Conflictos ambientales: La extensión universitaria como

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Conflictos ambientales: La extensión universitaria como herramienta
transformadora
Gutiérrez, M.; Elisio, S; Yanniello, F; Represa, S; Colman Lerner, E; Marino, D; Peluso,
L; Sánchez, Y; Cano, L; Porta, A; Andrinolo, D.
Eje de trabajo: 11 (Otros)
Lugar de trabajo / Institución: Programa Ambiental de Extensión Universitaria (PAEU)
– Facultad de Ciencias Exactas, UNLP. E-mail: [email protected].
Web: http://www.exactas.unlp.edu.ar/paeu
Resumen: Desde hace por los menos tres décadas la degradación o contaminación del
ambiente está instalada en distintos ámbitos; sin embargo las conceptualizaciones, los
matices y las formas de pensar esta problemática transversal, son diversas. La universidad
pública no está exenta de estas tensiones, ya que coexisten en su interior distintas maneras
de pensar a los conflictos ambientales y de abordarlos desde sus tres pilares fundamentales
(docencia, investigación y extensión).
En este sentido, en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) existen distintas
propuestas de extensión e investigación que abordan la temática de manera individual o
aislada. En la búsqueda de jerarquizar la actividad extensionista en el área ambiental, en el
año 2010 en la Facultad de Ciencias Exactas se creó el Programa Ambiental de Extensión
Universitaria (PAEU).
El PAEU se planteó como un espacio donde pensar el rol de la Universidad frente a los
distintos conflictos ambientales de nuestra región, así como motor en el desarrollo de
políticas que inserten a la Universidad en esta problemática. A través del diálogo con los
diferentes actores involucrados, se trabaja en la construcción de posibles soluciones y
propuestas hacia una sociedad más igualitaria, un desarrollo económicamente sustentable,
socialmente justo y un ambiente sano.
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Por lo tanto, se plantea como una herramienta de transformación de nuestra realidad,
comprometida con las demandas sociales, que fortalece el vínculo Universidad - Sociedad y
ayuda a construir colectivamente nuestra propuesta para el buen vivir.
Palabras claves: CONFLICTOS AMBIENTALES, EXTENSIÓN UNIVERSITARIA,
PAEU.
Introducción
En los últimos años los gobiernos de varios países de América Latina -incluido el nuestrohan avanzado en ámbitos como los derechos humanos, la disminución de la pobreza y el
aumento del empleo, dando un vuelco en la participación del Estado en sectores
determinantes para la vida política y económica. Sin embargo, la gran materia pendiente de
los
gobiernos
progresistas
latinoamericanos
es
la
problemática
ambiental.
Esto se manifiesta en los diversos reclamos de la comunidad, que exige respuestas: desde
los pueblos fumigados y trabajadores bajo los efectos de agrotóxicos, la pérdida de cultivos
locales ante el avance sojero, y con esto de su soberanía alimentaria; hasta los que luchan
contra la megaminería o por la preservación de los ríos y el aire.
La apropiación del espacio y el poder de modificación del ambiente -entendido como un
sistema integrado por elementos naturales, sociales y culturales existentes en un lugar y en
un momento determinado- se distribuyen en la comunidad en forma desigual y
discriminatoria. La afectación del ambiente por parte de unos -el uso inadecuado o
inevitable de los recursos, la producción industrial, los servicios y la vida cotidiana de
millones de personas-, implica un deterioro social y sanitario para otros.
La expansión de la frontera agrícola, la megaminería y el crecimiento indiscriminado,
genera, además de contaminación, la expulsión de comunidades de pueblos originarios y
campesinas y la destrucción las economías regionales. Éstas son algunas de las
consecuencias más visibles del sistema capitalista basado en el extractivismo, es decir
dependiente de la extracción intensiva en grandes volúmenes de recursos naturales con muy
bajo procesamiento.
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Una perspectiva que incorpore la temática ambiental de manera sustantiva obliga a revisar
ideas tradicionales, como la confianza en el progreso perpetuo, el consumismo capitalista,
y la posibilidad de un futuro de abundancia. Entre otras cosas, es necesario reconocer las
limitaciones que el ambiente nos impone y promover profundas modificaciones en los
patrones de consumo y en las concepciones de desarrollo.
Desde hace por los menos tres décadas la degradación o contaminación del ambiente está
instalada en distintos ámbitos; sin embargo las conceptualizaciones, los matices y las
formas de pensar este fenómeno transversal, son diversas. La universidad pública no está
exenta de estas tensiones, ya que coexisten en su interior distintas maneras de pensar a los
conflictos ambientales y de abordarlos desde sus tres pilares fundamentales (docencia,
investigación y extensión).
Los conflictos ambientales
Tal como plantea Mariana Walter (2009) existe consenso en cuanto a caracterizar a los
conflictos ambientales como un tipo particular de conflicto social, que suele darse en el
ámbito público. Un daño en el ambiente puede considerarse como la base de un potencial
conflicto ambiental, aunque según la autora, si no se producen acciones por parte de actores
sociales, que a su vez generen reacciones en otros actores, no se trata de un conflicto
ambiental.
Un conflicto social lo es cuando adopta estado público e involucra más de un actor,
presupone por lo tanto acciones colectivas, en las que grupos de personas entran en disputa
(Gudynas, 1992). Existe un debate entre lo que se reconoce por conflicto ambiental y por
conflicto socioambiental. Walter destaca que en el primer caso, se trataría de conflictos
relacionados con el daño a los recursos naturales, donde la oposición proviene
principalmente de actores exógenos, por lo general activistas de organizaciones
ambientalistas; en el segundo caso, los conflictos también involucran a las comunidades
directamente
afectadas.
Los conflictos ambientales se configuran como un campo de estudio mucho más amplio,
donde convergen distintas miradas e intereses; “es un punto de articulación
interdisciplinario, objeto de preocupación y estudio para diferentes áreas de las ciencias
humanas”, señala Gabriela Merlinsky (2007).
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En la última década, el surgimiento de crecientes protestas en torno a la potestad de decidir
sobre el uso del territorio, hizo que quedara de manifiesto la dimensión política de este
fenómeno. Estos nuevos movimientos sociales, (Walter, 2009) se caracterizan por el
pluralismo de valores e ideas, su orientación pragmática y la propuesta de reformas
institucionales tendientes al desarrollo de sistemas que amplíen la participación en las
decisiones
de
interés
colectivo.
Esta visión, relatada y analizada por varios autores, incorpora las relaciones de poder dentro
del mapa de los conflictos ambientales, ya que pone el acento en los intereses políticos y
económicos, que en general tienen una misma matriz y apuntan a un modelo de desarrollo
extractivo.
En esta línea de pensamiento se destaca el trabajo de Joan Martínez Alier y Ramachandra
Guha, quienes desarrollaron la tesis del “ecologismo de los pobres” o el “ecologismo
popular”. Esta tesis plantea que en el sur existe una corriente de movilización originada en
conflictos ambientales producidos por el crecimiento económico que conlleva la extracción
de recursos, expansión de vertederos y riesgos de contaminación para quienes el ambiente
es
la
base
material
de
sustento.
Existe también una corriente de intelectuales ambientalistas latinoamericanos como Leff y
Zibechi que señalan que la expansión del capital lleva consigo un constante deterioro social
y ambiental y un aumento creciente de la tasa de explotación de los recursos naturales, que
se expresa en una crisis ambiental de orden mundial pero con repercusiones y ejemplos
regionales
y
locales.
Esta crisis ambiental es inédita, ya que en virtud de su carácter global, afecta a todas las
sociedades del planeta; y se ha venido gestando con intensidad creciente en los últimos
doscientos años. Además, en el último medio siglo se ha constatado el debilitamiento de
procesos ambientales que no pueden simplemente ser sustituidos por otros. Asimismo, esta
crisis hace más visible la estrecha vinculación existente entre las relaciones que los seres
humanos establecen entre sí en la producción de sus condiciones de vida, y las que como
especie
establecen
con
el
conjunto
del
mundo
natural.
Lo ambiental, entonces, es algo que atraviesa a numerosos actores y es objeto de
preocupación de distintos ámbitos, entre ellos las empresas y los gobiernos, los vecinos, las
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ONGs, las asambleas ambientales, los medios de comunicación y la comunidad científica
y universitaria.
Se plantea así en el ámbito académico, un nuevo paradigma en el que lo ambiental no
puede reducirse a un problema demográfico, tecnológico, o meramente económico, para dar
paso a una visión de creciente complejidad, que nos demanda nuevas formas de
colaboración e interacción entre las ciencias humanas y las naturales (Merlinsky, 2009).
La universidad pública y los conflictos ambientales
Históricamente la universidad pública fue considerada una entidad prestigiosa,
independiente y capaz de poder opinar sobre determinados temas; un principio de autoridad
fundado en que se trata de un centro de conocimiento y de investigación volcado a la
formación de profesionales. Se la reconoce como una institución educativa que busca
promover mejoras en la sociedad y generar materiales de divulgación.
Particularmente, el compromiso con el ambiente no es lo que prima en la educación
superior en Argentina. A pesar de que numerosas universidades trabajan desde proyectos de
extensión o investigación en la temática, abundan las universidades alineadas bajo perfiles
de pensamiento de corte empresarial, en donde se prioriza la innovación tecnológica y una
formación mercantil. Sin embargo, existen grupos que desde algunas facultades se vinculan
con los movimientos socioambientales y responden a las necesidades de la comunidad.
La ciencia moderna occidental entiende al conocimiento como un reflejo objetivo de la
realidad que se construye a partir de una racionalidad metodista y sustenta la producción
del conocimiento en la relación de dominio sujeto-objeto. Sin embargo, las ciencias
ambientales nos plantean una nueva complejidad de problemáticas que precisan de nuevos
marcos conceptuales para su abordaje. Por un lado, el objeto de estudio y el sujeto se
presentan como la misma cosa, y por otro la infinidad de variables y la multiplicidad de
niveles que explican las problemáticas trascienden la visión acotada, materialista y
metodista de las disciplinas científicas. A pesar de que se reconoce que el abordaje de los
problemas ambientales precisa un enfoque multidisciplinario, todavía las ciencias
ambientales se centran en gran medida en considerar al ambiente como objeto de estudio y
no se pueden abandonar los resabios de contemplación, o simplemente dejar de pensarla
como disciplina.
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Los conflictos ambientales, como manifestación social y política de las problemáticas
ambientales, tensionan el protocolo de abordaje que la ciencia disciplinar presupone para
abordar un problema. Los mismos plantean la necesidad de estudiar los factores
ambientales que derivan en una determinada situación, a la vez que es preciso abordar el
problema en relación con la comunidad y a los tiempos que la circunstancia demanda.
Esto genera una contradicción en el ámbito científico que todavía mantiene su esencia
elitista y exclusiva de ciertos sectores que la posiciona culturalmente por encima del resto
de la sociedad, que se asume objetiva y pulcra frente a la coerción ideológica y política.
Entonces lo que en realidad se expresa en esta situación es una tensión por jerarquización
de la calidad humana, un compromiso entre considerar a la comunidad como
objeto/variable de estudio que caracteriza a la problemática, o como sujeto interviniente en
la comprensión y resolución de la misma. En definitiva lo que se disputa dentro del
paradigma científico es el reconocimiento de los derechos de la comunidad, no solo a un
ambiente digno, sino a ser considerada como sujeto capaz de comprender su situación en
una relación de igualdad y reciprocidad con el resto de la sociedad.
El proceso histórico de lucha de las comunidades relegadas e inferiorizadas, consecuencia
del etnocentrismo de los países occidentales, se expresa en la ciencia que sostienen su nicho
de ideas fundantes en estas sociedades llamadas centrales. El conocimiento occidental,
autoproclamado como universal y superior, constituye la racionalidad discriminante del
resto de las sociedades periféricas consideradas subalternas. Gran parte de la comunidad
científica resuelve esta contradicción abocándose solo al estudio de las problemáticas
ambientales mediante la objetivación del ambiente, reproduciendo el conocimiento y
sosteniendo su posición cultural jerárquica en la sociedad.
En ese marco, “lo ambiental” representa uno de los grandes desafíos que enfrenta la
universidad en el Siglo XXI.
La extensión universitaria en el tiempo
De la misma forma que sucede con los conflictos ambientales, la extensión universitaria, es
una tarea bien conocida en las diferentes Universidades Nacionales del país, pero no todas
la conciben de igual manera. Algunos la entienden como un servicio a la comunidad, o
como un asistencialismo, que coexiste a la vez con discusiones sobre qué abarca la
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extensión, si incluye la transferencia tecnológica, o los servicios a terceros. Estas
diferencias las podemos asociar a los cambios conceptuales por los que ha transitado la
extensión desde su nacimiento.
La incorporación de la extensión en las universidades latinoamericanas en el siglo XIX, ha
sido un cambio de ideales educativos científico y humanístico. Sin embargo, su práctica es
anterior a su inclusión como una de las bases doctrinarias del Movimiento Reformista.
La autora María Caldelari, analiza la historia de la extensión universitaria en la Argentina y
define a la extensión llevada a cabo por los reformadores (Joaquín V. González, Rodolfo
Rivarola y Juan B) como “extensión oligárquica”.
“Las primeras formas de extensión, aquellas ligadas a la acción cultural, están
entretejidas con una concepción de universidad donde una de sus funciones prioritarias es
cultural….Y las actividades serán organizadas de manera vertical, manteniendo las
jerarquías tanto en lo que se refiere a quienes están autorizados a hablar, como en cuanto
a la elección de los conocimientos que serán puestos en circulación.” (Caldelari, 2002).
El modelo de extensión reformista encontró su fin, frente a un proceso de contrarreforma
iniciado durante el gobierno del doctor Alvear, y profundizado luego del golpe de Estado
de 1930. En el año 1945 el rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA) Horacio
Rivarola presentó un proyecto de creación de un instituto de extensión universitaria, el cual
introduce un nuevo concepto de misión social.
“La concepción de la extensión entendida como la misión social de la universidad
pertenece a la tradición reformista y la caracteriza, pero no la excluye la acción cultural.”
(Caldelari, 2002).
Pero este nuevo florecimiento de la extensión reformista, nuevamente iba a encontrar su fin
en 1946, con asunción de un rector interventor, el doctor Oscar Ivanissevich. Luego en el
gobierno de J. D. Perón, el Departamento de Acción Social reemplaza las actividades del
instituto de extensión.
En el año 1947, se crea la ley 13.031 que desconoce la autonomía de la universidad,
dejándola sujeta a los programas de gobierno. Las fuerza políticas que tomaron el
desarrollismo, y el antiperonismo, fueron los motores de una nueva visión de la extensión.
“En la universidad post 55’ fue resignificada según el clima ideológico del desarrollismo,
y su actividad jugó en términos de la modernización en un doble sentido: hacia afuera,
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aspirando a ser motor de dicha modernización y con un fuerte sentido político; hacia
adentro, impulsando la responsabilidad en el estudio de los problemas nacionales y la
intervención para la solución de los mismos. La idea de la sociedad como laboratorio
abandonó el terreno para la formación de egresados aptos para la investigación y la
práctica profesional. El reformismo puso en cuestión –intramuros- la relación jerárquica,
pero en la relación de la universidad con la sociedad la mantuvo. El desarrollismo – en su
versión universitaria y reformista- reprodujo esta situación de verticalidad tras un
proyecto nacional de desarrollo y modernización que marco un modo de intervención.”
(Caldelari, 2002).
Esta nueva visión, volvió a institucionalizar la extensión universitaria con la apertura del
departamento de extensión universitaria, el cual se mantuvo hasta el golpe de 1966,
encabezado por Onganía.
En los 90’, “el neoliberalismo define a la función de las universidades en términos de
proveedoras de los profesionales que demandan el mercado o las políticas de gobierno.
Las políticas educativas están supeditadas al modelo hegemónico, que presiona a través de
la variable financiera. De allí, que el compromiso de la universidad con la sociedad es, en
realidad, un compromiso con las empresas y con la ejecución de políticas sociales
descentralizadas. El proyecto reformista de formar profesionales comprometidos, es
reemplazado por el de producir profesionales altamente calificados para consumo
empresarial” (Argumedo, 2002).
La reforma del estatuto de 1996, en su Título VIII, de la extensión universitaria, considera a
la misma como: “La Universidad considera la Extensión Universitaria como uno de los
medios de realizar su función social. Para su cumplimiento, se creará el Departamento
respectivo” (Estatuto UNLP, 1996).
El Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) define en 1997 a la extensión como: “un
proceso de comunicación entre la Universidad y la Sociedad, basado en el conocimiento
científico, tecnológico, cultural, artístico, humanístico, acumulado en la institución y en su
capacidad de formación educativa, con plena conciencia de su función social” (C.I.N,
1997).
En la actualidad, la reforma estatutaria de la UNLP del 2008, plantea la siguiente definición
de extensión: “La Universidad reconoce como una de sus funciones primordiales la
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extensión universitaria, entendida como un proceso educativo no formal de doble vía,
planificada de acuerdo a intereses y necesidades de la sociedad, cuyos propósitos deben
contribuir a la solución de las más diversas problemáticas sociales, la toma de decisiones y
la formación de opinión, con el objeto de generar conocimiento a través de un proceso de
integración con el medio y contribuir al desarrollo social. Acordará en consecuencia las
máximas facilidades para su realización y estimulará los trabajos de extensión que
realicen los miembros de su personal docente, no docente, graduados y estudiantes que
suelen ser originados por la detección de necesidades específicas. Acordará becas y/o
subsidios y mantendrá intercambios con otras universidades y otros ámbitos generadores
de conocimiento del país y del extranjero. En las actividades que se enmarcan en esta
definición no podrá mediar lucro alguno entre los actores e instituciones involucradas”
(Estatuto UNLP, 2008).
Los desafíos del Programa Ambiental de Extensión Universitaria
La comprensión de las implicancias de la crisis ecológica (escasez de recursos) y de la
crisis ambiental (escasez de depósitos "contaminables"), se relaciona con los sistemas
institucionales, de poder y de distribución de bienes, en tanto las consecuencias ecológicas
de la forma en que la población utiliza los recursos de la tierra, están asociadas con el
patrón de relaciones entre los propios seres humanos. En esos términos las preguntas se
multiplican e implican ir más a fondo en el análisis de las formas de apropiación social de
la naturaleza, las diferencias de poder en el acceso a los recursos naturales, los sistemas
institucionales que regulan la disponibilidad, aprovechamiento y conservación de los
mismos, el problema de la gobernabilidad de regiones (tales como las cuencas) que están
delimitadas por razones naturales, la creciente politización del cuestión ambiental
considerada como asunto público, entre otros tantos temas (Merlinsky, 2009).
El Programa Ambiental de Extensión Universitaria (PAEU) se creó en el año 2010 bajo la
premisa de jerarquizar la extensión. El mismo se planteó como un espacio donde pensar el
rol de la Universidad frente a los distintos conflictos ambientales de nuestra región y como
motor en el desarrollo de políticas que inserten a la Universidad en esta problemática. A
través del diálogo con los diferentes actores involucrados apunta a la construcción de
posibles soluciones y propuestas hacia una sociedad más igualitaria, un desarrollo
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económicamente sustentable, socialmente justo y el desarrollo de las personas en un
ambiente sano.
Para ello se pensó a este espacio como un lugar donde se desarrolle teoría y práctica
extensionista que impacte en la forma de pensar/hacer docencia y ciencia en la Universidad
Pública. Y también como una herramienta institucional de la Universidad Nacional de La
Plata que se comprometa con las demandas sociales, fortalezca el vínculo Universidad Sociedad y ayude a construir colectivamente nuestra propuesta para el buen vivir.
Desde hace tres años organizaciones, profesionales y grupos ambientalistas de la región
vienen elaborando una Agenda Ambiental, con las problemáticas ambientales más urgentes
a resolver en la zona y sostienen en dicho documento que la contaminación industrial es
una de los temas más preocupantes para el Gran La Plata. En este sentido, la universidad
juega un rol fundamental en la validación de las premisas que surgen de los reclamos de
los pobladores. Un ejemplo de esto es el juicio a COPETRO (empresa que integra el Polo
Petroquímico de Berisso- Ensenada y que trabaja con productos finales derivados del
petróleo), que con participación del Centro de Investigación del Medio Ambiente (CIMA) vinculado al PAEU- le permitió a los vecinos del Barrio Campamento de Ensenada lindante con COPETRO- generar acciones de reparación y mitigación de la contaminación
con
coque.
En nuestra experiencia particular como programa ambiental, hemos ido abordando en
conjunto con la comunidad, diferentes problemáticas de la región. Desde nuestra
perspectiva, la extensión sirve como herramienta de transformación de nuestra realidad con
el objetivo de participar en el esfuerzo común por alcanzar la soberanía ambiental, es decir,
la potestad de los pueblos de decidir cómo habitar sus territorios.
En este sentido, contribuyendo a una visión más holística del conocimiento, que nos pone
en un plano más horizontal con otros tipos de conocimiento válidos, aún cuando no sean
científicos, y también de la actividad real de los docentes-investigadores-extensionistas
universitarios que no hacemos ciencia como única actividad.
Compartimos la idea de Gabriela Merlinsky (2009), acerca de que las disciplinas científicas
y técnicas resultan insuficientes para entender al ambiente como temática actual y se debe
dar paso al surgimiento de nuevas formas de cooperación entre otros saberes que den
respuesta a las nuevas preguntas que nos reclama la época en que vivimos.
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En relación a esto, existe una propuesta naciente del mundo indígena que se denomina el
“Buen Vivir”, que plantea una cosmovisión del mundo desde la “América morena”.
El Buen Vivir resurge en la historia contemporánea primero como reivindicación política y
cultural contrapuesta a la idea de desarrollo occidental y el estado de bienestar. Las
implicancias políticas del concepto, y la emergencia de los pueblos indígenas en la vida
política llevaron a que en Bolivia y Ecuador se reconozca constitucionalmente los derechos
de la tierra, la naturaleza, o la Pachamama. La comprensión de la Tierra como deidad
protectora, y del propio humano como parte de la misma, desarrolla una ética basada en una
relación de reciprocidad e interdependencia con el resto de los entes que caracterizan la
vida armoniosa y plena del Buen Vivir.
Lejos de ser una proclama simbólica y romántica, sus implicancias son muy profundas y
pueden significar la base teórica y conceptual sobre la cual fundar un nuevo ambientalismo,
una nueva forma de concebir el conocimiento y la ciencia. Como señala Raúl Zaffaroni
(2012), retomar los conocimientos ancestrales indígenas, no se trata de una regresión a la
vida primitiva, sino de refuncionalizar nuestra técnica y tecnología conforme a las pautas
éticas originarias en su relación con todos los entes.
Las implicancias de esta nueva cosmovisión comienzan a motivar los esfuerzos de muchos
investigadores e intelectuales que buscan conceptualizarlo a razón de un esfuerzo
contradictorio. Se trata de un diálogo intercultural e intercientífico que puede entonces
traducirse en herramientas para la acción. Conceptos como el de desarrollo endógeno, y
reconceptualizaciones de la sustentabilidad, surgen como necesidad de este diálogo de
saberes para constituirse como nuevos marcos que precisan de otras herramientas
metodológicas de abordaje. Por ejemplo, Raúl Delgado (2010) propone la Investigación
Participativa
Revalorizadora,
y
otros
autores
la
Transdisciplinareidad
y
lo
Multimetodológico.
El verdadero sentido del Buen Vivir aflora en un retorno a las formas de conocimiento
ancestrales, donde la cultura, los modos de producción y las creencias, eran una misma
cosa.
Algunos podrán interpretar este Buen Vivir como una expresión meramente espiritual,
aunque este concepto puede aportar a una teoría de cambio real, una base ideológica que
pueda sustentar la construcción de sociedades humana y ambientalmente viables.
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Consideraciones finales
El debate sobre cuál es el modelo de universidad pública que se quiere construir y cuáles
son las funciones que debería cumplir en la actualidad, es complejo e involucra a
numerosos actores. Desde algunos proyectos y grupos de trabajo, en los cuales se inscribe
el PAEU, se busca la vinculación con las necesidades reales de la población, para dejar de
sostener modelos de vanguardia cientificista y tecnológica. Desde adentro y desde afuera,
se repiensa hacia dónde habría que orientar las políticas universitarias en materia ambiental.
Como programa ambiental nos interesa estimular la participación ciudadana para poner la
ciencia al servicio de las necesidades de la comunidad y compartir los saberes generados
desde los laboratorios y centros de investigación universitarios en articulación con
organizaciones, vecinos y asambleas.
Consideramos que el ambiente involucra todos los factores de reproducción natural y social
como una misma cosa, y los conflictos incorporan necesariamente el factor cultural y
principalmente el político.
El punto es cómo concebir las dimensiones del ambiente, sin que quede exento de valores
culturales, morales y espirituales, y por lo tanto, las prácticas concretas deben plantearse
pensando en todos los factores sociales, que incluyen además de todas las condiciones
materiales, la cultura, la identidad y la espiritualidad.
En este sentido, es necesario trabajar estos valores en la propia comunidad científica; por
ejemplo fomentando el trabajo colectivo, potenciando los valores de solidaridad y
reciprocidad en el ámbito científico y hacia la comunidad en su conjunto, considerando la
existencia de otras formas de conocimiento y reconociendo otras maneras de comunicarlo.
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