el bien que quiero, y el mal que no quiero

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EL BIEN QUE QUIERO, Y EL MAL QUE NO QUIERO
Hoy vengo a orar, Señor, desde la conciencia de mi fragilidad, de la necesidad de que tú pongas
lucidez, bondad y delicadeza en mi vida. Sabiendo que a menudo vivir tu evangelio es una batalla
compleja.
Rom 7, 15 No entiendo lo que
hago, porque no hago el bien
que quiero, y hago el mal que
no quiero…
El mal que no quiero
“Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa,
lava mi delito” (Sal 50)
Señor, tantas veces miro a mi vida y no me gusta
lo que veo: Dureza, incomprensión, exigencia o
egoísmo. Pasan los días y uno siente que avanza como un ciego que tiene que tantear el espacio
desconocido. Y te das cuenta de que por el camino vas cayendo una y otra vez en las mismas
trampas. Te llenas de propósitos, pero vuelves a descubrirte en las eternas batallas. Y te reconoces
mal amigo; o mal hijo; o mal hermano; Entonces quieres gritar, huir, encerrarte en ti mismo.
Quizás hay otro camino, que empieza por pedir perdón, en voz bajita, desde dentro, a Dios, al
prójimo y a uno mismo. Perdón…
TEN PIEDAD, SEÑOR
Ten piedad, Señor, ten piedad;
ten piedad, Señor, ten piedad;
ten piedad, Señor, ten piedad;
Padre Dios, ten piedad.
LA BATALLA NUESTRA DE CADA DIA
Es una guerra que dura una vida
la que enfrenta, en mí, dos mundos.
Entre el algo y el todo,
entre el “por ahora”, y el “para siempre”,
entre “yo” y “Tú”…
La seguridad se enfrenta al riesgo,
las garantías a la confianza,
el ruido a un silencio no siempre poblado,
las pequeñas miserias se oponen al Amor
y el orgullo quiere pisar a la verdad.
Dame, Señor, capacidad para luchar.
Toca pelear cada día,
hasta esa jornada última
en que Tú vencerás por los dos.
Dame fe para no rendir el evangelio,
la bondad, el sacrificio o la cruz.
Dame alegría para sobrellevar
cada revés, cada caída,
cada tormenta.
Alguien sufre hoy, ten piedad;
alguien lucha hoy, ten piedad;
alguien muere hoy, ten piedad;
Padre Dios, ten piedad.
Otros rezarán, ten piedad;
otros reirán, ten piedad;
otros nacerán, ten piedad;
Padre Dios, ten piedad.
Alguien ama hoy, ten piedad;
alguien odia hoy, ten piedad;
alguien grita hoy, ten piedad;
Padre Dios, ten piedad.
En mi debilidad
me haces fuerte
En mi debilidad
me haces fuerte
Sólo en tu amor
me haces fuerte
Sólo en tu vida me
haces fuerte
En mi debilidad te
haces fuerte en mí
Oigo las palabras de San Pablo y pienso que expresó algo que
es tan humano, y tan frecuente… quieres acertar, y fallas.
Quieres vivir desde el amor, y te encierras en murallas de
egoísmo. Quieres darte, y acaparas. Quieres sanar, y hieres.
Quieres cantar y callas. Quieres callar, y tu palabra se vuelve
puñal. Quieres escuchar y eres sordo al prójimo.
Pero también es importante comprender que la fragilidad es
esto mismo. Es ese caminar por suelo que se puede romper. Es
esa batalla eterna. Es esa pequeñez asumida. Es ese mirarse y,
con ternura, poder decir: “Esto es lo que hay”. Es aceptar el
abrazo que te da quien te quiere como eres. Y entonces, solo
entonces, comprender que “esto” Tú lo conoces muy bien. Y
con este barro Tú haces milagros. Y con estas pobres
intenciones Tú puedes mover montañas
Yo, por mi parte, aquí estoy,
dispuesto a seguir remando
con mis pocas fuerzas,
con mis pobres brazos.
No sé si basta,
pero hay que intentarlo.
El bien que quiero.
“Cuando se iba de allí vio Jesús a un
hombre llamado Mateo sentado junto a la
mesa de recaudación de los impuestos. Le
dijo: ---Sígueme. Él se levantó y le siguió.”
(Mt 9,9)
Lo importante es no rendir la esperanza, la
capacidad de anhelar, la limpieza para seguir
deseando el bien. El bien para este mundo. El
bien para las vidas de aquellos que se cruzan
en mi camino. El bien que es plenitud en la
propia historia. El bien que se comparte, desde
la flaqueza y la limitación propia y ajena. El
bien que se persigue, aunque a uno se le
escape o aunque a veces extraviemos el paso.
El bien que es justicia en un mundo duro; pan
en todas las mesas ; ternura en una sociedad
crispada; gratitud en esta cultura exigente y
apresurada; plenitud en vidas que no son
fáciles. El bien que se encuentra al avanzar
tras tus huellas. Y desde esa conciencia de la
fragilidad propia y ajena, ponerlo todo en
juego.
.
Seguiré,
Señor,
intentando
acertar,
y
equivocándome a menudo. No te puedo
prometer perfecciones ni maravillas. No te
puedo prometer seguirte bien. No sé si por el camino te negaré tres veces, o si dejaré al hombre
herido al borde del camino mientras acelero el paso. Tal vez me pasará desapercibida la viuda que
da lo que tiene, mientras me quedo absorto mirando a ídolos efímeros… Pero, pase lo que pase,
Señor, te prometo seguir intentándolo. Te prometo seguir buscándote, aprendiendo de ti, contigo
y con otros. Y tal vez un día, aun con pies de barro, tú, en mí, en nosotros, podrás hacer el bien
que queremos.
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