La acción profética del Espíritu Santo

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 Índice:
.- CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
.- Revelación del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento (3.I.90)
.- La acción creadora del Espíritu de Dios (10.I.90)
.- El Espíritu Santo conduce y penetra la historia de Israel (17.I.90)
.- La acción profética del Espíritu Santo (14.II.90)
.- Acción santificadora del Espíritu Santo (21.II.90)
.- El Espíritu Santo y la purificación interior (28.II.90)
.- La sabiduría y el amor del Espíritu divino (14.III.90)
.- El Siervo de Dios y el Espíritu divino (21.III.90)
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CAPITULO TERCERO
CREO EN EL ESPIRITU SANTO
683 "Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo
del 424 2670 Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). "Dios ha
enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que
clama ¡Abbá, Padre!" (Ga 4, 6). Este conocimiento de fe
no es posible sino en el Espíritu Santo. 152 Para entrar
en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber
sido atraído por el Espíritu Santo. El es quien nos precede
y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo,
primer sacramento de la fe, la Vida, que tiene su fuente
en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica
íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la
Iglesia:
El Bautismo nos da la gracia del nuevo nacimiento en
Dios 249 Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo.
Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son
conducidos al Verbo, es decir al Hijo; pero el Hijo los
presenta al Padre, y el Padre les concede la
incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible
ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse
al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el
conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu
Santo (San Ireneo, dem.7).
684 El Espíritu Santo con su gracia es el "primero" que
nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que
es: "que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu
enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3). No obstante, es el
"último" en la revelación de las personas de la Santísima
Trinidad. San Gregorio Nacianceno, "el Teólogo", 236
explica esta progresión por medio de la pedagogía de la
"condescendencia" divina:
El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al
Padre, y más oscuramente al Hijo.
El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la
divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de
ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara
de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía
no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar
abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no
era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo
suplementario si empleamos una expresión un poco
atrevida... Así por avances y progresos "de gloria en
gloria", es como la luz de la Trinidad estalla en
resplandores cada vez más espléndidos (San ·GregorioNacianceno, or. theol. 5, 26).
685 Creer en el Espíritu Santo es, por tanto, profesar que
el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima
Trinidad, consubstancial al Padre y al Hijo, "que con el
Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria"
(Símbolo de Nicea-Constantinopla). Por eso se ha
hablado del misterio divino del Espíritu Santo 236 en la
"teología" trinitaria, en tanto que aquí no se tratará del
Espíritu Santo sino en la "Economía" divina.
686 258 El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo
desde el comienzo del Designio de nuestra salvación y
hasta su consumación. Pero es en los "últimos tiempos",
inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo,
cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es
reconocido y acogido como persona. Entonces, este
Designio Divino, que se consuma en Cristo, "primogénito"
y Cabeza de la nueva creación, se realiza en la
humanidad por el Espíritu que nos es dado: la Iglesia, la
comunión de los santos, el perdón de los pecados, la
resurrección de la carne, la vida eterna.
Artículo 8
"CREO EN EL ESPIRITU SANTO"
687 243 "Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu
de Dios" (1 Co 2, 11). Pues bien, su Espíritu que lo revela
nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva,
pero no se revela a sí mismo. El que "habló por los
profetas" nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a él no
le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la
cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo
en la fe. El Espíritu de verdad que nos "desvela" a Cristo
"no habla de sí mismo" (Jn 16, 13). Un ocultamiento tan
discreto, propiamente divino, explica por qué "el mundo
no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce",
mientras que los que creen en Cristo le conocen porque
él mora en ellos (Jn 14, 17).
688 La Iglesia, comunión viviente en la fe de los
apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro
conocimiento del Espiritu Santo: - en las Escrituras que El
ha inspirado; - en la Tradición, de la cual los Padres de la
Iglesia son testigos siempre actuales; - en el Magisterio
de la Iglesia, al que El asiste; - en la liturgia sacramental,
a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo; - en la
oración en la cual El intercede por nosotros; - en los
carismas y ministerios mediante los que se edifica la
Iglesia; - en los signos de vida apostólica y misionera; en el testimonio de los santos, donde El manifiesta su
santidad y continúa la obra de la salvación.
I LA MISION CONJUNTA DEL HIJO Y DEL ESPIRITU
689 Aquél al que el Padre ha enviado a nuestros corazones,
el Espíritu de su Hijo (cf Ga 4, 6) es realmente Dios.
Consubstancial 245 con el Padre y el Hijo, es inseparable de
ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don
de amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima
Trinidad vivificante, consubstancial e individible, la fe de la
Iglesia profesa también la 254 distinción de las Personas.
Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su aliento:
misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son
distintos 485 pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es
quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero
es el Espíritu Santo quien lo revela.
690 Jesús es Cristo, "ungido", porque el Espíritu es su
Unción 436 y todo lo que sucede a partir de la Encarnación
mana de esta plenitud (cf Jn 3, 34). Cuando por fin Cristo
es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre,
enviar el Espíritu a los que creen en él: El les comunica su
Gloria (cf Jn 17, 22), es decir, el Espíritu Santo que lo
glorifica (cf Jn 16, 14). La misión conjunta y mutua se
desplegará desde entonces en los hijos adoptados por el
Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de
adopción será 788 unirlos a Cristo y hacerles vivir en El:
La noción de la unción sugiere...que no hay ninguna
distancia entre el Hijo y el Espíritu. En efecto, de la misma
manera que entre la superficie del cuerpo y la unción del
aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún
intermediario, así es inmediato el contacto del Hijo con el
Espíritu... de tal modo que quien va a tener contacto con el
Hijo por la fe tiene que tener antes contacto
necesariamente con el óleo. En efecto, no hay parte alguna
que esté desnuda del Espíritu Santo. Por eso es por lo que
la confesión del Señorío del Hijo se hace en el 448 Espíritu
Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu
desde todas partes delante de los que se acercan por la fe
(San ·Gregorio-Niseno-san, Spir. 3, 1).
II EL NOMBRE, LOS APELATIVOS Y LOS SIMBOLOS
DEL ESPIRITU SANTO
El nombre propio del Espíritu Santo
691 "Espíritu Santo", tal es el nombre propio de Aquel que
adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia
ha recibido este nombre del Señor y lo profesa en el
bautismo de sus nuevos hijos (cf Mt 28, 19).
El término "Espíritu" traduce el término hebreo "Ruah", que
en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús
utiliza precisamente la imagen sensible del viento para
sugerir a Nicodemo la novedad trascendente del que es
personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 58). Por otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos
comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo ambos
términos, la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico
designan la persona inefable del Espíritu Santo, sin
equívoco posible con los demás empleos de los términos
"espíritu" y "santo".
Los apelativos del Espíritu Santo
692 Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu
Santo, le llama el "Paráclito", literalmente "aquel que es
llamado junto a uno", "advocatus" (Jn 14, 16. 26; 15, 26;
16, 7). "Paraclito" se traduce habitualmente por
"Consolador", siendo Jesús el 1433 primer consolador (cf 1
Jn 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo "Espíritu de
Verdad" (Jn 16, 13).
693 Además de su nombre propio, que es el más empleado
en el libro de los Hechos y en las cartas de los apóstoles, en
San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el
Espíritu de la promesa (Ga 3, 14; Ef 1, 13), el Espíritu de
adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8,
11), el Espíritu del Señor (2 Co 3, 17), el Espiritu de Dios
(Rm 8, 9.14; 15, 19; I Co 6, ll; 7, 40), y en San Pedro, el
Espíritu de gloria (1 P 4, 14).
Los símbolos del Espíritu Santo
AGUA/SIMBOLO
694 1218 El agua. El simbolismo del agua es significativo
de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que,
después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se
convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo
nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro
primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal
significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina
se nos da en el Espíritu Santo. Pero "bautizados en un solo
Espíritu", también "hemos bebido de un solo Espíritu" (I Co
12, 13): el Espíritu es, pues, también personalmente el
Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf Jn 19, 34; I Jn
5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida
eterna 2652 (cf Jn 4, 10-14; 7, 38; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; Za
14, 8; 1 Co 10, 4; Ap 21, 6; 22, 17).
695 La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es
también 1293 significativo del Espíritu Santo, hasta el
punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf 1 Jn 2,
20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el signo
sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las
Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para captar toda la
fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera
realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo ["Mesías"
en hebreo] significa "Ungido" del Espíritu de Dios. En la
Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor (cf Ex 30, 22-32),
436 de forma eminente el rey David (cf 1 S 16, 13). Pero
Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: la
humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por
el Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el
Espíritu Santo (cf Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María
concibe a Cristo del Espíritu Santo quien por medio del
ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (cf Lc 2,11)
e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor
(cf Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (cf Lc 4, 1) y
cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus
acciones 1504 salvíficas (cf Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin
quien resucita a Jesús de entre los muertos (cf Rm 1, 4; 8,
11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en su
Humanidad victoriosa de la muerte (cf Hch 2, 36), Jesús
distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que "los
santos" constituyan, en su unión con la Humanidad del Hijo
de Dios, "ese Hombre perfecto... que realiza la plenitud de
Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión 794
de San Agustín.
696 El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento
y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu Santo, el
fuego simboliza la 1127 energía transformadora de los
actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que "surgió como
el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha" (Si 48,
1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el
sacrificio del monte 2586 Carmelo (cf 1 R 18, 38-39), figura
del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca.
Juan Bautista, "que precede al Señor con el espíritu y el
poder de Elías" (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que
"bautizará en 718 el Espíritu Santo y el fuego" (Lc 3, 16),
Espíritu del cual Jesús dirá: "He venido a traer fuego sobre
la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!"
(Lc 12, 49). Bajo la forma de lenguas "como de fuego",
como el Espíritu Santo se posó sobre los discípulos la
mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2, 3-4). La
tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego
como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu
Santo (cf San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). "No
extingáis el Espíritu" (1 Te 5, 19).
697 La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables
en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las
teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces
oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador,
tendiendo así un velo sobre la trascendencia de su Gloria:
con Moisés en la montaña del Sinaí (cf Ex 24, 15-18), en la
Tienda de Reunión (cf Ex 33, 9-10) y durante la marcha por
el desierto (cf Ex 40, 36 38; 1 Co 10, 1-2); con Salomón en
la dedicación del Templo (cf I R 8, 10-12). Pues bien, estas
figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu 484 Santo. El
es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su
sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35).
En la montaña 554 de la Transfiguración es El quien "vino
en una nube y cubrió con su sombra" a Jesús, a Moisés y a
Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y "se oyó una voz desde la
nube que decía: 'Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle"'
(Lc 9, 34-35). Es, finalmente, la misma nube la que "ocultó
a Jesús a 659 los ojos" de los discípulos el día de la
Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo del
hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf Lc 21,
27).
698 1295:1296 El sello es un símbolo cercano al de la
unción. En efecto, es Cristo a quien "Dios ha marcado con
su sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos marca también en él con
su sello (2 Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30). Como la 1121 imagen
del sello ["sphragis"] indica el carácter indeleble de la
Unción del Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo,
de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado
en ciertas tradiciones teológicas para expresar el "carácter"
imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales
no pueden ser reiterados.
699 292 La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los
enfermos (cf Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños (cf Mc
10, 16). En su Nombre, los apóstoles harán lo mismo (cf Mc
16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición
de manos de los apóstoles el Espíritu Santo nos es 1288
dado (cf Hch 8, 17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta a los
Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de
los "artículos fundamentales" de su enseñanza (cf Hb 6, 2).
1300 1573 1668 Este signo de la efusión todopoderosa del
Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epiclesis
sacramentales.
700 El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los
demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en
tablas de piedra "por el 2056 dedo de Dios" (Ex 31, 18), la
"carta de Cristo" entregada a los apóstoles "está escrita no
con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de
piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2 Co 3, 3).
El himno "Veni Creator" invoca al Espíritu Santo como
"digitus paternae dexterae" ("dedo de la diestra del
Padre").
701 La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo se
refiere al 1219 Bautismo), la paloma soltada por Noé
vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de
que la tierra es habitable de nuevo (cf Gn 8, 8- 12).
Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu
Santo, en forma 535 de paloma, baja y se posa sobre él (cf
Mt 3, 16 par.). El Espíritu desciende y reposa en el corazón
purificado de los bautizados. En algunos templos, la santa
Reserva eucarística se conserva en un receptáculo metálico
en forma de paloma (el columbarium), suspendido por
encima del altar. El símbolo de la paloma para sugerir al
Espíritu Santo es tradicional en la iconografía cristiana.
III EL Espíritu Y LA PALABRA DE DIOS EN EL TIEMPO
DE LAS PROMESAS
702 Desde el comienzo y hasta "la plenitud de los tiempos"
(Ga 4, 4), la Misión conjunta del Verbo y del Espíritu del
Padre permanece oculta pero activa. El Espíritu de Dios
preparaba entonces 122 el tiempo del Mesías, y ambos, sin
estar todavía plenamente revelados, ya han sido
prometidos a fin de ser esperados y aceptados cuando se
manifiesten. Por eso, cuando la Iglesia lee el Antiguo
Testamento (cf 2 Co 3, 14), investiga en él (cf Jn 5, 39-46)
lo que el Espíritu, "que habló por los profetas", quiere
decirnos 107 acerca de Cristo.
Por "profetas", la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los
243 que fueron inspirados por el Espíritu Santo en el vivo
anuncio y en la redacción de los Libros Santos, tanto del
Antiguo como del Nuevo Testamento. La tradición judía
distingue la Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los
Profetas [que nosotros llamamos los libros históricos y
proféticos] y los Escritos [sobre todo sapienciales, en
particular los Salmos, cf Lc 24, 44].
En la Creación
703 La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser
y 292 de la vida de toda creatura (cf Sal 33, 6; 104, 30; Gn
1, 2; 2, 7; Qo 3, 20-21; Ez 37, 10): Es justo que el Espíritu
Santo reine, santifique y anime la creación porque es Dios
consubstancial al Padre y al Hijo... A El se le da el poder
sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación en el
Padre por el Hijo (Liturgia bizantina, Tropario de maitines,
domingos del segundo modo). 291
704 "En cuanto al hombre, es con sus propias manos [es
decir, el Hijo y el Espíritu Santo] como Dios lo hizo... y El
dibujó sobre la carne moldeada su propia forma, de modo
que incluso lo que fuese visible llevase la forma divina"
(San Ireneo, dem. 11). 356
El Espíritu de la promesa
705 Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre
continúa 410 siendo "a imagen de Dios", a imagen del Hijo,
pero "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3, 23), privado de
la "semejanza". La Promesa hecha a Abraham inaugura la
Economía de la Salvacióh, al final de la cual el Hijo mismo
asumirá "la imagen" (cf Jn 1, 14; Flp 2, 7) 2809 y la
restaurará en "la semejanza" con el Padre volviéndole a dar
la Gloria, el Espíritu "que da la Vida".
706 Contra toda esperanza humana, Dios promete a
Abraham 60 una descendencia, como fruto de la fe y del
poder del Espíritu Santo (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 5455; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella serán bendecidas
todas las naciones de la tierra (cf Gn 12, 3). Esta
descendencia será Cristo (cf Ga 3, 16) en quien la efusión
del Espíritu Santo formará "la unidad de los hijos de Dios
dispersos" (cf Jn 11, 52). Comprometiéndose con
juramento (cf Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo
Amado (cf Gn 22, 17-19; Rm 8, 32; Jn 3, 16) y al don del
"Espúritu Santo de la Promesa, que es prenda... para
redención del Pueblo de su posesión" (Ef 1, 1314; cf Ga 3,
14).
En las Teofanías y en la Ley
707 Las Teofanías [manifestaciones de Dios] iluminan el
camino de la Promesa, desde los Patriarcas a Moisés y
desde Josué hasta las visiones que inauguran la misión de
los grandes profetas. La tradición cristiana siempre ha
reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se
dejaba ver y oír, a la vez revelado y "cubierto" por la nube
del Espiritu Santo.
708 1961:1964 Esta pedagogía de Dios aparece
especialmente en el don de la Ley (cf Ex 19-20; Dt 1-11;
29-30), que fue dada 122 como un "pedagogo" para
conducir al Pueblo hacia Cristo (Ga 3, 24). Pero su
impotencia para salvar al hombre privado de la
"semejanza" divina y el conocimiento creciente que ella da
del pecado (cf Rm 3, 20) suscitan el deseo del Espíritu
Santo. Los gemidos 2585 de los Salmos lo atestiguan.
En el Reino y en el Exilio
709 La Ley, signo de la Promesa y de la Alianza, habría
debido regir el corazón y las instituciones del Pueblo salido
de la fe de Abraham. "Si de veras escucháis mi voz y
guardáis mi alianza.... seréis para mí un reino de
sacerdotes y una nación santa" (Ex 19, 5-6; cf 1 P 2, 9).
Pero, después de David, Israel sucumbe a la 2579 tentación
de convertirse en un reino como las demás naciones. Pues
bien, el Reino objeto de la promesa hecha a David (cf 2 S
7; Sal 89; Lc 1, 32-33) será obra del Espíritu Santo;
pertenecerá a los pobres 544 según el Espíritu.
710 El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza llevan a
la muerte: el Exilio, aparente fracaso de las Promesas, es
en realidad fidelidad misteriosa del Dios Salvador y
comienzo de una restauración prometida, pero según el
Espíritu. Era necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta
purificación (cf Lc 24, 26); el Exilio lleva ya la sombra de la
Cruz en el Designio de Dios, y el Resto de pobres que
vuelven del Exilio es una de las figuras más transparentes
de la Iglesia.
La espera del Mesías y de su Espíritu
711 "He aquí que yo lo renuevo" (Is 43, 19): dos líneas
proféticas se van a perfilar, una se refiere a la espera del
Mesías, la otra 64 522 al anuncio de un Espíritu nuevo, y
las dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los
Pobres (cf So 2, 3), que aguardan en la esperanza la
"consolación de Israel" y "la redención de Jerusalén" (cf Lc
2, 25. 38). Ya se ha dicho cómo Jesús cumple las profecías
que a él se refieren. A continuación se describen aquellas
en que aparece sobre todo la relación del Mesías y de su
Espíritu.
712 Los rasgos del rostro del Meséis esperado comienzan a
439 aparecer en el Libro del Emmanuel (cf Is 6, 12)
("cuando Isaías tuvo la visión de la Gloria" de Cristo: Jn 12,
41), en particular en Is 11, 1-2:
Saldrá un vástago del tronco de Jesé,
y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el Espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y temor del Señor.
713 Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los
Cantos del Siervo (cf Is 42, 1-9; cf Mt 12, 18-21; Jn 1, 3234; después Is 49, 1-6; cf Mt3, 17; Lc 2,32, y en fin Is 50,
4-10 y 52, 13-53, 12). Estos cantos anuncian el sentido de
la Pasión de Jesús, e indican 601 así cómo enviará el
Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no desde fuera,
sino desposándose con nuestra "condición de esclavos" (Flp
2, 7). Tomando sobre sí nuestra muerte, puede
comunicarnos su propio Espíritu de vida.
714 Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva
haciendo suyo este pasaje de Isaías (Lc 4, 18-19; cf Is 61,
1-2):
El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido.
Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva,
a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
715 Los textos proféticos que se refieren directamente al
envío del Espíritu Santo son oráculos en los que Dios habla
al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa, con
los acentos del "amor y de la fidelidad" (cf Ez. 11, 19; 36,
25-28; 37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3, 1-5, cuyo
cumplimiento 214 proclamará San Pedro la mañana de
Pentecostés, cf Hch 2, 17-21). Según estas promesas, en
los "últimos tiempos", el Espíritu del Señor renovará el
corazón de los hombres 1965 grabando en ellos una Ley
nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y
divididos; transformará la primera creación y Dios habitará
en ella con los hombres en la paz.
716 El Pueblo de los "pobres" (cf So 2, 3; Sal 22, 27; 34, 3;
Is 49, 13; 61, l; etc.), los humildes y los mansos,
totalmente entregados a los designios misteriosos de Dios,
los que esperan la justicia, no de los hombres sino del
Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra de la Misión
escondida del Espíritu Santo durante el tiempo de las
Promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es 368 la
calidad de corazón del Pueblo, purificado e iluminado por el
Espíritu, que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el
Espíritu prepara para el Señor "un pueblo bien dispuesto"
(cf Lc 1, 17).
IV EL ESPIRITU DE CRISTO EN LA PLENITUD DE LOS
TIEMPOS
717 523 "Hubo un hombre, enviado por Dios, que se
llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue "lleno del Espíritu Santo
ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15.41) por obra del
mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del
Espíritu Santo. La "visitación" de María a Isabel se convirtió
así en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68).
718 696 Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17, 10-13): El
fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como
"precursor"] del Señor que viene. En Juan el Precursor, el
Espíritu Santo culmina la obra de "preparar al Señor un
pueblo bien dispuesto" (Lc 1, 17).
719 Juan es "más que un profeta" (Lc 7, 26). En él, el
Espíritu Santo consuma el "hablar por los profetas". Juan
termina el ciclo 2684 de los profetas inaugurado por Elías
(cf Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación
de Israel, es la "voz" del Consolador que llega (Jn 1, 23; cf
Is 40, 1-3). Como lo hará el Espíritu de Verdad, "vino como
testigo para dar testimonio de la luz" (Jn 1, 7; cf Jn 15, 26;
5, 33). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las
"indagaciones de los profetas" y la ansiedad de los ángeles
(1 P 1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu
y se queda sobre é1, ése es el que bautiza con el Espíritu
Santo... Y yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el
Hijo de Dios... He ahí 536 el Cordero de Dios" (Jn 1, 3336).
720 En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura,
prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a
dar al hom bre la "semejanza" divina. El bautismo de Juan
era para el 535 arrepentimiento, el del agua y del Espíritu
será un nuevo nacimiento (cf Jn 3, 5).
"Alégrate, llena de gracia"
721 María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen,
es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo
en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el
designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado,
el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu
pueden habitar entre los 484 hombres. Por ello, los más
bellos textos sobre la sabiduría, la tradición de la Iglesia los
ha entendido frecuentemente con relación a María (cf Pr 8,
1-9, 6; Si 24): María es cantada y representada en la
Liturgia como el trono de la "Sabiduría".
En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de Dios",
que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia:
722 El Espíritu Santo preparó a María con su gracia.
Convenía 489 que fuese "llena de gracia" la madre de Aquel
en quien "reside toda la Plenitud de la Divinidad
corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado,
por pura gracia, como la más humilde de todas las
criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del
Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda
como la "Hija de Sión": "Alégrate" (cf So 3, 14; Za 2, 14).
Cuando ella lleva en 2676 sí al Hijo eterno, es la acción de
gracias de todo el Pueblo de Dios, y por tanto de la Iglesia,
esa acción de gracias que ella eleva en su cántico al Padre
en el Espíritu Santo (cf Lc 1, 46-55).
723 En María el Espíritu Santo realiza el designio
benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo
de Dios por 485 obra del Espíritu Santo. Su virginidad se
convierte en fecundidad 506 única por medio del poder del
Espíritu y de la fe (cf Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 2628).
724 En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre
hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la
teofanía definitiva: 208 llena del Espíritu Santo, presenta al
Verbo en la humildad 2619 de su carne dándolo a conocer a
los pobres (cf Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones
(cf Mt 2, 11).
725 En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza
a 963 poner en Comunión con Cristo a los hombres "objeto
del amor benevolente de Dios" (cf Lc 2, 14), y los humildes
son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los
magos, Simeón y Ana, los esposos de Cana y los primeros
discípulos.
726 Al término de esta Misión del Espíritu, María se
convierte 494 2618 en la "Mujer", nueva Eva "madre de los
vivientes", Madre del "Cristo total" (cf Jn 19, 25-27). Así es
como ella está presente con los Doce, que "perseveraban
en la oración, con un mismo espíritu" (Hch 1, 14), en el
amanecer de los "últimos tiempos" que el Espíritu va a
inaugurar en la mañana de Pentecostés con la
manifestación de la Iglesia.
Cristo Jesús
727 438 Toda la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la
plenitud 695 de los tiempos se resume en que el Hijo es el
Ungido del Padre 536 desde su Encarnación: Jesús es
Cristo, el Mesías.
Todo el segundo capítulo del Símbolo de la fe hay que leerlo
a la luz de esto. Toda la obra de Cristo es misión conjunta
del Hijo y del Espíritu Santo. Aquí se mencionará solamente
lo que se refiere a la promesa del Espíritu Santo hecha por
Jesús y su don realizado por el Señor glorificado.
728 Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que
él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su
Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso
en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su
Carne será alimento para la vida del mundo (cf Jn 6,
27.51.62-63). Lo sugiere también a Nicodemo (cf Jn 3, 58), a la Samaritana (cf Jn 4, 10.14.23-24) y a los que
participan en la fiesta de los Tabernáculos (cf Jn 7, 37-39).
A sus 2615 discípulos les habla de él abiertamente a
propósito de la oración (cf Lc 11, 13) y del testimonio que
tendrán que dar (cf Mt 10, 1920).
729 Solamente cuando ha llegado la hora en que va a ser
glorificado, Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya
que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de
la Promesa hecha a los Padres (cf Jn 14, 16-17. 26; 15, 26;
16, 7-15; 17, 26): El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito,
será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús;
será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo
enviará de junto al Padre porque él ha salido del Padre. El
Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con
nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo
enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha
dicho y dará testimonio de él; nos conducirá a la verdad
completa y glorificará a 288 1433 Cristo. En cuanto al
mundo, lo acusará en materia de pecado, de justicia y de
juicio.
730 Por fin llega la hora de Jesús (cf Jn 13, 1; 17, 1): Jesús
entrega su espíritu en las manos del Padre (cf Lc 23, 46; Jn
19, 30) en el momento en que por su Muerte es vencedor
de la muerte, de modo que, "resucitado de los muertos por
la Gloria del Padre" (Rm 6, 4), en seguida da a sus
discípulos el Espíritu Santo dirigiendo sobre ellos su aliento
(cf Jn 20, 22). A partir de esta hora, la misión de Cristo y
del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia: "Como el
Padre me envió, también yo os envío" 850 (Jn 20, 21; cf Mt
28, 19; Lc 24, 47-48; Hch 1, 8).
V EL ESPIRITU Y LA IGLESIA EN LOS ULTIMOS
TIEMPOS
Pentecostés
731 El día de Pentecostés (al término de las siete semanas
pascuales) 2623, la Pascua de Cristo se consuma con la
efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica
como Persona divina: desde 767 su plenitud, Cristo, el
Señor (cf Hch 2, 36), derrama profusamente 1302 el
Espíritu.
732 En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad.
244 Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está
abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la
carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la
Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu
Santo hace entrar al mundo en los "últimos 672 tiempos",
el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía
no consumado:
Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu
celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la
Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado (Liturgia
bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés; empleado
también en las liturgias eucarísticas después de la
comunión). 1386
El Espíritu Santo, El Don de Dios
733 "Dios es Amor" (I Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el
primer 218 don, contiene todos los demás. Este amor "Dios
lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).
734 Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido
heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es
la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el
Espíritu Santo (2 Co 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve
a dar a los bautizados la semejanza 1987 divina perdida
por el pecado.
735 El nos da entonces las "arras" o las "primicias" de
nuestra herencia (cf Rm 8, 23; 2 Co 1, 21): la Vida misma
de la Santísima Trinidad que es amar "como él nos ha
amado" (cf 1 Jn 4, 11-12). 1822 Este amor (la caridad de 1
Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha
posible porque hemos "recibido una fuerza, la del Espíritu
Santo" (Hch 1, 8).
736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de
Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid
verdadera hará 1832 que demos "el fruto del Espiritu que
es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, templanza" (Ga 5, 22-23). "El
Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a
nosotros mismos (cf Mt 16, 24-26), más "obramos también
según el Espíritu" (Ga 5, 25):
Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace
espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino
de los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de
llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo,
de ser llamado hijo de la luz y de tener parte en la gloria
eterna (San Basilio, Spir. 15, 36).
El Espíritu Santo y la Iglesia
737 La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la
787:798 Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu
Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles
de Cristo en su Comunión con el Padre en el Espíritu Santo:
El Espíritu Santo prepara a los 1093:1109 hombres, los
previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les
manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y
abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección.
Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la
Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la
Comunión con Dios, para que den "mucho fruto" (Jn 15, 5.
8. 16).
738 850 Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de
Cristo y del 777 Espíritu Santo, sino que es su sacramento:
con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada
para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender
el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad (esto
será el objeto del próximo artículo):
Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único
espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos hemos fundido
entre nosotros y con Dios. Ya que por mucho que nosotros
seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que
el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros,
este Espíritu único e indivisible lleva por sí mismo a la
unidad a aquellos que son distintos entre sí... y hace que
todos aparezcan como una sola cosa en él. Y de la misma
manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace
que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un
solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el
Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los
lleva a todos a la unidad espiritual (San Cirilo de Alejandría,
Jo. 12).
739 Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es
Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus
miembros 1076 para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en
sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar
testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su
intercesión por el mundo entero. Por medio de los
sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu,
Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo (esto
será el objeto de la segunda parte del Catecismo).
740 Estas "maravillas de Dios", ofrecidas a los creyentes en
los Sacramentos de la Iglesia, producen sus frutos en la
vida nueva, en Cristo, según el Espíritu (esto será el objeto
de la tercera parte del Catecismo).
741 "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues
nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu
mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm
8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios, es el
Maestro de la oración (esto será el objeto de la cuarta parte
del Catecismo).
RESUMEN
742 "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá,
Padre" (Ga 4, 6).
743 Desde el comienzo y hasta la consumación de los
tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre a su
Espíritu: la misión de ambos es conjunta e inseparable.
744 En la plenitud de los tiempos, el Espíritu Santo realiza
en María todas las preparaciones para la venida de Cristo al
Pueblo de Dios. Mediante la acción del Espíritu Santo en
ella, el Padre da al mundo el Emmanuel, "Dios con
nosotros" (Mt 1, 23).
745 El Hijo de Dios es consagrado Cristo [Mesías] mediante
la Unción del Espíritu Santo en su Encarnación (cf Sal 2, 67).
746 Por su Muerte y su Resurrección, Jesús es constituido
Señor y Cristo en la gloria (Hch 2, 36). De su plenitud,
derrama el Espíritu Santo sobre los apóstoles y la Iglesia.
747 El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre
sus miembros, construye, a- nima y santifica a la Iglesia.
Ella es el sacramento de la Comunión de la Santísima
Trinidad con los hombres.
Revelación del Espíritu Santo
Antiguo Testamento (3.I.90)
en
el
1. En las catequesis dedicadas al Espíritu Santo hemos
querido, ante todo, escuchar su anuncio y su promesa por
parte de Jesús, especialmente en la Ultima Cena, releer la
narración que los Hechos de los Apóstoles hacen de su
venida, y volver a examinar los textos del Nuevo
Testamento que documentan la predicación acerca de él y
la fe en él en la Iglesia primitiva. Pero en nuestro análisis
de los textos nos encontramos muchas veces con el Antiguo
Testamento. Son los mismos Apóstoles quienes en la
primera predicación después de Pentecostés presentan
expresamente la venida del Espíritu Santo como
cumplimiento de las promesas y de los anuncios antiguos,
viendo la Antigua Alianza y la historia de Israel como
tiempo de preparación para recibir la plenitud de verdad y
de gracia que debía traer el Mesías.
Ciertamente,
Pentecostés
era
un
acontecimiento
proyectado hacia el futuro, porque daba inicio al tiempo del
Espíritu Santo, que Jesús mismo había señalado como
protagonista, junto con el Padre y con el Hijo de la obra de
la salvación, destinada a extenderse desde la Cruz a todo el
mundo. Sin embargo, para un más completo conocimiento
de la revelación del Espíritu Santo, es preciso remontarse al
pasado, es decir, al Antiguo Testamento, para descubrir allí
las señales de la larga preparación al misterio de la Pascua
y de Pentecostés.
2. Por lo tanto, deberemos volver a reflexionar acerca de
los datos bíblicos referidos al Espíritu Santo y acerca del
proceso de revelación, que se dibuja progresivamente
desde la penumbra del Antiguo Testamento hasta las claras
afirmaciones del Nuevo, y se expresa primero dentro de la
Creación y luego en la obra de la Redención, primero en la
historia y en la profecía de Israel, y luego en la vida y en la
misión de Jesús Mesías, desde el momento de la
Encarnación hasta el de la Resurrección. Entre los datos
que conviene examinar se encuentra, ante todo, el nombre
con que el Espíritu Santo es insinuado en el Antiguo
Testamento, y los diversos significados expresados con este
nombre. Sabemos que en la mentalidad judía el nombre
tiene un gran valor para representar a la persona. Se puede
recordar, a este propósito, la importancia que en el Éxodo y
en toda la tradición de Israel se atribuye al modo de
nombrar a Dios. Moisés había preguntado al Señor Dios
cuál era su nombre. La revelación del nombre se
consideraba como manifestación de la persona misma: el
nombre sagrado ponía al pueblo en relación con el ser,
trascendente, pero presente, de Dios mismo (Cfr. Ex 3,
13.14).
El nombre con el que es insinuado, en el Antiguo
Testamento, el Espíritu Santo nos ayudará a comprender
sus propiedades, aunque su realidad de Persona divina, de
la misma naturaleza que el Padre y el Hijo, se nos da a
conocer sólo en la revelación del Nuevo Testamento.
Podemos pensar que el término fue elegido con esmero por
los autores sagrados; es más, que el mismo Espíritu Santo,
quien los inspiró, guió el proceso conceptual y literario que
ya en el Antiguo Testamento hizo elaborar una expresión
adecuada para significar su Persona.
3. En la Biblia, el término hebreo que designa al Espíritu
Santo es ruah . El primer sentido de este término, así como
de su traducción latina 'spiritus', es 'soplo', aliento,
respiración. En español se puede aún observar el
parentesco entre 'espíritu' y 'respiración'. El aliento es la
realidad más inmaterial que percibimos; no se ve, es
sutilísimo; no es posible aferrarlo con las manos; parece
que no es nada, pero tiene una importancia vital: quien no
respira no puede vivir. Entre un hombre vivo y un hombre
muerto sólo existe esta diferencia: que el primero respira y
el otro ya no. La vida viene de Dios: el aliento, por tanto,
viene de Dios, que lo puede también retirar (Cfr. Sal
103/104, 29.30). De estas observaciones sobre el aliento
se llegó a comprender que la vida depende de un principio
espiritual, que fue llamado con la misma palabra hebrea
ruah. El aliento del hombre está en relación con un soplo
externo mucho más potente, el soplo del viento.
El hebreo ruah , como el latino 'spiritus', designa también el
soplo del viento. Nadie ve el viento, pero sus efectos son
impresionantes. El viento empuja las nubes, agita los
árboles. Cuando es violento, entumece las olas y puede
echar a pique las naves (Sal 107/106, 25-27). A los
antiguos el viento les parecía un poder misterioso que Dios
tenía a su disposición (Sal 104/103, 3.4). Se le podía
llamar el 'soplo de Dios'.
En el libro del Éxodo, una narración en prosa dice: 'El Señor
hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del Este,
que secó el mar, y se dividieron las aguas. Los israelitas
entraron en medio del mar a pie enjuto' (Ex 14, 21)22). En
el capitulo siguiente, los mismos acontecimientos son
descritos en forma poética y entonces el soplo del viento
del Este es llamado 'el soplo de la ira de Dios' Dirigiéndose
a Dios, el poeta dice: 'Al soplo de tu ira se apiñaron las
aguas... Mandaste tu soplo, cubriólos el mar' (Ex 15, 8,10).
Así se expresa de modo muy sugestivo la convicción de que
el viento fue, en estas circunstancias, el instrumento de
Dios.
De las observaciones que acabamos de hacer sobre el
viento invisible y potente, se llegó a concebir la existencia
del 'espíritu de Dios'. En los textos del Antiguo Testamento,
se pasa fácilmente de un significado al otro, e incluso en el
Nuevo Testamento vemos que los dos significados se hallan
presentes. Para hacer que Nicodemo entendiera el modo de
actuar del Espíritu Santo, Jesús hace uso de la comparación
del viento y se sirve del mismo término para designar tanto
el uno como el otro: 'El viento sopla donde quiere..., así es
todo el que nace del Espíritu', es decir, del Espíritu Santo
(Jn 3, 8).
4. La idea fundamental que expresa el nombre bíblico del
Espíritu no es, por tanto, la de un poder intelectual, sino la
de un impulso dinámico, comparable al impulso del viento.
En la Biblia, la primera función del Espíritu no es la de
hacer entender, sino la de poner en movimiento; no la de
iluminar, sino la de comunicar un dinamismo. Sin embargo,
este aspecto no es exclusivo. También se expresan otros
aspectos que preparan la revelación sucesiva. Ante todo, el
aspecto de interioridad. El aliento, en efecto, entra al
interior del hombre. En lenguaje bíblico, esta constatación
se puede expresar diciendo que Dios infunde el espíritu en
los corazones (Cfr. Ez 36, 26; Rom 5, 5). Al ser tan sutil, el
aire penetra no sólo en nuestro organismo, sino también en
todos los espacios e intersticios; esto ayuda a entender que
'el Espíritu del Señor llena la tierra' (Sab 1, 7) y que
'penetra', en especial, 'todos los espíritus' (7, 23), como
dice el libro de la Sabiduría.
Con el aspecto de la interioridad está ligado el aspecto del
conocimiento. '¿Qué hombre conoce lo íntimo del hombre,
sino el espíritu del hombre que está en él?' (1 Cor 2, 11).
Sólo nuestro espíritu conoce nuestras reacciones íntimas,
nuestros pensamientos aún no comunicados a los demás.
De modo análogo, y con mayor razón, el Espíritu del Señor,
que está presente en el interior de todos los seres del
universo, conoce todo desde dentro (Cfr. Sab 1, 7). Más
aún, 'el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de
Dios... Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de
Dios' (1 Cor 2, 10.11).
5. Cuando se trata de conocimiento y de comunicación
entre las personas, el soplo tiene una conexión natural con
la palabra. En efecto, para hablar hacemos uso de nuestro
soplo. Las cuerdas vocales hacen vibrar nuestro soplo, el
cual transmite así los sonidos de las palabras. Inspirándose
en este hecho, la Biblia establecía un paralelismo entre la
palabra y el soplo (Cfr. Is 11, 4), o entre la palabra y el
espíritu. Gracias al soplo, la palabra se propaga; del soplo
la palabra toma fuerza y dinamismo. El Salmo 32/33 aplica
este paralelismo al acontecimiento primordial de la
Creación y dice: 'Por la palabra de Yahvéh fueron hechos
los cielos, por el soplo de su boca toda su mesnada ' (v. 6).
En textos semejantes, podemos vislumbrar una lejana
preparación de la revelación cristiana del misterio de la
Santísima Trinidad: Dios Padre es principio de la Creación;
él la ha realizado mediante su Palabra, es decir, mediante
su Verbo e Hijo, y mediante su Soplo, el Espíritu Santo.
6. La multiplicidad de los significados del término hebreo
ruah, usado en la Biblia para designar al Espíritu, parece
engendrar una cierta confusión: efectivamente, en un
determinado texto, con frecuencia no es posible definir el
sentido preciso de la palabra: se puede dudar entre viento
y respiración, entre aliento y espíritu, entre espíritu creado
y Espíritu divino.
Esta multiplicidad, sin embargo, es, ante todo, una riqueza,
porque pone muchas realidades en comunicación fecunda.
Aquí conviene renunciar, en parte, a las pretensiones de
una racionalidad preocupada por la precisión, para abrirse a
perspectivas más anchas. Nos ha de resultar útil, cuando
pensamos en el Espíritu Santo, tener presente que su
nombre bíblico significa 'soplo' y tiene relación con el soplo
potente del viento y con el soplo íntimo de nuestra
respiración. En vez de atenernos a un concepto demasiado
intelectual y árido, encontraremos provecho al acoger esta
riqueza de imágenes y de hechos. Las traducciones, por
desgracia, no pueden transmitírnosla en su totalidad,
porque se encuentran con frecuencia forzadas a elegir otros
términos. Para traducir la palabra hebrea ruah, la versión
griega de los Setenta usa 24 términos diversos y por
consiguiente no permite captar todas las conexiones que se
hallan entre los textos de la Biblia hebrea.
7. Como conclusión de este análisis terminológico de los
textos del Antiguo Testamento sobre el ruah, podemos
decir que de ellos el soplo de Dios aparece como la fuerza
que hace vivir a las criaturas. Aparece como una realidad
íntima de Dios, que obra en la intimidad del hombre.
Aparece como una manifestación del dinamismo de Dios
que se comunica a las criaturas. Aun sin ser aún concebido
como Persona distinta, en el ámbito del ser divino, el 'soplo'
o 'Espíritu', de Dios se distingue, en cierto modo, de Dios
que lo manda para obrar en las criaturas. Así, incluso bajo
el aspecto literario, la mente humana queda preparada para
recibir la revelación de la Persona del Espíritu Santo, que
aparecerá como expresión de la vida íntima de Dios y de su
omnipotencia.
La acción creadora del Espíritu de Dios
(10.I.90)
1. La importancia que se da en el lenguaje bíblico al ruah
como 'soplo de Dios' parece demostrar que la analogía
entre la acción divina invisible, espiritual, penetrante,
omnipotente, y el viento, tiene su raíz en la psicología y en
la tradición de donde se alimentaban y que al mismo
tiempo enriquecían los autores sagrados. Aun dentro de la
variedad de significados derivados, el término servía
siempre para expresar una 'fuerza vital' que actúa desde
fuera o desde dentro del hombre y del mundo. Incluso
cuando no designaba directamente a la persona divina, el
término referido a Dios .'espíritu (o soplo) de Dios'.
imprimía y hacía crecer en el alma de Israel la idea de un
Dios espiritual que interviene en la historia y en la vida del
hombre, y preparaba el terreno para la futura revelación
del Espíritu Santo.
Así, podemos decir que ya en la narración de la creación,
en el libro del Génesis, la presencia del 'espíritu (o viento)
de Dios', que aleteaba sobre las aguas mientras la tierra
estaba desierta y vacía, y las tinieblas cubrían el abismo
(Cfr. Gen 1, 2), es una referencia de notable eficacia a
'aquella fuerza vital'. Con ella se quiere sugerir que el
'soplo' o 'espíritu' de Dios desempeñó un papel en la
creación: casi un poder de animación, junto con la 'palabra'
que da el ser y el orden a las cosas.
2.. La conexión entre el espíritu de Dios y las aguas, que
observamos al principio de la narración de la creación,
vuelve parecer de otra forma en diversos pasajes de la
Biblia y se hace más estrecha porque el Espíritu mismo es
presentado como un agua fecundante, manantial de nueva
vida. En el libro de la consolación, el segundo Isaías
expresa esta promesa de Dios: 'Derramaré agua sobre el
sediento suelo, raudales sobre la tierra seca. Derramaré mi
espíritu sobre tu linaje, mi bendición sobre cuanto de ti
nazca. Crecerán como en medio de hierbas, como álamos
junto a corrientes de aguas' (Is 44, 3.4). El agua que Dios
promete verter es su espíritu, que 'derramará' sobre los
hijos de su pueblo. De forma semejante el profeta Ezequiel
anuncia que Dios 'derramará' su espíritu sobre la casa de
Israel (Ez 39, 29) y el profeta Joel usa la misma expresión
que compara el espíritu a un agua derramada: 'Derramaré
mi espíritu en toda carne...' (Jl 3, 11).
El simbolismo del agua, con referencia al Espíritu será
recogido por los autores del Nuevo Testamento y
enriquecido con nuevos detalles. Tendremos ocasión de
volver sobre él.
3. En la narración de la creación, tras la mención inicial del
espíritu o soplo de Dios que aleteaba sobre las aguas (Gen
1, 2) no encontramos más la palabra ruah, nombre hebreo
del espíritu. Sin embargo, el modo en que es descrita la
creación del hombre sugiere una relación con el espíritu o
soplo de Dios. En efecto, se lee que, después de haber
formado al hombre con el polvo del suelo, el Señor Dios
'insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre
un ser viviente' (Gen 2, 7). La palabra 'aliento' (en hebreo
neshama) es un sinónimo de 'soplo' o 'espíritu' (ruah),
como se deduce del paralelismo con otros textos: en vez de
'aliento de vida' leemos 'soplo de vida' en Génesis 6, 17.
Por otra parte, la acción de 'insuflar', atribuida a Dios en la
narración de la creación, es aplicada al Espíritu en la visión
profética de la resurrección (Ez 37, 9).
Por tanto, la Sagrada Escritura nos quiere dar a entender
que Dios ha intervenido por medio de su soplo o espíritu
para hacer del hombre un ser animado. En el hombre hay
un 'aliento de vida', que procede del 'soplar' de Dios
mismo. En el hombre hay un soplo o espíritu que se
asemeja al soplo o espíritu de Dios. Cuando el libro del
Génesis, en el capitulo segundo, habla de la creación de los
animales (v. 19), no alude a una relación tan estrecha con
el soplo de Dios. Desde el capítulo anterior sabemos que el
hombre fue creado 'a imagen y semejanza de Dios' (1,
26.27).
4. Otros textos, sin embargo, admiten que también los
animales tienen un aliento o soplo vital, y que lo recibieron
de Dios. Bajo este aspecto el hombre, salido de las manos
de Dios, aparece solidario con todos los seres vivientes. Así
el salmo 103/104 no establece distinción entre los hombres
y los animales cuando dice, dirigiéndose a Dios Creador:
'Todos ellos de ti están esperando que les des a su tiempo
su alimento; tú se lo das y ellos lo toman' (vv. 27.28).
Luego, el salmista añade: 'Les retiras su soplo, y expiran, y
a su polvo retornan. Envías tu soplo y son creados, y
renuevas la faz de la tierra' (vv. 29.30). Por consiguiente,
la existencia de las criaturas depende de la acción del
soplo-espíritu de Dios, que no sólo crea, sino que también
conserva y renueva continuamente la faz de la tierra.
5. La primera creación, desgraciadamente, fue devastada
por el pecado. Sin embargo, Dios no la abandonó a la
destrucción, sino que preparó su salvación, que debía
constituir una 'nueva creación' (Cfr. Is 65, 17; Gal 6, 15;
Ap 21, 5). La acción del Espíritu de Dios para esta nueva
creación es sugerida por la famosa profecía de Ezequiel
sobre la resurrección. En una visión impresionante, el
profeta tiene ante los ojos una vasta llanura 'llena de
huesos', y recibe la orden de profetizar sobre estos huesos
y anunciar: 'Huesos secos, escuchad la palabra de Yahvéh,
Así dice el Señor Yahvéh a estos huesos: he aquí que yo
voy a hacer entrar el espíritu en vosotros y viviréis...' (Ez
37, 1.5). El profeta cumple la orden divina y ve 'un
estremecimiento y los huesos se juntaron unos con otros'
(37, 7). Luego aparecen los nervios, la carne crece, la piel
se extiende por encima, y finalmente, obedeciendo a la voz
del profeta, el espíritu entra en aquellos cuerpos, que
vuelven entonces a la vida y se incorporan sobre sus pies
(37, 8.10).
El primer sentido de esta visión era el de anunciar la
restauración del pueblo de Israel tras la devastación y el
exilio: 'Estos huesos son toda la casa de Israel', dice el
Señor. Los israelitas se consideraban perdidos, sin
esperanza. Dios les promete: 'Infundiré mi espíritu en
vosotros y viviréis' (37, 14). Sin embargo, a la luz del
misterio pascual de Jesús, las palabras del profeta
adquieren un sentido más fuerte, el de anunciar una
verdadera resurrección de nuestros cuerpos mortales
gracias a la acción del Espíritu de Dios. El Apóstol Pablo,
expresa esta certeza de fe, diciendo: 'Si el Espíritu de Aquel
que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en
vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos
dará también la vid vuestros cuerpos mortales por su
Espíritu que habita en vosotros' (Rom 8,11 ). En efecto, la
nueva creación tuvo su inicio gracias a la acción del Espíritu
Santo en la muerte y resurrección de Cristo. En su Pasión,
Jesús acogió plenamente la acción del Espíritu Santo en su
ser humano (Cfr. Hb 9,14), quien lo condujo, a través de la
muerte, a una nueva vida (Cfr. Rom 6,10) que él tiene
poder de comunicar a todos los creyentes, transmitiéndoles
este mismo Espíritu, primero de modo inicial en el
bautismo, y luego plenamente en la resurrección final.
La tarde de Pascua, Jesús resucitado, apareciéndose a los
discípulos en el Cenáculo, renueva sobre ellos la misma
acción que Dios Creador había realizado sobre Adán. Dios
había 'soplado' sobre el cuerpo del hombre para darle vida.
Jesús 'sopla' sobre los discípulos y les dice: 'Recibid el
Espíritu Santo' (Jn 20, 22).
El soplo humano de Jesús sirve así a la realización de una
obra divina más maravillosa aún que la inicial. No se trata
sólo de crear un hombre vivo, como en la primera creación,
sino de introducir a los hombres en la vida divina.
6. Con razón, pues, San Pablo establece un paralelismo y
una antítesis entre Adán y Cristo, entre la primera y la
segunda creación, cuando escribe: 'Pues si hay un cuerpo
natural (en griego psychilkon, de psyché que significa
alma), hay también un cuerpo espiritual (pneumatikon, es
decir, completamente penetrado y transformado por el
Espíritu de Dios). En efecto, si es como dice la Escritura:
Fue hecho el primer hombre, Adán, un alma viviente (Gen
2, 7); el último Adán, espíritu que da vida (1 Cor 15, 45).
Cristo resucitado, nuevo Adán, está tan penetrado, en su
humanidad, por el Espíritu Santo, que puede llamarse él
mismo 'espíritu'. En efecto, su humanidad no tiene sólo la
plenitud del Espíritu Santo por sí misma, sino también la
capacidad de comunicar la vida del Espíritu a todos los
hombres. 'Por tanto, el que está en Cristo -escribe San
Pablo- es una nueva creación' (2 Cor 5, 17).
Se manifiesta así plenamente, en el misterio de Cristo
muerto y resucitado, la acción creadora y renovadora del
Espíritu de Dios, que la Iglesia invoca diciendo: 'Veni,
Creator Spiritus', 'Ven Espíritu Creador'.
El Espíritu Santo conduce y penetra la
historia de Israel (17.I.90)
1. El Antiguo Testamento nos ofrece preciosos testimonios
sobre el papel reconocido del 'Espíritu' de Dios (como
'soplo', 'aliento', 'fuerza vital', simbolizado por el viento) no
sólo en los libros que recogen la producción religiosa y
literaria de los autores sagrados, espejo de la psicología y
del lenguaje de Israel, sino también en la vida de los
personajes que hacen de guías del pueblo en su camino
histórico hacia el futuro mesiánico.
Es el Espíritu de Dios quien, según los autores sagrados,
actúa sobre los jefes haciendo que ellos no sólo obren en
nombre de Dios, sino también que con su acción sirvan de
verdad al cumplimiento de los planes divinos, y por lo tanto
miren no tanto a la construcción y el engrandecimiento de
su propio poder personal o dinástico según las perspectivas
de una concepción monárquica o aristocrática, sino más
bien a la prestación de un servicio útil a los demás y en
especial al pueblo. Se puede decir que, a través de esta
mediación de los jefes, el Espíritu de Dios penetra y
conduce la historia de Israel.
2. Ya en la historia de los patriarcas se observa que hay
una mano superior, realizadora de un plan que mira a su
'descendencia', que los guía y conduce en su camino, en
sus desplazamientos, en sus vicisitudes. Entre ellos
tenemos a José, en quien reside el Espíritu de Dios como
espíritu de sabiduría, descubierto por el faraón, que
pregunta a sus ministros: '¿Acaso se encontrará otro como
éste que tenga el espíritu de Dios?' (Gen 41, 38). El espíritu
de Dios hace a José capaz de administrar el país y de
realizar su extraordinaria función no sólo en favor de su
familia y las ramificaciones genealógicas de ésta, sino con
vistas a toda la futura historia de Israel.
También sobre Moisés, mediador entre Yahvéh y el pueblo,
actúa el espíritu de Dios, que lo sostiene y lo guía en el
éxodo que llevará a Israel a tener una patria y a convertirse
en un pueblo independiente, capaz de realizar su tarea
mesiánica. En un momento de tensión en el ámbito de las
familias acampadas en el desierto, cuando Moisés se
lamenta ante Dios porque se siente incapaz de llevar 'el
peso de todo este pueblo' (Nm 11, 14), Dios le manda
escoger setenta hombres, con los que podrá establecer una
primera organización del poder directivo para aquellas
tribus en camino, y le anuncia: 'Tomaré parte del espíritu
que hay en ti y lo pondré en ellos, para que lleven contigo
la carga del pueblo, y no la tengas que llevar tú solo' (Nm
11, 17). Y efectivamente, reunidos setenta ancianos en
torno a la tienda del encuentro, 'Yahvéh... tomó algo del
espíritu que había en él y se lo dio a los setenta ancianos'
(Nm 11, 25).
Cuando, al fin de su vida, Moisés debe preocuparse de
dejar un jefe en la comunidad, para que 'no quede como
rebaño sin pastor', el Señor le señal Josué, 'hombre en
quien está el espíritu' (Nm 27, 17-18), y Moisés le impone
'su mano' a fin de que también él esté 'lleno del espíritu de
sabiduría' (Dt 34, 9). Son casos típicos de la presencia y de
la acción del Espíritu en los 'pastores' del pueblo.
3. A veces el don del espíritu es conferido también a quien,
a pesar de no ser jefe, está llamado por Dios a prestar un
servicio de alguna importancia en especiales momentos y
circunstancias. Por ejemplo, cuando se trata de construir la
'tienda del encuentro' y el 'arca de la Alianza', Dios dice a
Moisés: 'Mira que he designado a Besalel... y le he llenado
del espíritu de Dios concediéndole habilidad, pericia y
experiencia en toda clase de trabajos' (Ex 31, 2.3; cfr. 35,
31). Es más, incluso respecto a los compañeros de trabajo
de este artesano, Dios añade: 'En el corazón de todos los
hombres hábiles he infundido habilidad para que hagan
todo lo que te he mandado: la tienda del encuentro, el arca
del testimonio' (Ex 31, 6.7).
En el libro de los Jueces se exaltan hombres que al principio
son 'héroes liberadores', pero que luego se convierten
también en gobernadores de ciudades y distritos, en el
período de reorganización entre el régimen tribal y el
monárquico. Según el uso del verbo shafat, 'juzgar', en las
lenguas semíticas emparentadas con el hebreo, son
considerados no sólo como administradores de la justicia
sino también como jefes de sus poblaciones. Son suscitados
por Dios, que les comunica su espíritu (soplo. ruah) como
respuesta a súplicas dirigidas a El en situaciones críticas.
Muchas veces en el libro de los Jueces se atribuye su
aparición y su acción victoriosa a un don del espíritu. Así en
el caso de Otniel, el primero de los grandes jueces cuya
historia se resume, se dice que 'los israelitas clamaron a
Yahvéh y Yahvéh suscitó a los israelitas un libertador que
los salvó: Otniel... El espíritu de Yahvéh vino sobre él y fue
juez de Israel' (Jue 3, 9.10).
En el caso de Gedeón el acento se pone en la potencia de la
acción divina: 'El espíritu de Yahvéh revistió a Gedeón' (Jue
6, 34). También de Jefté se dice que 'el espíritu de Yahvéh
vino sobre Jefté' (Jue 11, 29). Y de Sansón: 'El espíritu de
Yahvéh comenzó a excitarle' (Jue 13, 25). El espíritu de
Dios en estos casos es quien otorga fuerza extraordinaria,
valor para tomar decisiones, a veces habilidad estratégica,
por las que el hombre se vuelve capaz de realizar la misión
que se le ha encomendado para la liberación y la guía del
pueblo.
4. Cuando se realiza el cambio histórico de los Jueces a los
Reyes, según la petición de los israelitas que querían tener
'un rey para que nos juzgue, como todas las naciones' (1
Sm 8, 5), el anciano juez y liberador Samuel hace que
Israel no pierda el sentimiento de la pertenencia a Dios
como pueblo elegido y que quede asegurado el elemento
esencial de la teocracia, a saber, el reconocimiento de los
derechos de Dios sobre el pueblo. La unción de los reyes
como rito de institución es el signo de la investidura divina
que pone un poder político al servicio de una finalidad
religiosa y mesiánica. En este sentido, Samuel, después de
haber ungido a Saúl y haberle anunciado el encuentro en
Guibeá con un grupo de profetas que vendrían
salmodiando, le dice: 'Te invadirá entonces el espíritu de
Yahvéh, entrarás en trance con ellos y quedarás cambiado
en otro hombre' (1 Sm 10, 6). Y efectivamente, 'apenas
(Saúl) volvió las espaldas para dejar a Samuel, le cambió
Dios el corazón... le invadió el espíritu de Dios, y se puso
en trance en medio de ellos' (1 Sm 10, 9.10). También
cuando llegó la hora de las primeras iniciativas de batalla,
'invadió a Saúl el espíritu de Dios' (1 Sm 11, 6). Se cumplía
así en él la promesa de la protección y de la alianza divina
que había sido hecha a Samuel :'Dios está contigo' (l Sm
10, 7). Cuando el espíritu de Dios abandona a Saúl, que es
perturbado por un espíritu malo (Cfr. 1 Sm 16, 14), ya está
en el escenario David, consagrado por el anciano Samuel
con la unción por la que 'a partir de entonces, vino sobre
David el espíritu de Yahvéh' (1 Sm 16, 13).
5. Con David, mucho más que con Saúl, toma consistencia
el ideal del rey ungido por el Señor, figura del futuro ReyMesías, que será el verdadero liberador y salvador de su
pueblo. Aunque los sucesores de David no alcanzarán su
estatura en la realización de la realeza mesiánica, más aún,
aunque no pocos prevaricarán contra la Alianza de Yahvéh
con Israel, el ideal del Rey Mesías no desaparecerá y se
proyectará hacia el futuro cada vez más en términos de
espera, caldeada por los anuncios proféticos.
Especialmente Isaías pone de relieve la relación entre el
espíritu de Dios y el Mesías: 'Reposará sobre él el espíritu
de Yahvéh' (Is 11, 2). Será también espíritu de fortaleza;
pero ante todo espíritu de sabiduría: 'Espíritu de sabiduría e
inteligencia, espíritu de ciencia y temor de Yahvéh', el que
impulsará al Mesías actuar con justicia en favor de los
miserables, de los pobres y de los oprimidos (Is 11, 2.4).
Por tanto, el santo espíritu del Señor (Is 42, 1; cfr. 61, 1
ss.; 63, 10-13; Sal 50/51, 13; Sab 1, 5; 9, 17), su 'soplo'
(ruah), que recorre toda la historia bíblica, será dado en
plenitud al Mesías. Ese mismo espíritu que alienta sobre el
caos antes de la creación (Cfr. Gen 1, 2), que da la vid
todos los seres (Cfr. Sal 103/104, 29.30; 33, 6; Gen 2, 7;
37, 5.6. 9.10) que suscita a los Jueces (Cfr. Jue 3, 10; 6,
34; 11, 29) y los Reyes (Cfr. 1 Sm 11, 6), que capacita a
los artesanos para el trabajo del santuario (Cfr. Ex 31, 3;
35, 31), que da la sabiduría a José (Cfr. Gen 41, 38), la
inspiración a Moisés y a los profetas (Cfr. Nm 11, 17.
25.26; 24, 2; 1 5 10, 6.10; 19, 20), como a David (Cfr. 1
Sm 16, 13; 2 5 23, 2), descenderá sobre el Mesías con la
abundancia de sus dones (Cfr. Is 11, 2) y lo hará capaz de
realizar su misión de justicia y de paz. Aquel sobre quien
Dios 'haya puesto su espíritu' 'dictará ley a las naciones' (Is
42, 1); 'no desmayará ni se quebrará hasta implantar en la
tierra el derecho' (42, 4).
6. "De qué manera 'implantará el derecho' y liberará a los
oprimidos? Será, tal vez, con la fuerza de las armas, como
habían hecho los Jueces, bajo el Impulso del Espíritu, y
como hicieron, muchos siglos después, los Macabeos? El
Antiguo Testamento no permitía dar una respuesta clara a
esta pregunta. Algunos pasajes anunciaban intervenciones
violentas, como por ejemplo el texto de Isaías que dice:
'Pisoteé a pueblos en mi ira, los pisé con furia e hice correr
por tierra su sangre' (Is 63, 6). Otros en cambio, insistían
en la abolición de toda lucha: 'No levantará espada nación
contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra' (Is 2, 4).
La respuesta debía ser revelada por el modo en que el
Espíritu Santo guiaría a Jesús en su misión: por el
Evangelio sabemos que el Espíritu impulsó a Jesús a
rechazar el uso de las armas y toda ambición humana y a
conseguir una victoria divina por medio de una generosidad
ilimitada, derramando su propia sangre para liberarnos de
nuestros pecados. Así se manifestó de manera decisiva la
acción directiva del Espíritu Santo.
La acción profética del Espíritu Santo
(14.II.90)
1. Recogiendo el hilo de la catequesis precedente, podemos
escoger entre los datos bíblicos ya referidos el aspecto
profético de la acción ejercida por el espíritu de Dios sobre
los jefes del pueblo, sobre los reyes y sobre el Mesías. Ese
aspecto requiere una reflexión ulterior porque el profetismo
es el filón a lo largo del cual discurre la historia de Israel,
dominada por la figura destacada de Moisés, el 'profeta'
más excelso, 'a quien Yahvéh trataba cara a cara' (Dt 34,
10). A lo largo de los siglos los israelitas adquieren cada
vez más familiaridad con el binomio 'la Ley y los Profetas',
como síntesis expresiva del patrimonio espiritual confiado
por Dios a su pueblo. Y mediante su espíritu es como Dios
habla y actúa en los padres, y de generación en generación
prepara los tiempos nuevos.
2. Sin duda que el fenómeno profético, tal como se observa
históricamente, está ligado a la palabra. El profeta es un
hombre que habla en nombre de Dios, y transmite a
quienes lo escuchándolo leen todo lo que Dios quiere dar a
conocer sobre el presente y sobre el futuro. El espíritu de
Dios anima la palabra y la vuelve vital. Comunica al profeta
y a su palabra un cierto 'pathos' divino, por el que se hace
vibrante, a veces apasionada y dolorosa, y siempre
dinámica.
Con cierta frecuencia la Biblia describe episodios
significativos, en los que se observa que el espíritu de Dios
recae sobre alguien, el cual pronuncia un oráculo profético.
Así sucede en el caso de Balaam: Le invadió el espíritu de
Dios' (Nm 24, 2). Entonces 'entonó su trova y dijo:
...Oráculo del que oye los dichos de Dios, del que ve la
visión de Sadday, del que obtiene respuesta, y se le abren
los ojos...' (Nm 24, 3.4), Es la famosa 'profecía' que,
aunque se refiera directamente a Saúl (Cfr. 1 Sm 15, 8) y a
David (Cfr. 1 Sm 30, 1 ss.) en la lucha contra los
amalecitas, evoca al mismo tiempo al futuro Mesías: 'Lo
veo aunque no para ahora, lo diviso pero no de cerca: de
Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel...' (Nm
24, 17).
3. Otro aspecto del espíritu profético al servicio de la
palabra es que ese espíritu se puede comunicar y casi
'subdividir', según las necesidades del pueblo, como en el
caso de Moisés, preocupado por el número de los israelitas
que debía guiar y gobernar, y que eran ya 'seiscientos mil
de a pie' (Nm 11, 21). El Señor le mandó que escogiera y
reuniera 'setenta ancianos de Israel, de los que sabes que
son ancianos y escribas del pueblo' (Nm 11, 16). Una vez
hecho eso, el Señor 'formó algo del espíritu que había en él
y se lo dio a los setenta ancianos. Y en cuanto reposó sobre
ellos el espíritu, se pusieron a profetizar...' (Nm 11, 25).
Eliseo, cuando estaba para suceder a Elías, quería recibir
incluso 'dos tercios del espíritu' del gran profeta, una
especie de doble parte de la herencia que tocaba al hijo
mayor (Cfr. Dt 21, 17) para ser así reconocido como su
principal heredero espiritual entre la muchedumbre de los
profetas y de los 'hijos de los profetas' agrupados en
comunidades (2 Re 2, 3). Pero el espíritu no se transmite
de profeta a profeta como una herencia terrena: es Dios
quien lo concede. De hecho así sucede, y los 'hijos de los
profetas' lo constatan: 'El espíritu de Elías reposa sobre
Eliseo' (2 Re 2, 15; cfr. 6. 17).
4. En los contactos de Israel con los pueblos vecinos no
faltaron manifestaciones de falso profetismo, que llevaron a
la formación de grupos de exaltados, los cuales sustituían
con música y gesticulaciones el espíritu procedente de Dios
y se adherían incluso al culto de Baal. Elías entabló una
decisiva batalla contra esos profetas (Cfr. 1 Re 18, 25.29),
permaneciendo solitario en su grandeza. Eliseo, por su
parte, mantuvo más relaciones con algunos grupos, que
parecían haberse enmendado (Cfr. 2 Re 2, 3).
En la genuina tradición bíblica se defienda y se reivindica la
verdadera idea del profeta como hombre de la palabra de
Dios, instituido por Dios, como Moisés y a continuación de
él (Cfr. Dt 18, 15). En efecto, Dios promete a Moisés 'Yo les
suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta
semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les
dirá todo lo que yo le mande' (Dt 18, 18). Esta promesa va
acompañada por una advertencia contra los abusos del
profetismo: 'Si un profeta tiene la presunción de decir en
mi nombre una palabra que yo no he mandado decir, y
habla en nombre de otros dioses. ese profeta morirá. Acaso
vas a decir en tu corazón: '¿cómo sabremos que ésta
palabra no la ha dicho Yahvéh?'. Si ese profeta habla en
nombre de Yahvéh. y lo que dice queda sin efecto y no se
cumple, es que Yahvéh no ha dicho tal palabra' (Dt 18,
20.22).
Otro aspecto de ese criterio de juicio es la fidelidad a la
doctrina entregada por Dios a Israel, en la resistencia a las
seducciones de la idolatría (Cfr. Dt 1, 2 ss.). Así se explica
la hostilidad contra los falsos profetas (Cfr. 1 Re 22, 6 ss.;
2 Re 3, 13; Jer 2, 26; 5. 13; 23, 9 40; Miq 3, 11; Za 13,
2). Tarea del profeta, como hombre de la palabra de Dios,
es combatir el 'espíritu de mentira' que se encuentra en la
boca de los falsos profetas (Cfr. 1 Re 22, 23), para proteger
al pueblo de su influencia. Es una misión recibida de Dios.
como proclama Ezequiel: 'La palabra de Yahvéh me fue
dirigida en estos términos: Hijo de hombre, profetiza contra
los profetas de Israel; profetiza y di a los que profetizan por
su propia cuenta: " "Ay de los profetas insensatos que
siguen su propia inspiración, sin haber visto nada!' (Ez 13.
2.3) .
5. El profeta. Hombre de la palabra. Debe ser también
'Hombre del espíritu'. Como ya lo llama Oseas (9. 7): debe
tener el espíritu de Dios, y no sólo el propio espíritu. si ha
de hablar en nombre de Dios.
El concepto lo desarrolla sobre todo Ezequiel. que deja
entrever la toma de conciencia ya hecha acerca de la
profunda realidad del profetismo. Hablar en nombre de Dios
requiere. en el profeta. la presencia del espíritu de Dios.
Esta presencia se manifiesta en un contacto que Ezequiel
llama 'visión'. En quien se beneficia de ese contacto. la
acción del espíritu de Dios garantiza la verdad de la palabra
pronunciada. Encontramos aquí un nuevo indicio del lazo
existente entre palabra y espíritu que prepara linguística y
conceptualmente el lazo que se establece en el Nuevo
Testamento. en un nivel más elevado. entre el Verbo y el
Espíritu Santo.
Ezequiel tiene conciencia de estar personalmente animado
por el espíritu: 'El espíritu entró en mí )escribe) como se
me había dicho y me hizo tenerme en pie; y oí al que me
hablaba' (Ez 2. 2). El espíritu entra en el interior de la
persona del profeta. Lo hace tenerse en pie: por tanto,
hace de él un testigo de la palabra divina. Lo levanta y lo
pone en movimiento: 'El espíritu me levantó y me arrebató'
(Ez 3, 14). Así se manifiesta el dinamismo del espíritu (Cfr.
Ez 8, 3: 11. 1. 5. 24; 43. 5). Ezequiel. por lo demás precisa
que está hablando del 'espíritu de Yahvéh' (11. 5).
6. El aspecto dinámico de la acción profética del espíritu
divino destaca fuertemente en las profecías de Ageo y de
Zacarías. lo cuales. tras el retorno del exilio, impulsaron
vigorosamente a los israelitas a emprender la obra de la
reconstrucción del Templo de Jerusalén. El resultado de la
primera profecía de Ageo fue que 'movió Yahvéh el espíritu
de Zorobabel.... gobernador de Judá, y el espíritu de
Josué..., sumo sacerdote. y el espíritu de todo el Resto del
pueblo. Y vinieron y emprendieron la obra en la Casa de
Yahvéh Sebaot' (Ag1, 14). En un segundo oráculo. el
profeta Ageo intervino de nuevo y prometió la ayuda
poderosa del Espíritu del Señor: 'Ten ánimo. Zorobabel...;
ánimo Josué...; ánimo, pueblo todo de la tierra. oráculo de
Yahvéh. ""A la obra! ...En medio de vosotros se mantiene
mi Espíritu; ""no temáis!' (Ag 2, 4.5). Y de la misma
manera el profeta Zacarías proclamaba: 'Esta es la palabra
de Yahvéh a Zorobabel: No por el valor ni por la fuerza,
sino sólo por mi Espíritu. dice Yahvéh Sebaot' (Zac 4. 6).
En los tiempos inmediatamente anteriores al nacimiento de
Jesús no existían ya profetas en Israel y no se sabía hasta
cuándo duraría esa situación (Cfr. Sal 74/73, 9; 1 Mac 9,
27). Sin embargo. uno de los últimos profetas. Joel, había
anunciado una efusión universal del Espíritu de Dios que
debía realizarse 'antes de la venida del Día de Yahvéh,
grande y terrible' (Jl 3, 4) y debía manifestarse con una
extraordinaria difusión del don de profecía. El Señor había
proclamado por medio de él: 'Yo derramaré mi Espíritu en
toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizaran.
vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes verán
visiones' (3. 1). Así se debía cumplir finalmente el deseo
expresado. muchos siglos antes, por Moisés: "Quién me
diera que todo el pueblo de Yahvéh profetizará porque
Yahvéh les daba su espíritu!' (Nm 11, 29). La inspiración
profética alcanzaría incluso 'a los siervos y a las siervas' (Jl
3, 2). superando toda distinción de niveles culturales o
condiciones sociales. Entonces la salvación se ofrecería a
todos: 'Todo el que invoque el nombre de Yahvéh será
salvo' (Jl 3, 5).
Como hemos visto en una catequesis precedente, esta
profecía de Joel encontró su cumplimiento el día de
Pentecostés, de forma que el Apóstol Pedro, dirigiéndose a
la muchedumbre asombrada, pudo declarar: 'Es lo que dijo
el profeta Joel' y recitó el oráculo del profeta (Hech 2,
16)21), explicando que Jesús 'exaltado por la diestra de
Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo
ha derramado' en abundancia (Cfr. Hech 2. 33). Desde
aquel día en adelante. la acción profética del Espíritu Santo
se ha manifestado continuamente en la Iglesia para darle
luz y aliento.
Acción santificadora del Espíritu Santo
(21.II.90)
1. El espíritu divino, según la Biblia, no es sólo luz que
ilumina dando el conocimiento y suscitando la profecía, sino
también fuerza que santifica. En efecto, el espíritu de Dios
comunica la santidad, porque él mismo es 'espíritu de
santidad'. 'espíritu santo'. Se atribuye este apelativo al
espíritu divino en el capítulo 63 del libro de Isaías cuando.
en el largo poema dedicado a exaltar los beneficios de
Yahvéh y a deplorar los descarríos del pueblo a lo largo de
la historia de Israel, el autor sagrado dice que 'ellos se
rebelaron y contristaron a su espíritu santo' (Is 63, 10).
Pero añade que después del castigo divino. 'se acordó de
los días antiguos, de Moisés su siervo'. para preguntarse:
'¿Dónde está el que puso en él su espíritu santo ?' (Is 63,
11 ). Este apelativo resuena también en el Salmo 50/51,
donde, al pedir perdón y misericordia al Señor (Miserere
mei Deus. secundum misericordiam tuam), el autor le
implora: 'No me rechaces lejos de tu rostro, no retires de
mi tu santo espíritu' (Sal 50/51, 13). Se trata del principio
íntimo del bien, que actúa en el interior para llevar a la
santidad (= 'espíritu de santidad ')
2. El libro de la Sabiduría afirma la incompatibilidad entre el
Espíritu Santo y cualquier falta de sinceridad o de justicia:
'Pues el espíritu santo que nos educa huye del engaño. se
aleja de los pensamientos necios y se ve rechazado al
sobrevenir la iniquidad' (Sab 1, 5). Se expresa también una
relación muy estrecha entre la sabiduría y el espíritu. En la
sabiduría )dice el autor inspirado. 'hay un espíritu
inteligente, santo' (7, 22), el cual es también 'inmaculado' y
'amante del bien'. Dicho espíritu es el mismo espíritu de
Dios, porque 'todo lo puede, todo lo observa' (7, 23). Sin
este 'espíritu santo de Dios' (Cfr. 9. 17) que Dios 'envía de
lo alto', el hombre no puede discernir la santa voluntad de
Dios (9, 13.17) y mucho menos, evidentemente, cumplirla
fielmente.
3. En el Antiguo Testamento la exigencia de santidad está
fuerte mente vinculada a la dimensión cultual y sacerdotal
de la vida de Israel. El culto se debe tributar en un lugar
'santo', lugar de la Morada de Dios tres veces santo (Cfr. Is
6, 1.4). La nube es el signo de la presencia del Señor (Cfr.
Ex 40, 34.35; 1 Re 8, 10.11 ); todo, en la tienda, en el
templo. en el altar, en los sacerdotes, desde el primer
consagrado Aarón (Cfr. Ex 29, 1, ss.), debe responder a las
exigencias del 'sacro'. que es como una aureola de respeto
y de veneración creada en torno a personas, ritos y lugares
privilegiados por una relación especial con Dios.
Algunos textos de la Biblia afirman la presencia de Dios en
la tienda del desierto y en el templo de Jerusalén (Ex 25, 8;
40 34-35; 1 Re 8, 10-13; Ez 43,4-5). Sin embargo, en la
narración misma de la dedicación del templo de Salomón se
refiere una oración en la que el rey pone en duda esta
pretensión diciendo: '"Es que verdaderamente habitará Dios
con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de
los cielos no pueden con tenerte, ¡cuánto menos esta Casa
que yo te he construido! (1 Re 8, 27). En los Hechos de los
Apóstoles, san Esteban expresa la misma convicción a
propósito del templo: 'El Altísimo no habita en casas hechas
por mano de hombre' (Hech 7, 48). La razón de ello la
explica Jesús mismo en el coloquio con la Samaritana: 'Dios
es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y
verdad' (Jn 4, 24). Una casa material no puede recibir
plenamente la acción santificadora del Espíritu Santo. y por
tanto no puede ser verdaderamente 'morada de Dios'. La
verdadera casa de Dios debe ser una 'casa espiritual'. como
dirá san Pedro, formada por 'piedra vivas', es decir, por
hombres y mujeres santificados interiormente por el
Espíritu de Dios (Cfr. 1 Pe 2, 4.10; Ef 2, 21.22).
4. Por ello. Dios prometió el don del Espíritu a los
corazones, en la célebre profecía de Ezequiel, en la que
dice: 'Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las
naciones, profanado allí por vosotros... Os rociaré con agua
pura y quedaréis purificados: de todas vuestras impurezas
y de todas vuestras basuras os purificaré. Y os daré un
corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo...
Infundiré mi espíritu en vosotros...' (Ez 36. 23.27). El
resultado de este don estupendo es la santidad efectiva.
vivida con la adhesión sincera la santa voluntad de Dios.
Gracias a la presencia íntima del Espíritu Santo, finalmente
los corazones serán dóciles a Dios y la vida de los fieles
será conforme a la ley del Señor. Dios dice: 'difundiré mi
espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis
preceptos y observéis y practiquéis mis normas' (Ez 36.
27). El Espíritu santifica de esta forma toda la existencia del
hombre.
5. Contra el espíritu de Dios combate el 'espíritu de la
mentira' (Cfr. 1 Re 22, 21-23), el 'espíritu inmundo' que
subyuga a hombres y pueblos sometiéndolos a la idolatría.
En el oráculo sobre la liberación de Jerusalén. en
perspectiva mesiánica, que se lee en el libro de Zacarías. el
Señor promete realizar él mismo la conversión del pueblo.
haciendo desaparecer el espíritu inmundo: 'Aquel día habrá
una fuente abierta para la casa de David y para los
habitantes de Jerusalén. para lavar el pecado y la
impureza. Aquel día...extirparé yo de esta tierra los
nombres de los ídolos... igualmente a los profetas y el
espíritu de impureza los quitaré de esta tierra...' (Za 13.
1.2: cfr. Jer 23, 9 s.; Ez 13 . 2 ss.) .
El 'espíritu de impureza' será combatido por Jesús (Cfr. Lc
9. 42; 11,24). que hablará. a este propósito, de la
intervención del Espíritu de Dios y dirá: 'Si por el Espíritu
de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a
vosotros el Reino de Dios' (Mt 12. 28). Jesús promete a sus
discípulos la asistencia del 'Consolador'. que 'convencerá al
mundo... en lo referente al juicio, porque el Principe de este
mundo está juzgado' (Jn 16. 8.11). A su vez, Pablo hablará
de; Espíritu que justifica mediante la fe y la caridad (Cfr.
Gal 5.19 ss.). enseñando la nueva vida 'según el Espíritu':
el Espíritu nuevo de que hablaban los profetas.
6. Los hombres o pueblos que siguen el espíritu que está en
conflicto con Dios. 'contristan' al espíritu divino. Es una
expresión de Isaías que hemos referido ya y que es
oportuno citar de nuevo en su contexto. Se halla en la
meditación del llamado Trito.Isaías sobre la historia de
Israel: 'No fue un mensajero ni un ángel: él mismo en
persona (Dios) los liberó. Por su amor y su compasión los
liberó. Por su amor y su compasión él los rescató: los
levantó y los llevó todos los días desde siempre. Mas ellos
se rebelaron y contristaron a su Espíritu santo' (Is 63,
9.10). El profeta contrapone la generosidad del amor
salvífico de Dios para con su pueblo, y la ingratitud de éste.
En su descripción antropomórfica. se conforma con la
psicología humana la atribución al espíritu de Dios de la
tristeza producida por el abandono del pueblo. Pero según
el lenguaje del profeta, se puede decir que el pecado del
pueblo contrista el espíritu de Dios especialmente porque
este espíritu es santo: el pecado ofende la santidad divina.
La ofensa es más grave porque el Espíritu Santo de Dios no
sólo ha sido colocado por Dios en su siervo Moisés (Cfr. Is
63, 11), sino que lo ha dado como guía a su pueblo durante
el éxodo de Egipto (Cfr. Is 63. 14), como signo y prenda de
la salvación futura: 'Mas ellos se rebelaron...', (Is 63, 10).
También Pablo, heredero de esta concepción y de este
lenguaje, recomendará a los cristianos de Éfeso: 'No
entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis
sellados para el día de la redención' (Ef 4, 30; cfr. 1,1314).
7. La expresión 'contristar al Espíritu Santo' demuestra bien
que el pueblo del Antiguo Testamento ha pasado
progresivamente de un concepto de santidad sacral, más
bien externa, al deseo de una santidad interiorizada bajo la
influencia del Espíritu de Dios. El uso más frecuente del
apelativo 'Espíritu Santo' es un indicio de esta evolución.
Este apelativo. inexistente en los libros más antiguos de la
Biblia, se impone poco a poco precisamente porque sugería
la función del Espíritu Santo para la santificación de los
fieles. Los himnos de Qumran en varias ocasiones dan
gracias a Dios por la purificación interior que él ha realizado
por medio de su Espíritu santo (por ejemplo, Himnos de la
Ságruta de Qumran, 16, 12;17. 26) .
El intenso deseo de los fieles no era ya sólo de ser liberados
de los opresores, como en el tiempo de los Jueces, sino
ante todo de poder servir al Señor 'en santidad y justicia,
delante de él todos nuestros días' (Lc 1, 75). Por esto, era
necesaria la acción santificadora del Espíritu Santo.
A esta espera corresponde el mensaje evangélico. Es
significativo que en los cuatro evangelios la palabra 'santo'
aparezca por primera vez en relación con el espíritu, tanto
para hablar del nacimiento de Juan Bautista y del de Jesús
(Mt 1, 18)20; Lc 1, 15, 35), como para anunciar el
bautismo en el Espíritu Santo (Mc 1, 8; Jn 1, 33). En la
narración de la Anunciación, la Virgen María escucha las
palabras del ángel Gabriel: 'El Espíritu Santo vendrá sobre
ti...; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado
Hijo de Dios' (Lc 1. 35). Así comenzó la decisiva acción
santificadora del Espíritu de Dios, destinada a propagarse a
todos los hombres.
El Espíritu Santo y la purificación interior
(28.II.90)
1. En la catequesis anterior mencionaba un versículo del
salmo 50/51, donde el salmista, arrepentido por el grave
pecado cometido, implora la misericordia divina y, a la vez,
pide al Señor: 'No retires de mí tu santo espíritu' (v. 13).
Se trata del Miserere, salmo muy conocido. que se repite
con frecuencia no sólo en la liturgia, sino también en la
piedad y en la práctica penitencial del pueblo cristiano. por
ser manifestación de los sentimientos de arrepentimiento,
de confianza y de humildad que fácilmente se encuentran
en un 'corazón contrito y humillado' (Sal 50/51, 19) tras el
pecado. Vale la pena seguir estudiando y meditando este
salmo, siguiendo las huellas de los Padres y de los
escritores de espiritualidad cristiana, pues nos ofrece
nuevos aspectos de la concepción del 'espíritu divino' del
Antiguo Testamento y nos ayuda a traducir la doctrina a la
práctica espiritual y ascética.
2. A quien haya seguido las referencias a los profetas que
he hecho en la catequesis anterior. le resultará fácil
descubrir el parentesco profundo del Miserere con esos
textos, especialmente con los de Isaías y Ezequiel. El
sentido de la presencia delante de Dios en la propia
condición de pecado, que se encuentra en el pasaje
penitencial de Isaías (59, 12: cfr. Ez 6, 9), y el sentido de
la responsabilidad personal inculcado por Ezequiel (18,
1.32) se hallan ya presentes en este salmo que, en un
contexto de experiencia de pecado y de necesidad
profundamente sentida de conversión. pide a Dios la
purificación del corazón. juntamente con un espíritu
renovado. La acción del espíritu divino adquiere así
aspectos de mayor concreción y de más preciso empeño
con vistas a la condición existencial de la persona.
3. 'Tenme piedad, oh Dios'. El salmista implora la divina
misericordia para obtener la purificación del pecado: 'borra
mi delito, lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado
purifícame' (Sal 50/51, 3)4). 'Rocíame con el hisopo, y seré
limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve' (v. 9).
Pero él sabe que el perdón de Dios no puede reducirse a
una pura no-imputación del exterior, sin que se dé una
renovación interior: y el hombre. por sí mismo, no es capaz
de realizar esta renovación. Por eso pide: 'Crea en mí, oh
Dios, un corazón puro: un espíritu firme dentro de mí
renueva; no me rechaces lejos de tu rostro; no retires de
mí tu santo espíritu. Vuélveme la alegría de tu salvación, y
en espíritu generoso afiánzame' (vv. 12.14).
4. El lenguaje del salmista es muy expresivo: pide una
creación, es decir, el ejercicio de la omnipotencia divina
para dar origen a un ser nuevo. Sólo Dios puede crear
(bará), esto es. poner en la existencia algo nuevo (Cfr. Gen
1, 1; Ex 34, 10; Is 48, 7; 65, 17; Jer 31, 21.22). Sólo Dios
puede dar un corazón puro, un corazón que tenga la plena
transparencia de un querer totalmente de acuerdo con el
querer divino. Sólo Dios puede renovar el ser íntimo,
cambiarlo
desde
dentro,
rectificar
el
movimiento
fundamental de su vida consciente, religiosa y moral. Sólo
Dios puede justificar al pecador, según el lenguaje de la
teología y del mismo dogma (Cfr. DS 1521.1522; 1560),
que traduce de ese modo el 'dar un corazón nuevo' del
profeta (Ez 36, 26), el 'crear un corazón puro' del salmista
(Sal 50/51, 12).
5. Se pide, luego, 'un espíritu firme' (Sal 50/51, 12), o sea,
la inserción de la fuerza de Dios en el espíritu del hombre.
librado de la debilidad moral experimentada y manifestada
en el pecado. Esta fuerza, esta firmeza, puede venir sólo de
la presencia operante del espíritu de Dios, y por eso el
salmista implora: 'no retires de mí tu santo espíritu'. Es la
única vez que en los salmos se encuentra esta expresión:
'el espíritu santo de Dios'. En la Biblia hebrea se usa sólo en
el texto de Isaías en que, meditando en la historia de
Israel, lamenta la rebelión contra Dios por la que ellos
'contristaron a su espíritu santo' (Is 63,10), y recuerda a
Moisés, en el que Dios 'puso su espíritu santo' (Is 63, 11).
El salmista ya tiene conciencia de la presencia íntima del
espíritu de Dios como fuente permanente de santidad, y
por eso suplica: 'No retires de mi'. Al poner esa petición
juntamente con la otra: 'No me rechaces lejos de tu rostro',
el salmista quiere dar a entender su convicción de que la
posesión del Espíritu Santo de Dios está vinculada a la
presencia divina en lo íntimo de su ser. La verdadera
desgracia sería quedar privado de esta presencia. Si el
espíritu santo permanece en él, el hombre está en una
relación con Dios ya no sólo de 'cara a cara' como ante un
rostro que se contempla, sino que posee en sí una fuerza
divina que anima su comportamiento .
6. Después de haber pedido a Dios que no retire de él su
santo espíritu, el salmista pide que le devuelva la alegría.
Ya antes había hecho la misma oración, cuando imploraba a
Dios su purificación, esperando quedar 'más blanco que la
nieve': 'Devuélveme el son del gozo y la alegría; exulten los
huesos que machacaste tú' (Sal 50/51, 10). Pero en el
proceso psicológico-reflexivo de donde nace la oración. el
salmista siente que. para gozar plenamente de esta alegría,
no basta la eliminación de todas las culpas; es necesaria la
creación de un corazón nuevo, con un espíritu firme,
vinculado a la presencia del espíritu santo de Dios. Sólo
entonces puede pedir: 'Vuélveme la alegría de tu salvación.'
La alegría forma parte de la renovación incluida en la
'creación de un corazón puro'. Es el resultado del
nacimiento a una nueva vida, como Jesús explicará en la
parábola del hijo pródigo, en la que el padre que perdona
es el primero en alegrarse y quiere comunicar a todos la
alegría de su corazón (Cfr. Lc 15. 20-32).
7. Con la alegría, el salmista pide un 'espíritu generoso',
esto es. un espíritu de compromiso valiente. Lo pide a
aquel que, según el libro de Isaías. Había prometido la
salvación a los débiles: 'En lo excelso y sagrado yo moro, y
estoy también con el humillado y abatido de espíritu, para
avivar el espíritu de los abatidos. para avivar el ánimo de
los humillados' (Is 57, 15)
Conviene notar que, una vez hecha esta petición, el
salmista añade en seguida la declaración de su compromiso
con Dios en favor de los pecadores, para su conversión:
'Enseñaré a los rebeldes tus caminos, y los pecadores
volverán a ti' (Sal 50/51, 15). Se trata de otro elemento
característico del proceso interior de un corazón sincero que
ha obtenido el perdón de los propios pecados: desea
obtener el mismo don para los demás, suscitando su
conversión, y a este objetivo promete encaminar su
actuación. Este 'espíritu de compromiso' que se da en él
deriva de la presencia del 'santo espíritu de Dios' y es su
signo. En el entusiasmo de la conversión y en el fervor del
compromiso, el salmista expresa a Dios la convicción de la
eficacia de la propia acción: a él le parece cierto que 'los
pecadores volverán a ti'. Pero también aquí entra la
conciencia de la presencia operante de una potencia
interior, la del 'espíritu santo'.
Después, tiene un valor universal la deducción que el
salmista enuncia así: 'El sacrificio a Dios es un espíritu
contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo
desprecias' (Sal 50/51. 19). Proféticamente ve que llegará
el día en que, en una Jerusalén reconstituida, los sacrificios
celebrados en el altar del templo según las prescripciones
de la ley serán gratos (Cfr. vv. 20.21). La reconstrucción de
las murallas de Jerusalén será la señal del perdón divino,
como dirán también los profetas: Isaías (60, 1 ss.; 62. 1
ss.), Jeremías (30, 15.18) y Ezequiel (36, 33). Pero queda
establecido que lo que más vale es aquel 'sacrificio del
espíritu' del hombre que pide humildemente perdón movido
por el espíritu divino que gracias al arrepentimiento y a la
oración, no le ha sido retirado (Cfr. Sal 50/51. 13).
8. Como se puede ver por esta sucinta presentación de sus
temas esenciales, el salmo Miserere es para nosotros no
sólo un buen texto de oración y una indicación para la
ascesis del arrepentimiento, sino también un testimonio
acerca del grado de desarrollo alcanzado por el Antiguo
Testamento en la concepción del 'espíritu divino', que
conlleva un acercamiento progresivo a lo que será la
revelación del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento.
El salmo constituye, por tanto, una gran página en la
historia de la espiritualidad del Antiguo Testamento, en
camino, aunque sea entre sombras, hacia la nueva
Jerusalén que será la sede del Espíritu Santo.
La sabiduría y el amor del Espíritu divino
(14.III.90)
1. La experiencia de los profetas del Antiguo Testamento
pone de manifiesto de manera especial el vinculo existente
entre la palabra y el espíritu. El profeta habla en nombre de
Dios y gracias al Espíritu. La misma Escritura es palabra
que viene' del Espíritu, su registración de duración perenne.
La Escritura es santa ('Sagrada') por razón del Espíritu que,
mediante la palabra oral o escrita, ejerce su eficacia.
Incluso en algunos que no son profetas, la intervención del
espíritu suscita la palabra. Así en el primer libro de las
Crónicas, donde se recuerda la adhesión a David de los
'valientes' que reconocieron su realeza, se lee que 'el
espíritu revistió masay, jefe de los Treinta (valientes), y le
hizo dirigir a David las palabras: "Contigo!... Paz, paz a ti!
""Y paz a los que te ayuden, pues tu Dios te ayuda a ti!'. Y
'David los recibió y los puso entre los jefes de sus tropas' (1
Cr 12, 19). Más dramático es otro caso, narrado en el
segundo libro de las Crónicas, y que será recordado por
Jesús (Cfr. Mt 23, 25; Lc 11, 51). Dicho episodio tiene lugar
en un periodo de decadencia del culto en el templo y de
caída en las tentaciones de la idolatría en Israel. Al no
haber escuchado los israelitas a los profetas enviados por
Dios para que volviesen a él, 'entonces el espíritu de Dios
revistió a Zacarías, hijo del sacerdote Yehoyadá, el cual,
presentándose delante del pueblo, les dijo: 'así dice Dios:
¿Por qué traspasáis los mandamientos de Yahvéh? No
tendréis éxito; pues por haber abandonado a Yahvéh, él os
abandonará a vosotros'. Mas ellos conspiraron contra él, y
por mandato del rey la apedrearon en el atrio de la Casa de
Yahvéh' (2 Cr 24, 20.21).
Son manifestaciones significativas de la conexión entre
espíritu y palabra, presente en la mentalidad y en el
lenguaje de Israel.
2. Otro vinculo análogo es el que existe entre espíritu y
sabiduría como aparece en el libro de Daniel, en boca del
rey Nabucodonosor que, al narrar el sueño tenido y la
explicación que le dio Daniel del mismo, reconoce al profeta
como un hombre 'en quien reside el espíritu de los dioses
santos' (Dn 4, 5; cfr. 4, 6. 15; 5, 11. 14), o sea, la
inspiración divina, que también el Faraón en su tiempo
reconoció en José por la sabiduría de sus consejos (Cfr. Gen
41, 38.39). En su lenguaje pagano, el rey de Babilonia
habla repetidamente de 'espíritu de los dioses santos',
mientras que al final de su narración hablará de 'Rey del
Cielo' (Dn 4, 34), en singular. De cualquier forma, reconoce
que un espíritu divino se manifiesta en Daniel, como dirá
también el rey Baltasar: 'He oído decir que en ti reside el
espíritu de los dioses, y que hay en ti luz, inteligencia y
sabiduría extraordinarias' (Dn 5, 14). Y el autor del libro
subraya que 'este mismo Daniel se distinguía entre los
ministros y los sátrapas, porque había en él un espíritu
extraordinario, y el rey se proponía ponerle al frente del
reino entero' (Dn 6, 4).
Como se ve, la 'sabiduría extraordinaria' y el 'espíritu
extraordinario' se le atribuyen a Daniel con justicia,
atestiguando así la conexión de estas cualidades entre sí en
el judaísmo del siglo II antes de Cristo, cuando el libro fue
escrito para sostener la fe y la esperanza de los judíos
perseguidos por Antioco Epifanes.
3. En el libro de la Sabiduría, texto redactado casi en los
umbrales del Nuevo Testamento, es decir, según algunos
autores recientes, en la segunda mitad del siglo primero
antes de Cristo, en ambiente helenístico, el vinculo entre la
sabiduría y el espíritu se encuentra tan subrayado que casi
se da una identificación. Desde el principio se lee que 'la
Sabiduría es un espíritu que ama al hombre' (Sab 1, 6): se
manifiesta y se comunica en virtud de un amor
fundamental hacia la humanidad. Pero ese espíritu amigo
no es ciego y no tolera el mal, aunque sea secreto, en los
hombres. 'En alma fraudulenta no entra la Sabiduría, no
habita en cuerpo sometido al pecado; pues el Espíritu Santo
que nos educa huye del engaño, se aleja de los
pensamientos necios... No deja sin castigo los labios del
blasfemo; que Dios es testigo de sus sentimientos,
observador veraz de su corazón, y oye cuanto dice su
lengua' (Sab 1, 4, 6).
El Espíritu del Señor es, por tanto, un espíritu santo, que
quiere comunicar su santidad, y realiza una función de
educadora: 'El espíritu santo que nos educa' (Sab 1, 5). Se
opone a la injusticia. No es un limite a su amor, sino una
exigencia de este amor. En la lucha contra el mal se opone
a todas las iniquidades, sin dejarse engañar nunca, porque
no se le escapa nada, ni 'la palabra más secreta' (Sab 1,
11). En efecto, el espíritu 'llena la tierra': es omnipresente.
'Y él, que todo lo mantiene unido, tiene conocimiento de
toda palabra' (Sab 1, 7). El efecto de su omnipresencia es
el conocimiento de todas las cosas, aunque sean secretas.
Siendo un 'espíritu que ama al hombre', no pretende
solamente vigilar a los hombres, sino también llenarlos de
su vida y de su santidad. 'No fue Dios quien hizo la muerte
ni se recrea en la destrucción de los vivientes; 'Él todo lo
creó para que subsistiera ' (Sab 1,13-14). La afirmación de
esta positividad de la creación, en que se refleja el
concepto bíblico de Dios como 'Aquel que es' (Ex 3, 14) y
como Creador de todo el universo (Cfr. Gen 1, 1 ss.), da un
fundamento religioso a la concepción filosófica y a la ética
de las relaciones con las cosas. Sobre todo, da inicio a un
discurso sobre la suerte final del hombre, que ninguna
filosofía podría sostener sin el apoyo de la revelación
divina. San Pablo dirá luego que, si la muerte fue
introducida por el pecado del hombre, Cristo vino como
nuevo Adán para redimir al hombre del pecado y librarlo de
la muerte (Cfr. Rom 5, 12.21). El Apóstol añadirá que
Cristo ha traído una nueva vida en el Espíritu Santo (Cfr.
Rom 8, 1 ss.), dando el nombre y, más aún, revelando la
misión de la Persona divina envuelta en el misterio en las
páginas del libro de la Sabiduría.
4. El Rey Salomón, que con un recurso literario suele ser
presentado como autor de este libro, en cierto momento se
dirige a sus colegas: 'Oíd, pues, reyes ' (Sab 6,1 ) para
invitarlos coger la sabiduría, secreto y norma de la realeza,
y para explicar 'qué es la Sabiduría " (Sab 6, 22). él hace
su elogio con una larga enumeración de las características
del espíritu divino, que atribuye a la sabiduría, casi
personificándola: 'Hay en ella un espíritu inteligente, santo,
único, múltiple ' (Sab 7, 22.23). Son veintiuno los adjetivos
calificativos (3x7), que consisten en vocablos tomados, en
parte, de la filosofía griega y, en parte, de la Biblia. Veamos
los más significativos.
Es un espíritu 'inteligente', es decir, no un impulso ciego,
sino un dinamismo guiado por el conocimiento de la
verdad; es un espíritu 'santo' ,porque no sólo quiere
iluminar a los hombres, sino también santificarlos; es 'único
y múltiple', de forma que puede insinuarse dondequiera; es
'sutil', y penetra todos los espíritus: su acción es, por tanto,
esencialmente interior, como su presencia; es un espíritu
'que todo lo puede, todo lo observa', pero no constituye un
poder tiránico o destructor, ya que es 'bienhechor, amigo
del hombre', quiere su bien y tiende a 'formar amigos de
Dios'. El amor sostiene y dirige el ejercicio de su poder.
La sabiduría tiene, por consiguiente, las cualidades y ejerce
las funciones tradicionalmente atribuidas al espíritu divino:
espíritu de sabiduría y de inteligencia..., etc.' (Is 11, 2 ss.),
porque con él se identifica en el fondo misterioso de la
realidad divina.
5. Entre las funciones del Espíritu)Sabiduría está la de dar a
conocer la voluntad divina '¿Quién habría conocido tu
voluntad, si tú no le hubieses dado la Sabiduría y no le
hubieses enviado de lo alto tu espíritu santo?' (Sab 9, 1). El
hombre, por sí mismo, no es capaz de conocer la voluntad
divina '¿Qué hombre, en efecto, podrá conocer la voluntad
de Dios?' (Sab 9, 13). Por medio de su santo espíritu, Dios
d conocer su propia voluntad, su plan sobre la vida
humana, mucho más profunda y seguramente que con la
sola promulgación de una ley en fórmulas del lenguaje
humano. Actuando desde dentro con el don del espíritu
santo, Dios permite 'enderezar los caminos de los
moradores de la tierra. Así aprendieron los hombres lo que
a ti te agrada, y gracias a la Sabiduría se salvaron' (Sab 9,
18). Y en este punto el autor describe en diez capítulos la
obra del Espíritu. Sabiduría en la historia desde Adán hasta
Moisés, la Alianza con Israel, la liberación, y la solicitud
continua por el pueblo de Dios. Y concluye: 'En verdad,
Señor, que en todo engrandeciste a tu pueblo y le
glorificaste, y no te descuidaste en asistirle en todo tiempo
y en todo lugar' (Sab 19, 22).
6. En esta evocación histórico)sapiencial surge un paso
donde el autor recuerda, hablando al Señor, su espíritu
omnipresente que ama y protege la vida del hombre. Esto
vale también para los enemigos del pueblo de Dios y, en
general, para los impíos, los pecadores. También en ellos
está el espíritu divino de amor y de vida: 'Tú con todas las
cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas
la vida, pues tu espíritu incorruptible está en todas ellas'
(Sab 11, 26; 12, 1).
'Eres indulgente ' Los enemigos de Israel hubieran podido
ser castigados de modo mucho más terrible que como
sucedió. Hubieran podido ser 'aventados por el soplo de tu
poder. Pero Tú todo lo dispusiste con medida, número y
peso' (Sab 11, 20). El libro de la Sabiduría exalta la
'moderación' de Dios y ofrece la razón: el espíritu de Dios
no actúa sólo como soplo poderoso, capaz de destruir a los
culpables, sino como espíritu de sabiduría que quiere la
vida, y así revela su amor. 'Te compadeces de todos porque
todo lo puedes y disimulas los pecados de los hombres para
que se arrepientan. Amas a todos los seres y nada de lo
que hiciste aborreces pues, si algo odiases, no lo habrías
hecho ¿Y cómo habría permanecido algo si no hubieses
querido? ¿Cómo se habría conservado lo que no hubieses
llamado?' (Sab 11, 23.25).
7. Nos encontramos en el vértice de la filosofía religiosa no
sólo de Israel, sino de todos los pueblos antiguos. La
tradición bíblica, ya expresada en el Génesis, ofrece aquí
una respuesta a las grandes cuestiones no resueltas ni
siquiera por la cultura griega. Aquí la misericordia de Dios
se funde con la verdad de su creación de todas las cosas: la
universalidad de la creación comporta la universalidad de la
misericordia. Y todo en virtud del amor eterno con que Dios
ama a todas sus criaturas: amor en el que nosotros ahora
reconocemos la persona del Espíritu Santo.
El libro de la Sabiduría ya nos hace entrever este EspírituAmor que, como la Sabiduría, toma los rasgos de una
persona, con las siguientes características: espíritu que
conoce todo y que da a conocer a los hombres los planes
divinos; espíritu que no puede aceptar el mal; espíritu que,
a través de la sabiduría, quiere conducir a todos a la
salvación; espíritu de amor que quiere la vida; espíritu que
llena el universo con su benéfica presencia.
El Siervo de Dios y el Espíritu divino
(21.III.90)
1. No sería completo el análisis de las alusiones al Espíritu
Santo que se pueden encontrar en los diversos libros del
Antiguo Testamento, aunque en términos no muy precisos
aún el por lo que se refiere a su persona divina, si no
dedicásemos al alguna consideración a un texto de Isaías
(Deutero-Isaias), en el que se afirma la relación existente
entre el espíritu divino y el 'Siervo de Yahvéh'. En la figura
de este Siervo se resumen las distintas formas de acción
profética, mesiánica y santificadora. que hemos expuesto
en las catequesis precedentes.
La relación está afirmada en el versículo con que comienza
el primero de los cuatro así llamados 'cantos del Siervo del
Señor', cargados de lirismo y vibrantes de profecía. Dice
así: 'He puesto mi espíritu sobre él' (Is 42, 1). Desde el
principio, por tanto, se afirma que la misión del Siervo es
obra del espíritu de Dios que ha sido puesto sobre él. Como
sucedió con los jueces, jefes carismáticos del pueblo en los
tiempos antiguos (Cfr. Jue 3, 10), y con los primeros reyes,
Saúl y David (Cfr. 1 Sm 9, 17; 10, 9.10; 16, 12.13; Is 11,
1.2), la elección del Siervo va acompañada por una efusión
del Espíritu, de forma que se puede observar una relación
entre lo que se afirma del Siervo del Señor y lo que había
dicho Isaías del 'retoño' que debía 'brotar del tronco de
Jesé', es. decir, de la estirpe de David: 'Reposará sobre él
el espíritu de Yahvéh: espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor
de Yahvéh' (Is 11, 2). En el canto citado existe una
novedad, que consiste en atribuir al personaje anunciado la
cualidad de Siervo. Esta cualidad no elimina la de rey
tradicionalmente reconocida al Mesías, pero sin duda revela
una nueva orientación de la esperanza mesiánica, que es
fruto del influjo del Espíritu.
2. Inmediatamente después de haber dicho del Siervo: 'He
puesto mi espíritu sobre él', Dios declara: 'Dictará ley
(juicio) a las naciones' (Is 42,1). Es un texto de gran
importancia. Evidentemente el Siervo es presentado como
un profeta, elegido y predestinado por Dios (Cfr. v. 6; Jer
1, 5), animado por su espíritu, revestido de una misión,
que consiste en 'proclamar el derecho con firmeza' (Is 42,
3), sin desalentarse a pesar de la oposición (v. 4).
Sin embargo, esta firmeza no será dureza. Más aún, bajo el
impulso y la guía del espíritu, el Siervo-profeta tendrá un
comportamiento de mansedumbre ('No vociferará ni alzará
el tono', v. 2) y de indulgencia misericordiosa: 'Caña
quebrada no partirá y mecha mortecina no apagará' (v.3).
El profeta Jeremías había recibido la misión de 'extirpar y
destruir, perder y derrocar' (Jer 1, 10). nada semejante
sucede en la misión del Siervo del Señor, manso y humilde
de corazón.
A la mansedumbre se encuentra unida una actitud de
apertura universal. El Siervo del Señor anunciará la justicia
a todas las naciones y difundirá su doctrina hasta las 'islas',
es decir, hasta los países más lejanos (Is 42, 1. 4). En
efecto, en el segundo canto, el Siervo interpela a todas las
gentes, diciendo:'" "Oídme, islas, atended, pueblos lejanos!'
(49, 1) y Dios reafirma la dimensión universal de la misión
que le confía: 'poco es que seas mi siervo, para levantar las
tribus de Jacob y hacer volver los preservados de Israel. Te
voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación
alcance hasta los confines de la tierra' (49,6). Esa
universalidad va más allá de la del mensaje de los demás
profetas.
Además, en la figura del Siervo hay algo de trascendente,
que permite identificarlo con su misión. él es proclamado
'alianza del pueblo' y 'luz de las gentes' en su misma
persona. Dios le dice: 'Yo, Yahvéh, te he llamado en
justicia, te así de la mano, te formé y te he destinado a ser
alianza del pueblo y luz de las gentes' (42, 6). Ningún
simple profeta hubiera podido presumir tanto.
3. La figura del Siervo trazada en el poema de Isaías no es
sólo profética, sino también mesiánica. Si su misión es la
de 'implantar en la tierra el derecho' (Is 42, 4), esta tarea
pertenece a un rey. El profeta anuncia la justicia; el rey
debe implantar esta justicia. Según el salmo 71/72, en el
que la tradición judía y cristiana ha visto retratado al rey
mesiánico preanunciado por los profetas (Cfr. Is 9, 5;
11,1.5; Za 9, 9), ésta es la función esencial del rey, que es
implorada de Dios: 'Oh Dios, dl rey tu juicio, al hijo de rey
tu justicia: que con justicia gobierne a tu pueblo, con
equidad a tus humildes' (Sal 71/72, 1.2). Y el mismo
Isaías, en su oráculo acerca del rey davídico sobre el que
'reposará el espíritu del Señor', afirmaba de él: 'Juzgará
con justicia a los débiles, y sentenciará con ' rectitud a los
pobres de la tierra' (Is 11, 4).
El Siervo sobre el que 'Dios ha puesto su espíritu', según el
canto, tiene la misión que compete al rey mesiánico: librar
al pueblo. 'Él mismo ha sido establecido 'como alianza del
pueblo y luz de las gentes', para abrir los ojos ciegos, para
sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en
tinieblas (Cfr. Is 42, 6.7; 49, 8.9; Lc 1, 79). Esta misión,
que es propia de un principe y rey, en el caso del Mesías es
realizada con fuerza del Señor, como el Siervo proclama en
su segundo canto: 'Mi Dios era mi fuerza' (49, 5) y en el
tercero: 'Pues que Yahvéh habría de ayudarme para que no
fuese insultado' (50, 7). Esta fuerza de acción en la misión
real del Siervo es el espíritu divino, que Isaías, en un
oráculo mesiánico, pone en relación estrecha con la
'justicia' que es necesario hacer a los débiles y a los
oprimidos: 'Reposará sobre él el espíritu de Yahvéh...
Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud
a los pobres de la tierra' (Is 11, 2. 4).
4. En los dos primeros cantos del Siervo, Dios habla de la
'salvación' y de la 'justicia'. En el tercero y en el cuarto, el
concepto de 'salvación' es completado con aspectos nuevos,
especialmente significativos con vistas a la futura pasión de
Cristo (Cfr. Is 50, 4.11; 52, 13.53, 12). Ante todo, se nota
que la mansedumbre, que caracteriza la misión del Siervo,
se manifiesta con su docilidad a Dios y su paciencia frente a
los perseguidores: 'El Señor Yahvéh me ha abierto el oído,
y yo no me resistí, ni me hice atrás. Ofrecí mis espaldas a
los que me golpeaban' (Jer 50, 5.6). 'Fue oprimido, y él se
humilló, y no abrió la boca. Como un cordero al degüello
era llevado' (Is 53, 7). Bastan estos dos textos para
iluminarnos acerca de la perfecta disponibilidad en la
oblación de sí, a la que el Espíritu divino debía llevar al
Siervo. Mesías por el camino de la mansedumbre (Cfr. Is
42, 2). Cuando Juan Bautista señalaba a Jesús a la
muchedumbre como 'el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo' (Jn 1, 29), tal vez se hacia eco del
cuarto canto del Siervo de Yahvéh.
5. Pero en este canto hay mucho más. La misión del Siervo
se presenta a una nueva luz: 'llevó el pecado de muchos, e
intercedió por los rebeldes' (Is 53, 12). La perspectiva ya
trazada por Isaías: 'Juzgará con justicia a los débiles, y
sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra' (Is 11, 4),
se halla aquí transformada en una obra de 'justificación' o
santificación mediante el sacrificio: 'Por su conocimiento
justificará mi Siervo a muchos, y las culpas de ellos él
soportará' (Is 53, 11). Hasta eso será llevado el Siervo de
Yahvéh por el espíritu presente en él, que, como hemos
visto ya, es espíritu de santidad'.
Más aún: el triunfo definitivo del Siervo es anunciado al
inicio del cuarto canto: 'He aquí que prosperará mi Siervo,
será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera' (Is
52, 13); y, luego, hacia el final: 'Le daré su parte entre los
grandes' (Is 53, 12). Pero este triunfo, que en la profecía,
como en, la historia garantiza el cumplimiento de la
esperanza mesiánica, se realizará por un camino
sorprendente para quien soñaba un acontecimiento triunfal
del rey mesiánico: el camino del dolor y, como sabemos, de
la cruz.
6. De todo el cuarto canto vemos emerger la figura de un
Siervo que es 'varón de dolores' (Is 53, 3), inmerso en un
mar de sufrimiento físico y moral, por causa de un
misterioso plan de Dios, que tiende a la glorificación del
mismo Siervo (52, 13). El Siervo del Señor 'ha sido herido
por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. él
soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales
hemos sido curados' (53, 5). éste es el camino que había
sido llamado a recorrer el elegido, sobre el que se había
posado el Espíritu del Señor (42, 1) .
Estamos en la paradoja de la cruz, que aparece así en
contraste con las expectativas de un mesianismo
triunfalista, así como con las pretensiones de una
inteligencia ávida de demostraciones racionales. San Pablo
no duda en definirla: 'escándalo para los judíos, necedad
para los paganos'. Pero, por ser obra de Dios, es necesario
el Espíritu de Dios para captar su valor. Por eso el Apóstol
proclama: ' Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu
de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del
mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las
gracias que Dios nos ha otorgado' (1 Cor 2, 11.12).
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