TERESA URREA, LA SANTA DE CABORA

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TERESA URREA, LA SANTA DE
CABORA
Mario
GILL
P A Z . L a paz p o r f i r i a n a . . .
Se h a llegado a creer que éste fue efectivamente el signo de l a era
porfírica, pero nada es más extraño a l a verdad. E n realidad, nunca h u b o
paz durante el largo período de l a dictadura. Pero eso sí: ¡cuántos crímenes se cometieron en su nombre! Desde el triunfo de T u x t e p e c hasta
el de l a revolución maderista, e l país estuvo estremecido por u n a serie
de movimientos de mayor o menor importancia. E l pueblo ofrecía resistencia a l modo de v i d a que se le trataba de imponer, y defendía con
su sangre el derecho a v i v i r en l a desorganización conquistada en 1821,
desorden que no era sino u n a forma anárquica de la libertad.
D o n P o r f i r i o , educado en ese estilo de v i d a política, no concebía otro
remedio contra el desorden que l a dictadura; y l o grave fue que en ese
intento de someter a los profesionales d e l cuartelazo y de l a proclamación
de planes de toda índole, acabó también con los derechos legítimos del
pueblo. " E l general Díaz —dijo en u n banquete el diputado Alfredo
Chavero— h a formado u n pedestal de sangre y cañones para levantar
sobre él l a estatua de l a paz." Esa estatua era el símbolo de l a era tuxtepecana. Pero a pesar d e l terror impuesto como norma de gobierno, e l
pueblo no se sometió jamás, n o abdicó n u n c a sus derechos.
Casi desde el triunfo de T u x t e p e c empezaron las dificultades. E n el
N o r t e se sublevaron sucesivamente, en 1877, enarbolando l a bandera d e l
lerdismo, el coronel Pedro Valdez y e l general M a r i a n o Escobedo. E l año
siguiente se rebeló e n J a l a p a Lorenzo Hernández, secundado en T l a p a coyan por Javier Espino. E l 2 de j u n i o de 1879 se lanzó a l a lucha en
Tepozotlán el teniente M i g u e l Negrete, hijo d e l héroe del 5 de mayo;
e l movimiento que se había originado en u n a proclama subversiva d e l
general M i g u e l Negrete tuvo ramificaciones en algunas regiones de los
Estados de Veracruz y P u e b l a .
E n ese mismo mes, e l día 24, se produjo l a famosa matanza organizada p o r el general L u i s M i e r y T e r á n en Veracruz en acatamiento a l
famoso "mátalos en caliente". Se produjo, por esos mismos días, l a rebelión del barco de guerra Libertad.
E n 1880 se alzó en armas en Sinal o a el general Jesús Ramírez T e r r ó n , secundado en l a sierra por H e r a c l i o
B e r n a l . Siguieron luego los movimientos fracasados del general T r i n i d a d
García de l a Cadena, en Zacatecas, en 1886, y el del general Francisco
R u i z Sandoval en l a frontera, en 1890. Dos años más tarde se producían
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los sucesos de T o m o c h i c y en 1 8 9 3 los de Temosáchic, que son seguramente los ejemplos más patéticos d e l sadismo porfiriano.
Simultáneamente el inquieto Catarino Erasmo Garza jugaba a las escondidas con las fuerzas militares de México y los Estados Unidos, b u r lándose de unas y otras, golpeando con su guerrilla cuando l a prensa
porfirista l o daba por l i q u i d a d o . Y mientras el N o r t e ardía, en el Sur,
en T e h u a n t e p e c , Oaxaca, Michoacán y Guerrero surgían brotes rebeldes.
C o n el nuevo siglo se iniciaron las actividades de los magonistas, que
c u b r i e r o n toda l a p r i m e r a década d e l siglo x x . Fue ésta l a más sangrienta, l a más i n t r a n q u i l a , l a más porfiriana. E l vaso estaba ya por derramarse. Las acciones populares tenían el arranque de l a desesperación.
E n Cananea y R í o Blanco centenares de obreros fueron inmolados en
aras de l a paz, y los movimientos magonistas de Jiménez, Las Vacas,
P a l o m a s , Viesca, Acayucan y V a l l a d o l i d fueron reprimidos brutalmente.
E n Yucatán, en e l M a y o , en e l Y a q u i , en l a Huasteca, dondequiera que
había minorías indígenas, l a insurgencia era e l estado natural. E n 1 8 9 6
los yaquis se apoderaron de l a c i u d a d de Nogales, y los totonacas de l a
de P a p a n t l a .
Además, en toda l a extensión d e l país, particularmente en las zonas
rurales, ocurrían constantemente brotes rebeldes espontáneos como protestas desbordadas contra los abusos de esa t r i n i d a d que ahogaba al pueb l o e n todas partes: el cacique, e l cura y el jefe político. E r a n gestos
de desesperación que no tenían trascendencia nacional y que l a censura
o f i c i a l procuraba ocultar a l a nación. Caso típico de estas pequeñas rebeliones locales fue el levantamiento de más de doscientos hombres en
San M a t e o Atengo, Estado de México, en a b r i l de 1 8 9 3 . E l ayuntamiento d e l lugar decidió repartir u n extenso terreno m u n i c i p a l entre los habitantes d e l m u n i c i p i o . P a r a que hubiese equidad en e l reparto, se pensó en e l cura del lugar como a r b i t r o . Éste distribuyó unas cuantas
hectáreas entre los ricos y se quedó con l a mayor parte, como corresponde a u n buen repartidor. E l pueblo se alzó contra l a injusticia y
declaró l a guerra a l a iglesia, a los ricos y a l gobierno, y e l gobierno
lanzó contra los sublevados u n a poderosa fuerza de caballería al m a n d o
del coronel J u a n Vega. L a sangre derramada estuvo en éste, como en
todos los crímenes del porfiriato, en razón directa con el grado de justicia q u e asistía a los grupos atropellados. Y como este caso, centenares
más f o r m a n el florilegio de l a paz tuxtepecana. N o era l a paz l o que
reinaba en México; era el terror y l a muerte.
EL
M I T O C O N T R A L A DICTADURA
D e todos los crímenes del porfirismo los más monstruosos fueron seguramente los cometidos contra los pueblos de l a sierra de C h i h u a h u a :
T o m o c h i c y Temosáchic. N i en R í o Blanco se i n m o l a r o n más víctimas
al dios de l a paz, n i se usaron métodos tan inhumanos y sádicos como
en estos dos pueblos serranos. E n el caso de T o m o c h i c son particularmente impresionantes las extrañas circunstancias que concurrieron y, so-
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bre todo, l a desproporción entre el motivo (o mejor, l a falta de motivo)
y l a acción represiva llevada a extremos increíbles. T o m o c h i c es u n
episodio clásico de l a era tuxtepecana: p o r u n lado, u n p u e b l o dotado
de las mejores virtudes del hombre, defendiendo sus derechos y su dign i d a d , y p o r e l otro fuerzas más poderosas, instrumento de l a ambición,
pisoteando esos derechos y esa d i g n i d a d .
Aparte el heroísmo de los hombres de T o m o c h i c , que parece u n a lección extraída de las mejores páginas de l a historia de Esparta, interviene en este caso u n hecho insólito: el de que l a inspiradora de l a l u c h a
y de la resistencia contra l a agresión haya sido u n a jovencita de apenas 18 años, Teresa U r r e a , con cuyo nombre en los labios fueron a l
sacrificio los rudos serranos tomochitecos. A l grito de " ¡ V i v a Teresa
U r r e a ! " los valientes tomoches se enfrentaron a l a dictadura y a l terror
tuxtepecano y fueron serenamente a l a muerte.
Salvando las proporciones, Teresita U r r e a fue u n a J u a n a de A r c o mexicana. A l g o tenía Teresa de l a Doncella de Orleáns; no empuñó jamás
u n arma n i se puso a l frente de ningún ejército, pero l a D o n c e l l a de
Cabora supo inspirar en los hombres l a fe y l a confianza en l a fuerza
d e l derecho y lanzarlos a acciones heroicas de las que n o h u b i e r a n sido
capaces sin l a inspiración de l a i l u m i n a d a . L a D o n c e l l a de Cabora,
como la de Domrémy, recibía inspiración d i v i n a y, como l a francesa, fue
declarada santa, aunque no p o r las altas dignidades de l a Iglesia, sino
p o r los indios. Y tan válida es en última instancia u n a declaración como
l a otra.
Teresa U r r e a nació en O c o r o n i (Sinaloa), el 15 de octubre de 1873.
Su padre, d o n T o m á s U r r e a , era dueño de u n pequeño pero próspero rancho ganadero en l a confluencia de las cuencas de los ríos M a y o y Y a q u i ,
Cabora, donde transcurrió l a infancia de l a niña. Inesperadamente,
cuando ésta cumplía doce años y entraba en l a pubertad, empezó a
enfermar de ataques nerviosos a l parecer de carácter cataléptico. Después
de u n o de estos ataques, cuyos efectos se prolongaron demasiado, se d i o
por muerta a Téresita. P o r eso l a ranchería de Cabora se estremeció
ante u n hecho "sobrenatural": ¡la pequeña había resucitado! N a d i e
podía dudar de aquel milagro. T o d o s l a habían visto rígida, con l a p a l i dez de la cera; le habían rezado y llorado, y ahora estaba otra vez allí
como si no h u b i e r a ocurrido nada.
Pero lo más convincente para los indios fue el hecho de que, después
de haber "resucitado", Teresa apareció dotada de u n extraño poder: algo
raro había en sus ojos, en sus manos, en su voz. A su lado encontraban t r a n q u i l i d a d y consuelo quienes atravesaban por u n a crisis m o r a l ;
salían de su casa fortalecidos y animosos, con u n a gran confianza en sí
mismos. L u e g o empezaron a circular rumores de que hacía curaciones
maravillosas, con l a sola imposición de sus manos, con e l f l u i d o magnético de sus ojos. L a fama de Teresa se extendió p o r los valles y por l a
sierra. De todas partes llegaban peregrinos con su carga de dolores físi-
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eos y morales. C u a n d o se presentaban ante l a joven, ésta ya sabía cuáles
eran sus preocupaciones. T o d o s salían reconfortados y regresaban a su
p u e b l o a cantar las glorias de l a Santa de Cabora, b i e n provistos de l a
panacea milagrosa: u n poco de aceite mezclado con tierra de Cabora.
D o n T o m á s U r r e a , fastidiado con las impertinencias de tanto visitante
renegaba contra los importunos, con l o mejor del vocabulario campesino, hasta que l a realidad descubrió las ventajas que para él podría tener
aquel alud h u m a n o . Naturalmente, dentro de l a ortodoxia del nuevo
culto no se podía afirmar que d o n Tomás hubiera descubierto u n negocio productivo a l proveer de carne, leche y demás productos de su rancho
a los millares de peregrinos que llegaban a Cabora. D o n T o m á s tuvo que
"convertirse" a l a nueva religión —el "teresismo"— mediante u n m i l a gro, como es de r i g o r en estos casos de incrédulos. L a santa escogió para
su padre u n o de los milagros más milagrosos que p u d i e r a n imaginarse,
a f i n de que no le quedara n i n g u n a d u d a .
U n reportero de El Monitor Republicano que estuvo en C a b o r a cuenta
que en u n a ocasión llegó entre los peregrinos u n visitante con u n a calvicie m u y avanzada y preguntó por Teresita U r r e a , l a Santa de C a b o r a . . .
— ¡Qué santa n i qué u n a c h i n . . . ! —contestó el ranchero m a l h u m o r a d o ;
y luego, mirándose en e l espejo de l a calva del peregrino añadió:
— M i hija será santa e l día que a usted le salga e l p e l o . . .
D o n Tomás se quedó pasmado —cuenta el reportero de El Monitor
(enero 3 de 1890)— cuando vio a l peregrino salir del despacho de l a santa
luciendo el esbozo de u n a abundante cabellera.
E l rancho de d o n T o m á s se volvió floreciente. Se tenían que matar
todos los días varias reses, que, p o r cierto, reaparecían "milagrosamente"
vivas a l día siguiente. Alrededor d e l nuevo culto surgieron luego todos
los vicios humanos: puestos de bacanora, de sotol, de albures, de loterías,
de fritangas, etc. L a feria de Cabora empezaba a hacerse famosa. A l
mito siguió l a realidad h u m a n a . L o pagano y l o místico, mano a mano.
P e r o aparte los "milagros", a Teresita U r r e a le d i o por predicar
"doctrinas m u y l i b r e s " (según el reportero de El Monitor). A f i r m a b a , por
ejemplo, "que todos los actos del gobierno y del clero eran malos". Sus
doctrinas de l i b e r t a d y justicia, atractivas de suyo, pero que además tenían el prestigio de ser expuestas p o r u n a virgen a q u i e n se suponía en
contacto con l a d i v i n i d a d , i n f l a m a r o n los pechos de aquellas víctimas
de l a dictadura que no veían en el horizonte de México l a más remota
esperanza de salvación. L o sobrenatural era su último refugio. P a r a
aquellos indios perseguidos, despojados, deportados como esclavos a Y u catán o V a l l e N a c i o n a l , a quienes l a tiranía porfirista había quitado todo,
hasta e l derecho a l a vida, no había n i n g u n a d u d a de que aquella m u chacha devuelta a l a v i d a por el cielo traía u n mensaje d i v i n o : l u c h a r
por l a l i b e r t a d con apoyo en el G r a n Poder de Dios.
U n o de los peregrinos curados p o r Teresa U r r e a , e l señor A n t o n i o S .
Cisneros, denunció u n a m i n a en el cerro de San Diego, cerca de L a Aseen-
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sión
Al
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( C h i h u a h u a ) , a l a cual puso el nombre de " L a Santa de C a b o r a " .
mismo tiempo se convirtió en u n a especie de apóstol de l a nueva
religión, extendiendo p o r l a sierra el prestigio de l a i l u m i n a d a . L a fama
de Teresa cundió rápidamente, tanto p o r sus dotes de taumaturga como
por
sus prédicas de l i b e r t a d y justicia. Quienes podían hacerlo, cruza-
b a n l a Sierra M a d r e para i r a visitar a l a Santa y volvían maravillados a
d i f u n d i r l a nueva f e . . . y el propósito de l u c h a contra l a opresión. Teresa
U r r e a se había convertido en bandera política contra l a dictadura.
E L CASO DE T O M O C H I C
Este pequeño pueblo de no más de 300 habitantes, perdido entre las
arrugas de l a sierra de C h i h u a h u a , vivía u n a v i d a casi p r i m i t i v a , defend i e n d o su ganado contra las incursiones de los apaches y cultivando sus
pequeñas parcelas en el valle. E r a u n p u e b l o de cazadores que vivía con
e l wínchester a l brazo tanto p a r a defenderse de todos los peligros como
p a r a proveerse de las piezas de caza necesarias en su vida.
E r a n por lo
m i s m o magníficos tiradores. H o m b r e s rudos, leales, sinceros, sencillos, de
u n a sola pieza, y profundamente religiosos.
E n u n a ocasión h i z o u n a visita a l pueblo e l gobernador de C h i h u a h u a , señor L a u r o C a r r i l l o q u i e n , en p l a n de turista, visitó irreverente el
pequeño templo donde descubrió, en l a composición de u n gran cuadro,
unas imágenes de San Joaquín y Santa A n a de m u c h o mérito artístico.
O r d e n ó a l a a u t o r i d a d d e l pueblo que recortaran aquellas figuras y se
las r e m i t i e r a n a l a capital d e l Estado. Así l o hizo el jefe político, pero los
tomochitecos protestaron con tal energía y decisión, que el gobernador
se v i o obligado a regresar las telas y hacer que fueran cosidas con p i t a
en e l cuadro de donde se habían arrancado.
E l gobernador C a r r i l l o no perdonó n u n c a l a descortesía de los tomochitecos y se mostró siempre dispuesto a escuchar todas las quejas que
se l e presentaban contra ellos, todas las calumnias de quienes
habían
recibido a l g u n a lección de d i g n i d a d de parte de los altivos serranos. U n
empleado de l a compañía inglesa que explotaba e l m i n e r a l
Altos, Joaquín
Chávez, era e l p r i n c i p a l
de Pinos
instigador de esas calumnias;
llegó en a l g u n a ocasión a amenazarlos con l a leva utilizando su influencia
cerca
d e l gobernador.
Habiéndolos
denunciado como
rebeldes
y
autores de u n supuesto intento de asalto a l a conducta, el gobierno d e l
Estado ordenó, sin n i n g u n a averiguación, que fuesen fusilados, sin formación
de
causa, aquellos a quienes se quiso acusar d e l imaginario
delito.
T o m o c h i c fue declarado en estado de rebelión
por el gobierno de
C h i h u a h u a y se organizó contra el p u e b l o u n a expedición p u n i t i v a de tipo
tuxtepecano p a r a acabar de u n a vez con l a soberbia y altivez de los de
Tomochic.
E l 7 de diciembre de 1891 se p r o d u j o el p r i m e r encuentro.
Los tomochitecos h i c i e r o n honor a su fama de fieros, indomables y buenos
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tiradores. Después del p r i m e r combate con los federales, los de T o m o c h i c
t o m a r o n u n a determinación: i r todos a visitar a l a Santa de Cabora,
tanto para evitar fricciones con los federales como para recibir consejo
e inspiración. Se encaminaron p o r l a sierra que conocían como nadie.
E l gobierno destacó en su persecución a l 11^ batallón, a l mando d e l
capitán E m i l i o Enríquez. E l encuentro fue en Álamo de Palomares
el 2 7 de diciembre. Los federales fueron vencidos; el capitán murió en e l
combate l o mismo que otros oficiales, y los tomochitecos recogieron
u n i m p o r t a n t e botín de armas y parque.
D e T o r i n salió entonces en su busca u n a c o l u m n a a l mando d e l
c o r o n e l L o r e n z o Torres. H u b o encuentros en Peñitas y Estrella. Los
de T o m o c h i c procuraban r e h u i r el encuentro con los federales; pero,
atacados, se veían obligados a defenderse. N o tomaron nunca l a ofensiva.
Su único deseo era regresar a su pueblo a trabajar. E n enero de 1 8 9 2
estaban de regreso.
A l g o extraordinario había o c u r r i d o durante l a visita a l a Santa de
C a b o r a . U n o de los vecinos d e l pueblo, José Carranza, había sido curado
de u n t u m o r p o r Teresita; a l despedirse, ella le dijo, acariciándole las
barbas:
— ¡ C ó m o se parece usted a San José!
A l g u n a de las devotas que escuchó eso divulgó luego l a versión adulterada de q u e l a Santa de C a b o r a había dicho que aquel hombre era
San José en persona. E l pobre serrano, víctima de l a histeria mística
colectiva, regresó a T o m o c h i c decidido a c u m p l i r su destino sobrenatural.
Los tomochitecos habían tomado a su vez u n a resolución inspirada en las
prédicas de Teresa: en lo sucesivo no reconocerían más autoridad que
i a d i v i n a , n i obedecerían más ley que l a de Dios. E n su p l a n estaba l a
transformación d e l culto católico desechando l a intervención de los sacerdotes y sustituyendo las imágenes p o r santos de carne y hueso.
E l día que llegó "San José" se le hizo u n a gran recepción y se le
condujo a l a iglesia. E l c u r a M a n u e l Gástelo intervino. Desde e l pulp i t o injurió a los tomochitecos p o r sus desviaciones y negó l a santidad
de Teresa U r r e a y de José Carranza a quienes, p o r l o demás, reconocía
muchas virtudes personales. Los tomochitecos, indignados, arrojaron a l
sacerdote de l a iglesia y escogieron a l patriarca d e l pueblo, C r u z Chávez,
p a r a q u e asumiera l a dirección d e l culto. E l c u r a tuvo que refugiarse en
casa d e l presidente m u n i c i p a l , J u a n Ignacio Enríquez, y finalmente
abandonó e l p u e b l o para instalarse en Uriáchic.
E n marzo de 1 8 9 2 se vencía e l plazo en que el sacerdote debía c u b r i r
u n a deuda que tenía con C r u z Chávez, consistente en dos yuntas de
bueyes. E l cura Castelo, aprovechándose de l a situación irregular que
prevalecía en T o m o c h i c , dejó de c u m p l i r su compromiso. Chávez envió
u n emisario a l sacerdote, pero los bueyes no llegaban a T o m o c h i c . E n tonces C r u z Chávez envió nuevamente u n p r o p i o con l a siguiente carta
p a r a e l cura:
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" B i s t a l a suya de fecha 4 de j u l i o R e l a t i v a a la causa que usted
me manifiesta aberla ebitado y que a l a vez le está ebitando el
aserme el pago de que me es deudor N u n c a esperaba l i o que conseptos tan inútiles le bastaran a usted p a r a pretender distraerse de u n a
hobligacion tan justa y legal como l a que tiene de aserme m i justo
pago pues s i n cansar mas l a atención suplico a usted que con el portador de esta que es M a r s e l i n o H e r r e r a me mande usted pagar $ 60
en moneda corriente balor que equibale de otras dos yuntas de
Bueyes que conseguí para remediar mis necesidades pues usted sabe
que l a fuerza federal nos dejó c i n elementos a entelijencia de que
ci en esta bez n o tiene p u n t u a l i d a d en aserme el pago de que refiero me bere obligado a pasar a ese lugar a consta de usted con
mis compañeros y por dondequiera que ande uno deberemos estar
todos a entelijencia que cada persona de los que me acompañen le
gana cuatro pesos diarios pues en este cuerpo no hay
distinción
de clases todos somos iguales pues todos gosamos del mismo haber.
L o que pongo en conocimiento de usted para su entelijencia pues
como l a hobligacion de usted es pagar en este lugar cirbase usted
arreglar el biaje a l embiado según usted y el se convengan y S i n
mas quedo en espera de sus ordenes y SS C r u z Chávez. T o m o c h i c ,
agosto 25 de 1892."
E l cura pagó en el acto los 60 pesos, más los gastos del emisario, pero
desde ese momento se convirtió en e l peor enemigo de los tomochitecos.
E L 2 DE SEPTIEMBRE DE 1892
E n T o m o c h i c ocurría algo extraordinario. E l pueblo parecía
atacado
p o r u n a psicosis colectiva de misticismo. U n a nueva y o r i g i n a l reforma
d e l culto católico se estaba operando allí. T e n i e n d o a San José era lógico que apareciera también Jesucristo, y apareció en efecto, poco tiempo
después, e n Chopeque, cerca de T o m o c h i c , y luego surgieron otras dos
santas, C a r m e n María y B a r b a r i t a . E r a u n a verdadera epidemia de santidad.
L o s tomochitecos se pasaban hasta seis horas diarias rezando, o entregados a l a meditación cuando se les agotaba e l n o m u y variado repertorio de oraciones y jaculatorias improvisadas, dirigidas p r i n c i p a l m e n t e
a l a Santa de C a b o r a . T e r m i n a d o s los extraños oficios, el patriarca C r u z
Chávez, convertido e n
director espiritual de
la
c o m u n i d a d , daba
la
bendición a los fieles d e l nuevo culto. E r g u i d o , a l pie d e l altar, aquel
h o m b r e de 40 años, corpulento, vigoroso, barbado
(hubiera parecido u n
conductor de pueblos de l a antigüedad a n o ser p o r las carrilleras q u e
cruzaban su pecho), destacaba
su silueta sobre e l nicho sagrado
que había sido expulsado e l abstruso concepto de l a d i v i n i d a d .
del
Estaba
ahora allí u n Jesucristo de carne y hueso, tangible, dispuesto siempre a
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escuchar las quejas de los tomochitecos y a dar una respuesta inmed i a t a , concreta, u n consejo o u n a esperanza.
E l Jesucristo de Chopeque
estaba en comunicación constante c o n Dios, y por l o tanto sus palabras
debían ser infalibles. ¿No daba l o mismo creer en esto que en lo otro?
Se había creado u n a nueva l i t u r g i a .
L i t u r g i a sencilla, ranchera, de
hombres rudos, s i n m u c h a imaginación. E l sincretismo tomochiteco se insp i r a b a evidentemente en e l de los mayos y yaquis que también arrojaron
a los curas de sus iglesias y crearon su p r o p i a l i t u r g i a y su p r o p i o
sacerdocio. L a Santa de C a b o r a se decía autorizada por Dios p a r a bautizar, casar y administrar c u a l q u i e r sacramento. ¿No era más satisfactorio
r e c i b i r éstos de manos de u n a virgen inspirada y n o de las de u n sacerdote
explotador, ambicioso y pérfido como los que habían conocido?
E l r i t u a l d e l nuevo culto se basaba en l a n a t u r a l i d a d y sinceridad
humanas.
E r a u n a combinación ingenua de l o místico y l o real.
Al
terminar los oficios de l a " f a t i g a " (nombre que daban a las ceremonias
que celebraban en el templo), C r u z Chávez, de espaldas a l altar, se prep a r a b a para dar l a bendición.
A l z a n d o e l brazo poderoso, l o
dejaba
caer rígido, bruscamente, cortando e l aire como con dos hachazos definitivos, a l a vez que decía:
—Hermanos míos, os doy m i bendición.
T o d o s los fieles, de p i e , alzando e l brazo derecho a l a a l t u r a de l a
frente, contestaban en coro:
— L a recibimos.
R E I N A B A E N T O M O C H I C l a calma precursora de l a tormenta. E l gobierno
se preparaba p a r a el ataque pero, conociendo l a situación estratégica d e l
p u e b l o rodeado de montañas, l a condición de los tomochitecos, su resolución de defender sus derechos a toda costa y sobre todo su b r a v u r a y
su h a b i l i d a d en e l manejo d e l wínchester, prefería llegar a u n arreglo
pacífico.
Iban y venían emisarios tratando de lograr u n acuerdo enga-
ñoso. E l más constante era el d i p u t a d o T o m á s Dozal H e r m o s i l l o ; estaba
empeñado en conseguir l a sumisión de los tomochitecos; pero a cambio
de ese sometimiento n o ofrecía nada. Rendición i n c o n d i c i o n a l , tal era
l a última p a l a b r a de T u x t e p e c .
Y eso significaba para los hombres de
T o m o c h i c la ley fuga, l a leva, l a deportación, l a esclavitud. E l acuerdo
fue
unánime:
antes
morir
que
rendirse.
Y
se
aprestaron
para
la
defensa.
E l gobierno federal mandó 200 soldados p a r a someter a l p u e b l o altanero que se permitía l a l i b e r t a d de arrojar al cura de su templo y negarle a l gobernador unas cuantas imágenes de santos; que
protestaba
p o r q u e los funcionarios de C i u d a d G u e r r e r o se aprovechaban d e l candor
de alguna bella serranita, que se negaba a cooperar con e l funcionar i o de l a compañía inglesa de P i n o s Altos, y que, peor aún, sostenía
que aquellas tierras eran suyas y n o se mostraba dispuesto a cederlas
a ninguna deslindadora...
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una
GILL
Los de T o m o c h i c recibieron a los soldados en el valle. Les parecía
ventaja excesiva, deshonrosa, cobarde, aprovechar las magníficas po-
siciones estratégicas de sus cerros contra 200 soldados.
L a batalla se
trabó en condiciones de relativa igualdad, pues en e l p u e b l o no había
200 hombres armados. U n grupo de federales, mandados p o r e l teniente
coronel José María Ramírez, logró apoderarse d e l cementerio del pueblo; C r u z Chávez, con cuatro tomochitecos, los desalojó de esa posición.
Los d e l gobierno, en situación comprometida, se dispersaron dejando en
manos de los tomoches muchos muertos, armas y prisioneros, entre ellos
e l teniente coronel Ramírez.
De este desastre de las fuerzas federales no i n f o r m a r o n los periódicos.
L a censura era absoluta. Además, T o m o c h i c era u n p u e b l o p e r d i d o
en l a sierra de C h i h u a h u a , a 15 leguas de C i u d a d Guerrero y seis días
de camino de l a capital d e l Estado. Los periódicos de l a capital inform a b a n de movimientos de tropas sin que se supiera hacia dónde eran
destinadas. A l g o se preparaba, evidentemente. T u x t e p e c trataba de vengar l a afrenta d e l 2 de septiembre.
L A LIBERTAD O L A MUERTE
Las gestiones para lograr l a rendición i n c o n d i c i o n a l de T o m o c h i c habían fracasado.
E l d i p u t a d o Dozal H e r m o s i l l o propuso u n decreto de
amnistía p a r a los orgullosos serranos, pero el congreso de C h i h u a h u a
rechazó el proyecto. N o quedaba otro camino que e l de someter p o r l a
fuerza a quienes así desafiaban a l régimen.
estaba empeñado en esa acción.
E l prestigio del porfiriato
¿Cómo podría conservarse l a paz si no
se hacía u n b u e n escarmiento? Además, el país vivía en esos momentos
una
situación crítica.
E n varias regiones de l a república existía u n es»
tado de insurgencia: C a t a r i n o Garza en la frontera constituía u n a preocupación neurálgica de d o n P o r f i r i o , no tanto por l a personalidad del jefe
de l a rebelión como p o r e l hecho de tener como base de operaciones el
territorio de
municiones.
los Estados U n i d o s , donde podía
proveerse
de armas y
Se sabía, asimismo, de u n a conspiración de mexicanos en
territorio norteamericano, con vistas a l derrocamiento d e l régimen.
Hacía poco que los indios mayos se habían sublevado a l grito de
" ¡ V i v a l a Santa de C a b o r a ! " , " ¡ V i v a l a L i b e r t a d ! "
Más de 200 indios
mayos, encabezados p o r J u a n Tebas y M i g u e l T o r i g o q u i , tomaron l a plaza
de Navojoa e l 15 de mayo de 1892, matando a l jefe político C i p r i a n o
Rábago y a varios vecinos prominentes, extorsionadores de los indios.
Otros movimientos subversivos se habían p r o d u c i d o en e l Noroeste, en
Michoacán, en Oaxaca y Tehuantepec.
E l general A b r a h a m B a n d a l a , jefe de l a 1^ zona m i l i t a r , movilizó
sus fuerzas p e r o , conocedor de l a causa de las sublevaciones, y de que
el foco de l a agitación era el rancho de C a b o r a , se presentó con 100
hombres e n casa de Teresita U r r e a .
E l general h i z o saber a l a m u c h a -
LA SANTA
DE
CABORA
635
c h a de 18 años que el gobierno "consideraba sumamente perjudicial su
p e r m a n e n c i a en ese l u g a r " y, por lo mismo, exigía que se trasladara a l
p u e b l o de Cócorit.
Los U r r e a , padre e h i j a , fueron expulsados de Ca-
b o r a , de esa nueva Meca adonde peregrinaban los indios en busca de
s a l u d , de consuelo y . . . directivas políticas. D e tan absurdo nadie se atrevía a confesarlo entonces, pero esa muchacha que el reportero de El
nitor
Mo-
describía como de "aspecto vulgar, fea, delgada, de tez amarillenta
y d e ojos grandes, negros y sin b r i l l o " , tenía de hecho en jaque a l dictad o r omnipotente.
L a detención de Teresa agravó l a situación. Nuevos grupos indígenas
se l a n z a r o n a l a lucha. E l general B a n d a l a gestionó entonces p o r cond u c t o de Izábal, gobernador de Sonora, que l a santa fuese expulsada del
t e r r i t o r i o n a c i o n a l para i m p e d i r l e todo contacto con los "fanáticos". E l
día 5 de j u l i o de 1892 e l cónsul de México en Nogales informaba de
l a llegada a ese lugar de Teresa U r r e a y su padre; de que a l día sig u i e n t e habían quedado instalados en u n a casa, gracias a los donativos de
varios partidarios; que u n a corriente constante de visitantes entraba y
salía de esa casa, y que l a prensa norteamericana hablaba de ella como
de " u n a mártir perseguida p o r el gobierno de P o r f i r i o Díaz".
L a omnipotente dictadura había considerado necesaria, para l a estab i l i d a d del régimen, l a expulsión de l a enferma de Cabora, Teresita
U r r e a , jde 18 años de edad!
E N T R E TANTO, se estrechaba el círculo de fuego sobre T o m o c h i c .
Los
federales incendiaron las trojes cercanas para dejar a l pueblo sin víveres.
C r u z Chávez, e l patriarca, había p e r m i t i d o l a entrada del doctor F r a n cisco A r e l l a n o , d e l 5^ batallón, para que curara a los heridos, pero éstos
se negaron a ser atendidos, prefiriendo el ungüento de jabón, sebo y
t i e r r a de C a b o r a que les había dado Santa Teresa.
E l día 15 de octubre
d e 1892, en vísperas del ataque de los federales, el teniente coronel R a mírez solicitó h a b l a r con C r u z Chávez, y le dijo:
— S i sigo aquí sin asistencia médica adecuada, m e moriré lentamente.
Le
suplico, pues, que me mande
fusilar inmediatamente, o que
me
ponga en l i b e r t a d para i r a curarme a C i u d a d Guerrero.
C r u z Chávez reunió a l Consejo, compuesto p o r sus hermanos M a n u e l
y D a v i d , Jesús y Carlos M e d r a n o , los hermanos L o z a n o y Jorge O r t i z .
L o s jefes deliberaron y decidieron rechazar l a solicitud.
C u a n d o se le
comunicó a éste l a decisión de los jefes tomochitecos, insistió con energía e n que se l e fusilase en seguida.
Y a n o pedía l a l i b e r t a d , sino l a
m u e r t e i n m e d i a t a . L o demandó con tal convicción y sinceridad, que C r u z
Chávez consideró necesario convocar nuevamente
a l Consejo y reconsi-
derar el caso. Gracias a l a intervención de los Chávez se convino entonces
en p o n e r l o en l i b e r t a d absoluta, pero advirtiéndole que debía agradecer
ese beneficio a Santa Teresita de C a b o r a , cuyo santo se celebraba en esa
fecha, 15 de octubre.
636
MARIO
GILL
P a r a despedir a Ramírez, C r u z Chávez, que sentía por e l m i l i t a r u n
g r a n respeto y simpatía a causa de su valor, hizo formar a todos los
tomochitecos armados para que les pasara revista antes de partir y p u d i e r a n despedirse de mano del valiente enemigo. E l teniente coronel
revistó a l a tropa serrana y estrechó l a m a n o de cada u n o , emocionado
p o r aquel rasgo de nobleza; naturalmente tuvo e l cuidado de contar
los apretones de mano: fueron 105. B a r t o l o Ledesma, que casualmente
pasaba por e l pueblo, aceptó conducir a Ramírez hasta C i u d a d Guerrero.
E l m i l i t e porfiriano habló luego en México ante los periodistas con
g r a n respeto y admiración hacia los tomochitecos. Chávez en persona
atendía a Ramírez, lo curaba y le llevaba de comer, cuando había qué
c o m e r . Los de T o m o c h i c compartían l o que tenían con los prisioneros:
dos tortillas en l a mañana y dos en l a noche. Ésa era l a ración n o r m a l
p a r a todos. C u a n d o conseguían carne o papas, los prisioneros particip a b a n del festín. Además, los tomoches dejaban a los presos en libertad
d e asistir o no a las ceremonias de l a "fatiga"; n u n c a se les presionó en
n i n g ú n sentido; en T o m o c h i c había u n régimen de hermandad y tolerancia.
C o n t r a esos hombres que no habían cometido ningún delito, a no
ser e l de rechazar los ataques de que habían sido víctimas, se lanzó toda
l a f u r i a tuxtepecana. P a r a T o m o c h i c no había ya n i n g u n a alternativa
posible, p o r q u e l a rendición equivalía también a l a muerte o, l o que
era peor, a l a esclavitud. D e c i d i e r o n entonces m o r i r , pero cobrando u n
a l t o precio p o r sus vidas.
L a prensa d e l país hablaba de los tomoches como de unos fanáticos
q u e se habían vuelto locos. Y en r e a l i d a d , en e l ambiente de terror
e n que se vivía, l a gallardía y d i g n i d a d de T o m o c h i c era u n a l o c u r a ;
fanáticos, l o eran efectivamente, pero era e l suyo u n fanatismo revolucionario: su culto a l a Santa de C a b o r a , l a creación de sus propios
santos vivos y l a expulsión d e l cura Castelo eran, en efecto, u n a rebelión
en contra de l a Iglesia católica. H a s t a llegó a hablarse en algunos
periódicos de u n a nueva reforma religiosa pretendida p o r los tomochitecos. Los valientes serranos habían identificado e l culto a l a Santa de
C a b o r a con e l culto a l a l i b e r t a d . Las prédicas ardientes de aquella
m u c h a c h a q u e en el nombre de Dios condenaba a los tiranos y a los
explotadores, habían calado m u y h o n d o en los espíritus primitivos de
los hombres de l a sierra. A falta de líderes políticos que encabezaran
a las masas o p r i m i d a s y las condujeran a l a l u c h a organizada m i l i t a r mente, Teresa U r r e a había s u b l i m a d o e l descontento
tiéndolo en u n a aspiración mística.
p o p u l a r convir-
L A EPOPEYA DE T O M O C H I C
E l ejército federal había estado preparando con todo cuidado l a ofensiva d e l desquite. E l general Rosendo Márquez, jefe de l a 2* zona m i l i t a r ,
entregó e l m a n d o de l a fuerza expedicionaria a l general José María R a n -
LA SANTA
DE
CABORA
637
gel otorgándole a l mismo tiempo "facultades discrecionales". E l general
en jefe contaba con los contingentes de los batallones 5^, o?, n*?,
12<? y 24*?, más 150 guardias nacionales de Sonora a l mando d e l general
L o r e n z o Torres y u n cuerpo de voluntarios reclutados en los pueblos de
San Andrés, Guerrero, B a c h i n i v a y Arisiáchic. E r a n en total más de 1,500
hombres bien armados y amunicionados, con artillería y suficientes provisiones.
E n T o m o c h i c habían quedado encerrados 105 hombres armados con
wínchester y tres cananas: u n a en l a c i n t u r a y dos cruzadas a l pecho.
A los niños de 13 a 14 años que quisieron l u c h a r a l lado de sus padres
se les proporcionó u n rémington p o r ser más liviano. De los 105 h o m bres que había, C r u z Chávez hizo salir 40 a l mando de José María
L o z a n o , de Y o q u i b o , y A n t o n i o C h a p a r r o , de Cusihuiriáchic, con instrucciones secretas. Así, pues, quedaron 65 hombres en el pueblo listos
p a r a resistir el ataque de los 1,500 soldados federales: 23 por 1.
E l combate se inició e l 20 de octubre de 1892. Chávez había distrib u i d o sus hombres en los sitios estratégicos con órdenes de economizar
municiones. E l general R a n g e l tomó el cerro de l a M e d r a n o , frente a l
p u e b l o , para emplazar su artillería, y se inició e l cañoneo sobre las posiciones tomochitecas. E l p r i m e r objetivo fue l a casa de Encarnación
L o z a n o , donde se guardaban 1,000 fanegas de maíz, las cuales fueron
convertidas en cenizas. T o d o s los asaltos sobre el pueblo fueron rechazados con pérdidas tremendas para los federales. Los tomoches eran
excelentes cazadores; sus blancos predilectos eran los quepis de los
oficiales.
E l cañón seguía su tarea de destrucción paulatina, pero como era u n a
pieza de pequeño calibre y sus efectos destructores resultaban m u y lentos, R a n g e l decidió incendiar e l p u e b l o , casa por casa, de l a periferia a l
centro.
Las mujeres y los niños que las habitaban salían a refugiarse
a l a iglesia. Los incendiarios, después de prender fuego, saqueaban las
casas llevándose cuanto había aprovechable, como gallinas y cerdos.
U n a de las operaciones más sangrientas fue l a ocupación del cerro
de l a Cueva, posición clave de l a defensa de T o m o c h i c . Los intentos
d u r a r o n varios días. Las laderas de l a montaña quedaron cubiertas de
centenares de cadáveres de soldados. R a n g e l tuvo que echar mano de u n
recurso especial p a r a a n i m a r a sus hombres. A su cuartel general llegó
u n cargamento de sotol.
C o n este expediente y l a orden de disparar
contra el que retrocediese, después de varios intentos los soldados del $>
batallón lograron apoderarse d e l cerro. E l combate duraba ya cinco días.
T o m o c h i c quedaba reducido, p a r a su defensa, a l a iglesia y l a casa fortificada de Cruz Chávez, E n e l cuartel general se celebró l a victoria con
una g r a n comelitona y borrachera. Abajo, los tomochitecos distribuían
raciones de maíz tostado, rezaban, mataban desde sus troneras y enterraban a sus muertos en sus casas de acuerdo con las nuevas ceremonias
de su l i t u r g i a .
MARIO
638
GILL
Cuando escaseaba el agua a los sitiadores, las mujeres bajaban a l
riachuelo d e l valle. Escribe H e r i b e r t o Frías en su Tomochic: " C o n toda
audacia, con plena abnegación, las pobres soldaderas bajaban por entre
las escarpaduras del flanco derecho del cerro, girando en torno de los
más altos picachos, sangrando sus p i e s . . . , agarrándose a los matorrales
p a r a no caer, siempre parlanchínas, mezclando entre sus crudas obscenidades de léperas irreductibles, devotas invocaciones a los santos. . . Y a
riesgo de ser cazadas por los tomoches de las últimas casas d e l p u e b l o ,
o p o r la g u e r r i l l a de l a torre, avanzaban hacia el llano, hasta l a margen
d e l río donde llenaban por docenas las ánforas de l a tropa. Mientras unas
hacían provisión de agua, otras se arrodillaban, de cara a T o m o c h i c , levantando los brazos en cruz, como en actitud de o r a r . . . Creían que,
viéndolas en tal actitud, los tomochitecos no se atreverían a disparar
sobre ellas, y en efecto, jamás esos maravillosos tiradores dispararon sobre
aquellas hembras que proveían de agua fresca y l i m p i a a «los hijos de
Lucifer». ¡Los caballerosos hijos de l a sierra no mataban mujeres!"
Otro rasgo que define l a caballerosidad de C r u z Chávez y su gente
fue el de poner en l i b e r t a d a los prisioneros que tenía guardados desde
l a batalla del 2 de septiembre. V i e n d o que los federales incendiaban
metódicamente u n a a u n a las casas del pueblo y que llegaría su turno
a l a que habitaban los prisioneros, dispuso que éstos fueran liberados;
ellos no tenían por qué participar en el sacrificio colectivo d e l p u e b l o .
Sólo quedaba a los de T o m o c h i c l a iglesia y l a casa de C r u z Chávez.
R a n g e l ordenó el asalto al reducto más importante, e l templo. D e esa
comisión se encargó a l 11 batallón, a l que se distribuyó u n a ración extraordinaria de sotol. Los soldados, cargados de petróleo para incendiar
el portón de l a iglesia, cruzaban e l río teniendo que afrontar las balas
tomochitecas si avanzaban, o las de sus propios oficiales si retrocedían.
Muchos cayeron antes de llegar a l atrio. Desde e l cerro de l a Cueva, a
cuyo pie se hallaba l a iglesia, se lanzaron sobre el templo muchos botes
de petróleo. E n pocos momentos l a vieja capilla construida por los jesuítas era u n a hoguera espantosa en l a que se mezclaba el estruendo de
los techos que se desplomaban con los gritos de " ¡ V i v a l a Santa de Cabora!", " ¡ V i v a el G r a n Poder de D i o s ! "
9
Quienes podían h u i r de aquel infierno eran cazados a l salir p o r los
soldados apostados a corta distancia; algunas mujeres se arrojaron desde
lo alto de l a torre, en u n ataque de desesperación. Los que p u d i e r o n
escapar se refugiaron en l a casa de C r u z Chávez, construida con adobes
m u y firmes y defendida p o r unas cercas de troncos; en l o alto, ondeaba
la bandera nacional. E l f i n se acercaba. E l fuego de los sitiados se hacía menos n u t r i d o . E l general R a n g e l tocó a parlamento y exigió nuevamente la rendición incondicional.
— N o nos rendimos —fue l a respuesta.
Y de las aspilleras salieron los gritos obsesivos:
—¡Viva l a Santa de Cabora!
la Libertad!
¡Viva Santa María de T o m o c h i c !
¡Viva
LA SANTA
DE
CABORA
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L o único que pidió C r u z Chávez fue que se dejara salir a las familias
de quienes habían muerto ya en l a l u c h a . Las demás preferían
al l a d o de sus hombres.
morir
U n a caravana espantosa de espectros ennegrecidos por el h u m o , que
apenas podía arrastrarse después de ocho días de hambre, de v i g i l i a y
de terror, salió de l a casa de C r u z Chávez^ E r a n 40 mujeres y 71 niños.
D e n t r o quedaban los muertos y los que pronto i b a n a m o r i r .
LIBERTAD Y CONSTITUCIÓN
Las
las e n
de las
perros
páginas más emocionantes d e l l i b r o de H e r i b e r t o Frías son aqueque describe los últimos momentos de T o m o c h i c . E l espectáculo
casas ardiendo en l a noche, en e l pequeño valle; los aullidos de los
hambrientos que, a l lado de los cadáveres de sus amos, impedían
en luchas terribles con los cerdos que éstos devoraran los cadáveres p u trefactos; l a desolación, el h u m o de los restos humeantes* el silencio
espantoso sólo turbado por los ladridos de los perros que l l o r a b a n a sus
amos.
E l último día en l a madrugada el cañón inició l a faena definitiva:
demoler l a casa de C r u z Chávez; pero en vista de su fortaleza, se prefirió
el fuego. E n u n arranque desesperado, los hermanos Carlos y Jesús M e d r a n o se lanzaron con u n pequeño grupo hasta donde se hallaba el gen e r a l R a n g e l , con propósito de matarlo. L a táctica de los tomochitecos
había sido siempre l a de eliminar a los jefes y oficiales. C r u z Chávez había dado instrucciones de que se buscara pacientemente a l oficial y se
respetara hasta lo último al soldado raso. L a g u e r r i l l a de los M e d r a n o
luchó cuerpo a cuerpo a unos cuantos pasos de donde se hallaba R a n gel. T o d o s cayeron en el intento.
E l acto f i n a l consistía en prender fuego al último reducto y quemar
vivos a quienes mantenían aún l a resistencia. Los últimos once hombres,
con C r u z Chávez a l frente, se lanzaron a l ataque entre las llamas. Fueron recibidos p o r u n a descarga cerrada, a corta distancia. Cuatro quedaron muertos y siete heridos, entre ellos el patriarca del pueblo, con u n
balazo en el h o m b r o derecho. Cogió el rifle con l a izquierda e intentó
prepararlo con e l pie; ante l a i m p o s i b i l i d a d de hacerlo, lo arrojó con
rabia a l fuego. E r a el rifle que había usado e l general R a n g e l en el
combate d e l 2 de septiembre.
C r u z Chávez fue presentado al general Lorenzo Torres:
— T e n g o m u c h o gusto en conocerlo —le dijo e l vencido al vencedor—;
sólo lamento que n o haya sido antes.
L e pidió u n trago de coñac, y que l o fusilara e n e l mismo sitio en
que había caído D a v i d , su hermano menor, q u i e n con seis balazos en el
pecho tuvo fuerzas p a r a clavar u n puñal en el pecho de uno de sus
enemigos.
Los siete prisioneros heridos, en contra de las leyes de l a guerra y del
h o n o r , fueron rematados en el lugar en que yacían. Los que aún podían
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h a b l a r m u r i e r o n invocando el nombre de Teresita U r r e a , l a muchacha
q u e había sido capaz de inspirar aquel heroísmo y hacer que u n grupo
d e valientes legara a México u n a de las páginas más honrosas de su
historia.
E n t r e los héroes de T o m o c h i c se recuerda a dos niños de 14 años:
P e d r o M e d r a n o , que cayó sobre los cadáveres de cinco soldados a quienes había matado, y Nicolás Mendía, que sucumbió después de l i q u i d a r
a diecisiete "pelones". L a madre de los M e d r a n o , A n t o n i a Holguín,
d e 68 años de edad, estuvo al lado de sus hijos alentándolos en el combate, y cuando cayeron cogió e l rifle y siguió luchando hasta m o r i r . Los
jefes y oficiales que p a r t i c i p a r o n en l a acción de T o m o c h i c confesaron
después " n o haber visto en ningún otro hecho de armas mayor denuedo
y resolución".
Tres días permaneció todavía en T o m o c h i c el general R a n g e l inciner a n d o los cadáveres. D e l pueblo no quedaba sino cenizas. Las pérdidas
de los federales se calcularon en 600 hombres, sólo en los 9 días de combate que duró l a acción de T o m o c h i c , sin contar las bajas del 2 de
septiembre. D e los tomochitecos m u r i e r o n 80 hombres y otras tantas personas no combatientes. R a n g e l , conduciendo a los supervivientes, mujeres
y niños, entró e n C i u d a d Guerrero a tambor batiente el 3 de noviembre
d e 1892, orgulloso de su "gloriosa v i c t o r i a " tuxtepecana.
E l general Rosendo Márquez terminaba su parte oficial a l a Secretaría de G u e r r a : " E n vista del enérgico castigo sufrido por los fanáticos de
T o m o c h i c , creo que será difícil u n a nueva revolución, pues los pueblos
y l a gente laboriosa de las rancherías h a n quedado agradecidos de l a eficacia con que e l supremo gobierno nacional h a protegido sus vidas e
intereses. L i b e r t a d y Constitución. C u a r t e l General en C i u d a d Guerrer o , C h i h . , el 15 de noviembre de 1892. G r a l . en jefe de l a 2^ Zona
m i l i t a r , Rosendo Márquez".
La Palanca, de C h i h u a h u a , comentaba el 13 de noviembre de 1892:
" H a terminado l a campaña de T o m o c h i c . . . Si el gobierno deja de perseg u i r a los sediciosos, éstos p o r su p r o p i a v i r t u d t e r m i n a n , porque tienen
necesidad de trabajar para mantenerse como siempre l o h a n hecho: honradamente. Está perfectamente averiguado que no r o b a n , y este acto de
m o r a l i d a d que los distingue de todos los revoltosos, hace sospechar que
dándoles tiempo para reflexionar volverán sobre sus p a s o s . . . "
A su vez El Nacional,
de l a c i u d a d de México, p u b l i c a b a el 12 de
enero de 1893 e l siguiente comentario: " T e n i e n d o en cuenta que e l motín tuvo su origen fundamentalmente en las cuestiones de tierras conducidas imprudentemente por las autoridades locales; que ese pueblo fue
siempre trabajador y h o n r a d o . . . , tal vez l a h o r a de l a clemencia haya
l l e g a d o . . . Se i n d i c a l a conveniencia de i n d u l t a r a los restos supervivientes de esa población p a r a que puedan volver tranquilamente a sus hogares . . . "
El Diario
del Hogar, por su parte, decía e l 20 de diciembre de 1892:
LA SANTA
DE
CABORA
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"Sabemos cuál fue el origen de esa desastrosa revolución: n o fue e l fanat i s m o , c o m o se dijo, sino l a p r o p i a defensa de sus vidas amenazadas, de
su h o n r a y de sus intereses atropellados p o r graves violaciones".
C o n el lema que resulta u n grosero sarcasmo de " L i b e r t a d y Constituc i ó n " , P o r f i r i o Díaz había convertido en cenizas, literalmente, a todo u n
p u e b l o y asesinado a u n g r u p o de mexicanos honrados, valientes, caballerosos y nobles como es difícil encontrarlos ya en el mapa nacional, y
q u e n o habían cometido más c r i m e n que e l de defender su derecho a l a
l i b e r t a d , consagrado en l a Constitución.
SEGUNDO ACTO EN TEMOSÁCHIC
Rosendo Márquez, el valiente redactor de partes de guerra que n i siq u i e r a se había asomado con sus catalejos a l campo de batalla de T o m o c h i c , había calculado m a l a l considerar que e l "enérgico castigo impuesto
a los fanáticos" haría difícil u n a nueva revolución. Las "rancherías agradecidas" a l supremo gobierno p o r l a forma tan gentil como se había
conducido en T o m o c h i c e n octubre último, manifestaron m u y pronto su
gratitud.
E l día 4 de a b r i l de 1893,
u
n
g r u p o de tomochitecos de los
q u e C r u z Chávez había hecho salir d e l pueblo tal vez con l a consigna
de vengar a T o m o c h i c , se sublevaron en e l pueblo de Temosáchic con
e l viejo grito de guerra: " ¡ V i v a e l G r a n Poder de Dios!", " ¡ V i v a l a Santa
de C a b o r a ! "
L o s jefes del m o v i m i e n t o eran los hermanos Celso y Simón A n a y a .
N o era éste u n acto de defensa ante l a agresión como en el caso de
T o m o c h i c ; era u n a verdadera revolución en contra de l a dictadura sadista; era una guerra reivindicativa. E l pequeño grupo entró a l a población de A n i q u i p a y, reforzado allí con 400 hombres, se lanzó sobre C i u d a d Guerrero, que cayó en su poder.
E l 9? batallón, veterano de l a
campaña de octubre, fue lanzado contra los sublevados; en l a batalla de
Casa B l a n c a los fieles de C a b o r a desbarataron a los federales; m u r i e r o n
en l a acción el teniente coronel M i g u e l Alegría, jefe del 9? batallón, y
los tenientes coroneles Rosendo A l l e n d e y A r c a d i o R u i z Cepeda, así como
otros muchos oficiales.
El Hispanoamericano,
de E l Paso, informaba el 14 de a b r i l de 1893:
" F u e encarcelado el general L u i s Terrazas p o r considerársele complicado
en e l movimiento de Temosáchic".
E l mismo periódico aseguraba
que
los sublevados eran cinco m i l , de los cuales tres m i l por l o menos eran
indios yaquis y mayos.
E l 26 de ese mes, El Diario
del Hogar
completaba l a
información:
" E l día 20 de a b r i l se p r o d u j o u n combate con los federales: de 500 sólo
quedaron 20. Parece que se hizo u n a verdadera carnicería. D o n P o r f i r i o
no mueve sus tropas de donde están por temor de que a l desguarnecer u n lugar se produzcan levantamientos en ese s i t i o . . . "
A l parecer l a Santa de C a b o r a , en el e x i l i o , había cambiado de táctica; l a consigna n o era ya e l sacrificio heroico sino l a ofensiva, l a lucha
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organizada, a fondo, contra l a dictadura. P a r a eso se requería dinero y
más dinero. Los sublevados exigieron impuestos en las zonas de que eran
dueños y se apoderaron de 66,000 pesos de u n a conducta del Banco de
C h i h u a h u a , por cuya cantidad extendieron u n recibo en toda forma para
hacerlo efectivo al triunfo de l a revolución.
L o mismo que en l a campaña de octubre, se trajeron tropas de Son o r a para a u x i l i a r a las de C h i h u a h u a . Las fuerzas federales se hallaban
en
situación comprometida; las "rancherías agradecidas" se negaban a
proporcionar alimentos a los "pelones".
p i d a y de u n a ferocidad sin freno.
F u e u n a campaña violenta, rá-
Las fuerzas federales, vencidas en
muchas batallas, lograron encerrar a los rebeldes en Temosáchic. N o había entre los sublevados dirección técnica sino sólo decisión, valor, desesperación y odio contra el régimen tuxtepecano. Según las declaraciones
oficiales, el gobierno esperaría a que los rebeldes se r i n d i e r a n cuando
quisieran, " p a r a evitar derramamiento inútil de sangre", l o que inspiró
a La República
rio:
Mexicana,
el 23 de a b r i l de 1893, el siguiente comenta-
"¿De dónde h a resultado T u x t e p e c tan h u m a n i t a r i o ? "
N o obstante esas promesas, el pueblo de Temosáchic fue arrasado por
la artillería Bang.
F u e aquello u n a segunda edición de T o m o c h i c , que el
gobierno tuvo mucho empeño en ocultar mediante u n a severísima censura.
Se comunicó a todos los miembros d e l ejército que habían parti-
cipado en esas acciones que, bajo pena de muerte, quedaba p r o h i b i d o
revelar los hechos de l a campaña de C h i h u a h u a . H e r i b e r t o Frías, que
con
el grado de teniente había participado en l a operación de T o m o c h i c ,
fue procesado y condenado a muerte p o r suponérsele autor del l i b r o que,
sin su firma, se había p u b l i c a d o p o r p r i m e r a vez en El Demócrata.
Se
salvó gracias a l a intervención de d o n Joaquín Clausel, director del periódico, q u i e n asumió l a responsabilidad y dijo haber sido el autor del
libro.
A Clausel no se le p u d o condenar a muerte, pero El
Demócrata
fue clausurado y encarcelados sus redactores, entre ellos Q u e r i d o M o h e n o .
F u e r o n clausurados asimismo La República
Mexicana
y El 93.
E L PLAN ERA L A LIBERTAD . . .
La
sublevación de Temosáchic fue aplastada por l a superioridad de
las armas y de l a técnica. A l g u n o s pequeños grupos siguieron operando,
en
guerrillas, en l a sierra. L a última de ellas, l a del teniente coronel
Santana Pérez que se había u n i d o a los hermanos A n a y a , se rindió en
Temosáchic e l 2 de a b r i l de 1894.
P e r o Teresita U r r e a no se había r e n d i d o . Desde el destierro seguía
organizando l a insurrección.
E n los Estados U n i d o s se había puesto en
contacto con algunos revolucionarios mexicanos desterrados como
ella,
particularmente con d o n L a u r o A g u i r r e , que editaba en E l Paso el periódico El Independiente,
Díaz.
lleno de ataques contra el régimen de P o r f i r i o
Teresa seguía siendo l a Santa de Cabora para los indios, tal vez
LA SANTA
DE
CABORA
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a pesar suyo, pero su actitud no era ya l a de u n a taumaturga, sino l a
de u n a revolucionaria.
Teresa había llegado a l a conclusión de que l a l i b e r t a d había que
conquistarla en este m u n d o y no en el otro; de que para ello el único
c a m i n o era la l u c h a armada y el derrocamiento de l a dictadura porfiriana, y de que era necesario crear u n ejército, para l o cual hacía falta
m u c h o dinero. Adelantándose a d o n L u i s Cabrera, dedujo que l a revolución era l a revolución y que el dinero había que cogerlo de donde lo
hubiera.
Entonces, Teresa organizó u n asalto a l a aduana de Nogales
(Sonora). Sus soldados eran los indios yaquis empeñados en seguirla considerando como santa.
El
12 de agosto de 1896 u n grupo de 75 indios asaltó l a plaza de
Nogales y, a l grito de " ¡ V i v a Santa Teresa!", se apoderó de l a aduana.
E l p l a n consistía en echar mano del dinero p a r a organizar con él l a
l u c h a armada contra el porfiriato. A causa de las reparaciones que se
hacían en el edificio de l a aduana, los caudales se habían
trasladado
a u n a casa particular. E l p r i n c i p a l objetivo de l a operación había fallado p o r falta de informes.
E l comandante de l a 3^ zona de l a gendarmería fiscal, señor J u a n
F e n o c h i o , fue avisado a las seis de l a mañana p o r su asistente M i g u e l
Flores de que u n grupo de hombres había pasado p o r l a calle A r i z p e
disparando y lanzando alaridos. Fenochio se dirigió a l a aduana y fue
rechazado p o r los indios. Después de algunas horas se reanudó e l combate.
E l vecindario armado se lanzó contra los asaltantes, quienes nue-
vamente desbandaron a sus enemigos. Pocas horas después llegó a N o gales u n tren procedente de Magdalena, con 30 gendarmes y 34 nacionales
mandados por el teniente coronel E m i l i o Kosterlitzky.
E n el combate m u r i e r o n dos empleados de l a aduana, M a n u e l Delahanty y Francisco Fernández, así como siete indios yaquis en cuyas ropas
se encontraron ejemplares de El Independiente,
y u n volante que decía:
" H e r m a n i t o s : N o dejen de alistarse para el día 11 porque vamos a pegar
el g r i t o luego que lleguemos; no tengan miedo; luego tenemos que entrar en Sonora* p o r eso les digo que se alisten todos ustedes; yo voy a
llegar en l a noche a Nogales porque no se puede menos. L a paz y l a ley
sean con ustedes.—Teresa U r r e a y J u a n Bautista".
(Archivo de l a Secre-
taría de Relaciones Exteriores, exp. III/252 (73:72)"8g6").
Informó The
Santa de Cabora.
Arizona
Daily Star: " L a instigadora d e l asalto fue l a
D i c h a señorita, con L a u r o A g u i r r e y Flores C h a p a
}
h a n publicado tantas necedades, que los fanáticos l a creen mandada p o i
Dios para r e d i m i r a l a República M e x i c a n a " .
" E l cónsul de México en Nogales (Arizona), M a n u e l Mascareñas — i n formó El Independiente
del 21 de agosto—, pidió a u x i l i o a las autorida-
des yanquis. Se formó l a guardia nacional del territorio de A r i z o n a y
atacó a los mexicanos.
N o tienen facultades los cónsules para pedir la
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intervención. N o fue reprobado esto porque primero es l a paz que l a dign i d a d y la h o n r a nacionales".
Después d e l combate, los indios se retiraron r u m b o a l a casa de
Teresita U r r e a ; 500 indios estaban listos para entrar en acción y atacar
l a población de Palomas, frente a D e m i n g . Pero, fracasado e l primer
objetivo —el apoderamiento de los fondos de l a aduana—, se suspendier o n las acciones posteriores.
E l cónsul Mascareñas envió a l mariscal norteamericano W . K . Meade
u n a lista de los asaltantes para que fueran detenidos. Se denunció a
José Luis V i l l a n u e v a como e l agente de Teresita para l a compra de las
armas. L a operación se había organizado en Greaterville, hacienda de
Santa R i t a , donde se concentraron los indios de H u a b a b i y T u b a c a . " S u
p l a n era l a l i b e r t a d . . . " (Archivo citado, expediente citado).
L a alarma cundió en toda l a frontera. E n Hermosillo se anunciaba,
p a r a el 8 de septiembre de 1893,
sublevación general de las tribus
yaquis. E n E l Paso se publicó l a n o t i c i a de que se esperaba u n asalto
a l a aduana de C i u d a d Juárez. E l 16 de septiembre u n grupo de 50
hombres atacó l a población de Palomas. U n piquete de soldados yanquis
entró en territorio mexicano en persecución de los asaltantes.
u
n
a
T o d a l a frontera vivía en estado de alarma. Teresita U r r e a tenía
nuevamente en jaque a l terrible dictador. Las noticias de que se intentaba l a extradición de l a muchacha llegaron hasta ella; de caer e n manos del gobierno, su destino no h u b i e r a sido m u y diferente d e l de l a
Doncella de Orleáns. P a r a b u r l a r l a persecución porfiriana, Teresa solicitó su nacionalización norteamericana y, respetuosa de ella, a l parecer,
se abstuvo en l o sucesivo de organizar revoluciones antiporfíricas, pero
formaba parte de las redacciones de los periódicos de oposición que se
publicaban de aquel lado de l a frontera.
A partir de entonces su fama se fue eclipsando poco a poco. Sus fieles, los indios yaquis y mayos, fueron batidos p o r e l gobierno con sadism o increíble o deportados a Oaxaca y Yucatán. Teresa n o volvió más
a México. Murió en C l i f f t o n (Arizona) e l 12 de febrero de 1906 a l a
edad de Cristo a l ser crucificado.
Poco después, e l
de j u l i o d e l mismo año, se p u b l i c a b a en St. L o u i s
(Missouri) e l P r o g r a m a d e l P a r t i d o L i b e r a l Mexicano. L a bandera de
l a oposición contra P o r f i r i o Díaz desde el extranjero había quedado en
manos de R i c a r d o Flores Magón.
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