cosas de teatro la vida del campo

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!V(FKT.4» . I I Ü M k O
COSAS
DE TEATRO
LA ESTÉTICA Y LA PLÁSTICA
Una de las
cosas que,
Seneralrneiile, no tienen en cuenfa las personas qne se dedican al teatro, especialmente las
mujeres, es la estética, las condiciones físicas,
para decirlo con [nayor claridad.
Hay, por ejemplo, ima muchacha fea (y
quien dice una dice varias) qne. no obatanle
Sil fealdad pronunciada, se dedica á dama joven: lo cual da por resultado que, cuando el
Ralán dice que está loco de amor por aquella
criatura, c! público se sonría compasivamente.
¡V tarradas si no hace más que sonreír!
Cierto que en la vida rea! Iiay qnien se enamora de nna fea—y las hay muy atractivas—
pero no es lo mismo en el teatro: en el teatro
hay que convencer, y las feas no convencen en
las'latilas del escenario.
Y no es eso lo más grave, con serlo tanto:
liay quien se dedica al arle teatral con defectos físicos de todo punto incompatibles con
diclia profesión, y liasla liay quien lleva su
deseo hasta lo imposible.
Recuerdo á este propósito la candidez de
una señora que se presentó con un liijo suyo
á ia empresa de Lara pretendiendo que su chico, que era cojo, formase parte de la compaliia; y, al llamarle la atención sobre el defecto
iudisinmlable del joven, dijo, con la mayor
frescura:
—Pues aquí se hace todas las noches luia
obra en la cual sale un cojo.
La obra era £"/ sueño dorado, de Vital Aí3,
como es sabido, y el papel de cojo lo hacia
inimitablemente Ruiz de Áran:í, que no es cojo
ni manco, y que, puede dar fe de este hecho
graciosísimo.
Tal idea (ienen del teatro algunas gentes.
Antes de comenzar cu el ya desaparecido
Teatro de Recoletos los ensayos de mi zarzuelilla Meterse en honduras {y ha llovido desde
entonces), me llamó aparte el empresario, misteriosamente, y me dijo:
—Iil papel de lu Fulana (la segunda tipie)
tiene muchas erres: haga usted el favor de
quitarle todas las que pueda, porque ella no
puede pronunciar esa letra: dice eje.
—¡Pues me lia partido por el c/c.'—repliqué yo.
Pero como ia Fulana era amiga y protegida
del empresario, Imbe de resignarme, y extirpé
cuantas erres pude. Fl papel, que yo había escrito con cariño para lucimiento de una actriz
cómica, quedó reducido á su más mínima
expresión.
Esta deplorable njania no es de ahora Fn
Fspaña, por lo menos, viene de aiuigno
El maestro de dculamación D. Manuel Diaz
Moreno, nombrado para este cargo por la
Junta de Teatros al principio de 1800, emitió el
siguiente informe e! 19 de Junio de dicho año,
acerca de los alumnos admitidos por !a Junta
para sacar de ellos excelentes actores:
-Ana de Castro, desairada en la figura, inflexible en su acción, áspera y floja su voz; casada y embarazada eivmeses mayores.
Allüiisa Merino, fria, desgarbada, mal enrostrada en la escena, con una voz y modulación narigal; jaimis podrá servir para más que
de mía sainetadora menos que regular.
Julián Peña, de pequeña figura, voz variable
y poco grata; Tomás Oliver, de corta estatura,
patituerto, palabrimujer, friisinio en la expresión; José Diez, tosco, agobiado, áspero y
duro de voz, inflexible de acción y de mala
presencia."
Estos prodigios de belleza hablan sido elegidos por la Junta, y destinados á jirimeros
adores futuros, antes que el Sr. Diaz Moreno
tomara posesión de su deslino. Se ve que la
Junta, llamada á reformar y regenerar el teatro espaftol, tenia buena vista y cazaba largo.
. El maestro de declamación tampoco era un
:>giilla, que digamos; y es prueba palpable de
su Incompetencia su absurda opinión de que
AHonsa Merino, por ser -fría, desgarbada,
mal enrostrada (¿?) en la escena, con una voz
y modulación narigal", sólo podría servir para
interpretar saínetes menos que regularmente.
Ignoraba, por lo visto, ese singular maestro
de declamación que el saínete, vivo reflejo de
la realidad para que merezca en justicia tal
nombre, debe ser interpretado con ima naturalidad para la cual se necesita un arte exquisito y supremo. Prueba de ello es que algunos
saínetes de D. Ramón de la Cruz, Lo casa de
Tócame-Roque y Las castañeras
picadas,
entre otros, han sido interpretados por Matilde Diez, Teodora Lamadrid, Julián Romea,
Manuel Catalina, Mariano Fernández y otros
grandes artistas cíe la segunda mitad del siglo
pasado; labor que también realizan de buena
volunlad las eminencias de nuestros dias.
Volviendo alterna que tnotíva estas lineas,
y para concluir. No liace mucho asisli como
jurado ;t un examen de declamación en el
Conservatorio, y vi, con ia natural sorpresa,
que, en el diálogo titulado Nieta y abuela,
hacia de nieta una mujerona de boca sumida
y voz gangosa, y de abuela una ¡oveiicila delgada y aniñada por extremo. Al manifestar mí
cxtrañeza por aquel reparto inverosimü, la
profesora de aquellas jóvenes, una iUislre actriz y distinguida amiga iiiia, hubo de decirme:
—La que hace de niela ¡la mostrado decidido empeño en representar ese papel; tan decidido, que estaba resuella á no examinarse si
no era con éi; y como tienen derecho á elegir
obra y papel en estos casos...
Me di por convencido, y me tranquilizó la
idea de que esas manías las cura el público, y
qne los ofuscados son las primeras y únicas
victimas de su ofuscación.
FRANCISCO FLORES GARCÍA
LA VIDA
DEL CAMPO
N'unca envejecerán ios dulces versos de!
famoso granadino Fray Luis:
«iQué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido!»
En las afanosas existencias modernas, en
pos de un Ideal material cada vez más difícil
de conseguir, nos lanzamos á las torturadoras
populosas cílidades sacrificando, á trueque de
vanos fantasmas de satisfacciones corporales,
riquísimos, positivos dones del espíritu.
La urbe deslumbrante y atronadora nos seduce, con sus voces y sus hermosuras, como
engañosa sirena. Y por ella olvidamos en demasía el campo tranquilo, el patriarcal, el restaurador.
Rodeado de él está Madrid, y, sin embargo,
son contadislnias las personas que van á visitarlo. Todavía más raras las que se deciden á
trasladar á él su vivienda. ¿Pretexto? La ausencia de fropdas deleitosas, de jardines, de
pintorescas perspectivas. Y con esa disculpa
siguen los habitadores de la corte incrustados
en sus reducidas moradas, circulando por calles hondas y estrechas, respirando aire mefítico, alimentándose de substancias adulteradas;
causas todas que minan, -lenta, pero seguramente», la existencia.
Pero el campo no necesita de otros alicientes que los que en si lleva. Aun sin el cuidado
del hombre, con su suelo abrupto ó liso, ya
exhala emanaciones de bienestar, despide
efluvios que ensanchan gozosamente el pecho.
Allí, en el campo, el sol parece otro sol que el
de la ciudad: marchando majestuosamente por
el cielo, resplandece en amplitud inmensa de
iiorizontes, no recortados por hacinamientos
de edificios, que lo eclipsan de continuo á la
mirada del morador cortesano. Eii el campo
todos los sentidos recobran vida, agudeza; se
sienten en actividad, se alegran de existir. Ei
campo, lo mismo para el cuerpo que para el
alma, es una resurrección. ¿Queréis resucitar
un poco?
Enderezad vuestros pasos á cualquiera de
los pueblecitos que rodean la coronada villa.
Drigíos, por ejemplo, á ia hora de ponerse el
sol y para que sus rayos no os hieran la vista,
hacia la parte de Oriente. Atravesad las Ven-
tas, Pueblo Nuevo, Ciudad Lineal y Iiaced parada en Canillejas, primera etapa de la zona
agraria, circundante, donde se escalonan Barajas, Torrejón y otros lugarejos ya renombrados por sus vinos, ya por sus legumbres,
ya por sus productos pecuarios.
No es muy grande Canillejas, ni ofrece atractivos artísticos de ninguna clase. Pero brinda,
en cambio, con su sana rusticidad elementos
Incoviparables de vidí). Dilatadas llanuras de
morena tierra, rayadas de surcos, donde empieza á verdeguear tm ligerisiino tapiz de yerba, que en estio ondeará en grandes masas de
áureas ttiieses, permite á la vista del caminante extenderse hasta remotas lejanías. Y el ambiente que se desliza suavemente sobreestás
extensiones de fecundación vegetal es tan
puro, tan sutil, que creyérase penetrar hasta
por los poros de la ropa. Los nntrimenlos más
característicos, autóctonos pudieran liamarse,
son genuinamente arcádicos. Leche, luievos,
pan, vino; todo pasando al consumidor en su
estado de prístina pureza, sin alquimias de
mercachifles desalmados: la leche, "VÍsta ordeñar-; los huevos de gallina, recién salidoscorno quien dice, del ^regazo materno'S el viiiilk) de Argauda, gustoso, con su fuerza y tinte naturales; el pan, bien oliente, substancioso,
con "Sobra»- de peso.
La vida del campo ¿no ofrece sino ventajas
en todas las fases de la existencia humana?
No; tiene sus molestias; pero estas son, más
que enervantes, forlificadoras. Las largas caminatas, las privaciones de sibaríticos refinamientos, la carencia de centros de suministro
de víveres tan á la mano como en las capitales, enojarán sin duda ;', las personas liabüuadas á satisfacer sus más nimios caprichos á
poco de formularlos. Mas tales mortificacíoues se hallan compensadas, con creces, en la
benignidad del clima, en la salubridad de los
alimentos, en el robuslecíuiiento del organisuio, desmedrado, uiarcliito bajo la cruda miseria entre la que se arrastran las clases desheredadas en busca de una fortuna, que nunca
llega, en estos nuevos terroríficos circuios
dantescos que se llaman, por la inmurabilidad
de sus habitantes, ciudades populosas, emporios de cultura, edenes de delicias... En realidad, abismos Inconmensurables di almas desesperadas.
Mientras los campos permanecen desiertos,
las grandes poblaciones están pictóricas de
ansias inasequibles. ¡Cuántas iiiíelígencías!
¡Cuántas aptitudes! ¡Cuántas profesiones se
extinguen en el vacio de las pomposas capltaiesl Una oleada, no de emigración á tierras extrañas, sino de inmigración á nuestro terruño
seria, en verdad, patriótica obra. Claro está
que, antes del pobre, debe ir el rico á ponerse
en comunicación con la Naturaleza. El dinero
desparramado en improductivos devaneos,
aplicado á las mi! pingues faenas campestres,
llamaría ios brazos del obrero, y, con el, acudirían todos los elementos de cnllura: la escuela, el comercio, la indusiria. En realidad, el
problema de la prosperidad hispana se reduce
á una «cuestión agraria-.
¡Oh, deliciosa paz ríislíca! ¡Oh, silencio aconsejador de bondades! ¡Oh, soledad magníficamente acompañada! ¿Quién no os desea?
Si queremos reparar ias fuerzas gastadas en
luchas inverosímiles demos tiegiia á las ambiciones desastrosas, tornemos al reposo de
la madre tierra, repitamos con el vate sevillano del siglo de oro:
"Un ángulo luc basta entre mis lares,
un libro y un aiiii^jo; un sueil» breve
que no perturben deudas ni pesares."
J0S|5 DE SILES
Observatorio Astrofísicc
La Sniiilisonian Institution, de que ya se ha
hablado en estas páginas en anterior ocasión,
va á instalar en México, en uno de los puntos
niás elevados sobre el nivel del mar, un Observatorio Astrofísico en el cual puedan verificarse observaciones de las radiaciones solares en tas tnejores condiciones atmosféricas
que sea posible.
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