintiva que iba a protegerle o a
educarle, pues estaba seguro de haber descubierto en él, con su
experiencia de muchos años de profesor, un talento descuidado y
casi perdido, desperdiciado por culpa de la incompetencia y la
frivolidad de un sistema educativo hacia el que el señor Walberg
profesaba una obsesiva animadversión, y no sólo ahora, desde
luego, sino desde mucho tiempo antes, cuando era un profesor
respetado al que nadie podía atribuir ni una sombra de resentimiento. Le gustaba tanto su oficio, tan convencido estaba de la
relevancia del bachillerato en la formación de la juventud, que ya
157
habían dejado de importarle las mezquindades administrativas y
Narrativa Española Siglo XX
una desgracia de la que sólo yo soy responsable. Lo tenía todo y lo
las conspiraciones de catedráticos franquistas que durante dos
perdí todo. Soy como el mal administrador del Evangelio, amigo
décadas le cerraron el paso a la docencia universitaria, aun siendo,
Quintana. Y usted, en cambio, que partió de la nada, que estaba
como era, uno de los más reputados latinistas españoles: se enor-
casi destinado a convertirse en un delincuente, que podría culpar al
gullecía de ser catedrático de instituto, de haberlo sido, corrigién-
mundo con más razón que yo de un sinfín de privaciones y de su-
dose melancólicamente, murmurando luego, siempre confundo los
frimientos (sinfín de privaciones, anotó mentalmente Quintana),
tiempos verbales, no me acostumbro a no conjugar ni el presente
supo vencer a la adversidad sin la ayuda de nadie y ahora es un
ni el futuro.
hombre saludable y útil, para usted mismo y para los demás, para
Ahora lo que más le dolía, le dijo una noche a Quintana,
sentados los dos en el angosto comedor de la casa, bebiendo un
su familia, cuando la tenga, y para mí, ahora, en estos tiempos
difíciles... »
vaso de champaña —celebraban el primer éxito considerable en la
El señor Walberg se quedó abstraído, con la cabeza baja,
carrera profesional de Quintana—, era darse cuenta de que en el
como se quedaba muchas veces, con el vaso todavía medio lleno
fondo de sí mismo era un resentido, y, por lo tanto, un enfermo,
de champaña, apretando los grandes labios en un gesto ya instinti-
pues el rencor es una enfermedad moral de las más graves, el equi-
vo y habitual de amargura, exactamente igual que Edward G. Ro-
valente de un tumor que no vale la pena extirpar porque ya se
binson. Quintana, sentado en el sofá, estuvo a punto de levantarse,
habrá extendido al organismo sano. La palabra que empleó enton-
porque le dieron ganas de pasarle al señor Walberg un brazo pro-
ces fue «metástasis», y a Quintana le gustó tanto que tomó nota de
tector por el hombro, pero era ridículo, pensó a tiempo, ridículo y
ella, resuelto a usarla en cuanto fuera, preferiblemente cuando el
humillante para el pobre hombre, que en cualquier caso saldría de
señor Walberg pudiera escucharle. «Mire qué injusticia —dijo,
aquel trance en seguida, como reanimado, sonreiría para pedir
observando a Quintana tan severamente como un juez, con una
disculpas por su ensimismamiento, y al mirar hacia sus manos
firmeza que al principio le inquietaba porque le parecía adivinato-
descubriría que aún le quedaba algo de champaña.
ria, pero que sólo era el resultado de la miopía, yo lo tuve todo a
mi disposición desde que nací y a los cincuenta y cinco años me
encuentro sin nada, y a poco que me descuido culpo al mundo por
Habitualmente, lo que bebían los dos aquellas tardes de invierno era té, bebida que a Quintana le parecía repugnante, aun158
que apuraba en cada visita una taza completa para no desairar al
Narrativa Española Siglo XX
noche se lo contó todo, en voz muy baja, mirándole a los ojos muy
señor Walberg, y porque suponía que beber té era una norma de
pocas veces, hablando muy poco a poco, igual que bebía el coñac.
refinamiento. Una noche, en diciembre, una de esas noches des-
A la mañana siguiente despertó aniquilado por la resaca y el arre-
alentadoras y heladas en vísperas de Navidad, se atrevió a presen-
pentimiento: sentía haber cometido una profanación. Salió al co-
tarse en casa del señor Walberg con una petaca de coñac, y la sacó
medor y aún estaba sobre la mesa, entre los dos vasos que seguían
del interior de su cazadora en el momento en que su amigo le serv-
oliendo a coñac, la instantánea que le había mostrado la noche
ía la taza de té, diciéndole con aire desenvuelto que si no le impor-
antes a Quintana. Se estremeció de ternura y desolación al mirar la
taba él iba a hacerse un carajillo. El señor Walberg, a quien Quin-
cara de la chica, sus rasgos inexactos en la fotografía, alumbrados
tana no había visto nunca probar una bebida alcohólica, se quedó
por una claridad lejana de mediodía invernal. Recordó el tacto de
un instante mirando la petaca con silenciosa reprobación de profe-
su jersey azul marino y de su pelo igual que si acabara de rozarlos.
sor, pero no dijo nada. Aún no le había confesado a Quintana que
Era la mejor alumna que había tenido nunca, le dijo a Quintana,
en otros tiempos bebió mucho, hacía dos años, que había estado a
que asentía a todo con la cabeza, como si pudiera comprender,
punto de convertirse en un alcohólico, o que llegó a serlo y no se
como si presenciara uno de esos folletines románticos de la televi-
dio cuenta o no le importó. Tan pulcro ahora, tan comedido en sus
sión, una chica de quince años, casi dieciséis, no especialmente
palabras y gestos, tan regular en sus costumbres, era imposible
guapa y, por supuesto, nada provocativa, no una de esas adolescen-
imaginarle borracho, sin afeitar, dando traspiés avergonzados de
tes que usan camisetas ceñidas y anchos escotes y se presentan en
noche, en aquella ciudad en la que había sido catedrático de insti-
clase a las nueve de la mañana de un lunes con un maquillaje de
tuto y en la que le vieron entrar esposado en los calabozos de la
club nocturno. Normal, más bien tímida, con el pelo y los ojos
comisaría, tapándose la cara con un periódico para ocultarla a la
claros. Se acordaba de la lentitud con que se acostumbró a verla, a
crueldad de los fotógrafos. Cuando le contaba esas cosas, a los
buscar su presencia cada día en la misma banca, a escuchar su voz
pocos días de que agotaran entre los dos la botella de champaña, el
cuando leía una traducción. Se acordaba de la melancolía anacró-
señor Walberg le preguntó con nerviosismo y timidez a Quintana
nica que había empezado a poseerle y del modo gradual en que la
que si aún llevaba aquella petaca de brandy —él nunca lo llamaba
costumbre se convirtió en deseo y angustia: nunca hasta entonces
coñac— , y después de beber un trago se quedó un momento con
había cometido adulterio (el señor Walberg pronunciaba esa pala-
los ojos cerrados, más tranquilo, respirando por la nariz. Aquella
bra con una entonación judicial), nunca se sintió atraído por las
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adolescentes, como les ocurría a tantos hombres a partir de cierta
Narrativa Española Siglo XX
conocían, cómo empezaban a mirarme esos a los que suele llamar-
edad. Sucedió algo, de pronto, a escondidas, sin anticipación, un
se los seres queridos. Todavía no puedo entender por qué no me
arrojarse el uno hacia el otro en la penumbra de una biblioteca
quité la vida.
vacía, un viernes por la tarde. El asombro mutuo, el sigilo y el
miedo los mantuvieron unidos durante algunos meses con más
eficacia que el deseo. En una capital tan pequeña era inevitable
que los atraparan. Al oír el final a Quintana se le saltaron las
—Eso ni en broma, señor Walberg —dijo Quintana, y volvió
a tenderle a su amigo la petaca de coñac—. Yo soy de los que
piensan que mientras hay vida hay esperanza.
lágrimas.
—Abusos deshonestos, amigo Quintana —dijo el señor
Se habían conocido en octubre: Quintana, vendedor de enci-
Walberg—. Abusos deshonestos, estupro y corrupción de menores.
clopedias. de colecciones de literatura y cornpactdisc de música
Como si yo hubiera sido un violador. No podía salir a la calle. Las
clásica, había llamado una tarde a casa del señor Walberg, un piso
mujeres me escupían. El padre de la chica me reventó la nariz de
pequeño y oscuro, aunque de techos altos, en un edificio antiguo
un puñetazo, en la misma puerta del instituto, delante de otros
del barrio de Chueca, en una calle estrecha y de poco tráfico, habi-
profesores. La cárcel casi fue un alivio.
tada sobre todo por gente mayor, frecuentada ocasionalmente por
—Algunas veces la cárcel no es una mancha, señor Walberg
—dijo Quintana—. Se lo digo yo, que no tengo estudios, pero me
he enseñado en la universidad de la vida.
drogadictos pálidos a los que ya nadie se detenía o se volvía a mirar. Quintana era un hombre joven, grande, obstinado, de sonrisa
inmediata, propenso a la transpiración y al uso de trajes de talla
más pequeña de la que le correspondía por su envergadura. Tendía
—Ella quiso declarar a favor mío pero no la dejaron —el se-
a levantar la voz, a comer deprisa, con el trozo de pan en la mano
ñor Walberg se limpió ruidosamente la nariz con un kleenex, y
izquierda, y a colgar bruscamente los teléfonos. Llevaba una sorti-
luego levantó poco a poco la cabeza y volvió a mirar a Quintana;
ja con sello y una esclava de plata en su mano izquierda, y en la
tenía los ojos húmedos y los lagrimales muy enrojecidos—. No
derecha, en la base del pulgar, tenía tatuado un punto azul: tam-
sabe usted lo que es eso, amigo Quintana, encontrarse convertido
bién él tardó en confesarle al señor Walberg que no había sido
de pronto en el objeto del odio de una ciudad entera. Pero lo peor
siempre un santo, y que en su turbulenta adolescencia estuvo a
de todo era ver cómo iban cambiando las caras de los que más me
punto de perderse por el mal camino. Había nacido en Caraban160
chel, y desde los doce años se buscaba la vida en toda clase de
Narrativa Española Siglo XX
Quintana, enfermo, desmoralizado, desengañado de todo, hundi-
oficios. El señor Walberg le animaba a sacarse el graduado escolar,
do en una mala racha que ya temía definitiva, porque el trabajo de
incluso a prepararse los exámenes tras los que podían ingresar en
ventas tiene rachas, corno el juego, y lo mismo te ves un día en la
la universidad los mayores de veinticinco años. En la actualidad, y
cima y al otro en la alcantarilla. «Usted me trajo suerte», dijo
sin estudios, como él decía, era uno de los vendedores punteros de
Quintana, y quiso volcar un poco más de champaña, ya tibio y sin
la empresa, de la que hablaba con un orgullo algo jactancioso, con
burbujas, en el vaso del señor Walberg, pero éste lo tapó con la
una pasión casi patriótica: a principios de enero, al cabo de varios
mano abierta, con la pequeña mano torpe que aún conservaba
años de dejarse la piel en la calle, fue ascendido a jefe de grupo.
como un rastro de tiza en las yemas de los dedos y en los cercos de
Cuando supo la noticia, lo primero que hizo fue comprar una bo-
las uñas. Aquella primera tarde, después de beber dos vasos de
tella de champaña y subir con ella a zancadas los peldaños de ma-
agua, Quintana le preguntó al señor Walberg que si podía hacer
dera que llevaban al piso del señor Walberg, y no separó su grueso
una llamada de teléfono. El señor Walberg lo guió hacia el come-
índice del timbre hasta que el antiguo profesor de latín le abrió la
dor, por un pasillo muy oscuro que daba a un patio de luces, y
puerta: otra costumbre de Quintana era pulsar timbres y golpear
forcejeó con el pomo de la puerta antes de abrirla hacia afuera:
llamadores con una urgencia como de policía. Aquella noche, be-
dijo que aún llevaba poco tiempo viviendo en el piso, y que no se
biendo el champaña en vasos de agua, porque el señor Walberg no
acostumbraba a que las puertas se abrieran al revés. Mientras
tenía otros, recordaron los detalles de la primera visita de Quinta-
Quintana mantenía una rápida conversación con la central de ven-
na, hacía ya casi cuatro meses, en octubre, cuando Quintana, des-
tas de la empresa, el señor Walberg hojeó con extremo cuidado las
pués de que el señor Walberg rechazara con amabilidad, casi con
páginas satinadas y a todo color de una Historia del Mundo Clási-
remordimiento, sus variadas ofertas de enciclopedias y de com-
co que Quintana, a esas alturas, ya había renunciado definitiva-
pactdisc, le pidió por favor un vaso de agua.
mente a vender a nadie. Esa misma tarde, un cliente se la había
Estaba usted pálido ese día, recordó el señor Walberg, como
agotado, cuando él volvió de la cocina con el vaso de agua Quintana se había sentado en una silla del recibidor y tenía los ojos
cerrados y apoyada la nuca contra la pared. Agotado no, corrigió
rechazado diciéndole que no le gustaban los libros de romanos ni
las películas de romanos. Cuando Quintana colgó, el señor Walberg se había acercado con el libro abierto a la ventana, y leía algo
en latín, moviendo lentamente los labios, la inscripción de una
lápida fotografiada a toda página. Leía con un murmullo solemne,
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como leían los curas en otro tiempo las palabras litúrgicas.
—En este oficio hay que tener mucha psicología, señor Walberg —dijo Quintana. Nada más abrirme usted la puerta ya me di
cuenta de que era usted un hombre de muchos estudios.
—Pero no le pude comprar nada, amigo Quintana —dijo el
señor Walberg—. No sabe la vergüenza que me da no haberle podido comprar nada todavía.
Narrativa Española Siglo XX
lidad que los ricos y que los astutos, sudan y se muerden los labios
por miedo a decir que no, y no es improbable que se endeuden
para toda una década por comprar una enciclopedia de veinte o
treinta tomos, diciéndose que cualquier sacrificio vale la pena si se
hace en nombre del porvenir de los hijos.
—Yo sentía apuro por usted, Quintana —dijo el señor Walberg—. Me daba pena ver todo el entusiasmo, toda la convicción
que ponía en su trabajo, y darme cuenta de lo cansado que usted
Quintana, al descubrir el interés del señor Walberg por el vo-
estaba, del esfuerzo que le habría costado aquella tarde subir hasta
lumen de la enciclopedia, así como su evidente debilidad de carác-
aquí y llamar a una puerta temiendo que no quisieran abrirle, o
ter, le explicó agotadoramente las cualidades de la obra, la como-
que si le abrían le dieran con la puerta en las narices. Lo veía ahí
didad de los plazos mensuales con que podría pagarla y las venta-
de pie, delante de mí, enseñándome las ilustraciones de la enciclo-
jas añadidas que traería consigo la adquisición: una estantería en
pedia, y me daban ganas de decirle, no se canse, joven, por lo que
madera de pino en la que guardar los tomos, una radio desperta-
más quiera, no se esfuerce en vano, no gaste más saliva. Perdone
dor japonesa, un busto de Julio César idéntico en tamaño al que se
que me acuerde de este detalle, pero tenía usted, de tanto hablar,
conserva en el Museo Vaticano, ideal para ponerlo sobre la estan-
un cerco blanco de saliva en el labio inferior...
tería. Era obvio que el señor Walberg vivía, aunque decorosamente, en una extrema pobreza, pero a Quintana le gustaba decir que
él era un romántico de las ventas, que podía dedicar toda su furiosa energía y toda su imbatible paciencia a convencer a un cliente e
incluso a entusiasmarle aun sabiendo que no iba a venderle nada
por la simple razón de que aquel desdichado ni siquiera tenía una
cuenta en el banco. En su romanticismo, no obstante, había una
parte práctica, una reserva más bien despiadada de astucia: los
pobres de carácter débil tienden a dejarse convencer con más faci-
Quintana volvió una semana más tarde, esta vez con un volumen de muestra de una formidable Enciclopedia de la Humanidad que abarcaba, le dijo al señor Walberg, desde el hombre mono
hasta nuestros días. El señor Walberg le pareció más viejo y más
pobre que la vez anterior, y el piso más vacío. Hojeó educadamente las páginas satinadas del volumen que Quintana había depositado sobre la mesa del comedor, y esta vez escuchó sus explicaciones
sin disimular del todo la impaciencia, sin invitarlo a que se senta162
ra: llevaba chaqueta y corbata bajo el batín de paño. Estaba nubla-
Narrativa Española Siglo XX
que usted naciera. Alguien decía: «Siempre he dependido de la
do aquella tarde y empezaba a hacer frío, pero el señor Walberg no
gentileza de los desconocidos.» Eso me ocurre a mí: las personas
tenía encendida la luz, y no había calefacción en el piso, tan sólo
que conocía se me volvieron extrañas. Tan sólo los desconocidos
una pequeña estufa de butano, de un modelo que a Quintana le
tienen piedad de mí. La mujer que me vende el pan y la leche me
hizo acordarse de los primeros anuncios en blanco y negro de la
da la vida todas las mañanas al decirme buenos días. Y usted,
televisión. Ya iba a marcharse cuando olió intensamente a café y
amigo Quintana, usted me la ha salvado, literalmente.
escuchó el silbido de una cafetera: miró hacia la puerta de la cocina al mismo tiempo que el señor Walberg, y le pareció que éste
enrojecía, como silo hubieran sorprendido en una falta, y que se
Al principio, en sus primeros encuentros, el señor Walberg
interponía entre él y la puerta cerrada de la cocina, en un ademán
hablaba muy poco, pero Quintana tendía, irresistiblemente, a pre-
instintivo de hombre solitario y huraño que no está acostumbrado
guntarlo todo. En aquella segunda visita aprendió que el señor
a la presencia de otros en su casa. Quintana, descaradamente, le
Walberg llevaba todavía poco tiempo en Madrid, que había vivido
sonrió al señor Walberg y volvió a dejar su cartera sobre la mesa:
muchos años en una pequeña capital del interior de Andalucía,
el señor Walberg le preguntó que si quería tomar un café, le invitó
que trabajaba como administrativo o archivero en una imprecisa
con huidiza amabilidad a sentarse.
academia de estudios centroeuropeos situada en un cuarto piso
—Quién iba a decirle a usted que acabaríamos siendo tan
amigos. señor Walberg —dijo Quintana—. Quién iba a decirme a
mí que se acabaría tan pronto mi mala racha, que aprendería tantas cosas buenas de usted.
interior de la calle de Fuencarral. Qué raro, dijo Quintana, a mí es
difícil que se me despinte nadie, y yo creía que usted era profesor:
no se equivoca, contestó el señor Walberg, sin mirar a Quintana a
los ojos, lo he sido, y luego se corrigió, lo fui, profesor de latín,
catedrático. Dudó unos segundos antes de responder la siguiente
—Usted me ha enseñado a mí, amigo Quintana —tal vez
pregunta de Quintana, que tenía el invencible defecto de convertir
por culpa del champaña, de la falta de costumbre, al señor Wal-
cualquier conversación en un interrogatorio. Aquella vez le dijo
berg le lagrimeaban los ojos—. Sin sus visitas yo me habría muerto
que por razones de salud se había jubilado anticipadamente, y
de soledad este invierno. Sabe de qué me acuerdo, de una película
cuando Quintana le preguntó que si tenía familia pareció no escu-
que vi hace muchos años, en blanco y negro, seguramente antes de
charle, o se hizo el distraído: con la cabeza muy inclinada sobre la
163
Narrativa Española Siglo XX
mesa leía un titular del periódico que Quintana había traído consigo, algo sobre las investigaciones en torno a los asesinatos que la
prensa llamaba entonces de los labios cortados. Increíblemente, el
señor Walberg no tenía la menor noticia sobre ellos, o fingió no
tenerla, a pesar de que, como se recordará, recibieron una atención
que más de uno calificó de morbosa, por el modo en que los periódicos y las emisoras de televisión relataron los hechos sin callar
o disimular los pormenores más sangrientos. Desde el verano, tres
mujeres de una edad semejante, treinta y tantos años, que vivían
solas y se ganaban la vida con notable éxito profesional habían
aparecido apuñaladas en sus domicilios: la rúbrica del asesino,
según dijo un locutor sensacionalista de la televisión, era cortar los
labios de sus víctimas y llevárselos como único trofeo, ya que en
ninguno de los tres casos había robado nada. Quintana advirtió
que el señor Walberg releía el artículo con mucha atención, inclinándose mucho) y apartándose un poco las gafas de la nariz
para ver las letras más pequeñas. En la casa no había radio ni televisor, y él no compraba nunca los periódicos: probablemente era la
única persona adulta en todo el país que no había oído nada de los
asesinatos.
—Aquí dice que la policía tiene alguna pista segura —dijo el
señor Walberg.
—Y si lo cogen, qué —Quintana se encogió de hombros—.
Ahora entran por una puerta del juzgado y salen por la otra. Con
que se haga el loco, lo dejan suelto.
La sonrisa tan educada y tan débil del señor Walberg se convirtió por un instante en una mueca de contratiempo o vergüenza.
En seguida volvió a sonreír, pero estaba claro que no seguía escuchando las palabras de Quintana, o que su presencia se le había
vuelto definitivamente incómoda. Unos meses más tarde, repasando aquella conversación mientras apuraban la botella de champaña, Quintana le pidió disculpas al señor Walberg, pero éste se encogió de hombros y le dijo que no se preocupara: él no se sintió
ofendido, ni herido, por aquel comentario inocente de Quintana,
que no podía sospechar entonces que su nuevo amigo había estado
efectivamente en la cárcel, y que entre la puerta de entrada y la de
salida pasaron casi dos años. Pero no quería ser compadecido por
eso, le dijo. Si reflexionaba con honradez, no tenía derecho a quejarse de ninguna injusticia: obró en contra de la ley, de las normas
morales de su profesión y de la decencia, fue juzgado y castigado.
En las ciudades griegas, le explicó a Quintana, el castigo que se
reservaba para quienes cometían una falta particularmente grave
no era la prisión, ni la muerte, sino el ostracismo, el destierro. Fuera de la ciudad, la amplitud del mundo era una cárcel, y el destierro una muerte muy lenta. Cumplida su condena, el señor Walberg
se sentía destinado a un cautiverio que no terminaría mientras
estuviera vivo. «Pero a pesar de todo —le dijo a Quintana con sorprendente serenidad, la noche en que le dejó pasar a la cocina y le
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Narrativa Española Siglo XX
mostró las cosas que habían estado ocultas allí antes de que él alquilara el piso—, a pesar de todo debo confesarle, amigo Quintana, que si me amarga la vergüenza no conozco el arrepentimiento.»
llamaré yo por teléfono.
—Nunca me creerán, amigo Quintana —el señor Walberg
tenía los ojos húmedos y más claros tras las gafas—. Ya imagino
cómo se quedarían mirándome en cuanto consultaran sus archivos
—¿Ha vuelto a verla? —dijo Quintana, y añadió con deferencia, como inseguro de su derecho a hacer ciertas preguntas—:
A aquella amiga suya, a la chica.
—Lo único cierto que sé de ella es que hoy o mañana cumple dieciocho años.
y supieran quién soy, y lo que hice.
—Usted no hizo nada malo señor Walberg —dijo Quintana
apasionadamente: hablaba de la historia de amor del señor Walberg como si formara parte de su propia vida—. Usted hizo lo más
humano, que es dejarse llevar por los sentimientos.
Dijo eso, bebió un trago de coñac y fugazmente pareció otro
hombre, o lo fue: arrogante, más joven, con la espalda más erguida, con un fogonazo de orgullo y clarividencia en los ojos habitualmente neutros, casi siempre cobardes, tan cautelosos que era
muy difícil atrapar su mirada. Cuando le devolvió la petaca a
Quintana ya era el señor Walberg de siempre: se limpiaba los labios con un pañuelo y no miraba a los ojos. Ahora miraba fijo
hacia el vacío, la cara muy pálida y la boca desencajada, con la
misma expresión con que habría mirado, al abrir esa tarde el frigorífico, el bote de alcohol en el que flotaba algo semejante a un
par de babosas.
El señor Walberg levantó despacio los ojos y miró a Quintana con gratitud, casi con piedad: Quintana se tenía por un hombre
práctico, por un luchador, y desde que el señor Walberg le explicó
lo que quería decir la expresión self made man la aprendió laboriosamente de memoria para explicársela a sí mismo. Pero en realidad, pensó el señor Walberg, era una víctima de la pobreza y del
romanticismo, de los sueños degradados y los heroísmos de saldo
que venden a bajo precio el cine y la televisión. Creía en el amor
verdadero y en la cultura con la misma ciega inocencia con que
creía en el éxito personal: creía, sobre todo, en su empresa y en el
—No sea tonto, señor Walberg —dijo Quintana, en un tono
señor Walberg, y éste de vez en cuando pensaba con distante tris-
parecido al de quien da consejos a un enfermo—. Lo que tiene
teza que alguna vez Quintana apostataría de él. Pero no tenía,
usted que hacer es ir a la policía. Le acompañaré yo; si quiere,
literalmente, a nadie más en el mundo, pensaba, contagiándose de
165
los absolutismos verbales de Quintana, en nadie más podía con-
Narrativa Española Siglo XX
la jerarquía profesional de su joven amigo. Quintana, al oír su voz,
fiar. No esperaba que Quintana lo salvara de ningún peligro, ni
tardó en saber quién era, seguramente porque la secretaria que le
que le siguiera consagrando indefinidamente la misma lealtad —
pasó la llamada no había pronunciado bien el apellido Walberg. Se
había visto lealtades de toda la vida disueltas en minutos, sin dejar
oía un tumulto lejano de voces y timbres de teléfono, y el señor
siquiera un residuo de compasión—, pero sus visitas regulares, sus
Walberg de pronto se sintió pueril y ridículo, imaginando la ofici-
atenciones generosas, incluso desmedidas, los favores de orden
na de paredes blancas, tubos fluorescentes y pantallas de ordena-
práctico que continuamente le hacía, fueron acostumbrándolo a
dor en la que había irrumpido su llamada. Le costó no colgar
contar con él, limaron de modo gradual, sin que el señor Walberg
mientras Quintana aún no lo reconocía y preguntaba quién era.
lo advirtiera, las resistencias de la vergüenza inextinguible y de la
¿No le perjudicaría en su trabajo la amistad de un ex presidiario?
timidez, y así aquella noche última se encontró confiándole lo que
Pero el señor Walberg tenía tanto miedo que fue capaz de sobre-
no había creído que se atrevería a decirle a nadie: que estaba segu-
ponerse al pudor. «Por lo que más quiera, amigo Quintana, venga
ro de que el autor de los crímenes de los labios cortados había vi-
a casa.»
vido en el mismo piso que ahora ocupaba él, que aún conservaba
las llaves, y que esa misma tarde, durante la ausencia del señor
Walberg, había entrado en la casa y había dejado en el interior del
frigorífico un frasco de alcohol en el que flotaban los labios de su
última víctima.
Era un lunes de principio de marzo: estaba nublado y soplaba un viento muy frío, pero ya empezaba a anochecer más tarde, y
en las fachadas de los edificios aún quedaba una estática claridad
solar, manchada por el gris sucio del cielo y el humo del tráfico.
En un puesto de periódicos el señor Walberg vio de soslayo un
Fue la primera vez que el señor Walberg llamó por teléfono
titular sobre el crimen de la noche anterior, pero no se atrevió a
a Quintana. Lo llamó desde una cabina, no sin dificultad, porque
mirar directamente y ni siquiera se detuvo. En las pequeñas mer-
ya no estaba familiarizado con los nuevos modelos de teléfonos
cerías y tiendas de ultramarinos del barrio ya estaban encendidas
públicos: no estaba familiarizado, se decía, con la vida real ni con
las luces eléctricas, y por las escaleras de un mercado público baja-
el presente, como si hubiera pasado no dos sino veinte años en la
ban mujeres con abrigos y bolsas de la compra de las que sobresal-
cárcel. Para que lo pusieran con el despacho de Quintana tuvo que
ía a veces el pico de una barra de pan o las hojas anchas y oscuras
sortear a dos secretarias, lo cual daba una idea muy halagüeña de
de una lechuga. El señor Walberg, camino de su casa, tuvo una
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intensa sensación de vida cálida y normal, de mañanas laboriosas
Narrativa Española Siglo XX
cuando Quintana hubiera llegado. Pero Quintana había dicho que
de barrio, de comedores con balcones donde está encendido el
tardaría algo más de una hora. El señor Walberg encendió la pe-
televisor y alguien empieza a servir la cena. Pero ese mundo que
queña estufa de butano y sin dar la luz ni quitarse el abrigo se echó
tenía delante de los ojos, y en el que a cualquier testigo le hubiera
en el sillón del comedor, donde había pasado tantas horas leyendo
parecido que se sumergía la presencia del señor Walberg, le era en
en los últimos meses. De pronto tuvo nostalgia de un tiempo que
realidad tan inaccesible como un país de hielos o una hora del
hasta un par de horas antes había sido el más horroroso y solitario
pasado.
de su vida. Horas de silencio y absoluta quietud leyendo a Tácito o
Pensó que ya viviría clandestinamente para siempre: que a
nadie más que a él le estaba reservada una dosis inagotable de
infortunio. Miraba las caras habituales de su barrio y pensó amargamente que la gentileza de los desconocidos también podía convertirse en hostilidad y terror: tal vez se había cruzado esa misma
tarde con el asesino que amputaba los labios de las mujeres, tal vez
su cara le parecería hospitalaria y familiar. En el portal de su casa
se quedó unos segundos en la oscuridad antes de pulsar el conmutador de la escalera. Por una vaga superstición de cautela no usó el
ascensor y procuró que los peldaños no crujieran bajo sus pisadas.
Forcejeó con la puerta del piso, alarmado durante unos segundos
por la posibilidad de que alguien hubiera vuelto a entrar durante
su ausencia, echando el cerrojo para no ser sorprendido; era, como
a Montaigne, descubriendo que era de noche y que helaba de frío
al levantar los ojos del libro: conversaciones ocasionales con Quintana en las que el señor Walberg se deslizaba algunas veces sin
darse cuenta hacia un tono de confidencia excesivo o de esquematismo pedagógico. Pero lo rejuvenecía que Quintana no se cansara
de preguntar ni de aprender, lo admiraba su capacidad para la vida
práctica: arreglaba lavadoras, sabía dónde conseguir una bombona
de butano aunque fuera domingo, era capaz de identificar una
avería en la instalación eléctrica, de encontrar la única tienda de
Madrid donde seguían vendiendo cierto tipo anticuado de enchufes. Ahora, aquella tarde, después de haber encontrado el frasco de
alcohol en el frigorífico, el señor Walberg esperaba a Quintana
como en un involuntario acto de fe.
de costumbre, que estaba girando la llave hacia la derecha y empu-
Ya era noche cerrada cuando Quintana llegó, disculpándose
jando la puerta hacia adentro. Estaba entrando en el domicilio de
por el retraso, dejando tras de sí como una estela de energía su
un extraño, de un asesino. El pasillo olía a humedad y a butano. El
gabardina nueva y su ingente cartera de cuero negro con hebillas
señor Walberg no quiso entrar en la cocina: entraría en ella sólo
doradas, frotándose las manos en el comedor como quien se dis167
pone a emprender una tarea saludable: «Cuénteme, señor Walberg
Narrativa Española Siglo XX
de agua y el tazón de cristal en el que había tomado una sopa ins-
dijo, casi en un tono de benevolencia, qué incendio hay que apa-
tantánea.
gar, qué aparato se le ha estropeado». Hasta ese momento el señor
Walberg no había dicho ni una palabra. Nada lo intimidaba más
que la campechanía de otros, sobre todo cuando iba aliada a extremos de salud y de fuerza física. Quintana reparó entonces en su
—Vamos, Quintana, no se quede ahí —el señor Walberg lo
invitó a pasar a la diminuta terraza donde estaba el lavadero—.
Quiero que vea una cosa.
silencio y en la palidez de su cara, y volcó inmediatamente hacía el
Bajo el lavadero había un espacio hueco tapado con una cor-
señor Walberg, como un alud de deferencia: «No me quiera enga-
tinilla de plástico. El señor Walberg la apartó y le indicó a Quinta-
ñar, señor Walberg, que ya sabe usted que yo tengo mucha psico-
na que se arrodillara junto a él. Todo el espacio húmedo y oscuro
logía, a usted le pasa algo muy grave, usted se me ha vuelto a des-
estaba ocupado por cientos de revistas viejas, apiladas allí desde
moralizar, a que si. Cuénteme qué le pasa.»
hacía tanto tiempo que muchas estaban deformadas por la humedad. El señor Walberg sacó una brazada de ellas y la dejó sobre la
mesa de la cocina. Eran revistas pornográficas cuya inaudita gro-
El señor Walberg, sin decir nada aún, lo llevó a la cocina.
sería y brutalidad exageraba un detalle que más de una noche le
Hasta entonces no había permitido que Quintana pasara más allá
había deparado pesadillas al señor Walberg: a todas y a cada una
del comedor. Para ser la cocina de un hombre solo, la del señor
de las mujeres fotografiadas en ellas alguien les había recortado los
Walberg estaba limpia y muy ordenada. Los muebles y la vajilla
labios, sin desgarrar nunca las páginas, utilizando un cuchilla o
eran de muy mala calidad y bastante anticuados —Quintana lo
unas tijeras muy afiladas y precisas, porque unas veces el espacio
sabía bien, por haber sido algún tiempo vendedor de cocinas, antes
recortado y vacío ocupaba casi una hoja entera y otras no era ma-
de decidirse por los libros—, pero la pulcritud del señor Walberg
yor que una mordedura de un ratón. En lugar de bocas pintadas de
casi los hacía parecer recientes.
rojo, fingiendo con una monotonía de producción una serie de
Quintana lo imaginó preparándose cada noche la cena pobre
y rutinaria y la comida del día siguiente, con un delantal viejo atado a la espalda, con corbata todavía, con zapatillas de paño, o limpiando meticulosamente el vaso en que se había servido un poco
jadeos de avidez o gritos de éxtasis, aquellas mujeres tenían espacios huecos en las caras, y ese vacío daba a sus ojos un estupor de
amputación. Mientras Quintana examinaba las revistas, el señor
Walberg tenía apartados los ojos, como si temiera que su amigo
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pudiese atribuirle alguna complacencia en aquel espectáculo.
—No diga nada todavía, amigo Quintana —dijo el señor
Walberg. Antes tengo que enseñarle algo más.
Narrativa Española Siglo XX
pegando en el interior del armario: durante semanas, meses o
años, hasta que el desconocido que vivía antes en el piso se
marchó, quien sabe si huyendo, dijo el señor Walberg, o para buscar un refugio más seguro, o porque se cansó del papel satinado y
Ahora lo hizo pasar a su dormitorio. Quintana pensó que la
las fotografías y decidió cortar labios de mujeres reales: pero había
celda de un monje medieval no habría sido más austera, más vacía
vuelto, hacía menos de tres horas, mientras el señor Walberg esta-
y helada. Frente a la cama había un armario empotrado. Mientras
ba en su trabajo, había rondado por la calle esperando a verlo salir,
lo abría y apartaba la ropa colgada de unas pocas perchas de
y guardando en el bolsillo del abrigo o en una cartera o en una
alambre, el señor Walberg le pidió a Quintana que encendiera la
bolsa de plástico el frasco de alcohol con los labios cortados, había
luz, y luego le hizo un gesto con la mano para que se acercara, con
subido las mismas escaleras y atravesado el mismo comedor donde
cautela, como si temiera espantar a alguien. Al principio, por la
el señor Walberg y Quintana estaban ahora, y su presencia pesaba
escasez de la luz, no era fácil distinguir con qué estaba forrado por
sobre ellos, la sospecha de que aún anduviera cerca de la casa, de
completo el interior del armario, de abajo arriba, minuciosamente,
que volviera esa noche, o al día siguiente, atraído por su antiguo
sin dejar un solo espacio vacío. Parecía ese papel barato de flores
refugio, añorándolo.
con que se forraban antes los muebles de las cocinas pobres, y de
hecho el señor Walberg, que no sólo era corto de vista sino también muy distraído, había tardado mucho tiempo en descubrir que
no eran flores carnosas y rojas lo que apenas veía a la escasa luz
del dormitorio. Eran labios, bocas recortadas, cientos o millares de
—Un loco, señor Walberg —dijo Quintana, mirando, muy
pálido, a la luz del frigorífico abierto, cómo flotaban los dos labios
en el interior del frasco que el señor Walberg sostenía ante él—.
Un loco peligroso.
bocas muy abiertas, con los labios mojados y manchados y las
—No está loco —dijo tristemente el señor Walberg—. Quie-
lenguas rígidas como en una estrangulación o lamiendo o
re volverme loco a mí. ¿No se da cuenta, amigo Quintana? Quiere
mostrándose entre los dientes; bocas como ojos, como agujeros
que me acusen de sus crímenes. Me habrá reconocido, nos habre-
ciegos, como anchas heridas. Las mismas manos que habían recor-
mos cruzado alguna de las veces que volvió por el barrio. Mi foto
tado las bocas de las mujeres en las revistas guardadas bajo el la-
salió en los periódicos. En alguno de ellos con titulares grandes, ya
vadero se aplicaron luego a la tarea igual de cuidadosa de irlas
puede imaginarse.
169
—Seamos prácticos —Quintana daba vueltas por el comedor con la cabeza baja y frotándose las manos, como si meditara
una estrategia comercial—. Tenemos que adelantarnos a sus movimientos. Lo primero, hacer indagaciones en la agencia que le
alquiló a usted el piso. Mañana, a primera hora, me encargo yo de
eso. Y usted no pasa esta noche solo aquí, desde luego...
Narrativa Española Siglo XX
sillón con una languidez de abandono absoluto.
—Amigo Quintana —dijo, y ahora sí lo miraba a los ojos, de
abajo a arriba, porque Quintana, que era muy alto, seguía en pie,
apoyándose sobre la mesa con sus dos anchas manos—. Yo no
quería forzar su lealtad. No quería que usted se sintiera obligado a
creerme. He visto demasiadas caras de personas que confiaban
—Ya estuve en la agencia —dijo el señor Walberg—. Cuan-
absolutamente en mí cambiar en el momento justo en que empe-
do empecé a sospechar, aquella vez que usted trajo el periódico
zaban a aceptar no ya una sospecha, sino la posibilidad de una
con la noticia de los crímenes. No me pudieron decir nada. Empe-
sospecha. No quiero volver nunca a una comisaría. No quiero que
zaron a administrar el piso el verano pasado, un poco antes de que
me miren y luego se miren entre sí. No quiero oler el olor de esos
yo lo alquilara.
sitios. Compréndame, si puede. Quizá ese individuo que mata a las
—Buscaremos al propietario —Quintana no se rendía—.
Iremos hasta donde haga falta.
—Yo busqué al propietario —el señor Walberg hablaba cada
vez más bajo—. Tiene noventa años y el juicio perdido. Vive en
una residencia.
—Parece mentira —dijo Quintana—. Por qué no me contó
nada antes, señor Walberg; cómo es que ha tenido tan poca confianza en mí.
mujeres y les corta los labios sí que me ha comprendido. Sabe que
me callaré, y que en un momento dado me volveré loco.
—No diga eso, señor Walberg —Quintana se inclinaba sobre
él como sobre la cabecera de un enfermo que ha renunciado a la
obstinación de vivir—. Con usted no se va a meter nadie mientras
yo esté en el mundo. Me parto la cara con el que le acuse a usted
de nada, se lo juro, por éstas.
Había algo de amplitud teatral en los gestos de Quintana, la
fascinación del iletrado por las palabras sonoras, por las declara-
El señor Walberg se encogió de hombros, con un cierto aire
ciones de principios, pensó con melancolía y agradecimiento el
de contrición, como si lo hubieran sorprendido en falta. Se limpió
señor Walberg. Lo vio más joven de lo que en realidad era, inútil-
la nariz con un kleenex y luego bebió un trago de la petaca que
mente temerario y adicto, enamorado de una historia de amor que
Quintana había dejado sobre la mesa. Se volvió a hundir en el
no le pertenecía, que ya existía únicamente en la memoria incrédu170
la y devastada del señor Walberg, en la imaginación ferviente de
Narrativa Española Siglo XX
—Que es usted quien ha matado a esas mujeres, amigo
Quintana. Quiso levantarse para buscar un vaso de agua y él no se
Quintana, quien vivía aquí, quien vino esta tarde y dejó los labios
lo permitió: no sólo era su guardián, también su enfermero. Abrió
en mi frigorífico. No me ponga esa cara, no me diga que no. No
la puerta de la cocina, desapareció dentro de ella, se escuchó el
me insulte, Quintana.
ruido del agua del grifo y el de los vasos en el armario del fregadero, y luego hubo unos segundos de silencio y Quintana volvió a
aparecer en la puerta de la cocina con el vaso en la mano, encontrándose entonces con la mirada del señor Walberg, que se
había puesto de pie y tenía de pronto los ojos muy abiertos, como
si estuviera viendo algo que tuvo siempre delante y nunca percibió.
Quintana sonrió con inesperada timidez al dejar el vaso de
agua sobre la mesa. El señor Walberg no lo tocó: le pidió por favor
que le trajera el tubo de pastillas del cuarto de baño. Quintana fue
a buscarlas y las dejó junto al vaso de agua. Los dos se sentaron
despacio, incómodos en el silencio, escuchando crujir los muelles
viejos del sillón que ocupaba siempre el señor Walberg. Quintana
—Señor Walberg —dijo Quintana, pero debió de formársele
un nudo en la garganta y no pudo continuar. Se retorció las manos, miró al suelo y levantó poco a poco los ojos hasta encontrarse
con los del señor Walberg, y huyó enseguida su mirada. Después
logró articular unas palabras, tartamudeando—. Señor Walberg.
—Ahora que sé quién hizo esas cosas ya no tengo miedo —
la voz sonaba un poco más alta, no intimidatorio ni asustada,
tranquila—. No siento odio hacia usted a pesar de todo lo que ha
hecho porque no le tengo miedo. Incluso no puedo decir que haya
dejado de ser amigo suyo... Pero, contésteme, Quintana, míreme,
diga que estoy equivocado.
se pasó una mano por el pelo, juntó luego las dos manos entre las
Quintana respiraba muy fuerte, con la cabeza baja y las ma-
rodillas e hizo sonar los nudillos. El señor Walberg habló en una
nos juntas bajo la barbilla, mordiéndose los poderosos pulgares.
voz tan baja que Quintana debió inclinarse para entender lo que
Parecía que se iba encogiendo, que se volvía torpe, desaliñado y
decía.
vulnerable. Por la manera en que respiraba, el señor Walberg
—Es usted, ¿verdad? —dijo el señor Walberg.
—¿Cómo dice? —Quintana enrojeció como un embustero
primerizo.
pensó que estaba a punto de echarse a llorar. No le asombraba la
clarividencia súbita de la revelación, sino la rapidez con que las
cosas cambian, con que lo normal se vuelve monstruoso y lo familiar desconocido. Había estado seguro de que Quintana negaría, de
que pondría cara de extrañeza y luego de agravio. Ahora tenía los
171
ojos evasivos y húmedos y miraba al señor Walberg asomándolos
Narrativa Española Siglo XX
al revés. Esas manos tan grandes, amigo Quintana. ¿No le da ver-
apenas sobre sus puños unidos como en actitud de oración.
güenza haber atormentado y asesinado a esas mujeres? No le ten-
—Podía usted haber seguido con su plan, amigo Quintana
go odio, pero tampoco tengo ninguna lástima de usted.
—continuó el señor Walberg—. Empujándome un poco más, de-
El señor Walberg no se movió cuando Quintana empezó a
jando otro día otro frasco con labios en cualquier sitio donde yo no
moverse lentamente hacia él. Sufrió una breve sacudida al oír los
lo viera inmediatamente, dentro de mi mesa de noche, por ejem-
muelles de una navaja, pero no dejó de mirar a Quintana a los ojos
plo. Pero hace un rato fue usted a la cocina por un vaso de agua y
mientras su mano derecha avanzaba hacia él empuñando la hoja
yo lo comprendí todo de golpe. Por casualidad, desde luego, por-
curvada y brillante. Quien gimió largamente, con un tono desagra-
que ya sabe usted que veo poco y no suelo fijarme en nada. No
dable y agudo, cuando la navaja se clavó en el vientre y subió des-
estaba seguro, sin embargo, y repetí la prueba. Le dije que me tra-
garrando hacia el pecho y se detuvo en el esternón no fue el señor
jera las pastillas del cuarto de baño...
Walberg, sino Quintana, que apartó luego la mano, no sin esfuer-
Quintana se irguió con un brillo de inteligencia y fría curiosidad en sus ojos. El señor Walberg lo miró silencioso y tardó un
poco en continuar.
zo, cuando la respiración del otro cuerpo ya se había detenido, y
volvió a sentarse en el mismo lugar que ocupó antes, enfrente del
señor Walberg, a quien se le habían caído las gafas. Tras el sillón,
sobre la mesita de la lámpara, estaba la cartera del señor Walberg.
—Fue la manera en que usted abrió la puerta. Usted nunca
Quintana se limpió los dedos groseramente en su propia chaqueta
había entrado en la cocina hasta hoy ni había manejado los pomos
y abrió la cartera. En aquellas circunstancias la cara del señor
de esta casa. Quiero decir, en mi presencia. Los pomos se giran
Walberg en el carnet de identidad tenía para Quintana un insopor-
hacia la izquierda, y en vez de empujar las puertas hay que tirar de
table patetismo. Estuvo un rato mirando otra foto, la instantánea
ellas. Abrir puertas es uno de los actos que más repetimos en nues-
de la chica del pelo claro, la cara delgada y el jersey azul marino y
tra vida, amigo Quintana, uno de los más instintivos. Por eso me
de cuello alto que sonreía bajo una luz de mañana de invierno.
equivoco yo siempre en esta casa, aunque lleve viviendo en ella
Muerto, el señor Walberg parecía amodorrado o dormido frente a
tantos meses. Usted no se ha equivocado antes, no ha tenido ni
Quintana, con la barbilla hundida sobre el pecho, la boca flácida y
una vacilación, ni en la puerta de la cocina ni en la del cuarto de
los párpados grandes y pesados, como aquel actor de cine ameri-
baño. Sus manos aún no han perdido el instinto de girar los pomos
172
Narrativa Española Siglo XX
Walberg había guardado en su cartera durante los dos últimos
cano.
Quintana bebió de un solo trago el coñac que quedaba en su
petaca. Fue a buscar su gran cartera negra con hebillas doradas, en
años, atreviéndose a veces a imaginar la escena imposible en que
ella viajaba a Madrid en busca suya al cumplir los dieciocho.
la que había guardado otra petaca idéntica, y la apuró ruidosamente, sin dejar de beber ni cuando se sofocaba, con la garganta
ardiendo y los ojos llenos de lágrimas. Tambaleándose, con la navaja otra vez en la mano, como si temiera a un posible enemigo,
entró en el dormitorio del señor Walberg, se derrumbó sobre la
cama con las piernas abiertas y se quedó instantáneamente dormido.
Abrió los ojos y vio una débil claridad gris y luego azul en la
ventana. Se sentó en la cama, aplastado por una resaca brutal, y
tardó un poco en recordar dónde estaba, qué había hecho unas
horas antes, no sabía cuántas, o cuándo. También tardó en darse
cuenta de que se había despertado porque estaba sonando el timbre de la puerta. Ágil de pronto, sigiloso y lúcido, se quitó los zapatos y se acercó silenciosamente a la puerta, apretando la empuñadura de la navaja en su mano derecha, acariciando el resorte.
Con la yema del dedo índice de la izquierda levantó la pequeña
lámina de cobre que tapaba la mirilla. El timbre sonaba otra vez, y
había vuelto a encenderse la luz del rellano. Allí, frente a Quintana, separada de él tan sólo por unos centímetros, por la madera
recia y antigua de la puerta, mirando exactamente en dirección a
los ojos de él, estaba la muchacha de la fotografía que el señor
173
•
Narrativa Española Siglo XX
Provienen de las aulas de letras, en su mayoría
•
Reaparece la experimentación formal, al estilo de los años
setenta
PRESENTACIÓN DE LA MÁS RECIENTE
PROMOCIÓN DE NARRADORES
•
Están muy marcados por la mercadotecnia del libro
(UNA ÚLTIMA OLEADA, DOS ACTITUDES)
•
Son más abiertos para tratar los temas de la sexualidad
•
Su pesimismo, nihilismo y cinismo es más profundo
•
La actitud vital es contestataria: alcohol, drogas, sexo, en
Aún la generación anterior no ha terminado de producir sus
mejores obras y ya una nueva oleada ha llegado al mercado literario. Estos autores son jóvenes nacidos a partir de 1956 y sus primeras novelas, todas ellas prometedoras, se han publicado en la segunda mitad de los años noventa. ¿Qué signo define a estos autores? No lo sabemos, no lo podemos saber. Son dos causas muy
importantes que nos lo impiden. Es muy probable que sus obras
más representativas apenas si se han publicado o acaso estén por
escribirse (los Cela y los Vargas Llosa son la excepción), así pues
sus estilos está aún tambaleantes e indefinidos. Por otro lado, su
―formación literaria‖, lógicamente la han tomado de sus maestros
fin, excesos todos.
Independientemente de esto, podemos notar dos tendencias
claras. Por un lado están los esteticistas que gustan de una literatura libresca, culta, cerebral; son los que toman la estafeta que les
dejan autores como Javier María, Enrique Vila-Matas o Antonio
Muños Molina (y un poco más atrás, Julián Ríos). Por el otro lado
están los herederos de ―la movida‖ y ―el destape‖, que gustan de
una literatura antisolemne, ligera, despreocupada del estilo y el
culto a la cultura.
de la generación anterior, por lo tanto estas primeras novelas se
Al primer grupo le vendría bien llamarle ―Los revisores de la
parecen a lo que han escrito Muñoz Molina, VilaMatas o Javier
Transición‖ porque en su proceder literario mucho tiene que ver
Marías. A pesar de ello, y tratando de vislumbrar en la niebla de la
una visión crítica del pasado reciente de su país (el franquismo y la
inmediatez del hecho, podemos señalar algunos rasgos muy gene-
transición a la democracia), fenómenos políticos de los que hacen
rales que los diferencian de la generación anterior pero que, por ser
duros juicios políticos, históricos y morales, y cuya figura central la
tales pueden no ser muy significativos:
representa Javier Cercas con su novela Soldados de Salamina. Por el
174
otro lado, al otro grupo bien podríamos llamarles (y ya se les llama
Narrativa Española Siglo XX
necesario y deseado cambio generacional. Los nuevos escritores,
así en cierto medios de la crítica literaria y el periodismo) como la
cuya fecha de nacimiento es posterior a 1960, han ido saltando al
―Generación del Kronen‖, y cuya figura centra sería José Ángel
coso literario desde finales de los ochenta hasta hoy, que hay tan-
Mañas y su novela Historias del Kronen.
tos que quizá ya no se ve venir al toro, o se le ve venir enseñado.
Generacionalmente son coetáneos estos dos grupos, pero el
segundo mantienen una distancia, representan una especie de
irrupción y respuesta a los primeros. Frente al juicio moral del
sistema político español que hacen los ―compañeros‖ de Javier
Cercas, está la indiferencia, casi el cinismo político de la generación de Mañas; la actitud de éstos es un poco ―lo políticamente
correcto apesta‖.
Pero empecemos por donde dicen que hay que empezar, por el
principio, con los escritores que iniciaron este cambio. Hay que
destacar a Martín Casariego, a Ray Loriga con su novela Lo peor
de todo, a José Ángel Mañas con Historias del Kronen, a Francisco Casavella con El triunfo y a Belén Gopegui con La escala de los
mapas. Después vinieron Benjamín Prado con Raro, un servidor,
Pedro Maestre con Matando dinosaurios con tirachinas, Juana
Salabert con Arde lo que será y Varadero, Lucía Etxebarria con
Podemos concluir que entre estos dos grupos se da una rela-
Beatriz y los cuerpos celestes, Juan Manuel de Prada con Coños y
ción similar como la que se dio entre la Generación del 98 y la de
Las máscaras del héroe, y más recientemente Marcos Giralt con
1900 por un lado, y por el otro la existente entre el Tremendismo y
París y Lorenzo Silva con, entre otras, La flaqueza del bolchevique
la Novela Social Española: son semejantes y a la ve diferentes.
y El alquimista impaciente, novela ganadora del último Premio
LITERATURA ESCRITA CON PANTALONES VAQUEROS 1
Por
Pedro Maestre
Es un hecho que en la década de los noventa se ha producido en la literatura española un cambio generacional, un natural,
Nadal.
Por cierto, Destino, la convocante del Premio Nadal, ha sido
la editorial, con Plaza y Janés y Lengua de Trapo, que de alguna
manera ha capitaneado el relevo generacional. Otras como Espasa,
Anagrama y Planeta se han subido al carro cuando han visto que
se quedaban fuera del juego, literaria y económicamente, porque si
1
Pedro Maestre, ―Los niestos de Cela y Delibes‖ en Generación
XXI, semanario interactivo universitario, consultado el 14 de abril
de 2010 http://www. generacionxxi. com/nietos.htm
hay algo que ha avalado, más que la crítica, siempre maximalista y
reticente a lo recién llegado, a la nueva horda de escritores, esto ha
175
sido el éxito de ventas de algunas de las novelas antes menciona-
Narrativa Española Siglo XX
tercera, y… Si hay una característica común aplicable a todos los
das. Alguien puede decir que una buena campaña publicitaria que
nuevos escritores es la que insinúo, la variedad de estilos. Prima la
tiene en cuenta el afán de lo novedoso que todos tenemos ya hace
individualidad y cada uno de nosotros tiene un estilo personal e
o puede hacer mucho, y sí, tiene razón, pero hay que considerar
intransferible, más verde o más maduro pero marca de la casa, y,
también otros factores no tan superficiales. Partimos de la base de
por tanto, sus particulares preferencias e influencias literarias. Se
que la gente no es tonta (que vuestra opinión crítica haga un es-
puede decir que a algunos les influye más la literatura americana
fuerzo), por tanto, si se siguen, u o seguís, interesando por la litera-
(Loriga, Mañas, etc.), a otros la francesa ( Salabert, Giralt, etc.), a
tura de los, por edad, que es un decir, jóvenes escritores, ¿ no será
otros la española ( De Prada, Royuela, etc.) …, pero no sigamos
que hay algo más hondo que lo novedoso? ¿ No será que algunas
por este camino que por ser pedagógicos corremos el peligro de
de estas novelas han echado raíces porque hablan a los lectores de
simplificar. El abanico de influencias literarias que confluyen en
una manera que entienden, hablan con un tono cómplice, desde
un autor siempre es variopinto y a veces difícil de detectar, incluso
una mirada compartida, de problemas comunes? ¿ No será que los
para el autor mismo.
lectores se sienten identificados por lo que se cuenta o por cómo se
cuenta? Las editoriales que apostaron por los noveles vieron esto,
tuvieron la suficiente sensibilidad para darse cuenta de que la sociedad estaba cambiando y que había que estar atentos a los nuevas voces que la reflejaran de una manera o de otra.
En cuanto a las influencias no literarias, es decir, cine, música, televisión, etc., son más fácilmente rastreables y reseñables,
sobre todo sí las hay o no. Es evidente que las literaturas de De
Prada, Espido Freire o Gopegui tienen influencias casi estrictamente literarias, y, en cambio, las de Casavella, Mañas o David
Cualquiera que haya leído sólo tres o cuatro novelas ( si lee
Trueba, beben tanto de los libros como de las pantallas de cine o
más tampoco le va a pasar nada, no va a sufrir ninguna mutación
los cedés de música. Si se permite la ironía, unos escriben con traje
genética) de las que he destacado, u otras de los mismos autores o
y corbata, y otros con pantalones vaqueros, lo que quiere decir que
de otros ( la nómina sería interminable: Antonio Álamo, Juan
unos hacen una literatura " literaria" y los otros una más cotidiana,
Bonilla, Fernando Royuela, Care Santos, David Trueba, Paula
más pegada al tiempo que vivimos y a su mitología. Los editores y
Izquierdo, Luis Mangriyá, Espido Freire,etc.), habrá comprobado
críticos cuando se inclinan por autores de una u otra corriente se
que tal novela no se parece a tal otra, y ninguna de las dos a una
meten, como es habitual en el mundo cainita del arte, con los de la
176
otra: si para unos los otros más que literarios son retóricos y escri-
Narrativa Española Siglo XX
Como lo prometido es deuda, hablemos otra vez de la dos
ben novelas que son auténticos tostones, para los otros "los hunos"
corrientes o bandos que diferencian; no se enteran, si existen no
son diletantes y escriben novelas sin densidad literaria, bosquejos
son excluyentes una de la otra como lo demuestran Bonilla, Silva,
sociológicos. En mi opinión, este reduccionista análisis de la litera-
Prado y otros. Es obvio, como ya he dicho, que a unos escritores
tura de los que hemos empezado a publicar en los noventa, su esté-
jóvenes sí le influye exclusivamente los libros y a los otros además
ril maniqueísmo, no lleva a ninguna parte. Lo que hay que valorar
de las literarias tienen otro tipo de influencias "antiliterarias", pero
es que hay autores prometedores con obras ya interesantes en am-
esto no significa que unos vayan en serio porque buscan una den-
bas corrientes ( ¿de verdad existen esas dos corrientes? ¿ si Bonilla
sidad literaria y los otros sean unos aficionados porque rechazan
hace una literatura literaria con densidad cotidiana, Silva qué
esa densidad literaria que consideran obsoleta, impropia para refle-
hace, una literatura cotidiana con densidad literaria?; más adelante
jar el tiempo que les ha tocado vivir. Defendamos a los criticados:
hablaremos de esto), y que, teniendo en cuenta que la literatura no
si se analiza sin prejuicios y con rigor esa literatura escrita "con
es una carrera de cien metros sino el maratón, el futuro se presenta
pantalones vaqueros", se verá que en ella hay una perfecta adecua-
esperanzador.
ción entre lo que se cuenta y cómo se cuenta. Un estilo cotidiano,
Pero no nos vayamos tan lejos, pensemos en el momento actual de la literatura española. El panorama es inmejorable, la riqueza y variedad de voces, que reflejan una sociedad heterogénea
y plurisignificativa, dice mucho sobre el potencial literario que no
había, por ejemplo, en la década de los ochenta, y sí ahora, donde
conviven vacas sagradas y lobeznos con talento, sus nietos o sobrinos o hermanos pequeños se quiera o no, porque nada surge de la
nada y la literatura que no se inserta en una tradición está muerta.
Los abuelos podrían ser Cela, Delibes o Matute, los tíos Umbral,
Marsé o Aldecoa, y los hermanos mayores Muñoz Molina, Almudena Grandes o Landero.
incluso espontáneo, para retratar con verosimilitud mundos y personajes con los que los lectores inmediatamente se siente identificados. A este tipo de literatura, que ha sido el motor principal del
relevo generacional por haber encontrado eco en los lectores de
una manera contundente, algunas novelas han tenido ocho, diez o
más ediciones, la han llamado con claro matiz peyorativo costumbrista, pero sería más justo denominarla realista, de testimonio,
realista basándose en un tono testimonial. También sería justo
reconocerle que ha aireado el anquilosado panorama de la literatura de los ochenta y que está abriendo puertas sin parar.
Para terminar, como crítica, o autocrítica, decir que no se
177
Narrativa Española Siglo XX
miren el ombligo y caigan en estereotipos, esto a los autores de
esta literatura realista-testimonial ( éste es el peligro de este tipo de
literatura, el de imitarse a sí mismo; una y no más santo Tomás), y
a éstos y al resto que eviten el narcisismo reinante, que arriesguen,
que faltan novelas, no sólo interesantes como las que ha habido
Eloy Tizón (1964)
Lucía Etxeberría (1966)
Ray Loriga (1967)
Pedro Maestre (1967)
hasta ahora, sino buenas, que, por una parte, asienten definitivamente el cambio generacional, y, por otra, cuestionen el podrido
José Ángel Mañas (1971)
modelo de sociedad.
AUTORES DE ―LA REVISIÓN DE LA TRANSICIÓN‖
Agustín Cerezales (1957)
Alejandro Gándara (1957)
Ignacio Martínez de Pisón (1960)
Javier Cercas (1962)
Juan Manuel de Prada (1970)
AUTORES DE ―LA GENERACIÓN DEL KRONEN‖
Jesús Ferrero (1952)
Mariano Gistaín (1958)
Almudena Grandes (1960)
178
Narrativa Española Siglo XX
era la inventora del juego y de sus normas, verles saltar, salir corriendo, con todos sus complementos, collares, pamelas de ala
ancha, chales que flotaban al viento, eran graciosos, resbalando
ALMUDENA GRANDES. LAS EDADES DE
LULÚ [FRAGMENTO]
sobre los tacones, se caían de culo, pesados, y grandes, no estaban
todavía demasiado familiarizados con sus ropas y corrían levantándose las faldas, cuando las llevaban, con el bolso en la ma-
Había sido uno de mis juegos favoritos tiempo atrás, cazar
travestis. Sabía que se trataba de un pasatiempo absurdo, una tontería e incluso algo injusto, maligno, pero me parapetaba detrás de
mi solidaridad, una vaga solidaridad de sexo para con las putas
no, corrían, con los meñiques estirados, era divertido, algunos, con
cara de odio, nos insultaban agitando el puño en el aire, y nos reíamos, nos reíamos mucho, siempre me he reído mucho con él,
siempre, y nunca con él me sentía culpable después.
clásicas, mujeres auténticas con tetas imperfectas, descolgadas, y
Hasta que debieron de aprenderse nuestras caras, quizá
muelas picadas, que ahora lo tenían cada vez más difícil, con tanta
nuestra matrícula, de memoria, y una noche, cuando estábamos
competencia desleal, las pobres.
empezando y nos movíamos muy despacio al lado de la acera,
Pablo me lo consentía, siempre me lo ha consentido todo, y
se pegaba a la acera, conducía muy despacio, mientras yo me arre-
vino uno por la izquierda y le soltó a Pablo la hostia que llevábamos tanto tiempo buscándonos.
bujaba en mi asiento, para no llamar demasiado la atención, para
Apenas tuve tiempo de verlo, un puño cerrado, un puño te-
que le vieran solamente a él, y entonces salían de sus madrigueras,
mible, rematado por una enorme uña roja, a través de la ventani-
los veíamos a la luz de las farolas, se plantaban, con los brazos en
lla, y Pablo que se tambaleaba, pisaba el freno y se llevaba las ma-
jarras, sólo unos metros por delante del coche, Pablo iba casi para-
nos a la cara.
do, ellos se abrían la ropa, despegaban los labios, movían la lengua, y cuando estaban a la distancia justa, zas, acelerábamos, les
dábamos un susto mortal, razonablemente mortal, porque nunca
Me salió la raza, todavía no entiendo por qué, pero me salió
la raza.
nos acercábamos tanto como para que pensaran que iban a morir
Salí del coche y empecé a increpar a la vaporosa figura que
atropellados, no, solamente queríamos, quería yo, en realidad, que
se alejaba rápidamente calle abajo. Tú, hijo de puta, ven aquí si te
179
atreves.
Los testigos de la escena, colegas del agresor, formaban corrillo en las aceras. Yo seguía chillando. Te mato, cerdo, te mato,
cobarde, maricón, te voy a matar.
Narrativa Española Siglo XX
pero sí para una mujer, abultaba poco más o menos lo que yo. Era
muy joven, o al menos lo parecía, uno de los travestis más jóvenes
que había visto en mi vida, yo tenía veintitrés, entonces, y él aparentaba casi los mismos. Tenía la cara redonda, cara de torta, no
había nada agudo en aquel rostro, a pesar de la espesa capa de
Se detuvo y se dio la vuelta lentamente. En las casas de los
colorete con la que había pretendido crear la ilusión de unos
alrededores comenzaron a encenderse las luces, ¡ya está bien!, ¡to-
pómulos salientes. Era guapa, no guapo, antes de pasarse de bando
das las noches igual!, los vecinos no parecían disfrutar con las es-
debía de haber sido un hombre feo, chocante, con esa cara de niña
cenas pasionales.
de primera comunión.
Pablo, con la mano en la mejilla todavía, se reía a carcajadas.
No me daba miedo.
Nos agarramos del moño. Nos agarramos del moño, era di-
Comenzó a subir en dirección a mí. Los espectadores estaban desconcertados. Yo estaba furiosa, borracha perdida y furiosa.
Tú, hijo de la gran puta, cómo te has atrevido tú a pegar a mi novio —no podía llamarle mi marido, aunque lo fuera, llevábamos
ya casi tres años casados, pero no me salía—, te advierto que como
le vuelvas a tocar un pelo de la cabeza te voy a sacar los ojos, te
saco los ojos, por éstas, chulo de mierda.
Ahora le tenía delante. Su cara reflejaba la misma expresión
de extrañeza que se había dibujado antes en los rostros de sus
compañeros. Pablo me chillaba que volviera al coche que lo dejara
ya.
vertido. El olía a Opium. Yo no olía a nada, supongo, no uso nunca colonia.
Forcejeamos un buen rato, abrazados el uno al otro. Los espectadores le animaban a que me matara, escuchaba sus gritos,
gritos de odio, violentos, me llamaban de todo, pero él no quería
hacerme daño, me di cuenta de que no quería pegarme fuerte, y
abandoné la idea de soltarle una patada en los huevos. Al final,
todo terminó en un par de bofetadas.
Pablo nos separó. Estaba serio. Me agarró por los codos y
me apretó contra sí, para que no me moviera. Seguí pataleando un
par de segundos, por inercia.
Le estudié un instante. No era muy alto para ser un hombre,
Entonces mi contendiente dijo algo, exactamente lo último
180
que yo podía esperar, pero es que entonces no sabía que coleccio-
Narrativa Española Siglo XX
nombre reciente, que había sido él quien me había bautizado así,
naba frases de John Wayne. Le fascinaban los sheriffs de las pelícu-
nadie parecía dispuesto a creer que se tratara en realidad de un
las del oeste.
diminutivo familiar, derivado de mi propio nombre, involuntaria-
—Cuídala tío, tienes suerte, no es una mujer corriente.
Sus asombrosas palabras me tranquilizaron. Pablo se desenvolvía muy bien en este tipo de situaciones, con este tipo de personajes.
mente impuesto en mi infancia.
Yo también le di la mano, y le pedí perdón. Era todo muy
divertido.
Pablo le dijo que íbamos a cenar, en realidad esa noche hab-
—Eso ya lo sé —trataba de parecer sereno—. Perdónanos,
ha sido todo culpa nuestra, pero es que ésta es como una niña pequeña, le gusta jugar a juegos crueles.
—Culpa vuestra desde luego, más que culpa, es una cabronada vamos, lo que hacéis... —nos miraba con curiosidad, no parecía enfadado, el corrillo se disolvía ya, decepcionado—. Me llamo Ely, con y griega.
Alargó la mano. Pablo la tomó, sonriendo, le había gustado
lo de la y griega, estaba segura.
—Yo me llamo Pablo, ella Lulú.
—¡Ay, qué gracia! A mí también me encantaría que mi novio me llamara así...
Incurría en un error muy frecuente. La mayor parte de la
gente que me había conocido con Pablo pensaba que Lulú era un
íamos salido a celebrar uno de los infrecuentes pero generosos
donativos espontáneos de mi suegro, y le invitó a venir con nosotros. Dudó un momento, en realidad estaba trabajando, dijo, pero
al final aceptó.
Nos lo pasamos muy bien los tres, nos reímos mucho.
Fuimos a un restaurante tirando a fino, típico de Pablo,
donde nos miraba todo el mundo. Ely también estaba encantado,
le encanta escandalizar. Llevaba una minifalda azul eléctrico de
plástico, imitando cuero, unas sandalias altísimas atadas con cordones y una blusa de gasa con dibujos blancos, morados y azules;
al cuello, un foulard de la misma tela.
Se sentó muy erguido, estirado, fumaba con boquilla y se tocaba constantemente el pelo, largo y cardado, inflado como un
algodón de azúcar, las puntas estiradas hacia atrás como si hubieran padecido segundos antes una descarga eléctrica. Llevaba mechas rubias, pero le hacía falta un repaso, se le veían mucho las
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raíces oscuras.
Yo no podía quitarle la vista de encima. Los pezones se le
transparentaban a través de la tela. Él se dio cuenta.
—¿Quieres que te las enseñe?
—¿El qué?
—Las tetas.
—¡Ay, sí!
Se estiró la blusa hacia delante y metí la nariz dentro de su
escote. Vi dos pechos perfectos, pequeños y duros, que terminaban
en punta. Debía de estar estrenándolos todavía. Tuve ganas de
tocarlos, pero no me atreví.
Narrativa Española Siglo XX
Cuando tuvo la carta en la mano, dejó de hablar y la estudió
detenidamente. Luego, con una voz especial, melosa y dulce, tremendamente femenina, miró a Pablo y preguntó.
—¿Puedo pedir angulas?
Podía pedirlas, y lo hizo.
Comió como una lima, tres platos y dos postres, estaba
muerto de hambre, aunque intentaba disimularlo, sostenía que no
solía comer mucho para guardar la línea, y que se reservaba para
ocasiones especiales como aquélla, pero los hombres habían cambiado mucho, por eso le gustaban tanto las películas antiguas, en
blanco y negro, ahora era distinto, cada vez había menos caballeros dispuestos a pagarle una cena decente a una chica, hablaba y
comía sin parar.
—Impresionante —le dije—. Ya quisieran muchas...
Sobre la mejilla de Pablo empezó a dibujarse una mancha
—Desde luego. ¿Tú quieres? —se dirigía a Pablo.
sonrosada que luego se volvería morada, con rebordes amarillen-
Él negó con la cabeza, se reía y me miraba.
tos y reflejos verdosos.
Ely empezó a contamos su vida, aunque no quiso desvela-
Le había atizado bien.
mos su edad, ni su nombre de pila. Hubiera preferido llamarse
—¡Qué horror, cuánto lo siento! —le acariciaba la cara con
Vanessa, o algo así, pero estaba ya muy visto y había optado por
la mano—. Esto no he conseguido arreglarlo, con las hormonas,
un diminutivo, que quedaba fino. Parecía andaluz, pero era de un
quiero decir...
pueblo de Badajoz, cerca de Medellín. Tierra de conquistadores,
dijo, guiñándome un ojo.
—No importa —Pablo se dejaba acariciar, por no rechazarlo. Era siempre así, con las extrañas criaturas que iba recogiendo
182
por la calle.
Entonces, Ely dio un brinco y se le ocurrió que para celebrarlo podíamos terminar en la cama, gratis, claro.
Pablo le dijo que no. El insistió y Pablo volvió a rechazarle.
—Bueno, pues por lo menos déjame que te la chupe... Podemos hacerlo en el coche mismo, no es muy romántico pero estoy
acostumbrada...
Yo me reía a carcajadas. Pablo no, se limitaba a mover la cabeza. Ely sonreía.
—Este chico es muy clásico —me hablaba a mí.
—Sí, qué le vamos a hacer... —decidí pasarme al enemigo—
. ¡Anímate Pablo, vamos! Hay que probarlo todo en esta vida —
me volví hacia el solicitante—, te advierto que es una pena, tiene
una buena pieza...
—¡Ahg, por Dios!
Echó todo el cuerpo hacia atrás, ahuecándose la melena con
la mano, exageraba todos sus gestos, ahora se estaba haciendo la
loca, deliberadamente. Era muy divertido.
—¡Por Dios, déjate! —fingía desesperación, aunque también
él se reía ruidosamente—. ¡Pero qué más te da! Si no te voy a
hacer nada raro, te lo juro, en la boca solamente tengo lengua y
Narrativa Española Siglo XX
dientes, como todo el mundo. ¡Déjate, déjate! ¡Oh, qué país éste!
Vamos, te pagaré la cena, y te gustará, soy muy buena...
Estábamos chillando, armando un escándalo considerable.
Nos trajeron la cuenta sin haberla pedido. Pablo pagó y salimos a
la calle.
Nos pidió que le dejáramos donde le habíamos cogido. Era
pronto, podía ligar todavía, dijo, pero durante el camino siguió
dando la lata sin parar. Había bebido bastante. Nosotros también.
Yo dudaba.
Ignoraba si me estaría permitido hacerlo o no, no quería pasarme de la raya. En realidad, no sabía dónde estaba la raya. A él
parecía divertirle todo lo que yo hacía, pero debía de existir un
límite, alguna raya, en alguna parte.
Al final, le pedí que parara y me pasé al asiento de atrás.
Preferí no mirarle a la cara. Ely me dejó sitio. Estaba sorprendido.
Me abalancé sobre él y le metí las dos manos en el escote. Levanté
la vista para encontrarme con los ojos de Pablo clavados en el retrovisor. Me estaba mirando, parecía tranquilo, y supuse, me repetí
a mí misma, que eso significaba que la raya estaba todavía lejos.
La carne estaba tan dura que casi se podían notar las bolas,
las dos bolas que debía de llevar dentro. Le estrujaba y le amasaba
las tetas, estirándole los pezones y lamentando, en algún lugar
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recóndito, no tener las uñas largas, para clavárselas y marcarle con
Narrativa Española Siglo XX
que siguiera, que iríamos a tomar la última a un bar que él conoc-
su propia sangre.
ía, y le dio una dirección.
Aquel ser híbrido, quirúrgico, me inspiraba una rara violencia.
Pablo arrancó. Ely siguió comportándose de una forma extraña. Me acariciaba los muslos. Yo también llevaba falda, una
Me dio un beso en la mejilla pero aparté la cara. Nunca he
sido tan considerada como Pablo y no quería besos de él. Le puse
la mano en la entrepierna. Estaba empalmado. No me pareció
lógico. Pablo seguía inmóvil, mirándonos por el retrovisor a la luz
lechosa de las farolas. Volví a tocarle. Estaba empalmado, desde
luego. Entonces le levanté la blusa y me metí una de sus tetas en la
boca sin apartar la mano. Era monstruoso.
falda larga, blanca, de verano. El sí me metió la mano por debajo,
me la metió hasta el final, y noté sus uñas, primero dos, luego tres
dedos, dentro, haciendo fuerza contra el fondo, moviéndose hacia
delante y hacia atrás, despacio al principio, luego cada vez más
deprisa, más deprisa, me cortaban la respiración, sus dedos, y le
escuchaba, hablaba con Pablo —esta tía es una zorra—, él se reía,
—te va a costar la salud, seguir con esta tía—, mientras yo permanecía colgada de su teta, ya me dolía el cuello por la postura, tanto
Me colgué de su teta, la besaba, la chupaba, la mordía y
tiempo, pero seguía colgada de él, balanceándome contra su mano,
movía la mano sobre él, le frotaba a través del plástico azul, tan
y él me clavaba los dedos, las uñas, hablando sin alterarse, como si
arremangado sobre sus muslos que rozaba el borde con la muñeca,
estuviera en la peluquería —deberías probar con una de nosotras,
y le notaba crecer.
en serio, nos conformamos con mucho menos, nosotras—, hasta
Me cogió la mano e intentó llevarla debajo de la falda, pero
no le dejé, no tenía ganas.
—Eres una mujer de carácter, ¿eh?
que me corrí.
Debíamos llevar un buen rato parados. Cuando abrí los ojos,
vi los de Pablo, vuelto hacia mí, que me miraban. Luego abrió la
puerta y salió.
Le pegué un mordisco en el pezón que le hizo chillar. Estaba
como loca.
Caminamos en fila india, Pablo delante, Ely detrás y yo en
medio. Estábamos en un barrio caro, moderno y elegante, que de
El empezó a sobarme las tetas, mis propias tetas, mucho más
noche se poblaba de putas caras, modernas y elegantes. Resultaba
grandes que las suyas, por encima de la camiseta, y le dijo a Pablo
difícil imaginar que un travesti callejero se moviera mucho por allí.
184
Llamó con los nudillos a una puerta de madera, de estilo
castellano, con cuarterones. Se abrió una ventanita y asomó la cara
de un tío. Empezaron a hablar. No vi lo que pasaba porque Pablo
me había abrazado y me besaba en la mitad de la acera.
Narrativa Española Siglo XX
—Sí, sí, sí. sí —movía los ojos y los labios a la vez—, entonces dos botellas, una de cada...
Pablo estaba parapetado detrás de mí, me abrazaba así muchas veces, me rodeaba la cintura con su brazo izquierdo, me aca-
Ely le preguntó si le quedaba dinero, nos había salido por un
riciaba el pecho con la otra mano y me frotaba la nariz contra la
pico la cena, con todo lo que había comido. Pablo movió afirmati-
nuca, repitiéndome al oído una de las frases favoritas de mi madre.
vamente la cabeza, sin sacarme la lengua de la boca, tenía dinero,
la sentencia fulminante, definitiva, con la que daba por concluidas
en momentos como aquél siempre tenía dinero.
todas las broncas en tiempos.
Se abrió la puerta y entramos. Aquello no era un bar propiamente dicho, había una especie de vestibulito, un mostrador
diminuto, como en algunos restaurantes chinos y una puerta con
un cristal que daba a un pasillo, un pasillo largo, forrado de moqueta verde tono relajante, con puertas a los lados, un pasillo que
terminaba bruscamente, y no llevaba a ninguna parte.
—¿Qué vamos a beber? —Ely había recuperado la compostura, aunque llevaba la blusa desabrochada. Hablaba con tono de
anfitriona elegante.
—Ginebra.
—¡Ay, no!, ginebra no, qué horror, champán.
—Tú acabarás en el arroyo...
El hombre que había hablado con Ely colocó dos botellas y
tres vasos en una bandeja de metal y comenzó a andar por delante
de nosotros. Abrió la tercera puerta a la derecha, depositó las bebidas en una mesa pequeña y baja, con superficie de cristal, y desapareció.
Estábamos en un cuarto bastante pequeño y completamente
ciego. El respaldo de un banco muy ancho, de aspecto mullido,
tapizado de un terciopelo azul eléctrico que se daba patadas con el
verde de la moqueta, corría a lo largo de una de las paredes. Alrededor de la mesa, cuatro taburetes tapizados con la misma tela
completaban el mobiliario con excepción de un buró, un buró bas-
—No me gusta el champán —era verdad, no le gustaba, y a
tante feo, de madera, con puerta de persiana, que estaba adosado a
mí tampoco, me había acostumbrado a beber ginebra sola, como
una esquina, un buró completamente vacío —registré a conciencia
él—, pero tú puedes tomarlo si quieres.
todos los cajones—, que no pintaba nada en aquel sitio. No había
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ninguna silla.
Nos sentamos en el banco, los tres, Pablo en medio. Ely se
puso serio, dejó de hablar. Un espejo muy grande, situado exactamente enfrente de nosotros, nos devolvía una imagen casi ridícula.
Ely miraba hacia abajo, Pablo fumaba, siguiendo el humo con los
Narrativa Española Siglo XX
turbable, como si la cosa no fuera con él.
Cuando el silencio se me hizo insostenible, me acerqué a su
cara y le dije al oído que hiciera algo, cualquier cosa.
Me respondió con una carcajada sonora.
ojos, y yo miraba al frente, estaba preocupada de repente, no sabía
—No querida, la que tiene que hacer algo eres tú, tú te has
cómo iba a terminar todo aquello, hasta que empecé a reírme, a
montado todo esto, tú solita, yo me he limitado a invitar a tu ami-
reírme estruendosamente yo sola, una risa incontenible, Pablo me
ga a cenar...
preguntó qué me pasaba y a duras penas pude articular una res-
Ely me miró. Estaba perplejo.
puesta.
Yo no. Yo había comprendido perfectamente.
—Parece que estamos en la sala de espera de un dentista...
Le miré un momento. No parecía enfadado conmigo, si acaMi comentario aflojó momentáneamente la tensión, y los
so sorprendido.
dos rieron conmigo. Ely volvió a parlotear y descorchó el champán
con muchos ioh¡ y estrépito. Se sirvió una copa, se la bebió y se
Me arrodillé delante de él con las piernas muy juntas, me
volvió a callar. Pablo también callaba, me miraba con una expre-
senté sobre mis talones y le desabroché él cinturón. Le miré. Me
sión divertida, casi sonriente, pero sin despegar los labios.
sonrió. Me daba permiso. Seguí adelante y miré a Ely, que se había
inclinado hacia mí, pero él no me miraba, tenía los ojos fijos en los
La verdad es que yo había supuesto desde el principio que él
movimientos de mis manos.
haría algo, él siempre solía dirigir la situación en casos como éste,
pero aquella vez no parecía dispuesto a mover un dedo, y al rato
Mientras, yo trataba torpemente de analizar la repentina im-
volvimos a estar los tres quietos y callados, como en la sala de
pasibilidad de Pablo. Antes, durante la cena, había rechazado a
espera de un dentista, yo cada vez más nerviosa, Ely cortado, y
Ely varias veces seguidas, le había rechazado de plano, me había
supongo que cabreado, debía estar pensando que le habíamos lle-
sentido incluso un poco avergonzada de su inflexibilidad, de sus
vado, que le había llevado yo hasta allí para nada, y Pablo imper-
tajantes negativas de machito, estirado en la silla, hacia atrás, mo186
viendo la cabeza solamente, no, sin ninguna broma, ni un comen-
Narrativa Española Siglo XX
silencio pero él se negaba a mirarme, Pablo había desaparecido,
tario jocoso, simplemente no, un no mudo, no quiero.
ocurría a veces, nunca desaparecía completamente, una sola pala-
Ahora, en cambio, se dejaba hacer.
Lo cierto es que era yo quien actuaba, Ely no se había movido de su sitio, pero éramos tres.
Quizás no fuera la primera vez. A lo mejor se había acostado alguna vez con un hombre. A lo mejor muchas veces. A lo peor
con mi hermano.
bra suya habría bastado para trastocarlo todo, pero desaparecía, y
yo seguía mirando a Ely y se lo repetía en silencio, mírame, hace
lo que yo quiero, y sabía que no era exactamente así, aquello no
era verdad, pero la verdad también desaparecía, y yo seguía pensando lo mismo, y era agradable, me sentía alguien, segura, en
momentos como ése, era curioso, tomaba conciencia de mi auténtica relación con él cuando había alguien más delante, entonces él
siempre me distinguía, y yo comprendía que estaba enamorado de
Marcelo y Pablo en una cama de matrimonio, desnudos,
besándose en la boca...
Era divertido, supongo que debería haberme parecido horrible pero me pareció divertido, sonreí para mis adentros y decidí no
pensar en más tonterías.
Ely no se había movido ni un milímetro cuando volví a mirarle, con la polla de Pablo en la mano ya.
mí, y lo encontraba justo, lógico, algo que casi nunca ocurría
cuando estábamos solos, aunque él se comportara igual, porque yo
recelaba siempre, le seguía encontrando demasiado hermoso, demasiado grande y sabio, demasiado para mí.
Le amaba demasiado. Siempre le he amado demasiado, supongo.
Me metí su polla en la boca y empecé a desnudarle. Nunca
Sacudí los hombros hacia atrás, me erguí todo lo que pude,
le ha gustado follar vestido. Le quité los zapatos, uno con cada
levanté la cabeza y dejé caer la mano izquierda sobre mi falda
mano, y los calcetines, mientras movía los labios aplicadamente,
blanca, esparcida sobre el suelo. Trataba de adoptar una actitud
con los ojos cerrados. Le puse las manos en las caderas y se irguió
sumisa y digna a la vez, mirando a Ely a los ojos, con el sexo de
levemente, lo justo para que yo pudiera tirar de sus pantalones
Pablo en la mano, los fantasmas se habían disipado, estaba segura
hacia abajo. Después con las manos libres otra vez, me volqué
de que nunca le habían gustado los hombres, le gustaba yo, míra-
encima de él, superada ya cualquier pretensión de componer una
me, es mío, hace lo que yo quiero, y yo le quiero, le hablaba en
grácil figura de tanagra adolescente, un objetivo por otra parte
187
muy superior a mis capacidades de gracilidad, que son nulas, y me
Narrativa Española Siglo XX
hacerla correr sobre mi boca, moviendo los labios cada vez más
concentré en hacerle una mamada de nota, tenía que ser de nota,
deprisa, como si me lavara los dientes con ella, hasta que me dolió
porque quería que Ely me viera.
el cuello, y empezó a quemarme la oreja, comprimida contra el
Cuando consideré que ya había sacado a relucir habilidades
suficientes como para infundir el debido respeto, cuando, después
de habérsela chupado, mordido, besado y frotado contra mis labios
y mis mejillas, toda mi cara, me la tragué entera y aguanté con ella
dentro un buen rato, que mi trabajo me había costado aprender,
aprender a engullirla toda, a mantenerla toda dentro de mi boca,
presionando contra el paladar, engordando contra mi lengua,
cuando por fin la devolví a la luz, morada ya, tumefacta y pringosa, dura, y escuché a Pablo, sus ruidos adorables, la respiración
frágil, y miré a Ely, y vi que por fin él me devolvía la mirada, y me
miraba a los ojos, con la boca entreabierta, le hice una señal con la
cabeza y le sugerí que se uniera a la fiesta.
Podría haberse tirado sobre Pablo sin levantarse del asiento,
pero prefirió arrodillarse a mi lado.
Siempre ha sido un esteta.
hombro, sólo entonces se la acerqué a la boca a él, que estaba a mi
lado, la dirigí con la mano hasta colocársela encima de los labios,
la besó, pero apenas la rozó me la llevé, para acercársela otra vez,
y ver cómo la lamía, con toda la lengua fuera, y entonces saqué mi
propia lengua, para lamerla yo, y se la pasé de nuevo, estuvimos
así un buen rato, hasta que él la atrapó con los labios y ya no me
atreví a tirar, fui yo hacia ella y empezamos a chuparla entre los
dos, cada uno por una cara, cada uno a su aire, era imposible ponerse de acuerdo con Ely, era una loca hasta para eso, cambiaba de
ritmo cada dos por tres, de forma que decidí comérmela, comérmela yo sola, un ratito, y luego se la ofrecí a él, yo la seguía
sujetando con la mano, y él mamaba, me encantaba verle, los pelos
teñidos, la barra de labios, rojo escarlata, corrida por toda la cara,
la nuez moviéndose en medio de su garganta, come hijo mío,
aliméntate, pero no abuses, y presionaba con la mano hacia arriba
hasta que le obligaba a abandonar, y volvía a tragármela, la tenía
un rato dentro y se la volvía a meter en la boca, ya no se la pasaba,
Yo no la había soltado, mantenía la polla de Pablo firmemente sujeta con la mano derecha y no permití que mi nuevo
se la metía en la boca yo directamente, quería verle, ver cómo se le
ahuecaban las mejillas, cómo mamaba de un hombre como él.
acompañante la tocara siquiera. Yo decidiría cuándo le correspondía o no entrar en el juego. Era mía, y por eso la recorrí nuevamente con la lengua, de abajo arriba, y torcí la cabeza, para
Me aparté un momento, sin soltar todavía mi presa, para mirarle. Miré a Pablo también, pero él no podía verme, tenía los ojos
188
fijos en algún punto del techo. La expresión de su cara me llevó a
Narrativa Española Siglo XX
bruscamente hasta colocarme enfrente de él, me soltó un momen-
pesar que Ely se hacía propaganda justamente, parecía muy bueno,
to para romperme las bragas, estirando la goma con la manos, y
muy buena, como él decía. Decidí dejarle el campo libre, después
me obligó a montarle.
de todo. Aflojé la mano poco a poco, hasta desprenderla por completo. Me tiré en el suelo y, apoyada sobre un codo, me dediqué a
mordisquear los huevos de Pablo. Antes de empezar, miré un segundo a mi izquierda.
Ely se estaba masturbando.
Le rodeé el cuello con los brazos y comencé a subir y bajar
sobre él.
Siempre que lo hacíamos así me acordaba de cuando mucho
tiempo atrás, a mis cinco, a mis siete, a mis nueve años, tras rogárselo yo machaconamente horas y horas, me sentaba encima de sus
Debajo de la falda azul, empuñaba con su mano izquierda
rodillas, me cogía por las muñecas y me atraía hacia sí primero,
un pene pequeño, blancuzco y blando. Me estaba preguntando si
dejándome caer luego, hasta que mi cabeza rozaba el suelo,
sus tetas tendrían algo que ver con el penoso aspecto que ofrecía
aserrín, aserrán, los maderos de San Juan, los del rey, sierran bien,
aquella especie de apéndice enfermizo cuando los muslos de Pablo
los de la reina, también, la última vez que lo hicimos yo tenía casi
temblaron una vez.
catorce años, y él veinticinco, no había nadie en el cuarto de Mar-
Me incorporé inmediatamente. Quería ver cómo se corría en
su boca. Me coloqué a su lado, una rodilla clavada en el banco, el
otro pie en el suelo, me veía en el espejo, de perfil, veía su cabeza
encajada entre mis pechos y mi barbilla. Tomé su rostro con una
mano y me incliné hacia él. Le besé, movía la lengua dentro de su
boca mientras saboreaba anticipadamente el momento de volverme hacia Ely, sumido allí abajo, en el suelo, y empezar a dar órde-
celo, él estaba sentado en la cama, y yo se lo pedí, y me contestó
que no, que ya era muy mayor para jugar a esas cosas, y yo insistí,
la última vez, por favor, la última vez, y accedió, pesas mucho ya,
aserrín, aserrán, y aquella vez fue muy largo, duró mucho tiempo,
y cuando terminamos yo estaba mojada y él tenía algo duro, inhabitual, debajo de los vaqueros, aquélla iba a ser la última vez,
pero fue la primera.
nes, a chillarle, trágatelo todo, perro, trágatelo, pero aquel momen-
Se lo repetía muy bajito, aserrín, aserrán, los maderos de
to no llegaría nunca, le abofetearía si una sola gota se quedaba
San Juan, al oído, mientras bajaba y subía encima de él. Me le-
fuera, pero nunca lo haría, porque Pablo me cogió por sorpresa,
vantó completamente la falda por detrás y me cubrió la cabeza con
me izó de repente por debajo de la rodilla izquierda, me hizo girar
ella, el borde me rozaba la frente, me asió firmemente por la cintu189
ra y me chupó los pezones por encima de la camiseta de algodón,
Narrativa Española Siglo XX
me dejé ir, para que él, tres o cuatro empellones más, agónicos y
hasta dejar una gran mancha húmeda alrededor de cada pezón.
brutales, los últimos, me triturara por fin la nuca, me la rompiera
Apenas un instante después, todas las cosas comenzaron a
vacilar a mi alrededor. Pablo se apoderaba de mí, su sexo se convertía en una parte de mi cuerpo, la parte más importante, la única
que era capaz de apreciar, entrando en mí, cada vez un poco más
en millares de pequeños pedacitos blandos, antes de dejarse atrapar él también entre las paredes elásticas de mi sexo, repentinamente autónomo, que estrangularon el suyo más allá de mi propia
voluntad.
adentro, abriéndome y cerrándome en torno suyo al mismo tiem-
Después, consciente de mi incapacidad para hacer otra cosa
po, taladrándome, notaba su presión contra la nuca, como si mis
que no fuera quedarme allí, quieta, tratando de recuperar el con-
vísceras se deshicieran a su paso, y todo lo demás se borraba, mi
trol sobre mí misma, me mantuve inmóvil un buen rato, abrazada
cuerpo, y el suyo, y todo lo demás, por eso tardé tanto en identifi-
a Pablo, colgada de él, echando de menos mi casa, estar en casa,
car el origen de aquellas caricias húmedas que de tanto en tanto
una cama próxima, pero era agradable de todas formas, el calor, el
me rozaban los muslos como por descuido, contactos breves y leví-
roce con su piel todavía caliente.
simos que tras segundos de duda y un instante de estupor me indicaron que Ely seguía allí abajo, clavado de rodillas en el suelo,
lamiendo lo que yo no aprovechaba, meneándose aquella pequeña
picha suya, tan blanca y tan blanda, mientras yo follaba como una
descosida, indiferente a aquel pintoresco animal callejero que, de
espaldas a mí, se cebaba en las sobras de mi banquete particular,
hasta el punto de que había llegado a olvidar por completo su existencia.
Me hubiera gustado verlo, ésa fue la última idea coherente
Él volvía mucho antes que yo, su cuerpo era más obediente
que el mío, y no estábamos en casa, de manera que me besó en los
labios, me levantó un momento para desligar mi sexo del suyo, y
me empujó muy suavemente hacia un lado, para dejarme tumbada
encima del banco.
Me quedé allí un buen rato, encogida, las rodillas apretadas
contra el pecho, los ojos cerrados, mientras él se vestía, y de nuevo
recordé a Ely, que se me había vuelto a olvidar.
que fui capaz de concebir antes de dejarme ir, cuando comencé a
Cruzaron unas pocas palabras en voz baja, una voz que no
sentir los efectos de mis choques con Pablo, cada vez más bruscos,
era la de Pablo musitó una expresión de despedida y escuché el
progresivamente cerca de la cabeza, y ya no pude controlar más,
ruido de una puerta que se cerraba.
190
Me incorporé. Él estaba apoyado contra la pared, los brazos
Narrativa Española Siglo XX
dulzón de la adolescencia. El retrato del abuelo me mostraba a un
cruzados, y sonreía. Me puse de pie para vestirme y me di cuenta
hombre maduro, de edad indefinida, un rostro afinado por arrugas
de que estaba vestida. Mis bragas, rotas, estaban en el suelo. Las
apenas perceptibles que poseía esa severidad que solemos atribuir
cogí, no sé por qué, era indecente ir dejando bragas rotas por ahí, y
a los asesinos y a los ascetas. El brillo acerado de las pupilas, las
las metí en el bolso. Al pasar junto a la mesa me di cuenta de que
finas guías del bigote, el rictus cansino de unos labios que no lo-
la botella de ginebra seguía allí, intacta, ni siquiera habíamos roto
graban encubrir un mensaje de voluptuosidad, todo en él tendía al
el precinto. La cogí, y también la metí en el bolso. No están los
goticismo, a una mitología de hazañas que se estiran hasta el alba
tiempos como para ir dejando botellas llenas y pagadas por ahí.
en medio del desenfreno y la lucidez. Según el testimonio sucinto
Pablo se echó a reír con una risa transparente, sin dobleces, se reía
de mi padre (pero sus palabras estaban manchadas de un tonillo
solamente. No estaba enfadado, y eso me hizo sentirme bien, así
levemente didáctico), el abuelo había malgastado su existencia en
que yo también reí, y salimos juntos, riéndonos, a la calle.
aspiraciones vanas y escándalos gloriosos, y al final había hallado
como único premio a sus excesos el desprecio de sus amigos y la
persecución política (mi padre olvidaba mencionar que el destierro
constituía una moda de la época, tan arraigada como el sombrero
canotier o las virginidades custodiadas hasta el tálamo). El abuelo
acogía desde su retrato los comentarios poco favorables de mi pa-
JUAN MANUEL DE PRADA. SEÑORITAS EN
SEPIA
dre con una sombra de resignación, sus labios parecían esbozar
una sonrisa cómplice, y entonces mi imaginación se alzaba sobre
las frases denigrantes y acompañaba al abuelo en su peregrinar por
El retrato del abuelo nos contemplaba desde la penumbra
del vestíbulo, envuelto en un halo de irrealidad, y su figura se evocaba en las sobremesas, entre susurros, con una mezcla de orgullo
y contricción: era el antepasado ilustre y pecaminoso de nuestra
familia, el héroe libertino cuyos episodios poblaban mis noches, la
soledad lírica de mis noches, perfumadas todavía por ese aroma
Europa, a través de un torbellino de placeres e intrigas. En mis
ensoñaciones, el abuelo era siempre un hombre lleno de ingenio y
frivolidad, un señorito perdis que competía en elocuencia con los
seductores más conspicuos y que vivía pasiones y simulacros de
pasión, en una atmósfera de conspiradores y estraperlistas. El
abuelo trascendía la quietud del retrato, esa rigidez sepia del da191
guerrotipo, para elevarse al reino de las metáforas, náufrago en mil
Narrativa Española Siglo XX
hogar conyugal y se hunde en el torbellino de los arrabales. De las
peripecias, triunfador en mil duelos, amante que se pierde entre
casi cuarenta novelas solo habían sobrevivido a los avatares del
pieles jóvenes y etéreos vestidos, hombre que asiste impasible al
tiempo y a las pesquisas inquisitoriales cuatro volúmenes rústicos,
crepúsculo de los hombres y de los dioses. Así imaginaba yo al
desvencijados, de páginas amarillentas e ilustraciones que imita-
abuelo.
ban la frivolidad cosmopolita de un Penagos. Los títulos parodia-
Una imagen llena de arrebato que luego tendría que modificar, cuando hallé en su biblioteca aquella anotación marginal a un
soneto de Garcilaso. La biblioteca del abuelo, famosa en su época
por la profusión de libros prohibidos o sonrojantes, había sido
concienzudamente esquilmada por las autoridades civiles y eclesiásticas, mientras el abuelo escapaba hacia los Pirineos, fustigado
por una pragmática que decretaba la prisión para los pornógrafos y
los propagadores de literatura scialíptica. En su juventud, el abuelo
había invertido sus ahorros en la compra de una imprenta, con la
intención de publicar sus propios libros: escribió cerca de cuarenta
novelas ligeras, sin grandes lucubraciones metafísicas, que versaban sobre las distintas perversiones sexuales: masoquismo, excrementos, fetiches... todas las aberraciones de la naturaleza tenían
cabida en las novelas del abuelo. Se trataba de ediciones clandestinas, por supuesto, con tiradas de unos quinientos ejemplares, adquiridos previamente por un grupo de suscriptores que los recibían
ban algunas zarzuelas de perdurable celebridad: La del manojo de
látigos, La vagina de la Paloma, A la vejez sodomía, La meona de
Lavapiés. En esta última, única que había podido leer a escondidas
de mi padre, se veía en la portada a una señorita muy estilizada,
haciéndose la toilette, a la vez que orinaba sobre la boca de un
lechuguino que, arrodillado, le rendía pleitesía. La novela comenzaba así: «Mi amada se encontraba a horcajadas, con las piernas
abiertas y las faldas cuidadosamente recogidas. Pude divisar dos
labios húmedos similares a dos almejas rosadas que, al abrirse
voluptuosamente, descubren un recipiente de coral. El torrente
brotó después de algunos esfuerzos, y yo saboreé con delectación
morosa el líquido amarillo que golpeaba en mi garganta y la llenaba con un sabor deliciosamente acre». El resto del libro consistía
en una enumeración prolija de circunstancias anatómicas y contingencias del aparato excretor que hacía imposible el consuelo
erótico.
en su domicilio, en medio de la más absoluta discreción. El es-
Entre los escasos volúmenes que la mano secular había res-
quema argumental de las novelas no variaba demasiado: aristócra-
petado en la biblioteca del abuelo se hallaba un tomito encuader-
ta viciosillo, rehén de todas las depravaciones, que abandona el
nado en piel con las obras de Garcilaso; en aquel famoso soneto
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que comienza «A Dafne ya los brazos le crecían... », y que ilustra
Narrativa Española Siglo XX
Esta revelación, lejos de satisfacerme, azuzó mi curiosidad:
la metamorfosis de una ninfa en laurel, para evitar el acoso del
la figura del abuelo, que hasta entonces había constituido una ex-
dios Apolo, que ya estaba a punto de darle alcance, el abuelo había
cusa más o menos explícita para recrear paraísos definitivamente
escrito a pie de página este pequeño escolio: «También yo, durante
perdidos, comenzó a descubrirme artistas y recovecos; el descon-
todos estos años, he perseguido el amor y he creído rozarlo con las
cierto de mis catorce años no bastaba para explicar aquella frase
yemas de los dedos, pero el velo de la carne me ha devuelto a la
(«he perseguido el amor y he creído rozarlo con las yemas de los
cruda realidad, a una carrera en pos de un vago ideal, cruzando
dedos»), aquellas ansias de infinitud, aquella desazón que yo hacía
fronteras y exilios interiores, llorando lágrimas de impotencia y
propia y que poco a poco, se iba metiendo en mi carne y envene-
desazón». La letra era menuda y ojival, y la tinta se volvía por
nando mi inocencia. Quise saber más, quise conocer en qué entre-
momentos ilegible, difuminada por una distancia de generaciones.
tenía el abuelo sus vigilias, identificar mi desconcierto con el de un
«¡Oh, miserable estado, oh mal tamaño! ¡Que con lloralla cresca
hombre que había dejado de existir mucho antes de que yo nacie-
cada día / la causa y la razón por que lloraba!», concluía Garcila-
ra, y que, sin embargo, se prolongaba en mí. Los catorce años son
so, y fue en ese momento, al leer el soneto y el comentario del
una edad proclive a hacerse preguntas, un terreno abonado para la
abuelo, cuando se desmoronó aquella imagen tributaria del error
duda y la desazón («llorando lágrimas de desazón», había escrito
que yo había erigido: ya no volví a situar a mi antepasado en salo-
el abuelo).
nes frecuentados por la alta sociedad, sino en la intimidad de una
alcoba, despojado de disfraces y fingimientos, llorando como Apolo la imposibilidad del amor, su mirada de pupilas aceradas concentrada en el suelo, sus facciones afinadas por un fuego que arde
—¿Tu abuelo? Era un profesional de la pornografía. En el
desván montó un pequeño estudio fotográfico; todavía debe de
andar por allí su vieja cámara, un armatoste inservible.
sin llama, como una hoguera avivada en las fraguas del grito. El
Mi padre se refería al abuelo sin nostalgia, entre el hastío y
abuelo dejó de simbolizar los afanes mundanos, o, mejor dicho,
la indiferencia, y le sorprendía (pero era una sorpresa que no lo-
siguió simbolizándolos, pero teñidos de cinismo y desencanto.
graba sobreponerse a su apatía) mi interés por el pasado, un pasa-
Cruzando fronteras y exilios interiores, así lo imaginaba, explo-
do que para él no tenía otra utilidad que la meramente decorativa.
rando en cada rostro en cada gesto femenino, el destello de un
La vieja cámara del abuelo estaba, en efecto, en el desván, espe-
amor que se escapa como arena entre los intersticios de los dedos.
rando que alguien la rescatara del polvo y la desidia, aguardando
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en un rincón la mano que le sacudiera el sopor de los años, con su
Narrativa Española Siglo XX
(por lo general tan descabelladas como las mías) se revestían con
trípode, su fuelle de cuero, el marco del chasis donde se colocaban
ese vago prestigio que otorgan la experiencia y el ardor. Iñaki vivía
las placas que recogerían una realidad estática pero a la vez cam-
por entonces el despertar de su virilidad, su piel había adoptado un
biante, un fragor sordo de mundos que discurren veloces ante el
tono cobrizo y una sombra de vello que contrastaba con la suavi-
objetivo que los atrapa y los reduce a las dimensiones exiguas del
dad enclenque de la mía, y su voz ya resonaba con el hierro y la
papel.
blasfemia, formas de osadía que yo creía reservadas a los mayores.
Imaginé al abuelo parapetado detrás de la cámara, aquel
armatoste inservible, procurando extraer el secreto de las cosas,
intentando acallar su desazón a través de un oficio que era crónica
de la realidad y búsqueda de belleza, exilio interior a través de
imágenes que quedan congeladas para una posteridad incierta.
Parapetado yo también detrás de la cámara, espiaba el ayer tan
Iñaki me había introducido en los misterios del tabaco y la masturbación, en ese reino de humo azul y éxtasis que, una vez conquistado, me arrastraba por los meandros del remordimiento. Iñaki presenciaba mis balbuceos y escaramuzas hacia el pecado con la
sonrisa del guía experto que ya ha regresado pero que aún tiene
ganas de volver, preferiblemente acompañado.
lejano, la memoria de un hombre que ahora regresaba de una re-
—Pues claro, si tu abuelo era un personaje célebre. En mi
gión remota para adiestrarme en la inquietud y el desconcierto.
casa hay una caja llena de tarjetas guarras firmadas por él. Mis
Quise saber más, quise recomponer el rompecabezas de una vida
padres las esconden pero yo ya tengo aprendidos todos los escon-
ya vivida y clausurada, pero que todavía daba sus últimos coleta-
drijos.
zos a través de una cámara que transfiguraba los objetos y los envolvía con una luz no usada.
Una tarde bajamos a la playa, y ocultos entre las rocas examinamos las fotos. Iñaki me las iba pasando con morbosidad, y yo
Quería saber, y no vacilé en compartir lo poco que sabía o
las recibía con un temblor oscuro y virginal, como trofeos de una
sospechaba con Iñaki, mi único amigo en aquella edad sin amigos
cacería irrepetible. Iñaki guardaba las fotos (él no las llamaba fo-
ni confidencias. Iñaki era mayor que yo, apenas un par de años
tos, las llamaba tarjetas o estampas, en un intento de dignificarlas)
que parecían un par de siglos, una barrera inexpugnable que sepa-
en una caja de lata que antaño había guardado sobres de manzani-
raba la astucia del candor, el magisterio del aprendizaje. Iñaki
lla, una cajita desvencijada y salpicada de herrumbre de la que iba
ejercía sobre mí una especie de jefatura espiritual, sus opiniones
extrayendo imágenes cada vez más obscenas, mujeres que al prin194
cipio velaban su desnudez entre gasas y tules, pero que enseguida
Narrativa Española Siglo XX
abiertas, rebosantes y húmedas, en el catálogo de lencería oculta
descubrían la rotundidad de los senos, las axilas intensas y negrí-
entre los repliegues de la carne. Iñaki se desabotonaba la bragueta
simas como sus pubis, los labios carnosos y entreabiertos, la triste-
y se masturbaba con una tristeza que podría calificarse de vesper-
za lánguida y sepia de la desnudez, una picardía sórdida, pero
tina, con una exaltación fingida, frenético de impotencia o hastío,
sobre todo triste, de mujeres solas ante la cámara, culos muy re-
sucio como un doncel que ha renegado de su virginidad. Iñaki se
dondos ensayando posturas grotescas, señoritas de mirada ciega
masturbaba murmurando exabruptos, rodeado de las fotografías
mirando hacia el objetivo, asomando una lengua entre las comisu-
del abuelo, aquel álbum de pornografía doméstica, se masturbaba
ras de los labios, una lengua que no se sabe si murmura impudicias
con el ensañamiento de un visionario con una obcecación chaba-
o resuelve problemas de álgebra, y el esplendor de los cuerpos, el
cana y salvaje, rindiendo un homenaje cochambroso a las modelos
hastío de los cuerpos abiertos como flores ajadas, en una parodia
que se revolcaban por los salones de un palacio artificial, absortas
del amor. Había también fotografías de parejas que fornicaban con
en su fotogenia y en el esplendor redondo de sus muslos.
desesperación o cansancio, y era su lucha una lucha de clases en la
cual el señorito ataviado de esmoquin penetraba a la cocinera sobre el fogón, o la dama llena de melindres y corpiños sucumbía
ante el empuje de su chófer. Iñaki, de vez en cuando, me obligaba
a reparar en detalles patéticos: la mujer que simula un orgasmo
que más bien parece una plegaria, la violencia de los genitales mitigada por el virado en sepia.
—Qué te parece tu abuelito. Menudo pícaro, eh.
Y mientras hojeaba las fotos, tan exhaustivas en su repertorio de posturas y cochinadas, acariciaba aquel escaparate de muñequitas lascivas, y se las imaginaba preparadas para un amor
mercenario, para la higiene rápida de los retretes y las tardes con
olor a lluvia y a pecado, y se perdía entre la profusión de mujeres
Una ráfaga de viento silbó entre las rocas y penetró en la
cueva con un frío de cuchilla. Se oía el rumor de las olas como una
cadencia inofensiva, agua resbalando sobre una superficie de arena, espuma que estalla entre las piedras y que muere convertida
otra vez en agua. Con una mezcla de zozobra y espanto descubrí
que todas las fotos tenían un elemento común: detrás de la carne
crispada, detrás de las acrobacias de piel y sexo, había un tapiz
deshilachado que mostraba a un hombre en cuclillas, aferrándose a
un cuerpo cuyos cabellos ya eran hojas de laurel, cuyos miembros
ya eran áspera corteza, cuyos pies ya se hincaban en el suelo y en
torcidas raíces se volvían. Apolo lloraba lágrimas de impotencia,
su brazo se alargaba hacia Dafne, que ya no era Dafne sino un
árbol sin vida y sin sangre en las venas. Comprendí el sarcasmo de
195
aquellas fotos, su mensaje desolado de miembros que desfallecen
Narrativa Española Siglo XX
habíamos aprendido a preparar la emulsión de bromuro y a disol-
sobre un fondo de pasiones insatisfechas; comprendí la paradoja
ver en ella el nitrato de plata que nos iba a permitir obtener foto-
de un hombre que asiste a la pantomima del amor, que halla, in-
grafías como las del abuelo. Convencimos a Sofía, una chica ato-
cluso, cierto placer en retratar el amor mercenario con el que luego
londrada a la que ambos habíamos amado en soledad, para que
hablaba de la imposibilidad de ir más allá de ese velo de carne.
posase ante la cámara, ligera de ropa y en actitud insinuante.
Comprendí, creo que definitivamente, la vocación platónica de mi
abuelo, ese exilio del alma que lo había conducido al exilio geográfico, a un vagabundeo a través de Europa en pos de vagos ideales.
Iñaki ya había llegado al orgasmo y aguardaba expectante mi veredicto; sus ojos tenían un brillo especial —no sé si maligno—
sobre la noche que ya se cernía a lo lejos.
—Vamos, di algo. Qué opinas de las estampitas. Había un
vestigio de premura y temor en sus palabras. El crepúsculo incendiaba el aire y envolvía de bronce su piel, pero también la mía, por
primera vez mi piel era experta y joven como la suya. Miré a Iñaki
con fijeza, y mi voz sonó a hierro y blasfemia: el aprendizaje había
concluido.
—No te preocupes, Sofía: estamos haciendo retratos artísticos. Quién sabe, a lo mejor algún director de cine los ve y te contrata para hacer películas.
Teníamos que inventar mentiras piadosas para vencer sus reticencias. Sofía tenía cabellos que al oro oscurecían, igual que la
Dafne de Garcilaso, unos cabellos que creaban efectos de luz, y
una mirada tierna y envilecida a la vez que revestía las fotografías
de una extraña autenticidad. Pasábamos horas y horas ensayando
posturas, ángulos inverosímiles que la cámara recogía con frialdad
y displicencia. Sofía aparecía en las fotos con vestidos vaporosos
arremangados hasta la cintura, con escotes de encaje que mostraban, como por descuido, un seno de perversa blancura. Sofía se
—Opino que están fenomenal. Qué te parece si seguimos el
tumbaba en un diván, se recostaba en la pared o se arrastraba por
ejemplo de mi abuelo y nos dedicamos a fotografiar mujeres des-
el suelo, obedeciendo las indicaciones de Iñaki, y yo espiaba sus
nudas.
movimientos a través de la cámara que más tarde nos la devolvería
Sentí que el alivio ensanchaba mi pecho (mi pecho creciendo por encima de los pulmones, mi pecho creciendo por encima de
los huesos y de la infancia) cuando Iñaki cabeceó en señal de sumisión. En menos de una semana ya sabíamos manejar la cámara,
en una tonalidad sepia, como un anacronismo o una reliquia sucia. Sofía fue aprendiendo a posar con la práctica diaria, pronto
dejó de necesitar nuestros consejos, y la cámara se convirtió en
una caricia sobre su piel, una mirada neutra y sin matices que
196
acogía el regalo de su anatomía, centímetro a centímetro, el atre-
Narrativa Española Siglo XX
íamos al desvelamiento de las fotos: Sofía aparecía paulatinamente
vido pudor de sus manos apartando la tela enojosa, la sabiduría de
sobre el papel como una presencia ajena que ni siquiera nos roza-
unos dedos que entreabren las puertas y una lengua que asoma
ba, tan lejana como las señoritas retratadas por el abuelo, que per-
entre los labios. La cámara dejaba de ser entonces un armatoste
siguió el amor sin alcanzarlo jamás. Quizá ese había sido su desti-
inservible y se volvía moldeable como la cera, no había rincón que
no: viajar de cuerpo en cuerpo, envuelto en el vacío sepia del fra-
escapase a su escrutinio cruel. Iñaki y yo permanecíamos como
caso. Quizá ese iba a ser también mi destino.
testigos mudos o convidados de piedra en una ceremonia que no
comprendíamos; Sofia sonreía y nos animaba a repetir la sesión,
una y otra vez su cuerpo se mostraba desvalido ante el ojo de cristal de la cámara.
—Sofía, quítate las bragas.
Y Sofía se quitaba las bragas con lentitud, haciendo con ellas
un gurruño que se enredaba en la superficie escurrida de sus muslos, y las lanzaba al aire, con tanta precisión que caían sobre el
fuelle de la cámara, dificultando mi trabajo. Las bragas de Sofía
tenían un perfume penetrante, una mancha alargada en mitad de
la entrepierna, una estela de un amarillo confuso que me traía toda
la fertilidad precoz de la niña, todo el esplendor sucio de la mujer
que ya pronto sería. Hubiese querido oler, besar, chupar aquellas
bragas.
—Por hoy lo dejamos, Sofía. También hay que descansar un
poco.
Había algo de complacencia canalla en asumir un futuro tan
ingrato, y puesto que yo jugaba a ser canalla no me molesté en
evitarlo. Recuerdo que cierto día bajamos a la playa, para hacer
unas fotos de Sofia sobre los acantilados, revolcándose en la arena,
con el pelo mojado y los pies hundidos entre las olas. Una luz
grisácea se apoderó del paisaje, instalándose de manera subrepticia
hasta inundarlo con un manto de tinieblas. El viento nos sacudió
como un latigazo; los acantilados desplegaban su grandeza de
piedra, y la luna no tardó en aparecer. Ebrios de felicidad, nos
refugiamos en una cueva, con la salmodia del mar al fondo y encendimos una hoguera para que el sueño no nos visitase en medio
del frío. Las horas se desgranaban, una tras otra, entre la exaltación y el tedio, y la risa nos fue dejando una mueca repulsiva en
los labios. Harto de aquella conversación estúpida, fingí que me
vencía el sopor; Iñaki y Sofía se susurraban obscenidades, su voz
era apenas un cuchicheo que sonaba como el crujido de una cucaracha cuando la pisan y que de repente estallaba en una carcajada.
Después, en el laboratorio, enaltecidos por la luz roja, asist-
A mis oídos llegaban frases, retazos de un diálogo intuido sobre el
197
runrún de las olas. Oí a Iñaki reclamar el impuesto de la carne, y a
Narrativa Española Siglo XX
deseo se avivaba, al comprobar que alguien los estaba observando.
Sofia resistirse, en espera de una declaración romántica que la
La cueva tenía un olor vegetal de helechos prehistóricos, sobre las
justificase; oí el forcejeo de sus brazos y sus piernas, las risas que
paredes de roca se amontonaban las lapas, esperando la subida de
ya no eran estallidos sino sofocos, y oí la voz de Iñaki entorpecida
la marea. Me sorprendió la sencillez de los preliminares. Sofía una
por el deseo, farfullando un te quiero que excluía la sinceridad
vez desnuda, adquirió el aire desvalido de una página en blanco o
pero que al fin le abría las puertas del santuario.
una paloma herida.
—Vamos, Sofía desnúdate.
—¿No tienes frío? —le preguntó Iñaki.
La cueva se llenó con una luz de infierno, una especie de luz
—Déjate de sandeces. Ya entraremos en calor, no te preocu-
tabernaria que los acusaba de haber infringido alguna ley desconocida. Iñaki y Sofía se besaban, inmunes al remordimiento, como
aquellos amantes, Pablo Malatesta y Francisca, inmortalizados por
Dante. La cueva los transportaba en su estómago de ballena sin
espinas (aunque, ahora que lo pienso, ninguna ballena tiene espinas), en su morada sombría, asaltada por las olas. Exhalaban una
fragancia con olor a juventud pecaminosa y semen marchito. La
voz de Sofia, fecundada de resonancias, parecía surgida de una
hornacina:
—¿No te importa que nos vea tu amigo?
—Me importa un pito. Venga, no te hagas la estrecha.
Oí los primeros gemidos, el sudor que impregnaba las pieles
cubriéndolas de arena, las palabras inconexas, y tuve que reprimir
las ganas de gritar, de suplicarles que pararan, ahora ya era demasiado tarde, ignorarían mi súplica o simplemente sentirían que su
pes.
Sofia se recostó sobre la pared del fondo, reprimiendo un escalofrío. Imaginé su piel injuriada por las conchas de las lapas, su
piel desnuda acribillada de diminutas abolladuras. Iñaki la tomó
de las nalgas y le tiró del elástico de las bragas; la tela se hundió en
la raja con la facilidad de un cuchillo que penetra en la carne. Sofía
se estremecía a medida que la presión de las bragas en la entrepierna aumentaba; noté que sus pezones se habían erizado.
—Despacio, Iñaki. No tengas prisa —susurró.
Tenía unos senos breves, casi inexistentes, que se podían
abarcar con la boca. Iñaki se amamantó en ellos mientras la levantaba en volandas, tirando del elástico de las bragas. Las costuras
no tardaron en desgarrarse.
—Qué bestia eres, hijo. Me vas a desguazar.
198
Sofia me brindaba la visión de unas nalgas duras, un remanso de carne repartido en dos masas equidistantes y simétricas. La
espalda de Sofia tenía una limpieza de líneas propia de un instrumento musical. Iñaki hurgaba con el dedo índice en la virginidad
intacta de aquellas nalgas, en el orificio fruncido del esfínter, tan
parecido a la boca de una estrella de mar. Sofia, entretanto, examinaba la metamorfosis que se producía en el miembro de Iñaki,
el endurecimiento progresivo de aquel apéndice que al principio
era un colgajo, pero que pronto se convertiría en una sustancia
nudosa, un amasijo de venas y nervios con cierta vocación a la
elipse. El miembro de Iñaki crecía, bajo la mirada atenta de Sofia,
y asomaba el corazón caliente del glande, ese corazón rudimentario, impermeable a las teorías evolutivas, que brotaba por debajo
del prepucio, con su ojo ciego y ciclópeo, esa ranura carmesí que
atisbaba el mundo entre palpitaciones. Sofía le recorrió el miembro
con su lengua párvula, con un atisbo de lengua que se movía entre
el pudor (un falso pudor) y la osadía (una falsa osadía), entre la
rapidez sesgada de un ofidio y la morosidad de un molusco. Sofía
mordisqueaba el miembro de Iñaki, dejando estampado el lacre de
sus incisivos, aquel relieve que parecía un mensaje sobre el pergamino de la piel a punto de reventar. Sofia mordisqueaba los contornos del prepucio, la tirantez del frenillo ávida de sangre, e Iñaki
se dejaba hacer, concentrado en la nada, sintiendo cómo su miembro taponaba la boca de la muchacha y embestía sobre su paladar.
Narrativa Española Siglo XX
—Ahora te toca a ti comerme el coño.
Sofia se despatarró sobre la arena, sobre el agua salada que
formaba charcos en el interior de la cueva, lanzando destellos ondulantes (que eran un remedo de mar) sobre el techo sin estalactitas. El coño de Sofía brillaba en la oscuridad, al final de su vientre,
alumbrando el camino a Iñaki. Sofia acogía entre sus muslos la
cabeza de Iñaki y alargaba un brazo hasta su cuello, obligándolo a
hozar en aquel recipiente estremecido por el placer. Sofia tenía un
perineo breve que pasaba desapercibido entre el esfínter y la hinchazón de la vulva. En el surco de las nalgas le brotaba un sudor
nutritivo, blanquecino como una exudación de esperma. La vulva
de Sofia tenía una textura de labios superpuestos y alojaba un brote tierno, un botón rosa que Iñaki no paraba de zarandear, buscándole un tintineo metálico que nunca se llegaba a producir. La vulva de Sofía cedía ante la labor de zapa a que estaba siendo sometida, y se impregnaba con una saliva fragante, con un líquido salino
que poco a poco la iba empapando. La cueva difuminaba las fronteras de su cuerpo con una luz sepia, una luz de acuario sucio,
donde distintas variedades de peces sobreviven a la desidia copulando entre sí, devorándose los unos a los otros, envueltos en el
lodo de la promiscuidad.
Recordé las fotografías del abuelo, envueltas en otro lodo
similar, el de unos cuerpos que transmitían un mensaje de fracaso
y aburrimiento. El hombre va construyendo coartadas que le ali199
vien el peso del fracaso, subterfugios que dilaten el caos de lo que
Narrativa Española Siglo XX
olas, que restallaban sobre la roca y nos lamían los pies con su
verdaderamente importa.
espuma. Iñaki y Sofia eran ya un solo cuerpo trabado con lenguas,
—Sigue, sigue, por favor. Hasta el final.
pies y brazos, una exaltación de bronce sobre la noche que recriminaba mi cobardía, que me escarnecía y humillaba por no tener
La cueva tenía una miseria de burdel o estación ferroviaria.
valor para intervenir. Agazapado en la arena, sin una cámara que
Iñaki introdujo su dedo pulgar en la vagina. Sofia comenzó a mo-
mirase por mí, presencié aquel espectáculo de fiebre y locura, y
verse con sacudidas intermitentes y violentas. Otros dedos se iban
supe, con una espantosa certidumbre, que también mi existencia,
incorporando a la introspección, rastreando la línea accidentada
al igual que la del abuelo, sería un largo exilio a través de los cuer-
de los labios menores, la cresta oscura del pubis, y Sofía acataba la
pos, un intento de alcanzar el ideal de Dafne, sin poder impedir su
labor con jadeos y onomatopeyas, en un forcejeo que colaboraba y
metamorfosis en laurel. Asistí inerme y derrotado al triunfo de los
consentía.
otros e intuí, de una vez para siempre, que mi destino excluía
—Ahora fóllame.
aquella forma de dicha. Volví la cabeza hacia la playa; una franja
de arena se estiraba hasta el infinito, ansiosa por albergar mis hue-
El techo de la cueva, alumbrado de hongos y remotas fosfo-
llas. Sabía que, si empezaba a correr, los cuerpos de Sofia e Iñaki
rescencias, amenazaba con desplomarse de un momento a otro,
adoptarían una tonalidad sepia, pero también sabía que si perma-
aprisionándonos en un cementerio de mar estancado. El ruido del
necía quieto defraudaría al abuelo. Corrí hasta la extenuación,
viento mitigaba la elocuencia de aquellos dos cuerpos, la densidad
corrí en pos de mi destino, corrí sobre la arena palpitante que
de sus palabras ininteligibles, probablemente obscenas. Sentí cómo
acogía mis pasos y me indicaba la ruta.
mi garganta se agarrotaba ante la magnitud de mi soledad. Iñaki
había tomado en volandas a Sofía y la había ensartado sobre sí.
Sofía imprimía a su balanceo una laxitud provocadora, desgarrada
y animal, y su hendidura rosa acogía una y otra vez, los embates
de Iñaki, los acogía y amortiguaba, convirtiéndolos en un suave
navegar a través de océanos mitológicos. Chillaban ante la proximidad del orgasmo, y su grito se confundía con el fragor de las
200
Narrativa Española Siglo XX
bien tensado y me meto la primera raya. Enseguida noto cómo la
coca empieza a bajar por mi garganta y cómo se me duerme el
paladar. Ha sido un buen tiro y el polvo es bueno.
JOSÉ ÁNGEL MAÑAS. HISTORIAS DEL
KRONEN [FRAGMENTO]
Dentro de su Golf, Roberto me pasa un mapa de carreteras.
—Pásame también un bardolo.
Roberto ha puesto una cinta de bakalao a todo volumen.
—¡MÁS ALTO, ROBERTO! ¡MÁS ALTO, COÑO! OYE,
CARLOS, YO VOY A IR RULANDO UN PORRITO A LA
VEZ, ¿VALE?
No oigo lo que me dice Manolo porque estoy ocupado poniendo rayas. Aplasto las piedritas con la hoja de la navaja y corto
la coca una y otra vez para que el polvo quede fino.
—TÚ NO QUIERES, ¿NO? —le pregunto a Ramón, que
dice que no con la cabeza.
Pruebo la coca con el dedo meñique y noto su sabor amargo
en la lengua.
Roberto arranca el coche y le mete un acelerón, riendo. Pedro nos sigue, como puede.
—VENGA, ROBERTO. ¡ATROPELLA A LA VIEJA!
¡ATROPÉLLALA!
Estamos ya en la Castellana y Roberto zigzaguea entre los
coches.
— ¡ESPERA A PEDRO! —le grito al oído.
Ramón está algo asustado. Le dice a Roberto que conduzca
con cuidado.
Estamos esperando en la puerta del pabellón y el primer subidón se ha estabilizado.
— ¡QUÉ PASA, HIJOS DE PUTA! ¿NO ME IBAIS A ESPERAR?
Pedro llega con dos botellas de plástico llenas de güiscola.
—Menos mal que alguien ha pensado en la priva —dice.
— ¿QUIÉN ME PASA UN BILLETE?
Silvia me mira con ceño fruncido.
Manolo me pasa un talego con el que me hago un canutillo
En la puerta, cachean a Roberto. Por suerte, ha dejado la
201
Narrativa Española Siglo XX
Va vestida con botas altas, minifalda y chaqueta vaquera.
navaja en el coche. Los demás entramos sin problemas.
—OYE, YO ME VOY A LAS GRADAS —dice Pedro.
Debajo de la chupa, lleva sólo un sujetador negro. Se para delante
mío.
—¿QUÉ? —le pregunto.
— ¡QUE NOSOTROS NOS VAMOS A LAS GRADAS!
Estamos en primera fila, al lado de los bafles. Pedro se ha
ido a las gradas con su novia. Ramón y Roberto mueven la cabeza
arriba y abajo, agitando el pelo.
Manolo saca un cigarro, lo destripa, dejándose un filtro moro detrás de la oreja, y mezcla el costo con tabaco en la palma de
la mano.
— ¡HAZTE TÚ TAMBIÉN UN MAI! —me dice.
— ¡PÁSAME UN CIGARRO! —le grito a Roberto.
Roberto me pasa un Marlboro.
Empiezo a bailar un poco y le digo a Roberto que hay que ir
al baño para meterse otro tiro antes de que empiece el concierto.
—¡DÍSELO AL MANOLO!
Roberto le dice algo al oído a Manolo. Éste me mira y dice
que sí con la cabeza. Le da otra calada al porro y me lo pasa.
Mientras esperamos para entrar en el baño, una cerda se
acerca a nosotros.
—¿Qué?, ¿es éste tu nuevo novio? —dice. Rebeca mira a Roberto con cara de asco, levantando el labio. Luego se da la vuelta y
se va.
—Oye, ¿quién era la piba ésa? —pregunta Manolo—, porque
estaba como un queso, tronco. Tiene un polvo.
—¡Menudo elemento! —dice Roberto.
Nos metemos los tres en el váter. Manolo saca la navaja y un
espejo pequeño.
—Qué apañado vas, ¿eh?
—Ya te digo, en la vida hay que estar preparado para todo.
Para todo, Roberto. Y marca mis palabras, tronco.
—Ya lo veo, ya.
—Con esto vamos a dar más botes que el Fernando Martín
en la Emetreinta.
Manolo apaña tres rayotes. Nos los metemos. Manolo le da
un lametazo al espejo y salimos del baño. Volvemos a donde habíamos dejado a Ramón. Por el camino, veo a Rebeca entre la gente; no creo que ella me haya visto.
202
El pabellón está lleno. De repente, se apaga la música de
Narrativa Española Siglo XX
Tengo que esperar un buen rato en la barra hasta que un tío
fondo y la gente empieza a apelotonarse, excitada, en torno al es-
con voz ronca me atiende. Le pido una caña y me da un vaso de
cenario. Unos instantes después, sale Kurt Cobain, el cantante y
plástico con cerveza aguada. Luego se me queda mirando y dice
guitarrista de Nirvana. Le siguen el bajista, que mide uno noventa
algo.
y David Grohl, que se sienta a la batería. Kurt Cobain coge la guitarra, se sitúa frente al micrófono y saluda con el clásico: GOOD
EVENING MADRID. Al sonar los primeros acordes de Esmelslaiktinspirit, todo el pabellón se convierte en un gran pogo. Manolo y yo bailamos como bestias. Siguen Inblum y Camasyuar.
—¿QUE?
—TE SANGRA LA NARIZ, CHAVAL. TEN CUIDADO
CON LO QUE TE METES.
Me llevo la mano a la nariz y me río.
COME AS YOU ARE, AS YOU FEEL AS I WANT YOU TO
BE, AS A FRIEND. Tan cerca de los bafles y con el mal sonido
Después de lavarme la cara en el baño, vuelvo al campo de
del pabellón, no oigo más que ruido. Yo salto y choco con todos
batalla, donde los Nirvana tocan Dreinyu. Me abro paso a coda-
los cabrones sudados que bailan a mi alrededor. Por un momento,
zos hasta que encuentro a los otros. Le agarro a Roberto del cue-
me encuentro al lado de Rebeca, que también está bailando como
llo, cosa que sé que odia, y le doy un beso en la boca. Roberto me
una loca. La intento agarrar por detrás pero ella se suelta, se da la
aparta con un empujón.
vuelta y me da una bofetada. La pierdo de vista.
Me encuentro otra vez con Manolo y con los otros. Le paso
la mano por el cuello a Roberto, nos enlazamos y bailamos.
UNDERNEATH
THE
BRIDGE
ANIMALS
ARE
CRAWLING... THERE IS A LEAK... IT‘S OKAY WITH FISH
CAUSE TEY DON‘ T HAVE ANY FEELINGS... UH, UH,
SOMETHING IN THE WAY...
Los Nirvana están tocando ya Licium cuando decido salir
un poco del mogollón y tomar una cerveza. Le digo a Roberto que
me acompañe, pero pasa.
La canción es lenta y la peña ha dejado de bailar, menos
Manolo y yo, que hemos abierto un círculo a nuestro alrededor.
Vuelvo a ver a Rebeca entre la gente. Intento acercarme a ella pero
Subiendo las gradas me encuentro a Pedro y a su novia bailando cogidos de la mano. Me dicen algo, pero hago como si no
un muro humano se interpone entre nosotros. Alguien se pone
borde en el camino y me agarra por la camiseta, rompiéndola.
les hubiera visto.
203
Narrativa Española Siglo XX
Cuando llego a Rebeca, el concierto ha terminado. Ella me mira
con ojos raros.
Sonrío.
—¿Qué quieres? —pregunta.
poco más, ¿no? —dice Manolo.
—Un concierto de puta madre —digo yo.
—Bah —dice Ramón—. Son malísimos en directo. Yo, si lo
sé, no pago por verles. Además, el sonido era una puta mierda.
—Hablar un poco contigo, explicar lo del otro día...
—No hay nada que explicar, Carlos. Lo que me has hecho,
no se lo permito a nadie.
En el coche, Manolo corta unas rayas. Roberto pone Paráli-
Sin dejar de sonreír, intento cogerle la mano. Rebeca me da
sis Permanente y Ramón le dice que quite esa mariconada, que
otra bofetada y uno de sus amigos, un gordo barbudo, me agarra y
ponga algo de Trashmetal. Roberto le responde que en su coche
me empuja contra la gente que está ya saliendo del pabellón.
pone lo que le da la puta gana y, para joderle bien, cambia la cinta
Fuera, tardo un poco en encontrar a los otros.
— ¿Qué te ha pasado en la cara? —pregunta Roberto, en
cuanto me ve.
—Menudo concierto que se ha pegado éste, tronco. Parecía
un kamikaze.
y pone bakalao a tope.
—¿A DÓNDE VAMOS AHORA? —pregunto.
—A MÍ ME ES IGUAL. A CUALQUIER SITIO CON
MARCHA
—dice Manolo.
Les digo que me he caído.
—A MÍ TAMBIÉN —digo. Ramón no dice nada.
—Venga, vamos a tomar una copa.
— ¿VAMOS A MALASAÑA?
Roberto dice que Pedro se ha ido a casa con su novia.
—VALE.
—Le faltaba fuel a ese muchacho, pero nosotros vamos a
—PODRÍAMOS IR A CHUECA, PARA VARIAR.
remediarlo. Vamos a ponernos por él, vamos a enfarloparnos un
204
Narrativa Española Siglo XX
—O A UNA DISCOTECA, A BAILAR.
nolo está rulando.
—NO, TRONCO. VAMOS AL SAN MATEO.
—Oye, que con esta ronda me he quedado pelado.
— ¿Y POR QUÉ NO VAMOS A LA VÍA? LA DUEÑA,
—Tranquilo, Roberto, que luego pagamos todos unas ron-
LA DEL PASTOR ALEMÁN, ESTÁ BUENÍSIMA.
das.
—A ÉSA NO TE LA PAPEAS NI DE COÑA, CARLOS.
—No, si lo decía porque contribuyerais porque no me...
—VENGA, DÉJENSE DE COÑAS Y BAJEN AQUÍ LAS
—Roberto, no seas catalán, tronco. Toma, para que te hagas
NARICES, JÓVENES, QUE ESTAMOS YA EN FASE DE
tú también un mai.
DESPEGUE. ROBERTO, NO TAN FUERTE, TRONCO, QUE
TE LLEVAS LAS RAYAS DE LOS DEMÁS.
Manolo corta un cacho de costo con la boca y se lo da a Roberto.
Roberto arranca. Un Ibiza en la Plaza Castilla nos pita, al
—Perdonad, pero aquí no se pueden hacer porros
abrirse el semáforo. Roberto saca el brazo por la ventanilla y ense-
—dice un barbas con coleta.
ña la barra del coche.
—Pero qué pasa, menda, si sólo es un porrito, tronco —
Manolo y yo reímos.
El San Mateo está lleno de gente.
Suena una canción de Nirvana.
protesta Manolo.
—No, si no es por mí, entiéndeme. Es porque nos han abierto ya expediente y estoy harto de pagar multas.
—Venga, vamos a bailar —dice Manolo.
Una cerda pasa delante mío, me mira y yo le saco la lengua.
Ella dice: asqueroso, y me tira una copa a la cara. Manolo se descojona. Yo voy al baño y me lavo la cara.
Al salir, Roberto y Manolo están sentados a una mesa. Ma-
—Tranquilo, tronco, que terminamos de rular y fumamos
fuera.
—Bueno, pero la próxima vez os lo hacéis fuera, ¿vale?
—Que sí. Qué pesao. Tú tranquilo, y métete en la barra a
servir copas, que es lo tuyo.
205
Narrativa Española Siglo XX
—Oye, sin faltar, que os echo de aquí a patadas.
—Estáis acabados.
—Vale, tronco, ya has quedado muy bien. Ahora ábrete, que
—Oye, Roberto. A ti nadie te dice nada por ser tan raro.
ya te hemos dicho que no vamos a fumar aquí.
Déjanos un poco en paz.
—Más os vale.
El barbas se mete en la barra.
—Qué bocas el menda. Y todo esto es culpa del hijoputa del
Matanzo. Hay que joderse —murmura Manolo, poniéndose el
porro detrás de la oreja.
—Vamos fuera a fumar —digo.
—Espérate, tronco, que vamos a entrarles a unas pibas.
—Yo me niego a rebajarme a ese nivel —dice Roberto, con
las manos en los bolsillos.
—No os guiáis más que por la polla, no tenéis cabeza. Estáis
acabados.
Manolo se termina su copa de un trago, se acerca a la barra
y pide un güisqui. El camarero saca una botella de Dyc y le sirve
mientras Manolo habla con las dos cerdas. El camarero se cruza
de brazos, esperando, hasta que Manolo le paga. Coge el billete
con cara de mala hostia y, al dejar las vueltas, da un golpe en la
mesa.
Manolo sigue hablando con las cerdas.
Ahora, me hace un gesto con la mano para que vaya.
—Lo mismo digo —dice Ramón.
—Estáis acabados —dice Roberto.
—Yo te sigo, Manolo.
Me acerco y Manolo me coge por el brazo. Dice:
—Pues vamos a entrarles a esas dos que hay allí en la barra,
—Este es mi amigo Carlos. Carlos, éstas son Laura y Elsa.
que ya han mirado varias veces hacia aquí.
Las cerdas que dice Manolo son dos pseudojipis con pisamierdas, chalequito y pelo largo con flequillo.
—Venga, Manolo, acabas la copa, pillas otra en la barra y
Les doy dos besos a cada una. Una de ellas, la más gorda,
me dice algo del concierto de Nirvana.
—Nosotras también hemos estado. ¿Te han roto la camiseta
en el concierto o es parte de la estética?
les hablas, que yo te sigo.
206
Narrativa Española Siglo XX
—Bueno, Roberto. A veces se gana y a veces se pierde pero,
—¿Tú qué crees?
— ¿Cómo te llamas, que no me he quedado con tu nom-
si no se intenta, no se gana nunca.
bre...?
—Eso —dice Manolo—. Cada polvo perdido es un polvo tiLe digo cómo me llamo y ella sonríe: qué vulgar, ¿no?
rado al aire. Qué puta mala suerte, tronco, ¿eh, Carlos? Yo creo
que les habíamos gustado.
— ¿Tocas en un grupo? —pregunta la delgada, pero no tengo tiempo de responder porque la gorda señala algo con el dedo.
Dice:
—Hey, Elsa, mira. Allí están Fernando y Álex. Dos pijos, el
uno con camisa a rayas, el otro con pelo largo y camiseta sin mangas, llegan y saludan a las dos cerdas. El de la camiseta sin mangas
le da un beso en la boca a la delgada; el de la camisa a rayas me
mira frunciendo el ceño.
—Carlos y Manolo —dice la gorda, sonriendo—. Les acabamos de conocer. Han estado en el concierto de Nirvana.
—Carlos toca en un grupo —añade la otra cerda.
— ¿Ah, sí? — dice el de la camisa a rayas con cara de mala
hostia.
—Sí. Bueno, pero ya nos íbamos. Encantado de conoceros
—le doy un beso a la gorda apoyando descaradamente la lengua
en su mejilla. Ella no dice nada.
—Eso os pasa por buitres, y me alegro.
—Míralas, míralas. La gorda ya se está comiendo al de rayas...
—Podíamos haber sido nosotros, ¿no?
—No sueñes, Manolo —dice Roberto—. Vamos fuera a fumar porros, que es más sano.
—Bah, las tías son todas iguales. Unas calientapollas.
—Vamos fuera.
Salimos.
Nos metemos por la Travesía de San Mateo. Hay coches
aparcados sobre la acera. En uno de ellos, un tipo muy feo, con la
puerta abierta, está poniendo bakalao a tope. Es un Geteí como el
de Roberto, pero en rojo.
Nos sentamos en un soportal y fumamos. Manolo se queda
de píe, moviendo la pierna a ritmo de bakalao. Dice:
—Pero no os apalanquéis, troncos, que hay que pillar todav207
ía mucha marcha, que no son más que las dos y la noche es joven,
Narrativa Española Siglo XX
Luego, nos sentamos al lado del billar y Manolo dice:
hay que violarla. Oye, Carlos, ¿tú crees que nos podíamos haber
—Bueno, habrá que hacer trabajar un poco las napias.
papeado a esas dos pibas?
—Deja de dar la coña, Manolo, y fuma —dice Roberto.
—Sí, pero es que yo estoy cachondo y lo que me apetece es
Estoy mirando al suelo, con la copa en una mano. Algo alucinado, veo cómo unas botas Santiago se acercan, se paran delante
mío y me hablan.
meter.
—Qué pasa, Carlos —dicen.
Manolo hace unos movimientos obscenos con la cadera y
me pasa el porro.
—Si es que meter es lo mejor del mundo, tronco, os juro que
Levanto la cabeza y veo a Herre, el ex novio de mi hermana,
con su tupé y sus patillas. Al lado suyo está Santi, el batera de su
grupo.
yo me pasaría la vida metiendo.
—Estáis colgaos —dice Ramón.
Me levanto y me pongo a hablar con ellos. Santi tiene el aire
algo ido.
—Venga, vamos al Agapo.
Bajamos por una perpendicular a Fuencarral, pasamos una
iglesia y seguimos por la calle del Espíritu Santo hasta la calle de
la Madera, donde está el Agapo.
—¿Qué le pasa a Santi? —le pregunto a Herre—. Está muy
raro.
—Qué va, está normal. Siempre está así desde que tuvo su
accidente.
Entramos.
— ¿Qué accidente?
Alguien le está diciendo a la camarera que las bolas del billar
—¿No te lo he contado nunca? Pues el Santi, que estaba
no han salido. Ella coge unas llaves y sale de la barra.
Cuando vuelve, pido una ronda de güisquis.
Mientras pago, un pintas me pide unos papelillos que le doy.
muy puesto, iba de tripi, y le dio por torear coches. Y hubo uno
que le atropelló, sabes. El Santi se quedó en coma y casi no lo
cuenta. Vamos, fue con las pelas del seguro con las que se pudo
comprar la batería, pero ya ves, está siempre medio ido.
208
—¿Tienes un papelito? —pregunta Santi, metiendo cuchara
en la conversación. Yo le doy un papel y le digo algo. Él me mira y
sonríe, sin contestar.
—Ya le ves. Está ido. Y fuma porro tras porro, sin parar, sabes, porque no puede beber ni meterse nada más, que eso no le
dejamos los colegas.
—Pues tiene una copa en la mano.
—Es una cocacola. El médico le ha prohibido terminantemente beber.
—Menuda movida. Y vuestro grupo, ¿qué tal?
—Bien, ahí estamos, tocando y tocando, sabes, cada vez nos
compenetramos más. Miki ha mejorado muchísimo la voz.
Manolo me da un toque en la pierna y me doy la vuelta.
—Vente pal baño —dice. Le digo que me espere un momentito y me despido de Herre.
En el baño, que está lleno de graffittis, Manolo saca el espejo.
— ¿Y Roberto?
—Roberto dice que está bien, no quiere meterse más.
Narrativa Española Siglo XX
El Herre y el Santi se han sentado en una grada. Herre está
con una tía morena, que está muy buena.
—Te sangra la nariz —me indica Roberto.
—¿Otra vez? —me llevo la mano a la nariz y me levanto para ir a limpiarme.
En el baño, un tío pota sobre el váter. Cuando se incorpora,
se tambalea y se cae al suelo. Yo le ayudo a ponerse en pie y le
empujo fuera. Luego, me sueno la nariz con agua y me miro al
espejo. Veo dos ojos vidriosos y muy rojos. La imagen sonríe estúpidamente hasta que frunzo el ceño y enseño los dientes con un
gruñido.
Al salir de nuevo, veo cómo el de la puerta agarra por el brazo al que estaba potando en el baño y le echa a la calle.
Vuelvo a donde están los otros.
Manolo está hablando con una cerda.
—Mira, Carlos, tronco. Es una yanqui y se llama Joli. ¿A
que está como un queso?
—¿Estoy como qué? —pregunta ella con acento guiri muy
marcado.
—Que estás muy buena, muy guapa —dice Manolo.
Manolo pone dos rayas y salimos del baño esnifando.
209
— Grasias.
Narrativa Española Siglo XX
—Déjale al chaval que se vaya, si quiere.
Un momento después, Manolo se está morreando con la
—Sí. Pero tú y yo seguimos de marcha, ¿eh, Roberto?
americana.
—Pero nada de entrar a tías, ¿eh?
—Qué fiera, ¿no? —le digo a Roberto.
—Vale.
—Dais asco. Lo único que buscáis es un agujero para meter.
—Roberto. ¿Me puedes acercar a casa? —dice Ramón.
Os pasáis el día persiguiendo cerdas, ofreciendo la polla a la pri-
—Quédate un poco más y te acerco dentro de una horita o
mera que pasa. Anda, dame un cigarro, que voy a rular.
—No tengo.
—Pues pregúntale al Manolo o vete a la máquina. Voy a la
máquina y echo doscientas pelas para sacar un Fortuna. La
máquina me devuelve veinticinco.
así.
—Pero no más de una hora, ¿vale?
— Si quieres que te lleve, te quedas hasta que me apetezca y
no me jodas la noche.
—Gracias, su tabaco.
— Si lo llego a saber, hubiera traído mi coche.
Cuando vuelvo, Manolo le está metiendo mano a la ameri-
—Haberlo traído.
cana.
Ramón se levanta y se va del Agapo.
Me siento y le doy un cigarro a Roberto.
—Hey, Roberto, ¿nos movemos o le sujetamos las velas a
Manolo?
—Yo quiero irme ya a casa —dice Ramón.
—Pero, Ramón. Si no son ni las cuatro —digo.
—¿Qué mosca le ha picado a ése? —le pregunto a Roberto.
—Nada, que es un niño mimado. Lo mejor es pasar de él.
Déjale que se vaya.
— ¿Nos vamos nosotros también?
—Nos vamos.
—Pero yo no estoy puesto y estoy cansado.
210
Narrativa Española Siglo XX
Nos levantamos para irnos, pero Manolo me agarra del brazo.
pera en la calle.
—Bueno, ¿a dónde vamos? —dice.
— ¿Dónde vais? —pregunta.
Le digo:
—Pues no sé, te íbamos a dejar un poco solo.
—Esperad un momento, que voy con vosotros. Eh, Joli, ¿te
vienes conmigo y con mis colegas?
—Tengo desir adiós amigos.
Joli habla con los corbatos que están jugando al billar.
— ¿Y ésos quiénes son? —le pregunto a Manolo.
—Unos compañeros de trabajo. Me cago en Dios, tronco,
qué cachondo estoy, no te lo puedes creer.
—¿Qué hace?
—Es profesora de inglés, pero eso es lo de menos, lo que
importa es que es un chocho.
Joli vuelve sonriendo.
—¿Nos vamos? —pregunta.
Manolo la agarra por la cintura.
Antes de irme, les digo adiós a Herre y a Santi. Roberto es-
—Vamos al Huarjols, ¿no? —dice Manolo.
—Venga, pues vamos al Huarjols.
—Pero antes, jóvenes, habrá que enfarlopar un poco a Joli,
¿no creéis?
— ¿Qué es eso? ¿Qué es enfarlupar?
—Cocaína, nena, cocaína.
—Ah, coke.
—Venga, vamos primero a tu coche, Roberto.
Dentro del Golf, nos metemos unos tiros. Manolo dice:
—Venga, quesito. Aspira así fuerte, que vas a ver lo que es
bueno.
Yo le pregunto a Roberto si tiene un Klínex y me limpio la
sangre que me chorrea de la nariz.
El Huarjols está en la calle Luchana. Es una discoteca con
música entre el Afterpunk tipo De Quiur, Depesh Mod, y el bakalao. Suena el último disco de De Quiur y yo me pongo a bailar.
Manolo continúa dándose el palo con Joli. Al cabo de un rato, se
acerca y dice:
211
Narrativa Española Siglo XX
—Me voy con ella a su apartamento. ¿Vale, jóvenes?
—Vale.
Roberto y yo, que estamos muy puestos, nos quedamos.
El Santander está todavía cerrado. Para entretenernos, mien-
—¿Seguro que no quieres que entremos a unas tías? —le
pregunto a Roberto, que dice que no, así que decidimos jugar al
billar.
tras esperamos a que abran, nos ponemos a jugar un calientamanos y acabamos los dos con las manos rojas.
— ¿Y si pillamos unos travelos, ahora que estamos todavía
Me encanta jugar al billar cuando estoy puesto, porque me
fascinan los colores de las bolas. Hay una cerda que me mira mucho, y se lo comento a Roberto, que me dice que soy un pesado,
siempre piensas que todo el mundo te mira. Yo le digo que es un
reprimido y él dice: bah.
Cuando terminamos de jugar, bailamos hasta cansarnos.
El tiempo pasa rápido cuando se está colocado. Son ya las
ocho pero, como nos hemos puesto hasta la bola, no podemos
dejar de movernos.
— ¿Dónde vamos ahora, Roberto?
—Vamos a pillar un chocolate con churros en el Santander,
¿no?
un poco cachondos? —dice Roberto.
—A mí se me ha bajado el punto. Además, no me gustan los
travelos.
—Venga, tanto entrar tías, tanto entrar tías, ¿y no te apetece
que te hagan una mamada? Anda ya...
Roberto termina por convencerme y vamos a Castellana en
su coche. Allí, se para delante de un travelo que lleva un traje amarillo muy ajustado. Yo bajo la ventanilla y el monstruo se acerca.
— ¿Cuánto por un francés? —dice Roberto.
—Tres mil cada uno, o sea, seis mil por los dos. ¿Tú eres un
tío, mono? —me pregunta con voz grave y viril.
—¿Y tú qué eres? —le pregunto yo.
Es ya de día y estamos fuera del Huarjols.
— Podemos desayunar un chocolate con churros y luego
darnos un baño en mi piscina.
—Déjanoslo en cinco los dos —dice Roberto.
—No, no puedo. Siempre pasa igual.
Roberto empieza a arrancar. El travelo grita: ¡espera!, y se
212
acerca otra vez.
—Vale, cinco los dos franceses.
Roberto le dice que suba. El travelo se mete en el asiento de
atrás.
Narrativa Española Siglo XX
me que es mi turno. Abro la puerta y me meto atrás. Roberto se
sienta delante, quita la cinta de Siniestro y pone bakalao. Yo cierro
los ojos mientras el travelo me desabrocha los pantalones y empieza a comerme la polla; enfarlopado como estoy, tardo también
muy poco en correrme.
— ¿Dónde vamos? —pregunta Roberto.
El travelo se limpia la boca con un pañuelo sucio y dice:
—Sigue por ahí delante, monada. Yo te indico. Llegamos a
—Bueno, dejadme aquí mismo que vuelvo a pata.
una callejuela donde no hay mucha gente y Roberto para el motor
del coche.
—Las pelas, bonitos.
Roberto le da un billete de cinco mil.
—Bueno, ¿con quién empiezo? Lo mejor es que os vengáis
aquí atrás. ¿Quién viene primero?
Roberto sale y levanta su asiento para meterse en el de atrás.
—¿No te importa que vaya yo primero?
—No, claro que no.
Pongo una cinta de Siniestro. Total, mientras oigo a Roberto
jadear. TE MATARÉ CON MIS ZAPATOS DE CLAQUÉ... TE
DEGOLLARÉ CON UN DISCO DE LOS ROLIN ESTONES O
DE LAS RONETES... Y BAILARÉ SOBRE TU TUMBA. Roberto se corre enseguida y el travelo me toca el hombro para indicar-
Sale del coche y se va, tambaleándose, con movimientos de
yonqui.
—Bueno, ¿te ha molado? —pregunta Roberto.
—No ha estado mal.
—Anda, vamos a tu casa a tomar un baño.
— ¿No tomamos chocolate?
—Que tu china nos haga un desayuno, ¿no te parece?
—Espera. Cojo mi coche, que está en el Kronen y me sigues,
¿vale? Así no tengo que traerte y tú puedes volver solo a casa.
Cogiendo la Castellana, pasamos por debajo del túnel de
Plaza de Castilla y salimos a la Nacionaluno. Roberto me sigue en
su Golf.
Al llegar a casa, abro el portón con el mando a distancia y
213
aparco dentro.
La perra ladra al oírnos entrar.
—Tendré que dejarte un bañador —le digo a Roberto.
Mientras nos cambiamos, veo que Roberto tiene una polla
bastante grande. Hago un comentario y se ríe, sacudiendo su
miembro de una manera algo obscena.
Salimos a la piscina.
El agua está helada, meto un pie y digo: uff. Roberto se tira
de cabeza.
—Tírate ya, no seas cobarde —dice, salpicándome.
Me tiro de cabeza y empiezo a nadar con furia.
— ¡Una carrera! —grito.
Nos picamos y hacemos uno, dos, tres largos. Luego salimos, más cansados que la madre que nos parió, aunque yo todavía
me siento enfarlopado.
—Vamos a correr alrededor de la piscina —digo.
Nos ponemos a correr como locos.
Cuando paramos, estamos empapados en sudor.
Miro el reloj: son las diez.
Narrativa Española Siglo XX
Un poco después nos metemos en casa y le digo a la fili que
nos ponga el desayuno.
—Tenéis esclava —Roberto se ríe.
Tina nos trae el desayuno y comemos ávidamente.
— ¿Te queda algo de coca? —pregunta Roberto.
—Casi nada.
— ¡ Qué putada!
— ¿Crees que te podrás dormir?
—No, no creo.
—Pues vamos abajo y jugamos al ordenador.
—Podríamos ponernos algo más, ¿no crees?
—No, porque no tenemos suficiente para enlazar con esta
noche. Lo mejor que podemos hacer ahora es cansarnos hasta
poder dormir.
Bajamos al salón de abajo y jugamos al Super Mario Tres.
Roberto es mucho mejor que yo y se hace casi todas las pantallas,
mientras que yo no llego más que a la sexta.
Cuando mi hermano se levanta, a las doce, estamos todavía
jugando.
214
Narrativa Española Siglo XX
— ¿Pero qué hacéis despiertos tan pronto? —pregunta.
salón.
—Mierda —exclama Roberto. Le acaban de quitar una vida.
La vieja, al verme, dice:
—Me toca a mí, te jodes.
—Pero qué ojos tienes, Carlos. No deberías beber, que ya sa-
A la una, Roberto decide que empieza a tener sueño y dice
que se va a casa.
—Te acompaño al coche —digo. Roberto se ha vestido pero
yo todavía estoy en bañador.
En su coche nos fumamos un último porro.
—A ver si Miguel pilla hoy —Roberto tiene los ojos rojísimos—. Esto ya está mejor. Ya estoy más tranquilo y casi no me ha
bes que a ti te sienta muy mal el alcohol. Espero que no conduzcas
borracho. Hay tantos accidentes por la noche y casi todos los que
se matan son chicos jóvenes...
—Sí, mamá.
Cuando se van los viejos, consigo cerrar los ojos, pero no
puedo dormirme porque tengo algo de bajón y estoy temblando.
Es sábado.
dado bajón.
—Oye, Roberto, ¿por qué no te quedas a comer, que hay
paella, y de paso te presento a mi perra y te la follas?
—No digas burradas. Además, tengo que irme.
—Que sí, que sí. Si no quieres paella, puedes comer cangrejo
y también te follas a la perra.
—Que no, que tengo que irme.
—Bueno, bueno, tú te lo pierdes, joder. Es un pastor alemán
fenomenal.
Me despido de Roberto. En casa, me tumbo en el sofá del
215
Narrativa Española Siglo XX
cuerdos, paisajes, y confesiones íntimas. Más que narrador, es un
pintor de lugares y seres humanos recreados, por lo común, en el
recuerdo, lo cual lo asemeja a Proust, aunque el mundo que cada
NOTAS BIOGRÁFICAS
uno refleja sea muy diferente. En ante todo un sensitivo y un contemplador; lo anterior nos haría pensar que es lo mismo que las
novelas del '98, la diferencia, fundamental, radica en que estas
Gabriel Miró (1879-1930) Aunque no lo parezca a simple
últimas son obras más producto de las ideas, con novelas de tesis,
vista, representa la liquidación del modernismo. Él y su genera-
frente a las de Miró que practica un arte por el arte. Miró es un
ción determinada a la posterior generación de poetas vanguardis-
artista extraordinario de la sensación transfundida en espíritu y
tas españoles. El fondo humano, los personajes abúlicos y el pen-
poesía por la gracia de un estilo de suma delicadeza y minuciosa
samiento lírico del primer Miró proceden del '98. Hay, además, en
perfección; los noventaiochistas son artistas de grandes brochazos,
el arte delicadísimo de Miró y su tendencia a la prosa poética mu-
Miró de finas pinceladas. Se ha dicho que el estilo de éste es el de
cho del modernismo y por eso se le ha relacionado siempre con
un artífice.
Azorín, Valle-Inclán o Juan Ramón Jiménez; aunque la ruptura es
definitiva, como veremos. En Miró el impresionismo de la generación anterior se estiliza y se lleva hasta su máxima expresividad.
Su arte es sensación pura. El arte de Miró está hecho casi exclusivamente de sentimiento, un sentimiento no de tipo introspectivo,
sino contemplativo, que se basa siempre en la impresión de la naturaleza y de las cosas: ve el mundo lupa en mano. La esencia del
arte de Miró es temporal, espiritual. Estos dos elementos conducen a Miró a un movimiento muy diferente al que le da origen: el
Este artista de la sensación posee un sentido místico, y
contemplativo, transformado en belleza hasta las impresiones de la
realidad más fea y repugnante. Abundan por ejemplo en su obra
los cuadros de leprosos o las imágenes de una realidad casi morbosa. Quizá esa capacidad de producir belleza con lo que por sí es la
negación de lo bello sea la medida mayor del arte de Miró. Sus
obras más importantes son: Nuestro padre San Daniel, Figuras de la
pasión del Señor, El obispo leproso y Años y leguas.
suprarrealismo. E incluso cierto parentesco con el cubismo.
La fábula, la trama, el suceso, que es el elemento distintivo
Camilo José Cela (1920-2002) Su primera novela fue La
de la novela, aparece diluido en sus libros entre impresiones, re-
familia de Pascual Duarte, (1942) libro que inaugura el llamado
216
tremendismo en la literatura española. A él se debe el renacimien-
Narrativa Española Siglo XX
tierra (1955) Los soldados lloran de noche (1964), La torre vigía
to de la novela picaresca, ente otras cosas. Lo destacable de la no-
(1971) y Luciérnagas (1993). Pero donde más se ha destacado es
vela es la capacidad del autor de expresar con suma frialdad las
en el cuento. Entre otros títulos se destacan Libros de juegos para
miserias de la sociedad española de la posguerra, sin dejar de lado
los niños de los otros (1961) Algunos muchachos (1964) y El árbol
el sentimiento complejo y profundo de la condición humana. Lle-
de oro y otros relatos (1991).
va al extremo el cinismo y la crudeza de un lenguaje que contrasta
con la prosa intelectualizada y los pormenores estilísticos, de algunos de sus predecesores, que a puro esforzarse a escribir "artísticamente" habían perdido de vista la importancia de la acción, relegando por tanto a segundo plano el interés novelesco. Es una
novela tradicional y moderna a la vez. Es tradicional por que respeta muchas de las convenciones del género novelesco, pero trasciende al realismo decimonónico al no ser maniqueísta ni determinista, en el mal sentido del término. El realismo es compasivo:
el tremendismo es irascible. El realismo presenta una litografía de
El estilo se caracteriza por su colorido, su brillantez, plasticidad y sensibilidad. También es rico en adjetivación, abundante
en imágenes briosas, con frecuencia superpuestas y reiterativas.
Esta elaboración estilística recuerda el rebuscamiento de ValleInclán o G. Miró. Este mismo estilo crea también una ilusión de
profundidad y patetismo a lo Dostoyewski: intuye a ráfagas y expresa, dejándose llevar por las palabras, un mundo subjetivo centrado en lo sensorial, en las ideas primarias, de raíz instintiva, en
los impulsos casi inexplicables.
las miserias humanas, el tremendismo nos muestra las afrentosas
Hay en sustancia tres temas en la obra de Matute: la sole-
verdades de la pobreza en verdaderos cuadros goyescos, descarna-
dad o incomunicación entre las almas; el de la mezcla de odio y
dos e incompasivos.
amor en las relaciones entre hermanos, amantes o amigos; y el de
la necesidad de huir, de evadirse de la vida corriente. Los personajes de Matute intente siempre rebelarse contra su destino, pero esta
Ana Mª Matute (1926) Educada en un colegio de religiosas
rebelión ha de ser casi metafísica contra la vida, y sin saber por
esta escritora catalana, nunca terminó sus estudios universitarios.
qué ni para qué; si hay que huir, no se sabe de qué ni a dónde; por
Prefirió dedicarse a la creación literaria por su propia cuenta, ol-
lo demás, ni la rebeldía ni la huida son el rigor posibles; todo ocu-
vidándose de los preceptos académicos. Su primera obra la publicó
rre con inexorable fatalidad, y lo que es peor, desde dentro de cada
en 1948 Los Abel . Otras novelas son: Pequeño teatro, En esta
personaje.
217
Un tema particularmente gustado por Matute es el de la in-
Narrativa Española Siglo XX
dos vivos de su pueblón extremeño, y en fin, el hermano de éste, el
fancia. En él, casi siempre, parte del análisis del niño en cuestión,
muchacho vagamente "fascista" con quien la heroína se abandona
porque de él va a nacer el hombre, y el hombre, posiblemente, fa-
a la ilusión y la experiencia amorosa.
bricará la trama de su vida, la tela de araña en donde quedará prisionero de sí mismo. Los niños de A.M.M. da todos miedo, son
niños predestinados, proyectados, brutalmente lanzados hacia un
fin desoladoramente trágico y vacío.
Pequeño teatro más que una novela es un cuento largo, no
enteramente fantástico. Es una especie de angustiada elegía erótica
de la adolescencia; de choque efectivo entre la ilusión, la aspiración ilimitada a la felicidad y el amor, y los límites insoportables
de la vida. Los Abel, novela que 1948 dio a conocer a la autora. La
idealidad de los tipos, el apasionamiento, la prosa poética; la
técnica barroca de violentos claroscuros, el vigor del planteamiento hizo pensar a muchos en Cumbres borrascosas de Emily Brontë.
Ignacio Aldecoa (1925-1969) De origen vasco (Vitoria), estudió filosofía y letras en Madrid. Se dedicó de tiempo completo a
la literatura en su corta vida. Escribió poesía, cuento y novela.
Según la crítica lo mejor de su obra se encuentra en el cuento,
aunque hay, por lo menos dos novelas de él muy representativas
del movimiento: El fulgor y la sangre (1954) y Gran sol (1957).
Otras novelas son Con el viento solano (1956) y Parte de una historia (1967). sus libros de cuentos son: Vísperas de silencio (1955),
Espera de tercera clase (1955) y El corazón y otros frutos amargos
(1959).
También podría hablarse de Dostoyewski, ya que los Abel son una
Su primera novela, El fulgor y la sangre, conjunta muy
especie de Karamasov. En esta tierra es una novela que nos presen-
bien fondo y forma. Es la historia de un destacamento militar en el
ta a España en el trance de la guerra unida, a su pesar, por el mie-
que seis de sus integrantes sufren un atentado y uno de ellos mue-
do. Así, encontramos en un mismo refugio a la familia de la que
re. La novela se centra en el soliloquio angustiado de las mujeres,
surge la protagonista y frente a aquella: los obreros enemigos, el
inciertas ante la desgracia, pues no pueden saber cuál de ellos es el
profesor a quien sus compañeros políticos eliminan, acusado de
fallecido, al mismo tiempo sabida e ignorada. Lo importante no es
traición; la familia modesta de refugiados, en la que destaca la
la presencia cierta e inconcreta de la muerte gravitando sorber esas
chica socialista; el golfo precozmente tuberculoso; el comisario
vidas, sino el hecho de que las vidas mismas, a un tiempo dispares
político anarquista, antiguo maestro de escuela cargado de recuer-
y típicas, vulgares y singularizadas, coincidan precisamente en el
desolado aislamiento del castillo-cuartel, bajo el peso algo tan abs218
tracto y en cierto modo remoto como la idea del deber.
En la novela Con el viento solano incide en el tema de la
gitanería, sobre un leve esquema argumental que no deja de
hacernos pensar en el abrumador precedente de Crimen y castigo.
El gitano Sebastián Vázquez, perezoso y cobarde, se ve tentado
irresistiblemente por las ocasiones en que la fanfarronada violenta
el permite demostrarse a sí mismo, y patentizar ante los otros, que
es un "hombre de verdad", con la psicología típica del chulo que
encubre un grave complejo de inferioridad.
Vázquez mata, sin la menor justificación aparente, el guardia que intenta detenerlo después de una bronca sin importancia;
y, cometido el crimen, huye sin plan alguno a la deriva: la descripción de esa larga huida, entre un lunes y un sábado, con escalas en
Madrid, Alcalá y algunos otros pueblos. Durante su periplo va
encontrándose con familiares, gitanos amigos, perfectos desconocidos, borracheras permanentes, nuevos riesgos de riñas absurdas y
la amenaza constante de la detención. Todo esto constituye un
relato sin duda ágil, movido y pintoresco, pero también, en el fondo, más monótono y relativamente más superficial que El fulgor y la
sangre.
Narrativa Española Siglo XX
por muchos años. Su obra se puede dividir en dos etapas muy claras. La del realismo crítico y la etapa de La Nueva Novela Española. De su primera etapa se destaca Estos son tus hermanos (1965)
publicada en México ya que siempre estuvo prohibida en la España de Franco. La novela narra las amarguras del exilio. Se ubica al
final de los años cincuenta. Tras dos décadas de exilio muchos de
los españoles republicanos comienzan a regresar a su patria, con la
esperanzada decisión de "olvidar todo y empezar de nuevo". Uno
de estos personajes es el protagonista de esta novela. No va a pedir
nada, ni siquiera perdón. No está dispuesto a admitir que pueda o
deba ser perdonado. Únicamente pretende recobrar su identidad,
hundir sus raíces de nuevo en la tierra, vivir sencillamente en paz.
No le dejarán. Al rechazo ambiental de la pequeña ciudad
a la que regresa, en que las rememoraciones acusatorias se mezclan con otra clase de manipulaciones suma la oscura confabulación interesada de su propio ámbito familiar. Al casi olvidado
vértigo del exilio se suma ahora al desgarro del repudio, en un
clima de egoísmo, venganza y caínismo que es a la vez origen y
resultado de la ideología dominante.
Hacia 1969 Sueiro, como los más, decide cambiar de estilo.
Declaró a una revista: "Yo he decidido en esta novela escribir sobre
temas nuevos y hacerlo de una manera nueva y libre" Se refería a
Daniel Sueiro (1931-1986) Nació en La Coruña. Licenciado
su obra más reconocida de esta segunda etapa Corte de corteza.
en derecho. Forma parte de la España del exilio. Vivió en México
Con ello se da inicio la década de los setenta y la nueva moda lite219
raria en España. Aquella década de los setenta acababa con la
Narrativa Española Siglo XX
En silencio, intercambian frases banales. La madre cruza una
respuesta que los principales novelistas españoles daban a la crisis
pierna y enciende un cigarrillo. La hija se balancea en la mecedo-
del realismo. Con Corte de corteza Sueiro aparece ya liberado de
ra. Su falda descubre un fragmento de muslo liso "que la grasa no
las sumisiones propias del realismo crítico.
deformaba todavía". Entre los cuatro se producen leves enmudecimientos, silencios, sonrisas.
Luis Martín-Santos (1924-1964) Hijo de médico militar,
nace en Marruecos (Larache). Milita en el PSOE, razón por la
cual sufre algunas detenciones. Estudia medicina, y en 1949 viaja
a Alemania para especializarse en psiquiatría, profesión que ejerció durante el resto de su vida en el Hospital Psiquiátrico de San
Sebastián. Muere prematuramente en un accidente automovilístico, poco tiempo después de la muerte, también inesperada, de su
La realidad cotidiana en que se desenvuelve Pedro es una
realidad desvaída. La componen aspectos tristes: una mujeres
mezquinas, una pensión de segunda clase, olores a comida barata.
A partir de estas primeras páginas, y gracias a la fuerza reveladora
de unas figuras retóricas, se plasma la lucha que se da en el ánimo
de Pedro entre la sugestión de los instintos y las exigencias de la
razón.
esposa. Independientemente de dos obras de carácter psicológico
Pedro es un joven investigador científico que intenta de-
(Dilthey, Jaspers y la comprensión del enfermo mental y Libertad,
mostrar si en la herencia de las cepas de ratones cancerígenos hay
temporalidad y transferencia en el psicoanálisis existencial) sólo
una transmisión dominante o si influyen más los factores ambien-
publicó una obra literaria Tiempo de silencio. Póstumamente se
tales. Pedro ve frenado el avance de su trabajo investigador a causa
han editado Apólogos(1970) y Tiempo de destrucción(1975).
de la limitación de los presupuestos oficiales para tales investiga-
Uno de los motivos esenciales de la acción, en Tiempo de
silencio es el cerco amoroso que se le tiende a Pedro, protagonista
de la misma. El narrador presenta en sencillas y vívidas imágenes
el modo cómo tres derrotadas mujeres ofrecen a una de ellas como
cebo a cambio de un matrimonio dignificador para la familia. Es
de noche. Pedro, el huésped favorito, es el único admitido a la tertulia. Abuela, madre e hija lo rodean, le ofrecen el mejor asiento.
ciones. Esta paralización de su trabajo busca una salida. Se pone al
habla con proveedor de ratas para experimentos. Con ello se establece el contacto de Pedro con el mundo moral y económico de las
ciudades perdidas. De aquí se sigue una serie de acontecimientos
desdichados - aborto, muerte, detención, interrogatorio, asesinato,
etc. -, no por desdichados menos inmersos en una lógica siniestra,
que dan como resultado la expulsión de Pedro del centro de inves220
tigación donde trabaja. Pedro abandona la capital, su trabajo, su
Narrativa Española Siglo XX
heredados no podía tratarla un escritor burgués sino desde un
vocación, su libertad, para trasladarse a una provincia a "diagnos-
óptica superficial, se centró en el comportamiento de su propio
ticar pleuritis" a cazar, y a jugar ajedrez. Alguien que había elegido
grupo social. en cuanto a la forma, se ha señalado el descuido de
ha acabado maniatado por el medio, alienado. Se ha cumplido, en
la prosa y la deficiencia de organización en sus dos primeras épo-
virtud de la poderosa habilidad del medio, de la indiferencia; más
cas. En general el Goytisolo de la 3a. y 4a. etapas es innovador,
aún, la alienación de las aspiración a la indiferencia.
creativo, experimental, aunque a veces el experimento fracase.
Estos caminos lo han llevado a practicar el collage, el poema en
prosa, el uso alternado de la tres voces narrativas, cambio del uso
Juan Goytisolo (1931) Es el escritor más importante de la
convencional de la puntuación por los dos puntos, discurso caóti-
generación del medio siglo, tanto por la amplitud de su obra como
co, uso de pinturas y obras plásticas para la descripción y la narra-
por su significado. Su obra se divide claramente en cuatro etapas:
ción, ruptura del tiempo y los espacios históricos, etc.
1)un primer período de interpretación poética de la realidad (Juegos de manos, Duelo en el Paraíso); 2)Una etapa de crítica social,
dominada principalmente por la estética del realismo socialista (El
circo, Fin de fiesta, Campos de Níjar, etc. 3)Una tercera etapa de
interpretación del ser español determinado por la experimentación
formal y el "Boom" hispanoamericano: Señas de identidad, Rei-
Una constante violencia está entrañada en toda la obra de
Goytisolo y en sus últimos títulos quizá ha desembocado en un
autentico suicidio literario al concluir su novela Juan sin Tierra en
árabe, como símbolo de su ruptura total con la cultura hispana,
actitud que abandonará en su etapa cuarta.
vindicación del Conde don Julián y Juan sin Tierra;4)Una última
Su etapa experimental y de búsqueda de la identidad espa-
etapa consiste en la asimilación de las técnicas formales bajo un
ñola arranca con la primera novela de la trilogía "Álvaro Mendio-
estilo propio y dejado de fuera los temas de la identidad española:
la": Señas de identidad. Esta obra se nos presenta como un par-
Makbara, Paisajes después de la batalla o La saga de los Marx.
teaguas entre el viejo y el nuevo estilo de Goytisolo. En ella todav-
Esta evolución se produce pareja de una constante en Goytisolo: su permanente autoexigencia, que le ha llevado a sorprendentes cambio tanto en la temática como en la realización artística
de la misma. Cuando Goytisolo descubrió que la vida de los des-
ía hay un hilo conductor de la anécdota. La obra narra parte de la
vida de un trasunto de religiosos, sus primeras aventuras políticas y
sexuales en pleno período negro del franquismo, su voluntario
exilio parisino y sus ocasionales regresos de vacaciones a la Espa221
ña franquista degradada por sí misma y su incapacidad para librar-
Narrativa Española Siglo XX
sión lírica de la tensión entre un espacio terrenal, la marisma,
se de la dictadura.
ominosamente omnipresente, y un tiempo sin futuro, cíclico, ―como el de las olas o como el del viento que desplaza los médanos
sin alterar el contorno de lamedal‖. Pero el protagonista esencial
José Manuel Caballero Bonald (1926) Nació en Jerez de la
es el lenguaje. Dice el crítico Rodríguez Padrón que ―cumple la
Frontera, Andalucía. Su origen es francés por parte de su madre y
función no sólo de arrebatarnos en la magia sugestiva y confundi-
cubano por parte del padre. Inició su actividad narrativa después
dora del cuento, sino que nos permite ver cómo se genera, hasta
de haber publicado varios libros de poesía (que será el mismo pro-
sensorialmente, como elemento vivo. A través de esas capacidad
ceso de Vázquez Montalbán). Éstos lo definieron como uno de los
física y sensorial de la palabra ha conseguido su autor la plena
nombres importantes dentro del grupo poético del medio siglo.
coherencia entre la fábula y su materialización literaria‖.
Inscrito en principio en la estética del neorrealismo, nunca ha renunciado al impulso de escribir una literatura comprometida,
complementada con una obsesión por el ―acto del lenguaje‖. Fue
Julián Ríos (1941) Dirige colecciones de libros, forma parte
con Luis Martín Santos y el más rezagado Juan Benet, uno de los
del consejo de redacción de diversas revistas, colabora como na-
últimos de su generación en darse a conocer como novelista. Su
rrador y ensayista en numerosas publicaciones europeas y ameri-
primer libro de ficción Dos días de setiembre, se publica en 1962,
canas, y es coautor con Octavio Paz de Solo a dos voces y Teatro
misma época en que se publica Tiempo de silencio, de Martín San-
de Signos. Dedicó más de una década en escribir su novela Babel de
tos, indica el fin de la escritura comprometida. En su siguiente
una noche de San Juan (1983) que, se entiende, será la primera de
novela Ágata ojo de gata, (premio de la Crítica1974) Caballero
una serie de novelas aún no definidas y de la cual ya publicó una
Bonald altera radicalmente muchas posiciones iniciales. En ésta
segunda parte: Poundemonium (1986). Con esta primera entrega
ofrece una multitud de lecturas. Desde una representación mitoló-
(1983) -de la que diferentes revistas había dado varios adelantos a
gica de la condición infrahumana de la vida en una recóndita zona
partir de 1973- queda claramente sentado que el intenso cultera-
andaluza, al ritual de una venganza perpetrada por la naturaleza
nismo y el juego lingüístico son las bases constructivas de este abi-
contra sus fraudulentos dominadores; desde la fusión de la historia
garrado juego literario. El gusto de Ríos por llevar a la ficción la
y la leyenda en una misma épica de lo extraordinario, a la explo-
literatura y la cultura da un paso adelante en Impresiones de Kitaj.
222
La novela pintada( 1989), que participa de la invención y del ensayo
Narrativa Española Siglo XX
grandes héroes del mito y la literatura. Una muchedumbre nutrida de
sobre arte.
personajillos que podría sustentar a una docena de comedietas y dar pábulo a toda clase de críticas. Una juerga de jergas y lenguajes que se confunden promiscuamente con el castellano para dejarlo cada vez más ancho y
Sobre Larva. Babel de una noche de San Juan dice el mismo
aquijotado. Un concierto de rock que acaba que acaba en desconcierto
Ríos en las solapas de la primera edición: ―Solapado Lector: por si ha
rocambolesco. Drogas, pornografías y terroritmos de un party insano. Un
de ser Babel de una noche de San Juan uno de tantos libros que conocerás
calidoscopio de copiosas visones larvariopintas que se metamorfosean en
sólo de solapas afuera, me precipito a brindarte, ya que no hay tiempo ni
Imago Mundi. La busca del trébol mágico. La última escena fría de Don
espacio que perder, un listín quinta esencia de lo que, intra alia, encierra
Juan y el Comendador. El encuentro asombroso de Fausto y Don Juan, en
tal Babel nocturna: 600 páginas, con abundantes ilustraciones dentro y
una novelucha libre. El extraño caso del Dr. Freud y Mr. Joyce referido
fuera de texto. La larva -máscara y fantasma- de Don Juan en su fiesta, en
ventrilocuazmente en un espectáculo de vaciedades. Una alagarabía alja-
el enredo de una nocheoscura de San Juan. Las andanzas y experdiciones
miada en españolé. Un harén de agarenas del desierto que van cubriendo
por Londres de dos atolondrados que se toman por personajes de novela e
con movimientos sandungueros a un beduino camaleónico. Un corro de
intentan meterse en la piel de sus dobles, “Babelle” y “Milalias”, que in-
bruja sbabelicosas que hablan de corrido el castellano. Una comedia de
ventaron para prolongar la vida en ficción -y viceversa. Los trances de estos
capa y espadón. Un tormentón de rayos y truhanes, con gran aparato eléc-
dos amantes, aquejados de una sanchijotesca folía a dos: escrivivir peligro-
trico. El libro de los números, circenses y musicales, por partida doble.
samente, que se aventuran por los vericuetos escabriosos de un boscoso
Romances de ciegos, relaciones íntimas con pelos (vid, pág. 547) y señales
jardín y los recovecos y rinconetes más recónditos de una casa de trócame
(vid, pág. 246)anécdotas punto por punto, borrones y cuentos nuevos, etc.
roque, a orillas del Támesis, durante las mil y una noches de una noche.
(Vid, pág 367),etc.‖
Los vaivenes de Don Juan y la Bella Durmiente -la mujer de sus sueños- en
esta noche de verano. La vueltas y revueltas del tenorio alrededor de la
novia, eterna, rondándola de rondó en el carnavals ensortijado de un orbilibro. Los avatares y aventuras de un proteico vividor siempre al día que
bramará que bramará en sus aproteosis postrera: YO SOY EL QUE ES
HOY! Una velada novelada que cuenta con la asistencia masiva de los
Independientemente de sus gustos personales y la perspectiva que adopte en sus asedios, el lector honesto del libro se enfrenta
a una evidencia: la novela de J.R. ocupa un lugar aparte, un territorio literario desconocido en nuestro idioma con anterioridad a
ella y que ya no podrá ser ignorado después. Si el compromiso
223
fundamental del creador, tal como yo lo concibo, consistirá en
Narrativa Española Siglo XX
contribuido a su aceptación mediante una peculiar creación. Una
devolver a la comunidad lingüística y cultural en la que inserta una
nutrida serie de títulos -más de una docena de volúmenes entre
lengua literaria distinta y más rica que laque recibió de ella en el
relatos cortos y novelas- tienen como protagonistas a un singular
momento de emprender su tarea, el autor de Larva ha satisfecho
personaje, Pepe Carvalho. Tanteadas sus características en Yo maté
esta exigencia con puntualidad y precisión. El ámbito narrativo
a Kennedy (1972), se han perfilado en libros posteriores: Tatuaje
forjado por J.R. se distingue de los malhadados ―experimentos
(1974), La soledad de manager (1977), Los mares del Sur (1979), Asesi-
lingüísticos‖ y chapuzas ―lúdicas‖ de los últimos años por la pro-
nato en el Comité Central (1981), Los pájaros de Bangkog (1983), La
piedad y rigor de sus fundamentos, una voracidad cultural a horca-
rosa de Alejandría (1984) El balneario (1986), El delantero centro fue
jadas de una docena de áreas idiomáticas, una pasión vertiginosa
asesinado al atardecer (1988). En principio, estos libros responden al
por la palabra llevada a los límites de la locura, un sentido del
esquema de la novela de intriga (una variante de la novela policia-
humor y una inventiva que le emparientan con ese linaje de crea-
ca), pero este sólo es un pretexto para lograr un relato capaz de
dores atípicos que va de Rabelais y Stern a Machado de Assis y
atraer y mantener la atención del lector, lo cual consigue muy bien
Cabrera Infante. Inventiva, humor, parodia, que obligan al lector
Vázquez Montalbán por sus sobresalientes dotes de narrador. Las
no embotado por el consumo masivo de best-sellers a prorrumpir
historias nutren la intriga sin que esta sea, en último extremo, sus-
en carcajadas en las páginas sabrosas, divertidísimas, llenas de
tancial. Lo fundamental en el empleo de esos recursos para incor-
extraordinarios juegos de palabras de ese Apagar y vámonos en las
porar al relato un agudo y sabroso análisis de la realidad nacional
que la cohorte de doncellas, casadas, aventureras, prostitutas, y
española, tanto en sus conflictos histórico-sociales y políticos co-
demi-vierges conquistadas por el héroe se vengan, en un babel lin-
mo en su dimensión cultural. La serie de Carvalho constituye una
güístico atestado de alusiones y retruécanos, de su desdichado
especie de variada y perspicaz crónica barojiana de los tiempos de
seductor.
la democracia, pero ha hecho también otras indagaciones en la
Manuel Vázquez Montalbán. (1939-2003) Forma parte de
la llamada ―Generación de los Novísimos‖ . Estudió filosofía y
letras, se inició como periodista y le dedicó los primeros años de su
creación literaria a la poesía. Ha cultivado la novela policiaca y ha
España de posguerra (El pianista, 1985; Los alegres muchachos de
Atzavara, 1987; Cuarteto, 1988; Glandes, 1990). En ellas, y como
atravesando la realidad social de medio siglo de vida colectiva,
ofrece un retrato moral muy duro de este tiempo. Ahora, con el
pretexto editorial del 25 aniversario del ―nacimiento‖ de Carvalho
224
las editoriales han reeditado toda la serie (que ya era inconsegui-
Narrativa Española Siglo XX
nal, social, de la creación artística se desvanece desde este plan-
ble) y le ha pedido a Vázquez Montalbán que lo ―resucite‖. A raíz
teamiento. Resulta esclarecedor la definición que se formula en la
de esta petición escribió Quinteto de Buenos Aires, Esta novela
última parte ―un tipo de literatura que se caracteriza por no tener
incursiona en la ya conocida mirada pesimista de la realidad, pero
un sistema que proponer, sólo un arte de vivir. En cierto sentido,
en esta ocasión, como su título lo sugiere, muestra una realidad
más que literatura es vida‖ Como para Tristán Tzara, a quien se
más allá de las fronteras españolas, el resultado es el mismo por-
atribuye la redacción de ―una historia portátil de la literatura abre-
que, a final de cuentas la condición humana es mezquina en uno u
viada‖ (la alteración en el orden de los adjetivos respecto de título
otro lugar. Trata de una ciudad donde todo es grandiosamente
del relato no cambia nada), para Vila-Matas la ―portátil‖ ―es la
grande, desde las fortunas hasta las ratas.
única construcción literaria posible, la única trascripción de quien
no puede creer ni en la verosimilitud de la historia ni en el carácter metafóricamente histórico de toda novelización‖. En estas líne-
Enrique Vila-Matas (1948) Tiene una amplia obra narrativa
as arremete contra la cosmovisión que ha sustentado durante si-
que hasta la fecha ha sido traducida a nueve idiomas, siendo sus
glos el hecho épico y se ilumina, de modo oblicuo, la poética na-
títulos más destacados La asesina ilustrada (1977), Impostura
rrativa del autor.
(1984), Historia abreviada de la literatura portátil (1985), Una casa
para siempre (1988), Suicidios ejemplares (1991), Hijos sin hijos
(1993), Lejos de Veracruz (1995) y Extraña forma de vida (1997).
Suicidios ejemplares (2000) es su obra más reciente.
En Hijos sin hijos presenta un nutrido grupo de historias que
tiene en común el presentar a protagonistas que se niegan a tener
descendencia. Seres a los que su propia naturaleza aleja de la sociedad y que, en contra de lo que pueda pensarse, no necesitan
En Historia abreviada de la literatura portátil se burla de
ninguna ayuda, pues si quieren seguir siendo de verdad sólo pue-
las normas narrativas y pone en tela de juicio la noción de literatu-
den alimentarse de sí mismos; personas que han inventado una
ra. El autor habla de ―literatura portátil‖ y el significado que le da
especie de indiferencia distante que les permite no estar ligadas a
al nuevo concepto no puede resultar más sintomático de ese enjui-
la realidad sino por un hilo invisible como el de la araña, pues
ciamiento de la acuñación establecida de lo literario. La literatura
todas parecen sintonizar con lo que escribiera Kafka en su diario
o la obra de arte ―portátil‖ es la que no resulta pesada, de modo
―Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia, Por la tarde fui a
que puede ser trasladada en un portafolios. El sentido institucio225
Narrativa Española Siglo XX
nadar‖. Es decir, todos sitúan al mismo nivel el plano histórico y el
personal. Por ello Hijos sin hijos no es sólo un audaz y sorprendente recorrido por nuestra penúltima historia, sino también una
antología de fantasmas ambulantes, sombras checas, pobres personas y otros genios de la natación.
aquel día tan decisivo.
Javier Marías (1951) Se ha dedicado a la labor académica
tanto en España (Madrid) como en el extranjero (Oxford). Aunque
su obra inicia en los años setenta, sólo hasta estos años noventa se
ha revelado como el novelista, quizá, más importante de nuestros
En Lejos de Veracruz Vila-Matas nos presenta al menor de
días. Su primera novela se titula Los dominios del lobo (1971), des-
los tres hermanos Tenorio. Al narrador de esta singular y fascinan-
pués vino, Travesía del horizonte, El siglo, El hombre sentimental
te novela le queda sólo la literatura como último refugio, pues se
(1986), Todas las almas (1989), Corazón tan blanco (1993), Mañana en
encuentra en una situación en la que casi lo único que puede hacer
la batalla piensa en mí (1995). También se destaca como cuentista:
es escribir. Derrotado en la vida, este joven manco de 27 años se
Mientras ellas duermen, Cuentos únicos, Cuando fui mortal (1996). Ha
siente muy viejo y cansado y, viendo que no tiene nada mejor que
recibido una gran cantidad de premios literarios entre los que des-
hacer ni lugar más apropiado dónde caerse muerto, se dedica, en el
taca: Ciudad de Barcelona, 1989; De la Crítica, 1993; Fastenrath,
último rincón del mundo a recordar y escribir la historia de su odio
1995; Rómulo Gallegos, 1995.
al domicilio familiar y también la de sus intentos fracasados de ser
amado en paisajes distintos y alejados de la monotonía de los días
repetidos.
En su primera novela, Los dominios del lobo, reelabora desde
una conciencia irónica unos elementos que pueden adscribirse a
géneros fácilmente reconocibles: la novela y el cine negro nortea-
Extraña forma de vida, es además, el título de un fado de
mericano, el melodrama de Hollywood, la saga clásica, etc.; pero
Amalia Rodrigues, una canción que al escritor de esta novela (que
esa primera operación está al servicio de otra: la construcción de
es un tenaz perseguidor de vidas ajenas, una especie de ocioso
un pastiche cuyo referente no es la inmediata realidad española
detective, un espía total, un cuentista) le trae precisamente el re-
sino, como ocurre en otras novelas de la época (Yo maté a Kenne-
cuerdo de ese día que fue el más importante de su vida, pues en el
dy) que comparten con ésta una común estética pop; una Norte-
curso del mismo tuvo que elegir entre un amor eterno y uno pasa-
américa tamizada por el filtro de la literatura y el cine de masas,
jero. Sobre ese día escribe obsesivamente y ya no vive nuestro
pero también de la prensa, el cómic o la televisión. Con lo anterior
hombre salvo para (extraña forma de vida) recordar sin tregua
Marías pretende acercarse al máximo a esos referentes para que
226
resulten reconocibles. De esa extrema fidelidad a los modelos que
inicialmente adopta nace la corriente de complicidad que la obra
establece con el lector; también, la profunda ironía que la recorre.
Narrativa Española Siglo XX
tida a las mejores narraciones policiales de Conan Doyle.
Deliciosamente convencional y decimonónico, el estilo de
Travesía del horizonte sirve con notoria habilidad a sus propósitos.
Por lo tanto nada debe extrañarnos que una ficción escrita
Sin duda, la proporción de pastiche es muy grande; pero sería
a partir de otras ficciones, deliberada y reconociblemente amasado
erróneo juzgar a Marías utilizando como referencia lo que no haya
con materiales procedentes del cine y la novela de masas, declare a
entrado en su intención. No se pretende que creamos en la verosi-
menudo y de modos diversos su propia naturaleza de simulacro.
militud psicológica social o moral del relato; la adhesión al estilo
En fin que ya se habrán percatado que lo que Marías inicia en los
del novelista que se nos pide no concierne, pues, sino a la fidelidad
años setenta es rehecho, por el cine de Tarantino o Robert Rodrí-
con se haya incorporado al tono propio de Marías la manera de los
guez y su película Desperado y que posteriormente cineastas como
modelos que le han guiado.
Ripstein en Profundo carmesí habrán de confirmar.
Con El siglo (1983) el estilo de Marías da un giro importan-
En Travesía del horizonte se destaca su voluntario anacro-
te. Retoma el tan desprestigiado tema del trabajo de la estructura
nismo y extranjería de su estilo y sus temas; y por otra parte su
narrativa, aunque es bien claro que él no volverá al asunto de la
diafanidad. Dos modelos ha tenido presente Marías: Conrad y
experimentación formal, sí es evidente que sus preocupaciones
Henry James. Como en Los papeles de Aspern Travesía del hori-
formales irán en el camino de una novela muy estructurada. Por
zonte tiene por tema o eje central el manuscrito póstumo de un
ejemplo, sus nueve capítulos forman una simetría perfecta, aparen-
escritor; como ―La lección del maestro‖ y muchos otros relatos de
tando cerrar en el último capítulo un círculo abierto en el primero,
James, se encamina al descubrimiento de un misterio que termi-
el cual empieza con las meditaciones del protagonista que con-
nará por revelarse inexistente, trivial o principalmente alegórico. A
templa las cambiantes aguas de su lago. Por otro lado, el punto de
esta línea central vienen a superponerse dos motivos tangenciales:
vista oscila entre la narración en primera persona en los capítulos
la historia del capitán Kerrigan, que es un collage conradiano a
impares y en tercera en los pares. El tema del azar, o la casualidad,
medio camino entre la parodia y el homenaje, y el pintoresco rela-
que Marías incorpora en Los dominios del lobo de una manera
to del secuestro escocés del pianista, que evoca de modo irresistible
fantástica, aparece en El siglo desde otra perspectiva, esta vez más
los episodios absurdos o inexplicables que sirven de punto de par-
seria, más analítica. Además del destino, tema central en la vida
227
del protagonista (Casaldáliga), Marías aborda los temas de la
muerte, la guerra, el amor y los amigos traidores, todos unificados
por centrarse en Casaldáliga. La música que suena desde el principio de la novela hasta el final, es como un telón de fondo y al
mismo tiempo es una parte íntegra de la novela, ya que subraya
ciertos momentos culminantes en la vida del protagonista. Javier
Marías escribe en un español puro con el estilo y un ritmo pausado
en todos los capítulos sean los del narrador en primera persona o
los del novelista en tercera. Es pues, el estilo del Marías que ya
conocemos y al que estamos tan acostumbrados. La oración, a
veces larga, y parcas en diálogo, comunican el sentido del tiempo,
del siglo, que a su vez viene a ser no sólo el siglo en que vive Casaldáliga, en que vivimos nosotros, sino ―el siglo‖, el mundo... la
vida.
Narrativa Española Siglo XX
obra literaria de Marías es la espontaneidad del estilo.
Sus preocupaciones anteriores: la muerte, la soledad, la vida, el miedo, etc. están de nuevo presentes, pero ahora vistos desde
una perspectiva entre desilusionada y pesimista de la sociedad
contemporánea y centrados en una preocupación principal: la destrucción en las sociedades avanzadas de la vida de pareja. La deshumanización en el trato entre las personas no ha dejado espacio a
la pasión amorosa. El frío ceremonial oxoniense de los colegas es
un espejo a través del cual podemos ver, un tanto horrorizados y
complacidos, a ese mundo. Ubicados desde un ―acá‖ de la pasión,
la familia, el trato cálido, etc. Simbolizado en un presente español
del protagonista (ya casado y con un hijo) que mira su pasado de
almas muertes en Inglaterra (soltero y angustiado por la falta de
una pareja, no importa cuál ni cómo, pero una pareja), podemos
La consagración definitiva en el gusto del público lector de
Marías se inicia con El hombre sentimental y pasa por Todas las
descubrir que la sociedad moderna exige el anonimato y la fugacidad en el amor.
almas. Novela de aventuras, esta última, e iniciación. En ella el
autor deja fluir su propio estilo, se sabe un nadador bien dotado y
se deja llevar por sus impulsos de estilista que confía en su forma-
Arturo Pérez Reverte (1951) Se inició en el periodismo en el
ción y su ―condición‖. Atrás quedan los guiños, las parodias kitch,
que tuvo resonados éxitos por sus trabajos como corresponsal en la
pero no el humor y la caricatura. Atrás queda también la planea-
guerra de Yugoslavia. Su trayectoria literaria da comienzo con El
ción y el rebuscamiento estructural de los diferentes elementos que
maestro de esgrima de 1988 que habrá de ser reforzada aún, si eso es
constituyen el andamiaje de toda novela. Sacrificio hecho en aras
posible, con el éxito obtenido en la pantalla grande. Después
de la espontaneidad. En efecto, algo que define a ésta y la posterior
vendrían La tabla de Flandes (1990) (traducida a varios países y
también llevada al cine), El club Dumas (1993). Esta última con228
firmó que no era azar la agraciada coincidencia de éxitos consecu-
Narrativa Española Siglo XX
tos, en Beltenebros el autor vuelve a utilizar la primera persona;
tivos, sino el arribo de un escritor popular y de buena calidad. Con
pero el narrador se identifica con el protagonista desde el princi-
La piel del tambor obtuvo constantes éxitos en Francia, siendo
pio, como si de unas memorias se tratara. Darman es un agente
reiteradamente la obra más vendida. En 1997 el New York Times
secreto de la organización que por su eficacia ha sido enviado a
declaró a Pérez Reverte el autor del año. En la actualidad trabaja
menudo a cumplir diversas misiones. Vive exiliado y nacionaliza-
una serie de seis novelas históricas ubicadas en la España de los
do en Inglaterra.
Siglos de Oro de la que ya ha presentado, con bastante éxito, los
dos primeros episodios: El capitán Alatriste y Limpieza de sangre
(las dos en 1997) A fines del 2000 apareció El oro del rey.
En El jinete polaco los acontecimientos se vuelven a ubicar
en Mágina, pueblo protagonista de su primera novela y trasunto de
su natal Úbeda, otro Macondo andaluz mítico y real a la vez. A
Antonio Muñoz Molina (1956) Forma parte de esa prodi-
través de los ojos y los recuerdos de un traductor nacido en ese
giosa ola de narradores que ha dado en los últimos tiempos Anda-
pueblo vemos transcurrir la vida en ese pueblo. En el relato de esa
lucía. Estudió periodismo en Madrid e Historia del arte. Su prime-
vida van apareciendo todos los personajes que intervinieron en
ra obra dentro del plano novelístico es Beatus Ille (1986). En 1988
ella, desde el bisabuelo de Pedro, que sufrió la guerra de Cubana
recibió el premio Nacional de Narrativa de la Crítica por El in-
hasta sus padres, que tuvieron una existencia oscura y triste. Abar-
vierno en Lisboa. Ganó el Premio Planta de 1991 y el Nacional
cando un largo periodo de tiempo (del asesinato de Prim a la gue-
de Narrativa de 1992 con su famosa novela El jinete polaco. Tam-
rra del Golfo), el autor configura un retrato de la historia de un
bién ha publicado obras como Bel-tenebros (1989), Nada del otro
pueblo y, de paso, una fiel descripción del carácter del narrador.
mundo (1993), El dueño de lo secreto (1994), Ardor guerrero
(1995), Plenilunio (1996), su más reciente éxito, y Carlota Fainberg (2000). En 1997 ingresó (extraordinariamente, por su edad) a
la academia de la lengua.
Plenilunio es la gran novela de la madurez creadora de Muñoz Molina. Una narración eléctrica, llena de tensión, de rabia y
de ternura, en la que el relato y la reflexión (elemento fundador del
estilo de nuestro autor) se funden para hablarnos de lo que nos es
Si en Beatus ille el narrador se muestra oculto hasta el últi-
más cercano. Como toda novela policiaca que se precie, debe al-
mo momento y se refiere a sí mismo como a persona ajena, y si en
canza al maestro (Vázquez Montalbán, Rubem Fonseca) y super-
El invierno en Lisboa es testigo y comentarista de los acontecimien-
arlo; esto es lo que hace Muñoz Molina.
229
Almudena Grandes (1960) Estudió Geografía e Historia en
Narrativa Española Siglo XX
Javier Cercas (1962) Desde niño ha vivido entre Barcelona
la Universidad Complutense. Se relacionó desde muy pronto con
y Gerona, en cuya Universidad es profesor de Literatura española
el mundo editorial, dedicada a escribir obras por encargo, nada
contemporánea, después de haber trabajado en la de Ilinois. Es
nuevo en el ámbito editorial española actual. En 1989 salta a la
autor de un libro de cuentos, El móvil (1987), de una novela corta
fama por su escandalosa novela Las edades de Lulú que en ese año
El inquilino (1989), y de una novela, El vientre de la ballena
ganó el premio La sonrisa vertical. Posteriormente su novela sería
(1997).
llevada al cine con no menos éxito. Después de una larga espera
ha publicado Te llamaré viernes, publicada en 1991 y que pasó sin
pena ni gloria.
En El inquilino cuenta una sencilla historia: un nuevo
compañero de trabajo desplaza a otro de su privilegiada situación.
Un episodio corriente como la vida misma y bien alejado de esa
En su primera novela la adolescente Lulú se siente atraída
concepción popular del género que se plasma en el dicho ―esto es
por un ami-go de su familia, Pablo. Tras mantener su primera ex-
de novela‖. La acción se sitúa en una universidad norteamericana
periencia sexual con él a los quince años, continúa adorándolo
en cuyo departamento de Filología el protagonista, Mario Rota,
como su único objeto de deseo. Pablo seguirá enseñándole cuáles
ejerce la docencia. Vecino suyo será el recién llegado Berkowicks,
son los caminos más placenteros, y los más per-versos, a los que
eximio investigador contratado para dar lustre y pujanza a la insti-
conduce el sexo, desde la homosexualidad hasta el sadomaso-
tución y que se convierta en la mano ejecutora del hundimiento
quismo, pasando por el travestismo. Las edades de Lulú forma
anunciado de su colega: le quita las clases, le desaloja del despacho
parte ya de ese selecto grupo de ―novelas de culto‖ eróticas junto
y hasta le arrebata la novia. El inquilino, sin embargo, más que las
con La historia de O, Sexos, El amante de Lady Chaterly.
características de ese colectivo, lo que recrea es un personaje. Rota
Aunque es un producto tardío y un tanto comercial no deja
de ser representativa, Las edades de Lulú, del famoso ―destape‖
español. Otras nove-las son Malena es un nombre de tango (1994),
Modelo de mujer (1996) y Atlas de geografía humana (1998)
encarna el tipo del abúlico que se siente derrotado de antemano,
que acepta las desgracias como dictadas por un destino superior e
insoslayable y que ni siquiera pone nada de su parte para remontar
la pendiente que lleva de la resignación al hundimiento. Así, presenciamos una serie de claudicaciones guiadas por un conformismo que llega a hipotecar hasta la dignidad. Todo ello en un con230
texto, el norteamericano, en el que la competitividad es regla de
Narrativa Española Siglo XX
arte entendido como religión del sentimiento, una novela sobre el
oro.
imperio de los sentidos y la condena inaplazable de los recuerdos.
UNA REALIDAD DESQUICIADA 2
Juan Manuel de Prada (1970) Parece que la literatura espa-
Pocas tareas más enojosas o aniquiladoras para un escritor
ñola se ha hecho siempre en el norte o en el sur. De Prada pertene-
que la re-flexión sobre su propia obra, los peligros de la pedantería,
ce al lado norte de esta historia: el país vasco. Aunque estudió
la falsa modestia y el disparate relumbran como armas de afilada
derecho desde un primer momento la literatura lo ha ocupado en
sonrisa, y uno no sabe en cuál de ellas inmolarse. Creo que mi
un cien por ciento. De Prada se perfila como el más reciente enfant
literatura se ha caracterizado siempre (pero no ha habido premedi-
terrible de la literatura española y desde su primer libro, Coños, ha
tación ni alevosía en esta persistencia) por su beligerancia contra el
creado una gran polémica en torno de su persona. Después de
realismo y por su pretensión —quizá algo fatua, quizá estéril— de
estas vi(pu)ñetas ha publicado El silencio del patinador y Las
instaurar un mundo desquiciado que subvierta las leyes mostren-
máscara del héroe. En 1997 ganó el premio Planeta con su novela
cas de ese espejismo que hemos dado en denominar realidad. Que
de corte policial La tem-pestad en la que un héroe marcha a Vene-
las subvierta y que, a la vez, se erija en una metáfora más o menos
cia para ver el enigmático cuadro de Castelfranco: Giorgione.
intrincada de lo que está ocurriendo.
Alejandro Ballesteros, joven profesor de arte, llega en mitad
Esta tarea, que late al fondo de mis novelas, quizá se haga
del invierno a Venecia, una ciudad arrasada por la nieve y las
más explícita y conturbadora en mis cuentos. En ellos (esta aclara-
inundaciones, dispuesto a completar sus estudios sobre el misterio-
ción me produce cierto sonrojo, de tan archisabida), procuro in-
so cuadro del pintor renacentista Giorgione que da título a esta
troducir una alteración de la normalidad dentro de un ámbito más
novela. En apenas cuatro días, Ballesteros es testigo del asesinato
o menos circunspecto o incluso grisáceo: un propósito que nada
de un famoso falsificador de arte, se enamora de una mujer excep-
tiene de original, pues ya lo pusieron en práctica todos los maes-
cional y conoce a personajes tenebrosos unidos por la clandestini-
tros del género fantástico, en cuyas aguas abrevo. Donde sí aspiro
dad del delito. Y todo ello en el marco de una ciudad donde la
vida y el arte se confunden y donde nada es lo que parece. La tempestad es una novela de intriga y a la vez una reflexión sobre el
2
Este texto, escrito por Prada, encabeza su cuento ―El silencio
del patinador‖ en la antología Los cuentos que cuentan, Cf. La
bibliografía.
231
a la originalidad es en los métodos que empleo para que esa in-
Narrativa Española Siglo XX
infracción de tabúes, la escatología, la soledad (a veces asociada al
tromisión de una nueva realidad desquiciada se haga patente: el
celibato), la nostalgia de una edad de oro o infancia inaccesible, la
surrealismo y el esperpento me resultan muy gratificantes (creo
nocturnidad como escenario de anhelos aberrantes, la violencia
que Buñuel y Fellini aletean al fondo), y tampoco me es ajena una
como válvula de escape ante los desarreglos que una realidad hos-
exacerbación de las percepciones sensoriales (expresada en sineste-
til impone en nuestra conducta, la sombra de la esquizofrenia pal-
sias y asociaciones insólitas) que ayude al lector a instalarse en ese
pitando siempre alre-dedor, como un aquelarre ominoso y persua-
mundo de pesadilla que le propongo, un mundo en el que se sus-
sivo.
penden el tiempo y la racionalidad, y donde la alucinación y los
pozos ciegos de la locura imponen su tiranía. Mientras escribo,
procuro que mi inteligencia aspire al trance, de modo que se co-
Todos estos mecanismos creativos y obsesiones que vengo
necte con las cosas (y conste que para mí todo es cosa: los muebles
exponiendo se condensan en ―El silencio del patinador‖. Antes
y los paisajes, pero también las palabras y las pasiones y los pen-
cité, entre mis débitos, a Hawthorne; sería injusto no mencionar la
samientos) desde una intuición que surge entre el sueño y la vigilia
nitidez sintáctica de Borges, la música onírica de Cortázar, los
y que sólo logra su plasmación en lenguaje mediante la imagen
delirios analíticos de Poe y, sobre todo, el «misterio blanco» de
poética. Por supuesto en mi proceso de escritura los sentidos no
Felisberto Hernández.
quedan sometidos por las facultades intelectivas; creo, pues, que
podría calificárseme de primitivo.
Que mi propuesta estética haya desdeñado el conocimiento
no implica que yo sea un escritor escapista: por desgracia, soy demasiado propenso a las alegorías (como Nathaniel Hawthorne), y
todo ese material intuitivo y poético que rescato de las alcantarillas
del subconsciente lo ordeno en torno a una serie de obsesiones
recurrentes: el sexo represor y pecaminoso (alejadísimo del sexo
acrobático que pueda proponer un Henry Miller, por ejemplo), la
José Ángel Mañas (1971) Licenciado en Historia Contemporánea y autor de Soy un escritor frustrado y de la llamada ―Tetralogía Kronen‖: Historias del Kronen -novela que quedó finalista
del Premio Nadal 1994 y con la que se dio a conocer como escritor-, Mensaka, Sonko95 y Ciudad rayada; además del relato ―Las
perolas de Diana‖. Sus libros han sido traducidos a varios idiomas.
Historias de Kronen y Mensaka han sido llevadas al cine con gran
éxito. Al recoger el premio de finalista del Premio Nadal se había
232
convertido en el escritor más joven que conseguía ese reconoci-
Narrativa Española Siglo XX
―Historias del Kronen‖, la película, es la adaptación de la
miento (tenía tan sólo 22 años), y se revelaba como la promesa
primera nove-la de Mañas, tiene el indudable interés de ser la pri-
más firme de la narrativa realista española.
mera película española que retrata a una parte importante de la
Su primera novela, Historias del Kronen es la crónica veraniega de un grupo de jóvenes madrileños y de sus actividades
cotidianas: proveerse de drogas, el sexo, los bares de copas, los
conciertos de rock, las relaciones entre amigos, la familia... Narrado en primera persona por Carlos, un muchacho que intenta eliminar de su vida los sentimientos y los escrúpulos, la novela nos
introduce en un mundo fácil, obsesionado por la violencia y el
culto a algunos de sus símbolos: La naranja mecánica, American
Psycho. El relato se desliza con extraordinaria coherencia hasta su
impactante culminación y el giro imprevisto de sus últimas páginas.
Retrato de una cierta juventud, Historias del Kronen nos
muestra, con una enorme eficacia narrativa, un mundo que la generación adulta sólo conoce de forma fragmentaria por noticias
que no siempre lo reflejan fielmente: macro conciertos, rutas del
bakalao, conductores suicidas, tribus urbanas... Pero lo que destaca
por encima de todo en la novela es su excelente fluidez narrativa,
la formidable facilidad de los diálogos, el oído del narrador para
caracterizar por su lenguaje a personajes diferentes, la naturalidad
con que se reproducen los argots urbanos, la capacidad de descripción de situaciones y ambientes.
generación de adolescentes españoles de los 90, jóvenes desencantados que encuentran una vía de escape en el alcohol, las drogas y
la noche. Como Carlos, el protagonista, joven estudiante que apenas ha cumplido los 21 años y al que le encanta provocar y transgredir. Al atardecer, como cada día, Carlos sale de su casa para
reunirse con sus amigos en el Kronen, el bar que más frecuentan.
La cinta fue dirigida por Montxo Armendáriz, el guión fue realizado por el director y el mismo Mañas, se estrenó el 29 de abril de
1995. La película fue todo un fenómeno social, batió records de
taquilla e incluso, a partir de ésta, se empezó a hablar de la ―generación Kronen‖.
Por su parte, Sonko95 es una crónica implacable de los años
noventa donde se narra el préstamo monetario que hace un joven
novelista de éxito a unos amigos para sacar adelante un bar de
copas, el Sonko95, en un lugar muy frecuentado de Madrid. Aunque el negocio no acaba de arrancar y los números no cuadran, se
convierte en la excusa perfecta para demorar el des-enlace de la
novela que está escribiendo. Paralelamente, los inspectores de la
brigada de homicidios Duarte y Pacheco han de resolver el asesinato de un conocido productor de cine y de varios travestidos.
Otro prestigioso productor, discretamente vinculado con el cine
233
Narrativa Española Siglo XX
porno, se perfila como sospechoso. En el escenario coral de noches
de alcohol y sexo y días de amigos sin rumbo fijo, José Ángel Mañas consigue el retrato de un joven insatisfecho que observa el
mundo desde el desaliento. Sonko95 contrapone el perfil personal
del protagonista con su propia ficción: una novela policíaca deu-
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