Volumen LXXII Nº 240 Madrid (España)

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Volumen LXXII
Nº 240
enero-abril 2012
336 págs.
ISSN: 0018-2141
Volumen LXXII
Sumario
IN MEMORIAM
RESEÑAS
Volumen LXXII | Nº 240 | 2012 | Madrid
ESTUDIOS
ANDRADE CERNADAS, José M.: La voz de los ancianos. La intervención de los viejos
en los pleitos y disputas en la Galicia medieval / The voice of the aged. The
involvement of the elderly in lawsuits and disputes in medieval Galicia
DIAGO HERNANDO, Máximo: Los mercaderes franceses en la exportación de lanas
finas castellanas durante los siglos XVI y XVII. Una primera aproximación desde el
escenario soriano / French merchants in the export of fine Castilian wool during the
16th and 17th centuries. An initial approach from the Sorian context
RECIO MORALES, Óscar: Las reformas carolinas y los comerciantes extranjeros en
España: actitudes y respuestas de las «naciones» a la ofensiva regalista, 1759-1793 /
The Caroline reforms and foreign merchants in Spain: A Comparative Approach to the
attitudes and responses of the «naciones» to the Regalist offensive 1759-1793
CALATAYUD, Salvador y GARRIDO, Samuel: Negociación de normas e intervención
estatal en la gestión del regadío: la Acequia Real del Júcar a mediados del siglo XIX /
The negotiation of rules and state intervention in irrigation management: The Júcar
Canal in the mid-19th century
RICO GÓMEZ, María Luisa: La enseñanza profesional y las clases medias técnicas en
España (1924-1931) / Vocational education and the technical middle class in Spain
(1924-1931)
VILLA GARCÍA, Roberto: «Burgos podridos» y democratización. Las elecciones
municipales de abril de 1933 / «Rotten boroughs» and democratization. The
municipal elections of April of 1933
PENA RODRÍGUEZ, Alberto: «Tudo pela nação, nada contra a nação». Salazar, la
creación del secretariado de propaganda nacional y la censura / «Tudo pela nação,
nada contra a nação». Salazar, the creation of the Department of National
Propaganda and Censorship
MONTERO, Mercedes: La publicidad española durante el franquismo (1939-1975).
De la autarquía al consumo / Spanish Advertising during the Franco Regime (19391975): from Autarchy to Consumerism
Nº 240
enero-abril 2012
Madrid (España)
ISSN: 0018-2141
Volumen LXXII
Nº 240
enero-abril 2012
Madrid (España)
ISSN: 0018-2141
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
Volumen LXXII
Nº 240
enero-abril 2012
Madrid (España)
ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia
Revista publicada por el Instituto de Historia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC
Fundada en 1940, Hispania. Revista Española de Historia es una publicación cuatrimestral dedicada al estudio
de las sociedades en las épocas medieval, moderna y contemporánea. Sus páginas están abiertas a investigaciones originales comprendidas en estos tres amplios estratos cronológicos, sin limitaciones en cuanto a su temática específica ni a su ámbito geográfico. Desde 1995 la revista incorpora a algunos de sus números una Sección
Monográfica, encargada por su Consejo de Redacción a destacados historiadores españoles y extranjeros. Cuenta además con una amplia Sección Bibliográfica.
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societies in the medieval, modern and contemporary periods. It is open to original work that fits within one or
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Volumen LXXII
Nº 240
enero-abril 2012
Madrid (España)
ISSN: 0018-2141
SUMARIO
PÁGINAS
—————
ESTUDIOS
ANDRADE CERNADAS, José M.: La voz de los ancianos. La intervención de los viejos en los pleitos y disputas en la Galicia medieval /
The voice of the aged. The involvement of the elderly in lawsuits
and disputes in medieval Galicia ...........................................................................
DIAGO HERNANDO, Máximo: Los mercaderes franceses en la exportación de lanas finas castellanas durante los siglos XVI y XVII.
Una primera aproximación desde el escenario soriano / French
merchants in the export of fine Castilian wool during the 16th and
17th centuries. An initial approach from the Sorian context ...................
RECIO MORALES, Óscar: Las reformas carolinas y los comerciantes extranjeros en España: actitudes y respuestas de las «naciones» a la ofensiva regalista, 1759-1793 / The Caroline reforms and
foreign merchants in Spain: A Comparative Approach to the attitudes and responses of the «naciones» to the Regalist offensive
1759-1793 ............................................................................................................................
CALATAYUD, Salvador y GARRIDO, Samuel: Negociación de normas e intervención estatal en la gestión del regadío: la Acequia
Real del Júcar a mediados del siglo XIX / The negotiation of rules
and state intervention in irrigation management: The Júcar Canal
in the mid-19th century ..................................................................................................
RICO GÓMEZ, María Luisa: La enseñanza profesional y las clases
medias técnicas en España (1924-1931) / Vocational education
and the technical middle class in Spain (1924-1931) ................................
VILLA GARCÍA, Roberto: «Burgos podridos» y democratización.
Las elecciones municipales de abril de 1933 / «Rotten boroughs»
and democratization. The municipal elections of April of 1933 ..........
11-34
35-66
67-94
95-118
119-146
147-176
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 5-8, ISSN: 0018-2141
6
SUMARIO
PÁGINAS
—————
PENA RODRÍGUEZ, Alberto: «Tudo pela nação, nada contra a nação».
Salazar, la creación del secretariado de propaganda nacional y la
censura / «Tudo pela nação, nada contra a nação». Salazar, the creation of the Department of National Propaganda and Censorship ............
MONTERO, Mercedes: La publicidad española durante el franquismo
(1939-1975). De la autarquía al consumo / Spanish Advertising during
the Franco Regime (1939-1975): from Autarchy to Consumerism ...........
177-204
205-232
IN MEMORIAM
Vittorio Sciuti Russi, por José Martínez Millán y Manuel Rivero
Rodríguez .............................................................................................................................
235-238
RESEÑAS
ARCE, Javier: Esperando a los árabes. Los visigodos en Hispania
(507-711), por Céline Martin ...................................................................................
BOURIN Monique y MARTÍNEZ SOPENA, Pascual (eds.): Anthroponymie et migrations dans la Chrétienté Médiévale, por Diego Olstein ......
CARNEVALE SCHIANCA, Enrico: La cucina medievale. Lessico,
storia, preparazioni, por Fernando Serrano Larráyoz ...................................
CROSAS LÓPEZ, Francisco: De enanos y gigantes. Tradición clásica en la cultura medieval hispánica, por Helena de Carlos ...................
BARRIOS SOTOS, José Luis: Vida, Iglesia y Cultura en la Edad
Media. Testamentos en torno al cabildo toledano del siglo XIV, por
María José Lop Otín ......................................................................................................
CRISTELLÓN, Cecilia: La carità e l’eros. Il matrimonio, la Chiesa,
i suoi giudici nella Venezia del Rinascimento (1420-1545), por
Martine Charageat ...........................................................................................................
OTAZU, Alfonso de y DÍAZ DE DURANA, José Ramón: El espíritu
emprendedor de los vascos, por Fernando Chavarría Múgica ..............
KNUTSEN, Gunnar W.: Servants of Satan and masters of demons:
the Spanish Inquisition´s trials for superstition, Valencia and Barcelona, 1478-1700, por María Jesús Torquemada .......................................
SORIA MESA, Enrique; MOLINA RECIO, Raúl; BRAVO CARO, Juan
Jesús y DELGADO BARRADO, José Miguel (eds.): Las élites en la época moderna: La Monarquía Española, por Antoni Picazo Muntaner ....
RUIZ IBÁÑEZ, José Javier (coord.): Las milicias del rey de España.
Sociedad, política e identidad en las Monarquías Ibéricas, por
Miguel Ángel de Bunes Ibarra .................................................................................
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 5-8, ISSN: 0018-2141
241-244
244-248
248-250
250-253
253-256
256-260
260-265
265-272
272-275
275-277
SUMARIO
7
PÁGINAS
—————
PALOS, Joan-Lluís: La mirada italiana. Un relato visual del imperio español en la corte de sus virreyes en Nápoles (1600-1700), por
Antonio Álvarez-Ossorio ............................................................................................
SKOWRON, Ryszard: Olivares, los Vasa y el Báltico. Polonia en la
política internacional de España en los años 1621-1632, por Ángel
Alloza Aparicio .................................................................................................................
ALBAREDA SALVADÓ, Joaquím: La Guerra de Sucesión de España
(1700-1714), por José María Iñurritegui ............................................................
TÉLLEZ ALARCIA, Diego: Absolutismo e Ilustración en la España
del siglo XVIII. El Despotismo ilustrado de D. Ricardo Wall, por
Ana Crespo Solana ..........................................................................................................
TORRES SÁNCHEZ, Rafael (ed.): Volver a la «hora navarra». La
contribución navarra a la construcción de la monarquía española
en el siglo XVIII, por Manuel Bustos Rodríguez ..........................................
FLORIDABLANCA, Conde de: Cartas desde Roma para la extinción
de los jesuitas: correspondencia julio 1772 - septiembre 1774, por
Enrique García Hernán .................................................................................................
DEDIEU, Jean-Pierre: Après le Roi. Essai sur l’effondrement de la
monarchie espagnole, por José M. Portillo Valdés .....................................
CAILLAUX DE ALMEIDA, Tereza: Memória das «Invasôes Francesas» em Portugal (1807-1811). Una perspectiva innovadora no
bicentenário da Guerra Peninsular, por Antonio Moliner Prada .......
HOCQUELLET, Richard: La revolución, la política moderna y el
individuo. Miradas sobre el proceso revolucionario en España
(1808-1835), por Jean-Baptiste Busaall .............................................................
BLANCO VALDÉS, Roberto L.: La construcción de la libertad, por
Juan Ignacio Marcuello Benedicto ........................................................................
CABRERA, Mercedes: Juan March (1880-1962), por Carolina García Sanz ..................................................................................................................................
VIÑAS, Ángel (dir.): Al servicio de la República. Diplomáticos y
guerra civil, por Rosa María Pardo Sanz ...........................................................
WINGEATE PIKE, David: Franco y el eje Roma-Berlín-Tokio. Una
alianza no firmada, y VILANOVA I VILA-ABADAL, Francesc y
YSÀS I SOLANES, Pere (eds.): Europa, 1939. El año de las catástrofes, por Glicerio Sánchez Recio ........................................................................
278-280
281-285
285-288
289-293
293-297
297-298
298-302
302-306
306-309
310-314
314-318
318-322
322-326
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 5-8, ISSN: 0018-2141
ESTUDIOS
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2012, vol. LXXII,
núm. 240, enero-abril, págs. 11-34, ISSN: 0018-2141
VOZ DE LOS ANCIANOS. LA INTERVENCIÓN DE LOS VIEJOS EN LOS
PLEITOS Y DISPUTAS EN LA GALICIA MEDIEVAL
LA
JOSÉ M. ANDRADE CERNADAS
Universidade de Santiago de Compostela *
RESUMEN:
El testimonio de los ancianos, como personas experimentadas y depositarias de buena parte de la memoria colectiva de las comunidades, fue
siempre tenido en cuenta en pesquisas y pleitos a lo largo de la Edad
Media. En este trabajo se analiza el caso de la Galicia medieval en el
que podemos ver cómo este protagonismo de los viejos no solo no decae
sino que se va incrementando a lo largo de los siglos. La figura del vedraio, que es analizada con cierto detenimiento, puede ser un claro indicio de ello.
PALABRAS CLAVE: Ancianos. Pesquisas. Pleitos. Testigos. Vedraios.
Foros.
THE VOICE OF THE AGED. THE INVOLVEMENT OF THE ELDERLY IN LAWSUITS AND
DISPUTES IN MEDIEVAL GALICIA
ABSTRACT: The testimony of the elderly, as experienced people and the depository of
a good part of a community's collective memory, was always taken into
account in inquiries and disputes throughout the Middle Ages. This paper
analyzes the case of Medieval Galicia, in which we can see how the role
of the elderly failed to diminish, and actually increased, over the
centuries. The figure of the vedraio, which is studied at some length, can
be seen as a clear proof of this.
KEY WORDS: Elderly. Inquiries. Disputes. Witnesses. Vedraios. Foros.
————
José Miguel Andrade es profesor titular de Historia Medieval en la Universidad de Santiago
de Compostela. Dirección para correspondencia: Departamento de Historia Medieval y Moderna,
Facultade de Xeografía e Historia, Universidade de Santiago de Compostela, Pl. Universidade, 1,
15783, Santiago de Compostela. Correo electrónico: [email protected].
JOSÉ M. ANDRADE CERNADAS
12
El pasado era el modelo de referencia del presente y del futuro. En la vida cotidiana representaba la clave que permitía
descifrar el código genético mediante el cual cada generación
reproducía a sus sucesores y ordenaba sus relaciones. De ahí la
importancia que tenían los ancianos, que no solo simbolizaban
la sabiduría en términos de una prolongada experiencia, sino que
también lo eran en el sentido de que en ellos se conservaba la
memoria de cómo eran y se hacían las cosas en épocas anteriores y, en consecuencia, de cómo debían de hacerse en el futuro.
Eric Hobsbawn1
Aunque el gran historiador británico se refiere a las gentes del mundo moderno, la frase con que abrimos este trabajo parece perfectamente aplicable a
la sociedad medieval, inserta, básicamente, en un mismo marco que aquella.
Posiblemente en ningún otro aspecto de la vida social pueda constatarse el
protagonismo e importancia de los ancianos —en línea con lo expuesto por
Hobsbawn— como en el complejo mundo de la justicia y los pleitos. A este
respecto, conviene recordar que el procedimiento judicial de averiguación
mediante el interrogatorio de testigos fue norma bastante habitual desde muy
pronto en la mayoría de las sociedades medievales.
Pese al avance experimentado por los instrumentos escritos a lo largo de la
Edad, Media hubo cuestiones, como las referentes a los derechos de propiedad o a los usos considerados como tradicionales, que solían solventarse recurriendo más a la «memoria viva» o a los «archivos de memoria», de los que
eran principales depositarios los ancianos, que a la documentación escrita2.
Por ello ha parecido pertinente revisar la documentación gallega medieval
referido a pleitos y procedimientos judiciales, para evaluar la posible presencia de ancianos en ellos, su participación en este tipo de procesos y su evolución histórica.
————
HOBSBAWM, E., Sobre la historia, Barcelona, Crítica, 1998, pág. 39.
CLANCHY, M.T., From Memory to Written Record: England 1066-1307, Oxford,
Blackwell, 1993, pág. 3; LORD SMAIL, D., «Archivos de conocimiento y la cultura legal de la
publicidad en la Marsella medieval», Hispania, LVII/3, 197(1997), pág. 1061; ALFONSO ANTON, I., y JULAR, C., «Oña contra Frías o el pleito de los cien testigos: Una pesquisa en la Castilla del siglo XIII», Edad Media. Revista de Historia, 3 (2000), pág. 81.
1
2
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 11-34, ISSN: 0018-2141
LA VOZ DE LOS ANCIANOS. LA INTERVENCIÓN DE LOS VIEJOS EN LOS PLEITOS Y DISPUTAS EN…
13
EL PANORAMA DE LOS SIGLOS IX AL XI3
Al margen de las consideraciones generales arriba señaladas, la presencia
del testimonio de los ancianos en determinados pleitos y procesos legales, es
también una consecuencia de la pervivencia de la Lex goda en la Galicia de la
primera Edad Media4 ya que, en este código, se recoge, explícitamente, dicho
recurso en la resolución o pesquisa de determinadas cuestiones5.
Revisada la mayor parte de la documentación gallega, más algún testimonio berciano y portugués de estos siglos6, hemos conseguido reunir un corpus
documental de pleitos, juicios y pesquisas, de 194 textos7. En su inmensa mayoría carecen de cualquier referencia a la ancianidad o avanzada edad de las
personas que participan en todos estos procesos. Algo que, más o menos, se
————
3 Este apartado se ha hecho dentro de mi participación en el proyecto de investigación
«Procesos Judiciales en los reinos del norte peninsular. Estudio histórico y corpus documental.
(Siglos IX-XI)». Ref. HUM2007-61233.MEC. PN. I+D., del que es investigadora principal
Isabel Alfonso Antón del CSIC.
4 COLLINS, R., «Visigothic law and regional custom in disputes in early medieval
Spain», en DAVIES, W. y FOURACRE, P. (eds.), The Settlement of Disputes in Early Medieval
Europe, Cambridge, Cambridge University Press, 1986, pág. 85; SALRACH, J.M., «Prácticas
judiciales, transformación social y acción política en Cataluña (ss. IX-XIII)», Hispania,
LVII/3, 197 (1997), pág. 1023. Sobre los códices de la Lex en el reino leonés, ver DÍAZ Y DÍAZ,
M.C., Códices visigóticos en la monarquía leonesa, León, Centro de Estudios e Investigación
San Isidoro, 1983. Refiriéndonos ya concretamente a Galicia, hubo manuscritos conteniendo la
ley visigoda en las bibliotecas monásticas gallegas, así como en manos de determinadas figuras
aristocrática. Ver, respectivamente, ANDRADE, J.M., El monacato benedictino y la sociedad de la
Galicia medieval (siglos X al XIII), Sada, Ediciós do Castro, 1997, págs. 230-235 y PALLARES,
M.ª C., Ilduara, una aristócrata del siglo X, Sada, Ediciós do Castro, 1998.
5 COLLINS, R., «Visigothic Law», pág. 88, si bien advierte que, al menos en lo tocante a
la identificación y fijación de límites precisos entre propiedades o localidades, el recurso al
testimonio de los ancianos es mucho más empleado en Cataluña que en el reino leonés.
6 Los fondos con los que hemos trabajado son los siguientes: Tumbo de Celanova, con 505
documentos; ANDRADE, J.M., O Tombo de Celanova, Santiago, Consello da Cultura Galega,1995; Tumbo de Samos, 199 documentos; LUCAS ÁLVAREZ, M., El Tumbo de San Julián de
Samos, siglos VIII-XII, Santiago, Caixa Galicia, 1986; Tumbos de Sobrado, 143 documentos;
LOSCERTALES, P., Tumbos del monasterio de Sobrado de los Monjes, Madrid, Archivo Histórico
Nacional, 1976; Tumbo de Lourenzá, 40 documentos; REY CAIÑA, J. y RODRÍGUEZ GONZÁLEZ,
A., «Tumbo de Lorenzana», Estudios Mindonienses, 8 (1992), págs. 11-324; Tumbo de Caaveiro, 30 documentos; FERNÁNDEZ DE VIANA, J. - GONZÁLEZ BALASCH, M.ª y PABLOS, J.C. de, «El
Tumbo de Caaveiro», Cátedra, 3 (1996), págs. 267-437 y 4(1997), págs. 224-385; Tumbo de
Xubia, 16 documentos; MONTERO DÍAZ, S., La colección diplomática de San Martín de Jubia,
Santiago, El Eco Franciscano, 1935; Tumbo Viejo de San Pedro de Montes, 107 documentos;
QUINTANA PRIETO, A., Tumbo Viejo de San Pedro de Montes, León, Centro de Estudios e Investigación «San Isidoro», 1971; finalmente, la contenida en el Liber Fidei de Braga, con 290 documentos; DA COSTA, A., Liber Fidei Sanctae Bracarensis Ecclesiae, Braga, Assambleia Distrital, 1978. En total, el número de documentos manejados para los siglos IX-XI es de 1330.
7 Lo que representa algo más de un 14% de la documentación analizada.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 11-34, ISSN: 0018-2141
14
JOSÉ M. ANDRADE CERNADAS
constata igualmente en algunas encuestas especialmente antiguas, como la del
año 715 de Arezzo, estudiada, en su día, por Delumeau8. Predominan, en
nuestros documentos, las menciones a los seniores, boni homines y filii bene
natorum, principalmente, pero también a los sapitores, homines meliores,
nobiles sapientes o a los previsores veridicos y otras menciones por el estilo.
Hay, sin embargo, alguna excepción. Podemos contabilizar solo ocho, lo
que representa el 4% del total. La mayoría se concentran en la segunda mitad
del siglo XI momento en el que, por otra parte, se multiplica el número de
pleitos conservados en la documentación.
La primera de ellas9 la encontramos en la colección de Sobrado. Se trata
de un pleito entre el obispo iriense Pedro10 y el obispo lucense Pelayo, que
Loscertales data entre los años 986-99911. En realidad, dicha disputa enfrenta
los intereses de Sobrado, representado por el obispo iriense en su doble calidad de antiguo abad del cenobio y defensor del mismo en su actual desempeño episcopal12 y la diócesis lucense. Se trata de dilucidar la propiedad sobre
un grupo de hombres habitantes del condado de Présaras. Ante el requerimiento lucense, el redactor del documento transmite la alocución que, en sentido contrario, habría pronunciado el obispo Pedro.
El titular iriense comienza recordando su natalicio, hacía 57 años, y evocando su pertenencia a la comunidad de Sobrado con tres abades distintos,
además de su propio abadiato, como justificación y prueba de que, en treinta
años, nada había sabido de la cuestión reclamada por Lugo. Recuerda, únicamente, que el rey Ordoño III les había concedido, a través de documento, la
posesión sobre dichos hombres13.
————
8 DELUMEAU, J., «La memoire des gens d’Arezzo et de Sienne à travers des depositions de
temoins (VIII-XII s.)», Temps, mémoire, tradition au Moyen-Age, Marseille, 1983, págs. 45-67. De
los 63 testigos, 16 son identificados como senex o iam senex. En general predomina una clara imprecisión sobre la edad y las concreciones de naturaleza cronológica; Ibidem, págs. 46-47.
9 Hay dos documentos celanovenses, de la década de los cincuenta del siglo X, que fueron estudiados con gran atención y provecho por Portela y Pallares, en los que se dirimen los
límites de varias villae. Los encargados de resolver uno de esos pleitos son los omnes maiores
natu urbis Baroncelli; ANDRADE, J.M., O Tombo de Celanova, Santiago, Consello da Cultura
Galega, 1995, doc. 95, pág. 147. No parece que podamos identificarlos con ancianos, sino con
personas prominentes, socialmente, de esa comunidad; PALLARES, M.ª C. y PORTELA, E.,
«Galicia á marxe do Islam. Continuidade das estructuras organizativas no tránsito á Idade
Media», en Galicia fai dous mil anos. O feito diferencial galego, Santiago, Museo do Pobo
Galego, 1997, I, págs. 435-458.
10 El conocido Pedro de Mezonzo.
11 LOSCERTALES, P., Tumbos, doc. 109, págs. 131-133.
12 PALLARES, M.ª C., El Monasterio de Sobrado: un ejemplo del protagonismo monástico
en la Galicia medieval, A Coruña, Diputación de A Coruña, 1979, págs. 103-104.
13 «Ad hec Petrus episcope ita affatus est: Credat mihi caritas tue domne el almifice pontifex, quia sunt mihi a nativitate mea, hodie Lª VII annos, et habitantem sus abbatibus Aloi-
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Este parlamento, transmitido como si fuese literal por el redactor del texto14, tiene un enorme interés para el tema que nos ocupa. Para empezar, por lo
infrecuente de una indicación tan precisa sobre la propia edad, como la que
encontramos en la alocución de Pedro de Mezonzo. Infrecuente, en primer
lugar, porque estamos en una época en la que los números, las cifras, son muy
escasas en nuestra documentación15. Además, el propio concepto de aniversario propio, de natalicio, está lejos de estar bien consolidado, tal y como ha
estudiado recientemente J-C Schmitt. En su estudio sobre la invención o el
redescubrimiento del aniversario del natalicio, que él sitúa entre los siglos XV
y XVI, propone que los primeros testimonios occidentales datarían de los
años 1317 y 133616. Hay que tener en cuenta que, en esta investigación,
Schmitt no ha trabajado con fuentes documentales sino, preferentemente, con
una variada gama de textos literarios. Es posible, por tanto, que en la documentación de otras partes del Occidente puedan encontrarse casos semejantes
al de Pedro de Mezonzo. Es, en cualquier caso, y a día de hoy, un testimonio
extremadamente temprano del recuerdo del natalicio en un individuo de época medieval.
Lo sustantivo del argumento del prelado iriense reside, precisamente, en
sus recuerdos de treinta años atrás, en su condición de hombre vivido y experimentado. Solo, a la postre, y como colofón, alude al documento real que
sustenta, de modo taxativo, su punto de vista.
Pese al parlamento de Pedro, el litigio sigue adelante. Ambas partes encomiendan a sus procuradores para que, durante quince días, recorran las villae
en las que residen los hombres objeto de disputa, a fin de que busquen a
«homines senices et seniores sapientes»17 que, como ahora señalaremos, cree-
————
tum, Guntinum et Didacum ad ipsum monasterium iam dictum Superatum, et testem invoco
Deum qui non indiget teste, quia nec cum ipsis abbatibus nec mecum, hodie XXX annos,
aliquam rem de istam causam minime agnovi, nec repperi, nec scio homine de aliam partem,
nisi quod rex domnus Hordonius dive memorie per testamentum concessit ad iam dictum
monasterium», LOSCERTALES, P., Tumbos, doc. 109, pág. 131.
14 Creo pertinente, en este punto, evocar cómo, en la Inglaterra estudiada por Clanchy, el
persistente énfasis puesto sobre la palabra hablada, aún en época de creciente uso del documento escrito, se puede comprobar en el desarrollo de los procedimientos legales; CLANCHY,
M.T., From Memory, pág. 272.
15 FOSSIER, R., «Aperçus sur la démographie médiévale», en Population et démographie
au Moyen Âge, París, 1995, pág. 9.
16 El primer testimonio de alguien que se plantea la celebración de su cumpleaños sería el
del paduano Albertino de Musato quien, con 57 años, escribe un poema titulado De celebratione suae diei nativitatis fienda vel non. Poco después, en 1336, el clérigo aviñonés Opicinus
de Canistris escribe un complejo tratado sobre su propia vida en donde reseña la fecha en la
que fue concebido y el día y hora exactos de su nacimiento; SCHMITT, J.C., «Les rythmes de la
vie: l’invention de l’anniversaire», Annales, 4 (2007), págs. 819-820 y 824.
17 LOSCERTALES, P., Tumbos, pág.132.
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mos poder identificar como una referencia a personas de edad avanzada, «ut
si scirent veritatem»18.
A propósito de los seniores, recientemente Wendy Davies ha planteado
una interesante posibilidad. Normalmente se identifica a los seniores de la
documentación altomedieval como aristócratas. Sin embargo, recurriendo a la
historia comparada, comenta cómo en la documentación bretona del siglo IX
este mismo término se aplica a gentes que, sin duda alguna, son campesinos.
Según Davies no puede decirse que figuren entre los más ricos de su comunidad y suelen ser convocados como testigos en disputas. La mayoría de ellos
solo aparecen actuando dentro del territorio de sus aldeas. Todo esto le lleva a
concluir que se trata, en realidad, de ancianos experimentados y respetados
por sus comunidades y se pregunta si los seniores de los documentos del siglo
X del norte peninsular no pueden ser, igualmente, los más respetados —y
añado, los más expertos por su edad— y no necesariamente los más ricos19.
Regresando al pleito de que nos ocupábamos, decir que esta última vía
tampoco resolvió el conflicto, que acaba, tras pasar por el juramento, sustanciándose con el recurso a una ordalía a través de «lapides igneos de calida
aqua» aplicados en las manos de los juramentados20.
Al margen de la extraordinaria calidad de la información jurídica, este documento nos aporta, igualmente, datos sobre el recurso a los ancianos o gentes de
edad avanzada, como parte de las probanzas empleadas en este tipo de disputas.
Mucho menos enjundioso para nuestro particular interés es el segundo
ejemplo. Procede del fondo de Samos y data del año 1058. Todulfo y sus
hijos pleitean por unas tierras y hombres. El texto es largo y complejo, con
múltiples referencias al pasado familiar y en donde sobresalen menciones
puntillosas sobre abuelos y otros antepasados. En una de las partes del documento se aduce un argumento sostenido por la información de «tricinnarius et
quinquagenaribus et sexagenaribus»21, aunque no se aclaran ni sus nombres
ni su número. Un caso muy parecido, y prácticamente contemporáneo22, lo
encontramos en un pleito entre Celanova y el conde Ordoño Romaniz, a propósito del control sobre un grupo de hombres. El relato del conflicto informa
que dichos hombres pertenecían al cenobio desde los tiempos de San Rosendo: «hec concluserunt quincuagenarios et seixagenarios et amplius tempus»23.
————
Ibidem, pág. 132.
DAVIES, W., «Lordship and Community: Northern Spain on the Eve of the Year 1000»,
en DYER, C., COSS, P. y WICKHAM, C. (eds.), Rodney Hilton’s Middle Ages. An Exploration of
Historical Themes, Oxford, Oxford Journals, 2007, págs. 30-31.
20 LOSCERTALES, P., Tumbos, págs. 132-133.
21 LUCAS, M., El Tumbo doc. S-12, pág. 460.
22 Está fechado en el año 1062.
23 ANDRADE, J., O Tombo, doc. 526, pág. 724.
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Los redactores de los documentos que registran los pleitos de Samos son, por
cierto, los que prestaron mayor atención a la presencia de hombres viejos como
testigos fundamentales en los procesos. Así lo confirman tres documentos —dos
de ellos relacionados con el mismo litigio— datados entre los años 1064 y 1087.
El primero relata el enfrentamiento entre Samos y el monasterio de Destriana24, próximo a aquel y que parece haber pertenecido al infantazgo, lo que
explicaría que su representación corriera a cargo del merino real Ordoño
Arias. Otra vez, nos encontramos con que el motivo del pleito es el control
sobre una serie de familias residentes, en este caso, en Loúzara y O Incio. En
el juicio, realizado ante el propio Fernando I, los monjes de Samos volvieron
a verse favorecidos con el testimonio de personas de avanzada edad que confirmaron su posición. Tal y como leemos en el documento, «et fratres de Samanos agnovisset Ordonius Arias in concilio cum hominibus suis sapitores
vetulis, qui debitum de Destriana antea tenuerunt et dederunt inde ad Samanos sua veritate»25.
Los dos siguientes están referidos a un mismo pleito: el que se suscitó entre Samos y Eita Goséndiz, vicario real, sobre la propiedad del monasterio de
Barxa, ubicado dentro de los dextros de Samos, y que ya había sido objeto de
anteriores disputas26. En el pleito de 1082, Samos defiende que dicha casa le
pertenecía desde los tiempos de Alfonso V (999-1028), «sicut docent suos
testamentos, quos testarunt illos rex»27. En el magnum concilium reunido para
dilucidar esta causa se presentaron «plus de Lª homines sapientes temporibus
domni Adefonsi principis»28, al margen de la realización de las pruebas periciales sobre el terreno que confirmarían, a la postre, el punto de vista de Samos. Tal y como está redactada la frase referida a los más de cincuenta testigos, no podemos concluir que se trate de ancianos, por cuanto solo se dice
que eran sabedores de la realidad de aquellos tiempos que, lógicamente, podían conocer por informaciones orales o documentales, sin necesidad de que
hubieran sido testigos presenciales o coetáneos de la misma.
Sin embargo, otro documento aclara, de manera muy precisa, este punto.
Es el número 45 de la edición del Tumbo que su editor fechó en el período
1074-108729. Su relación directa con el anterior hace que podamos ser más
precisos en la datación situándola, quizá, entre los años 1082 y 1087. Gonza-
————
24 FREIRE, J., El monacato gallego en la Alta Edad Media, A Coruña, Fundación Barrié
de la Maza, 1998, págs. 711-712.
25 LUCAS, M., El Tumbo, doc. 113, pág. 256.
26 FREIRE, J., El monacato, pág. 634.
27 LUCAS, M., El Tumbo, doc. 4, pág. 66. En la colección documental de Samos no encontramos ninguna concesión real de Alfonso V en este sentido. De hecho, este monarca solo
aparece como confirmante en uno de los diplomas samonenses.
28 Ibidem, doc. 4, pág. 67.
29 Ibidem, doc. 45, págs. 141-142.
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lo, obispo mindoniense encomendado por Alfonso VI para presidir el pleito
anteriormente citado, acude al lugar objeto del litigio en donde permanece
tres días30. Como resultado de su investigación localiza a una serie, indeterminada en este caso, de «homines vivos de tempore domni Adefonsi regis» y
otros sapitores»31 que confirman la pertenencia del monasterio disputado a
favor de Samos. Habían pasado, en el mejor de los casos, unos sesenta años
desde el reinado de Alfonso V y, según parece, aún se podían encontrar personas que vivían en aquel tiempo y que, en consecuencia, habrían de ser septuagenarios u octogenarios32 en el momento en que el prelado de Mondoñedo
se personó en aquellas tierras. El testimonio de estos ancianos y «sabedores»
parece haber sido determinante en la resolución del pleito, dejando un tanto
de lado el recurso a otras pruebas testificales, especialmente las de naturaleza
documental.
El último ejemplo es, si cabe, tan sustancioso como el precedente y comparte varios elementos con él. Procede, igualmente, del Tumbo de Samos y
está datado en el año 108033 por lo que son prácticamente coetáneos. Se trata,
otra vez, de un pleito que enfrenta, en este caso, al monasterio lucense, representado por su vicario en el Bierzo, el confeso Domnino, contra Pedro Velázquez, tenente del castillo berciano de Ulver, sobre la pertenencia de algunos
montes y otras propiedades.
Una vez que los jueces hubieron oído el testimonio de ambas partes, les reclamaron que fundamentaran sus respectivas posiciones en scriptos et sapitores34. Por la parte de Samos, el sapitor no es otro que el propio vicario que, según
el redactor del documento, «erat de tempo de domno Mandino abbas et de domnus principis Veremudi»35. El abad Mandino dirigió la comunidad de Samos
entre los años 988 y 102036 y el último rey de la dinastía astur-leonesa, Vermudo
III, reinó en el período que va del año 1017 al 1037. En esos tiempos y hasta el
momento del pleito, siempre según el testimonio de Domnino, este había visto
(viderat) que las tierras en litigio habían estado bajo el control de Samos.
————
Et demorati fuimos ibi feria IVª et feria Vª et feria VIª; Ibidem, 142.
Ibidem.
32 La historiografía sobre la vejez en la Edad Media ha puesto de manifiesto que, pese a
las estimaciones sobre la baja esperanza de vida de las gentes de esa época, las personas que
eran capaces de superar una serie de trances vitales críticos tenían grandes posibilidades de
llegar a edades muy avanzadas; SHAHAR, S., Growing Old in the Middle Ages: winter clothes
us in shadow and pain, Londres, Routledge, 1997.
33 LUCAS, M., El Tumbo, doc. 172, págs. 342-344.
34 Ibidem, pág. 343.
35 Ibidem.
36 ZARAGOZA I PASCUAL, E., «Un abadologio inédito de Samos, del siglo XVIII», Studia
Monastica, 22 (1980), págs. 307-343; sobre el abadiato de Mandino, ARIAS, M., Historia del
monasterio de San Julián de Samos, Samos, Monasterio de Samos, 1992, págs. 80-100.
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Si tomamos como referencia cronológica el último año del abadiato de
Mandino, 1020, habrían pasado 60 años hasta el momento en que se dirime
este pleito. De aceptar el testimonio de Domnino, este tenía que ser, como
mínimo, un adolescente en aquellos años para ser consciente de cuál era la
situación motivo de la querella. En consecuencia, el sapitor samonense debería de ser, a la altura del año 1080, un hombre que superara, ampliamente, los
setenta años. Curiosamente, en el documento que recoge el pleito, no se hace
ninguna indicación específica sobre su ancianidad37.
Por su parte, el tenente del castillo presenta el testimonio de «suo sapitore
nomine Bonelle, qui erat homo vetulo»38. En este caso, a diferencia del anterior, sí que se incide en la vejez del testigo. Evidentemente, el punto de vista
mantenido por Bonelle, al que se define, posteriormente, como frater, es favorable a las posiciones del responsable del castillo.
El pleito se enquista ya que los sayones del castillo expulsan y violentan a
los hombres de Samos que trabajaban en aquellos montes. Ante ello, el abad
recurre ante el rey Alfonso VI que dictamina que se celebre una nueva investigación para saber cuál era la situación en tiempos del rey Fernando, su padre. En esta segunda ocasión, Samos refuerza su defensa basada en la oralidad y en el valor supuesto del testimonio de homines multos senes39 que,
naturalmente, confirman la postura del monasterio, poniendo fin al pleito.
Aunque son pocos casos, estos ejemplos sirven como prueba de la importancia que, al menos puntualmente, tienen los recuerdos de los ancianos en la
resolución de determinados pleitos, en especial aquellos referidos al control
sobre los hombres dependientes y también a disputas que tienen que ver con
límites jurisdiccionales. Con todo, parecen haber prevalecido otro tipo de recursos y de pruebas y, por lo que respecta a los testigos, es más importante su
condición social y prestigio, sin indicación expresa a su ancianidad, que su
edad. De todos modos, y retomamos ahora la conjetura de Davies, no es descartable que parte de estos testigos hayan sido personas de edad avanzada,
ocultos, en su ancianidad, tras denominaciones como las de seniores y, quizás, otras de tenor semejante.
————
37 Consultado el índice antroponímico que ofrece la edición de Lucas, nos encontramos
con sendos documentos, datados, en 1061 y 1074, en que está documentado un Domnino que,
con toda seguridad, es la misma persona que interviene en el pleito de 1080. Más problemática es otra referencia a un testigo Donninus, que firma inmediatamente tras el abad Mandino,
un documento del año 1003; LUCAS, M., El Tumbo, doc. 203, pág. 383. De ser la misma persona, el sapitor sería, en 1080, nonagenario o centenario algo que, sin ser imposible, parece
difícilmente creíble, máxime si recordamos que el documento no hace alusión alguna a su
ancianidad.
38 Ibidem, pág. 343
39 Ibidem, pág. 344.
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EL TRIUNFO DE LOS VEDRAIOS
El siglo XIII supone, en muchos aspectos, un giro importante a la hora de
estudiar la sociedad de la Galicia medieval40. Por un lado, es en este período
cuando parece imponerse, de modo definitivo, el recurso a los instrumentos
escritos como prueba testifical frente a los de naturaleza no escrita, aunque
fuera como forma de solución pactada a largas disputas41. Por otra parte,
avanzado el siglo, se produce otro cambio significativo con nuestras fuentes
escritas; se constata el paso de la escritura en latín al gallego42.
Por último, es este el momento en que el panorama jurídico de la Corona
de Castilla experimenta un cambio sustancial con la aparición de la amplia
producción legislativa de Alfonso X. En una de estas codificaciones, concretamente en el Espéculo, se trata, de manera pormenorizada, sobre las figuras
de los testigos y pesquisidores, esenciales, como luego se verá, para el estudio
de la intervención de los ancianos en los pleitos y procesos judiciales. En el
texto alfonsí no hay, por cierto, referencias expresas a la participación de los
viejos en este tipo de procedimientos43. Bien por el contrario, en las Partidas,
se hacen una serie de consideraciones a propósito de la participación de los
ancianos en calidad de testigos en los juicios, poco favorecedoras de cara a su
intervención, tal y como se puede ver en la Partida tercera, título 16, ley 3644.
————
Para este apartado me he centrado, con la excepción de las Inquiriçôes portuguesas, en
documentación solo gallega.
41 Sobre ello y acerca de los cambios que implica la aparición de la carta escrita en la resolución/pacto de los conflictos, ver PASCUA, E., «Vasallos y aliados con conflictos: las relaciones entre Santa María de Montederramo y la sociedad local gallega del siglo XIII», PASTOR, R.; PASCUA, E.; RODRÍGUEZ, A. y SÁNCHEZ, P., Transacciones sin mercado: instituciones,
propiedad y redes sociales en la Galicia monástica. 1200-1300, Madrid, CSIC, 1999, pág. 59.
42 Sobre este tema, de candente actualidad y debate en el seno de la comunidad académica gallega, me remito a BOULLÓN AGRELO, A.M.ª (ed.), Na nosa lyngoage galega. A emerxencia do galego como lingua escrita na Idade Media, Santiago, Consello da Cultura Galega,
2007. Más recientemente, BOULLÓN AGRELO, A. y MONTEAGUDO, H., De verbo a verbo. Documentos en galego anteriores a 1260, Santiago, Publicacións USC, 2009.
43 Al definir a los testigos se habla de los más honrados o mejores en vida y costumbres.
Los pesquisidores, por su parte, deben ser escogidos entre los buenos hombres, temerosos de
Dios, de buena fama, leales y no partidistas; MARTÍNEZ DÍEZ, G. (ed.), Leyes de Alfonso X. I.
Especulo, Ávila, Fundación Sánchez-Albornoz, 1985, págs. 325 y 359. Por el contrario, en las
Partidas, aunque en referencia a la convocatoria de hueste, se hace una alabanza al valor de los
ancianos sabidores; CARZOLIO, M.ª I., «En torno a la vejez», Anuario de la Facultad de
Humanidades y Artes. Universidad Nacional de Rosario, 13 (1988), págs. 142-143.
44 «Empero si alguno quisiese aducir por testigo en juicio hombre que fuese tan viejo de
setenta años arriba… ninguno de estos sobredichos mientras estos embargos hubieren no deben ser apremiados que vengan atestiguar en juicio si ellos no se lo quisiesen hacer de su grado»; SÁNCHEZ-ARCILLA, J. (ed.), Alfonso X el Sabio. Las Siete Partidas (El Libro del Fuero
de las Leyes), Madrid, Editorial Reus, 2004, págs. 469.
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El siglo XIII, además, es un momento de multiplicación de las pesquisas
judiciales45 que recurren, preferentemente, al testimonio oral en detrimento de
la documentación escrita, si bien no necesariamente al testimonio de los viejos46. Esta valoración de la memoria en el ámbito de la cultura legal, cuestión
de la que ya hemos comentado algo, sigue en pleno vigor en esta centuria y,
por lógica, prima el valor testifical de los más experimentados de la comunidad, es decir, de los ancianos. Pesquisas de esta naturaleza fueron realizadas
en la Corona de Castilla, algunos de cuyos ejemplos ha estudiado, recientemente, Isabel Alfonso47. En algunas de estas indagaciones el recurso a los
ancianos es claramente predominante. Tal es el caso del pleito que enfrentó al
abad de Sahagún y al obispo de León, en el cual el abad facuntino ordenó
efectuar una amplia pesquisa, en el año 1215, en la que fueron interrogados
140 testigos, casi todos mayores de cincuenta años y cerca de la mitad que
habían superado los sesenta según sus propias indicaciones48. Ya con un carácter mucho más amplio y muy en relación con la afirmación del poder regio, documentamos la importancia de las pesquisas en el Reino de Portugal.
Me refiero, naturalmente, a las Inquiriçôes realizadas durante los reinados de
Alfonso III y de Don Dinís49.
Aunque en una y otra de estas magnas encuestas regias los testimonios
orales prevalecen sobre cualquier otro, se advierten entre ambas algunas diferencias. Al margen del idioma, en un caso latín, en otro, ya portugués, en la
realizada en tiempos de Don Dinís se le pregunta a los testigos por su edad
aproximada, tratando, de este modo, de lograr la mayor veracidad de aquellos
testimonios referidos a tiempos pasados50. Entre los testigos encuestados des-
————
45 Sobre el valor y la casuística de las pesquisas en la Europa medieval, en especial a partir del siglo XIII, me remito a los trabajos que, sobre la cuestión, editó GAUVARD, C.,
L’enquête au Moyen Âge, Roma, École française de Rome, 2008.
46 PASTOR, R., «Diferenciación, movilidad social y redes de relaciones en grupos intermedios inferiores. Comunidades campesinas y foreros en el monasterio de Oseira, siglo XIII»,
PASTOR, R.; PASCUA, E.; RODRÍGUEZ, A. y SÁNCHEZ, P., Transacciones, pág. 221.
47 ALFONSO ANTÓN, I., «Memoria e identidad en las pesquisas judiciales en el área castellano-leonesa medieval», JARA FUENTES, J.A., MARTÍN, G. y ALFONSO ANTÓN, I., Poder y
memoria en la Castilla de los siglos VII al XV, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2010, págs. 249-279.
48 REGLERO DE LA FUENTE, C., «La querella entre el abad de Sahagún y el obispo de
León: recuerdo de un enfrentamiento (1215)», DÍAZ Y DÍAZ, M.C. (coord.), Escritos dedicados
a José Mª Fernández Catón, León, Centro de Estudios e Investigación «San Isidoro», 2004, II,
pág. 1153.
49 Al centrarme en Galicia he de advertir que solo he hecho una lectura superficial de las
Inquiriçôes de Alfonso III y me he guiado por un trabajo de Luis Krus, que luego cito, para las
practicadas en tiempos de Don Dinís.
50 Es lo que acontece al menos en la encuesta referida a la contienda entre el monarca luso y el linaje de los Sousa; KRUS, L., «O Rei herdeiro dos condes: D. Dinís e a herança dos
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taca, para nuestro propósito, la presencia de los denominados como homêes
uedros, ancianos que transmiten, o habían transmitido, informaciones orales
de especial valor para esta gran pesquisa51.
La mención de este término en las Inquiriçôes portuguesas me permite
adentrarme en la cuestión que centra la segunda parte de este trabajo. En la
documentación en gallego y portugués, como veremos, y solo en ellas, nos
encontramos con un nuevo término que hará fortuna. Se trata del vedraio y
sus diferentes variantes morfológicas52. Hasta donde puedo saber, insisto, es
una palabra exclusiva del romance gallego-portugués, ya que no se encuentra
en el castellano bajomedieval ni en otros romances peninsulares contemporáneos53. De hecho, en el Pleito Tabera-Fonseca, una gran encuesta realizada a
principios el siglo XVI para dilucidar la responsabilidad en la destrucción y
reparación de los castillos de la Mitra compostelana a raíz del movimiento
«irmandiño»54, así como en otras pesquisas elaboradas con anterioridad55,
————
Sousas», en KRUS, L., Passado, memoria e poder na sociedade medieval portuguesa. Estudos,
Redondo, Patrimonia, 1994, pág. 69.
51 Ibidem, págs. 74-76.
52 Para este apartado me ha sido de gran utilidad el recurso a las bases de datos en red del
TMILG (Tesouro Medieval Informatizado da Lengua Galega), como el Codolga, creación del
Centro Ramón Piñeiro. Asimismo, he recurrido al Dicionario de dicionarios do galego medieval. Corpus lexicográfico medieval da Lingua Galega (http://sli.uvigo.es/DDGM/index.html).
Agradezco, de manera muy especial, la ayuda brindada por Xavier Varela y Ana Boullón. Las
variantes del término son: vedrâôs, vedraos, vedrayos, vedrannos, vedarnos, vedros y otros.
53 No está recogida en ninguna de sus variantes por ALONSO, M., Diccionario medieval
español, Salamanca, 1986. Tampoco aparece en el Elucidario de Santa Rosa de Viterbo, si
bien, en este caso, hay que tener en cuenta el carácter muy incompleto del segundo volumen
de esta obra, en donde cabría encontrar dicha referencia; SANTA ROSA DE VITERBO, Fr. J.,
Elucidário das palavras, termos e frases que em Portugal antigamente se usaram e que hoje
regularmente se ignoram, Oporto, Ediçao Crítica, 1966. Sí aparece, por el contrario, una entrada de este término en el Dicionário Etimologico da Língua Portuguesa (MACHADO, J.P.),
Lisboa, Livros Horizonte, 3.ª ed., 1977. Sin embargo se trata de una ocurrencia tomada, precisamente, de un texto redactado en la Galicia medieval. En cualquier caso, y como ya se ha
dicho a propósito de las Inquiriçôes del rey Don Dinís, el término sí es empleado en la documentación medieval portuguesa.
Tampoco encontramos un término equivalente en el catalán medieval; cfr. COROMINES, J.,
Diccionari etimològic i complementari de la llengua catalana, Barcelona, Curial, 1980-1982.
Ana Boullón, a quien reitero mi agradecimiento, me informa que, en esta obra, aparecen otros
derivados de vell, con matices afectivos que pueden ser algo despectivos o hipocorísticos,
como vellard, vellerós, vellús, vellendà/-ana, vellarando, vellàs, vellet, vellerenc o vellejant.
54 RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, A., Las fortalezas de la Mitra compostelana y los irmandiños, Pontevedra, Fundación Barrié de la Maza, 1984. La intervención de los ancianos en este pleito ha sido
estudiada en ANDRADE, J.M., «Una aproximación a la historia de la vejez en la Galicia medieval:
algunas fuentes y sus posibilidades de información», Semata, 18 (2006), págs. 229-246.
55 Por ejemplo, en la pesquisa y posterior sentencia, ordenada por el Gobernador del
Reino de Galicia para dilucidar si los habitantes del coto de Constante estaban, o no, exentos
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dicho término ya no se emplea para designar a los ancianos interrogados en
esta magna pesquisa. Cabe indicar que los interrogatorios de ambos procedimientos fueron transcritos en castellano56.
Parece claro que, desde el punto de vista lingüístico, se trata de la evolución al gallego del término latino veteranus57. Es de destacar que dicha locución latina aparece empleada exclusivamente en la colección documental de
Sobrado y con el mismo sentido con el que luego se empleará el término vedraio. Desconocemos por qué solo la encontramos en este fondo y no así en
el resto de la documentación medieval latina gallega. Tampoco, por el momento, podemos verificar el empleo del equivalente romance en la abundante
documentación en gallego de Sobrado, aún inédita. En cualquier caso, el término veterani suele ir acompañando al de homines, cumpliendo una función
casi de adjetivo. En dos ocasiones los veterani son asimilados, además, a los
sapitores terre y el valor de sus informaciones es de naturaleza oral. Así lo
confirman expresiones del tipo «sicut audivimus ad homines veteranos o
quod inuenerunt in era MaCCaXLaII in ore ueteranorum et ueracium hominum atque etiam bonorum»58. Por lo demás, las funciones que se les son asignadas coinciden, plenamente, con las que, como vamos a ver de inmediato,
desempeñaron los denominados vedraios.
La primera referencia la encontramos en el traslado documental de un pleito suscitado entre el monasterio de Caaveiro y el concejo de Narahío, datado
en el año 125259, aunque el traslado de la sentencia es, sin embargo, de
131660. El término aparece empleado, en dos ocasiones, como adjetivo. Así se
dice que la pesquisa necesaria para la resolución de la disputa ha de ser hecha
sobre omes vedrâôs y, más adelante, se aclara e insiste en que, en efecto, «enquereron a verdade en omes boos e vedraos»61. Parece claro que se trata de
una traslación, más o menos literal, de los usos formularios de la documentación redactada en latín al gallego o, en su caso, al portugués, tal y como suce-
————
de pagar tributos. El texto que recoge este proceso data de 1477 y los testigos recibidos por los
alcaldes encargados de la investigación eran buenos onbres, viejos et de buena fama; PORTELA, M.ª J., Documentos da Catedral de Lugo. Século XV, Santiago, Consello da Cultura Galega, 2005, doc. 1244, págs. 408-410.
56 Sin embargo, dicho término no desaparece con la Edad Media. En algunos pleitos y
pesquisas de época moderna, redactados exclusivamente en castellano, todavía se menciona a
estas figuras. Agradezco a Pegerto Saavedra esta información.
57 En este punto, agradezco la inestimable ayuda y la colaboración prestada por Xaime
Varela.
58 LOSCERTALES, P., Tumbos, doc. 411 y doc. 195.
59 GUTIERREZ PICHEL, R., «A documentación non dispositiva na emerxencia do galego
instrumental: a pesquisa e o relato procesual», Verba, 35 (2008), pág. 85, nota 18.
60 PABLOS, J.C. de, «El Tumbo de Caaveiro», Cátedra, 4 (1997), doc. 271, págs. 352-354.
61 Ibidem, pág. 353.
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de con los homêes vedros de las Inquiriçôes de Don Dinís, fechadas en 1287,
y ya comentadas previamente. Vendría a ser, en consecuencia, el equivalente
en romance a los homines senices y sapitores vetulos que veíamos en el apartado anterior o, más directamente, a los veterani citados en la documentación
de Sobrado.
En consecuencia, y por las razones aducidas, no hay que darle mayor trascendencia a esta primera referencia. Máxime si tenemos en cuenta que en una
reciente edición de algunos de los primeros documentos redactados en gallego, concretamente aquellos comprendidos en el tramo temporal que va de
1225 a 1259, dicho término no se emplea nunca. El dato me parece particularmente interesante porque buena parte de los documentos de esta edición
son pleitos y pesquisas62.
El uso de este término como adjetivo se mantiene hasta mediados del siglo
XIV cuando comienza a ser utilizado como sustantivo63, adquiriendo, desde
nuestro punto de vista, una categoría y un significado desconocidos hasta entonces. Es decir, entendemos que detrás de este término gallego se encuentra
una nueva realidad social o, mejor dicho, la constatación del reforzamiento
del papel jugado por los ancianos de ciertas comunidades que si bien antes ya
era perceptible, ahora lo es más con la aparición de un término mucho más
específico.
El primer caso del uso como sustantivo64 lo encontramos en la colección
del priorato celanovense de San Pedro de Rocas, en un documento fechado en
el año 135665. A diferencia de la mayoría de las menciones a los vedraios,
esta la encontramos en un foro. El prior de Rocas afora una serie de bienes y
uno de ellos es delimitado con cierta precisión. El fragmento de la delimitación que nos interesa es el siguiente: «e entesta na pena que ten a crux que
feçeron os vedraos entre nos e os de Nace, que os de Nace romperon»66. Aunque desconocemos el momento y las circunstancias de las tensiones que, a
tenor de la referencia, se produjeron entre el priorato y los habitantes del lugar de San Fiz de Nace67, lo que parece claro es que fueron los aquí denominados vedraos los encargados no solo de fijar los límites entre ambas instan-
————
BOULLON, A. y MONTEAGUDO, H., De verba.
Mantiene, con todo, su función como adjetivo. Por ejemplo, en una contienda entre el
abad de Samos y Pedro Fernández de Bollano, con fecha de 1415, leemos que «soyve a verdade, asy por homes vedraos que o sabian»; AHN, Clero, Samos, 1267/5. Agradezco a David
Varela esta información.
64 Siempre según los datos extraídos del TMILG.
65 DURO, E., El monasterio de San Pedro de Rocas y su colección documental, Ourense,
Instituto Padre Feijoo, 1972, doc. 98, págs. 203-204.
66 Ibidem, págs. 203.
67 Topónimo que no he podido identificar. Duro en su índice toponímico lo recoge pero
tampoco lo identifica.
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cias sino, además, de proceder personalmente a marcar con hitos bien significativos (en este caso una cruz68) dichos límites69.
Precisamente, la delimitación de propiedades es una de las tareas que parece haberles correspondido, de modo prioritario, a los vedraios. Los notarios,
en varias ocasiones documentadas, recurren a la autoridad y conocimiento de
estos ancianos como parte sustancial de sus pruebas periciales. En un documento de 1391 vemos cómo se pide a los vedraios de Ames que apeen y demarquen los bienes y lugares que le corresponden a Xan Eans en el lugar de
Lamas. Ante el notario se personan siete ancianos a los que se les encomienda
«que elles et todos llos outros vedrayos de dita fijgresya partisen et estremasen as erdades que perteeçian a estos sobreditos»70.
Un ejemplo más claro aún de la intervención, incluso física, de estos ancianos, en cuestiones de delimitaciones espaciales, la encontramos en un documento de 1438. El notario de Muros, Gómez Afonso, encarga a cinco vedraños del lugar de Vilariño, en San Fiz de Beba, que apeen y demarquen las
propiedades que el citado notario tenía en aquel lugar. En el texto leemos qué
es lo que se espera de la actuación de estos ancianos: que «partiesen et estremasen et metesen entre estacas et divisiôês todas llas herdades que o dito
Gomes Afonso avya na dita fregresia»71.
Intervienen, de modo semejante, es decir, a instancias de un notario, en
cuestiones referidas a herencias y heredades. En el año 1399, el mercader de
Muros Lourenzo Alfonso, heredero de Pero Eanes, pide a los vedraios de
Carnota que apeen y demarquen los bienes que el citado Pero Eanes tenía en
la parroquia de San Mamede de Carnota. Ante el notario se presentan Roy do
Octeiro y Fernan de Giinço, «lavradores, moradores enos ditos Villares [para
que], asy como vedranos que eran enos ditos Villares, que lle partiesen et estremasen as herdades»72. Tras jurar sobre los Evangelios, ambos ancianos
delimitan e individualizan 21 piezas distintas de tierra. Es interesante, además, advertir el tono de autoridad que se trasluce de uno de los últimos párrafos del documento en donde podemos leer: «Et estas herdades et casa sobreditas et suso declaradas nos os ditos vedrannos damos et desembargamos ao
————
68 No podemos saber si inscrita en la piedra o construida, exenta, sobre ella. FERRO, X.,
Los petroglifos de término y las insculturas rupestres de Galicia, Ourense, Talleres Gráficos
de Miguel López, 1952.
69 Sobre la importancia de estos mojones en un momento de multiplicidad de jurisdicciones y de conflictividad alrededor de ello ver RÍOS, M.ª L., «El valor de las escrituras: resolución de conflictos entre señores y campesinos en la Galicia bajomedieval», Edad Media. Revista de Historia, 11(2010), pág. 166.
70 LUCAS, M. y JUSTO, M. X., Fontes documentais da Universidade de Santiago de Compostela, Santiago, Consello da Cultura Galega, 1991, doc. 254, pág. 264.
71 Ibidem, doc. 314, pág. 396.
72 Ibidem, doc. 258, pág. 270.
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dito Lourenço Anes et dizemos que lles perteesçen por herança do dito Pero
Eanes»73. Ambos ancianos, además, incorporan una relación genealógica,
seguramente para aclarar el asunto de la herencia, que acaba con otro colofón
que nos indica el nivel de autoridad dado al conocimiento y sentencias de
estos viejos del lugar: «Esto disseron os vedranos»74.
Una nueva pesquisa nos permite conocer, un poco mejor, cuál era el procedimiento por el cual se recurría al saber y a la autoridad de los vedraios75.
En el año 1447, el prior del convento dominico de Viveiro inició un procedimiento para saber cuál era el estado de las heredades que poseía en el lugar de
O Mallo76. Se dirige al alcalde para que este, a su vez, ordenase a un notario
que lo averiguase a través de los vedraios77. Ellos serían, en consecuencia, los
auténticos protagonistas y autores de la pesquisa, quedando el notario como
instancia formal de reconocimiento de aquella verdad78.
Formal y diplomáticamente, muchos de estos testimonios pueden ser definidos como documentos de partiçon o apeego, que Vázquez Bertomeu ha
definido como el acta notarial de la declaración de los vedraños79.
Al margen de la participación activa de los vedraios en este tipo de procesos, sus informaciones suelen ser tenidas en cuenta y constituyen un sinónimo
de prueba de verdad. En una demostración de testigos ante notario, fechada
en 1377, acerca de las propiedades de un hombre llamado Lorenzo Rodríguez
en dos feligresías, tres de los ocho testigos encuestados apoyan su testimonio,
entre otras razones, en que era lo que habían oído decir a los vedraios. Uno de
ellos, preguntado por el origen de su información, decía que «por razon que
os oira et vira partir et declarar a Juan Vello et a outros vedrayos et herdei-
————
Ibidem, pág. 271.
Ibidem, pág. 272.
75 Sobre las características diplomáticas, su forma de ser transcrita y las cuestiones lingüísticas de las pesquisas, me parecen muy interesantes los planteamientos de Ricardo Gutiérrez: GUTIÉRREZ PICHEL, R., «A documentación».
76 «Generalmente, nacen a partir de la recepción de una donación o una herencia cuya
amplitud o localización es desconocida por el beneficiario, o bien cuando un propietario observa que ciertos bienes que él considera suyos escapan a su control. Se solicitará entonces al
juez un mandato para realizar una pesquisa que determine los derechos de propiedad»; VÁZQUEZ BERTOMEU, M., Notarios, notarías y documentos en Santiago y su Tierra en el siglo XV,
Sada, Ediciós do Castro, 2001, pág. 73.
77 GARCÍA ORO, J., «Viveiro en los siglos XIV y XV. La colección diplomática de Santo
Domingo de Viveiro», Estudios Mindonienses, 3 (1987), doc. 65, pág. 95.
78 «Por ende que pedia e requeria ao dito alcallde que de seu offiçio lle dese mandamento
para que podese saber e sacar pesquisa por un notario ennos vedrayos do dito lugar…..mandava e mandou a min o dito notario que me fose con o dito prior a sacar a dita
pesquisa e verdade dos ditos vedrayos»; Ibidem, pág. 95.
79 VÁZQUEZ BERTOMEU, M., Notarios, pág. 73.
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ros»80. Por otra parte, en el libro de notas del notario Álvaro Pérez, fechado
en el año 1457, encontramos varias referencias del testimonio de los ancianos
a modo de prueba testifical, del estilo de «e que entende aver mays da dita
verdade por vedraños o para o juramento que feyto avia que sempre oyo a
vedranos antigos»81.
Los vedraios son predominantemente, aunque no exclusivamente, figuras
masculinas. De los 49 nombres que hemos localizado, como individuos concretos en nuestra documentación, 40 se corresponden con varones y cinco con
mujeres82. Solo dos mujeres aparecen explícitamente mencionadas en las relaciones de vedraios. La primera de ellas, la encontramos en el ya citado documento, del año 1391, en el que Xan Eans pedía la demarcación de sus bienes a los vedraios de Ames. Junto a los seis varones figura el nombre de
Elvira de Poupesin83. Más interesante es el caso de Mor Afonso, único caso
en que nos encontramos con el empleo del género femenino aplicado a este
término, ya que dicha testigo es definida como vedrana84, siendo, además, su
testimonio y autoridad clave para dilucidar un largo pleito, a lo largo del cual
se suceden tres pesquisas85. Las otras tres referencias femeninas son las esposas de sendos vedraios, que testifican junto a sus maridos aunque no se mencionen sus nombres86.
A diferencia de otro tipo de testigos y pesquisidores, de los que luego
hablaremos, los vedraios no suelen hacer ningún tipo de indicación sobre su
edad. Solo en un caso, el testimonio de estos ancianos va acompañado de la
edad que se estima que tienen. Se trata del pleito por el deslinde de propiedades que enfrenta al párroco de Sales con un matrimonio. En la primera de las
————
80 RODRÍGUEZ NÚÑEZ, C., El monasterio de Dominicas de Belvís de Santiago de Compostela, Ferrol, Estudios Mindonienses, 1990, doc. 51, pág. 130.
81 TATO, F., Libro de notas de Álvaro Pérez, notario da Terra de Rianxo e Postmarcos
(1457), Santiago, Consello da Cultura Galega, 1999, págs. 104, 184.
82 Sobre la importancia del testimonio de las mujeres en litigios en la Baja Edad Media
ver LORD SNAIL, D., «Archivos», págs. 1074-1075.
83 LUCAS, M. y JUSTO, M.ª X., Fontes, doc. 254, pág. 264.
84 GONZÁLEZ BALASCH, M.ª T., «Deslinde de las propiedades que tenía Fernando Vázquez, clérigo de San Xián de Sales (A Coruña)», GONZÁLEZ DE LA PEÑA, M.ª V. (coord.), Estudios en Memoria del Profesor Dr. Carlos Sáez, Alcalá de Henares, Universidad de Alcalá,
2007, pág. 477.
85 «E diso máys este testigo que se afirmava en todo o que çerqua desta pesquisa declarase e dizese Mor Afonso, vedrana, moller de Juan Vidal da Torre porque morara ela enno dito
lugar»; Ibidem, pág. 477.
86 En el documento 167 del libro de notas de Álvaro Pérez, en donde encontramos noticia
de una pesquisa sobre una serie de bienes de Toxosoutos, en la relación de vedranos que o
diseron figuran tres matrimonios citados de este modo: Martin d’Ouxo e súa Muller; TATO,
F., Libro, doc. 167, pág. 183. La esposa, por tanto, es considerada como un vedraio más aunque no merezca el reconocimiento de su propia individualidad al no ser citada por su nombre.
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pesquisas realizadas se interroga a ocho testigos; cuatro testigos sin más y
otros cuatro que, además, son identificados como vedranos. En estos cuatro
casos, tras su nombre y después de su identificación como vedranos, se añade
su edad aproximada; dos de ellos de setenta y otros dos de sesenta años87.
Pero, como dije previamente, se trata de una excepción, siempre a la luz de
los documentos analizados para este trabajo. Parece claro, en consecuencia,
que en la mayor parte de los casos la simple mención de esa categoría parece
aval suficiente para dar por bueno su testimonio, sin tener que recurrir a otro
tipo de datos que corroboraran su experiencia y larga trayectoria vital.
Dadas las no muy abundantes menciones a los vedraios88 estamos incapacitados para hacer una cartografía de su presencia en los distintos territorios
de Galicia. Pese a ello, podemos hacer una serie de conjeturas al respecto. Por
ejemplo, parece observarse una casi total ausencia del término en la documentación generada en los núcleos urbanos. Así, en los poco más de 1400
documentos de la Catedral de Lugo de los siglos XIV y XV, solo encontramos una referencia a la intervención de los vedraios en situación, por otra
parte, idéntica a las antes vistas89. La función arbitral o testifical que desempeñan los vedraios cuando están documentados la desempeñan, en las ciudades, los homes bos, figura con su acomodo en la realidad institucional del
mundo urbano90 y, en principio, sin necesaria relación con el universo de la
vejez sino, más bien, con su protagonismo social dentro de la comunidad91.
————
87 He aquí un ejemplo: Item Fernán de Matelo, primeira testemoya e vedrano, de seteenta annos; GONZÁLEZ BALASCH, M.ª T., «Deslinde», pág. 475.
88 Junto a las referencias localizadas gracias a las bases de datos del TMILG y del Corpus Lexicográfico Medieval da Lingua Galega, hemos tenido en cuenta otras fuentes documentales que no han sido incluidas, por el momento, en dichas bases. Así hemos revisado la
documentación de la catedral lucense de los siglos XIV y XV y tenido en cuenta la documentación bajomedieval de Samos, sobre la que está trabajando actualmente David Varela. Asimismo, gracias a la ayuda de Beatriz Vaquero, he considerado la numerosa documentación
bajomedieval de Celanova. Teniendo en cuenta la importante proporción de la documentación
gallega de los siglos XIV y XV que sigue estando inédita, es posible que haya muchas otras
referencias a los vedraios en ella. Con todo, conjeturamos que la proporción de las referencias
ha de estar, en esta documentación inédita, en consonancia con la que hallamos en la editada.
89 Se trata de un acta notarial, fechada en 1388, por la que el obispo de Lugo le reclama a
Roi Vázquez la mitad de una cortiña en la propia urbe lucense. El prelado argumenta que «lle
fora dada et lle perteesçia por quanto os vedrayos do dito lugar lla deran por pesquisas que
sobrelo foron tiradas»; PORTELA, M. J., Documentos, doc. 877, pág. 1056.
90 LÓPEZ CARREIRA, A., A cidade medieval galega, Vigo, A Nosa Terra, 1999, pág. 264.
91 Los «hombres buenos» estudiados por Reyna Pastor en su investigación sobre los foreros y el monasterio de Oseira en el siglo XIII no parecen haber alcanzado dicha denominación
por cuestiones de edad sino, sobre todo, por su proximidad a los intereses del cenobio; PASTOR, R., «Diferenciación, movilidad social y redes de relaciones en grupos intermedios inferiores. Comunidades campesinas y foreros en el monasterio de Oseira, siglo XIII», PASTOR,
R.; PASCUA, E.; RODRÍGUEZ, A. y SÁNCHEZ, P., Transacciones, pág. 221.
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Por otra parte, podría apuntarse hacia la Galicia costera como el ámbito en el
que se acumulan un mayor número de documentos que citan a este tipo de testigos privilegiados. Así, a la ya comentada ausencia de menciones en la documentación lucense, podríamos añadir la falta de referencias en la numerosa documentación bajomedieval del monasterio de Celanova, ubicado en las tierras interiores
de la actual provincia de Ourense92. Sí las encontramos, por el contrario, en la
colección de Samos, cenobio también alejado del litoral. Al menos en dos ocasiones la documentación samonense se hace eco del recurso a los vedraios en
situaciones como las ya analizadas. A destacar una pesquisa datada en 1435 y
que está protagonizada por «omnes de bona fama os mays vedranos» del lugar de
Louzarela. La relación de estos testigos está conformada por nueve nombres93.
En cualquier caso, estas conjeturas deben quedar en este umbral de incertidumbre mientras que no procedamos a un vaciado más sistemático y global
de la documentación de los dos últimos siglos medievales.
La presencia de los vedraios, como testigos significados y relevantes en toda
una serie de procedimientos, no implica, por supuesto, la ausencia de otras personas de edad que, sin recibir ese calificativo, intervienen en procesos semejantes. Es en las pesquisas en donde su presencia es más significativa.
Una de las más interesantes, por el elevado número de testigos encuestados, es la que, en el año 1417, emprendió el abad del monasterio cisterciense
de San Clodio do Ribeiro, para aclarar la situación de las rentas y de los deberes señoriales debidos en una serie de pousas y granjas del monasterio, de las
que, en opinión del abad, abusaban los señores de esa tierra94.
En las seis pesquisas conservadas, una por cada granja, intervinieron un
total de 55 testigos, todos varones. Estos reciben en las cláusulas finales del
documento notarial el calificativo colectivo de «omes boos et testimoyas»95.
Aunque hay que suponer que la mayor parte de ellos eran personas ancianas o
próximas a la ancianidad, ya que de su experiencia y conocimiento se esperaba la clarificación de la situación, ni uno solo comunica cuál es su edad, algo,
que como ya se ha visto, es lo habitual. Más aún, 33 de los 55 testigos, es decir el 60% del total, no dan, en su testimonio, ningún tipo de indicación cronológica que sustente su aportación al procedimiento.
Los 22 restantes o bien indican cuál es el lapso temporal del que consideran tener memoria —mayoritariamente, como es la norma, expresado en múl-
————
92 VAQUERO, B., Colección diplomática do Mosteiro de San Salvador de Celanova (ss.
XIII-XV), Santiago, Tórculo, 2004.
93 AHN, Clero, Samos, 1263/3. De nuevo agradezco a David Varela el conocimiento de
estas informaciones.
94 LUCAS, M. y LUCAS, P.P., El monasterio de San Clodio do Ribeiro en la Edad Media,
estudio y documentos, Sada, Ediciós do Castro, 1996, doc. 454, págs. 575-592.
95 Ibidem, pág. 592.
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tiplos de diez96— o dan indicaciones sobre el tiempo en el que han residido
en el lugar sobre el que se les pregunta97 o, por último, un clérigo98, Romeu
Peres, recuerda que estuvo a cargo de una iglesia durante 35 años99.
En una pesquisa como esta, en la que los testigos no son considerados con
el término de vedraios, dicho concepto, sin embargo, aparece en una ocasión.
Uno de los testigos, Roy Gomes, al ser preguntado por qué sabía el contenido
de su testimonio apuntaba, en primer lugar, a la información oral recibida de
su propio padre, a continuación, a su propia experiencia personal y, por último, porque «oyra dizer a outros vedrâôs que son vyvos et a outros que son
fynados»100.
La aparición del concepto de vedraio, si bien limitada en cuanto a sus recurrencias, nos parece de gran interés. Es cierto que no es una creación de la
nada, por cuanto que el recurso a las opiniones de los ancianos, como ya vimos, es una tradición anterior y de largo recorrido. Pero el hecho de que, precisamente, en los dos últimos siglos medievales surja esta categoría en la documentación gallega obedece a toda una serie de razones que convendría
enumerar.
En primer lugar, y esto es algo que responde a la realidad global de la situación demográfica de la Cristiandad bajomedieval, los ancianos tienen, en
esta época, una presencia más significada que en períodos anteriores101. La
elevada mortalidad infantil y juvenil, ya endémica, pero agudizada por la propia crisis además de por las pestes y otras enfermedades del período, convirtieron a los sobrevivientes maduros o ancianos en figuras de especial referencia dentro de sus comunidades. La experiencia y capacidad de memoria de los
ancianos eran, entre otros, rasgos característicos de su autoridad. En definitiva, la población europea posterior a la debacle poblacional que comienza en
el siglo XIV se caracterizaría por una relativa debilidad de los sectores más
jóvenes y, paralelamente, por un incremento porcentual de las personas de
————
96 Seis testigos dicen acordarse de sesenta años a esta parte (tres de los cuales añaden un
y más a esta periodización de su capacidad de memoria), uno de cincuenta, tres de cuarenta y
uno de treinta.
97 En este caso, observamos una mayor variedad en los dígitos. Aunque siguen predominando los múltiplos de diez y de cinco, algunos testigos dan otro tipo de cifras como 29, 18 o
12. En algún caso, incluso, un testigo parece ser capaz de acordarse del tiempo residido en dos
lugares distintos. Así, Pedro das Quintas, séptimo testigo de la quinta pesquisa, dice haber
residido en un lugar 30 años y 25 en otro; Ibidem, pág. 588.
98 Es bastante frecuente que los clérigos figuren en primer lugar en el orden de los encuestados en las pesquisas de esta época.
99 Ibidem, pág. 586.
100 Ibidem, pág. 579.
101 BALDÓ, J., «Quonstituido en estrema vejez. Ancianidad y esperanza de vida en la Navarra bajomedieval», Imago Temporis. Medium Aevum, 2 (2008), págs. 396-425, en especial,
pág. 423-425.
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edad madura y de los propios ancianos. Bois, en su síntesis interpretativa sobre la crisis del final de la Edad Media, llega a hablar de un envejecimiento
medio de la población102. Además, durante el siglo XV el porcentaje de ancianos en la mayor parte del Occidente fue superior al de cualquier época anterior y, probablemente, también mayor al de tiempos postreros hasta llegar al
siglo XX103.
De todos modos, esta mayor presencia de los ancianos en la vida social no
debe confundirse con la ausencia de tensiones o de críticas hacia los viejos.
La literatura de la época está plagada de críticas y de mofas hacia los ancianos, y en especial sobre las ancianas. A este respecto conviene recordar que,
si bien forma parte de un tópico literario muy arraigado en la época medieval,
en el cancionero galaico-portugués de fines de la Edad Media, el término
velha solo aparece en las cantigas de escarnio y nunca en la lírica, al tiempo
que tiene un significado fuertemente peyorativo, rayano en el insulto104.
Además, se va imponiendo, con claridad frente a períodos precedentes, un
estereotipo del viejo como un ser frágil, enfermo y dependiente105.
Por otra parte, y en este caso ya limitándonos más de cerca al caso gallego, la
consolidación y extensión del régimen foral pudo haber contribuido a cimentar,
aún más, la influencia social de los ancianos. Los contratos de foro aparecen en
Galicia, a lo largo de la segunda mitad del siglo XII106, se van extendiendo durante el siglo XIII y se convierten en claramente hegemónicos durante la Baja Edad
Media. Hegemonía en lo social y económico y hegemonía en la documentación,
por cuanto un porcentaje muy significativo de los textos conservados de la Galicia de la postrera Edad Media son, de hecho, contratos de foro107.
Uno de los rasgos más característicos del foro es su estabilidad y permanencia. Cuando menos, la tenencia del foro se asegura durante la vida del forero. Es decir, este lo disfrutaba de por vida. Solo tras su muerte, en el caso
muy frecuente de los foros a varios voces o perpetuos, la tenencia del bien
————
102 BOIS, G., La gran depresión medieval, siglos XIV-XV. El precedente de una crisis sistémica, Valencia, Universitat de València, 2006, pág. 77.
103 SHAHAR, S., Growing, 33 y MINOIS, G., Historia de la vejez. De la Antigüedad al Renacimiento, Madrid, Nerea, 1987, pág. 277-327.
104 CORRAL DÍAZ, E., As mulleres nas Cantigas medievais, Sada, Ediciós do Castro, 1996,
págs. 174-179
105 KLEINSCHMIDT, H., Comprender la Edad Media. La transformación de ideas y actitudes en el mundo medieval, Madrid, Akal, 2009, pág. 358-359.
106 RÍOS, M.ª L., As orixes do foro na Galicia medieval, Santiago, USC, 1993, págs. 39-40.
107 Por poner dos ejemplos. De los 289 documentos que integran la colección de Pombeiro,
206 son foros. Más llamativo aún es el caso de San Clodio do Ribeiro. Contando documentación
conservada y los regestos de documentos perdidos disponemos de un total de 1041 documentos, de
los que 931 son foros. Nos movemos, en consecuencia, en porcentajes que oscilan entre algo más
del 70 y casi el 90% del total de la documentación. Creo que estos ejemplos podrían ser perfectamente extrapolables al conjunto de la documentación gallega de la Baja Edad Media.
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JOSÉ M. ANDRADE CERNADAS
aforado pasaba a otro miembro de su familia108. Este marco social y contractual, bien conocido, supone, a los efectos que ahora nos interesan, un marcado
protagonismo del cabeza de familia hasta el mismo momento de su fallecimiento, incluyendo, por tanto, su vejez. Dicho de otro modo, el marco foral,
no excluye a los ancianos de la vida económica y social sino que, por el contrario, los colocaría en una posición claramente preeminente.
En algunos contratos forales, sin embargo, se incluyen limitaciones al usufructo perpetuo del bien aforado. Cláusulas que apuntan hacia el impago de la
renta, a la deficiente atención agrícola o al incumplimiento de los plazos de
plantación estipulados en el contrato109. Son, de todos modos, más bien escasas y, además, es difícilmente documentable y, por tanto, no mensurable, la
cantidad de despojos o ruptura de contratos que llegaron a producirse110. Lo
que nos interesa resaltar es que la vejez no aparece explícitamente citada como argumento de ruptura del vínculo foral.
Excepcionalmente111, encontramos alguna renuncia a contratos forales en el
siglo XV motivada por la avanzada edad del forero. Es el caso de Xan de Recarei
quien, en 1447, renuncia documentalmente a favor de los titulares la tenencia de
una serie de bienes que, previamente, le habían aforado. Entre las razones aducidas para justificar su renuncia, explica Xan de Recarei que «mina moller non me
quer consentyr que eu teña e tome o dito foro». Más adelante aclara que su esposa es ja vella e quebrantada, aunque nada dice sobre su propia edad y situación.
Las características de las tierras sujetas al contrato no parecían ser las ideales para
un matrimonio, quizá, envejecido. El propio renunciante explica que el «dito
lugar e erdades….jaz ermo e despoblado seseenta annos ha e mays»112. La recuperación de unas tierras abandonadas hacía mucho tiempo parecía empresa casi
quimérica para un matrimonio en el que, al menos uno de sus integrantes, se sentía incapacitado por su avanzada edad para cumplir con lo acordado.
En el entorno de las ciudades, en donde vejez y pobreza a veces iban de la
mano, también nos encontramos con este tipo de situaciones. En 1433 Juan de
Lagea, viudo, renuncia a la viña que tiene aforada, «para todo senpre», en la
feligresía de Moldes, parroquia de Mourente, perteneciente, a día de hoy, al
————
108 PASTOR, R., «Poder monástico y grupos domésticos foreros», PASTOR, R.; ALFONSO, I.;
RODRÍGUEZ, A. y. SÁNCHEZ, P., Poder monástico y grupos domésticos en la Galicia foral
(siglos XIII-XV) La casa. La comunidad, Madrid, CSIC, 1990, pág. 207. Sobre los foros, su
transmisión y el papel de los viejos ver también RÍOS, M.ª L., As orixes, pág. 74 y CARZOLIO,
M.ª I., «En torno», pág. 151.
109 RÍOS, M.ª L., As orixes, págs. 63-66.
110 Ibidem, pág. 63.
111 No hemos hecho un vaciado sistemático de la vasta documentación foral de los siglos
XIV y XV. Sin embargo, tengo la impresión de que se trata de un hecho poco frecuente documentalmente.
112 LUCAS, M. y JUSTO, M.ª X., Fontes, doc, 327, pág. 426.
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LA VOZ DE LOS ANCIANOS. LA INTERVENCIÓN DE LOS VIEJOS EN LOS PLEITOS Y DISPUTAS EN…
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municipio de Pontevedra. Juan de Lagea traspasa el foro a un mercader pontevedrés y el motivo alegado para ello es bien claro: «Et agora, ao presente
eu, o dito Juan de Lagea, soo vello et prove et doente et perdido de vista de
meus ollos»113. En esta renuncia foral está acompañado de su hijo quien, en
circunstancias normales, sería el encargado de mantener la explotación. Sin
embargo este se define como «doente et poble», circunstancia que le impide
trabajar la viña objeto de cuestión. De hecho, poco tiempo después, Pero Eanes, nombre del hijo de Juan de Lagea, y después de la muerte de su padre, se
ve en la obligación de ceder los bienes que le quedaban a sus amos a cambio
de que «me governedes e vistades e calçedes fasta tenpo de miña morte»114.
La existencia de estas renuncias por motivos de vejez tiene que ver, principalmente, con el hecho ya comentado de una mayor presencia e incidencia
de los ancianos en las poblaciones de la Baja Edad Media. En cualquier caso,
insisto en ello, las propias características del marco foral refuerzan el papel
social de los ancianos lejos de debilitarlo.
Hay una última razón que podría argumentarse en pro del surgimiento de
los vedraios. Algunas de sus apariciones documentales las encontramos en
pleitos o pesquisas que informan de las tensiones que, en el tramo final de la
Edad Media, se suscitan entre las instituciones eclesiásticas, principal aunque
no exclusivamente monásticas, y una nobleza laica cada vez más agresiva y
ávida de ingresos de toda condición, que ve en el patrimonio de la Iglesia una
de sus posibles fuentes de renta y de privilegios. El recurso al testimonio de
los vedraios fue empleado, también, por los señoríos eclesiásticos como uno
más de los argumentos en defensa de su estatus, como reivindicación de una
costumbre que se pretendía alterada115 y, en definitiva, en situaciones especialmente delicadas en las que, quizá, el ya predominante recurso a la documentación escrita ya no fuera suficiente.
Recibido: 17-01-2011
Aceptado: 14-04-2011
————
113 ARMAS, J. y RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, A., Minutario Notarial de Pontevedra (14331435), Santiago, Consello da Cultura Galega, 1992, doc. 38, pág. 56.
114 Ibidem, doc. 90, pág. 124-125; ARMAS, J., Pontevedra en los siglos XII a XV: configuración y desarrollo de una villa marinera en la Galicia medieval, A Coruña, Fundación Barrié
de la Maza, 1992, pág. 241.
115 Un principio, el de la costumbre, que, tal y como expuesto Monsalvo, no ha de ser visto desde un punto de vista antropológico sino eminentemente histórico, al estar en continuo
cambio por el influjo de implicaciones de naturaleza social y política; MONSALVO, J.M.ª,
«Costumbres y comunales en la tierra medieval de Ávila (Observaciones sobre los ámbitos del
pastoreo y los argumentos rurales en los conflictos de términos)», DIOS, S. de, INFANTE, J.,
ROBLEDO, R. y TORIJANO, E. (coords.), Historia de la propiedad. Costumbre y Prescripción,
Madrid, Colegio de Registradores de la Propiedad, 2006, págs. 44 y 60.
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LOS MERCADERES FRANCESES EN LA EXPORTACIÓN DE LANAS FINAS
CASTELLANAS DURANTE LOS SIGLOS XVI Y XVII. UNA PRIMERA APROXIMACIÓN DESDE EL ESCENARIO SORIANO
MÁXIMO DIAGO HERNANDO
CCHS, CSIC
RESUMEN:
Trabajo de carácter prosopográfico que se enmarca en un proyecto
orientado a identificar y caracterizar los grupos de mercaderes extranjeros que pasaron a controlar el negocio de la exportación de lanas finas
castellanas a partir de las últimas décadas del siglo XVI, tras una fase de
mayor protagonismo en este negocio de los mercaderes castellanos en
los siglos XV y XVI. En esta ocasión, se ha escogido el grupo de los mercaderes franceses y se ha centrado la atención en identificar a los que
compraron lanas para su exportación en la región de Soria durante los
siglos XVI y XVII. Se da cuenta de sus lugares de origen, se diferencia
entre los que negociaron desde Francia y los que llegaron a fijar su residencia en Castilla y se analizan sus procedimientos de contratación.
PALABRAS CLAVE: Comercio lanero. Mercaderes. Francia. Castilla.
Siglo XVI. Siglo XVII.
FRENCH MERCHANTS IN THE EXPORT OF FINE CASTILIAN WOOL DURING THE 16TH AND
17TH CENTURIES. AN INITIAL APPROACH FROM THE SORIAN CONTEXT
ABSTRACT: This prosopographical study is part of a more global project intended to
identify and characterize the different groups of foreign merchants that
began to take control of the export of fine wool from the Crown of Castile
in the last decades of the 16th century after an initial phase, spanning the
16th and 17th centuries, in which the business was mainly in the hands of
————
* Máximo Diago es investigador del Instituto de Historia del CCHS-CSIC. Dirección
para correspondencia : Centro de Ciencias Humanas y Sociales - Consejo Superior de Investigaciones Científicas, C/Albasanz, 26-28. Madrid 28037 (España). Correo electrónico:
[email protected].
MÁXIMO DIAGO HERNANDO
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Castilian merchants. On this occasion the author pays particular
attention to the group of merchants of French origin. He identifies those
merchants that acquired wool from the region of Soria for export during
the 16th and the 17th centuries. He reports on their places of origin, and
makes a distinction between those who traded without abandoning their
residence in France and those who ended up establishing their residence
in Castilian territory. He also focuses on the terms of the contracts
subscribed by all these merchants when acquiring wool from Soria.
KEY WORDS:
Wool trade. Merchants. France. Castile. 16th Century.
17th Century.
Aunque el primer gran mercado de destino de las lanas finas castellanas,
procedentes del esquileo de los ganados trashumantes fue, entre los países
ribereños del Atlántico, el de los Países Bajos, muy pronto al mismo se sumaron varias regiones francesas, que alimentaron ya desde el siglo XV una importante demanda para este tipo de lanas, pudiéndose destacar entre ellas las
de Bretaña y Normandía1. En la primera fase de fuerte expansión de las exportaciones de este género de lanas, iniciada en las primeras décadas del siglo
XV con los primeros envíos masivos a Flandes, donde las lanas castellanas
comenzaron entonces a sustituir a las inglesas2, una parte sustancial del negocio exportador estuvo, no obstante, en manos de mercaderes castellanos, encabezados por los burgaleses, que desempeñaron entonces un papel de primera fila en el escenario del comercio internacional de la Europa Occidental3.
Aunque no se han acometido muchas investigaciones que se hayan marcado como objetivo la clarificación de esta cuestión, no hay constancia de que
ni durante el siglo XV ni durante la primera mitad del siglo XVI el papel de
los mercaderes franceses en el negocio de la exportación de lanas castellanas
fuese destacado, ni siquiera en los casos en que estas tenían como destino la
propia Francia. Por el contrario, las noticias sobre la presencia de mercaderes
castellanos, y muy en particular burgaleses, en las principales plazas mercantiles de Normandía y Bretaña, a lo largo de todo este período confirma que
————
1 Vid. MOLLAT, Michel, Le commerce de la Haute Normandie au XVe. siècle et au début du XVIe, París, Librairie Plon, 1952. TOUCHARD, Henri, Le commerce maritime breton à
la fin du Moyen Âge, París, Les Belles Lettres, 1967. Y CASADO ALONSO, Hilario, «La Bretagne dans le commerce castillan aux XVe. et XVIe. siècles», en DANIEL, T. y KERHERVÉ, J.
(ed.), La Bretagne, terre d´Europe, Brest, Quimper, 1992, págs. 81-98.
2 Vid. MUNRO, J., «The Symbiosis of Towns and Textiles: Urban Institutions and the
Changing Fortunes of Cloth Manufacturing in the Low Countries and England, 1270-1570», The
Journal of Early Modern History: Contacts, Comparisons, Contracts, 3, 1 (1999), págs. 1-74.
3 Vid. CASADO ALONSO, Hilario, El triunfo de Mercurio. La presencia castellana en Europa (Siglos XV y XVI), Burgos, Cajacírculo, 2003.
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LOS MERCADERES FRANCESES EN LA EXPORTACIÓN DE LANAS FINAS CASTELLANAS DURANTE...
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entonces fueron estos más que los franceses los que en mayor medida controlaron este tráfico.
Si circunscribimos nuestro análisis a una de las principales regiones productoras de lanas finas para la exportación que hubo en la Corona de Castilla
en estos siglos, la de Soria, advertimos que no se dispone de ninguna noticia
que demuestre que mercaderes franceses participasen de forma significativa
en el negocio de la exportación de lanas de dicha región a lo largo de todo
este período. Ciertamente cabe advertir que para estas fechas las fuentes de
información a nuestra disposición son mucho más escasas y fragmentarias
que para períodos posteriores y por ello las conclusiones a las que se puede
llegar a partir de las mismas son también mucho más inseguras. Pero todos
los datos reunidos apuntan a concluir que, tanto durante el siglo XV como
durante la primera mitad del siglo XVI, fueron los mercaderes castellanos,
principalmente burgaleses, y en menor medida riojanos, vascos y segovianos,
los que controlaron este negocio, tanto en las primeras fases de adquisición de
las lanas en sucio a los ganaderos, como en las posteriores de su exportación,
ya lavadas y ensacadas, a los mercados europeos4. Y entre los extranjeros a
los que encontramos negociando con lanas sorianas durante este período, los
principales y más numerosos fueron los italianos, que, no obstante, estuvieron
mucho menos presentes en esta región que en otras de la mitad meridional de
la Corona de Castilla.
Este estado de cosas solo comenzó a modificarse de forma apreciable durante la segunda mitad del siglo XVI, cuando el negocio de las exportaciones laneras castellanas, en continuada expansión desde las primeras décadas del siglo
XV, comenzó a experimentar sus primeros grandes sobresaltos, resultado en
parte de los efectos negativos que sobre el mismo tuvieron las guerras que Felipe II libró contra sus súbditos rebeldes de los Países Bajos, contra Inglaterra y
sus intervenciones en Francia. Víctimas principales de estos sobresaltos fueron
las grandes casas mercantiles burgalesas, que durante el período de expansión
de las exportaciones habían sido las que mayor provecho habían conseguido
sacar del mismo y que a partir de la década de 1570 entraron en un proceso de
acelerada decadencia, del que nunca jamás lograron recuperarse5.
————
4 Vid. DIAGO HERNANDO, Máximo, «El comercio de las lanas en Soria en época de los
Reyes Católicos», Celtiberia, 78 (1989), págs. 25-75. Y «Mercaderes y hombres de negocios
en la Rioja a fines de la Edad Media», Brocar, 31 (2007), págs. 369-409. También interesa,
desde una perspectiva más general, Manuel BASAS FERNÁNDEZ, El Consulado de Burgos en el
siglo XVI, Madrid, CSIC, 1963. Y varios artículos publicados por este autor en el Boletín de la
Institución Fernán González.
5 CASADO ALONSO, Hilario, «El comercio internacional burgalés en los siglos XV y
XVI», Actas del V Centenario del Consulado de Burgos, Burgos, Diputación Provincial,
1994, I, págs. 175-247.
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MÁXIMO DIAGO HERNANDO
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Esta profunda crisis experimentada por el comercio de exportación de lanas castellanas en las últimas décadas del siglo XVI favoreció que se produjese una radical renovación del grupo de grandes exportadores. Los castellanos
fueron poco a poco siendo sustituidos por extranjeros, hasta terminar quedando relegados a una posición marginal. El relevo fue llevado a cabo de forma
paulatina y por extranjeros de muy diversas procedencias, aunque entre ellos
cabe destacar por su extraordinario número a los judeoconversos portugueses,
que pasaron a ser súbditos también de los monarcas castellanos a partir de
15806. Entre dichos extranjeros figuraron los súbditos del rey de Francia, que,
aunque en un primer momento desempeñaron un papel relativamente modesto
en este negocio, con el transcurso del tiempo fueron alcanzando creciente
protagonismo, hasta convertirse, probablemente, en el siglo XVIII en el principal grupo de exportadores de lanas finas de la Corona de Castilla.
Para profundizar en la reconstrucción del proceso de sustitución de los
mercaderes castellanos por extranjeros en el negocio de exportación de estas
lanas que se inició en las últimas décadas del siglo XVI, nos hemos propuesto
en el presente artículo prestar atención a la participación en dicha actividad de
los mercaderes franceses. Dada la dificultad de la tarea, por el carácter sumamente disperso de las fuentes documentales que habría que consultar,
hemos optado por limitar nuestro análisis al seguimiento de su presencia en
una única región productora de lanas destinadas a la exportación, la de Soria,
que fue, sin duda, una de las principales de la Corona de Castilla. Adoptaremos para ello una perspectiva eminentemente prosopográfica, centrándonos
en la reconstrucción de las trayectorias de los exportadores de lanas de nacionalidad francesa que la documentación nos ha permitido identificar en Soria
durante los siglos XVI y XVII. Trataremos de diferenciar entre aquellos que
negociaron desde bases francesas y los que llegaron a fijar su residencia en
Castilla, dejando a un lado a los pocos que se avecindaron en la propia ciudad
de Soria y arraigaron en ella, pues estos últimos merecen un tratamiento aparte. Y prestaremos particular atención a los procedimientos de contratación a
los que recurrieron, para de este modo conocer mejor su perfil como negociantes. Por falta de espacio, sin embargo, nos veremos obligados a dejar fuera de nuestra consideración otros aspectos del funcionamiento de sus empresas mercantiles y financieras, que, por supuesto, en ningún caso se limitaban
al trato con lanas.
————
6
Vid. DIAGO HERNANDO, Máximo, «La irrupción de los conversos portugueses en el
comercio de exportación de lanas de la Corona de Castilla en el tránsito del siglo XVI al
XVII», Sefarad, 70-2 (2010), págs. 399-434.
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LOS MERCADERES FRANCESES EN LA EXPORTACIÓN DE LANAS FINAS CASTELLANAS DURANTE...
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MERCADERES DE AUVERNIA EN LA EXPORTACIÓN DE LANAS FINAS SORIANAS
EN EL ÚLTIMO TERCIO DEL SIGLO XVI: LA COMPAÑÍA NEBRESE-BONAFONT
El primer grupo importante de franceses interesados en el negocio de la
exportación de lanas finas con el que tropezamos en la región soriana desarrolló su actividad a partir de los primeros años de la década de 1570 y estuvo
constituido por varios individuos originarios de la región de Auvernia, emparentados entre sí, y que habían iniciado sus carreras como mercaderes en el
negocio de la fabricación y comercio de papel y libros.
Esta región del corazón de Francia fue cuna de un gran número de individuos dedicados al comercio en sus más diversos niveles y variantes, pero muy
en especial al comercio de distribución al por menor de carácter ambulante,
que emigraron a tierras de la Corona de Castilla durante los siglos XVI y
XVII y que conformaron un grupo extraordinariamente numeroso en Madrid
en este último siglo7. Los individuos de los que vamos a tratar aquí no responden a este perfil, es decir, al de los modestos roperos y «caxeros» ambulantes, que recorrían las calles con sus cajas repletas de mercancías de variado
género, sino que fueron tratantes al por mayor, dedicados a la importación y
exportación de mercancías en grandes cantidades y con intereses también en
la actividad manufacturera, en concreto en la explotación de molinos para
fabricar papel y en las especulaciones financieras, a través de las operaciones
de cambios y recambios. Es por ello por lo que hemos juzgado de interés detenernos en la reconstrucción de su trayectoria, porque nos pone en contacto
con otro interesante aspecto de la polifacética realidad de las gentes del comercio de Auvernia, emigrantes por antonomasia en la Europa de los siglos
XVI y XVII, que contrasta vivamente con el de los roperos, «caxeros» ambulantes y otros innumerables franceses de modesta posición socioeconómica
que proliferaron por las ciudades y pueblos castellanos en estos siglos.
Los mercaderes a los que nos referimos son en concreto Francisco y Bernardo Nebrese, hermanos vecinos de Thiers, y su primo Hilario Bonafont,
originario de otra ciudad de Auvernia llamada Riom8. A ellos habría que añadir otros varios individuos que estaban unidos con estos tres por vínculos de
parentesco, que también participaron en sus negocios en Castilla, aunque
ocupando una posición subordinada, como es el caso de Guillermo Mariscal,
————
7 RAMOS MEDINA, M.ª Dolores, «Algunas sagas comerciales francesas en el Madrid de
la segunda mitad del seiscientos», Espacio, Tiempo y Forma, Serie IV, Historia Moderna, 12
(1999), págs. 223-247. Y RAMOS MEDINA, M.ª Dolores, «Algunas compañías mercantiles
francesas en el comercio minorista madrileño en la segunda mitad del seiscientos», Cuadernos
de Historia Moderna, 26 (2001), págs. 57-87.
8 Nos basamos en la documentación conservada en AChV (=Archivo Chancillería de
Valladolid), P.C. (=Pleitos Civiles), Taboada, F. (=Fenecidos), 1843-1.
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MÁXIMO DIAGO HERNANDO
sobrino de Hilario Bonafont, y Guillermo Dulat, su primo9. A Francisco Nebrese, que es de todos ellos el que mayor rango social llegó a alcanzar, puesto
que terminó sus días siendo señor de La Batisse, lo encontramos identificado
como residente en la villa ferial de Medina del Campo en los primeros años
de la década de 1570. Durante toda la década tuvo una intensa dedicación al
comercio de exportación de lanas, de modo que, según los datos aportados
por Lapeyre, entre 1575 y 1579 expidió más de 3.000 sacas10. Su interés por
las lanas de la región soriana se manifestó muy pronto, como lo demuestra el
hecho de que ya el 7 de febrero de 1571 firmó un contrato en Medina del
Campo con dos destacados mercaderes sorianos, el licenciado Juan Núñez y
el escribano Alonso Núñez, por el que acordaron la constitución de una compañía especializada en el negocio de la exportación de lanas sorianas al puerto
normando de Rouen11.
Hacia finales de la década, Francisco Nebrese debió regresar a Francia,
pues ya en 1579 lo volvemos a encontrar identificado como vecino de su ciudad natal, Thiers, donde el 28 de noviembre de ese año concertó la constitución de una compañía mercantil junto con su hermano, Bernardo Nebrese,
también vecino de Thiers, su primo Hilario Bonafont, en aquel momento vecino de Medina del Campo, y otro mercader llamado Juan Peliser, avecindado
en París, pero originario igualmente de la región de Auvernia, en concreto de
la ciudad de Clermont. La compañía se constituyó para el trato durante seis
años con lanas, cochinilla, bocaranes, papel, naipes y tijeras de tundir, aunque también se contempló la dedicación a especulaciones financieras, en operaciones de «cambios y recambios». Un lugar principal entre las mercancías
con que se había de negociar se reservó, no obstante, al papel, imponiéndose
a Francisco de Nebrese la obligación de entregar cada año entre 10.000 y
12.000 resmas de papel fino, procedentes de sus propios molinos y de los de
otros empresarios papeleros para su comercialización12. Al cargo de los nego————
9 Consta que Guillermo Dulat era primo de Hilario Bonafont por carta de poder de este
último de Madrid, 19-III-1578. Copia de dicha carta en AHPS (=Archivo Histórico Provincial
de Soria), PN (=Protocolos Notariales), 143-300-72 (Indicamos siempre el número de caja,
seguido de número de expediente, y de número del primer folio del documento). Guillermo
Dulat sirvió como criado al mercader soriano Alonso Núñez, socio de Francisco Nebrese e
Hilario Bonafont.
10 LAPEYRE, Henri, El comercio exterior de Castilla a través de las aduanas de Felipe II,
Valladolid, Universidad, 1981, pág. 105.
11 Vid. FALAH HASSAN ABED AL-HUSSEIN, «Las ferias de Medina y el comercio de la lana: 1514-1573», en Historia de Medina del Campo y su Tierra, II, Medina del Campo, Ayuntamiento, 1986, págs. 29-30. Y AHPV, 7014-203. Medina del Campo, 13-IV-1576.
12 La compañía se estableció para que funcionase durante seis años, desde 15 de agosto
de 1579 hasta el 31 de diciembre de 1585, aunque la liquidación de las cuentas se demoró de
hecho hasta el año 1589. Y en ella Francisco Nebrese puso dos quintos del capital, mientras que su
hermano Bernardo, Hilario de Bonafont y Joan Peliser aportaron cada uno de ellos otro quinto.
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LOS MERCADERES FRANCESES EN LA EXPORTACIÓN DE LANAS FINAS CASTELLANAS DURANTE...
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cios de la compañía en España se acordó que quedase Hilario Bonafont, residente en la villa de Medina del Campo13, mientras que Joan Peliser representaría los intereses de la compañía en París y los hermanos Nebrese, por su
parte, quedarían al cargo de los negocios en Thiers y en Lyon, importante
plaza financiera y para el comercio de libros.
Hilario Bonafont, que ya había realizado algunas incursiones por cuenta
propia en el comercio de lanas en la región soriana en la década de 1570, utilizando como agente a su primo Guillermo Dulat, intensificó su presencia en
la misma a partir de 1580 para realizar numerosas compras de lanas en sucio
a grandes y medianos ganaderos sorianos, por cuenta de la compañía que acababa de constituir con sus parientes de Thiers. Para ello contó, no obstante,
con la preciosa colaboración de uno de los principales tratantes laneros de la
ciudad de Soria en aquellos momentos, Domingo del Águila14.
La relación entre Hilario Bonafont y Domingo del Águila fue haciéndose,
no obstante, cada vez más estrecha, de modo que, cuando a fines de la década
de 1580 la compañía que el francés había constituido con los hermanos Nebrese y Joan Peliser quedó definitivamente extinguida, los dos terminaron
convirtiéndose en socios para los numerosos tratos con lanas sorianas que
realizaron a lo largo de la década de 1590, hasta el momento mismo de la
muerte de Hilario Bonafont en 1599. Domingo del Águila en Soria asumía la
dirección de todas las tareas relacionadas con el recibo, lavado y ensacado de
las lanas y en la mayor parte de las ocasiones negociaba también su compra
con los propios ganaderos. En Medina del Campo, por su parte, Hilario Bonafont, que mantenía regular intercambio de correspondencia con su socio soriano para estar al tanto de la marcha del negocio, movía los hilos precisos
para dar salida a dichas lanas en los mercados exteriores, en un momento especialmente difícil como fue el de la última década del siglo XVI, marcado
por las negativas consecuencias que para el comercio en el Atlántico tuvo el
deterioro de las relaciones de la Monarquía Hispana con los Países Bajos,
Inglaterra y Francia15. Por ello los mercaderes interesados en el negocio de la
exportación de lanas finas tuvieron que realizar un esfuerzo adicional por
buscar mercados alternativos para esta mercancía. Consecuencia de ello fue el
————
13 En la escritura se hace constar que Hilario Bonafont tenía arrendada en dicha villa una
casa, el alquiler de la cual había de correr a cargo del presupuesto de la propia compañía, al
igual que los gastos de alimentación y «entretenimiento» de su persona, y los de sus criados
varones, una criada y una cabalgadura.
14 Sobre Domingo del Águila Vid. DIAGO HERNANDO, Máximo, «Los hombres de negocios en la ciudad de Soria durante el siglo XVI», Hispania, 205 (2000), págs. 479-514. Y
«Mercaderes exportadores de lanas en la ciudad de Soria durante los siglos XVI y XVII»,
Celtiberia, 103 (2009), págs. 5-60.
15 Vid. GÓMEZ CENTURIÓN, Carlos, Felipe II, la empresa de Inglaterra y el comercio
septentrional (1566-1609), Madrid, Naval, 1988.
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incremento significativo de las exportaciones de lanas sorianas a Italia, mercado que había tenido escasa importancia para la producción lanera de esta
región durante la mayor parte del siglo XVI16. Hilario Bonafont y Domingo
del Águila se contaron entre los principales responsables de la reorientación
de las exportaciones laneras sorianas hacia las ciudades italianas que se produjo en los años finales del siglo XVI. Así lo prueban los libros de cuentas
que llevaba el primero y la correspondencia epistolar que mantuvo con su
socio soriano, documentación toda ella de la que se conserva copia en el Archivo de la Chancillería de Valladolid y en la que encontramos abundantes
referencias a envíos de importantes cantidades de lanas a las plazas de Florencia y Milán. La atención prestada al mercado italiano no les llevó, sin embargo, a desentenderse de los mercados de los países ribereños del Atlántico,
puesto que también nos consta que dieron salida a las lanas adquiridas en Soria en las plazas de Amberes, París y Rouen, mientras que en otras ocasiones
la vendieron a exportadores en el propio puerto de Bilbao. En todos estas operaciones, en cualquier caso, los beneficios fueron repartidos entre Hilario Bonafont y Domingo del Águila, lo que demuestra que este último ya había superado definitivamente la condición de agente al servicio del primero, que
había prevalecido en los primeros momentos, cuando Hilario Bonafont todavía negociaba en sociedad con los Nebrese17. De hecho, en el testamento que
Hilario Bonafont otorgó en Medina del Campo en junio de 1599, poco antes
de morir, se refirió a Domingo del Águila como su «íntimo amigo», y por la
confianza que en él tenía depositada dispuso que fuese uno de sus testamentarios, junto con su esposa, María Ferrer y su sobrino, Guillermo Mariscal.
La muerte de Hilario Bonafont en 1599 puso fin a una larga trayectoria de
dedicación al comercio lanero en tierras sorianas de una familia originaria de
Auvernia, con fuertes intereses en origen en el comercio del papel y de los
libros, que abarcó tres largas décadas, plagadas por cierto de dificultades para
el negocio de la exportación de lanas. Solo dejó una hija de corta edad y, aunque, por supuesto, algunos de sus parientes residentes en Castilla, como es el
caso de su sobrino Guillermo Mariscal, podrían haber dado continuidad a su
actividad, no lo hicieron, quizás desalentados por las enormes dificultades a
las que los exportadores de lanas tuvieron que hacer frente en esos años en
Castilla. De hecho, el propio Domingo del Águila, que llegó a contraer matrimonio con la viuda de su antiguo socio, María Ferrer, tuvo que afrontar
gravísimos problemas financieros que le pusieron al borde de la bancarrota y
finalmente se vio forzado a abandonar el negocio, al que más adelante volvieron a dedicarse algunos de sus descendientes, aunque con bastante menos
————
16
Vid. DIAGO HERNANDO, Máximo, «El mercado lanero en la región soriana durante los
siglos XVI y XVII: Tipología y destino de las lanas», Celtiberia, 96 (2002), págs. 47-88.
17 Copia de esta contabilidad en AChV, P.C. Taboada, F. C. 1843-1.
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LOS MERCADERES FRANCESES EN LA EXPORTACIÓN DE LANAS FINAS CASTELLANAS DURANTE...
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fortuna que él. Por lo demás, la prolongada presencia de Hilario Bonafont en
el mercado lanero soriano no cabe duda de que ha de explicarse en muy gran
medida como consecuencia de su arraigo en la sociedad castellana, fruto de su
elección de Medina del Campo como lugar de residencia estable, que le llevó
a terminar olvidando su patria de origen, para la que no tuvo prácticamente
ningún recuerdo en su testamento, pese a que allí seguían viviendo varios
hermanos y otros muchos parientes.
OTROS OPERADORES FRANCESES EN LAS ÚLTIMAS DÉCADAS DEL SIGLO XVI
Los Nebrese y su socio Hilario Bonafont representan un caso excepcional
por lo prolongado del período de tiempo durante el que estuvieron presentes
en el mercado lanero soriano y por la envergadura de las operaciones que realizaron. El resto de los mercaderes de origen francés de los que tenemos noticias sobre su participación en este mercado durante las últimas décadas del
siglo XVI actuaron de forma mucho más puntual, y, a diferencia de aquellos,
no consta que tuviesen una base de operaciones estable en el reino de Castilla,
sino que negociaron desde Francia, aunque, por supuesto, alguno de ellos se
desplazó temporalmente a tierras sorianas para cerrar tratos y atender otros
asuntos.
Una operación de notable envergadura que ha llamado nuestra atención
por su carácter aislado es la que realizó en 1580 una compañía formada por
Sebastián Juanetón, Juan de Verdiguier y Juan Tranjote, vecinos de las ciudades de Orleáns y Toulouse. De estos tres solo el primero se trasladó en persona a Soria a fines del verano de ese año para firmar el contrato de compra de
dos de las pilas de mayor tamaño y reputación que había entonces en esta
ciudad, las de los regidores Alonso de Río, el mayor, y Alonso de Río, el menor18. Al cerrarse el contrato las lanas ya estaban esquiladas, se dispuso que
una parte del precio se abonase de contado y el pago del resto se aplazase
unos pocos meses, en concreto hasta Navidad de ese mismo año. Dado que
los compradores eran unos absolutos desconocidos en Soria, los ganaderos
vendedores tomaron muchas precauciones para asegurarse que estos cumplirían con sus compromisos, y por ello se dispuso que una parte de las sacas de
lana quedasen retenidas y no pasasen a poder efectivo de los compradores, ni
se pudiesen embarcar o sacar fuera del reino, hasta que estos hubiesen terminado de pagar las cantidades de dinero comprometidas19. De hecho, se produ-
————
18 Sobre la importancia de la familia Río como propietaria de ganados trashumantes Vid.
DIAGO HERNANDO, Máximo: «Una explotación trashumante en la Castilla moderna: La cabaña de los Río de Soria», Historia Agraria, 48 (2009), págs. 13-44.
19 AHPS, PN, 82-185-198 y 201.
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jo un cierto retraso en los pagos, pues a fines de marzo de 1581 los dos ganaderos todavía no habían terminado de cobrar todo el dinero que se les adeudaba, y, además, una parte del precio se les había abonado mediante la entrega de mercancías20.
No cabe duda de que en 1580 se vivía un momento delicado para el comercio de exportación de lanas, que se reflejó en un acusado descenso de los
precios abonados a los ganaderos por las lanas en sucio. El que pagaron los
franceses a los Ríos, 17,75 reales por arroba, era efectivamente un precio muy
bajo para pilas de tanta reputación21. La demanda se había desplomado y este
proceso debió resultar determinante para que esta compañía de mercaderes
franceses, que integraba a vecinos de las ciudades de Orleáns y Toulouse,
irrumpiese en un mercado como el de las lanas sorianas que hasta entonces
había estado en otras manos, preferentemente de burgaleses, y, en menor medida, riojanos, navarros y segovianos. Las precauciones que se tomaron en la
contratación evidencian que los ganaderos sorianos alimentaban ciertos recelos frente a estos desconocidos, sin duda justificados en unos tiempos tan inseguros para los negocios como los que entonces se vivían en Castilla. En
cualquier caso no tenemos noticias de que estos mismos mercaderes franceses
volviesen a adquirir lanas en Soria en los siguientes ejercicios, por lo que en
gran medida esta operación cabe considerarla como un episodio aislado, propio de un período de crisis, de tránsito. Pero, al mismo tiempo, sentó un importante precedente porque fue la primera vez que mercaderes vecinos de la
ciudad de Orleáns se desplazaron hasta las lejanas sierras de Soria para negociar la compra de lanas. Y, como veremos, durante el siglo XVII fueron muchos los que siguieron su ejemplo, lo que en principio resulta algo sorprendente, dada la distancia y ausencia de vínculos de todo tipo que separaba a
ambas ciudades.
Por lo que respecta a Toulouse, volvemos a tener noticia de la adquisición
por una mercader vecino de esta ciudad de lanas sorianas en el año siguiente.
Nos referimos a Guillermo Lestrada, quien en febrero de 1581 llegó a un
acuerdo con el mercader soriano Juan García de Tardajos por virtud del cual
se comprometió a entregarle 22 cargas y media de pastel que entonces tenía
en Bilbao a cambio de que este le entregase por cada carga 11 arrobas de lana
————
20 En Soria 20-III-1581 Alonso de Río, el mayor, confesó haber recibido de Claudio Ledarque, en nombre de Sebastián Juanetón, Juan de Verdiguier y Juan Tranjote, 298.560 mrs.
para en pago de 419.143 mrs. que le adeudaban de lanas que les había vendido. En parte de
pago se le entregaron 3 varas de raso valoradas en 60 reales, y 9 varas de Damasco a 22 reales
la vara. Alonso de Río, el menor, por su parte, confesó haber recibido 289.788 mrs. en parte
de pago de 557.863 mrs. AHPS, PN, 82-186-80 y 81.
21 Para contrastar cabe recordar que el propio Alonso de Río vendió sus lanas en 1575 a
24 reales por arroba, mientras que en 1579 Diego López de Medrano había vendido las suyas
de varios esquileos a 22 reales la arroba.
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LOS MERCADERES FRANCESES EN LA EXPORTACIÓN DE LANAS FINAS CASTELLANAS DURANTE...
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estremeña, que el tolosano acudió en persona a recibir a Soria en noviembre
de ese año22. Pero, como cabe apreciar, se trató de una operación de escasa
envergadura y de carácter muy puntual, pues no volvemos a tener noticias
sobre la presencia de este mercader tolosano por tierras sorianas, aunque no
hay que descartar que continuase adquiriendo lanas a intermediarios que las
pusiesen a la venta en el puerto de Bilbao o en otros puertos del Cantábrico.
La quiebra de las grandes casas mercantiles burgalesas en las últimas décadas del siglo XVI generó sin duda un importante vacío en el mercado lanero de la región soriana que fue aprovechado, entre otros, por algunos mercaderes franceses para participar más activamente en este negocio, del que hasta
entonces habían estado en gran medida excluidos. Algunos lo hicieron desde
una base estable en el reino de Castilla, lo que les permitió dedicarse al trato
de forma continuada durante un prolongado período de tiempo. Es el caso de
los hermanos Nebrese y su primo Hilario Bonafont, con presencia destacada e
ininterrumpida en el mercado lanero de Soria durante las tres últimas décadas
del siglo XVI, las más difíciles sin duda para este trato de toda la centuria.
Otros franceses, por el contrario, se limitaron a realizar incursiones puntuales,
cerrando contratos de más o menos envergadura, bien con ganaderos o bien
con mercaderes sorianos, pero sin abandonar sus puntos de partida de Francia.
Y, por consiguiente, la huella que estos dejaron fue mucho más superficial y
efímera.
FRANCESES
RESIDENTES EN LOS PUERTOS DEL CANTÁBRICO COMO EXPORTADORES DE LANAS SORIANAS A PRINCIPIOS DEL SIGLO XVII
Durante las primeras décadas del siglo XVII, la participación de mercaderes extranjeros en la exportación de lanas castellanas hacia las naciones europeas ribereñas del Océano Atlántico, que ya había comenzado a manifestarse
de forma creciente durante las últimas décadas del siglo XVI, conforme iban
desapareciendo del escenario las grandes casas mercantiles burgalesas, experimentó un definitivo impulso, gracias sobre todo a la irrupción masiva de los
judeoconversos portugueses en este negocio23. En comparación con la contri————
22 Hubo problemas en la recepción del pastel, pero, pese a todo, Guillermo Lestrada se
desplazó a Soria a principios de noviembre de 1581 a recibir sus lanas y finalmente recibió
todas las inicialmente previstas, pues ambas partes llegaron al acuerdo de que las 121 arrobas
correspondientes a las 11 cargas de pastel que se habían dejado de entregar fuesen pagadas a
Juan García de Tardajos en metálico a razón de 18 reales por arroba. AHPS, PN, 82-186-292,
Soria, 6-XI-1581.
23 Este proceso de sustitución de los mercaderes castellanos por extranjeros en la exportación de lanas finas castellanas hacia la Europa Atlántica, en el que tuvo un papel fundamental la
irrupción de los judeoconversos portugueses, ha merecido escasa atención por parte de la histo-
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bución de estos últimos, la de los mercaderes franceses al proceso fue en estos momentos mucho más modesta, pese a que Francia pasó a consolidarse
entonces como el principal punto de destino de las lanas finas castellanas,
aunque en bastantes casos solo como lugar de tránsito hacia otros puntos del
continente europeo, como los Países Bajos, habida cuenta que estaba prohibido el comercio directo de Castilla con las provincias rebeldes.
El grupo más numeroso y activo de mercaderes franceses que trató con
lanas procedentes de la región soriana para su exportación en las primeras
décadas del siglo XVII estuvo constituido por los que habían fijado su residencia en los puertos castellanos del Cantábrico, a los que habría que sumar
algunos más que concertaron la compra de este género de lanas en ciudades
francesas muy próximas a dichos puertos, tales como Bayona, San Juan de
Luz o Biarritz. En prácticamente todos los casos se trató de adquisiciones de
lanas ya lavadas, ensacadas y, por regla general, puestas en los puertos a costa
de los vendedores. En consecuencia estos mercaderes de nacionalidad francesa rara vez negociaron directamente con los señores de ganados sorianos, para
comprarles sus lanas en sucio, conforme al procedimiento preferido por estos,
salvo en aquellos casos en que sus proveedores eran a la vez ganaderos y
mercaderes, como ocurría con muchos de los vecinos de aldeas de la Tierra
de Yanguas, de los que hablaremos a continuación. Y, por consiguiente, la
mayoría de ellos nunca llegaron a poner sus pies en tierras de Soria, a las que
ni siquiera sintieron necesidad de enviar agentes a su servicio, para que en su
nombre cerrasen los contratos, puesto que prefirieron adquirir la mercancía en
los propios puertos de embarque.
Solo constatamos una excepción significativa a esta forma generalizada de
proceder en el caso de los mercaderes franceses que establecieron estrechas
relaciones de negocios con los arrieros avecindados en las aldeas de la Tierra
de Yanguas. Ciertamente estos últimos frecuentaban los puertos de Bilbao y
San Sebastián por razón de sus negocios y en ellos pudieron establecer contacto personal unos con otros, como efectivamente nos consta que lo hicieron.
Pero al mismo tiempo la lectura de los protocolos notariales yangüeses nos
confirma que los mercaderes franceses residentes en dichos puertos se desplazaron en persona con relativa frecuencia hasta las aldeas serranas de la
Tierra de Yanguas, para cerrar tratos con los numerosos arrieros en ellas residentes.
Entre unos y otros se estableció, en efecto, una estrecha relación de negocios, por virtud de la cual los vecinos de las aldeas de la Tierra de Yanguas se
encargaban de poner a su costa sacas de lana lavada y añinos, generalmente
————
riografía. No profundiza en su reconstrucción la obra de síntesis de RAHN PHILLIPS, Carla y PHILLIPS Jr., William D., Spain´s Golden Fleece. Wool Production and the Wool Trade from the
Middle Ages to the Nineteenth Century, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1997.
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sucios, en los puertos de Bilbao o San Sebastián a disposición de los mercaderes franceses que allí residían. A cambio, estos les entregaban importantes
cantidades de mercancías de importación procedentes de Francia, entre las
que dominaban los lienzos y demás géneros de tejidos y mercería, pero también estaban presentes los cueros o la cera. Las lanas procedían del esquileo
de los propios ganados de los mercaderes-arrieros, que solían ser a su vez
propietarios de rebaños de ganados trashumantes, y de las que estos habían
comprado en sucio a otros ganaderos en las comarcas serranas sorianas e incluso en otras más alejadas, como la Tierra de Molina24. Todas estas lanas eran
beneficiadas en los lavaderos de la Tierra de Yanguas y transportadas a lomos
de acémilas hasta los puertos, donde en esas mismas acémilas se cargaban las
mercancías de importación que entregaban los franceses y que los yangüeses se
encargaban de revender en el interior del reino de Castilla por su propia cuenta.
De hecho los mercaderes franceses habitualmente entregaron a los yangüeses
mercancías por valor superior al de las lanas y añinos que estos les deban a
cambio. Y por ello con bastante frecuencia estos últimos se vieron forzados a
comprometer nuevas entregas de lanas y añinos para saldar deudas contraídas
con anterioridad a raíz de adquisiciones de mercancías de importación25.
Entre los mercaderes franceses que la documentación yangüesa de los
primeros años del siglo XVII nos permite identificar como involucrados en
este tipo de tratos el grupo más numeroso estuvo constituido por individuos
originarios de Bretaña. Es el caso de Antón y Andrés de Heredia, Pedro Langlois y Maturin Garreo, todos los cuales nos consta que eran originarios de la
ciudad de Nantes. Es probable que también de allí procediese Francisco de
Heredia, pero la documentación no lo precisa, como tampoco lo hace en el
caso de Jacques Ruseo, Andrés de Santo Domingo, Diego Arnul, Ambrosio
Donis, Martín de Merrauz, Pedro de Burguesa o Juan de Guirao, de los que
solo se nos informa que eran franceses, en su mayoría residentes en Bilbao. Si
tenemos en cuenta que una parte importante de las mercancías que los yangüeses recibían a cambio de sus sacas de lanas eran lienzos y que Bretaña era
en aquellos momentos una de las principales regiones de Europa especializadas en la producción de este tejido para su exportación, se explica que hubiese tantos bretones implicados en tratos con yangüeses. Por contraste llama la
atención que no hemos encontrado identificado a ningún vecino de Saint Malo que participase en este género de tratos, probablemente porque los merca-
————
24 Un ejemplo de compromiso de entrega de 1.000 arrobas de añinos finos de Tierra de
Molina en Bilbao por un yangüés en AHPS, PN, 2768-4724-232.
25 Vid. DIAGO HERNANDO, Máximo, «Comerciantes campesinos en la Castilla bajomedieval y moderna: La actividad mercantil de los yangüeses entre los siglos XIV y XVII»,
Historia. Instituciones. Documentos, 32 (2005), págs. 115-144.
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deres de esa procedencia prefirieron concentrar su actividad en las ciudades
de la costa atlántica de Andalucía.
Al margen de la negociación con mercaderes-arrieros de la Tierra de Yanguas, los mercaderes franceses instalados en los puertos del Cantábrico tuvieron, no obstante, otras vías a su disposición para adquirir lanas sorianas. Lo
hicieron en ocasiones, por ejemplo, mediante compras concertadas con mercaderes intermediarios sorianos, con los que entraron en contacto en los propios puertos, bien directamente o bien por mediación de agentes de ventas en
los que aquellos habían delegado la tarea de encontrar compradores para las
sacas de lanas lavadas que habían hecho transportar hasta los mismos. Así
procedió, por ejemplo, el mercader soriano Pablo Méndez, de origen portugués, quien en 1610 encargó a Fausto Ruiz de Retana, vecino de Vitoria, que
le buscase comprador para 80 sacones de lana que había enviado al puerto de
San Sebastián. Fausto Ruiz de Retama, cumpliendo con su comisión, realizó
algunos viajes a esta ciudad, hasta que concertó la venta de los sacones a Pedro de Bulguesa, mercader francés allí residente, quien en parte de pago entregó diversas mercancías que fueron remitidas a Soria, para que Pablo Méndez dispusiese de ellas26.
Con carácter excepcional también pudo darse el caso de que algunos grandes señores de ganados sorianos procediesen a vender directamente en los
puertos sus lanas. Así nos lo sugiere, por ejemplo, una carta de poder que en
1600 otorgó el alférez mayor de Soria Antonio López de Río a Francisco y
Juan de Nebrese y Gregorio de Molina y compañía, residentes en Rouen, para
que cobrasen de Juanes de Aróstegui, francés vecino de San Juan de Luz, y de
Antonio de Guinea, vecino de Bilbao, su fiador, 12.389 reales 30 mrs. que le
debían por una obligación de plazo pasado, otorgada ante un escribano de
Bilbao en marzo de 1599, presumiblemente con ocasión de una venta de lanas
o de añinos27.
Por otro lado, además de en los puertos del Cantábrico de la Corona de
Castilla, los mercaderes sorianos también concertaron ventas de sacas de lanas en ciudades de Francia muy próximas a la frontera del Bidasoa, que en
estas primeras décadas del siglo XVII pasaron a asumir un destacadísimo papel en el comercio lanero. Se trata de ciudades como Bayona, San Juan de
Luz o Biarritz, en las que en este período fijaron su residencia numerosos
individuos interesados por el trato con lanas, entre los cuales, no obstante,
junto a los franceses, hubo gran número de mercaderes de otras nacionalida-
————
26 El ajuste de cuentas entre Pablo Méndez y Fausto Ruiz de Retama en AHPS, PN, 324616-102, Soria, 10-VII-1610. Las mercancías entregadas fueron en concreto 36 piezas de
fustanes de Lyon, 9 piezas de lilas, 5 piezas de anascotes, 4 piezas de chamelotes, 840 libras
de almidón, 154 libras de trenzaderas y 6 piezas de bayetas,
27 AHPS, PN, 93-207-144.
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des, de entre los que cabe destacar a los judeoconversos portugueses y, a gran
distancia de ellos, a los ingleses28. No siempre resulta fácil diferenciar a unos
de otros con los datos disponibles. E incluso a veces solo tenemos constancia
de que los intermediarios sorianos concertaron la venta de sacas de lana en
alguna de estas ciudades francesas, pero desconocemos en detalle la identidad
de los compradores. Es el caso de la venta realizada hacia 1622 por el mercader soriano Diego de Peñarroja en el reino de Francia de cierto número de
sacas de lana que tenía depositadas en poder de un vecino de San Sebastián,
Juan Calleja, a cambio de las cuales recibió, en parte de pago, diversas mercancías que le habían de entregar vecinos de Bayona y de San Juan de Luz en
estas mismas ciudades29. Pero en esta ocasión desconocemos los nombres de
los compradores. En otras, por el contrario, sí que nos constan. Y hubo, por
supuesto, entre ellos algunos franceses, sobre los que, por desgracia, no es
mucho lo que hemos conseguido averiguar. Es el caso, por ejemplo, de Pedro
de La Landa, mercader vecino de Bayona, quien el 15 de febrero de 1631
concertó en San Juan de Luz la compra a la compañía formada por Francisco
de la Puente y Juan Hidalgo, mercaderes vecinos de Diustes y Valdecantos,
aldeas de la Tierra de Yanguas, de 500 sacones de lana lavada, que estos habían
de entregar a su costa y riesgo en la propia ciudad de Bayona30.
También conocemos la identidad de algunos mercaderes franceses que, en
momentos excepcionales, concertaron la compra de un importante número de
sacas de lana en Bayona a grandes señores de ganados sorianos. Fue un tipo
de operación muy poco frecuente, pues, como hemos adelantado, estos últimos mostraron una decidida preferencia por vender sus lanas en sucio. Pero
en momentos de dificultades, de fuerte contracción de la demanda, en que
resultaba difícil encontrar personas dispuestas a comprar in situ las lanas en
sucio, algunos de ellos optaron por lavarlas por su propia cuenta en los lavaderos, almacenarlas en las lonjas y buscar compradores para ellas donde lo
hubiese, aunque para ello tuviesen que traspasar las fronteras del reino. Así
procedió en concreto en el verano de 1629 el alférez mayor de Soria, Francisco López de Río, propietario de la cabaña de mayor tamaño y reputación en
esta ciudad en aquellos momentos. Siguiendo el precedente sentado por su
padre, el alférez Don Antonio, quien en un momento de dificultad para las
————
28 Los mercaderes ingleses también tuvieron una importante presencia en puertos de la
Corona de Castilla próximos a la frontera de Francia, donde, entre otras actividades, tuvieron
una importante dedicación al comercio de lanas. Informaciones de interés a este respecto en
GRAFE, Regina, Entre el mundo ibérico y el Atlántico. Comercio y especialización regional,
1550-1650, Bilbao, Diputación Foral, 2005. Ingleses que estuvieron negociando con lanas en
Bayona, nos consta que después desarrollaron notoria actividad en la Corona de Castilla, como es el caso de Benjamin Ruit. Cfr. infra nota 52.
29 AHPS, PN, 491-860-293, Soria, 22 VII 1622.
30 AHPS, PN, 2801-4791-22.
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exportaciones, resultado del embargo decretado por el rey Felipe III en noviembre de 1598 contra Flandes, optó en los años 1599, 1600 y 1601 por lavarlas en su lavadero de Almenar y llevarlas a vender por su propia cuenta a
Florencia. En el verano de 1629, Francisco López de Río hizo lavar en este
mismo lavadero las lanas del esquileo de sus ganados y las hizo transportar a
Vitoria, Salvatierra de Álava y San Sebastián31. A comienzos de enero de
1630 otorgó poder a sus criados Francisco de Arnedo y Juan de Cardona para
que les buscasen comprador32. Y lo encontraron en la ciudad de Bayona, donde en mayo de ese mismo año concertaron un contrato de venta de 270 sacas
a Miguel Fontana, mercader vecino de la ciudad de Orleáns. Este contrato
presentó la peculiaridad de que una parte del valor de las lanas se abonó mediante la entrega de mercancías de variada gama, que luego el alférez tuvo
que encargarse de revender en Madrid33. Sentado este precedente, al año siguiente ambas partes volvieron a negociar en Bayona, donde el 23 de junio de
1631 el mismo Miguel de Fontana y otro mercader francés de nombre Jaques
Botet firmaron una escritura de obligación a favor del alférez por cuantía de
103.372 reales y 19 sueldos34. Y de nuevo en esta ocasión una parte importante del pago se realizó mediante la entrega de mercancías a las que se dio salida en el mercado madrileño35.
Los tratos entre la casa de los Ríos y el mercader de Orleáns Miguel de
Fontana todavía se prorrogaron dos años más, si bien entonces dejaron de
tener como escenario exclusivo las ciudades del sur de Francia, puesto que
consta que en el verano y otoño de 1633 este último estuvo desplazado en
persona en Soria36 y allí se firmaron los contratos por virtud de los cuales
————
31
En Vitoria quedaron depositadas 202 sacas de lana lavada en poder de Francisco de
Urbina, quien cobró en concepto de derechos de encomienda dos reales por cada una de ellas.
Noticia en AHPS, PN, 456-796-683.
32 AHPS, PN, 456-796-679, Soria, 28-I-1630.
33 Noticia de este contrato en AHPS, PN, 457-797-140.
34 Noticia de esta escritura de obligación, otorgada en lengua francesa, en AHPS, PN,
457-797-581. Se hace constar que el valor de las lanas vendidas se había de hacer efectivo en
dos plazos. El primero cumplía en la feria que se celebraba en Bayona en marzo de 1632 y el
segundo en aquella misma feria un año después.
35 A finales de 1631 estas mercancías en parte se encontraban depositadas en San Sebastián, en poder de un individuo originario de la Tierra de Yanguas y en parte habían sido transportadas hacia el interior del reino por arrieros yangüeses. AHPS, PN, 457-797-570 y 586.
Consta por otras fuentes que fueron vendidas en Madrid por un criado del alférez llamado
Diego Marrodán.
36 Miguel de Fontana el 23 de septiembre de 1633 firmó un contrato de obligación con un
carretero de Regumiel, para que le transportase 110 sacones de lana lavada estremeña, de 7
arrobas cada uno, desde la villa de Almenar hasta la ciudad de Vitoria, donde había de entregarlos en poder de Francisco Martínez del Campo. AHPS, PN, 255-518-263. El 20 de octubre,
dos vecinos de Valdeavellano, aldea de la Tierra de Soria, pasaron por la aduana de Ágreda
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LOS MERCADERES FRANCESES EN LA EXPORTACIÓN DE LANAS FINAS CASTELLANAS DURANTE...
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adquirió del alférez mayor Francisco López de Río algo más de 5.000 arrobas
de lana lavada, por las que se obligó a pagarle en varios plazos 232.987,5 reales37.
LOS LEBERCHE: UNA FAMILIA DE MERCADERES DE
DAS DE 1620 Y 1630
ORLEÁNS EN LAS DÉCA-
Al margen de los mercaderes laneros que actuaron de forma prácticamente
exclusiva en los puertos de embarque, bien de la Corona de Castilla o bien del
reino de Francia en su sector más próximo a la frontera del Bidasoa, hubo en
las primeras décadas del siglo XVII súbditos del rey de Francia que optaron
por adentrarse más en tierras castellanas para concertar operaciones de compra de lanas, entrando en contacto directo con los propios señores de ganados
trashumantes en sus lugares de residencia de las sierras.
Un ejemplo interesante de este tipo de mercaderes nos lo proporciona la
familia de los Leberche, originaria de Orleáns. Al menos cinco miembros de
esta familia ―Pedro Leberche, y sus cuatro hijos, Claudio, Nicolás, César y
Juan― concertaron operaciones de adquisición de cantidades importantes de
lanas sorianas para darles salida en el mercado francés. El más activo de todos ellos en tierras de Soria fue Claudio Leberche, a quien lo encontramos
por primera vez presente en ellas en el verano del año 1624. En agosto de ese
año firmó, en efecto, en la ciudad del Duero un contrato en su propio nombre,
y en los de su padre Pedro y su hermano Juan, con Pedro Duro de Velasco,
mercader y señor de ganados trashumantes, vecino de Vizmanos, aldea de
Yanguas, por el que este se comprometió a entregarle a su costa y riesgo en San
Juan de Luz 74 sacones de lana lavada, a cambio de los cuales recibiría en esta
misma ciudad francesa 100 quintales de cera neta de miel, abonándosele el resto del valor de las lanas en dinero en metálico en la ciudad de Soria38.
————
165 sacas de lana que pertenecían a este mercader francés que, según se nos aclara en el documento, era sobrino de otro mercader vecino de Orleáns llamado Guillermo de Fontana, que
era el que estaba al frente de la empresa familiar.
37 Información detallada sobre el proceso de contratación de las lanas del alférez mayor
de Soria de los esquileos de 1631, 1632 y 1633, con los hermanos Guillermo y Miguel Fontana, vecinos de Orleáns, en carta de obligación como fiador de los franceses que otorgó Juan
van Bucht, mercader de lonja vecino de Madrid, de origen flamenco, en Madrid, 31-VIII1633, en AHPM (=Archivo Histórico de Protocolos de Madrid), 4674-891 (Indicamos siempre el número de protocolo, y, seguido de guión, el del primer folio del documento). Se hace
referencia a tres contratos de venta de lanas que fueron firmados ante un escribano de la villa
de Gómara, lugar de señorío del alférez mayor, en 28-XII-1632, 2-VI-1633 y 23-VII-1633, de
los cuales solo este último quedó en vigor, pues anuló los dos anteriores.
38 AHPS, PN, 479-827-229.
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Es probable que durante su estancia en Soria, Claudio Leberche no se limitase a cerrar este único trato, pero no hemos encontrado noticias de otras operaciones por él realizadas durante este viaje, que no sabemos tampoco si fue
el que por primera vez le puso en contacto con el mundo de los ganaderos
trashumantes sorianos. Sí nos consta, en cualquier caso, que esta relación de
negocios establecida con la familia Duro de Velasco, de la aldea yangüesa de
Vizmanos, tuvo continuidad en el tiempo e incluso perduró después de que se
declarase la guerra entre España y Francia en 1635. Así lo prueba, por ejemplo, el hecho de que el capitán Juan Duro de Velasco, hijo de Pedro Duro de
Velasco, traspasase en julio de 1644 a Nicolás Leberche, hermano de Claudio, el derecho a cobrar de unos vecinos de La Rochelle 18.000 libras en sargas y 8.000 libras en fustanes, que estos le debían por virtud de una cédula
otorgada en San Juan de Luz en 16 de abril de 163539.
En 1624 Claudio Leberche era identificado aún como vecino de Orleáns,
pero sabemos que con posterioridad residió en Madrid, al igual que lo hicieron sus hermanos Nicolás, Juan y César40. Y desde su nueva base de operaciones madrileña todos ellos se desplazaron en más de una ocasión a Soria
para comprar lanas en sucio a diversos señores de ganados. En 1627 Claudio
ya hizo pasar lanas por la aduana de Ágreda, dirigidas hacia Navarra, pero tal
vez procedían de Segovia41. Dos años más tarde, en el verano y otoño de
1629 concertó en Soria varias operaciones de compra con señores de ganados
de rango medio de aldeas y villas serranas, como Buitrago, Castilfrío o Carrascosa, después de haber sido ya esquilados sus rebaños42. En el ejercicio
siguiente, en septiembre de 1630, lo encontramos de nuevo concertando varios contratos de compra de lanas y añinos a diversos señores de ganados de
aldeas de la Tierra de Soria, y a uno de los principales mercaderes laneros de
esta ciudad, Julián Martínez, del que adquirió la mayor partida, de 2.512
arrobas de lanas y 545 de añinos43. Por fin, en 1631 le tocó el turno a Nicolás
————
39
AHPS, PN, 2804-4799-284.
Todos aparecen identificados en algunos documentos de fines de la década de 1620 y
comienzos de la de 1630 como residentes en Madrid. De Nicolás en concreto se informa que
vivía en casas en la Red de San Luis.
41 AHPS, PN, 529-904-686. Que los Leberche negociaron con lanas en Segovia queda
confirmado, por ejemplo, por contrato firmado en Soria 25-IX-1629 por Claudio Leberche con
un vecino de Valdeavellano para que le transportase desde esta ciudad a Corella 121 sacones
de lana, que estaban en poder de Francisco de Argelos. AHPS, PN, 529-904-393.
42 La mayoría de los contratos se concertaron en el mes de noviembre por Claudio Leberche como principal y Bernardino Marcel, vecino de Soria, como fiador. En el primero de
todos, sin embargo, fechado el 28 de octubre, fueron Claudio y su hermano Juan los que se
obligaron como principales. Todos los contratos en AHPS, PN, 529-904.
43 Los contratos de septiembre de 1630 en AHPS, PN, 456-796-263 a 273. La mayor parte de los contratos fueron concertados por Claudio en solitario, presentando siempre como
fiador a Bernardino Marcel. Pero el contrato concertado con el mercader Julián Martínez, fue
40
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LOS MERCADERES FRANCESES EN LA EXPORTACIÓN DE LANAS FINAS CASTELLANAS DURANTE...
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de desplazarse a Soria para concertar las compras, siguiendo idéntico procedimiento al de años anteriores, es decir, mediante la firma de los contratos de
obligación a finales del verano, cuando las lanas ya habían sido esquiladas44.
La forma de contratación empleada por los Leberche en Soria presenta,
por tanto, unas características homogéneas, propias de unos mercaderes con
limitada capacidad financiera. Se ha de destacar que nunca realizaron adelantos de dinero a los ganaderos, ya que por sistema concertaron la compra de
sus lanas después de que estas estuviesen esquiladas. Y tampoco mostraron
tener capacidad suficiente para pagarlas al contado, sino que por el contrario
siempre exigieron que se les concediesen aplazamientos de pago, que en ocasiones se aproximaron a los dos años. De ahí la necesidad de presentar un
fiador radicado en Soria, que con su propio patrimonio respondiese de que se
efectuarían los pagos en las fechas comprometidas. Este fiador fue en todos
los casos Bernardino Marcel, individuo con intensa dedicación al trato de
lanas, que llegó a convertirse en propietario de un lavadero a orillas del Duero
y que mantuvo una estrecha relación de negocios con todos los mercaderes de
origen francés que pasaron por Soria en estos años.
En suma, por tanto, no cabe calificar a estos mercaderes de Orleáns como
grandes magnates del comercio, sino más bien como individuos de modestos
medios, volcados al trato con muy diversos productos, entre los que figuró
también el pescado45, y totalmente al margen del mundo de las altas finanzas,
en el que se movían habitualmente otros muchos grandes exportadores de
lanas contemporáneos suyos46. Pese a ello, desde la perspectiva del seguimiento de la penetración de los mercaderes franceses en el comercio de ex-
————
otorgado por Claudio junto con sus hermanos César y Nicolás, que también estaban entonces
presentes en Soria. Cabe destacar que a tres ganaderos de Vinuesa solo les compraron añinos,
en concreto, a Antonio Montenegro Calderón 137,5 arrobas, a Juan de Sevilla 210 arrobas y a
la viuda de Juan de Montenegro 97 arrobas. Estos añinos los pagaron a un precio más elevado
que las lanas, 33 reales por arroba.
44 Cabe destacar el contrato que firmó en Soria 13-IX-1631, por sí y en nombre de sus
hermanos Claudio, César y Juan, ausentes, con el mercader soriano Julián Martínez, al que
adquirió 1.878 arrobas de lana procedentes del esquileo de sus propios ganados y de los de
otros medianos ganaderos de las aldeas de Gallinero y Arévalo. AHPS, PN, 457-797-103.
45 En 17 de enero de 1630 Claudio Leberche vendió a un tratante de Madrid 100 cargas
de pescado cerradillo, que le habrían de ir entregando durante los meses de enero, febrero y
marzo varios arrieros de aldeas de las Tierras de Ágreda y Soria. Noticia de este contrato en
AHPM, 3827-978.
46 Nos confirma en la impresión de que ocupaban una posición de segunda fila el hecho
de que en 1629 Nicolás Leberche llegó a ser escogido por un gran mercader y financiero flamenco, Guillermo de Lovaina, para que le sirviese como agente de compras y le adquiriese
3.000 arrobas de lana en Tierra de Segovia, y 4.000 arrobas en Tierra de Soria. El poder para
ello le fue otorgado en Madrid, 28-VII-1629, pero le fue revocado a los pocos días, en concreto, el 7-VIII-1629. AHPM, 4660, s.f.
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portación de lanas sorianas, su caso resulta notable, pues participaron en el
mismo durante varias décadas, aunque no de forma ininterrumpida y siguieron manteniendo relaciones con los mercaderes sorianos durante la década de
1640, cuando ya se encontraban de regreso en Orleáns, tras haber abandonado
para siempre Madrid, quizás como consecuencia de la declaración de guerra a
Francia en 1635.
Al margen de los Leberche, sabemos de algunos otros mercaderes que,
desde sus lugares de origen en Francia, se desplazaron a Soria para negociar
compras de lana. Un ejemplo interesante, aunque de carácter muy puntual,
nos lo proporciona el bearnés Beltrán de Copan, vecino de Oloron. Este adquirió sacas de lana lavada de un destacado mercader soriano, el tesorero
Francisco de Salazar, quien, por otro lado, tuvo tratos regulares con otros dos
mercaderes franceses vecinos de Bayona, Bernardo de Agorreta y su hijo Mateo, a los que enviaba lanas para que se las vendiesen, recibiendo a trueque de
ellos mercancías varias, entre ellas pescado47. Beltrán de Copan compró en
1629 a Francisco de Salazar toda la lana lavada que tenía en aquel ejercicio,
obligándose a asumir el coste de los gastos de transporte de la misma desde
los lavaderos sorianos y de la parella utilizada para ensacarla48. Para llevar
adelante la operación se trasladó en persona hasta Soria, donde está constatada su presencia entre los meses de octubre y diciembre de ese año. El pago de
las lanas no se realizó en dinero en metálico, sino mediante la cesión del derecho de cobro de una serie de escrituras de obligación otorgadas por diversos
hombres de negocios riojanos. Por ello se acordó que hasta que Francisco de
Salazar no hubiese terminado de cobrar todas estas escrituras y se le hubiese
satisfecho el valor total de las lanas, deberían quedar retenidos en su poder en
Soria como garantía cierto número de sacones y diversas mercancías de mercería49. De nuevo, por tanto, nos encontramos ante un caso de mercader de
limitados medios financieros, y que, por otro lado, a diferencia de los Leberche, tuvo una intervención muy puntual en el comercio lanero soriano, a juzgar por lo que de momento sabemos.
————
47
Así lo reconoció en su testamento, otorgado en Madrid, 16-XII-1630. AHPS, PN, 312598-14.
48 AHPS, PN, 455-795-207. Beltrán de Copon las hizo transportar con carretas hasta Valtierra. Íbidem, fol. 205.
49 No fue hasta el 31 de julio de 1630 cuando Gabriel Labarta, mercader vecino de Zaragoza, con poder que le había otorgado Beltrán de Copan, declaró haber recibido los 24 sacones de lana lavada con que se le acababan de entregar todos los que había vendido Francisco
de Salazar a este último. AHPS, PN, 456-796-201.
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LOS MERCADERES FRANCESES EN LA EXPORTACIÓN DE LANAS FINAS CASTELLANAS DURANTE...
OTROS MERCADERES FRANCESES RESIDENTES EN
RAS DÉCADAS DEL SIGLO XVII
CASTILLA
55
EN LAS PRIME-
Madrid se convirtió en el transcurso de la primera mitad del siglo XVII en
el principal punto de concentración de mercaderes laneros de la Corona de
Castilla50. Muchos de ellos fueron individuos dedicados a una amplia gama
de actividades, entre las que la principal fue la de prestación de servicios financieros a la Real Hacienda, como asentistas51. Estos mercaderes que eran a
la vez asentistas tuvieron en su mayor parte una escasa dedicación al trato
lanero propiamente dicho, de modo que rara vez se desplazaron en persona a
las regiones productoras de lanas, sino que prefirieron delegar todas las tareas
que exigían un mayor contacto personal con la materia prima en agentes, reclutados de forma preferente entre los principales tratantes laneros de las respectivas regiones productoras. Los mercaderes franceses que fijaron su residencia en Madrid en esta época no responden, sin embargo, a este perfil,
puesto que, salvo raras excepciones como Pedro de Aguerri, quien por lo demás, como veremos, desarrolló su actividad en fechas más tardías, no se interesaron por el negocio de la concertación de asientos con la Real Hacienda y
centraron de forma preferente su atención en el comercio propiamente dicho.
Entre el gran número de individuos de origen francés dedicados a actividades mercantiles en Madrid en las primeras décadas del siglo XVII, predominaron los minoristas y los mercaderes ambulantes, pero también hubo bastantes mayoristas, los denominados mercaderes de lonja. Por el momento, sin
embargo, entre ellos solo hemos podido identificar unos pocos que participaron activamente en el negocio de exportación de lanas. A algunos, de hecho,
solo los encontramos involucrados en operaciones de compra de lanas segovianas. Pero otros nos consta que, además de tratar con este tipo de lanas, que
eran las de mayor calidad y precio, se interesaron también por la exportación
de lanas sorianas. Un ejemplo interesante a este respecto nos lo proporciona
la familia de los Juge, originaria de la ciudad de Limoges, capital de la región
de Lemosín, que fue, tras Auvernia, uno de los principales focos de procedencia de los franceses que emigraron a Castilla en el siglo XVII para dedicarse a
la práctica del comercio más allá de los puertos de mar, donde predominaron
los normandos y bretones. Los Juge ciertamente han dejado escasa huella en
————
50 Vid. DIAGO HERNANDO, Máximo, «Madrid, punto de concentración de mercaderes laneros durante el siglo XVII», Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 43 (2003), págs.
239-89.
51 Llama la atención sobre la importancia de los asentistas como exportadores de lanas en
la primera mitad del siglo XVII. GARCÍA SANZ, Ángel, «Crédito, comercio y exportación de
lana merina», en BERNAL, Antonio M. (ed.), Dinero, moneda y crédito en la monarquía hispánica, Madrid, Marcial Pons-Fundación ICO, 2000, págs. 495-510.
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la documentación soriana y de hecho no tenemos noticias sobre la presencia
en persona de ninguno de ellos en tierras de Soria para hacer tratos con lanas.
Sabemos, sin embargo, que fueron exportadores de importantes cantidades de
lanas segovianas y sorianas. Así, nos consta que en 1626 Juan Bartolomé Juge, mercader originario de Limoges y entonces avecindado en Madrid, envió
a Bayona 241 sacas de lana lavada de Soria y Segovia, las cuales fueron allí
vendidas por su encomendero Jaques Fernical a dos mercaderes ingleses entonces residentes en la referida ciudad francesa, y que pocos años después
pasaron a establecerse en Madrid, donde durante un tiempo desarrollaron una
intensa actividad en la exportación de lanas y añinos, Benjamín Ruit y Jofre
Yngueldon52. De la venta de estas sacas de lana obtuvo un equivalente a
208.000 reales castellanos, pero en lugar de cobrar dicha cantidad directamente de los dos mercaderes ingleses en Bayona en moneda francesa, traspasó el derecho a cobrarla en otro mercader francés residente en Madrid, Pedro
Blois, originario de Amberes, a cambio de diversas mercancías de Flandes
valoradas en dicho precio que le entregó53.
En otras ocasiones Juan Bartolomé Juge hizo llegar sacas de lana castellana a Bayona para que desde allí se reexpidiesen hasta Rouen y fuesen vendidas por cuenta suya54. Y, por fin, en sus primeros años también nos consta
que exportó añinos segovianos a Flandes, donde un tiempo residió un hermano suyo llamado Juan Juge55.
Mucho menos hemos logrado averiguar sobre la trayectoria de otro mercader francés residente en Madrid que también se interesó por la exportación de
lanas sorianas. Nos referimos a Simón Ledoque, quien en octubre de 1632
firmó un contrato en Soria con unos carreteros de Palacios de la Sierra para
que le transportasen desde el lavadero de Cardos, en Tierra de Soria, hasta
————
52 Sobre la actividad mercantil de Benjamín Ruit y Jofre Yngueldon en Madrid en las décadas de 1630 y 1640 Vid. DIAGO HERNANDO, Máximo, «Mercaderes y financieros ingleses
en Madrid en tiempos de la revolución y guerra civil inglesa», Anales del Instituto de Estudios
Madrileños, 49 (2009), págs. 397-445.
53 AHPM, 5260-277, Madrid, 1-XI-1626. Cesión de Juan Bartolomé Juge a Pedro Blois.
En este documento se hace referencia al contrato de venta de 241 sacas de lana de Soria y
Segovia a los mencionados mercaderes ingleses, que pasó ante Beltrán de Caparose, corredor
jurado de Bayona, en 23-IX-1626.
54 Vid. AHPM, 5264-11, Madrid, 1-II-1630 Juan Bartolomé Juge, vecino de Limoges,
otorga poder a Ricardo Bogun, mercader inglés vecino de Rouen, para pedir cuentas a Carlos
de Sabris, vecino de Rouen, de 340 sacas de lana de España que Thomas Maynes, vecino de
Bayona, envió a Carlos de Sabris por cuenta de Juan Bartolomé Juge.
55 AHPM, 5257-305, Madrid, 26-XI-1621. Poder de Juan Bartolomé Juge a Juan Juge
para liquidar cuentas con Francisco Blois, mercader vecino de Amberes (Anvers), y Mateo
Trotier, mercader vecino de París, por razón de seis piezas de paño de Segovia, y 33,5 quintales de añinos azules finos de Segovia, que le habían sido entregados a Francisco Blois por
Mateo Trotier por cuenta de Juan Bartolomé Juge.
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LOS MERCADERES FRANCESES EN LA EXPORTACIÓN DE LANAS FINAS CASTELLANAS DURANTE...
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Vitoria 107 sacones de lana y con otros carreteros de Regumiel para que
hiciesen lo mismo con 211 sacones56.
Fuera de Madrid, también en algunas otras ciudades del interior del reino
de Castilla se asentaron mercaderes franceses que se interesaron por el trato
con lanas. En Valladolid en concreto tenían fijada su residencia en 1629 Guillermo Bruxeras Roquias y Jorge Cotes, que actuaban en compañía57, y que
en ese ejercicio y en el de 1630 adquirieron cantidades importantes de lanas
en Soria. Pero lo hicieron sin intervención personal por su parte, puesto que
recurrieron a los servicios como agente de un mercader burgalés, Martín de
Zavala, a quien otorgaron poder para que comprase lanas en su nombre en
esta ciudad y su comarca, y se hiciese cargo de su lavado y ensacado58. Estos
dos franceses ya nos consta, sin embargo, que estaban en activo a comienzos
de la década de 1620, pero, fuera de las referidas operaciones de los años
1629 y 1630, no tenemos noticia de que negociasen con lanas sorianas en
ningún otro ejercicio, de modo que su participación en este trato fue aparentemente puntual y superficial, pues toda la tarea quedó al cargo del ya referido Martín de Zavala.
Un caso aparte, pero sumamente interesante, representa, por fin, una familia de mercaderes franceses cuyos numerosos miembros se instalaron en la
ciudad de Segovia, donde desarrollaron una notable actividad en el trato con
lanas y añinos. Varios de ellos prodigaron su presencia por tierras sorianas,
como es el caso de Pedro de Argelos quien en las décadas de 1610 y 1620
concertó numerosas operaciones de compra de lanas y añinos con varios de
los principales señores de ganados de Soria y su Tierra, miembros, entre
otras, de las poderosas familias de los Ríos y Salcedos. En la mayor parte de
las ocasiones actuó por cuenta propia, aunque la operación de mayor envergadura que realizó, la adquisición de la pila de lanas del alférez mayor de Soria, en 1625, que sumó 2.716 arrobas, la llevó a cabo en compañía con un
mercader flamenco avecindado en Madrid, Jorge Ruite59. Frente al resto de
los mercaderes franceses a los que hasta ahora hemos hecho referencia, el
caso de Pedro de Argelos, y de los demás miembros de su familia a los que
encontramos negociando en tierras sorianas, tales como Agustín, Manuel y
Lucas de Argelos, ofrecen la particularidad de que el destino preferente que
dieron a las lanas y añinos que allí adquirieron fueron los talleres segovianos.
No hay que descartar que en alguna ocasión exportasen, aunque no disponemos de indicios que lo confirmen, mientras que sí los hay de lo contrario, es
————
56
AHPS, PN, 480-829-29, Soria, 19-X-1632.
A ambos los encontramos identificados explícitamente como franceses en AHPM,
5328-370 Madrid, 17-VII-1620.
58 Información al respecto en AHPS, PN, 455-795-136, 138 y 140. Y 456-796-258 y 260.
59 AHPS, PN, 451-791-161 y 219.
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decir, de operaciones de transporte de lanas y, sobre todo añinos, desde Soria
a Segovia. Los miembros de esta singular familia no formaban parte, sin embargo, del mundo de los grandes mercaderes exportadores, sino que estaban
mucho más próximos al de la manufactura de paños60.
EL RETORNO A GRAN ESCALA DE LOS EXPORTADORES LANEROS FRANCESES
TRAS LA FIRMA DE LA PAZ DE LOS PIRINEOS DE 1659
Entre 1635 y 1659 la persistencia del enfrentamiento bélico entre las monarquías española y francesa representó un grave obstáculo para que los súbditos del rey de Francia desarrollasen una actividad relevante como mercaderes en tierras peninsulares. Por supuesto, los intercambios comerciales entre
los dos territorios no cesaron, como tampoco cesaron los intercambios con las
Provincias Unidas durante el prolongado período de tiempo en que la Monarquía hispana estuvo en guerra con ellas. Hubo mucho contrabando e incluso
las propias autoridades hispanas autorizaron la entrada de mercancías de territorios enemigos mediante la venta de licencias de importación a mercaderes61.
Además, entre 1635 y 1659, continuamos tropezándonos con algunos individuos de origen francés que comerciaron a este lado de los Pirineos, aunque
cabe precisar que se trató habitualmente de personas que se habían naturalizado castellanos. Es el caso, por ejemplo, de Pedro Adino, mercader de lonja
vecino de Madrid62. No prodigó este individuo su presencia por tierras de
Soria, pero, gracias a la mediación de un mercader soriano, Bernardino Marcel, el mismo que colaboró con los Leberche y otros franceses, como los Argelos, en las décadas anteriores, realizó en algún ejercicio adquisiciones de
notable envergadura a ganaderos sorianos. Destaca en particular la compra
que efectuó en 1642 de la pila de uno de los caballeros ganaderos más importantes de la Tierra de Soria, Alonso Carrillo63. Más adelante, en la década de
————
60 A este respecto consideramos sintomático el hecho de que el propio Pedro Argelos
confesó que no sabía escribir, lo que no deja de resultar extraño en una persona dedicada al
comercio.
61 Más información sobre estas cuestiones, puede encontrarse en ALLOZA APARICIO, Ángel, Europa en el mercado español. Mercaderes, represalias y contrabando en el siglo XVII,
Valladolid, Junta de Castilla y León, 2006, págs. 77 y ss.
62 En documento de Madrid, 3-I-1643, Pedro de Adino se identifica como «de nación
francés, naturalizado en Castilla», casado además con una súbdita castellana. En ese año incluso recibió licencia del rey para introducir en Castilla mercancías de contrabando de Francia
por valor de hasta 30.000 ducados y para exportar bienes por igual valor hacia Francia y
Holanda. AHPM, 5901, s.f.
63 AHPM, 5342-2, fol. 451. Le vendió 2.480,5 arrobas de lana soriana, 360 arrobas de
añinos sorianos, 574 arrobas de lana segoviana y 105 arrobas de añinos segovianos. En total
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LOS MERCADERES FRANCESES EN LA EXPORTACIÓN DE LANAS FINAS CASTELLANAS DURANTE...
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1650, también encontramos involucrado de forma muy ocasional en negocios
con lanas sorianas a Pedro de Aguerri, mercader originario de la Navarra
francesa, que logró la naturalización en 165364.
Por fin, en fechas ya muy próximas a la del restablecimiento de la paz con
Francia, podemos identificar algunos otros mercaderes franceses que adquirieron lanas procedentes de Soria, aunque es probable que lo hiciesen en territorio francés. Así, nos consta que el señor de Retortillo, Alonso de Torres y
La Cerda, caballero reconvertido en mercader-ganadero tras su matrimonio
con una rica heredera de una aldea de Yanguas, vendió hacia 1658 lanas a un
vecino de Bayona llamado Bernardo de La Landa, quien le abonó parte del
valor de las mismas mediante letra otorgada en dicha ciudad francesa el 13 de
junio de dicho año65. Pero es muy probable que este caballero, siguiendo la
costumbre de los mercaderes yangüeses, con los que había emparentado a raíz
de su matrimonio, hubiese llevado por su cuenta las lanas a Bayona para venderlas allí. A este respecto se ha de notar que quien le compró las lanas llevaba el mismo apellido, de La Landa, que el mercader que en 1631 había adquirido en San Juan de Luz 500 sacones a los yangüeses Juan Hidalgo y
Francisco de la Puente, padre por más señas de la mujer de Alonso de Torres
y La Cerda.
Tras la firma de la paz en 1659, en cualquier caso, el pleno restablecimiento de la libertad del comercio con Francia que la misma conllevó, facilitó que
los mercaderes franceses pudiesen volver a desplegar su actividad en Castilla
sin ningún tipo de traba. Y la nueva situación se tradujo en una apreciable
intensificación de la presencia de mercaderes franceses en tierras sorianas,
que fue en constante progresión, pese a que las numerosas guerras contra
Francia que se sucedieron en las últimas décadas del siglo XVII sembraron de
obstáculos la actividad mercantil de los súbditos del monarca francés en el
solar hispano66.
Esta nueva etapa, por lo demás, presentó la singularidad de que durante la
misma se produjo por primera vez el asentamiento con carácter estable en la
ciudad del Duero de varios dinámicos mercaderes de origen francés, que terminaron arraigando en ella y destacaron por su intensa dedicación al trato
lanero, en todas sus manifestaciones. El asentamiento en Soria de inmigrantes
————
alcanzaron un valor de 226.305 reales. Las lanas y añinos, sorianos y segovianos, que le compró alcanzaron un valor total de 226.305 reales.
64 Sobre Pedro de Aguerri, Vid. RAMOS MEDINA, M.ª Dolores, Casas de negocios y comerciantes en el Madrid de los Austrias: 1634-1700, Madrid, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2004, pág. 119.
65 Noticia del cobro de esta letra en Madrid, 16-IX-1658, en AHPM, 5352-1, fol. 240.
66 SÁNCHEZ BELÉN, J.A. y RAMOS MEDINA, M.ª Dolores, «La Junta de represalias de
1667 y los mercaderes franceses en España», en LOBO CABRERA, M. y SUÁREZ, V. (eds.), El
comercio en el Antiguo Régimen, Las Palmas, Universidad, 1994, vol. VII, págs. 245-259.
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franceses no era un fenómeno nuevo, pues está bien constatado desde el siglo
XVI. Pero, hasta este período posterior a la firma de la Paz de los Pirineos,
siempre se había tratado de individuos de muy modesta posición social, o de
gentes dedicadas al comercio ambulante, que se encontraban simplemente de
paso, aunque más de una vez la muerte les sorprendiese a orillas del Duero.
En la década de 1660, por el contrario, por primera vez se produjo el arraigo
en Soria de familias de mercaderes y hombres de negocios de origen francés
que pasaron a engrosar la siempre precaria «clase media» local. Se trató de un
proceso con ciertas semejanzas con el que había tenido lugar en las últimas
décadas del reinado de Felipe II, cuando unas pocas familias originarias de
Portugal se instalaron en esta misma ciudad para dedicarse con relativo éxito
al trato con lanas y cueros, la fabricación de paños, y otras actividades mercantiles y financieras.
No vamos a prestar atención aquí, sin embargo, a las trayectorias de estos
individuos de origen francés, de talante emprendedor, que arraigaron en Soria
en la segunda mitad del siglo XVII, porque se trata de una cuestión que merece un tratamiento particularizado en otro trabajo monográfico. Y, además, el
papel de los mismos en el gran negocio de la exportación de lanas fue claramente secundario. Por ello, dadas las limitaciones de espacio, prestaremos
atención solo a aquellos otros mercaderes franceses que, sin establecer su
residencia permanente en Soria, negociaron a gran escala con la principal
mercancía que hacía atractiva a esta ciudad, y su región, para el comercio
internacional: la lana fina.
Algunos de ellos prodigaron con este motivo su presencia por tierras sorianas, a las que viajaron desde sus puntos de origen en Francia, que, no obstante, no llegaron nunca a abandonar para instalarse, aunque solo fuese con
carácter transitorio, en tierras hispanas. Ejemplos destacados de este tipo de
mercaderes nos los proporcionan Claudio Marieta, vecino de Orleáns, y Eugenio Signant, vecino de Bayona, dos individuos muy presentes en la región
soriana en la década de 1660, que con frecuencia actuaron en sociedad. Claudio Marieta formaba parte de una familia dedicada al comercio, que tenía repartidos sus miembros por diversas estratégicas plazas, pues hermanos suyos
residían en París, Rouen y Cádiz67. Y nos consta que también se interesó por
el negocio de exportación de mercancías a América68.
Por lo que toca a la actividad de estos dos individuos como exportadores
laneros cabe destacar en primer lugar que ambos establecieron estrechas relaciones de negocios con mercaderes vecinos de Madrid, que les enviaban sacas
————
67 Noticias al respecto en AHPS, PN, 709-1169-399, Soria, 2-VII-1667. AHPS, PN, 6481079-188.
68 Noticia sobre un envío de mercancías a Cartagena de Indias y Honduras en AHPS, PN,
674-1109-960 Soria, 8-XII-1665.
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LOS MERCADERES FRANCESES EN LA EXPORTACIÓN DE LANAS FINAS CASTELLANAS DURANTE...
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de lana segoviana, para que las vendiesen en Francia y a los que de retorno
enviaban mercancías para que les diesen salida en el mercado castellano. Entre estos mercaderes residentes en Madrid cabe destacar los nombres de Francisco Rojo de Ledesma69, los navarros Martín de Buitrago, y su hijo Agustín,
y Juan Rodríguez Ros, todos ellos mercaderes de sedas, pero con crecientes
intereses en el mercado lanero en la década de 166070. En unos casos estos
mercaderes madrileños les remitían sacas de lanas a Francia para que se las
vendiesen allí en su nombre, remunerándoles su trabajo con el pago de una
comisión. Pero en otras ocasiones las lanas se negociaron en régimen de
compañía, en la que estaban integradas las dos partes, la madrileña y la francesa, y los beneficios obtenidos de su venta en Francia se repartieron entre los
miembros de la compañía en forma proporcional al capital invertido71.
En la negociación con lanas sorianas procedieron, sin embargo, de otra
manera, implicándose de forma más directa en el trato desde sus primeras
fases, es decir, desde el momento mismo de la contratación con los ganaderos. Por ello, tanto Claudio Marieta como Eugenio Signant se desplazaron en
persona hasta la ciudad de Soria, en la que el primero pasó una larga temporada, que cubre de hecho varios años, si bien es cierto que se trató en gran
medida de una estancia forzada, dado que permaneció mucho tiempo preso en
la cárcel pública a requerimiento de algunos acreedores72.
La primera adquisición de lanas por estos de las que tenemos noticia la
realizó Eugenio Signant en 1662, si bien es cierto que en aquella ocasión recurrió a los servicios de un mercader soriano especializado en el trato lanero,
Juan de la Torre, el menor, quien manifestó entonces que había adquirido y
beneficiado para él en Soria 118 sacas de lana73. Más adelante, sin embargo,
fue el propio Claudio Marieta el que se desplazó a esta ciudad para cerrar los
tratos con los señores de ganados y supervisar después las tareas del recibo de
las lanas, su lavado y ensacado, y la contratación de carreteros para que llevasen las sacas hasta los puertos del Cantábrico o hasta Navarra. En todos lo
casos actuó en su propio nombre y en el de Eugenio Signant, que también se
————
69
Vid. AHPS, PN, 676-1111-76, Soria, 17-II-1667.
AHPS, PN, 648-1079-188, Soria, 11-VI-1666. Ajuste de cuentas de la compañía que
habían tenido Agustín de Buitrago y Claudio Marieta. Y 648-1079-196, Soria, 12-VI-1666.
Ajuste de cuentas de la compañía que habían tenido Agustín de Buitrago y Eugenio Signant,
desde el último ajuste realizado en Bayona, 7-III-1665.
71 Consta por el documento anterior que Claudio Marieta había tenido compañía con
Agustín de Buitrago y su padre Martín en cierta cantidad de lanas que se compraron por mano
de Agustín, y en las que él y su padre tuvieron dos partes y Marieta, la tercera.
72 En Soria, 2-VII-1667, Claudio Marieta otorgó una carta de poder, estando preso en la
cárcel de la dicha ciudad. AHPS, PN, 709-1169-399.
73 AHPS, PN, 604-1027-383.
70
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MÁXIMO DIAGO HERNANDO
llegó a trasladar en persona a Soria, coincidiendo allí con su socio74.
Comenzamos a tener noticia de la presencia en Soria de Claudio Marieta
en el año 1665, que es cuando concertó el contrato de compra de mayor envergadura. En diciembre de 1665, en efecto, Juan de Torres y La Cerda, se
obligó a entregarles a él y a Eugenio Signant, todas las lanas y añinos que
obtuviese del esquileo de sus rebaños en los años 1665, 1666 y 1667, que
habían de sumar varios miles de arrobas75. Por las mismas fechas compró
también a otro caballero soriano, destacado señor de ganados trashumantes,
Lucas Francisco Yáñez de Barnuevo, fiel de la Universidad de la Tierra de
Soria, sus lanas de los esquileos de 1665 y 166676. Alonso de Torres y La
Cerda, hermano mayor de Juan, le vendió, por su parte, en 1666 las lanas procedentes del esquileo de sus ganados, aunque en este caso se las entregó lavadas y estibadas en 103 sacas, que fueron transportadas a diversas ciudades del
reino de Navarra77. Por fin, además de estas adquisiciones de gran envergadura, también realizó algunas otras de menor cuantía, concertadas con señores
de ganados de rango más modesto, como, por ejemplo, un vecino de Narros,
llamado Miguel Ruiz, a quien compró sus lanas en septiembre de 166678.
En todos los casos, Claudio Marieta adquirió las lanas con la condición de
que se le concediese aplazamiento de pago. No eran aquellos momentos en
que los ganaderos accediesen gustosos a vender con esta condición, pues
prácticamente todos estaban faltos de capital con el que atender a los gastos
de funcionamiento de sus explotaciones ganaderas y preferían que fuesen los
mercaderes los que les adelantasen a ellos importantes cantidades de dinero
con cargo al valor de las lanas que les habían de entregar meses más tarde.
Probablemente por falta de alternativas los individuos mencionados accedieron, a pesar de todo, a vender, atraídos quizás también por la oferta de Claudio Marieta de efectuar los pagos en moneda de plata y no en vellón como
había terminado por convertirse en costumbre en los contratos de ventas de
lana, pues en unos tiempos de desórdenes monetarios como los que entonces
vivía la Corona de Castilla la moneda de plata era un bien muy preciado79. En
————
74 En junio de 1666 ambos se entrevistaron en esta ciudad con Agustín de Buitrago, mercader de origen navarro radicado en Madrid, para el que habían vendido lanas en Francia en
los años anteriores y con el que por consiguiente tenían que ajustar cuentas.
75 AHPS, PN, 674-1109-955, Soria, 7-XII-1665.
76 Aunque no hemos localizado el contrato original, hay noticias de la operación de venta
en numerosos documentos, que aluden a 21.455 reales de plata que debía Claudio Marieta a
Lucas Francisco Yáñez de Barnuevo. Vid., entre otros documentos, AHPS, PN, 711-1171-508.
77 Noticia indirecta de esta operación en AHPS, PN, 2824-4839-52, Diustes, 11-VII-1669.
78 AHPS, PN, 651-1082-713.
79 Fuera de estos contratos concertados por Claudio Marieta en 1665 y 1666, no encontramos apenas en estos años en los protocolos notariales contratos de venta de lana en los que
el pago se efectúe en moneda de plata. Tuvieron, por tanto, desde este punto de vista un carácter excepcional.
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cualquier caso, estos ganaderos fueron conscientes del riesgo en que incurrían
al contratar con este individuo llegado a Soria desde la lejana ciudad de Orleáns, que no dejaba de ser un desconocido para ellos, aunque su socio Eugenio Signant ya hubiese comenzado a negociar con mercaderes sorianos desde
Bayona hacía varios años. Por ello exigieron que mercaderes sorianos se
ofreciesen como fiadores para que en caso de que los contratantes principales
no cumpliesen con sus compromisos, estos quedasen obligados a pagar en
lugar suyo. Accedieron a ello dos de los mercaderes laneros más prominentes
de la ciudad del Duero en aquellos momentos, Juan de la Torre, quien ya había
servido como agente a Eugenio Signant en 1662, y Juan Mateo Gutiérrez80.
Todas las precauciones fueron, sin embargo, pocas, pues muy pronto se
puso de manifiesto que Claudio Marieta era incapaz de hacer frente al pago
de las elevadas cantidades de dinero que le reclamaban sus numerosos acreedores. Como consecuencia se comenzaron a efectuar embargos en sacas de
lana que había enviado a Bilbao y a diversas ciudades de Navarra, mientras
que él en persona era llevado preso a la cárcel de Soria. Los mercaderes sorianos que se habían ofrecido como sus fiadores fueron requeridos para que
hiciesen frente a los compromisos adquiridos y, arriesgando su propia hacienda, debieron hacerse cargo de la comercialización de algunas de las lanas adquiridas por la compañía de Signant y Marieta como si fuesen suyas propias81. La situación se fue complicando progresivamente y todavía en el año
1669 seguía sin haberse dado solución a las demandas que la mayoría de los
acreedores habían presentado contra la hacienda de Claudio Marieta y Eugenio Signant ante el tribunal de la Casa de la Contratación de Bilbao.
Aunque no conocemos en detalle el desenlace de esta maraña de pleitos y
secuestros de mercancías que se sucedieron entre 1667 y 1670, no cabe duda
de que la aventura de la compañía Marieta-Signant en tierras sorianas tuvo un
final desafortunado y en fechas posteriores a ninguno de los dos lo volvemos
a encontrar negociando en este escenario. Pero tras ellos vinieron desde Francia otros mercaderes a la ciudad del Duero para tratar en lanas, si bien es cierto que una documentación muy parca en noticias apenas nos ha permitido
reconstruir su trayectoria. Es el caso, por ejemplo, de Pedro de Larre, vecino
de Bayona, quien durante su estancia en Soria en 1687 otorgó varias cartas de
poder a sus parientes y socios en Francia para que gestionasen sus negocios y
a su hermano residente en Bayona para que administrase su hacienda82.
————
80
Sobre la importancia de este individuo como mercader y financiero, Vid. DIAGO HERMáximo, «Comercio y finanzas en una ciudad castellana de la segunda mitad del siglo
XVII: Los negocios de Juan Mateo Gutiérrez en Soria», Hispania, 228 (2008), págs. 63-106.
81 AHPS, PN, 781-1265-219. Cuentas entre Juan Mateo Gutiérrez y Juan de la Torre y La
Vega sobre los gastos y provechos habidos con las lanas adquiridas a Juan de Torres y La Cerda.
82 AHPS, PN, 795-1283-145, Soria, 4-VIII-1687.
NANDO,
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MÁXIMO DIAGO HERNANDO
Como había ocurrido en períodos anteriores, los mercaderes de nacionalidad francesa con residencia estable en España también tuvieron una importante participación en el negocio de exportación de lanas sorianas a partir de
1659. En concreto entre ellos cabe destacar a los que tenían fijada su residencia en los principales puertos de embarque del Cantábrico. Es el caso de Joseph Le Corvissier y Pedro de Ribanegra, vecinos de San Sebastián, sobre
cuya actividad en tierras sorianas a fines de la década de 1670 disponemos de
algunas interesantes informaciones. Nos consta, en efecto, que se interesaron
sobre todo por la adquisición de sacas de lana lavada en la región cameranosoriana, para lo cual no dudaron en trasladarse personalmente a la ciudad del
Duero en la estación de los lavaderos, es decir, a partir de julio, para entablar
negociaciones con los potenciales vendedores, aunque también consta que
tenían a su servicio un agente, avecindado en la ciudad de Calahorra, llamado
Juan Salinas, en el cual pudieron en ocasiones delegar estas tareas. En concreto, nos consta que Joseph Le Corvissier estuvo desplazado en Soria en el verano de 1678 y allí concertó la compra de sacas de lana a varios mercaderes
intermediarios vecinos de esta ciudad, tales como Francisco Yerro, de origen
francés, y Francisco Hurtado, mientras que con otros, como el clérigo Mateo
Moreno de Cisneros, no pudo llegar a un acuerdo por no haberse convenido
en las condiciones de pago83.
Cabe esperar que nuevos hallazgos documentales permitan en el futuro
ampliar el número de noticias sobre la identidad de los compradores de las
lanas finas sorianas en las últimas décadas del siglo XVII, un período para el
que la documentación consultada hasta el momento ha resultado muy parca
en informaciones. Se trató de un período extraordinariamente difícil para el
comercio lanero y para las explotaciones ganaderas trashumantes sorianas, en
el que los problemas que se venían arrastrando desde hacía décadas se vieron
brutalmente agravados por el brusco golpe que supuso la reforma monetaria
del año 1680. En este contexto nada tiene de extraño, por lo tanto, que proliferasen los casos de quiebras de casas mercantiles, que, como hemos podido
————
83 Información detallada sobre la actividad desplegada en Soria por Joseph Le Corvissier
en el verano de 1678 en las declaraciones de testigos para la tramitación de un pleito que se
conservan en AHPS, PN, 859-1363. Por ejemplo, el maestrescuela de la colegiata de San
Pedro de Soria, Mateo Moreno de Cisneros, declaró que en 1678 disponía de algunas sacas de
lana lavada de sus sobrinos huérfanos, menores de edad, hijos de su hermano Benito Moreno,
y para negociar su posible venta acudió a entrevistarse con Joseph Le Corvisser, en un mesón
de los del barrio de La Fuente de Cabreras, en Soria. En la entrevista, el francés, que estaba
acompañado por Juan de Salinas, su agente avecindado en Calahorra, manifestó que estaba
dispuesto a comprar las lanas si se aceptaba como medio de pago de las mismas ciertas mercancías suyas que había dejado en poder de un mercader de Soria llamado Pedro Gómez Celaraín. La operación no salió, sin embargo, adelante porque el maestrescuela no quiso «entrar en
dichos géneros».
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LOS MERCADERES FRANCESES EN LA EXPORTACIÓN DE LANAS FINAS CASTELLANAS DURANTE...
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comprobar, en más de una ocasión fueron francesas. Lo verdaderamente notable, sin embargo, es que estas dificultades no disuadieron a los mercaderes
franceses de seguir probando suerte en el trato con lanas sorianas, sino que
por el contrario su presencia en este escenario se fue haciendo cada vez más
importante. Buena prueba de ello es que cuando, como consecuencia de Guerra
de Sucesión, se produjo una brusca contracción de las exportaciones laneras,
llegó a contemplarse el proyecto de constituir una «compañía entre los dos
reinos de España y Francia para el beneficio, salida y consumo de las lanas», en
la que presumiblemente habrían de participar ganaderos castellanos, y sorianos
en particular, por un lado, y mercaderes franceses, por otro84. Habría que profundizar en el análisis de la documentación del año 1703 y siguientes para conocer mejor en qué consistía este proyecto y si hubo mercaderes franceses involucrados en el mismo. Lo que es seguro, en cualquier caso, es que tras el fin
de la Guerra de Sucesión los mercaderes franceses fueron asumiendo un protagonismo cada vez mayor en el comercio de exportación de lanas sorianas, al
que todavía le esperaban momentos de gloria en la Centuria de las Luces. Pero
esta es una cuestión que habrá de ser analizada en otro trabajo.
CONCLUSIÓN
Los intercambios humanos entre Francia y España durante los siglos XVI
y XVII fueron extraordinariamente intensos, pese a tratarse de dos grandes
potencias que en aquellos siglos se disputaron encarnizadamente la hegemonía en Europa y que como consecuencia libraron gran número de guerras.
Resulta bien sabido que fueron muy numerosos los franceses que se trasladaron a vivir y trabajar en tierras hispanas en estos siglos, pero también son muchos los aspectos de dicha corriente migratoria que hasta ahora no han sido
suficientemente esclarecidos, teniendo en cuenta que se trató de un fenómeno
multifacético, con muy variadas manifestaciones85.
En el presente trabajo hemos querido realizar una modesta contribución a
su estudio, llamando la atención sobre la participación de mercaderes france-
————
84 Tenemos noticia de este proyecto por una carta de poder que en Soria 5-V-1703, otorgaron dos destacados señores de ganados sorianos, el conde de Lérida y Manuel Pérez de
Orozco, a un hermano del conde que residía en Madrid para suplicar al rey Felipe V que «se
disponga y establezca compañía entre los dos reinos de España y Francia para el beneficio,
salida y consumo de las lanas procedidas y que procedieren de nuestros ganados ato y cabaña,
por el tiempo y años que pareciese, con los demás capítulos y asientos que se considerasen
precisos y necesarios para la mejor salida y distribución de dichas lanas y conservación de
nuestros ganados laníos estremeños». AHPS, PN, 915-1431-404.
85 Una visión global del proceso en Les français en Espagne a l`époque moderne (XVIXVIIIe. siècles), Toulouse, CNRS, 1990.
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MÁXIMO DIAGO HERNANDO
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ses en el negocio de exportación de lanas finas de la región de Soria. Hemos
podido constatar que el proceso se inició en fecha tardía, hacia comienzos de
la década de 1570, coincidiendo con la crisis de las grandes sociedades mercantiles burgalesas y continuó avanzando durante el siglo XVII, pese a las
numerosas guerras y represalias contra franceses que en esta centuria se sucedieron. No obstante, pese a su creciente presencia en el mercado lanero soriano, los franceses siguieron ocupando durante el siglo XVII una posición secundaria en el mismo frente a otros grupos de grandes exportadores
extranjeros. Así, se percibe cierta falta de continuidad en las inversiones realizadas por ellos en este trato, con predominio, por el contrario, de las actuaciones puntuales, con frecuencia en tan solo uno o dos ejercicios. Además, la
mayoría fueron individuos on modestos medios financieros, que con frecuencia utilizaban las mercancías de importación como medio de pago y que en su
práctica totalidad se mantuvieron al margen de los tratos financieros con la
Real Hacienda, en los que, por el contrario, estuvieron muy involucrados los
mayores exportadores laneros de la Corona de Castilla durante el siglo XVII,
principalmente judeoconversos portugueses e italianos, pero también loreneses, flamencos o ingleses.
Por lo que respecta a su procedencia, hemos podido constatar que un importante número de ellos fueron originarios de Orleáns y Bayona, ciudad esta
última que se fue consolidando durante la época analizada como uno de los
principales centros de intercambio de sacas de lanas sorianas, que desde allí
eran reexpedidas a diversas partes de Europa y donde, por consiguiente, confluyeron mercaderes de muy diversas procedencias. Pero, por otro lado, también hay que destacar la presencia de otros varios procedentes de las regiones
de Auvernia y Lemosín, que constituyeron auténticos viveros de gentes dedicadas al trato y al comercio, que inundaron las tierras castellanas en los dos
primeros siglos de la Edad Moderna86.
Recibido: 21-09-2010
Aceptado: 15-04-2011
————
86
Sobre la corriente migratoria hacia España desde la región francesa del Macizo Central, Vid. POITRINEAU, A., Les espagnols de l`Auvergne et du Limousin du XVIIe. au XIXe.
Siècle, Aurillac, Malroux-Mazel, 1985.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 35-66, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2012, vol. LXXII,
núm. 240, enero-abril, págs. 67-94, ISSN: 0018-2141
LAS REFORMAS CAROLINAS Y LOS COMERCIANTES EXTRANJEROS EN ESPAÑA: ACTITUDES Y RESPUESTAS DE LAS «NACIONES» A LA OFENSIVA
REGALISTA, 1759-1793
ÓSCAR RECIO MORALES•
Universidad Complutense
RESUMEN:
Esta contribución examina las respuestas de los comerciantes extranjeros a las segundas reformas borbónicas llevadas a cabo en España entre
1759 y 1793. En 1700 las «naciones» partieron bajo la nueva dinastía de
los Borbones con fuertes privilegios corporativos heredados de los
Habsburgo, pero sufrieron un progresivo deterioro tras la ascensión al
trono de Carlos III. A través de un método comparativo podemos comprobar cómo las distintas comunidades se adaptaron a esta nueva situación: una mayor flexibilidad de flamencos e irlandeses fue clave para su
supervivencia, mientras que la comunidad francesa sostuvo una línea basada en una fuerte defensa institucional de sus privilegios, lo que a la
larga le resultó fatal. Aunque la expulsión de esta comunidad se ha vinculado tradicionalmente al clima creado tras 1789, lo cierto es que ya
desde 1759 los reformadores carolinos siguieron una clara tendencia
hacia la necesidad de clarificar los privilegios de todos los comerciantes
————
Óscar Recio es profesor docente-investigador «Ramón y Cajal» en el departamento de Historia Moderna de la Universidad Complutense de Madrid. Dirección para correspondencia: Facultad de Geografía e Historia, C/Profesor Aranguren, s/n. Edificio B, planta 10, despacho 2, 28040
Ciudad Universitaria (Madrid). Correo electrónico: [email protected].
Esta contribución ha sido posible gracias al proyecto MEC-Fondo Social Europeo «Ramón y Cajal 2008-2013» (Universidad Complutense de Madrid) y al proyecto de investigación «Proyección política y social de la comunidad irlandesa en la Monarquía hispánica y en
la América colonial de la Edad Moderna (siglos XVI-XVIII)», HAR2009-11339 (subprograma HIST). Para la parte francesa de la investigación ha sido esencial la estancia en el Centre
Culturel Irlandais (París, julio-agosto de 2009). Abreviaturas: AGS (Archivo General de Simancas), E (Estado); AHN (Archivo Histórico Nacional, Madrid); ANPar (Archives Nationales, Paris), AE (Affaires Étrangères); BNE (Biblioteca Nacional de España); BNPar (Bibliothèque Nationale de France, Paris), FF (Fonds Français).
ÓSCAR RECIO MORALES
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extranjeros en España, no solo franceses. Madrid no solo daba así respuesta a las presiones de los centros periféricos peninsulares, preocupados por la competencia extranjera, sino que las reformas traspasaron los
límites de la actividad comercial: fueron un instrumento clave en la
transformación del antiguo marco político de relaciones entre la corona
y las «naciones» —modelo que entró definitivamente en crisis—, para
dar paso a un nuevo concepto de «extranjero» como individuo
PALABRAS CLAVE: Extranjeros. Comercio. España. Europa. Siglo
XVIII. Crisis «naciones».
THE CAROLINE REFORMS AND FOREIGN MERCHANTS
APPROACH TO THE ATTITUDES AND RESPONSES OF THE
OFFENSIVE 1759-1793
IN SPAIN: A COMPARATIVE
NACIONES TO THE REGALIST
ABSTRACT: This paper examines the responses of foreign merchant communities to the
Caroline reforms carried out in Spain between 1759 and 1793. In 1700, the so
called naciones (foreign communities in Spain) inherited strong corporate
privileges from the Spanish Habsburg kings. However, their position progressively deteriorated, especially after the accession of Charles III in 1759.
Against the backdrop of dramatic cuts in their privileges, the naciones adapted
themselves to the new circumstances in different ways: a greater flexibility on
the part of the Flemish and Irish communities could explain the better adaptation of these groups, whereas the French community decided, as early on as
1700, to adopt a strong institutional defence of their privileges. This eventually
proved to be their downfall, as evidenced by their mass expulsion from Spain
in 1793. Traditionally this expulsion was linked to the shock caused by the
French Revolution in Spain. However, there had been a political line drawn
between Caroline reformers and Spanish policymakers on the need to clarify
the privileges of all foreign merchants in Spain dating back to 1759. The reforms responded to the traditional pressure from the peripheral cities and their
concerns regarding foreign competition. However, as this paper suggests, these
reforms also surpassed the limits of commercial activity by becoming a key
element in the transformation of the old political framework of relations between the Spanish king and the naciones. This model definitively went into crisis giving way to a new concept of «the foreigner» as an individual.
KEY WORDS:
Foreigners. Trade. 18th century Spain. Europe. The
crisis of the «naciones» model.
INTRODUCCIÓN
En 1759, año de la ascensión al trono de Carlos III, un informe francés advertía que «les opérations de la Cour d’Espagne tiennen en suspense tous les
comerçants de l’Europe»1. En principio, esto no debería de preocupar en ex————
1 ANPar, AE, B/III/342: «Rèflexions importantes sur l'etat présent du comerce de la nation françoise en Espagne» (1759).
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 67-94, ISSN: 0018-2141
LAS REFORMAS CAROLINAS Y LOS COMERCIANTES EXTRANJEROS EN ESPAÑA
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ceso a los comerciantes galos, ya que, como se recordaba en el mismo informe, «plus les projets du ministèere espagnol sont vastes, moins le sucès est à
craindre». Treinta años después, cualquier duda sobre el alcance de estas
«operaciones» había desaparecido: otro informe francés de 1786 lamentaba la
destrucción de todos los privilegios de esta nación en Cádiz2. La entrada en el
nuevo gobierno carolino del ministro Leopoldo di Gregorio, marqués de Esquilache, había favorecido una interesante discusión sobre el papel de España
y sus colonias americanas en el comercio transatlántico. Los proyectistas denunciaron abiertamente la debilidad general de un sistema bajo teórico monopolio español y que en realidad se traducía en un contrabando generalizado, la
constante introducción de productos extranjeros en España y sus colonias por
parte de las otras potencias competidoras europeas y la salida ilegal de metal
precioso hacia los principales centros financieros del continente. Excesivamente dirigido y reglamentado, el monopolio de la Casa de Contratación gaditana y la (parcial) restauración del viejo sistema de flotas y ferias americanas eran los máximos exponentes de un sistema comercial considerado ya
como arcaico entre los propios contemporáneos3.
El papel de las casas de comercio españolas en Cádiz, el puerto peninsular
monopolístico por excelencia del XVIII, era un reflejo de esta posición de
España como mera intermediaria en el comercio atlántico. Sus capitales eran
más débiles en relación a las mucho más potentes casas de comercio extranjeras y muchos de los representantes españoles funcionaban solo como meros
testaferros de un comercio dominado por los extranjeros4. Como los españoles, los comerciantes extranjeros también eran conscientes de formar parte de
un sistema viciado. Las formas de comercio ilegales y el contrabando se justificaban porque ni España era capaz de sostener una industria para proveer a
sus colonias, ni los comerciantes españoles tenían el capital suficiente para
hacerlo regularmente5.
————
2 ANPar, AE, B/III/344: «Considérations sur l’Existence de la Nation Française établie à
Cadiz», Cádiz, 24 de mayo de 1786. Firma el informe Étienne Duplessis de Mongelas, cónsul
francés en esta ciudad entre 1775 y 1792.
3 Un análisis sobre la necesidad de reformas en STEIN, Stanley J. y STEIN, Barbara H.,
Apogee of Empire: Spain and New Spain in the Age of Charles III, 1759-1789, Baltimore, The
Johns Hopkins University Press, 2003, págs. 58-68, 146-7.
4 El uso de esta práctica era tan generalizada que aparecía incluso por escrito: «Ils ont
choix pour cela d'un Espagnol de confiance au nom du quel les marchandises sont chargées,
les convissement signées ainsi que les factures, et l'unique précaution consiste a faire signer au
pied de cette facture (qui reste au pouvoir de l'Etranger véritable propriétaire) une déclaration
par la quelle le prête noms reconnoit que ces marchandises apartiennent a................. dont on
laisse le nom en blanc pour pouvoir le remplir d'un nom d'un autre Espagnol»: ANPar,
AE/B/III/342, sin fecha exacta, c.1756.
5 ANPar, AE, B/III/342: «Rèflexions importantes» (1759).
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 67-94, ISSN: 0018-2141
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ÓSCAR RECIO MORALES
Así pues, por una parte se abrió paso la idea entre reformadores y proyectistas de revisar los tratados internacionales que, como el de Utrecht (1713),
resultaban claramente beneficiosos a los intereses comerciales de las otras
potencias europeas; por otra, al identificar a los hombres de negocios extranjeros residentes en España como el vínculo de unión entre estas potencias, la
propia península y las colonias americanas, también se insistió en la necesidad de revisar sus privilegios arrastrados desde los Habsburgo. Si en 1759 los
franceses esperaban tranquilos las operaciones de la corte madrileña (con un
punto de escepticismo sobre su verdadero alcance), en 1765 alertaban sobre el
clima de «creciente hostilidad» percibido en España. La primera frase de otro
de sus detallados informes resumía perfectamente la situación: «Les Espagnols regardent généralement le commerce des étrangers comme la ruine principale del’Etat»6. Esto, que no era ninguna novedad —los arbitristas del XVII
se expresaron en similares términos—, adquirió en la segunda mitad del
XVIII un significado mucho más concreto que una simple percepción.
El objetivo de esta contribución es analizar las actitudes y respuestas, colectivas e individuales, de los comerciantes de origen extranjero durante el segundo periodo de reformas borbónicas (1759-1793). Entre 1713 y 1759 distintas
circunstancias hicieron que cualquier ataque sobre los comerciantes extranjeros
no tuviera su origen en Madrid, sino en instituciones periféricas del reino. En
líneas generales, los extranjeros resistieron esta ofensiva hasta que, desde 1759,
la corte recogió el testigo. Se abría un periodo de profundos cambios, dominado
por las reformas del reinado de Carlos III (1759-1788) y el impacto de la Revolución francesa bajo Carlos IV (1788-1808). Estos cambios se reflejaron en la
posición que hasta entonces habían ocupado los comerciantes extranjeros en
España. En primer lugar, las presiones fueron destinadas a reducir claramente
el derecho (entendido como privilegio) de las «naciones». La pérdida de poder
corporativo colocó al comerciante de origen extranjero en un plano de mayor
vulnerabilidad al tener que representarse a sí mismo como individuo, cada vez
más separado del cuerpo de su nación. En segundo lugar, el interés puesto por
las autoridades en la necesidad de arraigo del comerciante indicaba no solo
una demanda de mayor involucración en los derechos y deberes del extranjero
—un proceso común que los historiadores están constatando para todo el ámbito atlántico7—, sino un mayor control institucional de sus actividades y personas que acabaría por definir de una forma más precisa su pertenencia o su
exclusión del cuerpo de la nación española.
————
6 BNPar, FF, Mss. 10766, n.º 4: «Comme les Espagnols regardent le commerce des
Etrangers», ff. 63-71v.
7 HILTON, Sylvia L., «Loyalty and Patriotism on North American Frontiers: Being and
Becoming Spanish in the Mississipi Valley, 1776-1803», en ALLEN SMITH, Gene y HILTON,
Sylvia L. (eds.), Nexus of Empire: Negotiating Loyalty and Identity in the Revolutionary Borderlands, 1760s-1820s, Gainesville, FL, University of Florida, 2010, págs. 8-36.
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LAS REFORMAS CAROLINAS Y LOS COMERCIANTES EXTRANJEROS EN ESPAÑA
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En esta contribución comparamos a tres comunidades muy presentes en el
ámbito comercial peninsular: la francesa, irlandesa y flamenca. La primera
estaba estrechamente interrelacionada con las instituciones y centros de producción en Francia, era la más numerosa en la España del XVIII y entre «las
mas yntimas y privilegiadas» desde principios de siglo8; los comerciantes irlandeses no se presentaban armados de un sólido bagaje jurídico-institucional
de acuerdos internacionales por respetar: la integración de su isla en el Imperio británico era cada vez mayor, con los riesgos que esta relación comportaba
en España; un caso distinto era el de la nación flamenca, que en 1702 renovó
los privilegios concedidos en 1683 y 1692, «los mismos privilegios, exempziones y prerrogativas que a la Francesa, y aun con mayor extension por ser
vasallos de V.Magd.»9. Cada una de las naciones presentaba un discurso teóricamente homogéneo ante las autoridades españolas, pero podía variar a su
interno en función del ámbito geográfico y cronológico. En consecuencia, la
comparación conlleva algunos problemas metodológicos. En 1737 los comerciantes irlandeses de Sevilla seguían agrupándose como «nación británica»
para a continuación ser considerados como «nación irlandesa» y en 1791 como ciudadanos españoles10; en el caso flamenco, las divisiones políticoreligiosas entre provincias meridionales y septentrionales no impidieron que
los individuos de origen neerlandés se declarasen como flamencos en España11. A esto hay que añadir que cada individuo afrontaba de forma distinta su
————
8 ANPar, AE, B/III/364, f. 35: el Cónsul y los diputados de la nación francesa en Cádiz.
Madrid, 28 de enero de 1715. El modelo francés cuenta con obras clásicas como la de GIRARD,
Albert, Le commerce français à Séville et à Cadix au temps des Habsbourg. Contribution à
l’étude du commerce des étrangers en Espagne aux XVIe-XVIIe siècles, París, E. de Boccard,
1932, que tuvo su continuación en los trabajos del profesor OZANAM, Didier, «La colonie française de Cadix au XVIII siècle», Mélanges de la Casa de Velázquez, t. 4 (1968), págs. 259-368 y
más recientemente en ZYLBERBERG, Michel, Une si douce domination. Les milieux d´affaires
français et l´Espagne vers 1780-1808, París, Comité pour l'histoire économique et financière,
1993. Estos trabajos también han tenido su continuidad en nuestro país, como lo refleja la reciente síntesis de SALAS AUSÉNS, José Antonio, En busca de El Dorado: inmigración francesa en la
España de la Edad Moderna, Bilbao, Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco, 2010.
9 AHN, E, leg. 7583: El Consejo de Estado sobre instancia de Luis Monteau, cónsul de
la nación flamenca en Sevilla, para que el juez conservador de su nación en esta ciudad pueda
conocer las causas en que estuviesen involucrados los flamencos, «como le esta conzedido a
la Nazion Francesa». Madrid, 13 de octubre de 1707.
10 GAMERO ROJAS, Mercedes y FERNÁNDEZ CHAVES, Manuel, «Hacer del dinero riqueza:
estrategias de ascenso económico y asentamiento de los comerciantes irlandeses en la Sevilla del
siglo XVIII», en PÉREZ TOSTADO, Igor y GARCÍA HERNÁN, Enrique (eds.), Irlanda y el Atlántico
ibérico: Movilidad, participación e intercambio cultural, Valencia, Albatros, 2010, págs. 1-22.
11 CRESPO SOLANA, Ana, «Comunidad y familia versus nación en el marco atlántico: cooperación y competencia en las redes de negociantes flamencos (1690-1760)», en CRESPO
SOLANA (coord.), Comunidades Transnacionales. Colonias de mercaderes extranjeros en el
mundo atlántico (1500-1830), Madrid, Doce Calles, 2010, págs. 47-62.
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ÓSCAR RECIO MORALES
vinculación y/o integración en la sociedad receptora, su religiosidad o sus
expectativas de ascenso social. Tampoco es fácil hacer una distinción entre
extranjeros de primera generación y sus hijos, ya que en la práctica comercial
los conocidos «jenízaros» también se sirvieron de las ventajas proporcionadas
por el paisanaje. Lejos de encontrarnos ante estructuras monolíticas, la variabilidad y la adaptabilidad parecen ser elementos comunes, como lo demuestra
la variada casuística. Aun así, ¿fueron algunas naciones más flexibles que
otras? ¿Pudieron prever y protegerse mejor que otros grupos los intentos de la
administración por limitar sus privilegios y cambiar el propio concepto de
«nación»?
NECESIDAD DE REFORMAS
Los consejos para retomar el control sobre el comercio desde el ministerio de
Esquilache se materializaron en toda una batería de medidas, algunas llevadas a
la práctica y otras interrumpidas ante la resistencia de diferentes grupos de presión. Se trató de un giro gradual, pero a diferencia de otros intentos, encaminado
a la obtención de resultados concretos. El objetivo principal de esta política era
limitar los privilegios corporativos de todos aquellos grupos que ejercían una
gran influencia sobre el comercio. Por una parte, se intentó limitar el poder de
los consulados de Cádiz, Lima y Ciudad de México de cara a una mayor racionalización del comercio con las Indias. El Reglamento del Comercio Libre a las
Islas de Barlovento (1765) formaba parte de estas medidas «internas»12. De cara
al exterior se aumentaron los derechos de importación y se ejerció una mayor
presión sobre los comerciantes extranjeros, que se hizo sentir en dos ámbitos
principalmente: en el recorte de privilegios de cada nación y en el siempre polémico concepto de «arraigo» (permanencia) en España. Muchos de los ministros encargados de llevar a cabo estas reformas eran ellos mismos de origen extranjero. Así, el propio Esquilache o Grimaldi, además de sufrir los ataques de
determinados grupos en la corte española en función de su origen, fueron también acusados de convertirse en los brazos ejecutores de la legislación antiextranjera en España. Un supuesto excesivo celo en sus reformas se entendió
como una reacción de defensa a las críticas internas en la corte contra su origen
no peninsular y eliminar así toda sospecha de beneficiar a los extranjeros13.
————
12 Permitió el comercio «libre» y directo entre Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico con
nueve puertos peninsulares; un Segundo Reglamento (1778), extendería estas medidas al área
de Buenos Aires y a los puertos del Pacífico, esta vez habilitando a trece puertos españoles
con veinticuatro puertos coloniales: STEIN, Apogee of Empire, págs. 77-80 y 162-3.
13 «Les deux Ministres actuels [Esquilache, Grimaldi] ont un interêts plus particulier d'en
agir ainsi, puisque des sentiments contraires feroient penser aux Espagnols qu'ils veulent sacrifier les interests de la nation en faveur des étrangers»: BNPar, FF, Mss. 10766, n.º 4, f. 64.
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Los intentos de definir claramente entre extranjeros no radicados en España
(transeúntes) y extranjeros domiciliados (avecindados) no eran nuevos. En 1711
un documento oficial francés alertaba sobre la actitud aussi extraordinaire de
algunos miembros de la corte que consideraban tendencialmente como español a
todos los residentes en España14. Esta posición, basada en la recíproca obligación entre vecino y localidad de residencia podría parecernos hoy como una
apuesta clara hacia la integración, pero en la época era vista de una manera distinta. Un elaborado documento del cónsul y los diputados franceses en Cádiz
rebatía jurídicamente la posición española. Utilizando distintas fuentes de derecho clásicas (desde el Génesis a Séneca) y típicamente hispanas (desde las Leyes
de Recopilación a las Siete Partidas), el cuerpo de nación francés daba tres razones principales para que sus individuos no fueran considerados como avecindados. En primer lugar, si los vecinos componían el cuerpo de la República,
«mal puede ser miembro de la República el que conoze por caveza la de otro
Principe»: el doble vasallaje era incompatible con la constitución de una misma
vecindad, en un mismo cuerpo político. La vecindad, por tanto, no podía ser
equiparada a vasallaje como pretendían los españoles «y siendo tan ynplicatorio
ser vezino en un dominio, y vasallo en otro, se viene en claro conocimiento de
que al comerciante frances no se le puede dar el nombre de vezino, pues no es
miembro de la Republica donde asiste». En segundo lugar, la voluntad del cuerpo de la nación francesa era seguir siendo considerado como cuerpo extranjero
en la monarquía, al margen de las obligaciones de los naturales del reino y también de sus beneficios, como la posibilidad de acceso a cargos públicos o de
pasar libremente a Indias. Por último, era cierto según todas las fuentes del derecho que el ánimo «perpetuo» de permanecer en la localidad constituía «vecindad»; pero dado que en muchos comerciantes franceses no se daba esa voluntad,
ni adquirían la vecindad ni por tanto un nuevo vasallaje. Como la residencia,
tampoco el nacimiento podía separar al individuo del cuerpo de su nación natural «original» y por tanto de su derecho a colocarse bajo la protección de su propio consulado. Así pues, concluía este documento, de la misma manera que se
debería distinguir entre «natural» y «naturalizado», también se debería hacer
entre «vecino» y «avecindado». Un comerciante francés podía ser natural de
Francia y vecino de Cádiz, sin que esto llevara aparejado, como pretendían los
españoles, una condición de naturalizado y avecindado15.
————
14 «On ne comprend pas le principe sur le quel […] un françois qui demeure en Espagne
est censé Espagnol, et perd tous les privileges de sa Nation. Rien n'est plus contraire a l'usage
de tous les pays du monde, e au sens general d'une infinité d'articles des traités de paix qui
establisent les privilèges des nations étrangères en Espagne»: ANPar, AE, B/III/364: Amelot
sobre los franceses establecidos en España, París, 10 de octubre de 1711.
15 ANPar, B/III/364, fo. 35: el Cónsul y los diputados de la nación francesa en Cádiz.
Madrid, 28 de enero de 1715.
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Esta posición francesa no estaba tan clara todavía ni para la misma administración española. En 1716 la Junta de Dependencias de Extranjeros diferenciaba entre «extranjeros domiciliados» y «extranjeros transeúntes»16. Con
esta distinción se pretendía esclarecer la posición de muchos extranjeros dedicados al comercio que preferían situarse en el segundo grupo, ya que a los
extranjeros domiciliados (en calidad de habitantes) les correspondía hacer
frente a las contribuciones en las mismas condiciones que lo hacía el vasallo
natural del monarca. Pero como a partir de esta distinción surgieron numerosas dudas sobre el tiempo de permanencia, en 1727 se establecieron los diez
años con casa poblada para considerar al extranjero como domiciliado en España17. En la práctica, no cesaron ni las exenciones ni los modos de evitar tal
disposición, por lo que resultaba muy difícil para las autoridades enfrentarse a
discursos jurídicamente elaborados, como el que hemos visto anteriormente
de la nación francesa. La matrícula general de extranjeros ordenada por Carlos III en 1763 pretendía resolver de una vez por todas estas dudas «para que
en lo futuro cesse toda disputa, y se sepa el fuero que deben tener todos los
estrangeros que residan en mis Dominios»18. Pero todavía en 1771 la Junta de
Extranjeros reconocía los graves errores cometidos en su elaboración, sobre
todo en un punto: la gran variedad de información llegada desde los distintos
puertos y ciudades relativa a la distinción entre transeúnte y domiciliado.
Desde 1716, lamentaba la Junta, se especificaba «con toda claridad una y otra
clase» y más de medio siglo después todavía surgían numerosas dudas sobre
esta diferencia19.
Antes de esta matrícula, los extranjeros ya aparecían desde el siglo XVI en
listas de vecindarios o en censos específicos, pero normalmente estaban limitados a una nación y a una localidad específica20. Para la Corona de Castilla
algunas de las actividades de los extranjeros fueron recogidas por el Catastro
de Ensenada entre 1750-56, pero a partir de 1763 se pretendía hacerlo a nivel
————
16 Sobre este organismo, una reciente contribución en CRESPO SOLANA, Ana y MONTOJO
MONTOJO, Vicente, «La Junta de Dependencias de Extranjeros (1714-1800): Trasfondo sociopolítico de una historia institucional», Hispania, vol. 69, 232 (2009), págs. 363-94.
17 Real Resolución de 7 de julio de 1727: AHN, E, leg. 6292/22. Manuel Montenegro,
asesor de la capitanía general de la costa a Felipe Ordoñez, de la Junta de Comercio. Málaga,
16 de julio de 1765.
18 AHN, E, leg. 6291/11b: Real Cédula, Buen Retiro, 28 de junio de 1764.
19 AGS, E, leg. 7583: Felipe Ordoñez a Grimaldi. Madrid, 18 de abril de 1771.
20 Fue el caso del censo de Valencia de 1674: LORENZO, J., «Franceses en Valencia en
1674», en VILLAR GARCÍA, M.a Begoña y PEZZI, Cristóbal (eds.), Los extranjeros en la España moderna, Málaga, 2003, vol. I, págs. 457-468; para el caso de Madrid, la lista de negociantes y mercaderes franceses recogida por OZANAM, Didier, «Les français à Madrid dans la
deuxième moitié du XVIIIe siècle», en MADRAZO, Santos y PINTO, Virgilio (eds.), Madrid en
la época moderna: espacio, sociedad y cultura, Madrid, UAM y Casa de Velázquez, 1991,
pág. 180.
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nacional y de forma regular, con la intención de renovar el censo anualmente.
Esta matrícula ha sido utilizada por los historiadores con objetivos sobre todo
cuantitativos y demográficos, pero tuvo también un importantísimo aspecto
político al convertirse en un instrumento importante del recorte de privilegios
de los comerciantes de naciones. De hecho nacía con el claro propósito de
cortar «el abuso esperimentado en aver sujetos que passaban oy por extrangeros para disfrutar los derechos de los trattados, y mañana se declaravan Españoles si les acomodava»21.
CENSAR PARA CONOCER Y DEFINIR: LA MATRÍCULA ANUAL DE EXTRANJEROS
La respuesta de las autoridades locales a esta primera matrícula general fue
positiva, aunque con diferencias. Allí donde la presencia de extranjeros era
notable y contaban con sus propios consulados (Cádiz), las listas resultaron
más completas; por el contrario, el encargado del censo en Santa Cruz de Tenerife recogió en 1764 a tan solo dos comerciantes extranjeros22. El censo
presentaba sus límites. Algunas listas dejaban fuera a los extranjeros transeúntes dedicados al comercio al por menor, sin residencia fija, y también a los
estacionales —los que salían regularmente de la Península para abastecerse
de géneros—; tampoco incluía a los que, con residencia fija, se dedicaban a
oficios «mecánicos» —sastre, zapatero, peluquero, cirujano— o a otras actividades relacionadas con el comercio al por menor —panaderos, tenderos o
mesoneros. Con todo, la matrícula sirvió para dos cosas: primero, para confirmar lo que ya se sabía, la ambigüedad de muchos comerciantes extranjeros
sobre su verdadero estatus jurídico23; segundo, para que las autoridades locales adjuntaran sus propios informes en los que se denunciaba esta situación y
el daño derivado (por competencia desleal) para los naturales. Con la información disponible, los ministros del rey debían optar entre la línea continuista
de Felipe V (seguir enmarcando la presencia de extranjeros en España en el
marco de las relaciones establecidas con cada nación desde la época de los
————
AHN, E, leg. 6291/10: Consulta al rey de la Junta de Comercio y Dependencias de Extranjeros, 30 de julio de 1763.
22 AHN, E, leg. 6291/16: «Matricula de los comerciantes estrangeros que se hallan en este Puerto de Santa Cruz de Thenerife», 1 de marzo de 1764.
23 Desde Galicia se advertía «que muchos de los extrangeros comprehendidos en dicha
lista [1765], casados y solteros, ya domiciliados en este Pais, y estables en el de 10, 12, 20 y
mas años a esta parte, (bien que algunos de ellos salen por tiempos sin dejar de mantener
siempre sus casas y negocios) no se sugetan, sin embargo, a que se les trate como vasallos de
España; y otros quieren serlo, no obstante de haver solo dos, o tres años que vinieron a establecerse»: AHN, E, leg. 629/2: el Capitán General a Miguel de Oarrichena. La Coruña, 16 de
marzo de 1765.
21
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Habsburgo), o bien intentar «regularizar», ordenar y clarificar una situación
que permitía un cierto margen de maniobra a los comerciantes extranjeros. Al
elegir la segunda opción los ministros eran conscientes de enfrentarse a una
dura oposición, sobre todo con el cuerpo de nación francés, hasta entonces el
más privilegiado y organizado en la monarquía.
A pesar de sus límites, esta primera matrícula de extranjeros confirmaba el
carácter inclusivo e integrador de la monarquía hacia los extranjeros, al menos desde el plano teórico:
«todos los extrangeros que vienen a a ejercer oficios mecanicos deven ser tratados como vasallos de S.M. como assimismo los que lo pidan expresamente con
expresion al firmar que renuncian al derecho de transeuntes»24.
La distinción entre «vasallo» del monarca y «extranjero transeúnte» se basaba en una opción, en principio, voluntaria. En otra respuesta de ese mismo
año de 1765, la distinción se colocaba entre si el comerciante «quiere gozar
los privilegios de español o los de su nacion»25. A mediados del XVIII la
prestación de vasallaje al monarca (típica del Antiguo Régimen) y su inclusión en un cuerpo corporativo más amplio, el de la nación española, se superponen en la documentación oficial, sin ser excluyentes; lo que sí se va abriendo paso más claramente es la necesidad de una distinción mucho más neta
que en épocas anteriores entre «español» y «extranjero», con los derechos y
deberes inherentes a ambos. Esta distinción, como ya señalara Herzog, estaba
basada sobre todo en el concepto castellano de «vecindad»26. Y, como puede
apreciarse en el siguiente documento recopilatorio de 1775, recogía circunstancias tan diversas que era difícil escapar a ella:
«Debe considerarse vezino en primer lugar qualquiera estrangero que tiene Privilegio de Naturaleza. El que Nace en estos Reynos. El que en ellos se convierte a
Nra. Sta. Fee Catholica. El que viviendo sobre si establece su Domicilio. El que pide y obtiene vecindad en algun pueblo. El que se casa con muger natural, y havita
domiciliado en ellos. El que se arraiga comprando, y adquiriendo bienes raizes, y
posesiones. El que siendo oficial, biene a morar, y egercer su oficio. El que mora y
exerce oficios mecanicos, y tiene tienda en que benda por menor. El que tiene oficios de conzejos publicos honorificos, o cargos de cualquier genero que solo pue-
————
24
AHN, E, leg. 629/2: Respuesta de la Junta del 18 de mayo de 1765 al Capitán General
de La Coruña (16 de marzo de 1765).
25 AHN, E, leg. 629/28: Sobre la decisión de Bartholome Nogues, vecino de Aranda de
Duero, quien «quiere gozar de los pribilegios de español, en atencion a estar establecido en
esta dicha villa por el trato que lleba referido, y bienes raizes de bastante valor». Zamora, 4 de
mayo de 1765.
26 HERZOG, Tamar, Vecinos y extranjeros: hacerse español en la edad moderna, Madrid,
Alianza, 2006.
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den usar los naturales. El que goza de los pastos, y comodidades que son propios
de los vecinos. El que mora diez años con casa poblada en estos Reynos. Y lo
mismo en todos los demas casos en que conforme a Derecho comun, Reales Ordenes, y leyes adquiere naturaleza, o vecindad»27.
De este modo quedaba establecida la distinción entre residente/vecino (para lo cual se empleaban distintos términos: «radicado», «arraigado», «domiciliado») y «extranjero transeúnte». Cuanto más aislado del cuerpo de su nación
aparecía un individuo (por hallarse por ejemplo en una localidad del interior),
menos ambigua era su condición legal: normalmente él mismo se declaraba
como vecino domiciliado, vasallo del monarca e integrante a todos los efectos
del cuerpo de la nación española28. En el extremo opuesto se colocaban los
extranjeros estacionales —como los malteses o los caldereros franceses del
interior peninsular—, normalmente dedicados al comercio al por menor. Cada
vez más su movilidad era objeto de sospecha: desde el punto de vista social
limitaba su arraigo y aculturación; desde el punto de vista económico, se sancionaba la acumulación de capital para sacarlo de España29. Entre ambos casos la casuística era casi infinita, dependiendo del propio individuo, de la organización institucional de cada nación y de su capacidad de respuesta. En
este sentido, fue la nación francesa quien opuso una mayor resistencia.
En contraste con Portugal, donde los franceses reconocían que su comercio
estaba «entierement tombé» y donde solo unas pocas casas de comercio en
Lisboa podían resistir al monopolio inglés30, de las 244 casas de comercio
extranjeras al por mayor registradas en Cádiz en 1753, 108 eran francesas (un
44% del total)31; en 1771 su número había crecido hasta 154, entre grandes
————
AHN, E, leg. 6293/66: La Junta Particular de Gobierno del Comercio y Agricultura de
Valencia a S.M. (1775).
28 Este fue el caso del piamontés Juan Domínguez Buny, quien entró en España, como
tantos extranjeros, teniendo a la Corte como referencia. Después de tres años pasó a Tordesillas, totalizando un total de 25 años en España. Casado con una natural de esta villa, «exercitandome en hir a la Granja a hazer mantequillas frescas para las personas Reales y tengo para
ayuda de mi manutencion y de la expresada mi muger una tienda de Boneria de corto valor,
pagando lo que me ha sido repartido, como tal vezino que soy de esta dicha villa y como tal
domiciliado me reconozco vasallo de S.M. Catholica (que Dios guarde) y assi gozar de los
privilegios y fueros de España»: AHN, E, leg. 6292/28, Tordesillas, 8 de marzo de 1765.
29 «A la ciudad de Torttosa y pueblos de su partido suelen venir varios comerciantes estrangeros de quincalla, telas y lienzos, que se detienen en aquellos algunos meses unos, y
algunos dias otros, los quales son gente vaga y sin domicilio cierto». AHN, E, leg. 629, 1/3:
«El Capitan General. Remite la relacion de los comerciantes extrangeros, que ay establecidos
en aquel principado». Barcelona, 3 de febrero de 1764.
30 ANPar, B/III/331: Reflexiones sobre los medios de reestablecer el comercio francés en
Portugal. Sin fecha exacta, de 1739.
31 GARCÍA-BAQUERO, Antonio (introd.), Cádiz, 1753: según las Respuestas Generales
del Catrasto de Ensenada, Madrid, Tabapress, 1990, pág. 60.
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casas de comercio y banqueros (72), detallistas (32) y otros pequeños mercaderes (50)32. El cuerpo de la nación francesa contaba con una importante posición y sus privilegios eran celosamente defendidos por sus diputados, cónsules y vice-cónsules. Su órgano de expresión era la asamblea que sus
componentes hacían en una determinada ciudad (Cádiz, Sevilla, Valencia),
pero la extensión de los negociantes franceses reunidos en «cuerpo de nación» se extendía al resto de los principales puertos españoles33. Su lobby
mercantil se completaba en la corte con un agente encargado «des affaires du
Roi», que velaba constantemente por el cumplimiento de los tratados comerciales entre ambas potencias. De su documentación se deduce una completa
visión de la realidad comercial española, una extensa información que no tenía el resto de comerciantes extranjeros. Esto era así porque desde Francia los
comerciantes galos contaban con el apoyo institucional de su gobierno, presionado a su vez por los centros de producción del país, siempre atentos a
cualquier maniobra que pudiera limitar la salida de sus productos hacia España y las colonias americanas. Las numerosas mémoires francesas de uso interno sobre el comercio español, así como las descripciones geográficas y los
informes sobre la organización administrativa, civil, militar y comercial hispana no solo proporcionaban una abundante y valiosa información sobre la
situación del comercio peninsular a lo largo del XVIII, sino que indicaban por
sí mismas que este comercio era para los intereses franceses «le plus important et le plus utile pour le Royaume»34.
Esta comunidad de intereses resultó en un flujo de información constante
que circulaba internamente entre el propio grupo en España, mientras que
hacia el exterior se presentaba en una forma altamente institucionalizada. Un
ejemplo ilustra este grado de circulación de la información. Aunque, perseguido por sus deudores, el comerciante irlandés Daniel O'Leary hubiese cambiado el puerto francés de Le Havre por el de La Coruña, el cónsul francés en
Galicia pudo solicitar una rápida actuación de las autoridades españolas al ser
advertido desde Le Havre que este comerciante irlandés mantenía en las costas gallegas dos buques a su nombre35. En cuanto a la relación institucional
con la corona española, la defensa de los privilegios franceses se basaba en
————
32 BNPar, Mss. Fran. 10765, f. 240: oficio de Pierre-Paul, marqués de d'Ossun (1712-1788),
embajador de Francia en España (1759-1777), a Grimaldi. Madrid, 28 de junio de 1771.
33 En 1778 contaban con cónsules en Madrid, Sevilla, Cádiz, Zaragoza, Valladolid, Valencia, Cartagena, Asturias, Ribadeo y Santiago: ANPar, AE, B/III/373, André Jourjou, negociante, solicita a Monseigneur de Sartine, ministro de Marina, carta de recomendación para los
cónsules franceses en estas ciudades (1778). De todos ellos, «le Consulat de Cadiz semble
meriter plus qu’aucun autre, cette grace du Roy, attendu la quantité d’affaires qui y surviennent»: ANPar, AE, B/III/373. A Monseigneur de Sartine, 5 de octubre de 1778.
34 ANPar, AE, B/III/365: «Essay sur le commerce», 1727.
35 ANPar, AE, B/III/332: Luis María Delastre Deshegues, La Coruña, 11 de agosto de 1741.
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una defensa a ultranza de los acuerdos. Estos privilegios databan del tratado
de los Pirineos (1659), por el cual se otorgó a los franceses los mismos privilegios que a los comerciantes de las villas hanseáticas en el acuerdo de Münster (1648), tratados que fueron confirmados por Utrecht36. En especial, el
acuerdo firmado entre España y las ciudades hanseáticas sirvió de referencia
fundamental para los franceses en España, que lo utilizaron repetidamente en
su correspondencia con Madrid hasta bien entrado el siglo XVIII37.
En suma, en toda la documentación francesa subyace una gran preparación
legal de sus diputados y un gran conocimiento de los tratados suscritos entre
el rey de España y las otras potencias. Ninguna sorpresa si en 1764 todos los
comerciantes franceses en Cádiz (473) se declararon bajo protección del soberano francés y de los fueros derivados de los tratados38. La distinción entre
arraigados y transeúntes que Madrid pretendía clarificar en 1764 seguía siendo considerada demasiado «simple» para los franceses, que no se movían de
sus posiciones de principios de siglo39. Pero lo que en principio era fuente de
garantía, con el tiempo se convirtió en una debilidad. Numerosos franceses
que cumplían con todos los criterios para solicitar su naturalización en España
no lo hicieron porque para ellos era compatible su residencia (y en muchos
casos su integración y arraigo en la ciudad de acogida) con el vasallaje a la
corona francesa y a su aparato institucional en España.
EL CERCO SE ESTRECHA: LA EROSIÓN DE LOS PRIVILEGIOS DE LAS «NACIONES»
A pesar de todas sus ventajas y privilegios, fueron los propios franceses
quienes advirtieron los riesgos de mantener una defensa garantista de su posi-
————
36 ANPar, AE, B/III/343, f. 15: «Precis du Mémoire du Ms. d’Osun sur la nouvelle cédule. 1775».
37 Uno entre los numerosísimos ejemplos en ANPar, AE, B/III/323: Cédula real de confirmación a los hombres de negocios de la nación francesa residentes en Madrid del derecho a
juez privativo de su nación, tal y como se estableció para los ciudadanos hanseáticos en el
acuerdo de Münster de 1648. Madrid, 25 de agosto de 1663. En 1703 el cuerpo de la nación
francesa en Madrid volvió a utilizar este acuerdo y lo reprodujo literalmente en su respuesta a
la pretensión de agregar a los comerciantes extranjeros a los gremios de naturales: ANPar,
AE, B/III/323, f. 99: los diputados del Comercio francés, Madrid, junio de 1703.
38 AHN, leg. 629, 1/10: Certificación del cónsul francés en Cádiz, Luis Cassot. Cádiz, 27
de enero de 1764.
39 En 1771 el duque de Osuna seguía dividiendo a la comunidad francesa en España en cuatro
grupos: los negociantes al por mayor, los mercaderes al detalle y en tercer lugar una amplia categoría que podríamos definir como profesionales cualificados (profesores de artes liberales, obreros,
artesanos, peluqueros, sastres, panaderos, zapateros, caldereros, carniceros, domésticos, etc). El
cuarto grupo, el de los viajeros, pasantes y peregrinos era el de los transeúntes: BNF, Mss. Fran.
10765, ff. 175v-176: Oficio del Marqués d'Ossun a Grimaldi. Madrid, 25 de marzo de 1771.
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ción. Al compararla con la de los comerciantes ingleses, un informe francés
no ocultaba que mientras los hombres de negocios galos estaban continuamente bajo sospecha, tanto por el número de sus casas de comercio como por
su riqueza, las estrategias de visibilidad de los ingleses eran muy diferentes:
«leurs maisons de commerce sont puissamment riches, mais en petit nombre.
Elles servent d’Entrepôt pour distribuer aux marchands espagnols les marchandises
angloises […] Nous avons au contraire en Espagne près de 100 mille françois, qui
tous ont droit de reclamer la protection du Roy [de Francia] et de ses Ministres»40.
Esto hacía que —según el informe—, a pesar de los conflictos bélicos entre Madrid y Londres y la pertenencia franco-española a una misma dinastía,
el comercio inglés fuese visto, paradójicamente, con mejores ojos que el francés. En su red comercial, los ingleses contaban con los contactos de una nación cercana a su órbita política, económica, social y cultural, pero a la vez
bien conectada con Madrid: «Les Anglois n'ont que deux ou trois maisons a
Cadix: ils font leurs affaires par les Irlandois qui y sont comme Espagnols»41.
Así, mientras que una característica de las compañías francesas era su homogeneidad nacional42, desde fines del XVII los irlandeses evolucionaron hasta
convertirse en representantes de una nación «bisagra» en la que sus individuos actuaban como agentes y apoderados de otras naciones. En teoría, durante buena parte del XVIII, la isla de Irlanda fue excluida del comercio directo con las colonias británicas y tampoco la legislación española era
favorable al comercio extranjero en las Indias43. En la práctica, los comerciantes irlandeses establecieron sólidas redes tanto en Cádiz como en la City
londinense (extendiendo su presencia a otros puertos subsidiarios como El
Puerto de Santa María o Liverpool) y a sus co-respectivos puertos coloniales
————
40
BNPar, FF, Mss. 10766, n.º 4: «Comme les Espagnols regardent le commerce des
Etrangers», ff. 63-71v.
41 ANPar, AE, B/III/343: «Mémoire pour satisfaire aux questions de M. le Comte de
Vergénmede», ff. 38v-39. Junto a una carta de M. Boyetet, Madrid, 2 de marzo de 1776.
42 Homogeneidad ya advertida en su día por OZANAM, Didier, «La colonie française de
Cadix au XVIII siècle», págs. 259-368; por BUSTOS RODRÍGUEZ, Manuel, Los comerciantes
de la Carrera de Indias en el Cadiz del siglo XVIII, Cádiz, Servicio de Publicaciones de la
Universidad, 1995, págs. 186-89; y más recientemente por BARTOLOMEI, Arnaud, «Le marchand étranger face à la crise: départ ou intégration? Le cas de la colonie française de Cadix
aux périodes révolutionnaire et impériale», en BURKARDT, Albrecht (ed.), Commerce, voyage
et expérience religieuse (XVIe-XVIIIe siècles), Rennes, PUR, 2008, págs. 475-96.
43 La Act de 1696 prohibió la entrada directa de productos coloniales británicos en Irlanda. Fue modificada en 1731, permitiendo la introducción de algunos bienes, pero hasta después de la guerra de independencia norteamericana excluyó a los más lucrativos —tabaco,
azúcar y ron—: TRUXES, T.M., Irish-American trade 1660-1783, Cambridge, Cambridge
University Press, 1988, págs. 29-45.
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más importantes, como La Habana o Nueva York44. Pero incluso aquí llegaron a superar cualquier tipo de frontera, moviéndose en un único espacio
atlántico hispano-británico, común y permeable, hasta convertirse en verdaderas comunidades transimperiales y conectoras de imperios45.
Algunos ejemplos ilustran esta posición. De un total de 44 jenízaros habilitados para comerciar con América entre 1743 y 1768, 11 eran de origen irlandés (25% de todos los comerciantes jenízaros) y solo uno inglés; entre 1769 y
1823 estas cifras fueron similares: de 56 jenízaros, 10 eran de origen irlandés
y solo dos de origen inglés46. En La Orotava (Tenerife) Patricio O’Neill aparece en 1766 como vicecónsul de la nación británica y dos comerciantes escoceses, Diego Paul (originario de Aberdeen) y Tomas Armstrong, eran socios de la casa de comercio de Diego Furlong, natural de Wexford (Irlanda)47.
Silvestre MacCarty, comerciante irlandés residente en Puerto de la Cruz, estaba al frente de una embarcación inglesa (que, por cierto, también transportaba documentación oficial de la Junta de Comercio desde Cádiz a Canarias)48. La compañía gaditana Porter & Wadding estaba compuesta por
Endimion Porter (natural de Londres) y su socio irlandés49. Otra famosa
compañía irlandesa en Bilbao, la Linch, Killi Kelly y Moroni (operativa entre
1764 y 1797) representaba a una sociedad con sede en la City50. Esta dimensión anglosajona se confirma con el elevado número de apellidos irlandeses
que desde el último tercio del XVIII ejercieron en España como cónsules de
los Estados Unidos, un fenómeno a la espera de una mayor profundización.
————
44 En la década de 1740 ya existía en Nueva York un grupo mercantil irlandés claramente
identificable, con ramificaciones en Filadelfia. El grupo mantenía estrechas conexiones con
casas de comercio inglesas e irlandesas que comerciaban directamente con Inglaterra. Al comerciar también con bienes irlandeses llegados a Inglaterra (lino, carne) se superaba cualquier
impedimento en el comercio directo entre la isla de Irlanda y las colonias británicas: TRUXES,
T.M., «The case of the snow Johnson: New York City's Irish merchants and trade with the
enemy during the Seven Years War», en DICKSON, David y Ó GRÁDA, Cormac (eds.), Refiguring Ireland: Essays in honour of L.M. Cullen, Dublín, The Lilliput Press, 2003, págs. 147-164.
45 RECIO MORALES, Óscar, «Conectores de imperios: la figura del comerciante irlandés
en España y en el mundo atlántico del XVIII», en CRESPO SOLANA, A. (coord.), Comunidades
Transnacionales, págs. 313-36.
46 GARCÍA-MAURIÑO MUNDI, Margarita, La pugna entre el Consulado de Cádiz y los jenízaros por las exportaciones a Indias (1720-1765), Sevilla, Universidad de Sevilla, 1999,
págs. 101-05.
47 AHN, E, leg. 629, 2/45: «Matricula de los estrangeros que se allan en este Puerto de la
Cruz de la Orotava», octubre de 1766.
48 AHN, leg. 629, 2/49, Cádiz, 6 de marzo de 1767.
49 AHN, E, leg. 629, 1/10: «Copia de la relacion que remite el governador de Cadiz, de
los comerciantes extrangeros que existen establecidos en aquella ciudad».
50 GARAY BELATEGUI, Jon y LÓPEZ PÉREZ, Rubén Esteban, «Los extranjeros en el señorío de Vizcaya y en la villa de Bilbao a finales del Antiguo Régimen: entre la aceptación y el
rechazo», Estudios Humanísticos, 5 (2006), págs. 185-210.
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Fruto de estos negocios, los beneficios registrados (legalmente) por esta
nación en Cádiz y recogidos en las Respuestas de 1753, eran desproporcionados en comparación con el resto de comerciantes extranjeros y españoles: 44
irlandeses presentaban unos útiles de 231.100 pesos, mientras que para los 285
españoles registrados eran de 270.724. Los irlandeses se situaban así entre los
segundos extranjeros por beneficios, tras los franceses (710.450 pesos), pero
por encima de italianos (49 comerciantes y 149.450 pesos de beneficios) y flamencos (20 comerciantes, 74.700 pesos)51. Esta situación tuvo su reflejo en su
acceso a Indias: de las 76 cartas de naturaleza otorgadas a extranjeros durante el
XVIII, los irlandeses se situaban en segundo lugar (15) tras los genoveses (29),
pero por delante de franceses (11), flamencos (5) y portugueses (5)52. Su respuesta al censo fue sin embargo radicalmente diferente a la de sus colegas
franceses: todos, sin excepción, se declararon «bajo la proteción y bandera de
España». Alguno, como Mauricio Lucas, natural de la provincia de Cork,
aseguraba que ya antes de que se le preguntase se reputaba bajo dicha protección y Thomas Cantillon (Limerick), «manifiesta q. quiere vivir bajo la protteccion de la vandera de España como siempre lo ha demostrado»53.
La reacción de los comerciantes reunidos en el cuerpo de la Antigua Nación Flamenca de Cádiz fue similar. Su mayordomo, Jacob Ghijselen, manifestó que esta nación no tenía obligación de hacer ninguna lista de comerciantes extranjeros «por consistir su establecimiento en que los individuos que la
componen sean tenidos y reputados por vasallos de España como lo eran antes que los Payses de Flandes pasassen a otra Dominacion». Elaboraron la
lista «para que en el asumpto no pueda despues ofrecerse duda» y con el objetivo «de que en todo tiempo se nos Guarden y observen los fueros y privilegios que nos están concedidos por Reales Cedulas, sin embargo de ser, como
somos, vasallos fidelissimos de esta Corona»54. En realidad, los flamencos ya
hacía más de medio siglo que habían dejado de ser vasallos del monarca español, pero supieron reelaborar su discurso para adaptarse a la nueva situación. Cuando, tras Utrecht (1713), las provincias meridionales de los Países
Bajos pasaron a ser controladas desde Viena, esta comunidad pretendió seguir
gozando de una especial protección, en virtud de la fidelidad demostrada a los
monarcas españoles, sus servicios en el ejército y los antiguos vínculos entre
————
51
GARCÍA-BAQUERO, Cádiz, 1753, págs. 60, 114-5.
HEREDIA HERRERA, Antonia, «La presencia de extranjeros en el comercio gaditano en
el siglo XVIII», en Homenaje al Dr. Muro Orejón, Sevilla, Facultad de Filosofía y Letras,
1979, vol. 1, págs. 235-243.
53 AHN, E, leg. 629, 1/10: «Copia de la relacion que remite el governador de Cadiz, de
los comerciantes extrangeros que existen establecidos en aquella ciudad».
54 Acompañan al documento las firmas de 33 individuos de esta nación y la del propio
mayordomo, que recoge y certifica los nombres de otros 4 ausentes: AHN, E, leg. 629, 1/10.
52
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su territorio (cuna natural de la monarquía) y su señor natural. En Sevilla solicitaron prorrogar la posibilidad de disfrutar de juez privativo centralizado en
su congregación de San Andrés, accediéndose a esta petición porque, entre
otras consideraciones, se creyó conveniente «mantener aunque fuese en sombra una especie de relacion en que conociesen [los flamencos] no los mirava
V.M. como estraños»55. En 1727 pretendían seguir siendo considerados vasallos del monarca español en base a la cédula de 1683 que estipulaba «que a
los mercaderes flamencos de Cadiz, y Sevilla, se les guardasen las mismas
exempciones que por capitulos de paces tenian franceses, yngleses, holandeses, y anseaticos, particularizandose la Real proteccion con el motivo de ser
vasallos de V.M.». Cuando fueron requeridos por las autoridades españolas a
clarificar su posición,
«todos acordaron no separarse del antiguo dominio de V.M. de quien esperavan
les dispensase nuevas declaraciones que les afianzassen el honroso carácter de sus
vassallos, suplicando se dignasse mandar confirmar las citadas Reales Cedulas
conservandoles el nombre de la antigua Nacion Flamenca, y el regimen, y gobierno
que siempre han tenido en el Mayordomo que eligen, la forma de matriculas que
han observado, para que conste los verdaderos individuos, y que de ninguna forma
se les pricisase a separarse del apetecido vassallage que obtenian»56.
En 1764 los flamencos residentes en España pretendieron continuar con
esta especial correspondencia y por tanto no ser declarados como extranjeros,
a menos que se indicara explícitamente lo contrario por el propio comerciante57. Pero en la línea de los irlandeses, ya desde 1717 puede constatarse la
solicitud de vecindad por parte de individuos flamencos58. Así pues, la reacción al primer censo nacional de extranjeros fue distinta por parte de estas tres
naciones. Los comerciantes galos se declararon prácticamente en bloque co-
————
55 AGS, E, leg. 7583: Memorial de los hombres de negocios, comerciantes flamencos y
valones residentes en Sevilla, congregados en la confraternidad de la Real Capilla y Hospital
de San Andrés, situada en el colegio mayor de Santo Tomás de dicha ciudad, y su respuesta
por la Junta de Extranjeros, octubre de 1722.
56 Las autoridades españolas se avinieron de nuevo a esta fórmula de conveniencia de seguir considerando a los comerciantes flamencos como vasallos del monarca español en territorio peninsular, constituidos todavía en «nación flamenca»: AHN, E, leg. 630/9: la Junta de
Extranjeros sobre un memorial de Pedro Clerk, vice-cónsul de la nación flamenca en Sevilla,
Madrid, 30 de marzo de 1756.
57 Este fue el caso de Jacobo Francisco Kanuden, comerciante natural de Amberes y residente en El Puerto de Santa María, quien «se declara por Nacional Estrangero», al ponerse
bajo protección directa de Austria: AHN, E, leg. 629, 1/8: el Governador de El Puerto, 20 de
marzo de 1764.
58 CRESPO SOLANA, Ana, Entre Cádiz y los Países Bajos: Una comunidad mercantil en la
ciudad de la Ilustración, Cádiz, Ayuntamiento de Cádiz, 2001, págs. 133-49.
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mo extranjeros transeúntes, mientras que irlandeses y flamencos como vasallos del monarca español. La matrícula se renovó en 1765, completándose con
los datos que algunos territorios no habían suministrado, y siguieron recogiéndose anualmente entre 1766 y 1770. En la elaborada para este año en el
Campo de Gibraltar, la distinción entre domiciliado y transeúnte fue sustituida por «nacional español» y «extranjero transeúnte». El hecho de estar domiciliado en España pasaba a significar gozar del fuero y de los privilegios de
nacional español59. Datos de la matrícula los encontramos de nuevo para los
años 1773 y 1774, entre 1777 y 1779, 1782, 1784-1785 y 1791-92. A pesar de
su irregularidad, la orden de 1763 trazó una clara tendencia que vino acompañada, a lo largo de la década de 1770, de una legislación encaminada al control de las personas y actividades de los extranjeros en España.
En 1767 una cédula promulgada en Cádiz obligó a todas las casas de comercio a registrar sus libros y a enviar una copia al Consulado de Indias. La
medida fue suspendida gracias a la presión francesa, que basó su defensa en
la necesidad del secreto profesional60 y acusó al Consulado gaditano de llevar
una política dirigida a la exclusión de los extranjeros «pour concentrer tout le
commerce dans le plus petit nombre possible de ses membres»61. Una memoria francesa también alertaba sobre la necesidad de mantener «une attention
continuelle» a la excepción de las visitas de buques franceses en puertos españoles. Un privilegio que generó
«de grands avantages au commerce de la Nation particulièrement en cequ’elle
facilite la sortie et l’embarquement des matières et especes d’or et d’argent, cequi
ne seroit plus praticable, si les espagnols avoient la liberté de visiter nos bâtiments»62.
Una cédula de 1769 restringía el uso de intermediarios españoles en el envío de mercancías a Indias por parte de comerciantes foráneos63 y desde 1771
se ordenó un control más exhaustivo de todos los navíos extranjeros con entrada y salida de Cádiz64. La excepción francesa a esta regla estuvo vigente
————
59
AHN, E, leg. 629, 2/57, Campo de Gibraltar, 7 de noviembre de 1770.
ANPar, AE, B/III/343, f. 17: «Precis du Mémoire du Ms. d’Osun sur la nouvelle cédule. 1775».
61 ANPar, AE, B/I/793, 275-77: Apuntes sobre la cédula de 1767. Retomada en 1775, fue
de nuevo suspendida.
62 ANPar, AE, B/III/333: «Mémoire sur l’Exemption de la Visite pour tous les Batimens
François dans les Ports d’Espagne», sin fecha exacta (1759-1768).
63 Las consecuencias de esta cédula de 1769 sobre los comerciantes franceses en la solicitud de su modificación por el Marqués d'Ossun: ANPar, AE, B/I/792, Oficio Osuna a Grimaldi. Madrid, 7 de febrero de 1772.
64 BNPar, MS Fonds Français, 10765, f. 251v. Orden de 22 de julio de 1771.
60
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hasta la firma de un nuevo tratado de comercio en 1768, ratificado en 1786 y
según el cual «las cámaras de los capitanes, sus cofres, y los de su tripulacion
podrán ser visitados à fin de descubrir las mercaderias de contravando; pero
los effectos y ropas de su uso no estaran sujetos a confiscacion»65.
Tan solo un año después de la orden de una visita más exhaustiva a los
buques extranjeros, otra cédula obligaba a todos los hombres de negocios la
conservación de sus libros en lengua castellana66. En este caso no hubo excepciones. En realidad, esta disposición no era nueva. Al recuperar una antigua ley de Carlos V no contravenía las disposiciones esgrimidas por los franceses, que se remontaban generalmente al tratado de los Pirineos (1659)67. La
restricción de l'ancien usage de algunas prácticas comerciales a favor de los
comerciantes extranjeros iba a ser sustituido por las autoridades españolas por
disposiciones todavía más antiguas, caídas ya en desuso y generalmente no
aplicadas68. Así pues, a pesar de la firma del tercer Pacto de Familia (1761), del
que se esperaba «les plus grands avantages pour le commerce des françois en
Espagne»69, lo cierto es que a fines de la década de 1770 «les tentatives réiterés
de l’Espagne contre notre commerce» eran el tema estrella de las memorias
francesas70. Todas las alarmas se encendieron en Francia, y en 1778 los fabricantes galos alertaron a su gobierno sobre el ataque directo que suponía la nueva prohibición española de entrada de manufacturas extranjeras en Indias71.
A estas medidas desde Madrid se unieron los ataques a nivel local. Como
hemos apuntado, la elaboración de la matrícula fue aprovechada para adjuntar
informes sobre la verdadera posición de los comerciantes. Desde Málaga se
denunciaron los modos utilizados por algunos extranjeros, quienes en base a
la Resolución de 1727 (los diez años de residencia para ser considerados como domiciliados) solicitaban acogerse al fuero de transeúntes «teniendo la
precaucion de hacer algun viage a otro Reyno antes de cumplir el termino»72.
————
65
ANPar, AE, B/III/333, 10: «Ratification de la convention conclue entre le Roi et le Roi
d’Espagne, le 24 Décembre 1786. A Versailles le 12 Juin 1787». París, L’Imprimerie Royale,
1788.
66 Cédula real firmada en Valencia, 24 de diciembre de 1772: ANPar, AE, B/III, 334:
«Copie d’une dépêche de M. le Mis. d’Ossun à M. le Duc d’Auguillon», Madrid, 29 de marzo
de 1773.
67 ANPar, AE, B/III/334: «Copie d’un office de M. le Mis d’Ossun á M. le Mis de Grimaldi». Madrid, 2 de marzo de 1773.
68 ANPar, AE, B/I/792: Oficio Osuna a Grimaldi. Madrid, 7 de febrero de 1772.
69 ANPar, AE, B/III/343, 1, «Extrait de la correspondece de Madrid depuis 1774 et des
négotiations qui ont précedées» (1780), f. 1.
70 ANPar, AE, B/III/, 343, f. 22: «Precis du Mémoire du Ms. d’Osun sur la nouvelle cédule. 1775».
71 ANPar, AE, B/III, 343, Nimes, 28 de diciembre de 1778.
72 AHN, E, leg. 6292/22: Manuel Montenegro, asesor de la capitanía general de la costa
de Málaga a Felipe Ordoñez, de la Junta de Comercio. Málaga, 16 de julio de 1765.
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Desde Valencia, la Junta de Comercio se expresó en parecidos términos, concentrando sus ataques sobre los franceses. Acusados de competencia desleal
(sobre todo en las sedas) y de monopolizar el mercado al por menor, lo más
grave era que, teniendo tienda abierta por diez, veinte o treinta años, continuaban declarándose «extranjeros transeúntes». Esta Junta transformó así el
objetivo inicial de la matrícula (clarificar la posición de los extranjeros a nivel
nacional) en un problema de competencia desleal a nivel local, originado por
una nación concreta. Por ello solicitó directamente la disolución institucional
del Cuerpo de Comercio de la Nación Francesa, que operaba al margen de la
Junta de Comercio, y el establecimiento de un Cuerpo de Comerciantes Matriculados Españoles. El ataque no dejaba lugar al compromiso:
«Disipense Cuerpos ilegales, y no se sufran por mas tpo. Asambleas, o Juntas,
que solo conspiran a nra ruina, y el de nro. Comercio […] No se permita a los estrangeros en los consulados, ni juntas, ni en los gremios las administraciones economicas, ni governatibas [...] Criense, o haganse criar politicamente Jobenes Españoles en
las casas de comercio grueso, y por menor, para que estos como hijos amantes de su
Patria, lo sean tambien de sus producciones, y faciliten su consumo»73.
Otro ataque semejante a un extranjero por parte de las autoridades locales
tuvo una distinta reacción. Dionisio O’Daly, natural del condado de Cork (sur
de Irlanda), llevaba más de cinco años domiciliado en la isla canaria de La
Palma cuando fue elegido, en 1767, síndico personero del Común74. En esos
momentos los irlandeses eran los comerciantes extranjeros más numerosos
del archipiélago75. Llegaron a monopolizar buena parte del mercado canario
y, como ocurrió en otras partes de España, levantaron las suspicacias de los
locales, sobre todo ante algunos casos espectaculares de ascenso social76.
————
73 AHN, E, leg. 629, 3/66: La Junta Particular de Gobierno del Comercio y Agricultura
de Valencia a S.M. Valencia, 3 de abril de 1773.
74 O’Daly era propietario de dos barcos de pesca que mantenía frente a las costas africanas: AHN, E, leg. 6292/45: «Matricula de los extrangeros que se hallan en esta Ysla de la
Palma», 4 de octubre de 1766.
75 El censo de 1766 recogía 27 individuos (un 32,5% del total de extranjeros), por delante
de franceses (14, el 20,5% de los extranjeros): BRITO GONZÁLEZ, Alexis D., «Matrículas de
extranjeros en Canarias durante la segunda mitad del siglo XVIII», Anuario de estudios atlánticos, 45 (1999), págs. 219-60.
76 Uno de los casos más célebres fue el del comerciante irlandés Roberto de La Hanty en
Santa Cruz de Tenerife, quien pasó de tocar el violín en las tabernas a acumular una fortuna
extraordinaria en sus negocios y ocupar los cargos de Regidor Perpetuo, coronel de Milicias,
castellano del Castillo principal de la isla y Alguacil Mayor del Santo Oficio. Obtuvo carta de
naturalización en 1745 y falleció prematuramente en 1762: HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel,
«Los mercaderes de origen extranjero en el tráfico canario-americano durante la etapa del
Libre Comercio (1765-1808)», en CRESPO SOLANA (coord.), Comunidades Transnacionales,
págs. 155-88.
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Conscientes de ello, los comerciantes de esta nación se protegían acumulando
cargos en los ayuntamientos y grados en las unidades militares del archipiélago. Esto no fue suficiente a Dionisio O’Daly. Tras su elección, una parte de
los concejales mostró abiertamente su oposición por ser de origen irlandés y,
como extranjero, inhábil para poder ejercer dicho oficio público en virtud de
la ausencia de vecindad y naturaleza. La ofensiva oligárquica local frente al
ascenso de un comerciante extranjero vino respaldada por el coronel Felipe
Macicud, quien quiso obligar a O’Daly a firmar en la matrícula anual de extranjeros como extranjero transeúnte. El comerciante se ofendió de las palabras utilizadas por el militar, quien «me ha tratado como forastero» y ante la
Real Audiencia en Canarias justificó, por este orden:
«su domicilio por cerca de cinco años en esta ciudad; su casamiento con española
nattural de ella; el notorio arraigo con que se hallaba; el distinguido meritto de Brigadieres y otros empleos militares con que por mas de un siglo havian servido a S.M.
(Dios le guarde) sus Primos y Parientes, y acttualmente lo estaba del Regimiento de
Ultonia dn. Timoteo Odaly su hermano y los privilegios de natturaleza de esttos Reinos, concedidos por Reales Cedulas a ttodos los Yrlandeses Catholicos»77.
Este orden utilizado por O'Daly era inverso al de la mayoría de los testimonios de sus compatriotas durante los siglos XVI y XVII. Durante los
Habsburgo era la religión en primer lugar, seguida de los servicios al monarca
y la tradición familiar las bases de la ideología política de esta comunidad.
Ninguno de estos tres aspectos cayó en desuso en el XVIII. A diferencia del
singular secularismo identitario de los franceses en España78, los irlandeses
siempre hicieron visible su catolicismo. Aunque en sus negocios no excluyesen a judíos, ingleses o escoceses protestantes, esta religiosidad funcionó como un eficaz mecanismo de integración (y defensa) frente a la sociedad española79. Lo que demuestra la declaración de O'Daly es cómo la importancia del
«notorio arraigo» —en palabras del propio comerciante— había calado entre
su nación: este comerciante situó el estar «viviendo en la comunidad de los
vecinos» por encima de otros méritos, como la tradición militar de su familia
o los privilegios concedidos a su nación. Se trataba de una reelaboración del
————
77
AHN, E, leg. 1641/27: representación de Dionisio O’Daly, La Palma, 26 de abril de
1769.
78 BARTOLOMEI, Arnaud, «Identidad e integración de los comerciantes extranjeros en la
Europa moderna. La colonia francesa de Cádiz a finales del siglo XVIII», en CRESPO SOLANA
(coord.), Comunidades Transnacionales, págs. 359-76.
79 El discurso político de esta comunidad se trata ampliamente en RECIO MORALES, Óscar, Ireland and the Spanish Empire, 1600-1825, Dublín, Four Courts Press, 2010. Sobre las
manifestaciones religiosas de su comunidad dedicada al comercio, ver especialmente págs.
257-69.
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discurso tradicional para adaptarlo a la nueva situación de compromiso con lo
local. Ahora bien, este compromiso estaba íntimamente relacionado con la
fuente última de protección (el rey) y por esta razón O'Daly no se conformó
con depositar testimonio en Canarias, sino que, con sus papeles, hizo más de
1800 kilómetros para representar su caso ante la Junta de Comercio en Madrid y solicitar al monarca que ni a él ni al resto de irlandeses residentes en
España se les incluyese en cualquier lista de extranjeros transeúntes80.
El caso O'Daly, como el de otros irlandeses que acumulaban las pruebas
necesarias para ser considerados vecinos, era una respuesta opuesta a la línea
seguida por los comerciantes franceses. El comerciante gaditano Juan Fernández Arnaud, originario de Burdeos, fue acusado en 1720 de pasar ilegalmente a Indias, al no haber solicitado todavía la naturalización española, a
pesar de llevar nada menos que 28 años residiendo en España y estar casado
con española. Tras la denuncia, Felipe V le concedió directamente la naturalización81. De la misma manera, y a pesar de todos los requerimientos de las autoridades, el comerciante Beltrán Douvat nunca quiso avecindarse en Bilbao,
ciudad en la que residía desde 1763. Tras el estallido de la Revolución y con
casi treinta años de residencia corrió la misma suerte que otros de sus compatriotas no avecindados: en 1792 fue arrestado y posteriormente desterrado82.
EL CÍRCULO SE CIERRA, 1780-1793
Al ser designado como embajador francés en 1780, el conde de Montmorin lamentaba que «une époque que nous devions esperer être une époque de
faveur pour notre commerce en est au contraire devenue une de rigueur». Las
medidas de protección de la industria española desde fines de la década de
1770 —proseguía—, estaban cayendo como una losa sobre la industria textil
de Lyon y del Languedoc, favoreciendo a las telas importadas desde Suiza y
Silesia83. Los centros productivos franceses seguían presionando a París, y en
ese mismo año de 1780 la Cámara de Comercio de Morlaix dirigía una memoria impresa a Luis XVI alertando sobre las nuevas cargas sobre las telas
————
AHN, E, leg. 1641/27: memorial de O Daly a S.M. San Ildefonso, 29 de agosto de
1770. Una Real Orden de 2 de septiembre de 1770 le dio la razón: «Dn. Dionisio O Daly,
natural de Yrlanda, domiciliado en la isla de la Palma una de las Canarias, se tenga por tal
domiciliado, como lo avia declarado el Consejo de Castilla en Provisión de 25 de mayo de
1768 y se execute lo mismo con los demas yrlandeses católicos establecidos en aquellas islas
en que concurran iguales circunstancias»: AHN, E, leg. 6141/27.
81 GARCÍA-MAURIÑO MUNDI, La pugna, págs. 151-52.
82 GARAY BELATEGUI, «Los extranjeros en el señorío de Vizcaya», págs. 185-210.
83 ANPar, AE, B/I/795: Montmorin a Floridablanca. Madrid, 28 de octubre de 1780.
80
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LAS REFORMAS CAROLINAS Y LOS COMERCIANTES EXTRANJEROS EN ESPAÑA
89
bretonas84. Desde Cádiz, los comerciantes galos advertían del colapso total de
sus actividades como consecuencia de una política expresamente dirigida a
recortar, cuando no a eliminar por completo, los antiguos privilegios. Solo
podía esperarse dos cosas: la salida de los comerciantes franceses del país o
su conversión a ciudadanos españoles85.
Los datos disponibles confirman un descenso progresivo de comerciantes
franceses en Cádiz desde 1778, que no harán sino agudizarse con las crisis
políticas de 1793 y 180886. Hacia 1785 ya se daban algunos casos de naturalización voluntaria87. La atribución al Consulado español en Cádiz de los asuntos sobre extranjeros por cédula real de 16 de marzo de 1786 fue considerado
por el cónsul francés como el fin del último privilegio de los extranjeros,
quienes hasta la fecha habían mantenido esferas jurídicas separadas, como la
del juez conservador o la jurisdicción militar. El problema no era la racionalización de los asuntos comerciales en una institución, como sostenían las autoridades españolas; la cuestión, rebatía el cónsul, estaba en la canalización de
la información hacia un tribunal tradicionalmente hostil a los extranjeros. El
secreto, caballo de batalla de las naciones desde principios de siglo, era la
base de la actividad comercial; el crédito proporcionado por otros hombres de
negocios se traducía en confianza; si esta faltaba, concluía el cónsul francés,
la actividad comercial se resentiría gravemente88.
Pero a estas alturas la confianza de las autoridades hacia la comunidad
francesa parecía rota y no solo a nivel comercial. El impacto entre los círculos
ilustrados europeos del caso Olavide fue achacado directamente a su colonia
en Cádiz89. La Revolución de 1789 profundizó esta ruptura y en 1791 una
————
84
ANPar, B/III/370: la Cámara de Comercio de Morlaix (Bretaña) al rey, 13 de enero de
1780.
85 ANPar, K 907, no. 13, sin fecha exacta (entre 1780 y 1783). Boyetet, Madrid, 2 de
mayo de 1782, AN Par, AE, B/III/ 436: anónimo, «Conséquences por la France… de la conduite de l’Espagne relativement aux François et à leur commerce».
86 BARTOLOMEI, Arnaud, «Le marchand étranger face à la crise», págs. 475-96. Las
grandes casas de comercio pasaron de 72 en 1771 a 55 en 1783: OZANAM, Didier, «La colonie
française de Cadix au XVIII siècle», págs. 270-71. Esta disminución del comercio francés
también ha sido constatada en Málaga y su entorno: FAROUK, Ahmed, «La dégradation du
commerce français vue de Malaga dans la seconde moité du XVIIIe siècle», Mélanges de la
Casa de Velázquez, 17 (1989), págs. 231-37.
87 ANPar, AE, B/III/344: «Note sur l’Etablissement du corps national francais a Cadiz».
Cádiz, 18 de septiembre de 1785.
88 ANPar, AE, B/III/344: «Considérations sur l’Existence de la Nation Française établie à
Cadiz». Étienne Duplessis de Mongelas, cónsul francés. Cádiz, 24 de mayo de 1786.
89 «(…) pues como aquella ciudad está llena de comerciantes franceses, han inundado este reino [Francia] de relaciones exageradas y equivocadas»: Ignacio de Heredia, secretario de
Aranda en la embajada española en Francia, a Manuel de Roda, París, 13 de enero de 1777.
Cit. en PRADELLS NADAL, Jesús, «Política, libros y polémicas culturales en la correspondencia
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ÓSCAR RECIO MORALES
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cédula real ordenó hacer una nueva matrícula general de todos los extranjeros
residentes en España. Como hemos visto, esto no era ninguna novedad. Pero
sí lo era la determinación de la norma, impuesta por las circunstancias políticas. El extranjero debía de elegir claramente entre renunciar a cualquier fuero
de extranjería, avecindarse y jurar fidelidad al monarca español, o bien abandonar Madrid en un plazo de quince días y el país en dos meses90. Las respuestas ante una medida de extrême rigueur, como fue calificada por un cónsul galo, fueron diferentes dependiendo de la situación personal de cada
individuo91. Muchos comerciantes continuaron declarándose como transeúntes y rechazaron abjurar de su condición de naturales franceses. Casi de inmediato se constató una salida de ciudadanos franceses desde Madrid92. Cádiz
fue el puerto de salida de numerosos franceses de la ciudad y entre el 16 de
septiembre y el 25 de octubre partieron rumbo a Marsella seis navíos que repatriaron a un total de 513 compatriotas93. Otros, a pesar de las presiones de
los cónsules para mantener un frente común, aceptaron la domiciliación94.
Una vez más, no se podía dejar de comparar esta situación con la de otros
comerciantes. En Sevilla los irlandeses se pusieron de inmediato en contacto
con las autoridades para dejar claro que esta cédula no les concernía,
«en considération de celle ou les Catholiques de leur Nation avoient anciennement obtenu le privilege d'étre régardés comme Espagnols. Aussi, Monseigneur,
une seule Cédule leur a mérité des prevénances, et des écclaircissements que nous
n'avous pas encore pu obtenir malgré le volume de Traités, Pactes, et Conventions
qui militent en notre faveur»95.
————
extraoficial de Ignacio de Heredia con Manuel de Roda (1773-1781)», Revista de Historia
Moderna, 18 (2000), págs. 125-222, en pág. 166.
90 ANPar, AE, B/III/327: «Real Cédula de S.M. y Señores del Consejo, en que por punto
general se manda, que las justicias hagan matriculas de los extrangeros residentes en estos
Reynos con distincion de transeuntes y domiciliados». Madrid, 20 de julio de 1791.
91 ANPar, AE, B/III/327, n.º 16: D'Hermand, cónsul francés en La Coruña, 13 de agosto
de 1791.
92 «Il part tous le jours un nombre considérable de françois de cette Capitale; et exceptés
ceux que leur grand âge éloigne d'une nouvelle carrière et ceux qui possèdent ici le peu quils
ont; tous les autres ayant des moyens, des bras et de la jeunesse, refusent de prêter le serment
et partent sans hésiter»: ANPar, AE, B/III/327: Puyabry a M. de Thévenard. Madrid, 1 de
agosto de 1791.
93 ANPar, AE, B/III/362: «Notte des Bâtiments français avec les quels il a éte pané des
contracts d'affretement à Cadix en 1791, pour le transport en france des français qui furent
alors obligés de quitter l'Espagne». Lista confeccionada por el vice-cónsul Poirel, con copia
para el ministro del interior francés, 12 de agosto de 1793.
94 Caso de algunos comerciantes franceses en Sevilla, quienes «malgré toutes mes exhortations se sont naturalisés»: ANPar, AE, B/III/362: M. de Bouda a Mgr. de Thevenard, ministro de la Marina francés. Sevilla, 10 de septiembre de 1791.
95 ANPar, AE, B/III/362: Bouda a Thevenard. Sevilla, 10 de septiembre de 1791.
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LAS REFORMAS CAROLINAS Y LOS COMERCIANTES EXTRANJEROS EN ESPAÑA
91
Esta diferencia fue también advertida en Cádiz. El consulado francés cuantificó en 8.885 el número de extranjeros de la ciudad según la matrícula de
1791. De ellos, 2.500 eran franceses, 5.200 genoveses y los otros 1.200 estaban divididos en diferentes nacionalidades, entre los que no se encontraban ni
irlandeses ni flamencos:
«On ne regardé point comme Etrangers les yrlandais et les flamands, qui
sont ici en assez grand nombre, mais qui y êtant considerés, ainsy quá Seville, et
autres endroits de cette Province, comme Espagnols»96.
El círculo se cerraba y el comerciante debía elegir. Podía seguir siendo extranjero, pero sin adjetivos ni clases que pudieran hacer dudar de sus derechos
y obligaciones97. El mismo mes de agosto de 1791 una orden prohibió la formación o convocatoria de juntas a los individuos de naciones extranjeras sin
la previa licencia de las autoridades98. La situación de crisis política lo imponía, pero se trataba, como vimos, de una vieja aspiración de los comerciantes
españoles organizados localmente. Aunque los franceses recibieron esta noticia como un ataque dirigido hacia la nación más organizada99, lo cierto es que
era el fin del privilegio representado por los antiguos cuerpos de nación presentes en España desde los Habsburgo.
A principios de 1793, el regicidio de Luis XVI y las noticias sobre la profanación de lugares religiosos en Francia precipitó la situación. A principios
de marzo de 1793, una real orden dictó la expulsión de España de todos los
franceses no domiciliados100, una posición que se agravó con el estallido de la
guerra de la Convención. Una nueva disposición cancelaba toda posibilidad
de permanecer en el país, incluso aceptando las condiciones de la céduda de
marzo de 1793: debían ser expulsados todos los franceses que no pudieran
acreditar su vecindad en España (fuero de vecinos y naturaleza), independien-
————
96 ANPar, AE, B/III/362, n.º 106: Jean Baptiste Poirel, vice-cónsul francés en Cádiz, a
Veuville, Cádiz, 13 de septiembre de 1791.
97 El juramento, aclaraba Floridablanca, «no es de súbdito, y por consequencia no lo es
de fidelidad ó vasallage, sino de respeto, sumision y obediencia al Soberano y leyes del Pais
en que el extranjero reside»: ANPar, AE, B/III/327: Transmitido al Consejo en 31 de agosto
de 1791 y recogida por la Gaceta de Madrid, martes 13 de septiembre de 1791.
98 ANPar, AE, B/III/335: «Défense aux Consuls de convoquer les nationaux sans la permission du gouvernour local», agosto de 1791.
99 ANPar, AE, B/III/327: Informe de M. D'Hermand, cónsul francés en La Coruña, 30 de
septiembre de 1791.
100 ANPar, AE, B/III/327: «Real Provision de los Señores del Consejo, en que se manda
guardar y cumplir la resolucion tomada por S.M. para el extrañamiento de los Franceses no
domiciliados en estos Reynos, y la Instruccion que se inserta para su execucion». Madrid, 4 de
marzo de 1793.
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ÓSCAR RECIO MORALES
92
temente de los años de residencia y del juramento de domiciliación101. Las
consecuencias de esta orden variaron de región a región, pero fueron más duras que 1791. En Valencia, los tumultos desembocaron en el saqueo de sus
casas, la reclusión de 394 franceses en la Ciudadela por temor a que fueran
linchados y la expulsión de 326102. No se llegó a estos extremos en la vecina
Alicante, donde el matrimonio de franceses con españolas permitió a la colonia establecer lazos de parentesco e intereses comunes con la élite alicantina.
Aun así, en las matrículas formadas entre 1791 y 1793, más de la mitad de los
franceses aparecían como transeúntes (56%) y un 44% como domiciliados.
Entre estos últimos, un punto de inflexión hacia su regularización fue 1791,
cuando 70 franceses prestaron juramento de fidelidad a la corona española103.
CONCLUSIONES
Tradicionalmente se ha contextualizado la legislación anti-francesa finisecular como una reacción a la crisis de 1789 y a la guerra franco-española de
1793-95. Sin embargo, ya antes de la Revolución existía en la administración
carolina una decidida línea intervencionista sobre la necesidad de aclarar la
posición legal del comerciante extranjero en España. La normativa de 1716 y
1727 no tuvo los efectos deseados: durante la primera mitad de siglo las naciones contaban todavía con un amplio espacio de negociación con la corona
y resistieron los ataques dirigidos desde las administraciones locales. Fueron
las reformas entre 1759 y 1793 las que terminaron por erosionar los privilegios corporativos de los comerciantes extranjeros agrupados en naciones. Estas reformas no tuvieron únicamente como objetivo a los comerciantes franceses, si bien su número en España y las circunstancias finiseculares hicieron
que las medidas se hiciesen más restrictivas hacia esta nación.
El deterioro de los privilegios de grupo terminó por repercutir en cada individuo. Las autoridades pusieron un especial énfasis en acabar con situaciones de ambigüedad que podían favorecer los intereses económicos del comer-
————
101
ANPar, AE, B/III/327: aclaración sobre la provisión del 4 de marzo de 1793. Madrid,
15 de marzo de 1793.
102 ANPar, AE/B/III/362: «Quelques notices sur les evenement arrivés a Valence en Espagne contre les français qui y etoint etablis avant 1789 en raison de leur principes, et de leur
amour pour la Liberté», por B. Lanuss, sin fecha exacta, c. 1796. Ver también ALBEROLA
ROMÁ, Armando y GIMÉNEZ LÓPEZ, Enrique, «Los alborotos antifranceses de Valencia y la
huida del arzobispo Fabián y Fuero», Stvdia Historica, 12 (1994), págs. 91-112.
103 ÁLVAREZ CAÑAS, M.ª Luisa, «El protagonismo de la mujer de la colonia francesa de
Alicante. La defensa de sus intereses patrimoniales en un periodo de crisis (1793-1795)»,
Nuevo Mundo Mundos Nuevos (2008)[http://nuevomundo.revues.org/29633, fecha de consulta: 01/12/2010].
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 67-94, ISSN: 0018-2141
LAS REFORMAS CAROLINAS Y LOS COMERCIANTES EXTRANJEROS EN ESPAÑA
93
ciante extranjero y perjudicar la competencia local. Este intento con fines
económicos terminó por definir mejor el lugar de cada individuo en la sociedad española. Numerosas situaciones de integración «de hecho» del comerciante extranjero en la vida diaria de la sociedad española se pasaron a legislar para convertirlas en situaciones «de derecho». En este proceso las
naciones reaccionaron diversamente. La nación francesa en España se encontró en una situación de tutelaje y protección con respecto a París a lo largo de
todo el siglo, mientras que irlandeses y flamencos fueron capaces de reelaborar políticamente su discurso de antigua «correspondencia» con respecto a
Madrid. Esto les aportó una mayor flexibilidad. Cuando sus viejos discursos
políticos no fueron suficientes, supieron adaptar su privilegiada situación de
grupo a las nuevas realidades individuales exigidas por las reformas. Para el
caso genovés, una reciente tesis ha demostrado que las cartas de naturalización
fueron el instrumento preferido de esta nación para protegerse104. Al contrario,
todavía a fines del XVIII numerosos franceses en España consideraban compatible su integración en la sociedad española con la defensa de sus intereses comerciales basados en los privilegios arrastrados desde la época de los Habsburgo y fortalecidos durante la primera mitad del XVIII. A principios de siglo, en
una de sus representaciones, el Cuerpo de Comercio de Lima aseguraba que
«los que no estan matriculados en las Listas del Tribunal no son Cuerpo, porque no son visibles»105. En efecto, en la América española los extranjeros no
podían contar con sus propios consulados u otros organismos de representación
tan presentes en la Corte y otras ciudades españolas. Como sugiere Herrero
Sánchez, esta ausencia de un fuerte aparato representativo pudo acelerar el
proceso de integración del individuo extranjero106; en el caso de la metrópoli,
como hemos apuntado en estas páginas, la integración «por derecho» del individuo extranjero o su exclusión del cuerpo de la nación española, pasaba
primero por la desarticulación de los antiguos cuerpos de nación de tradición
habsbúrgica, todavía operativos en la España de mediados del XVIII.
Recibido: 13-12-2010
Aceptado: 14-07-2011
————
104
BRILLI, Catia, La diaspora commerciale ligure nel sistema atlantico iberico. Da Cadicce a Buenos Aires (1750—1830), Universidad de Pisa, 2008, y «Mercaderes genoveses en
el Cádiz del siglo XVIII. Crisis y reajuste de una simbiosis secular», en CRESPO SOLANA, Ana
(coord.), Comunidades Transnacionales, págs. 83-102.
105 ANPar, AE/BIII/324: el Cuerpo de Comercio de Lima, 7 de octubre de 1706.
106 HERRERO SÁNCHEZ, Manuel y PÉREZ TOSTADO, Igor, «Conectores del mundo atlántico: los irlandeses en la red comercial internacional de los Grillo y Lomelín», en PÉREZ TOSTADO y GARCÍA-HERNÁN (eds.), Irlanda y el Atlántico ibérico, págs. 307-21.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 67-94, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2012, vol. LXXII,
núm. 240, enero-abril, págs. 95-118, ISSN: 0018-2141
NEGOCIACIÓN
DEL REGADÍO:
XIX1
DE NORMAS E INTERVENCIÓN ESTATAL EN LA GESTIÓN
LA ACEQUIA REAL DEL JÚCAR A MEDIADOS DEL SIGLO
SALVADOR CALATAYUD Y SAMUEL GARRIDO
Universidad de Valencia y Universidad Jaume I
RESUMEN:
La manera como se aplican las normas para repartir el agua entre los
miembros de las comunidades de regantes ha sido objeto de abundantes
estudios. Sin embargo, sobre cómo se ha desarrollado históricamente el
proceso de negociación necesario para el diseño de tales normas, el
asunto en el que está centrada la atención de este artículo, es poco lo que
se sabe. En el artículo se utiliza el caso de la Acequia Real del Júcar, que
tras ser construida en el siglo XIII experimentó una ampliación, a principios del siglo XIX, que la convirtió en el mayor de los sistemas de riego
existentes en la España de momento. Como resultado de esa ampliación,
proliferaron los enfrentamientos entre los viejos y los nuevos regantes, el
ambiente de cooperación entre los usuarios se desvaneció y fue necesario
elaborar una nueva normativa. Para que el consenso pudiera reconstruirse, fue básica la presencia de dos factores: el hecho de que los regantes dispusieran de una elevada autonomía para rediseñar las instituciones, y la intervención de árbitros externos (que asumieron ese papel
en representación de las autoridades políticas estatales).
————
Salvador Calatayud es profesor titular del Departamento de Análisis Económico de la
Universidad de Valencia. Dirección para correspondència: Departamento de Análisis Económico, Facultad de Economía, Avenida de los Naranjos, s/n, 46022- Valencia. Correo electrónico: [email protected].
Samuel Garrido es profesor Titular del Departamento de Economía de la Universidad
Jaume I de Castellón. Dirección para correspondencia: Departamento de Economía, Universidad Jaume I de Castellón, Campus del Riu Sec, s/n, E-12071-Castellón de la Plana. Correo
electrónico: [email protected].
1
Este trabajo se enmarca en los Proyectos de Investigación SEJ2007-60845, HAR201020684-C02-01 y ECO2009-10739.
SALVADOR CALATAYUD Y SAMUEL GARRIDO
96
PALABRAS CLAVE: Regadío. Agua. Comunidades de regantes. Instituciones. Valencia.
THE NEGOTIATION OF RULES AND STATE INTERVENTION IN IRRIGATION MANAGETH
MENT: THE JÚCAR CANAL IN THE MID-19 CENTURY
ABSTRACT: The way the rules for distributing water work in irrigation communities
has been the object of numerous studies. Yet, little is known about how
the negotiation process that is required to design such rules has developed historically, which is what this article focuses on. Specifically, the
case of the Júcar Canal, which was built in the 13th century and went on
to become the largest irrigation system in Spain after undergoing an extension in the early 19th century. As a result of said extension, there were
many clashes between the old and the new irrigators, the climate of cooperation between users diminished and it became necessary to draw up
a new set of regulations. Two crucial factors allowed a new agreement to
be reached: the fact that the irrigators were able to redesign the institutions with a high degree of autonomy, and the intervention of representatives of the political authorities of the State who adopted the role of external arbitrators.
KEY WORDS:
Irrigation. Water. Irrigation communities. Institutions.
Valencia.
En los estudios sobre las instituciones que rigen el uso agrario del agua es
frecuente defender que la participación de los usuarios en la elaboración de
las normas es una condición necesaria para alcanzar una gestión eficaz y sostenible. Se aducen dos razones para ello. Por un lado, las normas han de ser
adecuadas a las condiciones locales específicas que singularizan cada sistema
de riego, por lo que se requiere contar con aquellos que poseen la información
específica que es, frecuentemente, de carácter local. Por otro, los usuarios han
de considerar legítimas las normas para respetarlas y será más probable que
las consideren legítimas si han participado en su elaboración2. Sin embargo,
también se ha destacado que la elaboración de las normas no depende tan solo
de los regantes, sino que se produce la intervención de poderes externos (en
especial del Estado), sobre todo cuando hay intereses en conflicto o proble-
————
2
OSTROM, Elinor, Governing the Commons. The Evolution of Institutions for Collective
Action, Cambridge, C. University Press, 1990; Crafting Institutions for Self-Governing Irrigation Systems, San Francisco, Institute for Contemporary Studies, 1992; y Understanding Institutional Diversity, Princeton, P. University Press, 2005. TANG, Shui Yan, Institutions and
Collective Action. Self-Governance in Irrigation, San Francisco, Institute for Contemporary
Studies, 1992. BARDHAN, Pranab, «Distributive Conflicts, Collective Action, and Institutional
Economics», en MEIER, G. M. y STIGLITZ, J.E. (eds.), Frontiers of Development Economics.
The Future in Perspective, Oxford, O. University Press, 2001, págs. 269-290.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 95-118, ISSN: 0018-2141
NEGOCIACIÓN DE NORMAS E INTERVENCIÓN ESTATAL EN LA GESTIÓN DEL REGADÍO
97
mas de coordinación con otros usuarios. La autonomía de los regantes, por
tanto, es solo parcial3.
Así sucedió en el regadío valenciano, donde han existido históricamente
varios límites a la participación del conjunto de los regantes en la gestión de
los canales: exclusión de los cultivadores no propietarios; intervención de los
municipios en la administración del agua; papel limitado de las asambleas de
propietarios; etc4. Sin embargo, se produjo también lo que podríamos llamar
una participación indirecta en el diseño de las normas: estas habían de ser
percibidas como justas por parte de los usuarios finales del agua, que en muchos casos eran arrendatarios que no podían participar en absoluto en su elaboración. Tenía que alcanzarse un cierto consenso, pues, que incluyera también a quienes no tenían derecho a participar en el diseño de la normativa.
Simultáneamente, las autoridades políticas intervinieron a menudo en la elaboración y modificación de las reglas, en particular en aquello que vinculaba
las comunidades de regantes con el «exterior». Así pues, la coerción fue otro
componente fundamental.
Este artículo pretende explorar las formas que adoptaba en la práctica la
interacción entre usuarios del agua y poder político, con el objetivo de determinar el alcance que tenía la autonomía de los regantes5. Al analizar esta cuestión, fundamental en todo sistema de riego, podremos conocer de qué manera los agricultores resolvieron los problemas de gestión colectiva del agua
provocados por la consolidación y expansión de la agricultura intensiva y
comercial en el siglo XIX.
————
3 SALETH R. Maria y DINAR, Ariel, The Institutional Economics of Water. A Cross Country Analysis of Institutions and Performance, Cheltenham, Edward Elgar, 2004, págs. 42-43;
LAM, Wai Fung, «Institutional Design of Public Agencies and Coproduction: A Study of Irrigation Associations in Taiwan», World Development, 24, 6, 1996, págs. 1039-1054; AGRAWAl,
Arun y GIBSON, Clark C., «Enchantment and Disenchantment: The Role of Community in Natural Resource Conservation», World Development, vol. 27, 4, 1999, págs. 629-649.
4 GARRIDO, Samuel, «Las instituciones de riego en la España del Este. Una reflexión a
la luz de la obra de Elinor Ostrom», Historia Agraria, 53, 2011, págs. 13-42.
5 La evolución de las instituciones jurídicas que han regulado el uso del agua en España
cuenta con una extensa bibliografía. Véanse: LALINDE ABADÍA, J. «La consideración jurídica
de las aguas en el Derecho Medieval Hispánico», Anales de la Facultad de Derecho (Universidad de La Laguna), 6 (1968), págs. 43-94; MORALES PAYÁN, M. Á. y GÓMEZ DÍAZ, D.,
«Defensa de los Tribunales de agua por los constitucionalistas de 1812», Los cultivos bajo
plástico. Actas. Primer Congreso Europeo de Derecho Agrario, Instituto de Estudios Almerienses, Almería, 1995, págs. 295-311; JORDANA DE POZAS, L., «La evolución del derecho de
las aguas en España y en otros países», Revista de Administración Pública, 37, 1962, págs. 961; GUAITA, A., «Acerca de la naturaleza jurídica de los jurados de riego», Primer Congreso
Nacional de derecho de aguas, Murcia, 1984, págs. 493-497; GALLEGO ANABITARTE, A.,
MENÉNDEZ REXACH, A. y DÍAZ LEMA, J.M., El derecho de aguas en España, Madrid, Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, 1986, especialmente vol. 2.
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SALVADOR CALATAYUD Y SAMUEL GARRIDO
98
Para ello, el trabajo se ha centrado en un sistema de riego suficientemente
importante y de larga trayectoria, como era la Acequia Real del Júcar, en la
provincia de Valencia, y en un momento muy significativo, las décadas centrales del siglo XIX, cuando se acababa de producir una ampliación del canal
que, prácticamente, dobló su tamaño y sus prestaciones y alteró las relaciones
internas entre los regantes. Como consecuencia de ello, el canal hubo de
afrontar un proceso de reelaboración de las ordenanzas que regían el riego
desde la Edad Media. Esta refundación fue impulsada por la autoridad del
Estado, pero trató de obtener el consenso de los usuarios y alumbró un sistema de riego bastante diferente del existente hasta ese momento.
CAMBIO DE ESCALA: LA AMPLIACIÓN DE LA ACEQUIA ENTRE 1766 Y 1815
La Acequia Real del Júcar (denominada Acequia de Alcira antes del siglo
XIX) es un ejemplo claro de los sistemas de riego de gran tamaño y elevado
número de usuarios, que requieren soluciones organizativas peculiares, diferentes a las de otros sistemas de ámbito exclusivamente local. Los estudios
realizados desde la perspectiva institucional afirman que la principal de las
peculiaridades de estos sistemas es la coexistencia de diferentes niveles de
acuerdos (multilevel arrangements)6: normas particulares de cada uno de los
subsistemas que componen el conjunto y normas generales que atañen a los
elementos hidráulicos compartidos, al uso del acuífero del que depende el
riego y a la coordinación con instancias exteriores.
La acequia de Alcira fue construida entre 1258 y 1269 como parte de la estrategia de la monarquía catalano-aragonesa para fijar a los repobladores cristianos en las tierras recién conquistadas al sur de la ciudad de Valencia7. El
canal principal fue financiado por el rey, mientras los regantes pagaron las
obras secundarias. Sin embargo, el ambicioso proyecto inicial, que llevaba el
canal hasta Albal (unos 54 km), quedó reducido a la mitad, con final en Algemesí (26 km). Pese a todo, se trataba de una ampliación muy sustancial del
regadío preexistente.
La monarquía renunció definitivamente a financiar la prolongación cuando, en 1404, Martín I el Humano promulgó un Privilegio que otorgaba permiso a quien emprendiera la continuación de la acequia y fijaba las condiciones
para hacerlo. Sin embargo, ningún particular, grupo de regantes o pueblo se
acogió a esta posibilidad durante más de tres siglos: las dimensiones de la
empresa y la oposición de los regantes de la parte ya construida inhibieron las
————
6
TANG, S. Y., Institutions and Collective Action, págs. 23-24 y 32-33.
PERIS ALBENTOSA, Tomàs, La Séquia Reial del Xúquer (1258-1847). Síntesi històrica i
aportacions documentals, Alcira, Germania, 1995, págs. 24-25.
7
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potenciales iniciativas, hasta que el duque de Híjar, señor de Sollana ―uno
de los pueblos que habían de acceder al riego con la prolongación― se acogió
en 1760 al Privilegio citado8.
Durante los cinco siglos transcurridos entre la construcción de la acequia y
la ampliación que iba a acometer el de Híjar, la gestión del riego se basó en
una agregación de normas de diferente origen y entidad, que se superponían y
complementaban y que habían ido surgiendo a lo largo del tiempo como respuesta a los cambios en las condiciones en que se desarrollaba el riego9.
Hubo dos recopilaciones de normas, elaboradas en 1350 y 1620, que constituyeron marcos muy generales y poco detallados pero que, por su larga vigencia (no habría otras ordenanzas hasta 1845), debieron resultar suficientes
para regular los aspectos más básicos del sistema. Al lado de esta especie de
«leyes generales», existieron también disposiciones penales escritas, como las
de 1596; normas consuetudinarias, entre las cuales se encontraban las decisiones que tomaban los acequieros y que quedaban incorporadas a la práctica
del riego; decisiones adoptadas en las reuniones de regantes; y disposiciones
del Estado que afectaban a grupos específicos de regantes o a municipios (por
ejemplo, las que trataron de resolver las pugnas entre Alcira y Algemesí o
entre el señorío de Alberique, poblado por moriscos hasta 1609, y los pueblos
cristianos de realengo).
La autonomía de los regantes para organizarse y decidir las condiciones de
uso del agua fue muy amplia durante estos siglos, a pesar de que la acequia
formaba parte del Real Patrimonio. A excepción del periodo anterior a 1350,
durante el cual la administración estuvo en manos de funcionarios de la monarquía, el Estado apenas intervino en el funcionamiento de la acequia10. Cuando
lo hacía, era para arbitrar ante conflictos entre regantes o con propósitos recaudatorios, ofreciendo concesiones a cambio de dinero. Se cumpía aquí, pues, el
principio de la gestión autónoma a cargo de los interesados en el riego.
Esta gestión hacía recaer la toma de decisiones (al menos, las que afectaban a algunos aspectos del gobierno de la acequia) sobre una asamblea, el
Consejo General de Regantes, en la que participaban todos los usuarios del
riego con un voto por persona. Sin embargo, esta forma de gobierno, participativa y abierta sobre el papel, quedaba limitada en la práctica por el hecho de
que había otros órganos más restringidos que decidían previamente las cues-
————
8 Pedro P. Alcántara Fadrique Fernández de Híjar, duque de Híjar, pertenecía a la alta
nobleza española. Era sobrino del conde de Aranda y participó en iniciativas ilustradas, por
ejemplo en la financiación de la Sociedad Económica de Amigos del País de Zaragoza.
9
PERIS ALBENTOSA, T., La Séquia Reial, pág. 62; y Regadío, producción y poder en la
Ribera del Xúquer (La Acequia Real de Alzira, 1258-1847), Valencia, Generalitat Valenciana
y Confederación Hidrográfica del Júcar, 1992, págs. 170 y ss.
10
PERIS ALBENTOSA, T., La Séquia Reial, págs. 70-73.
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tiones que habían de debatirse en las asambleas11. Además, la concurrencia al
efectiva en el Consejo General era muy limitada, de manera que solo los
miembros de las élites locales acudían a las convocatorias y votaban las resoluciones. Por tanto, el gobierno efectivo del riego era acentuadamente oligárquico. Por otro lado, la administración cotidiana del canal correspondía al
acequiero, un funcionario asalariado con un considerable poder de decisión,
que era elegido entre los «caballeros» y ciudadanos de los dos pueblos principales que utilizaban la acequia, Alcira y Algemesí. La corrupción y los abusos de poder acompañaron, a menudo, este entramado organizativo, pero no
parecen haber puesto en peligro en ningún momento la continuidad del riego
ni un consenso básico en torno a los procesos administrativos. En algunos
momentos, los conflictos que se derivaron de todo ello forzaron la intervención de la monarquía y las ordenanzas de 1620 fueron resultado, precisamente, de una de estas intervenciones destinada a reequilibrar la concentración de
poder en manos de las élites agrarias de Alcira, dominantes hasta ese momento y ahora cuestionadas por el ascenso de otros sectores terratenientes en los
pueblos vecinos.
La continuidad, no exenta de cambios, de estas características durante siglos está relacionada con el hecho de que las dimensiones de la acequia se
modificaban lentamente. El crecimiento de las tierras regadas fue muy pausado: en el siglo que va de 1673 a 1767 la superficie pasó de 3.991 hectáreas a
5.495, lo que significa un incremento medio anual de 16 hectáreas. Este ritmo
de crecimiento relativamente lento parece haber contribuido a la estabilidad
institucional. Frente a esta situación, la ampliación del canal emprendida a
finales del siglo XVIII y realizada en un corto periodo de tiempo tendría un
impacto traumático sobre la organización del sistema. Todas y cada una de las
instituciones formales o informales que regían el funcionamiento de la acequia se vieron alteradas por este cambio de escala, que casi duplicaría la superficie regada y la cifra de usuarios.
En 1766, el duque de Híjar inició las obras de continuación de la acequia.
El proyecto, inicialmente concebido para conducir el agua a su señorío de
Sollana, se extendió finalmente a otros nueve pueblos y dio lugar a una nueva
y amplia área de riego, situada al norte del viejo perímetro y que llegaba prácticamente hasta las huertas del Turia, en las proximidades de la ciudad de
Valencia. Los regantes de la acequia histórica, que inicialmente habían aceptado este proyecto, muy pronto se opusieron a la prolongación, una actitud
que derivó en motín en algún caso. Ante esta situación, la viabilidad de la
obra se vio amenazada y solo fue asegurada por el apoyo y la intervención
decidida del Estado, que asumió la iniciativa de Híjar como parte de la políti-
————
11
Ibidem, págs. 66 y ss.
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ca de estímulo de las obras hidráulicas durante el reinado de Carlos III. Para
ello, el Estado nombró un funcionario ajeno al área de riego, que se encargaría de llevar a término las obras y administrar el conjunto de la acequia durante un periodo que habría de prolongarse hasta 1839. Ello representó una alteración drástica de la manera de dirigir el canal: la burocracia estatal del
absolutismo entraba en el gobierno de la acequia y rompía con la autonomía
tradicional de los regantes. De esta experiencia quedaría una especie de memoria histórica que, mucho tiempo después, todavía identificaba este periodo
intervencionista con una era de autoritarismo y tiranía12.
CUADRO 1. CAMBIOS EN EL TAMAÑO Y LAS CARACTERÍSTICAS DE LA ACEQUIA REAL DEL JÚCAR
ca. 1767
ca. 1845
5.495
12.735
1.ª sección 6.497
2.ª sección 6.238
Número de municipios
11
21
Número de propietarios
de tierras regadas (*)
~ 2.000
10.915
Huerta 65
Moreras 30
Huerta 54
Arroz 46
Superficie regada (Hectáreas)
Cultivos predominantes (%) (**)
(*) La cifra de 1767 corresponde a los valores medios del siglo previo. La de después de 1845
corresponde a 1887.
(**) Los valores de 1767 corresponden a Alcira en 1762.
Fuente: PERIS ALBENTOSA, T., La Séquia Reial, pág. 61; y Regadío, producción, pág. 1992, pág. 60;
CALATAYUD, Salvador, «El conreu cobejat: arròs i transformacions agràries al litoral valencià,
1800-1870», en NICOLÁS, M. (ed.), Bernat i Baldoví i el seu temps, Valencia, Universitat de València, 2002, págs. 113-134.
Cuando finalizaron las obras en 1815, el viejo canal había ampliado sustancialmente sus dimensiones, con el consiguiente aumento del número de
agentes y pueblos implicados. El sistema de riego que resultaba de todo ello
era muy distinto del tradicional, como puede verse en el cuadro 1. Las diferencias respecto al pasado iban más allá del cambio de dimensiones: la acequia de 1845 integraba situaciones sociales y organizativas muy heterogéneas, especialmente el contraste entre los pueblos con tradición de gestión
————
12 GARCÍA MONERRIS, Carmen, La Corona contra la historia. José Canga Argüelles y la reforma del Real Patrimonio valenciano, Valencia, Publicacions de la Universitat, 2005, pág. 210.
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colectiva del riego y los pueblos «clientes» de una especie de empresario de
riego que era el duque de Híjar. El resultado no era necesariamente perjudicial para los antiguos regantes, que se beneficiaban del aumento de caudal en
la acequia producido por la ampliación del azud y del canal principal, obras
que había costeado Híjar. De este modo, la superficie regada también pudo
ampliarse en las antiguas comunidades aguas arriba, en muchos casos de manera ilegal13.
Los inicios del funcionamento del canal ampliado tuvieron lugar en medio
de profundas conmociones sociales y políticas. La prolongada etapa de inestabilidad política durante el proceso de la revolución liberal produjo un cuestionamiento de la autoridad también en los sistemas de riego, de manera que,
en muchos de ellos, se multiplicaron las dificultades para hacer cumplir las
normas en vigor y para limitar el acceso fraudulento al agua, este último uno
de los puntos críticos de todo sistema de riego. Al mismo tiempo se estaba
remodelando la estructura de propiedad de la tierra, de la que resultaría una
nueva jerarquía social agraria: desaparición de la propiedad eclesiástica, que
había sido importante en el área regada por la Acequia Real; abolición de los
señoríos y, por tanto, mengua en la capacidad de los señores para controlar la
organización del riego en los pueblos de su dominio; nuevas entradas de capital urbano en la propiedad de la tierra. Cambiaba también la configuración del
Estado, con la creación de la figura del jefe político provincial, brazo ejecutor
directo del gobierno central; la de un nuevo régimen municipal; y la implantación de la representación política, aunque fuera censitaria. Y todo ello simultáneamente al crecimiento demográfico y la consiguiente presión sobre la
superficie regada y la sustitución de cultivos en favor del arroz, un producto
beneficiado por los cambios en los precios relativos de las cosechas.
El impacto de este conjunto de cambios sobre el uso del agua fue muy visible. Hacia 1840, el riego se había vuelto más incierto y difícil. Cañaverales
y maleza invadían el trazado del canal y los desprendimientos de tierra y roturas dificultaban el paso del agua14. La extraordinaria fragilidad de estos sistemas de riego, en los cuales la mayor parte de la infraestructura era de tierra y
barro, exigía, como condición básica para un funcionamiento eficaz, trabajos
regulares de mantenimento y reconstrucción. Una de las consecuencias de las
tensiones que experimentó la sociedad rural durante las décadas de la revolución liberal fue el abandono parcial de estas labores, porque el cuestionamento de las jerarquías tradicionales y los efectos de la crisis agraria sobre la ca-
————
13
Archivo de la Acequia Real del Júcar (a partir de aquí AARJ), c-190, exp. 5, 1818.
Proyecto de Reglamento que por orden de D. Antonio González Madroño, Baile general del Real Patrimonio de Valencia, ha formado el Síndico Procurador General de la comunidad de regantes de dicha real acequia, para la monda y desbroze de la misma, Valencia,
Imp. Ferrer de Orga, 1838, pág. 1.
14
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pacidad de gasto de los agricultores debieron retraer el compromiso colectivo que
ello requería. La autoridad del Baile del Real Patrimonio, que había asumido la
administración de la acequia una vez finalizada la construcción, no bastó para
obtener la cooperación de regantes y ayuntamientos, al tiempo que la carencia de
normas e instituciones adecuadas a la nueva situación creaba una gran incertidumbre. En estas circunstancias, sería la progresiva consolidación del nuevo ordenamiento liberal la que favorecería la restauración del consenso.
La reconstrucción institucional se inició cuando, en 1839, el jefe político
sustituyó al Baile en la dirección del canal. Con mayor legitimidad política y
apoyo gubernamental, la nueva autoridad hizo frente al deterioro organizativo
y a la ausencia de normas consensuadas. A principios de la década de los cuarenta, era el jefe político quien establecía cada año el reparto del agua y aseguraba un orden precario (enviando en ocasiones fuerza armada para asegurar
el riego), no sin protestas de diferentes grupos de regantes. El jefe político
envió técnicos a estudiar la situación del canal y la información recabada le
permitió concluir que todas las partes violaban las concesiones legales que
tenían asignadas. Los pueblos de la primitiva acequia, aprovechando su posición en la cabecera del canal, captaban más agua de la que les correspondía.
Por su parte, en los pueblos de nuevo riego, la superficie beneficiada por el
agua había crecido mucho más allá de lo establecido en los planes originarios
de Híjar. Además, varios años sucesivos de bajo caudal en el río y el mal estado de la infraestructura habían agravado la pugna desesperada por el agua.
La causa última de todo ello parecía clara: «... no existe una concordia, una
ley armónica y reguladora de derechos y obligaciones»15.
Las normas del pasado resultaban inadecuadas para un sistema de riego
sustancialmente diferente. Si en los siglos anteriores «...la precisión de trabajar de mancomun obligó a dichos pueblos regantes a unirse bajo ciertos pactos, que aunque sencillos e imperfectos, eran suficientes por entonces para
disfrutar del agua que necesitaban»16, ahora la extensión y complejidad del
canal exigían la renovación de aquellos acuerdos. Además, el hecho de que el
cambio hubiera sido decidido y ejecutado por la autoridad externa, y no por
los mismos regantes, resultó letal para los mecanismos de cooperación. Tras
imponer un incremento importante de quienes tenían derecho al empleo del
agua, en contra de la opinión de los usuarios establecidos, se hizo necesario
prolongar la intervención mediadora del Estado.
————
15
Copia del Informe del Sr. Jefe Superior Político de esta provincia y resolución tomada
en los expedientes de D. Alejandro Aznar y D. Pascual Testor sobre reparto de las aguas de la
Acequia Real de Alcira y la del Proyecto en el año 1842, Alcira, Imp. S. Lledó, 1932, pág. 10.
16
Proyecto de Ordenanzas para el gobierno de la Acequia de Alcira redactado de orden
del Sr. Jefe Superior Político de esta provincia D. Miguel Antonio Camacho por el oficial
primero D. Pedro López Chapí, Valencia, Imp. Ferrer de Orga, 1842, pág. 1.
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EL PROCESO DE NEGOCIACIÓN DE LAS NUEVAS NORMAS, 1815-1845
La necesidad de unas normas que hicieran viable el canal ampliado no era
compartida por el conjunto de los regantes. En los sistemas de riego, una de
las líneas de fractura más habituales es la que separa ―y, eventualmente, enfrenta― a quienes tienen sus parcelas en los primeros tramos del canal principal y a los que las tienen al final. Estos últimos son los más interesados en que
las reglas estén muy claramente especificadas y en que los trabajos de mantenimiento se realicen de manera adecuada. Ello es especialmente aplicable al
caso estudiado. Mientras los regantes de la segunda mitad del canal pedían, de
manera urgente, un cambio en la normativa, los regantes antiguos, situados
aguas arriba, se resistían a que ello sucediera, porque las viejas reglas resultaban beneficiosas para ellos y la ausencia de normas generales también los favorecía, como consecuencia de disfrutar de ventajas físicas en el acceso al agua.
En estas condiciones, fue el Estado el impulsor del cambio normativo y el que
forzó a los diferentes agentes a negociarlo bajo su supervisión. Sin embargo, no
fue un proceso fácil. Antes de conseguir el establecimiento, en 1844, de unas
ordenanzas nuevas hubo que afrontar varios intentos fracasados.
Durante las tres décadas previas se habían presentado cinco proyectos diferentes de ordenanzas, sin que se consiguiera consensuarlas ni aprobarlas.
Estos proyectos sucesivos tenían orientaciones muy diferentes, influidas por
los contextos políticos cambiantes bajo los cuales se elaboraron. El redactado
en 1815, bajo la reacción absolutista, consolidaba el gobierno de la acequia
por un poder externo y dejaba en una posición subordinada a las agrupaciones
de regantes17. Estas no lo aceptaron y el Estado no consiguió imponerlo. El
segundo proyecto, presentado en 1822 en un contexto político muy distinto,
suprimía toda autoridad por encima de los regantes y privilegiaba a los de las
antiguas comunidades y a los ayuntamientos. Se discutió públicamente en
todos los pueblos mediante reuniones abiertas de todos los regantes, pero el
giro político del año siguiente dejó en suspenso la iniciativa18. Más adelante,
en 1835 y 1838, se elaboraron otros borradores de ordenanzas que no llegaron
a ser discutidos, mientras las tensiones entre los dos tramos de la acequia crecían y las autoridades externas no conseguían pacificar la gestión del agua.
Esta situación exigía una intervención cotidiana del poder político, de manera que, a la altura de 1842, los problemas de riego en esta y otras acequias
————
17
PERIS ALBENTOSA, T., La Séquia Reial, págs. 186-187. También: AARJ, c. 190, exp.
5, «Observaciones al Proyecto de Ordenanzas formado por los cinco Electos de la Antigua
Comunidad de Regantes en quanto toca a la Acequia del proyecto y derechos de S.E. el Duque
de Híjar».
18
Proyecto de Ordenanzas para el gobierno de la acequia llamada de Alcira, Valencia,
Imp. de Venancio Oliveres, 1822. También AARJ, c-190, exp. 7.
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desbordaban la acción administrativa del jefe político y absorbían buena parte
de los recursos humanos de la autoridad provincial. El Estado aumentó su
implicación y forzó el cambio normativo cuando Espartero decretó la obligación de redactar las ordenanzas en un plazo breve. De ello resultó un borrador
redactado por funcionarios del gobierno civil en 1842. En este proyecto quedaba reforzada la postura de los regantes antiguos, a quienes se restituían las
atribuciones que venía desempeñando la autoridad externa desde hacía décadas. A los ayuntamientos se les concedía una gran capacidad de intervención,
mientras la participación de los regantes en la dirección del canal se extendía
a una parte muy amplia de los propietarios (podían ser directivos los poseedores de más de 1,6 hectáreas) e incluso a los arrendatarios que cultivaran más
de 2,5 hectáreas19. Este proyecto de ordenanzas, como los anteriores, no consiguió la aceptación de todos: fue rechazado por los regantes de la segunda
parte del canal y por el duque de Híjar.
El intento definitivo vendría en 1844 y fue precedido de una nueva inspección de la acequia, ordenada por el jefe político y realizada por personal ajeno
al canal. Este estudio confirmó el mal estado de mantenimiento, las importantes
pérdidas de agua durante la conducción y la situación precaria en que se encontraba el riego en el segundo tramo20. Con esta información como base, el Ministerio de la Gobernación dio todas las atribuciones al representante provincial
del Gobierno para dirigir la redacción de nuevas ordenanzas y forzar a las partes a reunirse. Y sancionó esta capacidad con la promulgación de tres decretos
en los que se establecían los principios que debían inspirar las normas nuevas y,
en especial, la cuestión central: la consideración de las dos partes de la acequia
como un único canal con los mismos derechos para todos los regantes21.
La negociación que, finalmente, alumbró las nuevas normas se produjo en
dos niveles diferentes. Por un lado, hubo lo que podríamos denominar una
negociación indirecta, un debate público en el cual las partes enfrentadas se
dirigían a la autoridad política y a la opinión pública a través de escritos, reclamaciones, etc., a veces editados para facilitar su difusión y que aspiraban a
influir en las decisiones finales. Por otra parte, hubo también una discusión
directa artículo por artículo en reuniones presididas por el Jefe Político.
————
19
Proyecto de Ordenanzas para el gobierno de la Acequia de Alcira. El contexto político durante estos años en los que el progresismo arraigó profundamente en la zona de Alcira
debe tenerse en cuenta para entender el activismo con el que la antigua comunidad se resistió
a la incorporación del segundo tramo del canal con los mismos derechos que los viejos regantes; cf. RODRÍGUEZ SERRES, Fernando, «Aproximación a la vida política alzireña durante la
regencia de Espartero (1840-1843)», Al-Gezira, 6, 1990, págs. 309-341.
20
Justificación del agua a perder en la acequia de Alcira en lo que va del presente año
de 1844, Valencia, M. López, 1844.
21 Real Orden del 1 y del 9 de marzo y del 2 de julio de 1844; AARJ, c. 189, exp. 16; Archivo de la Diputación Provincial de Valencia (en adelante ADPV), E.3.1., c. 49, exp. 818.
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En lo que respecta a la primera, se trató de la confrontación pública de dos
relatos opuestos que habían ido elaborando las dos partes durante el conflictivo periodo anterior y que trataban de justificar las aspiraciones al control del
agua a partir de las necesidades presentes, pero también en base a una apelación a argumentos históricos, presentados como demostración de las demandas respectivas. En los sistemas de riego tradicionales del territorio valenciano, el pasado era una reserva de datos, seleccionados o «inventados» con
propósitos legitimadores; no solo se referían a la costumbre sino también a
concesiones del derecho a extraer agua de los ríos, realizadas por los monarcas medievales: Jaime I para unos, Martín I para los otros, pero en los dos
casos presentados como reyes benefactores por su impulso al regadío. En esta
amalgama de elementos de diferente origen, había también un espacio para
los principios fundados en la propiedad privada sobre las tierras regadas, sobre
la riqueza creada con el uso del agua y sobre las canalizaciones e infraestructuras: para ambas partes, el agua que les correspondía era una propiedad «sagrada
e inviolable», aun cuando se justificara por concesiones medievales. Finalmente, se aducían argumentos más productivistas cuando, por ejemplo, se cuantificaban las pérdidas de cosechas en la parte final de la acequia causadas por la
falta de ordenación en el volumen de agua disponible para estos regantes22.
Los pueblos que obtenían el riego de la antigua acequia de Alcira consideraban que su uso del agua, anterior en el tiempo, les otorgaba derechos preeminentes sobre los regantes incorporados con posterioridad. No había, pues, que
alterar la administración de la acequia, que debía seguir rigiéndose por el «…
contrato celebrado por los vecinos de Alcira con el rey D. Jaime el 1º…»23.
Desde esta perspectiva, los regantes nuevos solo tendrían derecho al agua sobrante de la primera parte del canal y, en consecuencia, no podían formar parte
de la dirección en igualdad de atribuciones. Rechazaban, pues, la decisión del
gobierno de unificar plenamente la gestión de ambas partes del canal. En la
práctica, ello implicaba dejar la acequia en un estado precario, con regantes
(aproximadamente la mitad de ellos) excluidos de la toma de decisiones, lo que
habría comprometido la viabilidad de la nueva área de riego.
Tanto para los nuevos regantes como para el duque de Híjar y el Real Patrimonio (que era propietario eminente de las «fronteras» de la Albufera, muy
————
22
Para el área regada en Silla las pérdidas en 1843 se calcularon en 2,9 millones de reales; ADPV, E.3.1., c. 48, exp. 805. En 1842 se evaluaban las pérdidas totales del segundo
tramo, provocadas por la falta de agua, en unos 6 millones de rv. Se trata de cálculos realizados por peritos para unas diligencias judiciales. La cifra de seis millones equivalía al 89% del
valor anual de los arriendos de todas las tierras que regaban del segundo tramo de la acequia;
véase CALATAYUD, S., MILLÁN J. y ROMERO, M.ª C., «El rentismo nobiliario en la agricultura
valenciana en el siglo XIX», Revista de Historia Económica, XVIII, 1, 2000, pág. 106.
23 ADPV, c. 52, exp. 870.
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beneficiadas por la prolongación de la acequia), la concesión para construir el
segundo tramo comportaba el derecho a una determinada cantidad de agua del
Júcar, separada de la que correspondía a la zona de riego antiguo24. Este volumen de agua ―que tenía que discurrir, sin embargo, por el mismo canal―
había de ser fijado con precisión y estaría definido por el volumen incorporado a la acequia a través de la compuerta construida por el duque a finales del
siglo XVIII. La propiedad sobre esta obra proporcionaba el derecho sobre el
agua. Para asegurar estas condiciones, los mecanismos de administración de la
acequia debían integrar los dos tramos con los mismos derechos y atribuciones.
Insistían en excluir toda intervención de los ayuntamientos a partir de la idea de
que solo los regantes podían decidir sobre el agua: «El interés individual es el
que mueve al hombre y el que dirige sus operaciones. Nadie mejor que los regantes propietarios de tierras pueden elegir personas que correspondan a la confianza que en ellas se deposite»25. Para estos poderosos terratenientes y dueños
del dominio directo, la consolidación del nuevo regadío exigía una ruptura con
la tradicional preeminencia de los municipios y, en especial, con el de Alcira,
muy favorecido por el sistema tradicional de gestión26.
Ambas posturas contrapuestas implicaban también visiones distintas sobre
el grado de fijación de los mecanismos hidráulicos. Los regantes nuevos, que
compartían un caudal que otros ya utilizaban previamente y lo hacían desde
una posición débil por encontrarse aguas abajo, aspiraban a la máxima institucionalización de su acceso al agua. Planteaban, por ello, cuestiones centrales en la organización de todo sistema de riego que problematizaban las convenciones no escritas que, para los regantes tradicionales, habían presidido el
uso del agua. Por ejemplo, al pretender que se estableciera la dotación exacta
que les correspondía, los regantes nuevos cuestionaban la pretensión de los
del primer tramo de cederles solo los sobrantes, como sucedía en otras acequias construidas en tiempos recientes27. Al mismo tiempo, los usuarios del
segundo tramo estaban más interesados en los trabajos de mantenimiento de
la acequia que los regantes de aguas arriba: el volumen de agua que les llegaba dependía en mayor medida de la correcta realización de la limpieza anual
del canal y del resto de obras de reparación. Por ello, defendían la instalación
de mojones para establecer los puntos de referencia que habían de servir para
limpiar el canal. Algunas de sus propuestas significaban un replanteamiento
de la tecnología hidráulica en la que se basaba el sistema de riego. Así, para
————
24
25
ADPV, E.3.1., c. 49, exp. 820; y c. 48, exp. 805.
AARJ, c-189, exp. 14, 1844.
26
AARJ, c-189, exp. 14.
27 Es el caso de los regadíos de la zona denominada Francs i Extremals en la huerta de
Valencia; cf. Lluch, Ferran y Beltrán, Lluis, Las acequias de Francos, Marjales y Extremales
de la ciudad de Valencia, Valencia, Ayuntamiento, 1991.
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evitar «... todo esceso y desorden», proponían instalar derivaciones fijas e
inmodificables, en lugar de los mecanismos en uso, poco precisos y fácilmente manipulables. Las compuertas, boqueras, etc. debían ser de piedra o metal,
tener unas dimensiones fijas que permitieran captar solo el volumen de agua
necesaria y poder ser reguladas con precisión. Sin embargo, todo ello exigía
medir previamente la cantidad de tierras que regaban de cada derivación. En
todo caso, las dimensiones fijadas para los diferentes mecanismos debían recogerse en registros custodiados por la administración del Estado y por los
ayuntamientos a fin de poder comprobar, cada año, si se habían producido
modificaciones fraudulentas28. Se aspiraba así a un grado mayor de codificación de aspectos esenciales del riego, que comportaba elevados costes de instalación y supervisión y un replanteamiento aún mayor de los acuerdos en que
se fundaba el sistema29.
Frente a estos dos discursos opuestos, la autoridad política tenía su propia
posición sobre el modo en que debía gestionarse el canal. Propugnaba la consolidación legal de algunas de las atribuciones que ella misma venía desempeñando, a partir de una comprensión amplia del interés público: «...muchos creen que estas cuestiones son privadas porque sólo se trata de intereses de
particulares que pueden gobernarse a su antojo y ésto es un craso error. Estas
cuestiones son públicas y si median intereses de particulares, median también
intereses públicos de Gobierno»30. Por ello, el jefe político debía formar parte
de la dirección del canal; tener voto en todas las decisiones; aprobar la recaudación de fondos y las obras; intervenir en el nombramiento de los cargos importantes (lo exigían «... razones de política... cuanto menos para evitar que con
este nombramiento pueda darse a persona determinada una influencia perjudicial»); autorizar nuevas captaciones de agua; y ser la única instancia para imponer sanciones. Todo lo cual se planteaba en un contexto en el que el representante del gobierno estaba recabando información de todos los pueblos de la
provincia sobre las normas de riego que regían en cada lugar, mientras intervenía en muchas de las acequias para imponer cambios y forzar nuevos acuerdos31.
————
28 Ibidem: las entradas de agua debían conservar «... las mismas exactas pulgadas de
diámetro... que serán cotejadas con las que resulten del testimonio que debe obrar en los archivos».
29 Sobre los costes de establecer de forma precisa los derechos de propiedad: EGGERTSSON, Thráinn, El comportamiento económico y las instituciones, Madrid, Alianza, 1995, págs.
95 y ss.
30
AARJ, c-189, exp. 9.
31
ADPV, c-53, exp. 899; c-56, exp. 921y 931; c-61, exp. 1023. FERRI, Marc, «Reorganización de los regadíos valencianos en el siglo XIX: las ordenanzas liberales de la provincia de
Valencia (1835-1850)», Áreas, 17, 1997, págs. 77-89.
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En el contexto de esta confrontación de discursos, se produjo en 1844 la
negociación directa de las normas. La iniciativa correspondió al jefe político,
que presentó un borrador de ordenanzas y, a continuación, reunió una comisión formada por representantes de los regantes para discutir el texto32. Los
veintiocho delegados fueron elegidos en asambleas en los pueblos de ambas
partes del canal, en las cuales participaron propietarios regantes que, a su vez,
habían sido escogidos por los ayuntamientos33. Las dos partes del canal contaban con igual número de representantes y entre los elegidos se encontraban
miembros de las élites locales, grandes propietarios urbanos y los representantes de la casa de Híjar. Todo ello se hizo, no obstante, al ritmo marcado
por el jefe político, que convocaba las reuniones, intervenía en ellas y, con
frecuencia, deshacía con su voto los empates en las votaciones.
La mayoría de las normas que propuso la autoridad política en su texto
fueron aceptadas sin modificaciones o solo con retoques formales. Hay dos
razones que lo explican. Por un lado, las normas afectaban tan solo al canal
principal y no entraban en las prácticas administrativas y de reparto del agua
que se habían de seguir en cada pueblo, una vez que el agua entrara en las
derivaciones respectivas. Se les reconocía así a las diversas comunidades locales una autonomía muy amplia en la organización del riego. Por otro, el
redactor del borrador parece haber buscado un cierto equilibrio entre las partes ―que comenzaba por la paridad de representantes de los dos tramos de la
acequia en todos los órganos de gobierno―, aunque el hecho mismo de cambiar las normas suponía eliminar la preeminencia tradicional de unos y crear
derechos nuevos para los otros.
Sin embargo, a pesar de este consenso bastante amplio, hubo discusión sobre algunos puntos importantes y se introdujeron novedades y modificaciones
en el curso de los cinco días de reunión. La cuestión que provocó más debate
afectaba a los criterios para formar los órganos de gobierno de la acequia:
quién debía estar representado y cómo se elegirían los cargos directivos. Tres
aspectos básicos dominaron el debate:
En primer lugar, la pretensión de los regantes antiguos de que solo los
pueblos pudieran elegir representantes en los futuros órganos de gobierno, lo
cual excluía al duque de Híjar. Esto fue rechazado gracias al voto del jefe
político, que introducía así al propietario de la segunda parte del canal en la
dirección.
En segundo lugar, los representantes del segundo tramo (entre los cuales,
como veremos, predominaban los grandes propietarios urbanos) propusieron
que la elección la hicieran directamente los regantes, sin participación de los
————
32
ADPV, E.3.1., caja 57, exp. 955.
Como consecuencia de las diferentes orientaciones políticas en los municipios, fueron
elegidos algunos representantes progresistas, opuestos al gobierno; ADPV, c. 54, exp. 909.
33
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ayuntamientos, a lo que se oponían la otra parte y el jefe político, que acabaron consolidando el papel de los municipios en la nueva dirección del canal.
Se aprobó un mecanismo de elección que establecía en cada pueblo una especie de colegio electoral compuesto por todos los concejales y por un número
igual de mayores propietarios. Este diseño integraba situaciones sociales que
eran diferentes en cada lugar, consagrando al mismo tiempo un equilibrio
entre élites locales y grandes terratenientes forasteros.
En tercer lugar, se discutió mucho sobre el número de representantes de cada pueblo y se rechazó que fuera proporcional a la superficie regada. Esta posibilidad habría beneficiado a los pueblos grandes, mientras que la representación
aprobada ―que atribuía un representante a los pueblos pequeños y dos a los
grandes― diluía el peso del municipio que había dominado hasta entonces la
dirección de la acequia, Alcira. Y, una vez más, la diversidad social de los propietarios regantes se incorporaba a la dirección al establecer que, donde había
dos representantes, uno de ellos debía ser vecino y el otro forastero.
Junto a la configuración de los órganos directivos, la otra gran cuestión fue
la distribución del agua desde el canal principal a los canales secundarios.
Aquí, sin embargo, la discusión fue menor, ya que las normas no establecían
los volúmenes de agua sino que remitían, provisionalmente, a la partición vigente («... los usos establecidos y la práctica corriente»)34. La autoridad política
no quiso entrar en una de les cuestiones más sensibles y decisivas del sistema
de riego, como era el reparto del agua. Se acordó que la distribución definitiva
se establecería según la superficie regada por cada derivación, la calidad de
las tierras y el cultivo predominante. Para ello las normas obligaban a elaborar, en el término de un año, un registro de todas las tierras de riego cuya confección estaría dirigida por los nuevos órganos de gobierno que se establecerían, en colaboración con los ayuntamientos de cada pueblo. Este registro
habría de ser la herramienta para fundar una nueva distribución del agua y
ello suponía la refundación de los acuerdos en que se había basado durante
siglos la existencia del canal. Precisamente la trascendencia de esta iniciativa
puede explicar que el registro no llegara a materializarse en el plazo establecido y tuviera que esperar durante décadas, aun cuando ello contravenía el
artículo 115 de las nuevas ordenanzas. En la práctica, la confección de este
documento se convertiría en un campo de batalla más entre los pueblos, la
autoridad nueva de la acequia y el gobierno.
Hubo, en cambio, mucha discusión sobre dos puntos específicos que afectaban a la distribución del agua. El primero fue un debate terminológico en el
que algunos pusieron mucho interés: se debatió si la cantidad de agua que se
asignaría a cada canal secundario sería la «suficiente», como proponía el bo-
————
34
ADPV, c. 54, exp. 909, f. 52.
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rrador (y resultó aprobado), o la «conveniente», como apuntaba un representante del primer sector de la acequia. Mientras el primer adjetivo sugería una
dotación adaptada a las necesidades estrictas, el segundo parecía apuntar otros
criterios que fácilmente podían vincularse a los volúmenes empleados tradicionalmente. El segundo punto de discusión afectaba a la distribución excepcional del agua en tiempos de sequía. Cuando fuera necesario racionar el
agua, los regantes antiguos pretendían tener preferencia y así se aprobó con el
voto del jefe político. Ello concedía una preeminencia a los derechos tradicionales en una cuestión que no era secundaria, porque la falta de agua era
una amenaza frecuente. Sin embargo, cuando las ordenanzas se publicaron
unos meses después, este artículo había cambiado radicalmente y se había
establecido una distribución por tandeo entre todos los pueblos regantes, que
fue la que primaría desde entonces. No sabemos qué indujo esta modificación
de lo aprobado por la mayoría, ni conocemos las reacciones que el cambio
debió provocar, pero la cuestión plantea el juego de influencias que los regantes del segundo tramo y el propio duque de Híjar debieron poner en marcha
frente a una decisión que les perjudicaba.
Sobre otras cuestiones importantes hubo un consenso significativo: la preferencia que se otorgaba al riego sobre los molinos y otros artefactos hidráulicos; el capítulo entero de las sanciones; o la retirada a los ayuntamientos y a
Híjar de la facultad de conceder riego a nuevas tierras o agua para nuevos molinos. Por lo que respecta a esta última limitación, sería difícil hacerla respetar,
como veremos enseguida, en gran medida a causa del retraso en la elaboración
del nuevo censo de tierras. Las tensiones entre los diferentes componentes del
canal y la nueva autoridad política no iban a desaparecer en el corto plazo, aun
cuando quedaban enmarcadas en el nuevo conjunto normativo.
LA INTERVENCIÓN ESTATAL Y LA DIVERSIDAD SOCIAL DE LOS REGANTES
Las nuevas normas y su sanción por el poder político (se aprobaron mediante una real orden en 1845) no aseguraron de inmediato el funcionamento
cotidiano de la acequia. Desde el primer momento se multiplicaron los conflictos y el gobernador tuvo que intervenir de forma habitual. La primera reunión de la nueva junta general, celebrada un mes después de aprobarse las
ordenanzas, ya estuvo presidida por un representante suyo, que forzó la aceptación de los criterios de funcionamiento del nuevo organismo y la elección
de todos los cargos35. La construcción del consenso fue, por tanto, una labor
difícil que no culminaría hasta algunas décadas más tarde. La aplicación de
————
35
ADPV, c-62, exp. 1050.
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las nuevas Ordenanzas se enfrentaba a multitud de oposiciones. No se trataba
solo de la pervivencia de aquellas visiones contrapuestas sobre el funcionamiento de la acequia que venían del pasado. Conflictos nuevos aparecieron en
un contexto muy cambiante por lo que respecta a las bases sociales de la propiedad y a la orientación productiva de la agricultura de regadío. La extrema
complejidad de este sistema de riego generaba muchas divergencias entre el
conjunto de regantes, multiplicaba los enfrentamientos, cuyos protagonistas
cambiaban con frecuencia, como también cambiaban las alianzas entre grupos
diferentes. Así, encontramos regantes antiguos enfrentados todavía a los incorporados más recientemente, los cuales se aliaban, a veces, con Híjar; encontramos a los pueblos, a través de sus ayuntamientos, en conflicto con la
dirección de la acequia; en ocasiones, los propietarios locales en pugna con
los terratenientes urbanos; los regantes de la segunda sección enemistados
con el duque de Híjar, a quien pagaban por el agua; y, junto a todo ello, encontramos el más universal de los conflictos, el que oponía a quienes usaban
el agua sin derecho a ello, o sin respetar las normas, con los regantes cooperativos que se encontraban protegidos por las instituciones de la acequia.
Las cuestiones que fueron objeto, con mayor frecuencia, de la intervención
del representante del gobierno nos permiten calibrar los límites de la gestión
autónoma del riego y el papel que cumplía la autoridad externa en la regulación y el arbitraje. Podríamos agruparlas en cuatro ámbitos:
Desde el primer momento de la nueva etapa, los antiguos regantes constituyeron una entidad que pretendía una autonomía respecto a los nuevos órganos de dirección: se dieron el nombre de Junta Defensora de la Antigua Comunidad, contaron con fondos propios pocedentes de las cuotas generales que
pagaban los regantes del primer tramo y celebraban también reuniones anuales36. El Gobernador aceptó esta representación, que intervino en diferentes
conflictos, demandas y pleitos durante la década de 185037. Había, pues, una
estrategia para reconstruir la organización de los regantes tradicionales, que
permitía seguir cuestionando, bajo la nueva legalidad, los derechos otorgados
a los regantes nuevos y al duque de Híjar. El conflicto de legitimidades continuaba y, con él, la pugna por la «creación» de la tradición del riego en la zona, pero la autoridad política, que toleró esta iniciativa, impidió que llegara a
afectar a la aplicación de las normas de 1845.
En segundo lugar, la fijación y recaudación de las cuotas de riego fueron
problemas que obligaron a recurrir a la autoridad externa38. Las dificultades
————
36 ADPV, c-62, exp. 1056. Relación del pleito que en grado de apelación sigue la Comunidad de Regantes de la acequia de Alcira con D. José Fadrique Fernández de Híjar, Valencia, Ayoldi, 1855.
37
ADPV, c-62, exp. 1050.
38 ADPV, E.3.1., c. 240, exp. 5437.
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eran múltiples, pero destacan dos: definir las cantidades que debía pagar Híjar, en ausencia de un empadronamiento fiable de la superficie que regaba la
segunda parte del canal; y aplicar procedimientos extraordinarios para cobrar
a los regantes atrasados en el pago (que representaban, en determinadas coyunturas, cifras elevadas: por ejemplo, 272.000 reales en 1845, el 38% del
importe total de la recaudación39), para lo cual era necesaria la fuerza legal de
la autoridad política.
En tercer lugar, el arbitraje entre la dirección de la acequia y los pueblos
que regaban de ella fue un motivo muy frecuente de intervención del Gobernador. En la peculiar organización de este canal de grandes dimensiones, el
papel de los ayuntamientos era clave, pero los límites entre la autoridad general y la particular en cada término municipal no siempre estaban claros y eran
objeto recurrente de disputa40.
Por último, el arbitraje en las multas impuestas por la acequia ocupó también al gobernador41. A veces, los sancionados protestaban por la sanción y la
autoridad provincial decidía. Es el caso, por ejemplo, de la reclamación que
hizo el conde de Soto Ameno por las multas impuestas a sus arrendatarios de
Albal por regar sin derecho; el Gobernador las dejó en suspenso hasta que el
conde pudiera demostrar el derecho al riego de las tierras.
La intervención de la autoridad externa venía forzada por la frecuencia de
las perturbaciones institucionales en la gestión del riego, que hemos visto en
las páginas precedentes. Sin embargo, también fue importante el hecho de que
los regantes no constituyeran un grupo homogéneo desde el punto de vista
social y económico, es decir, como propietarios de tierras y como productores
agrarios. Por el contrario, las desigualdades eran muy marcadas y adquirían
diversos significados según los contextos locales. No resulta sencillo atribuir
una adscripción social diferenciada a las posturas que, a menudo, entraban en
conflicto. En principio, el contencioso más visible, el que enfrentaba a los dos
tramos de la acequia, oponía a dos conjuntos de propietarios que, internamente, estaban atravesados por diferenciaciones semejantes en uno y otro caso. Se
trataba, pues, de un buen ejemplo de los conflictos de tipo «horizontal» que
casi siempre encontramos en las pugnas por el agua. Sin embargo, había rasgos específicos de cada uno de los grupos implicados que nos permiten comprender mejor la dinámica de los sistemas de riego en esta etapa a caballo
entre el antiguo régimen y la época liberal. Encabezando las demandas de los
pueblos que utilizaban el canal construido por Híjar encontramos a destacados propietarios urbanos, de la ciudad de Valencia. Eran inversores recientes,
que habían adquirido tierras incentivados por la puesta en riego y la rápida
————
39
40
41
ADPV, c-66, exp. 1127
ADPV, E.3.1., c. 221, exp. 5123.
ADPV, E.3.1., c. 141, exp. 3167; y c. 148, exp. 3362.
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revalorización que comportaba. En cierto modo, era una propiedad nueva,
fruto de la ocupación de las tierras de marjal en los alrededores de la Albufera
y, en este sentido, diferente de la que constituía la primitiva área regada. En
esta, la posición de las oligarquías locales en la propiedad de la tierra era más
sólida y, por ello, los nuevos compradores tenían que adaptarse a estructuras
preexistentes en las cuales solo las desamortizaciones permitieron acceder a
superficies de cierta entidad. También difería la productividad de las tierras
en ambos espacios: frente a las huertas consolidadas por una larga tradición
de regadío, muchas de las parcelas nuevas presentaban problemas de drenaje,
salinización o falta de adaptación al riego, y, por tanto, proporcionaban rendimientos más bajos42. La mayor parte de ellas solo podían dedicarse al arroz,
que constituía una opción productiva muy remuneradora durante la mayor
parte del siglo XIX, pero también una limitación para otros usos alternativos.
A cambio, estas propiedades eran, a menudo, de gran tamaño, en el contexto
regional: mientras que en Alcira ninguno de los mayores propietarios que
regaban de la acequia no superaban las 25 hectáreas, en las tierras de nuevo
riego de Algemesí, por ejemplo, encontramos terratenientes como Felicísimo
Llorente con 80 o Vicente Almazán con 4043.
Estos terratenientes, además, ocupaban lugares muy destacados en la estructura de la propiedad en municipios de dimensiones modestas: la elevada
presencia de dueños residentes en la ciudad de Valencia en lugares como Sollana, donde poseían el 61% de la superficie a mediados del siglo XIX, contrasta con municipios del viejo canal donde esta propiedad era también importante pero muy inferior, como es el caso de Alcira, donde suponía el 30% por
las mismas fechas44. En el conjunto de las llamadas «fronteras» de la Albufera ―que, en aquel momento, tenían al Real Patrimonio como propietario directo― aristócratas, comerciantes y profesionales liberales de la ciudad de
Valencia poseían el 65% del dominio útil en 183645. Estos propietarios se
movilizaron reiteradamente para reclamar derechos en la gestión del agua46.
————
42
El duque de Híjar, a la hora de hacer las concesiones de agua, estableció mecanismos
de inspección para determinar las condiciones que cada parcela reunía para el riego. No concedía agua si los rendimientos previstos eran muy bajos, ya que la remuneración del duque
consistía, como se ha dicho, en una parte de las cosechas.
43
Cifras correspondientes a una fecha posterior, 1880; ADPV, Fomento-Aguas, leg. 145.
44
Cálculos realizados sobre las tierras regadas por la acequia Real del Júquer, COURTOT,
Roland, «Irrigation et proprieté citadine dans l'Acequia Real del Júcar au milieu du XIXe
siècle», Etudes Rurales, 45, 1972, pág. 35; CALATAYUD, S., «El conreu cobejat», pág. 32.
45
GARCÍA MONERRIS, Carmen, Rey y Señor. Estudio de un realengo del País Valenciano
(La Albufera, 1761-1836), Valencia, Ajuntament, 1985, pág. 215. ROMEO MATEO, M.ª Cruz,
Entre el orden y la revolución. La formación de la burguesía liberal en la crisis de la monarquía absoluta (1814-1833), Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1993, pág. 50.
46
GARCÍA MONERRIS, C., Rey y Señor, págs. 189-191.
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Frente a ellos, que contaban con el apoyo de los labradores de los pueblos
respectivos y coincidían muchas veces con las posiciones defendidas por el
duque de Híjar, los regantes más antiguos estaban encabezados por oligarquías locales sólidas, como la de Alcira, la ciudad realenga que había dominado el
gobierno del canal hasta el siglo XVIII, o la de Alberique, que había destacado
en los orígenes de la revolución liberal por la movilización antiseñorial. La presencia de terratenientes urbanos era aquí menor que en los pueblos de la segunda parte del canal y, en muchos casos, su residencia en la ciudad era muy reciente, por lo que todavía mantenían vínculos importantes en el ámbito local.
Por último, estaba la figura del duque de Híjar, en la que convivían significados sociales diferentes, como corresponde a una época de transición. En
tanto que señor de Sollana, tuvo que afrontar a finales del Setecientos la oposición de los vasallos a las rentas y a la cabrevación. Sin embargo, la decisión
de construir la prolongación de la acequia puede considerarse una iniciativa
enraizada en el reformismo ilustrado del que participaba este aristócrata. Valoraciones contemporáneas, como la del viajero y escritor francés Jaubert de
Passá (que la historiografía ha asumido muy literalmente), lo considerarían un
especulador más que un inversor. Su apelación al Estado para imponer a los
antiguos regantes una ampliación del canal que rechazaban, provocaría la
condena de su figura en tanto que partícipe del intervencionismo estatal que
rigió la acequia durante décadas y que quedó en la memoria oficial de la comunidad de regantes como una muestra de autoritarismo. Sin embargo, la
construcción del segundo tramo es un buen ejemplo de las iniciativas privadas
que, desde finales del s. XVIII y durante el XIX, promovieron proyectos de
riego en diferentes partes de la península. Además, a diferencia de la mayoría
de ellas, Híjar culminó con creces la ampliación de la superficie regada. Invirtió más de cinco millones de reales en una obra que, además de Sollana, abastecía nueve términos municipales más. Suministraba agua a partir de contratos privados e individuales con cada propietario. Realizaba las tareas de
mantenimiento y pagaba a la dirección del canal las tasas comunes. Constituía, por tanto, una empresa de riego que percibía por el agua un canon proporcional: la veinteava parte de las cosechas (vintena). El peculiar carácter de
esta tasa provocaría su asimilación a los pagos de tipo señorial, de manera
que, a finales del Setecientos, se extendió la oposición al pago de la vintena,
en el contexto de la lucha antiseñorial en la zona. Una sentencia judicial de
1821 confirmó la obligación de pagar el canon por el agua47, pese a lo cual los
impagos siguieron siendo habituales durante toda la época de la revolución
liberal. Sería algunas décadas después cuando los grandes propietarios del
segundo tramo del canal firmaron contratos con el duque para convertir la
————
47
GRAU MANSANET, Ernest, «Nobleza ilustrada y modernización económica en la crisis
del Antiguo Régimen», Estudis d'Història Contemporània del País Valencià, 6, 1986, pág. 24.
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vintena en una tasa monetaria. No podemos saber, en el estado actual de la
investigación, el balance que esta empresa reportó a las finanzas de la casa de
Híjar, pero las pérdidas debieron ser elevadas durante las décadas en que la
tasa de riego compartió el destino de les rentas de carácter señorial y del
diezmo.
En medio de esta diversidad social que caracterizaba a los integrantes del
sistema de riego de la Acequia Real, la intervención de la autoridad política
tuvo que ejercer un difícil arbitraje.
CONCLUSIÓN
La alteración sustancial de la escala y las características del regadío en la
Acequia Real del Júcar exigió el cambio y la adecuación de las normas que lo
regían desde hacía cinco siglos. El análisis de este proceso ha mostrado la
existencia de tres momentos sucesivos. En una primera etapa predominó el
conflicto, el deterioro institucional y la pérdida de eficiencia; en un segundo
momento, superpuesto en parte al anterior, se produjo la negociación de las
nuevas reglas de administración del agua; y en una tercera fase comenzaron a
aplicarse estas normas, lo que significaba la trabajosa construcción de un consenso nuevo. En las tres etapas se produjo una intervención de la autoridad
política externa al canal, la cual adoptó diferentes grados de intensidad y diferentes objetivos: en la primera de las fases asumió toda la autoridad de la acequia, que estuvo dirigida por diferentes funcionarios dependientes del Estado;
después, elaboró un projecto de normas y forzó a las partes enfrentadas a negociarlo; finalmente, facilitó la aplicación de estas normas y arbitró en los
conflictos generados en torno a ellas, a través de una intervención menos directa, que restituía gran parte de la autonomía a los regantes pero se reservaba
la toma de decisiones en última instancia.
En esta secuencia, la autoridad estatal dirigió el sistema de riego durante
periodos prolongados, en la doble faceta de mediador y de gestor. Estas etapas fueron difíciles para el funcionamiento del sistema: el riego perdió eficiencia y el consenso sobre la organización se deterioró. Sin embargo, no es
posible atribuir la responsabilidad de todo ello al intervencionismo estatal,
como podría sugerir la extensa literatura sobre la gestión estatal de riego en
los actuales países en desarrollo. Los problemas en el riego eran, como hemos
visto, resultado de los conflictos que el cambio de escala comportaba y se
vieron acentuados por el contexto exterior excepcional durante estas décadas
de crisis del antiguo régimen. En estas condiciones, la autoridad del Estado,
cuestionada por una parte de los regantes e incapaz, a veces, de gestionar el
sistema a pleno rendimiento, hizo posible una ampliación del riego de más de
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6.000 hectáreas y la adaptación ―en un plazo relativamente corto en la perspectiva secular de esta acequia― de las instituciones colectivas a la nueva
configuración del canal.
La intervención estatal, sin embargo, nunca excluyó a los regantes, ya que
las normas se negociaron con sus representantes. Los diferentes grupos de
usuarios del agua, enfrentados en muchos aspectos, ejercieron en el espacio
público tareas de divulgación del modelo organizativo que proponían y trataron de influir en las instituciones que, finalmente, se establecieron. Estas no
resultaron extrañas para los regantes locales, ya que incorporaban saberes
acumulados por la administración durante las décadas previas de dirección
efectiva del canal.
Con todo, la participación de los regantes en esta elaboración de normas
estuvo muy restringida a los grandes propietarios de tierras regadas. Estos
fueron los que participaron en las reuniones y también aquellos a quienes las
nuevas normas capacitaban en exclusiva para ocupar los puestos de gobierno.
Ello reflejaba las fuertes desigualdades en la distribución de la tierra y plantea
preguntas sobre la formación del consenso en torno a las instituciones de la
acequia. No hay acuerdo entre los investigadores sobre si las grandes desigualdades entre regantes facilitan o dificultan la cooperación48. Todo depende de los incentivos para actuar a favor de las instituciones colectivas que
tengan, en cada caso, los regantes con mayor capacidad de influencia. Por lo
que respecta a la Acequia Real, había tres factores que contribuían a la cooperación y a que la supremacía de las élites en los puestos de gobierno no perjudicara los intereses de los pequeños regantes. Por un lado, las grandes propiedades del regadío no estaban concentradas espacialmente sino subdivididas en
pequeñas parcelas dispersas y entremezcladas con las tierras del resto de propietarios; estas condiciones hacían muy difícil una gestión del agua que beneficiara a unas partes del territorio en detrimento de otras49. En segundo lugar,
las desigualdades a escala local se veían contrarrestadas por la existencia de
múltiples motivos de conflicto entre los regantes de los diferentes pueblos y
con los de otras acequias usuarias del río, de manera que los conflictos horizontales tendían a primar sobre los de carácter vertical50. Finalmente, es posi-
————
48
TANG, S. Y., Institutions and Collective Action, pág. 25; BALAND, Jean-Marie y PLATTEAU,
Jean-Philippe, «The Ambiguous Impact of Inequality on Local Resource Management», World
Development, 27, 5, 1999, págs. 773-788. BARDHAN, Pranab, «Irrigation and Cooperation: An
Empirical Study», en Scarcity, Conflicts, and Cooperation. Essays in the Political and Institutional
Economics of Development, Cambridge, Mass., The MIT Press, 2005, pág. 234.
49
GARRIDO, S., «El funcionamiento del regadío», pág. 22.
50
Este es un factor muy destacado en la literatura sobre los efectos de la desigualdad de
los regantes sobre la gestión del riego: BARDHAN, Pranab, «Private Property as a Growth
Constraint in a Hydraulic Economy», en Land, Labour, and Rural Poverty. Essays in development Economics, Nueva York, Columbia University Press, 1984, págs. 218-219.
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ble que los sectores acomodados tuvieran incentivos no exclusivamente materiales para cooperar: la búsqueda de la distinción, el prestigio y el poder pueden ser factores favorables a la institucionalización de la gestión de los recursos colectivos51.
Como en todo proceso de cambio institucional, la nueva reglamentación y
la acción política que permitía aplicarla comportaron una redistribución del
poder económico de los agentes implicados. En primer lugar, consiguieron
integrar a varios miles de nuevos regantes en las estructuras de poder del canal, muy consolidadas por siglos de funcionamiento. Simultáneamente, hicieron posible que el riego en la parte prolongada de la acequia alcanzara los
niveles medios de eficiencia del conjunto del canal. Finalmente, integraron
dos partes de un mismo canal que tenían un carácter institucional muy diferente: de una parte, un conjunto de comunidades de regantes forjadas en la
administración autónoma de la acequia desde la Edad Media; de la otra, un
aristócrata propietario de las infraestructuras hidráulicas de la segunda parte
del canal, que actuaba como un empresario del agua en relación con los nuevos regantes incorporados.
En definitiva, el proceso de negociación de las nuevas instituciones no
desactivó el capital social existente en la gestión final del agua, ya que no
afectaban a la reglamentación del riego dentro del ámbito de cada pueblo. Ahí
comenzaba otro nivel en la organización del canal, que no hemos explorado
en este trabajo y en el cual factores como la reputación, la circulación de información específica y las características sociales locales jugarían un papel
determinante. Las tensiones y los conflictos en este nivel también exigieron
en ocasiones la intervención de la autoridad política externa, pero, en general,
este fue el espacio privilegiado para la autonomía de los regantes.
Recibido: 27-01-2011
Aceptado: 3-11-2011
————
51
OSTROM, E., Crafting Institutions, págs. 24-25.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 95-118, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2012, vol. LXXII,
núm. 240, enero-abril, págs. 119-146, ISSN: 0018-2141
LA ENSEÑANZA PROFESIONAL Y LAS CLASES MEDIAS TÉCNICAS EN
ÑA (1924-1931)
ESPA-
MARÍA LUISA RICO GÓMEZ *
Universidad de París Sorbonne IV
RESUMEN:
El presente estudio analiza en qué medida la enseñanza técnica- profesional sirvió, durante la dictadura de Primo de Rivera en España, para
formar una nueva clase media de técnicos a través de los Reales Decretos del Estatuto de Enseñanza Industrial de 1924 y del Estatuto de Formación Profesional de 1928. Este objetivo estuvo dirigido al grupo social
de los obreros y la pequeña burguesía, que habían de convertirse en
apoyos del sistema social y corporativo del Estado e impulsores de la
modernización del país. Sin embargo, la desconexión entre la realidad
económica y social y los objetivos del Estado hicieron fracasar estas
perspectivas, que sobre todo fueron interrumpidas con la llegada de la II
República española en 1931. En el desarrollo de esta investigación se
trabaja la legislación dictada sobre esta materia, otras fuentes impresas
como publicaciones periódicas especializadas de la época, escritos teóricos de diversos autores coetáneos, y un amplio fondo documental de archivo sobre la dinámica de las propias escuelas industriales que se fueron creando a raíz de este nuevo proyecto.
PALABRAS CLAVE: Siglo XX. España. Dictadura Primo de Rivera.
Modernización. Clase media. Enseñanza técnica.
Formación profesional e industrial.
VOCATIONAL EDUCATION AND THE TECHNICAL MIDDLE CLASS IN SPAIN (1924-1931)
ABSTRACT: In this study, I examine the extent to which technical-professional education during Primo de Rivera´s dictatorship in Spain influenced the crea-
————
María Luisa Rico Gómez es profesora en la Universidad de París Sorbonne IV. Dirección para correspondencia: Institut d’Études hispaniques, Université Paris Sorbonne IV, 31 rue
Gay-Lussac 75005 Paris. Correo eléctrónico: Marí[email protected].
MARÍA LUISA RICO GÓMEZ
120
tion of a new middle class of technicians by means of the decrees of the
Industrial Education Statute of 1924 and the Professional Staff Training
Statute of 1928. These initiatives were aimed at the working class and the
petty bourgeoisie that were to later become the supporters of the State´s
social and corporative system as well as the promoters of the country´s
modernization. However, the disconnection between the economic and social reality, on the one hand, and the State´s objectives, on the other hand,
led to the failure of these projects that were decisively interrupted by the
establishment of the Spanish Second Republic in 1931. In researching this
study, I focus on the legislation enacted on this matter and other printed
sources including specialized journals of this period, theoretical writings of
contemporary authors and abundant archival material on the dynamics of
the industrial schools that were created thanks to this new project.
KEY WORDS:
20th century. Spain. Primo de Rivera´s dictatorship.
Modernization. Middle class. Technical education.
Vocational and industrial training.
¿Qué son las clases medias? ¿Cómo la enseñanza profesional influye en su
formación? Estas constituyen las cuestiones principales a resolver en el presente trabajo en relación con un contexto histórico específico, la dictadura de
Primo de Rivera en España, y el papel que jugaron las nuevas clases medias
técnicas como elemento sustentador del aparato de Estado1. Exactamente se
aborda si la enseñanza profesional sirvió a modo de vehículo de formación de
esas nuevas clases medias a partir de las filas obreras o de las filas de la burguesía, en un momento en que, debido al proceso de modernización, esta educación fue valorada como una política que si, por un lado, cubría las necesidades del mercado con mano de obra cualificada, por otro, servía como
mecanismo de integración del colectivo obrero y pequeño burgués en el sistema social.
La historiografía española contemporánea de la educación centra la mayor
parte de la investigación en el grado primario, también en la enseñanza universitaria y, en menor medida, en la secundaria. Sin embargo, son escasos los
trabajos dedicados a la formación profesional, en los que aún hace falta dar el
salto a la interpretación en este ámbito de estudio2. Así, esta contribución particular a la historia de la educación en España indaga en cómo un sistema
político autoritario intentó crear un cuerpo social de clases medias formado en
————
1 Este tema de trabajo se inserta en la temática del proyecto HUM07-62675 «Grupos
profesionales, corporativismo y políticas sectoriales del Estado durante la Dictadura de Primo
de Rivera (1923-1930)», del IH del CCHS, CSIC.
2 De este panorama, existen excepciones como los trabajos de Celia Lozano López Medrano, por ejemplo su libro Ideología, política y realidad económica en la formación profesional industrial española (1857-1936), Lleida, Fundació Ernest Lluch y Milenio, 2007.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 119-146, ISSN: 0018-2141
LA ENSEÑANZA PROFESIONAL Y LAS CLASES MEDIAS TÉCNICAS EN ESPAÑA (1924-1931)
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las nuevas técnicas, que contribuyera a afianzar los pilares ideológicos del
régimen político3.
LA MODERNIZACIÓN Y LA FORMACIÓN DE LA CLASE MEDIA DE TÉCNICOS
La idea de Jeffrey Herf sobre el «modernismo reaccionario»4 sirve para entender cómo, cuando el autoritarismo se apoyó tanto en el esquema racional como en lo afectivo en un momento de crisis del liberalismo y de industrialización5,
la tradición y la tecnología moderna se pudieron encarnar a través de un cuerpo
social medio de técnicos que fortaleciesen el sentimiento nacional. Este se convertiría en la fuerza social que armonizaría los intereses de clase y del régimen, y
que podría cambiar el sistema social desde dentro6. La formación profesional de
técnicos siempre había sido una forma de respuesta específica a los cambios técnicos, socio-económicos y a los problemas políticos, que permitía sustentar el
proceso de cambio en la misma inercia de la tradición. Por tanto, tradición y modernidad no estaban en oposición, sino que eran procesos contemporáneos en los
que la especificidad de lo moderno estaba vinculada a la de lo tradicional7.
La formación técnica industrial se empezó a ver como un instrumento más
de la política económica y social8. Era el mecanismo idóneo de integración,
adoctrinamiento y nacionalización de las masas, sobre todo de las obreras y
desheredadas. Si por un lado formaba un capital humano (que les permitía,
aun su explotación, ser dueñas de su conocimiento y formación técnica), por
otro, atenuaba la lucha de clases. Se estaba creando un nuevo perfil humano,
una nueva clase media, emancipada de las leyes del mercado y puesta al servicio del Estado, cuya posición social dependía del beneficio social que su
ejercicio profesional podía aportar al bien común9. Este grupo se alejaba de
————
3
Para desarrollar comparativamente esta premisa se ha acudido al caso francés y a los
trabajos de sociología del trabajo. Las propias cartas fundacionales, memorias escolares y
leyes han permitido verificar o refutar la hipótesis de partida, según se ha consultado en los
fondos del Archivo General de la Administración, de Alcalá de Henares (en adelante, AGA).
4 HERF, Jeffrey, El modernismo reaccionario. Tecnología, cultura y política en Weimar
y el Tercer Reich, México, Fondo de Cultura Económica. 1990.
5 GERMANI, Gino, Autoritarismo, fascismo e classi social, Bolonia, Il Mulino, 1975,
pág. 11 y ss.
6 Ibidem, pág. 41.
7 GREINERT, Wolf-Dietrich, «Mass vocational education and training in Europe. Classical models of the 19th century and training in England, France and Germany during the first
half of the 20th», Cedefop Panorama Series, 118 (2005), pág. 18.
8 DELAMONTE, Éric, Une introduction a la pensée économique en éducation, París,
Presses Universitaires de France, 1998.
9 MALLART Y CUTÓ, José, La formación profesional en España, Madrid, Revista de Organización Científica, 1933, págs. 3-9.
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MARÍA LUISA RICO GÓMEZ
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los postulados de la burguesía liberal y tradicional, desde el mismo momento
en que fue abandonando la propiedad material por la propiedad intelectual y
cambió la orientación de los avances de la industrialización y del capitalismo:
la tecnología no al servicio del mercado, sino del país.
En un contexto de regeneracionismo, que sirvió de legitimación a la dictadura primoriverista en España, el sistema corporativo aparecía como la solución: daba la posibilidad de promocionar socialmente a la masa de trabajadores por su capital intelectual y los salvaba de la explotación que sufrían bajo
las premisas liberales y marxistas10. En un tiempo en que avanzaba la innovación tecnológica y la división del trabajo se hacía cada vez más acusada, el
Estado debía formar una moral común que uniera a todos bajo la bandera de
la comunidad nacional, tutelando la educación de los ciudadanos11. Esa moral
era asimismo la que pretendieron inculcar los regímenes autoritarios del primer tercio del siglo XX en los cuadros técnicos. Había que combinar la tecnología, la educación y la industrialización para materializar el espíritu nacional.
La paradoja de estos sistemas era que la «tecnicidad» fuese el alimento de un
Estado autoritario12.
¿Este nuevo grupo social es clase media? La respuesta dependerá de los
parámetros que se empleen para definir lo que entiende por este concepto. La
mejor aproximación según estos presupuestos sobre la profesión la realizó en
su momento Max Weber y, más recientemente, Erik Olin Wright13. Para el
primero, la profesión provee a las clases medias de subsistencia y de ganancias14, y el segundo autor hace referencia a todos aquellos oficios técnicos y
profesionales de índole no directiva cuya posición se afirma, no por el control
respecto a los modos de producción, sino por el control de su propio trabajo,
entendido como la autodirección para llevar a la práctica laboral sus propias
————
10
Sobre la concepción relacional de la sociedad como un sistema en equilibrio, mediante
la búsqueda del logro de gratificaciones, véase la obra clásica de Talcott Parsons, El sistema
social, que, editada originalmente en 1951, fue traducida al español en Madrid, Revista de
Occidente, 1966.
11 DURKHEIM, Émile, L´évolution pédagogique en France, París, Presses Universitaires
de France, 1938.
12 GERMANI, Gino, Política y sociedad en una época de transición. De la sociedad tradicional a la sociedad de masas, Buenos Aires, Paidós, 1968, pág. 83.
13 Ya Hume, Smith y Millar concebían a los obreros cualificados, independientemente
del papel económico, político y social, como clase media, véase JONES STEDMAN, Gareth, «El
proceso de la configuración histórica de la clase obrera y su conciencia histórica», Historia
social, 17 (1993), pág. 119, y WALTON, John K., «La clase media en la Gran Bretaña Victoriana: identidad, poder y cultura 1837-1901», Historia contemporánea, 23/2 (2001), págs.
429-430.
14 WEBER, Max, Economía y sociedad: esbozo de sociología comprensiva, México, FCE,
1964, págs. 242-246.
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ideas15. Según estos presupuestos interpretativos, el poner el acento en la profesión resaltaba ya en aquellos momentos la desaparición de las clases sociales, burguesía y proletariado, y la aparición de clases profesionales acordes a
la complejidad de la vida moderna16.
Las personas que poseían una cultura superior a la que comúnmente proporcionaba la escuela primaria pertenecían por regla general a la clase media. Personas que en su profesión no realizaban un trabajo puramente corporal o mecánico,
sino más o menos intelectual; que regulaban, dirigían o inspeccionaban el trabajo
físico o mecánico de los demás, y disponían de una renta medianamente elevada
e incluso cierto capital17. La naturaleza distintiva entre la antigua y la nueva clase
media estaba en la propiedad, para la primera, y el empleo, para la segunda, es
decir, en la acumulación de bienes de organización y bienes de cualificación. Los
miembros asalariados de esta nueva clase media, procedentes de las filas de la
«aristocracia obrera» e incluso de los antiguos grupos intermedios, aplican sus
conocimientos al trabajo y crean una conciencia de clase común más allá de su
función técnica, que les permita ascender socialmente.
LA ENSEÑANZA INDUSTRIAL Y SU DIRECCIÓN SOCIAL
El período de la dictadura fue un ejemplo de regeneracionismo reformista
desde arriba, por esa necesidad de «cirujano de hierro», y de expansión de las
propuestas renovadoras que desde sobre todo la época de Romanones se estaban
materializando en la enseñanza18. Esta fue para el régimen primoriverista un vehículo de adoctrinamiento dentro del organigrama corporativo del gobierno. La
formación de los verdaderos ciudadanos debía tener como base la defensa de los
valores sustentantes del nuevo Estado: la familia, la profesión, la sociedad y la
nación; concepto de ciudadanía que provenía de las filas ideológicas del maurismo. Esta vía era la que debía regenerar a España y la que permitiría atraer a la
masa a las premisas ideológicas del gobierno y cooperar en la obra colectiva del
país. Sería la segunda enseñanza el espacio idóneo para configurar esa nueva
ciudadanía, porque era el grupo social mejor preparado para recibir la educación
nacional y de donde saldría el apoyo incondicional al directorio19.
————
15
OLIN WRIGHT, Erik, Clases, Madrid, Siglo XXI, 1994, págs. 48-60.
TOMÁS Y SAMPER, Rodolfo, La orientación profesional y la enseñanza profesional:
determinación de las aptitudes- análisis de las profesiones, Madrid, Francisco Beltrán, 1924,
págs. 23-24.
17 MUFFELMANN, Leo, Orientación de la clase media, Barcelona, Labor, 1931, pág. 17.
18 VIÑAO FRAGO, Antonio, Escuela para todos: educación y modernidad en la España
del siglo XX, Madrid, Marcial Pons, 2004, págs. 20-36.
19 LÓPEZ MARTÍN, Ramón, Ideología y educación en la dictadura de Primo de Rivera,
Valencia, Universidad de Valencia, 1995, vol. II, págs. 36-37 y 45-48.
16
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Los cambios socioeconómicos del primer tercio del siglo XX, el enciclopedismo y la falta de cientificismo en las materias de estudio evidenciaban
una necesaria reforma. La preocupación del directorio era modernizar y tecnificar el currículo educativo de la enseñanza media, tanto del bachiller como
de las escuelas especiales, porque para que la economía nacional pudiera progresar en técnica, había que contar con el personal profesional adecuado20. Si
se quería que la industria fuese competitiva, era imprescindible atender una
formación más práctica que despertara el espíritu emprendedor del obrero21.
El propósito era dar forma a lo que el informe del Consejo de Instrucción Pública ya había manifestado en marzo de 1924: renovar la segunda enseñanza
como un sistema independiente de la universidad; que fuera capaz de desarrollar todas las actividades físicas, morales e intelectuales de los adolescentes;
orientar para la vida profesional, social, nacional y humana; y preparar un
sistema cíclico con una distribución de materias de carácter racional y técnico. Este impulso de tecnicismo encajaba perfectamente con el discurso modernizador de los ideólogos de la Unión Patriótica que abogaban por una educación técnica para mejorar la productividad nacional22.
En este contexto se encuadraron las reformas educativas de la enseñanza
media: la dirigida por Eduardo Callejo de la Cuesta, como ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, el 25 de agosto de 1926, y la de la enseñanza
industrial organizada por el Ministerio de Trabajo, a través de los dos estatutos. Con ambos proyectos se cumplía con el programa económico del Estado:
incrementar la producción nacional atendiendo al carácter especializado y
práctico de los estudios medios23.
En la década de los años veinte en España, la promoción más adecuada del
oficio técnico llevó a desarrollar todo un amplio programa educativo de formación profesional industrial. El oficio del técnico se convertía en el ideal de
vida24; nada más eficaz que promover el progreso industrial de un pueblo
————
20 PUELLES BENÍTEZ, Manuel de, Educación e ideología en la España contemporánea,
Madrid, Ed. Tecnos, 1999, págs. 269-272.
21 Preámbulo de la Memoria de la Escuela Industrial de Béjar del curso de 1923-24,
AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16539.
22 DÍAZ DE LA GUARDIA BUENO, Emilio, Evolución y desarrollo de la enseñanza media
en España 1875-1930: un conflicto político-pedagógico, Madrid, Centro de Publicaciones del
Ministerio de Educación y Ciencia, 1988, pág. 369, y QUIROGA FERNÁNDEZ DE SOTO, Alejandro, «Educación para la ciudadanía autoritaria. La nacionalización de los jóvenes en la Dictadura de Primo de Rivera», Historia de la educación: Revista interuniversitaria, 27 (2008),
págs. 93-94.
23 CAPITÁN DÍAZ, Alfonso, Educación en la España contemporánea, Barcelona, Ariel
Educación, 2000, pág. 147.
24 PÉREZ AUNÓS, Eduardo, Las corporaciones del trabajo en el Estado moderno, Madrid,
Biblioteca Marvá, 1928.
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LA ENSEÑANZA PROFESIONAL Y LAS CLASES MEDIAS TÉCNICAS EN ESPAÑA (1924-1931)
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educando a los hombres en su «facultación» media25. No solo aportaba los
conocimientos que necesitaba aprovechar el gobierno para modernizar la economía nacional, sino que a la vez era fuente de estabilidad social, al ser concebido como grupo medio entre el peón y el técnico superior. Posibilitaría la
paz pública y solidarizaría los intereses del patrón y del obrero mediante el
aprendizaje profesional. Los centros encargados de formar este personal eran
las escuelas industriales. Hacía falta nutrir a la industria de cuadros directivos
e inteligentes, formados en las artes manuales pero también en las espirituales, y así evitar que la técnica se apoderara del sentimiento humano y los encaminara a la subversión y a la mala vida. En definitiva, enseñar al joven
obrero a ser profesional en su oficio y en la vida como ciudadano.
El Estatuto de Enseñanza Industrial de 1924, primero, y el Estatuto de
Formación Profesional de 1928, después, fueron los dos pilares sobre los que
se asentó la orientación social y pedagógica del nuevo proyecto educativo26.
Con ellos el Estado primorriverista centralizaba toda la formación profesional
industrial bajo el Ministerio de Trabajo, Comercio e Industria. Así evitaba
que esta continuara gobernada por iniciativas particulares y privadas que no
daban al país los beneficios sociales y económicos que el régimen esperaba.
El discurso en ambos casos, así como en disposiciones legales anejas a los
mismos, empleaba el apelativo “obrera» o «clases trabajadoras de la industria» para apuntar hacia el colectivo social para el cual estaba pensada la nueva estructura de la enseñanza industrial. Este era un público que se debía alejar del perfil tradicional del obrero para poseer destrezas de control sobre las
máquinas, poder hacer frente a las adversidades y tener la posibilidad de alcanzar el título de ingeniero27. Con la educación técnica todos los grupos de la
sociedad española nutrirían de elementos directores a las industrias y promocionarían socialmente hacia la nueva clase media, siendo el diploma el instrumento que corroboraría su posición social, relacionada no ya tanto con la
entrada en los cuerpos funcionarios del Estado, sino directamente con la industria28. Esta posibilidad de ascenso se daba únicamente en los casos que
previamente se hubiera asegurado un aprendizaje elemental previo, ya que no
podían ingresar en estos cuadros toda la masa de obreros. Estas expectativas
————
25 Término empleado por César de Madariaga en La formación profesional de los trabajadores, Madrid, Aguilar, 1933, pág. 31.
26 R.D. de 31 de octubre de 1924, Gaceta de Madrid, 5 de noviembre (en adelante Estatuto de Enseñanza Industrial) y R.D. de 21 de diciembre de 1928, Gaceta de Madrid, 28 de
diciembre (en adelante Estatuto de Formación Profesional).
27 MADARIAGA, César de, La formación profesional, págs. 214-220.
28 Véase el estudio de BRUCY, Guy, Histoire des dîplomes de l´enseignement technique et
professionnel, 1880-1965: l´État, l´école, les entreprises et la certification des compétences,
París, Belin, 1998, donde se explica para Francia la relación entre los diplomados en la enseñanza técnica y su reconocimiento en el mercado industrial.
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fueron puestas de manifiesto por la opinión pública que confiaba en que con
la reforma de la enseñanza industrial, no solo se conseguiría el engrandecimiento de España, sino también el bienestar del obrero29.
Dependiendo de si se entendía la formación gradual o no, variaría el propósito social de la legislación y su correspondencia con el discurso del Estado. En un primer momento, con el Estatuto de Enseñanza Industrial de 1924,
el objetivo de la carrera profesional seguía siendo la educación del ingeniero;
supeditaba toda la estructura escolar hacia la obtención de este título superior.
La estructura curricular aún dividía sus niveles bajo premisas decimonónicas,
en función de si prevalecía el trabajo manual o el intelectual: enseñanza obrera donde predominaría en los oficios industriales el trabajo manual sobre el
intelectual; enseñanza profesional que prepararía para las profesiones técnicas
directivas con preponderancia del trabajo intelectual sobre el manual; y enseñanza facultativa que formaría al personal capacitado para redactar y firmar
informes técnicos e industriales30. A cada nivel le correspondería un tipo de
escuela, elemental o industrial, y de alumnado, obrero o aburguesado. A la
vez, dificultaba la posibilidad de promoción social para los individuos sociales de categoría inferior.
La propia reorganización fue duramente criticada por su marcado espíritu
de clase, al favorecer la formación de ingenieros, agudizar la pugna entre estos y los peritos y quitar relevancia a las escuelas elementales, ya que la unidad de criterio que enlazaba los diferentes grados era la obtención de un único
título, el superior31. Además, el propio nombre del Estatuto, «Enseñanza Industrial», vinculaba este tipo de educación a la dada en las escuelas industriales. A pesar de ello, el discurso político defendía que lo que se pretendía era
lograr la perfección de la enseñanza obrera, facilitando a los más modestos, a
los trabajadores manuales, el escalamiento de los títulos de ingenieros32. Idea
que perturbaba a la Asociación de Ingenieros y Alumnos Industriales. Mostraron su descontento porque se vinculaba la carrera demasiado hacia los niveles
más elementales, en vez de corresponderse con los estudios superiores universitarios para mantener el prestigio de su título33.
Con el Estatuto de Formación Profesional de 1928 se completó la política
de la formación profesional, no tanto la superior, como la elemental, y de ahí
el cambio del nombre del Real Decreto. Se redujo la importancia de la escuela superior, la antigua industrial de peritos, en beneficio de la escuela elemen-
————
29
Sol, 2 de abril de 1924, pág. 8.
Art. 3, Capítulo I, Estatuto de Enseñanza Industrial.
31 NOVO DE MIGUEL, Luciano, La enseñanza profesional obrera y técnico industrial en
España, Madrid, Ortega, 1933.
32 ABC, 11 de noviembre de 1925, pág. 18.
33 La Vanguardia, 14 de noviembre de 1924, pág. 12.
30
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tal, porque era más natural incrementar la importancia de las enseñanzas de
miles de obreros que de decenas de profesionales que la industria absorbía
difícilmente34. El apelativo de «Formación Profesional» acogía a cualquier
nivel de la educación técnica sin distinción en si prevalecía el trabajo mental
o manual, ya que toda categoría laboral requería de ambos. Sin perjuicio de
ninguna clase, aunque con una dirección más popular y obrera, el objetivo era
la instrucción parcial o completa de los trabajadores profesionales de ambos
sexos en las diferentes manifestaciones del trabajo industrial. Serían trabajadores profesionales los capacitados para idear y ejecutar parcial o íntegramente, aislada o colectivamente y en funciones directivas o dirigidas, los diversos
procesos industriales35.
Esta disposición venía a recoger las aspiraciones que se habían ido manifestando desde la publicación del Estatuto de 1924 para contrarrestar su marcado espíritu de clase de ingeniero. Se debía establecer una enseñanza técnica
que diera solución al problema social. Universalizando la enseñanza más
elemental se facilitaría el acceso de obreros y gentes de la clase media modesta a esta educación36, que aun sin perjuicio para las enseñanzas de peritos industriales, no se podía olvidar que las primeras son las que debían beneficiar
a un número de ciudadanos muy superior y más necesitado de instrucción37.
La coordinación curricular se conseguía mediante un programa redactado
en base a la gradación progresiva y cíclica. Disponía una división en dos tipos
de escuelas: las elementales y las superiores de trabajo. En las primeras se
ofrecería la orientación y selección profesionales, la formación profesional
del oficial y del maestro, el reaprendizaje, y se daría al obrero un conocimiento en el simple ejercicio de unidades de producción comunes a diferentes industrias; ahora la educación del maestro completaba la del oficial obrero, no
la del perito. En las superiores se daría la enseñanza media, la del técnico industrial, como personal auxiliar del ingeniero encargado de las funciones directivas del trabajo, y se facilitaría su paso a los estudios de ingeniería. La
nota sobresaliente era la complementariedad entre un nivel de estudios de
dedicación fundamentalmente elemental y obrera y la del técnico industrial38.
Este programa sí concebía la formación dentro de un sistema de clases sociales abiertas39 al tener enfoque más horizontal: se presentaban diferentes
metas sucesivas y escalonadas, cada una con aplicación adecuada y coordinadas entre ellas. Cada grado de enseñanza estaba sometido a un régimen inde-
————
34
35
36
37
38
39
MADARIAGA, César de, La formación profesional, págs. 474-475.
Art.1 y 2, Libro I, Estatuto de Formación Profesional.
ABC, 2 de enero de 1927, pág. 25.
ABC, 2 de abril de 1924, págs. 17-18 y La Vanguardia, 18 de octubre de 1925, pág. 19.
R.D. de 23 de octubre de 1928, Gaceta de Madrid, 1 de noviembre.
MUFFELMANN, Leo, Orientación de la clase media.
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MARÍA LUISA RICO GÓMEZ
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pendiente aunque con el necesario enlace para facilitar el paso de una a otra
disciplina40. La cohesión se alcanzaba gracias a la aparición de diferentes niveles que se colocaban entremedias de dos titulaciones, caso del preparendizaje, de la orientación profesional, de la auxiliaría o ayudantía industrial. La
tendencia era aminorar el enfoque profesional hacia el título de ingeniero y
ocuparse de la formación profesional de los trabajadores que no habían de ser
jefes técnicos41. Prueba de ello es que incluso se desvincularon de la tutela del
Ministerio de Trabajo las escuelas de ingenieros industriales al hacerlas depender del Ministerio de Economía Nacional42. Si antes el grado medio de
técnico se comprendía como complemento de la formación del ingeniero,
ahora lo era del oficial y del maestro.
Tanto al Estado como a la industria le interesaba crear esta graduación de
etapas en la capacitación profesional. Sabían que la eficacia productiva se conseguiría mediante la creación de un organismo para la clase trabajadora en el
que sus hijos pudieran recibir una educación general, preparatoria para todos
los oficios con garantías de formación y de promoción social; y el establecimiento de una escuela donde los hijos del pueblo y de los patronos de clase
media, que no desearan dedicarse a carreras administrativas o burocráticas, se
les diera una enseñanza manual característica43. El inconveniente de este plan
era la impresión que creaba en el alumnado obrero. Definir la carrera profesional del técnico industrial como un cursus honorum, que no había olvidado la
verticalidad curricular, producía un efecto rebote en los aspirantes de primeros
cursos, quienes no tenían apetencia de un título que servía únicamente de tránsito para seguir los estudios superiores a los de clase media44. De ahí que surgieran fuertes oposiciones a este sistema y se propusiera la independencia
total de los planes de estudios entre la escuela elemental y la superior45.
En cualquier caso, se manejaba un discurso gradual: un origen, los obreros
y clases trabajadoras de índole industrial, las clases populares, y un fin, los
cuadros intermedios técnicos. Da igual si se trataba de obreros o trabajadores
de facultades escasas o medias, porque para cada cual existía un tipo de encuadre formativo que podía animar hacia el ascenso profesional, y con ello
apaciguar toda furia revolucionaria46.
————
40
NOVO DE MIGUEL, Luciano, La enseñanza profesional obrera, págs. 35-42.
MADARIAGA, César de, La formación profesional, pág. 460.
42 Art. 8 y 9, R.D.L. de 3 de noviembre de 1928, Gaceta de Madrid, 4 de noviembre.
43 Memoria de la Escuela Industrial y Elemental de Trabajo de Zaragoza del curso 192829, AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16540.
44 SCHRIEWER, Jürgen, «Profesión versus cultura técnica», Historia de la educación: Revista interuniversitaria, 20 (2001), pág. 213.
45 NOVO DE MIGUEL, Luciano, La enseñanza profesional obrera, pág. 38.
46 MADARIAGA, César de, La educación del obrero. Estudio de un esquema normal de
formación del obrero, Madrid, Industria y Economía, 1921, págs. 9-12.
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LA ENSEÑANZA PROFESIONAL Y LAS CLASES MEDIAS TÉCNICAS EN ESPAÑA (1924-1931)
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Educar obreros medios adiestrados en la técnica era la clave identitaria de
la nueva nación de masas. La formación profesional nunca dejaría de ser planificación económica y conservación de la jerarquización social, para evitar
saturar los estudios superiores de indefensos y resolver el problema del escalafón ocupacional47. La propia distribución de los grados formativos de las
escuelas de trabajo indicaba a priori mantener la estructura social, aún permitiendo la posibilidad de movilidad social a través de la formación. Se conseguía dignidad profesional y se afianzaba la integración en el sistema capitalista y en las bases socio-políticas tradicionales del régimen48. De ahí lo extraño:
compaginar el control social con la democratización de la formación profesional49. Una supuesta democracia escolar que permitía adquirir a los más
modestos, siempre dentro del programa de enseñanza industrial elemental,
una formación humanitaria e intelectual que les ayudara a comprender mejor
su rol social dentro de esquema de dominación de clase burguesa50.
OBRERO SOCIALMENTE INTEGRADO Y ECONÓMICAMENTE PRODUCTIVO
Acerca de la organización de las escuelas industriales, el analizar el régimen de matriculación, los planes de estudios, la política social, etc., sirve para
conocer a qué tipo de colectivo iba dirigido el nuevo modelo formativo y
quiénes estaban realmente interesados en este programa socio-educativo.
Hay que señalar al respecto que la cada vez mayor autonomía organizativa
que fueron adquiriendo las escuelas a partir de 1928 con los patronatos de
formación profesional, al tener la potestad de establecer el régimen de enseñanzas en las cartas fundacionales, mermaba la uniformidad y centralización
de la política educativa que intentaba imponer el gobierno frente a las iniciativas particulares. Cualquier norma o reforma siempre estuvo acorde con la
estructura económica de cada lugar51.
————
47
MADARIAGA, César de, La formación profesional, pág. 483. Véase asimismo RODRÍHERRERO, Juan José, Formación profesional y desarrollo (1930-1970): teoría y práctica, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1986.
48 Como para Francia afirman CHARLOT, Bernard y FIGEAT, Madeleine, Histoire de la
formation des ouvriers: 1789-1984, París, Minerve, 1985, págs. 150-153.
49 GERMANI, Gino, Autoritarismo, pág. 42.
50 En Francia se pretendía del mismo modo: «notament dans l´enseignement dit secondaire et primaire supérieur et technique par lequels la bourgeoisie ne vise qu´à consolider sa
domination de clase», en L´École Technique. Organe Officiel de l´Association du Personnel
de l´Enseignement Technique de France et des Colonies, noviembre 1931, pág. 2.
51 MADARIAGA, César de, La formación profesional, págs. 357-382.
GUEZ
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La matriculación en las escuelas de trabajo
Existía consenso para estructurar un programa que sirviera de enlace entre
la instrucción primaria y la superior. Con él se evitaría el vacío educativo en
que quedaba un adolescente que terminaba el ciclo elemental y cuyo único
camino parecía ser el taller y la subversión; a la vez se combatiría el paro forzoso, la mala distribución del contingente obrero, la crisis del aprendizaje y se
mantendría una competencia de calidad52.
Había toda una corriente de pedagogos a favor de la introducción del trabajo manual en los últimos cursos de las escuelas primarias y de la formación
práctica en las industriales, dando continuidad al R.D. de 25 de septiembre de
1922, por el que se crearon las clases complementarias preprofesionales y se
influyó en la configuración del currículo de los centros de orientación y preaprendizaje53.
En la edad crítica de entre los 11 y 14 años, el preaprendizaje podía rendir
beneficiosos frutos porque tomaba al muchacho en las mejores condiciones
para la enseñanza, determinaba su vocación y le ofrecía estímulos para una
educación práctica54. De este modo, aún cuando la realidad de la vida de las
clases modestas exigía una rápida incorporación al trabajo productivo55, el
obrero podría entrar en la fábrica en condiciones inmejorables, en comparación del aprendiz sin formación56.
Para ello, en el Reglamento de aplicación del Estatuto de Enseñanza Industrial de octubre de 1925 se determinó que la edad mínima de ingreso en el
preaprendizaje debía ser de 10 años cuya extensión en el aprendizaje iría hasta los 15 o 16 años: 4 años de grado de aprendizaje, más los dos de preparatorio57. En un primer momento, acreditarían que sabían leer y escribir, que conocían las operaciones elementales de aritmética y los conocimientos
rudimentarios de geografía e historia. Pero estos requisitos serían eliminados
con el R.D. de 1928: no se exigiría examen previo de entrada, pero el alumno
que durante el curso no acreditara que poseía los conocimientos preparatorios
necesarios, sería enviado a asistir a los cursos previos al aprendizaje. La matrícula era gratuita, a excepción de los derechos en concepto de prácticas que
cada alumno debía abonar a los escolares libres se les obligaba al pago de
————
52
Ibidem, págs. 17-18.
Béjar en Madrid, mayo de 1926, pág. 5.
54 MALLART Y CUTÓ, José, La organización de la formación profesional en España, Madrid, Revista de Organización Científica, 1932, págs. 200-203.
55 Este hecho mismo favorecía la formación nocturna de jóvenes entre los 10 y 14 años.
SOTO CARMONA, Álvaro, El trabajo industrial en la España contemporánea (1874-1936),
Barcelona, Ed. Anthropos, 1989, págs. 684-707.
56 MADARIAGA, César de, La formación profesional, pág. 81.
57 Art. 22, Título I, R.D. de 8 de octubre de 1925, Gaceta de Madrid, 10 de octubre.
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derechos de examen, permitiendo, a diferencia del régimen de inscripción
oficial, completar la formación total en el tiempo que cada obrero necesitase58. En cambio, en 1928 la política de matriculación y derechos propios se
estipulaba en las cartas fundacionales, siempre que las cantidades y requisitos
fueran socialmente asequibles59. Además, el plan de enseñanza se desarrollaría en el tiempo que cada obrero necesitara para lograr su formación60.
Dentro de esta permisividad, los centros que tenían la necesidad de formar personal obrero, por las demandas del mercado industrial, disminuían el mínimo de
edad de aprendizaje por debajo de la oficial establecida y no exigían cantidad alguna por derechos académicos, caso de Alcoy, Béjar, Cádiz, Cartagena, Córdoba,
Éibar, Gijón, Sabadell, Sevilla, Valencia o Valladolid; en cambio, en las localidades de menor requerimiento de este tipo de personal se podía permitir aumentar la
edad mínima de ingreso hasta los 14-15 años y reclamaban incluso mayor suma
para los derechos de prácticas, caso de Badajoz, Madrid o Zaragoza61.
Los obreros asalariados podrían matricularse en este plan de estudios a
través del contrato de aprendizaje62. Con este régimen se intentaba por primera vez legitimar la formación del obrero mediante un pacto con la patronal. El
patrono se comprometía a facilitar al empleado la instrucción general, el
aprendizaje del oficio elegido y la asistencia a las escuelas técnicas e industriales durante dos horas diarias. Se favorecía su matrícula mediante un régimen de formación mixta regulada o formación mixta libre, cursado en los
cursos complementarios nocturnos y de perfeccionamiento destinados a los
operarios que trabajaban durante el día y deseaban aprender otro oficio o perfeccionar el propio63. A través de este medio, no habría que esperar varios
años hasta que los primeros finalizasen sus estudios para introducir el aprendizaje técnico en el proceso productivo. Conseguiría de este modo obreros
cultos y hábiles en el manejo productivo.
————
58
Art. 27 y 28, Título I, Ibídem.
Según los padres de los alumnos nunca fue gratuita completamente, octubre de 1930,
AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16533.
60 Art. 20, Libro III, Estatuto de Formación Profesional.
61 Véase las cartas fundacionales de las escuelas citadas en AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16548.
62 R.D.L, 26 de agosto de 1926, Gaceta de Madrid, 1 de septiembre. El contrato de
aprendizaje se establecería como obligatorio para aquellos oficios y aprendices que el patrono
considerase oportuno. Como los gastos del mismo recaían en su mayor parte en la patronal,
los augurios a favor de este tipo de contrato no eran de los más favorables, a pesar de la necesidad de que éstos se cumpliesen por los beneficios que reportaría al aprendiz y a la industria
(LOZANO LÓPEZ DE MEDRANO, Celia, Ideología, política y realidad, págs. 79-80).
63 Los que solicitaban el ingreso en este tipo de formación eran los obreros mayores de
16 años, para los cuales era necesario establecer un curso preparatorio de cultura general,
véase AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16511, y MADARIAGA, César de, La formación
profesional, págs. 193-195 y 208-211.
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Para obtener el certificado de oficial obrero se debía acreditar tener 16
años, terminar con aprovechamiento los estudios de aprendizaje, trabajar en el
oficio durante un año y superar la prueba final de curso ante un tribunal formado por el director del centro, el vocal obrero y patrono64. En cambio el
certificado de aptitud de maestro exigía haber trabajado tres años como oficial, después de recibir el certificado docente correspondiente, y realizar un
examen ante un tribunal formado por patronos y obreros de igual número, por
el comité paritario de la localidad y el inspector de la zona. Este se expediría
por la escuela una vez el aspirante tuviera cumplidos los 18 años65. No tenía
valor alguno profesional mientras no transcurriera el período mínimo de ejercicio de la profesión que se fijaba para optar al certificado de aptitud, lo que
remarcaba aún más ese carácter integral de la formación profesional. Como
señalaba César de Madariaga y los claustros escolares, los requisitos mínimos
exigibles de ingreso, para el cambio de ciclo, económicos, de edad y de obtención de la certificación oficial, no se dirigían tanto a la masa trabajadora,
no acostumbrada a estudiar de manera abstracta, que a obreros de la élite,
mínimamente instruidos y capacitados económicamente66.
En las escuelas superiores, la edad mínima de ingreso era de 14 años, se
requería haber terminado la formación de maestro industrial, artesano o los
estudios de bachillerato, y abonar el mismo pago que en los centros de segunda enseñanza, más 25 pesetas por derechos de prácticas. La superación del
grado de auxiliaría se haría por asignaturas, no por cursos completos, debiendo aprobar las materias del primero antes de las del segundo; y cada examen
se realizaría ante un tribunal formado por el profesor de la asignatura y el
resto de docentes de la escuela. Una vez realizados los dos cursos de auxiliar
se podría solicitar el título, expedido por el patronato, siempre y cuando se
tuviese 18 años, terminado con aprovechamiento, realizado prácticas durante
un período de doce meses y presentado ante un tribunal una prueba de dos
ejercicios, una de carácter técnico y otra práctico. En cambio, el de técnico
sería expedido por el Estado con reconocimiento nacional. Requería los 20
años cumplidos, terminado los estudios de especialidad, realizado un examen
de reválida de dos pruebas ante un tribunal en Madrid, formado por profesores e industriales de la rama nombrados por el Ministerio de Trabajo, que
constaba de un proyecto y un ejercicio práctico de un año desarrollado en los
talleres67.
————
64
Art. 30, Título I, R.D. de 8 de octubre de 1925.
Art. 40 y 42, Título I, Ibídem.
66 Art. 69 de la Carta Fundacional del Patronato Local de Formación Profesional de Málaga, 27 de agosto de 1929, AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16517.
67 Art. 7-13, Libro IV, Estatuto de Formación Profesional y R.O. de 18 de julio de 1929,
Gaceta de Madrid, 31 de julio.
65
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En el intento de vincular los estudios de técnico con los de oficial y maestro obrero, de rebajar la consideración social y profesional de los diplomados
medios, la tendencia, desde el Reglamento de octubre de 1925, era suprimir la
carrera del perito regida por el plan de 1910, y establecer los grados de auxiliar y técnico industrial. Primero se redujo el número de escuelas de perito a
nueve y a tres especialidades, mecánico, químico y electricista, y con el R.D.
de 1928 desapareció del plan de estudios oficialmente68. Se debía eliminar el
aspecto puramente teórico del plan antiguo para darle un contenido más práctico y crear un cuerpo restringido de especialistas69.
A diferencia de las posibilidades que la carrera de peritaje ofrecía para el
obrero y la pequeña burguesía de conseguir una titulación media, con expectativas de hacer cursos superiores, cuya matrícula no suponía mayor exigencia
económica ni acreditación curricular, bajo las nuevas disposiciones se evitaría
ese mismo objetivo70. El número de alumnos que podían ser diplomados como técnicos debía ser mínimo. El implicado habría cursado los estudios previos elementales, con el correspondiente pago de los derechos académicos,
dificultando de este modo a los más modestos el ingreso en esta formación.
Ante esta desventaja hubo continuas peticiones de las escuelas y de los alumnos para volver a las normas de matriculación gratuita y a la política curricular de 1910, con el fin de hacer de la especialización una propia carrera. No se
debía suprimir el peritaje y sustituirlo por el de auxiliar o técnico, porque
permitía hacer una carrera técnica con título superior en menor tiempo y de
mayor provecho económico para la región, que un certificado de aptitud que
no garantizaba una mejor opción laboral frente al aprendiz71.
El Estatuto de Formación Profesional de 1928 tenía una marcada tendencia
a convertir la escuela de técnicos industriales en una escuela de maestros, a
que no existiera diferencia ninguna entre un maestro de taller o de fabricación
y un profesional jefe técnico72. Eliminó esta titulación y las competencias del
peritaje se distribuyeron entre el maestro y técnico, dejando al perito como
mero aprendiz excluido de cualquier correspondencia superior profesional73.
Para los que ingresaban en este nivel de estudio y para la Federación Nacional
————
68
Según el art. 48 del Reglamento de aplicación para el Estatuto de 1925 se enclavarían
en Madrid, Valladolid, Gijón-Vigo, Santander-Bilbao, Zaragoza, Barcelona-Tarrasa, Valencia-Alcoy, Sevilla y Las Palmas.
69 Madrid Científico, 1932, n.º 1317, págs. 330-331.
70 Art. 42 y 43, 49-52, Cap. XI-XIII, Reglamento orgánico para las Escuelas industriales
y las de Artes y Oficios de 16 de diciembre de 1910, Gaceta de Madrid, 28 de diciembre.
71 Madrid, noviembre de 1925 o septiembre de 1927, AGA, Ministerio de Educación,
Caja 32/1505 y 32/1501.
72 MADARIAGA, César de, La formación profesional, pág. 227.
73 Boletín Tecnológico, Órgano Oficial de la Federación Nacional de Peritos Industriales y de la Agrupación Nacional de Peritos Químicos, agosto de 1928, pág. 3.
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de Peritos Industriales, era perjudicial quedar vinculados con exceso a la escuela elemental, porque reduciría considerablemente el número de matrículas74. Les resultaba absurdo el haber establecido cursos comunes e integrados
entre los estudios de oficial y maestro y los de técnico, cambiando el nombre
de escuela industrial por el de superior de trabajo, porque la aspiración de los
interesados era ser ayudantes industriales o alcanzar el propio título de ingeniero, más que dar continuidad a una enseñanza elemental. Argumento que
compartían los procedentes de los estudios de bachillerato, para quienes su
meta era una formación superior y no seguir afianzando los estudios primarios de la escuela de trabajo75.
Así se explicaba que reclamasen estar tutelados por el mismo departamento ministerial, el de Economía Nacional, y condiciones curriculares asequibles
a la inscripción en las escuelas de ingenieros. Ya no se les posibilitaba ingresar en la carrera de ingeniero directamente. Ahora se les permitía cursarla a
partir del tercer año, si previamente habían aprobado un examen que abarcara
todas las asignaturas de los dos primeros; requisito que no era más que un
pretexto para no seguir adelante76. El desanimo era mayor cuando se conocían
las concesiones positivas de matrícula dadas a los alumnos procedentes de
bachillerato77, el cúmulo de asignaturas innecesarias con evidente merma de
los estudios técnicos78, la inferioridad de derechos que el título concedía a sus
aspirantes respecto al de ingeniero y la desfachatez con que se otorgaba el de
perito por escuelas o instituciones privadas, que tenían mayor reconocimiento
en el mundo laboral. Por ello los alumnos pedían volver a instaurar el plan del
peritaje anterior79 y las ubicadas en zona de mayor desarrollo industrial prefirieron mantener los estudios de peritaje antiguo, como Alcoy, Barcelona, Béjar, Vergara, Éibar, Vigo o Villanueva y Geltrú80.
————
74
NOVO DE MIGUEL, Luciano, La enseñanza profesional obrera, pág. 16.
Boletín Tecnológico, noviembre de 1930, pág. 12.
76 NOVO DE MIGUEL, Luciano, La enseñanza profesional obrera, pág. 66.
77 Con el art. 10, R.D. de 11 de octubre de 1926 Gaceta de Madrid, 19 de octubre y los
arts. 8 y 9, R.D.L. de 3 de noviembre de 1928, Gaceta de Madrid, 4 de noviembre, se exigía
tener el título de bachiller para matricularse en la carrera de ingeniero y se imposibilitaba el
ingreso de los peritos y los salidos de la escuela superior de trabajo.
78 Boletín Tecnológico, febrero de 1930, págs. 1-2.
79 Asociación Profesional de Alumnos de Escuela Industrial de Málaga, 1 de diciembre
de 1930, AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16506, o Valladolid, agosto de 1928, AGA,
Ministerio de Educación, Caja 32/16502.
80 Fueron escuelas que crearon un patronato especial y proyectos para seguir ofertando la
titulación pericial. Por ejemplo, los expedientes de la de Barcelona del año de 1929, Archivo
Histórico de la Diputación de Barcelona, leg.162, exp.92; el Proyecto de Carta Fundacional de
la Escuela de Peritos, Ayudantes y Técnicos de Vergara, 12 de noviembre de 1928, AGA,
Ministerio de Educación, Caja 32/16467; el Proyecto de la Carta Fundacional de la Escuela de
Peritos, Ayudantes y Técnicos Industriales de Vigo, 29 de agosto de 1929, AGA, Ministerio
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Tras una gran lucha de la Federación Nacional de Peritos Industriales y las
propias escuelas de trabajo, se consiguieron programas de adaptación para
que pudiesen terminar los estudios quienes los habían empezado por el anterior plan, convalidarlos con los nuevos y dar equivalencia entre el título de
perito y técnico. Al mismo tiempo, por una R.O. de 21 de enero de 1929 se
daba la deseada paridad al título de perito, si se había cursado según las normas del Estatuto de 1928, con el de técnico81. Esta equivalencia también la
vino hacer el Ministerio de Economía Nacional en diciembre de 1928 cuando
estableció los mismos filtros de ingreso en las escuelas de ingenieros tanto
para el técnico como para el perito, siempre que este procediera de los estudios de disposiciones anteriores82.
Si la permisividad conforme se subía de nivel y cambio de grado se reducía por los derechos de matrícula, por el mínimo de edad, por los conocimientos medios exigidos, por las condiciones de examen y de adquisición del título, por las cortapisas impuestas a los peritajes, etc., claramente la mirada se
dirigía hacia un individuo nutrido en la formación media o de aprendizaje,
que aun salido de las filas de los trabajadores, hubiera podido soportar los
criterios de ingreso que pedía la formación superior83. Muestra fueron las quejas de los alumnos obreros contra el sistema de pruebas a final de curso ante
tribunales y contra el método de las reválidas, tanto por la dificultad, por las
exigencias de tiempo y conocimientos prácticos requeridos, como por el escaso reconocimiento socio-económico del propio título84.
————
de Educación, Caja 32/16526; o la creación del Patronato especial de la Escuela de Villanueva
y Geltrú, 8 de marzo de 1929, AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16572.
81 Art. 1, R.O. de 21 de enero de 1929, Gaceta de Madrid, 9 de febrero.
82 Art. 45-47, Capítulo V, R.D. de 14 de diciembre de 1928, Gaceta de Madrid, 27 de diciembre.
83 Declaración del profesor Urbano Domínguez Díaz de la Escuela Industrial de Béjar en
la memoria escolar del curso de 1928-29, AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16540, o en
el Butlletí de la Federació d´Alumnes i Ex Alumnes de L´Escola de Treball, Barcelona, Imp.
Myria, junio de 1934, págs. 3 y 7.
84 En la prensa se recogían solicitudes de alumnos y profesores, como de las escuelas industriales el 3 de septiembre de 1931 al ministro de Trabajo para que fueran suprimidas las
reválidas. La Asociación Profesional de Alumnos de la Escuela de Trabajo de Valladolid en
noviembre de 1933 pidió que se autorizara a los profesores para calificar las pruebas de curso
sin necesidad de constituir tribunales a final de curso. Los alumnos cometieron actos violentos
al no concederse tal apelación, 27 noviembre de 1933, AGA, Ministerio de Educación, Caja
32/16502. La misma solicitud hizo la Asociación Profesional de Alumnos de la Escuela Industrial de Gijón o Málaga, agosto de 1930 y mayo de 1931, AGA, Ministerio de Educación, Caja
32/16506. La memoria escolar de la Escuela Industrial de Béjar de 1928 ya indicaba lo absurdo que era para el obrero obtener un reconocimiento académico oficial, AGA, Ministerio de
Educación, Caja 32/16541.
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Currículos educativos
La formación profesional tenía la misión de preparar al individuo no solo
para el trabajo, sino también para la vida, porque ante todo debían ser ciudadanos y hombres. Era la fuente de moralización social del colectivo obrero85.
Modelar el espíritu profesional, familiarizarle con los riesgos, al mismo tiempo que educarle en la prevención de estos, implicaba hacer bastante más que
una instrucción o un aprendizaje86. Esclavizar al individuo dentro de una profesión suponía privarle del bienestar espiritual y material que cualquier ejercicio profesional podía aportar. Lo más lógico era construir una educación
que le permitiera buscar en estos casos otra actividad. Se recomendaba una
formación no especializada, sino politécnica y general. Los profesores se encargarían de darles los conocimientos precisos, los medios para razonar, reflexionar y, no solo así aumentaría la riqueza de la nación, sino también el
nivel moral e intelectual del hombre87.
Se produjo una transformación curricular importante al dar cabida a nuevos conocimientos utilitarios acordes a la modernización técnica del trabajo y
al modelo de educación integral y económica, tal y como desde principios de
los años veinte se venía practicando en la escuela primaria88. Dentro de ese
intento de modernización, había que humanizar la técnica y componer un
programa metódico e integral que adoctrinara y formara a los cuadros intermedios de las clases trabajadoras o de los salidos de la educación primaria,
con posibilidades económicas y de conocimiento89. En la escuela de trabajo,
aunque predominara lo manual y lo especulativo, también se daba prioridad a
lo social y la cultura, porque tenía como fin educativo situar la moralidad en
el juicio crítico de los alumnos y perfilar el sentido del trabajo y la conciencia
reconciliadora con el valor social de la profesión90. La base metodológica
————
85
Discursos en este sentido hizo para Francia Edmond Labbé, director general de enseñanza técnica, en L´apprentissage et la taxe d´apprentissage, París, Léon Éyrolles, 1928.
86 MADARIAGA, César de, La formación profesional, págs. 20-21.
87 La misma idea se defendía por el personal docente francés en, por ejemplo, L´École
Technique. Organe Officiel de l´Association du Personnel de l´Enseignement Technique de
France et des Colonies, abril-mayo de 1924, págs. 6-7 o mayo-junio de 1929, pág. 10.
88 El estudio de POZO ANDRÉS, María del Mar del, Currículum e identidad nacional. Regeneracionismos, nacionalismos y escuela pública (1890-1939), Madrid, Biblioteca Nueva,
2000, págs. 146-166, analiza la introducción del trabajo manual dentro del currículo integral
de las escuelas por el interés de crear centros preprofesionales en la década de los veinte.
89 QUENSON, Emmanuel, L´école d´apprentissage Renault 1919-1989, París, CNRS Éditions, 2001, págs. 153-170.
90 MALLART Y CUTÓ, José., «El concepto de Escuela del Trabajo», Revista de Pedagogía,
Año VII (1928), págs. 408-414, y La enseñanza profesional en España. Guía para jefes de
empresa, padres de familia, profesores, orientadores, aprendices y estudiantes, Madrid, Editorial Vimar, 1944, págs. 9-10.
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estaba en la escuela nueva y activa. A través de una nueva organización escolar dirigida por un espíritu común de investigación e innovación, de espontaneidad y libertad del estudiante, se formarían ciudadanos con iniciativa y responsabilidad91.
Se plantearía un plan de estudios politécnico y general, cuyo reparto de las
materias se organizaba de forma cíclica e integral, en grupos de cultura general, técnica, manual, de índole científica, económica, humana y social. Hacía
hincapié para la enseñanza elemental en asignaturas de complemento al ciclo
primario, científicas y técnicas de carácter general, social y alguna clase práctica, y cargaban el peso de las propias del oficio de tipo manual, de taller y de
tecnología en los últimos cursos de este primer ciclo. En cambio, las especializadas en conocimientos teóricos de la técnica y económicos de la profesión
se ofertaban en los grados superiores. Para el curso nocturno de obreros, el
plantel curricular se reducía a materias de cultura general rudimentaria y manual, como eran las de prácticas de taller, dibujo, aritmética y geometría, y se
darían en forma de conferencias-seminarios, sin exigencias de matrícula ni de
cribas eliminatorias92. Con esta distribución se dotaría al alumno obrero de
una formación humana, que le permitiría la adaptabilidad laboral y social a
cualquier ramo de la industria, al facilitarle enseñanzas básicas comunes a
diferentes oficios, y hacía competentes especializados a los auxiliares, técnicos o peritos en los problemas de un determinado campo industrial93.
El horario de cada grupo de materias se organizaba en función de la relevancia que a cada grado correspondía: para los primeros cursos de aprendizaje la mayor carga docente recaía en las prácticas de taller, tecnología del oficio y dibujo contra la aritmética y geometría, historia de España, geografía o
francés. Sin embargo, conforme se subía de nivel, a la vez que estas mismas
asignaturas iban desapareciendo a favor de las técnicas y económicas como
organización de talleres, geografía de las principales potencias económicas,
contabilidad industrial, topografía, legislación industrial, termotecnia, química y mecánica, etc., el peso académico lo lideraban mecánica, magnetismo y
electricidad, motores, metalurgia y siderurgia, tecnología mecánica, entre
otras94.
————
91 VIÑAO FRAGO, Antonio, Escuela para todos, págs.33-34, y MALLART Y CUTÓ, José, La
educación activa, Barcelona, Editorial Labor, 1931, pág. 118.
92 Entre otras, el caso de la Escuela de Trabajo de Sevilla, AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16523.
93 RICO GÓMEZ, María Luisa, «Estatut de formació professional: modernització i ensenyament tècnic», en GRAPÍ VILUMARA, Pere y MASSA ESTEVE, Rosa (coords.), Actes de la VI
Jornada sobre la història de la ciència i de l´ensenyament, «Antoni Quintana Marí», Barcelona, 20 y 21 de noviembre de 2009, págs. 115-122.
94 Véase las memorias de cualquier escuela superior de trabajo. AGA, Ministerio de
Educación, Cajas 32/16539 a 32/16545.
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Cada localidad ofrece un tipo de formación, elemental o superior, o las dos
a la vez, y general o especializada. Aquellas que se ubican en centros de importante desarrollo industrial e introducen la especialidad técnica desde el
aprendizaje al necesitar cuadros técnicos inmediatos, y por lo tanto hacen que
el aprendizaje sea en sí mismo una carrera al estilo del peritaje del plan antiguo, de carácter práctico y económico; y aquellas otras que, situadas en lugares de escasa relevancia fabril, siguen el orden oficial teórico y discursivo, de
dotar de una formación primero general y segundo técnica-industrial, al no
requerir pronto de especializados en la industria95. Este hecho anda acorde
con la dirección social de cada conjunto. El primer grupo, con Alcoy, Badajoz, Béjar, Vergara, Cádiz, Cartagena, Córdoba, Éibar, Gijón, Logroño, San
Sebastián, Sevilla, Valencia, Valladolid o Villanueva y Geltrú, ofició un estudio tanto de obreros cualificados como para cuadros intermedios dotados de
conocimientos técnicos. Además implantó el régimen de enseñanza nocturna
para todos aquellos operarios adscritos al mundo laboral, e incluso el horario
de algunas materias del régimen oficial se da por la tarde96. En el segundo,
con Jaén, Madrid, Salamanca y Zaragoza, entre otras, el programa está más
enfocado a hacer la carrera profesional97.
Si a este argumento se añade el del origen profesional de los aspirantes en
la escuela elemental y superior junto con el de la salida profesional, se afirma
la dicotomía social entre ambos niveles98. El mayor número de alumnos que
se matriculaba en los centros de aprendizaje era el de estudiantes, que veía
estos estudios como continuidad de la primaria, y de obreros ocupados en los
sectores punteros y dinámicos de la economía regional y nacional, como el de
mecánicos, electricistas, albañiles, etc., conscientes de la oportunidad y mejoría laboral que posibilitaban estas escuelas99. Para el grado superior el contingente de alumnos procedentes del bachillerato era el importante; para ellos se
facilitó el ingreso mediante cursos puente entre su titulación y las escuelas de
————
95 El mismo fenómeno se dio en las escuelas de artes y oficios vascas. DÁVILA BALSERA,
Paulí, «Las Escuelas de Artes y oficios en el País Vasco 1879-1929», Historia de la educación: Revista interuniversitaria, 18 (1999), págs. 191-215.
96 Memorias de las escuelas respectivas de los cursos académicos de 1928 a 1935, AGA,
Ministerio de Educación, Cajas 32/16539 a 32/16545.
97 Cartas fundacionales de los patronatos de las escuelas citadas, AGA, Ministerio de
Educación, Caja 32/16548, y el estudio de LOZANO LÓPEZ DE MEDRANO, Celia, «Los modelos
de educación técnica entre 1800-1914: Europa y los Estados Unidos», en Actes de la VII Trobada d´història de la ciència i de la tècnica, Barcelona, SCHCT, 2003, págs. 409-416.
98 Heraldo de Madrid, 28 de febrero de 1933, pág. 6.
99 La procedencia profesional de los alumnos también dependía de la especialización
económica de la zona. Para el caso de Alcoy, en el curso de 1928 a 1929 de un total de 307
alumnos, 91 eran estudiantes, 31 mecánicos, dependientes 22, carpinteros 21, cerrajeros 15,
tejedores y postores 10. AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16544.
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LA ENSEÑANZA PROFESIONAL Y LAS CLASES MEDIAS TÉCNICAS EN ESPAÑA (1924-1931)
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trabajo100. La positiva integración en el mercado de trabajo dependía de su
función productiva y el nivel formativo alcanzado101.
Programa de ayuda social
La política social de becas y premios sería imprescindible si se quería abrir
este tipo de formación al colectivo más modesto. Era llevada a cabo por todas
las escuelas, e incluso las instituciones vinculadas al mundo docente o empresarial realizaban donativos para este tipo de acciones, normalmente en calidad
de premios o salario-beca102. El éxito estribaba en el estímulo que para el
alumno, normalmente de clase obrera y grado elemental, podía suponer para
seguir la formación completa del aprendizaje.
Según la normativa oficial y completando el régimen de premios establecido en el R.D. de diciembre de 1910, siempre debía recaer el montante en las
partidas del Estado, de las diputaciones, de los ayuntamientos o de los particulares, con un porcentaje mínimo para las becas de un 15% del total presupuestado. El reparto se establecía en función del nivel de estudio y el número
de habitantes del municipio en cuestión. El ayuntamiento se encargaría de las
entregas a la escuela elemental, la diputación a la escuela industrial y el Ministerio de Trabajo asignaría según su arbitrariedad103.
Como se ve en el siguiente gráfico, la tendencia era ayudar a las clases
más modestas y a los más aventajados, para que se les diera una posibilidad
laboral mejor y se impidiera la entrada en la fábrica a temprana edad. Las
propias escuelas elementales pedían que, en vez de otorgar becas de mayor
cuantía, esta se redujera y se multiplicara el número para que alcanzaran a un
————
100
Entre otras, memorias escolares de la Escuela de Trabajo de Valladolid desde el curso
de 1928-29 al de 1934-35, AGA, Ministerio de Educación, Cajas 32/16539 a 32/16545.
101 El destino laboral en Málaga de la mayor parte de los titulados era el de centros fabriles como Casa Moro S.A., Central eléctrica de Adra Almería, Centro de Fermentación de
Tabacos de Málaga, Compañía de Ferrocarriles Andaluces, Compañía Eléctrica Malagueña
S.A., Construcciones Metálicas La Vers, Fábrica de Cemento Goliat, Industria Larios S.A.,
Sociedad Financiera y Minera, Sociedad de Refinería de Aceites, etc. En Villanueva y Geltrú,
los peritos electricistas eran llamados por las industrias Barcelonesa de Electricidad, hoy
Unión Eléctrica de Cataluña, y la Catalana de Gas y Electricidad. O en Éibar los que obtenían
el certificado docente de oficial se destinaban a empresas como la Sociedad Española de
Construcción Naval, a la Sociedad Anónima Izar, a Sabina Anitua, Sociedad Anónima ALFA,
etc., AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16502 y 32/16543.
102 RICO GÓMEZ, María Luisa, La formación profesional como mecanismo de transformación socio-económica (1924-1936), en I Congreso Interuniversitario de Historia Contemporánea, Barcelona, 9-11 de junio de 2010 (en prensa).
103 Art. 18, cap. III, Estatuto de Enseñanza Industrial.
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público mayor104. En cambio, para los niveles superiores, a pesar de que la
recompensa económica era mucho mayor, el número tanto de becas y premios
era muy reducido, dirigido hacia los de renta inferior. Aún así, existían continuas peticiones de reembolso de las becas concedidas no liquidadas, que no
respondían a sus expectativas, y endeudadas con los alumnos por parte de las
administraciones públicas, a diferencia del comportamiento riguroso de las
procedentes de fondos privados105.
FIGURA 1. EVOLUCIÓN DE BECAS Y PREMIOS CONCEDIDOS A LOS ALUMNOS
BECAS Y PREMIOS
180
160
140
120
100
Esc. Elemental
Esc. Superior
80
60
40
20
0
1927-28
EE106
ES
1928-29
1927-28
115
1929-30
1928-29
62
4
1930-31
1929-30
53
13
1931-32
1930-31
86
1
1932-33
1933-34
1931-32
147
28
1934-35
1932-33
121
1
1933-34
163
8
1934-35
131
13
Fuente: Elaboración propia a partir de la suma de los becas concedidas en las escuelas de Alcoy,
Badajoz, Béjar, Cádiz, Cartagena, Córdoba, Éibar, Jaén, Gijón, Madrid, Málaga, Logroño, Reus,
Lugo, Santander, Sevilla, Valencia, Vigo, Villanueva y Geltrú y Zaragoza. Véase las memorias de
escolares localizadas en el AGA, Ministerio de Educación, Cajas 32/16539 a 32/16545. Hay que
tener en cuenta que los datos de que se dispone son fragmentarios y no completos para todo el
período, debido al número de memorias insuficientes localizadas en el AGA.
————
104 Véase la disconformidad existente en el reparto de las becas por ejemplo en la Escuela
de Trabajo de Santander, agosto de 1931, AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16499.
105 En Vigo a lo largo del año de 1930 hubieron peticiones de varios padres para obligar a
los ayuntamientos a consignar en sus presupuestos partidas para becas. AGA, Ministerio de
Educación, Caja 16/503.
106 EE: Escuela elemental; ES: Escuela superior.
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LA ENSEÑANZA PROFESIONAL Y LAS CLASES MEDIAS TÉCNICAS EN ESPAÑA (1924-1931)
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La concesión y cuantía de las becas variaba dependiendo de los objetivos
sociales del currículo, los requerimientos económicos locales de obreros formados y las posibilidades de cada escuela. Algunas solamente mencionaban
un régimen de becas y otras intentaban incentivar y sufragar las enseñanzas
de los más necesitados y aptos a partir de bolsas de viajes, becas-salario, becas-comedor, premios, etc. Centros como el de Madrid, Salamanca, Valladolid o Zaragoza no hacían más referencia que la distribución que debían realizar por orden de septiembre de 1929, de un máximo de 10-15% para becas.
En cambio, escuelas como Alcoy, Badajoz, Barcelona, Béjar, Bilbao, Cádiz,
Córdoba, Éibar, Gijón, Jaén, Málaga, La Felguera, Las Palmas, Logroño,
Santander, San Sebastián, Sevilla, Valencia, Valls, Vigo o Villanueva y Geltrú especificaban un panorama más amplio de auxilios107.
LA RESPUESTA DEL ALUMNADO
Si el supuesto objetivo era potenciar la formación profesional elemental en
mayor medida y crear un colectivo selectivo de técnicos, ¿la respuesta del
alumnado obrero iba en la misma dirección? Para ello se ha precisado analizar la relación siguiente108:
FIGURA 2. EVOLUCIÓN CURRICULAR DEL ALUMNADO
————
107 Cartas fundacionales de las escuelas citadas en AGA, Ministerio de Educación, Caja
32/16548.
108 Solamente en 1932-1932 las escuelas de Alcoy, Béjar, Cádiz, Cartagena, Córdoba, Gijón, Jaén, Linares, Logroño, Madrid, Málaga, Las Palmas, Santander, Sevilla, Tarrasa, Valencia, Valladolid, Vigo, Villanueva y Geltrú y Zaragoza tenían el grado superior respecto de un
total de 56 centros elementales.
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INSCRIPCIONES
EXAMINADOS
APROBADOS
TÍTULO
TERMINAN
1928-29
4363
2586
2084
22
1929-30
4512
3399
2695
29
1930-31
4846
3284
2621
48
1931-32
48031
38324
28897
79
1122
1932-33
55980
44121
33723
18
720
Fuente: Elaboración propia a partir de los anuarios estadísticos siguientes: Anuario Estadístico de
España, Año XIV, 1928, Madrid, Ministerio de Trabajo y Previsión, 1930, págs. 558 y 589; Anuario
Estadístico de España, Año XV, 1929, Madrid, Ministerio de Trabajo y Previsión, 1931, pág. 562;
Anuario Estadístico de España, Año XVI, 1930, Madrid, Presidencia del Consejo de Ministros,
1932, pág. 695; Anuario Estadístico de España, Año XVII, 1931, Madrid, Presidencia del Consejo
de Ministros, 1933, págs. 77-80; Anuario Estadístico de España, Año XVIII, 1932-1933, Madrid,
Presidencia del Consejo de Ministros, 1934, pág. 92-95 y 98; y Anuario Estadístico de España, Año
XIX, 1934, Madrid, Presidencia del Consejo de Ministros, 1935, págs. 114-117.
FIGURA 3. EVOLUCIÓN CURRICULAR DEL ALUMNADO (2)
INSCRIPCIONES
EXAMINADOS
APROBADOS
TÍTULO
TERMINAN
1928-29
9318
6802
5219
287
1929-30
9791
7515
5544
157
1930-31
10496
8364
6568
283
1931-32
14162
12157
10444
121
352
1932-33
13917
12308
10461
146
410
Fuente: Elaboración propia a partir de los anuarios estadísticos ya citados.
Ambos gráficos reflejan que, a pesar de que el número de matriculados y
de escuelas es mayor en las elementales a partir del curso de 1931-32, una vez
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LA ENSEÑANZA PROFESIONAL Y LAS CLASES MEDIAS TÉCNICAS EN ESPAÑA (1924-1931)
143
ya son articuladas tras el Estatuto de 1928, y del comportamiento progresivo
de las inscripciones de matrícula a lo largo del período, el montante de examinados en ambos tipos de formación respeto al de matriculados siempre es inferior, así como el de aprobados con respecto al de los suspensos. Actitud debida
a que las expectativas puestas por el estudiante del grado elemental en que esta
formación mejoraría su posición socio-profesional, desaparecerían conforme
sufría las consecuencias de la política curricular109. Que no se diera un aumento
de inscritos demostraba la reticencia hacia la duración curricular y la conveniencia de simplificar las enseñanzas de carácter teórico, principalmente en el
aprendizaje, reduciéndose a aquellas más relacionadas con la práctica del oficio110. Lo sorprendente es la diferencia negativa entre el volumen de matriculados o examinados y los que terminan o adquieren el título; divergencia que
aumenta para los últimos cursos académicos, donde las exigencias curriculares
y el reconocimiento laboral del diploma merman su importancia111.
Teniendo también presente que para el aprendizaje los inscritos en los cursos nocturnos son más que en los diurnos o que la diferencia entre ambos regímenes es mínima112, lo que se está manifestando es que el alumno no está
tan interesado en la obtención de un título como en la adquisición de unos
conocimientos rápidos y prácticos, que le permitan trabajar en mejores condiciones y ganar un salario; caso de las escuelas que patrocinan las propias empresas, cuya formación práctica, aún siendo larga, es asumible porque va directamente enfocada a ocupar un puesto laboral en el propio centro fabril113.
————
109 Había continuas peticiones de los obreros para que se agilizaran las gestiones de apertura de una escuela o cursos profesionales, caso de Lugo o de Monforte de Lemos. En Sevilla,
la Asociación Profesional de Estudiantes de la Escuela Industrial apoyó las propuestas del
patronato de inauguración de nuevas aulas; o en la de Cádiz, existió una movilización a favor
de la reapertura de la escuela por el perjuicio que suponía para la clase obrera y media. Año de
1933, AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16557. Ver también los informes generales de
quejas de los alumnos por falta de instalaciones y medios, AGA, Ministerio de Educación,
Caja 32/1501 y 32/16505. Interés que se fue mermando conforme avanzaba el curso escolar.
110 Por ejemplo la Memoria de la Escuela Industrial de Santander del curso de 1927-28,
AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16539 o la Memoria de la Escuela Industrial de Málaga del curso de 1928-29, AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16540, donde las asignaturas más demandadas eran las de dibujo y prácticas de taller.
111 Entre otros, los datos de matriculación de los cursos de 1931 a 1935 de la Escuela de
Trabajo de Logroño y de Gijón, AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16572.
112 Comparando únicamente el primer curso de oficial con el nocturno, en las memorias
de las escuelas de Gijón o Sevilla, entre otras. AGA, Ministerio de Educación, Cajas 32/16523
y 32/16541-45. Para la segunda si en 1929-30 hay 102 inscritos en los cursos nocturnos y 137
en los oficiales, en 1930-31 hay 44 matriculados frente a 39, respectivamente; en Gijón para el
curso 1927-28 hay 164 inscritos diurnos contra 323 nocturnos y para 1928-29 hay 281 inscripciones de oficiales y 378 de nocturnos.
113 Se conocen empresas que ponen en marcha una política formativa propia y dan apoyo
financiero a las escuelas de trabajo, como el caso de Babcock y Wilcox, Construcciones Ae-
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MARÍA LUISA RICO GÓMEZ
Por esta misma predilección, en los grados del aprendizaje elemental, el
abandono escolar era muy elevado. Muchos alumnos no volvían a clase después de pasar las navidades, otros se esperaban a primavera y no terminaban
curso porque se colocaban en casas particulares; los que conseguían finalizar el
año académico no iban a recoger ni siquiera sus papeletas calificadoras, porque
lo que querían ya lo habían aprendido114. Las familias obreras también presionaban a favor de la entrada rápida en cualquier oficio para mayor desahogo,
sobre todo en estos años de crisis económica115. Además, los estudiantes no
obreros se interesaban aún menos por estos títulos ni aun por el de auxiliar industrial, puesto que su finalidad era hacerse con el de técnico o perito y veían
complicado tener que seguir los estudios de maestro obrero116. Era mucha la
indiferencia académica y se solía salvar con los cursos de perfeccionamiento,
de verano, el sistema libre de matriculación o los ciclos de conferencias117.
La inscripción también se resentía si, como era habitual, las becas y premios no eran concedidos y desaparecía el antiguo peritaje. El problema sería
que había que cursar como mínimo cuatro cursos con un infinito cuadro de
asignaturas para obtener, no un título académico, sino un certificado de aptitud118. Simplificar el cuadro de materias y requisitos de ingreso, ampliar el
baremo de becas y matrículas gratuitas, así como estipular criterios objetivos
y no económicos, facilitaría el acceso a un mayor colectivo social. Por tanto,
el propósito legislativo no estaba en la mente de los alumnos119.
————
ronáuticas, Duro-La Felguera, «La Fábrica», La Fábrica de Artillería de Sevilla, La Fábrica
Nacional de Armas de Toledo, La Siderúrgica del Mediterráneo, La Unión Cerrajera de Mondragón, La Unión Naval de Levante, Maquinistas y Fundiciones del Ebro, Sociedad ElectroQuímica de Flix y las fábricas militares de Trubia y Oviedo.
114 Informes de las escuelas a lo largo del año de 1930 y 1931, AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16498.
115 Véase la influencia familiar en BRIAN, Jean-Pierre y CHAPOULIE, Jean-Michel, «Les familles, les collectivités locales et l´État», Histoire de l´éducation, 66 (mayo 1995), págs. 15-46.
116 NOVO DE MIGUEL, Luciano, La enseñanza profesional obrera, pág. 38.
117 Para conocer la importancia del régimen escolar libre en los estudios elementales véase las memorias de la escuela de Málaga de los cursos de 1931 a 1933, AGA, Ministerio de
Educación, Cajas 32/16541 a 32/16543.
118 Béjar en Madrid, noviembre de 1925, págs. 1-2. Entre otros, en Béjar el Alcalde, la Cámara
de Comercio, la Asociación de Fabricantes de Tejidos «Unión Textil» y las Federaciones obreras
Textil y de Construcción, solicitaron el peritaje mecánico, electricista, manufacturero y textil, reclamados para el progreso de la industria de la región, en varias ocasiones con fecha 2 de noviembre de 1925, de 26 de julio de 1929 o de 6 de noviembre de 1929, AGA, Ministerio de Educación,
Caja 32/16486. En Villanueva y Geltrú se apostó por la reinstauración del peritaje electricista,
mecánico y textil ante la insistencia de las fábricas de Pirelli y Cía, Cía de los F.C. de M.Z.A., La
Calibradora Mecánica S.A., Material Hidráulicos Griffi S.A., además de pequeños talleres locales,
el 4 de agosto de 1930, AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16502.
119 En Valladolid se solicitaba que la selección de los estudiantes se hiciera según inteligencia
y no por los medios económicos, así como establecer matrículas gratuitas para los alumnos obreros
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LA ENSEÑANZA PROFESIONAL Y LAS CLASES MEDIAS TÉCNICAS EN ESPAÑA (1924-1931)
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¿FRACASO?
Ante tal panorama de la enseñanza profesional en España durante aquel período, ¿se cumplieron con estos resultados las expectativas del régimen? No
puede afirmarse que tal cosa ocurriera. El régimen primorriverista concebía la
enseñanza técnica como un grado intermedio de instrucción, que habría de servir para acentuar la presencia social de las clases medias y afianzar la paz social. La formación profesional debía ser un reflejo de la división social a través
de la jerarquización del trabajo, pues el propio concepto de cultura técnica nacido del espíritu humanista y politécnico favorecía la diferenciación social.
Se estructuró un plan con metas sucesivas de aplicación en sí mismas, que
afianzó el modelo tripartito de una instrucción elemental para las clases obreras, una instrucción para los jefes de taller y otra para los superiores directivos. Se trataba de ciclos pensados para una carrera formativa larga que preparara hombres selectos y directores productivos, que apaciguaran cualquier
posibilidad revolucionaria y modernizaran la economía, pero sin transformar
la estructura política y social. Además, el programa metódico e integral, de
humanización de la cultura técnica, estaba únicamente pensado para estimular
la identidad nacional de aquéllos aspirantes jóvenes «medios» con posibilidades de hacer el cursus honorum procedentes de la instrucción primaria, del
bachillerato, es decir, de la burguesía y, en menor medida, del taller.
Pero este objetivo no era óbice para que también se pretendiera la democratización de la enseñanza industrial en sus grados más elementales. El problema no era formar a los obreros, sino cuántos, cómo y a qué nivel. Había
que apartarlos de los ideales revolucionarios y mantenerlos controlados, a
través de una educación adecuada a sus intereses y los de la nación. Podían
ser instruidos, siempre que no sobrepasaran los límites de los oficios de las
unidades simples de producción, y comprendieran cuál era su posición dentro
del sistema socio-profesional. Así se les contentaba únicamente con la posibilidad de una nueva oportunidad laboral de tutelaje de la gran masa de trabajadores. Por tanto existía un gran abismo entre el discurso oficial y los mecanismos creados para la aplicación de la ley. El primero llamaba la atención de
la clase obrera para integrarla en la órbita de los nuevos planes educativos,
como un incentivo de promoción social, y los segundos dificultaban este camino al dirigirse más hacia la configuración de una clase de técnicos medios,
que no estuviera integrada por los círculos sociales más modestos.
Para los obreros el programa de estudios elementales resultaba demasiado
teórico y para los aspirantes a estudiar la carrera de ingeniero, muy primario.
————
y los estudiantes no pudientes. Y la Asociación de Alumnos y Exalumnos reiteraba su inconformidad ante los nuevos planes que imposibilitaban la obtención del título a los de condición obrera, 25
de noviembre de 1925, AGA, Ministerio de Educación, Caja 32/16505.
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MARÍA LUISA RICO GÓMEZ
La mayoría de los primeros, en vez de optar por la vía de la formación profesional oficial para acceder a los cuadros intermedios, se encaminaban a la
adquisición de rápidos conocimientos coherentes con la realidad económica
que les permitieran mejorar su posición laboral y conseguir un salario rápida
y dignamente. Para los segundos, que sí podían completar los estudios medios
de la escuela superior de trabajo, y de los que podía salir el tipo ideal de técnico anhelado por el Estado, el sistema curricular tampoco era satisfactorio.
Obviaban las enseñanzas elementales, ingresaban en aquella por medio de
cursos puente que servían de complemento a sus conocimientos para matricularse en los estudios del técnico y despreciaban la desvinculación existente
entre esta enseñanza y la del ingeniero, la cual era su máxima aspiración. Este
comportamiento reafirmaría en parte los postulados del Estado de mantener la
jerarquización social y demostraría la inadecuación del nuevo proyecto de
nutrir una clase media de técnicos tanto a partir de las bases del colectivo
obrero como de las de la burguesía.
El Estado no encontró la forma de crear una clase media de cuadros técnicos que entrelazara el capital humano formado con el sentir nacional, los valores autoritarios con los modernos, ni de romper con los postulados educativos y la participación liberal decimonónica en el sistema formativo. En
cambio, las iniciativas locales sí consiguieron promover un nuevo, aunque
mínimo, colectivo social a través de currículos de carácter más utilitario y
práctico que interesaban en mayor medida a los alumnos. De un lado, estaría
el obrero cualificado que se escapaba de la masa de trabajadores dedicados a
tareas específicamente manuales, y de otro lado, los nuevos directores industriales, alejados de los cuerpos sociales inferiores, que abrirían una salida profesional más allá de la carrera funcionarial.
Pero en todo caso, el interés manifestado en la matrícula de los primeros
años (que procedió de la conciencia de que la formación profesional permitía
integrarse en el sistema económico en el que se vivía y favorecería un nuevo
marco de oportunidades laborales y posicionales) fue desapareciendo una vez
que el alumnado, tanto de la escuela elemental como de la superior, conoció
que el funcionamiento docente se apartaba de sus expectativas. La desconexión
entre esta realidad y el ideario discursivo rompería la posibilidad de crear una
identidad nacional nutrida por las nuevas clases medias de técnicos. Definitivamente esta política se vio truncada con la llegada de la II República, cuyas
preocupaciones educativas escapaban de la formación profesional para fortalecer otros sectores de la enseñanza, como los que empujaban hacia la alfabetización del país desde valores más propios del liberalismo y la igualdad.
Recibido: 16-12-2010
Aceptado: 10-11-2011
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 119-146, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2012, vol. LXXII,
núm. 240, enero-abril, págs. 147-176, ISSN: 0018-2141
«BURGOS PODRIDOS» Y DEMOCRATIZACIÓN.
PALES DE ABRIL DE 1933*
LAS
ELECCIONES MUNICI-
ROBERTO VILLA GARCÍA *
Universidad Rey Juan Carlos
RESUMEN:
Hasta las elecciones locales de 1979, las de abril de 1933 fueron las últimas
de tipo democrático que se habían celebrado en España. Su importancia viene determinada, además, porque supusieron la expresión más sincera de la
democracia rural, hasta entonces mediatizada por mecanismos como el encasillado y el artículo 29 de la ley electoral de 1907. En este trabajo se analizan esos comicios, que hasta ahora carecían de un tratamiento conjunto, a
través no solo de fuentes secundarias o prensa sino también de documentación de archivo. Con éstas se han reconstruido unos resultados electorales
que aún eran incompletos y fragmentarios. Se trata de medir el grado de politización de una muestra significativa del electorado rural en los años treinta, tras medio siglo de régimen liberal representativo, a través de la reconstrucción del proceso que lleva a estos comicios, la articulación de los
partidos políticos en los pueblos y la correlación de fuerzas que dejan entrever las alianzas, el carácter de la propaganda y la presencia de elementos
distorsionadotes del sufragio (mediatización gubernamental, violencia política, etcétera). Y también si esa politización tendió a consolidar los apoyos al
modelo constitucional vigente y a la coalición gobernante o, si por el contrario, fue un fenómeno reactivo y canalizado por las fuerzas de oposición, tanto republicanas como conservadoras. En general, tras la reconstrucción de
los resultados finales y con los matices que este texto refleja, la tesis que se
————
Roberto Villa García es profesor en el área de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Políticos y Sociales de la Universidad Rey Juan Carlos. Dirección para correspondencia: Departamento de Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad Rey Juan Carlos (Madrid), Camino del Molino s/n 28943, Fuenlabrada (Madrid).
Correo electrónico: [email protected].
* Esta investigación se realizó en el marco del Proyecto de Investigación de I+D+I: «Cultura Política, Democracia y Violencia en la Segunda República Española (1931-1936)», financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación (Ref. HAR2009-11492/HIST).
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destila está más cercana a la segunda interpretación, si bien la intensidad
varió de unas regiones a otras.
PALABRAS CLAVE: Historia Política. España. Segunda República. Elecciones locales. Partidos políticos. Violencia política.
«ROTTEN BOROUGHS» AND DEMOCRATIZATION. THE MUNICIPAL ELECTIONS OF APRIL
OF 1933
ABSTRACT: Until 1979, the local elections of April 1933 were the last of a democratic
nature to be held in Spain. Their importance is determined, moreover, for being the most sincere expression of rural democracy, which had previously
been mediated by mechanisms such as «the encasillado» and Article 29 of
the electoral act of 1907. In this article we analyze these elections, which until now lacked an overall treatment, using not only secondary sources or
press, but also official papers. With these documents, we were able to reconstruct electoral results that were, up until then, still incomplete and fragmentary. Our goal is to measure the degree of politicization of a significant sample of the rural electorate in the 30´s, after half a century of representative
liberal regime, through the reconstruction of the process leading to these
elections, the organization of political parties in rural towns and the correlation of forces due to alliances, the nature of the propaganda used and the
presence of vote-distorting elements (governmental intervention, political
violence, etcetera). Another point of focus is whether this politicization
tended to consolidate the foundations of the current constitutional model and
the ruling coalition or, on the contrary, if it was a reactive phenomenon, carried out by forces of the opposition, both republican and conservative. In
general, after the reconstruction of the final results and considering nuances,
this text leans more towards the second interpretation, although the intensity
varied from one region to another.
KEY WORDS:
Political History. Spain. Second Republic. Local elections. Political parties. Political violence.
«Lo que hay de objetivo, de incontrovertible, de indiscutible… es lo siguiente, a mi juicio: se han celebrado elecciones en
2.400 Ayuntamientos españoles, los más pequeños, los más débiles políticamente, parecidos a lo que llamaban en otro país los
burgos podridos, en el sentido electoral»1.
————
1
Diario de Sesiones de las Cortes (en adelante, DSC), 25-IV-1933, pág. 12405. «Burgos Podridos» es una traducción literal de Rotten Boroughs, las circunscripciones electorales
británicas que, antes de la Reform Act de 1832, elegían diputados con un electorado muy pequeño. Eran residuos de los viejos criterios de representatividad preliberal, basados en el territorio y el privilegio, y no en el número de habitantes. El mejor análisis, en O´GORMAN, Frank,
Voters, Patrons, and Parties, Oxford, Clarendon Press, 1987. Pese a que Azaña no fue riguroso con el símil, obviamente se refería a que esos municipios presentaban un comportamiento
político anclado en una etapa anterior a la democratización.
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«BURGOS PODRIDOS» Y DEMOCRATIZACIÓN. LAS ELECCIONES MUNICIPALES DE ABRIL DE 1933
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Estas palabras de Azaña, pronunciadas en las Cortes el 25 de abril de
1933, provocaron fuertes protestas entre los grupos de la oposición, hasta el
punto que el debate político que estaba teniendo lugar se desarrollaría, a partir
de entonces, con numerosas interrupciones y abundancia de reproches. Dos
días antes se habían celebrado unas elecciones municipales que renovaban la
cuarta parte de los ayuntamientos del país, en su mayoría de poca entidad
demográfica. De hecho, solo se convocaba a un 10% del cuerpo electoral.
Estos ayuntamientos tenían algo en común: sus concejales habían sido designados sin elección el 5 de abril de 1931 en virtud del artículo 29 de la ley
electoral de 19072. Este disponía que si el número de candidatos que habían
sido oficialmente proclamados no sobrepasaba el de puestos a cubrir, se les
considerase automáticamente electos, sin necesidad de acudir a las urnas.
Pese a que su trascendencia era objetivamente menor que unas elecciones
locales completas y, desde luego, mucho más reducida que unas generales,
los cronistas contemporáneos y algunos posteriores de marcada significación
«antiazañista» las consideraron como un plebiscito contra el gobierno de entonces. Su intensa politización3 y el hecho de que el ejecutivo fuese derrotado
por vez primera en municipios donde la docilidad de candidatos y electores al
poder ejecutivo había sido tradicional, eran los argumentos que supuestamente reforzaban ese carácter «plebiscitario»4.
Frente a esta interpretación, surgió otra más elaborada que incidía en la
falta de representatividad de las elecciones. Estas se habían celebrado en pueblos pequeños, enclavados en provincias tradicionalmente conservadoras
————
2 El artículo 29 y sus efectos negativos para la democratización han sido analizados en
profundidad por TUSELL, Javier, «El impacto de la ley de 1907 en el comportamiento electoral», Hispania, 116 (1970), págs. 571-631; y CARNERO, Teresa, «Democratización limitada y
deterioro político en España», en: FORNER, Salvador, Democracia, elecciones y modernización en Europa, Madrid, Cátedra, 1997, págs. 203-239.
3 Entendemos politización como un proceso por el que los ciudadanos conectan sus intereses individuales a causas políticas colectivas y asumen sus postulados ideológicos, tomando conciencia de que su satisfacción se ventila más allá de la política local. Vid. FORD, Caroline, «The use and practice of tradition in the politicization of rural France during the
nineteenth century», en: VVAA: La Politisation des campagnes au XIX siècle, Roma, École
Française de Rome, 2000, pág. 328.
4 Basta citar las crónicas políticas y editoriales de diarios de derecha como ABC, Informaciones y El Debate, y republicanos conservadores como Ahora en sus números de 25-IV1933 y ss. para mostrar cuál extendida era esta percepción. Entre los protagonistas, pueden
citarse a ALCALÁ-ZAMORA, Niceto, Memorias, Barcelona, Planeta, 1977, págs. 235-236 y
GIL-ROBLES, José María, No fue posible la paz, Barcelona, Ariel, 1998, pág. 88, teniendo en
cuenta que las memorias pocas veces refieren algo de estas elecciones; y entre cronistas posteriores: FERNÁNDEZ ALMAGRO, Melchor, Historia de la República española, Madrid, Biblioteca Nueva, 1940, pág. 74; y ARRARÁS, Joaquín, Historia de la Segunda República, Madrid,
Editora Nacional, 1970, vol. 2, págs. 117-119.
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donde, además, aún no se había extinguido el «caciquismo» (aunque no se
precisa si se hace referencia al patronazgo, al fraude o a ambas cosas) y el
analfabetismo de la población se hallaba por encima de la media. En este contexto, los resultados electorales no podían considerarse sino un avance de los
partidos de izquierda y un relativo éxito del gobierno. Si hasta entonces en esos
pueblos habían triunfado con rotundidad los monárquicos, y republicanos y
socialistas apenas habían logrado sumar concejales, en abril de 1933 la derecha
no consiguió acumular más que la cuarta parte de los puestos a concejal frente a
las formaciones republicanas. Más aún, juntas la izquierda republicana y la socialista habían cosechado un meritorio tercio de todos los ediles5.
Alrededor de ambas interpretaciones han pivotado los escasos análisis que,
hasta hoy, han suscitado las elecciones locales de abril de 19336. No obstante,
el hecho de que estas no hayan sido aún estudiadas en su conjunto hace que
tales interpretaciones queden todavía en el terreno de las hipótesis sin verificar. Aunque algunos excelentes trabajos de historia provincial nos han ofrecido aproximaciones valiosas, la mayoría de ellos no pretende sacar conclusiones más allá del marco territorial escogido. Además, las divergencias en la
correlación de fuerzas políticas entre una provincia y otra limitan la efectividad de las tesis enunciadas7.
————
5 Abonaron esta percepción varias crónicas y editoriales de los medios afectos al gobierno, como El Socialista, El Liberal o El Sol, 25-IV-33 y ss., así como algunos de los protagonistas de la etapa como AZAÑA, Manuel, Diarios 1932-1933, Barcelona, Crítica, 1997,
págs. 253-254; y VIDARTE, Juan Simeón, Las Cortes constituyentes de 1931-1933, Barcelona,
Grijalbo, 1976, pág. 538. Esa interpretación fue subrayada también por autores como MADARIAGA, Salvador, España, Madrid, Espasa-Calpe, 1989, págs. 346-347; o JACKSON, Gabriel,
La República española y la guerra civil, Méjico, Ed. Americana, 1967, pág. 430; y por el
único análisis general de estos comicios, el de ESPÍN, Eduardo, «Crisis de gobierno y confianza presidencial en la II República», Revista de Estudios Políticos, 17 (1980), págs. 87-115.
6 La abundancia de referencias muy genéricas sobre estos comicios municipales es tal
que habríamos de citar casi todos los estudios generales que se han hecho sobre la República,
así como los específicos sobre elecciones y partidos durante este periodo. Todos estos se limitan a escudriñar el sentido político de la elección reproduciendo una de esas dos versiones que
hemos expuesto. Quizás porque, como señala AVILÉS, Juan, La izquierda burguesa y la tragedia de la II República, Madrid, Consejería de Educación, 2006, pág. 240, resulta difícil realizar una valoración política de sus resultados.
7 Por ofrecer una perspectiva analítica de estos comicios, sin limitarse a la mera referencia descriptiva, son importantes los estudios de MILLARES, Agustín, La Segunda República y
las elecciones en la provincia de Las Palmas, Las Palmas, Mancomunidad de Cabildos, 1982;
PABLO, Santiago de, La 2.ª República en Álava, Bilbao, Universidad, 1989; REQUENA, Manuel, Partidos, elecciones y elite política en la provincia de Albacete, Albacete, Diputación
Provincial, 1991; FERRER, Manuel, Elecciones y partidos en Navarra durante la II República,
Pamplona, Gobierno de Navarra, 1992; RODRÍGUEZ RANZ, José Antonio, Guipúzcoa y San
Sebastián en las elecciones de la II República, San Sebastián, Caja de Gipuzkoa, 1994; MATEOS, Miguel Ángel, La República en Zamora, Zamora, Instituto de Estudios Zamoranos,
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En realidad, haciendo abstracción de a quién pudieron beneficiar o no, estas elecciones constituyen un excelente termómetro para registrar el grado de
politización que el mundo rural había alcanzado en la España de los treinta.
En este sentido, el hecho de que la mayoría de los candidatos a concejal acudiera a esta elección con una adscripción política precisa que le diferenciaba
de sus rivales evidencia que partidos que hasta entonces solo parecían tener
presencia en el parlamento (como ocurría con la izquierda republicana o con
los agrarios) habían culminado cierto nivel de organización fuera de él. Relacionado con esto, las adscripciones políticas en el mundo rural permiten pensar que los partidos comenzaban a articularse fuera de las zonas urbanas, hasta entonces el ámbito donde su visualización había sido más clara. Pero más
allá de la organización de los partidos, que de por sí era el factor básico para
que se generalizasen las elecciones competidas8, la adscripción política de los
candidatos evidencia que los incentivos ideológicos estaban adquiriendo un
papel importante a la hora de decidir el voto, pues indica que el electorado de
los pueblos ya podía, hasta cierto punto, identificar las distintas opciones políticas que se le ofrecían.
Las elecciones de abril de 1933 muestran, además, hasta qué punto estaba
variando, en el contexto republicano, el comportamiento de los electores y la
actitud de los agentes encargados de su movilización hacia hábitos más participativos. Es verdad que se ha exagerado un tanto la indolencia y la docilidad
políticas del mundo rural en España. En realidad, como demuestran algunos
estudios, la politización de los campesinos puede rastrearse ya durante la Restauración, época en la que menudearon movimientos asociativos y diversas
formas de protesta política9. De hecho, esta politización tuvo también su reflejo en las elecciones. El progresivo descenso de la aplicación del artículo 29
en las consultas locales, que afectó al 58% de los municipios en 1909 y al
54% en 1920, fue fruto de mayores dosis de movilización y competencia en el
mundo rural puesto que, entre esos años, en las ciudades pocas veces se pro-
————
1995; COBO, Francisco, De campesinos a
CÍA-SANZ, Ángel, El voto femenino y las
electores, Madrid, Biblioteca Nueva, 2003; y GARelecciones municipales de 1933 en Navarra, Pamplona, UPNA, 2009. Destaca por la excepcional conexión de la elección con el contexto regional y nacional, REY REGUILLO, Fernando, Paisanos en lucha. Exclusión política y violencia
en la Segunda República española, Madrid, Biblioteca Nueva, 2008.
8 TUSELL, Javier, Oligarquía y caciquismo en Andalucía (1890-1923), Barcelona, Planeta, 1976, págs. 341-357.
9 Ya advirtió VILLARES, Ramón, «Política y mundo rural en la España contemporánea. Algunas consideraciones historiográficas», en: VV. AA., La Politisation des campagnes, págs. 2946, de la imagen un tanto deformada y simplista que se tiene del mundo rural y, en concreto, de
la supuesta falta de politización de los campesinos, aunque queda mucho por investigar para que
la historiografía pueda refutar esa tesis. En un marco concreto, la complejidad del mundo rural y
sus implicaciones políticas son abordadas por CRUZ, Salvador, Caciques y campesinos, Madrid,
Edic. Libertarias, 1994; y REY REGUILLO, Paisanos en lucha, 2008.
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clamaban concejales sin elección10. Es más, esas cifras revelan que, ya por
entonces, en entre un 35 y un 40% de los municipios rurales había lucha electoral. Lo que indica que nos encontramos ante un panorama mucho más rico,
complejo y necesitado de matices. Y tras siete años de dictadura, las elecciones locales de 1931 no hicieron sino afianzar la participación de las zonas
rurales en el proceso de democratización general.
Abril de 1933 fue una etapa más aunque de singular importancia: esas
elecciones supusieron la adquisición de hábitos participativos por parte de los
electores de muchos pueblos (no de todos aún) cuyos ediles casi siempre habían
accedido al cargo por el artículo 29. Politización y elecciones competidas
vinieron de la mano y con ellas se intensificó la presencia, antes muy tenue,
de fenómenos como los partidos, la propaganda y hasta, en algunos casos
concretos, de la violencia política, la expresión más tosca de la competencia.
Desde luego, lo esencial de estas elecciones no es que fuera un plebiscito contra el gobierno. No podía serlo porque la consulta era demasiado poco extensa para extraer de ella el sentir de la opinión pública. Pero el comportamiento
electoral de esos municipios y los resultados finales revelan que la interpretación contraria peca de excesivo simplismo. Ambos prueban, como se verá a
continuación, una politización aún más intensa que en 1931, cambios ideológicos en candidatos y electores, y una mínima presencia de comportamientos
fraudulentos. Estos elementos ofrecen una perspectiva más dinámica de unos
pueblos donde la apatía política parecía haber sido, hasta entonces, la norma.
A pesar de su carácter parcial, estas elecciones fueron, además, la consulta
más extensa desde junio de 1931 y las primeras en que se permitió votar a las
mujeres en las mismas condiciones que a los hombres11. Por tanto, tampoco
puede desdeñarse la orientación política que marcaron sus resultados finales
dentro del progresivo giro a la derecha que se observó en el electorado entre
1931 y 1933, y que será también objeto de este trabajo. En este sentido, los
resultados se ofrecen completos por vez primera, reconstruidos a través de
fuentes primarias. Hasta ahora la historiografía solo había citado las cifras
parciales de la prensa o los totales del Anuario Estadístico de 1934 que, siendo los más se acercan a los reales, no se encuentran totalmente desglosados
por partidos y contienen omisiones que desvirtúan los totales.
————
10 Los porcentajes y datos se basan en la información de la Estadística Electoral de 1909
y de los Anuarios Estadísticos de España (en adelante, AEE) de 1919 y 1921-22.
11 Sobre el sufragio femenino y su impacto en las elecciones republicanos nos remitimos
a las obras generales de CAPEL, Rosa, El sufragio femenino en la Segunda República, Madrid,
Horas y Horas, 1992; y ÁLVAREZ TARDÍO, Manuel y VILLA GARCÍA, Roberto, El precio de la
exclusión. La política durante la Segunda República, Madrid, Encuentro, 2010; y a las más
específicas de VILLALAÍN, Pablo, La participación de la mujer en las elecciones generales
celebradas en Madrid durante la II República, Madrid, Instituto de la Mujer, 2000; y GARCÍASANZ, El voto femenino, 2009.
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MONÁRQUICOS EN EXTINCIÓN
La última hornada de concejales designados por el artículo 29 apareció el
5 de abril de 1931. Como establecía la ley de 1907, fueron electos el domingo
anterior al de los comicios, justo la jornada en la que las Juntas municipales
del Censo —los organismos encargados de velar por la legalidad del proceso
electoral en cada localidad— verificaban la proclamación de candidatos. En
total, accedieron automáticamente al cargo de concejal 29.804 candidatos,
prácticamente todos en pueblos pequeños. La cifra era importante, pues suponía el 37% del total de concejales. Pero la reducción respecto a las elecciones
locales más competidas de la Restauración, las de 1920, era notable: entonces
el porcentaje de proclamados sin elección había sido del 54%. El dato de
1931 destaca además porque, aún descontando las zonas urbanas, indicaba
que por vez primera serían mayoría los municipios rurales que elegirían en las
urnas a sus representantes. Si bien 1931 confirmaba la tendencia que ya habían
marcado los últimos comicios locales de la Restauración, lo cierto es que ese
nivel de competencia fue también producto de dos causas inmediatas. La más
conocida, sin duda, fue el carácter plebiscitario que la elección adquirió contra
la Monarquía. Pero existe otra muy importante que no se ha solido tener en
cuenta: en esta convocatoria se disputaba el control completo de las corporaciones locales, cuando hasta 1923 siempre se habían renovado por mitades,
como establecía la ley municipal de 1877. En cuanto a la significación política
de estos concejales, aún cuando no se poseen los resultados completos, la
aproximación más exacta arrojó 18.401 monárquicos, 2.592 republicanos y
socialistas, 921 constitucionalistas y 215 carlistas12. La mayoría monárquica era
incuestionable, pero los resultados mostraban que la conjunción antimonárquica no estaba completamente ayuna de presencia en el ámbito rural y que en
varios pueblos también les había aprovechado el artículo 29.
Como se sabe, la derrota de los monárquicos en casi todas las capitales de
provincia y ciudades importantes el 12 de abril propició el advenimiento de la
República. Con el nuevo régimen llegó, además, una profunda redimensión
del mapa político que habían dibujado las últimas elecciones locales de la
monarquía13. Esta comenzó cuando el nuevo ministro de la gobernación, Miguel Maura, estableció en ese mes de abril un periodo de quince días para que
los derrotados pudieran protestar los resultados en los municipios en los que
hubieran ocurrido irregularidades. Los concejales del artículo 29 salieron a la
palestra cuando los socialistas y los dirigentes republicanos de varias localidades pidieron a Maura su destitución en bloque. El ministro se negó alegan-
————
12
BEN AMI, Shlomo, Los orígenes de la Segunda República española, Madrid, Alianza,
1990, pág. 441.
13 Ibidem, págs. 371-374.
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do que las proclamaciones apenas si habían sido protestadas14. No obstante,
varios gobernadores civiles, sobre todo los de las provincias extremeñas y
gallegas, además de los de Granada, Las Palmas, Málaga, Santander, Sevilla
y Toledo, fueron más permeables a estas peticiones y destituyeron por cuenta
propia y sin seguir los procedimientos establecidos desde Gobernación ayuntamientos del artículo 29, todos de significación monárquica. Algunos de
ellos ya habían incitado al ministro a disolver todas las corporaciones monárquicas porque estaban controladas por caciques y eso podía repercutir negativamente en las elecciones a Cortes constituyentes15.
En total, entre abril y mayo de 1931 fueron destituidos 6.937 concejales monárquicos del artículo 29, el 27% del total de los proclamados por esta vía,
25.92116. Todos estos puestos volverían a cubrirse en la elección municipal parcial que Maura convocó para el 31 de mayo de 1931, y que también afectaba a
los ayuntamientos destituidos por irregularidades electorales el 12 de abril. Que
en esos pueblos volviera a repetirse el hecho de que concurrieran tantos concejales como puestos a cubrir, parecía indicio de que no había habido ilegalidades en
su proclamación en abril. Además, en esas elecciones muchos de los que se presentaron como republicanos habían sido monárquicos un mes antes17.
————
14
Boletín de Administración Local, 21-V-1931. BEN AMI, Los orígenes, pág. 371. En el
Archivo General de la Administración (AGA) y en el Archivo Histórico Nacional de Madrid
(AHN) figuran varios telegramas al ministro: unos de los concejales desposeídos de sus cargos y otros de los comités republicanos que aspiraban a la disolución de las nuevas corporaciones. Es de observar que estas últimas protestas no hacen referencia a ilegalidades cometidas durante el proceso de proclamación, sino que se basan en la significación monárquica o
caciquil de los nuevos concejales y en el peligro de que generasen conflictos con elementos
republicanos y socialistas. Ejemplos: Padrón y Vedra (La Coruña), Mojácar (Almería), Carballedo y Rivas del Sil (Lugo), Higuera de la Sierra (Huelva), Valleseco y Tejeda (Las Palmas),
Villanueva de la Serena, Medina de las Torres, Montemolín, Pallarés y Santa María de Nava
(Badajoz), Santa Marta de Magasca (Cáceres), Santa Elena (Jaén), Villanueva del Segura,
Pliego, Lorquí, Alguazas y Archena (Murcia), y Cintruénigo (Navarra). Vid. AGA (Gobernación), leg. 106, 2414 y 2416; y AHN (Gobernación), serie A, leg. 30, exps. 12 y 13.
15 Incitaciones desde diversas provincias (Alicante, Baleares, La Coruña, Orense, Santa
Cruz de Tenerife), en AGA (Gobernación), leg. 106, 266, 2414 y 2416; y AHN (Gobernación), serie A, leg. 30, exps. 12 y 13. La destitución de concejales del artículo 29 sin seguir los
cauces establecidos por Maura está constatado por REQUENA, Manuel, De la Dictadura a la II
República, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 1993, págs. 141-147; y MACARRO,
José Manuel, Socialismo, República y Revolución en Andalucía, Sevilla, Universidad, 2000,
págs. 44-45. En Alicante el gobernador disolvió casi todos los ayuntamientos monárquicos y
puso en su lugar comisiones gestoras republicano-socialistas. AGA (Gobernación), leg. 266.
16 Descontamos los 3.883 ediles elegidos por el art. 29 en las provincias catalanas. Al no
participar estas en las elecciones parciales de abril de 1933, no puede precisarse el número de
destituciones registrado en la región. Datos elaborados a partir del AEE, 1931, pág. 480.
17 Las monografías de la nota 7 constatan una falta de competencia que Maura había confirmado a la prensa tras conocer el número de candidatos proclamados. Vid. El Imparcial, 24V-1931; Heraldo de Madrid, 25-V-1931; y MAURA, Miguel, Así cayó Alfonso XIII, Madrid,
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 147-176, ISSN: 0018-2141
«BURGOS PODRIDOS» Y DEMOCRATIZACIÓN. LAS ELECCIONES MUNICIPALES DE ABRIL DE 1933
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TABLA I. CONCEJALES PROCLAMADOS POR EL ARTÍCULO 29 Y DESTITUIDOS ENTRE ABRIL Y MAYO DE 1931
Provincias Nºconcej.
Provincias Nºconcej.
Provincias
Nºconcej.
Álava
Albacete
Alicante
Almería
Ávila
Badajoz
Baleares
Barcelona
Burgos
Cáceres
Cádiz
Castellón
Ceuta
Ciudad Real
Córdoba
Cuenca
Gerona
Granada
Guadalajara
Guipúzcoa
Huelva
Huesca
Jaén
La Coruña
Las Palmas
León
Lérida
Logroño
Lugo
Madrid
Málaga
Melilla
Murcia
Navarra
Orense
Oviedo
Palencia
Pontevedra
Salamanca
S.d.
75
183
34
365
0
69
44
382
2
42
343
169
5
97
140
189
59
435
0
S.d.
131
652
88
127
0
128
99
85
S.d.
579
34
1
84
48
52
453
238
117
Provincias Nºconcej.
S. Tenerife
Santander
Segovia
Sevilla
Soria
Tarragona
Teruel
Toledo
Valencia
Valladolid
Vizcaya
Zamora
Zaragoza
92
223
20
203
0
S.d.
32
364
147
0
33
87
187
S.d. (Sin datos).
Fuente: Datos elaborados a partir de: AEE, 1931, pág. 480; y 1933, págs. 650.
Todavía con la presencia de unos veinte mil concejales proclamados sin
lucha, el gobierno Azaña abordó una de las mayores modificaciones simultáneas de ayuntamientos que hasta entonces se conocían. El 6 de octubre de 1932
comenzó a discutirse ante el pleno de las Cortes un proyecto de ley por el que
cesaban todos los concejales que hubiesen sido elegidos por el artículo 29. Este
proyecto, que estaba patrocinado por el ministro de la Gobernación, Santiago
Casares, declaraba a esos ediles «incompatible(s) con el sentido democrático
del régimen republicano», y facultaba al titular de esa misma cartera para designar directamente, sin elecciones, a los nuevos concejales gestores18. La medida resultaba tan drástica que rompió la solidaridad parlamentaria de las oposiciones republicanas con el gobierno tras el pronunciamiento de Sanjurjo. El
diputado Ossorio y Gallardo pidió a Casares que justificara una medida tan
grave. El ministro reconoció que esta carecía de base legal pero que era necesaria para salvaguardar la República de sus enemigos. Además, se negó en rotundo a convocar unas elecciones sin variar estos ayuntamientos porque, en
su opinión, triunfarían los mismos que ya las regían19.
————
Marcial Pons, 2007, pág. 402. Para el cambio de etiqueta política, vid. sobre todo MILLARES,
La Segunda República, pág. 31; BEN AMI, Los orígenes, págs. 373-377; o REQUENA, De la
Dictadura, págs. 147-156.
18 DSC, 9-IX-1932, Apéndices 1.º y 8.º.
19 Ambas intervenciones, en DSC, 6-X-1932, págs. 8795-6.
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Sus argumentos tampoco convencieron a los diputados del Partido Radical
que anunciaron su oposición al proyecto. Hay que tener en cuenta que la
cuestión de los ayuntamientos resultaba especialmente delicada para todos los
partidos, pues su control solía determinarles perspectivas halagüeñas en las
elecciones locales y en las de Cortes. El portavoz «lerrouxista», Guerra del
Río, intervino para defender un procedimiento que se acomodase a la legalidad: «si (estos ayuntamientos) constituyen una molestia para la República…
vamos a su renovación por el sufragio universal… ¿No tiene el Sr. Ministro
de la Gobernación cincuenta gobernadores republicanos capaces de garantizar
que en los pueblos se respetará la libertad del sufragio?». Si salía adelante el
proyecto, el portavoz advertía del peligro de que se acusara al gobierno de
«montar el tinglado electoral para sacar los concejales que… le interesan».
De hecho, en ese argumento abundarían casi todas las oposiciones20.
El problema de la remoción de los ayuntamientos derivó en una batalla dialéctica que hubo de resolverse en cinco sesiones de varias horas cada una y en
la que intervinieron prácticamente todos los grupos. Finalmente, el 14 de octubre se llegó a una solución de compromiso entre la mayoría y las oposiciones
republicanas en los siguientes términos. Los concejales elegidos por el artículo
29 habrían de cesar durante los veinte días siguientes a la publicación de la ley.
Si después de cesados quedaran tres concejales de representación popular, estos
constituirían la comisión gestora. En caso de que quedasen dos, habría de añadírseles un funcionario. Y si solo hubiese quedado uno, se le añadiría un «obrero» y un «contribuyente». Finalmente en el supuesto, más numeroso, de que no
quedase ningún concejal de elección popular, un «obrero», un «contribuyente»
y un funcionario formarían la gestora. Los «obreros» y los «contribuyentes»
habrían de ser elegidos por sus respectivas agrupaciones laborales si estuvieran
constituidas, o bien por un sorteo, presidido por un delegado gubernativo, entre
los contribuyentes y los obreros que figurasen en el censo electoral con edades
entre los 23 y los 30 años, y que supiesen leer y escribir. La representación del
Estado recaería entre los funcionarios que viviesen en la localidad, siempre que
no pertenecieran a la corporación municipal. El presidente de la comisión, que
haría las veces de alcalde, sería elegido por los tres gestores. Por último, se
obligaba al gobierno a convocar elecciones en los tres meses siguientes a partir del cese de los concejales elegidos por el artículo 29. El ejecutivo consideró que no era un plazo suficientemente largo para preparar las elecciones, y
pospuso la aprobación de la ley a diciembre de 193221. Un mes después comenzaron a constituirse las nuevas gestoras municipales.
Con esa norma, el gobierno pudo poner en marcha un amplísimo proceso
de remodelación de los ayuntamientos. En cuanto al número, fueron 2.653
————
20
21
DSC, 6-X-1932, págs. 8797-8812.
DSC, 1-II-1933, Apéndice 1.º; y 28-XII-1932, págs. 10815-17.
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exactamente los consistorios en que se convocaron elecciones municipales para
abril de 1933, si bien es cierto que en la cifra no se incluían los ayuntamientos del
artículo 29 en Cataluña. Estos serían disueltos en mayo de 1933 y, a instancias de
la Generalidad, no se renovarían por sufragio hasta el año siguiente22.
La destitución de los ayuntamientos del artículo 29 no solo perjudicó a los
partidos monárquicos, sino que en muchas provincias los grandes damnificados fueron los republicanos e, incluso, los socialistas. Esto no podía ser extraño, por cuanto que más de la mitad de los, como mínimo, casi veinte mil concejales monárquicos del artículo 29 no pertenecían a las distintas fracciones
conservadoras y liberales, sino que habían concurrido a la elección del 12 de
abril con la etiqueta de independientes o indefinidos. Es decir, no tenían una
significación política concreta y acudían al comicio para defender intereses
estrictamente locales que, para prosperar, no debían chocar con los del gobierno de turno. De ahí que estos concejales aún no se adscribieran a ninguno
de los partidos en liza, pero explicitasen su «gubernamentalismo» presentándose a los electores como «monárquicos». Como advertía el gobernador de
Álava a Casares: «conviene no dar excesivo crédito a las calificaciones... Justo es hacer presente que las elecciones municipales en los pueblos no han revestido en tiempo alguno, salvo contadas excepciones, carácter de contienda
política». Precisamente por el carácter administrativo y no político de las
elecciones locales, muchos candidatos a concejal no veían sentido a concurrir
con una etiqueta partidista. No obstante, el lento, pero progresivo enraizamiento de los partidos entre 1875 y 1923, mediante la creación de organizaciones locales y de distrito más estables (los célebres «cacicazgos» de las notabilidades con distrito propio) había hecho descender la cifra de concejales
«independientes adictos», como solía llamárseles, y elevar la de ediles con
adscripción política precisa. Que en 1931 las distintas fracciones conservadoras y liberales, juntas, no llegasen a copar ni la mitad de los ediles que se calificaban monárquicos, cuando veinte años antes solían sumar el 75 por ciento,
dejaba entrever que la Dictadura «primorriverista» había incidido negativamente en las estructuras de los partidos monárquicos. Esta había arrasado
buena parte de las organizaciones o redes locales y de distrito estables sobre
las que se apoyaban los partidos dinásticos sin llegar a construir algo equivalente con lo que, en la práctica, redujo en las zonas rurales el sostén popular
del régimen «restauracionista»23.
Con la proclamación de la República, la mayoría abrumadora de estos
concejales «monárquicos independientes» habían reforzado su significación
————
22
Butlletí Oficial de la Generalitat de Catalunya, 4-V-1933.
La adscripción de los concejales del artículo 29, en Estadística Electoral; y BEN AMI,
Los orígenes, págs. 440-441. El informe del gobernador de Álava, en AGA (Gobernación),
leg. 2417.
23
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ROBERTO VILLA GARCÍA
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gubernamental al declararse «republicanos independientes». Semanas o meses después, cientos de ellos incluso ingresaron, motu proprio o mediado consejo del gobernador civil, en los partidos republicanos y, en mucha menor
medida, en el PSOE. Este proceso fue paralelo, aunque aún más intenso, al
paso de los ediles conservadores y liberales a las filas republicanas. A mediados de 1932, Casares encargó a los gobernadores que confeccionaran unos
estadillos con la significación política de los ayuntamientos de sus respectivas
provincias y los enviasen reservadamente a Madrid. Los datos recopilados no
podían ser más expresivos. En ninguna de las provincias sobre las que se conservan estadillos había ya mayoría monárquica. De hecho, los concejales monárquicos representaban una minoría irrisoria en todas ellas y casi todas las
corporaciones se hallan copadas por concejales que decían pertenecer a partidos republicanos, regionales o al PSOE, y por una cifra importante (aunque
bastante más reducida que en abril de 1931) de republicanos independientes
o, simplemente, indefinidos. En concreto, casi todos los ediles monárquicos
del artículo 29 ya habían aceptado el nuevo régimen en el momento en que
sus ayuntamientos fueron disueltos. Con la disolución de sus ayuntamientos,
perdieron sus cargos, además, 2.600 concejales republicanos y socialistas que
habían concurrido como tales en abril de 193124 .
REGLAS DE JUEGO Y CAUCES REALES DE COMPETENCIA ELECTORAL
No por ello el gobierno dejó de cumplir su compromiso. De hecho, había
dejado claro que no confiaba en el republicanismo de los concejales del artículo 29, a los que creía residuos del viejo caciquismo y monárquicos emboscados. El 29 de marzo apareció en la Gaceta el decreto de convocatoria de
————
24
Hemos podido hallar los estadillos de Álava, Alicante, Almería, Guipúzcoa, Huesca,
León, Logroño, Madrid, Málaga, Murcia, Navarra, Segovia y Teruel. Vid. AGA (Gobernación), leg. 8, 99, 119, 122, 162, 170, 207, 211, 214, 266, 2414 y 2417. Ediles del artículo 29
republicanos y socialistas, en BEN AMI, Los orígenes, pág. 441. Hasta qué punto los concejales monárquicos del artículo 29 se habían adaptado a las circunstancias y aceptado explícitamente la República puede apreciarse acercando la lupa al contexto provincial. En Málaga,
solo en uno de los dos municipios en los que iba a celebrarse elección (Canillas de Aceituno)
había mayoría monárquica, mientras que en el otro (Benahavís) la mayoría era gubernamental
y todos los concejales eran republicanos. En Murcia estaban en manos de los partidos republicanos los cinco consistorios disueltos por el gobierno, y solo un concejal del pueblo de Aledo
todavía se declaraba monárquico. En Teruel, tan solo dos de los 136 ayuntamientos disueltos
eran ya monárquicos, en Logroño tres de los 70, en León uno de los 73, en Alicante uno de los
18, en Almería ninguno de los 11, en Madrid ninguno de los 57 y en Huesca ni uno solo de los
214 en juego. Solo en las provincias donde la derecha había mantenido la primacía en las
elecciones constituyentes de 1931 (provincias vascas, Navarra, Burgos y Palencia), el número
de corporaciones controladas por concejales no republicanos aún era importante.
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elecciones en todos los ayuntamientos en donde se hubiera aplicado parcial o
totalmente el artículo 29. Las votaciones se verificarían el 23 de abril conforme a las leyes municipal de 1877 y electoral de 1907, aunque adaptando sus
preceptos a la Constitución. Esto implicó que podrían votar los españoles de
ambos sexos con 23 o más años, lo que supuso la incorporación de las mujeres al cuerpo electoral por vez primera en la historia de España. En lo demás,
no varió el método de elección que, a grandes rasgos, venía definido por la
atribución a cada municipio de un número de concejales vinculado a la población censada y su selección de entre los candidatos más votados hasta cubrir
todos los puestos. El método de elección era similar al que se había usado en
las circunscripciones urbanas plurinominales durante los comicios generales
de la Restauración, en las que no se votaban listas sino individuos. Las leyes
municipal y electoral vigentes estatuían el llamado «sufragio restringido»,
con el que el elector solo podía votar una cifra menor de candidatos que de
puestos a cubrir.
A pesar de que este modo de distribuir las concejalías aseguraba la presencia de opciones minoritarias y, por tanto, cierto pluralismo, también establecía
de facto un sistema mayoritario en el que los candidatos de una facción política podían, independientemente del volumen de su victoria, acaparar entre el
60 y el 75% de los puestos. Claro que este reparto desequilibrado tenía un
contrapeso decisivo: la posibilidad de dividir el municipio en circunscripciones más pequeñas, los colegios electorales (que solían coincidir con los distritos, una subdivisión territorial del gobierno local que administraban, por delegación, los tenientes de alcalde), siempre que este superase los 800
habitantes. Los puestos de concejal se distribuían equitativamente por los diferentes colegios (o distritos) y los vecinos, encuadrados en estos por lugar de
residencia, elegían a sus representantes de manera separada. Esto exigía al
partido que desease controlar el ayuntamiento no solo ganar en el municipio
sino colocar a sus candidatos como los más votados en cada colegio, con lo
que en la práctica este método garantizaba no ya el pluralismo sino un cierto
equilibrio entre las formaciones políticas allí arraigadas25.
Un obstáculo legal a la propaganda era la Ley de Defensa de la República,
entonces vigente26. Por ello, no podía resultar extraño que el día en que se
————
25 FORNER, Salvador y GARCÍA ANDREU, Mariano, Cuneros y caciques, Alicante, Ayuntamiento, 1990, pág. 120. El régimen electoral local, incluidas las proporciones de mayorías y
minorías establecidas, en la Ley Municipal de 1877: arts. 29 a 63. El procedimiento, en la Ley
Electoral de 1907.
26 Las limitaciones al proselitismo político de la Ley de Defensa de la República, sobre las que
no vamos a insistir aquí, han sido ampliamente estudiadas por BALLBÉ, Manuel, Orden público y
militarismo en la España constitucional (1812-1983), Madrid, Alianza, 1983, págs. 327-335; SINOVA, Justino, La Prensa en la Segunda República española, Barcelona, Debate, 2006, págs. 110-114;
y ÁLVAREZ TARDÍO, Manuel y VILLA GARCÍA, Roberto, El precio de la exclusión, págs. 155-202.
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hizo pública la convocatoria electoral, todos los grupos de oposición firmaran
una proposición conjunta pidiendo al gobierno que, al menos, suspendiese por
un mes la vigencia de la ley. Azaña intervino en el debate para pedir a los
diputados gubernamentales que votaran contra la proposición, como así hicieron, y esta fue rechazada. Así, la amplitud con la que se interpretara la libertad de propaganda dependería, en última instancia, del criterio de las autoridades. No obstante, Casares instó a los gobernadores a no intervenir más que
para garantizar los derechos de electores y candidatos, así como el orden público, y expresó a los medios que deseaba que las elecciones fuesen «un espejo de sinceridad» que se recordase mucho tiempo. En la práctica, el ejecutivo
cumpliría ese compromiso27.
En general, la elección afectó a todas las provincias españolas excepto a
las catalanas y a dos gallegas (La Coruña y Orense) donde se había destituido
a todos los concejales del artículo 29 entre abril y mayo de 1931. Los comicios tenían especial importancia en una serie de provincias donde se renovaban entre un cuarto y la mitad de sus ayuntamientos (utilizando la división
regional de la época, las de Aragón, Baleares, Castilla la Nueva, Castilla la
Vieja, León, Navarra y Vascongadas, además de Albacete, Castellón y Santa
Cruz de Tenerife). De hecho, en algunas de ellas, los comicios suponían la
movilización de entre un tercio y la mitad de su cuerpo electoral. Por el contrario, en el resto del país la elección afectaba a pocos municipios y, en general, de pequeña entidad demográfica.
El domingo anterior al de los comicios, 16 de abril, culminó el proceso de
presentación de candidatos a concejal en todo el país. En total, se proclamaron 23.068 candidatos para los 19.103 puestos a concejal en disputa, lo que
suponía un ratio de 1,2 aspirantes por puesto. Es cierto que a los comicios se
presentaron un número indeterminado de candidatos que no pasaron por el
requisito de la proclamación y que en la práctica aumentaron ese ratio, pero
no hay forma de contabilizarlos. Sin duda estas cifras significaban un avance
respecto a abril de 1931: habría elecciones competitivas en muchas localidades donde hacía dos años se había aplicado el artículo 29. La variada oferta
política que sustentaban los partidos que participaban de la vida política de la
República parecía estar llegando a bastantes pueblos pequeños. No obstante,
estas cifras mostraban también cómo la falta de competencia no era solo producto de mecanismos como el artículo 29 o del fraude electoral, sino que res-
————
27 La proposición y su debate, en DSC, 29-III-1933, 12131-5. Casares, en El Socialista y
ABC, 30-III-1933. El ministro comunicó en una circular interna del 30 de marzo a sus gobernadores que era «propósito decidido del Gobierno que estas elecciones se celebren dentro de
la más extricta (sic) legalidad» y que «el resultado de la lucha responda sinceramente a la libre
emisión del sufragio». Además dictaría varias disposiciones sobre la marcha para evitar posibles abusos de las autoridades locales. Vid. AHN (Gobernación), serie A, leg. 31, exp. 1.
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pondía también a otros factores. Uno importante era la falta de alternativas
políticas a la dominante en muchos pueblos o, lo que es lo mismo, la desorganización y los déficits de articulación local de los partidos de la época. Por
eso, en la medida en que ya no se aplicó el artículo 29, estas elecciones retrotrajeron a bastantes localidades a las prácticas anteriores a 1907, en las que
habría comicios pero su papel sería irrelevante al haberse presentado tantos
candidatos como puestos a cubrir. La situación varió de unas provincias a
otras. La lucha sería más intensa en Albacete, Ciudad Real, Jaén, Lugo, Melilla, Murcia, Oviedo, Santa Cruz de Tenerife, Sevilla y Vizcaya, donde se superó el ratio de dos candidatos por puesto28.
La articulación de alianzas electorales fue otro factor que explica esos niveles de concurrencia, porque las coaliciones entre diferentes partidos redujeron el número de candidaturas. El contexto en el que se encuadraba la lucha
varió de un municipio a otro, pues no era uniforme la presencia de las diversas fuerzas políticas. Además, la rivalidad entre estas no solo venía afirmada
por disparidades ideológicas sino también por disputas que hundían sus raíces
en el estrecho marco de la política local. No obstante, a pesar de que las coaliciones, donde las hubo, pudieran ser heterogéneas, sí que es posible distinguir en muchos pueblos cierta bipolarización. Esta lucha bipolar puso frente a
frente, por un lado, a los partidos que sostenían al gobierno y, por otro, a las
formaciones opositoras. Aunque los comités locales tenían amplísima autonomía a la hora de elaborar las candidaturas, los partidos republicanos de
oposición (básicamente los radicales y sus aliados del centro y la derecha republicana) buscaron una mínima coordinación frente a las candidaturas gubernamentales, una vez supieron que el ejecutivo se negaba a suspender la
Ley de Defensa de la República durante el periodo electoral. El llamado Bloque Republicano Antiministerial, que ya existía en las Cortes, nació como
remedo de coalición electoral.
Del mismo modo actuaron las derechas a extramuros del régimen (agrarios, tradicionalistas, Acción Popular y, en ocasiones, nacionalistas vascos)
aunque en bastantes pueblos, más que a una coalición efectiva, se llegó al
acuerdo de no competir entre sí y apoyar a los candidatos con más posibilidades de victoria. Los partidos gubernamentales (socialistas, radicales socialistas, Acción Republicana y el Partido Republicano Gallego) lograron también
cierta coordinación electoral entre sus diferentes comités locales. El propio
Prieto alentó a las agrupaciones locales del PSOE de Oviedo y Vizcaya para
————
28 Datos de concurrencia, elaborados a partir de AEE, 1934, pág. 650. La prensa de entonces registró muchos casos de pueblos (en provincias como Cuenca, Granada, Guipúzcoa,
Las Palmas, León, Logroño, Sevilla o Valladolid) sin competencia real. Vid. ABC, 18 y 28IV-33; El Socialista, 25 y 27-IV-33; El Sol, 23 y 30-IV-33; Ideal de Granada, 25-IV-33; y
Diario de León, 26-IV-33.
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que unieran sus fuerzas a los republicanos de izquierda a condición de dejar
fuera de cualquier alianza a los radicales, lo que finalmente consiguió. Pero
hubo excepciones señaladas y tan abundantes que dejaban entrever el modo
en que se habían deteriorado las relaciones entre socialistas y republicanos de
izquierda a escala local. En provincias del sur donde la radicalización del
PSOE se estaba haciendo más perceptible (Badajoz, Cáceres, Albacete, Granada), los comités locales de «azañistas» y radicales socialistas decidieron
formalizar alianzas con los radicales. En algunas localidades participaron incluso en las coaliciones formadas por radicales, agrarios y Acción Popular,
que ya anticipaban las candidaturas que, con la denominación de «antimarxistas», concurrirían a los comicios generales de noviembre de 193329.
En general, como correspondía a una elección de este carácter y en contextos tan definidos como los pueblos pequeños, la campaña no fue especialmente intensa y sus ecos apenas llegaron a la prensa nacional. Dos factores abonan esa percepción: el primero, los déficits de competencia real en bastantes
localidades, como se ha señalado; y el segundo, la falta de virtualidad de los
medios de propaganda de masas en poblaciones de tan poco peso demográfico. Y es que los grandes mítines, la cartelería o las hojas volanderas parecían
estar de más en contextos donde los candidatos eran sobradamente conocidos
por su convecinos, hasta el punto de poderse atisbar el volumen de apoyos
con los que se presentaban unos y otros. Hubo, no obstante, provincias donde
la competencia fue más intensa porque acudían a los comicios intereses radicalmente enfrentados. Fue el caso, por ejemplo, de los municipios donde concurrieron candidatos socialistas o de significación «obrerista», interesados en
impulsar desde los ayuntamientos una serie de cambios en la economía y en
las relaciones laborales que no aceptaban sus contrarios. O de las localidades
donde la izquierda republicana estaba interesada en consolidar activamente la
«laicización» del espacio público frente a sus adversarios católicos. O de los
pueblos donde los agrarios y Acción Popular pretendían cuestionar desde los
consistorios las consecuencias que, a escala local, había generado la legislación económica y social aplicada desde 1931. O, en fin, de los ayuntamientos
desde donde, a modo de plataforma institucional, el PNV pretendía espolear
su proyecto autonómico frente a las opciones «antiestatutistas». En estos lugares, donde se enfrentaban proyectos antitéticos que afectaban vivamente a
los intereses del vecindario, los comicios se politizaron intensamente: las or-
————
29 Alianzas, en El Sol, 30-III-1933; ABC, 30-III y 22-IV-1933; El Socialista, 14 y 21-IV1933; y REQUENA, Partidos, elecciones, pág. 407. El deterioro de las relaciones entre el PSOE
y los republicanos de izquierda lo confirma el propio AZAÑA, Diarios, pág. 403; y lo constatan AVILÉS, La izquierda, págs. 240-241, y ÁLVAREZ TARDÍO, Manuel, «Cultura política,
exclusión y violencia en el republicanismo radical-socialista en España, 1929-1933», Revista
de Estudios Políticos, 148 (2010), págs. 11-43.
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ganizaciones provinciales de los partidos auxiliaron a sus candidatos organizando visitas y mítines, e imprimiendo candidaturas y folletos que informaban de las aspiraciones propias y advertían dramáticamente de las implicaciones de una victoria de sus adversarios30.
La importancia de lo que había en juego atizó hasta tal punto las rivalidades que la violencia también presidió las elecciones en unos pocos lugares.
Esta violencia se orientó a impedir la propaganda del contrario, boicoteando
sus reuniones públicas. Casi todas las agresiones solían responder al mismo
patrón: justo en medio de la celebración de un mitin, grupos apostados entre
el público iniciaban una oleada de abucheos e insultos y, acto continuo, comenzaban a agredir a los asistentes, oradores incluidos, lanzando piedras y
otros objetos contundentes. El alboroto era cortado de inmediato por las autoridades pero el alcalde o su delegado, cuando era correligionario de los agresores, ordenaba la suspensión del acto alegando necesidades de orden público. A veces bastaba simplemente la amenaza de que no se toleraría el acto de
un contrario prorrumpida por un partido o sindicato: entonces el alcalde directamente no lo autorizaba para evitar alteraciones. De esa forma, el partido que
ostentaba el gobierno de una localidad reducía al mínimo la presencia en el
espacio público de la oposición y evitaba que su mensaje pudiera llegar al
mayor número de electores posibles. Con todo, las fuentes disponibles indican que esta violencia fue excepcional. Como se desprende de los informes de
los gobernadores civiles y de las crónicas de la prensa, la mayoría abrumadora de los mítines pudieron celebrarse con normalidad31.
A pesar de las exhortaciones de Casares a las autoridades provinciales y
locales para que permanecieran neutrales, se denunció que algunos alcaldes y
gobernadores civiles intervenían para proteger los intereses de sus respectivos
partidos y limitar la propaganda de los contrarios32. Con ser graves estas coacciones, no lo fueron tanto comparadas con una serie de violentos episodios
que provocaron muertos y heridos. Esta comenzó el 31 de marzo en Reinosa
————
30 Actos celebrados, en AHN (Gobernación), serie A, leg. 31, exp. 2. Para la campaña,
vid. monografías de la nota 7.
31 Esta modalidad de presión afectó a todos los partidos: agrarios y «cedistas» vieron
suspendidos sus mítines en Toro (Zamora), Astorga (León), Lodosa (Navarra), Samos (Lugo),
Villoria (Salamanca), El Rosal (Pontevedra) y varios pueblos de Las Palmas; los radicales en
Lugo y Cartagena (Murcia); y los socialistas en Zorita de la Frontera (Salamanca), Pedraja del
Portillo (Valladolid), Huecas (Toledo), San Esteban de Zapardiel y Narrillos del Álamo (Ávila). AHN (Gobernación), serie A, leg. 31, exp. 2; ABC, 4, 5, 11, 18, 20 y 22-IV-1933; y El
Socialista, 11-IV-1933.
32 Por esta razón, los socialistas denunciaron al gobernador radical-socialista de Badajoz,
las derechas a dos gobernadores «azañistas» (los de Navarra y Logroño), y los radicales al
radical-socialista de Valladolid. AHN (Gobernación), serie A, leg. 31, exps. 1 y 2; El Socialista, 21-IV-1933; y FERRER, Elecciones y partidos, pág. 312.
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(Santander), donde unos pistoleros vinculados al PSOE cercaron un hotel
donde celebraban un acto elementos agrarios con la presencia de los diputados Sainz Rodríguez y Lauro Fernández. Acto seguido le prendieron fuego y
dispararon sobre los asistentes cuando trataban de salir del edificio, provocando un muerto y varios heridos. El 10 de abril, en Villarrubia de los Ojos
(Ciudad Real), individuos vinculados a la Casa del Pueblo hirieron de un balazo a un asistente a un mitin agrario, mientras que el delegado gubernativo
fue herido por arma blanca. La réplica la dio el mismo día, en Alcolea del
Tajo (Toledo), un pistolero vinculado al Partido Radical, que disparó sobre el
grupo que asistía a un mitin socialista provocando un muerto y dos heridos.
El 18 de abril un individuo que interrumpió un mitin de los republicanos agrarios en Incio (Lugo) blandiendo un cuchillo cayó muerto de dos disparos
hechos por uno de los asistentes. La tensión política llegó a ser importante en
provincias como Salamanca y Toledo, como indica el hecho de que sus gobernadores suspendieron las licencias de armas e incluso llegaron a recogerlas
en los pueblos donde había elección33. En cuanto a la jornada electoral del 23
de abril, en general transcurrió con normalidad, aunque hubo algunos sucesos
violentos que la empañaron. Casi todos ellos se generaron a partir de la rotura
de urnas, una práctica que solían realizar los activistas de los partidos que se
sabían perdedores para forzar la repetición de los comicios. El incidente más
grave ocurrió en la localidad de Hornachos (Badajoz), donde grupos de socialistas que coaccionaban a electores de los partidos republicanos tirotearon a la
Guardia Civil, que respondió con varias descargas. El altercado se saldó con
un balance trágico de cuatro muertos y siete heridos34.
————
33 ABC y Ahora, 1, 11, 18 y 21-IV-1933; y El Socialista, 11, 19 y 22-IV-1933. Los
hechos ocurridos en Reinosa serían debatidos posteriormente en las Cortes: DSC, 5-IV-1933,
págs. 12293-12301.
34 No parece que en este caso concreto los guardias civiles hicieran otra cosa que defenderse de una agresión: antes de la primera descarga, los amotinados habían matado a una mujer y herido a dos agentes. Así lo reconoció el propio gobierno (con tres ministros socialistas)
tras abrir una investigación. AHN (Gobernación), serie A, leg. 31, exp. 1. Fruto de coacciones
al personal de la mesa y de rotura de urnas, se registraron reyertas con heridos en Herrera de
Pisuerga (Palencia), Daimiel, Granátula de Calatrava y Villahermosa (Ciudad Real), Ciudadela y Alayor (Baleares). Encontronazos entre activistas de diferentes partidos, fuera de los colegios electorales, tuvieron lugar en Mota del Marqués (Valladolid), Malpartida de Peñaranda
(Salamanca), Villacastín (Segovia), La Parra (Ávila), Valsequillo (Las Palmas), Echévarri
(Vizcaya), Hernani y Azcoitia (Guipúzcoa). Todos estos sucesos, en AHN (Gobernación),
serie A, leg. 31, exp. 1; ABC, El Socialista y El Sol, 25 y 26-IV-1933; y REY REGUILLO, Paisanos, pág. 250.
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LOS RESULTADOS DEFINITIVOS
Al margen de estos episodios, la mayoría de los consistorios eligieron sin
mayores trastornos sus nuevas corporaciones. La participación general superó
los dos tercios del censo electoral. La bipolarización entre republicanos y derechas (caso, grosso modo, de Baleares, Castilla la Vieja, León, Navarra y
Vascongadas), entre socialistas y «antisocialistas» (Andalucía, Castilla la
Nueva y Extremadura) y entre gubernamentales y antigubernamentales (Asturias, Murcia y Valencia) sirvió de acicate para la concurrencia. Por el contrario, la elección pareció más anodina en Aragón, Canarias y Galicia, coincidiendo con bajos niveles de competencia a escala municipal y escasa
conflictividad interpartidista.
El voto de la mujer, la gran novedad, fue decisivo para alcanzar una participación tan elevada, al menos en contextos donde no se solía ejercitar el sufragio con frecuencia. Aunque el único estudio que lo ha analizado a escala
local señala una menor concurrencia de féminas respecto a los varones35, lo
cierto es que este fenómeno concordaba con el comportamiento de la mujer
en otros países y resultaba normal, habida cuenta de que se incorporaba por
vez primera un sector de la población que, en general, había permanecido al
margen de la vida política. De hecho, las mujeres españolas podían ufanarse
de un activismo político superior a las de otras naciones. Compárense estos
datos de participación con los de las primeras elecciones generales con voto
de la mujer en Estados Unidos (las presidenciales de 1920): allí la pobre concurrencia de electoras (solo votaron un tercio de estas) situó la tasa de abstención en el 51%36.
Por lo que se refiere a los resultados, hay que señalar que la reconstrucción
de los mismos ha sido especialmente complicada. Primero porque no siempre
las fuentes oficiales y la prensa nacional ofrecieron los datos completos de
todas las provincias, quizás porque las elecciones se repitieron en un centenar
de municipios durante el mes de mayo. Y, segundo, por la confusa etiqueta
política de los concejales. No obstante, combinando esas fuentes con los datos
del Anuario de 1934 y los desglosados en la prensa provincial, se han obtenido estos resultados.
————
35
GARCÍA-SANZ, El voto femenino, pág. 257.
Ese fenómeno ha sido constatado en Estados Unidos por BAXTER, Sandra y LANSING,
Marjorie, Women and politics, Michigan, University, 1983, y JABLONSKY, Thomas, «Female
Opposition. The Anti-Suffrage Campaign», en: BAKER, Jean (ed.), Votes for women, New
York-Oxford, OUP, 2002; en Francia por MOSSUZ-LAVAU, Janine, «Les électrises françaises
de 1945 à 1993», en Vingtiéme Siécle revue d´histoire, 42 (1994), págs. 67-75; y en Italia por
ROSSI-DORIA, Anna, Diventare cittadine, Florencia, Giunti, 1996.
36
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 147-176, ISSN: 0018-2141
ROBERTO VILLA GARCÍA
166
TABLA II. NÚMERO DE CONCEJALES OBTENIDO POR REGIONES Y ÁMBITO IDEOLÓGICO
Regiones en Mun. con Votantes Obreristas Repub.
Repub.
Derechas Indefin.
1933
elección
(%)
Gubern. Oposición
Andalucía
70
65,6%
217
119
181
68
2
Aragón
478
56,5%
275
1.044
1.214
492
236
Asturias
18
69,3%
14
16
115
16
5
Baleares
17
76,3%
1
24
18
119
2
Canarias
30
56,4%
45
50
189
22
17
Castilla la N.
443
76,8%
437
358
1.439
756
184
Castilla la V.
739
67,3%
391
779
1.325
2.229
104
Extremadura
38
71,5%
138
41
68
43
3
Galicia
28
53,1%
26
179
105
38
13
373
67,4%
385
451
643
1.043
192
Murcia
30
74,1%
41
105
113
21
11
Navarra
148
68,2%
60
37
65
887
4
Valencia
108
69,6%
69
217
396
131
11
Vascongadas
133
71,8%
10
40
23
910
46
2.653
66,8%
2.109
3.460
5.894
6.775
830
León
ESPAÑA
Obreristas: socialistas, comunistas, obreros indep.
Repub. Gubernamentales: radicales socialistas, Acción Republicana, republicanos gallegos,
agrarios de izquierda, indep. gubernamentales.
Repub. de Oposición: radicales, rep. conservadores, progresistas, liberales demócratas, Al Servicio de la República, Izquierda Radical-Socialista, social-revolucionarios, federales, rep. agrarios,
rep. indep. de oposición, Bloque Agrario Campesino, «albistas», galleguistas, ANV.
Derechas: Agrarios, Acción Popular y CEDA, tradicionalistas, monárquicos, PNV, «marchistas», católicos, indep. de derecha.
Fuente: Datos elaborados a partir de: AEE, 1934; AHN (Gobernación), serie A, leg. 31; ABC, Ahora,
El Debate, El Socialista, El Sol y Heraldo de Madrid, 25-IV a 5-V-1933. Además, valiéndonos de los
fondos de la Hemeroteca Nacional y de la Municipal de Madrid, hemos utilizado, al menos, un medio de
prensa provincial o regional por provincia que, por obvias razones de espacio, no consignamos.
Si utilizamos las categorías que usó el gobierno, los partidos y la prensa de entonces para agrupar a los concejales y explicitar el sentido político de la consulta,
podemos concluir que fueron elegidos 5.540 adictos al gobierno y 12.698 contrarios (incluyendo los 29 del PCE). En realidad, estas cifras no se apartan en demasía de los datos que ofreció el ejecutivo a la prensa referentes al 83% de las corporaciones (5.048 gubernamentales, 4.206 republicanos de oposición y 4.954 de
derechas), y que han sido los más utilizados por la historiografía especializada. O
de los que obraban en manos de Gobernación en la mañana del 27 de abril, estos
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 147-176, ISSN: 0018-2141
«BURGOS PODRIDOS» Y DEMOCRATIZACIÓN. LAS ELECCIONES MUNICIPALES DE ABRIL DE 1933
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no conocidos, cuando ya se había recontado el resultado del 90% de los municipios (5.496 del gobierno, 4.713 republicanos de oposición, 5.394 de derechas).
Las divergencias de los resultados oficiales con los nuestros devienen de la
manera un tanto capciosa de clasificar políticamente a los concejales por parte
tanto de Gobernación como de los Gobiernos Civiles. En el recuento utilizaron como categoría aparte la etiqueta «otros republicanos», en la que englobaron a más de 600 concejales entre liberales demócratas, «blasquistas» del
PURA, republicanos de derecha, republicanos agrarios y republicanos independientes que habían concurrido unidos a radicales y «mauristas», y que, por
tanto, deberían haberse incluido en la categoría de «republicanos de oposición». Aparte, se incluyeron como independientes o indefinidos otros cientos
de ediles que habían luchado en candidaturas republicanas antiministeriales.
Por otro lado, a las derechas se les restó bastante más de un millar de ediles
que fueron incluidos en el cupo de varios, «otros», independientes e indefinidos, aún habiendo concurrido abiertamente con sus siglas. Esto ocurrió con
organizaciones completas de la CEDA (las de Alicante, Baleares, Las Palmas,
Segovia, Valencia) y de los monárquicos (Guadalajara, Santander), con los
católicos independientes de las provincias vascas y Navarra, y con una cantidad sensible de independientes de derecha que, con esa etiqueta, se eligieron
de forma diseminada por toda España. Además, el gobierno contó por separado los concejales de Acción Popular y de las organizaciones provinciales adheridas a la CEDA, que por entonces ya operaba como tal, y por eso no pudo
apreciar la verdadera fuerza de la organización católica37.
De todas formas, el valor de los bloques resulta muy relativo porque las
alianzas electorales no se guiaron en muchos municipios por las afinidades
que se desprenden de la clasificación oficial. Lo más importante de las cifras
es que nos sirven para ponderar la fuerza de los partidos, aunque el carácter
parcial de estos comicios pueda desdibujar un tanto el análisis.
En los días siguientes a las elecciones, los dirigentes de las oposiciones celebraron el resultado como un triunfo propio y una derrota de los partidos
gubernamentales, pronosticando el fin de la coalición que llevaba año y medio en el poder. Por el contrario, Azaña y los ministros presentaron los resultados como un éxito para la consolidación de la República y como un triunfo
de sus propios partidos, que habían obtenido miles de concejales en zonas que
hasta entonces les habían estado completamente vedadas por el caciquismo
monárquico38. Desde luego, el hecho de que gobierno y oposiciones interpre-
————
37 Los resultados oficiales y las categorías utilizadas, en AHN (Gobernación), serie A,
leg. 31, exp. 1.
38 ABC, El Debate y El Sol, 25-IV-1933; y El Socialista, 25 a 27-IV-1933. La elección
sería objeto de debate parlamentario los días siguientes. Sobre todo, vid. DSC, 25-IV-1933,
12395-12416.
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ROBERTO VILLA GARCÍA
168
taran el resultado de estos comicios locales en clave nacional, aún cuando fuese
en función de sus propios intereses, era una evidencia más del grado de politización que habían llegado a alcanzar. Recuérdese que el momento político era
especialmente adecuado para que esto ocurriera: la mayoría parlamentaria en
que se apoyaba el gobierno parecía empezar a resquebrajarse, sobre todo por la
división de los radical-socialistas; y las derechas no republicanas, cada vez mejor organizadas, estaban canalizando el descontento social en muchos lugares
del país por la aplicación de la nueva legislación laboral y por la posibilidad,
cada vez más cercana, de que el parlamento aprobara una ley de Confesiones
que cuestionase la continuidad de la enseñanza privada católica39.
TABLA III. CONCEJALES OBTENIDOS POR LAS FUERZAS POLÍTICAS
Obrer.
PSOE
PCE
2.028
Repub. PRRS
Gub.
29
AR
Sindic.
3
PRG
Indep.
49
Total
2.109
Agr.Iz.
Indep.
Total
1.882
Repub.
Opos.
PRR
3.326 Derech. CEDA
2.691
1.363
PRC
1.599
Agrs.
2.108
149
PRP
173
Trad.
831
8
PRLD
161
PNV
568
58
R.Agr.
63
Catól.
335
Fed.
53
Mon.
81
ASR
22
March.
46
BAC
21
Indep.
115
IRS
15
Total
Reg.
4
SRI
2
Albist.
2
3.460
Indep.
Total
6.775
453
5.894
Fuente: Datos elaborados a partir de: Vid. Tabla II (también para abreviaturas).
Las cifras solo nos ilustran acerca de un hecho evidente: los partidos gubernamentales, los que tenían mayoría en las Cortes, no la obtuvieron en esta
————
39 Conflictos socio-laborales en el campo, en MACARRO, Socialismo, págs. 149-189, y
REY REGUILLO, Paisanos, págs. 147-214. La ley de confesiones y la movilización de los católicos, en ÁLVAREZ TARDÍO, Manuel, Anticlericalismo y libertad de conciencia. Política y
religión en la Segunda República española (1931-1936), Madrid, CEPC, 2002, págs. 238-270.
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«BURGOS PODRIDOS» Y DEMOCRATIZACIÓN. LAS ELECCIONES MUNICIPALES DE ABRIL DE 1933
169
elección parcial. Pero más allá de eso, ¿pueden considerarse las cifras un
triunfo moral del gobierno o una victoria absoluta de las oposiciones? La respuesta dependerá de cuál sea el episodio electoral que tomemos como referencia para la comparación. Si cotejamos los resultados de 1933 con los que
se obtuvieron en abril de 1931 en las mismas zonas, criterio que defendió el
gobierno y los partidos de izquierda, puede constatarse una masiva «republicanización» (entiéndase como aceptación positiva del nuevo régimen por parte de electores y ediles). Pero esto, no siendo cosa baladí, tampoco ayuda a
conocer del todo el sentido político de la consulta. Porque en abril de 1931 se
eligieron en estas zonas una mayoría de monárquicos, pero sin significación
política, y otra porción numéricamente importante de concejales que pertenecían a las distintas fracciones conservadoras y liberales. Y no puede olvidarse
que estas fuerzas políticas, como tales, desaparecieron y no volvieron a concurrir a otros comicios, dejando el campo libre a republicanos, socialistas y a
fuerzas de derecha de nueva creación. Algunos autores sostienen que las elecciones de abril significaron, en realidad, un fracaso de los agrarios a los que
hay que considerar como herederos directos de las organizaciones monárquicas40. Pero esta tesis tiene algunos inconvenientes. A excepción del PSOE y
del PCE, todas las fuerzas políticas absorbieron secciones locales de las fracciones conservadoras y liberales antes de la proclamación de la República. De
hecho, aunque pueda resultar sorprendente, los mejores resultados de la izquierda republicana se obtuvieron en las zonas donde heredaron directamente
maquinarias monárquicas: caso de regiones enteras como Aragón, Galicia o
Murcia, o provincias como Almería, Ávila, Castellón, Guadalajara, Logroño,
Segovia y Zamora. También los radicales debieron parte del éxito alcanzado a
los esfuerzos de Lerroux por atraer al máximo de antiguos monárquicos que
deseasen colaborar con la República41. De ese modo, ningún partido podía
lamentar una derrota: todos ganaron terreno al ocupar un espacio que la desaparición de las formaciones dinásticas había dejado vacío.
Lo curioso es que este espacio no había sido ocupado por republicanos y
socialistas en abril de 1933 sino ya en 1931, poco después de la proclamación
de la República. Como hemos visto, muchas organizaciones locales conservadoras, liberales o independientes de los pueblos del artículo 29 ya habían
comenzado a integrarse en los partidos republicanos en un proceso que dio
comienzo el mismo 14 de abril de 1931. De hecho, la mayoría de estas organizaciones llegaron a colaborar, ayudando a una u otra candidatura republicana o republicano-socialista, en el arrollador triunfo que obtuvieron el PSOE,
los radicales y la izquierda republicana en los comicios generales de junio de
1931. En realidad, la «republicanización» de estos ayuntamientos había sido,
————
40
41
ESPÍN, «Crisis de gobierno», págs. 99-101.
Ejemplos, en la bibliografía de la nota 7.
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ROBERTO VILLA GARCÍA
170
aún sin elecciones, tan intensa como la de los municipios que se renovaron en
los comicios de mayo de 1931. Hasta el punto que apenas si quedaron concejales que mantuvieran una significación monárquica. Precisamente por eso,
no se puede justificar el triunfo de las derechas y de los republicanos de oposición apelando al argumento de que la mayoría de los municipios en que se
celebraron comicios en abril de 1933 estaban situados en provincias de matiz
conservador. Porque, exceptuando las circunscripciones donde la derecha ya
había triunfado como tal en 1931 (las vascas, Navarra, Burgos, Palencia,
Cuenca y Segovia)42, las demás habían dado la victoria a candidaturas de izquierda y centro-izquierda, y los municipios del artículo 29 las habían votado
mayoritariamente43.
Para entender bien los resultados de las elecciones de abril de 1933 hay
que tomar como referencia la composición de aquellos ayuntamientos justo
antes de su disolución, en diciembre de 1932. De las provincias en las que se
ha logrado obtener esa información puede inferirse que la consulta de abril no
trajo cambios revolucionarios en la correlación de fuerzas que ya existía previamente, pero sí introdujo algunas correcciones: la reducción del número de
concejales independientes o indefinidos en beneficio de todos los partidos; el
leve crecimiento de la izquierda republicana allí donde su condición de gubernamental facilitó la absorción de independientes, pero retroceso también
en otros lugares donde competían directamente con el Partido Radical; cierto
descenso de los republicanos moderados causado por el hundimiento en varias provincias de la Derecha Liberal Republicana, y cuyos beneficiarios no
fueron radicales y «mauristas» sino las derechas; la aparición de un importante contingente de concejales «cedistas» y agrarios cuando estas opciones habían
estado ausentes de la mayoría de estos ayuntamientos entre 1931 y 1933; y el
aumento apreciable, aunque discontinuo, del número de concejales socialistas44.
————
42
TUSELL, Javier, Las Constituyentes de 1931, Madrid, CIS, 1982.
De hecho, esto ya era conocido, como indica la respuesta que recibió Maciá cuando este, en la línea del gobierno, afirmó que los resultados habían sido un éxito. Un periodista le
contestó que entre los concejales del artículo 29 ya había tantos republicanos y socialistas
como entre los elegidos tras la consulta. Vid. ABC y La Vanguardia, 26-IV-1933.
44 Aunque los socialistas consiguieron obtener ediles en muchos sitios donde nunca antes
habían tenido representación, y por ello el saldo final les fue positivo, no obstante fueron derrotados en la mayoría amplia de los escasos municipios donde triunfaron en abril de 1931 tras
aplicarse el artículo 29: Campo de Mirra (Alicante), Viator (Almería), Foradada de Toscar
(Huesca), Benuza (León), Rabanera (Logroño), Arganda y Rivas-Vaciamadrid (Madrid), Berbinzana (Navarra), Mora (Toledo), etcétera. Vid. ABC, El Sol, Diario de Alicante, Crónica
Meridional y Diario de León, 25-IV-33; y El Socialista y Diario de Huesca, 26-IV-33.
43
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 147-176, ISSN: 0018-2141
«BURGOS PODRIDOS» Y DEMOCRATIZACIÓN. LAS ELECCIONES MUNICIPALES DE ABRIL DE 1933
171
TABLA IV. GANANCIAS Y PÉRDIDAS DE CONCEJALES POR ÁMBITO IDEOLÓGICO, DIC. 1932 - ABR.
1933*
Provincias
Obreristas Rep. Gubern. Rep. Oposic.
Álava
+2
0
-13
Alicante
+7
+7
-14
Almería
+5
-1
-1
Guipúzcoa
0
0
+12
Huesca
+21
+98
+71
León
+14
+17
-1
Logroño
+11
-85
+73
Madrid
+35
+9
+132
Málaga
+2
0
+11
Murcia
+6
+9
-8
Navarra
+38
-28
-136
Teruel
+49
-197
-11
Total Parcial
+190
-171
+115
Derechas
+149
+9
+8
+81
+136
+225
+146
+22
-7
+9
+626
+152
+1.556
Indefinidos
-126
-4
+2
-85
-307
-243
-128
-193
0
-10
-475
-12
-1.581
* La falta de correspondencia entre ganancias y pérdidas en la mayoría de las provincias se debe a la
existencia de puestos vacantes en diciembre de 1932 que fueron cubiertos cuatro meses más tarde.
Fuente: Datos elaborados a partir de: Vid. Tabla II y AGA (Gobernación), leg. 8, 99, 119, 122, 162,
170, 207, 211 y 2417.
LA DEMOCRATIZACIÓN DE LOS MUNICIPIOS RURALES
Aún con sus limitaciones, las elecciones de abril de 1933 supusieron un
paso adelante en el proceso de modernización política del medio rural. El
número de ayuntamientos en el que las elecciones habían sido un capítulo
irrelevante por falta de competencia real, volvió a reducirse respecto a 1931
y, por consiguiente, la movilización del electorado aumentó o, simplemente,
ocurrió, puesto que esas localidades no habían elegido su ayuntamiento por
sufragio en abril de 1931. Este aumento fue apreciable en cuanto al contingente neto de electores gracias a la extensión del sufragio a la mujer. A pesar
de su carácter parcial, esta consulta local fue la más reñida e imprevisible que,
en el contexto de la España rural, se había verificado hasta entonces.
Otro elemento evidente de modernidad devino de la politización, esto es,
de la marginación de su carácter administrativo. Como hemos visto, la mayoría abrumadora de los candidatos a concejal asumió una significación política
al adherirse a un partido o a una plataforma ideológica en detrimento de los independientes o indefinidos, cuyo número se redujo drásticamente respecto a 1931.
Lo que significó que los partidos habían ganado terreno como estructuras de poder permanentes, algo que debía permitirles, poco a poco, canalizar los intereses
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ROBERTO VILLA GARCÍA
172
y demandas locales en detrimento del papel de intermediación que habían ejercido tradicionalmente los gobernadores civiles. Precisamente fue este hecho, junto
con la neutralidad del gobierno de Azaña, lo que propició que los partidos de la
oposición obtuvieran muchos más ediles que los del gobierno, algo poco común
hasta entonces en España y que debe verse, en ese contexto, como otro rasgo
claro de democratización de la política local. Aún con las distorsiones que pudo
introducir en algunas provincias la falta de competencia y la violencia, las elecciones municipales de abril de 1933 consolidaron el papel del cuerpo electoral
como árbitro y dispensador del poder local. Junto con las locales catalanas de
1934, serían la última experiencia de esta clase hasta 1979.
Los resultados globales de unas elecciones municipales son la suma de
múltiples microcosmos políticos, tantos como ayuntamientos en disputa, con
correlaciones de fuerzas diversas y en los que intervienen múltiples factores
locales, pero también regionales y nacionales. No podemos perder de vista
que los pueblos no eran mundos aislados, ajenos a contextos e intereses más
amplios. En ese sentido, es lógico que sea esencial analizar el sentido político,
a escala nacional, de esas consultas. Por lo que se refiere a la de abril de 1933,
no abundaron los análisis reflexivos y, por tanto, las interpretaciones complejas y sugerentes. La única excepción fue la de Azaña, que vertió en sus diarios una versión mucho más acabada de la que entonces transmitió a la prensa
y que poco tenía que ver con la que caricaturizó la oposición a partir de la
desafortunada apelación a los «burgos podridos».
En primer lugar, Azaña dejó clara su disconformidad con que el electorado
que votó en estas elecciones, solo un 10% del total, fuera una muestra representativa de la opinión pública del país. Con lo cual no aceptaba, con fundamento, la tesis del «plebiscito» que sostenían las oposiciones. Pero el entonces presidente del gobierno afirmaba más. Incluso si la consulta hubiera sido
más amplia, una parte sustancial de los municipios rurales del país tampoco
hubiera podido representar, sin desvirtuarla, una muestra válida: «En estos
pueblecitos nunca ha habido verdaderos partidos políticos... Y no se votaba».
En su opinión, en abril de 1933 «ha habido elección, o apariencia de ella, pero
lucha electoral, muy poca. Han resultado elegidos diez o doce mil concejales
republicanos y socialistas. Muchos de estos republicanos acaso sean los mismos que anteriormente se llamaban monárquicos, liberales o conservadores y
los que ahora se llaman agrarios son efectivamente los mismos monárquicos
de antaño». Dicho esto, Azaña concluía que «no han ganado terreno las derechas, sino que lo han perdido»45.
El análisis era agudo y estaba hecho con conocimiento de causa. Pero también era en exceso simplista en la medida en que no daba cuenta de la complejidad de aquella consulta. En favor de Azaña hay que decir que no atribuyó
————
45
AZAÑA, Diarios, págs. 253-254.
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«BURGOS PODRIDOS» Y DEMOCRATIZACIÓN. LAS ELECCIONES MUNICIPALES DE ABRIL DE 1933
173
el resultado a causalidades sociales y económicas, despreciando la capacidad
del electorado de los pueblos de participar de manera consciente en el proceso
político. En lo que a estos comicios respecta, no asoció analfabetismo con
caciquismo y voto a la derecha. Azaña era consciente de que el analfabetismo
no había sido un obstáculo para que en muchos municipios su vecindario votara a los socialistas o a la izquierda republicana. Y porque las zonas rurales
afectadas por la elección eran precisamente las más alfabetizadas del país,
una realidad tangible en toda la Submeseta Norte, en las regiones del Cantábrico y, con un porcentaje todavía destacable, en Aragón, Baleares y las provincias de Guadalajara, Madrid y Valencia46. El análisis de Azaña se basaba,
pues, en causalidades sobre todo políticas, definidas por la implantación de
los partidos en cada una de las localidades del país.
Pero el diagnóstico del entonces presidente del Consejo no tenía en cuenta
una serie de aspectos para comprender la importancia de esa consulta. Si desde
un plano estrictamente electoral, la democracia viene definida por un progresivo aumento de la oferta de opciones políticas, de la competencia por el voto y
de la movilización del electorado, esta consulta constituyó un paso más en relación a las municipales de abril de 1931, hasta entonces las más competidas en
las zonas rurales. Que las oposiciones llegaran a acaparar cerca del 70 por ciento de los puestos a concejal indica que en una mayoría de las localidades donde
el electorado se movilizó, votó contra los partidos gubernamentales. Esto, en un
país en el que el ejecutivo no solía perder elecciones incluso cuando no las intervenía, era toda una novedad. Más aún, era un hecho reseñable que en la mayoría de los lugares donde la elección fue un simple trámite, porque se presentaron tantos candidatos como puestos a cubrir, sus concejales se adhiriesen
a los partidos de la oposición, de los que no podían esperar incentivos materiales a corto plazo. Esto indica que la politización de las elecciones y su consecuencia más notoria, la reducción del número de ediles no adscritos a uno u
otro partido, tuvo lugar en un ambiente generalmente adverso para la coalición gobernante. Eso sí, esto hubiera sido más difícil que ocurriera si el gobierno no hubiera dejado actuar en libertad a partidos y electores.
Por otra parte, ese ambiente adverso lo confirma otro hecho importante.
Aunque el resultado señalaba que la «republicanización» del campo estaba
siendo un éxito (puesto que, aún con diferentes matices políticos, una gran
mayoría de ediles se declaró republicana), los partidos republicanos de oposición, en cuanto que aportaron un número de ediles mayor que los gubernamentales, fueron por vez primera los agentes principales de esa «republicanización» y, por tanto, a los que aprovechó más. Peor augurio para el gobierno
————
46
Estos datos de TUSELL, Javier, Las elecciones del Frente Popular en España, Madrid,
Edicusa, 1971, vol. 2, págs. 209-210, diluyen un tanto la relación entre nivel cultural y apatía
política.
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174
ROBERTO VILLA GARCÍA
era el resultado obtenido por las derechas. Ya vimos como era una falacia
considerar a los elementos «cedistas» y agrarios como simples herederos de
los partidos monárquicos porque, como aceptaba el propio Azaña, los partidos republicanos habían absorbido también una parte sustancial de las antiguas organizaciones dinásticas. Además, en 1931 los partidos Conservador y
Liberal estaban fraccionados, y en algunos lugares habían quedado desarticulados tras siete años y medio de Monarquía autoritaria. El hecho de que todas
las facciones dinásticas representaran conjuntamente bastante menos de la
mitad de los ediles monárquicos elegidos por el artículo 29 era todo un síntoma de su pérdida de influencia en el mundo rural. Por otra parte, aunque los
niveles de competencia electoral habían ido aumentando progresivamente
entre 1909 y 1922, no existe parangón entre la labor de movilización que llevaron a cabo los partidos dinásticos y las derechas durante la Segunda República, obviamente a favor de las segundas. De modo que el modelo de partido articulado por la CEDA, abierto a los métodos de organización y movilización
típicos de la «política de masas», y el activismo ideológico de sus militantes y
simpatizantes poco tenían que ver con la organización y el tipo de apoyos de
los partidos dinásticos47. Además, «el avance de las derechas», que el mismo
Azaña recogió en otra parte de sus diarios48, difícilmente podía negarse a la luz
de los resultados. Si en las municipales de mayo de 1931 la derecha no republicana había sido barrida y en las Constituyentes de junio de ese año había quedado confinada en media docena de provincias del norte, ahora era el bloque
que obtenía mayor número de concejales. La limitación del censo consultado y
la desigualdad del avance en unas provincias respecto a otras no ocultaban, sin
embargo, que en prácticamente todas partes, incluso donde en 1931 las derechas no estaban siquiera organizadas, la presencia de «cedistas» y agrarios se
hacía perceptible. Era más: en un año como 1933, en donde la crisis económica
agravó la confrontación socio-laboral en muchos pueblos y la discusión de la
ley de confesiones y congregaciones religiosas exacerbaba la movilización de
los católicos, la aparición de cerca de siete mil ediles que eran partidarios abiertos de revisar la Constitución de 1931 era un síntoma evidente de que el consenso republicano-socialista no había sido suficientemente integrador y de que
existía una importante protesta conservadora contra el desarrollo legislativo que
promovían desde el poder socialistas y republicanos de izquierda.
De modo que los comicios de abril de 1933 resultaron una etapa más en el
proceso que condujo a los resultados electorales de noviembre de ese año,
————
47 Esto puede comprobarse cotejando el análisis que hace de los partidos dinásticos TUSELL, Oligarquía y caciquismo, págs. 341-357, con el que realiza sobre la derecha católica
ARRANZ, Luis, «Modelos de partido», en: JULIÁ, Santos, Política en la Segunda República,
Madrid, Marcial Pons, 1995, págs. 91-96.
48 AZAÑA, Diarios, pág. 250.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 147-176, ISSN: 0018-2141
«BURGOS PODRIDOS» Y DEMOCRATIZACIÓN. LAS ELECCIONES MUNICIPALES DE ABRIL DE 1933
175
favorables a los radicales y a la CEDA. Hicieron visible el giro a la derecha
de la opinión pública, que había comenzado a fraguarse en plena campaña
revisionista, a finales de 1931, cuando los agrarios triunfaron en la última
elección parcial de diputados, y se confirmó con el ascenso de la Lliga en
Cataluña en noviembre de 1932. Los comicios de abril de 1933 procuraron a
las derechas las mayorías en una importante cantidad de ayuntamientos, sobre
todo de las dos Castillas, León o Navarra, que a partir de entonces actuarían
de pilares sobre los que se articularon los triunfos en las elecciones al Tribunal de Garantías Constitucionales y en las generales de ese año. Tras conocer
los resultados, Azaña ya percibió que la movilización llevada a cabo por «cedistas» y agrarios era una realidad que comenzaba a dar sus frutos y profetizó
que a partir de entonces: «en las elecciones que vayan celebrándose, el esfuerzo de las derechas será cada vez mayor, y en las de Cortes marcará su
punto más alto»49.
Recibido: 22-09-2010
Aceptado: 28-01-2011
————
49
AZAÑA, Diarios, pág. 254.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 147-176, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2012, vol. LXXII,
núm. 240, enero-abril, págs. 177-204, ISSN: 0018-2141
«TUDO PELA NAÇÃO, NADA CONTRA A NAÇÃO». SALAZAR, LA CREACIÓN
DEL SECRETARIADO DE PROPAGANDA NACIONAL Y LA CENSURA
ALBERTO PENA RODRÍGUEZ •
Universidad de Vigo
RESUMEN:
El Secretariado de Propaganda Nacional (SPN) de la dictadura portuguesa es fundamental para comprender como se gestó y se consolidó el
Estado Novo salazarista en Portugal. Su papel como aparato de propaganda encargado de la difusión de los principios políticos del régimen,
sustanciados en la denominada «política do espírito», tuvo una extraordinaria importancia en el control de la opinión pública y los medios de
comunicación lusos, que sufrieron una férrea censura, con consecuencias
muy perjudiciales para la libertad de expresión y de prensa en Portugal.
Este artículo, que pretende estudiar las claves más importantes sobre la
estrategia, estructura y la organización del SPN en los años treinta, está
basado en diversas fuentes documentales que aportan datos interesantes
para el conocimiento del régimen fascista portugués.
PALABRAS CLAVE: Portugal. Dictadura. Salazar. Propaganda. Prensa.
Censura.
————
Alberto Pena Rodríguez es profesor titular de Historia de la Propaganda en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad de Vigo. Dirección para
correspondencia: Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación, Campus de A
Xunqueira s/n, 36005 Pontevedra. Correo electrónico: [email protected]
* Acrónimos de las fuentes documentales utilizadas: Archivo General de la Administración, Alcalá de Henares (AGA); Arquivos Nacionais Torre do Tombo, Lisboa (ANTT); Arquivo Oliveira Salazar, Lisboa (AOS); Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid
(AMAE); Arquivo Histórico Diplomático del Ministerio dos Negócios Estrangeiros, Lisboa
(AHD/MNE); Arquivo do Ministério do Interior-Gabinete do Ministro, Lisboa (AMI-GM);
Archivo Rafael Heras (Fundación Largo Caballero) (ARH/FLC).
* El autor agradece las propuestas realizadas por los evaluadores para mejorar los contenidos de este artículo.
ALBERTO PENA RODRÍGUEZ
178
«TUDO PELA NAÇÃO, NADA CONTRA A NAÇÃO». SALAZAR, THE CREATION OF THE
PARTMENT OF NATIONAL PROPAGANDA AND CENSORSHIP
DE-
ABSTRACT: The Secretariado de Propaganda Nacional (SPN) of the Portuguese dictatorship is essential in order to understand how the Salazarist Estado Novo in
Portugal was conceived and consolidated. Its role as an instrument of
propaganda used to spread the regime’s political ideas, based on the socalled «politics of spirit», had an extraordinary influence on the control of
the public opinion and the Portuguese media, which suffered an ironclad
censorship that had a very negative effect on freedom of speech and the
press. In this article we approach the main elements of the strategy, its structure and the SPN organization in the 30’s, based on several documental
sources that provide insightful data on the Portuguese fascist regime.
KEY WORDS:
Portugal. Dictatorship. Salazar. Propaganda. Press.
Censure.
INTRODUCCIÓN
El Estado Novo de Oliveira Salazar se creó formalmente el 11 de abril de
1933, cuando entra en vigor la denominada Constitución Política Portuguesa,
que está diseñada por el catedrático de derecho de la Universidad de Coimbra
y nuevo líder nacional António de Oliveira Salazar, y que se inspira en otros
modelos autoritarios europeos de matriz corporativo y fascista con el objetivo
de crear un régimen que aporte estabilidad a Portugal, que había sufrido un
pronunciamiento militar el 28 de mayo de 19261. La primera República portuguesa, nacida el 5 de octubre de 1910, había estado inmersa en una profunda división política que provocó una gran inestabilidad y, desde su instauración hasta el golpe militar, se sucedieron hasta 46 gobiernos diferentes, lo que
derivó en una crisis galopante que, en cierto modo, legitimó a los militares
para intervenir. La situación económica era tan grave que el ejército en el
poder se vio obligado a contar con tecnócratas de prestigio, como Salazar,
para solucionar la desastrosa situación del sistema productivo2. Pero Salazar
exigió cada vez más poderes para poder «salvar» el país aplicando una profunda renovación nacional. Con astucia e inteligencia política, Salazar fue
alcanzando, poco a poco, nuevas cotas de poder desde que llegó al gobierno
en 1928 y, así, consiguió convertirse en el líder natural de los portugueses: un
————
1 TORGAL, Luís Reis y PAULO, Heloísa (coords.), Estados autoritários e totalitários e
suas representações, Coimbra, Imprensa da Universidade, 2008; COSTA PINTO, Antonio, Contemporary Portugal. Politics, society and culture, Nueva York, Columbia University Press,
Social Science Monographs, 2003; ANTUNES, José Freire, Os Espanhóis e Portugal, Lisboa,
Oficina do Livro, 2.ª edición, 2004.
2 Do Estado Novo ao 25 de Abril. Revista de História das Ideias, 16 y 17 (1994 y 1995).
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 177-204, ISSN: 0018-2141
«TUDO PELA NAÇÃO, NADA CONTRA A NAÇÃO». SALAZAR, LA CREACIÓN DEL SECRETARIADO…
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hombre del pueblo que quería cambiar Portugal, que quería renovar el espíritu
de los portugueses con un exacerbado sentido patriótico (nacional-católico)
basado en la tríada ideológica «Deus, Pátria e Família»3.
En su política de renovación nacional, Salazar consideraba que era imprescindible modificar la manera de pensar y de ser de la sociedad portuguesa
recuperando su «verdadera» esencia, basada en una fuerte socialización de
carácter tradicionalista a través de las estructuras corporativas del Estado Novo y en un modelo de integración social sometido al molde ideológico del
régimen, que debía ocuparse de la educación pública siguiendo las ideas de la
nueva constitución4. En este contexto, la identificación de la sociedad con el
nuevo modelo político y su líder requerían de instituciones que planificasen
intensas y extensas campañas de comunicación a favor del Estado Novo. Así
nació el Secretariado de Propaganda Nacional (SPN), que fue un instrumento
fundamental para la articulación, el desarrollo y la proyección de las nuevas
ideas salazaristas, tanto en una dimensión cultural como estrictamente política, a través de un rígido control de la comunicación pública por medio de los
servicios de censura del régimen5.
Esta investigación, que se basa en fuentes documentales originales de archivos españoles y portugueses, así como también en otras de carácter
hemerográfico, pretende demostrar la eficaz planificación y coordinación en
las políticas salazaristas de control de la opinión pública, gracias a un excepcional grado de compenetración entre el gabinete del propio dictador, las
estructuras de propaganda y el aparato represor de la censura, cuyas tareas
estaban asignadas a diferentes organizaciones corporativas del régimen,
como la União Nacional o el Ministerio do Interior. La tesis que expone el
artículo es que las actividades propagandísticas del SPN, realizadas en concordancia con la aplicación de una sistemática censura política, cultural y
————
3
Sobre el Estado Novo hay una abundante bibliografía. La obra más actual, que recoge,
además, un extenso análisis sobre las investigaciones publicadas sobre este campo de estudio
es la de TORGAL, Luís Reis, Estados Novos, Estado Novo, 2 vols., Coimbra, Imprensa da Universidade, 2.ª edición, 2009. Para tener un conocimiento cronológico sobre el período del
Estado Novo, puede consultarse también CASTRO BRANDÃO, Fernando, Estado Novo. Uma
cronología, Lisboa, Livros Horizonte, 2008. Para conocer las personalidades y las instituciones del Estado Novo, véase ROSAS, Fernando y BRITO, J. M. Brandão (eds.), Dicionário de
História do Estado Novo, 2 vols., Lisboa, Bertrand Editora, 1996.
4 ROSAS, Fernando, O Estado Novo nos Anos Trinta. Elementos para o Estudo da Natureza Económica e Social do Salazarismo (1928-1938), Lisboa, Editorial Estampa, 1996.
5 Para comprender en toda su extensión la importancia estratégica del Secretariado de
Propaganda Nacional pueden consultarse las siguientes obras: RAMOS DO Ó, Jorge, Os Anos de
Ferro. O dispositivo cultural durante a «Política do Espírito», 1933-1949, Lisboa, Estampa,
1999; PAULO, Heloisa, Estado Novo e Propaganda em Portugal e no Brasil. O SPN/SNI e o
DIP, Coimbra, Minerva, 1994, y ADINOLFI, Goffredo, Ai confini del fascismo. Propaganda e
consenso nel Portogallo salazarista (1932-1944), Milán, Franco Angeli, 2007.
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ALBERTO PENA RODRÍGUEZ
periodística, contribuyeron decisivamente a la consolidación del Estado Novo
en los años treinta.
La metodología sigue técnicas fundamentalmente cualitativas, con algunos
datos cuantitativos, que aportan elementos interesantes para conocer hasta
dónde llegó la influencia de este organismo propagandístico en el devenir
histórico de Portugal.
EL SPN, EL ESTADO NOVO Y LA «POLÍTICA DO ESPÍRITO»
El Secretariado de Propaganda Nacional fue fundado bajo la dirección de
António Ferro6 y la supervisión de Salazar el 25 de septiembre de 1933. Su
————
6 António Ferro (1895-1957) tuvo una trayectoria intelectual muy singular. Desde muy
temprana edad, manifestó sus dotes literarias y su debilidad por el periodismo; se vinculó al
movimiento modernista portugués; fue editor de la revista modernista Orpheu (1915) y publicó, en esta primera etapa, varias obras, como Misal de Trovas (1912) o Cartas do Marinho
(1919), que era una colección de sus crónicas publicadas en O Século. Después de una estancia en Angola como miliciano, vuelve a Portugal con una disposición más participativa en la
vida política, haciendo una defensa del nacionalismo y a favor de la intervención del Estado
en la cultura. En 1921, dirige la revista Ilustração Portuguesa, donde queda patente su carácter nacionalista. En 1922 se establece en Brasil, desde donde trabaja como crítico teatral del
Diário de Lisboa y escribe su obra teatral Mar Alto. A su vuelta, en 1924, hace sonadas entrevistas a dictadores, militares e intelectuales nacionalistas europeos para O Século y el Diário
de Notícias, entre ellos, Mussolinni, Miguel Primo de Rivera, el general Pétain, Gabriel
d’Annuncio, o Clemenceau, que fueron recogidas en su libro Viagen à volta das Ditaduras.
Su obra política se vería ampliada con Prefácio à República Espanhola (1933), en la que
pretende hacer una radiografía de la vida pública española mediante la descripción de algunos
de sus ilustres personajes, como Marcelino Domingo, José Ortega y Gasset, Indalecio Prieto o
Miguel de Unamuno. Entonces Ferro ya se sentía identificado con el proyecto salazarista y, en
1932, publica una serie de entrevistas a Salazar en el Diário de Notícias recogidas en Salazar.O Homem e a sua obra (1933), que alcanzó numerosas ediciones en varios idiomas. En
1933, Ferro es llamado para dirigir el Secretariado de Propaganda Nacional (SPN), a través
del que pone en práctica su proyecto intervencionista en el arte y la cultura portuguesa. En
1935, desde el SPN, crea el Cinema Popular Ambulante y, poco después, el Teatro do Povo.
Fue director del SPN entre 1933 y 1945, y del Secretariado Nacional de Informação (refundación del SPN) desde entonces hasta 1950. Otras de sus obras: A Fe e o Império (1935),
Homens e Multidões (1938) y A política do espirito e os prémios literários do SPN (1935).
Sobre António Ferro, véanse PAULO, Heloísa, «Ferro, António Gabriel Quadros», en ROSAS,
Fernando y BRITO, J. M. Brandão (eds.), Dicionário, vol. 1, págs. 355-357. Más datos sobre la
biografía de António Ferro en: LEAL, Ernesto Castro, António Ferro. Espaço Político e Imaginário Social (1918-1932), Lisboa, Edições Cosmos, 1994; HENRIQUES, Raquel Pereira,
António Ferro. Estudo e Antología, Lisboa, Alfa (Testemunhos Contemporâneos), 1990; CASTRO, Fernanda de, Ao Fim da Memória (1906-1897), Verbo, Lisboa, 1988, 2 vols., y OLIVEIRA, César, A preparação do 28 de Maio. António Ferro e a propaganda do fascismo 19201926, Lisboa, Moraes Editores, Pistas Passado/Presente, 1980. También la obra de RAMOS DE
Ó, Jorge, Os Anos de Ferro, 1999.
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objetivo era el de «iluminar» al mundo sobre el «caso portugués», según la
expresión del propio director7. Era un arma esencial de la política salazarista,
«(...) tanto mais que muitos portugueses sofrem o complexo de inferioridade
de só acreditarem que fizeram alguma coisa quando os estrangeiros lho repetem, quando se sentem envaidecidos com os seus elogios (...)» (cursiva en el
original), decía Ferro8. El SPN jugó un papel primordial en la construcción
retórica del Estado Novo9. Su misión fundamental era proteger al gobierno de
la dictadura de las campañas de propaganda contrarias a su política y difundir
su propia visión de la realidad para captar adeptos para su causa, así como
popularizar los principios ideológicos sobre los que asentaba el nuevo Estado
portugués, dentro de un proceso de renovación moral que el régimen denominó «política do espírito»10. El SPN trataba de que los portugueses ganasen
confianza en sí mismos y tuviesen orgullo de la obra del Estado Novo, de lo
«nacional», dentro de ese proceso de transformación espiritual, para cuyo
cumplimiento se precisaba ejercer un control férreo sobre la opinión pública,
partiendo de la divisa salazarista, inspiradora de la estrategia de propaganda
del régimen, que decía: «Não pode haver liberdade contra a verdade, não pode haver liberdade contra o interesse comum»11.
El SPN dependía directamente de la Presidência do Conselho12, es decir,
de Salazar, como ocurrió también con la Emissora Nacional (EN) y la Direcção dos Serviços de Censura desde mayo de 193613. Además del patrocinio de
diversos actos, premios o actividades de propaganda con un fuerte carácter
nacionalista, el SPN consiguió en poco tiempo que la prensa modificase sustancialmente su línea editorial. A partir del segundo año de su creación, cada
vez eran menos las publicaciones que se atrevían a desafiar al gobierno salazarista con una posición crítica14.
————
7 FERRO, António, Dez Anos de Política do espírito (1933-1943). Discurso proferido no
X aniversário do SPN, Lisboa, Edições do SPN, 1943, pág. 16.
8 Ibidem.
9 ADINOLFI, Goffredo, Ai confini del fascismo, págs. 147-150.
10 PAULO, Heloisa, Estado Novo, págs. 73-137.
11 MATOS, Helena, Salazar, A Construção do Mito (1928-1933) y Salazar. A Propaganda (1934-1939), ambos publicados en Lisboa, Temas e Debates-Círculo de Leitores, 2010.
12 AOS/ANTT, CO/PC-19, carpeta n.º 2, hojas n.º 12 y 13. «Bases para a organização do
Secretariado de Propaganda Nacional» (1933). El primer artículo vincula el SPN a la Presidência do Conselho y al Ministério dos Negócios Estrangeiros.
13 AOS/ANTT, CO/OP-7, carpeta n.º 12, 2.ª subdivisión, hojas n.º 292-302. Bases reguladores que justifican la nueva organización administrativa (sin denominación específica),
13/05/1936.
14 AOS/ANTT, CO/PC-12, carpeta n.º 3, 4.ª subdivisión. «Relatório sobre o estado actual
da Imprensa da província e plano de acção para uma propaganda metódica dos princípios
políticos e sociais e realizações do Estado Novo», (1933); AOS/ANTT, CO/PC-12, 6.ª subdivisión. «Esboço de um plan de propaganda», 30/12/1933.
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Para hacerse una idea del cambio que produjo el Secretariado de Propaganda Nacional en el panorama periodístico portugués, en un solo año, entre
diciembre de 1933 y el mismo mes de 1934, se había aumentado en un 20%
el porcentaje de periódicos provinciales favorables al Estado Novo15. Su estructura orgánica, por otra parte, estaba perfectamente definida16. Según el
Decreto-ley n.º 115 del 23 de noviembre de 1935 de reforma del Secretariado
de Propaganda Nacional, los servicios del organismo se dividen en tres: Serviços Centrais, Serviços de Informação e Imprensa y Serviços Exteriores. La
primera sección, según se hizo constar en el artículo 2 del decreto-ley, tenía
como competencias principales la expedición de correspondencia, el control
de la contabilidad y la tesorería, la tramitación de documentación interna y el
control del régimen y trabajos de los funcionarios. La segunda sección tenía
como misión regular las relaciones de la prensa con los poderes del Estado,
supervisar las informaciones, conferencias o discursos que se transmitían por
las emisoras radiofónicas, orientar y dirigir todas las acciones propagandísticas del gobierno nacional o internacionalmente, en colaboración con todos los
organismos portugueses de propaganda existentes en el extranjero (particularmente las Casas de Portugal), editar y fomentar la edición de publicaciones
sobre los logros del Estado Novo, «(…) combater por todos os medios ao seu
alcance a penetração no país de quaisquer ideas perturbadoras e dissolventes
da unidade nacional» (parágrafo «g»), estimular la participación de los intelectuales en la política de propaganda nacional y difundir mundialmente la
acción civilizadora de Portugal en sus colonias. En cuanto a los Serviços Exteriores, tenían como funciones la organización de propaganda a través del
cine y el teatro, la producción de películas, la organización de manifestaciones nacionales, fiestas públicas y espectáculos, así como conferencias en centros de prestigio nacionales o extranjeros y establecer el intercambio de periodistas y escritores de renombre. Cada sección estaba dirigida por un jefe de
servicio y el personal auxiliar era seleccionado directamente por el director.
Todos los empleados del SPN tenían entrada libre en los espectáculos o reuniones públicas de cualquier naturaleza, así como en los estudios de las emisoras. Los teatros y cines, además, tenían la obligación de reservar un lugar
de primera fila para un funcionario del organismo. Al mismo tiempo, las salas
cinematográficas estaban obligadas a proyectar determinadas películas producidas por el SPN y las estaciones radiofónicas debían difundir los comunicados que le fuesen enviados17.
————
15
AOS/ANTT, CO/PC-12, carpeta n.º 3, 4.ª subdivisión, hoja n.º 223.
AOS/ANTT, CO/PC-12, carpeta n.º 10, hojas n.º 330-333.
17 Decreto-ley n.º 115 del 23 de noviembre de 1935 de reforma del Secretariado de Propaganda Nacional. AOS/ANTT, CO/PC-12, carpeta n.º 10, hojas n.º 330-333.
16
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El SPN poseía un equipo de redactores18, dentro de los llamados Serviços
de Informação e Imprensa, que se ocupaban de «fabricar» noticias e informaciones diversas que enviaban a los periódicos para su publicación mediante
pago o imposición19. Sobre las funciones de los redactores-periodistas en este
departamento, el decreto sobre el funcionamiento del SPN decía lo siguiente:
«(...) (Cada redactor del SPN) tomará a seu cargo os jornais que lhe forem indicados e, independentemente do estabelecemento de directrizes e informações de
carácter geral, fornecerão artigos, sueltos e noticias que a sua observação lhes mostrar convenientes para elevar o valor político dêsses jornais (...)»20.
Si los periódicos no se avenían a publicar las informaciones enviadas o
adoptaban una postura contraria a la situación, se ponían en marcha otros procedimientos más expeditivos a través de la Direcção Geral da Censura, al que
los periodistas estaban obligados a remitir (mediante un informe) las explicaciones que se estimasen oportunas, o bien se empleaban los mecanismos más
convencionales arbitrados por el Ministério de Justiça21.
Con el conocimiento directo de Salazar, el organismo encargado de la censura y el SPN establecieron, a partir de junio de 1935, un «serviço directo de
informações», por medio del cual ambas instituciones se intercambiaban sus
boletines internos y otros datos de interés para desarrollar más eficazmente sus
tareas respectivas, que de este modo se hicieron complementarias22. También
————
18 El equipo de redactores estaba dirigido por António Ferro y el subdirector era António
Eça de Queiroz, que se encargaban, además, de los Serviços Exteriores . El Jefe de los Serviços de Informação e Imprensa era Artur Maciel y el de los Serviços Internos José Alvellos.
Los empleados que trabajaban para el Secretariado de Propaganda Nacional eran varias decenas, aunque muchos tenían contratos de colaboración. En diciembre de 1936, formaban parte
del equipo de redactores los siguientes: Jaime de Carvalho, Augusto Ferreira Gomes, Américo
de Figueirêdo, Guilherme Pereira de Carvalho, Horácio de Castro Guimarães, Casimiro Afonso Alves, Armando Borges de Aguiar, Manuel Nunes Féliz Ribeiro, António Ferreira, Alberto
Eça de Queiroz, António Stubbs de Lacerda, Gastão Faria de Bettencourt, Joaquim Marques
Martinho, Manuel Falcón, Francisco Xavier de Avillez, Lobo de Almeida Melo de Castro,
Alberto Quintáns de Abreu, José Marques Rodrigues, entre otros. Cf.: AOS/ANTT, CO/PC19, Pasta n.º 8, 12.ª subdivisión. «Quadro do pessoal auxiliar do Secretariado de Propaganda
Nacional e respectiva lista de antiguidades, referida a 31 de Dezembro de 1936, a publicar no
Diário de Govêrno de harmonia com o preceituado no artº 26º do decreto n.º 19478, de 18 de
Março de 1931».
19 El jefe de esta sección, Artur Maciel, trabajó como aviador al servicio del general Mola, en Burgos, antes de que aquél falleciese en junio de 1937. Véase A Voz, n.º 3702,
15/06/1937, págs. 1 y 6.
20 AOS/ANTT, CO/PC-12, carpeta n.º 3, 7.ª subdivisión. «Plano de acção» del SPN
(1934?).
21 Ibidem.
22 AOS/ANTT, CO/PC-12 A, carpeta n.º 7, 1.ª subdivisión, hojas n.º 280-283. Oficio
confidencial s/n.º del Chefe de los Serviços Internos al Presidente do Conselho, 12/06/1935
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con la aprobación de Salazar, el aparato de propaganda del Estado Novo pasó
a enviar a la Direcção Geral da Censura (vinculada al Ministerio do Interior)
su Boletim da Imprensa, donde se recogían las tendencias editoriales de los
periódicos nacionales, de provincia y los isleños, así como una circular especial periódica con informaciones confidenciales relacionadas con la «formação mental» de los periodistas de cada medio23.
Los Serviços de Censura, por su parte, remitían al SPN sus boletines semanales sobre los cortes realizados para registrar y actuar en consecuencia
sobre las actitudes opositoras de la prensa24. Este trabajo coordinado se extendió también al partido único del régimen, la União Nacional, que, por orden de Salazar, estableció una «íntima colaboração» con el organismo encabezado por António Ferro25. Esto afectó especialmente al órgano del partido,
el Diário da Manhã, que quedaba bajo la supervisión del Secretariado de
Propaganda Nacional26 cuyo lema oficial, que figuraba bajo su cabecera en
cada ejemplar del periódico, era una de las frases más celebradas de Salazar:
«Tudo pela Nação, nada contra a Nação». Para garantizar el éxito de estos
objetivos propagandísticos se habilitaron importantes partidas económicas. El
presupuesto anual establecido por el Ministéro do Interior para 1936, por
ejemplo, ascendía a la importante cantidad de 1.800.000 escudos, repartidos
de la siguiente manera: Diário da Manhã, 912.000; Serviços de Censura,
465.000; União Nacional, 360.000; Gabinete del ministro, 60.000 y Liga 28
de Maio (que era una especie de consejo para velar por los principios ideológicos que inspiraron el golpe militar del 28 de mayo de 1926), 24.000. Para
imprevistos, se destinaron, además, 38.400 escudos27.
El SPN no escatimó subvenciones a los periódicos que convenía financiar,
incluidos los extranjeros. En octubre de 1936, el Daily Telegraph recibió un
montante de 33.104 escudos por la publicación de cuatro páginas dedicadas al
Estado Novo28. En Portugal, en junio e 1937, por poner un ejemplo, las publicaciones subvencionadas fueron: A Verdade (8000 escudos), A Voz (5000),
Defesa Nacional (3500), Diário de Coimbra (1500), O Setubalense (1000),
Correio do Sul (300) y Beira Dão (200)29. Pero también percibían regularmente subvenciones del SPN, Acção (Semanário português para portugue-
————
23
Ibidem.
Ibidem.
25 AOS/ANTT, CO/PC-12A, carpeta n.º 7, 1.ª subdivisión, hoja n.º 284. Minuta del Presidente do Conselho al Presidente de la Comissão Executiva de la União Nacional, s.d. (1935).
26 Ibidem.
27 AOS/ANTT, CO/IN-6, carpeta n.º 5, 1.ª subdivisión, hojas n.º 258-260. «Despesas reservadas de publicidade e propaganda». Desglose elaborado con carácter confidencial por el
ministro de Interior, 03/04/1936.
28 AOS/ANTT, CO/IN-6, carpeta n.º 5, 9.ª subdivisión, hoja n.º 289.
29 AOS/ANTT, CO/IN-6, 6.ª subdivisión, hojas n.º 365-383.
24
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ses), Acção Nacional, Era Nova, O Mundo Português, Estado Novo, entre
otros30.
Asimismo, se estimuló muy especialmente las relaciones con el Centro de
Imprensa Estangeira em Portugal (CIP), del que eran socios la mayoría de los
corresponsales de los medios de comunicación extranjeros y cuyo consejo
directivo estaba formado en 1937 por Marcel Dany, Wilhem Berner, Leo Negrelli, Carlos Cília, Rita Silbermann y el español Luis Falcón31. Los miembros del CIP mantenían reuniones periódicas con el SPN para tratar algunos
aspectos de la información publicada por la prensa mundial sobre Portugal32.
Desde su creación hasta 1940, el Secretariado de Propaganda Nacional
dispuso de un presupuesto medio anual de 2 millones de escudos33. Pero hubo
meses en los que el gasto se disparó como consecuencia directa de la Guerra
Civil española, debido a las campañas a favor del franquismo en Portugal.
Solo en agosto de 1936, el gasto total fue de 525.336 escudos34. En el desglose de los gastos del SPN en el mes citado, se incluyen los pagos a numerosos
periodistas35 que pertenecían a las plantillas de varios periódicos o que colaboraban en la elaboración de artículos de carácter anti-comunista para publicar en determinadas cabeceras36.
El aparato de propaganda del Estado Novo se completó con la creación de
la Emissora Nacional, que estaba también subordinada al control ideológico
————
30
Ibidem.
O Século, n.º 19709, 28/01/1937, pág. 2.
32 Diário da Manhã, n.º 2139, 05/04/1937, pág. 3, y n.º 2513, 22/04/1938, págs. 1 y 4.
33 AOS/CO/PC-19, carpeta n.º 4. «Relação discriminada das despesas efectuadas (19331939)», firmada por António Ferro.
34 AOS/ANTT, CO/PC-19, carpeta n.º 4, 8.ª subdivisión, hoja n.º 277.
35 Entre otros, podemos citar a los siguientes: Óscar Paxeco, Carlos Cília, Luiz Forjaz
Trigueiros, Joaquim Múrias de Freitas, Vasco Mendonça Alves, Pedro Correia Marques, Augusto da Costa, Jorge de Faria, Fernando Campos, Mário Barros, António da Fonseca, Abranches Martins, Casimiro Afonso Alves, Carlos Rates, Armando de Aguiar, António Dória,
Tomé Vieira, Artur de Melo e Niza, Fernando Costa, Zuzarte de Mendonça, Freitas da Costa,
Domingos Mascarenhas, Marinho da Silva, Manuel Araujo, Alfredo Pimenta, João Ameal,
Aldolfo Muller, Samuel Maia y Rodrigues Cavalheiro.
36 Los títulos de algunos de los artículos de propaganda anti-comunista enviados a la
prensa portuguesa en agosto de 1937 son los siguientes: «A verdadeira verdade» (sobre las
mentiras del periódicos soviético Izvestia), «O Komitern em acção» (sobre los elogios de que
es objeto el pabellón portugués en Paris y las críticas al ruso, junto con una cronología de
revueltas comunistas en el mundo), «Com a bôca na botija» (sobre la corrupción de la burocracia rusa), «Tudo sob as ordens de Moscovo» (sobre el imperialismo de las teorías leninistas), «A miséria na URSS» (sobre el hambre del pueblo ruso, con testimonio de un periodista
alemán), «Organização comunista» (sobre la desorganización profesional), «Moscovo tem
sempre razão» (sobre las mentiras de la propaganda soviética), «A “felicidade” dos camponeses rusos» (sobre la explotación de los agricultores rusos). AOS/ANTT, CO/PC-3G, carpeta
n.º 2, 2.ª subdivisión, proceso A.C. 42, hojas n.º 37-39.
31
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del SPN y cuyas emisiones se regularizaron a partir de agosto de 1935. El
propio Salazar fue el encargado de apadrinar e inaugurar la estación radiofónica estatal el 9 de diciembre de 1934. Desde la sede de la União Nacional en
Lisboa, el dictador luso profirió su primer discurso radiofónico en directo.
Aunque, ya desde abril de 1934, la EN hacía emisiones experimentales37. Las
emisiones regulares de la EN, sin embargo, no comenzaron hasta el primero
de agosto de 1935, bajo la administración del Ministério de Obras Públicas e
Comunicações y la dirección de Henrique Galvão. En sus primeros años, la
potencia de la EN no sobrepasaba los 5 Kw de potencia; en 1939, sin embargo, ya alcanzaba los 20 Kw., que le permitía realizar transmisiones intercontinentales de gran calidad. Su sede principal estaba en la calle de Queluz, en
un edificio con unas dignas instalaciones que disponían de un auditorio para
orquestas y también una unidad móvil. Fue una de las radios europeas pioneras en la instalación del control de sonido automático, con tres mesas que facilitaban la realización de tres programas distintos al mismo tiempo. Su organización interna estaba controlada por una comisión administrativa, presidida
por su director, Henrique Galvão38.
El SPN, además de ejercer un control directo sobre la prensa y la radio,
puso en marcha la producción de decenas de documentales sobre el Estado
Novo39, a partir de 1938 encuadrados dentro del Jornal Português40 (una especie de NO-DO que recogía en formato informativo los principales acontecimientos del mes), así como el largometraje A Revolução de Maio (1937)41,
que se convirtió en una especie de testamento audiovisual del Estado Novo
salazarista42. Asimismo, otras creaciones del SPN, como el Cinema Popular
Ambulante, el Teatro do Povo, los Prémios Literários43, o el patrocinio de
publicaciones periódicas, libros y folletos de carácter nacionalista, específica-
————
37 Véanse las siguientes fuentes: Radio Nacional, año II, n.º 22, 09/04/1939, pág. 5; Radio
Nacional, año II, n.º 29, 28/05/1939, págs 10-13; ABREU, Maria Filomena, «A rádio portuguesa
e a Guerra Civil de Espanha», História, año XVII (nova série), 11/12 (1995), pág. 48; MAIA,
Matos, Telefonia, Lisboa, Círculo de Leitores, 1995, págs. 100-106; TAVARES, Silva, Emissora
Nacional. Três anos de trabalhos, 1 de Agosto de 1935-1 de Agosto de 1938, Lisboa, 1938 y
FERRO, António, Problemas da Rádio (1933-1943), Lisboa, Edições SNI-SPN, 1943.
38 Radio Nacional, año II, n.º 22, 09/04/1939, pág. 5.
39 MATOS-CRUZ, José de, Prontuário do Cinema Português (1896-1989), Lisboa, Edição
da Cinemateca Portuguesa, 1989.
40 PIÇARRA, Maria do Carmo, Salazar vai ao Cinema. O Jornal Português de actualidades filmadas, Coimbra, MinervaCoimbra, 2006.
41 PENA RODRÍGUEZ, Alberto, «El icono cinematográfico del Estado Novo salazarista: A
Revolução de Maio (1937)», Historia y Comunicación Social, 14 (2009), págs. 295-312.
42 PAULO, Heloisa, Estado Novo e Propaganda, págs. 112 y ss.
43 PINTO, Rui Pedro, Prémios do Espírito. Um estudo sobre os Prémios Literários do Secretariado de Propaganda Nacional do Estado Novo, Lisboa, Imprensa de Ciências Sociais,
2008.
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mente salazaristas o en defensa de la dictadura, como O Decálogo do Estado
Novo, sirvieron para orquestar eficazmente el discurso político del régimen44.
El Teatro do Povo realizó una importante labor propagandística en los veranos de 1936 y 1937. Inaugurado en el Jardim da Estrêla de Lisboa el 15 de julio
de 1936, el Teatro do Povo se dedicó a representar obras de contenido político
que hacían apología del régimen45. Las actuaciones se realizaban siempre en las
plazas públicas o en grandes recintos abiertos a todo tipo de público46. En 1937
comenzó sus actividades por todo el país; sus actuaciones se iniciaron el 20 de
junio en Alcobaça y se prolongaron hasta el 29 de septiembre, con la última
representación en Castelo Branco47. Su actividad se concentró, sobre todo, en
las zonas más rurales y fronterizas del país y, según el informe realizado por
António Ferro para Salazar, se representaron obras especiales para el público
infantil. Los cálculos del director del SPN cifraban en más de cien mil personas la asistencia a los 70 espectáculos programados48.
EL SALAZARISMO, LA CENSURA Y EL CONTROL DE LA PRENSA
No es sencillo estudiar la actividad de la censura en ningún país. Como es
sabido, este eficaz instrumento utilizado frecuentemente por los regímenes
autoritarios o totalitarios siempre se emplea con la máxima discreción y confidencialidad. Se trata de hacer creer al lector que aquello que lee es lo único
que existe, que no hay otra versión de la realidad. Los censores pretenden que
su acción pase totalmente inadvertida para la sociedad, mientras se suprime
————
44
Ibidem, págs. 81-88.
AOS/ANTT, CO/PC-12D, carpeta n.º 7, 2.ª subdivisión. Informe n.º 1040 sobre el
Teatro do Povo de António Ferro a Oliveira Salazar, 10/12/1936.
46 AOS/ANTT, CO/PC-12D, carpeta n.º 7, 2.ª subdivisión, hojas n.º 169 y 170. La primera gira recorrió los siguientes pueblos y ciudades: Lisboa, Santarem, Rio Maior, Torres Novas,
Abrantes, Castelo de Vide, Alter do Chão, Monforte, Arronches, Campo Maior, Elvas, Santa
Eulália, Vila Boim, Borba, Vila Viçosa, Setúbal, Almada, Montijo y Barreiro.
47 Las lista completa de las poblaciones por las que pasó en 1937 el Teatro do Povo es la
siguiente: São João da Madeira, Braga, Chaves, Bragança, Macedo, Vinhais, Vimioso, Alfândega da Fé, Mesão Frio, Godim, Jales, Vidago, Valpaços, Venda Nova-Borralha, Fafe, Famalicão, Trofa, Paços Brandão, Vista Alegre, Oliveira de Frades, Tondela, São João de Areias,
Nelas, São Romão, Folgosinho, Santa Eufémia, Lamego, Régua, São João da Pesqueira, Vila
Nova de Foz Côa, Mêda, y Covilha. Cf.: Idem. Informe n.º 809-E de António Ferro para Oliveira Salazar, 31/12/1937. Para ver más gráficamente la distribución de las representaciones
por las localidades portuguesas puede verse el mapa elaborado por el SPN a finales de 1937,
donde se aprecia claramente que el Teatro do Povo centró sus actuaciones en las zonas fronterizas con España. Cf.: AOS/ANTT, CO/PC-12D, carpeta n.º 7, 2.ª subdivisión, informe n.º
140. «Teatro do Povo - Localidades onde deu representações» (mapa).
48 Ibidem.
45
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sin compasión y con nocturnidad cada palabra, cada frase, cada noticia que
pueda resultar perniciosa para el dictador y los jerarcas de su sistema. El franquismo y el salazarismo dejaron una profunda huella en las conciencias de ambas sociedades peninsulares aplicando sistemáticamente la censura sobre los
medios de comunicación. La información diaria no era otra cosa más que «propaganda ideológica férreamente controlada», tal y como apunta Fernádez Areal
al referirse a la censura en el franquismo49. Durante el franquismo los periodistas eran «apóstoles del pensamiento» que actuaban como autómatas al servicio
del poder50, al igual que ocurrió en el caso portugués. César Príncipe es contundente al afirmar que la censura en Portugal fue un arma para la «colonização
cerebral, domesticação das vontades, apartheid do conhecimento, privação do
saber, mentira premeditada, terrorismo intelectual (...)»51.
Salazar se sirvió de la censura para controlar las conciencias de todos los
portugueses y dominar su manera de interpretar el mundo52. Se trataba de
distorsionar la visión de la realidad a partir de las informaciones de los medios de comunicación para construir una percepción nueva y falsa sobre la
————
49 FERNÁNDEZ AREAL, Manuel, «La prensa durante el franquismo y la transición», en
AA.VV., Franquismo y transición democrática. Lecciones de Historia Reciente, Las Palmas
de Gran Canaria, Centro de Estudios de Humanidades, 1993, pág. 81.
50 SINOVA, Justino, La Censura de Prensa durante el franquismo, Madrid, Espasa-Calpe,
1989, pág. 56. Sobre el control de la prensa durante el franquismo, véase: FERNÁNDEZ AREAL,
Manuel, La Libertad de Prensa en España (1938-1971), Madrid, Cuadernos para el Diálogo,
Edicusa, 1971; TERRÓN MONTERO, Javier, La Prensa de España durante el régimen de Franco, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1985; DELIBES, Miguel, La Censura de
Prensa en los años 40 (y otros ensayos), Valladolid, Ámbito ediciones, 1985; BENEYTO, Antonio, Censura y Política en los escritores españoles, Barcelona, Euros, 1975; GUBERN, Román, La censura: función política y ordenamiento jurídico bajo el franquismo (1936-1975),
Barcelona, Ediciones Península, 1980.
51 PRÍNCIPE, César, Os Segredos da Censura, Lisboa, Editorial Caminho, pág. 8.
52 SOARES, Mário, Portugal amordaçado, Lisboa, Arcádia, 1974; BASTOS, José Timóteo da
Silva, História da censura Intelectual em Portugal. Ensaio sôbre a compreensão do pensamento
português, Lisboa, Testemunhos Portugueses, Moraes Editores, 2.ª edición, 1983; CARVALHO,
Alberto Arons de, y CARDOSO MONTEIRO, A., Da liberdade de Imprensa, Lisboa, Editora Meridiano, 1971; LOPES, Norberto, Visado pela Censura. A Imprensa-Figuras-Evocações-Da Ditadura à Democracia, Lisboa, Editorial Aster, 1975; PRÍNCIPE, César, Os Segredos da Censura,
Lisboa, Editorial Caminho, Colecção «Nosso Mundo», 1979; Comissão do Livro Negro sovre o
Regime Fascista, A Política de Informação no Regime Fascista, Lisboa, Presidência do Conselho de Ministros, 2 vols., 1980; LUZ, Diniz da, Coisas da Censura e um artigo para «inquietar» toda a gente, Angra do Heroismo, União Gráfica Agrense, 1979; PARDAL, Ulisses Vaz,
Tempos da Censura á Imprensa, Fundão, Jornal do Fundão, 1978; RODRIGUES, Graça Almeida,
Breve História da Censura literária em Portugal, Lisboa, Instituto da Cultura Portuguesa, 1980;
SILVA, Rola da, A Censura: consequências marginais, Luanda, Neográfica, 1969; PENA RODRÍGUEZ, Alberto, «A comunicación social en Portugal: da censura salazarista á revolución mediática (1928-1995)», en LEDO ANDIÓN, Margarita (ed.), Comunicación na Periferia Atlántica, Santiago de Compostela, Universidade de Santiago, 1996, págs. 201-207.
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estructura política y social del país, que convertía al gobierno en un auténtico
Deus ex machina de la «verdad». Desde una perspectiva profundamente nacionalista, Salazar creía que el papel de la censura dentro del Estado Novo era
fundamental para «proteger» a la nación frente a las influencias extranjeras,
según señalaba en una entrevista concedida a António Ferro en 1932:
«(...) A censura, hoje, por muto paradoxal que a afirmação lhe pareça, constitue
a legítima defesa dos Estados livres, independentes, contra a grande desorientação
do pensamento moderno, a revolução internacional da desordem. Eu não temo o
grande jornalista desde que seja portugués e o demonstre. O que temo são os pequenos jornalistas que se desnacionalizam sem dar por issso, talvez por não estarem o suficientemente armados para se defenderem de sedutoras e fáceis teorias. É
precisso não esquecer que não existe comunismo português, inglês ou francês, mas
sim o comunismo internacional que procura minar, falando, às vezes, a própria lingua dos paises onde se agita, a independência de todos os povos. Contra êsse imperialismo ideológico, tão perigoso como qualquer outro, a censura é arma legítima.
Todas as medidas de defesa se justificam perante a invassão estrangeira (...)»53.
El propio António Ferro resumía en 1938 cuál debía ser la base política del
sistema informativo del Estado Novo: «(...) não pode haver liberdade contra a
verdade; não pode haver liberdade contra o interêsse comúm (...)»54.
Como ya se ha apuntado más atrás, los Serviços de Censura funcionaban
con la financiación y la coordinación administrativa del Ministério do Interior, pero dependían del propio Salazar. Su organización estaba formada por
una compleja red de censores y confidentes extendida por todo el país en la
que colaboraban los afiliados de la União Nacional. Su organigrama interno
estaba dividido en tres comisiones con circunscripción territorial: la comisión
de Lisboa, la de Oporto y la de Coimbra, además de 22 delegaciones extendidas por las capitales de los distritos y dependientes de los gobiernos civiles55.
En cada una de ellas, había un comité de censura encargado de cortar las noticias o comentarios inconvenientes para el Estado Novo que los periódicos y
emisoras de su demarcación territorial pretendían difundir, y que luego eran
remitidas a la Direcção Geral para elaborar los boletines, estadísticas e informes sobre la manera de informar de cada cabecera, así como al SPN, al presidente de la República, Óscar Carmona, a Salazar, al ministro do Interior, a la
Policia de Vigilância e Defesa do Estado (PVDE)56 y a todas las instituciones
————
53
FERRO, António, Homens e Moltidões, Lisboa, Bertrand, 1938, pág. 221.
Ibidem, pág. 224.
55 RAMOS DO Ó, Jorge, «Censura», en ROSAS, Fernando y BRITO BRANDÃO, J. M. (coords.), Dicionário de História do Estado Novo, vol. 1, Lisboa, Bertrand, 1996, pág. 140.
56 MADEIRA, João (coord.), Vítimas de Salazar. Estado Novo e violência política, Lisboa,
A Esfera dos Livros, 2007; RIBEIRO, Maria da Conceição, A Polícia Política no Estado Novo
1926-1945, Lisboa, Editorial Estampa, 2000.
54
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que fueran objeto de noticias cortadas57. El director general era el mayor Álvaro Salvação Barreto, a la sazón editor de los boletines de la censura, en cuyo equipo como adjuntos se encontraban los capitanes Afra Nozes, Dimas de
Aguiar y Monteiro Liborio, que elaboraban dos clases de publicaciones internas y confidenciales con distribución para todos los censores. Por un lado, un
Boletim semanal por medio del cual se transmitían consignas y órdenes de
inspección e instrucciones a las diferentes delegaciones para subsanar errores
en los cortes, y el Boletim de Registo e Justificação de Cortes, en el que constaban diariamente todas las censuras realizadas en la prensa nacional y sus
respectivas justificaciones, clasificadas en varios apartados que generalmente
se referían a «Questões de ordem política», «Questões de ordem social»,
«Questões de ordem moral» y «Questões de ordem internacional». Cada uno
de ellos se subdividía, además, en secciones que se correspondían con censuras que afectaban a cada una de las instituciones del gobierno, casi siempre
por ministerios58.
Gracias a la poderosa estructura del SPN y los Serviços de Censura, el gobierno luso pudo controlar tanto el proceso como la producción de contenidos
en las empresas de comunicación social portuguesas. La censura previa se
legisló e institucionalizó completamente en 193659. En mayo y septiembre de
aquel año, el gobierno de Salazar endureció aún más las leyes contra la libertad de prensa y de expresión con dos decretos muy restrictivos60. El primero
prohibía la fundación de nuevas publicaciones sin el reconocimiento oficial
de la «idoneidade intelectual e moral» de los propietarios y directores, así
como la difusión en Portugal de prensa extranjera con contenidos prohibidos
para los medios de comunicación nacionales61. El decreto de septiembre obligaba a todos los funcionarios a jurar por escrito la aceptación del orden social
establecido por la Constitución del Estado Novo, con el expreso rechazo del
comunismo y cualquier movimiento subversivo62. A partir de entonces era
————
57 Como ejemplo, puede verse cualquier boletín de la Direcção Geral dos Serviços de
Censura en los años treinta en AMI-GM/ANTT, M 508, C 66.
58 AMI-GM/ANTT, M 508, C 66.
59 Entre otras referencias bibliográficas, véase: Comissão do Livro Negro sovre o Regime Fascista, A Política de Informação no Regime Fascista, Lisboa, Presidência do Conselho
de Ministros, 2 vols., 1980; BARATA, José Fernando Nunes, «Evolução histórica da censura»,
en Informação, 4 (1970), págs. 37-61.
60 FRANCO, Graça, A Censura á Imprensa (1820-1974), Lisboa, Imprensa Nacional-Casa
da Moeda, 1993, págs. 65 y ss.
61 Decreto-ley n.º 26589 del 14 de mayo de 1936.
62 Decreto-ley n.º 27003, del 14 de septiembre de 1936. Sobre la oposición al Estado Novo, véase FARINHA, Luís, O Reviralho. Revoltas Republicanas contra a Ditadura e o Estado
Novo 1926-1940, Lisboa, Editorial Estampa, 1998; TORGAL, Luís Reis, A Universidade e o
Estado Novo, Coimbra, Minerva, 1999.
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difícil encontrar un periódico que no apareciese adornado con la frase represora «Visado pela Comissão da Censura»63. Además, como apunta Graça
Franco, existían otras medidas que tenían por objetivo silenciar a la prensa
por medio de la quiebra forzada de la empresa editora64.
Salazar tenía muy claro cuál debía ser la función de la censura dentro del Estado Novo, como expuso en una de las entrevistas periodísticas realizadas por
António Ferro en 1932, en la cual propone la creación de un colegio de periodistas para solucionar los problemas de los informadores con la censura (sic):
«(...) Não há nada que o homem considere mais sagrado que o seu pensamento
e do que a expressão do seu pensamento. Vou mais longe: chego a concordar que a
censura é uma instituição defeituosa, injusta, por vezes sujeita ao livre arbítrio dos
censores, às variantes do seu temperamento, às consequências do seu mau humor.
Uma digestão laboriosa, uma simples discussão familiar, podem influir, por exemplo, no corte intempestivo duma notícia ou da passagem dum artigo. Eu próprio já
fui em tempos vítima da censura e confesso-lhe que me magõei, que me irritei, que
cheguei a ter pensamentos revolucionários... (...). Ora o jornal é o alimento espiritual do povo e deve ser fiscalizado como todos os alimentos. Comprendo que essa
fiscalização irrite os jornalistas, porque não é feita por eles, porque se entrega esse
policiamento à censura que também pode ser apaixonada, por ser humana, e que
significará, sempre, para quem escreve, opressão e despotismo. Mas vou oferecerlhes uma solução para este problema (...): porque não se cria uma Ordem dos Jornalistas como se criou uma Ordem dos Advogados? (...)»65.
Por tanto, según los fundamentos ideológicos del Estado Novo, la prensa
se había convertido en un estamento poderoso que, necesariamente, debía
estar al servicio del gobierno para conducir eficazmente los destinos del país.
Era la plataforma divulgadora de la cultura nacional y la creadora de estados
de opinión que, si no estaban debidamente controlados, podían obstaculizar la
labor «constructiva» del Estado Novo. Así percibía el gobierno salazarista a
los medios de comunicación. En palabras del periódico A Voz: «(...) Salazar
quere fazer da imprensa um poderoso elemento do progresso nacional, ao
serviço do Bem da Nação (...)»66. En este contexto, los informadores no podían trabajar al margen de la política informativa del gobierno. Según el criterio
del ministro do Interior, Mário Pais de Sousa, los periodistas tenían que incorporarse y formar parte, indefectiblemente, de las estructuras corporativas
del país para cumplir con su misión:
————
63 RAMOS DO Ó, Jorge, «Salazarismo e Cultura», en SERRÃO, Joel, y MARQUES, A.H. de
Oliveira (eds.), Portugal e o Estado Novo (1930-1960), vol. XII de Nova História de Portugal, Lisboa, Editorial Presença, págs. 440-443.
64 FRANCO, Graça, A Censura, pág. 113.
65 FERRO, António, Salazar, Lisboa, Edições do Templo, 1978, págs. 93-95.
66 A Voz, n.º 3698, 11/06/1937, pág. 1.
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«(...) A missão do jornalista é cheia de nobreza e responsabilidade. É uma arma
que só deve servir á verdade. Quando transgride a norma que a deve orientar no
serviço da verdade e da Nação, frustra a sua missão e torna-se um elemento altamente daninho (...)»67.
Desde este punto de vista, era lógico que los órganos salazaristas considerasen la libertad de prensa como un elemento nocivo para el país, como apuntaba el Diário da Manhã: «A liberadade de Imprensa é dos pretextos mais
frequentes e mais clamorosos para discursatas liberais e subversivas (...)»68.
Para controlar mejor la actividad de los periodistas portugueses, el 26 de
febrero de 1934 se fundó el Sindicato dos Jornalistas con 300 socios69. Sus
funciones eran complementadas por el Grémio da Imprensa Diária, integrado
dentro del régimen corporativo de acuerdo con el artículo 23 de la Constitución de 1933, en el que se dice lo siguiente:
«(...) a Imprensa exerce uma função de carácer público, por virtude da qual
não poderá recusar, em assuntos de interesse nacional, a inserção de notas oficiosas
de dimensões comuns que lhe sejam enviadas pelo Govêrno»70.
El principal objetivo del Grémio da Imprensa Diário era velar por el ejercicio profesional del periodismo dentro del orden político y social establecido
por el Estado Novo. Los fundadores del Grémio fueron los directores y propietarios de los más importantes diarios portugueses71. Entre 1933 y 1936, se
silenciaron todos aquellos periódicos que, fuera cual fuera su ideología, no
acataban el status quo de la dictadura72.
Así las cosas, tanto la prensa provincial como los grandes diarios se vieron
abocados a seguir las pautas ideológicas del régimen si no querían desaparecer. Las grandes empresas periodísticas del país, como la Sociedade Nacional
————
67
Ibidem.
A Voz, n.º 3610, 13703/1937, pág. 1.
69 Diário da Manhã, n.º 2049, 01/01/1937, pág. 17.
70 Diário da Manhã, n.º 2009, 20/11/1936, pág. 1. Sobre la Constitución del Estado Novo, véase CAETANO, Marcelo, Constituições Portuguesas, Lisboa, 6.ª edición, 1986.
71 Los fundadores eran los siguientes: de O Jornal do Comércio e das Colónias, Deniz
Bordalo Pinheiro; del Comércio do Porto, Seara Cardoso; del Diário de Notícias, Caetano
Beirão da Veiga; de O Primeiro de Janeiro, Ernesto Canavarro; de O Século, João Pereira da
Rosa; por el Novidades y el Diário do Minho (ambos periódicos pertenecían a la Iglesia Católica), el padre Pais de Figueiredo; por el Jornal de Notícias, Guilherme Pacheco; por el República, Carvalhão Duarte; António Joaquim Marques por A Voz; el Diário de Lisboa estaba
representado por Pedro Bordalo Pinheiro; el Correio do Minho por Silva Dias, y por el Diário
da Manhã estaba Mira da Silva. Beirão da Veiga fue elegido nuevo presidente el 10 de noviembre de 1936. Diário da Manhã, n.º 2009, 20/11/1936, pág. 1.
72 ROSAS, Fernando y BRITO BRANDÃO, J. M., Dicionário de História, págs. 139-140.
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de Tipografía, que editaba O Século y O Século Ilustrado, la Empresa Nacional de Publicidade, propietaria del Diário de Notícias, así como el periódico
del monárquico y católico Fernando de Souza, A Voz, el Diário de Lisboa
dirigido por Joaquim Manso, el diario de la Iglesia Católica, Novidades, y los
tres buques insignia de la prensa de Oporto, el Comércio do Porto, O Primeiro de Janeiro y el Jornal de Notícias se alinearon con el discurso salazarista
sin condiciones. Tan solo la cabecera de referencia de los republicanos portugueses, el diario República, soportó estoicamente los cortes de la censura publicando en blanco los espacios de los artículos censurados. Hubo también
algunos periódicos en las colonias portuguesas que no respetaron las pautas
establecidas por el SPN y, ocasionalmente, se negaron a publicar algunos comunicados o artículos anti-comunistas73.
EL SPN Y LA CAMPAÑA A FAVOR DEL FASCISMO IBÉRICO
Durante la Guerra Civil española, pero muy especialmente en el período inicial de julio a diciembre de 1936, la censura estuvo muy pendiente de los acontecimientos de España. Sus boletines estaban llenos de cortes de informaciones
sobre el conflicto. El embajador de la II.ª República española en Portugal desde
mayo de 1936, Claudio Sánchez Albornoz, informó a su ministro el 6 de agosto
que la acción sistemática de los Serviços de Censura impedía cualquier atisbo
de imparcialidad en las noticias que se publicaban sobre España:
«(...) Si un periódico flaqueaba, se colocaba bajo la inspección inmediata de un
delegado de Gobierno. Éste ordenaba incluso el tamaño de los titulares de las informaciones, se tachaba sin piedad cada noticia favorable a nosotros, se mutilaban
otras, se suspendían los periódicos no incondicionales, se multó hasta con 20.000
escudos a una diario de Oporto por supuesta tibieza en el elogio del levantamiento.
Las pizarras de los periódicos no podían publicar sino detalles favorables a los sublevados españoles. Se llegaron a tachar por la censura unas moderadas declaraciones mías sobre la actuación en España y se ha encarcelado a muchos por el mero
delito de haber simpatizado públicamente con nuestra causa (...)74.
Claudio Sánchez-Albornoz era muy consciente del alcance de la campaña
de propaganda urdida por el gobierno del Estado Novo a favor del fascismo
————
73 AOS/ANTT, CO/PC-12, carpeta n.º 1, 16.ª subdivisión. Información confidencial s/n.º
sobre el periódico angoleño Humanidade del Jefe de los Serviços Internos, 05/11/1937.
74 ARH/FLC, 538-50-3. Informe del embajador de España al ministro de Estado,
06/08/1936. Citado por CABEZA SÁNCHEZ-ALBORNOZ, Sonsoles, Semblanza HistóricoPolítica de Claudio Sánchez-Albornoz, Madrid, Fundación Universitaria Española, Diputación
Provincial de León, 1992, págs. 98-99.
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ibérico. Sus confidentes en Portugal le informaron de muchas de las artimañas del régimen luso para ayudar a los franquistas. Él mismo registró en sus
archivos varias de las informaciones que le fueron censuradas al diario O Século. Entre ellas, encontramos el relato de la partida del general Millán Astray
hacia España por la frontera portuguesa de Vila Real de Santo António el 14
de agosto de 1936, tras una larga estancia en Argentina. La noticia eliminada
se refiere a los honores que le rindieron al oficial rebelde una legión de falangistas armados en territorio portugués. Esta decía lo siguiente:
«Hoy por la mañana esta ciudad presentaba un aspecto de desusado movimiento, pues sus calles estaban llenas de españoles de ambos sexos ostentando brazaletes con los colores de la antigua bandera española. Se supo más tarde que el general Millán Astray llegaría aquí y se le estaba preparando una manifestación de
simpatía. Un contingente de falangistas de Huelva llegó a Vila Real de Santo António para esperar al heroico comandante de la Legión Extranjera. Interrogamos a
uno de los milicianos nacionalistas que debe tener unos quince o diecisèis años de
edad. Al principio se niega a hablarnos, pero cuando le mostramos nuestro billete
de identidad, dice: “En Huelva, todos los buenos españoles estiman O Século porque es el único periódico que ha dicho la verdad sobre lo que pasa en España”. A
las 14 horas llegó el general Millán Astray y salió inmediatamente para Ayamonte
acompañado de los falangistas. En el muelle aquel ilustre militar tuvo una apoteósica despedida, dándose muchos vivas a Portugal y España. Causó gran curiosidad
por ser un caso inédito en esta ciudad el hecho de que los falngistas se presentasen
armados con pistola y “casse-têtes”»75.
El SPN contó con la colaboración de algunos miembros destacados de la
colonia española en Portugal76 o intelectuales españoles de prestigio favorables al bando franquista, entre los que se encontraban Eugénio D’Ors, Eugenio Montes, Manuel Falcón, Pepe Argüelles o Carmen de Lara77. Manuel Falcón, de hecho, formó parte de la plantilla de redactores del SPN durante la
Guerra Civil española78 y estaba permanentemente en contacto con la llamada
«embajada negra» (dirigida a partir de 1938 por el hermano del general Fran-
————
75
AMAE, RE- 35, carpeta n.º 42. Apéndice n.º 5 al despacho n.º 362, documento n.º 22,
30/08/1936, en MARTÍN, José-Luis, Claudio Sánchez-Albornoz, documento n.º 39, pág. 173.
76 Sobre la colonia española en Portugal en los años treinta véase: PENA RODRÍGUEZ, Alberto, Galicia, Franco y Salazar. La emigración gallega en Portugal y el intercambio ideológico entre el franquismo y el salazarismo (1936-1939), Vigo, Servicio de Publicaciones de la
Universidad, 1999.
77 AOS/ANTT, CO/PC-12, carpeta 1, 11. Subdivisión, hojas n.º 303-311.
78 Sobre Portugal y la Guerra Civil española: OLIVEIRA, César, Salazar e a Guerra Civil
de Espanha, Lisboa, Edições O Jornal, 2. Edición, 1988; DELGADO, Iva, Portugal e a Guerra
Civil de Espanha, Lisboa, Publicações Europa-América, s.d. (1980); AA.VV., 1936-1939.
Salazar, retaguarda de Franco, Lisboa, Planeta DeAgostini, 2008.
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co, Nicolás), de la que recibía instrucciones sobre sus acciones propagandísticas en la prensa portuguesa79.
En la difusión de artículos favorables al Movimiento nacional español en los
medios de comunicación portugueses participaba la propia dirección del SPN,
que además de sus vínculos con los delegados de las autoridades franquistas en
Lisboa, llegó a mantener algunos contactos con el centro de prensa italiano en
la España controlada por los sublevados, la Ufficio Stampa e Propaganda ItaloSpagnolo80. António Ferro no ocultó en ningún momento su adhesión al franquismo opinando, con cierta regularidad, sobre la guerra y el comunismo en los
diarios lusos. Sus consideraciones sentaban cátedra, eran la batuta que marcaba
el son de la inteligencia portuguesa. Artículos publicados en el Diário de Notícias como «A miragem comunista»81, «A sólida muralha»82, «Na Espanha española»83, «O Milagre de Burgos»84 o «Quem não viu Sevilla?»85, son un claro
exponente de su deseo por liderar y prestigiar la propaganda anti-comunista y
pro-fascista en los medios de comunicación portugueses.
El SPN trabajó sin reservas a favor de los militares insurgentes durante la
Guerra Civil española. Para ello, creó un capítulo presupuestario específico
para el denominado «Movimento Revolucionário em Espanha», cuyo gasto
principal se destinaba a financiar el equipo de escuchas radiofónicas que el
organismo creó para seguir las noticias de las emisoras internacionales día y
noche, que eran desmentidas o mixtificadas por los medios de comunicación
portugueses si no eran favorables al fascismo español86. Y también se crearon
partidas específicas para la «Propaganda anti-comunista pela fotografia» y la
————
79 AGA, Exteriores, caja n.º 6643. «Servicio de Prensa de la Embajada de España en Portugal», informe elaborado por Manuel Falcón, s.d. (1939). Sobre la propaganda de Portugal en
la Guerra Civil española, véanse, entre otros: PENA, Alberto, O Que Parece É. Salazar, Franco e a Propaganda Contra a Espanha Democrática, Lisboa, Edições Tinta da China, 2009, y
también del mismo autor: Salazar, a Imprensa e a Guerra Civil de Espanha, Coimbra, MinervaCoimbra, 2007. Sobre las relaciones ibéricas antes de la guerra: TORRE GÓMEZ, Hipólito, La
relación peninsular en la antecámara de la guerra civil de España (1931-1936), Mérida,
UNED, s. d. (1988); OLIVEIRA, César, Portugal e a IIª República de Espanha (1931-1936),
Lisboa, Perspectivas & Realidades, s. d. (1985).
80 AMAE, R-592. Carta de presentación del secretario particular de António Ferro, Jaime
de Carvalho, para la dirección de la Ufficio Stampa, s.d.
81 Diário de Notícias, n.º 25362, 12/09/1936, pág. 1.
82 Diário de Notícias, n.º 25434, 24/11/1936, pág. 1.
83 Diário de Notícias, n.º 25442, 02/12/1936, pág. 1.
84 Diário de Notícias, n.º 25456, 17/12/1936, pág. 1.
85 Diário de Notícias, n.º 25527, 02/03/1937, pág. 1.
86 Diário de Notícias, n.º 25527, 02/03/1937, pág. 1. Véase también: AMAE, RE-35,
carpeta n.º 42. Informe adjunto a la carta de Alejo Barrera a Julio Álvarez del Vayo
(20/03/1937), en MARTÍN, José Luis (compil.), Claudio Sánchez-Albornoz. Embajador en
Portugal (mayo-octubre 1936), Ávila, Fundación Sánchez-Álbornoz, 1995, pág. 220, documento n.º 64.
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«Propaganda anti-comunista pelo cinema», con subvenciones periódicas a la
productora que más colaboró con los propagandistas franquistas, Lisboa
Film87.
Por otro lado, el SPN incentivó la programación radiofónica internacional
de la Emissora Nacional con informativos especiales sobre la guerra en varios
idiomas a partir de noviembre de 193688, y realizó o adaptó varias películas
que tenían como trasfondo el enfrentamiento fratricida89. Según un confidente
del gobierno de Madrid, la agencia United Press elaboraba sus noticias en
coordinación con el SPN, que disponía de un traductor español para enviar
todas sus informaciones a América Latina, causando así «un gran daño en el
mundo entero» a la II.ª República española, según los informes de los diplomáticos al servicio del gobierno legítimo español90. El SPN no ahorró tampoco esfuerzos para impresionar a la sociedad portuguesa con los «crímenes»
del comunismo español (sic). El 8 de junio de 1938, con motivo de una conferencia en Lisboa sobre el «nacionalismo» español del intelectual profranquista Wenceslao Fernández Flórez, se inauguró en la sede del SPN una
exposición anti-comunista con fotomontajes sobre la acción represiva de la
Internacional Comunista en varios países del mundo91. Lo que se pretendía
demostrar con la exposición era la suerte infinita del pueblo portugués, gobernado por Salazar y alejado de la lacra comunista que estaba destruyendo
España (sic). Un cartel apelaba a las madres diciendo: «Mães portuguesas:
Nascer em Portugal é um favor de Deus». El Diário da Manhã describía así el
evento:
«(...) O vasto salão de exposições do SPN estaba decorado por grandes quadros
fotográficos a toda altura da casa. Por detrás da mesa do conferente uma dessas
enormes telas documentava, com a apresentação de montões de cadáveres, o “respeito” que na Russia vermelha merecem os “dereitos da vida do homem” e a “felicidade” dos povos que afinal, alí, é a morte»92.
————
87
AOS/ANTT, CO/PC-12, carpeta n.º 1, 9ª subdivisión, hojas n.º 286-294.
AOS/ANTT, CO/PC-12, carpeta n.º 8, 4ª subdivisión, hojas n.º 320-322. Oficio n.º
1638 (R) del Jefe de los Servicios Internos del SPN al Presidente do Conselho, 07/11/1936.
89 PENA RODRÍGUEZ, Alberto, «O cinema português e a propaganda franquista durante a
Guerra Civil de Espanha», en TORGAL, Luís Reis (coord.), O Cinema sob o Olhar de Salazar,
Lisboa, Temas e Debates-Círculo de Leitores, 3.ª edición, 2011, págs. 137-161.
90 AMAE, RE-35, carpeta n.º 42. Informe anexo a la carta de Alejo Barrera a Julio Álvarez del Vayo, 20/03/1937, en MARTÍN, José Luis (compil.), Claudio Sánchez-Albornoz, pág.
222, documento n.º 64.
91 La exposición fue organizada con la ayuda de la Comisión Pro Deo y gracias al trabajo
del fotógrafo Mário Novais en colaboración con Roberto Araújo, y su coste fue de 7200 escudos. AOS/ANTT, CO/PC-12, carpeta n.º 1, 18.ª subdivisión. Oficio n.º 193-C de António
Ferro al Presidente do Conselho, 18/04/1938.
92 Diário da Manhã, n.º 2560, 09/06/1938, pág. 4.
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Para conseguir el contraste entre el «orden» fascista y el «desorden» comunista, en diferentes paneles se exhibían fotografías sobre las que el Diário
da Manhã hacía las siguientes reflexiones editoriales:
«São os selos de Valencia, testemunhando onde podem chegar os instintos da
fera humana, quando á solta... greves em Paris, com os seus resultados destruidores, reuniões de propaganda comunista, com criançinhas de tenra idade, de punho
cerrado erguido, no símbolo do ódio criminoso... Na Alemanha Nova do progresso
e da civilização, na Inglaterra dos comicios, na França das liberdades mal compreendidas e, finalmente, em Portugal, no Portugal do Estado Novo oposto ao documentário flagrante do Portugal das revoluções, da desordem, das ruinas... Nuns
há mortes, destruição, ruinas, noutros sente-se a vida pujante de bem-estar, de felicidade. Expressivo tudo e tudo conduzindo a uma alta finalidade patriótica e humana: a de que o Mundo só pode caminhar com Ordem, e a de que Portugal achou enfim a directriz da sua ventura»93.
También en diciembre de 1938, los representantes franquistas en Portugal
y el SPN, en colaboración con la diplomacia alemana e italiana, realizaron
otra exposición anti-comunista en Lisboa94. Los agentes rebeldes aportaron
diversa documentación fotográfica, para la que se habilitó una sala específica
sobre la Guerra Civil española. Para la muestra propagandística, el agente
especial de los franquistas en Lisboa, Nicolás Franco, pidió al gobierno de
Burgos el siguiente material:
«(...) fotografías del Generalísimo, Jefe del Estado, en sus variadas actividades;
fotografías de las personalidades más destacadas del Movimiento Nacional; fotografías de las atrocidades cometidas por las hordas rojas en personas y monumentos de España; pruebas documentales de la actividad comunista en España y actuación del Komitern en su preparación con ocasión del Movimiento; y por último
pruebas documentales de la actividad constructiva de la España Nacional (...)»95.
El gobierno de Burgos remitió varias remesas con material de propaganda.
Uno de ellos contenía 56 paquetes con impresos diversos de propaganda «nacionalista»96. Dionisio Ridruejo, Jefe del Servicio Nacional de Propaganda, se
————
93
Diário da Manhã, n.º 2560, 09/06/1938, pág. 4.
AGA, Exteriores, caja n.º 6640. Carta del subdirector del Secretariado de Propaganda
Nacional, António Eça de Queiroz, a Álvaro Seminario. En la carta el SPN agradece así el
envio: «(...) A referida colecção, muito interessante por sinal, constituiu um valioso elemento
para a organização da Exposição Anti-Comunista levada a efeito por este organismo. Reiterando os meus agradecimentos, apresento a V. Exª os protestos da minha elevada consideração».
95 AGA, Exteriores, caja n.º 6638. Oficio n.º 420 de Nicolás Franco al gobierno de Burgos, 19/10/1938.
96 AGA, Exteriores, caja n.º 6637. Oficio n.º 493 del Encargado de Negocios de la
94
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ocupó personalmente de supervisar la selección de la propaganda remitida a
Lisboa, en la que destacaban las imágenes del Caudillo y de José Antonio
Primo de Rivera, como él mismo describe a Nicolás Franco:
«Tengo el honor de poner a su disposición postales de S.E. el Generalísimo y
José Antonio junto con varios carteles editados por este Servicio Nacional. Esta
propaganda ha sido seleccionada con el propósito de completar un envío anterior
de libros, folletos y publicaciones análogas de carácter doctrinal que fue remitido
directamente a la Comisión Organizadora de la Gran Fiesta de Confraternización
Anticomunista, (...) así como una serie de fotografías de barbaridades cometidas
por los marxistas y de documentos que muestran la intervención soviética en la
destrucción de nuestra Patria. No dudo que todo este material será interesante para
la exposición a que me refiero y a tal fin me permito rogar a V.E. se digne dar las
órdenes oportunas para que las postales y carteles que me honro en remitirle sean
cursados a la Comisión Organizadora, Rua Sol ao Rado 35, con el interés de que
España pueda participar en esta manifestación internacional de la lucha contra el
comunismo. (...)»97.
Además, el SPN financió la edición de variados folletos y libros de propaganda sobre el Estado Novo, anti-comunistas o a favor del bando rebelde en
España, para lo cual mantuvo una estrecha colaboración con varias editoriales
portuguesas, especialmente con la editorial Império98. Entre la bibliografía de
Império se encuentra el folleto del corresponsal portugués Tomé Vieira, titulado 5 mêses em Espanha e 5 dias em Portugal (1937), subsidiado con 450
escudos99, o la obra Documentos para a história!. Espanha vermelha contra
Portugal. Portugueses traidores ao lado dos sinistros obreiros das Repúblicas Soviéticas da Iberia (1937), realizado por el «Comité Popular de Defesa
Nacional»100, que recibió 4025 escudos de ayuda101. El SPN subvencionó
también con 1200 escudos el libro de Leopoldo Nunes A Guerra em Espanha
(1936), editado por la Parceria António Maria Pereira102, y con 4655 escudos
————
«embajada negra» al Director Geral das Alfándegas, 14/12/1938.
97 AGA, Exteriores, caja n.º 6638. Oficio de referencia S. 236 A.K. del Jefe del Servicio
Nacional de Propaganda a Nicolás Franco, 16/11/1938.
98 AOS/ANTT, CO/PC-12, carpeta n.º 1, 7.ª subdivisión. «Informação sobre a Editorial
Império», de los Serviços Internos, s.d. (1937?). Según las cifras difundidas por el SPN, durante el año de 1937 se editaron 128.874 ejemplares de diversos folletos distribuidos en el
extranjero. En los primeros cuatro meses de 1938, la cantidad ascendía a 137.128 ejemplares
de varias publicaciones.
99 VIEIRA, Tomé, 5 mêses em Espanha e 5 dias em Portugal, Lisboa, Editorial Império, 1937.
100 Documentos para a história. Espanha vermelha contra Portugal. Portugueses traidores ao
lado dos sinistros obreiros das Repúblicas Soviéticas da Iberia, Lisboa, Editorial Império, 1937.
101 AOS/ANTT, CO/PC-19, carpeta n.º 9, 1.ª subdivisión, hojas n.º 326-333.
102 AOS/ANTT, CO/PC-19, carpeta n.º 9, 1.ª subdivisión, hojas n.º 321-325.
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los 3000 ejemplares del libelo Anti-Marx (1936)103 de José Adriano Pequito
Rebelo, además de diversas obras de contenido anti-comunista104. Y, además,
los conocidos como Prémios Literários del SPN reconocieron en 1937 los
méritos del trabajo informativo de José Augusto en la guerra española, distinguiendo su obra Jornal de um Correspondente de Guerra em Espanha105 con
el premio Afonso de Bragança como la mejor obra periodística del año
1936106. Se publicaron también obras en español sobre los fundamentos de la
dictadura portuguesa, como La Constitución Política de la República Portuguesa (1937), el Decálogo del Estado Nuevo Portugués (1937)107 y, al final
de la guerra, Portugal ante la Guerra Civil de España. Documentos y Notas
(1939)108, donde se recoge una selección de documentos de la diplomacia
portuguesa, con los que se pretende plasmar el fundamental apoyo del Estado
Novo a la «nueva» España en la escena internacional.
LA PROYECCIÓN EXTERIOR DEL SPN EN LOS AÑOS TREINTA
La acción propagandística del SPN en España en los años de la guerra fue
bastante limitada. Cuando se hizo sentir la influencia de la propaganda alemana e italiana en el territorio conquistado por los rebeldes franquistas, el
agente especial portugués en España, Pedro Teotónio Pereira, solicitó a Salazar, con insistencia pero sin éxito, que le enviase un funcionario para lograr
incrementar la popularidad del régimen luso109. El agente portugués José Pinto de Basto, criticó, en marzo de 1937, la visión restringida de la propaganda
del SPN, demasiado preocupada con la figura de Oliveira Salazar, mientras se
perdía la preponderancia de la cultura y los valores del régimen portugués en
España, de lo que, eventualmente, se podría beneficiar el comercio luso:
————
103
REBELO, José Adriano Pequito, Anti-Marx, Lisboa, Edições do SPN, 1936.
AOS/ANTT, CO/PC-19, carpeta n.º 8, 11.ª subdivisión, hojas n.º 303-311.
105 AUGUSTO, José, Jornal de um Correspondente da Guerra de Espanha, Lisboa, Empresa Nacional de Publicidade, 1936.
106 Sobre los corresponsales portugueses en la Guerra Civil española véase PENA RODRÍGUEZ, Alberto, «A Guerra de Propaganda de Salazar: os correspondentes portugueses e a Guerra Civil de Espanha (1936-1939)», Media & Jornalismo, 3 (2003), págs. 9-22.
107 Ambas obras fueron editadas por «Ediciones SPN» en Lisboa, 1937. Diário de Notícias, n.º 25613, 28/05/1937, pág. 13.
108 Portugal ante la Guerra Civil de España. Documentos y notas, Lisboa, Ediciones
SPN, 1939.
109 AOS/ANTT, CO/NE-9G, carpeta n.º 2, 1.ª subdivisión (16), hoja n.º 55. telegrama n.º
2 de P. T. Pereira al ministro de Negócios Estrangeiros, 20/01/1938; idem, 2.ª subdivisión (9),
hoja n.º 130. Telegrama n.º 11 de P. T. Pereira a Oliveira Salazar, 05/02/1938. AOS/ANTT,
CO/NE-9H, carpeta 1, 3.ª subdivisión (10), hojas n.º 54 y 55. Telegrama n.º 67 del ministro de
Negócios Estrangeiros a P.T. Pereira, 09/08/1938.
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«Acabo de regressar de Salamanca e de Valladolid, onde estive alguns dias, e,
vejo com mágoa que nós, portugueses, vamos deixando passar para o esquecimento aquela aureola de prestigio que tivemos sobre a Espanha nacionalista, pois nada
fazemos para que ela se mantenha como era de esperar. Alemanha e a Itália, com
aquela calma necessária nestas horas de lucta, vão aproveitando em todos os ramos
da actividade espanhola para fazer a sua propaganda indo esse interêsse até ter nos
postos emissores bons discos de música com que deliciam por momentos essas
tristes mas encantadoras espanholas, enquanto nós apenas nos limitamos a levar
aos seus ouvidos de vez em quando e, por mero acaso, os acordes da portuguesa.
Nós que salvamos a Espanha de ser subjugada pelos marxistas nos primeiros dias
de revolução nacionalista, entregamos pela falta de propaganda os loiros do nosso
sacrificio a Alemanha e Itália que serão amanha os únicos a lucrar, pela propaganda que agora fazem. Temos em Portugal um secretariado da propaganda que infelizmente só tem levado a sua actividade em envolver a figura prestigiosa de Salazar
em ramos de Oliveira, esquecéndose que a sua missão seria também desenvolver
com carinho e interesse nessa Pátria Irma as nossas relações comerciais nesta hora
para podermos conseguir o nosso objectivo (...)»110.
Invitado por el gobierno de Burgos, el subdirector del SPN, António Eça
de Queiroz111, realizó un viaje propagandístico por la España de Franco (invitado por sus autoridades), del que publicó varios reportajes en A Voz en agosto de 1936 sobre las «maravillas» del territorio rebelde. En la España sublevada «(...) a ordem perfecta está assegurada (...)», subraya112. Un periplo
propagandístico que repitió en 1938 financiado por el Ministerio del Interior
de Serrano Súñer, que le mostró al detalle los principales conquistas bélicas
de los insurgentes fascistas. Durante 28 días, Eça de Queiroz recorrió más de
5000 kilómetros, según él mismo relata en el informe entregado a Salazar
después de su viaje113. En el mismo, Eça de Queiroz resalta la repercusión
informativa de su misión, destancando el reconocimiento hacia el Estado Novo transmitido por los representantes franquistas. Incluso hace un recuento de
las ciudades y entidades que, con más insistencia, demostraron su adhesión al
régimen portugués: Oviedo, Santander, Bilbao, San Sebastián, Zaragoza y
Logroño. Los gobernadores civiles, alcaldes, gobernadores militares y jefes
de la Falange de estas ciudades (entre otras), así como los generales Varela,
————
110 AOS/ANTT, CO/NE-9E, carpeta n.º 2. Carta de José Pinto de Basto a Leal Marques,
secretario personal de Oliveira Salazar, 18/03/1937.
111 António Eça de Queiroz era hijo de uno de los escritores más famosos de la historia de
la literatura portuguesa, el novelista naturalista Eça de Queiroz, autor de obras de referencia
como Os Maias, A ilustre casa de Ramires y O Primo Basilio, entre otras obras.
112 A Voz, n.º 3413, 22/08/1936, pág. 1. Título del artículo: «Passando por Salamanca».
Véanse también los artículos: «Impressões de Valhadolid», n.º 3414, 23/08/1936, págs. 1 y 3;
«Na região de Burgos», n.º 3417, 26/08/1936, págs. 1 y 2.
113 AOS/ANTT, CO/PC-12D, carpeta n.º 8, hojas n.º 254-275. «Relatório da viagem a Espanha do sub-director do Secretriado de Propaganda Nacional», octubre de 1938.
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Hernández Cuesta, el Alto Comisario de Maruecos, el coronel Beigbeder y el
califa de la zona española, Muley Hassan, se reunieron con el subdirector del
SPN114. En algunos casos, la satisfacción del encuentro manifestada por las
autoridades españolas fue «hiperbólica», según el propagandista portugués,
que insiste en la excepcionalidad de la cobertura periodística realizada por la
prensa española a su visita:
«A imprensa toda e a rádio seguiram a minha viagem dia a dia; os jornais encheram-se de artigos e fotografias - tive de dar várias entrevistas para a imprensa e rádio
nas que me limitei naturalemente a exaltar as organizações da retagurda, o esforço
social e a firmeza das frentes de guerra, (que traeriam) maior amizade e melhor compreensão entre as duas nações peninsulares e que, por sôbre as fronteiras imutáveis
separando as heranças seculares dos dois paízes se tornariam mais firmes os laços de
fraternidade e de respeito mútuo que devem ligar Portugal e Espanha»115.
Dejando a un lado la guerra española, en sus inicios el SPN tuvo una interesante proyección exterior. Su propaganda se extendió a diversos países,
siempre contando con la colaboración de miembros de las colonias portuguesas116 y de la diplomacia lusa, e intentando captar a intelectuales extranjeros
que se brindasen a hacer campaña a favor del Estado Novo117 o del autoritarismo peninsular118. El SPN extendió su estructura a partir de las instituciones
ya existentes en los territorios ultramarinos, como las Casas de Portugal, a
través de las cuales organizaban diversos actos de Relaciones Públicas119. El
aparato de propaganda del gobierno luso puso especial énfasis en captar periodistas extranjeros para su causa. En Francia120, ya durante 1934 y 1935, la
Office de Propagande Commerciale et de Tourisme de l’Etat Portugueis, a
cuyo frente estaba el corresponsal del Diário de Notícias, Ortigay Burnay, era
la plataforma principal de contacto con el público francés. Burnay intercam-
————
114
Ibidem.
Ibidem.
116 PAULO, Heloísa, «Os “insubmissos da colónia”: a recusa da imagem oficial do regime
pela oposição no Brasil (1928-1945)», en Penélope, 16 (1995), págs. 9-24.
117 En el Archivo Diplomático del Ministério dos Negócios Estrangeiros (Lisboa) se ha
encontrado abundante documentación relacionada con la propaganda del SPN en el exterior.
AHD/MNE, 3.º P, A 13, M 80, proceso 35/2; AHD/MNE, 3.º P, A 1, M 675, proceso 29/9;
AHD/MNE, 3.º P, A 11, M 406, proceso 29/9; AHD/MNE, 3.º P, A 1, M 447, proceso n.º 96,
entre otros.
118 AHD/MNE, 3.º P, A 11, M 396, proceso 21/3. Informe sobre la primera conferencia
internacional secreta anti-comunista. Anexo al oficio n.º 1023, proceso n.º 44 de la Legación
de Portugal en Berlín al MNE, 14/11/1936.
119 AOS/CO/PC-12A, Carpeta 1. «Acção de Propaganda na imprensa estrangeira» (Documentación diversa).
120 MEDINA, João, Salazar em França, Lisboa, Ática, 1977.
115
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 177-204, ISSN: 0018-2141
ALBERTO PENA RODRÍGUEZ
202
biaba correspondencia con Salazar sobre cuestiones de propaganda, del que
recibía instrucciones para publicar artículos con una determinada orientación
en la prensa gala121. Estos textos eran escritos por periodistas franceses de
prestigio que recibían los correspondientes pagos por ello. Muchos de ellos
estaban destinados a mejorar la imagen del dictador portugués en Francia122.
Este agente portugués en París llega a obtener los favores del diputado francés Pierre Taittniger, que además de presidente de la Commision des Colonies, era el propietario de una importante cadena de periódicos, entre ellos Le
National, Le Matin Charentais o Le Journal de Loiret123.
Salazar y António Ferro mantuvieron también correspondencia directa con
informadores franceses como Pierre Lamy, Paul Bartel o Leon de Poncins124.
Lo más sorprendente era que el propio Presidente do Conselho llegó a ejercer
la censura previa sobre los artículos de los periodistas franceses antes de ser
publicados, corrigiendo él mismo las frases que le resultaban inoportunas125.
El SPN pagaba hasta 150 francos por artículo publicado. Estas recompensas
pecuniarias por defender el «point de vue portugais» en Francia eran establecidas y administradas por el director del Diário da Manhã, Pestana dos
Reis126. António Ferro, no obstante, jamás reconoció que la prensa extranjera
era subsidiada para que publicase artículos de propaganda salazarista. Pero se
vio obligado a desmentir públicamente los rumores sobre el asunto durante la
celebración del décimo aniversario del SPN:
«(...) Desejo afirmar que nao houve um único artigo publicado na Imprensa estrangeira sôbre Portugal e o seu ressurgimento que tenha sido pago como simples
mercadoria, como qualquer anúncio... Realizámos muitas viagens, convidámos
muitos estrangeiros a vir a Portugal sem os forçar a olhar para isto ou para aquilo,
fizemos o possível por esclarecer a opinião pública internacional sôbre o “caso
————
121 AOS/CO/PC-12A, carpeta 1. «Acção de Propaganda na imprensa estrangeira». (Documentación diversa). 2.ª subdivisión, hojas 7-13: Carta de Ortigão Burnay a Oliveira Salazar,
21/03/1934.
122 Ibidem.
123 AOS/CO/PC-12A, carpeta 1, 5.ª subdivisión, hoja n.º 21. Carta de Pierre Taittniger a
Ortigão Burnay, 20/09/1934.
124 AOS/CO/PC-12A, carpeta 1, 1.ª subdivisión, hoja n.º 1. Carta de Paul Bartel a Salazar,
24/11/1931; AOS/CO/PC-12A, carpeta 1, 3.ª subdivisión, hojas n.º 15 y 16. Carta de Pierre
Lamy a António Ferro, s.d.
125 AOS/CO/PC-12A, carpeta 1, 8.ª subdivisión, hojas n.º 29 y 30. Oficio n.º 3098 JA/VA,
C.1 del Jefe de los Serviços Internos del SPN al Presidente do Conselho y notas anexas,
14/06/1935.
126 AOS/CO/PC-12A, carpeta 1, 1.ª subdivisión, hojas n.º 2 y 3. Carta de Pestana dos Reis
a Oliveira Salazar, 27/06/1933.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 177-204, ISSN: 0018-2141
«TUDO PELA NAÇÃO, NADA CONTRA A NAÇÃO». SALAZAR, LA CREACIÓN DEL SECRETARIADO…
203
portuguès”, sôbre as coisas portuguesas, mas sempre, sempre, por caminhos claros,
processos honestos, limpos, à vista do público (...)»127.
CONCLUSIONES
El Secretariado de Propaganda Nacional del Estado Novo fue un instrumento muy eficaz para persuadir a la sociedad portuguesa de la necesidad de
implantar y consolidar en Portugal un nuevo modelo político liderado por
Salazar, que eligió para dirigir el organismo a António Ferro, un escritor de
gran prestigio partidario de la intervención del Estado en la cultura y la educación nacional, sometida a los principios ideológicos de la denominada «política do espírito». El SPN contaba con una compleja estructura administrativa
que se coordinaba con los servicios de censura del régimen para controlar a
los medios de comunicación y hacer una permanente campaña de propaganda
a favor de los logros de la política del gobierno salazarista.
El SPN, que contó con un holgado presupuesto, organizó decenas de actividades propagandísticas a lo largo de los años treinta y, bajo la supervisión directa de Salazar, se convirtió en el «faro ideológico» que orientó la cultura nacional portuguesa e influyó de forma determinante en muchas de sus facetas
creativas. Asimismo, el SPN trabajó a favor de la causa del fascismo español
aplicando no solo una dura represión informativa a través de los Serviços de
Censura, sino también realizando numerosas campañas específicas para mejorar
la imagen exterior del Movimiento nacional franquista, para lo cual contó con la
colaboración de algunos miembros destacados de la colonia española en Portugal o intelectuales franquistas de prestigio, como Eugenio D’Ors o Wenceslao
Fernández Flórez. El intercambio de material propagandístico entre el SPN y el
gobierno de Burgos era frecuente durante la Guerra Civil española, tanto para
adoctrinar a la opinión pública portuguesa sobre las bondades del franquismo,
como para proyectar la imagen del salazarismo en la España de Franco.
La proyección internacional del Estado Novo y de su líder fue uno de los
objetivos prioritarios del SPN, que utilizó la red de embajadas portuguesas en
diferentes países para coordinar diversas acciones de propaganda política,
difundidas en ocasiones por medio de la contratación de periodistas extranjeros que publicaban artículos favorables al Estado Novo en diferentes cabeceras periodísticas de referencia a cambio de un estipendio económico. Para tal
fin, tanto el director del SPN como el propio Salazar, mantuvieron correspondencia directa con diversos informadores, a los que proponían artículos que
ellos mismos corregían y censuraban.
————
127 FERRO, António, Dez Anos de Política do espírito (1933-1943). Discurso proferido no
X aniversário do SPN, Lisboa, Edições do SPN, 1943, pág. 15.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 177-204, ISSN: 0018-2141
204
ALBERTO PENA RODRÍGUEZ
En definitiva, el SPN fue un poderoso instrumento de manipulación pública que jugó un papel extraordinario en la fundación, consolidación y creación
de la imagen del Estado Novo como un proyecto político revolucionario ideado por un político visionario al que atribuía la capacidad de cambiar el rumbo
de Portugal, de Europa y del mundo.
Recibido: 19-01-2011
Aceptado: 27-10-2011
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 177-204, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2012, vol. LXXII,
núm. 240, enero-abril, págs. 205-232, ISSN: 0018-2141
LA
PUBLICIDAD ESPAÑOLA DURANTE EL FRANQUISMO
LA AUTARQUÍA AL CONSUMO1∗
(1939-1975). DE
MERCEDES MONTERO
Universidad de Navarra
RESUMEN:
El objetivo de este artículo es examinar el papel de la publicidad durante
el franquismo, es decir, su influencia en la evolución del régimen hacia posiciones más tolerantes con la modernidad. Se han utilizado tres tipos de
fuentes. En primer lugar, bibliográficas, realizando un estudio de las publicaciones técnicas sobre publicidad, editadas en los años 40 y 50, trabajos algunos de ellos casi inéditos. Esta literatura ha sido completada con
investigaciones sobre consumo, con obras publicadas por anunciantes y
agencias y con la revisión de las principales campañas en los medios de
comunicación. En segundo lugar, se ha acudido a fuentes archivísticas en
aspectos puntuales, concretamente, en lo referido al respaldo oficial que
recibió la publicidad desde 1964. Por último, han sido importantes las
fuentes orales, entrevistando a profesionales que relanzaron la publicidad
entre 1960 y 1975. El estudio crítico y comparado de estas fuentes permite
un enfoque novedoso de la historia de la publicidad en España, que hasta
el momento ha sido demasiado anecdótica. Puede afirmarse que en los
años 40 la publicidad denunció la autarquía que estaba hundiendo al país.
En los 50 supo abrir —con habilidad- la mente de los españoles hacia productos de consumo y modos de vida habituales en otros mercados. Y desde
1960 hasta el final del franquismo, consiguió que el público asociara los
diversos productos con valores muy alejados a los de la España oficial.
————
Mercedes Montero es profesora titular de Universidad y profesora de Historia de la
Comunicación en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Dirección para
correspondencia: Departamento de Comunicación Pública, Facultad de Comunicación, Universidad de Navarra, 31080 Pamplona (Navarra). Correo electrónico: [email protected].
1 El presente artículo recoge resultados parciales del proyecto «Historia del entretenimiento en España durante el franquismo: cultura, consumo y contenidos audiovisuales (cine,
radio y televisión)». HAR2008-06076/Arte.
MERCEDES MONTERO
206
PALABRAS CLAVE: Publicidad. Régimen de Franco. Autarquía. Consumo.
SPANISH ADVERTISING DURING THE
TO CONSUMERISM
FRANCO REGIME (1939-1975): FROM AUTARCHY
ABSTRACT: This article examines the role of advertising during the Franco regime
and its influence on the evolution of the system towards a more tolerant
position with modernity. Three types of sources were used. First, literature, a study of technical publications on advertising, published in the
40´s and 50´s, some of which are unprecedented works. This literature
has been completed with research on consumption, published works by
advertisers and agencies and with the review of the major campaigns in
media. Secondly, archival sources in specific areas, particularly with regard to official support received for advertising in 1964, was also used.
Finally, oral sources, specifically interviews with advertising professionals who re-launched the field between 1960 and 1975 have been extremely valuable. It is arguable that, during the 40´s, advertising condemned the autarchy that was sinking the country. In the 50´s it knew
how to open the minds of the Spanish towards consumer products and
lifestyles that were common in other markets. And from the 60´s to the
end of the Franco regime, it made the public associate various products
with values far from those embraced by the official Spain.
KEY WORDS:
Advertising. Franco regime. Consumerism. Autarchy.
FUENTES PARA LA HISTORIA DE LA PUBLICIDAD DURANTE EL FRANQUISMO
No faltaron publicaciones sobre publicidad en España durante los años 40
y 50. Esos antiguos libros, hace mucho tiempo superados, constituyen sin
embargo una fuente de primera importancia para el estudio de esta actividad
profesional en el primer franquismo. La década de años 40 contempló la reedición de manuales de técnica publicitaria que habían gozado de gran aceptación antes de la Guerra Civil2. Hubo igualmente algunas traducciones, procedentes del mundo anglosajón3. Y se publicaron varias obras nuevas y
originales que merece la pena ser destacadas. Así, todavía en 1939, hay que
————
2
Se trata de los siguientes libros: BORI, Rafael, Organización comercial, Barcelona, José Monteso, 1946; BORI, Rafael y GARDÓ, José, Tratado completo de Publicidad y Propaganda. Biblioteca del hombre de negocios moderno, Barcelona, José Monteso Editor, 1948.
3 Hay que citar fundamentalmente: WHEELER, Elmer, Frases que han hecho vender por
millones, Traducción y adaptación de la 13.ª edición norteamericana, con acotaciones, a cargo
de Jaime Vicens Carrió, Barcelona, Luis Miracle editor, 1949; y BISHOP, F. P., El fundamento
económico de la Publicidad, Madrid, Aguilar, 1949. El primero tuvo importante difusión entre
los profesionales españoles.
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LA PUBLICIDAD ESPAÑOLA DURANTE EL FRANQUISMO (1939-1975)
207
citar El poder de la Publicidad, de Pedro Prat Gaballí, pionero de la publicidad en España. Le siguieron Organización y técnica de la venta, de Enrique
Casas Santasusana, en 1946, y un año después, Seis conferencias sobre publicidad en la Escuela Central Superior de Comercio. Mientras que los dos primeros libros resultan relativamente conocidos, el último no se cita en ninguna
obra de Historia de la publicidad en este periodo. Pero es un documento clave
porque en él se ataca la política económica del régimen4. Además, en los años
40 existió una revista profesional, Arte Comercial, y vieron la luz dos Anuarios con los mejores anuncios gráficos de los años 1947 y 1948.
En los años 50 se multiplican los libros de carácter técnico. En Barcelona
nació la Biblioteca Moderna de Publicidad, iniciativa de J. Bruguer, editor,
donde escribieron los expertos del momento, de manera fundamental Casas
Santasusana y Vicens Carrió. También publicó un libro similar Francisco
García Ruescas. Pedro Prat Gaballí dio a la imprenta una obra fundamental,
Publicidad combativa. Y continuaron las traducciones de autores extranjeros5. A partir de los años 60 desaparecieron este tipo de manuales.
A estas obras hay que añadir los estudios académicos sobre historia de la
publicidad, otros relacionados con la economía, el consumo y los medios de
comunicación, aparte de las numerosas publicaciones aparecidas en los últimos años debidas a los propios anunciantes o a destacados hombres del mundo publicitario.
Entre las obras académicas hay que señalar las aportaciones de Raúl Eguizabal y Miguel Ángel Pérez Ruiz6. Sobre consumo, economía y medios, ade————
4 PRAT GABALLÍ, Pedro, El poder de la Publicidad. Nuevos ensayos, Barcelona, Editorial Juventud, 1939; CASAS SANTASUSANA, Enrique, Organización y técnica de la venta, Barcelona, Editorial Labor, 1946; y GARCÍA RUESCAS, Francisco; FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, José;
FERRER SAMA, Julio; BARCELÓ, José Luis; FUENTES IRUROZQUI, Manuel y FIERRO, Ignacio G.,
Seis conferencias sobre publicidad en la Escuela Central Superior de Comercio, Madrid, Hijo
de Salvador Cuesta editor, 1947.
5 De la Biblioteca Moderna de Publicidad se han utilizado para el presente trabajo las
siguientes obras: CASAS SANTASUSANA, Enrique, Cómo se vende por anuncio, Barcelona, J.
Bruguer editor, 1954; VICENS CARRIÓ, Jaime, Cómo debe anunciarse en los periódicos, Barcelona, J. Bruguer, editor, 1954; VICENS CARRIÓ, Jaime, Creación de folletos e impresos
atractivos, Barcelona, J. Bruguer editor, 1954; CASAS SANTASUSANA, Enrique, Publicidad por
radio (con un apéndice sobre publicidad televisada), Barcelona, J. Bruguer editor, 1954; VICENS CARRIÓ, Jaime, Publicidad por escaparates, Barcelona, J. Burguer editor, 1955; VICENS
CARRIÓ, Jaime, Empleo eficiente de diversos medios publicitarios, Barcelona, J. Bruguer
editor, 1955. Los demás libros citados son los siguientes: PRAT GABALLÍ, Pedro, Publicidad
combativa, Barcelona, Editorial Labor, 1953; GARCÍA RUESCAS, Francisco, Manual de Publicidad, Madrid, Gráficas IMCO, 1957; entre las traducciones destaca, MARCELLÍN, André, La
Publicidad en 10 lecciones. Traducción de la 2.ª edición francesa por José M.ª Boixareu, Barcelona, Ediciones Técnicas Marcombo, 1958.
6 EGUIZABAL, Raúl, Historia de la Publicidad, Madrid, Eresma & Celeste Ediciones,
1988: contiene un capítulo sobre la historia de la publicidad en España; EGUIZABAL, Raúl,
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208
MERCEDES MONTERO
más de otros, resultan indispensables los trabajos de Alonso y Conde, Nadal
Oller y Sevillano Calero7. Los publicitarios de prestigio que han publicado
sus recuerdos son Joaquín Llorente, Stanley Bendelac, Agustín Medina, Joan
Fontcuberta, Xavier Oliver y Luis Bassat8.
Las fuentes archivísticas constituyen un problema para realizar la historia
de la publicidad. Los profesionales y las empresas pocas veces las han conservado, aunque existen algunas excepciones. El Estado reguló jurídicamente
la profesión y el acceso a ella a partir de 1964. En consecuencia, toda la documentación sobre estos acontecimientos se encuentra en el Archivo General
de la Administración (AGA)9. Esta relativa carencia de fuentes primarias
puede ser subsanada en buena medida por la abundancia de fuentes de historia oral. En este sentido, el presente artículo se ha beneficiado de la labor que
viene desarrollando desde 2006 el Grupo de Estudio de Historia de la Publicidad y las Relaciones Públicas de la Universidad de Navarra10. En concreto,
————
Fotografía publicitaria, Madrid, Cátedra, 2001; PÉREZ RUIZ, Miguel Ángel, La Publicidad en
España. Anunciantes, Agencias, Medios. 1850-1950, Madrid, Fragua, 2001; PÉREZ RUIZ, Miguel
Ángel, La transición de la publicidad española. Anunciantes, Agencias, Centrales y Medios.
1950-1980, Madrid, Fragua, 2003. Dentro del marco cronológico que estamos estudiando (19391975), existen artículos científicos y otros trabajos académicos —a veces no estrictamente históricos, pero útiles— que iremos citando a pie de página a lo largo del artículo.
7 ALONSO, Luis Enrique y CONDE, Fernando, Historia del consumo en España: una
aproximación a sus orígenes y primer desarrollo, Madrid, Debate, 1994; NADAL OLLER, J.
(ed.) (dir.), Atlas de la industrialización de España 1750-2000, Barcelona, Fundación
BBVA/Crítica, 2003; SEVILLANO CALERO, Francisco, Propaganda y medios de comunicación
en el franquismo (1936-1951), Alicante, Universidad de Alicante, 1998.
8 Entre los anunciantes: Aspirina. 100 años de publicidad. 1899-1999, Barcelona, Química
Farmacéutica Bayer S.A., 2000; Una historia de la Publicidad española. Reflejos de más de un
siglo de Nestlé, Esplugues de Llobregat (Barcelona), Nestlé España S.A., 2005. Respecto a los
publicitarios: BENDELAC, Stanley, Nunca tires la toalla. Cosas que aprendí en publicidad, Madrid, MAEVA Ediciones, 2006; MEDINA, Agustín, Historia de mi banda, Madrid, Pearson Educación, 2005; LORENTE, Joaquín, Casi todo lo que sé de publicidad, Barcelona, Ediciones Folio,
1986; FONTCUBERTA VERNET, Joan, Hora cero. El ayer de la publicidad y de las relaciones
públicas, Barcelona, Thassàlia, 1998; BASSAT, Luis, Confesiones personales de un publicitario,
Barcelona, Crítica, 2008; OLIVER CONTI, Xavier, ¿Publicidad? No, thank you! Como reparar lo
que los cuatro grandes grupos publicitarios destruyeron, Barcelona, Ediciones Deusto, 2009.
9 En el Archivo General de la Universidad de Navarra se conservan los fondos de Joaquín Maestre y de Jordi Garriga, dos de los personajes más importantes de la publicidad y las
relaciones públicas en España. La agencia de publicidad J. Walter Thompson (JWT) donó su
archivo a la Universidad de Málaga. En el Archivo General de la Administración, el Fondo
del Ministerio de Información y Turismo contiene la documentación textual del Instituto Nacional de Publicidad, la Escuela de Publicidad y el Estatuto de la Publicidad, entre los años
1964-1973. Dicha documentación se conserva en 19 cajas, comprendidas entre las 53077 y
53095 de la signatura (03)052.127.
10 Las entrevistas mantenidas por el grupo de investigación de Historia de la Publicidad y
Relaciones Públicas en España, de la Universidad de Navarra, con el asesoramiento de Julián
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 205-232, ISSN: 0018-2141
LA PUBLICIDAD ESPAÑOLA DURANTE EL FRANQUISMO (1939-1975)
209
han sido utilizadas las entrevistas realizadas a Alfredo García Valdés, antiguo
presidente de McCann-Erickson en España, y a Miguel de Haro, fundador y
presidente del Grupo Editorial IP, editor de la revista profesional IPMark.
Esta publicación, junto a otra llamada Control, ambas nacidas en la década de
los 60, son también dos fuentes decisivas para el conocimiento del mercado
publicitario español en los años del desarrollismo franquista.
LA PUBLICIDAD CONTRA LA AUTARQUÍA. LOS AÑOS 40
Desde principios del siglo XX hasta el estallido de la Guerra Civil (19361939), España consiguió levantar una modesta estructura industrial de bienes
de consumo, que se asentó principalmente en Cataluña, mientras en Madrid se
instalaba el sector bancario y la electricidad, y en el País Vasco la industria
pesada. A pesar de todo, en 1936 el país era todavía semi-industrial. Cuando
finalizó la contienda se desencadenó un fenómeno de retroceso del cual la
nación no logró recuperarse hasta mediados de los 50. En estas condiciones,
naufragaron los avances que había alcanzado la publicidad española en los
años 20 y 30, cuando logró que apuntara la primera sociedad de consumo y
con ella la primera incursión de España en la modernidad europea.
Pero hubo otras cuestiones que agravaron la situación. Durante la Segunda
Guerra Mundial (1939-1945), la posición favorable a las fuerzas del Eje limitó enormemente la concesión de créditos extranjeros, hizo disminuir las divisas y por tanto estranguló las importaciones. Finalizada la contienda, España
quedó aislada del exterior y ajena al European Recovery Plan (Plan Marshall). Sin materias primas básicas y sin dinero para comprarlas, la industria
entró en un callejón sin salida. El trauma padecido puede resumirse en cuatro
puntos: escasez de materias primas, restricciones energéticas, caída de la productividad en el trabajo y distorsiones adicionales generadas por el modelo
económico que se adoptó.
El régimen no tuvo otra salida que plegarse sobre sí mismo. Carente de
inversión extranjera, de préstamos y de divisas, el franquismo se inventó
————
Bravo, antiguo presidente mundial de JWT, han sido las siguientes: Alfredo García Valdés,
antiguo presidente de McCann-Erickson en España (marzo de 2006). Teresa Dorn, antigua consejera-delegada de Burson Marsteller en España (20 de octubre de 2006). Joaquín Maestre, fundador en 1960 de S.A.E de R. P. (Sociedad Anónima Española de Relaciones Públicas), primera
empresa española de Relaciones Públicas (23 de mayo de 2006). Stanley Bendelac (2 de marzo
de 2007). Miguel de Haro, fundador y presidente del Grupo Editorial IP y Javier San Román,
fundador de Control (24 de abril del 2007). Jordi Garriga, antiguo director de Publicidad de
Nestlé (8 de mayo de 2007). Jesús Ulled, fundador en 1965 de Ulled & Asociados, segunda
empresa española de Relaciones Públicas; y Agustín de Uribe-Salazar, fundador en 1977 de
Gabinete Uribe, tercera empresa española de Relaciones Públicas (5 de mayo de 2008).
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MERCEDES MONTERO
210
la «autarquía»: España se bastaba a sí misma para la producción agrícola e
industrial. Solo era necesario «administrarse» bien. De este modo, el intervencionismo y el control estatal se afirmaron en todas las actividades
económicas, primando un estricto sistema de racionamiento. Las pocas
importaciones que se podían realizar se hallaban cuantificadas de modo
riguroso, dándose prioridad a las empresas que trabajaban para organismos
militares, a los proyectos declarados «de interés nacional» o a determinados entes públicos. Las industrias con mayores restricciones fueron las de
bienes de consumo: tanto en licencias para la importación de equipos, como en la intervención de determinados artículos y en el freno a la importación de materias primas11. Todo ello provocó la caída de la productividad
interior. La renta per cápita disminuyó de manera alarmante, como podemos observar en el siguiente cuadro:
EVOLUCIÓN DE LA RENTA PER CÁPITA EN ESPAÑA ENTRE 1935 Y 1955
1935
14.666 pts.
1940
11.042 pts.
1945
9.750 pts.
1955
15.360 pts.
Fuente: Alonso, Conde, 1994, 132-133.
La economía registró un paupérrimo crecimiento del 0,6% entre 1935 y
1950, frente al 2,7% de la media europea durante el mismo periodo12. Como
puede observarse, más que hablar de sociedad de consumo, habría que hacerlo de sociedad de subsistencia. Sin capacidad adquisitiva y prácticamente sin
nada para adquirir, era difícil que la publicidad pudiera prosperar.
De hecho, los años 40 asistieron a la desaparición de marcas tradicionales
y populares del mercado español. Fue el caso de La Lechera, el producto estrella de Nestlé antes de la Guerra Civil. Nestlé, empresa internacional de
incuestionable poder económico, tuvo que sufrir en España «las limitaciones
derivadas de la intervención de determinados artículos, las restricciones a la
importación de materias primas o los racionamientos de diversos tipos de suministros»13. Debió parar igualmente la producción de chocolates, otro gran
éxito de la etapa anterior. El único producto nuevo que Nestlé pudo sacar fue
————
11
NADAL OLLER, J. (ed.), Atlas, págs. 235-236.
TUSELL, Javier, «Cinco momentos de la modernización española», en Nestlé en España, 1905-2005. Reflexiones sobre su contribución al desarrollo económico y social, Esplugues
de Llobregat, Nestlé España S.A., 2005, pág. 25.
13 CONTRERAS, José María, «Cien años de Nestlé, cien años de alimentación en España»,
en Nestlé en España, pág. 59.
12
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 205-232, ISSN: 0018-2141
LA PUBLICIDAD ESPAÑOLA DURANTE EL FRANQUISMO (1939-1975)
211
Pelargón, leche en polvo para niños, que comenzó su producción en 1944 y
que salvó a muchos de ellos de una alimentación deficiente. Siguió en el mercado la tradicional «Harina Lacteada» con los mismos argumentos publicitarios de 1905, es decir, criar hijos sanos y robustos que pudieran sobrevivir a
las penurias del momento. Así pues, en cuestiones alimenticias y de salud, el
país había retrocedido cuarenta años.
Aparte de prevenir el futuro de los niños, no resultaba fácil encontrar muchos más argumentos de venta. Quizá por ello la publicidad se centró en la
«españolidad» de los productos. Todo lo que fuera de producción nacional se
encomiaba hasta el infinito, probablemente porque no tuviera otra virtud para
destacar. Marchamalo cita un ejemplo, en este sentido, que es digno de ser
reproducido:
«[…] la marca ortopédica Oroprot publica un anuncio en marzo de 1941, no
exento de cierto humor negro:
Construida enteramente con materiales nacionales y con arreglo a las normas
científicas más rigurosas, la pierna artificial Oroprot ha sido adoptada por miles de
amputados.
El earlumín (aluminio español), menos pesado y de mayor resistencia que el
cuero y la madera, ha resuelto del problema de dotar a los amputados de miembros
mucho menos pesados que los naturales y los artificiales corrientes»14.
Sin embargo, los argumentos «nacionalistas» de venta fueron igualmente
controlados por el Estado. Recién terminada la guerra, los productores y comerciantes utilizaron profusamente las figuras y emblemas franquistas para su
publicidad. El gobierno se encargó pronto de frenar la avalancha mediante la
creación del Departamento de Propaganda Comercial (perteneciente a la Jefatura Nacional de Prensa y Propaganda). Este departamento se encargaba de
controlar, censurar, intervenir e inspeccionar el uso comercial de los símbolos
del Movimiento. Hubo prohibición expresa de utilizar nombres de figuras
destacadas para «bautizar» marcas comerciales, aunque también se dieron
curiosas arbitrariedades, motivadas quizá por servicios prestados al Movimiento durante la contienda civil. Puede ser el caso de los anises «Viva España», de un industrial de Soria y «Bandera Española», de otro fabricante de
Córdoba. También a González-Byass se le autorizó la denominación del vino
«Imperial Toledo, marca de héroes», que ya se había publicitado en plena
guerra en un publicación dirigida a los soldados del frente, llamada Cuaderno
del combatiente15. Sin embargo se prohibió el Coñac «Generalísimo» o «El
————
14 MARCHAMALO, Jesús, Bocadillos de delfín. Anuncios y vida cotidiana en la España de
la postguerra, Barcelona, Grijalbo Mondadori, 1996, pág. 70.
15 La revista se encuentra en la Bancroft Library, University of California, Berkeley, en
el fondo Pamphlets on Spanish Civil War, fDP269.P3. Con una botella de Imperial Toledo en
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 205-232, ISSN: 0018-2141
212
MERCEDES MONTERO
Caudillo, vino de la victoria». Un fabricante de Santander no pudo colocar la
bandera y el escudo de España en sus latas de sardinas, ni una panificadora de
Valladolid la imagen del Castillo de la Mota. También quedó prohibido usar
vocablos extranjeros en la publicidad española para evitar «apariencia de vasallaje o subordinación colonial»16.
Esta última regla tuvo sus excepciones con Alemania. Entre 1941 y 1943
algunas publicaciones de corte falangista como el diario Arriba y las revistas
Vértice (mensual) y Mundo (semanal), insertaron publicidad de productos
alemanes (con evidentes vocablos extranjeros) en los que la mezcla de propaganda, economía y publicidad se aunaban para producir anuncios con una
concepción moderna de la estructura del mensaje. Las ilustraciones eran buenas y el texto cuidado. El objetivo era convencer al lector de que cualquier
producto generado por el genio alemán resultaba siempre superior a los demás. ‘Lo alemán’ equivalía a garantía, calidad, fortaleza, acabado y perfección. Un ejemplo ilustrativo es el siguiente:
«Una idea, una realización.
1942-1889
En el año 1889 fue construido el primer automóvil con motor de petróleo y sus
transmisiones necesarias, inventado por el mecánico alemán Teófilo Daimler, siendo notable esta fecha, pues de ella data la vulgarización de los motores de petróleo
aplicados a los automóviles. A este gran invento se debe el máximo perfeccionamiento conseguido en la construcción de los automóviles contemporáneos, hoy al
alcance de una gran mayoría, que puede disfrutar de eficientes servicios que comenzaron a desarrollarse en aquella fecha hasta llegar a su plenitud actual»17.
Este tipo de anuncios desaparecieron en 1943, cuando cambió el signo de
la Segunda Guerra Mundial.
El pobre contexto socioeconómico de España facilitaba las malas prácticas
profesionales. Se multiplicó en los años 40 la publicidad realizada por personajes sin escrúpulos. Los bienes eran escasos y de mala calidad. Los fabricantes querían vender a toda costa porque se hallaba en juego su propia supervivencia. Resultaba muy fácil caer en las redes de quien ofrecía venta segura a
cambio de bajo presupuesto publicitario. Pero este tipo de actuaciones se saldaban habitualmente con el fracaso económico. De este modo, aumentó el
————
primer término, y a la sombra un as de copas, el texto del anuncio decía: «¡Un triunfo! Orgullo legítimo de una industria que honra a España. PARA EXCELENCIA, GONZÁLEZBYASS».
16 SUEIRO, Susana (ed.), Posguerra: Publicidad y Propaganda (1939-1959), Madrid, Ministerio de Cultura, 2007, págs. 20-21, 299-301.
17 VELASCO MURVIEDRO, Carlos, «Propaganda y Publicidad nazis en España durante la
Segunda Guerra Mundial: algunas características», en Espacio, Tiempo y Forma, serie V. H.ª
Contemporánea, t. 7 (1994), pág. 100.
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LA PUBLICIDAD ESPAÑOLA DURANTE EL FRANQUISMO (1939-1975)
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escepticismo entre los anunciantes y su desprecio hacia la publicidad, que en
aquellos años perdió casi por completo su reputación18.
En 1948 la revista Arte Comercial abordó este tema. El diagnóstico que
realizó era contundente: faltaban profesionales con la debida preparación.
Desde principios de siglo, España no había impartido un solo conocimiento
sobre publicidad en las Escuelas de Comercio. De ahí derivaban los abusos en
las tarifas publicitarias, el intrusismo de gentes ignorantes, el desprecio de los
anunciantes y la baja remuneración de los profesionales. Publicitarios serios,
como Pedro Prat Gaballí o Felipe Lorenzo, jefe de publicidad de los laboratorios Profidén, destacaban la falta de formación como el núcleo esencial, pero
denunciaban otras malas prácticas del sector: las agencias no buscaban tanto
la calidad como el hacer grandes descuentos a sus clientes para no perderlos;
los anunciantes tenían necesidad imperiosa de vender, en un mercado paupérrimo, y por lo tanto eran presa fácil para los desaprensivos. No se trataba en
muchas ocasiones de querer engañar o de maldad objetiva, sino simplemente
de falta de «saber hacer» en un entorno muy adverso19. La autarquía estaba
resultando letal para la publicidad.
Los auténticos profesionales tuvieron que reaccionar. Francisco García
Ruescas editó en 1948 su primer Anuario Artístico-Publicitario, que recogía
una selección de buenos y eficaces anuncios del año 1947. Se trataba de un
trabajo muy completo, donde aparecían los hombres y las empresas que trabajaban en el sector. Era un esfuerzo de transparencia y una publicación insólita
en el panorama español. A pesar de tratarse de algo objetivamente humilde,
era la guía más útil y completa sobre publicidad en nuestro país.
El Anuario subrayaba la ética de esta actividad y afirmaba que el objetivo de
la publicidad era dar a conocer la obra perfecta y ponerla al servicio de la sociedad20. García Ruescas aseguraba que el objetivo del Anuario era prestigiar:
«una profesión que necesita abrirse paso entre las más dignas, porque sus fines
son los más importantes y está en un todo ligada a la economía de los pueblos. Sin
la publicidad, ésta no se enriquecería, el “standard” de vida de las gentes no mejoraría y la nación dejaría de prosperar»21.
Era eso exactamente lo que estaba ocurriendo en España.
No solo los técnicos y las agencias pasaban malos momentos. Los medios
de comunicación, que insertaban los mensajes publicitarios, habían disminui-
————
18
CASAS SANTASUSANA, Enrique, Organización, pág. 315.
PÉREZ RUIZ, Miguel Ángel, La Publicidad, págs. 220-224.
20 BARBERÁN, Cecilio, «Prólogo. La Propaganda nace con el hombre», en Anuario Artístico Publicitario GARÚ, Madrid (1948), pág. 4.
21 Anuario, pág. 5.
19
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214
do notablemente en calidad. O se hallaban «congelados» de momento, sin
poner en acto su enorme potencialidad.
La prensa diaria continuaba siendo el medio por excelencia. La carencia de
papel prensa y la malísima calidad tanto de este como de las tintas, daba como resultado periódicos raquíticos y pobres, donde aparecía una publicidad
de iguales características. Parece que las tiradas disminuyeron notablemente
en Madrid y Barcelona durante los años 40, respecto a los anteriores a la Guerra Civil. Los siguientes cifras son una estimación realizada por Pérez Ruiz:
TIRADAS DE LOS PERIÓDICOS EN MADRID Y BARCELONA
Ciudad
Madrid
Barcelona
Antes de 1936
1.000.000
500.000
Año 1945
731.718
432.500
Fuente: Pérez Ruiz, 2001, 254.
Pese a la reducción de las tiradas, una encuesta llevada a cabo por el Servicio Español de Auscultación entre diciembre de 1942 y enero de 1943 arrojaba
cifras muy elevadas de lectura de prensa. El 88,52% de los entrevistados aseguraba leer algún periódico. Pero probablemente eran unos números un tanto distorsionados porque la guerra mundial se hallaba por entonces en un momento
álgido. Otro asunto era que la publicidad que aparecía en los diarios llamara la
atención del público. Según la misma encuesta, solo un 2,82% de los lectores
demostraba interés por ella. Una segunda consulta realizada dos años después,
a principios de 1945, daba como resultado un 3,79%. La publicidad se encontraba en penúltimo lugar de la tabla, entre los editoriales y los pasatiempos.
La radio hubiera sido un buen medio para expansión de la publicidad,
puesto que España adoptó un modelo mixto de monopolio estatal y explotación comercial. De hecho, durante los años 40 empezó a despuntar como un
medio de masas. En febrero-marzo de 1943 un sondeo reflejaba que el
71,81% de la muestra escuchaba la radio. Otra encuesta de junio de 1944 estimaba en 11 millones el número de oyentes frente a unos 5 millones de lectores de periódicos. En 1950 había ya 19 millones de radioyentes22. Pero desde
el punto de vista publicitario la radio estaba siendo mal utilizada. Seguían
repitiéndose los anuncios a base de canciones pegadizas (como antes de la
Guerra Civil) y los programas patrocinados.
El cine evolucionó muy poco como medio publicitario, aunque los más
expertos le daban un valor potencial considerable23. Hubo durante los años 40
————
22
23
SEVILLANO CALERO, Francisco, Propaganda, págs. 108, 113-114, 119-120.
PRAT GABALLÍ, Pedro, El poder, pág. 145.
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LA PUBLICIDAD ESPAÑOLA DURANTE EL FRANQUISMO (1939-1975)
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cortos de animación que se proyectaron en los cines. En Madrid funcionó
Estudios Animados Chamartín, que realizó varias películas de este tipo, entre
1943 y 1945. También en Barcelona se hicieron en estos años algunos anuncios comerciales. Al final de la década comenzaron su actividad en este ámbito los hermanos Santiago y José Luis Moro.
No era el cine publicitario algo destacado debido a sus altos costos de producción y de distribución. En 1939 una película de 300 metros se valoraba en
5000 pesetas, y en 8000 las de 600 metros. Pero ninguna empresa productora
aceptaba contrato por menos de 10.000 pesetas la primera y 16.000 la segunda. Una campaña de una película de 50 metros en cien cines de España, una
semana en cada cine, ascendía a un costo global no inferior a 20.000 pesetas,
entre producción, copias y distribución. Si la película medía 300 metros, fácilmente llegaba a las cien mil pesetas. Todo ello eran cifras poco en armonía
con la potencialidad de las campañas publicitarias españolas. A eso se añadía
que no existía ninguna empresa que pudiera ofrecer una distribución controlada, con todas las garantías de cumplimiento de contrato y presentación de
comprobantes24. Mientras llegaban mejores tiempos, lo habitual en los cines
seguía siendo la proyección entre sesiones de filminas coloreadas.
La publicidad exterior, quizá por la limitación de los otros medios, gozó
todavía en los años 40 de cierta consideración. Carteles y anuncios luminosos
se convirtieron en buena ayuda complementaria. Igualmente los autobuses,
tranvías y trolebuses lucieron anuncios y tuvieron cierto éxito los vehículos o
cabalgatas publicitarias25.
En este panorama tan poco alentador, la profesión publicitaria no tuvo otro
remedio que reaccionar si no quería desaparecer. Puesto que el problema era
la parálisis de la economía, había que persuadir a las autoridades para salir de
la autarquía cuanto antes. Ya en 1946, con la Segunda Guerra Mundial recién
terminada, algunos profesionales de la publicidad comenzaron a ver en esta la
compensación por las tremendas carencias y penurias a las que estaba sometida la población española. Decía Enrique Casas:
«[…] cuando terminen los tiempos difíciles que estamos atravesando […] la
publicidad será la que facilite la tarea de llevar [los nuevos progresos técnicos] a
los consumidores, que están deseosos de mejorar su nivel de vida, de encontrar
nuevas comodidades que les compensen, en parte, de los sinsabores sufridos»26.
Y es que, como indica Carlos Velasco, la derrota de las potencias del Eje
afectó a todos los órdenes de la vida española, político, cultural y social; pero
————
24
Ibidem, págs. 157-158.
Por ejemplo, Nestlé: ARRIBAS, José María, «Nestlé, paradigma de la comunicación publicitaria», en Nestlé en España, pág. 91.
26 CASAS SANTASUSANA, Enrique, Organización, págs. 299-300.
25
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MERCEDES MONTERO
216
en el económico las consecuencias fueron muy graves «para una población no
sobrada precisamente de suministros»27.
El año 1946 un pequeño número de empresarios, entre ellos algún publicitario, salieron al extranjero. En diciembre Francisco García Ruescas, entonces
Director General de ALAS Publicidad, realizó un viaje por los Estados Unidos donde vivió una intensa experiencia:
«la diferencia, no sólo técnica sino el sistema y la estructura de aquellas agencias
no tenían ni pizca de comparación con lo que en nuestro país se hacía. Era completamente distinto y ello supuso un estudio profundo y de meses de trabajo»28.
También se dio cuenta de que el mercado español interesaba a los americanos y que aumentar ese interés solo era cuestión de realizar un esfuerzo
constante y periódico para darse a conocer. Pero la publicidad española tenía
alta resistencia al cambio. Su propia empresa, ALAS, no sentía la menor necesidad de modificar sus costumbres. García Ruescas terminó saliendo de ella
y fundando su propia agencia.
Fruto de estas estancias en el extranjero (fundamentalmente en los Estados
Unidos) un grupo de empresarios españoles organizó el curso sobre publicidad
que en mayo de 1947 tuvo lugar en la Escuela Superior de Comercio de Madrid. Estas conferencias son fundamentales para la historia de la publicidad
durante el franquismo porque suponen quizá el primer grito público contra la
política económica del régimen. En aquellas sesiones quedó patente la necesidad de superar la autarquía. En primer lugar, porque la economía del país estaba moribunda. En segundo, porque la propia población carecía de fuerza y dinamismo para afrontar el menor reto. Y por último, porque esos retos estaban
ya planteados a nivel mundial y España iba a quedarse al margen. García Ruescas afirmó contundente que se preparaba una guerra por el dominio del mercado mundial librada con ley de la oferta y la demanda, arma desconocida en
nuestro país29. Acudiendo al ejemplo norteamericano, el orador aseguraba que
el secreto de la gran producción en masa de aquella nación no estribaba, principalmente, en sus fabulosas riquezas naturales. Más bien, la cuestión era que
había sabido dar salida a todos aquellos bienes al mercado mundial, por medio de una economía bien dirigida y una publicidad eficaz y sugestiva. Ese
era, en su opinión, el punto de partida para lo que debería hacerse en España.
————
27 VELASCO MURVIEDRO, Carlos, El pensamiento autárquico español como directriz de
la política económica (1936-1951), Tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense de
Madrid, 1982, pág. 1019.
28 GARCÍA RUESCAS, Francisco, Historia de la Publicidad y del arte comercial en España. Desde tiempos remotos hasta el final del siglo XX, Madrid, ARUS, 2000, pág. 211.
29 GARCÍA RUESCAS, Francisco, «La Publicidad en la economía», en Seis conferencias,
pág. 13.
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LA PUBLICIDAD ESPAÑOLA DURANTE EL FRANQUISMO (1939-1975)
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García Ruescas estaba afirmando que la publicidad era indispensable para
el éxito de la economía. Frente a la idea oficial de la economía dirigida y la
producción limitada, sin necesidad alguna de publicidad, el orador concluía
que la URSS era el perfecto ejemplo de esa política. Teniendo en cuenta el
feroz anticomunismo del régimen franquista, era una comparación arriesgada.
En un entorno en el que faltaba muchas veces lo estrictamente necesario, uno
de los ponentes llegó a afirmar, citando la famosa frase de Gide que «civilizar
a un pueblo no es más que hacerle sentir necesidades nuevas»30.
Estas ideas que socavaban las bases económicas en las que se había instalado el régimen, se pusieron más claramente de manifiesto en el prólogo del
libro de F. P. Bishop, El fundamento económico de la publicidad, publicado
en España en 1948. El autor, Manuel de Torres, atacaba el intervencionismo
estatal de una manera contundente. Es sabido que durante el franquismo la
censura de libros fue mucho más débil que la de los medios de comunicación.
No pocas veces se quejaron los prohombres del régimen de que en las librerías se podía encontrar de todo. Este libro es una buena muestra. Afirmaba que
en el Estado intervencionista moderno, con la economía planificada y centralizada, la publicidad iba haciéndose cada día más superflua, lo que era signo
inequívoco de que las libertades económicas iban desapareciendo al compás
que se suprimían las libertades políticas. Y con afirmaciones que fácilmente
podían aplicarse a España, concluía que el intervencionismo económico conducía a la arbitrariedad y el favoritismo, una forma de saqueo político cuyo
fin era el peculado31.
En 1949 se editó el segundo Anuario de la Publicidad en España, que evidenció el afán de la publicidad por abandonar su pequeño reducto y ponerse
en contacto con el mundo. Se recopilaban en él los mejores anuncios españoles del año 1948 y se incluían innovaciones respecto a la edición anterior.
Entre ellas, un elenco publicitario de otros países, como Francia, Estados
Unidos o Inglaterra. Se insertaban también los códigos deontológicos de las
asociaciones publicitarias de España y otros países. Además, todas esas innovaciones estaban reproducidas en castellano, inglés y francés32. Recogía también un mensaje de Jacques Grizeaud, de la Federación Francesa de la Publicidad, afirmando sus deseos de reanudar cuanto antes las relaciones que
ambos países habían mantenido en los años 20 y 30.
————
30 FIERRO, I. G., «Mis impresiones sobre la publicidad en América», en Seis conferencias, págs. 122-123.
31 TORRES, Manuel de, «Introducción a la edición española» en BISHOP, Francis Patrick,
El fundamento económico de la publicidad, Madrid, Aguilar, 1948, págs. XVI-XVII.
32 Anuario Artístico Publicitario GARÚ II, Madrid, 1949, pág. 9.
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MERCEDES MONTERO
218
LAS BASES PARA CONFIGURAR LA SOCIEDAD DE CONSUMO. AÑOS 50
En 1950 comenzó la Guerra Fría, que para España fue un balón de oxígeno. El comunismo se había convertido ahora en el nuevo enemigo del mundo
occidental, y el régimen de Franco era visceralmente contrario a esa ideología. Empezó a verse cercano el fin del aislamiento internacional. En un mundo dividido en dos, España estaba claramente en el bloque occidental y su
situación estratégica interesaba sobremanera a los nuevos líderes de ese mundo, los Estados Unidos.
Además, la guerra de Corea constituyó una buena oportunidad para aumentar las exportaciones. Coincidió con la recuperación de Alemania, lo
que abrió nuevas posibilidades. Se estaba cumpliendo a la letra lo que habían advertido los publicitarios en las conferencias de 1947: la realidad de
tener que competir en los mercados mundiales. El Ministerio de Comercio
decretó medidas liberalizadoras para facilitar la salida de nuestros productos. Y el Ministerio de Agricultura revisó los precios agrarios, lo que contribuyó a aumentar la oferta de productos alimenticios. El incremento de las
exportaciones generó divisas y con ello la oportunidad de importar lo que
faltaba a nuestra industria: combustible y materias primas fabriles. En 1952
terminó el racionamiento.
En 1953 el gobierno firmó con los Estados Unidos el llamado Pacto de
Madrid. Se abrió así un nuevo camino de financiación para el régimen. Los
créditos concedidos por los americanos permitieron un aumento de los salarios reales, la mejora en el rendimiento de las fábricas y el crecimiento de la
demanda interior de bienes de consumo33.
El mercado se dinamizaba por momentos. Un buen ejemplo de ello fue la
salida de nuevo de La Lechera, aunque esta marca había sufrido un daño tan
considerable que 1950 fue un momento crítico para ella. Por una parte, había
que recuperar de nuevo al público, que posiblemente no la recordara después
de tres lustros. Por otra, la escasez de hojalata obligó a utilizar un envase de
vidrio. Desprovista de su imagen externa de reconocimiento, La Lechera tenía ante sí un panorama oscuro. Sin embargo llegó a superarlo con creces. Se
organizó una campaña publicitaria sin precedentes. El «aviso» de salida fue,
«La Lechera ha vuelto, por fin puede adquirirse libremente en todos los comercios». Y después la difusión por la radio de la famosa canción «Tengo
una vaca lechera», combinada con el eslogan «si el La Lechera, me da igual
hojalata que cristal». Todo aquello llevó a la venta de un millón de cajas de
leche condensada en 1956 y a una producción de 48 millones de botes en
195834. Otra manifestación, quizá un tanto anecdótica pero interesante, es que
————
33
34
NADAL OLLER, J. (ed.), Atlas, pág. 237.
ARRIBAS, José María, «Nestlé: paradigma», en Nestlé en España, pág. 124.
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219
Coca Cola se instaló definitivamente en España a partir de 1953. Lo había
intentado en los años 20 y 30, pero no llegó a echar raíces, a pesar de los «vistosos e insistentes anuncios a toda página, sobre todo en La Vanguardia»35.
El refresco pasó pronto a las revistas en color y a las páginas de huecograbado de los diarios. Fue una operación ambiciosa para la conquista del mercado
español, realizada de momento con viejos anuncios disponibles de Norman
Rockwell. Volvían a cumplirse las «profecías» de los publicitarios de los años
40: España interesaba a la industria estadounidense.
Pero se hacía necesario fomentar también la producción nacional de bienes
de consumo y consolidar sus marcas, algo siempre difícil en el mercado español. Afortunadamente, desde principios del siglo XX, algunos sectores habían
hecho buen uso de la política de marca para sus ventas. En vísperas de la
Guerra Civil, Prat Gaballí dejó escrito que los brandies llevaban años dando
excelente ejemplo a los demás productores vitivinícolas. En la década de los
50 el brandy tuvo un protagonismo singular. Su mensaje publicitario estuvo
asociado a la exclusividad, a lo exquisito, a la españolidad y a la tradición.
Marcas como Magno, Veterano, Soberano, Carlos I, Carlos III o Felipe II
ensalzaban la historia y la raza. A ello se añadían los toros y la castiza belleza
femenina. Los textos de estos anuncios eran muy simples. Pero en su estrategia, aunque de forma involuntaria, latía una óptica nueva de creación textual,
pues «los objetos de valor propuestos se relacionaban más con la esfera de
significados del consumidor que con la del propio producto». Las bodegas
Osborne y sus distintos productos se impusieron definitivamente en este periodo. Al relacionar un concepto abstracto, la hispanidad, con un signo visual,
el toro, originó de hecho la imagen de marca o identidad de Osborne, la primera en la historia de la publicidad española36.
El progresivo dinamismo que estaba viviendo el mercado español se vio
reforzado por las expectativas que fueron creándose entre los consumidores.
El papel de los regalos y de los concursos en la radio resultó esencial para
generar la esperanza de un acceso fácil a todos los nuevos productos37.
En 1956 el Instituto de la Opinión Pública realizó una encuesta sobre la radio
y sus oyentes. El resultado fue que el 71% de los españoles la escuchaba habitualmente. A mediados de los años 50 había cadenas de emisoras en España cuyo
número de oyentes superaba, en orden de uno a veinte, a los periódicos de mayor
tirada38. En 1959, 82 españoles de cada mil poseían un aparato de radio39.
————
35
SATUÉ, Enric, El libro de los anuncios. III, Barcelona, Alta Fulla, 1991, pág. 38.
MADRID CÁNOVAS, Susana, Estrategias de la publicidad gráfica española 1950-2000.
Los signos errantes, Murcia, Universidad de Murcia, 2007, págs. 96 y 101.
37 ALONSO, Luis Enrique y CONDE, Fernando, Historia del consumo, pág. 139.
38 GARCÍA RUESCAS, Francisco, Manual, págs. 167 y 353-354.
39 SEVILLANO CALERO, Francisco, Propaganda, pág. 108.
36
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220
Esta estuvo marcada en de la década de los 50 por los grandes concursos y
programas patrocinados. Especialmente populares fueron los de La Lechera,
realizados en 1952 y 1955 en la cadena SER (Sociedad Española de Radiodifusión), dirigidos por el famoso locutor Bobby Deglané. Fue la edad de oro de
los programas patrocinados, indispensables para crear un clima de simpatía
entre el producto y los oyentes, su público potencial.
La encuesta antes mencionada aportó también otro dato de decisiva importancia: que las mujeres oían más la radio que los hombres. Y puesto que la
mujer determinaba la mayor parte de las compras que se hacían en el hogar, a
ella debía ir dirigida la mayor parte de la publicidad radiofónica40.
El papel de la mujer como principal prescriptora de la publicidad era bien
conocido desde antiguo. Entre los experimentos que llevaron a cabo los laboratorios de psicología estaban los realizados en los primeros años 20 por el
doctor H.L. Hollingworth, de la Universidad de Columbia y los de Christine
Frederick en 1928. Desde entonces se sabía que la mujer constituía el eje
principal del consumo y hacia ella se dirigían la casi totalidad de las apelaciones publicitarias. Casas Santasusana ponderaba en 1954 el valor de la mujer
como compradora de productos. De su decisión dependían los alimentos, los
artículos para niños, la mayor parte de las prendas de vestir y prácticamente
todos los objetos del hogar. A la «compradora por excelencia» se le dedicaban muchos espacios de radio, pero según Casas, no se estaba intentando la
captación del público femenino de manera especial. Había que empeñarse
más porque el binomio radio-mujer encerraba mucha potencialidad, puesto
que el ama de casa hacía compatible escuchar la radio con realizar las tareas
del hogar. Por lo tanto, se podían enviar mensajes publicitarios que captaran
su atención no solo en los programas dedicados a ella, sino en todos los demás. Alertaba también este autor sobre el cambio de costumbres que se estaba
empezando a registrar en el universo femenino. En este sentido, la tendencia
moderna era que la mujer pasara más tiempo fuera de casa y, por otra parte,
había que llamar la atención de las nuevas generaciones. A las chicas jóvenes
les gustaba la calle, eran amantes de las diversiones y el deporte y estudiaban
o trabajaban en un porcentaje más alto del que lo hicieron sus madres. Ciertamente las muchachas tenían muy poca capacidad adquisitiva, pero programas de música o de moda, patrocinados por alguna perfumería o negocio similar podría resultar muy atractivo41.
Ciertamente la mujer estaba cambiando. Anunciantes como Nestlé ya se
habían percatado. En los años 50 se adelantó a las necesidades de las consumidoras presentando nuevos productos. Estaba apuntando una nueva clase
media y salió en su ayuda con el puré de patatas, los cubitos de caldo, las so————
40
41
GARCÍA RUESCAS, Francisco, Manual, pág. 354-355.
CASAS SANTASUSANA, Enrique, Publicidad, págs. 101-105.
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221
pas y cremas, todo ello bajo la marca Maggi42. Pero los años 50 fueron esencialmente los de Nescafé. La publicidad de Maggi y Nescafé buscaba ya a una
mujer distinta. Sin descuidar su imagen de ‘manager’ del hogar, el enorme
éxito de Nescafé puso en primer plano a una mujer dinámica, en cierto sentido equiparada al hombre, que prepara rápidamente un café con leche al compás de la vida moderna, en casa o en el trabajo43.
En el ámbito de la publicidad española, de todas formas, no cabía todavía
pensar en la mujer «para la exhibición gráfica de alardes o sugestiones profesionales». Situar una figura femenina en el despacho legal o en la consulta del
médico se consideraría un burdo anzuelo. Utilizar al hombre abogado o médico, en cambio, daría a cualquier anuncio toda su fuerza convincente y sugestiva. La mujer, profesional y publicitariamente hablando, solo llegaba a ciertos menesteres, como mecanógrafa o secretaria. En esas ocupaciones
laborales sí ostentaba «el privilegio social de la solvencia, mientras en ciertas
otras (abogacía, por ejemplo) es todavía motivo decorativo». Se respetaban
los roles establecidos: «si queremos anunciar materia culinaria, indudablemente puede aparecer un cocinero, pero la generalización del artículo aboga
por el empleo de la tradicional figura del ama de casa»44. Puesto que el publicitario lo que quiere es vender, es decir, se mueve en el ámbito de la más cruda realidad material, podemos dar carta de autoridad a las palabras de este
autor. La mujer contaba poco en la vida laboral y, por consiguiente, en cierto
tipo de publicidad. «Afortunadamente» las industrias de jabones detergentes,
perfumería o confección, estaban más extendidas, gozaban de más popularidad y producían más beneficios que las que fabricaban fonendos o bisturíes.
Y promovían con mayor eficacia la configuración de la sociedad de consumo,
que de eso se trataba.
A estos hechos habría que añadir las teorías psicológicas clásicas introducidas por Pedro Prat Gaballí desde principios del siglo XX. Según estas, para
conseguir la efectiva acción de compra era necesario fomentar el espíritu de
competencia y emulación. Y ambas características estaban mucho más desarrolladas en el sexo femenino, lo que llevaba a la mujer a interesarse por la
mujer misma y a intentar alcanzar lo que las otras tenían. A veces los «anzuelos» que se proponían eran simplemente necedades («conquistarás al hombre
de tus sueños»). Podemos afirmar que tales hechos podían suceder porque los
niveles de formación de las mujeres en la España del momento eran todavía
muy bajos. Sobraba psicología experimental en los análisis de los técnicos
publicitarios y faltaba enseñanza secundaria y universitaria entre las mujeres.
En 1950 solo el 14,55% de los estudiantes universitarios españoles eran chi-
————
42
43
44
VELARDE FUENTES, Juan, «Introducción», en Nestlé en España, pág. 15.
CONTRERAS, José María, «Cien años de Nestlé», en Nestlé en España, pág. 59-60.
VICENS CARRIÓ, Jaime, Creación de, págs. 191, 193 y 184.
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MERCEDES MONTERO
cas y faltaban casi 30 años para que las cifras se igualaran con los varones45.
Con un escaso nivel educativo no es difícil que los seres humanos den crédito
a cualquier patraña.
Mientras ocurría todo esto, España registraba el mayor ritmo de crecimiento industrial hasta entonces conocido. Pero también un fuerte desequilibrio
exterior: entre 1950 y 1958 aumentó el valor de las importaciones cerca de un
15% anual, y el de las exportaciones solo un 7%. Ese déficit se cubrió en
1953 con los préstamos norteamericanos y luego, hasta 1956, con las divisas
procedentes del turismo. Pero en 1959 esta se hallaban prácticamente agotadas. No hubo otra solución entonces que afrontar el Plan de Estabilización46.
Entre otras medidas, devaluó una peseta supervalorada artificialmente, eliminó las barreras para la exportación y facilitó la llegada —ya masiva— del
turismo. De este modo, el plan permitirá el desarrollo de las nuevas clases
medias que serán la base de la sociedad del consumo de los años 60. Puede
afirmarse que esta fue un efecto perverso y no deseado inicialmente por el
régimen franquista. Pero el hecho indiscutible es que el plan generó las condiciones culturales, ideológicas y motivacionales perfectas para el desarrollo
de un modelo de consumo demandado por la misma sociedad. En 1959 los
españoles no parecían muy decididos a abandonar los logros conseguidos en
la posesión y disfrute de la «vida moderna». Los hogares habían empezado a
llenarse de tecnología doméstica. A partir de 1953 habían ido apareciendo la
batidora, la nevera, la lavadora, la olla a presión, el gas butano, los electrodomésticos de «línea blanca», el SEAT 600 y, por último, la televisión. Paralelamente España había entrado en 1955 en la ONU y en 1958 lo hizo en la
OCDE, el FMI y el BIRD (actual Banco Mundial). No había más remedio que
seguir avanzando y por eso el régimen tuvo que enterrar sus más profundas
convicciones en materia económica. La autarquía desaparecía para siempre y
cierto papel había jugado en ello la publicidad. Esta fue señalada por algunos
observadores tan necesaria para el progreso «como puedan serlo los ingenieros, los médicos o los artistas»47.
Pero, no obstante, la sociedad de consumo de los años 60 no hubiera sido
posible sin la llegada de la televisión. El 28 de octubre de 1956 se inauguró
oficialmente en Madrid Televisión Española. La televisión se convirtió rápidamente en el medio publicitario por excelencia. Emitía tres horas diarias, en
directo. La publicidad era escenificada por los propios presentadores y locutores. Los ingresos por esta vía suponían, de momento, una cifra irrelevante. El
nuevo invento quedó implantado como monopolio estatal y se financiaba casi
————
45 BARRERA PEÑA, M.ª Luisa y LÓPEZ PEÑA Ana, Sociología de la mujer en la Universidad, Santiago de Compostela, Universidad de Santiago de Compostela, 1983, págs. 191-192.
46 NADAL OLLER, Jordi (ed.), Atlas, págs. 237-238.
47 SERNA, Víctor de la, «Prólogo» en GARCÍA RUESCAS, Francisco, Manual, pág. 7.
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LA PUBLICIDAD ESPAÑOLA DURANTE EL FRANQUISMO (1939-1975)
223
por entero a cargo de los presupuestos generales del Estado. En febrero de
1958 se creó el Departamento de Publicidad y se establecieron las primeras
tarifas para las distintas modalidades de anuncios (cartones y diapositivas,
cuñas vivas y secuencias o trailers cinematográficos) y de los programas patrocinados. El cuadro siguiente muestra la línea ascendente de los ingresos
globales por publicidad en televisión:
INGRESOS PUBLICITARIOS EN TVE ENTRE 1958 Y 1960
1958
4.400.203 pts.
1959
16.340.074 pts.
1960
33.830.856 pts.
Fuente: Baget, 1993, 73-74
La televisión aprovechó el éxito alcanzado por el cine publicitario en España desde 1955. Ese año se habían creado los Estudios Moro, obra de los
hermanos Santiago y José Luis Moro, que tras los tanteos de los años 40 comenzaron en serio con un presupuesto de 75.000 pesetas. Contaban con instalaciones profesionales, material técnico importado de los Estados Unidos y se
asociaron a la empresa Movierecord, de Jo Linten, distribuidor de los anuncios animados por los cines de España. En muy poco tiempo sus películas
publicitarias se convirtieron en un fenómeno de masas. Uno de los primeros
éxitos fue el anuncio «Feliz Cumpleaños», de las máquinas de afeitar, tocadiscos y radios de la marca Phillips. El reconocimiento internacional no tardó
en llegar. En 1959 el anuncio de Tío Pepe «Sol de Andalucía embotellado»
ganó una Palma de Oro en el Festival publicitario de Cannes. Unas botellas
de fino, ataviadas con el traje cordobés, bailaban un zapateado con los catavinos. El spot causó tanta sensación en Europa que fue copiado por ingleses y
franceses para anunciar un whisky y un coñac.
DEL CONSUMO A LA APERTURA (1960-1975)
Los historiadores de la economía han visto en 1960 el comienzo de un periodo que se extiende hasta 1974, caracterizado por una subida más que notable de la economía española. Entre 1961 y 1974 la tasa de crecimiento del
PIB fue del 7%, un hecho excepcional por su cuantía y por su duración48.
————
48
GARCÍA DELGADO, José Luis, «La industrialización y el desarrollo económico de España durante el franquismo», en ARANGO, Joaquín, La economía española en el siglo XX: una
perspectiva histórica, Barcelona, Ariel, 1994, págs. 177, 180.
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MERCEDES MONTERO
224
Puede afirmarse que la estabilización fue un éxito innegable y que durante el
franquismo desarrollista (1960-1975) España se unió definitivamente al club
de los países industrializados49. La publicidad contribuyó en buena medida a
esta evolución económica y social.
Existen dos documentos de los primeros años 60 que demuestran el interés
despertado por España en empresas y publicitarios extranjeros. El primero es
de 1964, y se trata del número 6 del Boletín LPE Reporter dedicado en exclusiva a la iberian opportunity50. En él se hablaba extensamente de la publicidad española. Por ejemplo, se decía que la televisión prometía un buen futuro
pues la población se mostraba realmente aficionada al nuevo invento: habían
nacido tele-clubs en todos los pueblos, una forma colectiva —y original— de
ver la televisión; y en los bares y cafeterías urbanas no faltaba casi nunca el
aparato receptor. El promedio en el país era de 10 personas por cada aparato.
Además existían en España todos los medios publicitarios convencionales,
prensa, revistas, vallas, radio y cine. La censura moral y política era un impedimento, pero podía afirmarse que los publicitarios estaban aprendiendo a
moverse dentro de ella. Ya había profesionales influyentes que conocían los
modos de la comunicación moderna. Las agencias líderes estaban capacitadas
para prestar buenos servicios y, sobre todo, la publicidad española estaba creciendo con celeridad.
El segundo documento es del 28 de junio de 1965, procede de la revista
Correspondance de la Publicité (París) y se trata de un artículo sobre la implantación de las agencias americanas en España. Al menos doce agencias
operaban en suelo hispano, y eso tan solo en dos años, entre 1963 y 1965:
McCann-Erickson, Kelly Nason, D’Arcy Advertising, Ted Bates Company,
Grey Advertising, Lennen & Newell, Nomram Craig & Kummell, Jenner,
Publicidad y Marketing, Adinart International, J. Walter Thompson, Reuben
Donnalley Corporation y Foote Cone & Belding. Habia otras que andaban a
la búsqueda de un socio español, como BBDO, Gardner Advertising, Mac
Manus y John & Dams. Con los americanos llegó el marketing, la investigación del consumidor, la planificación, la estrategia y la gestión racional de las
agencias. En 1961, durante la celebración en Madrid del Congreso Internacional de la IAA (International Advertising Association-Asociación Internacional de Publicidad) los profesionales españoles empezaron a intuir la magnitud del cambio. Comparado con el de otros países, el ritmo de trabajo que
ellos seguían era inusual y, sobre todo, muy arcaico, aferrado a modos que a
veces recordaban al siglo XIX. Un ejemplo es que muchos no se habían planteado todavía la batalla para conseguir clientes en un entorno de competitivi-
————
49
50
NADAL OLLER, Jordi (ed.), Atlas, pág. 238.
LPE: The London Press Exchange, Ltd.
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LA PUBLICIDAD ESPAÑOLA DURANTE EL FRANQUISMO (1939-1975)
225
dad51. Por lo tanto, los recelos y la oposición fueron inevitables en ciertos
sectores, pero en otros hubo a su vez deseos de aprender todo aquello. Como
indica Julián Bravo, por parte de las agencias españolas se buscaba el contacto, salir del aislamiento:
«Y, además, algo sabíamos ya de lo que ocurría fuera. Se vivía muy bien; el lujo se estaba haciendo normal; y la publicidad era una de las armas que hacían posible y extendían esos logros…»52.
Pero, de momento, seguía siendo imposible estudiar publicidad en alguna
escuela de comercio o facultad universitaria española. Las agencias estaban
ocupadas por gentes «de aluvión», que muchas veces habían recalado en esta
actividad después de fracasar en otros intentos de ganarse la vida53. Tampoco
existía la profesión como tal desde el punto de vista jurídico. Todo aquello
empezó a ser un problema cuando el gobierno —o determinados hombres
dentro de él— se dieron cuenta del protagonismo que estaba tomando la publicidad como dinamizador del desarrollo económico. Se había convertido
repentinamente en un fenómeno interesante y de relieve social.
En este sentido, 1964 puede definirse como el año de la publicidad. El 10
de julio se aprobó el Estatuto de la Publicidad que estableció por fin las bases
jurídicas de la profesión. Se elaboró en un clima de diálogo, hasta el punto
que entonces era posible. Se escuchó a agencias, medios y ciertos anunciantes. El subsecretario del Ministerio de Información y Turismo, Pío Cabanillas,
que fue su mentor, se involucró de manera notable en él. Según algunos observadores, como Miguel de Haro, director de IPMARK,
«el Estatuto era un preámbulo para la Ley de Prensa. Ésta suponía un cambio
político en aquella época. Yo creo que Fraga estaba impresionado por el éxito obtenido por Ullastres (el Plan de Estabilización) y él pensaba que esa apertura conseguida en lo económico debía conseguirse también en lo social»54.
Se trataba de un Estatuto necesariamente intervencionista, pero logró dar
carta de validez a una profesión desconocida y maltratada que estaba creciendo a ritmo vertiginoso.
————
51 GARCÍA RUESCAS, Francisco, Técnicas de economía y publicidad, Madrid, Editora Nacional, 1969, pág. 212.
52 BRAVO NAVALPOTRO, Julian, «La incorporación de las multinacionales al panorama
publicitario español. Now we can say: Welcome to Spain», en HERAS, Carlos de las, La Década de oro de la publicidad en España: los años 60, Málaga, Ayuntamiento de Málaga, 2000,
págs. 115, 118-121.
53 IPMARK, 1987, pág. 322.
54 HARO, Miguel de, «Nacen las revistas publicitarias. Experiencia IPMARK», en
HERAS, Carlos de las, La Década, pág. 151.
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MERCEDES MONTERO
226
Después vino la creación de la Escuela Oficial de Publicidad en 1965,
donde por fin pudieron formarse las primeras hornadas de jóvenes que poco
tiempo más tarde llegarían a la profesión. Para acceder a ella era requisito
necesario el título de Bachiller Superior, lo cual suponía cierta garantía de
talento y selección entre sus candidatos.
Durante la década de los 60 los anunciantes fueron madurando y exigiendo
progresivamente más eficacia al dinero que invertían en publicidad. Según
Fernando Romero, por entonces director comercial de la cadena SER, la actividad publicitaria suponía hacia 1968 entre 0,7 y 0,8 del Producto Nacional
Bruto. Se estaban invirtiendo, por tanto, cifras importantes, que debían rentabilizarse al máximo. Pero el hecho era que no había datos fiables de las tiradas de los periódicos, ni estudios de audiencia en radio y televisión. Las
agencias insertaban la publicidad en los diversos medios de manera intuitiva.
Un grupo de agencias y anunciantes decidieron poner remedio a la situación y
ese movimiento dio origen a la OJD (Oficina de Justificación de la Difusión)
y al EGM (Estudio General de Medios).
Entre las agencias se encontraban Danis, Dayax, Izquierdo y Noguera
(más adelante Publicruz) y Cid. Recibieron el apoyo de algunos anunciantes
de prestigio como Nestlé y Gallina Blanca. Esta unión dio prestigio y respaldo a este intento de control, tan novedoso y de tan amplias dimensiones, para
lograr imponerse a los medios. Los promotores contactaron igualmente con la
empresa francesa que se dedicaba a esta actividad, de la que recibió una importante ayuda en cuanto a métodos de organización. Fueron añadiéndose
otras agencias al grupo inicial, de tal manera que los medios de comunicación
se vieron obligados a ceder. Así, en 1964 nació la OJD, una sociedad formada
por tres grupos: agencias, anunciantes y medios. La decisión de constituirse
en sociedad anónima sin ánimo de lucro estuvo motivada por cuestiones políticas: en la España de Franco era poco prudente fundar una asociación, pues
se necesitaba la autorización del Ministerio de Gobernación y con ello existía
la posibilidad de crearse problemas. Los medios de comunicación terminaron
accediendo al control de sus tiradas, aunque a regañadientes55.
A continuación le tocó el turno a la radio. Los anunciantes siempre habían
sentido interés por conocer las audiencias, pero solo los grandes consiguieron
realizar alguna investigación aislada. Por ejemplo, Gallina Blanca, Domecq y
Nestlé llevaron a cabo las suyas entre 1959 y 1960. En 1962 Osborne hizo lo
propio. Determinadas agencias, como Danis, organizaron su sistema particular de control de audiencias. Publicidad Cid, a través del Instituto de Publicidad que dependía de ella, hacía frecuentes estudios para la cadena SER. Según Fernando Romero, el EGM vio la luz porque el mercado lo reclamaba. Su
————
55
FONTCUBERTA VERNET, Joan, Hora Cero, págs. 101-103.
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LA PUBLICIDAD ESPAÑOLA DURANTE EL FRANQUISMO (1939-1975)
227
propia empresa, la SER, participó activamente en el proceso. Un estudio de
audiencias constituiría el argumento neutral que la cadena necesitaba para
vender su capacidad publicitaria frente a la competencia de la televisión. A
estos primeros intentos se unió la Asociación Española de Anunciantes, fundada en julio de 1965 y presidida por el director de marketing de Coca-Cola,
Antonio Calvet. E igualmente lo hizo la Asociación de Agencias, donde tenían mucho peso los hermanos Fontcuberta (Danis) en Barcelona y Manuel
Eléxpuru, de JWT, en Madrid56.
Las multinacionales fueron partidarias de este proceso de clarificación.
Entre los 22 primeros patrocinadores del EGM en 1968 estuvieron varias empresas extranjeras, tanto agencias como anunciantes. Entre las primeras, JWT,
Ciesa NCK, Lintas, Young & Rubicam y otras; entre las segundas, Nestlé y
Coca-Cola57. Los resultados de la primera oleada de medios del EGM estuvieron listos el 30 de octubre de 1968. Se decidió que se harían cuatro al año.
Entre 1960 y 1971 las agencias norteamericanas abrieron 291 empresas filiales en el extranjero. Y lo hicieron fundando filiales o comprando participaciones, normalmente mayoritarias, en agencias locales58. Así funcionaron en
España. Desde 1958 estaba aquí SSC y B Lintas, que provenía de Londres y
era la agencia «cautiva» de Unilever. En 1959 Publinsa se asoció con Kenyon
& Echardt. En 1963 McCann hizo lo propio con Ruescas Publicidad y en
1968 acabó absorbiéndola. En 1964 se instaló en suelo español NCK y al año
siguiente lo hicieron Leo Burnett y Ted Bates. JWT y Young & Rubican llegaron el año 1966, también por su cuenta. En 1968 la española Arce y Potti se
asoció con la norteamericana FCB59. Ese año las multinacionales eran ya las
verdaderas protagonistas de la publicidad española, fundamentalmente por
sus métodos de trabajo y por la aportación del marketing y del pensamiento
estratégico. A esto se unió una nueva generación de publicitarios: se retiraban
los hombres de negocios hechos a sí mismos y tomaban el relevo los expertos
formados en las multinacionales y las primeras generaciones de diplomados
en la Escuela de Publicidad. Las estadísticas demostraban que todo este conjunto de factores no había hecho sino mejorar la posición de las agencias españolas. Así observamos que en 1962, antes de la llegada masiva de las multinacionales, el nivel de facturación era el siguiente:
————
56 ROMERO, Francisco, «Los controladores de audiencias y difusión. Pisando tierra firme», en HERAS, Carlos de las, La Década, págs. 62-63.
57 BRAVO NAVALPOTRO, Julián, «La incorporación», en HERAS, Carlos de las, La Década, pág. 126.
58 OLIVER CONTI, Xavier, ¿Publicidad?, págs. 19-20.
59 PÉREZ RUIZ, Miguel Ángel, La publicidad, pág. 478.
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MERCEDES MONTERO
228
NIVEL DE FACTURACIÓN EN 1962
Agencias
Cid
Gisbert
Danis
Ruescas
1962
372
150
134
124
Fuente: Advertising Age, abril 1963. Cifras en millones de pesetas.
Y entre 1968 y 1971, cuando operaban desde hacía tiempo las agencias
norteamericanas, el índice por resultados de facturación arrojaba los siguientes datos:
NIVEL DE FACTURACIÓN ENTRE 1968 Y 1971
Agencias
Cid, S.A.
Carvis, S.A.
Danis
Publinsa, Keyton&Eckhardt
JWT
Lintas
Rasgo-Grey
Y&R
McCann
NCK-Espacio
1968
404
402
327
228
203
193
185
133
—
133
1969
451
443
355
204
242
278
245
315
219
140
1970
445
420
378
331
308
254
238
217
172
161
1971
504
—
448
—
501
320
370
—
345
231
Advertising Age, 29-3-1972. Cifras en millones de pesetas.
Cid y Danis seguían en los puestos altos y Gisbert y Ruescas habían desaparecido, esta última absorbida por McCann. Sin embargo, otras agencias
españolas, en alianza con las americanas, habían aumentado considerablemente su negocio: era el caso de Publinsa, Rasgo y Espacio.
Las multinacionales aportaron un bagaje muy importante. Antes de que se
instalaran en la península, lo que privaba era la canción pegadiza, lo folklórico y en general un nivel bajo de producción en los anuncios televisivos. La
metodología de trabajo no era tampoco demasiado rigurosa, centrándose en la
intuición, «genio» o temperamento, que en última instancia era exclusivamente improvisación. Los americanos enseñaron que había que vender explicando
las razones y eso proporcionó un gran impulso a la investigación pero también a la creatividad. Todo fue más estratégico.
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LA PUBLICIDAD ESPAÑOLA DURANTE EL FRANQUISMO (1939-1975)
229
La tabla anterior muestra también el progresivo aumento de la inversión
publicitaria entre el fin de una década y el comienzo de la siguiente. Los años
sesenta tuvieron para el país una especial significación, porque en ellos se
produjo la mayor transformación de la vida española durante todo el siglo
XX. Esa recuperación económica se cimentó en buena medida sobre el desarrollo del consumo privado. La alta demanda de este tipo de bienes facilitó el
crecimiento industrial interior, con ejemplos como los de SEAT, Fagor, Pegaso o Nutrexpa. Hubo ausencia muy notable de consumo público, lo que implicó un grave atraso en todo lo relativo a infraestructuras, servicios y otros
aspectos básicos de la clásica sociedad del bienestar. Por ello, la mejora patente y real de vida de los españoles, que se produjo en estos años, generó un
modelo de sociedad de consumo que se ha definido como de carácter «subordinado, semiperiférico, dependiente y desarticulado»60 .
El consumo español fue altamente cuantitativo, casi voraz y sobre todo
acrítico. A veces la mera posesión de algo, con independencia de su calidad y
precio, era un importante indicativo de estatus. La clase media se determinaba
por los signos externos y se construyó así una forma de vivir en la que el consumo quedó entronizado61. De ahí también lo desarticulado del desarrollo
español pues creció mucho más rápidamente la adquisición de televisores que
la instalación de agua corriente en las casas.
La publicidad de los años 60 estimuló el deseo de consumir, antes incluso
de que fuera posible hacerlo. No hay más que recordar las listas de espera de
casi un año para conseguir el SEAT 600. La publicidad prescindirá un tanto
de la realidad y actuará como si España fuese efectivamente una verdadera
sociedad de consumo62. Es muy interesante, en este sentido, comprobar el
éxito que cosechó un producto hasta entonces considerado extraordinario,
como el helado. En 1963 Nestlé sacó al mercado el recipiente de medio litro
bajo la marca Camy, que se introdujo inmediatamente en las familias, convirtiéndose en la vertiente más «gourmet» de los postres y abriendo un panorama nuevo en el sector63.
Este desarrollo cuantitativo y voraz se puso especialmente de manifiesto
en el equipamiento de los hogares, donde el crecimiento de los electrodomésticos no pudo ser más extraordinario. Y por el siguiente orden: televisión,
frigorífico y lavadora. En cuarto lugar, el coche.
Los siguientes datos muestran el aumento del que venimos hablando:
————
60
61
62
63
ALONSO, Luis Enrique y CONDE, Fernando, Historia del consumo, pág. 148.
LORENTE, Joaquín, Casi todo, pág. 77.
ALONSO, Luis Enrique y CONDE, Fernando, Historia del consumo, pág. 160.
CONTRERAS, José María, «Cien años», en Nestlé en España, pág. 64.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 205-232, ISSN: 0018-2141
MERCEDES MONTERO
230
PENETRACIÓN DE ALGUNOS BIENES DE CONSUMO (1960-1973)
TV
Lavadora
Frigorífico
Coche
1960
1%
4%
19%
4%
1971
64%
52%
35%
1973
82%
82%
71%
38%
Fuente: Elaboración propia a partir de Arribas, J. M. (2005), 93 y Alonso y Conde (1994), 204.
La existencia de la dictadura franquista convirtió el consumo en una apariencia de libertad para muchos españoles. Por consiguiente, la publicidad de esos
bienes pudo ser vista con enorme complacencia. Los valores publicitarios estaban
repletos de llamadas a la modernidad y de ruptura con el pasado, por lo que se
situaban a contracorriente de la ideología política. Quizá este hecho aumentó la
capacidad persuasiva de la publicidad, dándole un atractivo especial y un toque
positivo de cara a la ciudadanía. Los años 60 en España recuerdan un tanto a los
años 20 en los Estados Unidos: la publicidad crecía ante la complacencia de todos. «Cielo azul y hierba verde», así define Fox el paisaje publicitario norteamericano en aquella época feliz. En el panorama español no podemos olvidar la
magia de la televisión. El electrodoméstico favorito de los consumidores se encargó de vehicular aquellos hermosos mensajes. La televisión, después de unos
tímidos inicios, acabó dominando la inversión publicitaria española.
En 1958 España contaba con 7.605 aparatos de televisión. Dos años después, en 1960, el número de receptores se había casi multiplicado por cuatro.
En 1970 había en el país más de cinco millones.
El aumento de aparatos, con ser alto, no creció de manera tan extraordinaria como la inversión publicitaria en el medio, que pasó de 85 millones de
pesetas en 1960-61, a casi 8000 millones en 1974-7564.
En cuanto a anunciantes concretos, los mejores clientes de la televisión
fueron siempre las bebidas (alcohólicas o no) y los electrodomésticos. El cuadro que sigue muestra el índice de inversión publicitaria en este medio durante el curso 1971-1972:
————
64 BAGET HERMS, José María, Historia de la televisión en España (1956-1975), Barcelona, Feed-Back Ediciones, 1993, pág. 123.
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LA PUBLICIDAD ESPAÑOLA DURANTE EL FRANQUISMO (1939-1975)
231
INVERSIÓN PUBLICITARIA POR CATEGORÍAS
Bebidas
767 millones de pts.
Electrodomésticos
433 millones de pts.
INVERSIÓN PUBLICITARIA POR MARCAS
Coca Cola
Cola Cao
Sol-Thermic (sistema de calefacción)
Omega
Ariel
36 millones de pts.
43 millones de pts.
30 millones de pts.
30 millones de pts.
23 millones de pts.
Elaboración propia a partir de Baget.
Entre 1960 y 1970 los Estudios Moro controlaron la producción de anuncios para TVE. A mediados de los años 60 llegaron a realizar unos 300 anuncios cada mes, de dibujos animados y de imagen real. Algunas campañas famosas fueron la de electrodomésticos Phillips, con Carmen Sevilla; o el
disco-sorpresa de Fundador y su popular jingle («está como nunca»), que
perduró toda la década de los 60 y fue un fenómeno sociológico y publicitario. Numerosas marcas contrataron los servicios de los Estudios Moro. Unos
eran encargos directos y otros llegaban a través de las agencias de publicidad:
electrodomésticos como Phillips, Bru, o la olla a presión Magefesa; detergentes como Omo, Tú-Tú y Ese; bebidas como Licor 43, Sidra El Gaitero, CocaCola, Schweppes, Fanta, Mirinda, Pepsi-Cola, Zumos Vida, Trinaranjus…
Es bien conocido, por otra parte, los numerosos premios internacionales de
publicidad que lograron los Moro. Llegaron a obtener más de 100 galardones
en los festivales audiovisuales que entonces se celebraban en Hollywood, Nueva York, Cannes, Milán, Venecia y San Sebastián. Tres veces ganaron la Palma
de Oro en Cannes y dos veces la Copa de Venecia, entre 1957 y 196765.
Un repaso por los anuncios televisivos de la época nos permite observar
que la publicidad no ofertó bienes estrictamente necesarios, sino aquellos que
tendían a aumentar el confort: lavadoras, frigoríficos, menaje de cocina de
más calidad, más moderno, más fácil de limpiar; pequeños electrodomésticos
como secadores, ventiladores o maquinillas de afeitar; juguetes; productos de
limpieza que hacían menos dura la vida del ama de casa; productos alimenticios que ahorraban tiempo porque se compraban semi-preparados, cafés instantáneos, helados para postres. También la oferta de productos para el propio
embellecimiento y aseo hicieron de España un país más limpio. Había en la
————
65 FERNÁNDEZ, Lluis, El anuncio de la Modernidad. Estudios Moro 1955-1970, Valencia, Diputación de Valencia, 2007, pág. 74.
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MERCEDES MONTERO
232
publicidad una oferta de disfrute, de gozo, de diversión y de aventura; un deseo de más capacidad adquisitiva; una visión optimista del futuro, europea y
moderna. Se adivinaba también un cambio en el rol de la mujer y el comienzo
del culto al cuerpo. La publicidad no rompe con el entorno, pues debe llegar y
convencer a un público objetivo, pero «no es menos cierto que sus mensajes
pueden recoger aspectos más avanzados de la sociedad, impulsándolos con su
mera transmisión». Al optar el gobierno franquista por financiar la televisión
por medio de la publicidad, probablemente no sabía que estaba contribuyendo
a difundir cierto cambio de valores, no muy en consonancia con los postulados del régimen.
Luis Bassat ha afirmado que los publicitarios son como los surfistas en el
océano, que ven las olas de los movimientos sociales y deben acertar con la
mejor para subirse a ella. Cuando se atina «hay un momento en que tomamos
impulso y llegamos a la playa antes que la propia ola»66. Quizá ocurrió así en
los últimos años del franquismo. Puede que los españoles, subidos a la ola del
consumo gracias a la publicidad, intuyeran el cambio de los tiempos antes de
que estos llegaran.
Recibido: 16-03-2011
Aceptado: 1-07-2011
————
66
BASSAT, Luis, Confesiones, pág. 179.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 205-232, ISSN: 0018-2141
IN MEMORIAM
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2012, vol. LXXII,
núm. 240, enero-abril, págs. 235-238, ISSN: 0018-2141
VITTORIO SCIUTI RUSSI
Conocí al profesor Vittorio Sciuti Russi en 1984. Era un joven catedrático,
que había llegado a España como representante de la nueva historia de instituciones e historia del derecho que por aquellos años se hacía en las universidades del sur de Italia. Su misión la realizó muy satisfactoriamente, pues,
consiguió que todos los jóvenes investigadores de las principales universidades españolas leyéramos con gran interés las obras de aquella gran colección
de libros rojos, de la editorial Jovene, dirigida por el profesor Raffaele Ajello,
y que autores como Aurelio Cernigliaro, Pier Luigi Rovito o el mismo Sciuti
Russi fueran incorporados a nuestra bibliografía como auténticos maestros.
No creemos que la historiografía española haya hecho la justicia que se merece a esta gran colección editorial porque —en nuestra opinión— fue la que
abrió a los investigadores españoles el camino hacia el exterior y a la renovación de los estudios sobre el imperio español. Al menos, en nuestro caso, así
sucedió porque, un joven becario entonces, Manuel Rivero Rodríguez, llegaba a Sicilia dos años después, buscando al profesor Sciuti Russi para que le
orientase e introdujese en los archivos con el fin de realizar su tesis doctoral
sobre el Consejo de Italia.
Con todo, la obra del profesor Sciuti Russi es poco conocida aunque —como
queda dicho— fue uno de los historiadores que mejor han descrito la intensidad y
la complejidad de los lazos existentes entre españoles e italianos en la Edad Moderna. Su fundamental Astrea in Sicilia (Nápoles, 1983) circuló ampliamente
entre quienes éramos jóvenes historiadores en los años ochenta del siglo XX,
contribuyendo decisivamente a cambiar el enfoque con que se había estudiado la Italia española desde los tiempos de Benedetto Croce. Su perspectiva
historiográfica estaba muy lejos de lo que acostumbraban a mostrar los hispanistas o los italianistas anglosajones, pues él no contemplaba el pasado con
esa mirada condescendiente que hallamos en algunos pasajes de Helmut G.
Koenigsberger o Eric Cochrane que, enamorados de Italia, atribuían a España
las causas de su decadencia. Si para estos historiadores España era lúgubre y
negra, causa de un periodo oscuro de la historia («the dark ages», así lo decía
236
JOSÉ MARTÍNEZ MILLÁN y MANUEL RIVERO RODRÍGUEZ
Cochrane), Sciuti Russi aportaba un análisis que —sin dejar de ser crítico—
ahondaba en los problemas despojándolos de prejuicios. Al abordar el análisis
de la justicia, del comportamiento de los magistrados y la máquina de las leyes describió un mundo complejo en el que los sicilianos adquirían relieve
respecto de los españoles. El reino de Sicilia tomaba cuerpo como sujeto histórico. Sciuti Russi nos recordaba que aquel fue un reino nacido de un pacto y
que su posición excepcional e independiente en la Monarquía Hispana acercaba más al imperio español a una «Commonwealth» que a un imperio unitario y centralizado. Estas ideas fueron continuadas en sus libros sucesivos, Il
parlamento siciliano del 1612 (1984); en la edición e introducción de la obra
de P. de Cisneros, Relación de las cosas del reyno de Sicilia (1990) y en Mario Cutelli. Una utopia di governo (1994).
Sciuti Russi siempre se sintió a gusto reconociéndose como un heredero de
las ilustraciones española e italiana. Una tradición de compromiso cívico que
contemplaba el pasado no desde la superioridad del presente sino desde la búsqueda de la verdad. Le preocupaban problemas universales, la actitud del hombre ante la tiranía y la utilización del pasado como arma en el presente. En este
sentido, no es ocioso señalar la sombra proyectada por el magisterio moral de
Leonardo Sciascia sobre su obra. Gli uomini di tenace concetto (Milán, 1996),
un libro injustamente ignorado por la crítica y que ha pasado casi de puntillas
por el panorama historiográfico europeo, fue pensado y creado a propósito de un
libro emblemático de Sciascia, Morte d’un Inquisitore (1964). Esta complementariedad entre el literato y el historiador académico, entre Sciascia y Sciuti Russi
recuerda, salvando las distancias, al emparejamiento existente entre Alessandro
Manzoni y Cesare Cantú, saludado por Alfred von Reumont como el verdadero
nacimiento de la historia en el siglo XIX, mucho más eficaz y de mayor calado
que los densos estudios de Leopold von Ranke y Jacob Burckhardt. Esta unión
de los problemas cívicos o morales planteados en el ensayo literario generaban
interrogantes que solo era pertinente responder desde la historia. Repetir la historia tal como fue, según la conocida expresión rankeana, era un discurso insípido y carente de sentido pues los historiadores no eran simples notarios del pasado. Sciuti Russi contemplaba una historia política comprometida con la mejora
de la condición humana y como Sciascia veía precisamente en la propuesta
manzoniana la mejor manera de sacar a la historia de su encrucijada, en la disyuntiva de su condición de ciencia social o saber humanístico. La historia da
respuestas, ilumina con la verdad, confirma o desmiente lo que la memoria o la
desmemoria colectiva quiere creer o cree recordar.
El profesor Sciutti Russi fue fiel a unos valores y elementos intelectuales
ilustrados: el modo de utilizar la razón, la forma de enfocar el análisis de los
problemas, incluso la cita de los philosophes (en sus escritos se halla con frecuencia a Voltaire). Los temas que investiga siempre estuvieron relacionados
con sus preocupaciones vitales, con su compromiso con la sociedad. En su
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 235-238, ISSN: 0018-2141
IN MEMORIAM
237
último libro, Inquisizione Spagnola e Riformismo Borbonico fra sette e ottocento (2009), dedicado a su esposa, Sciuti Russi nos devuelve a ese espíritu
crítico. El libro parece una historia fuera de la moda, fuera de la crisis de la
conciencia histórica que envuelve como una niebla al actual panorama historiográfico europeo. Un panorama estéril, agostado por la falta de ideas. Con
su peculiar estilo, mediante una narración muy trabajada y pulida, precisa
como un bisturí, Sciuti Russi desgrana las historias de tres hombres que trataron de encender la luz donde había oscuridad, que abogaron por la libertad y
el progreso y combatieron la crueldad del «terrible monstruo» de la intolerancia y el fanatismo: Friedrich Münter, el abate Henri Grégoire y Juan Antonio
Llorente. Alrededor de ellos, el virrey Caracciolo, Jovellanos, Goya, el cardenal Spinelli, Godoy e incluso Napoleón toman partido o toman conciencia de
la Inquisición como problema, situándola en un debate más amplio, el de la
tolerancia. Simbólicamente, la disolución del tribunal es la prueba del triunfo
de la razón, de la tolerancia y de los derechos del hombre. Su mirada se posa
sobre un tema que no es susceptible de ser alterado por las modas y que tiene
(y tendrá siempre) valor universal. Detrás de las historias de los hombres que
combatieron la Inquisición con su pluma, Sciuti Russi sitúa su discurso en la
senda de Pietro Giannone y Pietro Verri, articulando una historia civil donde
la dignidad del individuo, la seguridad en la ley y la mejora de la justicia
marcaban la línea con la que se recorría el progreso histórico.
Desde un aspecto formal, el libro puede sorprender al lector español por
adoptar un estilo muy familiar en Italia, el relato-investigación de fondo judicial, inaugurado por Alessandro Manzoni (Storia della colonna infame) y
tomado como referente narrativo por Leonardo Sciascia para construir una de
sus obras más preciosas y acabadas, Morte dell’Inquisitore, que Sciuti Russi
empleó como espejo para sus Uomini di tenace concetto («hombres de ideas
tenaces») mejorando con fortuna estos precedentes estilísticos. Este método
forense refleja el oficio, el mestiere, de Vittorio Sciuti Russi, historiador del
derecho y de las instituciones cuya indagación rememora el relato judicial,
reconstruye cada uno de los pasos que conducen a la toma de conciencia y a
la creación de opinión. Informa de cómo el individuo contempla un acto aislado que prácticamente nadie advierte negativo (la pena de muerte o el castigo a los disidentes) y cómo transfiere su posición crítica a la masa social hasta hacer despertar la conciencia de la opinión pública. El núcleo de su
indagación se centra precisamente en esa transferencia que explica el paso o
el camino que conduce desde la complacencia o indiferencia ante un fenómeno, a su combate y a la creación de una opinión activa, a favor o en contra, de
la misma. La polémica sobre la Inquisición es, como señala el autor, el centro
de uno de los debates más intensos de la Ilustración europea. Las páginas del
abad Gregoire, articuladas con las de Voltaire, Llorente, la correspondencia
de Caracciolo con Diderot, etc, fijan el debate sobre la construcción del ideal
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 235-238, ISSN: 0018-2141
238
JOSÉ MARTÍNEZ MILLÁN y MANUEL RIVERO RODRÍGUEZ
de la dignidad humana realizado por los ilustrados, un debate cuyo eco se
escucha en la Declaración universal de los derechos del hombre. El autor no
descuida el hecho de que un libro, aunque sea de historia, es sobre todo un
libro: el estilo y su profundidad se desenvuelven en una narración exquisita.
Así fue Vittorio Sciuti Russi.
José MARTÍNEZ MILLÁN
Manuel RIVERO RODRÍGUEZ
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 235-238, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2012, vol. LXXII,
núm. 240, enero-abril, págs. 241-326, ISSN: 0018-2141
ARCE, Javier: Esperando a los árabes. Los visigodos en Hispania (507-711). Madrid, Marcial Pons, 2011, 339 págs., ISBN: 9788492820443.
Con este libro, J. Arce culmina su
historia de la península ibérica en la
antigüedad, tras un primer volumen
dedicado a un largo siglo IV (El último
siglo de la España romana (284-409),
Madrid, 1982) y otro, más reciente, al
siglo V (Bárbaros y romanos en Hispania (400-506 A.D.), Madrid, 2005).
La relación con este último queda
plasmada por el título, Esperando a los
árabes, que lo coloca, como aquel, bajo
la égida de un conocido poema de
Constantino Cavafis.
Como obra que es de un brillante especialista de la época imperial, capaz de
ofrecer un punto de vista renovado y
desligado de los condicionantes propios
de la historiografía visigoda, este trabajo
representa un aporte considerable, si
bien, por desgracia, no cumple con todas las expectativas. El autor defiende
aquí dos tesis, que no siempre resultan
compatibles y sobre las que volveré a
continuación: la de una fuerte continuidad entre la época romana y el periodo
visigodo, y la del carácter extremadamente «amargo, oscuro, triste» (pág. 20)
del mismo. En su conjunto, el libro aparece muy desigual: mientras algunas
páginas desarrollan análisis novedosos
y fundamentados, otras no convencen o
incluso irritan. No se articula de forma
ordenada, sino que yuxtapone pequeños toques sin pretensión de exhausti-
vidad, empezando, eso sí, por «El asentamiento» (cap. I) y terminando por
«711» (cap. XII). Dicha falta de construcción, aceptable en sí misma, termina
restando algo de claridad a la demostración, sobre todo en el interior de cada
capítulo, donde se echan de menos conclusiones provisionales más inteligibles.
Aun admitiendo lo ingente de la tarea emprendida, que conllevaba familiarizarse con nuevas fuentes y sobre
todo (por su volumen) con bibliografía
nueva, no se puede obviar cierto carácter inacabado del libro, el cual origina
problemas más o menos graves. Uno,
ciertamente accesorio, es la presencia
de repeticiones entre capítulos, por
ejemplo, la insistencia sobre la interpretación del término palatium, que no
se refiere necesariamente a una forma
arquitectural concreta. Una relectura
más atenta habría mejorado algunos
pasajes demasiado alusivos (así,
pág. 135, la ausencia total de explicación acerca de «lo ocurrido en los últimos años» en las excavaciones de Veleia, o una nota escueta y sibilina de la
pág. 138, «Artículos en el coloquio
reciente»). También habría evitado
errores muy aparentes, como la transformación (en cuatro ocasiones,
pág. 154) del dux Paulus, rebelado
contra el rey Wamba en 673, en «Petrus», o la sorprendente afirmación
242
RESEÑAS
según la cual no hubiera habido obispos en Vasconia antes de los siglos
VIII-IX (pág. 145). Más desafortunada
es la precipitación que afecta a varias
argumentaciones, incluso cuando se
trata de hipótesis valiosas o de temas
importantes dentro de la línea del libro.
En el apartado sobre reinas (págs. 8082), J. Arce dedica tres líneas lapidarias a la «protección» de las viudas
reales, cuando su relegación en un monasterio es un claro indicio de que el
sistema romano de legitimación a través de las mujeres sigue vivo en época
visigoda. Su propuesta muy interesante
de que algunos de los yacimientos de
pizarras se hayan correspondido con
thesauri locales (pág. 96) no la respalda con ninguna demostración propia ni
por bibliografía alguna, a pesar de las
publicaciones recientes sobre esta cuestión. La «selectividad» de las referencias bibliográficas, voluntaria, según
asegura el autor, llega a sus límites
cuando, en el capítulo sobre vascones,
cita un único libro algo desfasado (Roger Collins, Los vascos, Madrid, 1989)
y pasa por alto las publicaciones de J.
J. Larrea, cuyas ideas, en cambio, están
en perfecta sintonía con su propia argumentación.
Por lo demás, J. Arce adopta una
actitud muy contrastada frente a la
bibliografía. En muchos casos, ostenta
una muy sana prudencia (por ejemplo,
acerca de la localización de Recópolis,
cap. IX) y un sentido crítico que le
permiten desmontar construcciones
historiográficas no sustentadas en las
fuentes, llegando incluso a hablar, con
razón, de «historia-ficción». Aquí radica todo el interés del libro, que, desde
la mirada de un Persan ajeno a la tradición historiográfica visigoda, puede
derribar sin contemplaciones mitos
historiográficos tales como el de la
bizantinización del reino visigodo (pág.
72). Sin embargo, en otros casos, J.
Arce otorga una confianza excesiva a
dicha tradición bibliográfica, por ejemplo, cuando afirma que Celsus (el coautor de una carta al rey Recesvinto conservada en el epistolario de Braulio de
Zaragoza) es «dux de la provincia Tarraconense», sin bases textuales (pág.
47), o cuando considera, siguiendo a E.
A. Thompson, que los concilios de
Toledo son «típicamente españoles»
(pág. 258). La existencia de prácticas
muy similares en el mundo franco contemporáneo manifiesta que se trata de
un lógico desarrollo de la romanidad
tardía, conforme a lo que él mismo
pretende demostrar. El lector afín al
continuismo que profesa J. Arce no
puede sino lamentar que el estudio no
haya profundizado más, lo cual habría
conferido más contundencia a sus conclusiones. Un ejemplo revelador es el
de las penas practicadas en el reino de
Toledo (cap. VI). El autor concluye
que, con la excepción de la decaluatio,
único castigo propiamente germánico,
el régimen de las penas está en la línea
de la tradición tardorromana. No obstante, leyendo más detenidamente a É.
Patlagean, a la que él mismo remite
(Évelyne Patlagean, «Byzance et le
blason pénal du corps», en Du châtiment dans la cité. Supplices corporels
et peine de mort dans le monde antique, Roma, 1984, págs. 403 y ss.),
habría advertido que un castigo equivalente se encuentra en la Eklogê de 726.
La decaluatio, muy probablemente
proceda de una práctica ya en uso en el
imperio tardío, con lo cual se desvanece el último rasgo «germánico» del
sistema penal visigodo.
Quedan por valorar las dos tesis defendidas en este libro. Empezaré por la
segunda arriba mencionada, la que
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RESEÑAS
define la época visigoda como una fase
negra de la historia peninsular. Asumiendo la subjetividad que supone tal
aserción, diré que como especialista me
chocó y hasta me pareció ofensiva.
Parece razonable considerar que el
trabajo del historiador excluye a priori
la condena de su objeto de estudio, y
que se debe limitar a exponer y explicar sin juzgar, dejando a otros, si cabe,
la responsabilidad de esto último. Condenar sin apelación todo un periodo
histórico parece ya discutible; hacerlo
sobre las bases de las que el autor se
vale, es casi grotesco. Ahí van algunos
de sus argumentos. Todo divertimiento
quedaba prohibido por la Iglesia (pág.
181): cierto, pero es imposible creer
que la población no se divirtiera de una
forma u otra, aunque echase en falta los
ludi y el teatro. «Los domingos debían
de ser los días más aburridos de la semana» (pág. 183)… ya que todo tipo
de trabajo quedaba prohibido. ¿Debe
entenderse esta frase como una broma
o como una provocación algo infantil?
Otro argumento es la abundancia de
suicidios, abundancia deplorada por los
padres conciliares y achacable a la
dureza de los tiempos; pero precisamente, ¿por qué confiar en el discurso
eclesiástico sobre el particular? Es muy
probable que la condena de los suicidios respondiese a una agenda doctrinal, antes que a una realidad fáctica, de
la que por lo demás nada se sabe. A
este respecto cabe advertir que, en varias ocasiones, el manejo de las fuentes
normativas (las fuentes textuales visigodas más importantes en volumen,
por desgracia) peca de ingenuidad,
como cuando el autor aduce, también a
partir de la legislación conciliar, que
los obispos visigodos se pasaban el
tiempo alternando con mujeres o festejando en banquetes (págs. 271-274). La
243
dureza de los tiempos, plasmada en la
severidad de los castigos penales, no
tiene nada que envidiarle a la época
romana, como reconoce el propio J.
Arce (págs. 150 y 170). En realidad, si
en su opinión la época visigoda aparece
tan sombría y deprimente, es por la
omnipresencia de una Iglesia todopoderosa, que se entromete en los asuntos
civiles, apoya sin fallos el régimen
visigodo y persigue a las viudas (a las
que considera como esencialmente
viciosas, pág. 195), a los judíos y a los
homosexuales. El que a veces el libro
abandone el género histórico para convertirse en panfleto lo aclara la última
frase del cap. X: «La Iglesia española
ha sentido siempre nostalgia de este
periodo histórico, la época visigoda, y
ello explica acontecimientos recientes
de nuestra historia e intervencionismos
en la sociedad civil cuyos orígenes se
remontan a los siglos VI y VII, y explica también las interpretaciones de una
gran parte de la historiografía sobre
esta época» (pág. 259). Lo que en el
siglo XXI se puede considerar ingerencia, no lo es en el siglo VII porque
antes de la Reforma gregoriana, Iglesia
y poder seglar no tienen claramente
delimitados sus ámbitos de actuación.
Por ello, también se debería proscribir
la palabra «cesaropapismo» (pág. 258),
aún utilizada por demasiados historiadores, como fruto de un enfoque anacrónico —véase la brillante demostración de G. Dagron, en un libro que el
propio autor cita (Gilbert Dagron, Empereur et prêtre. Étude sur le «césaropapisme» byzantin, París, 1996)—.
Llevado por su afán de denuncia, J.
Arce llega finalmente a proponer una
comparación entre el mundo hispanovisigodo y la Alemania nazi (págs.
255-256). Si uno mantiene la cabeza
fría, le parecerá que la única relación
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RESEÑAS
entre ambos es que la segunda es una
lejana heredera del primero, junto con
otros muchos legados del pasado y sin
ningún carácter de necesidad histórica.
Semejante valoración infringe por completo la deontología del historiador.
Terminaré por la primera tesis, que
comparto con el autor y que coloca el
libro, dentro del enfrentamiento historiográfico de los años 1990-2000 entre
«continuistas» y «rupturistas» postromanos, en el campo de los primeros. J.
Arce pone toda su habilidad en defender
la romanidad de los visigodos, a mi parecer con acierto. Su dominio de campos
históricos alejados del marco peninsular
le permite comparaciones esclarecedoras,
así entre vascones e isaurios (pág. 139) o
sobre la interpretación de las ruinas del
Cerro de la Oliva (cap. IX). En relación
al ejército, el autor enmarca correctamen-
te la práctica del triunfo y de lo que se
podría asemejar a una «guerra santa»
dentro de la tradición tardorromana y no,
de forma regresiva, como una anticipación de la Reconquista propia de la península ibérica. También señala acertadamente que la comitiva armada de
Theudis responde a la práctica tardoantigua de algunos de los más poderosos
para proteger su persona, y no se puede
confundir, como suele hacerse, con un
ejército privado (págs. 121 y ss.).
Resulta arduo concluir esta reseña.
Se trata de un libro importante, que merece la pena leer con atención y con el
que uno no debe dudar en enfadarse.
Pudo hacerse mejor, pero ahí está. Esperemos que los especialistas de la España
visigoda alcancen a sacarle todo el provecho sin «jeter le bébé avec l’eau du
bain».
———————————————————–—— Céline Martin
Université Bordeaux-3 / Ausonius
[email protected]
BOURIN Monique y MARTÍNEZ SOPENA, Pascual (eds.): Anthroponymie et migrations dans la Chrétienté Médiévale. Madrid, Casa de Velázquez, 2010, XXVI +
406 págs., ISBN: 978-84-96820-33-3.
El presente volumen editado por
Monique Bourin y Pascual Martínez
Sopena contiene quince contribuciones
de diecinueve autores dentro del marco
metodológico y conceptual de antroponimia y migraciones en el área de la
cristiandad medieval. La primera sección del tomo, dedicada a la Alta Edad
Media, incluye tres artículos dedicados
al «corazón de la cristiandad» (SaintGermain-des-Prés) y tres a «márgenes
ibéricos». La segunda sección, dedicada
a los siglos XII y XIII, enfatiza los con-
tactos interculturales con un par de artículos sobre la península Ibérica y la
diáspora normanda respectivamente, al
que se suma uno sobre Hungría. Finalmente, la tercera sección, dedicada a la
Baja Edad Media, consiste en dos contribuciones del área francesa y dos del
área ibérica. Este balance inicial es indicativo del alcance temporal y geográfico
de la cristiandad medieval. El abordaje
del marco metodológico y conceptual de
antroponimia y migraciones demanda
un balance más minucioso.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 241-326, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
Las migraciones, presentadas como
un tema medieval central tanto como
un foco de interés actual, vinculadas a
la antroponomía resultan en un planteamiento muy focalizado: la duración
de la preservación y el cambio (o la
resistencia a este) de los nombres de
los inmigrantes, así como el grado de
integración social que estas alternativas
reflejan. Una larga serie de variables se
contemplan como posibles determinantes de la antroponímia de los inmigrantes tales como el marco migratorio
(individual, familiar, grupal), el origen
social de inmigrantes y receptores y la
distancia entre los puntos de partida y
llegada de los inmigrantes. Dos instancias más se consideran como condicionantes en la elección de nombres: la
conquista, como proceso inverso a la
migración (la población X no se trasladó a la sociedad Y, sino que la sociedad Y incorporó a la población X) y la
aculturación y apropiación en cuyo
caso no se desplaza ni una población en
forma de migración ni una sociedad en
forma de conquista, sino una moda
antroponímica en forma de difusión.
Monique Bourin, al proveer este esquema tan analíticamente claro, formula a su vez un marco en el que cada uno
de los artículos puede ser valorado. El
artículo de Jean-Pierre Devroey, que
abre la sección altomedieval, reconstruye con suma pericia las migraciones
recogidas por el polypticon de SaintGermain-des-Prés (203 adultos). Sus
conclusiones apuntan a la rigurosidad
de la gestión del capital humano. El
segundo abordaje del mismo polypticon, por Pascal Chareille y Pierre Darlu, no ignora sino que invierte el esquema analítico propuesto por la
editora. Ya no se trata del impacto que
la migración tiene sobre la antroponomía, sino que la antroponomía se con-
245
vierte en un indicador de estabilidad o
movilidad poblacional. La migración,
en este caso de diez monjes, es también
el centro de interés del artículo de Walter Kettermann en el que la antroponomía ocupa un lugar idiosincráticamente marginal. En el escenario
ibérico, Carlos Reglero de la Fuente se
vale de un análisis meticulosamente
comparativo de la «onomástica arabizante» para determinar convincentemente la presencia de inmigrantes mozárabes en León-Astorga-Zamora y
Burgos en el siglo X. Una vez más la
antroponomía ha acudido al rescate del
análisis migratorio, pero una vez producida la migración, ¿cuál fue el destino de la antroponomía? La nota al pie
de página número 38 (pág. 98) da un
indicio al referirse a la continuación y
el cambio antroponímico en el paso
generacional, el tema central del volumen tal y como está prescripto en la
introducción. También David Peterson
se vale de la antroponímia, en este caso
como auxiliar de la toponimia, para
verificar la migración vasca al sur del
Ebro y concluir que no hubo ningún
flujo migratorio significativo. Finalmente, el extraordinario estudio multidimensional (generacional, geográfico,
social, político [unidades condales] y
micro-análisis [Villae de Sant Joan de
las Abadesas]) de Lluis To Figueras,
Monique Bourin y Pascal Chareille
aborda el debate en torno a la migración o «repoblación» de las regiones
situadas al sur de los Pirineos para concluir que una ola migratoria desde las
montañas hacia el mar no ha sido potente e incluso en ocasiones ni siquiera
se puede afirmar su existencia. Una vez
más, en total consonancia con la sección altomedieval del volumen pero en
discordia con su marco analítico introductorio, la antroponomía más que la
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RESEÑAS
variable dependiente de la migración es
su ciencia auxiliar.
En la segunda parte del volumen, titulada «contactos interculturales» y
dedicada a los siglos XII y XIII, en
cambio, la antroponímia sirve como
fuente de estudio de los procesos culturales que afectaron a los inmigrantes a
la manera anunciada en la introducción
general al volumen. Esta diferencia
respecto de la primera parte radica en
el conocimiento positivo del fenómeno
migratorio desde otras fuentes y métodos, razón por la cual la información
antroponímica sirve no solo como indicio migratorio sino sobre todo como
indicador del destino cultural de los
inmigrantes y su sociedad receptora.
Así, Pascual Martínez Sopena en la
introducción general a la sección describe procesos no abordados en ella
tales como la «polinización» de la nobleza alemana en Polonia, la germanización de la nobleza polaca, la transformación de Silesia en una región
eslavo-alemana, mientras que en su
artículo sobre francos en España destaca la dilución de la presencia franca
hacia el siglo XIII como resultado de
su integración en la sociedad receptora.
Enric Guinot Rodríguez enfatiza las
transformaciones antroponímicas sufridas por los futuros inmigrantes provenientes de la Corona de Aragón hacia
Valencia —la llamada «revolución
antroponímica», i.e. paso del nombre
único al compuesto— y la difusión de
las mismas a su nueva sociedad. Este
mismo proceso de difusión antroponímica, tanto en su componente estructural del paso al nombre compuesto como en la transformación del repertorio
e idioma de los nombres, es presentado
por Katharine S. B. Keats-Rohan en el
contexto de la penetración normanda
en Inglaterra y la dialéctica de la adop-
ción de la modalidad antroponímica
normanda por parte de la sociedad
conquistada a partir de la segunda generación tanto como la anglización de
los nombres normandos. Iris Shagrir
retoma la adopción de los nombres
compuestos en el contexto del Reino de
Jerusalén enfatizando el uso creciente,
del 40 al 63%, de locativos como epítetos de los nombres de pila, que interpreta como un ejercicio de preservación de la memoria de la tierra de
origen tanto como un síntoma de alienación respecto de la sociedad local.
Finalmente, la transición del nombre
simple al compuesto acontecida en
Hungría a partir de la segunda mitad
del siglo XIII y hasta fines del XV es
abordada por Nora Berend en el contexto de la tensión entre la nobleza
local cristalizada hacia inicios del siglo
XIII y los nobles inmigrantes llegados
con posterioridad a esa fecha. En el
marco de esta puja con los linajes nobles veteranos, los nobles foráneos
desarrollarán sus mitos de origen a
caballo de la «revolución antroponímica». En lugar de adoptar apellidos étnicos, como el común de la población
(e.g. Besenyő [Pecheneg], Horvát
[Croat], Kun [Cuman]) los inmigrantes
nobles adoptaron la designación del
linaje, en ocasiones fruto de la invención, o el nombre de su posesión territorial en Hungría.
La tercera parte del libro, dedicada
a la Baja Edad Media y titulada «Lectura espacial del corpus antroponímico», retoma la orientación observada
en la primera parte en tanto que la antroponimia sirve de utillaje para el estudio de la migración, las migraciones
tienen lugar en áreas restringidas y la
cristiandad medieval vuelve a acotarse
a Francia e Iberia. Denise Angers y
Pascal Chareille rastrean cambios po-
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RESEÑAS
blacionales en una serie de parroquias
en Normandia. Juliette Dumasy analiza
la movilidad poblacional en la baronía
de Sévérac-le-Château en función de
las coyunturas económicas y demográficas, particularmente el rol de los jovénes, observando una afluencia considerable de inmigrantes en las decadas
de 1440 y 1450 y un bloqueo de la
migración desde 1480. Carlos Laliena
Corbera aborda la estabilización social
de la población rural en la zona sur de
Aragón, poblada por inmigrantes de
primera y segunda generación durante
el siglo XIII, según el auge migratorio
va tocando su fin al concluir el siglo
XIV. Por último, el artículo de Isabel
Franco enfoca principalmente el uso de
topónimos como indicadores de procedencia de posibles inmigrantes en la
ciudad de Porto.
«Antroponimia y migración en la
cristiandad medieval» expone las dos
lógicas del binomio antroponimiamigración. La primera de ellas, practicada en la primera y tercera parte del
volumen, responde a las preguntas:
¿hubo movimientos migratorios? ¿Qué
podemos saber sobre la procedencia
(en términos geográficos, culturales y
sociales) de los migrantes? Ante la
incertidumbre migratoria, la antroponimia se transforma en recurso metodológico para abordar estas cuestiones.
La estabilidad y homogeneidad onomástica dan testimonio, dentro de este
enfoque, de estabilidad poblacional,
mientras que las innovaciones y heterogeneidad antroponímicas revelarían
un flujo migratorio. La segunda lógica
parte de la certeza del hecho migratorio, tal y como es el caso de las conquistas de Valencia, Inglaterra y Jerusalén o de la migración franca a España
y europea a Hungría. Partiendo de ese
conocimiento, la antroponimia se con-
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vierte en objeto de estudio, no ya un
medio sino un fin en sí mismo, tal y
como anuncia la introducción y como
efectivamente sucede en la segunda
parte del tomo. En este caso la homogeneidad onomástica representa la imposición o aceptación de un patrón
antroponímico, el de la sociedad conquistadora/migrante, la conquistada/receptora, o una síntesis de las modalidades antroponímicas de ambas. La
heterogeneidad, por el contrario, refleja
la preservación, el dualismo, la falta de
integración y la resistencia.
En el epílogo del tomo, Patrick Geary
pregunta: ¿qué más avances pueden
hacerse en el uso de la antroponimia para
rastrear el cambio histórico? Después de
premiar el alcance de la estadística analítica sobre la descriptiva, apunta a la colaboración entre historiadores y filólogos,
geógrafos y estadísticos. En el presente
volumen, de hecho, ambas aplicaciones
estadísticas son usadas y así también lo
son la filología y la geografía. Prestos a
pensar en antroponimia y multidisciplinariedad sería oportuno vincular la antroponimia a la antropología y sociología.
La estadística, la filología y la geografía
le han dado a los artículos del presente
volumen una alta pericia técnica y precisión descriptiva. Antropología y sociología podrían darle a la antroponimia profundidad interpretativa, conceptual y
teórica. Una vez prolíjamente reconstruídas, proyectadas, y geográficamente
distribuidas las series estadísticas, es
tiempo de profundizar en la interpretación del proceso de adjudicación, uso y
significados de los nombres a través de
los grupos sociales, culturales, generacionales y de género. Esta orientación
adicional de la colaboración multidisciplinaria podría contribuir además a modificar al estilo técnico y áspero de la
escritura sobre antroponimia.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 241-326, ISSN: 0018-2141
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RESEÑAS
Patrick Geary reserva sus mayores
esperanzas en cuanto a la expansión del
conocimiento antroponímico a los genetistas y a su potencial contribución para
el reconocimiento de las poblaciones
históricas. Dicho reconocimiento representaría, efectivamente, un paso adelante
en la ambiguedad intrínseca del binomio
antroponimia-migración venciendo la
tautología implícita en la identificación
de heterogeneidad antroponímica con
migración y homogeneidad antroponímica con ausencia de migración. Esta
segunda situación bien podría estar encubriendo una migración eficazmente
absorbida. Desconozco cuánto de lejos o
de cerca podemos estar de contar con tal
reconocimiento. Cabe entonces pasar del
binomio antroponimia-migración al
segundo componente del título «la cristiandad medieval». Aquí sí serían de
esperar avances en el estudio de la antroponomía, asequibles independientemente de posibles avances científicos.
La ampliación del marco geográfico, el
reemplazo de la estrategia acumulativa
de casos mutuamente aislados empleada
en este volumen por otra comparativa
que permita contrastar procesos, o incluso abordajes relacionales o cruzados que
permitan vincular las dinámicas observadas en diversos casos, son algunas de
las metas posibles y laudables para la
antroponimia de la Europa medieval.
———————————————————–——
Diego Olstein
Universidad Hebrea de Jerusalén
[email protected]
CARNEVALE SCHIANCA, Enrico: La cucina medievale. Lessico, storia, preparazioni.
Florencia, Leo S. Olschki, 2011, XLVI + 756 págs., ISBN: 978-88-222-6073-4.
El léxico de especialidad constituye
actualmente una de las líneas de investigación más fecundas de la lexicografía
histórica, que durante largo tiempo la
había desatendido, en parte por el difícil
acceso a unas fuentes por lo general
inéditas o mal estudiadas. En este sentido, la edición y el estudio de la literatura
técnica del Occidente europeo medieval
ha dado resultados muy importantes en
las últimas décadas, que permiten investigaciones como esta, correspondientes
al campo del léxico, y su incorporación
progresiva a los diccionarios históricos
actualmente en proceso de realización
(como por ejemplo el Tesoro della lingua italiana delle origini, consultable en
http://tlio.ovi.cnr.it/TLIO/). Por otro
lado, conviene no perder de vista que el
estudio del léxico técnico antiguo va
mucho más allá del simple inventario
de palabras con sus correspondientes
definiciones, pues ofrece testimonios
de gran importancia para el estudio de
la difusión y la penetración social del
saber en un marco como el europeo
medieval en el que conviven la transmisión académica y la extraacadémica,
y la transmisión oral y la escrita.
Enrico Carnevale Schianca es graduado en Derecho por la Universidad
de Pavía. Dedicado a la historia de la
cocina por lo menos desde hace tres
décadas, académico honorario y miembro del Centro de Estudios de la Academia Italiana de la Cocina, colabora
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RESEÑAS
habitualmente en la revista Appunti di
Gastronomia, con ensayos dedicados
principalmente a la cocina y la dietética
medieval, entre los que pueden destacarse las traducciones comentadas del
Tractatus de Modo preparandi et condiendi et omnia cibaria, del Opusculum
de saporibus de Maino de Maineri, del
Liber de ferculis del maestro Jambobino, entre otros.
El nuevo trabajo de Carnevale
Schianca queda enmarcado en una tradición de estudios lexicográficos gastronómicos italianos que en estos últimos años está dando sus frutos no solo
en lo referente al periodo medieval sino
para épocas posteriores (Patricia Bianchi, «Il léxico gastronomico in ricettari
meridionali tra Seicento e Ottocento»,
en Cresti, E. (a cura di), Prospettive
nello studio del léxico italiano. Atti
SILFI 2006, Firenze, vol. 1, págs. 123127). De hecho el léxico gastronómico,
y en concreto el medieval, es un campo
privilegiado de investigación para poder
conocer cómo el latín y los distintos
dialectos italianos convivieron y evolucionaron en una misma realidad lingüística. Una convivencia y evolución que
implica una manifestación de los procesos de innovación lingüística. Con todo
hay autores que consideran que la cocina medieval y renacentista poseía una
«dimensión universal», por lo que no
resultan claras algunas tradiciones léxicas locales y regionales que en ocasiones se vienen aceptando (Giovanna Frosini, «L’italiano in tavola», en Trifone,
P. (a cura di), Lengua e identità. Una
storia sociale dell’italiano, Roma,
2006, págs. 41-63), a lo que hay que
añadir que ya desde el siglo XIII los
textos culinarios italianos recogen términos franceses, aun tratándose de un
número ciertamente limitado (Wolfgang Schweickard, «I gallicismi nel
249
léxico culinario italiano», en Castiglione, M. e Rizo, G. (a cura di), Parole da
gustare. Consuetudini alimentari e
saperi linguistici. Atti del Convengo Di
mestiere faccio il lingüista. Precosí di
recerca, Palermo-Castelbuono, 4-6
maggio 2006, Palermo, 2007, págs.
267-284).
El tema a tratar es sumamente complejo, pero Carnevale Schianca sale, a
mi entender, airoso del reto que se ha
marcado en este libro. Por un lado, a
modo de introducción, plantea al lector
la división en «tradiciones» (o «familias») a las que los investigadores han
sometido la literatura culinaria tardomedieval italiana. Una cuestión muy
útil para aquellos que se acerquen por
primera vez a este tipo de obras para
hacer entender que la literatura gastronómica, como otras «literaturas», no
surge por generación espontánea o por
la lucidez momentánea de un cocinero
en particular. El análisis de la transmisión textual, aunque finalmente expuesta de forma breve, ha sido una de las
principales motivaciones, según el propio autor, para emprender tan arduo
trabajo como es la recogida de un léxico especializado. Por otro lado, ofrece
una veintena de fichas descriptivas de
los recetarios que ha manejado, fechados entre el siglo XIV y principios del
siglo XVI (págs. XI-XVI). Continúa
una extensa bibliografía en la que no
pasa por alto la estrecha relación que
existe entre la cocina y la medicina
dietética, esencial para la cultura medieval. Es quizás aquí donde se echa de
menos el conocimiento y uso de algunos estudios más o menos recientes
sobre la alimentación medieval en los
reinos hispánicos (Antoni Riera i Melis, Juan Vicente García Marsilla, Lluís
Cifuentes i Comamala, Teresa de Castro Martínez, Fernando Serrano Larrá-
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RESEÑAS
yoz) y en el mundo islámico (Manuela
Marín), algo demasiado habitual en
obras de otros países a pesar de los
medios de difusión y acceso a la información existentes hoy en día, lo cual
transmite la falsa sensación de que la
historiografía hispana respecto a este
tema es secundaria o inexistente. Cierto
que recoge y trabaja con algunos manuscritos e impresos de origen o tradición catalana, pero salvo aludir a Lucie
Bolens y Ambrosio Huici Miranda en lo
que respecta a la cocina de al-Andalus o
a Miguel Ángel Motis Dolader para la
alimentación en el ámbito judío, la primera con obras escritas en francés y el
tercero en versión italiana, pocas más
referencias aporta sobre el ámbito hispano (págs. XVII-XLI). Siguen unas
abreviaturas particulares (págs. XLIIIXLIV) y una necesaria y compleja advertencia para la correcta consulta de
dicho léxico en la que explica los criterios de ordenación de las voces, su estructura interna y el tipo de información
que ofrecen (variantes gráficas y mor-
fológicas, definiciones, citas textuales,
bibliografía), así como los criterios de
normalización lingüística y los signos
empleados (págs. XLV-XLVI).
El grueso de la obra está constituido
por un vocabulario de unas 2.500 voces
relacionadas con la cocina y la gastronomía recogidas en los recetarios consultados, que ofrecen un espléndido
corpus culinario gastronómico, acompañado de un repertorio de los términos
científicos antiguos relacionados con
algunas de dichas voces.
Un notable esfuerzo ahora disponible para el investigador y el público
ilustrado en general. Carnevale Schianca finaliza el libro con una parte lúdica,
en la que invita a los más avezados a
reproducir algunas recetas de las que
ha tratado en el léxico (págs. 743-753);
una parte a mi entender quizás prescindible vista la solidez del conjunto de la
obra, pensada quizás para añadir un
punto de comercialidad y justificar el
título de este, con todo, magnífico libro.
—————————————————
Fernando Serrano Larráyoz
Universidad de Alcalá
[email protected]
CROSAS LÓPEZ, Francisco: De enanos y gigantes. Tradición clásica en la cultura
medieval hispánica. Madrid, Dykinson, 2010, 169 págs., ISBN: 978-84-9849907-0.
Dentro de una línea de trabajo que
ha generado numerosos artículos desde
perspectivas parciales en los últimos
tiempos, este libro ofrece al lector la
posibilidad de adentrarse en el tema de
la tradición clásica de un modo sencillo
y al tiempo completo, por lo que su
valor propedéutico es incuestionable.
Tal vocación didáctica se deja ver en su
mismo planteamiento: encabezada por
una cronología que desde el año 476
hasta 1520 presenta en columnas paralelas autores y textos protagonistas de
la transmisión del legado clásico, y
acontecimientos de la historia y de la
cultura medievales, la obra se divide en
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RESEÑAS
siete grandes bloques que pretenden
mostrar una panorámica de la cuestión.
Así, el primer bloque se dedica a los
procedimientos hermenéuticos y abarca
modos de interpretación como el evemerismo, el alegorismo o la tradición
física, así como fenómenos como el
anacronismo. Un segundo bloque se
dedica a la mitología y a los repertorios
mitográficos; el tercero aborda los
grandes temas y ciclos de la antigüedad, especialmente Troya y Alejandro,
mientras que el cuarto pasa revista a la
presencia de los clásicos en las bibliotecas hispanas, es decir, plantea los
hechos desde el punto de vista de la
materialidad de la transmisión. Los
bloques quinto y sexto se dedican a
autores, por una parte los autores antiguos presentes en la tradición medieval, es decir, los autores recibidos, y
por otra los autores que reciben, los
llamados «humanistas» hispanos medievales, que abarcan desde el autor del
Libro de Alexandre, en el siglo XIII,
hasta los protohumanistas como Alfonso de Palencia, en el XV, con un apartado especial dedicado a los humanistas
levantinos, desde Bernat Metge hasta
Ferran Valentí. Un séptimo bloque, más
breve, esboza lo que el autor denomina
«los senderos de la crítica» y aporta, por
lo tanto, ideas sobre los caminos que
aún quedan por desbrozar en este campo
de trabajo.
El hecho de que la tradición clásica
se enfoque desde el punto de vista de la
recepción medieval no resta valor al
planteamiento de la obra, sino que lo
confirma en una trayectoria epistemológica bien consolidada, uno de cuyos
más conocidos exponentes es un autor
citado profusamente por Crosas, Jean
Seznec, creador de una visión de los
hechos de la que son deudores bastantes de los planteamientos actuales. En
251
este sentido, puedo sin embargo echar
de menos en la nómina de las autoridades citadas por Crosas a Salvatore Settis, quien precisamente en ese mismo
año 2010 figura, junto con Anthony
Grafton y Glenn W. Most, como editor
del valioso diccionario titulado The
Classical Tradition (Cambridge, MA y
London).
La segunda restricción que plantea
el libro de Francisco Crosas es la espacial, pues se circunscribe al ámbito
hispano. La elección se incardina en
una tradición de estudios bien establecida y resulta perfectamente asumible
al quedar enmarcados la exposición y
el análisis de la casuística hispana en
un ámbito previo global, ya que los
cuatro primeros capítulos tratan de
cuestiones tanto metodológicas como
«de repertorio» que van más allá de los
límites geográficos y tratan, por lo tanto, de lo que sucede en el mundo de la
cultura escrita europea. Forzosamente,
todo tratamiento de los textos del medievo hispano que haga incidencia en
el legado de la cultura clásica tiene que
pasar por superar las fronteras espaciales y temporales para abrir un diálogo
constante entre mundo antiguo, mundo
medieval y mundo contemporáneo. Si
bien los antiguos creían en las fronteras
territoriales y estaban condicionados
por su adscripción geográfica y cultural, la percepción de su cultura como
un valor universal, ausente de todo roce
con tradiciones autóctonas y libre de
los matices que cualquier vinculación a
una tierra y a un tiempo generan, parece permitir a los autores de la Edad
Media, como a nosotros mismos, estudiosos contemporáneos, acoger, adaptar y hacer nuestros los principios ideológicos, estéticos, éticos o artísticos
que extraemos de su contemplación y
lectura.
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RESEÑAS
En este sentido, vale la pena preguntarse hasta qué punto el estudio de
la recepción de las letras, o de los objetos artísticos «clásicos» en la Edad
Media está demasiado contagiado de la
visión emanada por el estudioso contemporáneo. Traigo a colación un
ejemplo muy pertinente que el propio
Crosas presenta a propósito de los
«senderos de la crítica» (págs. 148-9)
con respecto a un tema al que él mismo
ha dedicado cierta atención en el cuerpo del libro, la recepción de Virgilio en
la Edad Media (págs. 82-91). Crosas
comenta que la monografía que a este
tema dedicó en el siglo XIX Domenico
Comparetti no ha sido aún superada, ni
en ambición, ni en detalle ni en ejecución, pero que, sin embargo, el estudio
está muy viciado por los presupuestos
ideológicos del propio Comparetti,
derivados sin duda del tiempo que le
tocó vivir. Aun con todo, los escasos y
parciales estudios posteriores consagrados a este tema han seguido asumiendo buena parte, si no la totalidad,
de los planteamientos de Comparetti o
se han centrado, añado yo misma, en
discutir esos presupuestos, siempre a
partir del enfoque metodológico «de
turno». La pregunta es, ¿es posible
evitar eso? ¿Podremos replantearnos el
estudio de la visión medieval de Virgilio siendo ajenos a nuestra propia impronta, derivada de nuestros propios
condicionantes como estudiosos? ¿No
caeremos en la visión, en el mejor de
los casos, de un Comparetti del siglo
XXI?
Supongo que algo se puede afinar.
Imagino también que lo ideal sería
dejar hablar a los textos medievales
aprovechando, por una parte, el más
amplio y mejor conocimiento que de
ellos tenemos a estas alturas de la historia y, por otra parte, nuestra cada vez
más profunda comprensión de los textos llamados «clásicos». Para ello es
fundamental saber cómo se leían los
textos en la Edad Media, y somos
conscientes del papel que en ello juegan los comentarios. Existe una línea
mencionada por Crosas que me parece
particularmente reveladora y que creo
que, tal como ha tenido cierta rentabilidad para tratar de los textos bíblicos,
no ha sido tomada todo lo en serio que
se merece para enfocar aspectos de los
textos clásicos. Se trata del método
alegórico, una forma de exégesis bien
cultivada, especialmente por los estoicos, en el mundo antiguo. El propio
Crosas recuerda (pág. 30) la figura de
Cornuto, autor de un Compendium
theologiae graecae y, sobre todo,
maestro reconocido de autores como
Persio o Lucano, sobre cuyas obras
habrá que suponerle una influencia que
quizás nos ayudaría a enfocar de otro
modo la oscuridad de las imágenes, por
ejemplo, de las Sátiras de Persio. Fue
Virgilio quien se hizo acreedor de comentarios medievales que ahondaron
en esta línea interpretativa y de los que
conservamos obras como la de Fulgencio o, ya en la Baja Edad Media, la de
Bernardo Silvestre, pero existen razones fundadas para postular la existencia
de más obras de este estilo hoy perdidas y en cuya búsqueda han participado
medievalistas como Christopher Baswell o J. Ward Jones, editor del comentario de Silvestre. Las lecturas alegorizantes, quizás por haber caído en
algunos casos en abusos un tanto ridículos, han tendido a ser poco apreciadas por los estudiosos contemporáneos,
pero quizás valdría la pena volver a
leer esos comentarios, y de nuevo los
textos antiguos en sus manuscritos
medievales, para cotejarlos con su recepción en autores medievales. No
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RESEÑAS
deberíamos olvidar, en cualquier caso,
que la interpretación alegórica es hermana de otra técnica practicada ya por
los estoicos, pero que posee asimismo
una tradición dentro de la exégesis
bíblica, la etimología, cuyo poder en la
literatura medieval, encarnado en la
figura de Isidoro de Sevilla, es indiscutible.
Es importante que un libro que,
como ya he señalado, parece tener un
carácter propedéutico, incluso divulgativo, pueda proponer temas de investigación y despertar la reflexión sobre
cuestiones no del todo cerradas. Se
puede comprobar que el de Crosas
253
tiene esta virtud, lo cual hace de su lectura un ejercicio tan placentero como
recomendable para los que se adentren
en el mundo de la llamada tradición
clásica. Podemos añadir, además, que
sería deseable que esa entrada no quedara solo en manos de clasicistas, ni tampoco de hispanistas; también el mundo
del arte y de las imágenes tiene mucho
que decir a este respecto. Uno de los
grandes valores de este campo de investigación y conocimiento es su papel de
crisol de saberes, métodos y visiones, lo
que puede hacer de él un ámbito paradigmático en el actual estado de los estudios de humanidades.
———————————————————–— Helena de Carlos
Universidade de Santiago de Compostela
[email protected]
BARRIOS SOTOS, José Luis: Vida, Iglesia y Cultura en la Edad Media. Testamentos en torno al cabildo toledano del siglo XIV. Madrid, Publicaciones de la
Universidad de Alcalá, 2011, 416 págs., ISBN: 978-84-8138-919-7.
El estudio de cualquier institución
eclesiástica en un momento de su historia suele centrarse en una serie de aspectos muy concretos ―origen y proceso de fundación, organización y
funcionamiento, bases económicas que
la sustentan―, dejando en un segundo
plano al amplio conjunto de personas
sin cuyo concurso hubiera sido del todo
imposible su puesta en marcha. Salvo
algunos obispos, que por su protagonismo político ―amén del eclesiástico― gozaron de una preeminencia
especial y nos son más conocidos, hay
muchos nombres de clérigos seculares
y regulares que permanecen en el anonimato y han quedado «sepultados» por
el peso de los conventos, monasterios o
parroquias en los que desarrollaban su
actividad. Tal vez el caso más señalado
sea el de los protagonistas de la vida
catedralicia, cuyas figuras están en
ocasiones oscurecidas, de un lado, por
las de los prelados con los que les tocó
convivir y, de otro, por la inmensa presencia del propio edificio catedralicio,
que impide muchas veces ver los detalles que se desarrollan en su interior. Es
frecuente hablar de forma genérica del
«cabildo», los «capitulares», los «canónigos», pero no tanto de las personas
que se escondían tras esas expresiones.
La abundante bibliografía que existe
sobre el mundo catedralicio no siempre
ha sido sensible a esta cuestión y ha
silenciado el nombre de muchos de los
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RESEÑAS
responsables de que tales templos hayan
cumplido un papel tan relevante en las
respectivas diócesis que los albergaron.
El primer valor del libro de José
Luis Barrios que aquí reseñamos es el
de venir a cubrir, precisamente, algunas
de esas lagunas, al poner su punto de
mira en presentar las circunstancias
vitales de distintos personajes que, de
forma más o menos directa, estuvieron
vinculados al cabildo de la poderosa
catedral primada de Toledo durante el
siglo XIV. Se sirve para ello de una
fuente muy concreta, una serie de testamentos custodiados en el propio archivo capitular, a los que se suman
otras muchas referencias documentales
y bibliográficas que le permiten reconstruir el complicado rompecabezas que
supone elaborar una biografía. La importancia que como documento histórico tiene esta fuente para el estudioso de
las mentalidades o de la vida material de
las sociedades pasadas está fuera de
duda, máxime si puede analizarse de
forma serial y sistemática. Si bien no es
este el caso que nos ocupa, lo cierto es
que la información aportada por los testamentos analizados permite conocer las
actividades privadas de algunos de los
protagonistas de la realidad catedralicia
toledana y, por tanto, ofrecer detalles de
su vida que de otra forma habrían pasado
totalmente desapercibidos.
Así, la obra nos presenta un bosquejo
de diecisiete personajes ―hombres y
mujeres, laicos y eclesiásticos― entre los
que destacan los doce que en un momento u otro del siglo XIV formaron parte
del cabildo como dignidades (los deanes
Esteban Alfonso y Fernán Pérez de Meneses, el capiscol Pedro Lorenzo, los
arcedianos de Toledo Jofré de Loaysa y
Pero López), canónigos (Ponce Díaz,
Pedro Fernández, Juan Fernández de
Mora y Alvar López) y racioneros (San-
cho Martínez, Juan García y Guillermo
Çafont). El resto, sin dejar de tener interés, son más colaterales y pertenecen a
parientes, a un clérigo vinculado a la
parroquia de San Justo y a dos mujeres
de distinta condición social. Tales biografías se presentan de forma consecutiva, con un capítulo inicial, que sirve
para fijar el contexto y los conceptos
que enmarcarán el estudio, y uno final,
a modo de recapitulación, que, eso sí,
resulta algo breve y no acaba de integrar el amplio volumen de información
que a lo largo de más de trescientas
páginas se desprende de cada una de
esas vidas.
Sin duda, el libro gira en torno a las
trayectorias de los doce miembros del
cabildo mencionados. Ahora bien, si
tenemos en cuenta que en el citado
siglo la nómina de la catedral primada
estaba compuesta por doce dignidades,
cuarenta canónigos prebendados, veinte canónigos extravagantes, cincuenta
racioneros y más de cien capellanes, se
comprende que dichas trayectorias no
son suficientes para extraer conclusiones definitivas y cerradas sobre el alto
clero de la ciudad de Toledo. En todo
caso, ello no resta méritos a un trabajo
que en ningún momento pretende ser
estadístico, pero que, en palabras del
propio autor, tampoco se limita a reunir
«un mosaico de individualidades o
grupos con dinámicas de comportamiento ajenas unas a otras» (pág. 17).
Por el contrario, trata de reflejar la
forma en que el nexo común que es
para todos ellos la vinculación con el
cabildo catedralicio les lleva a adoptar
actitudes, formas de comportamiento, y
hasta de pensamiento, similares, posibilitando realizar un retrato ―incompleto,
pero significativo― de uno de los sectores más influyentes de la sociedad
toledana.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 241-326, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
No es la primera vez que José Luis
Barrios se sumerge en el estudio de las
instituciones religiosas de Toledo, pues
su tesis doctoral sobre el monasterio
femenino de Santo Domingo el Real
apareció publicada hace más de diez
años y es referencia obligada para el
conocimiento de la vida conventual de
la ciudad en la Baja Edad Media. En
todo caso, sí es la primera ocasión en
que se adentra de forma tan directa en
el complicado mundo de la catedral
toledana, sumándose así a la serie de
investigaciones que desde hace años
han permitido conocer con bastante
cercanía la realidad de esta institución,
su complejo funcionamiento y el «universo» material y mental que rodeaba a
sus componentes. Pese a los años trascurridos entre la publicación de uno y
otro, los dos trabajos comparten una
misma inquietud por parte del autor, la
de buscar la relación o relaciones existentes entre las dos instituciones, sus
personalidades más relevantes y el
entorno social en el que se movían, es
decir, el de la propia ciudad de Toledo.
Es precisamente aquí donde encontramos la segunda gran aportación del
libro que nos ocupa, ya que el autor no
se queda en la mera descripción de las
vidas mencionadas, sino que se afana
en conocer «la situación social, relaciones familiares, vínculos de dependencia, soportes económicos y capacidad redistributiva de sus bienes y
rentas en relación con la sociedad que
le circundaba» (pág. 73), tal y como
señala al desgranar la primera de las
biografías. En efecto, todos sus esfuerzos van destinados a señalar los lazos
existentes entre el clero catedralicio y
la sociedad toledana, tanto la más encumbrada de nobles y caballeros como
la que se corresponde con los sectores
artesanales o administrativos de la
255
misma. Descubrir y presentar en la
medida de lo posible ese conjunto de
solidaridades privadas, y de las redes
familiares y clientelares que permiten a
los protagonistas del libro ocupar puestos señalados dentro de la jerarquizada
vida catedralicia, es uno de los logros
más significativos de esta obra.
Ahora bien, tan importante como
conocer el contexto social de las personas que formaron parte del cabildo
toledano, lo es tratar de asomarse a ese
«universo mental, religioso, devocional
e ideológico» (pág. 229) que se esconde tras las aparentemente frías disposiciones testamentarias. Nos acerca a
todo ello un amplio abanico de ritos y
oficios funerarios, la elección de sepultura, la fundación de capellanías o el
conjunto de legados realizados a diferentes órdenes religiosas y a sectores
desfavorecidos, que nos aproximan a los
sentimientos que inspiraba la muerte y a
la forma que la sociedad tenía de afrontarla. También aspectos interesantes de
la piedad popular asoman entre las mandas testamentarias, como las cantidades
dejadas por el clérigo de San Justo, Juan
García a «los emparedados e emparedadas de dentro de la çibdat» (pág. 170),
fenómeno no sabemos si muy extendido
en Toledo, pero cuya sola mención resulta de gran valor. En este punto el
autor no es en absoluto indiferente a la
posible influencia que, de cara a la evolución de todas estas manifestaciones,
pudo tener un siglo de la complejidad
del XIV, cargado de dificultades e inquietudes para gran parte de la población, pero también expresión de los
nuevos tiempos que se iban abriendo
paso en el seno de la sociedad y, muy
especialmente, en una Iglesia peninsular
que apuesta al fin por la reforma.
Uno de los indicadores más interesantes de todo ese complejo y difícil de
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RESEÑAS
desentrañar contexto mental en que se
movían los capitulares toledanos es el
que nos muestra sus inquietudes culturales e intelectuales, reflejadas en los
testamentos, básicamente, a partir de
los libros de su propiedad. Nos encontramos aquí con el tercer gran mérito
del este trabajo, que proporciona una
valiosa información sobre siete bibliotecas particulares que van desde las
más modestas del racionero Juan García o los canónigos Ponce Díaz, Juan
Fernández de Mora y Alvar López, a
las más nutridas del canónigo Pedro
Fernández o el capiscol Pedro Lorenzo,
en las que primaban los libros litúrgicos y de derecho canónico y civil. Ello
es un buen indicador, no solo del poder
económico para adquirirlas, sino muy
especialmente de la personalidad de su
dueño, su grado de formación y sus
gustos en materia lectora. En todo caso,
el conjunto librario que más llama la
atención pertenece a un laico, Tel Fernández de Toledo, relevante personaje
de la vida política local y padre de señalados eclesiásticos. Sus contenidos
son marcadamente político-jurídicos, si
bien es muy destacable un conjunto de
libros de índole religiosa, devocional y
moral, que dicen mucho de sus creencias y gustos personales. Por último, no
quiero dejar de aludir aquí a la interesante noticia que nos ofrece la biografía del arcediano Pero Gómez, quien en
su testamento otorgado en 1351 dispuso un importante legado, 20.000 maravedís, para impulsar y mejorar los estudios que se realizaban en la escuela
catedralicia. Ese dinero serviría para
que una serie de escolares pobres se
educaran en una suerte de colegio en el
que harían vida en común. Aunque
finalmente no debió ponerse en marcha, los deseos del arcediano se anticipan más de un siglo a la fundación del
Colegio de Santa Catalina por el maestrescuela Francisco Álvarez Zapata.
En conclusión, cabe felicitarse por
la aparición de este nuevo libro en el
que, más allá de sacar del anonimato a
una serie de personajes vinculados al
cabildo toledano, se pone de manifiesto
la constante corriente de intercambios
que a muchos niveles existía entre una
poderosa catedral y una ciudad en la
que la presencia de lo eclesiástico era
imponente. La obra pasa así a engrosar
la ya amplia nómina de trabajos que
permiten avanzar en el conocimiento
de la Iglesia toledana, su cabildo catedralicio y, por extensión, la realidad
social y cultural en que se movían sus
habitantes.
——————————————————–— María José Lop Otín
Universidad de Castilla-La Mancha
[email protected]
CRISTELLÓN, Cecilia: La carità e l’eros. Il matrimonio, la Chiesa, i suoi giudici
nella Venezia del Rinascimento (1420-1545). Bolonia, Il Mulino, 2010, 317
págs., ISBN: 978-88-15-13997-9.
Sous un titre en apparence peu original mais doté des termes essentiels,
«mariage», «Église» et «juges», le livre
de Cecilia Cristellon est consacré à une
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 241-326, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
étude précise et pertinente du traitement de la conflictualité matrimoniale
par le Tribunal du Patriarcat de Venise
entre 1420 et 1545. Dépassant une
simple histoire institutionnelle et procédurale du conflit, l’auteur redonne
aux hommes et aux femmes impliquées
une place centrale en conjuguant une
approche juridique et anthropologique
des faits étudiés. Elle privilégie également en ce sens une analyse des interactions entre tous les intervenants et
leur environnement respectif socioculturel, judiciaire et politique. Entre
histoire institutionnelle et histoire des
comportements, ce livre est ainsi véritablement novateur pour deux raisons,
d’ordre méthodologique et épistémologique, en regard du contexte historiographique italien et européen dans lequel il se situe. Pour l’Italie médiévale,
il constitue le premier ouvrage élaboré
à partir d’une analyse systématique
d’un fond inédit d’archives ecclésiastiques consacrés au règlement des litiges
matrimoniaux, portés à la connaissance
du patriarche au tournant des XVe et
XVIe siècles. Cecilia Cristellon s’inscrit
ainsi, à la suite des travaux de l’équipe
menée par Silvana Seidel Menchi et
Diego Quaglioni entre 1996 et 2001
pour les périodes médiévale et moderne,
et auxquels elle a participé, mais dont la
réalisation et l’édition des premiers volumes a reposé sur des enquêtes par
sondages (2001-2005). Elle participe du
renouveau historiographique italien
mais aussi européen déployé depuis le
début des années 2000 à propos des
pratiques d’officialité en matière de
litiges matrimoniaux, tant par l’usage
d’archives neuves que par une approche qui cesse d’être exclusivement
institutionnelle et normative. Elle rejoint cette dynamique d’exploitation et
de publication de sources peu utilisées
257
en Péninsule Italienne, voire complètement inédites, parce que longtemps
considérées comme inaccessibles pour
être dispersées dans les archives notariales, paroissiales ou capitulaires. Ce
qui est vrai jusqu’au début du XVe
siècle dans le cas de Venise ne l’est
plus dès que la chancellerie épiscopale
se met en place et organise la conservation sérielle des procès et autres actes
en relation notamment avec la matière
matrimoniale. Les tribunaux ecclésiastiques finissent par conserver leur propre mémoire dans leurs registres, de
façon autonome. Venise en est
l’exemple et l’analyse du modus operandi propre au Patriarcat s’ajoute de
manière utile et fort intéressante à celle
dont on dispose déjà pour les autres
tribunaux d’officialités connus à ce
jour en Angleterre, en France, en Belgique et en Espagne.
Le choix des bornes chronologiques, déterminé en amont (1420) par le
début de la conservation des documents
et en aval (1545) par l’année où le
Concile de Trente est convoqué, offre
une durée d’étude cohérente avant que
les décrets conciliaires relatifs au mariage ne viennent éventuellement modifier les pratiques matrimoniales des
fidèles et l’attitude des juges d’Église à
leur endroit. Cecilia Cristellon justifie
encore la période choisie par le fait que
d’importantes mutations ont lieu au
sein de la société et de l’Église vénitiennes durant ce laps de temps.
L’identité nobiliaire se redéfinit notamment autour du mariage et des enjeux politiques dont il est porteur, avec
une place nouvelle octroyée aux femmes dans les milieux patriciens en raison des changements législatifs en matière de dot et de descendance. Du
point de vue de l’Église vénitienne,
l’année 1451 constitue une date clé
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RESEÑAS
avec l’institution du Patriarcato qui
assume la juridiction des paroisses de
l’ancien diocèse du Castello, auparavant détenue par l’épiscopat, en plus de
celle du Patriarcat de Grado. Un tel
processus de centralisation offre au
tribunal diocésain un accès élargi à
l’intimité d’un plus grand nombre de
couples. La cour patriarcale de la Lagune reçoit les litigants en première
instance dès lors qu’une des parties est
originaire de ce diocèse. Elle traite
également des causes en appel émanant
des autres diocèses afférents au Patriarcat. Un constat important effectué par
l’auteure, et qui a des incidences sur la
lecture des archives sélectionnées, concerne le fait que les nobles vénitiens
s’adressent au tribunal diocésain pour
régler leurs litiges d’ordre matrimonial,
contrairement à ceux de Florence par
exemple. Le panorama social est donc
plus complet que pour d’autres cours
ecclésiastiques italiennes, au moins
pour ce qui est de leur rôle et de leur
action dans les conflits de nature matrimoniale et conjugale.
La documentation utilisée par Cecilia Cristellon est, certes, d’origine ecclésiastique mais elle se caractérise par
sa nature composite. En effet, l’auteur
s’appuie sur 750 procès, les causarum
matrimonium conservés sous forme de
fascicules, sur divers types d’actes
émanant de l’administration diocésaine
et concernant des affaires nuptiales,
ainsi que sur deux séries de registres :
les filiae causarum et les sentenciarum.
À l’échelle des archives du diocèse,
Cecilia Cristellon emploie également
des registres de cours, des visites pastorales, des archives notariales, des actes
de l’inquisition épiscopale, des constitutions synodales. La multiplicité des
sources permet de comparer les conceptions convergentes ou les discor-
dances de vue entre Église et laïcs autour du mariage, et même du conflit en
soi, ainsi que d’aborder la gamme des
normes alléguées, défendues, appliquées, contournées ou ignorées dans le
déroulement des affaires, entre droit
canonique, coutumes écrites et non
écrites, statuts urbains etc. Utilisés dans
les années 80 pour des recherches sur
l’honneur féminin, la formation de la
conscience moderne ou les aspects de
la discipline sociale, ces mêmes archives sont aujourd’hui sollicitées pour
aborder des thèmes distincts et plus
circonscrits tels que la séparation des
couples, les transgressions matrimoniales, les tribunaux du mariage.
L’ouvrage se divise en deux parties
et quatre chapitres après une introduction dense et précise, qui place immédiatement le lecteur dans l’état d’esprit
adéquat pour aborder efficacement ce
livre. Dans le premier chapitre, l’auteur
expose la physionomie de l’institution
judiciaire que constitue le Patriarcat,
l’organisation du tribunal, la structure
des procès. L’accent est mis sur les deux
instruments dont dispose le juge à
l’heure de décider de l’issue d’une affaire, à savoir l’arbitrium et la procédure
sommaire. Le chapitre deux se consacre
aux témoins et à leurs dépositions. Cecilia Cristellon explicite les modalités
de la preuve testimoniale, les critères
de recevabilité des témoins au tribunal
ainsi que les modalités d’expression de
leurs dires. L’auteure annonce clairement ses objectifs : informer sur le
poids et les limites de la preuve par
témoignage; évaluer les attentes et le
caractère vérifiable des construits narratifs et biographiques soumis au juge
à travers les dépositions des témoins.
Cette première partie rigoureusement
présentée n’offre cependant pas
d’informations très neuves ou de traits
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 241-326, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
originaux majeurs au regard de ce qui
se pratique dans les autres cours de
justice ecclésiastiques occidentales, à la
même période.
Le troisième chapitre est sans doute
le plus novateur au regard des travaux
similaires
émanant
de
l’étude
d’officialités anglaises, françaises, belges, et espagnoles. L’auteur y présente
le juge dans des fonctions assez inédites ou rarement mises en évidence parce que les sources ne s’y prêtent pas.
L’intérêt de ce chapitre est de montrer
comment les juges du Patriarcat alternent ou cumulent les fonctions de médiateur, d’inquisiteur et de confesseur.
Ces trois rôles s’ajustent sans jamais
entrer en conflit. Le patriarche fait office de médiateur entre les couples et
entre les couples et leur famille. Il est
inquisiteur lorsqu’il déploie l’arsenal
juridique nécessaire à la production de
la vérité au sein du procès. Il est confesseur à l’heure d’entendre la version
de chaque parties, en particulier celle
des femmes. Il s’arrange pour interroger ces dernières dans des conditions
spécifiquement aménagées à cet effet.
Il s’arrange pour les placer à l’abri de
toute pression familiale, dans un monastère par exemple, afin qu’elles puissent parler librement, donner leur vérité
sur les faits en cause et exprimer également leurs intentions. Un rapport
privilégié se crée ainsi entre les femmes et les juges. Ces interrogatoires
particuliers, placés sous le signe de la
crainte de la damnation de l’âme en cas
de mensonge, amènent les femmes à
procéder à une forme inhabituelle
d’introspection et à développer un rapport inédit avec l’expression libre
d’une certaine forme de vérité. Celle-ci
se nourrit des intentions des parties et
pas seulement de ce qui est prouvé ou
prouvable. En retour, elle influence
259
largement les jugements, anéantissant
ainsi l’idée que les sentences étaient
seulement le fruit d’une application
positiviste des normes canoniques. Les
cas de sentence motivées, même rares,
permettent de suivre le parcours logique du juge qui bien souvent, dans le
domaine des conflits matrimoniaux,
fait office d’arbitre plus que de juge à
proprement parler. Inspiré par les préceptes de l’équité canonique, le juge
s’adapte, au moins avant le concile de
Trente, aux situations particulières,
allant parfois jusqu’à prendre des décisions contraires aux normes établies.
Un des signes de la grande flexibilité et
plasticité qui caractérisent la relation au
mariage entretenue par l’Église et les
laïcs n’est autre que la concurrence
subie par le patriarche de la part des
confesseurs des fidèles. Ceux-là agissent
différemment selon qu’ils sont issus du
clergé régulier ou séculier. Les premiers
promeuvent auprès des fidèles le recours
au patriarcat tandis que les seconds résolvent les litiges matrimoniaux et conjugaux de leur propre chef, courtcircuitant l’activité du tribunal compétent en la matière. Tout un travail de
pastorale est à faire pour assurer la suprématie de la juridiction du Patriarcat
et une conception unique du mariage, y
compris jusqu’auprès des hommes
d’Église. Enfin le quatrième chapitre
s’intéresse à la conception du mariage
exposée par la hiérarchie ecclésiastique
et par les laïcs, les deux s’affrontant
notamment au tribunal. Le libre consentement est le point central de la réflexion puisque suffisant aux yeux de
l’Église à créer le lien de mariage.
Comme tel, il offre une marge de liberté inespérée aux parties litigantes et
devient source de problèmes (familiaux
et sacramentels) que le Concile de
Trente tentera de régler, en luttant no-
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tamment contre les mariages secrets,
clandestins et parfois multiples que les
fidèles s’autorisent au nom du libre
consentement.
Contrairement aux apparences, ce
travail ne se réduit pas à un ouvrage
d’histoire des institutions, des procédures
ou du mariage. Mais il conserve ces trois
approches pour analyser et comprendre
d’autres aspects fondamentaux inhérents
aux conflits conjugaux au cœur de la
société vénitienne, avant que le Concile
de Trente ne promulgue les premiers
décrets concernant la matière matrimoniale. Ces autres aspects concernent
d’abord les différences de conception du
mariage entre laïcs et ecclésiastiques, le
mariage comme institution et comme
outil d’encadrement de la population, ou
instrument du contrôle des comportements individuels et familiaux. Ensuite,
le tribunal ecclésiastique est montré
comme un lieu privilégié d’interaction
entre tous les acteurs du mariage et de
ses conflits, donnant naissance à des
rapports privilégiés entre les juges ecclésiastiques et les femmes, qu’elles
soient demandeurs ou défendeurs. Enfin, les procès et les sentences sont perçus comme des instruments de conciliation et utilisés comme tels par les fidèles
eux-mêmes, interdisant de penser qu’ils
les subissent de manière passive. Le
juge dispose d’une ample marge de
manœuvre dans l’interprétation des
droits à sa disposition et son action varie
selon le type d’affaire à juger. Il remplit
une fonction arbitrale, la charge de la
preuve incombe au demandeur et la
responsabilité des sentences retombe sur
la conscience des parties. Le résultat en
est une image de la rencontre et de
l’interaction dialectique et conflictuelle
de la conception ecclésiastique du mariage avec celle des fidèles, qui s’avère
plus fluide que celle tracée par
l’historiographie italienne du mariage en
Italie, à partir de sources surtout normatives ou littéraires et d’exemples de
mariages issus des seuls groupes dirigeants. Mais aussi, pourrait-on dire, une
image plus «humaine» parce que plus
anthropologique que celle dessinée par
l’historiographie européenne du mariage
à partir des archives d’officialité. Nourrie par des auteurs spécialistes en histoire du droit, elle présentait encore à la
fin des années 70 le concubinage, la
bigamie et le stupre comme des transgressions du droit, et les sentences des
officiaux comme nécessairement conformes au droit de l’Église. L’ouvrage
de Cecilia Cristellon replace désormais
ces comportements et d’autres dans une
perspective socio-culturelle et politique, et pas seulement juridique.
—————————————————–—–— Martine Charageat
Université Bordeaux 3
[email protected]
OTAZU, Alfonso de y DÍAZ DE DURANA, José Ramón: El espíritu emprendedor de
los vascos. Madrid, Sílex, 2008, 715 págs., ISBN: 978-84-7737-212-7.
Tradicionalmente, la aparente singularidad y opacidad de la historia de
lo vascongado ha ejercido una extraña
fascinación entre los estudiosos de
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RESEÑAS
antes y de ahora. El protagonismo individual o colectivo de los vascos a lo
largo y ancho del mundo y sus peculiaridades intrínsecas ha sido resaltado,
exaltado e incluso sublimado hasta la
saciedad. Pero, paradójicamente, son
mucho más raras las investigaciones
rigurosas encaminadas, más allá del
caso específico, a ahondar en la raíz
histórica de la cuestión, su contexto y
su largo desarrollo desde una perspectiva amplia, razonada y documentada.
Por eso la lectura de este libro resulta
una muy grata experiencia. Sus dos
autores, Alfonso de Otazu y José Ramón Díaz de Durana, son ambos grandes especialistas que han contribuido
con notables aportaciones a la renovación de la historiografía del País Vasco
desde presupuestos críticos y rigurosos.
Tal como ellos mismos declaran, su
propósito con este libro es «documentar las causas, el desarrollo y las consecuencias del largo viaje que realizaron
algunos vascos desde el pequeño país
donde habían nacido, hasta asentarse,
con gran éxito, en las ciudades […] que
polarizaron el tráfico comercial». La
elaboración de esta obra reposa sobre
la sólida base establecida por estos
autores en investigaciones anteriores
sobre temas clave como la hidalguía
universal y el mito del «igualitarismo»
vascos, proyectándolos en un ámbito
espacial (e historiográfico) que trasciende con mucho los estrechos límites
de los umbrosos valles vizcaínos y
guipuzcoanos. El núcleo de su interés
son las relaciones interpersonales establecidas entre emigrantes vascongados
y los contextos y momentos en los que
se establecieron, tomando como hilo
conductor el ejercicio de sus actividades mercantiles. Esto quiere decir que
su investigación es eminentemente
prosopográfica y solo tratan acceso-
261
riamente de tráficos, mercados y géneros cuando la exposición lo requiere.
Dicho esto, es necesario advertir que el
género o formato puede resultar a primera vista desconcertante. Desde luego
el trabajo no es una monografía al uso,
sin duda es más que una síntesis pero
parece demasiado extenso y exhaustivo
como para calificarlo simplemente de
«ensayo», tal como hacen sus autores.
En parte, esta sensación se debe al curioso modo de concentrar y sintetizar
el, por otra parte, abultado aparato crítico en un capítulo aparte al final del
libro
(¿imperativos
editoriales?),
haciendo bastante engorroso buscar y
contrastar las constantes citas y referencias documentales durante la lectura
del texto.
El título de la obra también merece
una explicación. Es evidente, y así lo
ponen de manifiesto los autores, que El
espíritu emprendedor de los vascos
tiene una connotación netamente weberiana (Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo). Tal
como se explica en la introducción, no
han sido ellos los primeros en asociar a
los «emprendedores vascos» con el
«espíritu del capitalismo» e incluso con
una cierta «ética puritana». Varios estudiosos, algunos de la relevancia del
economista Albert O. Hirchsman, ya
habían señalado esta relación respecto
a la fama de emprendedores que gozaban los antioqueños colombianos en los
años 50 del siglo XX, atribuida precisamente al origen vascongado de gran
parte de su clase empresarial que hundiría sus raíces en la etapa colonial. Por
supuesto, el dinamismo de la presencia
mercantil vasca es un hecho contrastado por la moderna historiografía en
diferentes ámbitos del imperio español
y fuera de él. Sin embargo, faltaba una
visión de conjunto que tratase de expli-
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RESEÑAS
car esta expansión mercantil vascongada, sus peculiares características y su
exitosa implantación. Este es precisamente el propósito del estudio de Otazu
y Díaz de Durana. Partiendo de la idea
de un «espíritu emprendedor» ligado a
las actividades capitalistas, su planteamiento inicial es tratar de identificar
los factores que influyeron en su desarrollo en el caso vascongado, incluido
un elemento tan weberiano como el de
la práctica de una devoción religiosa
rigorista. Sin embargo, ni en la introducción ni posteriormente los autores
profundizan en las implicaciones teóricas de esta cuestión. Probablemente el
propósito de los autores es, más llanamente, presentar un documentado estudio de caso que difiere, en parte, de los
modelos más conocidos. En realidad,
en contra de lo que sugiere el título y la
introducción, este no es exactamente
un estudio sobre mercaderes, ni siquiera sobre emprendedores, sino más concretamente sobre la diáspora vascongada durante la Edad Moderna.
Los autores comienzan la historia
desde el principio, es decir, explicando
la organización social y territorial de
Álava, Guipúzcoa y Vizcaya desde la
Baja Edad Media y su inserción en el
reino de Castilla (cap. I: «Los castellanos miran a los vascos»). De este modo
se habla de una sociedad dominada por
la violencia de los linajes encabezados
por los «parientes mayores», de sus
conflictos con las clases mercantiles y
de la importancia que progresivamente
fueron adquiriendo las villas en la vida
local. El esfuerzo de síntesis es notable,
algo que agradecerá el lector no iniciado en la historiografía vasca. Pero es a
partir del segundo capítulo («Los vascos miran a los castellanos») cuando el
libro comienza a adquirir más interés.
En él se explica el origen de la emigra-
ción generalizada protagonizada por
los vascos hacia las ciudades y cortes
señoriales del reino de Castilla a partir
de la segunda mitad del siglo XV. Más
allá de las pobres condiciones materiales de la tierra, el motivo de este fenómeno es de orden jurídico. La generalización de una serie de disposiciones
legales encaminadas a evitar la dispersión de los modestos patrimonios familiares conllevó la virtual desposesión
de todos los segundones de la casa,
obligándoles de hecho a la emigración
en busca de un modo de sustento. Es lo
que los autores han denominado «programa de Oñate» por ser en esta localidad donde se formulara con más nitidez. Como es evidente, esto dejaba a
los así afectados en un mala posición.
Los más afortunados podían llegar a
colocarse como personal subalterno en
Castilla al servicio de grandes señores
de origen vascongado o con conexiones
en la región, en los escritorios de sus
secretarios dirigidos frecuentemente
por judeoconversos, que los iniciaban
en el manejo de papeles. La mayoría,
sin embargo, se vería abocado a servir
como simples lacayos o a ejercer un
oficio manual.
En principio esta doble circunstancia suponía un doble estigma social en
Castilla, el del ejercicio de actividades
consideradas «viles» así como el de su
asociación con judeoconversos. Sin
embargo, el «programa de Oñate» vino
acompañado de una serie de medidas
encaminadas a contrarrestar esta posición de debilidad de los familiares obligados a abandonar su casa. La primera
de estas medidas fue prohibir la vecindad a toda persona que no pudiese demostrar su hidalguía y su «pureza de
sangre» (es decir, que no tuviese parentesco con moros o hebreos). Estas exigencias venían favorecidas por la ya de
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 241-326, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
por sí débil e irregular implantación
feudal en los territorios vascongados,
acentuada por la progresiva derrota de
los parientes mayores. La ausencia de
un estamento nobiliario claramente definido permitió la adopción de la doctrina de la hidalguía universal que permitía
a cualquier emigrante vasco presentarse
ante la sociedad estamental castellana
como hidalgos presentando como única
credencial su lugar de nacimiento.
Esta hidalguía sui generis permitiría
a los vascos seguir empleándose en
oficios mecánicos y subalternos, que
nunca tuvieron reparos en ejercer, sin
perder lustre social. El tercer capítulo
del libro («La Hidalguía universal y los
emigrantes») profundiza en la polémica
generada por las pretensiones de los
vascos y los argumentos destinados a
apuntalarlas. La construcción de un
aparato ideológico para sostener la idea
de hidalguía universal basado en una
supuesta pureza y libertad primigenias
que se habría mantenido intactas desde
los tiempos de Tubal, vendría acompañada de una activa campaña para cancelar o vaciar de significado los vestigios
feudales preexistentes en los propios
territorios vascongados. Esta reformulación del orden social vascongado encontraría serias dificultades para su aceptación por las instancias castellanas. En el
capítulo siguiente, los autores ofrecen
varios ejemplos de personajes que trataron de obtener un reconocimiento de
nobleza según estos parámetros, reconstruyendo en detalle sus circunstancias y
las polémicas a que dieron lugar.
Es a partir del capítulo cuarto
(«Hacia la gran expansión: Burgos,
Flandes y Sevilla»), cuando el libro
entra de lleno a tratar sobre la diáspora
vascongada. Partiendo de diferentes
ámbitos europeos en los que operaban
activas comunidades mercantiles vas-
263
congadas se pasará en capítulos sucesivos a describir el establecimiento de
estas en distintos lugares del Nuevo
Mundo. Este gran apartado central
constituye una parte muy sustancial del
libro. Aunque cada caso se describe en
su contexto específico, a tenor de la
exposición que hacen nuestros autores,
las comunidades de emigrados vascongados seguirían un patrón de comportamiento muy similar. Al igual que en
otras muchas minorías y comunidades
mercantiles de la época las relaciones
de confianza se establecían en base al
parentesco y al paisanaje, entendido
este de modo transprovincial, es decir,
relacionándose indistintamente vizcaínos, guipuzcoanos y alaveses (a los que
se unirían esporádicamente algunos
navarros y cántabros). En este sentido,
la acumulación exhaustiva de datos
prosopográficos estableciendo vínculos
entre unos personajes y otros, constituyen el armazón sobre el que se construye el libro. Uno de los puntos débiles de este análisis es el escaso interés
prestado a los vínculos femeninos.
Habida cuenta de que en innumerables
ocasiones los vascongados se esposaban con mujeres no vascongadas, esta
información no solo completaría la
descripción de las relaciones interpersonales sino que también ofrecería un
cuadro más complejo de la interacción
del colectivo vascongado con las comunidades de acogida u otros grupos
de interés. Dentro de esta maraña de
relaciones interpersonales los autores
destacan el papel fundamental ejercido
por las hermandades o cofradías devocionales propias, siempre vinculadas a
la orden franciscana, en la cimentación
de la identidad del grupo y su cohesión
interna en las localidades en las que se
asentaban, desde Flandes al Nuevo
Mundo pasando por Sevilla.
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RESEÑAS
Siguiendo este esquema, los capítulos quinto, sexto y séptimo se dedican a
estudiar la formación de poderosas
comunidades vascongadas en distintos
ámbitos de la América hispana. En
primer lugar se destaca el importante
papel jugado por los conquistadoresemprendedores vascos en la exploración y colonización del norte de Nueva
España, una actividad tan relacionada
con la guerra y el servicio al rey como
con la explotación minera y ganadera.
Los vascos también tuvieron un papel
notable en el Perú, sobre todo a raíz del
descubrimiento de las fabulosas minas
del cerro rico de Potosí. Su familiaridad con las técnicas mineras, su solidaridad de grupo y su espíritu de trabajo
facilitaron su implantación desde finales del siglo XVI en aquel remoto paraje, desplazando a sus competidores de
los mejores filones, recurriendo frecuentemente a métodos que hoy en día
calificaríamos de «mafiosos». De tal
modo que a principios del siglo XVII
los vascongados constituían el grupo
más poderoso de mineros, a pesar de
seguir siendo una minoría. Este fulgurante ascenso suscitaría grandes envidias y odios entre las otras comunidades, más numerosas pero menos
cohesionadas, que poblaban, explotaban y trabajaban el asentamiento minero. Esta situación acabó por estallar en
el violento conflicto que enfrentaría a
la parcialidad vascongada con la llamada de los «vicuñas» durante las décadas de 1620-1630, que se saldaría
con la expulsión de los primeros del
cerro rico. En la década de 1650, la
historia se repetiría en términos muy
similares en el asentamiento minero de
Lacaicota con idéntico resultado. Muchos años después, ya entrado el siglo
XVIII, la Compañía Guipuzcoana de
Caracas volvería a enfrentarse a una
fuerte oposición por parte de las élites
venezolanas que se negaban a someterse a la dominación a la que pretendían
someterlos tanto en el aspecto político
como en el mercantil.
La pormenorizada descripción del
ascenso de los vascongados en épocas
y ámbitos tan diferentes sirve a los
autores para analizar los factores de su
éxito y también el fuerte sentimiento de
oposición que acababan provocando en
el proceso. Sin duda la solidaridad del
grupo de parientes y paisanos a diferentes niveles, de los más ricos a los
más humildes, resulta fundamental.
Estos lazos se extendían además a sus
propios territorios de origen, mediante
mecanismos de clientelismo y patronazgo. Esta cohesión se reforzaba por
el uso de una lengua propia y la socialización en torno a hermandades devocionales y asistenciales que agrupaban
tanto a tratantes y mineros, como a
militares, clérigos o miembros de la
administración real, eso sí, todos ellos
vascongados. Tal como se indica en
diversos pasajes, la ayuda mutua no se
limitaba al mundo mercantil sino que
se extendía en una amplia red a todos
los ámbitos de la monarquía. Es más,
en general los vascongados siempre
gozaron de la protección de la propia
corona y puede decirse que su éxito se
debe en gran medida a esta relación
simbiótica. Sin embargo, este hecho,
que los autores se limitan a apuntar en
distintas ocasiones, no es objeto de
análisis pormenorizado en el libro. Por
otra parte, la asociación con las altas
instancias del poder, su cerrada cohesión y su orgullosa defensa corporativo-estamental de su supuesta «hidalguía universal», hacía de los
vascongados blancos fácilmente identificables para la crítica y, llegado el
caso, los ajustes de cuentas.
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RESEÑAS
El capítulo séptimo, dedicado a la
presencia vasca en Cádiz a finales del
siglo XVII y la actividad de la Compañía Guipuzcoana de Caracas ya en el
siglo siguiente, introduce nuevos temas
que ocuparán el resto de la obra. En
particular se trata de la conflictiva implantación de los jesuitas en tierras
vascas y de la posible influencia del
jansenismo sobre la corriente más rigorista de la Compañía de Jesús. Esta
temática supone un salto temático notable con respecto a lo que podríamos
considerar la primera parte del libro,
enfocada específicamente en la diáspora de emprendedores vascongados. Por
el contrario, en los capítulos octavo al
décimo, la atención se centrará únicamente en las intrincadas vicisitudes de
los jesuitas «en el País de San Ignacio»
y sus tensiones con la élite local hasta
el momento de su expulsión. Este argumento resulta, por supuesto, de
enorme interés y es tratado con notable
exhaustividad. Sin embargo, este giro
argumental supone la pérdida del hilo
conductor que había guiado la exposición de los autores a lo largo de más de
la mitad del libro. No solo el salto geo-
265
gráfico y temático es notable, también
lo es cronológicamente al pasarse prácticamente por alto los sin duda profundos cambios que se producen en la
segunda mitad del siglo XVII, tanto en
las provincias vascas como en el resto
del imperio español. ¿Es posible que
esta laguna tenga que ver con una mayor escasez historiográfica con respecto a aquel período? Aun así, esta última
parte del libro es también muy estimulante aunque quede descolgada con
respecto al resto de la obra y en conjunto resulte menos convincente.
En cualquier caso, a pesar de las lagunas y los inevitables cabos sueltos, la
labor de síntesis desarrollada a lo largo
de más de 650 páginas supone un esfuerzo notable. Sus reflexiones suscitarán nuevas investigaciones. Sin duda la
lectura de este libro resultará provechosa no solo para aquellos que deseen
hacerse una imagen global del ascenso
vascongado durante la Edad Moderna,
sino también a aquellos interesados en
conocer la composición de las redes que
animaban el imperio ultramarino español durante aquel periodo.
————————————————— Fernando Chavarría Múgica
Universidad de Alcalá
[email protected]
KNUTSEN, Gunnar W.: Servants of Satan and masters of demons: the Spanish
Inquisition´s trials for superstition, Valencia and Barcelona, 1478-1700.
Turnhout, Belgium, Brepols Publishers, 2009, 227 págs., ISBN: 978-2-50352861-8.
El libro objeto de comentario aborda una de las cuestiones que han ocupado a numerosos autores a lo largo de
la historia desde diversos puntos de
vista. En esta ocasión, se trata de analizar los procesos que se llevaron a cabo
ante los tribunales inquisitoriales por
actividades supersticiosas o relaciona-
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RESEÑAS
das con la brujería. Se acotan en la
obra, con dicha finalidad, una época y
entorno determinados: los territorios de
Valencia y Cataluña durante la primera
etapa de funcionamiento del Santo
Oficio en España.
La obra forma parte de una colección de estudios referentes todos ellos a
la Baja Edad Media y buena parte de lo
que consideramos la Época Moderna.
En esa serie podemos encontrar obras
acerca del período histórico transcurrido entre comienzos del siglo XIII y
mediados del XVII, centrándose en las
cuestiones relacionadas con diversos
aspectos culturales, intelectuales, religiosos y literarios. Todos los estudios
pertenecientes a la misma colección
comparten la característica de abarcar
amplios períodos temporales en el pasado de los territorios del centro y el
oeste europeos. Los trabajos revisten
un carácter estrictamente académico y
previamente a su publicación son sometidos al análisis y la evaluación de
expertos que se aseguran de que respondan a los criterios científicos de la
editorial. En efecto, observamos que en
este caso la obra se ciñe escrupulosamente a la estructura tradicional de una
tesis histórica, cubriendo los parámetros propios de ese tipo de trabajos.
El objetivo del libro se centra en
mostrar las diferencias que se observaron en el tratamiento del delito de brujería y supersticiones dentro de los dos
tribunales inquisitoriales que actuaban
en los territorios de Valencia y Cataluña, ambos pertenecientes a la Corona
de Aragón. También se ocupa el autor
de desentrañar los motivos que pudieran haber fundamentado tales diferencias. Para ello se basa en las distintas
influencias presentes en las zonas adscritas a los dos tribunales. Aunque colindantes en el espacio, Cataluña reci-
biría el influjo de la vecina Francia,
mientras que, a juicio del autor, el tratamiento del fenómeno demonológico
se vería claramente atemperado en
Valencia por la prolongada presencia
de la tradición morisca. No es la primera vez que un estudioso de origen nórdico emprende este tipo de tarea sino
que la obra viene a ser continuadora de
la senda iniciada en su día por Gustav
Henningsen (The witches advocate,
University of Nevada Press, 1980), que
marcó un hito en la bibliografía referente al fenómeno de la brujería en el
territorio español desde un punto de
vista eminentemente científico y notablemente aséptico, exento de las connotaciones románticas que habitualmente rodeaban los escritos sobre la
materia en etapas anteriores. Ese autor
desmontó en dicha obra buena parte de
la imagen oscurantista atribuida hasta
entonces a la Inquisición Española,
demostrando el carácter marcadamente
escéptico de los inquisidores hispanos
en materia de brujería. Resulta evidente
que en esta misma línea está la obra
que se comenta en este caso, si bien
conviene señalar que a lo largo de los
años transcurridos desde la publicación
del libro de Henningsen han aparecido
numerosas puntualizaciones al mismo.
Este es uno de los objetivos del trabajo
que traemos a colación.
Por lo que respecta a la estructura
de la obra, se halla dividida en ocho
capítulos, al final de los cuales se incluyen las conclusiones del autor como
colofón de su trabajo. Se insertan también previamente una exposición de
motivos aclaratorios de las razones del
uso de determinadas fuentes con exclusión de otras, agradecimientos, etc.,
siempre, insistimos, dentro de los más
estrictos cánones que ordenan las publicaciones realizadas en el ámbito
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RESEÑAS
académico. En la introducción se nos
ofrece el panorama general europeo
respecto al tratamiento de la brujería.
El autor decide centrarse en parte del
territorio español por el carácter multicultural del mismo, diversidad que
observa incluso dentro de la propia
Corona de Aragón. Llegar al fondo de
la materia que aborda no es tarea fácil.
La sutileza de los conceptos y la terminología se convierten rápida e inevitablemente en el primer obstáculo
serio para cualquiera que decida abordar estas cuestiones desde el punto de
vista científico y exento de cualquier
tentación conducente al folklore o el
apasionamiento. El marasmo terminológico y el océano conceptual con los
que ha de lidiar el estudioso en materia de supersticiones y brujería pueden
fácilmente llegar a convertirse en una
obsesión difícilmente resuelta si no se
dispone de una destreza inusual en
nuestros días. Me refiero al conocimiento profundo de las herramientas y
la mentalidad características de quienes componían el aparato inquisitorial
español. Es la llamada «mentalidad
inquisitorial».
El autor, después de todos los prolegómenos señalados, pasa a describir
en tres capítulos el trasfondo histórico
y social en que se mueven los personajes que son objeto de un tratamiento y
estudio más directos en otra parte del
libro. La Inquisición como tribunal de
la fe se analiza haciendo alusión a su
jurisdicción y a la normativa que regía
sus actuaciones. No se olvida Knutsen
en este punto de recordar la preexistencia de otra Inquisición, conocida como
la Inquisición Medieval o Inquisición
Romana, de cuyas fuentes beben los
inquisidores españoles en aquello que
convenía a sus objetivos y modus operandi. En este punto realiza el autor un
267
sincretismo de la larga evolución experimentada por el aparato inquisitorial
español en cuanto a su jurisdicción
sobre los delitos de brujería y superstición, con exclusión, finalmente, de
otros foros jurisdiccionales.
En una parte posterior del trabajo,
pasa Knutsen a una también sucinta
explicación de los pasos seguidos en
los procesos, siempre con carácter generalista, para explicar brevemente la
forma en que se desarrollaba cualquier
proceso inquisitorial, sin descender a
las notas específicas de los juicios ante
el Santo Oficio por razón del crimen de
brujería o el de supersticiones. No olvida hacer alusión también al auto de fe
con el fin, suponemos, de ofrecer una
panorámica general del Santo Oficio
español al lector lego en la materia,
pero sin concretar en ningún momento
en este punto la práctica específica que
se llevaba a cabo para este tipo de delitos. Eso lo deja el autor para otra parte
posterior de su trabajo.
Concede la obra especial atención a
la distinción sociológica entre cristianos y musulmanes, que también se
incluye dentro de los apartados correspondientes al trasfondo del tema objeto
de estudio, por considerarlo, sin duda,
un punto determinante en la diferenciación de los dos tribunales que trae a
colación con el objeto de compararlos:
Cataluña y Valencia, resaltando la
enorme influencia que, a juicio del
autor, tuvo la tradición islámica en el
reino valenciano a la hora de llevar sus
naturales a efecto las diversas prácticas
supersticiosas. Se trata, en suma, de
poner de manifiesto una vez más la tan
traída y llevada distinción geográfica
que ya se resaltó al principio del trabajo y que sigue la tesis suscrita por la
gran mayoría de los estudiosos del
tema. Es la que se refiere a la geografía
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RESEÑAS
de la magia y el hechizo en España,
que halla una línea divisoria en los
montes de Toledo prolongándose todo
a lo ancho del territorio peninsular,
distinguiéndose el fenómeno de la brujería en la mitad norte frente a las meras prácticas supersticiosas que predominan en la mitad sur.
No olvida el autor señalar que la
demarcación ideal de esa línea responde en buena medida a las zonas en que
la tradición morisca se dejó sentir durante un mayor período de tiempo y
con más intensidad. Son los territorios
sureños, en los que el propio avance de
la cultura cristiana y la paulatina eliminación de los reductos islámicos se
llevaron a cabo más lentamente, aquellos que darían lugar a unas prácticas
supersticiosas características y diferentes de la forma de entender la magia en
las zonas pertenecientes a la España
húmeda. Después de tratar estas cuestiones, nos ofrece el autor, una vez más
como corresponde a un estudio con
fuerte impronta académica, una serie
de datos numéricos y estadísticos que
muestran una panorámica de conjunto
relativa a los tribunales de Valencia y
Barcelona. Es al final de esta parte del
trabajo donde Knutsen termina añadiendo aquello que se echó en falta
cuando se aludió al proceso inquisitorial. Me refiero a las particularidades
procedimentales en los juicios por este
tipo de delitos, que se centraban sobre
todo en la diferente práctica de la tortura y la tipología punitiva.
Resultan bastante interesantes e innovadores los datos aportados por el
autor en lo referente al género de los
reos en el territorio adscrito al Tribunal
de Barcelona, pues en otras zonas, al
contrario de lo que resulta reflejado en
Cataluña, donde se constata un número
equivalente de hombres y mujeres, las
féminas solían exceder en gran medida
a los varones en este tipo de prácticas
prohibidas. Ahí encuentra Knutsen una
de las diferencias más llamativas entre
los tribunales de Barcelona y Valencia.
Los capítulos 4 y 5 se dedican al Tribunal de Barcelona y a las peculiaridades que se observan en ese territorio a
la hora de tratar los delitos de brujería
y supersticiones. Dentro del capítulo 4
de la publicación el autor se ve precisado a hacer alusión a los procesos
seculares que se siguieron en Cataluña
contra los brujos, a pesar de reconocer
en otro capítulo anterior su intención
de analizar el fenómeno desde el punto
de vista estrictamente inquisitorial. Ello
se debe, sin duda, a la particularidad
que representa el territorio catalán dentro del concierto de los reinos sometidos al aparato del Santo Oficio español.
Cataluña, junto con de Aragón, se
vio seriamente influida por la mentalidad propiciadora de las grandes persecuciones contra los brujos llevadas a
cabo en otros países europeos allende
los Pirineos. En todos ellos, incluido el
territorio catalán, las manifestaciones
esotéricas fueron interpretadas como
una plaga peligrosísima que se debía
erradicar por todos los medios y a
cualquier precio, con los consabidos
trágicos resultados y el elevado coste
en número de vidas humanas que, afortunadamente, no se observa en otros
territorios sujetos al ámbito de actuación de la inquisición española.
Los datos que ofrece el autor sobre
las modalidades de persecución y las
características generales de los reos, así
como sobre los patrones de conducta
atribuidos a los mismos, coinciden casi
en su totalidad con los que se podrían
predicar de cualquier otro país europeo
durante la época acotada.
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RESEÑAS
Concluye Knutsen este capítulo
afirmando que la brujería en Cataluña
se podría encuadrar perfectamente dentro del cliché acuñado por los demonólogos de la Época Moderna, de manera que el Santo Oficio, desbordado
por la magnitud de un fenómeno que en
el caso catalán superaba la barrera de lo
que su aparato burocrático era capaz de
abarcar, no tuvo más remedio que dejar
actuar a las autoridades seculares en
buena parte de los procesos por esos
delitos.
En el capítulo 5 se hace especial referencia a los distintos foros jurisdiccionales implicados en la persecución y
enjuiciamiento de los brujos catalanes,
así como a la forma en que interactuaban para intentar controlar la situación.
Se hace alusión a la justicia secular, la
episcopal y la inquisitorial, señalando
las coincidencias y los conflictos entre
ellos, sin olvidar ciertos aspectos concretos de especial relevancia en la zona, como es el caso de los cazadores de
brujos. En este último punto, la diferencia de mentalidad entre las distintas
autoridades se hacía más evidente, pues
estos personajes eran considerados
como colaboradores necesarios por
parte de la justicia secular, siendo tenidos, sin embargo, por delincuentes y
como tales perseguidos por el Santo
Oficio. Resulta interesante, a juicio del
autor, resaltar la influencia francesa en
materia de brujería dentro de la sociedad catalana. A la hora de abordar en el
capítulo 6 el estudio concreto del delito
en cuestión dentro del territorio perteneciente al reino de Valencia, el autor
opta por un enfoque totalmente distinto
del utilizado para Cataluña. En este
caso, desciende al terreno de la praxis
inquisitorial cotidiana y selecciona tres
procesos extraídos de las relaciones de
causas del tribunal valenciano. Explica
269
Knutsen los motivos por los cuales, a
su modo de ver, no observa en Valencia lo que él denomina ««brujería en el
sentido demonológico», cosa que sí
apreciaba en Cataluña. Los tres casos
que trae a colación se refieren a tipologías muy diversas de reos. El primero
alude a una joven de 14 años que confesó estar desposada con el diablo, el
segundo a una anciana acusada de
prácticas mágicas y supersticiosas por
los jueces seculares y el tercero a un
varón que ejercía como exorcista sin
autorización y que también actuaba
como cazador de brujas. Resulta, a
nuestro juicio, digno de mención el
hecho de la diversidad de situaciones
que relata el autor, por lo variopinto de
los personajes seleccionados. Sin embargo, acaba Knutsen reconociendo
que los casos reseñados no son representativos de los juicios por brujería en
Valencia, pues nunca cumplen lo que él
considera el patrón demonológico que
sí es característico en las zonas de la
mitad norte de la península ibérica.
Continúa el capítulo 7 tratando otros
aspectos de la Inquisición valenciana,
siempre en clave de comparación con
la práctica que se seguía con respecto a
este tipo de delitos en los territorios
vecinos más septentrionales.
En Valencia los tribunales seculares, lejos de presentarse como rivales
en cierta medida de los inquisitoriales,
reclamando incluso, como en el caso de
Cataluña, la supremacía jurisdiccional
frente al Santo Oficio en materia de
brujería, se muestran como verdaderos
colaboradores con el aparato inquisitorial. Solamente en las comarcas del
reino de Valencia fronterizas con Cataluña se puede observar, como nos lo
indica el autor, algún caso de brujería
demonológica, incluyendo la propia
ceremonia del sabbat. Termina Knut-
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270
RESEÑAS
sen el capítulo de referencia llegando a
la conclusión, tantas veces aducida por
los estudiosos del tema, y sobre todo
desde la aparición de las obras de Henningsen, de que el aparato inquisitorial
siempre se mostró escéptico en cuanto
a los fenómenos atribuidos a la actividad de los brujos y sortílegos, acabando muchas veces los procesos en suspensión por falta de pruebas suficientes
a juicio de los inquisidores. Por vez
primera a lo largo de la obra se hace
constar en este mismo capítulo de forma más o menos pormenorizada el
importante papel que jugaba en todo el
entramado procedimental contra los
brujos un oficial del Santo Oficio cuyo
cometido era el de averiguar si había o
no lo que se denominaba «olor a herejía» o «materia de oficio», requisito
previo para la continuación del proceso
ante la Inquisición. Ese oficial era el
calificador, así denominado por ser el
encargado de cuantificar la calidad
herética de los hechos que se les presentaban a examen por parte de los
inquisidores.
Nuevamente al hilo del tratamiento
de la figura en cuestión, aprovecha el
autor la ocasión para intercalar la explicación de las diferentes categorías
heréticas que se podían apreciar no ya
dentro de los delitos de brujería y supersticiones, sino con carácter general
en el panorama de la penología inquisitorial. En el octavo y último capítulo
del libro, también dedicado preferentemente a las actuaciones del tribunal
valenciano, el autor analiza la filosofía
subyacente en las prácticas supersticiosas y en la manera de reprimirlas. La
demonología se presenta como una
ciencia contradictoria y escurridiza que
nunca ha sido satisfactoriamente sistematizada, ni por parte de sus practicantes ni por la de sus perseguidores. La
infinitud de tratados al respecto, redactados desde la etapa medieval y que
verían multiplicado su número en la
Edad Moderna, parten en su inmensa
mayoría de la premisa consistente en
admitir que el demonio tiene una serie
de poderes reconocidos por la ortodoxia católica, casi nunca coincidentes
con los que le atribuyen los potenciales
reos de estos delitos.
Resalta Knutsen una peculiaridad
propia de los valencianos a su modo de
ver, consistente en la creencia de que el
demonio no es, ni mucho menos, el
dueño de la vida de quienes se le entregan con el fin de lograr determinados
prodigios sobrenaturales, bien al contrario, son las personas que trafican con
él quienes dominan la situación generando demonios a la medida de sus
intereses concretos. Son diablos siervos
de las personas, no viceversa como
rezaba la creencia más generalizada en
España. Son los llamados «demonios
familiares», sobre los cuales el autor
cita varios ejemplos.
Tras señalar otras características
propias de la idiosincrasia valenciana
que inciden en una serie de peculiaridades sociológicas importantes para la
práctica cotidiana de la magia supersticiosa, el autor concluye este último
capítulo atribuyéndolas a la influencia
musulmana, muy presente en la tradición del reino de Valencia a diferencia
del territorio catalán.
Las conclusiones finales del trabajo,
estructuradas siempre a tenor de lo que
ordenan los cánones que rigen cualquier obra insertada en el ámbito estrictamente académico, aparecen como
colofón de la obra. Vuelven a poner de
relieve unas diferencias entre los tribunales de Barcelona y Valencia basadas
en la menor o mayor presencia de la
tradición morisca, sin olvidar que am-
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RESEÑAS
bos territorios desarrollaron sistemas
judiciales diferentes determinados por
factores de carácter político y jurídico
existentes en ambos reinos.
El libro, en suma, se inserta dentro
del amplio panorama de las obras sobre
la Inquisición española, que ha sido
estudiada desde diversos ángulos. Resultan frecuentes los análisis de la
misma partiendo de la distinción entre
los distintos tribunales a los que se les
atribuía un territorio determinado.
Aporta el autor un considerable contingente de datos interesantes para completar la perspectiva de los trabajos
realizados con anterioridad relativos a
Valencia y Cataluña, pero sería, desde
nuestro punto de vista, más conveniente
el hacerlo desde una óptica más específica de los temas objeto de estudio, pues
a nuestro modo de ver recurre en no
pocas ocasiones a las exposiciones de
carácter generalista sobre el Santo Oficio español, que ya han sido objeto de
numerosos estudios previos que se han
dedicado al análisis panorámico de la
penología inquisitorial. Estas alusiones a
los tipos de castigos, la explicación de
los autos de fe o de las características de
ciertos funcionarios inquisitoriales pueden haber ido en detrimento de la profundización en otros asuntos alusivos al
tema de forma específica y que apenas
aparecen mencionados en la obra.
Como ejemplo, destacar que el autor podría haber sido más explícito en
lo referente al tratamiento teológico del
mundo demonológico, que fue objeto
de numerosas obras doctrinales durante
la Baja Edad Media y la Época Moderna, cual es el caso de las escritas por
Ciruelo, Martín del Río o Castañega,
por no mencionar a otros tratadistas del
mundo específicamente inquisitorial
que también abordaron el tema de la
brujería y las supersticiones, como
271
Eymeric, Peña, Carena y otros muchos.
Todos prestaron especial atención a un
asunto que se halla latente en la obra
comentada y que no llega a hacerse
explícito en las páginas de este libro.
Me refiero a la verdadera distinción
jurídica que ocupaba siempre de manera primordial a los tribunales inquisitoriales cuando tenían que juzgar este
tipo de delitos: la existencia o no de la
adoración al demonio, que transformaba en verdadera herejía lo que sin ella
solo eran meras supersticiones. Esa
adoración revestía diferentes modalidades según los territorios y era cuestión difícil el llegar a determinarla con
exactitud. Al no abordarse este asunto
de manera más extensa, queda relativamente desdibujada en la obra la diferencia esencial entre los dos delitos
inquisitoriales relacionados con la magia, cuales son el de brujería y el de
supersticiones. Aun reconociendo ser
ese un tema demasiado espinoso para
una aproximación panorámica a la materia objeto de estudio, el autor podría
haber aprovechado el apartado en el
que alude a la misión de los calificadores, expertos teólogos que ilustraban a
los inquisidores acerca de esta y otras
materias. No se puede olvidar que la
Inquisición era un tribunal, una institución integrada en el mundo del Derecho, resultando el aspecto jurídico un
tanto preterido en el presente libro, más
centrado en cuestiones numéricas y
sociológicas. En lo tocante a la bibliografía contemporánea específica sobre
estos temas, aporta el autor un amplio y
acertado elenco que podría haberse
visto enriquecido con la inclusión de
una obra que probablemente sea la
única que ha abordado con anterioridad
idéntico asunto pero referido al tribunal
de la Inquisición de Sevilla (María
Jesús Torquemada, La Inquisición y el
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 241-326, ISSN: 0018-2141
272
RESEÑAS
Diablo. Supersticiones en el siglo
XVIII, Sevilla, 2000).
En definitiva, estamos ante una
obra valiosa desde el punto de vista
académico, bastante útil para una
aproximación al tema de la brujería en
Cataluña y Valencia que viene a aportar otra pieza que añadir al mosaico de
los estudios acerca de la represión de la
magia en el territorio español a lo largo
de la Historia, mosaico al que todavía
se deberían añadir otros trabajos que
sirvan para ir completando poco a poco
el dibujo de la geografía del esoterismo
en la España de antaño.
—————————————————— María Jesús Torquemada
Universidad Complutense
[email protected]
SORIA MESA, Enrique; MOLINA RECIO, Raúl; BRAVO CARO, Juan Jesús y DELGADO
BARRADO, José Miguel (eds.): Las élites en la época moderna: La Monarquía
Española. Córdoba, Universidad de Córdoba, 2009, 4 vols., ISBN obra completa: 978-84-9927-006-7.
La obra que reseñamos es el resultado de la edición de las actas del congreso internacional celebrado entre los
días 25 y 27 de octubre de 2006 en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba bajo el mismo
nombre. Reconocemos, y es más que
justo hacerlo, que la organización de un
Congreso y la ulterior edición de sus
actas conllevan un enorme trabajo y demanda una muy importante dedicación
que, en muchos casos, no es reconocida
en su justa medida y generalmente obviada por desconocida incluso por muchos de sus participantes. En el caso que
nos ocupa, las actas vienen impresas en
cuatro volúmenes que reflejan la dinámica congresual que se llevó a término
durante el desarrollo del mismo: Nuevas
Perspectivas; Familia y Redes sociales;
Economía y Poder y, finalmente, un volumen dedicado a la Cultura. Así pues
nos hallamos frente a una obra en principio muy bien estructurada, con algunas
aportaciones muy importantes aunque,
como cualquier otro congreso, presenta
algunas lagunas y dinámicas inherentes
a los mismos que cabría comentar y
meditar sobre ellos más detenidamente.
A partir de aquí, y teniendo en cuenta
que nos enfrentamos a cuatro volúmenes que abarcan en torno al centenar de
trabajos —entre ponencias y comunicaciones— se entenderá que no incidamos
sobre cada una de ellas; en este caso,
preferimos centrarnos en la globalidad
de la obra, en lo general sobre lo particular, aunque con excepciones.
La obra se presenta en un formato
muy bien estructurado con cuatro grandes secciones. Dentro de cada una de
estas hallamos una gran dispersión. En
cierta forma el lector se pierde entre
investigaciones de varias áreas geográficas que se van alternando sin que se
perciba ningún eje vertebrador de esa
misma distribución, incluso la inclusión de algunas comunicaciones en
volúmenes concretos sería más que
discutible. Además de lo dicho, muchas
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RESEÑAS
de las intervenciones publicadas carecen de ningún tipo de agrupación ni de
cohesión interna que favorezca lecturas
más integradas, de ahí que generen
percepciones sumamente críticas, dificultando al lector la obtención de conclusiones generales. Ciertamente, una
de esas percepciones que más destaca
es la falta de un criterio de unidad y,
consecuentemente, un exceso de atomización de los trabajos. Este tipo de
presentación es uno de los grandes
inconvenientes que, en la actualidad,
presentan los congresos en nuestro país
—y aún fuera del mismo—, la incapacidad de trabajar en equipo: la falta de
un consenso, de alcanzar generalizaciones a partir de estudios históricos
locales. Se puede percibir cómo el individualismo domina frente a una —cada
vez más necesaria y cada día más evidente— cooperación para alcanzar
metas más amplias y efectuar conclusiones de más amplio calado. Uno a
veces tiene la sensación de que hemos
pasado de una época en que la dinámica del poder en la corte era lo más alabado y trabajado, despreciándose la
historia local como algo accesorio, a
invertir los términos por completo.
Cabe trabajar lo particular para adentrarnos en todas las vertientes que tenían
las élites, o las distintas actuaciones —y
aun intereses— de los poderes locales
en ocasiones enfrentados con las altas
esferas, pero también cabe desarrollar
—a partir de la misma— conclusiones
más amplias. Pero hablando de élites, de
redes, de poder en suma, echamos en
falta estudios de un marcado carácter
interdisciplinar, de plena colaboración
entre autores de ciencias y campos más
diversos que permitan lecturas más
amplias y conclusiones más profundas
y extensas. Al mismo tiempo, y no
atribuible ni a los organizadores del
273
congreso ni a los editores de las actas,
el análisis histórico de las élites queda
muy desequilibrado, pues predominan
los estudios sobre Andalucía y el País
Vasco. Los otros reinos de la Monarquía Hispánica tienen una representación menor, en algunos casos solo
hallamos una comunicación, como en
el caso de Cataluña. Así pues, el lector
percibe una obra desequilibrada geográficamente, donde faltan desde análisis de conjunto a estudios de territorios
de la monarquía. Sobre el tema de la
representación global, Francisco Manzano, en la comunicación que presenta,
explica cómo Soria Mesa se hacía eco
de esas ausencias geográficas, y contradiciendo a Manzano, determinados
problemas cabría debatirlos, incidir en
ellos y no pasar sobre ellos demasiado
sigilosamente.
Pero también tenemos la percepción
de que determinados campos quedan
poco reflejados, especialmente los que
estudian la dinámica de poder en la
misma corte o en las cortes de los virreyes, y ello en toda la extensión de la
monarquía. Lógicamente, estas ausencias son consecuencia de los grandes
vacíos historiográficos que aún existen
y, por tanto, líneas de trabajo futuro que
se deberían tener en cuenta. Si anteriormente hemos mencionado que los trabajos presentados dejan vacíos y desequilibrios entre los distintos reinos que
componían la Monarquía Hispánica,
también es cierto que hallamos una falta
de investigaciones sobre los choques
institucionales —muchas veces bastante
virulentos— entre los distintos caras de
ese mismo poder al que hemos aludido,
como los pleitos de competencias entre
el poder político, eclesiástico o inquisitorial, siendo la aportación congresual
de Ana Cristina Cuadro una excepción
que merece la atención del lector.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 241-326, ISSN: 0018-2141
274
RESEÑAS
Ante la magnitud de las ponencias y
comunicaciones presentadas no podemos ni siquiera caer en la tentación de
comentarlas una a una, pero sí cabría
decir que hay un notable grupo de ellas
que son de una factura extraordinaria,
ejes en torno a los cuales a partir de su
edición se podrán articular debates e
investigaciones para profundizar en el
tema, tanto de la élites como de las
redes. Entre estas cabría citar las de
Enrique Soria Mesa «Tomando nombres ajenos. La usurpación de apellidos
como estrategia de ascenso social en el
seno de la élite granadina durante la
época moderna» que, siendo excelente,
hubiera sido del todo impactante si se
hubiera contemplado desde una órbita
macro-regional aunque también es
justo reconocer que con su análisis
llega a conclusiones de carácter general
que facilitan al lector una percepción
más amplia; por su parte, José María
Imizcoz en «Las redes sociales de las
élites. Conceptos, fuentes y aplicaciones» nos presenta una comunicación
como hay pocas, tremendamente actual, sobresaliente en su discurso y
formidablemente incisiva en los principales debates y perfiles de conceptos a
los que el historiador, que penetra en
este campo de estudio, se tiene que
enfrentar. Entre los muchos puntos de
sumo interés al que nos enfrenta Imizcoz, destacaría las interrelaciones de
las redes con los individuos y también
con las instituciones. Cómo esas redes
tienen y poseen unos caracteres que
cabe «leer» y analizar, como los de
centralidad, el tamaño, el rango, la
dirección... Elementos estos que, hoy
por hoy, son plenamente «visualizables» con programas informáticos que,
generalmente, provienen de otras disciplinas pero aplicables a la investigación
histórica y que los investigadores an-
glosajones han implementado desde
hace años. En el segundo volumen,
dedicado por completo a la familia y a
las redes sociales, hallamos la ponencia
de Raúl Molina Recio, «La historiografía española en torno a las élites y la
Historia de la Familia. Balance y perspectivas de futuro», con un trabajo muy
prolífico por lo que se refiere a conceptos y tendencias, y sumamente valioso
en tanto en cuanto plantea un esquema
de síntesis de los análisis sobre la familia que muchos investigadores deberían
tener muy en cuenta a la hora de iniciar
sus trabajos en este campo. En cierta
forma se convierte en una luz a la que
cabe seguir. También nos encontramos
con algunos trabajos dignos de mención,
entre ellos, los Mariela Fargas, Adolfo
Hamer, Jesús Manuel González, Ana
Cristina Cuadro o la más que notable
contribución de Susana Truchuelo...
entre otros de imposible cita, dado el
espacio de la reseña y el gran volumen
de trabajos presentados, que rozan el
centenar, concretamente unas noventa y
cinco.
Ahora bien, dicho esto y visto lo
visto, cabría realizar una serie de críticas a los volúmenes publicados. En
primer lugar, cabría haber debatido, y
perfilado más, muchos de los conceptos que aparecen en la obra. Incluso
sobre este mismo aspecto, Jesús Manuel González en «Elites de poder,
gobiernos locales e intereses particulares» tras incidir en alguna percepciones
y definiciones sobre el poder, expone,
muy acertadamente, que sobre el mismo aún hay mucho que decir, tanto que
el autor reconoce que cabría una reunión científica para abordar el tema,
profundizando en esa sociología del
poder y, especialmente, en su propia
naturaleza y en las contradicciones
internas que presenta; y en ese mismo
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RESEÑAS
sentido la cuestión de las «élites» sigue
el mismo camino, con las misma necesidades de revisión conceptual, debatibles, a pesar de las definiciones presentadas por Imizcoz en la ponencia citada
anteriormente. Al lector le falta una
perspectiva más amplia sobre algunos
términos, mientras que otros se presentan de una forma un tanto equívoca y,
en algunos casos, con una notable falta
de cohesión entre los autores, por no
hablar de contradicciones. Incluso tras
la lectura global se abren muchos más
interrogantes que respuestas se puedan
hallar. También, y como consecuencia
a lo referido anteriormente, los trabajos
de las comisiones científicas deberían
ser mucho más críticos de lo que son
con algunas comunicaciones, pues algunos de los trabajos que se presentan
en un congreso son bastante mejorables. Sin duda, un mayor rigor en la
aceptación de los trabajos presentados
derivaría en una mayor agilidad de
275
todo el congreso, y el lector —hay que
pensar en ellos como factor primordial
y destinatario de las actas— se sentiría
doblemente agradecido.
Finalmente, y ya para acabar, dado
el tema del congreso, también hubiera
sido deseable alguna ponencia o comunicación sobre cuestiones de carácter
mucho más técnico, pero tremendamente importantes para los investigadores, como son los grandes programas
que surgen de las Tecnologías de la
Información y Comunicación y que
permiten trabajar con redes y, sobre
todo, visualizar todos y cada uno de sus
enlaces. Programas que con el tiempo
se han convertido en pilares fundamentales y básicos para trabajar en estos
campos y que, desgraciadamente, se
han obviado de una forma masiva y
general; ello no nos hace más fuertes
sino al contrario, reduce nuestras posibilidades y limita nuestros resultados.
—————————————————–— Antoni Picazo Muntaner
Universitat de les Illes Balears
[email protected]
RUIZ IBÁÑEZ, José Javier (coord.): Las milicias del rey de España. Sociedad, política e identidad en las Monarquías Ibéricas. Madrid, FCE-Red Columnaria,
2009, 546 págs., ISBN: 978-84-375-0625-8.
El presente volumen, coordinado
por un investigador que a lo largo de su
carrera ha reflexionado en varias ocasiones sobre la articulación del individuo, la urbe y el poder dentro de la
monarquía de la Edad Moderna, pretende establecer un panorama general
sobre la defensa del territorio por ejércitos no profesionales, incidiendo en la
milicia como uno de los elementos más
importantes en las relaciones entre el
súbdito y su soberano. Se parte de la
idea de que a lo largo de toda la historia reciente hispana la protección de las
fronteras se basó en el aporte de estas
milicias en los lugares donde el poder
central no podía o no le interesaba
acantonar sus ejércitos permanentes,
conocidas bajo nombres muy diversos
y organizadas según reglamentos y
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RESEÑAS
maneras divergentes, que establecen la
articulación de las entidades políticas
locales y regionales en las maneras de
dominio de la Monarquía sobre los
territorios y sus individuos. Este trabajo, que aglutina a muchos de los investigadores que en los últimos años han
realizado excelentes estudios sobre la
situación militar de reinos y zonas de
dominio en la época de los Austrias y
los Borbones (A. Jiménez Estrella, J. F.
Pardo Molero, D. Maffi, M. Herrero,
etc.) pretende generar una visión conjunta de todos los ámbitos geográficos
en los que el rey de España era el soberano, abarcando desde los Reyes Católicos hasta el primer tercio del siglo
XX. Aunque internamente se ha dividido el texto en tres apartados completamente diferentes: «Los territorios de
la Monarquía», «La milicia como instrumento de análisis» y «La evolución
de las milicias», en realidad los dos
bloques que destacan en la lectura se
centran en el análisis del modelo europeo con respecto a las maneras que se
tienen en Hispanoamérica. Aunque este
segundo grupo es menos numeroso, sin
embargo, sus autores han intentado
realizar una comparación entre lo que
está ocurriendo en el Viejo Mundo con
respecto al Nuevo. Los análisis de Castilla, Aragón, Sicilia, Países Bajos o
Nápoles se intentan realizar en un tiempo extenso, fijando la evolución de las
milicias en cada uno de estos territorios,
mientras que en el caso americano se ha
optado más bien por la comparación con
sucesos concretos de la historia española, como puede ser el caso de la sublevación de las Alpujarras con respecto a
la guerra del Mixtón.
Como resulta lógico, en un proyecto
tan ambicioso es normal encontrar lagunas, aunque este problema se ha
intentado solventar articulando estudios
lo más generales posibles, intentando
alejar muchos de estos contextos de los
puros acontecimientos concretos, para
fijar modelos globales que permitan
comprender la evolución de las milicias. Simplemente por una revisión del
índice general se aprecia el mayor peso
que tienen los siglos XVI y XVII, tanto
en el ámbito peninsular como en el
americano y europeo, sobre el resto del
periodo elegido.
Las milicias nacen en la Edad Moderna por la necesidad de defenderse
de ataques exteriores, y en algunas
ocasiones para la autoprotección de
enemigos interiores, y por la carencia
de fuerzas suficientes por parte del
poder central para abarcar todo su territorio. Incluso grandes planes defensivos que parten de los órganos centrales,
tales como el sistema de defensa de
costa que se inicia en el reinado de los
Reyes Católicos y que se extiende hasta la lucha contra el contrabando marítimo en épocas recientes, recae a la postre sobre ciudadanos armados que no
pertenecen al ejército profesional. El
análisis de esta cuestión implica un
fuerte conocimiento de la historia local,
estudios que han tenido una suerte variada y dispar en los últimos años, así
como de la articulación de los ciudadanos dentro del estudio de las ciudades.
Partiendo de este material, lo que se
pretende es generar un modelo explicativo, que no cuantitativo, en el que
incluir a estos habitantes en armas que
tienen una serie de privilegios y obligaciones por destinar parte de su tiempo a la defensa de la comunidad. Como
resulta evidente, son cuerpos muy
abundantes en las partes externas de los
dominios del poder central, lo que podríamos definir como el espacio de las
fronteras, siendo este tema una cuestión que también debe ser analizado
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RESEÑAS
con más profundidad para el caso español. Los modelos de comparación
entre el mundo europeo y el americano
en la constitución de grupos armados
de autodefensa resultan especialmente
evidentes, ya que la lejanía y el divergente medio geográfico no suponen en
ningún caso que nos encontramos ante
problemas semejantes, por lo que se
puede partir de la idea de que nos pueden reportar respuestas equiparables.
Todo ello es una incitación a realizar
estudios de historia comparada en la que
introducir modelos no estrictamente
pertenecientes a los Habsburgo (R. Descimon, M. Prak) para mostrar que el
conocimiento de estos grupos de ciudadanos en armas son un medio para comprender mejor las sociedades en las que
se integran y sus relaciones con respecto
a las oligarquías municipales y al poder
central.
La evolución de las milicias se asocia en la mayor parte de los casos a las
carencias del poder central, por lo que la
constitución de los estados-nación supondrá la desaparición completa de
estos grupos de civiles armados. Ello se
puede explicar por el mantenimiento de
las tradiciones de un cierto republicanismo urbano, aunque estas teorías son
puestas en cuestión por alguno de los
autores, matizaciones especialmente
interesantes cuando se analizan las milicias burguesas parisinas en el siglo XVI.
El servicio en armas es una de las maneras del ascenso social que más se desarrolla en la Edad Moderna, además de
277
que ocupar los puestos directivos de las
mismas es una forma de introducirse en
las oligarquías locales hasta el siglo
XVIII. Las milicias no eran un ejército
regular ni una actualización de las huestes tradicionales de la Edad Media. La
inclusión dentro de las mismas sobrepasaba la relación institucional entre el rey
y la ciudad o el concejo para establecer
un vínculo directo entre la Corona y el
individuo. Dado el mantenimiento de las
peculiaridades de los diferentes territorios de la Monarquía, los súbditos defendían los intereses de su señor, al
mismo tiempo que conservaban las prerrogativas y las prácticas políticas de
cada uno de sus reinos y provincias.
Desde esta perspectiva, el análisis de
cada uno de estos territorios lo que pone
en evidencia es las diferentes maneras
de crear Monarquía en los amplios dominios de la Corona, como se muestra
perfectamente en la importancia de las
milicias urbanas de los Países Bajos en
los siglos XVI y XVIII. El planteamiento de estas cuestiones en un periodo de tiempo y un espacio tan dilatado
muestra carencias evidentes, pero sin
embargo permite un modelo de reflexión sobre la organización de la
Monarquía y la articulación de sus
territorios e individuos que resulta muy
interesante y atractivo. Además se ha
realizado un enorme esfuerzo por ofrecer una bibliografía muy amplia y actualizada, lo que resulta una de las
grandes aportaciones del presente volumen.
———————————————–—
Miguel Ángel de Bunes Ibarra
CSIC
[email protected]
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RESEÑAS
PALOS, Joan-Lluís: La mirada italiana. Un relato visual del imperio español en la
corte de sus virreyes en Nápoles (1600-1700). Valencia, Publicacions de la
Universitat de València, 2010, 399 págs., ISBN: 978-84-370-7819-9.
La dimensión y el alcance del italianismo en la historiografía moderna española se ha fortalecido de forma sustancial
en las últimas dos décadas. El ámbito
primordial de investigación de los historiadores españoles ha sido el arte de gobierno de los territorios de la monarquía
de España en Italia. En diversas obras se
han analizado, entre otras cuestiones, la
configuración de la sociedad política, la
figura del pro rex y las cortes virreinales,
las revueltas, el sistema militar, la imagen del poder, el mecenazgo artístico y
cultural de la denominada «Italia española». Desde los trabajos pioneros de Luis
Ribot, una amplia estela de italianistas ha
renovado la interpretación sobre los fundamentos socio-políticos de la monarquía
en Europa.
La aproximación a Italia, al igual que
sucedió con respecto a Portugal y los
Países Bajos, se realizó en un contexto de
creciente internacionalización de la historiografía española de la Edad Moderna.
En este proceso desempeñó un papel
relevante el desarrollo de proyectos y
estancias conjuntas respaldadas desde los
organismos que fomentan la investigación en el marco de la Unión Europea. La
fluidez de estos lazos compartidos entre
las historiografías de los diferentes estados europeos ha posibilitado una profunda renovación metodológica en el estudio
y análisis de la monarquía de España.
Entre los reinos y señoríos del rey
católico en Italia el territorio más relevante era el reino de Nápoles. Entre los
historiadores españoles, Carlos Hernando ha destacado por sus esclarecedoras
aportaciones sobre la corte virreinal, el
ceremonial y el gobierno político, la
forma de vida aristocrática, la imagen
del poder y el gusto artístico en Nápoles
durante los siglos XVI y XVII. En los
últimos años han visto la luz valiosos
estudios sobre el mecenazgo cultural y
artístico de los virreyes de Nápoles en el
siglo XVII, como los realizados, entre
otros estudiosos españoles, por Isabel
Enciso, Ana Minguito, Leticia Frutos y
Mercedes Simal. Una perspectiva interdisciplinaria consistente en relacionar de
forma acertada el mecenazgo musical de
los virreyes con la dinámica política y la
labor de las academias ha permitido
interesantes aportaciones en la reciente
tesis doctoral de José María Domínguez
centrada en el periodo del virreinato del
duque de Medinaceli.
Asimismo, los estrechos lazos con
la historiografía italiana permiten que
historiadoras italianas que también
analizan este ámbito temático del mecenazgo virreinal y la imagen del poder
en Nápoles como Alessandra Anselmi,
Sabina de Cavi y Diane H. Bodart publiquen algunas de sus investigaciones
en publicaciones españolas. Los procesos de movilidad de estudiosos y las
iniciativas conjuntas auguran un periodo
de madurez en el estudio del poder y el
mecenazgo en el reino de Nápoles durante los siglos XVI y XVII.
En este entorno historiográfico de desarrollo del italianismo con respecto a la
Edad Moderna conviene enmarcar la
publicación de La mirada italiana. Su
autor, Joan-Lluís Palos, es un destacado
especialista en el estudio del gobierno
político del principado de Cataluña durante el siglo XVII, en particular, sobre
los juristas y su pensamiento, así como
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las Cortes y la Audiencia. De este modo,
la aproximación napolitana supone un
enriquecimiento de referencias y perspectivas en contextos historiográficos, el
catalán y el español, en los que con frecuencia predomina el estudio de la dimensión local, con singladuras académicas que profundizan con el paso del
tiempo en los mismos procesos sin ampliar a otros espacios las hipótesis y los
análisis. Palos aborda un sujeto radicalmente diferente al de sus previos trabajos
no solo por el factor espacial, Nápoles,
sino también por la metodología, el estudio de las imágenes, su carácter simbólico y su percepción.
El interés de Palos por esta temática
se reflejó en la dirección, junto a Diana
Carrió-Invernizzi, de la obra colectiva La
Historia Imaginada. Construcciones
visuales del pasado en la Edad Moderna
(Madrid, 2008), así como en la codirección de la tesis doctoral de la mencionada
Carrió-Invernizzi sobre el mecenazgo de
los hermanos Pedro Antonio y Pascual de
Aragón en Roma y Nápoles, publicada
como El gobierno de las imágenes. Ceremonial y mecenazgo en la Italia española de la segunda mitad del siglo XVII
(Madrid, 2008). Los prometedores trabajos de esta estudiosa acreditan la oportunidad y la relevancia de esta aproximación a la imagen del poder en la cultura
virreinal en su dimensión napolitana.
En la citada obra, La Historia Imaginada, diversos autores indagaban en
el estudio de la cultura visual partiendo
de diversas imágenes para ofrecer una
sugerente aportación sobre la política y
la sociedad en la Edad Moderna. Peter
Burke planteaba un decálogo interpretativo sobre la reciente propuesta del
análisis de la cultura visual.
Desde preocupaciones metodológicas
que Peter Burke ha aplicado a otras manifestaciones del poder real en la Europa
279
moderna, Palos propone al lector un recorrido casi material y seguramente simbólico por algunas estancias del palacio
real de Nápoles. La construcción de este
complejo áulico promovida por los condes de Lemos, su sentido en el contexto
del florecimiento de las cortes virreinales
en la Italia bajo Felipe III es el punto de
partida de un recorrido singular que nos
lleva a ascender por la escalinata del
palacio que expresan la magnificencia
del proyecto de «restauración» del virrey
conde de Oñate, por recordar el término
acuñado por Giuseppe Galasso, hasta
otras dependencias como la galería de los
retratos de los virreyes.
El recorrido del lector por el salón real, la galería y las salas de las audiencias,
de los oficiales y de los barones en la
primera planta del palazzo reale de Nápoles permite adentrarse en la reconstrucción de los frescos y pinturas que decoraban sus paredes trazando un programa
simbólico en el que se suceden las gestas
del rey sabio Alfonso el Magnánimo, las
hazañas del rey Fernando el Católico
como fundador de un reino de Nápoles
anclado en la monarquía de España, las
empresas del Gran Capitán como iniciador del poder virreinal, la exaltación de la
casa ducal de Alba, el viaje hacia España
de la reina Mariana de Austria y la sucesión de una genealogía virreinal a través
de la galería de sus retratos.
¿Qué virrey impulsó el programa iconográfico de cada sala? ¿Cuál fue su
intención política? ¿Qué artistas lo realizaron? ¿En qué periodo y con cuáles
condicionantes se llevó a cabo? ¿Cuál era
la dimensión simbólica de cada obra? El
autor va desgranando cada uno de estos
interrogantes con los limitados materiales
disponibles. En función del grado de
certidumbre en tales pesquisas a veces se
establecen hipótesis interpretativas. En
otras ocasiones se recurre a la perspectiva
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RESEÑAS
comparada con otros programas iconográficos, como los que se exhiben en
distintos palacios de la aristocracia genovesa. Con todo, la elección metodológica
del autor por reconstruir la cultura visual
en la que se generaron tales programas
podría haber sido fortalecida profundizando en los valores y forma de vida, en
la cosmovisión cortesana en la que estas
manifestaciones culturales cobraban
sentido.
El palacio real de Nápoles en el que
residían los virreyes aparece a través de la
lectura de estas imágenes como un microcosmos en el que confluyen varias
esferas, desde la exaltación de la dinastía
regia y de la confluencia de discursos
legendarios hispano-napolitanos como
genealogía del virreinato hasta el ensalzamiento de la gloria aristocrática del
linaje propio de cada virrey, que demuestra la relevancia de la identidad y de la
libertas de la casa nobiliaria en un entramado virreinal detentado en buena medida por grandes de España. Las gestas del
duque de Alba en Flandes expresan la
mediación de la alta aristocracia en la
conservación de la monarquía en Europa.
Los virreyes magnifican en Nápoles la
identidad de su casa no solo poblando las
dependencias del palacio con sus criados
domésticos, sino ilustrando en las paredes
sus blasones de mérito y virtud familiar,
acreedores eternos de las mercedes y la
gracia de los reyes.
Los virreyes reivindican en su espacio
el lugar que debía corresponderles en la
jerarquía del reino, arbitrando entre nobleza y popolo, gobernado a través de los
togados y tratando de asegurar la fidelidad de una aristocracia de seggi que re-
clama su libertad patricia. La variedad de
las cuestiones que emanan de los frescos
y pinturas, desde la fidelidad del reino y
la virtud de los virreyes hasta el respeto a
las constituciones y privilegios regnícolas,
exige un diálogo fructífero con la labor de
escritores y gobernantes que expresaban
sus planteamientos en tratados políticos y
morales, la actividad de las academias, y
la circulación hispano-italiana de determinados conceptos de semántica política
y su expresión emblemática. No siempre
es posible vincular las incertidumbres en
la cronología de la producción de las
imágenes con coyunturas particulares del
gobierno del reino, cuestión que permitiría ampliar el alcance de las conclusiones.
En cambio, la coyuntura de la jornada de
la reina Mariana hacia España permite
establecer interesantes paralelismos con
las comedias y demostraciones festivas
que tuvieron lugar en el mismo espacio,
en el palacio virreinal.
La calidad del despliegue de imágenes en la obra permite que el lector
pueda valorar las comparaciones y
establecer los paralelismos que sugiere
el autor. Así, el proyecto promovido
por el conde de Oñate al establecer la
galería de los retratos de virreyes adquiere una dimensión comparada en la
monarquía de las cortes virreinales al
precisar con acierto e ilustrar cuando es
posible los programas semejantes que
se llevaron a cabo en las cortes de Milán, Palermo, México y Perú. En definitiva, La mirada italiana de JoanLluís Palos constituye una fuente de
reflexiones e hipótesis que enriquecen
y añaden complejidad a la anatomía del
poder virreinal en Nápoles.
————————————————–——Antonio Álvarez-Ossorio
Universidad Autónoma de Madrid
[email protected]
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SKOWRON, Ryszard: Olivares, los Vasa y el Báltico. Polonia en la política internacional de España en los años 1621-1632. Traducción castellana de Cristóbal
Sánchez Martos. Varsovia, Wydawnictwo-Dig, 2008 [2002], 321 págs., ISBN:
978-83-7181-496-9.
Guiado por los memorialistas y
hombres prácticos del momento, como
Francisco de Retama, Manuel López
Pereira, Duarte Gómez Solís, Sarmiento de Acuña (conde de Gondomar), el
coronel Semple y otros no menos lúcidos como el aventurero inglés Anthony
Sherley, que veían en los mares de
septentrión el campo de batalla donde
las principales potencias se disputaban
el liderazgo del comercio mundial, uno
de los proyectos militares y económicos prioritarios del Conde-Duque de
Olivares en el decenio 1620-30 consistió precisamente en intentar conseguir
el dominio de los Habsburgo sobre el
Báltico. El fin de la tregua con las Provincias Unidas en 1621 y el escenario
de la Guerra de los Treinta años, en su
fase danesa, justificaban plenamente la
prioridad del valido, como ya argumentaron autores de la talla de Felipe Ruiz
Martín, José Alcalá Zamora, Carlos
Gómez-Centurión y Jonathan Israel.
Ese decenio clave en la historia del
mercantilismo europeo, que registró
una verdadera expansión de los medios
de guerra económica sobre los «países
de septentrión», dejó sentir también
significativos coletazos en el Mediterráneo. El reinicio de las hostilidades
de la Monarquía Hispánica contra los
holandeses el año de 1621, basadas
ahora en bloqueos comerciales, embargos, represalias, corso y represión del
contrabando, o dicho de otra manera,
en la conocida estrategia «ofensiva por
mar y defensiva por tierra», obligaba a
Felipe IV a hacerse con un buen elenco
de amigos capaces de abastecer la pe-
nínsula Ibérica de aquellos productos y
servicios de los que era deficitaria, y
que antes obtenía por mano de los rebeldes, además de lograr apoyos en
términos logísticos, como transporte
marítimo, puertos y seguridad. Por
diferentes razones, entre las que destacaba la afinidad de religión, Polonia se
convirtió en uno de esos amigos, en
uno de los principales aliados por medio de los cuales la monarquía intentaría destruir el comercio holandés en el
Báltico y dotarse de los cereales, la
madera y otros productos y pertrechos
navales tan escasos en la península.
Señala Ryszard Skowron que la
convergencia de intereses políticos y
económicos de España y Polonia dio
lugar a una estrecha colaboración entre
ambos estados durante el periodo 16231632. De esta cooperación, el autor
reconstruyó en anteriores estudios las
relaciones diplomáticas, dejando para
este otro la política marítima de los
Habsburgo, o más bien los intentos de
una política marítima, pues en la mayoría de las ocasiones esta quedó en simples proyectos, unas veces debido a la
ausencia del acuerdo necesario entre
ambos gobiernos, otras debido a la falta
de dinero para llevarlos a cabo, y todas
ellas de resultas de una complejísima e
inestable situación política en la zona,
descrita —del lado español— por Ródenas Vilar, y —del lado polaco— por
los numerosos autores que se citan en
las notas a pie de página.
Desde el punto de vista académico,
el libro de Skowron resulta impecable.
En la introducción ofrece un minucioso
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RESEÑAS
repertorio de la historiografía existente
sobre el tema, tanto del lado polaco
como del español. Advierte el autor, no
obstante, que la investigación está basada fundamentalmente en fuentes de
archivos y bibliotecas españolas, en
particular de la sección de Estado del
Archivo General de Simancas, así como
de la Biblioteca Nacional de España. Es
de lamentar que para la traducción de
este libro, publicado originariamente en
polaco el año de 2002, el autor no haya
incorporado las novedades bibliográficas más recientes, pues en el transcurso
de estos pocos años han aparecido algunos trabajos de cierto interés que hubieran corregido algunas imprecisiones
detectadas entorno a la institución del
Almirantazgo, si bien hay que decir que
estas son de escasa entidad.
La primera parte de la obra explora
las vías mediante las cuales se llegó a la
estrecha colaboración hispano-polaca
durante el comienzo de la Guerra de los
Treinta Años, retrotrayéndose para ello
hasta la primera mitad del siglo XVI,
momento en el cual se originaron algunos de los proyectos e ideas que luego
fructificarían en la centuria siguiente.
Hasta el año 1572 las conexiones entre
ambos países se habían producido como consecuencia de la obtención por
parte de la princesa Bona de ciertos
derechos sobre el ducado de Bari y el
principado de Rossano, y —tras su
muerte— merced a los intentos de recuperación de las sumas napolitanas
que le pertenecían. Las negociaciones
sobre el asunto de la herencia de Bona
fueron una constante en los siglos XVI
y XVII, concluye el autor, sin perjuicio
de que a Felipe II le resultara interesante Polonia por su posición entre el Báltico y el mar Negro, así como porque
en Polonia se profesaba la religión
católica. A fines del siglo XVI, en los
años noventa, la organización de la liga
anti-turca (el emperador, España y
Polonia) renovó el acercamiento político entre los Habsburgo y Segismundo
III, y en 1596 Francisco de Mendoza
negoció en Polonia la cooperación de
aquel estado en las guerras contra
Holanda e Inglaterra. Este proceso de
acercamiento culminó cuando en 1600
Felipe III otorgó a Segismundo III la
Orden del Toisón de Oro en atención al
afecto que el Vasa profesaba a la casa
Habsburgo, así como a su fidelidad a la
religión católica.
Tras un periodo de relativa tranquilidad internacional que se experimentó
en Europa en las dos primeras décadas
del siglo XVII, en 1621 el panorama
continental cambió por completo. A
partir de ese momento, y por lo que
respecta a las relaciones con Polonia,
Ryszard Skowron describe toda una
serie de proyectos de colaboración que
no acabaron de llevarse a efecto, lo que
hasta cierto punto resulta frustrante,
habida cuenta de la abundancia de detalles con que se describe cada uno de
ellos. En 1622 se envió a España de
parte polaca a Adam Makowsky con
objeto de tratar de obtener ayuda financiera y militar española en la guerra
que Polonia libraba contra Suecia. Como quiera que en aquellos momentos
se debatían en Madrid las diferentes
opciones estratégicas de lucha contra
las Provincias Unidas, se consideró que
una ayuda a Polonia podría resultar de
lo más oportuno. Por añadidura, la
cuestión no resultaba nueva, ya que en
1577 Juan III Vasa había planteado a
Felipe II la concertación de una alianza
ofensivo-defensiva para un periodo de
veinte años por medio de la cual Polonia apoyaría a España con cuarenta
navíos de guerra contra las provincias
sublevadas de las Países Bajos y las
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luchas en el Mediterráneo, mientras
Felipe II había de ceder a los polacos
un puerto en Frisia Oriental, reconocer
sus derechos sobre Bari y Rossano,
pagar 200.000 escudos para reclutar
extranjeros y ayudar con barcos en el
Báltico. Si bien en aquella ocasión las
peticiones del Vasa resultaron exorbitantes para el Rey Católico, este no
rechazó la negociación. Y en este punto
concluye la primera parte, ceñida casi
exclusivamente a la historia política en
su más clásica concepción.
La segunda parte aborda el plan de
Olivares de hacer del Báltico el mare
nostrum de los Habsburgo. Para lograr
ese objetivo negoció con Dinamarca,
además de con Polonia, Holstein, el
emperador y el propio papa. Junto a
ello, fijó el Almirantazgo como el elemento más importante en la estrategia
de guerra económica. No estamos seguros de si el autor se refiere aquí al
«Almirantazgo de los Países septentrionales», nacido en 1624, o al Almirantazgo de Flandes, que ya existía. En
cualquier caso, el texto reproduce algunas de las imprecisiones comúnmente extendidas sobre esa primera instancia, al confundir la compañía de
«guerra y trato» que constituyó el «Almirantazgo de los Países septentrionales», también conocido como «Almirantazgo de Sevilla», con la junta y
tribunal del mismo nombre encargada
de perseguir el comercio ilegal con los
países del norte.
Paralelamente, como respuesta al
acercamiento polaco-español, comenzaron a detectarse acciones diplomáticas
de los estados protestantes tendentes a
formar una liga anti-Habsburgo, al más
puro estilo sherleyano, a cuyo frente se
situaría Gustavo Adolfo, y cuyos planes,
después de restituir el Palatinado para
Federico V, habían de conducirle a la
283
obtención del título de emperador. No
hay que insistir en que el rey sueco veía
en la alianza hispano-polaca una seria
amenaza para su país. En noviembre de
1623, Federico V envió a Ludwig Cameranius a Estocolmo, pero a pesar de
estos intentos, la estrategia falló, con lo
que Gustavo Adolfo inició los preparativos para una guerra contra Polonia. El
resultado de todo ello fue que en 1625
Polonia luchaba contra Suecia, el emperador contra Dinamarca y España
contra Holanda e Inglaterra.
Posteriormente Skowron reconstruye la misión del conde de Solre a las
ciudades hanseáticas y a Polonia, al
objeto de conseguir de Segismundo III
la continuación de su guerra contra
Suecia, a cambio de lo cual Felipe IV
lucharía contra todos los aliados de
Gustavo Adolfo. Como segundo objetivo, Solre debería conseguir dieciséis
galeones polacos para poder hacer
efectiva su ofensiva en los mares del
norte. Eventualmente irían al Almirantazgo recién creado. A esta misión se
unió finalmente el barón de Auchy,
aunque de nada sirvió, pues el diseño
quedó de nuevo en suspenso. Y es que
todos estos entramados políticos de
planes y alianzas no fijaban por sí solos
las relaciones exteriores de los estados,
sino que estas atendían al comercio
internacional y a la situación doméstica
de cada uno de ellos, es decir, a los
mercados, a la disponibilidad financiera, a la necesidad política y —a esas
alturas del siglo XVII— a la oportunidad para llevarlos a cabo, análisis que
se echan de menos en la obra.
En efecto, ningún primer ministro o
rey enviaba a un desconocido para que
plantease a otro monarca la continuación de una guerra o el cese de la misma. Tanto es así que el propio autor
admite, unas páginas más adelante, que
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RESEÑAS
en el momento de la llegada de Solre a
Polonia los planes de Olivares no estaban concretados del todo, debiéndose
centrar el enviado en procurar una liga
entre los príncipes católicos, objeto
principal del congreso de Bruselas que
se preparaba en aquellos momentos. Al
barón de Auchy se le encomendaría la
misión, esta vez más concreta, de formar una flota polaco-española para
hostigar a los enemigos en el Báltico y
hacerse con el dominio de aquel mar.
Pero los planes y proyectos no solo
servían para incumplirlos, manteniendo
así las amistades sin adquirir compromisos serios con ellas, sino que también
servían como «armas de opinión», es
decir, como instrumentos estratégicos de
disuasión. En este sentido, la alianza
hispano-polaca, que no lograba materializarse en la práctica, sí lograba, por el
contrario, preocupar a Gustavo Adolfo,
hasta el punto de llevar al Vasa sueco a
dirigirse a las autoridades españoles
para ofrecer su comercio en el ámbito de
la corona española —conocedor de la
necesidad de cobre que existía en la
península—, pero con el verdadero objeto de romper la alianza polacoespañola. Posibilidad que fue rechazada
en marzo de 1627 por el Consejo de
Estado.
Hacia el año 1627, Madrid llevaba a
los extremos sus planes de guerra económica contra Holanda mediante el
embargo comercial, el cierre de los ríos
Escalda, Mosa, Rin, Ems, Weser y
Elba, así como a través de la destrucción de su flota de pesca. Todo ello
logró menoscabar la economía holandesa, que sufrió la falta de sal para su
industria pesquera, así como a la de
arenques, madera y —debido a la amistad hispano-polaca— la de cereal. Polonia secundó a España, esta vez sí, a la
hora de efectuar la guerra económica
contra Holanda, al prohibir el comercio
y cerrar sus puertos durante su guerra
contra Suecia, tanto los de la propia
corona como los de Lituania, impidiendo la exportación de cereal y madera y, en consecuencia, provocando el
incremento de precios de lo poco que
logró salir, lo que redundaba en perjuicio de los intereses de Suecia y Holanda. También cerraron los polacos las
rutas terrestres y fluviales por el Oder,
Vístula, Pregel y Niemen.
La sucesión de planes y más planes
de construcción de flotas conjuntas, de
ataques a Suecia, de recuperación del
Sund danés, con todo lujo de detalles
políticos y económicos, pero sin llegar
a concluir ninguno, puede resultar frustrante, como se señaló anteriormente.
Sin embargo, existe algo muy positivo
en ese esfuerzo, y es que Ryszard
Skowron reconstruye la historia y argumenta desde el lado polaco, pero
conociendo muy bien el español, con lo
que el cuadro que pinta el autor, aun
ceñido exclusivamente a la política,
resulta bastante completo.
Véase si no el final de esta historia:
en abril de 1629 Olivares tomó la decisión de abandonar el plan de apoderarse del Báltico. Autores como AlcaláZamora lo atribuyeron a la tibieza de
Segismundo III, que hizo lo imposible
para construir una flota polacoHabsburgo y cuando esta ya se podía
utilizar dejó de interesarse por su suerte, de modo que cuando finalmente se
formó la la armada, Segismundo firmó
la tregua con Suecia, que era el enemigo
a batir. Elliott coincide con esta visión,
añadiendo que era un proyecto verdaderamente audaz en el que el Conde-Duque
había puesto todas sus esperanzas.
Por el contrario, el autor nos cuenta
que Segismundo reexaminó toda su
política báltica desplegada durante los
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últimos años y llegó a la conclusión de
que las circunstancias imposibilitaban
su principal objetivo político, que consistía en la invasión de Suecia. Pero,
¿cuáles eran esas circunstancias? El
autor las enumera sin vacilación: el fiasco en la misión de Auchy en Viena a
comienzos de 1629, la incursión de
Francia en Mantua en marzo de 1629, la
retirada de España del plan Báltico en
mayo de 1629, el fin de la guerra con
Dinamarca (junio de 1629, con la paz de
Lubeck), el compromiso del emperador
en la guerra de Mantua, la disposición
de Gustavo Adolfo a entrar en Alemania, la política pro-sueca del elector de
285
Brandeburgo y —finalmente— la debilidad de la armada Habsburgo en el
Báltico.
En suma, puede decirse que se trata
de un libro ambivalente y bien hecho,
que aporta una perspectiva distinta a
las conocidas hasta el momento, pero
que no revela grandes hallazgos en la
política septentrional de los Habsburgo,
acaso porque lo que en verdad escondían las —en apariencia— buenas relaciones hispano-polacas no eran intereses verdaderamente comunes, sino
intereses individuales en algún punto
coincidentes.
——————————————————— Ángel Alloza Aparicio
CSIC
[email protected]
ALBAREDA SALVADÓ, Joaquím: La Guerra de Sucesión de España (1700-1714).
Barcelona, Crítica, 2010, 553 págs., ISBN: 978-84-9892-060-4.
La historiografía atraída por la Guerra de Sucesión del amanecer del Setecientos ha cultivado durante largo
tiempo una fisonomía bifronte. La posible evocación de una galaxia en expansión se antojaba así tan apropiada
como la alternativa de un agujero negro. El enriquecimiento de ramificaciones y pliegues, que con novedades
de muy subido valor iba conociendo el
fragmentado asedio historiográfico de
la materia, convivía al fin y al cabo, sin
aparente incomodidad ni estridencia,
con la ausencia de cualquier tentativa
dispuesta a hacerse cargo de esos renovados fragmentos y a asumir el comprometido reto de hilvanarlos. En los
últimos tiempos se podía acceder ya a
una pormenorizada reconstrucción del
intrincado debate polarizado por las
retóricas de la «repartición» y la «integridad» de la monarquía que prologó
tan magno certamen. No era ni mucho
menos inferior el grado de conocimiento adquirido sobre los sinuosos vericuetos y la ductilidad política con la que
ese certamen fue luego modulado por
sus más significados actores hasta
alumbrar una contraída cartografía
monárquica bajo la divisa de la «balanza de Europa». Idéntica suerte corrían
además los genuinos abecedarios políticos a los que se encomendaron los
contendientes o las formas de gobierno
que, en su acomodación a tan excepcional contexto, trazaron la duplicidad
de instancias dinásticas que se arrogaban la dignidad real. El barrido resulta-
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ba cada vez más minucioso en el análisis del diferente devenir territorial de la
contienda o en el rastreo de las cambiantes fronteras del lenguaje de la
fidelidad en un horizonte de lealtades
territoriales contrapuestas, en el estudio
de la concepción y traumática concreción de una dinámica de intervención
sobre la «vieja planta», y paralela animación de otra «nueva», o en la disección del magma de la venalidad y de la
acentuada dimensión y marcada impronta comercial del conflicto. El paisaje se
iba así poblando de biografías y ediciones críticas y despoblando de tópicos
heredados, comenzando por la ilusoria
convicción de llegar a rendir ajustada
cuenta de la atmósfera reformista de un
principio de siglo pavimentado por el
cambio dinástico sin tomar en su debida
consideración los estímulos e inquietudes ya presentes en el atardecer del precedente. Pero el historiador interesado
por la materia, pese a todo ello, continuaba sin poder otorgar su ya merecido
descanso a La guerra de sucesión española de Henry Kamen. Con cuarenta
años a sus espaldas, y aún cuando el
título resultase ciertamente engañoso
respecto a la realidad de su contenido,
un texto editado en 1969 y traducido en
1974 seguía siendo el umbral más sistemático y luminoso de acceso a la vertiente peninsular de la cuestión.
En la explicación de tan inusual dato de cultura historiográfica siempre
podría buscarse el refugio seguro de la
dificultad que para cubicar ese bosque
derivaba del propio reconocimiento de
la soberbia envergadura de los árboles
que lo conformaban. Sin ir más lejos, la
muy particular y no menos diversa
declamación que la retórica del patriotismo y el lenguaje de las razones de
estado y de religión conocieron en el
seno de un episodio surcado por otra
alternativa razón de naturaleza comercial, o las poderosas contradicciones
históricas subyacentes en el inestable
entrecruzamiento de fidelidades, son
algunas de las cuestiones que, al igual
que otras muchas, emergían y se mostraban cada vez más susceptibles y
abiertas a infinidad de matices. El paradójico alejamiento del horizonte de
resolución de la ecuación cuanto mayor
y mejor iba siendo la identificación y
conocimiento de sus variables podía así
justificarse, con cierta naturalidad,
cargándose las tintas sobre la complejidad misma que venía impregnando la
consideración de cada una de ellas.
Pero a nadie escapa tampoco que aquella fisonomía bifronte hundía un buen
puñado de sus rasgos en el controvertido manto que en determinados estratos
de este preciso objeto de estudio cubría
y cubre la dimensión de presente de
toda mirada hacia el pasado. Cualquier
historiador que en el punto de partida
de su empresa quisiera aplicar una óptica de gran angular sobre la materia no
solo había de proceder a una permanente labor de diálogo y crítica, de
disociación del grano de la paja y recogida de los frutos ya maduros de esa
reflexión historiográfica previa que la
misma conocía. También tenía necesariamente que vérselas en su itinerario
de trabajo con un eslabón básico y
esencial en la sedimentación del atormentado talante identitario hispano: las
profundas huellas que la apelación al
derecho de conquista dejó impresas
entonces en aquella parte más estructural y constitutiva de la anatomía política de la monarquía que conformaba la
constelación de los derechos territoriales. Y así, acumulando quehaceres,
había de adentrarse también en una
esfera especialmente delicada y particularmente sensible por su ya contras-
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tada vulnerabilidad a la erosión del
principio de rigor historiográfico por el
que se entiende que el elemento subjetivo inherente a toda reconstrucción
histórica constituye un presupuesto de
responsabilidad profesional y no una
justificación de libertad de escritura y
uso político de la historia.
No es así de extrañar que solo un
curtido especialista en la materia haya
finalmente enmendado tan descompensada bipolaridad historiográfica. Y
tampoco podrá sorprender que el minucioso inventario de tan genuino medio
historiográfico, con su clarividente distinción de sus luces y sus sombras, constituya el cimiento sobre el que ese curtido
especialista que es Albareda haya ahora
alzado un estudio que sin fraude responde al desnudo y por tanto ambicioso título de La Guerra de Sucesión de España.
Lejos desde luego de partir de cero, este
lúcido y fecundo fresco recién alumbrado
porta el inconfundible sello de quien
llevaba más de dos décadas dispensando
una atención monográfica a algún nudo
gordiano del asunto. Muestra con nitidez
el rastro de un historiador al que aquel
abigarrado corpus historiográfico, que
podía decirse ya constituido, adeuda nada
casualmente una buena parte de su reconocida consistencia y espesor. De hecho,
y en cuanto tránsito e integración de lo
particular en lo general, la obra no deja
de representar una cierta metáfora del
propio itinerario recorrido por su autor.
Siendo título de un texto de 1993, Els
Catalans i Felip V es, en idéntica medida, el norte de todo un programa de investigación, paulatinamente desgranado
mediante un autorizado y referencial
rosario de libros, artículos y ediciones
críticas, en el que se contiene la semilla
que le posibilita ahora encarar con solvencia y plenas garantías el asalto a la
perspectiva amplia del momento histó-
287
rico que dibujaba los paralelos y meridianos de su universo temático predilecto.
En este exhaustivo cerco a la Guerra de Sucesión dispuesto por Joaquim
Albareda podrá encontrar el lector líneas bien definidas de continuidad con
la más honda sustancia de aquel personal programa. Para ilustrarlas bastará
subrayar que el canon interpretativo
que se anuncia desde las páginas introductorias de la obra, la concurrencia y
confrontación de dos concepciones
irreconciliables de la política, estaba ya
esbozado en algunos de sus últimos
escritos. Cabe igualmente la posibilidad de repasar la coda de esa amplísima panorámica de la guerra que ahora
se nos brinda, pues la misma no se
dedica a su estricto balance sino a la
radical deconstrucción de una posible
imagen de Felipe V coloreada con las
tonalidades distintivas de la modernidad política. Pero a lo largo de la lectura del cuerpo del texto, al compás de la
lectura de su pormenorizado análisis de
todos y cada uno de los numerosos
meandros políticos, militares y diplomáticos por los que discurre tan magno
conflicto desde su gestación sucesoria
hasta su definitiva cancelación en
nombre del equilibrio europeo, reconocerá igualmente el lector que las aportaciones personales del autor no se
circunscriben, ni mucho menos, a los
objetivos explorados en esa producción
científica previa. Y ese es probablemente su mérito de más subido valor:
dedicarse, en laboriosas páginas cosidas con una bibliografía, documentación y reflexión poco usuales, a la inmersión en muchos planos del asunto
en los que nunca antes se había adentrado el autor y de los que conjuntamente se deja sobre el tapete historiográfico una muy renovada demarcación
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para su comprensión que, merced al
incesante ir y venir del discurso narrativo por la doble vertiente civil y europea del conflicto, está llamada a convertirse en «clásica».
Juega en ello a su favor que nada
queda sin escrutar en la encuesta. Pero
también cotiza que la abierta confesión
de una filiación historiográfica por
parte del autor diste mucho de laminar
la porosidad indispensable para incorporar en la fragua de tan concienzudo
escrutinio numerosos argumentos y
consideraciones procedentes de planteamientos abiertamente alternativos e
incluso críticos con ese norte historiográfico aquí asumido. Lejos de agotarse en su función más ardua y trascendente, la de colocar a la altura de los
tiempos el mapa de conocimientos de
la Guerra de Sucesión, todo el saber
bibliográfico y el caudal documental
del estudio pueden así constituirse en el
punto de partida válido para la consideración del cuidado particular que ha de
aplicarse en las especificaciones del
mismo, pues no son pocos los casos en
los que se requiere una escala singular.
De hecho, y pese a lo que pudiera presuponerse por el inicial reconocimiento
de la relativa escora hacia el «austracismo» con el que se aborda la concepción del trabajo, una de las lecciones
más directas y tangibles que se recibe
con su lectura consiste, justa y precisamente, en la necesidad de conjurar
los riesgos de una posible cosificación
de esa noción historiográfica de «austracismo». Por supuesto, la multitud de
matices que aquí se incorporan sobre
los cambiantes contextos del entrecruzamiento de fidelidades en los que se
materializó el horizonte civil de la contienda no inciden sobre la pertinencia
del uso del término para agrupar algunas generalizaciones en cuyo tratamiento común resulta esclarecedor.
Pero sí que alertan sobre la obligación
de conectar su empleo con los variados
sistemas de lenguaje que permitían
construir los mundos conceptuales y las
estructuras de autoridad sobre las que
descansan las diversas realidades sociales en las que se movían aquellos sujetos
a quienes vemos involucrados en los
complejos procesos de introspección y
posicionamiento político para cuya descripción empleamos el término.
Y es obviamente a partir de ese preciso género de sugerencias como se
fortalece y engrandece la proyección
historiográfica de la obra, pues induce a
investigar y reflexionar sobre los pormenores internos del episodio que la
ocupa, pero también, en idéntica o mayor medida, invita a emprender la prospección de otros yacimientos temáticos
que posibiliten la más ajustada imbricación de la Guerra de Sucesión en las
propias coordenadas de la evolución
histórica de la autocomprensión de la
misma monarquía española, comenzando por el telón de fondo que para la
misma pueda quizás intuirse en la quiebra de la lógica y la mecánica de la solidaridad intradinástica experimentada
por la Casa de Austria durante las décadas finales del Seiscientos. Nada tiene
por tanto de exagerado afirmar que resulta así simple y llanamente impensable que algún historiador pueda avanzar
en cualquiera de todas esas direcciones
sin tener en su escritorio el libro de Joaquim Albareda.
——————————————————— José María Iñurritegui
UNED
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TÉLLEZ ALARCIA, Diego: Absolutismo e Ilustración en la España del siglo XVIII.
El Despotismo ilustrado de D. Ricardo Wall. Madrid, Fundación Española de
Historia Moderna, 2010, 238 págs., ISBN: 978-84-931692-9-9.
En el complejo ámbito de la nueva
historia política, la biografía histórica
surge como una sublínea que está contribuyendo aún más a la renovación de
este campo de investigación, el cual
parece haber encontrado una cierta
autonomía historiográfica, tal como
afirmaba Guillermo Palacios en 2007.
Lo político es, sin duda, una vieja preocupación historiográfica que intenta
alimentarse una vez más, sobre todo
desde las inquietudes presentes en el
debate sobre la cultura política que se
vivió a finales del siglo pasado, de
innovadores planteamientos metodológicos y revisiones conceptuales y epistémicas. Aparte de planteamientos historiográficos, esta línea ha ofrecido
recientes revisiones de antiguas teorías
sobre sistemas políticos, momentos
revolucionarios o el impacto de los
nuevos conceptos de modernidad. Pero
también ha desviado la atención hacia
los trasfondos culturales (opinión, sociedad civil), y de forma especial hacia
la biografía política, muy en relación
además con los estudios sobre transmisiones ideológicas o de pensamiento
político. Algunos recientes casos de
estudios (una buena parte dedicada a
próceres contemporáneos) han demostrado que la biografía histórica y la
política se alimentan también de la
historia cultural y de las ideas, de manera que podría representar una especialidad monográfica por sí misma. Es
cierto que, como ya se ha afirmado en
anteriores visiones teóricas (Miranda
Rubio, Burke y otros) esta parcialización puede caer en visiones relativas de
los fenómenos y, en ocasiones, en me-
ras justificaciones de determinadas
ideologías. En los estudios sobre el
tema de la llamada «nueva historia
política» dedicados a la época cronológica comprendida en los siglos de la
Edad Moderna, las aportaciones han
incidido en la influencia de los biografiados en los importantes cambios del
ordenamiento político, ideológico y
cultural experimentados especialmente
en Europa y en América, sobre todo en
lo que se refiere a las transiciones en la
formación y consolidación del estado
moderno o en las semblanzas de monarcas o líderes políticos (Geoffrey
Parker, 2010; Manuel Rivero Rodríguez, 2005; Francisco Cardona Castro,
2001). Algunos trabajos están sólidamente sustentados en análisis prosopográficos luego ampliados con estudios
sobre los legados de pensamiento y la
obra política de los actores históricos,
ampliamente contextualizados en el
marco social e institucional de la época. El libro aquí reseñado es un ejemplo complementario de otro libro elaborado por el mismo autor que, dentro
de la línea de investigación antes comentada, ilustra los análisis transversales de biografía y nueva historia política. Agrega, por así decirlo, importante
información sobre el universo social y
político del que fue ministro de Fernando VI y de Carlos III, don Ricardo
Wall Devreaux, al anterior estudio
titulado, Ricardo Wall. Aut Caesar aut
nullus (publicado en 2008 por Diego
Téllez).
Esta investigación está bien enmarcada teórica y metodológicamente en
una historiografía que ha aportado im-
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portantes estudios tanto en la línea de
la historia de la administración como
en la de la prosopografía histórica, con
el estudio de grupos sociales vinculados al círculo del poder y las instituciones así como de los propios cargos
políticos, desde alcaldes mayores a
secretarios de estados. Empero, conectado a esta línea hay que decir que no
existen muchas buenas biografías, como
esta en la que se conjugan presupuestos
metodológicos interdisciplinares de
gran valor, como la sociología, o conceptos aplicados de otras disciplinas
como el análisis de procesos o la consideración de algunas ideas de las Social networks para el estudio de las
clientelas en torno a los personajes, sus
implicaciones y consecuencias.
La biografía de Ricardo Wall apareció brillantemente expuesta en la obra
publicada por Téllez en el año 2008.
En ella conocimos gran parte del trabajo de Wall como militar, como diplomático y embajador y, a partir de 1754,
como hombre de estado, al suceder al
ministro Carvajal. Parte de esta semblanza está tomada de anteriores trabajos sobre el siglo XVIII español llevados a cabo por Alcaraz Gómez, Donoso
Núñez, Gómez Urdañez o del propio
Téllez. Si la publicación del año 2008
es una exhaustiva y minuciosa biografía del ministro español de origen irlandés, la otra obra, aquí reseñada,
presenta al lector una investigación
seria y cargada de erudición, casi impregnada del espíritu ilustrado en algunos casos y minuciosa en descripciones. La primera, sin duda, tiene
carácter de biografía ejemplar, aunque
en un contexto quizás demasiado amplio que sitúa al lector en una amalgama de hechos históricos, sociales y
bélicos entrelazados, que ya se inicia
en la completa introducción que abre el
trabajo. Por su parte, esta obra publicada
en el 2010 complementa, con más prosopografía, aunque con algo menos de
biografía, algunos de los aspectos ideológicos de los gobiernos del Absolutismo español así como de las bases del
pensamiento político de la Ilustración.
Esta obra se caracteriza, desde el
punto de vista metodológico, por la
riqueza de las fuentes utilizadas, muchas de ellas hasta ahora inéditas, tanto
sobre el personaje y sus redes sociales
como sobre la época que vivió y el
ministerio que desempeñó. En parte, se
arrojan muchas luces sobre algunos de
los enigmas políticos del momento.
Nacido en Francia en unos años posteriores al aciago momento para la causa
del rey destronado y exiliado, Jacobo II
de Inglaterra, a quien, al parecer, su
familia servía, Wall entró en el escenario político español a partir de sus intervenciones como militar en la Guerra
de Sucesión española. Es probable que
luchase en la campaña de Cerdeña en
1717, aunque poco después fue nombrado caballero guardiamarina llegando
también a participar en la batalla de
Sicilia en el cabo Passaro (1718), en la
que la Corona española perdió la mayor parte de su contingente naval. Sus
participaciones en las batallas de Ceuta, su ascenso a capitán y una vida cortesana en busca de contactos privilegiados le posicionaron, más tarde, para
la vida en la corte. Tuvo un destino en
Rusia como diplomático, dentro del
círculo del duque de Liria (más tarde
nombrado duque de Berwick), y descendiente, como Ricardo Wall, de exiliados jacobitas. Participó en la expedición que acompañó a Italia al futuro
Carlos III, para tomar posesión del
ducado de Toscana, y luego estuvo en
Nápoles y Lombardia. En esta época
demostró su gran empeño en ver reco-
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nocida un estatuto de nobleza no muy
claramente definido, algo que por cierto sucedió a otros militares de ascendencia irlandesa que sirvieron a la causa de los Borbones. Relacionado con
Berwick y con la familia Álvarez de
Toledo, sobre todo con el duque de
Huéscar, se ve involucrado en la competencia entre distintos partidos en la
corte. Allí, finalmente, se verá incluido
en el grupo afín al marqués de la Ensenada y a Carvajal, a partir de finales de
la década de 1740. Inicia una carrera
diplomática de gran envergadura, pero
no solo eso, pues a tenor del autor de
esta obra, la obra de Wall en la renovación del sistema diplomático español
de mediados del XVIII es fundamental.
Viaja a Génova y a Londres, donde
desempeñó una significativa misión
como ministro plenipotenciario en
1749 y donde obtuvo favores y prebendas por parte de la corte inglesa, algo
que le suscitó algunos enemigos posteriormente, o los recelos de algunos
sectores de la corte borbónica española,
tan pro-francesa.
Ricardo Wall ocupó altos cargos en
la milicia y en la administración española durante los reinados de Fernando
VI y Carlos III, como Secretario de
Estado y de Guerra. En una descripción
con aptitudes casi detectivescas para
situar a individuos y familias en sus
contextos histórico-sociales, el autor
describe también los azares de todo el
ámbito familiar, hermanos y otros parientes, muchos de ellos nobles irlandeses exiliados en Francia. Destaca una
profundidad de análisis en relación a
las conexiones entre la trayectoria política de Wall y el contexto socioinstitucional, político y diplomático en
el que se sitúa su semblanza. Así, como
la biografía es la perseverancia de una
vida, también se describe su legado de
291
pensamiento político, ilustrado especialmente a lo largo del extenso capítulo cuarto del libro. En general, Ricardo
Wall sigue una trayectoria común a la
de muchos otros miembros de la alta, y
no tan alta, administración española del
Setecientos: caballero de la Orden de
Santiago, ostentó diversos puestos militares y casi pasa a ser un héroe además
de cortesano en su juventud en la casa
de una importante familia aristocrática
francesa. Su carrera militar, impregnada de vaivenes al socaire de victorias y
rotundos fracasos, de los que Wall fue
testigo, supone una auténtica narrativa
de conocimiento de escenarios sociomilitares en los que Wall fue partícipe.
Muchos de estos episodios ofrecen
importantes visiones y perspectivas de
análisis como las relaciones entre grupos de diferentes nacionalidades dentro
de los cuerpos del ejército, como fue el
caso de los irlandeses y los valones.
Además, se analizan cuestiones relativas a las formaciones de clientelas,
redes de influencias o control de la
opinión pública.
En el escenario de la monarquía absoluta, y de la mano del ministro Carvajal, Wall llegó a ser un peón singular
en las actuaciones diplomáticas en Europa, fue mediador y transmisor de
cruciales decisiones, en las que casi
siempre se mostró pragmático aunque
también servicial con sus superiores en
rango y puesto. En esto, el trasfondo
importante de la obra es en realidad el
panorama político del siglo XVIII español profundizándose en algunos aspectos importantes pero ya muy conocidos y que han sido abarcados en
trabajos anteriores, como en los estudios de Didier Ozanam, Jean Pierre
Dedieu, Francisco Andújar (para la
cuestión de las élites militares), José
Miguel Delgado, o en los últimos tra-
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bajos del recientemente desaparecido
Juan Luis Castellanos.
Mientras en el libro publicado por
Téllez en 2008 hay mucha descripción
prosopográfica, expuesta de forma
cronológica a medida que va enhebrando la narración biográfica, el trabajo
aquí reseñado representa una culminación de esta investigación en donde se
exponen análisis desde el punto de
vista de las redes en las que se ubicaba
Ricardo Wall. Si en el primer libro se
comentan brevemente sus relaciones
personales con personajes de distinto
origen social aunque de semejantes
parámetros sociales y políticos, de este
trabajo amplía la biografía histórica en
un contexto social e institucional.
El libro aquí reseñado complementa
y amplia las posibles carencias de la
obra de 2008 de forma brillante, centrándose en un análisis exhaustivo del
ejercicio del poder en un contexto histórico tan complejo como la España del
siglo XVIII. Una buena introducción
expone los pasos a seguir a lo largo del
hilo narrativo. Dividido en cuatro densos capítulos, el último de ellos contiene varios epígrafes en donde se desglosan los aspectos principales de la
práctica del poder. Los capítulos 1 y 2
son exposiciones teóricas e historiográficas que este lector agradece, pues hay
una cierta carencia de estas síntesis
analíticas, en la que el autor incluye,
con gran valentía, marcos teóricos o
esquemas de análisis interdisciplinares.
El capítulo segundo contiene una buena
síntesis bibliográfica sobre Absolutismo e Ilustración que el autor utiliza
para analizar los posibles antagonismos
teóricos y prácticos que ambos conceptos presentan. Los capítulos 3 y 4 recalan en la personalidad política de Ricardo Wall situada en su auténtico
contexto histórico, en donde cabe des-
tacar alguna información sobre su biografía que el autor no incluyó en el
primer libro, pero, especialmente, su
profundidad en describir el contexto de
las élites y las redes clientelares tanto
nacionales como internacionales en
donde se mueve el ministro. Este marco es lo que el autor denomina, no sin
acierto, fundamentos del poder, contextualizado tanto en el propio pensamiento de Wall, cuando ya era Secretario de
Estado de la monarquía, como en el
propio devenir político ideológico de
los partícipes de esta. Quizás, una debilidad de esta parte de la obra es que el
autor toma a Wall como pretexto para
describir conceptos de neutralidad y
regalismo, sin que tengamos muy claro
que formasen realmente parte de su
ideología política debido, como el propio Téllez reconoce, a la ausencia de
documentación que lo confirme verdaderamente. Esta deficiencia queda cubierta por la descripción de las redes
clientelares que el ministro Wall supo
establecer y cómo se benefició de ellas.
Con gran madurez responde el autor
a las preguntas que se plantean a comienzos de la obra, especialmente explica el papel de las redes clientelares y
su significado histórico, algo que en la
práctica producía una situación contradictoria al muchas veces comentado, y
definido, Despotismo ilustrado que es
casi, a la vista de los últimos trabajos
de investigación, una especie de mito
histórico. Al entender de este lector, el
libro está algo falto de una buena conclusión digna de él que clarifique las
aportaciones del autor sobre el papel
del ministro Wall en los procesos del
reformismo borbónico, y en las incompatibilidades posibles o no entre Absolutismo e Ilustración. Desde luego, los
estudios sobre redes de clientes en torno a los partidos o políticas de la corte
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 241-326, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
en la España moderna ofrecen una
nueva visión sobre ese falso Despotismo. En la realidad, la política ministerial se sustentaba en el saber manejar
los circuitos de información. Esta era,
quizás, la verdadera arma de un minis-
293
tro ilustrado y, tal vez, también la auténtica traba a la mal llamada monarquía absoluta. En relación a los
ministros de la España ilustrada, hasta
cierto punto puede decirse que el estado eran ellos.
———————————————–———–— Ana Crespo Solana
CSIC
[email protected]
TORRES SÁNCHEZ, Rafael (ed.): Volver a la «hora navarra». La contribución navarra a la construcción de la monarquía española en el siglo XVIII. Pamplona, Eunsa, 2010, 419 págs., ISBN: 978-84-313-2684-5.
La aplicación del concepto sociológico de red (network) al campo de la
Historia ha comenzado a dar sus frutos
apenas hace unas décadas. Hoy sabemos algo que ya intuyera el medievalista Georges Duby por los años sesenta: que los agentes sociales, más allá de
las estrictas fronteras estamentales,
establecen entre sí relaciones de mutuo
interés y apoyo, basadas en la pertenencia a una misma familia, a una
misma localidad o comarca o un mismo país. También, como no podía ser
menos, fundamentadas en relaciones de
afinidad y amistad. En todas ellas subyace un componente de confianza y
seguridad, indispensable para la forja y
afianzamiento de la red resultante.
Este descubrimiento historiográfico
ha venido acompañado por el paralelo
desarrollo de la historia de la familia o
las familias. A pesar de la evidencia de
su importancia social y económica a
partir de la propia experiencia personal,
el tema tampoco ha comenzado su desarrollo hasta fechas relativamente recientes, no obstante el importante papel de
las mismas en el Antiguo Régimen,
oscurecido tras el desarrollo adquirido
por el estudio de los estados y el rechazo
de la historia prosopográfica tradicional.
Afortunadamente, hoy los avances en
dicho campo han sido notables, permitiendo articular auténticas monografías
de carácter general sobre la historia de
la familia y otras, aunque solo de manera incipiente, sobre la historia social y
política a partir de la reconstrucción de
familias. Un simple vistazo a la bibliografía publicada a partir de los setenta
bastaría para ratificarlo.
No puede resultarnos, pues, extraño
que fuesen los sociólogos y antropólogos quienes viniesen a suscitar el interés de los historiadores sobre el tema.
Por eso, entre nosotros, y sin salir del
ámbito modernista, los trabajos de Julio Caro Baroja, patriarca de la antropología hispana, han gozado de un
considerable reconocimiento. Basta
con recordar sus estudios sobre los
moriscos, los inquisidores o las formas
de vida religiosas, obligados puntos de
referencia durante años. Y, en un apartado más constreñido en el espacio, los
dedicados a los navarros, sus paisanos.
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RESEÑAS
La hora navarra en el siglo XVIII
(personas, familias, negocios e ideas),
publicado por primera vez en el año
1969, viene constituyendo a su vez un
recordatorio obligado para todos aquellos que trabajan sobre la historia del
viejo reino, sobre todo en su «dorado»
siglo XVIII; pero también para quienes, desde metodologías más sofisticadas y actuales, se han acercado al estudio de las redes y de las familias, yendo
más allá de la mera historia prosopográfica. Que las familias, determinadas
familias, han influido a lo largo de la
Historia en la toma de decisiones o en
determinados proyectos a nivel nacional es algo evidente. Que ellas mismas
se han beneficiado de la solidaridad
establecida entre sus miembros y de las
mejoras alcanzadas por algunos de
ellos es, igualmente, algo incontestable.
Sacar a luz la historia de esos apellidos
y de sus logros se ha convertido en una
empresa atractiva para un cada vez más
importante número de historiadores.
El libro editado por Rafael Torres
Sánchez es una buena muestra de
cuanto afirmamos. Desde el brillante
prólogo que nos brinda, el autor del
mismo lo presenta como heredero de
la citada obra de Caro Baroja sobre
Navarra (el título del estudio en que
aparece como editor, Volver a la
«hora navarra», al igual que el susodicho prólogo —«Nuevos retos de la
“hora navarra”»— son particularmente
significativos a este respecto), aunque
eso sí, con claros propósitos de renovación de la obra del maestro. De esta
forma, tras recordarnos las aportaciones de Caro Baroja en su Hora, Torres
Sánchez nos muestra igualmente las
carencias de la misma (visión propia de
un antropólogo, mejora acumulativa de
la familia como producto de sus estrategias, causas de su actuación, etc.).
Ello le permite presentarnos la obra de
la que es editor como un desarrollo y,
en cierta medida, una «superación» de
la del escritor navarro, a partir de las
aportaciones que ha ido realizando la
historiografía en los años siguientes a
la publicación de su libro.
El trabajo, pues, se para a considerar, a partir de los casos particulares
estudiados en él, aspectos poco o nada
tenidos en cuenta por Caro Baroja,
como la inserción de la familia objeto
de estudio en los acontecimientos estatales (el subtítulo es a este fin muy
claro: «La contribución navarra a la
construcción de la monarquía española
en el siglo XVIII»), con el consiguiente
beneficio y promoción a favor de la
misma; la rivalidad en el seno del grupo familiar y su influencia en el éxito
de una determinada rama del mismo, o,
simplemente, el papel desempeñado
por los vínculos de amistad en la promoción de determinados apellidos.
Como todas las obras de carácter
colectivo, Volver a la «hora navarra es
un compendio de varios trabajos monográficos, de calidad e interés variable.
En este caso, intervienen ocho autores
concretamente, en su mayoría de lo que
podríamos llamar «nueva generación»,
expertos en los temas abordados. El
grueso de los capítulos, además de la
referencia geográfica, tiene también
como punto común el análisis de determinadas familias que participaron activamente en los negocios, particularmente en el ámbito estatal.
El primero, consagrado a la presencia de los vascos en Madrid, y el último, a la participación en el comercio
directo con Perú, son los que abordan
de manera más tangencial el tema de la
familia, centrándose más en la comunidad «nacional». En algunos de ellos,
así en los de Alberto Angulo y Juana
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RESEÑAS
Marín, el referente navarro a su vez
aparece difuminado dentro el vasco o de
otras regiones próximas, señal inequívoca de las relaciones que de facto se establecían entre miembros de comunidades
vecinas (así sucede también, aunque en
menor escala, con los riojanos); pero,
además, gracias a la existencia de una
comunidad de intereses.
El protagonismo vasco más que navarro, a través de la «conquista» de la
capital, se pone de manifiesto en el
capítulo de Alberto Angulo. Hace particular referencia para ello a dos instrumentos fundamentales, si bien de
distinto origen: la llegada de los Borbones al trono hispano y las ventajas
que se derivaron a favor de cuantos le
otorgaron su apoyo (Madrid, como los
vasco-navarros en general, no lo olvidemos, se mantuvieron fieles a la causa
de la Casa de Anjou). En segundo lugar, la creación de agrupaciones de
mutua protección y defensa en diferentes ciudades españolas, en este caso, la
madrileña Real Congregación de San
Ignacio después de varios pasos previos, y la influencia que esa ejerció en
la promoción (recordemos la formación
del llamado «partido vizcaíno») y aceptación social del grupo vasco.
El segundo capítulo, de larguísimo
título, lo firma Álvaro Aragón. Trata de
los esfuerzos de algunos navarros por
participar en todo el suelo peninsular
con plenitud de derechos en las actividades económicas, y gozar así de los
privilegios que les confería la llamada
«hidalguía universal», categoría otorgada a los nacidos en territorio vasco. A
tal efecto se utilizarán alianzas, así como numerosos recursos legales, algunos
discutidos ya a lo largo del siglo XVII, y
determinadas obras (como la del presbítero navarro Martín de Vizcay, publicada en 1621, en defensa de los derechos
295
de los navarros en Castilla). El estudio
de varios casos de apellidos navarros y
sus dificultades para participar oficialmente en la Carrera de Indias, ilustra
acerca de los problemas con que se
toparon y los esfuerzos que hubieron
de realizar algunos miembros de la
comunidad para alcanzar el debido
reconocimiento en España, incluido el
propio País Vasco.
Utilizando documentación privada,
que mezcla con la procedente de archivos públicos, Gaspar Castellano vuelve
a otro ejemplo procedente del fecundo
valle de Baztán, para ofrecernos un
ejemplo de promoción social con repercusiones en el conjunto de la familia. Se trata en este caso de tres biografías de futuros obispos procedentes de
dicho lugar (Martín de Elizacoechea,
Lorenzo de Irigoyen y Luis de Ozta).
Los estrategias familiares priorizando a
aquellos miembros con más posibilidades, al igual que las profesiones más
convenientes, el seguimiento de los
elegidos con vistas a verificar su aprovechamiento o el papel conferido a la
educación, que caracterizó a muchas
familias triunfadoras en la sociedad del
Antiguo Régimen, aparecen aquí reflejados de manera convincente.
Dentro de la línea de investigación
iniciada hace algunos años con notable
éxito por Agustín González Enciso y su
grupo de la Universidad de Navarra
(vid. Mobilising Resources for War 2006- y War, State and Development 2007-), el mismo autor nos ofrece aquí,
tras algunas precisiones conceptuales,
el ejemplo de la industria de armamento de Eugui, hasta el presente bastante
desconocido y el de otras empresas de
fundición para municiones de artillería,
vinculadas a familias navarras (Aldaz,
Loperena, Arizcun y Mendinueta, Asura e Iturbieta), cuyas relaciones entre sí
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RESEÑAS
o con otras familias importantes de la
región (así los Goyeneche) no son inusuales, propiciando la formación de
un verdadero lobby navarro. Su ascenso constituye un ejemplo de la inserción nacional de los navarros, según
habíamos apuntado más arriba.
Pero si los súbditos de este reino
destacan en la industria de armamento,
no lo hacen menos en la provisión de
víveres a la Armada, que con tanto
empeño y éxito se esforzaron los Borbones en ampliar y mejorar, hasta
convertir España en una potencia marítima. El trabajo de Rafael Torres,
miembro cualificado del citado grupo
de investigación, revisa en una primera parte las características y evolución
de este suministro, para ocuparse después en la segunda de lo que él mismo
llama «la entrada de los navarros en el
negocio» (Goyeneche, Arizcun, Garro,
Aragorri) y las vicisitudes del desarrollo del mismo a raíz de los sucesivos
cambios ministeriales del período
borbónico.
Otro ámbito donde no pudieron por
menos que destacar los navarros (junto a
otros de procedencia distinta), en este
caso bajo el genérico de «cantábricos»,
es el comercio hispanoamericano. Se
trata de un tema conocido. Juana Marín
analiza aquí con rigor la participación de
dicho grupo heterogéneo en la actividad
mercantil durante un período de grandes
cambios (crecimiento comercial sin
precedentes, decretos liberalizadores de
1765 y 1778 y crisis finisecular), en el
ámbito de la ciudad de Santafé. La incursión a través de este grupo de comerciantes le vale a la autora del capítulo
para conocer las relaciones de esos con
las instituciones locales, particularmente la del cabildo municipal, así como
las establecidas por los miembros del
grupo entre sí.
Los dos últimos trabajos incluidos
en el texto tienen también como escenario el comercio hispanoamericano. El
de Ainara Vázquez, utilizando documentación epistolar, nos reconstruye
las redes familiares y amistosas del
virrey Sebastián de Eslava, natural de
Enériz, ascendido hasta dicho cargo
gracias a su servicio durante años en el
ejército, pero también gracias a las
redes relacionales que supo tejer a su
alrededor.
Finalmente, el estudio de Xavier
Lamikiz, sin detallar demasiado las
trayectorias personales, se dirige a
mostrar la participación navarra (un
total de 50 comerciantes) en el comercio entre la península y el Perú durante
el período que va desde 1739, fecha en
que se establece el sistema de registros
sueltos en sustitución del sistema de
galeones con tierra firme, hasta el comienzo de la crisis financiera y mercantil finisecular en 1796. Aquel cambio les permite incorporarse a uno de
los comercios más lucrativos con el
Nuevo Mundo. El estudio explica someramente los procesos de incorporación al negocio, apoyándose para ello
en el conocimiento de miembros destacados en él y en diferentes fórmulas de
solidaridad.
En resumidas cuentas, más allá de
los casos concretos que analiza, el libro
sirve como modelo para otro tipo de
estudios historiográficos, referidos a
grupos varios, tomando como base el
componente local, familiar y de red.
La labor historiográfica que se realiza en la Universidad de Navarra desde hace años, en torno al estudio de la
presencia y participación de los navarros en la Monarquía Hispánica, es
digna de resaltarse. El antecedente más
directo de este libro fue el editado en
su día por Agustín González Enciso, de
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título Navarros en la Monarquía española en el siglo XVIII (Pamplona,
2007), línea de investigación que, co-
297
mo puede comprobarse por el trabajo
que reseñamos, continúa siendo aún
fecunda.
—————————————————— Manuel Bustos Rodríguez
Universidad de Cádiz
[email protected]
FLORIDABLANCA, Conde de: Cartas desde Roma para la extinción de los jesuitas:
correspondencia julio 1772 - septiembre 1774. Estudio introductorio, edición y
notas de Enrique Giménez López. Alicante, Universidad de Alicante, 2009, 627
págs., ISBN: 978 84 7908 999 3.
El conocimiento del proceso histórico de la extinción de la Compañía de
Jesús con el breve Dominus ac Redemptor del papa franciscano Clemente
XIV de 1773 ha mejorado en los últimos años gracias a estudios y ediciones
documentales, como el libro de José
Ferrer Benimeli, La expulsión y extinción de los jesuitas según la correspondencia diplomática francesa (Zaragoza,
1998). Es sabido que el embajador español en Roma, el murciano don José
Moñino y Redondo, I conde de Floridablanca (1728-1808), sometió a gran
presión al papa Ganganelli para que
firmara el breve de extinción. De Moñino se cuenta con importante información relativa a sus escritos políticos,
testamento, biblioteca, etc., pero faltaba
su correspondencia epistolar. El catedrático de la Universidad de Alicante Enrique Giménez López, especialista en la
historia de la Compañía de Jesús en
España durante el siglo XVIII, ha editado precisamente las cartas de Moñino
durante su embajada en Roma. Se trata
de la edición de 222 documentos, cartas
que comienzan el 16 de julio de 1772 y
terminan el 29 de septiembre 1774, la
mayoría dirigidas a Grimaldi. El princi-
pal de sus objetivos era lograr la extinción de la Compañía. Consta de un espléndido estudio introductorio con
numerosas notas críticas sobre la actuación de Moñino durante este período, con
la bibliografía citada y el corpus documental donde indica de dónde está tomado el documento, quién lo escribe, a
quién va dirigido y el lugar y la fecha, y
finalmente un índice onomástico.
Leyendo las cartas se llega efectivamente a la conclusión de que el embajador fue implacable con el papa, le sometió a una fuerte presión, con audiencias
larguísimas, sirviéndose de su confesor
Inocencio Buontempi —le llamaba «el
barómetro de todo y al fin lo ha hecho
grandemente»— y de cardenales y prelados afines, especialmente de Zelada, el
redactor del breve. Finalmente el papa
cedió y firmó el 16 de agosto de 1773
el breve de extinción y así comunicaba
la noticia al ministro Grimaldi, a quien
le debía su nombramiento como embajador: «sea enhorabuena que hemos
salido del escabroso empeño de jesuitas». Las cartas están tomadas en su
mayoría de los legajos 5.039 a 5.043 de
la sección de Estado del Archivo General de Simancas y del fondo Santa Sede
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RESEÑAS
del Ministerio de Asuntos Exteriores,
especialmente legajos 436 a 438, aunque cita también otras fuentes. De estas
cartas se pueden sacar multitud de detalles sobre la vida del papa y el entorno
romano, como, por ejemplo, los prejuicios del pontífice sobre la Compañía,
según recogió Moñino, la «desavenencia» empezó «desde que tuvo vocación
de entrar en la Orden de San Francisco,
de la cual, en cierto modo le había querido disuadir su confesor, que era jesuita»,
o que «en 1743 le prepararon los jesuitas
una persecución para hacerle salir desterrado de Roma». Nada parece indicar
que fuera cierta la presunta retractación
del papa. Con todo, hay que mirar con
ciertas reservas el exceso de autosuficiencia de Moñino en la consecución de
su objetivo final: no fue él ni la primera,
ni la principal ni la única fuerza que
logró la extinción, había otros circunstancias internas, tanto dentro de la Iglesia como en la propia Compañía, consecuencia de sus debilitamientos por las
expulsiones de los estados borbónicos.
Moñino fue premiado por Carlos III en
1776 con un puesto en la Secretaría de
Estado. Curiosamente quien decretó la
entrada de los jesuitas a titulo personal
en España fue Moñino en 1808, siendo
presidente de la Junta Central Suprema,
poco antes de morir.
La edición, dentro de la colección
Norte Crítico, de la Universidad de
Alicante, hubiera mejorado con algunas
notas explicativas, así como con un
índice de lugares y temas. Se trata,
pues, de una gran aportación documental muy útil a los investigadores y estudios de la biografía de Floridablanca y
de la historia de la Compañía de Jesús.
————————————————–—— Enrique García Hernán
CSIC
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DEDIEU, Jean-Pierre: Après le Roi. Essai sur l’effondrement de la monarchie espagnole. Madrid, Casa de Velázquez, 2010, 194 págs., ISBN: 9788496820432.
No puede caber duda de que lo ocurrido en la monarquía española entre
finales de octubre de 1807 y principios
de mayo de 1808 no tenía precedentes.
Aunque no muchas, conspiraciones
contra el monarca reinante las había
habido y tratados más o menos dignos
se habían firmado a porfía, pero nunca
antes el príncipe de Asturias había sido
reo de alta traición, había delatado toda
una trama de conspiradores que, a la
postre, resultarían exonerados de todo
cargo y, sobre todo, nunca antes un monarca español había consentido la entra-
da de numerosa tropa extranjera en sus
dominios, aunque fuera con intención
de operar conjuntamente contra otro
príncipe. Todo ello ocurrió el 27 de
octubre de 1807, marcando de manera
inexorable el destino fatal de una monarquía cuyos dominios se extendían
aún por buena parte de América y llegaba a conectar el Mediterráneo y el
mar de China.
Sin duda, la extraordinaria naturaleza de estos hechos y de sus inmediatas
derivaciones hasta la revolución constitucional que se inició entre Bogotá,
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Quito, Caracas, Santiago de Chile y
Cádiz para luego extenderse por toda la
geografía hispana ha marcado fuertemente su propia interpretación historiográfica. Como es el caso en el estudio de otras revoluciones, la española
también ha gustado historiográficamente de establecer una cifra antemural en
1808: contra ella chocaría toda la historia anterior a la vez que sería punto de
arranque del novus ordo seclorum del
liberalismo español. Es tal la propuesta
de interpretación de fondo que recorre
el par de libros que probablemente más
han influido en la elaboración de la
idea socialmente compartida sobre el
significado de la crisis de 1808. Separados por casi veinte años, Los orígenes de la España contemporánea y
Antiguo régimen y revolución liberal
de Miguel Artola establecieron con tal
intensidad en 1808-1812 el foco de los
«orígenes» que lo convirtieron en una
suerte de 1789-1791 español. La consecuencia historiográfica está a la vista
en casi cualquier manual de Historia
Contemporánea de España: esa es la
fecha del novum que corrige un Antiguo Régimen que se irá diluyendo en el
siglo XIX.
Es por ello que el momento de 1808
ha sido casi siempre cosa de contemporaneístas, esa especie historiográfica
que, de manera ciertamente extraña, se
ocupa del período que va desde esa
misma fecha hasta hoy. Como punto de
arranque de la especialidad, los manuales y las lecciones de la materia, 18081812 es momento habitualmente interpretado como inaugural. Como mucho
se le reconocen unos «antecedentes»
que se despachan en algunas páginas de
manual y minutos de clase.
La mirada del modernista viene a
ofrecernos aquí una perspectiva bien
diferente de ese momento crítico. Jean-
299
Pierre Dedieu es bien conocido de la
historiografía española por su dedicación a una historia social del poder en
la España moderna. Desde la Inquisición a los Consejos y secretarías, y de
las élites locales a las corporaciones, su
extensa y fructífera carrera le ha proporcionado (y nos ha ofrecido) un conocimiento de quiénes y cómo ejercían
poder en las sociedades hispánicas. No
podía dejar de interesar en ese iter el
momento en que precisamente toda
aquella Verfassung hispánica se vino
abajo.
«Después del rey» es un título que
conlleva un evidente mensaje del planteamiento que Dedieu despliega en este
libro: 1808 tiene que ver ante todo con
la monarquía tal y como se había entendido, aceptado y funcionado hasta
ese momento crucial de los primeros
días de mayo de aquel año. Recuérdese
que, técnicamente, no hubo entonces
ningún instante que justifique este título en su literalidad pues más que falta
hubo sobredosis de reyes en ese período. Sin embargo, la definición de ese
período como un momento post-rey se
justifica por el hecho, también evidente, de que la monarquía ya nunca volvería a ser lo que fue con anterioridad
al 5 y 6 de mayo de 1808.
Tanto en su desarrollo como en su
propuesta historiográfica el libro que
comentamos adopta una perspectiva
bastante inusual en la bibliografía que
se ocupa de ese momento en que la
monarquía se vio sin su cabeza. Dedica
una primera parte a delinear el significado que había tenido justamente el rey
en la Monarquía Española. Aunque
pueda parecer de lo más obvio, no es lo
común en la historiografía sobre este
período hacerse la pregunta: si la situación generada en mayo de 1808 exigió
reemplazar al rey, primero regencia y
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RESEÑAS
luego en su soberanía, ¿de qué tipo de
monarca estamos hablando? Dicho de
otro modo, este libro, a mi juicio, entra
en la decisiva cuestión de la trascendencia que tuvo el hecho doble de la
exclusión de la Casa de Borbón y de la
necesidad de guardar primero y reclamar luego para la nación una soberanía
que no podía estar sino en manos regias.
El primer capítulo se construye sobre la idea de una «convención regia»,
expresión en la que el autor engloba
una forma de funcionamiento monárquico que tenía que ver con la capacidad munificente del rey. Recordar que
la monarquía acentuó en su proceso de
imperialización una imagen del rey que
se emparejaba con su posición paternal
es muy relevante a los efectos de entender mejor la crisis de 1808. En efecto, frente a una interpretación que ha
insistido en el carácter cada vez más
estatalista de la monarquía, la interpretación de Dedieu recupera una dimensión de la monarquía de Borbón que,
aun encarnando en el propio monarca el
intento más sólido de transición entre
monarquía e imperio, sostuvo una imagen del propio monarca que retomó, por
un lado, la imagen tardo-barroca del rey
como buen pastor y, por otra, la de «arquitecto de la sociedad» que la oficialidad ilustrada de la monarquía, con
Campomanes a la cabeza, le asignó.
Lejos de ser contradictoria con la dinámica «estatalista» o «ministerialista»
de la monarquía, la «convención regia»
encajaba perfectamente en ella. Contra
lo que quisieron algunos pensadores que
vieron ya claros los límites de la monarquía y quisieron activar en ella un sistema constitucional, hasta su crisis funcionó mucho más en términos antipolíticos
que políticos. Quiero con ello decir que
tanto en los esquemas del conde de Flo-
ridablanca como en los del príncipe de
la Paz la posición del rey no admitía
comunicación política con el reino en el
sentido que reclamaban en aquellas
décadas de finales del Setecientos autores como Manuel de Aguirre, León de
Arroyal, Francisco de Cabarrús o Victorián de Villava, entre otros.
El rey-padre funcionó, en definitiva,
mejor para una monarquía como la descrita por Clemente Peñalosa —comercial
e imperial a la vez que antipolítica— que
el rey-primer magistrado de la nación
que eclosionará definitivamente en
Cádiz. La «convención regia», como
explica este primer capítulo de Dedieu,
constituyó el conjunto de mecanismos
por medio de los cuales el rey se situó
crecientemente en una posición desde
la que desplegaba su gobierno económico de la monarquía, por lo que la
cercanía a su voluntad y, previamente,
a su corazón, era indispensable —como
bien experimentaron las élites criollas
americanas— para la consecución de la
gracia y merced.
Nada, probablemente, como la extensión del decreto de consolidación de
Vales Reales a América en 1804 mostró esa combinación que produjo la
«convención regia» con el proceso de
imperialización de la monarquía. Aquel
peculiar «corralito» por medio del cual
la monarquía se hizo con unos dieciséis
millones de pesos procedentes de censos hipotecarios en América contribuyó
notablemente a consolidar una imagen
de «mal gobierno» de la monarquía que
las noticias encadenadas de la derrota
de Trafalgar y la toma de Montevideo y
Buenos Aires por los británicos, más la
intentona de Francisco de Miranda en
Venezuela con apoyo haitiano, consolidaron entre 1805 y 1807.
La segunda parte de este libro trata
del momento en que la crisis imperial
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se cruzó con la crisis de la monarquía.
Como se explica aquí, lo hizo en el
momento justamente en que el despliegue imperial de la monarquía se había
planificado de manera más meticulosa
con la idea de militarizar, provincializar y hacer más dependiente de oficiales peninsulares a la vez el gobierno de
América. El relato de Dedieu nos
muestra cómo ese cruce entre crisis
imperial y monárquica se debió a dos
procesos coincidentes. Por una parte, la
tensión entre Gran Bretaña y Francia
que, con la paz de Basilea, arrastró de
nuevo a la Monarquía Española cada
vez más en posición subordinada respecto de Francia y su proyecto de imperio republicano. Por otro lado, la
propia política interna de la monarquía
y la deriva de una polémica ideológica
entre los partidos cortesanos liderados
por Floridablanca y Aranda a otra puramente por el poder encarnadas por
Godoy y el príncipe de Asturias, Fernando. En efecto, en el momento en
que Carlos IV avalaba la firma del tratado de Fontainebleau la guerra abierta
entre las facciones de la corte era declaradamente por el gobierno y no por
la forma de gobierno.
De este modo, el libro de Dedieu
logra presentar de manera a mi juicio
más vívida de lo habitual la relevancia
de 1808 como una crisis que comenzó
afectando a la monarquía y acabó implicando a la soberanía. Ya en pasajes
previos del libro, Dedieu presta atención a la relevancia que los pueblos
habían tenido en la constitución tradicional castellana que en el momento de
la crisis se quiso reavivar como referente para su solución. Sorprende por
ello que no se detenga su relato en el
«momento de los pueblos», el que protagonizaron a través de la creación de
juntas locales y provinciales. Le inter-
301
esa más a su argumento seguir la pista
de las instituciones centrales de la monarquía que gestionaron la crisis: Junta
Central, Regencia y Cortes. Es ahí
donde Dedieu puede observar y relatar
los cambios más relevantes en el tratamiento de la soberanía, desde el discurso del depósito hasta la reivindicación
nacional de la misma que conllevará el
ensayo constitucional de 1810-1812.
La última parte del libro se dedica
a contemplar este proceso de crisis de
la monarquía y reformulación constitucional desde la otra orilla de la monarquía. Escoge para ello Dedieu un ángulo bien interesante, el Río de la Plata y
Chile. Solo recientemente establecido
como virreinato y capitanía general
totalmente independiente del Perú respectivamente, estos espacios extremos
del imperio español respondieron a la
crisis de manera paradójica. No es solo
que tardíamente proclamaran formalmente su independencia —aunque Río
de la Plata es el único territorio que ya
no volvería a tener gobierno metropolitano desde 1810, ni en Buenos Aires ni
en Asunción— sino que, sobre todo por
lo que hizo a los gobiernos establecidos
en Buenos Aires, replicaron casi literalmente del revés los acontecimientos
peninsulares: donde la experiencia
peninsular vio sobreponerse a la asamblea sobre la regencia, en Buenos Aires
fueron los ejecutivos los que acabaron
por controlar las asambleas; donde la
evolución peninsular apuntó rápidamente a una solución constitucional
(que se preveía estable), en Buenos
Aires lo hizo a un sistema de constitucionalidad provisoria que duraría décadas. Al escoger este espacio de análisis,
Dedieu puede cerrar su libro como lo
inició: de manera bastante sorpresiva
para los estándares de la historiografía
española centrada en ese período.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 241-326, ISSN: 0018-2141
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RESEÑAS
Muestra así, y es a mi juicio su mayor
valor, la relevancia de ensanchar temporal y geográficamente el foco de
aquella crisis que, si fue «española», lo
fue en un sentido muy distinto al que
hoy damos a ese adjetivo.
———————————–———————
José M. Portillo Valdés
Universidad del País Vasco/Instituto Mora/El Colegio de México
[email protected]
CAILLAUX DE ALMEIDA, Tereza: Memória das «Invasôes Francesas» em Portugal
(1807-1811). Una perspectiva innovadora no bicentenário da Guerra Peninsular. Lisboa, Ésquilo, 2010, 424 págs., ISBN: 978-989-8092-70-0.
Este libro es fruto de una larga investigación que inició la profesora Tereza Caillaux de Almeida en 2003 y culminó con su Tesis de Doctorado que
presentó en la Universidad de Nanterre
(París X) en febrero de 2008. Se trata de
la versión en lengua portuguesa y constituye una novedad por la amplitud temática estudiada y por los nuevos enfoques introducidos como el análisis de
fuentes orales.
Se trata de desvelar los vestigios dejados en la memoria de los portugueses
de las campañas napoleónicas. Por ello
la autora ha recurrido a los lugares de
la memoria y a la representación simbólica que ha servido para transmitir de
generación en generación estos sucesos, muchas veces distorsionados. El
objetivo es amplio, por el espacio estudiado, todo el territorio de Portugal, y
por las representaciones históricas en
sus múltiples manifestaciones, fuentes
orales, escritas e iconográficas. Se trata
de intentar comprender las relaciones que
pueden existir entre lo que queda de estas
transformaciones y transmisiones y las
representaciones oficiales de la historia
académica. En ese sentido ha localizado
los campos de batalla, las playas de desembarque, los fuertes y reductos de de-
fensa, las residencias privadas y las instituciones públicas y cuantos fueron
protagonistas de esos hechos.
La Guerra peninsular, como la Guerra de la Independencia en España, solo
se puede abordar en el marco de las
guerras napoleónicas y en las anteriores
suscitadas por la Revolución francesa.
Aspecto que Teresa Caillaux analiza
ampliamente en el primer capítulo del
libro, dedicado al estudio del conflicto
vivido en Portugal en el ámbito de las
confrontaciones con Francia iniciadas
mucho antes que las del periodo 1807 y
1811. En 1793 los portugueses, junto a
los españoles, iniciaron la campaña del
Rosellón, la llamada Guerra de la Convención. En los años siguientes apoyaron a los ingleses en acciones marítimas hasta que Bonaparte decidió con
España poner fin a esta situación en
1801, interviniendo en Portugal en la
llamada Guerra de las Naranjas. La
neutralidad ensayada por los portugueses se hizo insostenible a partir de 1806
cuando Napoleón decretó el bloqueo
continental. Su negativa de adhesión
originó la invasión de su territorio en
tres ocasiones, entre noviembre de
1807 y abril de 1811, sumando un total
de 21 meses de ocupación.
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RESEÑAS
La primera invasión tuvo lugar en
noviembre de 1807 cuando el ejército
de Junot entró en Portugal apoyado por
varias divisiones españolas. Un día
antes de su llegada a Lisboa, la Familia
Real y la Corte portuguesas partieron
para Brasil y se establecieron en Río de
Janeiro. La falta de reformas y el comportamiento violento de los soldados
motivaron que varios sectores de la
sociedad portuguesa buscaran el apoyo
de Inglaterra, cuyas tropas comandadas
por el general Arthur Wellesley desembarcaron el 1 de agosto de 1808 y
derrotaron a los franceses en Roliça y
Vimeiro. La segunda invasión ocurrió
en marzo de 1809 bajo el mando del
general Soult, cuyas tropas entraron por
Tras-os-Montes y en mayo de ese año
por presión del ejército luso-británico se
vieron obligadas a retirarse hacia España. La tercera invasión se inició en julio
de 1810, comandada por el general
Massena, y tras sufrir una derrota en la
batalla de Buçaco consiguió reorganizar
sus tropas y proseguir la invasión. Wellington, al percibir que Massena quería
dirigirse hacia Lisboa, se anticipó al
invasor y construyó las líneas de defensa de la capital (Linhas de Torres Vedras). El general francés se vio forzado a
detenerse y acabó retirándose. Su derrota marca el fin del sueño de Napoleón
por dominar a Europa.
Estas campañas fueron un fracaso
rotundo para los franceses. Desde la
primera ocupación de Portugal se originó el miedo en unos y la colaboración de una pequeña minoría que vio
en el cambio de régimen la posibilidad
de modernización del país. Como en
España, la fractura que produjo la ocupación llevó a un combate fratricida e
ideológico entre liberales y absolutistas
que acabaría después en una guerra
civil. La Iglesia, por su parte, cambió
303
su primer mensaje de aceptación de la
ocupación por el de la oposición total, al
representar los soldados imperiales los
ideales de la Revolución francesa. El
vacío de poder llevó consigo una revuelta social importante en algunas ciudades
que introdujo la anarquía y el ajuste de
cuentas. Cuando marcharon los franceses, tras el convenio de Sintra (agosto de
1808), el país quedó exhausto y dividido, aunque controlado totalmente por
los ingleses. Con ello se iniciaba una
página negra en la historia de Portugal,
si bien se ha de señalar que gracias a
estas perturbaciones el país caminó
hacia nuevas estructuras políticas impulsadas por los liberales, que sufrieron
el exilio tras la «setembrizada» (1810).
Las fuentes francesas sobre las campañas en Portugal son escasas, mientras
la historiografía portuguesa ha recurrido
a una narración oficial primera, basada
en un testimonio, la obra de Acúrcio das
Neves (História geral da invasâo dos
Franceses em Portugal), muy decantada
a acentuar la brutalidad del ejército
francés frente a la lucha del pueblo portugués, su sufrimiento y expolio. Visión
de la que, en mayor o menor grado, han
bebido todos los historiadores portugueses que han construido un relato
oficial, sin distanciarse de los acontecimientos, que se repite en los manuales escolares. Esta tendencia prácticamente no se ha alterado a lo largo del
siglo XIX y XX hasta la «Revolución
de los claveles» de 1974. Es común en
todos los textos escolares tratar el tema
de las «invasiones francesas» en el
capítulo dedicado al liberalismo, aunque la relación entre los dos períodos
no se explicita y el discurso sobre los
ejércitos napoleónicos es descrito en
forma negativa.
Este discurso inicial se prolonga también en otras obras de tipo literario, como
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RESEÑAS
El rei Junot de Raul Brandâo y Razôes
de coraçâo de Álvaro Guerra, e incluso
en la obra clásica del historiador Oliveira
Martins. La literatura romántica exaltó la
epopeya popular y los valores caballerescos de carácter medieval, pero también
ridiculiza a la aristocracia rural por su
cobardía o huida ante la ocupación. El
pueblo, a pesar de todo dirigido por aristócratas apasionados de la resistencia, se
convertirá en los héroes de los romances.
A su vez el pueblo que aparece retratado
en los frescos muestra su rudeza pero
también su astucia. El mundo rural es
descrito con una mirada tierna, aunque
distanciada, porque en el Portugal mayoritariamente iletrado, los escritores pertenecen a una clase social instruida y por
tanto capaz de manipular la pena y maltratar al enemigo. Algunos romances
históricos han llegado hasta nuestros días
y sus autores no se preocupan tanto en
destruir al enemigo, como de mostrar una
reconciliación universal a través de los
casamientos y de las descendencias mixtas de sus protagonistas. En algunos pasajes incluso se llega a manifestar cierta
simpatía por Napoleón como político.
El capítulo tercero del libro lo dedica a las representaciones pictóricas de
las invasiones francesas a través de los
tiempos. En todas ellas los artistas describen los acontecimientos de acuerdo
con una perspectiva heroica y nacional
que fortalece como en los primeros
tiempos el arma contra los ejércitos
ocupantes. Las caricaturas portuguesas,
como los panfletos, presentan una imagen del enemigo fría y dolorosa, influenciada por la tradición inglesa de
los grabados sobre la temática de la
guerra peninsular. De alguna manera
han contribuido a presentar una imagen
deformada o deformante del ocupante
francés. Es cierto que, en el caso de
Domingos Sequeiro, vacila entre el
liberalismo pro-francés y el homenaje a
los aliados, aunque los pintores insisten
en sus representaciones en azulejos y
modelos en las batallas e insurrecciones para ilustrar el apego de los portugueses a su tierra, a su religión y a su
independencia. En las representaciones
naif los pintores locales muestran hasta
qué punto el pueblo atribuye una gran
importancia a los episodios que tratan
de su aldea.
En la memoria histórica se presenta
el fenómeno de la violencia ejercida
por los franceses tanto en el dominio
público como en el privado. Así, por
ejemplo, en los cuadros de la Iglesia de
Sâo Gonzalo de Amarante o en los
azulejos de la capilla de la Quinta de
Santo António en Golegâ, perforados
por las bayonetas y conservados en ese
estado, para que nadie dude de lo que
pasó. Como icono de la violencia, se
muestran también respectivamente en
ambas ciudades, la casa quemada de
Magalhâes y el baptisterio de la iglesia
parroquial, y también en las ruinas de
Almeida. Finalmente la publicidad utiliza la iconografía ligada a hechos y a
personajes heroicos nacionales y, desafiando la memoria nacional, la imagen
de Napoleón, legendaria en Francia, es
venerada en ciertos medios hasta el
fanatismo. Ultrapasando las fronteras
geográficas y temporales ha llegado
subrepticiamente a Portugal para ilustrar
algunos productos de calidad en este
país, antes codiciado por el emperador.
Como se ha señalado, la utilización
de fuentes narrativas orales hace que este
estudio sea innovador, a diferencia de
España donde apenas se han utilizado
dichas fuentes en el estudio de la Guerra
de la Independencia. Tereza Caillaux ha
realizado más de doscientas entrevistas
con unos resultados muy aceptables. Por
ejemplo, a través de las narraciones del
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RESEÑAS
profesor de la Sorbona José Carlos Janela
Antunes, nacido en la Beira Alta, ha
reconstruido la supervivencia de las gentes de esta región durante las invasiones
francesas: la huida de los aldeanos a la
montaña para buscar refugio ante la llegada de los imperiales, la forma de esconder los alimentos debajo de la tierra,
el tema del pan, la cuestión de las violaciones de las jóvenes, etc. Todo ello forma parte de la experiencia vital del pueblo en medio de este conflicto bélico: la
alimentación y supervivencia, el miedo,
la huida, el escondite, etc. A través de las
omisiones, lapsos, repeticiones y distorsiones realizadas en el discurso se descubre la mentalidad del pueblo portugués.
El individuo es capaz de reducir el discurso colectivo a una percepción particular desde el punto de vista psíquico.
Cambia el tiempo de los verbos, pasando
del pasado a un presente del pasado y
remarca el papel de víctima convertida
en memoria transmitida de generación en
generación. Es un discurso que maltrata a
los ejércitos napoleónicos mientras resalta el valor del pueblo portugués en la
defensa de su territorio. De ahí que pocos
de los entrevistados saquen consecuencias positivas de este contacto con Francia. Muy pocos hablan de la influencia
positiva y de progreso, entre ellos, Nuno
Morais Sarmento, el inventor del movimiento bonapartista portugués. Este discurso victimista y de corte nacionalista es
el que sobresalió en la celebración del
centenario: un discurso laudatorio del
combate del ejército y del pueblo portugués, como se observa en las inscripciones y monumentos, en las placas conmemorativas y en los discursos oficiales
Se trata, siguiendo a Paul Ricoeur,
de una «memoria preocupada» que
lleva a la autora a concluir que existe
un «traumatismo» entre los portugueses en relación a esta guerra. Cierta-
305
mente, frente a la hipertrofia del recuerdo de lo acontecido en Vimeiro, se
sitúa la atrofia de los habitantes de
Évora, ciudad muy castigada por Loison. Es de todos conocido la expresión
portuguesa «Ir para o Maneta», como
sinónimo de destrucción, que se relaciona con la figura del general francés
Loison, «Le Manchot» («o Maneta»),
que en la memoria colectiva de los
portugueses simboliza la violencia
extrema. En la memoria perdura la
imagen de la profanación reiterada de
iglesias y templos por los soldados
franceses, así como las rapiñas y robos
que cometieron. Las mismas fuentes
francesas, como las memorias de los
generales Marbot, Thiébault y PeletCloseau, reconocen el mal comportamiento de sus soldados, fruto de las
disensiones entre los oficiales y por la
indisciplina reinante. En el caso de
Torres Vedras, por las líneas de defensa insuperables para las tropas de Massena, a quienes llevó el hambre y la
ociosidad y a cometer los crímenes más
horribles.
Según Eduardo Lourenço, los portugueses vivieron adormecidos después
de la época dorada de los grandes descubrimientos. La invasión napoleónica
les sirvió para comprobar que aun
huérfanos, con la ayuda inglesa, eran
capaces de vencer a Napoleón y a su
imperio. La división ideológica interna
les llevó, no obstante, al enfrentamiento y a las luchas por la instauración del
liberalismo. En ningún momento Portugal asumió enteramente su papel en
este conflicto y se vio mediatizado
entre las dos potencias, Francia e Inglaterra. Portugueses y españoles no vieron reconocidos sus sacrificios en el
Congreso de Viena en 1814. Portugal,
satélite de Inglaterra, recibió una pequeña indemnización y España pasó a
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RESEÑAS
ser una nación de tercera o cuarta categoría.
¿Qué defendió Portugal entonces, se
pregunta la autora? Probablemente lo
mismo que defiende hoy, a través de la
construcción mítica de su pasado: su
identidad. Los soldados franceses extranjeros amenazaban entonces su cohesión
nacional con las marcas de la Revolución
francesa colgadas a sus botas con las que
pisaron el suelo del país, con convicciones monárquicas, religiosas y culturales
profundas, muy diferentes a las suyas.
Las reacciones producidas en Portugal
por las invasiones francesas son síntoma
de una concepción de una nación frágil y
con la necesidad constante de cohesionarse para permanecer. La amenaza de Francia creó entonces un traumatismo y miedo que llega en la memoria colectiva
hasta nuestros días. Concluye Tereza
Caillaux afirmando que el síndrome portugués y el síndrome francés son dos
fases de un mismo problema identitario:
«Com efeito, a França assim como Portugal têm nesessidade de um discurso paliativo para fortalecer a fragilidade das suas
fundaçôes e para ultrapasar a grandeza
perdida mas que se mantém preciosamente num espaço imaginário» (pág. 389).
En Portugal, la derrota militar francesa precedió a la guerra civil entre los
partidarios de un mundo nuevo y los
anclados en el antiguo, que marcó el
punto de partida de la modernidad. Lo
mismo que en España, las guerras napoleónicas en Europa introdujeron un
nuevo rumbo en los países europeos.
La obra contiene además de las
fuentes y la bibliografía utilizada, los
índices onomástico, toponímico y de
autores consultados. En los anexos se
incluye el mapa de los lugares investigados por la autora en Portugal, diversos documentos, los textos de diversas
entrevistas realizadas, así como fotografías del centenario y objetos de la
colección de la Casa das Gaeiras.
Se trata de una obra original, que
contribuirá a realizar nuevas investigaciones, escrita con elegancia y de lectura fácil. Obra de consulta indispensable
para los investigadores de la Guerra
Peninsular.
—————————————————–—
Antonio Moliner Prada
Universitat Autònoma de Barcelona
[email protected]
HOCQUELLET, Richard: La revolución, la política moderna y el individuo. Miradas sobre el proceso revolucionario en España (1808-1835). Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza y Cádiz, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 2011, 308 págs., ISBN: 978-84-9828-329-7.
Le Bicentenaire des événements qui
commencèrent en 1808 dans la Monarchie catholique a déjà fait couler beaucoup d’encre. Par définition, il est appelé à occuper un espace temporel
aussi long que le processus qui, pour le
dire d’une façon aussi large que possible, a permis la transition de l’ancien
régime vers la modernité contemporaine en Espagne. Il est donc sans doute
trop tôt pour dresser un bilan définitif.
Toutefois, si l’on tentait un état des
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RESEÑAS
lieux provisoire, il serait d’ores et déjà
possible de remarquer à côté des nombreux ouvrages de synthèse publiés pour
l’occasion et des rééditions de classiques, quelques livres qui se distinguent
(au sens positif du terme) en rénovant
sérieusement l’historiographie. C’est le
cas de ce recueil d’articles que les amis
du regretté Richard Hocquellet (19652009) ont eu l’initiative de publier traduits en castillan aux presses universitaires de Saragosse (avec le soutien de
celles de Cadix). En rassemblant des
travaux parus de façon dispersée et
même inédits pour certains, les éditeurs
et traducteurs ne se sont pas contentés
d’en faciliter l’accès pour le public hispanophone et des hispanistes au sens
large. Du fait du matériel et de sa forme,
ils permettent aussi et surtout à
l’historien d’appréhender à la fois le
processus révolutionnaire étudié par
R. Hocquellet et le processus de construction de l’objet et d’élaboration empirique des méthodes par un historien qui
savait tirer parti d’un travail minutieux
sur les sources. En cela, on peut affirmer
que ce livre est autant une leçon
d’histoire qu’une leçon sur l’histoire.
Un mot d’abord sur ce second point.
En étant une collection de textes que
leur auteur n’avait pas destinés à être
publiés ensemble, on retrouve très logiquement dans les introductions successives des éléments de réflexions et des
morceaux de développements itératifs.
Mais cet aspect répétitif qu’il n’était pas
possible d’éviter n’est qu’une apparence. Elle s’estompe lorsque l’on constate
que R. Hocquellet ne procédait jamais
par économie et écrivait chacun de ses
textes sans réemployer les paragraphes
de documents précédents. Par ailleurs,
en n’étant pas une réécriture a posteriori, l’ouvrage conserve le caractère progressif d’une recherche en constante
307
redéfinition. On peut ainsi apprécier au
fur et à mesure des différents articles,
l’évolution des doutes, des certitudes,
des questions et des choix. À cela, il faut
ajouter que les réflexions sur la méthode
qui ponctuent le travail de R. Hocquellet
en constituent un élément à part entière.
La recherche prend vie et l’ensemble
des textes acquiert ainsi une logique
interne indéniable.
Pour ceux qui travaillent sur le
premier tiers du XIXe siècle espagnol,
les travaux de R. Hocquellet n’avaient
pas pu passer inaperçus. Élève de François-Xavier Guerra, il avait été celui qui
s’occupa de la crise de la Monarchie
espagnole dans l’aire européenne et péninsulaire de cet ensemble composite qui
s’étendait des deux côtés de l’Atlantique
et en Asie. Autrement dit, le phénomène
qui retenait l’attention des chercheurs du
groupe formé à Paris était celui des «révolutions hispaniques» et le cas étudié
par R. Hocquellet était celui de la Péninsule Ibérique. Cette circonstance est loin
d’être un détail dans la mesure où cela
conduisait d’une part à rompre avec les
approches «nationales» tant des indépendances américaines que de la révolution
espagnole et, d’autre part, à se libérer des
séquences chronologiques particulières
pour envisager un phénomène qui prenait
son sens sur le temps long. Ainsi, si
R. Hocquellet n’a pas consacré d’étude
particulière à l’Amérique, il n’a pas
pour autant négligé l’importance de la
question des Indes dans la structure de la
Monarchie catholique. Il a insisté sur le
caractère essentiel pour les autorités
patriotiques de la Péninsule du maintien
du lien avec les territoires qui, loin de la
menace française, finançaient la guerre
contre Napoléon. Le recueil inclut
d’ailleurs une contribution sur la diffusion du discours patriotique péninsulaire
outre-mer au début de la guerre
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d’Indépendance. Mais surtout, en montrant que l’événement déclencheur des
mouvements qui se mirent en branle des
deux côtés de l’Atlantique en 1808, et
qui ensuite prirent des directions différentes, fut le même pour tous, à savoir la
perte du roi, il contribua à la définition
de ce sur quoi reposait l’unité de cet
ensemble complexe. Son analyse du
phénomène des juntes patriotiques a
permis d’expliquer par l’action des acteurs plus que par les théories politiques,
les enjeux de la recomposition du pouvoir et de sa redistribution sociale en
l’absence du roi. Par ailleurs, en envisageant les choses sous l’angle d’un processus progressif de mutation des représentations politiques dans le monde
hispanique, il a pu définir des séquences
clés appropriées à son objet sortant des
périodisations traditionnelles et ce, sans
se limiter à une analyse microscopique.
Il surprit plus d’un historien de
l’Espagne en montrant dans sa thèse la
cohérence du triennat 1808-1810 pouvant justifier une étude qui n’avait pas
besoin en soi d’aller jusqu’au terme de
la guerre d’Indépendance pour être
pertinente. Le livre qu’il en avait extrait devint rapidement une référence
qui justifia sa traduction en castillan
(Resistencia y revolución durante la
Guerra de la Independencia. Del levantamiento patriótico a la soberanía
nacional, Zaragoza, 2008). Les textes
que l’on trouve dans le recueil dont il
est ici question embrassent une période
chronologique plus vaste mais restent
centrés autour de l’étude de la formation d’une culture politique moderne en
Espagne. Ils sont le résultat de travaux
de thèse qui n’avaient pas été publiés
dans son livre, d’approfondissement de
certaines questions dans la perspective
de réflexions collectives (colloques,
séminaires, numéros monographiques
de revues…) et de nouvelles pistes
développées sur le façonnage de mémoires de la Guerre d’Indépendance de
la part des acteurs historiques.
Ces derniers sont le fil conducteur
des travaux de R. Hocquellet et il est
indéniable que cette approche par les
individus et leur expérience a permis de
mettre en exergue des logiques qui
échappaient aux reconstructions théoriques. En travaillant sur la composition
des juntes à partir des archives conservées sur tout le territoire espagnol actuel,
R. Hocquellet a montré que les pratiques
du pouvoir, qui s’étaient développées
localement dans les années précédant la
catastrophe de 1808, avaient contribué à
une crise de la représentation traditionnelle et à l’émergence d’une nouvelle
élite assumant la représentation du bien
commun sur de nouveaux fondements
pratiques. Si la formation des juntes
avait des traits inédits, elle permettait
aussi de prendre acte de mutations qui
s’étaient opérées sans avoir fait l’objet
de constructions théoriques nouvelles.
Cherchant une légitimité à l’exercice de
la souveraineté qu’elles revendiquaient
au nom de Ferdinand VII, les juntes
changèrent les modalités d’action politique des gouvernants vis-à-vis des gouvernés. Cela ouvrit un espace pour la
création d’une opinion publique d’un
type nouveau en Espagne. Un groupe
d’individus, que R. Hocquellet désignait
par l’expression de « passeurs de modernité », joua un rôle clé dans le processus
qui permit de faire cheminer la révolution —ou du moins son idée et ses principes pour apporter une nuance qui nous
paraît fondamentale— jusqu’aux Cortès
de Cadix. Ce sont encore les individus et
leurs discours sur leurs actions personnelles qui sont au cœur de l’analyse de la
construction d’une mémoire de la guerre
d’Indépendance. Au retour du roi en
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1814, puis au rétablissement de la Constitution de Cadix en 1820 et lorsque
l’expérience tourna court en 1823, ceux
qui prétendirent occuper des postes ou
continuer leur carrière publique élaborèrent une mémoire des événements destinée à justifier les services rendus. Ce
récit sélectif et partisan sur leur engagement personnel contribua autant à la
politisation de l’administration que les
épurations plus ou moins efficaces voulues par ceux qui étaient aux affaires.
En tant qu’historien du droit, le travail de R. Hocquellet (dont les conseils
nous ont été précieux à l’heure où nous
débutions nos recherches dans des lieux
où il nous avait précédé) nous paraît
d’autant plus utile qu’il livre une approche complémentaire des enjeux du processus révolutionnaire tels que nous pouvions les percevoir avec les outils du
juriste. Elle est de surcroît solidement
étayée, intelligemment construite et sur le
fond très convaincante. Pourtant il nous
semble nécessaire de la discuter non pas
pour la critiquer mais pour souligner la
nécessité d’y adjoindre une analyse fondée sur les sources doctrinales et juridique. L’objet Constitution dont la définition était au cœur des débats des
révolutions initiés à la fin du XVIIIe siècle doit être envisagé sous différents
aspects TOUS complémentaires.
Ainsi, en mettant l’accent sur le rôle
des individus —nous pensons en particulier aux « passeurs de modernité »
dont nous avons apprécié l’action au
cours de nos propres recherches faites
en partie sur les mêmes documents—, il
nous semble que R. Hocquellet mettait
le doigt sur un élément fondamental du
processus politique en cours pendant la
309
guerre d’Indépendance, à savoir qu’il
avait fallu l’action déterminée d’un petit
groupe pour faire avancer les choses à
contre-courant de ce que les autorités
officielles voulaient. En faisant cela
R. Hocquellet mettait l’accent sur le
facteur nécessaire de la modernisation
politique, mais en même temps il passait
sous silence les facteurs de résistance
qui pouvaient agir soit en s’opposant
activement soit par l’usage de la force
d’inertie d’un ordre en place. Certes
R. Hocquellet avait raison de voir la
révolution dans la presse, mais en la
recherchant ailleurs on constate
qu’après l’été 1808 elle n’était pas
ailleurs et peut-être même ne pouvaitelle pas l’être. Jusqu’à l’ouverture des
Cortès de Cadix elle n’était au fond
qu’un discours. Ce n’est pas le lieu pour
débattre du caractère révolutionnaire de
cette assemblée qui déclara représenter
la nation espagnole : elle l’était sans
aucun doute mais d’une façon qui
n’était peut-être pas celle du Seminario
Patriótico sur lequel R. Hocquellet avait
beaucoup travaillé. Si la composition
des juntes était révélatrice d’une rupture
et que leur nécessité d’établir un nouveau rapport avec les gouvernés permit
l’émergence d’un discours révolutionnaire dans la presse, il ne faut pas négliger le fait que le propre discours des
juntes était tout à fait opposé à la révolution. En définitive, ces commentaires
n’invalident pas les conclusions de
R. Hocquellet, ils visent à les replacer
dans une approche complémentaire et
pluridisciplinaire d’un processus dont il
ne niait certainement pas la complexité.
Il a grandement contribué à rendre
intelligibles certains de ses aspects.
———————————————————
Jean-Baptiste Busaall
Université Paris Descartes (Paris V)
[email protected]
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 241-326, ISSN: 0018-2141
310
RESEÑAS
BLANCO VALDÉS, Roberto L.: La construcción de la libertad. Madrid, Alianza
Editorial, 2010, 385 págs., ISBN: 978-84-206-8317-1.
El nuevo libro del profesor R. Blanco
nos presenta, como reza el subtítulo de la
obra, una historia del constitucionalismo
europeo, desde las bases del Estado constitucional puestas en el ciclo de la Revolución francesa, con los precedentes de la
Revolución «gloriosa» en Inglaterra y del
proceso de independencia norteamericana, hasta nuestros días, es decir, hasta esa
tercera «ola democratizadora» de la postguerra vivida tras el hundimiento de los
regímenes comunistas de la Europa del
este, que ha permitido entrar en el siglo
XXI con la mayor extensión territorial y
profundización de las constituciones
democráticas en el viejo continente.
Es de significar, en primer lugar, la
originalidad en la estructura del estudio, que se aparta de criterios más tradicionales. No se vertebra en una simple suma o sucesión, más o menos
articulada, de historias constitucionales
particularizadas de los distintos Estados europeos, atentas a las específicas
y complejas circunstancias de evolución histórica de cada país, que dejan al
lector la tarea de reconstruir los enlaces
y contrastes entre las diversas experiencias nacionales; sino que, al contrario, prima en la obra la preocupación
por brindar una visión de conjunto, y
esto en una doble vertiente. Por un
lado, se ha tratado de exponer la evolución, entrelazada y coherente, de los
diversos apartados de todo sistema
constitucional. Así, por ejemplo, se
examina el desarrollo desde el primitivo sufragio-función, limitado por la
capacidad, de la época del liberalismo
censitario, a la plenitud del sufragioderecho, universalizado, propio del
nivel democrático; de los primeros
partidos de notables, coherentes con las
visiones de representación limitada del
liberalismo decimonónico y de compleja inserción en los presupuestos del
liberalismo individualista del momento, a los partidos de masas o de integración democrática, finalmente «constitucionalizados» como pieza capital de
los sistemas democráticos del siglo
XX; de la evolución de las primeras
declaraciones de derechos liberales,
como la de Virginia (1776) o la célebre
«Del Hombre y del Ciudadano» francesa de 1789, donde primaban las preocupaciones por las garantías a la autonomía y seguridad jurídica de las personas
frente a un poder del Estado del que se
desconfía cervalmente, a la compleja
aparición de las libertades políticas de
acción colectiva, ―derecho de reunión,
asociación, sindicación y huelga―, y de
los derechos a exigir prestaciones sociales del Estado en el campo de la educación, sanidad pública y previsión social, más propios del Estado social y
democrático de derecho, que sirven
para medir el tránsito del primitivo
Estado del laissez-faire a este último,
que se va abriendo paso lentamente
desde el último tercio del siglo XIX
hasta su plena «constitucionalización»
en el tiempo inmediatamente posterior
al fin de la Segunda Guerra Mundial.
Junto a ello, simultánea y entrelazadamente, los cambios en los parámetros
del juego de los poderes del Estado en
el proceso político y consecuentes formas de gobierno: desde una primera
hora donde el autor resalta la centralidad de la tensión Rey-Parlamento,
―no en vano la misma supondría en el
plano político la lucha por la supervi-
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vencia del Antiguo Régimen o el triunfo
de la nueva sociedad liberal-clasista― ,
con sus sucesivas alternativas, las imposibles monarquías combinadas con veleidades de gobierno de Asamblea propias de la fase de ruptura revolucionaria,
o las complejas fórmulas «transaccionales» del liberalismo postrevolucionario
con sus Monarquías constitucionales
«dualistas», hasta el pleno triunfo del
parlamento, bien bajo la óptica de estrictas monarquías parlamentarias o de
repúblicas democráticas, en el siglo
XX, en que dentro del marco del «parlamentarismo racionalizado» y crecientemente monista, aquella vieja tensión
cede, más bien, en otros problemas
derivados del sistema de partidos, normas electorales y centralidad de la relación gobierno-parlamento en el nuevo horizonte intervencionista del citado
Estado social y democrático.
Pero a la vez, y en otra interrelacionada vertiente, el autor, con su búsqueda, apoyo documental y énfasis puesto
en los enlaces y puntos comunes entre
las diversas historias constitucionales
nacionales dentro de las facetas señaladas, nos brinda la posibilidad de comprender las principales fases históricas
del movimiento constitucionalizador en
Europa, las características diferenciadas de los sucesivos ciclos u «olas» de
democratización registradas, y con ello,
aun con las reservas que las abigarradas y desiguales historias nacionales
plantean al efecto, poder tratar de
«construir» los modelos constitucionales que definen y distinguen a cada uno
de ellos.
En este horizonte se llama la atención, en primer lugar, sobre la significación de las constituciones del ciclo de la
Revolución francesa, enfatizando, por
un lado, en los «fundamentos» que fijaron en el origen del Estado constitucio-
311
nal contemporáneo, con los puntos de
contacto y terreno compartido con la
experiencia norteamericana, por ejemplo, la funcionalidad garantista de los
derechos individuales vinculada al principio de división de poderes, asociada al
concepto racional-normativo de constitución (M. García-Pelayo), pero, por
otro y a la vez, remarcando las diferencias con la misma, en gran parte condicionadas por las distintas circunstancias
históricas y problemas a enfrentar en
que se fraguaron ambas experiencias.
Así, resulta especialmente ilustrativo
cómo el autor explana los motivos y
razones que pudieron explicar la contraposición entre uno y otro caso, en las
alternativas: centralización/federa-lismo;
veleidades de gobierno de asamblea
con monarcas meros «ejecutores delegados»/republicanismo presidencialista; valor meramente «político» de las
constituciones francesas, asociado a la
buscada primacía del parlamento y
concepción de la supremacía de la ley
como expresión de la voluntad general/
valor «jurídico» y normativo supremo
de la constitución en la experiencia
norteamericana.
El ciclo de las Cartas otorgadas y
de las monarquías constitucionales,
correspondiente al máximo esplendor
del liberalismo conservador postrevolucionario, con una desigual pero larga
proyección para buena parte del siglo
XIX, tiene en este trabajo una caracterización centrada en el medular problema de la relación rey-parlamento.
Se ha dicho que en el mismo la monarquía absorbió a la revolución (L.
Lacchè), y en esa perspectiva el autor
hace una sugestiva interpretación de la
teorización por B. Constant sobre el
poder neutro de los monarcas, para
mostrar, especialmente a la luz de la
práctica, que aquel escondía a la hora
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de la verdad, y a través de los poderes
que se reconocían al rey sobre libre
nombramiento de ministros, designación de senadores, sanción libre-veto
absoluto sobre los acuerdos de ley de
las cámaras y disolución parlamentaria
no limitada, una ubicación del Rey,
jefe de Estado, como «… centro auténticamente neurálgico de la vida nacional» y con plena capacidad para enfrenar los embates del Parlamento, en una
dinámica bien lejana de la anterior fase
de ruptura revolucionaria. Este ciclo,
dominado por el llamado liberalismo
doctrinario, es muy a tener presente por
la duración secular que tuvo en ciertos
países como Italia o nuestra España, con
evoluciones bien complejas. Allí donde
por vía evolutiva de «democratización y
parlamentarización» se abocó a una
estricta monarquía parlamentaria, la
monarquía subsistió, por el contrario,
donde, como en el caso de nuestro país,
los discursos de equilibrio transaccional
corona-cortes y los contradictorios regímenes parlamentarios de las «dos
confianzas» no lograron ocultar la autonomía y perseverante preeminencia de
la Corona, la imposible evolución a las
fórmulas de «el rey reina, pero no gobierna» acabó arrastrando a medio o
largo plazo a la crisis irreversible de la
institución monárquica.
En el pormenorizado repaso a la
historia constitucional en el viejo continente, cabe destacar en este estudio la
caracterización y significación de las
constituciones de entreguerras, del
«interregno democrático» o del también llamado espejismo democrático
(J.P. Fusi). Esas constituciones denominadas del «parlamentarismo racionalizado» (Mirkine-Guetzevitch), que
encontraron en la constitución alemana
de Weimar, o en el caso español, en la
republicana de 1931, quizás sus máxi-
mos exponentes, llevaron a sus textos
por primera vez, regulando, sistematizando y profundizando lo que hasta el
momento había sido práctica evolutiva
de democratización y parlamentarización solo en los países más avanzados
en la carrera constitucional, Inglaterra
y Francia, durante el último tercio del
siglo XIX. La sistematización de los
derechos sociales, el sufragio universal
pleno, la opción por formas de gobierno republicanas y arrumbamiento de
sus precedentes monarquías constitucionales, las primeras regulaciones
expresas de régimen parlamentario,
junto al valor «jurídico» de las constituciones en torno a los primeros esbozos de tribunales constitucionales, fueron algunas de sus características más
señaladas. Un ciclo constitucional
siempre apasionante por su trágico
destino. Sus ensayos de avanzadas
fórmulas de democracia social no lograron estabilizarse por un cúmulo de
adversas circunstancias: se materializaron en países que durante el siglo XIX
no habían figurado en la primera fila de
la carrera constitucional; mayoritariamente en países derrotados en la Gran
Guerra, donde su implantación fue consecuencia de la crisis de su anterior régimen político por el balance de esta,
caso sobresaliente de la Alemania «guillermina»; pronto desestabilizados por
las gravosas y punitivas condiciones que
les fueron impuestas por los tratados de
paz; y, quizás sobre todo, desafiados por
la crisis general de crecimiento del parlamentarismo demoliberal y ascensos
tanto del primer Estado socialista soviético como del fascismo.
El panorama de los ciclos del movimiento constitucionalizador se cierra
con la caracterización de las constituciones posteriores al fin de la Segunda
Guerra Mundial. Sin perder de vista un
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contexto histórico caracterizado por la
crisis del eurocentrismo, la división
bipolar del mundo en el horizonte de la
«guerra fría» y el desafío, hasta la caída del muro de Berlín, de los presupuestos políticos del bloque de países
con regímenes comunistas, el autor
plantea y desarrolla los, a su juicio,
principios característicos y comunes de
dichas constituciones, subyacentes a las
tres «olas» de democratización distinguidas desde la inmediata postguerra al
presente. Señas de identidad que suponen, en gran parte, un replanteamiento
y afirmación de los principios ya esbozados en el periodo de entreguerras,
profundizados y corregidos, ahora y en
su caso, en algunos de sus aspectos
acreditados como más disfuncionales, y
que se fijan y desarrollan en: triunfo de
la democracia con el sufragio universal
pleno; pluralismo concurrente de los
partidos políticos y su constitucionalización; supremacía de la constitución,
ahora con pleno valor «jurídico» basado en la consolidación de los tribunales
constitucionales, ―remarcando las
diferencias con el modelo norteamericano de judicial review of legislation y
sin perder de vista sus complejos problemas de encaje en el Estado democrático―; el paso del viejo Estado de
derecho liberal al Estado de derechos,
trascendiendo las simples garantías a la
autonomía individual con las libertades
políticas de acción colectiva y los «derechos sociales de naturaleza prestacional», con garantías procedimentales
para su eficacia; el «parlamentarismo
racionalizado», en que la primacía del
parlamento y la tendencia a regímenes
parlamentarios monistas se combina con
correcciones garantizadoras de la estabilidad de los Gobiernos, tanto más necesaria en el presente marco del nuevo Estado
intervencionista social y democrático; y,
313
finalmente y junto a ello, los procesos de
descentralización en sus diversas modalidades en cuanto a distribución territorial
del poder. Resta, en todo caso, la reflexión sobre los desafíos pendientes a
los actuales sistemas democráticos, que
podrían situarse en la sentida limitación a
la participación ciudadana que conlleva,
quizás insalvablemente, la democracia
representativa y los sistemas y características de los partidos políticos, ―el problema de su intermediación―, junto al
reto que estos últimos y las nuevas exigencias en la relación gobiernoadministración-parlamento en el marco
del citado Estado social y democrático,
plantean a la capacidad de adaptación del
primitivo, pero esencial, principio garantista de la división de poderes a las necesidades de la compleja sociedad y ordenamiento político actuales. Quizás algo
que tiene mucho que ver con un problema permanente de nuestra contemporaneidad desde la época misma de la
Revolución francesa: cómo combinar
las garantías a la libertad con las tendencias niveladoras de la igualdad.
Esta nueva obra, ―con eco de estudios anteriores del autor como el excelente libro, El valor de la Constitución,
Madrid, 1995―, por su planteamiento
metodológico en el orden expositivo,
apoyo documental utilizado y brindado
en el campo del derecho constitucional
comparado, ambicioso objetivo y cumplida resolución, está llamada a convertirse en obra de imprescindible referencia para todo aquel estudioso de la
Historia constitucional del continente
europeo preocupado por tener una visión amplia y de conjunto de la misma,
por la comprensión de sus fases y ciclos de desenvolvimiento, por descubrir el «sentido» y líneas maestras de
su despliegue por encima del abigarrado panorama de las constituciones par-
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ticulares de cada Estado, y por entender
los desafíos y retos a que ha tenido que
responder o adaptarse. En fin, una rica
y rigurosa historia de la larga travesía
cubierta desde el originario Estado constitucional de impronta liberal, formado en
el momento de la ruptura revolucionaria
con los restos de la feudalidad, hasta la
plena democratización y parlamentarización en el marco de nuestros actuales
Estados social y democráticos de derecho, propios, estos últimos, de la compleja y bien distinta sociedad de masas y
postindustrial en que vivimos.
——————————————–— Juan Ignacio Marcuello Benedicto
Universidad Autónoma de Madrid
[email protected]
CABRERA, Mercedes: Juan March (1880-1962). Madrid, Marcial Pons, Ediciones de
Historia, 2011, 447 págs., ISBN: 978-84-96820-33-3.
En cierta ocasión un político de izquierda muy mediático, aprovechando
que era entrevistado en un canal público, suscitaba una reflexión colectiva
sobre el problemático binomio que
conformaban economía y ética social.
Entre otros argumentos sacaba a colación que una de las principales y más
reputadas fundaciones de España, en el
campo de la cultura humanística y
científica, representaba el legado del
mayor contrabandista de su historia. En
realidad, como pone de relieve Mercedes Cabrera en su reciente biografía
sobre Juan March para la editorial
Marcial Pons, las polémicas que persiguen dilucidar las responsabilidades
políticas y sociales de los comportamientos empresariales son todavía incipientes en España y más aún desde el
ámbito historiográfico. Pero además,
esa clase de controversias no pueden
plantearse exclusivamente desde los
reducidos márgenes patrios; entre otras
razones porque, como ya evidenciara
hace años la obra dirigida por Eugenio
Torres Villanueva y Gabriel Tortella
reuniendo los perfiles biográficos de
cien empresarios españoles del siglo
XX, si aquel selecto grupo pudo adaptarse a las convulsas realidades endógenas y vencer sus negativos efectos para
el desarrollo del capitalismo en España,
fue gracias a la importante dimensión
exterior tanto de sus aventuras empresariales como periplos personales. Existen
convergencias y divergencias con otras
experiencias nacionales. A ello ha de
añadirse que los argumentos estereotipados, como suele ocurrir especialmente
en el caso de Juan March Ordinas, no
son válidos para encauzar un debate de
esas características. Sobre esas dos premisas, Mercedes Cabrera plasma una
sólida investigación que abarca la trayectoria vital, empresarial y política del
polémico financiero mallorquín.
Se impone conocer, más y mejor, a
las grandes figuras y grupos empresariales de nuestro país. Y pese a los progresos realizados en los últimos años desde
el campo de la biografía empresarial,
como demuestran los trabajos centrados
en los navieros e industriales del País
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Vasco o Cataluña (los libros publicados
sobre Ramón de la Sota, Horacio Echevarrieta, las dinastías Ybarra, Urquijo o
Güell son un excelente ejemplo), aún es
frecuente la persistencia en ellos de un
sesgo geográfico, cronológico y sectorial,
deudor del viejo debate sobre las causas
del atraso relativo de España en los siglos
XIX y XX. Pues bien, con esta biografía
de Juan March, Mercedes Cabrera toma
distancia y nos introduce en un plano
sustancialmente diferente.
Los pleitos por contrabando, las
acusaciones por delitos de sangre y los
negocios turbios forjaron, no solo una
determinada imagen de Juan March,
sino una leyenda de larga duración en
el imaginario colectivo. Esa leyenda,
sobre la que la misma autora ha escrito
en Claves de Razón Práctica, ha condicionado directa o indirectamente la
producción bibliográfica de la que es
objeto su protagonista. Las biografías
coetáneas o posteriores, ya sean en
tono de diatriba, adquiriendo rasgos
laudatorios o simplemente optando por
un socorrido término medio, dibujan en
mayor o menor grado una historia connotada por las palabras «Silencio. Misterio.
Asombro. Irresistible Ascensión». Representaciones de un mito transferidas,
sin solución de continuidad, desde la
obra de Domínguez Benavides publicada
en los años treinta hasta las más recientes
de Ferrer Guasp o de Urreiztieta sobre la
saga familiar. De ahí el interés de este
nuevo libro que, sin soslayar los aspectos
o episodios más célebres, controvertidos
u opacos de la vida del financiero español, contribuye con rigor a explicarlos y
contextualizarlos en la historia política,
económica y social de la España de la
primera mitad del siglo XX, revisando a
su vez aquella singularidad esencialmente española del personaje a la que se refirió en su momento Garriga.
315
La autora continúa la línea de investigación que iniciara hace años sobre el
poder de los empresarios y su influencia
en el rumbo de la España contemporánea, recurriendo a un género historiográfico que ya manejó con éxito (La industria, la prensa y la política: Nicolás
María de Urgoiti (1869-1951). Pero en
esta ocasión, nos encontramos ante la
vida de un capitán de empresa español
que rompería todos los moldes y reglas
establecidas para convertirse en uno de
los hombres más ricos del mundo. Por
eso, su biografía debe ser leída y contrastada a la luz de obras clásicas
―citadas― como la de Jean Strouse
sobre John Pierpont Morgan u otras más
recientes de Ron Chernow o David Nasaw acerca de John D. Rockefeller y
Andrew Carnegie respectivamente. La
historia del capitalismo español, a través
de uno de sus principales exponentes, es
enlazada con la del llamado capitalismo
depredador característico del siglo anterior, que muchos identificamos con el
modelo estadounidense (contando con
celebérrimos nombres propios ―además
de los mencionados― como los del mítico Cornelius Vanderbilt, Stephen Harkness o John Wanamaker). Desde luego,
Juan March hizo méritos para ingresar o,
cuando menos, ser parangonado con el
grupo que Mathew Josepson bautizara
durante la Gran Depresión bajo el apelativo de robber barons. Su trayectoria
como la de otros grandes magnates, protagonistas y propulsores de la era del
gran capital, capaces de conocer y manejar a la perfección y en su propio beneficio ―por procedimientos legales o no―
los flujos financieros y comerciales, no se
entiende sin la creciente mundialización
e interdependencia de la política y la
economía en el siglo XX.
Mirando hacia ese horizonte, los
tres primeros capítulos del libro expo-
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nen las claves del ascenso de quien
fuera conocido como Juanito «Verga»
en su Santa Margarita natal. Entre 1895
y 1919, este pasó de ser tratante de
cerdos a traficante de tabaco y de ahí
dio el salto a «gran empresario que
vive en Mallorca», que pondría en jaque al mismísimo Manuel Allendesalazar. Mercedes Cabrera indaga sobre las
actividades comerciales de su familia y
la progresiva emancipación del negocio
paterno. Se nos presenta a un joven
emprendedor, astuto contable e implacable negociador que supo comprender
a la perfección la naturaleza especulativa y demás entresijos de un sistema
―con el que amasó una ingente fortuna― tras los acuerdos hispano-franceses
sobre Marruecos. En estas páginas, se
evidencia un exhaustivo trabajo sobre
los documentos procesales que recogen
las causas abiertas por contrabando a
March, denotándose quizás una excesiva prolijidad de la autora en el uso de
alguno de los expedientes. Hay que
valorar, además, la incorporación de la
documentación y material gráfico procedente de los archivos de la familia de
Antonio María Qués y de Juan Carreras
Nadal, recabada por Miguel Monjo y
que ya fueran utilizados parcialmente
por el historiador mallorquín Pere Ferrer
(Juan March. El hombre más misterioso
del mundo).
Parece claro que el juego a tres
bandas de March con las administraciones francesa, británica y española
durante la Primera Guerra Mundial,
junto al asesinato de Rafael Garau en
Valencia, hijo de su socio y supuesto
amante de su mujer, contribuyeron a
fraguar su carácter mientras progresaba
espectacularmente en los negocios. En
ese escenario, se produjo además el
afianzamiento de sus relaciones con el
gobierno británico, a través de los ser-
vicios prestados al Centro de Inteligencia Naval en Gibraltar. Cabrera despeja
las dudas sobre la ventilada germanofilia de March, de la que se hacen eco
Garriga y Díaz-Nosty y que Ferrer
Guasp tilda de lucrativa ambivalencia,
apuntando ―en la línea de Dixon―
hacia el decisivo papel del mallorquín
y sus más de doscientos faluchos para
el contraespionaje británico en el Mediterráneo occidental.
También en esos años cruciales,
March pergeñaría su entrada en la escena política nacional tras hacerse con el
partido liberal en Mallorca. El «verguismo» y el «anti-verguismo» abandonaban entonces la insularidad para transformarse en un fenómeno nacional, en
paralelo a las estrategias de March para
la diversificación de su actividad. Son
dignas de mención operaciones conocidas como la expansión de su banca, la
constitución de la Transmediterránea, el
interés por la fabricación de fosfatos o
fertilizantes y sobre todo por el sector
eléctrico, con las operaciones sobre
GESA o Unión Eléctrica de Canarias.
Se contraponen las actitudes innovadoras y audaces de un emprendedor, sacado de un manual de Schumpeter o
Knight, a las tácticas sin escrúpulos de
un hombre de negocios ―metido a
político― que buscó seducir a la «España oficial» sin mover jamás los pies
de la «real». Su «lucha contra el inmovilismo» le granjeó un abrumador saldo
de enemigos, cuyas expectativas de
verle caer en desgracia durante la dictadura de Primo de Rivera no se cumplieron. March convenció al dictador
de que lo necesitaba y terminó ganando
la partida al mismísimo director de la
Compañía Arrendataria de Tabacos,
con la ansiada concesión del monopolio de tabaco en Ceuta y Melilla. También, colaboradores de su total confian-
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za alcanzaron puestos relevantes en los
monopolios recién creados.
Precisamente el cuarto capítulo trata
sobre la exposición pública de las concesiones obtenidas entre 1923 y 1931.
Desarrolla el enrevesado proceso político que debía juzgar durante la República las connivencias de March con la
Dictadura (asunto que ya abordara Cabrera en un trabajo precedente publicado en Historia y Política). Fue entonces cuando el debate sobre la figura del
mallorquín alcanzó uno de los momentos más álgidos, dejando abundantísimos testimonios hemerográficos. Los
juicios sumarios de detractores como
Indalecio Prieto (quien aludiría a «la
carroza dorada del señor March, salpicada de lodo, de boñiga y de sangre»)
permiten además profundizar en la
posición del mallorquín durante el golpe militar de julio de 1936. En el quinto capítulo, y más extenso de todos, se
arroja luz sobre las cifras del llamado
«banquero de la sublevación», aclarando la ambigüedad de sus actitudes respecto a la correlación de fuerzas en el
bando nacional y al círculo áulico que
se mantenía a la expectativa en el exilio. Sobresale aquí la puesta en valor de
la documentación sobre los créditos en
libras al bando nacional conservada en
el Archivo del Banco de España. Y a
ello se añade el interesantísimo estudio
de las conexiones internacionales del
financiero entre 1936 y 1947, especialmente de sus vínculos con la alta
política y las entidades crediticias londinenses. March trabajó por la victoria
de Franco sin descuidar sus negocios
con el Kleinwort Bank.
Esa estrecha colaboración financiera
con los británicos se prolongó e intensificaría durante el segundo conflicto
mundial. En ese sentido, la derrota alemana consolidó su posición dentro del
317
régimen, ayudándole a impulsar y gestionar el proceso de quiebra y subasta de
la Barcelona Traction. Esa compleja
operación iniciada en 1945 y que no se
resolvería definitivamente hasta 1970 es
abordada en el sexto y último capítulo.
Aquel fue el último gran golpe de efecto
de March, sobre el que existen trabajos
previos de Rafael Alcalde, quien estudió
la operación en su tesis doctoral, o de la
propia autora. Queda más que documentado cómo March jugó con las distintas
sensibilidades ideológicas y lobbies del
régimen, empleando las tácticas de prestidigitador aprendidas y perfeccionadas
durante toda una vida. No solo venció
resistencias de grupos de presión tradicionales en España, sino también internacionales, saliendo airoso frente al
Gobierno belga en el Tribunal de La
Haya. Ese fue su más ambicioso movimiento. Tan solo le quedaba pendiente
otra empresa final y muy distinta de las
que había acometido hasta entonces: la
creación de su fundación, única en España no solamente por la cuantía de su
dotación, sino por sus objetivos y por su
carácter exclusivamente privado. March,
que siempre había permanecido a la
sombra de sus negocios y amigos políticos, decidió entrar en la historia emulando a los barones de la Gilded Age
pero también, por qué no, esconderse
tras un meditado legado digno de elogios y admiración.
Con todos estos ingredientes, Mercedes Cabrera culmina una novedosa
relectura de la biografía de Juan March,
trazando un sugestivo recorrido por la
historia de nuestro país y de sus relaciones internacionales durante la primera mitad del siglo XX. En cierto
modo, la historia de quien se dice que
Cambó llamara «el último pirata del
Mediterráneo» es la historia de ese
mar, en cuyas riberas ancló las bases de
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un imperio tejiendo un complejo y
tupido nudo de alianzas estratégicas,
fuera y dentro de España. Y aunque,
como la autora admite, «no es fácil
encontrar novedades destacables en las
fuentes», su obra sistematiza y saca a la
luz datos esclarecedores de la influencia
diplomática y financiera foránea en encrucijadas claves. Nos encontramos por
tanto ante la apasionante biografía de un
gran financiero que, paradójicamente,
continúa siendo un gran desconocido en
su faceta más humana o personal. Gracias al esfuerzo realizado por la autora, se
intuye ―no obstante― una psicología
excepcional a través de las relaciones
personales con colaboradores y familiares plasmadas a lo largo de la obra. Necesariamente en ese aspecto surgen preguntas para las que no hay respuestas.
Con todo, se sugieren estimulantes hipótesis al lector, en las que la autora no
entra en un ejercicio de honestidad y
rigor ante las restricciones de las evidencias documentales disponibles, origen de
inevitables desequilibrios. Nos quedamos
con ganas de saber más detalles, por
ejemplo, del ya conocido y atrayente
tándem March-Alba o, en otros casos,
ahondar en los motivos del desenlace
trágico y abrupto de las relaciones personales y profesionales con la familia de
Rafael Garau o de Antonio María Qués.
Pero en cualquier caso, dadas las dificultades intrínsecas a las que se enfrenta una biografía como la de Juan
March, la autora cumple con brillantez
y solvencia el objetivo declarado de
mostrar las complicidades entre uno de
los más dinámicos e intrépidos ―pero
también herméticos― poderes empresariales de la historia con la política y
los políticos. Son esa clase de relaciones que por su propia naturaleza se
mantienen siempre ocultas, lejos de la
luz y de los taquígrafos.
——————————–—————–———
Carolina García Sanz
Universidad de Sevilla
[email protected]
VIÑAS, Ángel (dir.): Al servicio de la República. Diplomáticos y guerra civil. Madrid, Marcial Pons Historia, 2010, 557 págs., ISBN: 978-84-92820-18-4.
Este libro nace de una loable iniciativa gubernamental: el homenaje a los
miembros del Servicio Exterior que
permanecieron fieles a la República
después de julio de 1936, un grupo de
funcionarios cuya labor y penalidades
no habían sido antes reconocidas y
compensadas. En diciembre de 2010, el
entonces Ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación, Miguel Ángel Moratinos, presidió un acto de rehabilitación de todos los diplomáticos que
fueron sancionados, depurados o expulsados de sus cargos por la Dictadura
de Franco. Al hilo de esta evocación,
Ángel Viñas ha dirigido una obra que
trata de explicar cómo se recompuso y
funcionó el Servicio Exterior republicano después de la deserción en 1936
de casi el 90% de los diplomáticos profesionales a favor del bando sublevado.
Se evalúa su desempeño diplomático y
su eficacia en circunstancias cada vez
más arduas, por la evolución de la gue-
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rra y por el contexto de soledad internacional, tras la inhibición de las democracias occidentales. Para ilustrar estas cuestiones, él se encarga de dos artículos
generales y otros seis autores repasan la
actuación republicana desde embajadas
significativas: París, Londres, Washington, México, Checoslovaquia y Suiza.
De enmarcar el tema se ocupa Julio
Aróstegui, comparando con acierto la
actitud de los diplomáticos con la de
otros cuerpos de funcionarios (militares, magistrados, docentes). El alto
grado de defección de aquellos se explicaría por razones históricas (extracción social alta perpetuada por el difícil
acceso a la educación) y por las dificultades de la República para transformar y
modernizar la administración del estado
a fin de acabar con sus tradiciones corporativas y oligárquicas y crear cuerpos
de funcionarios fieles al nuevo sistema,
como sucedió en el caso de los docentes. El capítulo se centra, sin embargo,
en las fuerzas armadas y la judicatura
(se pone en duda la eficacia de disolver
ambos cuerpos en 1936) y tal vez hubiera merecido la pena profundizar en los
cambios experimentados desde 1931 por
el Servicio Exterior: el impacto de las
depuraciones, las modificaciones en el
acceso a la carrera o los indicios de malestar entre sus funcionarios desde la
victoria del Frente Popular (dimisión de
Pérez de Ayala, relevo de Aguinaga en
la Subsecretaría, etc.).
En el segundo capítulo, Viñas traza
con claridad las líneas maestras de la
política exterior republicana: sus objetivos (apoyos político-diplomáticos pero,
sobre todo, adquisición de armas); su
doble estrategia (lograr el máximo respaldo de las reticentes potencias democráticas y estrechar lazos ―lo mínimo
necesario― con la URSS); sus limitaciones (el clima revolucionario interno,
319
la política de apaciguamiento francobritánica con Hitler y el temor a terminar como satélites de la URSS). En un
resumen de su amplia obra sobre el tema, concluye que ni las ofertas coloniales, ni la victoria en la batalla de la propaganda lograron alterar de manera
definitiva la posición de París y, en especial, de Londres, lo que obligó en
1938 a un acercamiento «desesperado
pero contenido» a la URSS. Viñas se
detiene en este giro final, para subrayar
que ni la Comintern determinó la estrategia gubernamental ni los comunistas
controlaron los gobiernos republicanos,
reivindicando, de nuevo, la figura de
Juan Negrín y su estrategia de resistir,
«combinando intentos de mediación y el
combate con el deseo de enlazar con un
conflicto europeo». Su conclusión es que
no hubo alternativas reales a la política
desarrollada: ni revolucionarias ni diplomática. La rotundidad de las conclusiones se ve empañada, sin embargo, por
el tono del artículo, apasionado en exceso y combativo (supuestamente para
replicar a franquistas y neofranquistas,
pero también anarco-sindicalistas, poumista/trotskistas y antinegrinistas), que
remite a viejas polémicas políticas más
que a un debate historiográfico reposado.
Tras leer los seis capítulos siguientes se ratifica el amargo balance diplomático republicano: éxitos parciales en
el ámbito propagandístico y fracasos a
la hora de forzar cambios de conducta
en los gobiernos. El excelente capítulo
de Enrique Moradiellos sobre Gran
Bretaña gira en torno a la labor de Pablo de Azcárate, que no pudo alterar la
imagen revolucionaria de la República
entre las autoridades conservadoras
británicas (a las que apenas tuvo acceso) y, aún menos, la tan denostada política de apaciguamiento, explicada por
el autor con la necesaria mesura aca-
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RESEÑAS
démica. Ricardo Miralles aclara con
maestría por qué la Francia de la Décadence (como la definió J.B. Duroselle)
no desarrolló una política favorable a
los intereses de la República: división
de la opinión pública, debilidad y divergencias en los gobiernos, pero, sobre todo, dependencia de Gran Bretaña.
Relata los graves problemas de la compra de armas en Francia, los intentos
iniciales de flexibilizar la postura francesa (oferta colonial y de alineación,
abandonando la neutralidad) y cómo se
recortaron las expectativas republicanas hasta buscar únicamente permisividad para el tránsito de armas soviéticas
por territorio francés. Apenas se entretiene en enjuiciar la labor de los diplomáticos acreditados en París.
En el capítulo sobre EEUU, Soledad Fox relata las dificultades de Fernando de los Ríos para alterar la posición norteamericana (leyes de embargo
y neutralidad). La autora considera que
sus criticados escrúpulos morales ante
negocios de contrabando de armas y su
excesiva moderación en el trato con el
Departamento de Estado se vieron compensados por una fructífera labor de
propaganda y el logro de la implicación
directa de Roosevelt a favor de la causa
republicana a partir de 1938. Elena Rodríguez cuenta con rigor la posición
suiza: hostilidad de sus autoridades y
medios económicos hacia el bando republicano para no incomodar a sus vecinos ítalo-alemanes, simpatía hacia el
fascismo de sectores medios y catolicismo. Sobre el embajador, el socialista
Antonio Fabra Rivas, destaca su esfuerzo de captación de ayuda humanitaria y
su servicio de información, cuya ineficacia ilustra uno de los déficits de la
acción exterior republicana. Matilde
Eiroa, en uno de los capítulos más completos del libro, trata de la gestión del
catedrático Luis Jiménez de Asúa en
Praga (exitosa en información y propaganda, frustrante en el capítulo de compra de armas) calibrando la incidencia
tanto de la situación interna y externa de
Checoslovaquia como de las actividades
franquistas y fascistas en el país, sin obviar las disfunciones de la administración
exterior del estado republicano. Por último, Abdón Mateos aborda la labor de
Félix Gordón Ordás en México hasta
mayo de 1938, en particular sus gestiones
sobre compra de armas. Aclara aspectos
novedosos, como las cuentas de los suministros mexicanos, pagadas contra la
deuda mexicana por la adquisición de
barcos unos años antes (sellada con la
renuncia a la compensación de los daños
de la revolución). El otro punto fuerte del
artículo son las gestiones para preparar el
exilio republicano en México, que no se
acometieron ―pese a la predisposición
del presidente Cárdenas― porque Negrín
quiso evitar señales derrotistas.
El libro se cierra con un largo capítulo de Ángel Viñas que repasa los problemas generales del Servicio Exterior y
el Ministerio de Estado republicanos.
Primero aborda el grave efecto de la
inmediata deslealtad del 85% (90% al
final) de todo el personal (unos 390 funcionarios), que llevó a disolver la carrera
diplomática en agosto de 1936. Trata
luego la puesta en marcha de una nueva
carrera con la readmisión de solo 55 de
los antiguos funcionarios que pasaron el
«cuestionario de lealtad» y el complejo
reclutamiento (idiomas, lealtad republicana probada, conexiones) de nueva
plantilla (hasta unos doscientos) de una
extracción ideológica que el autor no
termina de precisar. Quedan de manifiesto los problemas derivados de la falta de
profesionalidad en legaciones, consulados y servicios centrales (Viñas valora
como desigual la gestión de intelectuales,
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catedráticos y políticos en funciones de
diplomáticos); así como las crecientes
dificultades que se vivieron desde 1938
por la evolución de los frentes, los numerosos reconocimientos de facto a Franco
y el problema de falta de liquidez que
supuso la decisión del British Overseas
Bank de suspender la transferencia de
divisas con que pagar sueldos de funcionarios y gastos corrientes de las embajadas y consulados. Viñas insinúa la mano
del gobierno de Londres (habla de «malevolencia», «puñalada encubierta» y
«traición», palabras poco apropiadas
para referirse a la política de un gobierno), en un intento por paralizar la
diplomacia republicana, e insiste en el
acierto de trasladar las reservas de oro
a la URSS, dada la hostilidad de la
banca norteamericana y sobre todo
británica. Explica también cómo, en
consonancia con la menguante actividad exterior y la falta de recursos republicana, se procedió a una reorganización del Ministerio de Estado de agosto
de 1938, en plena batalla del Ebro, con
reducción general de presupuestos y
servicios, prolegómeno del colapso del
Ministerio de Estado, que llegó finalmente con la caída de Barcelona.
En su balance final, Viñas se refiere
a tres problemas generales: dotación de
personal, organización administrativa y
calidad de la dirección. Los dos primeros quedan claros tras la lectura del libro,
pero no así el último. El autor da cuenta
de la falta de medios humanos y materiales, de directrices e información para las
representaciones, de seguridad en las
comunicaciones (no hay un gabinete de
cifra hasta mediado 1937) y sobre todo
del fracaso a la hora de dar unidad a la
acción exterior del Estado. Ilustra con
algunos ejemplos la deficitaria coordinación entre el aparato diplomático y los
servicios de propaganda (con C. Esplá
321
como figura central), compra de armas
(comisiones de compras en teoría bajo
control del Ministerio de Marina y Aire
―luego Guerra― hasta 1938) e información (iniciativa de cada diplomático
hasta la creación del SIDE ―Servicio de
Información Diplomática y Especial―
en 1937 a cargo de Anselmo Carretero).
Sin embargo, se echa de menos un apartado específico sobre el proceso de toma
de decisiones de la política exterior republicana y de la interrelación entre política
interior y política exterior. Las figuras de
los Ministros de Estado (masones, por
cierto) están muy desdibujadas: Augusto
Barcia, José Giral y, sobre todo, Julio
Álvarez del Vayo. Al segundo se le acusa
de no prestar atención al SIDE y del tercero apenas se dice que (según Azaña) se
comportó más como periodista que como
Ministro de Estado y su posible dificultad
para compatibilidad este cargo con el de
Comisario General de Guerra. Tampoco
se aclara el papel exterior de los presidentes del Gobierno y de la República y
las divisiones y enfrentamientos internos.
Solo se incluye otro comentario de Azaña sobre la falta de interés de Largo Caballero hacia el tema internacional; se
insinúa que tanto en la descoordinación
de los servicios de información como
en el descontrol de la compra de armas
algo tuvo que ver el juego de poder con
Indalecio Prieto y que la intervención
de Azaña en algunos nombramientos
diplomáticos fue negativa. Puede que
en las fuentes documentales manejadas
se reflejen poco estas cuestiones, pero
hay muchos datos sobre algunas de
estas figuras en estudios monográficos
que hubieran servido para dilucidar
cuestiones turbias como: la expulsión
del embajador ruso en 1937 y el temor
que suscitaba la influencia comunista
(real o supuesta) en el gobierno, los
torpes nombramientos (L. Araquistáin y
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A. Ossorio y Gallardo) en la embajada
clave de París, la tardanza en crear el
puesto de delegado permanente en Ginebra o por qué se mantuvo a L. Jiménez de Asúa en Praga hasta 1938 y no se
realizaron desde 1936 todas las compras
de armas por la vía soviética, como este
último había recomendado.
La historiografía sobre el tema parece
coincidir en la dificultad de evitar el mecanismo de la no intervención en agosto
de 1936. Sin embargo, el lector de este
libro podría no tenerlo tan claro. En esos
primeros meses decisivos coincidieron en
París Azcárate, Jiménez de Asúa y Fernando de los Ríos y, según señala R.
Miralles, los tres se oponían a la no intervención aun si esta posición provocaba la
caída de Blum, así que valdría la pena
haber explicado por qué el gobierno Giral no les escuchó. Además, si como
señala Viñas, Marcelino Pascua formó
con Azcárate el tándem de embajadores
más eficaces, se echa en falta un capítulo
dedicado a su decisiva labor en Moscú y
París. Una última observación tiene que
ver con la desatención a lo que estaba
pasando en el otro bando. Es difícil evaluar la acción exterior republicana sin
tener en cuenta las actividades franquistas en los distintos países y que algunas
de las dificultades para la acción diplomática fueron comunes (problemas de
unidad de acción exterior, presupuestos,
etc.). No es mera coincidencia que los
franquistas crearan su Ministerio de
Asuntos Exteriores a principios de 1938,
de forma paralela a la labor centralizadora que Negrín estaba realizando en el
estado Republicano.
Estas consideraciones no obstan para
destacar la notable aportación de esta
obra, que profundiza en un tema relativamente desatendido por la historiografía
sobre la Guerra Civil y es el reflejo del
perseverante y loable esfuerzo de Ángel
Viñas por seguir aportando nueva documentación a la historia de la política exterior española. El libro complementa su
trilogía sobre la política republicana, que
se acaba de enriquecer con la reciente
edición de un manuscrito inacabado de P.
Azcárate escrito en el exilio.
——————————–———–—–——— Rosa María Pardo Sanz
UNED
[email protected]
WINGEATE PIKE, David: Franco y el eje Roma-Berlín-Tokio. Una alianza no firmada. Madrid, Alianza Editorial, 2010, 375 págs., ISBN: 978-84-206-8316-4.
VILANOVA I VILA-ABADAL, Francesc y YSÀS I SOLANES, Pere (eds.): Europa, 1939.
El año de las catástrofes. Valencia, Universitat de València, 2010, 205 págs.,
ISBN: 978-84-370-7834-2.
Entre estos dos libros existe un
nexo muy claro porque David Wingeate desarrolla en el suyo las consecuencias de una de las catástrofes que se
menciona en el editado por Francesc
Vilanova y Pere Ysàs. Respecto al contenido de los libros puede decirse que
también presenta semejanzas: el primero, Franco y el eje Roma-Berlín-Tokio,
no aporta nada nuevo a nivel de cono-
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cimientos del que disponíamos antes de
su publicación. La actitud proclive de
los dirigentes franquistas, y particularmente del dictador, hacia las potencias
del eje, y en concreto hacia Alemania,
había sido desvelada hace casi veinte
años por otro historiador británico,
Paul Preston, desmontando así la construcción de la capacidad del general
Franco para la política internacional
levantada por los historiadores adeptos,
según los cuales habría sabido moverse
estratégicamente en las turbias aguas
del conflicto y valiéndose de un concepto de país neutral que le permitiría
al final de la guerra, distinguiendo dos
conflictos en Europa, declararse neutral, a pesar de haber luchado junto a
Alemania en el frente ruso. La clara
inteligencia de Franco para las relaciones internacionales, según esos historiadores, habría evitado tanto la entrada
de España en la guerra como el que
fuera invadida por los alemanes o por
los aliados. Las limitaciones del segundo, Europa, 1939. El año de las catástrofes, son de otra índole. Como advierten los editores, este libro es el
resultado de un congreso internacional
que con el mismo nombre se celebró en
Barcelona en abril de 2009, al cumplirse los setenta años de aquel de las catástrofes y veinte de la caída del muro
de Berlín, otra de las consecuencias de
la principal de aquellas catástrofes, la
guerra. Una reflexión sobre Europa en
1939 bajo el epígrafe «el año de las
catástrofes» es sin duda atrayente pero
ha de tenerse en cuenta que esta es la
idea del autor del proyecto o en el mejor de los casos de un comité organizador, pero quienes han de desarrollarlo
son los investigadores invitados a participar y es aquí donde se presentan las
dificultades, primero respecto al significado que se otorga a la idea principal
323
—«1939, el año de las catástrofes»— y
segundo, la coordinación de los trabajos elaborados para desarrollar la idea
inicial. En cada uno de los capítulos de
este libro aparecen estos problemas: en
algunos el significado es preciso y el
marco del análisis se circunscribe a
1939, pero en otros el año y la catástrofe son meras referencias para la construcción de un discurso que en algunos
casos se alejan mucho en el tiempo y el
objeto de los que se pretendía en el
proyecto. En definitiva, en este libro se
hallan todos los problemas que se plantean a las publicaciones de los textos
derivados de congresos que pretenden
superar la forma convencional de las
«actas» pero en los que los editores han
sido condescendientes con los autores,
no han defendido con rigor la idea inicial y no han alcanzado por lo tanto la
unidad del conjunto.
David Wingeate estructura su libro,
Franco y el eje Roma-Berlín-Tokio. Una
alianza no firmada, de forma convencional, siguiendo la sucesión cronológica desde el uno de abril de 1939 —final
de la guerra civil española— hasta mayo
de 1945 —fin de la guerra mundial en
Europa— y estableciendo las fases de la
guerra en Europa, el Mediterráneo y el
norte de África. En cada uno de los
capítulos, y a pesar de las dificultades
que se presentaron a los alemanes desde el otoño de 1943, los dirigentes
franquistas y el mismo Franco siguieron esperando y apostando por la victoria de las potencias del eje aunque al
mismo tiempo estaban manteniendo
contactos discretos con los aliados. A
pesar de lo dicho, resulta una aportación muy útil la reproducción de los
textos publicados en la prensa relacionada más estrechamente con el régimen, en particular de los diarios Arriba
y La Vanguardia Española, en torno a
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la actitud de la dictadura franquista a
favor de Alemania en el desarrollo de
la guerra. Aunque sin aportar nada
nuevo al conocimiento historiográfico,
es muy significativo el epílogo del
libro («se recompensa el doble juego,
1945-1953»); es decir, que el aislamiento al que se sometió el régimen de
Franco no fue suficientemente fuerte
para producir su caída ya que esta no
convenía a los intereses británicos y
norteamericanos que, además de los
estratégicos e ideológicos, tenían otros
de índole económica. Por último, el
libro se cierra con una anécdota frívola,
difícil de entender, según la cual el
autor persiguió una entrevista con el
general Franco en octubre de 1975,
pocos días antes de agravarse la enfermedad que le condujo a la muerte.
Francesc Vilanova y Pere Ysàs han
hecho un trabajo meritorio al albergar
bajo el título Europa, 1939. El año de
las catástrofes, once textos de distinta
índole y orientación. El libro muestra
una estructura en tres partes claramente
definidas: la primera se refiere al año
1939 desde la perspectiva de la guerra
e incluye los capítulos de Enzo Traverso, Francisco Veiga y Ángel Viñas;
pero debería incluir también el de Ángel Bahamonde y probablemente el de
Ricard Vinyes porque este podría situarse también en la segunda parte. La
segunda es la dedicada a las cuestiones
de carácter ideológico y político en
donde el año 1939 se toma como referencia, como término o como principio,
y a esta parte pertenecen con claridad
los textos de Jean-François Sirinelli,
José Carlos Mainer, Luciano Casali e
Ismael Saz; y en la tercera, dedicada al
exilio, se incluyen los trabajos de Denis
Peschanski y Alicia Alted.
Enzo Traverso en su texto «El año
1939. Momentum de la guerra civil
europea», expone con precisión el significado de 1939. Este artículo no debería haberse tomado solo como una
aportación al libro, aunque aparezca en
primer lugar, sino que muy bien podría
haber estructurado toda la obra. Escribe
el autor: «Si la Gran Guerra [19141918] fue el inicio, el año 1939 marca
la conclusión de la segunda etapa (española) [1936-1939] y el tránsito hacia
la tercera, la cual solo encontrará su
propia forma a partir de 1941, con la
agresión nazi contra la URSS; en resumen, final de la segunda e inicio de
la tercera etapa de una única guerra
civil europea» (pág. 21).
La aportación de Francisco Veiga
«Las guerras de 1939» es un complemento del texto de Enzo Traverso, analizando la evolución de 1939 desde el
interior del régimen nazi y en el contexto internacional, desde la Conferencia de Munich, la ocupación de los
Sudetes, el pacto germano-soviético y la
invasión de Polonia, pero dejando claro
que no es el determinismo lo que mueve
la historia sino que esta es el resultado
de la combinación de fuerzas e intereses
que se expresan mediante decisiones de
los dirigentes no siempre acertadas ni
suficientemente ponderadas.
En la misma dirección de las aportaciones anteriores se coloca el texto de
Ángel Viñas «Franco y el franquismo
ante la nueva guerra de 1939». El autor, como es habitual, define con claridad y precisión el objeto de su trabajo.
No se trata del final de la guerra civil
española sino de la toma de posición
del general Franco ante la política
agresiva de Alemania en Europa y el
comienzo de la guerra, que se puso de
manifiesto en varias actuaciones: la
adhesión del gobierno de Franco al
pacto antikomintern, el abandono de la
Sociedad de Naciones y las entrevistas
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de Franco con Hitler y Mussolini en
octubre y noviembre de 1940.
En relación con el texto anterior, a
mi juicio, debería haberse puesto el de
Ángel Bahamonde «La sublevación
político-militar del coronel Segismundo Casado, 5 de marzo de 1939». Texto
muy bien documentado y elaborado,
producto de muchos años de trabajo y
reflexión, que ayuda a entender la culminación de la catástrofe que liquidó a
la Segunda República española y la
base sobre la que se situó Franco. La
desintegración de la Segunda República significó asimismo la aniquilación
del gobierno del Frente Popular; en
Europa habían perdido ya su sentido en
septiembre de 1938, en la Conferencia
de Munich. Por lo que podría haberse
colocado también en la primera parte el
texto de Ricard Vinyes «La derrota del
frentepopulismo europeo».
Con el texto de Jean-François Sirinelli «Los intelectuales europeos frente
a la nueva guerra: el caso de Francia»,
comienza la segunda parte del libro, de
factura muy dispersa y un tanto desenfocada respecto al objeto principal del
libro que se reseña. Jean-François Sirinelli, después de plantear con precisión
la cuestión de los intelectuales europeos y franceses, termina centrándose
en el análisis de la obra de Jean Paul
Sastre, que en el tema que nos ocupa
no puede ser considerado como un
paradigma de los intelectuales. Muy
contrario es el caso de José Carlos Mainer que con su trabajo «La nueva intelligentsia franquista y Europa» centra
la cuestión mediante una adecuada
selección de autores y textos para exponer la actitud de estos intelectuales
ante lo que consideraban la ideología y
la política dominante que encarnaban el
nacionalsocialismo alemán y su homólogo, el franquismo-falangismo.
325
Luciano Casali en su trabajo: «Europa 1939: las derechas», recorre la
evolución de las derechas en Europa
desde el final de la Primera Guerra
Mundial hasta 1939, comienzo de la
segunda, bajo el influjo y el ejemplo de
los partidos fascista y nazi. Se trata de
un estudio convencional, académico y
bien documentado. En relación con el
texto de Casali podría ponerse también
el de Ricard Vinyes, ya comentado,
porque la evolución de las derechas
llevaría consigo la derrota del frentepopulismo.
La aportación de Ismael Saz «Discursos y proyectos españoles sobre el
nuevo orden europeo», no se centra
propiamente en el objeto principal de
esta obra. Habla de los proyectos (síndromes) regeneracionista y orteguiano
y su desarrollo durante la primera mitad del siglo XX para referirse después
al proyecto «europeista y totalitario del
fascismo español», sin dejar clara la
relación de este con los anteriores.
La tercera parte del libro está dedicada a los exilios desde una perspectiva
temporal amplia. El trabajo de Denis
Peschanski se titula: «Los exiliados.
Una crisis proteiforme en la Francia de
los años treinta»; es decir, que cambia
entre 1920 y 1940 tanto en número de
exiliados (en la década de los años
veinte fue tres veces superior al de los
años treinta) como por la procedencia
(del centro y del este de Europa en la
primera década, alemanes y polacos de
forma significativa en la segunda). La
disminución del número de exiliados
en los años treinta y las dificultades
puestas por el gobierno francés a la
entrada de los refugiados políticos en el
país fueron el producto de las políticas
de la derecha que también afectaron a
Francia, a excepción de la breve etapa
del Frente Popular en el gobierno. Con
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RESEÑAS
la misma perspectiva temporal elabora
su texto Alicia Alted Vigil sobre «El
exilio español y la Europa de 1939»,
situando el numeroso y dramático exilio español entre enero y febrero de
1939 —una de las catástrofes de aquel
año— en el contexto internacional de la
Europa de los años veinte y treinta.
Aquellos exiliados se encontraron en el
sur de Francia con el endurecimiento de
la política de la derecha francesa respecto a los refugiados políticos.
Así pues, a pesar de las dificultades
que entraña la edición de una obra de
estas características, en ella se hallan
textos de un gran valor historiográfico.
La mayor parte de los autores han tratado de adecuarse al objetivo central de
la misma y los demás han elaborado
sus trabajos en el marco de lo que significó 1939 en la historia de Europa.
—————————–—————————
Glicerio Sánchez Recio
Universidad de Alicante
[email protected]
Fe de erratas: En la reseña publicada en el volumen LXXI, número
238, pág. 526, donde dice Jean Pierre Vilar, debe decir Jean Vilar.
Hispania, 2012, vol. LXXII, n.º 240, enero-abril, 241-326, ISSN: 0018-2141
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d) Documentos:
Nombre del documento en cursiva, siglas del archivo, fondo o sección, número de legajo o libro y expediente o folio/s:
Consulta del Consejo de Estado, AHN, Estado, legajo 13156, exp. 21.
BIBLIOGRAFÍA FINAL
Al final del artículo, y por orden alfabético, se incluirá la lista completa de los autores citados.
Aparecerán por el apellido/s seguido del nombre en minúsculas (si una obra pertenece a varios
autores, se citarán separados por comas), título de la obra en cursiva, ciudad de publicación, editorial y año, todo separado por comas:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Política y hacienda de Felipe IV, Madrid, Pegaso, 1960.
En caso de incluir varias obras de un mismo autor, éste será citado por cada obra.
Si las obras han sido publicadas en distinto año, se ordenarán por orden cronológico; pero si
han sido publicadas en el mismo año, se pondrán por orden alfabético respecto de sus títulos y se
añadirá una letra del abecedario al año de edición.
Distinto año:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Política y hacienda de Felipe IV, Madrid, Pegaso, 1961.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Alteraciones andaluzas, Madrid, Narcea, 1973.
Mismo año:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, La clase social de los conversos en Castilla en la Edad Moderna,
Madrid, CSIC, 1955a.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, La sociedad española en el siglo XVIII, Madrid, CSIC, 1955b.
En caso de obras colectivas, primero aparecerán el autor y el trabajo citado en el artículo y, a
continuación, los datos de la obra colectiva:
GUINOT, Enric, «La implantació de la societat feudal al País Valencià del segle XIII: la gènesi
de les senyores i l´establiment de les terres», en Flocel Sabaté y Jean Farré (coords.), El temps
i l´espai del feudalisme, Lérida, Pagès, 2004; 421-442.
Los artículos se citarán del modo siguiente:
BRONFELD, Saul, «Fighting Outnumbered: The Impact of the Yom Kippur War on the U.S.
Army», The Journal of Military History, 71/2 (Lexington, 2007): 465-442.
Los libros, capítulos de libro y artículos electrónicos se citarán según estos ejemplos:
a) Libros
PUMARINO, Andrés, La propiedad intelectual en ambientes digitales educativos [en línea],
Santiago de Chile, DuocUC, 2004. Disponible en: http://biblioteca.duoc.cl.digital/aovalle/
general/guias/computacion/_propiedadintelectual/ propiedad_intelectual.htlm [consultado el 18
de octubre de 2005]
b) Capítulo de libro
ESTEVEZ, Raúl, ACUÑA IGLESIAS, Rodrigo, Evaluaciones por competencias laborales [en línea], Santiago de Chile, DuoUC, 2005. Capítulo 2. Identificación de las tareas. Disponible en:
http://biblioteca.duoc.cl/bdigital/Libros_electronicos/338PTX410epcl2004.doc [consultado el
11 de mayo de 2009]
c) Artículos
BLANCO FERNÁNDEZ, Carlos, «Aproximación a la historiografía sobre Don Juan de Austria »,
Tiempos Modernos, Revista electrónica de Historia Moderna [en línea]. 3 (2002). Disponible
en: http://tiemposmodernos.org/tm3/index.php/tm/issue/view/6 [consultado el 21 de febrero de
2008]
ZUBILLAGA, Carlos, «El asociacionismo inmigratorio español en Uruguay en la mira del franquismo: entre la oposición y el disciplinamiento», Revista de Indias [en línea] 69 (2009).
doi: 10.3989/revindias.2009.002
d) Documentos electrónicos con localizador permanente DOI (Digital Object Identifier), ya sean
libros, capítulos de libro o artículos, se citarán utilizando el localizador DOI con preferencia a su dirección URL (o dirección ‘http://’), siendo innecesario en este caso añadir la fecha de consulta:
Citas literales. Se pondrán entre comillas bajas cuando el texto esté escrito en español y francés (« »). Para citas en inglés y otros idiomas se usarán comillas altas (“ ”). Si la cita supera las dos
líneas, se escribirá en texto sangrado y en cuerpo menor.
Gráficos, mapas, cuadros estadísticos, tablas y figuras. Incluirán una mención de las fuentes utilizadas para su elaboración y del método empleado. Estarán convenientemente titulados y
numerados, de modo que las referencias dirigidas a estos elementos en el texto se correspondan con
estos números. Este sistema facilita alterar su colocación si así lo exige el ajuste tipográfico. Las
imágenes se enviarán preferentemente en formato TIFF o JPG (nunca en WORD ni en PDF) y con
una resolución de 300 ppp. Los mapas y gráficos deben ir en formato vectorial para poder editarlos
sin merma de la calidad de la imagen.
5. PROCESO DE EVALUACIÓN
El método de evaluación de Hispania es el denominado de «doble ciego», que ayuda a preservar el anonimato tanto del autor del texto como de los evaluadores. El Consejo de Redacción decidirá sobre la publicación del texto a la luz de los informes, que serán dos como mínimo. En el caso
de que un artículo no se adecue a la línea general de la revista, será devuelto a su autor sin necesidad de evaluación. El secretario de la revista notificará al autor la decisión tomada sobre su trabajo.
En caso de aceptación, el secretario podrá adjuntar, además, la relación de modificaciones sugeridas por los evaluadores. La decisión última de publicar un texto puede estar condicionada a la introducción de estas modificaciones por parte del autor, que dispondrá de un plazo de seis meses
para volver a enviar su texto. Superado este plazo, el artículo repetirá enteramente el proceso de
evaluación. Tanto los artículos rechazados como los informes de los evaluadores se conservarán en
el archivo de la revista. Los autores que hayan publicado en Hispania deberán esperar un mínimo
de dos años para enviar un nuevo trabajo.
6. CORRECCIÓN DE PRUEBAS
Los autores recibirán las primeras pruebas para su corrección, que se limitará a los errores
gramaticales, ortográficos y tipográficos según las normas de la revista. No podrán introducirse
modificaciones que alteren de modo significativo el ajuste tipográfico. La corrección de las segundas pruebas será responsabilidad del secretario y del director de la revista.
7. SEPARATAS
La revista entregará a los autores separatas de los textos publicados en el formato o formatos
establecidos en cada momento por el Servicio de Publicaciones del CSIC.
8. DERECHOS DE AUTOR
Los textos publicados en Hispania, tanto en papel como en su versión electrónica, son propiedad del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, siendo necesario citar su procedencia
cuando sea necesario.
Salvo indicación contraria, todos los contenidos de la edición electrónica de Hispania se distribuyen bajo una licencia de uso y distribución Creative Commons Reconocimiento-Uso no Comercial 3.0 España (CC-by-nc 3.0). La indicación de la licencia de uso y distribución, CC-by-nc, ha de
hacerse constar expresamente de esta forma cuando sea necesario. Puede consultar la versión informativa y el texto legal de dicha licencia en los siguientes enlaces:
http://creativecommons.org/licenses/by-nc/3.0/es/
http://creativecommons.org/licenses/by-nc/3.0/es/legalcode.es
Los usuarios pueden realizar un número razonable de copias impresas para su uso personal o
con fines educativos o de investigación.
GUIDELINES FOR CONTRIBUTORS
1. TEXTS
Articles. The author is to send the text with a letter attached explicitly stating that it is an
original work, that no part of it has previously been published, that it has not been published in any
other language and that it is not in the evaluation phase for any other journals or publications. This
letter is also to include the author’s professional information such as place of work, e-mail address
and a mailing address. The texts are to be presented with footnotes and with a final bibliography.
The length of the paper is to be between 10,000 and 12,000 words. It should be accompanied by a
first page with the title of the article, an abstract of no more than 200 words and 6 key words, all in
both Spanish and English. The abstract should describe the objectives, sources, methodology,
argument and conclusions of the paper. The journal recommends maintaining this order throughout
the article.
Monographs. The journal also publishes monograph studies consisting of a minimum of six
articles and a maximum of eight on a single subject. The proposal for the monograph will be made by
the coordinator of the group by means of a letter of no more than 100 words that is to include the title,
the authors, each one’s articles and an explanation of the topic addressed in the monograph. The
monograph will be published with a short introduction by the coordinator. These articles are to abide
by the same rules as the others in the journal regarding length and type of evaluation. The eventual
translation to Spanish or any other language of an article from the monograph will be the
responsibility of its author or the coordinator of the monograph.
Critical studies. What the journal sees as a critical study is those articles of historiographical
character that analyze at least three recent papers on one subject. In the case that they cover a higher
number that the one specified, the chronology of the study should not exceed the last twenty years. The
objective of these works is not to offer and exhaustive view of titles, but to analyze the most innovative
ideas that emerge in a specified historiographical field. The length of these papers should be between
5,000 and 10,000 words. The author is to send the proposal of his critical study to the journal with a brief
letter explaining the interest in the chosen subject along with the papers that are the object of his study.
The Board of Editors will decide on its acceptance, after which the author will have a maximum of four
months to send the text. Either the Board of Editors or experts working outside of the journal will be in
charge of the final evaluation of the critical study.
Reviews. Hispania commissions the review of any number of works they deem appropriate to
recognized specialists. Under no circumstances will any reviews that have not been previously
approved by the Board of Editors be published. The journal will welcome submissions, either sent
by mail or that provide editorial information. The length of a review may be no longer tan 2,000
words, which is why authors are encouraged to foster criticism of the work rather than summarizing
its content. Hispania reserves the right to publish any commissioned reviews once they have been
received.
2. LANGUAGES
Since its foundation in 1940, the journal has been publishing works in the main languages of
its scientific field. Publication in other languages will be studied on a case-by-case basis by the
Board of Editors. This policy has been in place for all sections of the journal since 2011.
3. DELIVERY OF TEXTS
Texts are to be sent by e-mail to [email protected]. The journal will provide
acknowledgement of receipt. Paper or CD submissions will only be accepted under exceptional
circumstances.
4. STYLE GUIDELINES
The journal follows the guidelines that have been approved by the Association of Spanish
Language Academies for all issues pertaining to grammar and spelling. Furthermore, Hispania
reserves the right to make style corrections in texts in order to adapt them to its editorial guidelines
and the general character of the journal. In the case of any disagreement with the author, the
journal’s criteria will prevail.
Epigraphs. Each part the text is divided into will have its corresponding capitalized, bold
epigraph. Lower-case bold is to be used for subdivisions within each part. Under no circumstances
will epigraphs be numbered in Arabic or Roman numerals.
Citation of sources. The complete names of any cited files, along with their corresponding
abbreviations, are to be specified at the beginning of the text in a note marked with an asterisk (*)
situated at the end of the title of the work..
Bibliographical references. They will only appear as footnotes following these guidelines:
a) Book:
The surname/s of the author/s capitalized, date of publication, volume or part, if appropriate,
and page number/s:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954, vol. 1: 34-60.
If several books are cited in the same footnote, separate them using a period:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954, vol. 1: 34-60.
RUIZ MARTÍN, 1991: 188-189.
If citing several works by the same author but with a different date of publication, separate
them by using a semicolon without repeating the author’s name:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954, vol. 1: 34-60; 1973, 44-46.
If citing several works by the same author published within the same year, distinguish each
work by adding a letter of the alphabet to the year of publication:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954a, vol. 1: 34-60; 1954b, 78-80.
b) Book chapter:
The surname/s of the author/s capitalized, date of publication, volume or part, if appropriate,
and page number/s:
GUINOT, 2004, vol. 2: 421-422.
c) Journal articles:
The surname/s of the author/s capitalized, volume number and issue/part number, if appropriate, date of publication in parentheses and page number/s:
BRONFELD, 71/2 (Lexington, 2007): 465-498.
d) Documents:
Name of the document in italics, archive abbreviation, collection or section, file or book number and record group or page/s:
Consulta del Consejo de Estado, AHN, Estado, legajo 13156, exp. 21.
FINAL BIBLIOGRAPHY
At the end of the article, and in alphabetical order, a complete list of all the authors cited is to
be included. Their surnames should be followed by their first names in lowercase (if a work belongs to several authors, separate each one by using a comma), title of work in italics, place of
publication, name of publisher and year of publication, all separated by commas:
Domínguez Ortiz, Antonio, Política y hacienda de Felipe IV, Madrid, Pegaso, 1960.
If several works by the same author are included, he/she is to be cited for each work. If the
works were published in different years they should be cited in chronological order; but if they
were published in the same year, they should be cited in alphabetical order by title adding a letter of
the alphabet to the year of publication.
Different year:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Política y hacienda de Felipe IV, Madrid, Pegaso, 1961.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Alteraciones andaluzas, Madrid, Narcea, 1973.
Same year:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, La clase social de los conversos en Castilla en la Edad Moderna,
Madrid, CSIC, 1955a.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, La sociedad española en el siglo XVIII, Madrid, CSIC, 1955b.
In the case of collective works, the author and the work cited in the text should appear first, followed by the information regarding the collective work:
GUINOT, Enric, «La implantació de la societat feudal al País Valencià del segle XIII: la gènesi
de les senyores i l´establiment de les terres», en Flocel SABATÉ y Jean FARRÉ (coords.), El
temps i l´espai del feudalisme, Lérida, Pagès, 2004; 421-442.
Articles should be cited the following way:
BRONFELD, Saul, «Fighting Outnumbered: The Impact of the Yom Kippur War on the U.S.
Army», The Journal of Military History, 71/2 (Lexington, 2007): 465-442.
Online books, chapters and articles should be cited following these examples:
a) Books:
PUMARINO, Andrés, La propiedad intelectual en ambientes digitales educativos [online], Santiago de Chile, DuocUC, 2004 [retrieved on October 18, 2005]. Available at:
http://biblioteca.duoc.cl.digital/aovalle/general/guias/computacion/_propiedadintelectual/propi
edad_intelectual.htlm
b) Book chapter:
ESTEVEZ, Raúl, ACUÑA IGLESIAS, Rodrigo, Evaluaciones por competencias laborales [online],
Santiago de Chile, DuoUC, 2005. Chapter 2. Identificación de las tareas. Available at:
http://biblioteca.duoc.cl/bdigital/Libros_electronicos/338PTX410epcl2004.doc [retrieved on
May 11, 2009]
c) Article:
BLANCO FERNÁNDEZ, Carlos, «Aproximación a la historiografía sobre Don Juan de Austria », Tiempos Modernos, Revista electrónica de Historia Moderna [online]. 3 (2002). Available at:
http://tiemposmodernos.org/tm3/index.php/tm/issue/view/6 [retrieved on February 21, 2008]
d) Online documents with a DOI (Digital Object identifier), whether a book, book chapter or
journal article, should be cited using its DOI with preference to its URL (or ‘http://’ address); when
using the DOI it is unnecessary to include the retrieval date:
ZUBILLAGA, Carlos, «El asociacionismo inmigratorio español en Uruguay en la mira del franquismo: entre la oposición y el disciplinamiento», Revista de Indias [online] 69 (2009).
doi: 10.3989/revindias.2009.002
Literal quotes. If the text is written in Spanish or French, double angle quotes should be used
(« »). For citations in English and other languages, quotation marks should be used (“ ”). If the
quote exceeds two lines, the text should be indented and in a smaller font-size.
Graphs, maps, tables, statistical charts and figures. Mention of any sources used in their
creation, as well as the method that was employed, should be included. They are to be conveniently
titled and numbered, so that the references made to the elements in the text correspond to these
numbers. This system will make altering its placement easier if typographic adjustments are
needed. The images are to be sent preferably in TIFF or JPG format (never WORD or PDF) and
with a resolution of 300 dpi. Maps and graphs should be in vector format so as not to alter the
quality of the image when editing.
5. EVALUATION PROCESS
The evaluation method used by Hispania is called a «double blind», which helps to preserve
the anonymity of both the author of the text and the evaluators. The Board of Editors will decide
whether the text is published upon viewing the reports, of which there will be at least two. If an
article does not suit the general style of the journal, it will be returned to the author without
requiring evaluation. The secretary of the journal will notify the author about any decision made
pertaining to his work. If it is accepted, the secretary may also attach any modifications suggested
by the evaluators. Any final decision made on publishing a text may be conditioned by the
inclusion of these modifications by the author, who will have six months to send his text back. If
this deadline is not met, the article will have to repeat the entire evaluation process. Articles that
have been rejected and the reports made by the evaluators will be kept in the journal’s files.
Authors that have published in Hispania must wait two years in order to submit a new project.
6. PROOFREADING
The authors will receive the first proofs for correction, which will be limited to grammar,
spelling and typography mistakes following the rules of the journal. Corrections that significantly
alter any typographic adjustments will not be allowed. The journal director and secretary will be in
charge of correcting the second proofs.
7. OFFPRINTS
The journal will give the authors offprints of the published texts in the format or formats that
are established by the Publishing Division of the CSIC at any given time.
8. COPYRIGHT
All texts published by Hispania, both on paper and online, are the property of the Spanish
National Research Council (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC), and quoting
this source is a requirement for any partial or full reproduction. Unless otherwise indicated, all
contents of the online edition of Hispania are distributed under a Creative Commons AttributionNon Commercial 3.0. Spain (CC-by-nc 3.0) license.The indication of this license CC-by-nc must
be expressly stated in this way when necessary.
You may read the basic information and the legal text of the license using these links:
http://creativecommons.org/licenses/by-nc/3.0/es/
http://creativecommons.org/licenses/by-nc/3.0/es/legalcode.es
Users can produce a reasonable number of printed copies exclusively for personal use or for
educational or research purposes.
SUSCRIPCIÓN Y PEDIDOS
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Nombre y apellidos: _____________________________________________________________
Razón social: ________________________________ NIF/CIF:___________________________
Dirección: _____________________________ CP: ___________________________________
Localidad: _____________________________ Provincia: ______________________________
País/Estado: _______________________ Teléfono: ________________ Fax: _______________
e-mail: _______________________________________ Fecha de la solicitud: ___ /___ /_______
Suscripción:
Precios de suscripción año 2012:
Año completo:
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Extranjero: 119,24 euros
Números sueltos:
CANT.
REVISTA
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España:
30,77 euros (más gastos de envío)
Extranjero: 50,97 euros (más gastos de envío)
Precios de suscripción año 2012:
Año completo:
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AÑO
VOL.
FASC.
Precios de números sueltos año 2012:
España:
30,77 euros (más gastos de envío)
Extranjero: 50,97 euros (más gastos de envío)
A estos precios se les añadirá el 4% (18% en soporte electrónico) de IVA. Solamente para España
y países de la UE
Forma de Pago: Factura pro forma
Transferencia bancaria a la cuenta número: c/c 0049 5117 262 11010 5188
SWIFT/BIC CODE: BSCHESMM - IBAN NUMBER: ES83 0049 5117 2612 1010 5188
Cheque nominal al Departamento de Publicaciones del CSIC.
Tarjeta de crédito: Visa / Master Card / Eurocard / 4B
Número: _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
Fecha de caducidad: _ _ / _ _
Reembolso (solamente para números sueltos)
Distribución y venta: Departamento de Publicaciones del CSIC
C/ Vitruvio, 8
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Tel.: +34 915 612 833, +34 915 681 619/620/640
Fax: +34 915 629 634
E-mail: [email protected]
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Firma _________________________________________________________________________
Volumen LXXII
Nº 240
enero-abril 2012
336 págs.
ISSN: 0018-2141
Volumen LXXII
Sumario
IN MEMORIAM
RESEÑAS
Volumen LXXII | Nº 240 | 2012 | Madrid
ESTUDIOS
ANDRADE CERNADAS, José M.: La voz de los ancianos. La intervención de los viejos
en los pleitos y disputas en la Galicia medieval / The voice of the aged. The
involvement of the elderly in lawsuits and disputes in medieval Galicia
DIAGO HERNANDO, Máximo: Los mercaderes franceses en la exportación de lanas
finas castellanas durante los siglos XVI y XVII. Una primera aproximación desde el
escenario soriano / French merchants in the export of fine Castilian wool during the
16th and 17th centuries. An initial approach from the Sorian context
RECIO MORALES, Óscar: Las reformas carolinas y los comerciantes extranjeros en
España: actitudes y respuestas de las «naciones» a la ofensiva regalista, 1759-1793 /
The Caroline reforms and foreign merchants in Spain: A Comparative Approach to the
attitudes and responses of the «naciones» to the Regalist offensive 1759-1793
CALATAYUD, Salvador y GARRIDO, Samuel: Negociación de normas e intervención
estatal en la gestión del regadío: la Acequia Real del Júcar a mediados del siglo XIX /
The negotiation of rules and state intervention in irrigation management: The Júcar
Canal in the mid-19th century
RICO GÓMEZ, María Luisa: La enseñanza profesional y las clases medias técnicas en
España (1924-1931) / Vocational education and the technical middle class in Spain
(1924-1931)
VILLA GARCÍA, Roberto: «Burgos podridos» y democratización. Las elecciones
municipales de abril de 1933 / «Rotten boroughs» and democratization. The
municipal elections of April of 1933
PENA RODRÍGUEZ, Alberto: «Tudo pela nação, nada contra a nação». Salazar, la
creación del secretariado de propaganda nacional y la censura / «Tudo pela nação,
nada contra a nação». Salazar, the creation of the Department of National
Propaganda and Censorship
MONTERO, Mercedes: La publicidad española durante el franquismo (1939-1975).
De la autarquía al consumo / Spanish Advertising during the Franco Regime (19391975): from Autarchy to Consumerism
Nº 240
enero-abril 2012
Madrid (España)
ISSN: 0018-2141
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