Ácidos omega-3 en psicogeriatría: implicaciones

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REVISIÓN
Ácidos omega-3 en psicogeriatría:
implicaciones en depresión y demencia
J. Caballer-García a, L. Jiménez-Treviño b
Introducción y objetivos. Los ácidos omega-3 son grasas
poliinsaturadas que deben aportarse a través de la dieta,
ya que se encuentran de manera preformada fundamentalmente en las variedades del pescado azul. Los ácidos
omega-3 se hallan en las membranas lipídicas neuronales
en gran proporción, aportándoles estabilidad y optimizando la comunicación sináptica. Una dieta pobre en ácidos omega-3 –una tendencia en los hábitos alimentarios
occidentales en los últimos tiempos– podría figurar como
un factor de riesgo para la aparición de alteraciones neuropsiquiátricas. Este artículo de revisión trata de valorar
la influencia de los ácidos omega-3 en dos enfermedades de capital importancia en el anciano: la depresión y
la demencia (se aborda también el declive cognitivo y la
situación de deterioro cognitivo leve). Desarrollo. Se presenta una selección de datos de carácter neurobiológico,
epidemiológico y clínico, a través de la revisión de las publicaciones más importantes en este sentido. Conclusiones. Una mayoría de estudios de corte epidemiológico
encuentran que una dieta rica en ácidos omega-3 podría
prevenir la aparición de sintomatología depresiva. También se ha correlacionado con un enlentecimiento del
declive cognitivo en ancianos sanos e incluso en aquellos
diagnosticados de deterioro cognitivo leve, y puede además influir disminuyendo la incidencia del diagnóstico de
demencia. Sin embargo, los datos existentes en la actualidad no permiten encontrar una utilidad en demencias
ya establecidas. El consumo frecuente de pescado azul
es muy recomendable, debiéndose considerar su aportación a modo de suplemento en el caso de que eso no
ocurra.
Omega-3 fatty acids in psychogeriatrics:
implications in depression and dementia
a
Introduction and aims. Omega-3 fatty acids are polyunsaturated fats that must be obtained from the individual’s diet,
since they are found in a ready-made form mainly in the different varieties of oily cold-water fish. Omega-3 fatty acids are
present in the neuronal lipid membranes in large amounts,
and provide them with stability while also optimising communication across the synapses. A diet that is poor in omega-3
fatty acids (which is the tendency in eating habits in the western world in recent times) could be included as a risk factor for
the appearance of neuropsychiatric disorders. This review article attempts to evaluate the influence of omega-3 fatty acids
on two extremely important diseases in the elderly: depression
and dementia (cognitive decline and the situation of mild cognitive impairment are also addressed). Development. We present a selection of neurobiological, epidemiological and clinical
data obtained from a review of the most important publications on this topic. Conclusions. Most studies of an epidemiological nature find that a diet that is rich in omega-3 fatty
acids could prevent the appearance of symptoms of depression. The presence of these acids has also been correlated with
a slowing of the cognitive decline in healthy elderly individuals
and even in those diagnosed with mild cognitive impairment;
they may also have an influence by lowering the incidence of
diagnoses of dementia. Yet, currently available data do not
show any evidence that they are useful in cases of dementia
that are already established. The frequent consumption of oily
cold-water fish is recommendable, and should be considered
as a supplement if it is not usually included in the diet.
b
Palabras clave. Ácidos omega-3. Demencia. Depresión. Enferme-
Key words. Alzheimer’s disease. Dementia. Depression. Omega-3 fatty
dad de Alzheimer. Grasas poliinsaturadas. Psicogeriatría.
acids. Polyunsaturated fats. Psychogeriatrics.
© Viguera Editores SL 2010. PSICOGERIATRÍA 2010; 2 (2): 83-92
CSM Otero. Área IV
Oviedo. Servicios de
Salud del Principado
de Asturias (SESPA).
Área de Psiquiatría.
Departamento de Medicina.
Universidad de Oviedo.
Oviedo, Asturias, España.
Correspondencia
Dr. Javier Caballer García.
Linares Rivas, 16, 1.º izq.
E-33206 Gijón (Asturias).
E-mail
[email protected]
83
J. Caballer-García, et al
Introducción
Los ácidos omega-3 son grasas de cadena larga
poliinsaturadas cuya fuente se origina en el entorno marino o el reino vegetal. Estas grasas no
son sintetizadas por el cuerpo humano, por lo que
deben incorporarse a través de la dieta. Determinados aceites de vegetales, como la nuez, la semilla de soja, el lino o la canola, contienen diferentes cantidades de ácido α-linoleico (ALA), que en
un pequeño porcentaje (5-15%) es transformado
por el hígado en cadenas más largas que conforman los ácidos omega-3: ácido eicosapentanoico
(EPA) y ácido docosahexaenoico (DHA). De esta
manera, la vía principal de aporte de estas grasas
es a través de una dieta que posea estos ácidos de
cadena larga poliinsaturada de manera preformada, hallándose predominantemente en lo que denominamos las variedades de pescado azul.
Los ácidos omega-3 parecen ejercer una acción muy importante en las membranas neuronales, especialmente en sus regiones sinápticas,
donde se acumulan en mayor proporción (llegan
a representar el 15% de la composición total de
ácidos grasos en el cerebro). Estas grasas son un
componente esencial de la membrana fosfolipídica, por lo que su importancia resulta vital para la
estructura dinámica y la actividad funcional de
las membranas neuronales [1,2]. Las proteínas
están embebidas en la estructura de la doble capa
lipídica, y la conformación cuaternaria de éstas es
sensible a los componentes lipídicos. Estas proteínas tienen funciones celulares importantes, como
las funciones de recepción o de mensajería. Los
ácidos omega-3 pueden alterar la fluidez de la
membrana lipídica desplazando el colesterol, por
lo que su influencia es capital para un funcionamiento óptimo de las membranas [3]. Asimismo,
actúan como fuentes de comunicación para segundos mensajeros entre neuronas [2,4].
Pese a la recomendación de que la relación entre la ingesta de ácidos omega-6 y omega-3 sea de
2 a 1, como sucedía hasta principios del siglo xx
[5,6], las dietas ricas en ácidos grasos insaturados
(omega-6), debido al alto consumo de aceites de
origen vegetal por parte de la sociedad occidental,
hace que esta relación haya llegado a ser de 20 a 1
[7]. Como uno de cada tres ácidos grasos en el sistema nervioso central (SNC) son de cadena larga
poliinsaturada, podría llegar a pensarse que un inadecuado equilibrio entre éstos conlleve alteraciones de tipo neuropsiquiátrico en el SNC [8,9].
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En concreto, un número creciente de publicaciones habla a favor de la existencia de una relación entre los ácidos omega-3 y diversas enfermedades mentales, así como con otras patologías
médicas, hallándose datos al respecto en varias
vías de investigación. Como viene siendo habitual, los estudios en población geriátrica son mucho menos abundantes, aunque en este artículo
de revisión se hace referencia a ellos. La atención
se dirigirá a dos enfermedades con especial importancia en el anciano: la depresión y la demencia (incluyendo aproximaciones no patológicas
como el declive cognitivo).
Depresión geriátrica y ácidos omega-3
Hoy día es ya un clásico el artículo de Hibbeln
[10] que postula la existencia de una relación entre las dietas ricas en pescado y la baja prevalencia
de depresión, encontrándose una correlación negativa significativa entre el consumo de pescado y
las tasas de depresión, en un estudio epidemiológico de ámbito mundial. En Finlandia se ha visto
que el consumo frecuente de pescado se asocia
a un riesgo menor de desarrollo de depresión e
ideación suicida en población general [11]. En
Nueva Zelanda se ha hallado que este hábito dietético se relaciona con una mejor autovaloración
del estado de salud mental [12].
La forma más frecuente de medir los ácidos
grasos en el cuerpo humano es mediante el análisis de los fospolípidos del plasma sanguíneo y
de las células rojas de la sangre, correlacionándose estos niveles con la ingesta de ácidos grasos
durante las semanas previas. La correlación entre los niveles de ácidos grasos en la sangre no es
idéntica ni significativa con respecto al contenido
fosfolipídico del cerebro. Sin embargo, diversos
trabajos [13-16] han hallado niveles disminuidos de ácidos omega-3 en la sangre de pacientes
deprimidos. Además, los niveles de EPA en los
glóbulos rojos sanguíneos se han correlacionado
de forma negativa con la gravedad del episodio
depresivo, y los niveles de ácidos omega-6 plasmáticos, de forma positiva con la clínica depresiva en adultos [13]. Otras formas de medición
son mediante el análisis de estas grasas en tejido
adiposo o, de manera indirecta, a través del cálcu­
lo sobre la ingesta de alimentos ricos en ácidos
grasos omega-3.
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Ácidos omega-3 en psicogeriatría: implicaciones en depresión y demencia
En población anciana, Féart et al [17] hallaron
resultados similares a los anteriormente citados
en adultos, mediante el estudio transversal sobre
una cohorte de 1.390 personas pertenecientes a
un estudio prospectivo sobre la influencia de factores de riesgo vascular en la aparición de cuadros demenciales [18,19]. Analizados los niveles
plasmáticos de los diferentes ácidos grasos en
pacientes sin demencia, y comparando el grupo
de aquellos pacientes no deprimidos (n = 1.273)
con el que se encontraba aquejado de depresión
(n = 117), se encontraron únicamente niveles disminuidos de forma significativa de EPA en estos
últimos, con respecto al grupo control. Además,
los autores evidenciaron una correlación negativa
entre los niveles plasmáticos de EPA y la intensidad del episodio depresivo, siendo especialmente
significativa esta relación en los pacientes que recibían medicación antidepresiva.
Kamphuis et al extrajeron datos a partir del
Zutphen Elderly Study, un estudio de cohortes
prospectivo sobre población neerlandesa que
evaluaba la dieta, factores de riesgo cardiovascular y salud en varones ancianos [20]. En esta
ocasión se comparó un grupo de hombres ancianos no deprimidos (n = 260) con otro aquejado
de depresión moderada o grave (n = 72), ambos
libres de enfermedad cardiovascular y diabetes;
resultó significativa la asociación entre una mayor ingesta de ácidos grasos omega-3 (valorada y
calculada mediante encuesta dietética) y menos
casos de depresión. Los autores concluyeron que
una menor ingesta podía elevar el riesgo de padecer esta enfermedad [21]. En este sentido, Raeder
et al [22] hallaron en un estudio transversal que
también en población anciana que incorporaba
de forma diaria las grasas de pescado a su dieta, la
prevalencia de sintomatología depresiva era significativamente menor con respecto al grupo que
no lo hacía, ajustando este resultado a múltiples
posibles factores de confusión, como consumo de
alcohol, cafeína, hábito tabáquico, ejercicio físico,
sexo o nivel educativo.
No todos los estudios arrojan resultados beneficiosos de las dietas ricas en ácidos grasos
omega-3 para los estados depresivos en ancianos.
Así, Hakkarainen et al, en su estudio de cohortes [23], valoraron la cantidad de pescado azul
incorporada a la dieta en una muestra de 29.133
varones y no hallaron relación entre el consumo
de grasas de pescado y la presencia de un estado
de ánimo bajo, diagnóstico de episodio depresivo
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o tasas de suicidio, también ajustados estos resultados a otros posibles factores de confusión. De
la misma forma, pese a que Appleton et al [24]
encontraron una relación inversa entre el humor
depresivo (sobre una muestra de 2.982 personas
de nacionalidad británica) y la ingesta de pescado
azul, esta relación desaparecía cuando se ajustaba
a factores como la edad o el aislamiento social;
los autores concluyeron que dicha relación podría
reflejar en realidad una conexión entre el estado
de ánimo depresivo y el estilo de vida.
Como se ha comentado, otra forma de medir
la toma de ácidos omega-3 es mediante el análisis
del tejido adiposo, que podría considerarse como
una cuantificación más a largo plazo de la toma
de ácidos omega-3 (1-3 años). Así, Mamalakis et
al [25,26], si bien no encontraban una relación
inversa sólida entre los niveles séricos de ácidos
omega-3 y la intensidad de sintomatología depresiva en ancianos, mediante análisis cromatográfico gaseoso de tejido adiposo sí aparecía dicha
relación inversa, concluyendo los autores que la
depresión se correlaciona de forma mucho más
consistente con la toma mantenida y a largo plazo
de ácidos grasos que con la incorporación de éstos a la dieta a corto plazo. Esto se podría explicar
por la existencia de una lenta tasa de velocidad de
depósito de los ácidos grasos en el cerebro.
En el plano neurobiológico es importante conocer si existe una explicación para que estos datos epidemiológicos, en general positivos, puedan
justificarse. En este sentido, cabe hablar de la acción que los ácidos grasos pueden ejercer sobre
las citocinas. Quizá exista relación entre la secreción de estos productos autoinmunes proinflamatorios y la depresión. Citocinas como la interleucina (IL) beta 1, el interferón (IFN) gamma 1 y 2,
y el factor de necrosis tumoral (TNF) alfa podrían
ejercer efectos directos e indirectos en el SNC. La
elevación de estas citocinas se ha relacionado con
la gravedad de la depresión [27]. Los ácidos omega-3, y en particular el EPA, poseen una acción
inhibitoria bien documentada de estas citocinas
proinflamatorias, como la IL-β o el TNF-α. Además, esta acción antiinflamatoria de los ácidos
omega-3 podría influir en una mayor liberación
del factor neurotrófico cerebral (BNTF) [28]. Los
niveles del BNTF se han correlacionado de forma negativa con la gravedad de los síntomas depresivos [29]. También parece que la medicación
antidepresiva o el ejercicio físico pueden elevar la
producción del BNTF, mientras que el estrés y las
85
J. Caballer-García, et al
dietas ricas en grasas saturadas y sacarosa la disminuyen [28]. En ancianos, Kiecolt-Glasier et al
[30] encontraron relación entre los síntomas depresivos y la proporción entre ácidos grasos omega-6
y omega-3. A mayor proporción entre omega-6 y
omega-3 se hallaron niveles progresivamente elevados de TNF-α e IL-6. Asimismo, Los pacientes
que cumplían criterios para episodio depresivo mayor registraron una elevada relación entre
omega-6 y omega-3 y mayores niveles de TNF-α
e IL-6, concluyendo los autores que dietas ricas
en ácidos grasos omega-6 y pobres en omega-3
podrían elevar el riesgo de padecer enfermedades
inflamatorias, así como depresión.
Clínicamente, existen en adultos unas pocas
publicaciones que estudian la influencia de los
ácidos omega-3 en los cuadros depresivos, y han
encontrado resultados positivos a favor de la utilización de estas grasas. Los estudios van desde la
descripción de casos clínicos únicos [31,32] hasta
ensayos controlados [33-36]. Un número menor
de estudios en adultos han hallado resultados negativos [37,38]. Sin embargo, cabe destacar una
revisión con propósito de metaanálisis publicada
por Lin y Su [39]. En dicho trabajo, sobre una selección de 10 ensayos clínicos controlados doble
ciego con placebo (n = 329), los autores encuentran que la adición o el tratamiento con ácidos
omega-3 mejora significativamente los síntomas
depresivos en pacientes con trastornos del humor,
tanto en pacientes unipolares como en pacientes
bipolares aquejados de depresión, independientemente de la dosis de EPA empleada.
En ancianos, los ensayos al respecto son casi
inexistentes. Disponemos de un ensayo clínico controlado doble ciego con placebo (n = 302) de van de
Rest et al [40], en el cual existían tres grupos: un
primer grupo tratado con 1.800 mg/día de EPA +
DHA, un segundo grupo tratado con 400 mg/día
de la misma composición y, por último, un grupo
control con placebo. Si bien las concentraciones
plasmáticas se elevaron en un 238% en el grupo
que recibía la mayor dosis y un 51% en el que recibía la más baja, no se objetivaron cambios significativos en las escalas aplicadas (CES-D, MADRS,
GDS-15, HADS-A) cuando se comparaban los
resultados entre los diferentes grupos. Los autores
concluyeron que la implementación de estos suplementos no contribuía a mejorar el bienestar mental
afectivo de estos ancianos. Hay que subrayar que el
estudio no se basaba en sujetos diagnosticados de
depresión, sino en población general anciana.
86
Otro ensayo clínico controlado doble ciego
con placebo (n = 31) de da Silva et al [41] hace referencia al efecto de la adición en la dieta de grasas de pescado en pacientes con enfermedad de
Parkinson diagnosticados de episodio depresivo
mayor, midiendo dicho efecto potencial mediante
la escala de Montgomery-Asberg para la depresión (MADRS). Los autores concluyen en dicho
estudio que los pacientes que recibían grasas de
pescado adicionales en su dieta experimentaban
una mejoría estadísticamente significativa en la
intensidad de la sintomatología depresiva que
presentaban, independientemente de que en ese
momento estuvieran recibiendo o no tratamiento
psicofarmacológico antidepresivo, por lo que la
toma de ácidos omega-3 podría desempeñar un
papel antidepresivo por sí mismo o como coadyuvante de la terapia farmacológica empleada.
Declive/deterioro cognitivo
y ácidos omega-3
Con el envejecimiento, especialmente en ancianos con enfermedad de Alzheimer, parece que los
niveles de DHA en el cerebro tienden a disminuir
[42], lo que sugiere este dato que el descenso de
estos niveles podría contribuir tanto al deterioro
de la memoria como a la afectación de otras funciones cognitivas.
Los ácidos grasos de cadena larga omega-3
poseen múltiples mecanismos de acción en el cerebro y en el sistema vascular que podrían generar cierta protección contra el declive cognitivo y
la demencia. En primer lugar, como factores de
protección cardiovascular, reduciendo el riesgo
de aparición de enfermedades coronarias [43],
por lo que es recomendado el incremento de su
toma por la Asociación Americana del Corazón
[44]. También, como factores de protección cerebrovascular se ha hallado una significativa menor
incidencia de lesiones en la sustancia blanca profunda en pacientes ancianos que incorporaban
las grasas de pescado de una forma regular a la
dieta, como concluye el estudio transversal (con
una prueba de resonancia magnética cerebral a
un total de 2.313 sujetos) de Virtanen et al [45].
Asimismo, se dispone en la actualidad de un metaanálisis sobre estudios de cohortes que revela
un sustancial descenso del riesgo de accidentes
cerebrovasculares, particularmente los de tipo is-
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Ácidos omega-3 en psicogeriatría: implicaciones en depresión y demencia
quémico, cuando existe un consumo de pescado
azul regular [46].
En segundo lugar, retomamos la acción antiinflamatoria de estas grasas. Es sabido que existen procesos inflamatorios implicados en el desarrollo de demencia. Los ácidos grasos omega-3
podrían figurar como agentes protectores por su
acción antiinflamatoria [47,48].
Tercero, los ácidos omega-3 podrían limitar de
forma directa ciertos procesos que se relacionan
con la neuropatología de la enfermedad de Alzhei­
mer. El grupo de Ma [49,50] halló que el DHA
podría influir favoreciendo una menor producción y acumulación del péptido tóxico β-amiloide
por diferentes mecanismos de acción. Junto con
el uso de antioxidantes/vitaminas, estas acciones
podrían verse potenciadas.
Los estudios clínicos que examinan las acciones que pueden ejercer estas grasas con respecto
a la posibilidad de influir en el funcionamiento
cognitivo de ancianos sin demencias, prevenir o
retrasar el inicio de un cuadro demencial, o favorecer el rendimiento cognitivo de los ancianos
con diagnóstico de demencia, son más numerosos que los existentes para la depresión geriátrica
de forma específica. La selección de algunos de
ellos podría ayudar a intentar responder a estas
preguntas:
¿Influye la toma de ácidos omega-3
en el funcionamiento cognitivo
de ancianos sin demencia?
En este sentido, contamos con el estudio prospectivo de cohortes (n = 3.718) de Morris et al [51],
de seis años de seguimiento, en el que la toma de
pescado al menos una vez a la semana descendía
la tasa de declive cognitivo (medido el cambio en
el declive mediante un modelo mixto) en un 1013%, ajustados estos datos al análisis multivariante
(sexo, edad, raza, nivel educativo, actividad cognitiva, actividad física, consumo de alcohol y cantidad total energética ingresada mediante la dieta).
La presencia de afectación de tipo cardiovascular
o los hábitos en el consumo de frutas o vegetales
no afectaron a este resultado. Sin embargo, este
efecto desaparecía tras el ajuste en relación al consumo de grasas saturadas, poliinsaturadas y trans.
Van Gelder et al [52] publicaron otro estudio
prospectivo de cohortes (n = 210 varones) de cinco años de duración, en el cual, en los ancianos
que consumían pescado (equivalente a la toma
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de al menos 400 mg de EPA + DHA), se objetivó
de forma estadísticamente significativa un menor
avance del declive cognitivo con el paso del tiempo (medido por el test minimental de Folstein)
de 1,1 puntos de media, soportando estos datos el
análisis multivariante (edad, nivel educativo, consumo de alcohol, consumo de tabaco, actividad
física, ingesta calórica y funcionamiento cognitivo basal). El análisis adicional sobre la ingesta de
grasas trans o agentes antioxidantes, así como la
presencia de sintomatología depresiva, no alteró
estos resultados.
Heude et al [53] presentaron un estudio prospectivo de cohortes (n = 246) de cuatro años de
seguimiento. Al final de dicho período se establecieron dos grupos: uno, en el que no apareció
declive cognitivo, y otro, en el que éste estaba presente (definiéndose este declive por la pérdida de
dos o más puntos en el miniexamen cognitivo de
Folstein). Resultó que el hecho de poseer una elevada proporción de ácidos omega-3 (con respecto
a otras grasas) en sangre se asoció de forma estadísticamente significativa con un menor declive
cognitivo (41%); o dicho de otra forma: el grupo
de individuos sin declive cognitivo poseía cantidades significativamente más elevadas de ácidos
omega-3 en sangre (medidas mediante el contenido lipídico de las membranas eritrocitarias) que el
grupo que sí presentaba dicho declive.
En sentido negativo, disponemos de un ensayo
clínico reciente aleatorizado doble ciego (n = 302)
realizado por van de Rest et al [40], de 26 semanas de duración. En el ensayo se comparaban
tres grupos: uno recibía un suplemento de EPA +
DHA de 400 mg/día, otro grupo recibía una cantidad mayor (1.800 mg/día) y, por último, el grupo
control tomaba una cápsula de aceite de oliva. Los
pacientes seleccionados debían obtener una puntuación mayor de 21 en el test minimental para su
inclusión en el estudio. Posteriormente se administraron una serie de baterías neuropsicológicas
durante el ensayo, sin objetivarse al final de estudio ningún cambio estadísticamente significativo
en ninguno de los dominios cognitivos valorados
ni para el grupo con menor dosis ni para el grupo
con mayor dosis con respecto al grupo control.
¿Influye la toma de ácidos omega-3
en la incidencia de demencia?
Kalmijn et al [54] publicaron un estudio prospectivo de cohortes (n = 5.386) de dos años de dura87
J. Caballer-García, et al
ción, en el que el consumo de grasas de pescado,
concretamente en cantidades totales superiores a
18,5 g/día, se asociaba de forma muy significativa
(p = 0,005) a una menor tasa de incidencia de la
enfermedad de Alzheimer, ajustados estos datos
en el análisis multivariante para la edad, el sexo,
la educación y la cantidad energética total de la
dieta. Este resultado fue negativo en el análisis de
pacientes con demencia asociada a componente
vascular.
El de Barberger-Gateau et al [55] se trata de
otro estudio prospectivo de cohortes (n = 1.416)
de siete años de seguimiento, en el que la toma de
pescado azul al menos una vez a la semana reducía la incidencia de casos de demencia de forma
significativa en el análisis ajustado a la edad, pero
se perdía esta significación estadística en el análisis multivariante.
Morris et al [56] publicaron un estudio prospectivo de cohortes (n = 815) de cuatro años de
duración, en que el consumo de grasas de pescado, concretamente en cantidades totales superiores a 1,75 g/día, se asociaba de forma significativa
a una menor tasa de incidencia de la enfermedad
de Alzheimer, soportando estos datos el análisis
multivariante (edad, sexo, raza, educación, toma
de vitamina E, toma de otras grasas, enfermedad
cardiovascular y genotipo APO-E4). Sin embargo,
en un análisis pormenorizado para valorar la influencia de cada tipo de ácido graso por separado,
la única sustancia añadida exógenamente a la dieta
que de forma estadísticamente significativa aparecía como factor protector frente a la aparición de
enfermedad de Alzheimer fue el DHA (en cantidades superiores a 0,07 g/día), no siendo significativas las aportaciones exógenas de ALA y EPA.
Teniendo en cuenta esta vez los niveles plasmáticos de ácidos grasos, en concreto los niveles de
DHA, Schaefer et al [57] hallaron en otro estudio
prospectivo de cohortes (n = 899), de 9,1 años de
seguimiento, que los individuos que pertenecían al
cuartil más alto de la muestra con respecto al contenido de DHA porcentual sobre el total de ácidos
grasos en sangre (> 4,5%, correspondiéndose estos niveles con una toma diaria de DHA > 0,18 g/
día o una media de consumo de pescado de tres
veces por semana), presentaban un menor riesgo
de aparición de demencia de cualquier causa o de
enfermedad de Alzheimer que los pertenecientes
a los tres cuartiles inferiores, ajustados estos datos
al sexo, la edad, la educación, los niveles plasmáticos de homocisteína y el genotipo APO-E4.
88
Del mismo modo, Samieri et al [58] valoraron
en un estudio prospectivo de cohortes (n = 1.214),
de cuatro años de duración, los niveles de ácidos
grasos en sangre. Los niveles de EPA plasmáticos
se asociaron de forma inversa con la incidencia de
demencia e independientemente de presencia de
clínica depresiva, ajustados estos datos en el análisis multivariante para el sexo, la edad, el nivel
educativo, la presencia de diabetes, el genotipo
APO-E4 y los niveles plasmáticos de vitamina E
y triacilglicerol. El estudio de la relación entre el
DHA y la cantidad total de ácidos omega-3 con
respecto a la incidencia de demencia no arrojo
datos significativos en el modelo multivariante.
¿Produce algún efecto beneficioso la toma de
ácidos omega-3 en pacientes con diagnóstico
de enfermedad de Alzheimer?
Terano et al [59] publicaron un pequeño ensayo
clínico en el cual 20 pacientes diagnosticados de
demencia vascular fueron asignados de forma
aleatorizada a un grupo que recibía un suplemento de DHA (4,32 g/día) y otro grupo control con
placebo durante 12 meses. Los pacientes que recibieron DHA experimentaron una reducción en
la tasa de declive cognitivo (medida por el test
minimental) a lo largo de los tres y seis primeros
meses de seguimiento, aunque no obtuvieron este
resultado significativo a los seis meses.
Kotani et al [60] realizaron un ensayo clínico
doble ciego de 90 días de seguimiento, contando
con un grupo de 39 pacientes, de los cuales 21
tenían diagnosticado de deterioro cognitivo leve,
8 de enfermedad de Alzheimer, y 10 presentaban
lesiones cerebrales (accidente cerebrovascular en
los últimos cinco años). Un grupo recibió 240 mg
de DHA y 6,4 mg de ácido araquidónico, mientras
que el grupo control recibió 240 mg de aceite de
oliva. Al inicio y final de este período se administraron diversas baterías neuropsicológicas y no se
halló ninguna mejoría significativa en los pacientes con enfermedad de Alzheimer. En los pacientes diagnosticados de deterioro cognitivo leve
mejoraron de forma significativa las puntuaciones
en las escalas de atención y memoria inmediata,
pero no en memoria remota. Los pacientes con
diagnóstico de accidente cerebrovascular mejoraron los resultados en ambos tipos de memoria.
Se dispone de otro ensayo clínico aleatorizado
doble ciego de mayor tamaño (n = 174) de FreundLevi et al [61], en el cual no se objetivaron dife-
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Ácidos omega-3 en psicogeriatría: implicaciones en depresión y demencia
rencias significativas en la tasa de deterioro cognitivo (medida por el test minimental) entre el
grupo de pacientes que recibió placebo y el que
recibió un suplemento diario de DHA (430 mg) y
EPA (150 mg) a los seis meses. Sin embargo, al
estudiarse el subgrupo de pacientes con diagnóstico de enfermedad de Alzheimer muy leve (puntuación > 27 en el test minimental, pudiéndose
considerar a estos pacientes realmente como de
presentar un diagnóstico de deterioro cognitivo
leve), se objetivó en los pacientes que recibían el
suplemento una significativa mejoría de 2,1 puntos en el test.
Finalmente, Chiu et al [62] publicaron un ensayo clínico aleatorizado doble ciego (n = 35) de
24 semanas de duración. Los pacientes con diagnóstico de deterioro cognitivo leve que recibieron
un suplemento diario de 1.080 mg de EPA y 720 mg
de DHA mejoraron la puntuación en el test de valoración cognitiva administrado (ADAS-Cog) en
3,23 puntos de media, mientras que el grupo control empeoró el resultado en 0,37 puntos, siendo
este resultado estadísticamente significativo y
ajustado para el sexo, la edad y los años de educación. No se objetivaron diferencias para los pacientes diagnosticados de enfermedad de Alzheimer
con respecto al grupo control en el rendimiento
cognitivo al final del estudio.
Conclusiones
La importancia de las funciones de los ácidos
omega-3 en el SNC parece tener sustento desde
el plano neurobiológico, especialmente en su acción como estabilizadores de las membranas neuronales y, en consecuencia, optimizando diversos
sistemas de comunicación. Asimismo, los ácidos
omega-3 parecen tener una acción neuroprotectora (por mecanismos antiinflamatorios, cardioprotectores), participando también en la neurogénesis e incluso interviniendo positivamente en
ciertos procesos neurodegenerativos.
Hoy día ya no se habla de la depresión como
una simple disregulación monoaminérgica. Aparecen implicados procesos inflamatorios, neurotóxicos (mediante procesos apoptóticos, por ejemplo), descenso/abolición de la neurogésis y la
neuroplasticidad, mediados por múltiples mecanismos, y todo ello influido por la carga genética
del individuo y su interacción con el ambiente.
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Una adecuada dieta, o una dieta rica en ácidos
grasos omega-3 (por ejemplo, añadiendo suplementos) podrían prevenir la aparición de clínica
depresiva, ya que existe una leve evidencia epidemiológica al respecto. Actuando como agentes
potenciadores, también podrían mejorar la sintomatología depresiva cuando ésta aparece, aunque
constituye una vía de investigación todavía muy
incipiente.
El consumo de grasas de pescado también se
ha correlacionado con un enlentecimiento del
declive cognitivo en ancianos sanos e incluso en
aquellos diagnosticados de deterioro cognitivo
leve, y puede influir además disminuyendo la incidencia del diagnóstico de demencia. Sin embargo, los datos existentes en la actualidad requieren
más estudios que permitan encontrar una utilidad
en demencias ya establecidas.
En definitiva, parece que el consumo de pescado, especialmente de la variedad azul, es muy
recomendable al menos entre dos y tres veces por
semana. Si por cualquier razón esto no fuera así,
debería considerarse su aportación a modo de suplemento. Las aportaciones mínimas realizadas
por la mayor parte de los estudios rondan alrededor de unos 400 mg (EPA + DHA), por lo que,
aunque se aporte este suplemento (que de forma
práctica podría prescribirse en cantidad de un
comprimido diario según las fórmulas existentes
en el mercado actual), se debería seguir insistiendo en el consumo de pescado a través de la dieta.
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