La revolución como pesadilla interruptora en Antonio

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La revolución como pesadilla interruptora
en Antonio Mañero
Desafío, no alseñor Madero, al más grande filósofo e historidador, á que
diga cuál fué 6 pudiera ser la revolución coronada por la democracia.1
Presentación
En el presente trabajo recogemos las ideas centrales desarrolladas
por Antonio Mañero concernientes a la revolución, la evolución,
la democracia, a su concepto de pueblo y de los personajes en la
obra El antiguo régimen y la revolución, publicada en 1911. Más
adelante el trabajo aborda las ideas de Mañero con respecto al
historiador, al papel de la historia y al tipo de fuentes que utiliza,
así como su tratamiento. Por último, debemos advertir que la
inexistencia de estudios sobre Mañero y su obra, tanto como la nula
referencia que a él se hace en las obras de historiografía de la
revolución, dificultan nuestro análisis, pero al mismo tiempo,
hacen más interesante la lectura de este autor.
Quién fue Antonio Mañero
Es opinión común que Mañero nació en Toluca, en el estado de
México, en el año de 1885, y que murió en la ciudad de México en
1964 -salvo opinión de Francisco Naranjo, quien asegura que
Mañero nació en Yucatán-. Oficialmente se le presenta como
revolucionario, sin embargo, la tesis central de la obra que analiza­
mos es opuesta a la revolución maderista. Eso sí, las cuatro fuentes
consultadas2coinciden en señalar que nuestro autor se convirtió al
constitucionalismo a partir de 1913. No se sabe nada respecto de
la forma y las circunstancias en que Mañero abandonó su posición
contraria a la revolución. Lo único que sabemos es lo que él mismo
dice —a manera de hipótesis- sobre el origen de la mala voluntad
que le tomó a Madero.
Resulta que una vez iniciada la revolución (no dice la fecha),
Mañero se presentó ante Madero y demás revolucionarios para
hacerles algunas sugerencias, éstos, luego de escucharlo, le contes­
taron que “no era lo mismo comer que tirarse con los platos”.
Después de esas palabras lo tomaron preso bajo la acusación de
que pretendía asesinar a Madero. Esta referencia la conocemos
porque la menciona en su obra, y por el tono inferimos que uno de
los motivos de la animadversión hacia Francisco I. Madero tuvo su
origen en este incidente. De otra manera, ¿cómo debemos expli­
carnos que dos años después figure entre las filas del carrancismo?
Francisco Naranjo asegura que Antonio Mañero secundó el
levantamiento delahuertista de 1923.3
Todos los puestos que desempeñó se caracterizan por su vincu­
lación con las áreas de finanzas y de economía. Se le señala como
promotor de la fundación del Banco de México y como fundador
del Banco del Trabajo; desempeñó el cargo de diputado federal en
dos ocasiones: 1920 y 1943.
Además, sus obras están relacionadas con el tema de la revolu­
ción y con las instituciones de crédito. De las primeras sólo mencio­
naremos El antiguo régimen y la revolución, publicada en 1911 con
un título homónimo al de la obra de Tocqueville; en 1915 publicó
en Veracruz ¿Qué es la revolución!, breve exposición sobre las
principales causas de la revolución constitucionalista en México.
Desde su primera obra Mañero anunció un trabajo sobre las
instituciones de crédito, hoy sabemos que cumplió su ofrecimiento
sólo que cuarenta y seis años después: La revolución bancaria en
México. Una contribución a la historia de las instituciones de crédito
en México (1957).
En total hay registradas diez obras escritas por Antonio Mañero.
Pese a ese número su importancia no se ve reflejada en obras
posteriores. Es más, siendo uno de los primeros, si no es que el
primero en escribir sobre la revolución, no aparece mencionado en
los trabajos de historiografía de la revolución consultados.4Su
olvido u omisión es probable que esté relacionado con su desagra­
dable posición respecto de la revolución.
Una obra de rápidos conceptos
La obra de Mañero muestra el afán por defenderse de los ataques
de sus contemporáneos para probar que “nunca tranzó con la
mutilación de la ley”, sobre todo de la acusación que le hicieron los
periódicos de su época en el sentido de formar parte de un complot
para asesinar a Francisco I. Madero; y para probar, cosa que no
logra, que no es científico, panegirista, y menos que se haya vendido
a los partidos.5
Pero la causa original de sus “rápidos conceptos” es la revolu­
ción. Mediante su obra pretende “reconocer su carácter, su proce­
dencia, fines y probables resultados”.6Su desaliñada obra, como él
mismo la llama, pretende encontrar, estudiando la finalidad polí­
tica de los acontecimientos, los resultados de la evolución y la
revolución para demostrar si ésta última ha tenido un fin progre­
sista o regresivo. La lectura de la obra nos demuestra que está
dedicada a probar que la revolución tiene efectos regresivos sobre
el proceso evolutivo de la nación.
Implícitamente es una respuesta a la necesidad de buscar
explicaciones al fenómeno de la revolución maderista y pensar
sobre la influencia futura de la misma.
Finalmente, Antonio Mañero nos explícita los objetivos de su
obra:
Primero: Analizar los hechos que forman la red de factores y
resoluciones constituyentes de la crisis política de 1910.
Segundo: Enumerar, deducidos de las ciencias adecuadas, cuya
aplicación al estudio de aquellos hechos nos lleve á un fin útil y
determinado.
Tercero: Analizar el resultado de esa aplicación.7
El pueblo no está preparado para la democracia
La edición que utilizamos para el análisis inicia con dos páginas
que, presumiblemente, podrían ser la justificación del editor; en
ellas se explica que con motivo del 175 y 75 aniversario de la
independencia y la revolución, respectivamente, se publican ésta y
otras obras con el fin de que se “conserve en la memoria colectiva
todo aquello que los mexicanos debemos a los movimientos de
Independencia y de Revolución”. Y “para que, —continúa-, el
compromiso de los mexicanos, especialmente los jóvenes, sea más
enterado, más decidido, más visionario”.8La siguiente página está
dedicada a los principales datos biográficos del autor. Errónea­
mente los editores señalan que la obra “trata de dilucidar la
decadencia porfíriana por el concepto de evolución al que antepo­
ne el de revolución. Es uno de los primeros libros que trata de
exponer por qué y cómo cayó el régimen porfiriano”.9
La obra está compuesta de diecisiete capítulos. El primero lo
dedica a definir, en siete páginas, sus conceptos teóricos respecto
de la revolución y su contrario: la evolución. Los cuatro capítulos
siguientes, entre los que se encuentran los más voluminosos por su
número de páginas, los dedica a resaltar el crecimiento comercial,
la creación de los bancos, en fin; a lo que él llama el “adelanto
material de una nación”, las comunicaciones y las obras materiales:
ferrocarriles, telégrafos, teléfonos, obras portuarias, monumentos
públicos, carreteras, calzadas, etcétera. Todo esto porque es un
convencido de que en las obras materiales de una nación “debe
cimentarse el juicio crítico de su desarrollo y desenvolvimiento”.10
El cuarto, intitulado “La hacienda pública”, se refiere, como su
nombre lo indica, a la situación hacendaría y a los ferrocarriles.
Aquí Limantour se lleva las mejores planas: veintidós de un total
de cuarenta y dos páginas y media, pues el autor, abusando de su
excesivo positivismo, copia textualmente aburridos informes del
Secretario de Hacienda sin que agregue un sólo comentario.
El capítulo quinto no deja de ser menos aburrido y cansado que
el anterior. A lo largo de cincuenta y siete páginas, Mañero se
dedica a la exaltación de las acciones de gobierno de Porfirio Díaz,
analizando los principios de esa política en su exteriorización. Para
él fueron cuatro las causas que provocaron la caída de Díaz: 1) la
mutilación de la justicia hecha por aquellos que debían mantenerla
incólume, “porque hasta el gendarme posó su mano sobre la
blancura inmaculada de la justicia”.11Se infiere que para Mañero
la justicia no fue mutilada por el dictador, sino por el pueblo y por
quienes se levantaron en contra de su régimen. 2) la decadencia
política e individual del general Díaz como consecuencia de las
crisis ministeriales; 3) haber creído “como un hombre vulgar que
no conoce los antecedentes históricos”, en las intrigas de sus
incondicionales que inventaron el “terrible fantasma” del partido
científico; y 4) haber arrojado a los elementos “que como inmensas
palancas le habían servido para mover todo el mecanismo político”.12
A pesar de estos cuestionamientos, el capítulo está dedicado a
la exaltación de Porfirio Díaz. Introduce una extensa cita, proba­
blemente con el afán de no parecer defensor de la dictadura, en
donde enumera empleos, campañas, premios, condecoraciones
extranjeras, de la federación y de los estados; y las comisiones
cumplidas por Díaz. Estos dos capítulos, el cuarto y el quinto, son
los más grandes de toda la obra, lo que dice mucho de las preferen­
cias y razones del autor: la justificación y defensa del régimen
porfiriano y no probar su decadencia como afirman los editores.
Los capítulos siguientes están dedicados propiamente al análi­
sis de la revolución. En el seis, desarrollado en seis páginas, define
a la revolución mexicana y la juzga comparándola con la francesa
y la revolución de independencia de 1810. La de 1910, dice, no es
una revolución de trascendencia pues no ataca a los sistemas, sino
tan sólo a las personas. Critica las banderas de no reelección y
sufragio efectivo porque no son nuevas. Termina diciendo que la
democracia es el único medio de salvación de una nación, democra­
cia que, como veremos más adelante, sólo puede darse en la
libertad individual.
En los capítulos siete y ocho analiza las causas profundas y
exteriores de la revolución. El autor está convencido de que “los
pueblos, como los hombres, están sujetos á crisis patológicas,
provenientes esencialmente de su propio desarrollo”.13Dice que el
desarrollo físico individual acarrea trastornos orgánicos y, en esos
casos, los tiranos son la solución natural para la evolución de los
pueblos. Se opone a la democracia y a la igualdad, la primera
supone igualdad de derechos políticos; y la segunda, a su vez,
servidumbre. Por eso se inclina por la libertad, que es esencial al
hombre; sólo aquí acepta la democracia, en la libertad, pues ésta
supone desigualdad.14
Considera que fueron tres las causas profundas de la revolu­
ción: la primera resulta del uso de la libertad que permite la
elevación, por su valer, de individuos de “organización intelectual
más compleja”. La segunda es la necesidad “pesadísima” de la
adaptación del individuo al medio social; y la tercera, la supersti­
ción política, “germen morboso” que se conserva intacto en el
cerebro humano y que dimana de la superstición religiosa o divina.
Para Mañero el pueblo no es más que una masa emotiva, es
ignorante y “por ser muchos, no dejan de ser ignorantes”. Este
pueblo que no está preparado para la democracia como el romano,
mutiló y despreció la justicia en 1911 movido por “promesas de
liberación”.
Finalmente, a las causas exteriores las divide en causas y
subcausas. Como parte de las primeras consideran las guerras de
Tomochic y del Yaqui, las huelgas de Puebla y Orizaba, la corrup­
ción, la quiebra de la Jacoby Co. dedicada al negocio del algodón,
y el resurgimiento de aristocracias y de oligarquías basadas en la
preeminencia individual o, como dice, selección social que permi­
tió la evolución gradual de personalidades. Todos estos factores
acarrearon una crisis económica y un desnivel social y político que
son el origen de la necesaria revolución.
Las subcausas son: el caciquismo, el peonismo, el fabriquismo,
el hacendismo, el cientificismo que significa acaparamiento comer­
cial y financiero desventajoso; y el extranjerismo.
El autor enumera desordenamente lo que hoy sabemos fueron
las causas principales y secundarias de la revolución. Desde luego
que no faltan las repeticiones e incluso las confusiones en esta
tipología.
En el capítulo “Psicología de la democracia” se dedica a definir
el concepto. Para él, a mayor número de individuos reunidos,
menor la capacidad de comprensión; ésta mayoría es movida no por
la conciencia sino por la emotividad; así, la democracia es más
sentida por la colectividad que comprometida.
Del capítulo diez al trece desarrolla la idea de que a la crisis
política precede la crisis económica. Antonio Mañero reconoce
como una causa importante la crisis agrícola de 1907 como efecto
de la crisis americana.15 Crisis secundarias son para el autor la
acción de los especuladores, la caída del henequén y el problema
agrario.
Analiza igualmente las posibilidades de una invasión norteame­
ricana y dice que, de ocurrir, la actitud de los mexicanos sería la
misma reacción de la mujer golpeada frente a la injerencia de los
intrusos. Afirma que una revolución no necesita de extranjeros
para triunfar. Por otro lado, critica a la prensa mexicana por su falta
de honradez, por mercenaria y abyecta, y se defiende de las
acusaciones que ésta le hace.
Durante la revolución, Mañero ubica tres partidos actuantes:
Dehesista, Científico (conservador) y Democrático (renovador).
Al primero lo llama “especie de relámpago”, efímero y pasajero
como el deseo frustrado que le produjo. Del Científico asegura que
debería llamarse Reeleccionista, pues la Unión Liberal que le dio
origen se disolvió en 1893. Critica al Democrático, formado por
contentos y descontentos, porque su postulado de no reelección es
antidemocrático, opuesto al sufragio libre, dice al respecto:
Pasear por las calles un cartelón en donde diga “Sufragio libre” “No
reelección,” es lo mismo que si se paseara otro en que dijera “El pueblo
no está apto para la democracia”.16
Del capítulo catorce al dieciséis Mañero analiza la sucesión
presidencial, la renuncia de Díaz y lo que él llama los gobiernos
provisionales de Madero y Francisco León de la Barra. Respecto
de lo primero expresa sus sospechas sobre la posibilidad de una
nueva dictadura con Madero. Reivindica a Juárez como un gran
político, compara los textos del Plan de la Noria y de San Luis para
probar que ambos tuvieron las mismas banderas. Critica la idea de
democracia de Madero y su comparación con el pueblo romano: el
mexicano es un pueblo de “ignorantes”, mientras que los romanos
no.
A propósito de la caída de Díaz, Mañero considera que el
anciano dictador cometió tres errores: dar concesiones a la revolu­
ción, menospreciar la labor civil de Madero, y apresarlo. Pero el
error definitivo de Díaz fue haber aceptado las banderas de la
revolución y legitimarlas mediante el congreso; ésto fue una mues­
tra de debilidad, dice Mañero. Con pretensiones de consejero
sugiere dos formas para acabar con un político: cuando está en
germen o cuando está en su madurez; en su etapa de desarrollo,
como se encontraba Madero, sólo se le favorece más.
Compara a Díaz con Luis XVI, lo reivindica y defiende de sus
enemigos. Respecto de las renuncias de Díazy Ramón Corral, dice:
Después de estas renuncias, la Nación entera precipitóse en danzas
políticas jubilosas, que no sé por qué me han recordado tanto las
danzas salvajes al derredor de sus ídolos.17
Critica a Madero por haberse autonorabrado presidente provi­
sional. Considera que existe una dualidad de poder durante el
interinato de León de la Barra, debido a que Madero siguió
actuando como presidente de la república. Acusa al nuevo régimen
de nepotismo, pues todos son hermanos o parientes. Apunta
respecto de la revolución maderista:
El camino que la revolución maderista ha marcado no es el camino de
la democracia; es el camino de la demagogia que acaba siempre en
yugo, llámase conquista ó dictadura.18
Finalmente, en el capítulo “Democracia y demagogia”, Mañero
califica a la revolución como utopía y de principios falsos; la
considera una pesadilla interruptora. Piensa que fue una lucha
movida por ambiciones bastardas. Para que la democracia sea
posible es necesario que haya homogeneidad y entre los mexicanos
existe heterogeneidad: la democracia no es posible. Para él los
únicos democráticos fueron los miembros del partido científico de
1892.
La evolución: única vía de desarrollo
Para determinar la posición y las preferencias políticas de Antonio
Mañero desarrollamos este punto con base en los siguientes
aspectos: su concepción de evolución, revolución, pueblo, demo­
cracia y los personajes de su agrado; o, como él dice, de su
“verdadero credo político”.
Evolución y revolución
La obra de Mañero tiene un gran objetivo: reivindicar la suprema­
cía de la evolución como medio de desarrollo de la sociedad. Para
él, el régimen de Díaz significó treinta años de evolución pacífica,
truncada únicamente por la acción de la revolución. Mañero
considera que la evolución “es la condición natural de la humani­
dad, toda evolución es por lo tanto buena”.19La paz es la garantía,
es la protección de la evolución; así, por ejemplo, la única vía para
acceder a la democracia es justamente mediante la evolución y no
por la revolución:
...sólo el sistema meramente evolutivo será capaz de formar en la
conciencia colectiva una verdadera democracia que pueda en su
madurez exteriorizarse en los actos legales correspondientes.20
Mientras que la evolución es progresiva, inexorable, renovado­
ra y creadora, considera que la revolución es regresiva. Siguiendo
el darwinismo social de Spencer, compara a la sociedad con un
organismo vivo cuyo crecimiento lleva a la necesidad de cambios;
pero los elementos dañados, en la evolución renovadora, “perecen
de muerte natural”. La perfección, nos dice, no se logra ni con la
muerte.
Mañero reivindica que el desarrollo de los ideales políticos y
económicos se logra sólo mediante el método evolutivo. Es a partir
de esta premisa que los tiranos son la solución natural para
garantizar la evolución de los pueblos.
La revolución es considerada por el autor como una ruptura,
como una interrupción:
...es la ruptura instantánea con un régimen establecido. Puede ser
buena y mala. Buena en cuanto destruya un régimen nocivo, mala si
destruye uno benéfico.21
A lo largo del texto Mañero intenta, sin hacerlo explícito,
demostrar que la nación se venía desarrollando de manera pacífica
mediante la evolución, y deja entrever que la revolución vino a
detenerla. Sólo así se entiende el número de páginas que dedica a
la obra material de la época porfirista.
Juzga la maderista de 1910 con base en tres tipos de revolucio­
nes: las que obran sobre los sistemas (golpes de estado), las que van
contra las personas dejando incólumes los sistemas gubernamen­
tales; y, la de trascendencia: cuando se ataca sistema y personalida­
des. La mexicana cabe, dice Mañero, en el segundo tipo, pues la han
motivado intereses bastardos.
Finalmente, emite su juicio contra la revolución maderista:
En el curso de nuestra historia á través de los siglos, tendrá que
aparecer como una pesadilla interruptora de un ciclo de progreso,
porque el antiguo régimen no será destruido, porque los principios de
educación emanados de treinta años de pacífica evolución y los
intereses que esa misma ha creado no podrán ser destruidos...22
El pueblo: masa emotiva
Para Mañero el pueblo, las masas, no son más que un
amontonamiento de individuos que no por su número constituyen
la opinión, ésta se debe computar por la razón; “tampoco por ser
muchos dejan de ser ignorantes”. El pueblo es:
...una masa en la que la emotividad aumenta con el número, disminu­
yendo en proporción la comprensión, la facilidad para regir esa masa
sugiriéndole cualquier idea de aspecto elevado, es absoluta y por lo
tanto, la voz del pueblo será la de aquel que sea capaz de adueñarse,
[...] de la voluntad colectiva.23
Pero Mañero la cosa no para allí, pues además de calificar al
pueblo de ignorante, asegura que éste es más corrupto que el clero
(siguiendo la opinión de Bulnes), inepto para conocer la verdad e
incapaz de ejercer la democracia. Y, sobre el papel del pueblo dice:
...cuando la hora de la catástrofe suena, el hombre mediocre se
muestra en su verdadera miseria y el pueblo enfurecido contra sí
mismo, rompe el ídolo y retira su admiración con su obediencia, ¿y qué
hace de ambas? ¡las entrega á un nuevo amo!24
La democracia: forma de conseguirla
Ya hemos dicho que Mañero la considera como el único medio de
salvación de una nación. No obstante, la democracia no puede
darse en la igualdad si no es a partir de la libertad individual, pues
la libertad le es esencial a su naturaleza.
Prefiere la educación individual a la colectiva, y dice que la
conciencia organizada es la expresión del yo. La colectividad
siente, pero no comprende la democracia; por eso contradice a
Madero, sugiriendo que el pueblo mexicano no está preparado
para la democracia, porque la democracia no se hace, nace “como
producto natural del medio propicio para ello”.25Para estarlo se
necesitaría homogeneidad y lo que existe, dice, es heterogeneidad:
Y actualmente entre nosotros, nada puede justificar su verdadera
existencia, ni nuestros sistemas, ni la disparidad de la educación
individual, ni las divergencias de costumbres personales; porque
nuestro medio es un medio heterogéneo y la democracia requiere
como principal elemento un medio homogéneo.26
Por esas consideraciones, Mañero contradice la idea de que se
puede llegar a la democracia mediante la revolución, sólo puede
llegarse terminando con ese estado y retomando el camino de la
evolución. No debemos olvidar, si creemos en Fran^ois-Xavier
Guerra, que los positivistas le tenían horror a la revolución.27
Elogios para Díaz y Limantour
Porfirio Díaz y José Ivés Limantour son los personajes que reciben
los mayores elogios y reconocimiento por parte de Antonio Mañero,
aunque por supuesto, no son los únicos.
El autor reconoce que la política de Díaz era la más conveniente
y adecuada “para el período de transición evolutiva porque México
atravesaba”. Su acción estaba sancionada “por los más célebres y
conspicuos de entre los filósofos y políticos mundiales”.28Recono­
ce además que, ante la caída y los ataques del pueblo, defendió al
dictador. La siguiente cita resume el papel, que según él, le
correspondió jugar a Díaz:
La Revolución manifiesta deja de existir cuando hay un dictador que
la interrumpe, generalmente por poco tiempo; pues que sólo se
prolonga por un largo período esta interrupción, en los rarísismos
casos en que al ejercicio de la dictadura se une un verdadero patrio­
tismo, una gran tendencia al progreso, ausencia de pasiones mezqui­
nas, una gran dosis de moral privada y un gran dominio sobre sí mismo,
y todo ello aparece encarnado en un hombre como el General Porfirio
Díaz.29
El autor señala a José Ivés Limantour como el preferido por
Díaz para sucederle, y apunta que gracias a su pericia y la sabiduría
de los métodos evolutivos empleados en las finanzas, el país goza
de adelanto en la materia:
Precisa decir, y será la única aclaración de esta índole que haya en el
curso de este desaliñado trabajo, que es al esfuerzo y excepcionales
dotes financieras del señor Limantour, á lo que esencialmente se debe
la gestión y fruto de estos trascendentales asuntos.30
La historia como tribunal
Alo largo de la obra encontramos la pretensión del autor de buscar
la objetividad y la imparcialidad frente a lo que está narrando, no
tienen otra explicación la gran cantidad y extensión de las citas
incorporadas al texto. El autor quiere dar una imagen de
distanciamiento respecto de su objeto de estudio. No es necesario
ahondar más en el modelo de historiador de Mañero, pues el sólo
título de su obra muestra sus inclinaciones. No obstante, él mismo
comunica que sigue el plan de Quevedo cuando éste trata de la vida
de Bruto. Pero como historiador se lamenta que no tenga, como en
los tiempos clásicos, una nación que arrastre a las demás y menos
un sistema político general para relacionar los acontecimientos de
todas las naciones.31
Mañero define los hechos históricos como “una serie continua­
da de semejanzas por la identidad de factores; algo así como un
espejismo constantemente repetido”.32 Pero los hechos donde
pueden cimentarse los juicios críticos son las obras materiales.
Como él pretende dar explicaciones trascendentales, sólo aborda
aquellos hechos que tienen ese rango trascendental. Sin embargo,
advierte que por ser su obra de justicia, tiene que hacer resaltar
“aquellos hechos sobre que el error ó la maldad se encarnizan más
crudamente”.33
Antonio Mañero no se contenta sólo con enumerar los hechos,
sino que busca las causas, —reales y ficticias—, para conocer la
esencia trascendental de los acontecimientos. Por eso, cuando se
refiere a la caída de Díaz o a la misma revolución, explica también
las causas. Para lograrlo utiliza un método de análisis:
Desligo primeramente al General Díaz de todo compromiso con la
Nación y voy á observar el caso como si me refiriese exclusivamente al
acto aislado de su caída.34
A pesar de su pretendida objetividad, Mañero también recurre
a la especulación como podemos ver en la siguiente afirmación: “El
señor Corral, enfermo y retirado en Tehuacán, opinaba probable­
mente como los señores Creely Molina”.35Son también frecuentes
los “si hubiera ocurrido”, “le hubiera”, “le hubiese”.
A la historia la concibe como un conocimiento objetivo, pero
que es “por demás difícil de analizar y que podría llevarnos,
aparentemente, con tanta facilidad á una conclusión como á la
otra”.36La complejidad del organismo social, objeto de la historia,
sólo puede apreciarse en las causas exteriores y no en las profun­
das.
Pero la historia es también muestrario de ejemplos que se
pueden invocar para apoyar en ellos las ideas. Además, le da el
papel de juez, de tribunal en donde la nación reclamará sus actos
a los individuos; le otorga la responsabilidad, que no siempre puede
cumplir, de aclarar los hechos que no se presentan claros, o para
descubrir las intenciones de los jefes revolucionarios. El mismo
papel le concede a la filosofía de la historia, esto es, mostrar los
casos consumados a partir de leyes generales. Con base en ella
Mañero pregunta y responde, a propósito de la paz:
¿Volveremos á ver correr la sangre? Es casi seguro; la filosofía de la
Historia demuestra que la extensión de las palabras cristianas “el que
á hierro mata á hierro muere,” es una realidad para los problemas
políticos de sucesión, las revoluciones que se hacen con la espada, caen
por la espada.37
Mañero: sus fuentes y sus juicios
Las fuentes utilizadas por Antonio Mañero son, en primer lugar,
documentos oficiales: discursos, conferencias, informes, progra­
mas y renuncias; en segundo, tres monografías, memorias, una
biografía y obras como La sucesión presidencial de Francisco I.
Madero. En tercer lugar utiliza fuentes hemerográficas, sobre todo
periódicos mexicanos y uno extranjero; y en cuarto, como contem­
poráneo a los hechos que describe, utiliza referencias que obtuvo
a través de pláticas y conferencias con personas involucradas en los
acontecimientos.
Además, por las referencias y las comparaciones de México con
otras naciones, sabemos que tuvo acceso a las historias de lidios,
babilonios, hebreos, fenicios, alejandrinos, griegos, chinos,
germanos, romanos y de la revolución francesa.
A lo largo de la obra compara a los mexicanos con los romanos
y la revolución mexicana con la francesa. Sus naciones tipo o
predilectas son Japón y Estados Unidos.
Pese a lo que pudiera pensarse, Mañero selecciona y pondera
sus fuentes al formular juicios y explicaciones. Cuando las citas son
extensas dice, por ejemplo: “aquí termino este surcido de trabajos
ajenos”.38 Más todavía, cuando se trata de hacer cargos contra
personas con base en fuentes que no tienen importancia, no las
inserta porque “carecen de consistencia y de fondo; sus demostra­
ciones no están basadas en una perfecta documentación, y un cargo
tal, no puede ni debe hacerse, sino en el solo caso de que esta
documentación existiese, pudiera comprobarse debidamente”.39
En algunas ocasiones evita comentar los aspectos que descono­
ce, pero en otras, afirma que la verdad puede obtenerse sin
necesidad de fuentes, echando mano al recurso de la deducción o
inducción:
Desgraciadamente, si tal cosa tiene en el fondo una verdad, la prueba
documentada de ella no he podido obtenerla, á pesar de repetidas
gestiones. Se me dirá entonces que trataré en falso completamente un
asunto que por tal causa no debía haber iniciado, pero yo contestaré
á esto que no se necesita la plenitud de pruebas para llegar á una
verdad, la que puede obtenerse muchas veces por la deducción ó la
inducción con tanta exactitud como si la plena prueba existiese.40
Es decir, la veracidad de los hechos la hace depender de sus
intereses por probar tal o cual acontecimiento, por eso, en unas
ocasiones dice que no puede opinar porque le faltan fuentes y en
otras, como en la cita anterior, justifica su derecho de hacerlo aun
cuando le hagan falta los documentos necesarios.
Finalmente, debemos señalar que recurre a la confrontación de
fuentes, sobre todo de la prensa, con el objeto de lograr luz sobre
algún acontecimiento o suceso. No siempre, pero con frecuencia,
al final de una cita anota sus comentarios.
Reflexiones finales
El tema de la revolución ocupa en la actualidad a gran parte de los
historiadores mexicanos y a un buen número de extranjeros. Son
muchos los enfoques y variadas las concepciones que hoy aprecia­
mos en la historiografía de la revolución.
En opinión de historiadores como Enrique Florescano, mere­
cen nuestra atención las aportaciones de Alan Knigth, John Masón
Hart, Frangois-Xavier Guerra y Friedrich Katz, por citar única­
mente a los estudiosos extranjeros más recientes. Ya no se diga de
las aportaciones mexicanas de los últimos treinta años que han
contribuido a destruir viejos y construir nuevos mitos en torno al
carácter y significado de la revolución de 1910-20.
Pero pese a esta avalancha de estudios sobre la revolución, con
base en la bibliografía revisada creemos que hace falta explorar
todavía más la veta de conocimientos que constituyen las obras
historiográficas de los contemporáneos y protagonistas de ese
proceso.
Ciertamente han sido citadas, mencionadas, valoradas y comen­
tadas algunas de ellas, pero hace falta abordarlas desde la óptica de
la crítica historiográfica que supone tomarlas no únicamente como
fuente,41sino como obras que deben arrojar luz sobre los intereses,
pretensiones y motivaciones de estos autores.
La obra que hemos analizado no responde a un hecho fortuito.
Es el interés de un contemporáneo de la revolución maderista por
dar una explicación más allá del artículo periodístico, corto y
conciso. Esto es, indudablemente, su primer gran valor. Sin embar­
go, debemos preguntarnos ¿por qué en ésta obra se opone a la
revolución y en la de 1915 la defiende y justifica?
Ciertamente, en ¿Qué es la revolución? publicada en 1915,
Mañero no condena la revolución, sino apremia para que ésta
entre en la etapa de las reformas. Condena sí, al porfiriato, y sigue
manteniendo la misma actitud crítica frente a Madero.
¿Habrá que considerar este cambio de posición del autor en
relación con el cambio de su situación personal? Es posible, pero
la dualidad de ideas refleja lo que fue la revolución mexicana, un
proceso de mudanza en las opiniones y partidos, un hecho cien por
ciento humano. En este contexto considero debemos comprender
la obra de Antonio Mañero que, por cierto, merecería una mayor
atención por parte de los historiadores contemporáneos.
Juan González Esponda
El Colegio de Michoacán
NOTAS
1. Antonio Mañero, El antiguo régimen y la revolución, pp. 412-413.
2. Francisco Naranjo, Diccionario biográfico revolucionario;Diccionario Porrúa: historia
biográfica y geográfica de México; Encliclopedia de México; y Enrique Florescano
(coord.), A sí fue la revolución mexicana.
3. Cfr. Francisco Naranjo, op. cit., p. 124.
4. François-Xavier Guerra lo cita dos o tres ocasiones en la obra México: del Antiguo
Régimen a la Revolución.
5. Antonio Mañero, op. cit., pp. 260-261.
6. Ibid., p. 9.
7. Ibid., pp. 395-396.
8. Ibid., p. VI.
9. Ibid., p. VII.
10. Ibid., p. 39.
11. Era común que quienes mantenían una actitud crítica con respecto a los males del
régimen no responsabilizaran a éste, sino a la sociedad. Esta era la tendencia de los
liberales y positivistas críticos.
12. Antonio Mañero, op. cit., p. 163.
13. Ibid., p. 171.
14. Ibid., pp. 173-174.
15. A raíz de que la economía mexicana se internacionaliza en la época porfirista, según
dice François-Xavier Guerra en op. cit., respecto de la crisis de 1907.
16. Antonio Mañero, op. cit., p. 310.
17. Ibid., p. 361.
18. Ibid., p. 410.
19. Ibid., p. 4.
20. Ibid., p. 206.
21. Ibid., p. 4.
22. Ibid., p. 411.
23. Ibid., pp. 180-181.
24. Ibid., p. 411.
25. Ibid., p. 406.
26. Idem.
27. François- Xavier Guerra, op. cit., tomo I, p. 431.
28. Antonio Mañero, op. cit., p. 108.
29. Ibid., p. 412.
30. Ibid., p. 62.
31. Las inclinaciones de Mañero como historiador podemos verlas en las referencias que
hace a pensadores como Spencer, Sófocles, Heródoto, Tucídides, Plinio, Cicerón,
Plutarco, Maquiavelo, Séneca, Tocqueville, Montesquieu y, aunque sea para refutar,
a Croizet. De Spencer toma la idea de que la evolución de la sociedad se da de lo
homogéneo a lo heterogéneo.
32.
33.
34.
35.
36.
37.
38.
39.
40.
41.
Ibid., p. 184.
Ibid., p. 301.
Ibid., pp. 161 y 163.
Ibid., p. 317.
Ibid., p. 3.
Ibid., pp. 393-394.
Ibid., p. 60.
Ibid., p. 250.
7fc«d.f p. 232.
En este sentido la obra de Antonio Mañero es de un valor incalculable, pues los datos
que aporta son, en general, verídicos.
Bibliografía
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México, SEP, 1987.
FLORESCANO, Enrique (coord.),^4sífue la revolución mexica­
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NARANJO, Francisco, Diccionario biográfico revolucionario,
México, INEHRM, 1985.
PICCATO, Pablo, “Diez años de historiografía de la revolución
mexicana”, en Revista Textual, suplemento de El Nacional,
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