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16 de marzo de 2007
Presentados los frescos de Luis Quintanilla Las obras, instaladas en el Paraninfo de la institución, se restaurarán en los
próximos meses bajo el mecenazgo del Santander
La Universidad de Cantabria ha presentado hoy los frescos del pintor santanderino Luis
Quintanilla que ha recuperado en la ciudad de Nueva York tras décadas desaparecidos y que
llegaron a Santander el pasado 15 de febrero. Se trata de cinco obras murales de gran valor
histórico y artístico que la institución académica ha instalado en el Paraninfo de la calle
Sevilla, donde se desarrollarán en los próximos meses, bajo el mecenazgo del Santander, los
trabajos de restauración.
En la presentación de las obras “Pain” (“Dolor”), “Destruction” (“Destrucción”), “Flight”
(“Huida”), “Hunger” (“Hambre”) y “Soldiers” (“Soldados”), el rector de la UC, Federico
Gutiérrez­Solana, señaló la importancia de este “rescate cultural”, que “va a permanecer en el
tiempo” y que “es un símbolo de la relación entre la Universidad, la cultura y la defensa de los
derechos humanos”. Las pinturas, realizadas sobre placas de hormigón de grandes
dimensiones, fueron encargadas al artista cántabro Luis Quintanilla (1893­1978) para decorar
el pabellón español en la Exposición Universal de Nueva York del año 1939.
Según Federico Gutiérrez­Solana, las obras adquiridas tienen “una calidad artística indudable
por su contenido y circunstancias, constituyendo un gran legado que refleja las consecuencias
de la pérdida de los valores debido a las guerras”. “Todo ello está plasmado con una
sensibilidad extrema”, dijo. El rector destacó que, “una vez restauradas, las obras formarán
parte de los itinerarios culturales de Santander”. “Darles el valor que merecen es una muestra
de madurez de nuestra sociedad”, añadió.
El rector agradeció la colaboración de la historiadora del Arte Esther López Sobrado ­que puso
a la UC en la pista de los frescos­, de la Fundación Bruno Alonso –depositaria de la colección
del legado de Paul Quintanilla­, de la Obra Social de Caja Cantabria y del equipo de la
Universidad que ha participado en la “operación de rescate”: el director del Área de
Exposiciones, Javier Gómez, con el apoyo del Consejo de Dirección y de la Gerencia de la
institución. También destacó la aportación del Santander y de su presidente, Emilio Botín, que
son “partícipes de esta emocionante aventura de homenaje a la cultura española”. La "eficacia
gestora" del equipo humano de la UC se vio reforzada, desde Nueva York, por el apoyo de
Paul Quintanilla, del Consulado General de España y del Instituto de Comercio Exterior.
Protagonistas también del acto de hoy, Esther López Sobrado y Javier Gómez Martínez
mostraron su satisfacción por la adquisición de los murales. “Es un día feliz para todos: para la
Universidad de Cantabria y para la sociedad”, dijo el responsable del Área de Exposiciones,
quien destacó el apoyo ofrecido por el Ministerio de Cultura a las gestiones de la UC. Con la
adquisición –señaló Esther López Sobrado­ “culmina un sueño de hace 17 años”, cuando las
obras aparecieron en un cine neoyorquino tras décadas desaparecidas.
Desde aquel año 1990, la especialista ha tratado de obtener un respaldo institucional al
proyecto, que la Universidad de Cantabria hizo suyo en 2005, cuando supo de la existencia de
los cuadros con motivo de la exposición “Luis Quintanilla (1893­1978). Estampas y dibujos en
el legado de Paul Quintanilla”. Esta muestra, promovida en colaboración con la Fundación
Bruno Alonso y la Obra Social de Caja Cantabria, estuvo instalada en el Paraninfo Universitario
del 26 de mayo al 16 de julio de 2005.
Esther López Sobrado, especialista en la obra y figura de Luis Quintanilla, se muestra
convencida de que “éste es el lugar donde deben estar los frescos, el lugar que el propio autor
consideraría el más adecuado”. “¿Hay mejor sitio que las paredes de una universidad para
mostrar los horrores de la guerra?”, se preguntó la historiadora del Arte. La experta destacó
además el valor de las obras de Luis Quintanilla como esfuerzo de recuperación del exilio
español. Los murales “llegan mayores, cansados y heridos como muchos de los exiliados que
volvieron”, dijo López Sobrado.
En todo caso, “no están tan mal como cabría esperar dados los muchos avatares por los que
han pasado”, señaló Javier Gómez. Adquirir las obras, realizar las gestiones, traerlas desde
Nueva York hasta Cantabria y restaurarlas supone un coste total de 140.000 euros. Está
previsto que, una vez comience la restauración “in situ”, los trabajos no se prolonguen más de
tres meses, de modo que los frescos podrán recuperar su aspecto original para mediados de
septiembre de este año.
Dossier informativo 'Los frescos del exilio'
Los ‘otros guernicas’
La historia de los cinco murales data de una fecha clave en la historia de España: 1939, año
en que se celebró la Exposición Universal de Nueva York. El gobierno español de la República
encargó a un equipo de artistas la decoración del pabellón español en esta muestra y los
artistas elegidos fueron el pintor Sunyer, el escultor Joan Rebull y el fresquista Luis
Quintanilla, que se trasladó a la gran manzana. Se trata, pues, de un encargo análogo al que
el mismo Gobierno había realizado a Picasso para la Exposición Internacional de París de 1937,
el decir, el “Guernica”.
Posteriormente y para proteger su obra, el propio artista difundió la noticia de que los frescos
habían desaparecido al destruirse cuando se inundó el almacén donde estaban guardados.
Todos lo creyeron así hasta que en 1990 fueron descubiertos en los pasillos del cine de
vanguardia ‘The Bleecker Street Cinema’, reconvertido después en sala ‘porno’. En ese
momento comenzaron los intentos por recuperar esta obra de Quintanilla y devolverla a
España. Sin embargo, el dueño del cine exigía una cantidad desorbitada por los frescos y las
negociaciones se rompieron.
Se sabe que la prensa norteamericana del momento no llegó a comprender bien la obra. En
1939, la Guerra Civil española había finalizado y al parecer, y debido a estas trágicas
circunstancias, los espectadores americanos esperaban un mayor patetismo en la obra de
Quintanilla. Esperaban brutales escenas que mostraran claramente lo monstruosa que es una
guerra y esto no es lo que se encontraba en una primera lectura de los frescos, a pesar de que
el pintor había puesto énfasis en el patetismo que encierra toda guerra civil.
Los frescos del exilio
La fuerza de los frescos reside en su sentido poético. El artista no relata un hecho concreto,
sino que denuncia el dolor, la destrucción y el horror que toda guerra produce, así como la
desolación que deja tras de sí. Eso la he hecho una obra de plena vigencia, pasen los años que
pasen. Las figuras que aparecen no protestan ni se quejan de la guerra, simplemente la
sufren: son fantasmas vagando por una tierra destruida.
Aunque estos murales de Luis Quintanilla tienen puntos en común con sus dibujos de la guerra,
hay sin embargo grandes diferencias. Los dibujos recogen objetivamente vivencias,
instantáneas fieles que corresponden a un momento en que el artista tomaban apuntes de lo
que iba viviendo y viendo en su paso por los diferentes escenarios bélicos. Sin embargo, con
los frescos el artista pinta la guerra desde el exilio. Son obras gestadas fuera de su patria,
hechas con todo el poso, todo el dolor que había almacenado e impregnado la retina del pintor
santanderino.
Un personaje de leyenda
El 21 de junio de 1893 nacía, en el número 13 de la santanderina calle de Santa Lucía, Luis
Quintanilla Isasi. Viene al mundo en el seno de una familia burguesa, que en 1903 se traslada
a vivir a Madrid, en donde el joven comienza sus estudios de Bachillerato. Después su familia
le traslada durante dos cursos a Deusto para preparar el ingreso en la carrera que en un
principio había decidido cursar: Arquitectura.
Sin embargo, pronto comienza con su pasión, o mejor, compaginando sus dos grandes
pasiones: pintar y viajar. Tras conocer al capitán de un barco decide enrolarse en la Marina.
Apenas tenía 18 años cuando viaja a Brasil y de allí a París, donde conoce a una serie de
artistas como Juan Gris. En Alemania vive el ambiente prebélico de la primera Guerra Mundial
y, de primera mano, el expresionismo alemán. Sale de Alemania ­no sin dificultades debido a
la guerra­, llega a París nuevamente y desde allí regresa a España.
A su vuelta y mecido por una cierta inactividad, conoce a una serie de personajes claves en la
vida santanderina de los que se hace asiduo y con quienes participa en tertulias: Gerardo
Alvear, Miguel Artigas, José Valdor, Ortiz de la Torre. El ambiente de calma de Santander
choca con el espíritu aventurero y bohemio de Quintanilla. Se marcha a Madrid, donde conoce
a mucha gente, moviéndose en los círculos artísticos e intelectuales de la capital. Entabla gran
amistad con Machado. Vuelve a París. La amistad más importante surgida en estos momentos
es la que le une para siempre a Ernest Hemingway, a quien conoce en el mismo año (1921)
en que llega a España el escritor norteamericano.
Tras una estancia en Italia y Francia, vuelve a España. Empieza a recibir encargos: los frescos
del Consulado de Hendaya, dos frescos para el Pabellón de Gobierno de la Ciudad
Universitaria, para el Museo de Arte Moderno de Madrid, en donde en 1934 inaugura una
Exposición de Grabados de Estampas. En octubre es detenido en su estudio el Comité
revolucionario que preparaba la huelga general, por lo cual es llevado a la Cárcel Modelo.
Durante los meses que está en prisión sigue pintando. De esta época data su importante
colección de dibujos de la cárcel. Una vez en libertad, reanuda uno de sus trabajos: el
monumento a Pablo Iglesias. Su actividad artística se compagina con su compromiso y
actividad política, más enraizada aún a partir de la sublevación militar de 1936.
Durante la guerra sigue pintando. En 1938 el Museo MOMA de Nueva York acoge una
exposición de sus dibujos titulada ama la paz, odia la guerra. El éxito de esta muestra hace
que el gobierno de la República le elija como uno de los artistas para la Exposición Universal
de Nueva York. Allí se traslada, se casa y nace su único hijo, Paul. Inicia una fructífera y
polifacética actividad artística. Pinta, ilustra libros, modela cerámica e incluso comienza a
escribir teatro.
Tras veinte años de exilio americano, se traslada a París. Aquí se dedica frenéticamente al
encuentro de amigos exiliados en Europa y a escribir. Su salud se va deteriorando y hacia
1976 consigue uno de sus mayores anhelos: regresar a España. Dos años después muere en
Madrid, rodeado de algunos amigos y familiares. No pudo contemplar una de las exposiciones
que más ansiaba: la que escasos días después de su muerte se abría en el Museo de Arte de
Santander.
Dossier informativo 'Los frescos del exilio'
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