LA TIERRA ESTÉRIL Aníbal Romero Todavía cabe preguntarse

Anuncio
1
LA TIERRA ESTÉRIL
Aníbal Romero
(El Nacional)
Caracas, 29.08.12
Todavía cabe preguntarse: ¿Qué llevó a Hugo Chávez, quien llegó al poder
inicialmente en medio del miope entusiasmo de tantos, a sembrar a Venezuela de
dolor, miedo y desencanto? ¿Qué recónditos abismos del alma le condujeron a colocar
los intereses y recursos del país al servicio del despotismo castrista, vinculando nuestro
destino al de la más patente desilusión en la historia moderna de América Latina, es
decir, la Revolución Cubana? ¿Qué hizo que un Ejército, el venezolano, que se
preciaba de autoproclamarse “forjador de libertades”, haya permitido su subordinación
a Cuba, comprometiendo nuestra soberanía de manera tan abyecta e imperdonable?
Si bien es cierto que el fracaso del experimento chavista se hace más evidente, no
comparto las opiniones de cada día mayor número de comentaristas que en vista de la
decadencia de la revolución, empiezan a interpretar a Chávez y su paso destructivo por
la historia como una especie de aberración, como algo extraño a nuestras verdaderas
condiciones y aspiraciones como pueblo.
Lo realmente distinto no ha sido Chávez sino los cuarenta años previos de República
Civil, a pesar de sus fallas y limitaciones. Para que un Chávez, que sólo deja atrás “un
montón de imágenes rotas” –como expresa un verso de T. S. Eliot en su portentoso
poema “La tierra estéril”-- para que un Chávez, repito, haya sido posible, se requirió
una sociedad, o buena parte de ella, dispuesta a dejarse enceguecer por un caudillo
militar, autoritario e improvisado, armado solamente en el plano de las ideas por el
mesianismo bolivariano.
Chávez no ha sido un azar, sino un fenómeno hondamente enraizado en las
palpitaciones colectivas de un pueblo y sus llamadas “élites”, cuya única conexión con
el pasado se basa en la exaltación de una epopeya mal explicada y aún peor
comprendida e interpretada, y en la desproporcionada idealización de una figura
2
histórica, la de Simón Bolívar, que ha sido transformada en mucho más que un símbolo
de unidad para fungir como clave de todo lo que somos y demiurgo de nuestro
porvenir.
¿Cuántos potenciales caudillos, a la manera de Chávez, se encuentran aún en el seno
de nuestro estamento militar, estamento al que décadas de adoctrinamiento han
convencido que ellos son los “salvadores de la Patria” y “herederos de Bolívar”, y a
quienes de paso han sometido a catorce años de ideología marxista en los institutos
educativos de la FAN?
El mesianismo que tanto daño hace a nuestra existencia política no se reduce al ámbito
castrense. Hay que recordar el tránsito de la política exterior venezolana bajo los
gobiernos democráticos, y nuestra recurrente tendencia a creernos un gran poder, con
pretensiones de cambiar el mundo a nuestra imagen, de establecer la “justicia social
internacional”, un “nuevo orden económico mundial” y un “mundo multipolar”. En tal
sentido, en lo que se refiere a la presunción de sus objetivos y desequilibrio de sus
ambiciones, los disparates de Chávez en materia de política exterior forman parte de
una tradición también profundamente ligada al pálpito mesiánico de nuestra vida
colectiva.
Se habla de que ahora hay un camino. Todo indica que el candidato democrático
ofrece una esperanza diferente. Una férrea modestia anima su discurso, una fuerza
tranquila, de la que habló una vez Mitterrand en Francia, impulsa sus esfuerzos. Se
trata de algo nuevo en un escenario acostumbrado a la altisonancia vacía, a la
arrogancia inútil, a la gesticulación agobiante. Una nueva Venezuela requerirá de
muchos cambios, pero ciertamente no necesita otro mesías.
Descargar