Losovsky - Escritos sindicales

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Escritos sindicales
Drizdo Losovsky
Edición: Editorial Guijalbo, Mexico 1969. - Akal Editor, Madrid 1978.
Lengua: Castellano.
Digitalización: Koba.
Distribución: http://bolchetvo.blogspot.com/
Índice
MARX Y LOS SINDICATOS. .................................1
1. Los sindicatos y la lucha de clases del
proletariado. ...........................................................1
2. Marx contra el proudhonismo y el bakuninismo.
...............................................................................4
3. Contra el lassallismo, el oportunismo alemán. ..7
5. Marx y el movimiento obrero francés. ............16
6. Marx al otro lado del Atlántico........................24
7. Marx las reivindicaciones de la clase obrera. ..30
9. Los pseudomarxistas y los críticos de Marx. ...41
PROGRAMA DE ACCIÓN DE LA
INTERNACIONAL SINDICAL ROJA. .................47
Prólogo. ...............................................................47
1. La agudización de la lucha de clases. ..............47
2. La acción directa..............................................48
3. Sindicatos profesionales y sindicatos
industriales. ..........................................................50
4. Los comités de fábrica y de empresa. ..............51
5. La lucha contra el paro. ...................................53
6. El cierre de fábricas y las jornadas de trabajo
reducidas. .............................................................55
7. La ocupación de fábricas y empresas por los
obreros. ................................................................56
8. El nivel de vida de las masas obreras. .............59
9. La táctica capitalista de la reducción de salarios.
.............................................................................60
10. La mujer en la industria. ................................62
11. Los convenios colectivos. ..............................63
12. Las bandas patronales. ...................................64
13. Las organizaciones obreras de autodefensa. ..66
14. El control de la producción. ...........................68
15. La participación de los obreros en los
beneficios. ............................................................70
16. La militarización de las empresas. .................72
17. Las magistraturas de trabajo y el arbitraje
obligatorio............................................................73
18. La política fiscal. ...........................................75
19. Las reformas y la revolución. ........................77
20. La unidad del frente revolucionario. ..............79
21. ¿Destruir o conquistar los sindicatos? ...........82
22. Estrategia reformista y estrategia
revolucionaria. .....................................................84
Conclusión. ..........................................................87
LOS SINDICATOS EN LA UNIÓN SOVIÉTICA.89
1. Los sindicatos antes de la revolución de octubre.
.............................................................................89
2. Las tareas de los sindicatos después de la
revolución de octubre. .........................................90
3. Formas y métodos de acción sindical. .............91
4. Independencia y neutralidad de los sindicatos
obreros. ................................................................93
5. Las contradicciones entre la ciudad y el campo.
.............................................................................94
6. La revolución rusa está estrechamente ligada al
movimiento obrero internacional.........................95
7. El contenido de la Nueva Política Económica. 96
8. El Estado soviético y los sindicatos. ............... 97
9. Las nuevas tareas de los sindicatos obreros. ... 99
10. Los nuevos métodos y formas de acción
sindical. ............................................................. 100
11. La retirada, criticada por la izquierda y la
derecha. ............................................................. 102
12. Los mismos objetivos con nuevos métodos.104
MARX Y LOS SI"DICATOS.
1. Los sindicatos y la lucha de clases del
proletariado.
Marx comenzó a pensar como político en una
época en que los sindicatos acababan de nacer. Se
hizo comunista, cuando en algunos países los
sindicatos se hallaban en el comienzo de su
cristalización, surgiendo del seno de formas diversas
de mutualidades (Francia) y en otros (Inglaterra)
dirigían huelgas económicas y la lucha por el derecho
de sufragio. Tenía ante sus ojos formas embrionarias
de organizaciones, sumamente primitivas, de
ideología y composición abigarradas, con todos los
signos reveladores de su origen. Y la grandeza de
Marx consiste, precisamente, en haberse dado cuenta
de que no eran más que balbuceos de infancia de la
clase obrera, y que por lo tanto no se podía juzgar por
estas formas primitivas del movimiento, del papel
histórico de estas organizaciones ni de los cauces de
su desarrollo.
Marx veía en los sindicatos, ante todo, centros
organizadores, focos de agrupamiento de las fuerzas
de los obreros, organizaciones destinadas a darles su
primera educación de clase. ¿Qué es lo que le
importaba fundamentalmente a Marx? El hecho de
que los obreros dispersos y en competencia mutua,
comenzaran a actuar conjuntamente. En esto vio
Marx la garantía de la transformación de la clase
obrera en una fuerza independiente. Marx y Engels
insisten frecuentemente en la idea de que los
sindicatos son escuelas de solidaridad, escuelas de
socialismo. Su correspondencia nos proporciona a
este respecto material abundante; en sus cartas
planteaban más abierta y brutalmente una serie de
cuestiones que no podían plantear, teniendo en
cuenta el nivel del movimiento, en la prensa
socialista internacional.
Los sindicatos son escuelas del socialismo. Pero
Marx no se limita a enunciar fórmulas. Desarrolla su
pensamiento y aborda la cuestión de los sindicatos en
sus distintos aspectos. Es el autor de la resolución,
adoptada en el Congreso de la Iª Internacional,
celebrado en Ginebra, en 1866, sobre "El pasado, el
presente y futuro de los sindicatos". ¿Cuál ha sido,
pues, el pasado de los sindicatos?
"El capital es poder social concentrado,
mientras que el obrero sólo dispone de su fuerza
de trabajo. El contrato entre capital y trabajo no
puede, pues, descansar nunca en justas
condiciones, ni aun en el sentido de la justicia de
una sociedad que pone la posesión de los medios
materiales de vida y de producción de un lado, y
la fuerza productiva viviente en el opuesto.
"Del lado del obrero, su única fuerza social es
su masa. Pero la fuerza de la masa se rompe por la
desunión. La división de los obreros es el
producto y el resultado de la inevitable
competencia entre ellos mismos. Los sindicatos
nacen precisamente del espontáneo impulso de los
obreros a eliminar, o por lo menos a reducir, esta
competencia, a fin de conseguir en los contratos
condiciones que les coloquen al menos en
situación superior a la de los simples esclavos.
"El fin inmediato de los sindicatos se concreta,
pues, en las exigencias del día, en los medios de
resistencia contra los incesantes ataques del
capital; en una palabra, en la cuestión del salario y
de la jornada. Esta actividad no sólo está
justificada, sino que es necesaria. No se les puede
privar: de ella en tanto que perdure el modo actual
de producción. Al contrario, es necesario
generalizarla, fundando y organizando sindicatos
en todos los países.
"Por otra parte, los sindicatos, sin que sean
conscientes de ello, han llegado a ser el eje de la
organización de la clase obrera, como las
municipalidades y las parroquias medioevales lo
fueron para la burguesía. Si los sindicatos son
indispensables para la guerra de guerrillas
cotidiana entre el capital y el trabajo, son todavía
importantes como medio organizado para la
abolición del sistema mismo del trabajo
asalariado."
Marx declara que los sindicatos tienen aún mayor
importancia como factores de organización para la
supresión del sistema de trabajo asalariado mismo.
Eso prueba que Marx atribuyó una gran importancia
política a los sindicatos, que no veía en ellos de
ningún modo organizaciones apolíticas y neutrales.
Cada vez que los sindicatos se encerraban en los
estrechos marcos corporativos, Marx intervenía
fustigándolos apasionadamente.
En la segunda parte de la misma resolución, bajo
el título "Su presente", leemos:
"Hasta ahora; los sindicatos han atendido
2
demasiado exclusivamente las luchas locales e
inmediatas contra el capital. Todavía no han
comprendido del todo su fuerza para atacar el
sistema de esclavitud del asalariado y el modo de
producción actual. Se han mantenido por lo
mismo demasiado alejados de los movimientos
generales sociales y políticos. Sin embargo, en los
últimos tiempos, parecen haber despertado en
cierta medida a la conciencia de su gran tarea
histórica, como se puede deducir, por ejemplo, de
su participación en los movimientos políticos
recientes de Inglaterra, de una más alta
concepción de su función en los Estados Unidos,
y de la resolución adoptada por la última gran
conferencia de delegados de los trade-unionistas
en Sheiffield. La resolución dice así:
"Esta Conferencia estima en todo su valor los
esfuerzos de la Asociación Internacional para unir
a los obreros de todos los países en una unión
fraternal común, y recomienda con todo interés a
las diferentes organizaciones representadas en la
Conferencia que se hagan miembros de la
Asociación, en la convicción de que ésta es
necesaria para el progreso y bienestar de todo el
proletariado."
En esta parte de la resolución hallamos ya una
crítica aguda de los sindicatos que se apartan de la
política y ese mismo texto subraya y destaca
claramente la importancia de los sindicatos que
comienzan a comprender su gran misión histórica.
Si se tiene en cuenta el nivel del movimiento
sindical de la séptima década del siglo pasado, hemos
de comprender la altura en que se sitúan las
apreciaciones de Marx sobre el movimiento sindical
de su tiempo. Marx, teniendo en cuenta que los
sindicatos se encontraban aún en su infancia, no
consideraba, sin embargo, posible hacerles ninguna
concesión política. Marx planteaba ante ellos tareas
no solamente económicas, sino también problemas
generales de clase.
Pero Marx no se limita a definir el pasado y el
presente de los sindicatos. He aquí lo que se dice en
esta resolución con respecto a su porvenir:
"Aparte de sus fines primitivos, los sindicatos
deben aprender a actuar ahora de modo más
consciente como ejes de la organización de la
clase obrera, por el interés superior de su
emancipación total. Deberán apoyar todo
movimiento político o social que se encamine
directamente a este fin. En tanto que se
consideran a sí mismos como vanguardia y
representación de toda la clase obrera, y puesto
que obran de acuerdo con esta significación,
deben conseguir atraerse a los que están fuera de
los sindicatos. Deben ocuparse cuidadosamente de
los intereses de las capas trabajadoras peor
pagadas, por ejemplo, de los obreros agrícolas, a
quienes
circunstancias
especialmente
Drizdo Losovsky
desfavorables han privado de su fuerza de
resistencia. Deben llevar a todo el mundo a la
convicción de que sus esfuerzos, lejos de ser
egoístas y ambiciosos, han de tener más bien por
fin la emancipación de las masas oprimidas."
Esta resolución fue escrita hace sesenta y ocho
años. Pero ¿se puede decir que ha envejecido, que
estas tareas no convienen a los sindicatos de los
países capitalistas de nuestro tiempo? De ninguna
manera. Hallamos ahí expuestas con la fuerza de
concentración y la claridad tan propia de Marx, las
tareas fundamentales de los sindicatos de los países
capitalistas. Pero Marx no se limita a esto.
El problema de las relaciones mutuas entre la
economía y la política, surgía siempre ante Marx y la
Iª Internacional, por él dirigida. Y se vio en la
necesidad de defender su punto de vista sobre estas
relaciones, contra los bakuninistas, los lasallianos,
los trade-unionistas, etc. Por eso vuelve
frecuentemente
sobre
esta
cuestión.
Muy
característica e instructiva a este respecto es la
resolución, escrita por él, "sobre las tareas políticas
de la clase obrera" adoptada por la Conferencia de
Londres, de la Asociación Internacional de
Trabajadores (17-23 de septiembre de 1871). En esa
resolución leemos lo siguiente:
"Teniendo en cuenta que la Internacional se
encuentra frente a una reacción desenfrenada que
aplasta cínicamente todo esfuerzo emancipador de
los trabajadores y pretende mantener por medio
de la fuerza bruta la división en clases y el
dominio político de las clases poseedoras que
resulta de ello;
"que en contra del poder colectivo de las clases
poseedoras el proletariado puede actuar, como
clase, solamente constituyéndose en partido
político distinto, opuesto a todos los añejos
partidos creados por las clases dominantes;
"que esta constitución del proletariado en un
partido político es indispensable para asegurar la
victoria de la revolución social y de su objetivo
final, la supresión de las clases;
"que la unificación de las fuerzas obreras, ya
alcanzada por las luchas económicas, debe servir
también como palanca en su lucha contra el poder
político de los explotadores;
"la Conferencia recuerda a todos los miembros
de la Internacional, que en la clase obrera
militante, el movimiento económico y la actividad
política están ligados entre sí indisolublemente."
En esta resolución hallamos otra vez la idea de
que los sindicatos deben servir de palanca potente de
la clase obrera, para la lucha contra el sistema de
explotación. Contra todos los intentos de los
bakuninistas de dividir la lucha general de clases y de
separar la economía de la política, de ponerlas en
pugna, la Iª Internacional recuerda que en el plan de
combate de la clase obrera, el movimiento
Marx y los sindicatos
económico y la actividad política están ligados entre
sí indisolublemente.
Dos meses después, en la carta a Bolte, fechada el
23 de febrero de 1871, Marx plantea de nuevo la
cuestión de las relaciones entre la política y la
economía, determinando en ella el lugar que
corresponde a la lucha económica, en la lucha
general de clase del proletariado. Marx escribe:
"El movimiento político de la clase obrera
tiene por finalidad, naturalmente, la conquista del
poder político para sí misma, y para eso es
necesario, como es lógico, que vaya adelante una
organización de la clase obrera relativamente
desarrollada que se ha formado de sus propias
luchas económicas.
"Por otra parte, todo movimiento en que la
clase obrera se oponga como clase a las clases
dominantes, procurando vencerlas por una presión
exterior, es un movimiento político. Por ejemplo,
el intento de conseguir por la huelga en una
fábrica o en un gremio determinado o de
determinados capitalistas, una limitación de la
jornada, es un movimiento puramente económico.
En cambio, un movimiento encaminado a
conseguir una ley de ocho horas, etc., es un
movimiento político. Y de este modo, de los
movimientos económicos aislados de los obreros,
surge en cualquier momento un movimiento
político, es decir, un movimiento de la clase para
ver satisfechas sus reivindicaciones en forma
general, de modo que posean fuerza social
obligatoria. Si estos movimientos se realizan
poniendo por delante a una determinada
organización, son también, un medio para que
éstas se desarrollen."
Había necesidad no solamente de resolver el
problema de la importancia, de la lucha económica,
sino también la cuestión de las relaciones entre la
organización económica y política de la clase obrera.
A este respecto es muy característica la decisión del
Congreso Internacional de la Haya de la Asociación
Internacional de Trabajadores (2-7 septiembre de
1872). El Congreso de la Haya adoptó, a propuesta
de Marx, una resolución "sobre la actividad política
del proletariado". En esta resolución leemos que:
"Contra la fuerza social de las clases
poseedoras, no puede actuar el proletariado como
clase, más que constituyéndose en partido político
especial, opuesto a todos los viejos partidos
creados por las clases poseedoras; que esta
organización del proletariado en un partido
político es indispensable para asegurar el triunfo
de la revolución social y su objetivo final la
abolición de las clases; que la unión de las fuerzas
del proletariado que ya se ha conseguido por las
luchas económicas, debe servir también como
palanca para la lucha contra el poder político de
sus explotadores. En vista de que los propietarios
3
de la tierra y del capital aprovechan siempre sus
privilegios políticos para salvaguardar y eternizar
sus monopolios económicos y para la
esclavización del trabajo, la conquista del poder
político se plantea como la gran tarea del
proletariado."
Al terminar el Congreso, Marx intervino en el
mitin con un discurso donde subrayó el sentido
esencial de las decisiones adoptadas. Ahora bien:
¿qué es, según Marx, lo principal en las decisiones
del Congreso de la Haya que fue, como es sabido, el
punto culminante del desarrollo de la Iª
Internacional?
"El Congreso de La Haya ha realizado un
trabajo importante. Ha proclamado la necesidad
de la lucha de la clase obrera, tanto en el terreno
político como económico, contra la vieja sociedad
en descomposición.
"Debemos reconocer que en la mayoría de los
países continentales, la fuerza debe servir como
palanca para nuestra revolución; habrá necesidad,
en un momento dado, de apelar a la fuerza para
implantar definitivamente el reino del trabajo."
Una vez más tenemos ante nosotros una precisa y
clara definición del lugar de la lucha económica en la
lucha general de clase del proletariado. Los
sindicatos deben ser en manos de la clase obrera "la
palanca de la lucha contra el poder político de sus
explotadores".
La cuestión de las relaciones entre la lucha
económica y política, constituye el eje de la doctrina
de Marx. Tanto menos admisible es entonces la
actitud ligera y negligente frente a esta cuestión de
algunos historiadores soviéticos. Esta negligencia la
ha demostrado J. Steklov en su voluminoso libro
consagrado a la Iª Internacional. El compañero
Steklov escribe que Marx empleó la fórmula
siguiente en la exposición de motivos del reglamento
de la Asociación Internacional de Trabajadores: "La
lucha política está subordinada como un medio a la
lucha económica del proletariado" (pág. 122). Luego
el compañero Steklov se esfuerza "por disculpar" al
autor de esta fórmula, pero se embrolla, porque
hubiera sido difícil "disculpar" a Marx, si hubiera
escrito algo semejante. Tomemos el tercer capítulo
del mismo libro del compañero Steklov y allí, en la
"exposición de motivos", citada íntegramente en la
página 61 leemos lo siguiente:
"La emancipación económica de la clase
obrera es el gran objetivo al cual debe ser
supeditado como medio, todo movimiento
político."
Esto es lo que escribió Marx. ¿Pero es que pueden
confundirse la lucha económica y la emancipación
económica de la clase obrera? Si Marx hubiese
escrito lo que le atribuye el compañero Steklov,
hubiera sido un vulgar proudhoniano y nosotros le
hubiéramos combatido porque eso significaría
4
colocar la lucha económica por encima de la lucha
política. Pero Marx, como vemos, no escribió nunca
nada semejante.
Carlos Marx sentía la pulsación de las masas y
sabía el lenguaje que era preciso emplear con ellas en
cada momento. Desde este punto de vista es muy útil
comparar el Manifiesto Comunista (1847) con la
Proclama Inaugural de la Iª Internacional, escrita
diecisiete años más tarde. La proclama inaugural de
la Iª Internacional es un documento de frente único,
tendiente a atraer las capas y organizaciones de
obreros aún no maduras para el comunismo. En toda
ella no se cita una sola vez la palabra comunismo y, a
pesar de eso, es, del principio al fin, un documento
comunista. John Commons, escribe: "La Proclama
inaugural, es un documento sindical y no un
manifiesto comunista."
Es esta una apreciación absolutamente falsa,
porque no es la forma, sino el contenido, lo que
determina el carácter de la Proclama Inaugural. Es
muy cierto que la situación económica de los
obreros, la legislación obrera, etc., ocupan el centro
de su atención, pero en el mismo documento señala
Marx que la conquista del poder político se ha
transformado en el gran deber de la clase obrera, y a
continuación aborda la cuestión del Partido, pero de
una manera especial. He aquí lo que dice Marx:
"Los obreros cuentan con uno de los elementos
del éxito: la cantidad. Pero la cantidad tiene peso
únicamente cuando está unida por la organización
y guiada por el saber. La experiencia del pasado
ha demostrado que el menosprecio a la unión
fraternal que existe entre los obreros de los
distintos países y que debería impulsarlos al
mutuo apoyo en la lucha por su emancipación,
encuentra su castigo en la derrota común de sus
esfuerzos dispersos."
He aquí una fórmula poco habitual en la pluma de
Marx. Primero, la "masa obrera agrupada por la
unión" es considerada por Marx en un triple punto de
vista: la masa agrupada en el sindicato, la masa
unificada en el partido político y la masa unificada en
la Internacional. Tampoco es habitual la expresión:
"El papel dirigente del saber." ¿A qué se refiere? ¿Al
papel dirigente de la ciencia universitaria, de los
profesores académicos? Nada de esto. Aquí la
palabra saber es el pseudónimo del comunismo.
Marx utilizó intencionalmente expresiones y
fórmulas que permitiesen penetrar profundamente en
las masas.
"La Asociación Internacional de Trabajadores,
escribió F. Engels, tenía por objeto reunir en un
inmenso ejército a toda la ciase obrera de Europa
y América. No podía, pues, partir de los
principios expuestos en el Manifiesto. Debía darse
un programa que no cerrara las puertas a las Trade
Unions inglesas, a los proudhonianos franceses,
belgas, italianos y españoles, y a los lassallianos
Drizdo Losovsky
alemanes."
"Era muy difícil exponer esta cuestión de
manera, escribía Marx, que nuestras concepciones
adquiriesen una forma aceptable para el estado
actual del movimiento obrero... Se necesita
tiempo para que la presión renovada autorice el
viejo lenguaje audaz."
Marx habla aquí de la forma de exponer las ideas,
no de su esencia. Cuando se trataba del principio, de
la esencia de las ideas comunistas, Marx fue duro e
intransigente; pero manifestaba una extraordinaria
flexibilidad y capacidad para presentar la esencia de
sus ideas en las más diversas formas. Así se explica
"el lenguaje sindical" de la Proclama Inaugural, el
documento más notable después del Manifiesto
Comunista. Así fue como Marx, persiguiendo el
único fin de impregnar al movimiento obrero de
conciencia comunista, cambiaba las formas y
métodos de relación con las masas, de acuerdo con el
nivel del movimiento y el carácter de las
organizaciones obreras de su época.
Determinar con acierto la relación entre la lucha
económica y política, significa definir acertadamente
la relación entre los sindicatos y el partido. Aun
atribuyendo un enorme significado a la lucha
económica del proletariado y a los sindicatos, Marx
subraya siempre la supremacía de la política sobre la
economía, es decir, subraya la cuestión que fue
puesta como base de todo el trabajo del Partido
Bolchevique y de la Internacional Comunista.
Cuando hablamos de la supremacía de la política
sobre la economía, no significa que los sindicatos
deben transformarse en un partido político o que
deben adoptar un programa puramente de partido; no
quiere decir que haya que borrar la diferencia entre
los sindicatos y el Partido. No. No es esto lo que
quería decir Marx. Marx subrayaba la importancia de
los sindicatos como centros organizadores de las
amplias masas obreras, y combatió la tendencia a
meter en el mismo saco los partidos y los sindicatos.
Consideraba que la organización política y
económica del proletariado tiene un solo objetivo,
pero cada una con sus propios métodos específicos.
2. Marx contra el proudhonismo y el
bakuninismo.
Marx forjó su concepción del mundo y su táctica,
a través de una encarnizada lucha ideológica y
política. Tuvo en primer lugar, que chocar con las
teorías considerablemente difundidas de Proudhon.
Proudhon es el tipo de socialista pequeñoburgués, en
cuyos trabajos las palabras audaces se compaginan
con teorías revolucionarias. Publicista de talento,
representante de un vago socialismo sentimental, "de
pies a cabeza filósofo y economista de la pequeña
burguesía" (Marx), que ha arrojado a la cara de la
burguesía la violenta fórmula acusadora "la
propiedad es un robo", Proudhon se creyó el teórico
Marx y los sindicatos
"de las clases obreras" y se lanzó audazmente a
disertaciones teóricas sobre la "filosofía de la
miseria". Pero la teoría fue precisamente el talón de
Aquiles de Proudhon, porque no pasó de los límites
de la ciencia liberal burguesa de su tiempo, y de aquí
el violento ataque de Marx contra Proudhon y el
proudhonismo. Proudhon publicó un libro
pretencioso, La Filosofía de la miseria, en el que
intentó determinar las leyes de desarrollo de la
sociedad. En este libro, Proudhon reveló a todo el
mundo las siguientes tesis que nos interesan aquí:
"Todo movimiento de alza en los salarios no
puede tener otro efecto que el de un alza en el
trigo, en el vino, etc.; es decir, el efecto de una
carestía. Pues, ¿qué es el salario? Es el precio del
costo del trigo, etc., es el precio integral de todas
las cosas. Profundicemos más la cuestión: el
salario es la proporcionalidad de los elementos
que componen la riqueza y que son consumidos
reproductivamente todos los días, por la masa de
los trabajadores. Ahora bien, doblar los salarios...
es conceder a cada uno de los productores una
parte mayor que su producto, lo cual es
contradictorio; y si el alza sólo se verifica en un
número reducido de industrias, es provocar una
perturbación general en los cambios, en una
palabra, una carestía. Yo declaro que es imposible
que las huelgas seguidas de un aumento de
salarios no tengan por resultado
un
encarecimiento general, esto es tan cierto como
dos y dos son cuatro."
A estos ampulosos e ignorantes razonamientos de
Proudhon, Marx añade: "De todas estas afirmaciones,
nosotros solamente aceptamos una: esto es, que dos y
dos son cuatro."
¿Cuál es la significación política de esta
intervención de Proudhon? Detener a los obreros en
la lucha por el aumento de los salarios. Si el aumento
de salarios nada rinde a los obreros, si en la medida
en que aumentan los salarios aumentan los precios
proporcionalmente, la lucha de los obreros pierde en
realidad todo sentido.
Marx descubrió inmediatamente la esencia
reaccionaria de esta filosofía, y con la pasión que le
era peculiar arremetió contra los razonamientos
puramente patronales del apóstol anarquista. Pero
Proudhon siguió más adelante por la misma línea,
expresándose resueltamente contra el movimiento
huelguístico. He aquí lo que leemos en la misma
Filosofía de la miseria:
"La huelga de los obreros es ilegal, y no es
sólo el Código penal quien lo dice; es el sistema
económico, es la necesidad del orden
establecido... Que cada obrero, individualmente,
goce de la libre disposición de su persona y de sus
brazos, es cosa que se puede tolerar, pero que los
obreros traten, por medio de coaliciones, de
violentar el monopolio, es lo que la sociedad no
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puede permitir."
A sus ojos es inadmisible la unificación de los
obreros para la lucha en común contra los patronos.
Es decir, se sitúa en el punto de vista de los
legisladores reaccionarios de los países capitalistas
de su época, que castigaban siempre el menor conato
de coalición de los obreros. Marx sabía con quién
tenía que vérselas. Sabía por qué esas ideas
reaccionarias corrían en Francia, y su respuesta la da,
por consiguiente, en un análisis de la esterilidad
teórica de Proudhon y de sus conclusiones políticas
anti-obreras. He aquí lo que escribió Marx en la
Miseria de la filosofía con respecto a esta verborrea
reaccionaria de Proudhon:
"La gran industria aglomera en un solo punto
una multitud de gente, desconocidos unos de
otros. La competencia divide sus intereses. Pero el
sostenimiento del salario, este interés común que
tienen contra su patrono, los reúne en un mismo
pensamiento de resistencia: coalición. Así, la
coalición tiene siempre un doble objeto: el de
hacer que cese entre ellos la competencia para
poder hacer una competencia general al
capitalista. Si el primer objeto de resistencia ha
sido sólo el sostenimiento de los salarios, a
medida que los capitalistas, a su vez, se reúnen en
un pensamiento de represión, las coaliciones,
aisladas al principio, se forman en grupos, y
enfrente del capital, siempre reunido, el
sostenimiento de la asociación viene a ser para
ellos más importante que la del salario. Esto es tan
cierto, que los economistas ingleses se muestran
sorprendidos de ver a los obreros sacrificar una
buena parte del salario en favor de las
asociaciones, que a los ojos de estos economistas,
sólo fueron establecidas en favor del salario. En
esta lucha -verdadera guerra civil- se reúnen y se
desarrollan los elementos necesarios para una
batalla venidera. Una vez llegada a este punto, la
asociación adquiere un carácter político."
Respondiendo a la actitud puramente patronal de
Proudhon frente al movimiento huelguístico, Marx
escribe:
"Se han hecho numerosas investigaciones para
trazar las diferentes fases históricas que ha
recorrido la burguesía, desde la Comuna o
Municipio hasta su constitución como clase.
"Pero cuando se trata de darse cuenta exacta de
las huelgas y demás formas en que los proletarios
efectúan a nuestra vista su organización como
clase, unos se sienten presas de verdadero terror, y
otros afectan un desdén trascendental.
"Una clase oprimida es la condición vital de
toda sociedad fundada en el antagonismo de
clases. La emancipación de la clase oprimida
implica, pues, necesariamente, la creación de una
nueva sociedad. Para que la clase oprimida pueda
emanciparse, es preciso qué los poderes
6
productivos adquiridos ya y las relaciones sociales
existentes no puedan coexistir. De todos los
instrumentos de producción, el mayor poder
productivo es la misma clase revolucionaria. La
organización de los elementos revolucionarios
como clase, supone la existencia de todas las
fuerzas productivas que podían engendrarse en el
seno de la sociedad antigua."
Marx se percató inmediatamente de que los sabios
burgueses "imparciales" tratan de escamotear la
lucha económica, o de no verla. Critica ásperamente
la posición negativa de los ideólogos de la burguesía,
frente al movimiento económico del proletariado.
Observó
muy
bien
cómo
los
ruidosos
"revolucionarios" de la especie de Proudhon,
muestran un menosprecio "trascendental" por la
lucha de la clase obrera por sus intereses vitales. ¿No
tenemos hoy también de estos "revolucionarios" que
expresan un menosprecio "trascendental" por la lucha
económica del proletariado? Y, aunque no muy
numerosos, existen también hasta en nuestras filas
comunistas.
¿Cuál fue la clave de todas las desventuras de
Proudhon? Engels lo dijo en la carta a Marx del 21
de agosto de 1851, de la siguiente manera:
"He leído a Proudhon hasta la mitad y me
adhiero íntegramente a tu punto de vista. Su
llamamiento a la burguesía, su vuelta a Saint
Simon y otros muchos pasajes semejantes, incluso
en la parte crítica, prueban que para él la clase
industrial, la burguesía y el proletariado, son en
realidad idénticos, y que considera que se hallan
en oposición sólo debido a que la revolución no
ha terminado."
En su carta a Kugelmann, del 9 de noviembre de
1866, Marx escribe a propósito de Proudhon:
"Proudhon ha causado un daño enorme. Al
comienzo, su aparente crítica y su simulada
oposición a los utópicos (él mismo no es más que
un utopista pequeñoburgués, mientras que en las
utopías de un Fourrier, de un Owen, etc., se halla
el presentimiento y la expresión fantástica de un
nuevo mundo), han seducido y corrompido a la
"juventud dorada", los estudiantes, después a los
obreros, especialmente a los de París, que,
ocupados en la producción de artículos de lujo,
continúan atados, sin saberlo, a todas las
antiguallas."
En la carta a Engels del 20 de junio de 1866,
Marx habla del "Stirnerismo Proudhonizado", y dice
que:
"Proudhon tiende a individualizar la
humanidad", y que desde el punto de vista de
Proudhon:
"la historia debe cesar en todos los países y
que todo el mundo esperará a que los franceses
estén maduros para hacer la revolución social".
Como es sabido, Proudhon es el fundador del
Drizdo Losovsky
anarco-sindicalismo. Por lo menos esto es lo que
dicen y escriben los anarcosindicalistas, colocándole
por encima de Marx -"el venerador del Estado"-.
Pero los anarco-sindicalistas se cuidan muy bien de
decir que Proudhon fue un enemigo acérrimo del
derecho de coalición y del movimiento huelguístico.
Su odio a las huelgas fue tan profundo que hasta
justificaba la matanza de los huelguistas. He aquí lo
que escribió Proudhon en 1846, en su obra Filosofía
de la miseria:
"Que cada obrero individualmente goce de la
libre disposición de su persona y de sus brazos, es
cosa que se puede tolerar; pero que los obreros
traten, por medio de coaliciones, sin considerar
los grandes intereses sociales ni las prescripciones
de la ley, de violentar la libertad y el derecho de
los patronos, la sociedad no lo puede tolerar.
Aplicar la fuerza contra los patronos y
terratenientes, desorganizar los talleres, paralizar
el trabajo, poner bajo amenaza el capital, significa
conspirar una ruina general. Las autoridades que
hicieron asesinar a los mineros de River-de-Giex
se sintieron profundamente infelices; pero
actuaron como el antiguo Brutus, que se vio en la
necesidad de escoger entre el amor de padre y su
deber de cónsul. Se imponía sacrificar a sus
propios hijos, para salvar la República. Brutus no
vaciló y las generaciones que le siguieron no se
atrevieron a condenarlo."
Proudhon tampoco comprendió que si la
burguesía se manifiesta en favor de la coalición, no
es por puro gusto, sino porque se ve obligada a ello
debido a la lucha incesante de los obreros. Proudhon
se lanza contra los partidarios del derecho de
coalición y escribe:
"La ley que autoriza las coaliciones es
fundamentalmente antijurídica, antieconómica,
contraria a todo régimen social y a todo orden.
Cada concesión adquirida por medio de esta ley es
un abuso y es nula de por sí, y puede dar motivo a
la formación de un proceso y persecución penal...
"Yo repudio especialmente la nueva ley,
porque la coalición con el propósito de aumentar
o disminuir los salarios, es absolutamente igual
que la coalición con el propósito de aumentar o
disminuir los precios de los víveres y de las
mercancías."
¿Qué se puede decir de estos razonamientos? Así
no puede razonar más que un pequeño burgués
rabioso, que por una parte grita "la propiedad es un
robo" y por la otra "disparad contra los huelguistas".
¿Cómo entienden esta contradicción los
discípulos de Proudhon? Uno de ellos, Máximo
Leroy, que escribió una introducción al libro La
capacidad política de las clases obreras, deseoso de
mostrar la grandeza de Proudhon, cita una serie de
extractos suyos sobre la lucha de clases, sobre la
guerra entre el trabajo y el capital y sintetiza de la
Marx y los sindicatos
siguiente forma la esencia del proudhonismo:
"Lucha de clases, y sin embargo, ninguna
incitación a la subversión social. Lucha de clases
y, sin embargo, exhortación a los obreros a
colaborar con la clase media. Lucha de clases y,
sin embargo, proscripción de las huelgas. Lucha
de clases y, sin embargo, colaboración de clases."
¿Cómo soluciona el mismo Leroy estas flagrantes
contradicciones de Proudhon? No las soluciona ni las
explica, nos informa solamente que la clave de las
doctrinas de Proudhon está en el mutualismo que:
"Proudhon no proponía ni el misticismo de la
catástrofe emancipada, ni un programa de
estrategia militar, porque nunca juzgó a la clase
obrera como una secta, como un ejército. La
concebía como una clase laboriosa, sin dogma y
sin amo, inquieta por una verdad en perpetuo
devenir, en resumen, como viviendo una vasta
experiencia saintsimoniana."
¿Podían acaso Marx y Engels aceptar en lo más
mínimo, esa increíble confusión que introducía
Proudhon en el movimiento obrero? Evidentemente,
no. Emprendieron una lucha encarnizada contra
Proudhon y el proudhonismo.
Pero los proudhonianos, que se manifestaban
contra los sindicatos, el derecho de huelga, etc., se
vieron obligados, bajos los golpes de la experiencia
misma, a modificar sus concepciones. En la carta de
Marx a Engels del 12 de septiembre de 1868 leemos:
"Es un gran progreso que los buenos
proudhonianos belgas y franceses, que
reclamaban dogmáticamente en Ginebra (1866) y
en Lausana (1867) contra los trade--unions, etc.,
sean actualmente sus partidarios más fanáticos."
Esta carta evidencia que los proudhonianos dieron
media vuelta a la teoría de su maestro, que no por eso
se hizo mejor. Y precisamente por eso, Marx y
Engels emprendieron una lucha encarnizada contra la
teoría y la práctica bakuninista. El continuador de la
causa de Proudhon fue su discípulo más grande,
Miguel Bakunin, el cual se dio cuenta de las
debilidades y lagunas de las concepciones de
Proudhon.
Bakunin, que apreciaba altamente a Proudhon,
emitió sin embargo, el juicio siguiente sobre él:
"Proudhon, a pesar de todos sus esfuerzos por
colocarse en el plano de la realidad, siguió siendo
idealista y metafísico. Proudhon, no obstante
todos sus esfuerzos por sacudir las tradiciones del
idealismo clásico, siguió siendo, sin embargo, un
idealista incorregible, que se inspiraba, como le
dije dos meses antes de su muerte, tan pronto en
la Biblia como en el derecho romano, y
permaneció metafísico hasta sus últimos días."
Claro es que al lado de Proudhon, Bakunin era un
águila. Bakunin es una gran figura revolucionaria, un
rebelde, que estuvo siempre, como dijo Herzen, "en
el último extremo". Un hombre dotado de formidable
7
energía y de un inmenso talento de organizador. Pero
era un gran señor en revuelta. Su concepto del mundo
es una mezcla de Hegel, Stirner y del
insurreccionalismo ruso a lo Pugachov. No veía las
clases, hablaba siempre del pueblo. Bakunin nunca
hablaba de la clase obrera, sino de los peones, de los
obreros no calificados, de la gente pobre, de la parte
más depauperada de la población, del populacho sin
profesión y oponía la mentalidad revolucionaria del
lumpen-proletariado a la mentalidad reaccionaria de
la aristocracia obrera, en la que incluía a la mayor
parte de los trabajadores. A Bakunin no le agradaba
mucho que Marx creara círculos en los que leía
conferencias a los obreros. En su carta a Annenkov
del 28 de diciembre de 1847, Bakunin escribe que
"Marx se ocupa del mismo trabajo inútil que en el
pasado, echa a perder a los productores
transformándolos en razonadores".
¿Qué era, pues, el bakuninismo como sistema? El
mismo Bakunin decía que es el sistema anárquico de
Proudhon, ampliado, desarrollado y emancipado por
nosotros de todos los floripondios metafísicos,
idealistas y doctrinarios.
Así tenemos ante nosotros un proudhonismo
perfeccionado, tan lejos del marxismo desde el punto
de vista teórico y político como el proudhonismo
puro.
Bakunin negaba todo Estado, la lucha política y la
organización política del proletariado. La lucha entre
Marx y Bakunin, fue la lucha entre dos concepciones
distintas del mundo, dos sistemas y teorías distintos,
fue una lucha entre dos líneas políticas y tácticas
distintas, lo que no podía dejar de reflejarse en el
problema de organización. El problema de
organización no fue, por consiguiente, la causa, sino
solamente el motivo de la escisión.
“¿Qué política debe seguir la Internacional en
el transcurso de este período más o menos largo
que nos separa de la terrible revolución social que
todos presentimos?"
3. Contra el lassallismo, el oportunismo
alemán.
Marx seguía con la mayor atención el desarrollo
del movimiento obrero en Alemania. La revolución
de 1848 fue el punto culminante de la actividad del
movimiento obrero de la Alemania de entonces.
Después de 1848 comienza el reflujo, el movimiento
obrero se dispersa. Una parte considerable de los
elementos revolucionarios se ve obligada a emigrar a
Francia, Inglaterra y Estados Unidos. En Alemania
misma comienzan a surgir toda suerte de
hermandades, sociedades de ayuda mutua y otros
embriones de sindicatos, etc.
Marx y Engels mantenían estrechas relaciones con
la emigración obrera revolucionaria y con los
elementos revolucionarios que permanecieron en el
país. Después del año 1848 comienza en Alemania el
8
período de la reacción política e ideológica y una
serie de compañeros de armas de Marx se alejan del
movimiento
revolucionario.
Marx
trabajaba
persistentemente en el desenvolvimiento de su
concepción filosófica del mundo, en la elaboración
de su sistema económico, llevando a cabo
simultáneamente una intensa actividad políticoliteraria. A fines del año 1850 la depresión empieza a
desaparecer. En Alemania comienza el ascenso del
movimiento obrero. Lassalle organiza en 1863 "La
Asociación General de Obreros" y plantea
abiertamente la cuestión de los objetivos y de los
derechos políticos de la clase obrera. Lassalle, que
aparece en la arena política en el momento en que
comienza la animación, comprendió el cambio
producido en la mentalidad de las masas obreras y
debido a esto su "Asociación General de Obreros" se
hizo muy popular. Marx y Engels apreciaban mucho
a Lassalle. "Lassalle, a pesar de todos sus “peros”, es
firme y enérgico", escribía Marx a Engels el 10 de
marzo de 1853. "Lassalle es el único que tiene
todavía la audacia de seguir en correspondencia con
Londres, y es necesario conseguir que este
intercambio no se le torne fastidioso", escribía Marx
a Engels el 18 de julio de 1853. En una carta a
Schweitzer fechada el 13 de octubre de 1868,
escribe: "Después de quince años de letargo, Lassalle
ha despertado de nuevo, en Alemania, al movimiento
obrero. Este es su mérito inmortal."
Pero desde el comienzo, Marx y Engels
observaron una serie de graves defectos en la teoría y
en la actividad de Lassalle. Los desacuerdos iban
aumentando a medida que Lassalle manifestaba su
errónea orientación. Lassalle desconfiaba de la lucha
de los obreros por el derecho de coalición y no veía
la utilidad de las huelgas. "El derecho de coalición no
puede dar ninguna ventaja al obrero. No puede
determinar un mejoramiento real de su situación."
Tales eran las máximas de Lassalle. Lassalle hablaba
de la "triste experiencia" de las huelgas inglesas.
Consideraba estéril la lucha por el aumento de los
salarios, puesto que la clase obrera es incapaz de
cambiar la ley de bronce de los salarios, que según él
es la piedra angular de toda ciencia "económica".
Como panacea a todos los males, Lassalle plantea las
dos reivindicaciones siguientes: Sufragio universal y
subsidio del Estado a las Asociaciones de
Producción. En consecuencia, negaba la lucha
económica de la clase obrera y la utilidad de los
sindicatos. Esta concepción de Lassalle fue ajena a
Marx:
"Lassalle fue contrario al movimiento de
coalición -escribe Marx a Engels el 13 de febrero
de 1865-; Liebknecht lo ha improvisado entre los
tipógrafos de Berlín con sus propios medios,
contra la voluntad de Lassalle."
La lucha entre Marx y Lassalle comenzó con
motivo de la llamada "ley de bronce" del salario. Esta
Drizdo Losovsky
ley de bronce del salario no era en el fondo más que
una reedición de las teorías proudhonianas y de la ley
de Malthus sobre la población. ¿Qué es, en esencia
esta teoría? Todos los esfuerzos que el obrero realice,
todas sus luchas, no le harán obtener nada en el
sentido del mejoramiento de su situación. Esta teoría,
que condena las luchas económicas organizadas, que
las considera estériles, no podía contar con la
simpatía de Marx. Este criticó duramente la "ley de
bronce de los salarios", demostrando que los salarios
están compuestos de dos partes: contienen el mínimo
físico y el mínimo social, que cambia de acuerdo con
las condiciones histórico-sociales. Lassalle no
solamente insistió en su "ley de bronce de los
salarios", sino que se orientaba cada vez más hacia el
Estado bismarkiano, esperándolo todo de las
subvenciones del Estado.
"He señalado muchas veces que quiero la
asociación individual y voluntaria... pero para
poder formarse, debe obtener del Estado mediante un empréstito- el capital necesario.
"Para elevar vuestra clase, para emancipar no
solamente a algunos obreros, sino al trabajo
mismo se necesitan millones de pesos y sólo el
Estado y la legislación los pueden dar."
Esta era la solución simplista que Lassalle,
hombre de gran capacidad, daba al problema obrero.
Es necesario comenzar por obtener el derecho al
sufragio universal, y después, el gobierno dará
"millones y millones de pesos".
¿Podía acaso Marx dejar de luchar contra esta
funesta utopía manifiestamente pequeñoburguesa?
El 9 de abril de 1863, Marx escribía a Engels:
"Lassalle me ha enviado hace dos días la carta
abierta “Al Comité Obrero Central” del
“Congreso Obrero de Leipzig”. Se comporta
como un futuro dictador de los obreros, lanzando
con aire pomposo frases que tomó de nosotros.
Las diferencias entre el salario y el capital las
resuelve con “la mayor facilidad”. A saber: los
obreros deben hacer agitación por el sufragio
universal y luego enviar a la cámara de diputados
a personas como él, “dotadas de la brillante arma
de la ciencia”. Luego, ellos construirán fábricas
obreras, para lo cual el Estado facilitará capital y
estas empresas cubrirán poco a poco todo el país.
Todo eso es admirablemente nuevo."
Después de la muerte de Lassalle, la "Asociación
de Obreros" fue presidida por Schweitzer, que
comenzó a manifestarse partidario del derecho de
coalición e incluso de la lucha por los salarios. Pero
Schweitzer, a pesar de haberse alejado de su maestro,
llega, sin embargo, en una serie de artículos a las
siguientes conclusiones:
"1. La huelga es necesariamente estéril desde
el punto de vista económico.
"2. No obstante, la huelga es un magnífico
medio de encender el movimiento obrero y
9
Marx y los sindicatos
elevarlo hasta el nivel de la formación en la clase
obrera, de una conciencia de clase propia.
"3. Donde el movimiento obrero pueda actuar
abiertamente para su objetivo final, las huelgas,
en general, no deben ser aprobadas, porque la
clase obrera necesita de toda su fuerza para la
conquista de su objetivo final, el cambio de las
bases sociales. Ahora bien: las huelgas distraen
muchas fuerzas del objetivo final, y no conducen
más que a un resultado ilusorio: el aumento de los
salarios."
Marx seguía atentamente la evolución de la
"Asociación General Obrera de Alemania", pues
sabía que en lo concerniente al derecho de coalición,
halla entre los lassallianos la mayor confusión. Marx
escribe el 13 de febrero de 1865 a Schweitzer:
"Las coaliciones y los sindicatos que surgen de
las mismas, no solamente son de gran importancia
como medios de organización de la clase obrera
para la lucha contra la burguesía; su importancia
se refleja en el hecho de que hasta los obreros de
Estados Unidos del Norte, a pesar del derecho al
voto y de la República, no pueden prescindir de
él. Pero además, en Prusia, y, en general, en
Alemania, el derecho de coalición es una brecha
abierta en el régimen de dominación policíaca y
burocrática, rompe la ley de domesticidad y la
economía feudal en el campo; en una palabra, es
una medida de transformación de los “súbditos”
en ciudadanos mayores de edad, que el partido
progresista, es decir, todos los partidos burgueses
de oposición podrían aceptar, si no fuesen idiotas,
cien veces mejor que el gobierno de Prusia, y con
mayor razón, que el gobierno de un Bismarck."
En la misma carta, Marx se detiene en la famosa
idea lassalliana de los subsidios del Estado. He aquí
lo que escribe Marx, con motivo de este socialismo
gubernamental monárquico-prusiano:
"La nefasta ilusión de Lassalle de una
intervención socialista del gobierno prusiano, no
cabe duda que irá seguida de una inevitable
decepción. La lógica de las cosas hablará por sí
misma. Pero el honor del Partido Obrero exige
que descarte semejantes quimeras antes que su
inanidad estalle al contacto con la experiencia. La
clase obrera es revolucionaria o no es nada."
Esta notable carta nos muestra las causas de la
hostilidad de Marx contra el lassallismo. La clase
obrera es revolucionaria o no es nada, esto era lo que
determinaba la línea de conducta de Carlos Marx.
Marx conceptuaba a la "Asociación General
Obrera" como una organización sectaria y volvió a
ocuparse muchas veces de esta cuestión. En sus
cartas a Schweitzer, Marx expresaba continuamente
este concepto suyo sobre el carácter sectario de la
"Asociación General Obrera". En ellas da una
definición clásica de lo que es el sectarismo. He aquí,
por ejemplo, lo que Marx escribe el 13 de octubre de
1868:
“'Como todos los fundadores de sectas,
Lassalle negaba toda ligazón natural con el
movimiento obrero anterior en Alemania y en el
extranjero. Cayó en el mismo error de Proudhon,
de no buscar la base real de su agitación en los
verdaderos elementos del movimiento de clase,
sino que quería orientar la marcha del mismo
mediante una fórmula doctrinaria determinada.
"Usted mismo ha experimentado en su propia
persona la oposición entre el movimiento de secta
y el movimiento de clase. La secta busca su razón
de ser en su “point d'honneur”, no en lo que tiene
de común con el movimiento de clases, sino en el
talismán especial que la distingue de este
movimiento. Cuando usted propuso convocar el
Congreso de Hamburgo para la constitución de
los sindicatos, no pudo romper la resistencia
sectaria más que amenazando con renunciar a la
presidencia. Además, usted se vio obligado a
doblar su propia persona, declarando que una vez
actuaba como jefe de secta y otra vez en
representación del movimiento de clase.
"La disolución de la “Asociación General
Obrera Alemana”, le brindó la ocasión de dar un
importante paso hacia adelante y de declarar, o de
probar, que actualmente hemos entrado en una
nueva fase del desarrollo y que el movimiento de
secta está ya maduro para disolverse en el
movimiento de clase y liquidar definitivamente
todas esas supervivencias...
"En lo que concierne a los elementos justos
que contenía la secta, debían ser introducidos en
el movimiento general, para enriquecerle. En
lugar de esto, habéis exigido del movimiento de
clase que se subordine a un movimiento sectario
particular. Los que no entraban en el círculo de
vuestros amigos, deducían que usted desea
conservar, a toda costa, su movimiento obrero
particular."
Cuando Schweitzer envió a Marx, antes del
Congreso de Hamburgo, el proyecto de estatutos de
su nueva “Asociación General Obrera”, Marx
aprovechó la ocasión para hacerle la más severa
crítica. Marx consideraba que un agrupamiento
político-sindical no era viable y que la centralización
burocrática era sumamente peligrosa, especialmente
para Alemania.
En su carta a Schweitzer, de fecha 13 de
septiembre de 1868, Marx escribe:
"En lo que concierne al proyecto de estatutos,
lo considero erróneo desde el punto de vista de los
principios, y creo tener tanta experiencia en las
cuestiones del movimiento sindical como
cualquiera de mis contemporáneos. Sin entrar
aquí en detalles, diré solamente que ese tipo de
organización, con todo lo cómodo que es para las
sociedades secretas y para la unión de sectarios,
10
contradice la esencia misma de las trade-unions.
Pero aun suponiendo que semejante organización
sea posible, y debo decir que “tout bonnement” la
considero francamente imposible, no sería
deseable y menos para Alemania. Aquí, donde el
obrero sufre desde la infancia un adiestramiento
burocrático y tiene fe en los superiores, lo más
importante es que aprenda a caminar sin la ayuda
de nadie.
"Vuestro plan no es práctico tampoco en otros
aspectos. En la organización existen tres poderes
independientes de diferente origen: 1) comité
elegido por oficios; 2) presidente, una persona
completamente inútil, elegida por sufragio
general; 3) un congreso elegido por localidades.
En fin, fuentes de conflictos por doquiera. ¡Y es
ésta la organización que debe servir para acciones
rápidas!
"Lassalle ha cometido un gran error al querer
imitar “al elegido del sufragio universal” (de la
constitución francesa de 1852). ¡Y eso para las
trade-unions! Estas se ven obligadas a ocuparse
principalmente de cuestiones de dinero, y usted no
tardará en ver que aquí termina todo poder
dictatorial"
Lo que es notable en esta carta, no es solamente la
crítica concreta, aniquiladora del supercentralismo de
Lassalle-Schweitzer, sino también la posición de
principio en esta cuestión: es preciso enseñar al
obrero alemán "a marchar sin la ayuda de nadie".
Marx y Engels plantearon varias veces esta cuestión
en sus cartas. Sabían lo que significa el
adiestramiento burocrático y temían que si la
organización del partido y de los sindicatos llegasen
a tener una estructura burocrática, podría causarse un
daño inmenso a la clase obrera de Alemania. En ésta
como en todas las demás cuestiones, las palabras de
Marx resultaron proféticamente justas. El centralismo
burocrático de la socialdemocracia alemana, que
corresponde a las tradiciones "nacionales" de la
domesticación cuartelera prusiana, ahoga todavía el
movimiento obrero de Alemania.
Marx y Engels manifestaron muchas veces su
parecer respecto a las ínfulas dictatoriales del
heredero de Lassalle, Schweitzer. Demostraban que
su orientación no podía menos de provocar la ruina
de su organización y que era necesario elegir entre la
organización sindical de masas y el aislamiento
sectario.
Después del Congreso de Hamburgo, Marx
escribe a Engels el 26 de septiembre de 1868:
"Lo que hay sobre todo de ridículo en
Schweitzer -y claro que le es impuesto por los
prejuicios de su ejército y su título de presidente
de la “Asociación General Obrera Alemana”- es
que invoque sin cesar las palabras del maestro y
que a cada nueva concesión a las necesidades del
verdadero
movimiento
obrero
pretenda
Drizdo Losovsky
tímidamente que no contradice los santísimos
dogmas de Lassalle. El Congreso de Hamburgo ha
sentido instintivamente, con justa razón, que el
verdadero movimiento obrero (las trade-uniones,
etc.), amenazan a la “Asociación General Obrera
de Alemania” como organización específica de la
secta lassalliana."
Marx subraya que es imposible hacer entrar a las
amplias masas en una organización sectaria.
Marx habla de esto en su carta a P. Bolte, el 23 de
noviembre de 1871:
"...La organización de Lassalle es simplemente
una organización sectaria, y como tal, hostil a la
organización del verdadero movimiento obrero
que quiere crear la Internacional."
Marx y Engels plantearon de nuevo la cuestión de
la actitud frente al lassallismo con motivo del
Congreso de fusión de los lassallianos y los
partidarios de Eissenach, en 1875, en Gotha.
En una carta a Bebel fechada el 18-28 de marzo
de 1875, Engels escribe a propósito del programa de
Gotha, entre otras cosas, lo siguiente:
“Ni una palabra se dice de la organización de
la clase obrera, como tal clase, por medio de los
sindicatos. Y éste es un punto de suma
importancia; porque los sindicatos son la
verdadera organización de clase del proletariado
con los cuales realiza su lucha diaria contra el
capital, en los que se educa y a los que ya hoy día
es imposible aplastar, ni siquiera mediante la más
severa reacción (como la que impera actualmente
en París). Dada la importancia que esta
organización adquiere en Alemania, nos parece
absolutamente necesario hacer mención de ella en
el programa, y en la medida de lo posible, darle
un lugar determinado en la organización del
Partido."
Tal es la crítica del programa de Gotha desde el
punto de vista de las dos cuestiones. Pero, en
realidad, "las glosas marginales sobre el programa
del Partido obrero alemán" exceden ampliamente los
límites de estas dos cuestiones.
Liebknecht y Bebel estaban muy descontentos de
la severa crítica hecha por Marx y Engels al
programa de Gotha. Bebel, al citar en sus memorias
estas cartas de Engels, añade melancólicamente:
"No era fácil ponerse de acuerdo con los dos
viejos de Londres. Lo que a nosotros nos parecía
un cálculo inteligente y una táctica hábil, ellos lo
juzgaban como una debilidad y un espíritu de
conciliación irresponsable."
Esta objeción es muy característica de Bebel. En
la socialdemocracia alemana, ya en los primeros días
de su función, se había establecido el hábito de
explicar las desviaciones de los principios del
marxismo con razones de táctica, como si la táctica
fuera algo desligado e independiente de las
concepciones de principio.
Marx y los sindicatos
Marx y Engels se opusieron a la fusión de los
lassallianos con los partidarios de Eisenach, puesto
que la plataforma de fusión era no solamente
equívoca, sino también errónea. Marx lo manifestó
en su carta a Bracke, el 5 de mayo de 1875:
"Todo paso hacia adelante, todo movimiento
real, es más importante que una docena de
programas. Si, pues, era imposible exceder el
programa de Eisenach -y las circunstancias no lo
permitían- era necesario concluir simplemente un
acuerdo para la acción contra el enemigo común.
Se fabrica, por el contrario, un programa de
principio (en lugar de aplazarlo hasta el momento
en que una cuestión de esta índole estuviese
preparada por una larga actividad común), lo que
equivale a plantar públicamente jalones que
permitirán al mundo entero juzgar el nivel del
movimiento del Partido."
En el movimiento obrero de la Alemania de
entonces, no solamente había la tendencia de los
Lassalle-Schweitzer a destruir los sindicatos
transformándolos en un partido, sino también las
tendencias opuestas, es decir, el considerar a los
sindicatos como la única forma del movimiento
obrero. En este sentido pecó J. F. Becker, dirigente
de la sección alemana de la "Asociación
Internacional de Trabajadores".
En el período en que se comenzó a formar en
Alemania el partido político del proletariado, el
problema más difícil y complicado fue el de las
relaciones entre toda la variedad de sociedades
educativas, los sindicatos y el Partido.
Hemos visto la solución que daban a esta cuestión
Lassalle y Schweitzer y las objeciones de Marx y
Engels a este tipo de organización. J. F. Becker
redactó un proyecto de proposición, en 1869, con
motivo de la formación de un partido político obrero
(los partidarios de Eisenach) defendiendo la idea de
que la única forma verdadera del movimiento obrero
son los sindicatos. He aquí cómo J. F. Becker
formula su afirmación:
"Considerando que solamente los sindicatos
representan la forma justa de las organizaciones
obreras, también para la sociedad futura, y en
vista de los conocimientos especiales que
prevalecen en su medio y contribuyen a la
formación de una conciencia social exacta; y que
en la medida que se perfecciona la organización
de los sindicatos, las sociedades mixtas (como por
ejemplo la “Asociación General Obrera Alemana”
y las uniones de educación obrera) pierden su
razón de ser y después de cumplir su misión de
iniciadores pierden también su derecho a la
existencia, etcétera.
Esta manera de plantear la cuestión no podía
surgir más que porque no se tenía una idea clara de lo
que es un partido y de cómo debe estar construido.
Bebel estaba muy preocupado por este proyecto y
11
preguntó a Marx su posición frente a él. Marx
contestó que no tenía nada de común con ese
documento.
También Engels reaccionó inmediatamente con
violencia, expresando a propósito de esta cuestión,
no sólo su opinión personal, sino también la de Marx:
"El viejo Becker debe haberse vuelto
completamente loco. ¿Cómo es posible que
proclame a los sindicatos como auténtica forma
de agrupación de los obreros y base de toda
organización, y que todas las demás asociaciones
deben tener solamente un carácter provisional? ¡Y
todo eso en un país donde los verdaderos
sindicatos no existen todavía! ¡Y qué
“organización” embrollada! Por un lado, los
sindicatos de cada oficio se centralizan en el
comité nacional, y por otro, diversos sindicatos de
cada localidad organizan su comité central. Si lo
que se desea es que haya discordias permanentes,
ésa es la organización que se debe adoptar. Pero
en realidad, detrás de todo esto se oculta
simplemente el viejo artesano alemán, que quiere
salvar su tienda como base de la unidad de la
organización obrera."
A Marx no se le podía cazar en el cepo de una
frase revolucionaria. Cuando algún socialista
contemporáneo comenzaba a emplear frases
demasiado infladas, Marx le atacaba resueltamente.
A este respecto, es muy característica la diferencia de
actitud de Marx frente a Bernstein y a Most.
Bernstein acusaba a Most de "izquierdismo",
insinuando
veladamente
sus
opiniones
pequeñoburguesas de derecha; Marx reaccionó
contra el intento de Bernstein de introducir su
contrabando.
En carta del 19 de septiembre de 1879, Marx
escribe a Sorge:
"Nuestras divergencias con Most no tienen
nada de común con los desacuerdos con esos
señores de Zúrich (el trío compuesto por el doctor
Hochbert, Bernstein su secretario y Schramm).
Nosotros no reprochamos a Most que su
“Libertad” sea demasiado revolucionaria, sino que
no tiene contenido revolucionario y se limita a
hacer fraseología revolucionaria."
Marx y Engels mantuvieron una lucha despiadada
contra todos los matices del oportunismo, contra toda
ausencia de principios y contra el método "familiar"
en la política. No permitían que se disimularan las
divergencias teóricas y políticas y estaban siempre como dice el escritor Gleb Uspenski- "listos para la
pelea".
Lenin señalaba especialmente en 1907 esta
característica, en su introducción a las cartas de Marx
y Engels a Sorge. Como estaban tan cerca del
movimiento obrero alemán, es aquí donde se
patentiza con más evidencia el papel dirigente de
Marx y Engels y su lucha por la claridad teórica, la
12
firmeza política y la audacia de táctica.
Marx y Engels fueron los primeros en dar la voz
de alarma con motivo de la penetración en la
socialdemocracia
alemana
de
elementos
manifiestamente ajenos y exigían un control riguroso
sobre "la banda de doctores, estudiantes y la crápula
socialistas de cátedra", que ya entonces
desempeñaban un papel desproporcional. Marx
protestaba contra "estos señores" teóricamente nulos
e inservibles en la práctica, que pretenden arrancar
los dientes al socialismo, que ellos han
confeccionado según sus recetas universitarias, y
sobre todo, al partido socialdemócrata, e instruir a los
obreros, o, como ellos dicen, darles los "elementos de
instrucción". "No son ni más ni menos que
lamentables charlatanes contrarrevolucionarios."
4. Marx y el movimiento sindical en Inglaterra.
La primera mitad del siglo XIX se caracterizó por
un impetuoso crecimiento y desarrollo del
movimiento sindical en Inglaterra. Inmediatamente
después de la supresión del decreto prohibitivo de las
coaliciones, en 1824, las trade-uniones salen de la
clandestinidad y comienzan a extenderse por toda
Inglaterra. Las trade-uniones inglesas eran
organizaciones estrechamente gremialistas, que se
proponían
únicamente
finalidades
prácticas
(disminución de la jornada de trabajo, aumento de los
salarios, etc.). Marx y Engels observaron durante
decenas de años el desarrollo del movimiento obrero
de Inglaterra. La primera gran obra de Engels
dedicada a la situación de la clase obrera de
Inglaterra y El capital, genial obra de Marx, están
basadas en el estudio de la economía: inglesa y del
movimiento obrero de Inglaterra.
Marx y Engels veían el carácter estrechamente
gremial de las trade-uniones y su horizonte
restringido, pero las consideraban sin embargo un
serio paso hacia adelante en el desarrollo del
movimiento obrero inglés, y no solamente inglés.
"Con el fin de quebrar el poder de la
burguesía, escribía Engels, se necesita algo más
que sindicatos obreros y huelgas. Pero esos
sindicatos y las huelgas originadas por ellos,
tienen importancia principalmente por representar
el primer intento de los obreros por suprimir la
competencia.
Su
existencia
supone
la
comprensión de que la dominación de la
burguesía se basa solamente en la competencia de
los obreros entre sí, es decir, en la ausencia de
solidaridad obrera, en la oposición de los intereses
de una parte de los obreros a los intereses de
otros. Y precisamente porque todos sus esfuerzos
están orientados, aunque sea unilateral y
estrechamente, contra la competencia, contra el
nervio vital del régimen social contemporáneo,
son un peligro para ese régimen. Difícilmente el
obrero podía encontrar un punto más vulnerable
Drizdo Losovsky
en el régimen de la burguesía y en todo el régimen
social contemporáneo."
El mal fundamental del movimiento sindical
inglés, ya en aquel período, consistía en las
concepciones socialistas todavía vagas y confusas
que tenían los jefes más avanzados. El socialismo
inglés de aquella época era extraordinariamente
magro y anémico. He aquí cómo caracteriza Engels a
los socialistas de esa época:
"El padre del socialismo inglés fue el
fabricante Owen y por esto su socialismo, aun
excediendo en el fondo los límites de las
contradicciones entre la burguesía y el
proletariado, guarda, no obstante, por su forma,
una actitud muy tolerante con la burguesía, y muy
injusta con el proletariado. Los socialistas son
completamente domesticados y pacíficos,
reconocen como justificadas las condiciones
existentes, por malas que sean, ya que niegan para
su modificación, cualquier camino que no sea el
de la prédica pública... Los socialistas se quejan
continuamente de la desmoralización de las clases
inferiores. Comprenden, sin duda, la causa del
odio de los obreros contra la burguesía, pero
consideran que este odio, que es el único medio
de llevar a los obreros hacia adelante, es estéril y
predican una filantropía y un amor universal, que
es mucho más estéril para la realidad de la
Inglaterra moderna. No reconocen más que el
desarrollo psicológico, el desarrollo del hombre
abstracto completamente aislado del pasado,
mientras que todo el mundo, y con él cada
individuo, brotan sobre el terreno de este pasado.
Por eso son demasiado científicos, demasiado
metafísicos, y no hacen gran cosa."
Engels acompaña esta brillante característica del
socialismo inglés, con un análisis del cartismo y de la
diferenciación que se verificó en él después de los
impetuosos y sangrientos sucesos de los años 183942. Engels consideraba que el verdadero socialismo
surgiría del cartismo.
"Sin duda, los “cartistas” son muy atrasados,
poco instruidos, pero al menos son, en cuerpo y
alma, verdaderos proletarios, representantes del
proletariado."
Las trade-uniones son un arma de lucha contra los
capitalistas, y, por consiguiente, la creación de los
sindicatos constituye para los obreros un serio
progreso. Esta idea pasa a través de todo El capital de
Marx. Así, por ejemplo, al esbozar un amplio cuadro
de la lucha de los obreros por la disminución de la
jornada de trabajo, Marx escribe:
"La constitución, a fines de 1865, de una tradeunion de los obreros agrícolas, primero en
Escocia, es un acontecimiento histórico."
Una prueba de la gran importancia que Marx
atribuía a las trade-uniones, es que fue él el iniciador
de la incorporación de las trade-uniones a la Iª
Marx y los sindicatos
Internacional, y que hizo cuanto le fue posible por
ponerse en contacto directo con las secciones locales
de las trade-uniones inglesas.
El 1º de abril de 1865, el sindicato de carpinteros
de Chelsey invita a una delegación, para que se les
expliquen los principios de la Asociación
Internacional. Weston hace un informe sobre la
delegación al sindicato de mineros. El 3 de abril de
1866, el Comité Ejecutivo del sindicato inglés de
sastres manifiesta sus sentimientos cordiales hacia de
Asociación Internacional de Trabajadores y promete
ingresar en ella. En esta misma fecha, el Consejo
General se da por informado del deseo de los
hilanderos de Coventry, de ingresar en la
Internacional. El 1º de abril de 1866, se lee una
comunicación anunciando que la sociedad de
zapateros del barrio de West-End, ha hecho un
donativo de una libra esterlina para el Consejo
General, y se propone enviar a Odger como delegado
al Congreso. El 10 de abril de 1866, este sindicato es
aceptado como parte de la Asociación Internacional
de Trabajadores. En la misma fecha se comunica que
Weston y Young fueron como delegados a la
Asamblea del Comité de yeseros. El 19 de mayo de
1866, Young hace un informe sobre la asistencia de
él y de Lafargue a la sección local de la sociedad de
ladrilleros. Fueron recibidos con gran entusiasmo y
se les prometió apoyarles. El 15 de mayo de 1866, la
sección del sindicato unificado de obreros sastres de
Darlington es aceptada en la Internacional. El 17 de
junio de 1866 se da lectura a una información de la
sociedad de toneleros "La mano de hierro", que
decidió adherirse a la Internacional, imponiendo a
todos sus miembros la cuota de un chelín por persona
para el financiamiento del Congreso de Ginebra. En
esta misma reunión se anuncia que una asamblea de
obreros carpinteros que recibió a la delegación de la
Internacional, resolvió contribuir con una libra
esterlina para sufragar los gastos del Congreso.
Estas actas son muy significativas, porque reflejan
el interés que existía entre una parte de las tradeunions por la Iª Internacional. En el órgano de Johann
Philipe Becker, Vorbote, del mes de mayo de 1866,
se habla de cinco grandes sindicatos que ingresaron
colectivamente en la Internacional (hasta entonces
sólo se afiliaban a la Internacional sindicatos
individuales). Los sindicatos adheridos fueron: el
sindicato de tejedores de cintas de seda, con mil
miembros; el sindicato de sastres (8.000 miembros);
el de zapateros (9.000 miembros); luego el sindicato
de mecánicos y los obreros de la fabricación de rejas.
También se habían adherido a la Internacional los
sindicatos de picapedreros de Londres y Stradford,
muchas pequeñas sociedades y por último la Unión
Unificada de Mecánicos Ingleses, que tenía 33.000
miembros. El número de noviembre de Vorbote
comunica la adhesión a la Internacional del sindicato
de canasteros (300 miembros) y de la Unión de
13
Peones (28.000 miembros).
El informe del Congreso de Basilea, escrito por
Marx, anuncia que en el Congreso general de las
trade-unions inglesas que acababa de reunirse en
Birmingham, fue adoptada la siguiente resolución:
"Considerando que la Asociación Internacional
de Trabajadores se propone unificar a las masas
trabajadoras y defender sus intereses que son en
todas partes idénticos, el Congreso recomienda a
los obreros del Reino Unido, y especialmente a
las corporaciones obreras organizadas, que
apoyen esta Asociación y les sugiere
insistentemente que se adhieran a ella. A la vez el
Congreso tiene la convicción de que la realización
de los principios de la Internacional, conducirá a
la instauración de una paz sólida entre todos los
pueblos del mundo."
No obstante, es necesario tener en cuenta que una
gran parte de las trade-unions se negaron a adherirse
a la Internacional. Así, por ejemplo, cuando el
Consejo General de la Asociación Internacional de
Trabajadores se dirigió, en 1866, al Consejo de la
trade-unions de Londres instándole a adherirse a la
Internacional, y en caso de negativa, a admitir en una
asamblea a un representante de ésta para exponer las
concepciones de la Asociación Internacional de
Trabajadores, el Consejo de trade-unions de Londres
contestó negativamente. Sin embargo, había en el
Consejo General de la Asociación Internacional de
Trabajadores un crecido grupo de ingleses: Odger,
Applegarth, Weston, Lookfort, etc., ocupando Odger
la presidencia del Consejo General.
Es interesante señalar que Sidney y Beatriz Webb,
historiadores del trade-unionismo inglés, en los dos
tomos de su Teoría y práctica del trade-unionismo
inglés, no dedicaron ni una sola página a la posición
de las trade-unions inglesas frente a la Iª
Internacional, y en su historia del trade-unionismo
dedican a este problema solamente una nota de pie de
página.
Sin embargo, esta cuestión no es de menor
importancia que los estatutos de cualquier unión o
que la opinión de los economistas y de los curas
ingleses sobre el mal que causa el trade-unionismo y
el
carácter
antirreligioso
del
movimiento
huelguístico.
Los historiadores fabianos del trade-unionismo
creían, evidentemente, que esa actitud desdeñosa
frente a Marx y a la Asociación Internacional de
Trabajadores, disminuiría los méritos de ambos. Pero
se equivocaron y su manera de obrar prueba una vez
más que Marx y la Iª Internacional siguen inspirando
horror a los intelectuales socializantes.
Engels, que venía observando durante el curso de
largos años el desarrollo de las ideas socialistas y
semisocialistas en Inglaterra, definió brillantemente
el socialismo fabiano. En una carta a Sorge, fechada
el 18 de enero de 1893, leemos lo siguiente:
14
"Aquí, en Londres, los fabianos son una banda
de “carreristas”, que tienen, sin embargo, bastante
buen sentido para comprender que la revolución
social es inevitable; pero al no querer confiar este
gigantesco trabajo al “grosero” proletariado
solamente, han expresado su “benévolo” deseo de
colocarse a su cabeza. El temor a la revolución es
su principio fundamental. Son “intelectuales” por
excelencia; su socialismo es un socialismo
municipal; es el municipio y no toda la nación,
quien debe ser por lo menos al comienzo, el
propietario de todos los medios de producción.
Presentan su socialismo como la consecuencia
extrema, pero inevitable, del liberalismo burgués.
Y de ahí su táctica: No combatir con decisión,
como a enemigos, a los liberales, sino empujarlos
hacia conclusiones socialistas, es decir, burlarlos
para impregnar de socialismo el liberalismo; no
oponer candidatos socialistas a los liberales, sino
hacérselos aceptar con miles de maniobras... Pero
no comprenden que librándose a este juego serán
ellos los engañados o engañarán al socialismo.
"Los fabianos han editado junto a sus
antiguallas algunas buenas obras de propaganda
que son lo mejor que en este terreno han hecho los
ingleses. Pero apenas tornan a su táctica
específica: disimular las luchas de clases, la cosa
huele mal. De ahí su odio fanático contra Marx y
contra todos nosotros."
El Consejo General de la Iª Internacional tenía
una composición extraordinariamente heterogénea y
por eso se desarrollaba constantemente en su seno
una lucha sobre los problemas fundamentales
económicos y políticos del movimiento obrero. A
este respecto, es muy característica la discusión que
tuvo lugar en el Consejo General de la Asociación
Internacional de Trabajadores entre Marx y Weston,
sobre la cuestión del salario, los precios y las
ganancias.
A principios de noviembre de 1864, Marx escribe
a Engels:
"Además un viejo “owenista”, Weston,
hombre amable y simpático, actualmente
fabricante; ha presentado un programa
extraordinariamente extenso y terriblemente
confuso."
Este hombre "amable y simpático" era un gran
confusionista y el Consejo General resolvió organizar
una discusión sobre la cuestión en litigio. El 20 de
mayo de 1865, Marx escribe a Engels:
"Hoy, por la tarde, asamblea extraordinaria de
la Internacional. Un viejo compañero, antiguo
owenista, Weston (carpintero), ha presentado dos
tesis que defiende incansablemente:
"1. Que un alza general de la norma de los
salarios, no puede favorecer en nada a los obreros.
"2. Que, por consecuencia, las trade-unions
son perjudiciales.
Drizdo Losovsky
"Si estas dos tesis, en las cuales es el único en
creer, fuesen aceptadas, provocaríamos un enorme
escándalo, tanto frente a las trade-unions locales,
como también en relación con la epidemia de
huelgas que reina actualmente en el continente.
En esta ocasión (ya que a esta asamblea serán
admitidas también personas no pertenecientes al
Consejo), tendrá el apoyo de un inglés que
escribió un folleto en el mismo sentido. El público
espera naturalmente una refutación de mi parte.
Yo, naturalmente, conozco de antemano los dos
puntos fundamentales:
"1. Que el salario determina el valor de las
mercancías.
"2. Que si los capitalistas pagan hoy 5 chelines
en lugar de cuatro, tendrán que vender mañana
sus mercancías (debido a la demanda creciente)
por 5 chelines en lugar de cuatro."
La discusión entre Marx y Weston se reflejó así
en las actas del Consejo General:
"El 30 de mayo de 1865 Weston pronunció su
discurso sobre los salarios. Interviene Marx,
formulando conceptos contrarios a los de Weston.
El 24 de junio de 1865, Marx dio lectura a una
parte de su disertación sobre los salarios, en
respuesta a la disertación de Weston. El 27 de
junio de 1865 Marx lee el final de su disertación
sobre los salarios. El 4 de julio de 1865 siguieron
las discusiones con respecto a las posiciones de
Weston y Marx.”
Desgraciadamente los debates no han llegado
hasta nosotros. No obstante, sabemos lo que Marx
dijo en esas asambleas. Su disertación en el Consejo
General "Salario, precio y beneficio", es una
exposición de la parte correspondiente al tomo I del
Capital. Marx expone aquí en los dos puntos
siguientes, la opinión de Weston:
"1. La masa de la producción nacional es algo
fijo, una cantidad o magnitud constante, como
dirían los matemáticos.
"2. El importe de los salarios reales, es decir,
los salarios medios por la cantidad de objetos de
consumo que con ellos se pueden adquirir, es una
suma fija, una magnitud también constante."
"Las ideas expresadas aquí por el ciudadano
Weston podrían haberse encerrado en una cáscara de
nuez", dijo Marx al comienzo de su discurso. Y en
efecto, a medida que Marx analiza la teoría de
Weston, se esclarece que la cáscara de nuez está
completamente vacía. Al analizarlos sofismas de la
economía política burguesa que defendía "el bueno y
amable" Weston, Marx llega a las siguientes
conclusiones teóricas y prácticas:
"1. Una elevación general de la tasa de salarios
producirá una reducción del beneficio general,
pero no afectará en su conjunto a los precios de
las mercancías.
"2. La tendencia general de la producción
Marx y los sindicatos
capitalista no es elevar, sino reducir el salario
normal medio.
"3. Los sindicatos trabajan bien como centros
de resistencia contra los ataques del capital; pero
demuestran ser en parte ineficientes a
consecuencia del uso mal comprendido de su
fuerza. En general yerran su camino porque se
limitan a una guerra de guerrillas contra los
efectos del sistema existente, en vez de laborar al
mismo tiempo para su transformación, usando de
su fuerza organizada como palanca para la
liberación definitiva de la clase obrera, es decir,
para la abolición definitiva del sistema del
salario."
Esta respuesta de Marx no necesita hoy, cincuenta
años después de su muerte, comentarios especiales,
porque las ideas de Marx se han hecho patrimonio de
millones de hombres. Pero es necesario tener en
cuenta el estado de ánimo en que debió encontrarse
Marx cuando se vio en la necesidad, en la dirección
de la Internacional, de sostener una discusión sobre
un problema que debía haber sido claro para los
dirigentes del movimiento obrero. Si Marx dio a
Weston una respuesta tan científica y tan seriamente
fundamentada, fue precisamente porque alrededor de
este problema había vacilaciones, confusiones y
teorías manifiestamente erróneas en todos los países.
Una gran parte de las trade-unions inglesas se
desinteresaban de semejantes cuestiones y juzgaban a
la Iª Internacional como una organización que no
obligaba a nadie ni a nada. Marx y Engels
comprobaban cómo los líderes de los sindicatos y el
movimiento cartista se decoloraban desde el punto de
vista político, y cómo la burguesía logró domesticar a
los sindicatos, convirtiéndolos en apéndices de los
partidos burgueses. De aquí proviene su apreciación
tan dura sobre la dirección del movimiento obrero
inglés. Como uno de los dirigentes del movimiento
cartista comenzase a predicar la colaboración de los
obreros con la burguesía, Marx escribe a Engels el 24
de noviembre de 1857 lo siguiente:
"Jones juega aquí un papel muy torpe. Tú
sabes que mucho antes de la crisis y sin otra
intención que la de tener un pretexto para la
agitación en aquel período de calma, había
convocado a una conferencia cartista, a la cual
debían haber sido invitados también los radicales
burgueses. Pero actualmente, en lugar de
aprovechar la crisis, mantiene con perseverancia
su invento absurdo e indigna a los obreros
predicándoles la colaboración con la burguesía."
La "evolución" de Jones preocupaba a Marx y
Engels. El 7 de octubre de 1858, Engels escribía a
Marx:
"La historia de Jones es repugnante... Después
de esto, estaría uno casi tentado de creer que el
movimiento proletario inglés, en su tradicional
forma cartista, debe desaparecer completamente
15
antes de desarrollarse en una nueva forma viable.
Me parece que el nuevo paso de Jones, ligado con
los anteriores en el mismo sentido, se relaciona en
realidad con el hecho de que el proletariado inglés
se aburguesa cada vez más, de manera que esta
nación, la más burguesa de todas, parece querer
llegar a tener al lado de la burguesía una
aristocracia aburguesada y un proletariado
aburguesado. Para una nación que explota a todo
el mundo, esto se justifica hasta cierto punto."
El 11 de febrero de 1878, Marx escribe a
Guillermo Liebknecht:
"Debido al período de corrupción que
comenzó a partir de 1848, la clase obrera de
Inglaterra fue desmoralizándose cada vez más y
llegó por fin al estado de un simple apéndice del
gran partido liberal, es decir, del partido de sus
propios opresores capitalistas. Su dirección pasó
enteramente a manos de los jefes venales de las
trade-unions y de los agitadores de profesión."
Una serie de trade-unions adoptaron una actitud
de simpatía a la creación de la Iª Internacional, pero
otras la consideraron como una posibilidad de
obtener de ella una ayuda determinada en caso de
huelga. El 25 de febrero de 1865 Marx escribe a
Engels:
"En lo que respecta a las uniones de Londres,
cada día viene una nueva adhesión. Así es que
poco a poco, nos convertimos en una fuerza. Pero
de aquí surge la dificultad."
La dificultad consiste en que estas adhesiones no
significan, de ninguna manera, que esas trade-unions
acepten íntegramente el punto de vista de la Iª
Internacional. Marx se daba cuenta y, sin embargo,
atribuía una gran importancia a la adhesión de las
trade-unions a la Asociación Internacional de
Trabajadores. El 15 de enero de 1866, escribe a
Kugelmann:
"Hemos logrado atraer al movimiento a la
única verdadera gran organización obrera: las
trade-unions inglesas que antes se ocupaban
exclusivamente de cuestiones de salarios."
Pero Marx comprendía que las trade-unions
estaban lejos de haber dicho su última palabra y que
los choques con los jefes de las trade-unions eran
inevitables. Como entre las trade-unions inglesas se
difundió la especie de que la Asociación
Internacional de Trabajadores podía ayudar durante
las huelgas, algunos de los jefes que no tenían nada
de común con el socialismo, comenzaron a correr
hacia la Internacional. El 11 de septiembre de 1867,
Marx escribe a Engels:
"Los pájaros ingleses de las trade-unions para
los que íbamos “demasiado lejos”, llegan
corriendo hacia nosotros."
La idea que Marx tenía de los jefes de las tradeuniones inglesas, puede verse en la siguiente carta a
Kugelmann:
16
"En Inglaterra solamente progresa en el
momento actual, el movimiento de los obreros
agrícolas. Los obreros industriales tienen que
librarse ante todo de sus dirigentes actuales.
Cuando yo atacaba en el congreso de La Haya a
estos individuos, sabía que me atraía con esto la
impopularidad, las calumnias, etc. Pero esto me
ha dejado siempre indiferente, comienzan ya a
convencerse de que al denunciarlos cumplía con
un deber."
En las obras de Engels encontramos páginas
brillantes consagradas a definir el movimiento obrero
de Inglaterra. El 17 de junio de 1879, Engels escribe
lo siguiente a Bernstein:
"Desde los últimos años el movimiento obrero
inglés gira en el círculo vicioso de las huelgas por
el aumento de los salarios y la disminución de la
jornada de trabajo, y no como un medio
provisional, no como un medio de propaganda y
organización, sino como un objetivo final. Las
trade-unions excluyen incluso por principio,
estatutariamente, toda acción política, y por
consiguiente la participación en toda la actividad
general de la clase obrera como clase. Desde el
punto de vista político, la clase obrera se divide en
conservadores y liberal-radicales, en partidarios
del ministerio de Disraeli (Beaconsfield) y del
ministerio Gladstone. Por consiguiente, sólo se
puede hablar de un movimiento obrero en
Inglaterra en la medida en que se producen
huelgas, las cuales, victoriosas o no, no hacen
avanzar el movimiento un solo paso. Estas
huelgas, provocadas conscientemente en los
últimos años de estancamiento de los negocios,
por los capitalistas, que buscaban un pretexto para
cerrar sus fábricas, huelgas durante las cuales la
clase obrera no se mueve, cuando se inflan hasta
adquirir dimensiones de una lucha histórica
mundial... a mi modo de ver, no pueden más que
perjudicar a nuestra clase. No debe disimularse la
circunstancia de que no existe aquí, por el
momento, un verdadero movimiento obrero, en el
sentido continental de la palabra."
5. Marx y el movimiento obrero francés.
Una de las fuentes del marxismo es, como es
sabido, el socialismo francés. ¿Qué es lo que Marx
ha tomado del socialismo francés, y qué es lo que le
dio?
Al estudiar las revoluciones burguesas de Francia,
Marx demostró en sus obras, con la fuerza que le
caracteriza, cómo la burguesía hace de los obreros su
carne de cañón y cómo después de la revolución
torna contra la clase obrera todas las fuerzas, tanto
del viejo como del nuevo Poder del Estado. Marx se
dio cuenta del carácter utópico del programa de
Babeuf, Saint Simon, Charles Fourier y Cabet, pero
los apreciaba altamente como precursores del
Drizdo Losovsky
socialismo científico. Marx sabía distinguir entre el
sincero socialismo utópico y la politiquería socialista
pequeñoburguesa de Louis Blanc y compañía. Marx
creó el socialismo científico mediante la negación
dialéctica del socialismo utópico y la viva
elaboración de la impetuosa historia de la obra
revolucionaria de las masas trabajadoras de Francia.
La experiencia revolucionaria de las masas, es
precisamente la principal y fundamental fuente
francesa del marxismo.
La conspiración de los Iguales, fue la respuesta de
las masas desilusionadas de la Gran Revolución, al
triunfo de la reacción thermidoriana. Los
"babeufistas", como se sabe, expusieron sus
concepciones en cuatro documentos: 1) Manifiesto
de los Iguales; 2) Análisis de la doctrina; 3) El acto
de insurrección; 4) Los decretos.
Los "babeufistas", se propusieron organizar la
insurrección de los pobres contra los ricos; y dándose
cuenta exacta de que la raíz de todo el mal consistía
en la propiedad, luchaban por el establecimiento de
la igualdad económica. El manifiesto de los Iguales
proclama que: "La Revolución Francesa es solamente
la precursora de otra revolución más grande, más
imponente, que será la última."
El aplastamiento de la conspiración de los Iguales
y la victoria de Napoleón sobre el enemigo interior y
exterior, provocó una cierta depresión en las masas.
Las ideas socialistas comienzan a aparecer en forma
de teorías semirreligiosas y semi-socialistas. El
aristócrata Saint Simon y el desclasado Charles
Fourier, aparecen con sus planes de transformación
de la sociedad. La parte positiva de su ideología
consiste, no en los planes del futuro feliz, sino en la
crítica del presente y en el cuidado que ponen en
señalar el antagonismo entre los poseedores y los no
poseedores. Pero, por diferentes que sean en sus
orígenes y en sus planes, ambos, Saint Simon y
Fourier, se dirigían "a la gente de corazón", teniendo
la esperanza de atraer a los capitalistas progresistas y
transformar pacíficamente a la humanidad, desviada
del camino de la razón. Los dos utopistas no
pensaban siquiera en una revolución.
Como ni Saint Simon ni Fourier veían la fuerza
social que pudiese realizar sus sueños, se dirigían a
las fuerzas del más allá, a la religión.
Después de señalar que la obra de Babeuf
"expresa las reivindicaciones del proletariado", Marx
y Engels escriben sobre los utopistas:
"Los inventores de estos sistemas se dieron
cuenta del antagonismo de las clases, así como de
la acción de los elementos disolventes en la
misma sociedad dominante. Pero no advierten del
lado del proletariado ninguna independencia
histórica, ningún movimiento histórico que le sea
propio.
"Como el desarrollo del antagonismo de las
clases va de par con el desarrollo de la industria,
Marx y los sindicatos
no advierten de antemano las condiciones
materiales de la emancipación del proletariado, y
se aventuran en busca de una ciencia social, de
leyes sociales, con el fin de crear esas
condiciones.
"Pero la forma rudimentaria de la lucha de las
clases, así como su propia posición social, les
lleva a considerarse muy por encima de todo
antagonismo de clases. Desean mejorar las
condiciones materiales de la vida para todos los
miembros de la sociedad, hasta para los más
privilegiados. Por consecuencia no cesan de
llamar a la sociedad entera sin distinción y
asimismo se dirigen con preferencia a la clase
dominante.
"Repudian, pues, toda acción política y, sobre
todo, toda acción revolucionaria, y se proponen
alcanzar su objeto por medios pacíficos y
ensayando abrir camino al nuevo evangelio social
por la fuerza del ejemplo, por las experiencias en
pequeño, que siempre fracasan, naturalmente."
Muy interesante es la apreciación que da Engels
de los utopistas franceses en su famoso libro AntiDühring. Después de subrayar el retraso de las
relaciones económicas de Francia, a comienzos del
siglo XIX, Engels escribe:
"Lo que Saint Simon subraya es lo siguiente:
siempre y en todas partes le interesa ante todo “el
destino de la clase más numerosa y más pobre...”
"Ya en las cartas de Ginebra, de Saint Simon,
encontramos el principio de que “todos los
hombres deben trabajar”; en esa misma obra
afirma que el reino del terror en Francia, fue el
reino de las clases desposeídas.
"Ahora bien, en 1802, era un descubrimiento
absolutamente genial concebir la Revolución
francesa como una lucha de clases entre la
nobleza, la burguesía y las masas desposeídas.
"En Fourier hallamos una crítica del régimen
social existente que, sobre ser de espíritu
verdaderamente francés, no es menos penetrante y
profunda."
Esto muestra las razones por qué Marx y Engels
sentían estima por los utopistas. Lo que les importaba
era que los utopistas habían lanzado al mundo
palabras nuevas, para aquellos tiempos, sobre los
intereses de los desposeídos, que veían las
contradicciones de clase, etc. Otra actitud muy
distinta tomaron Marx y Engels frente a sus
discípulos, que arrastraron el movimiento hacia atrás
deseando estancarse en la etapa ya franqueada.
En el "Manifiesto Comunista" leemos respecto a
ellos lo siguiente:
"Si en muchos aspectos los autores de esos
sistemas eran revolucionarios, las sectas formadas
por sus discípulos son siempre reaccionarias, pues
sus secuaces se obstinan en oponer las viejas
concepciones de su maestro a la evolución
17
histórica del proletariado. Buscan, pues, y en esto
son lógicos, entorpecer la lucha de las clases y
conciliar los antagonismos...
"Poco a poco caen en la categoría de los
socialistas reaccionarios o conservadores descritos
más arriba y sólo se distinguen por una pedantería
más sistemática y una fe supersticiosa y fanática
en la eficacia maravillosa de su ciencia social.
"Opónense, pues, con encarnizamiento a toda
acción política de la clase obrera, pues semejante
acción no puede provenir, a su juicio, sino de
ciega falta de fe en el nuevo evangelio."
El comunista-utopista Etienne Cabet también se
parecía bien poco a su antecesor Babeuf. Si éste
preparaba la insurrección y quería levantar a las
masas contra los que explotaban la revolución para
enriquecerse, Etienne Cabet soñaba con la
instauración pacífica de la sociedad comunista. Su
Viaje a Icaria termina con las siguientes palabras:
"Si yo tuviera la revolución en mi mano,
guardaría la mano cerrada aunque tuviera que
morir en el destierro."
Aquí el miedo a la revolución proviene de la
decepción causada por las revoluciones pasadas, que
terminaron todas desfavorablemente para la clase
obrera.
¿Qué relación tienen, pues, todos estos pensadores
de la primera mitad del siglo XIX, con Marx y el
marxismo? Algunos escritores piensan, que el
marxismo es la suma de ideas de Saint Simon,
Fourier y sus discípulos. A esta idea llega el
socialista francés Paúl Luis, que escribió lo siguiente:
"Louis Blanc y Vidal han indicado la
necesidad de recurrir al poder del Estado y han
patrocinado el principio de la conquista del poder
público como condición previa indispensable de
toda revolución. Pecqueur y Cabet fueron los
primeros en darnos una exposición detallada del
colectivismo y del comunismo. Finalmente,
Proudhon expresó con relieve las contradicciones
de los intereses de clase, mostró los defectos de la
propiedad privada, la constante explotación del
obrero asalariado por los capitalistas, descubrió
las contradicciones internas del régimen
económico que engendra tantos más infelices,
cuanto más riquezas produce. Si reunimos todo
esto en un solo haz, obtendremos la expresión casi
completa del marxismo."
¿Se puede decir que la suma de concepciones de
los socialistas utópicos, comunistas utópicos y
socialistas pequeño-burgueses como Proudhon y
Louis Blanc forman "casi el marxismo"? De ninguna
manera. Esto sería no ver lo que distingue el
marxismo de todas las teorías socialistas francesas de
aquellos tiempos. Es cierto que Marx había elaborado
críticamente todo lo que había sido creado en Francia
en el dominio de las ideas socialistas, pero ¿qué es lo
que él aportó de nuevo?
18
1) Marx señaló al proletariado como la única
fuerza capaz de luchar victoriosamente por el
socialismo.
2) Marx trazó un límite político netamente
marcado, entre el proletariado y las demás clases.
3) Marx consideró la revolución violenta y la
instauración de la dictadura del proletariado, como el
único camino posible hacia el socialismo.
Un solo socialista, de todos los que comenzaron
su acción en la primera mitad del siglo XIX, era
considerado por Marx como un revolucionario
proletario: Augusto Blanqui. Blanqui sentía un
profundo odio contra los opresores. Estaba lejos sin
duda de comprender el socialismo científico;
construía sus planes, basándose, no en las acciones
de masas, sino en las de un pequeño grupo
conspirativo. Pero Marx consideraba a Blanqui como
el mayor revolucionario comunista después de
Babeuf y le llamaba "jefe del partido proletario".
Marx veía la dinámica interior de las relaciones de
clase en las revoluciones francesas.
"En las jornadas de julio de 1830 -escribe
Marx- los obreros conquistaron la monarquía
burguesa; en las jornadas de febrero de 1848,
conquistaron la república burguesa. Así como la
monarquía de julio se vio obligada a proclamarse
monarquía rodeada de instituciones republicanas,
la república de febrero se vio forzada a
proclamarse república rodeada de instituciones
sociales. El proletariado de París arrancó
igualmente esta concesión."
Pero los obreros habían recibido una satisfacción
puramente formal.
"El 23 de febrero, cerca de medio día -relata
Daniel Stern- un gran número de corporaciones,
comprendiendo unas 12 mil personas, salieron a la
plaza de Greve y se alinearon guardando un
profundo silencio. Sus banderas llevaban estas
inscripciones: “Organización del trabajo”;
“Ministerio del Trabajo”; “Abolición de la
explotación del hombre por el hombre”."
Las dos primeras reivindicaciones de los obreros,
formuladas por socialistas del tipo de Louis Blanc,
provocaron la siguiente irónica observación de Marx:
"“¡La organización del trabajo!” Pero el
trabajo asalariado no es otra cosa que la
organización burguesa del trabajo. Sin él no hay
capital, ni burguesía, ni sociedad burguesa.
“¿Ministerio del trabajo especial?” ¿Acaso el
ministerio de Finanzas, de Comercio, de Obras
Públicas, no son el ministerio burgués del
trabajo?"
El gobierno provisional maniobró hábilmente.
Respondió a todas las reclamaciones de los obreros
con el nombramiento de la Comisión de
Luxemburgo, en la que Louis Blanc y Albert se
prodigaron en largos discursos sobre el futuro,
distrayendo a los obreros del presente. Marx ve las
Drizdo Losovsky
reivindicaciones elementales de los obreros, y en la
misma comisión de Luxemburgo, el reflejo de la
lucha de clases.
"El derecho al trabajo es la fórmula todavía
primitiva de las reivindicaciones revolucionarias
del proletariado."
"“A la Comisión de Luxemburgo”, esta
criatura de los obreros parisienses, le cabe el
mérito de haber proclamado, desde lo alto de una
tribuna europea, el secreto de la revolución del
siglo XIX, la emancipación del proletariado."
El proletariado de París fue derrotado en las
jornadas de junio por no estar todavía, desde el punto
de vista político y de organización, a la altura de sus
tareas históricas. Después de haber analizado
brillantemente la disposición de las fuerzas de clase
en la revolución de 1848, Marx escribe:
"Cuando se subleva una clase en la que se
concentran los intereses revolucionarios de la
sociedad, esa clase encuentra directamente en su
propia situación el contenido y el material para su
actividad revolucionaria: aniquila al enemigo,
toma las medidas dictadas por las necesidades de
la lucha, y las consecuencias de sus propias
acciones la empujan hacia adelante. Una clase tal,
no se ocupa de investigaciones teóricas sobre sus
propias tareas. La clase obrera de Francia no se
encontraba en tal situación, no era capaz todavía
de realizar su revolución."
"Los obreros franceses, escribe Marx, no
podían avanzar un solo paso, no podían tocar ni
siquiera un cabello del régimen burgués, mientras
la marcha de la revolución no levantó contra él,
contra el dominio del capital, la masa de la nación
que estaba entre el proletariado y la burguesía, los
campesinos y pequeño burgueses, obligándoles a
adherirse al proletariado, a reconocer en él a su
luchador de vanguardia. Solamente al precio de la
terrible derrota de junio, los obreros lograron
obtener esta victoria."
Es esta disposición particular de las fuerzas de
clase, la que ha determinado el carácter de los
sistemas socialistas. De aquí el socialismo burgués y
pequeñoburgués; de aquí el "socialismo doctrinario
que fue la expresión teórica del proletariado hasta
que éste llegó a madurar para tener su propio
movimiento histórico independiente" (Marx). En el
momento en que este socialismo pasa del
proletariado a la pequeña burguesía.
"...El proletariado se agrupa cada vez más
alrededor del socialismo revolucionario, alrededor
del comunismo que la misma burguesía bautizó
con el nombre de Blanquismo. Este socialismo no
es otra cosa que la revolución permanente, la
dictadura de clase del proletariado, etapa
indispensable para la abolición de todas las
diferencias de clase, para la abolición de las
relaciones de producción sobre las que descansan
Marx y los sindicatos
esas diferencias, de todas las relaciones sociales
correspondientes a estas relaciones de producción
y la subversión de todas las ideas que surgen de
ellas."
Es así como Marx planteó, ya en 1848, la cuestión
de las corrientes socialistas y de su sitio en la lucha
del proletariado francés, así como la de las causas de
la derrota de junio. Mucho más tarde, en el año 1899,
Engels indicó en la introducción al Manifiesto
Comunista, que ya antes de la revolución de febrero
de 1848, se había acusado una profunda división
entre los socialistas y los comunistas:
"En cambio, la parte de los obreros que,
convencida de la insuficiencia de los simples
trastornos políticos, quería una transformación
fundamental de la sociedad, se llamaba entonces
comunista. Era un comunismo apenas elaborado,
muy instintivo, a veces un poco grosero; pero fue
asaz pujante para producir dos sistemas de
comunismo: en Francia, la Icaria, de Cabet, y en
Alemania el de Weitling. El socialismo
representaba en 1847 un movimiento burgués; el
comunismo, un movimiento obrero."
El aplastamiento del proletariado de París en junio
de 1848, es el punto de partida de un largo período de
reacción, no solamente en Francia, sino en todo el
continente europeo. La derrota política hizo surgir
una reacción ideológica, y de aquí parte el éxito de la
idea de la renuncia a la lucha política y del viraje
hacia el mutualismo. ¿En qué consiste el sentido
político del mutualismo de Proudhon? En la
sustitución de la lucha de clases por "servicios
mutuos", es decir, precisamente lo que la burguesía
quería obtener de la clase obrera en Francia,
"desmoralizada" por varias revoluciones.
El gobierno estimula la participación de los
representantes obreros en las exposiciones
internacionales, y se esfuerza por educar a la gran
variedad de tipos de organizaciones obreras
(sindicatos, sociedades de ayuda mutua, sociedades
obreras de resistencia) que a pesar de todo su
programa político primitivo y de la debilidad de
organización, constituían centros de reunión de las
fuerzas de la clase obrera.
En 1862, participan dos candidatos obreros en las
elecciones; en 1864 aparece el manifiesto-plataforma
electoral, firmado por sesenta obreros representantes
de las diversas organizaciones obreras. El gobierno
sigue sus maniobras, aceptando sufragar los gastos de
viaje de doscientos obreros a la exposición
internacional de Londres. El Estado comienza a
facilitar subsidios a las sociedades de ayuda mutua,
y, finalmente, la ley del 25 de mayo de 1864, da a los
obreros el derecho de coalición. Esto no era más que
una concesión de forma, pues continuaron las
persecuciones a los huelguistas. Hasta el año 1864
hubo unos setenta procesos de huelguistas por año; y
después de la promulgación de la ley "sobre la
19
libertad de huelga", otros cincuenta y un procesos
anuales por "infracción a la libertad de trabajo".
El viaje a Inglaterra, en 1862, produjo una fuerte
impresión sobre los delegados y sus informes jugaron
un gran papel político y de organización. Lo que
sobre todo tuvo una gran importancia fue el
intercambio de saludos entre los obreros franceses e
ingleses con motivo de este viaje. Fue el comienzo
real del establecimiento de las relaciones
internacionales. Si en 1862 tuvo lugar el primer
contacto, el viaje de la delegación de obreros
franceses en 1864, fue el punto de partida para la
fundación de la Asociación Internacional de
Trabajadores, que desempeñó un enorme papel en la
difusión de las ideas de Marx y Engels, en la
creación de la organización que sirvió de guía
durante nueve años (1864-1872) a las masas
trabajadoras de Europa y América y de espanto a la
burguesía internacional. Como ya dije, Marx fue el
alma de la Iª Internacional. Apreciaba mejor que
nadie el nivel teórico y político de las secciones
nacionales, especialmente de la sección francesa.
Pero la Internacional fue creada precisamente con el
fin de elevar el nivel de sus elementos integrantes.
Los obreros franceses aportaron a la Iª Internacional
sus riquísimas tradiciones revolucionarias, pero al
mismo tiempo hicieron penetrar en ella las ideas
pequeñoburguesas, socialistas, semisocialistas y
proudhonianas de las que se apoderó Bakunin y que
provocaron, al fin de cuentas, la destrucción de la
Asociación Internacional de Trabajadores.
Ante todo, vamos a ver el eco que encontró el
movimiento obrero de Francia en las actas de la
Asociación Internacional de Trabajadores. He aquí lo
que leemos en las actas del Consejo General:
"20 de junio de 1865. Se da lectura a una
comunicación anunciando que la Sociedad de
Tejedores de Lille ingresará con toda probabilidad
en la Asociación Internacional de Trabajadores.
"4 de julio de 1865. Lectura de una carta de
Lyoh que acusa recibo de 400 carnets y pide
información concerniente a la industria de tul. Se
indica que la huelga terminó desfavorablemente
para los obreros, que se vieron obligados a
retroceder por falta de medios de subsistencia. El
28 de septiembre de 1869, una carta de Marsella
informa del lockout de los canasteros y reclama
ayuda. Se encarga al secretario que conteste que
no hay ninguna posibilidad de ayuda financiera.
El secretario se encarga de escribir, asimismo, a
los canasteros de Londres.
"12 de octubre de 1869. Carta de Aubary
(Rouen), anunciando la huelga de los hilanderos
de lana de Elbeuf y pidiendo ayuda. Los
hilanderos insisten en que se establezcan tarifas.
Otras ciudades se solidarizaron con esta demanda
y si no fuera satisfactoria, comenzará la huelga a
los 15 días.
20
"El 26 de octubre de 1869, un informe sobre el
proceso de los delegados de 27 sindicatos de
París, que habían protestado contra los
acontecimientos sangrientos en Aubagne (34
muertos y 36 heridos).
"Con la misma fecha, un informe sobre la
lucha de los mineros en Francia.
"El 2 de noviembre de 1869, los carpinteros de
un taller de Ginebra hicieron huelga contra las
horas extraordinarias.
"El gobierno francés envió a las internadas en
los asilos de la asistencia pública, para reemplazar
a los vendedores de los almacenes de ropa blanca,
que estaban en huelga contra el trabajo dominical.
"El 9 de noviembre de 1869, Young comunica
que 2.000 obreros doradores, de París, tomaron la
resolución de no trabajar en ningún caso más de
10 horas diarias. La sociedad de litógrafos
parisienses, que cuenta con 300 miembros y los
hojalateros de París, con 200 afiliados, son
aceptados en calidad de miembros.
"El 11 de enero de 1870, una carta de Neuville
sur Somme, pidiendo socorros para los
estampadores de cretona, en huelga. Se encarga al
secretario de escribir a Manchester sobre esta
huelga. Los obreros de elaboración de
instrumentos quirúrgicos de París están en huelga
y demandan ayuda. El Consejo resuelve prestar
ayuda, dirigiéndose a los obreros de las ramas de
industria similares de Scheffield.
"El 6 de abril de 1870, Marx expresa el deseo
de que se aplace la impresión del manifiesto
relacionado con el proceso judicial de Creusot.
De todas partes se envía dinero, y hubiera
producido una mala impresión si Londres se
limitase solamente a palabras.
"El 10 de abril de 1870, una carta de Varlin, de
París, anuncia que estuvo en Lille para constituir
una sección sindical bajo el control de la
Asociación Internacional de Trabajadores. El
Consejo Federal puede encabezar las distintas
sociedades sindicales.
"Dupont llama la atención del Consejo sobre
las monstruosas condenas de que han sido objeto
los mineros arrojados a la cárcel con motivo de la
huelga de Creusot, proponiendo que el Consejo
intervenga con un manifiesto. La redacción de
este manifiesto se encomienda a Dupont y Marx.
"El 31 de mayo de 1870, la reunión escucha el
informe de un delegado de los fundidores
parisienses en huelga. Se propone que el Consejo
facilite a los delegados el contacto con las
sociedades sindicales mediante la elección de una
comisión que debe acompañarlos. Young y Hells
son electos con este fin, etc."
Pero lo que acabamos de exponer dista mucho de
reflejar ampliamente los vínculos de los obreros de
Francia con la Iª Internacional. En sus cartas a
Drizdo Losovsky
Engels, Kugelmann y otros, Marx habla con mucha
frecuencia del estado de cosas en Francia, sin titubear
en el empleo de términos enérgicos. El trabajo y las
intervenciones de los proudhonianos le inquietaba
mucho, ya que veía en esto la influencia de la
burguesía sobre el proletariado. El 9 de noviembre de
1866, Marx escribe a Kugelmann:
"Los señores parisienses tenían la cabeza llena
de las más huecas frases proudhonianas. Hacen
alarde de ciencia sin saber nada de ella.
Menosprecian toda acción revolucionaria... es
decir, toda acción que surge de la misma lucha de
clases, todo movimiento social concentrado, es
decir, realizable también por medios políticos
(como por ejemplo, la disminución legal de la
jornada de trabajo).
"Con el pretexto de la libertad y del
antigubernamentalismo, o del individualismo,
enemigo de toda autoridad, estos señores, que
soportaron y siguen soportando tan pacíficamente,
durante 16 años, el despotismo más vergonzoso,
predican en realidad, la más vulgar comedia
burguesa, idealizándola a lo Proudhon."
Marx odiaba a los revolucionarios fatuos y a los
héroes de melodrama. Sus cartas fustigan sobre todo
la sección de Londres compuesta de emigrados
franceses. En la carta a Kugelmann, del 5 de
diciembre de 1868, Marx afirma que esta sección
está integrada por perezosos y toda clase de canallas,
agregando "que a los ojos de estos rompe-huelgas,
nosotros somos, naturalmente, reaccionarios,". Y
acto seguido Marx esboza un brillante retrato de
Félix Pyat:
"Es un desgraciado melodramaturgo de cuarta
fila, que participó en la revolución de 1848 en
calidad de “toast master” (así llaman los ingleses
a la gente encargada de anunciar los brindis en los
banquetes públicos y velar por el orden de los
mismos). Es presa de la monomanía de chillar
fingiendo que cuchichea y de jugar al conspirador
peligroso. Gracias a esa banda, Pyat quería
convertir a la Asociación Internacional de
Trabajadores en camarilla de su devoción. Tenía
especial interés en comprometernos. Una vez, en
un mitin público que fue anunciado por la sección
francesa con carteles de pared como “Mitin de la
Asociación Internacional de Trabajadores”, Louis
Napoleón, alias Badinguet, fue formalmente
condenado a muerte... pero dejando naturalmente
la ejecución a cargo de los desconocidos Brutos
de París...
"Nos causó mucha satisfacción que Blanqui,
por medio de uno de sus amigos, ridiculizase a
Pyat en la Cigale y no le dejase otra alternativa
que confesarse maniático a agente de policía."
Pero lo que especialmente interesaba a Marx era
el desarrollo del movimiento en el país. Seguía
atentamente el movimiento de masas y cambiaba
Marx y los sindicatos
sistemáticamente impresiones e ideas con sus
compañeros. El 13 de enero de 1869, Marx escribe a
Engels:
"Las huelgas de Rouen, Vienne, etc., surgieron
hace seis o siete semanas. Lo interesante es que,
poco tiempo antes, se efectuó en Amiens una
asamblea general de propietarios de fábricas de
tejidos y de hilanderos, bajo la presidencia del
alcalde de Amiens. En esta asamblea se tomó la
resolución de hacer la competencia a Inglaterra. Y
eso, por medio de una nueva reducción de los
salarios, pues ya se había reconocido que
solamente salarios bajos (en comparación con los
ingleses) permitirían resistir la competencia
inglesa en Francia misma. Y, efectivamente,
después de esta asamblea de Amiens, comenzó la
reducción de salarios en Rouen, Vienne, etc. Este
el origen de las huelgas. Nosotros, naturalmente,
hicimos conocer a estos hombres por medio de
Dupont, el mal estado de cosas que reina aquí
(particularmente, en la industria del algodón), y
las dificultades con que se tropieza debido a esto
en la recaudación de fondos. No obstante, como
verás por sus cartas, que adjunto (de Vienne), la
huelga allí ha terminado. A los camaradas de
Rouen, donde el conflicto sigue todavía en pie, les
hemos enviado un giro de veinte libras esterlinas,
por el canal de los obreros bronceros de París, que
nos deben este dinero desde su lock-out. En
general, los obreros franceses proceden más
razonablemente que los suizos y, al mismo
tiempo, son mucho más modestos en sus
exigencias."
En Francia la situación se agrava de día en día. La
revolución está próxima. Y se sabe qué,
presintiéndola, los charlatantes liberales y
democráticos, gritan y se agitan más que de
costumbre. El 29 de noviembre de 1869, Marx
escribe a Kugelmann:
"En Francia las cosas andan, por ahora, bien.
Por un lado, los viejos gritones demagógicos de
todas las tendencias no cesan de comprometerse,
y por otro, Bonaparte se ve obligado a ir por el
camino de las concesiones, en el cual,
inevitablemente, se romperá el cuello."
El 3 de marzo de 1869, Marx escribe a
Kugelmann una extensa carta en la que hace un
análisis de la situación en Francia. En una serie de
síntomas, Marx ve la tormenta que se avecina:
"En Francia se está produciendo -escribe
Marx- un movimiento muy interesante. Los
parisienses se han puesto de lleno a estudiar su
pasado revolucionario más próximo, con el fin de
prepararse para una nueva lucha revolucionaria...
Así hierve la caldera mágica de la historia.
¿Cuándo ocurrirá lo mismo en nuestro país?"
Como señalé antes, Marx se preocupaba sobre
todo de si las secciones de la Internacional se
21
encontrarían a la altura de las circunstancias. Cada
vez que los obreros de Francia rompían con las
tradiciones proudhonianas, Marx registraba este
hecho como una conquista importante. El 18 de
mayo de 1870, Marx escribe con regocijo a Engels:
"Nuestros miembros franceses hacen ver de
una manera patente al gobierno francés, la
diferencia entre una sociedad política secreta y
una verdadera asociación obrera. Apenas logró
encerrar en la cárcel a todos los miembros de los
comités de París, Lyon, Rouen, Marsella y otros
(algunos de ellos huyeron a Suiza y a Bélgica),
cuando comités dos veces más numerosos
anuncian en los periódicos que ocupan el lugar de
sus camaradas, con las más rudas y abiertas
declaraciones, acompañadas además de sus
direcciones personales. El gobierno francés ha
hecho por fin lo que nosotros esperábamos desde
hace tiempo: transformar la cuestión política,
Imperio o República, en cuestión de vida o muerte
para la clase obrera."
Los acontecimientos que se avecinaban se
desencadenaron el 19 de junio de 1870. Comenzó la
guerra franco-prusiana. En los primeros días de la
guerra, el movimiento obrero que se desarrollaba en
línea ascendente fue reprimido, pero no aplastado.
Una serie de organizaciones obreras francesas y
alemanas se manifestaron contra la guerra. La Reveil
publicó un manifiesto contra la guerra dirigido a los
obreros de todos los países. Tres días después de
haber empezado la guerra, el 22 de julio, la sección
de la Internacional en Neuilly sur Seine, publicó un
fuerte manifiesto contra la guerra.
"¿Es justa la guerra? ¡No! ¿Es nacional acaso
esta guerra? ¡No! Es una guerra exclusivamente
dinástica. En nombre de la justicia, en nombre de
la democracia, en nombre de los verdaderos
intereses de Francia, nos solidarizamos
íntegramente y con toda energía con las protestas
de la Internacional contra la guerra."
El 23 de julio el Consejo General de la Iª
Internacional lanzó un manifiesto contra la guerra.
Este manifiesto, escrito por Marx, ataca a Napoleón y
a Bismarck, desenmascarando a estos organizadores
de la guerra franco-prusiana. Este manifiesto
contiene una frase profética: "Cualquiera que sea el
curso de la Guerra de Luis Bonaparte contra Prusia,
en París ha sonado ya la campana fúnebre para el
segundo imperio."
Esa profecía se cumplió muy pronto. El 2 de
septiembre de 1870, Napoleón se rindió con su
ejército en Sedán, y el 4 de septiembre estalló la
revolución. Este día apareció ante "el gobierno de la
defensa nacional", que estaba compuesto -según
Marx- por una "pandilla de abogados ambiciosos",
una delegación de las secciones parisienses de la
Internacional y de la Federación de Sindicatos
Obreros, una delegación que representaba, pues, la
22
clase obrera de París. Esa delegación sometió al
gobierno de "defensa nacional" un programa, de cuya
adopción dependía la confianza del proletariado de
París en el nuevo gobierno y su apoyo posible. Las
demandas fundamentales de este programa fueron: la
entrega de la administración de la ciudad de París en
manos de la población que debería organizar de su
seno una guardia nacional, elegibilidad de los jueces,
completa libertad de prensa, la amnistía y la
separación de la Iglesia del Estado.
La pandilla que se adueñó del poder (Thiers, Jules
Favre, etc.), respondieron a esas exigencias con
frases
vagas.
Los
obreros
contestaron
inmediatamente con la organización de un Comité
encargado de vigilar las actividades del Gobierno.
Desde el primer momento, el gobierno de la defensa
nacional y el proletariado de París se expresaron su
mutua desconfianza. El instinto de clase de los
obreros les hizo presentir que tenían que verse con el
gobierno de la traición nacional, que temía mil veces
más a los obreros que a los prusianos. El 9 de
septiembre la Asociación Internacional de
Trabajadores lanza un nuevo manifiesto en el que
denuncia las pretensiones imperialistas de Prusia,
encubiertas con la palabra, de la "seguridad", y da
una brillante característica de la república de Thiers,
Favre y otros corredores de negocios de la burguesía
francesa.
"Esta república -escribe Marx- no derrumbó el
trono. Ocupó el lugar vacío dejado por él. Heredó
del imperio no solamente un montón de ruinas,
sino también su miedo a la clase obrera."
Esta brillante característica de la república de
Thiers fue confirmada al poco tiempo. Pero entonces,
algunos días después del derrocamiento de Napoleón,
Marx consideraba que los obreros se debían abstener
de derrocar el gobierno del 4 de septiembre. "Cada
intento de derribar al nuevo gobierno -escribe Marxen este momento en que el enemigo está ya casi
tocando las puertas de París, sería una locura
desesperada." Los blanquistas hicieron, sin embargo,
algunos intentos de derribar al gobierno el 8 y 31 de
octubre de 1870, y el 29 de enero de 1871, pero
fracasaron, pues la masa de la población parisiense
no los apoyó. Solamente cuando la traición del
gobierno se hizo patente, cuando el gobierno
intentaba desarmar a la guardia nacional, las masas
trabajadoras se levantaron y "la gloriosa revolución
obrera fue la dueña absoluta de París" (Marx).
La Comuna de París, esta precursora del país de
los Soviets, no duró más que dos meses, a pesar de
los milagros de bravura y de abnegación. La Comuna
cayó bajo los golpes de la reacción unificada, del
frente único de los "enemigos hereditarios" que ayer
todavía se combatían entre sí. Cayó por el hecho de
que los blanquistas y prouahonianos, que
encabezaban la Comuna, marchaban a tientas y no
manifestaron la firmeza y decisión que se necesita en
Drizdo Losovsky
circunstancias semejantes. En vano la Comuna
propuso varias veces a Thiers cambiar el cardenal
Darboy por Blanqui. Thiers se negó, manifestando
que eso equivalía a entregar a París sublevado todo
un cuerpo de ejército. "Thiers rechazó esta
proposición -escribe Marx- sabía que en la persona
de Blanqui iba a dar un jefe a la Comuna."
La Comuna fue aplastada y el orden triunfó sobre
los cadáveres de decenas de miles de proletarios. Con
motivo de la guerra civil en Francia, la Iª
Internacional lanzó un manifiesto. Marx puso en este
documento todo su odio infinito hacia los
explotadores y su gran pasión y devoción
revolucionaria. No fue un simple manifiesto, fue y es
un documento político que proyecta una viva luz
sobre el camino de lucha de la clase obrera por su
dictadura. Marx considera la Comuna como un nuevo
tipo de Estado, cuyo nacimiento está ligado con la
destrucción del viejo Estado.
La Comuna debía haber sido, no una "corporación
parlamentaria, sino un cuerpo de acción".
Como es sabido, esta manera de plantear la
cuestión de la destrucción del viejo Estado y de la
creación de un nuevo tipo de Estado, fue la base, no
solamente del trabajo teórico de Lenin (El Estado y
la revolución), sino también de su actividad práctica
en la construcción del Estado Soviético.
Marx comprendía que no se podía exigir mucho a
un poder que se había mantenido dos meses
solamente, y por eso polemizaba vivamente con
todos los que intentaban disminuir la importancia de
la Comuna o charlaban (después de los hechos) de su
inevitable derrota.
"El gran acto socialista de la Comuna -escribe
Marx- fue su existencia misma, su actividad. Sus
medidas diversas sólo podían señalar la dirección
en que se desarrolla el gobierno del pueblo por el
pueblo mismo."
En respuesta a una carta de Kugelmann en la que
éste escribía que la Comuna no tenía posibilidad de
éxito, y que en esas condiciones no se debía haber
comenzado (recordemos a Plejánov a propósito de la
insurrección de diciembre de 1905 en Moscú: "no se
debían haber empuñado las armas"), Marx escribe el
17 de abril de 1871:
"Sería muy cómodo hacer la historia mundial
si se empezase la lucha sólo en condiciones
infaliblemente favorables. Cualquiera que sea el
resultado inmediato, hemos conquistado un nuevo
punto de partida de importancia histórica
universal."
Caro le costó al proletariado de París su intento de
construir un Estado proletario. El aplastamiento de la
Comuna dejó exangüe a la clase obrera, lo que apartó
temporalmente a los obreros de la política. Las
secciones francesas de la Internacional fueron
destrozadas, y después, en 1872, disueltas por un
decreto especial. En esta época fue cuando los
Marx y los sindicatos
elementos moderados de todas las especies y matices,
que se habían apartado de Iª Internacional por temor
a la revolución y habían permanecido a la expectativa
durante la Comuna, empezaron a mostrarse activos.
Barberet formó "El círculo de la unión sindical". Este
círculo tenía como objetivo "realizar la concordia y la
justicia por medio del estudio y convencer a la
opinión pública de la moderación que los obreros
emplean en la reivindicación de sus derechos".
A pesar de que estos inofensivos círculos y
sociedades eran perseguidos, crecían y se
multiplicaban. Los obreros volvían a participar en las
exposiciones internacionales, y en 1875 había ya en
Francia 135 sindicatos que empezaron a plantear la
idea de un Congreso obrero. En 1876, se efectuó en
París el 1er. Congreso obrero, con un programa muy
limitado. A título de contraveneno a las ideas y
consignas revolucionarias de la Comuna, se
plantearon en él las cuestiones de la ayuda mutua, de
las asociaciones de producción, etc. Los delegados
no soñaban siquiera en la abolición del régimen
burgués; querían mejorarle y corregirle un poco.
Querían "equilibrar las relaciones entre el capital y el
trabajo, tanto en la producción como en el consumo".
Tanto como a la guerra civil condenaron "las huelgas
que perjudican al fuerte, aniquilando al débil."
El siguiente congreso obrero se efectuó en 1877,
en Lyon. En él se manifestó ya un nuevo estado de
espíritu, se pronunciaron discursos anarquistas y
colectivistas, pero la mayoría de los delegados
ocuparon una posición moderada. Pero un estado de
espíritu ya completamente distinto reinó en el
congreso de Marsella en 1879. Era evidente que la
clase obrera comenzaba a restablecerse de la derrota
de la Comuna de París. Se dejó sentir la influencia
del órgano marxista "Egalité", fundado por Julio
Guesde en 1877. El secretario de la Comisión de
organización para la convocatoria del Congreso de
Marsella –Lombard- propuso que el Congreso
tomase el nombre de "Congreso Obrero Socialista
Francés", lo que fue aceptado por unanimidad. Los
oradores se manifestaron abiertamente contra Luis
Blanc y sus teorías. Si en el Congreso obrero de París
no se quiso ni oír mencionar siquiera a las
comunalistas, el Congreso de Marsella contestó en la
siguiente forma al saludo de los emigrados de
Londres:
"El Congreso obrero socialista de Marsella
aplaude el saludo de aliento que le habéis
enviado. Los delegados aquí reunidos se declaran
de acuerdo una vez más con los principios por los
cuales habéis luchado y sufrido."
Este Congreso marca el comienzo del
resurgimiento del movimiento, ya que en él se fundó
el Partido obrero, que absorbió elementos
heterogéneos. Marx desempeñó un papel muy activo
en la elaboración del programa del Partido obrero.
Engels escribe detalladamente, en una carta a
23
Bernstein, el 25 de octubre de 1881, cómo Marx
había dictado a Guesde, en presencia de Lafargue y
de él, los puntos fundamentales del programa. ¿Qué
es, pues, lo fundamental en este programa aprobado
por Marx? ¿Y qué es lo que Benoit Malon y sus
partidarios han combatido tan enérgicamente? He
aquí la parte fundamental del programa:
"Considerando, que la emancipación de los
obreros es posible solamente a condición de que
posean los medios de producción y las materias
primas;
"considerando, que esta posesión de los
medios de producción no puede ser individual,
por dos razones:
"1º Porque es incompatible con el progreso y
con el mismo nivel actual de la técnica industrial
y agrícola (división del trabajo, la introducción de
maquinaria, el vapor, etc.);
"2º Porque aun en el caso de que no fuese
antieconómico; no tardaría en engendrar todas las
desigualdades sociales actuales, a menos de una
nueva distribución a cada movimiento de la
población, cosa imposible.
"Considerando que esta posesión tampoco
puede ser corporativa o comunal, sin engendrar
todos los inconvenientes de la propiedad
capitalista actual, es decir, la desigualdad de las
posibilidades de acción entre los trabajadores, la
anarquía de la producción, la competencia
homicida entre los grupos de productores, etc.;
"considerando, finalmente, que sólo la
posesión colectiva o social de los medios de
producción responde simultáneamente a las
necesidades económicas y a las condiciones de
justicia y de igualdad que debe llenar la nueva
sociedad;
"el Congreso declara:
"Que todos los instrumentos de producción y
toda la materia prima deben ser restituidos a la
sociedad, y deben quedar en su poder como una
propiedad inalienable e indivisible.
"Para obtener esta restricción, hay que luchar
por todos los medios."
El programa del Partido obrero contiene, un
capítulo especial dedicado al papel de la campaña
electoral en la lucha general de clase del proletariado.
He aquí lo que leemos en este programa:
"Considerando, que carecer de las libertades
políticas es un obstáculo para la educación social
del pueblo y para la emancipación económica del
proletariado;
"considerando, que el proletariado está
resuelto a aprovechar todos los medios para lograr
su emancipación y que debe aprovechar las
libertades conquistadas ya por la sangre de las tres
últimas revoluciones;
"considerando, además, que la acción política
es útil como medio de agitación y que la arena
24
electoral es un campo de lucha que no debe ser
abandonado;
"declara:
"1) la emancipación social de los obreros es
inseparable de su emancipación política;
"2) la abstención política sería funesta por sus
consecuencias;
"3) la intervención política debe expresarse en
la presentación de candidaturas de clase para
todas las funciones electivas, sin ninguna alianza
con las fracciones de los viejos partidos políticos
existentes."
Es necesario señalar que este programa estaba a
un nivel superior al programa de Gotha de la
socialdemocracia alemana de 1875, pero también
tenía puntos dudosos. En su carta a Bernstein, del 25
de octubre de 1861, Engels escribe que:
"Guesde insistió en incorporar sus tonterías
sobre el salario mínimo, y como la
responsabilidad incumbía a los franceses y no a
nosotros, finalmente cedimos, aunque Marx se
daba cuenta de toda la ineptitud que había en esta
teoría."
El Partido Obrero creado con el concurso directo,
político y organizativo de Marx y Engels, se
transformaba en campo de una lucha encarnizada
entre los marxistas y los posibilistas, cuyo jefe era
Benoit Malon. La lucha se libraba alrededor de
cuestiones de principio muy importantes: socialismo
parlamentario o socialismo revolucionario, lucha de
clases o colaboración de clases.
La situación de las organizaciones socialistas y
sindicales de Francia, no cesaba de preocupar a
Marx.
"En lo que concierne a los sindicatos de París,
escribe Marx a Engels el 27 de noviembre de
1882, me convencí en París preguntando a
personas imparciales, que estos sindicatos son
todavía peores que las trade-unions de Londres."
En el Partido Obrero, la lucha entre marxistas y
antimarxistas se hizo cada vez más aguda. Malon y
Brousse encabezaban a todos los elementos
oportunistas y en el Congreso del Partido Obrero de
1882, expulsaron a toda el ala marxista. Esta escisión
no fue inesperada para Marx y Engels. El 28 de
octubre de 1882, Engels escribe a Bebel:
"En Francia se ha hecho la escisión desde hace
tiempo esperada. La colaboración de Guesde y
Lafargue con Malon y Brousse era inevitable en el
momento de la organización del Partido, pero
Marx y yo nunca hemos alentado ilusiones
respecto a la duración de esta alianza. La
divergencia es puramente de principio; se debe
librar la lucha como lucha de clases del
proletariado contra la burguesía, o es permitido
renunciar en una forma oportunista (lo que quiere
decir, en lenguaje socialista: posibilista) al
carácter de clase del movimiento y del programa,
Drizdo Losovsky
en todos los casos en que esta renuncia pueda
contribuir a reunir más votos y mayor cantidad de
partidarios. En este sentido se pronunciaron
Malon y Brousse. Así, sacrificaron el carácter
proletario de clase del movimiento e hicieron
inevitable la ruptura. Tanto mejor. El desarrollo
del proletariado va acompañado en todas partes de
una lucha interna, y Francia, donde por primera
vez se forma un partido obrero, no es una
excepción."
Benoit Malon insinuaba a los sindicatos la idea de
la formación de un block contra los marxistas. El 23
de noviembre de 1882, Engels escribía a Marx:
"Es evidente que, precisamente por complacer
a las cámaras de trabajo, Malon y compañía
sacrificaron también el pasado del movimiento
desde los tiempos del Congreso de Marsella, de
manera que su fuerza aparente es verdaderamente
su debilidad. Bajando su programa hacia el nivel
de las más vulgares trade-unions es siempre fácil
tener “un gran público”."
Así fue como hizo su aparición en el año 1872, un
partido marxista en Francia.
6. Marx al otro lado del Atlántico.
"Si quisiéramos construir, partiendo de las
necesidades del sistema económico capitalista, el
ideal de un país para el desenvolvimiento
capitalista, no se diferenciaría en nada de los
Estados Unidos, por sus particularidades y su
extensión."
Así define Werner Sombart esta tierra prometida
del capital monopolista.
En la época en que apareció Marx en la arena
política, los Estados Unidos del Norte absorbían
enormes masas de emigrantes de Europa. Este amplio
torrente de inmigración se dispersaba rápidamente
por el inmenso país, pero no cesaba, crecía
continuamente con nuevas capas nacionales y
sociales: artesanos arruinados por la introducción de
la maquinaria, desocupados de la joven industria,
campesinos empobrecidos y proletarizados y
numerosos elementos de la pequeña burguesía
urbana. La corriente de la emigración alcanzó
enormes proporciones después de la derrota de la
revolución en Alemania, Francia y Austria, en el año
1848. De 1770 a 1845, entraron en los Estados
Unidos un millón de personas, mientras que durante
los años 1845 a 1855 entraron tres millones, la
inmensa mayoría de los cuales llegó en los años que
siguieron a 1848.
Este torrente continuo de emigración, junto con la
particular estructura de la economía americana (un
capitalismo basado en el "libre" trabajo en el norte y
la esclavitud en el sur), imprimió su seno especial al
movimiento obrero de los Estados Unidos del Norte.
En su 18 Brumario, Marx caracteriza de la
siguiente manera la situación particular de los
Marx y los sindicatos
Estados Unidos y las relaciones de clase poco
desarrolladas en la primera mitad del siglo XIX:
"País donde las clases, ya constituidas pero no
estables, modifican y reemplazan constantemente
sus elementos constitutivos, donde los modernos
medios de producción en lugar de corresponder a
una superpoblación estancada, más bien
compensan la falta relativa de cerebros y de
brazos, y donde en fin, el joven y febril desarrollo
de la producción material, que tiene un nuevo
mundo por conquistar, no ha tenido tiempo ni
oportunidad de destruir el viejo mundo espiritual."
Las inmensas extensiones, los campos vírgenes,
atraían la atención de todos los utopistas europeos
que intentaban construir sus comunas en la "tierra
prometida". En 1824 Roberto Owen fue
personalmente a los Estados Unidos, compró una
extensión considerable de tierra y comenzó la
organización de sociedades ideales, donde los
obreros, y los capitalistas que se purificaron de sus
pecados y su sed de ganancia, debían vivir
pacíficamente, ayudándose los unos a los otros. Con
la ayuda de filántropos, organizó la Comunidad
"Yellow Spring" en 1825; después, la Nueva
Armonía y las comunidades Naschebo, Kandal, etc.
En la primera mitad del siglo XIX surgen las
sociedades fourieristas en los Estados de
Massachusets, New York, New Jersey, Pensilvania,
Ohio, Illinois, Indiana, Wisconsin y Minnesota. Los
organizadores de estas comunidades, Alberto
Brisbane, Horacio Grilley y otros, construyeron
conforme a los planes de Fourier, los falansterios
norteamericanos, pero como ocurrió a los partidarios
de Robert Owen, el resultado fue nulo. Sus mejores
comunidades, como por ejemplo, la falange
norteamericana, Brook Fram, falange de Wisconsin,
grupo de Pensilvania, grupo de Nueva York, etc.,
vegetaron para después disgregarse. La misma suerte
corrieron también las sociedades icarianas, creadas
por los discípulos del utopista comunista Esteban
Cabet.
Los Estados Unidos fueron la tierra prometida del
capitalismo, pero las generosas experiencias sociales
del socialismo utópico, hallaron allí un suelo ingrato.
¿Quiénes fueron los iniciadores de la construcción
de comunidades socialistas en el libre suelo
americano virgen del feudalismo? Los discípulos
europeos de los socialistas utópicos que se habían
desilusionado de las revoluciones y buscaban medios
y caminos para la solución de la cuestión social fuera
de la lucha de clases. Marx apreciaba mucho a los
socialistas utópicos, pero no por su utopismo, sino
por su socialismo. Los consideraba como precursores
del socialismo materialista crítico, pero era
implacable con los comunistas utópicos de la especie
de Weitling, que intentaban resucitar el socialismo
utópico con un retraso de varias decenas de años.
En una carta a Sorge fechada el 19 de octubre de
25
1877, Marx caracterizó de la siguiente manera el
socialismo utópico de Weitling:
"Durante decenas de años, venciendo grandes
dificultades, hemos tratado de desembarazar las
cabezas de los obreros alemanes del socialismo
utópico y de la división fantástica del régimen de
la sociedad futura, lo que les ha dado una
superioridad teórica y en consecuencia práctica,
sobre los franceses e ingleses. Pero he aquí que el
socialismo utópico hace de nuevo estragos, pero
sólo en forma de mucho menos valor y que no se
puede comparar con la doctrina de los grandes
utopistas franceses e ingleses, sino con Weitling.
Es natural que el utopismo predecesor del
socialismo materialista crítico, contuviera a este
último in nuce; pues, cuando surge en la
superficie “post festum”, no puede ser más
absurdo, insípido y completamente reaccionario."
Aquí vemos cómo establece Marx el parentesco
entre el socialismo científico y el socialismo utópico
y cómo califica severamente a los que hasta ya
entrados en años se pasean con el traje infantil del
socialismo utópico, a los que trataban de hacer
retroceder el movimiento obrero de los Estados
Unidos.
Como la corriente principal de la emigración
procedía de Alemania, es también de allí de donde se
importa un socialismo que en sus primeros tiempos
no da brotes vigorosos en el suelo americano. Es que
el socialismo alemán premarxista era ya impotente en
suelo alemán, y con su trasplante al suelo americano
se tornó todavía más débil. Los emigrados aportaron
de Europa no sólo ideas utópicas, sino también las
formas europeas de organización de aquel tiempo. La
estructura de la clase obrera era entonces, y lo sigue
siendo en los Estados Unidos, muy específica y
variada; de ahí que resultasen dificultades especiales
que obstruían la penetración de las ideas socialistas
en las masas. Dos factores desempeñaron un papel
decisivo en la formación de la ideología de la clase
obrera de aquella época: la esclavitud y la
emigración. En el primer volumen de El capital,
Marx escribe:
"En los Estados Unidos, todo movimiento
obrero independiente se veía paralizado mientras
la esclavitud manchase una parte de la República.
El trabajo blanco no puede emanciparse, donde el
trabajo negro tenga el estigma deshonroso."
La inmigración imprimió un sello especial a la
clase obrera norteamericana, creando en su seno una
serie de capas y sectores intermedios según la
nacionalidad, el grado de conocimiento del inglés,
etc. En 1893, Engels escribe a Sorge:
"Una importancia enorme tiene la emigración
que divide a obreros en dos grupos, nativos y
extranjeros, y a éstos en: 1) irlandeses; 2)
alemanes; 3) toda una serie de pequeños grupos
que se comprenden solamente entre sí: checos,
26
polacos, italianos, escandinavos, etc. A esto se
añade, además, los negros. Son necesarias
condiciones especialmente favorables para formar
con estos elementos un partido único. A veces se
produce inesperadamente un fuerte impulso, pero
es suficiente que la burguesía se limite a una
resistencia pasiva para que los elementos obreros
heterogéneos se disgreguen de nuevo."
En 1895 Engels vuelve de nuevo sobre las
particularidades del movimiento obrero en los
Estados Unidos, donde, en el transcurso del siglo
XIX se verificaron luchas económicas de gran
intensidad, mientras que el movimiento político del
proletariado marchaba en zig-zags sin alcanzar una
agudeza e intensidad considerables. De ahí el retraso
ideológico del obrero de los EE.UU. ¿Cómo explica
Engels este retraso? En una carta a Sorge del 16 de
enero de 1895, escribe:
"América es el país más joven, pero también el
más viejo. Se ven allí, junto a los viejos muebles
franceses, un mobiliario de invención local, en
Boston carretelas y en la montaña stages
coaches... el siglo XVIII al lado de los coches
pullman. Así también recibís todo el ropaje
espiritual fuera de uso en Europa. Todo lo que
aquí está ya en desuso, vive aún en América
durante dos generaciones. Así, en ese país, siguen
todavía subsistiendo los viejos lassallianos y gente
como Sanial, que hoy en Francia se considerarían
anticuados, pueden todavía desempeñar entre
vosotros cierto papel. Esto se produce porque los
EE.UU.
sólo
ahora,
después
de
las
preocupaciones por la producción material y el
enriquecimiento, empiezan a tener tiempo para el
trabajo espiritual libre y para su preparación
necesaria; pero también por la duplicidad del
desarrollo americano, absorbido por la solución
de su problema primordial, la roturación de
inmensas extensiones de tierras vírgenes, y
obligado a luchar por la supremacía en la
producción industrial. De ahí esos “ups an downs”
(flujos y reflujos) en el movimiento, según que
prevalezcan la razón del obrero industrial o la del
campesino que rotura la tierra virgen."
Esta carta de Engels nos explica el carácter
original del movimiento obrero de los Estados
Unidos, especialmente en la época de Marx.
La ligazón entre los obreros americanos y el
comunismo y su representante más eminente, Marx,
proviene de la emigración obrera alemana.
"El primer precursor alemán del marxismo escribe el historiador del movimiento obrero
norteamericano, John R. Commons-, fue el Club
Comunista de New York, fundado el 25 de
octubre de 1857. Era una organización marxista
sobre la base del Manifiesto Comunista. A su
cabeza estaban F. A. Sorge, Conrado Kerl,
Sigfrido Mayer, que mantenían relaciones directas
Drizdo Losovsky
con Marx, Juan Felipe Becker y otros."
Simultáneamente con la organización de clubes
marxistas en los Estados Unidos, se creaban
organizaciones lassallianas, entre las cuales la más
fuerte fue la "Unión General de Obreros Alemanes"
fundada en Nueva York en octubre de 1865, por
catorce lassallianos. Los lassallianos trasladaron sus
ideas confusas al otro lado del océano, como se ve
por el siguiente punto de estatutos:
"Mientras en Europa sólo la revolución general
puede dar los medios para elevar a los obreros a
un nivel superior, en América la educación de las
masas les da la confianza necesaria en sus propias
fuerzas, indispensable para utilizar con éxito y
habilidad la papeleta electoral, que puede llevarles
a la liberación del yugo del capital."
Los clubes obreros, los sindicatos y sociedades de
todas clases, surgen en las ciudades más importantes
de los Estados Unidos, tratando de ligarse con el
centro espiritual político de esta época -Londresdonde vivían Marx y Engels. Las organizaciones de
emigrados estudian cuidadosamente la literatura
marxista, y, en primer término, las obras de Marx.
Sorge describe elocuentemente cómo los obreros
alemanes seguían y estudiaban la literatura marxista:
"Los proletarios -escribe Sorge-, rivalizan en
celo por dominar los conocimientos económicos y
solucionar los problemas económicos y
filosóficos más difíciles. Entre los centenares de
miembros afiliados a la Unión, de 1869 a 1871,
no existía casi ni uno que no hubiera leído a Marx
(Capital), y había, naturalmente, más de una
docena que asimilaron y estudiaron a fondo los
pasajes y definiciones más difíciles, armándose
así contra los ataques de los grandes y pequeños
burgueses, radicales y reformadores. Era un
verdadero placer asistir a las reuniones de la
Unión."
El 26 de marzo de 1866, los militantes de toda
una serie de uniones y ciudades se reunieron en
Nueva York y lanzaron un llamamiento convocando
para el 20 de agosto de 1868 al Congreso Nacional
Obrero, en Baltimore. Los iniciadores determinaban
la finalidad del Congreso de la manera siguiente:
"La agitación por la jornada de 8 horas ha
adquirido tal importancia, que se hace necesaria
una táctica unánime y concorde en todas las
cuestiones referentes a la realización de las
reformas en el dominio del trabajo."
Las decisiones del Congreso obrero de Baltimore
produjeron un sentimiento de júbilo en Marx. En su
carta del 9 de octubre de 1866 a Kugelmann, Marx
escribe:
"Gran alegría me ha causado el Congreso
Obrero americano de Baltimore, que se celebró
simultáneamente (con el Congreso de Ginebra de
la A.I.T.). La organización de la lucha contra el
capital ha servido allí de consigna y cosa
Marx y los sindicatos
sorprendente: la mayoría de las reivindicaciones
elaboradas por mí para Ginebra, fueron también
planteadas allá, debido al certero instinto de los
obreros."
No tiene nada de extraño que las reivindicaciones
elaboradas por Marx para el Congreso de Ginebra
(véase a este respecto el capítulo de las
reivindicaciones inmediatas), coincidieran con las de
los obreros avanzados de los Estados Unidos. Marx
conocía como nadie el movimiento obrero
internacional y el programa de reivindicaciones
elaborado por él, fue una generalización de las
reivindicaciones de los obreros de todos los países
capitalistas y surgía de la experiencia de la lucha de
clases y de una actitud comunista hacia el "certero
instinto de los obreros".
Dos años más tarde, Marx vuelve a referirse de
paso a este congreso:
"El gran progreso -escribe a Kugelmann el 12
de diciembre de 1868-, en el último congreso de
la Unión Obrera americana se nota también, entre
otras cosas, en el hecho de haber tratado a la
mujer obrera con completa igualdad, mientras que
los ingleses, y en un grado todavía mayor los
galantes franceses, pecan en esto de estrechez de
espíritu. El que conozca algo de historia, no
ignora que las grandes conmociones sociales son
imposibles sin el fermento femenino. El progreso
social puede ser exactamente medido por la
situación social del bello sexo (incluyendo
también a las feas)."
Esta carta prueba una vez más que Marx sabía lo
que quería en todas las cuestiones del movimiento
social, comprendiendo admirablemente que la
limitación de los derechos de la obrera en la
organización, significa que la clase obrera se impone
a sí misma restricciones políticas.
Esta “Unión Nacional Obrera", cuyo organizador
e inspirador fue G. Sylvis, celebró una serie de
Congresos más (1867, 1868, 1869, 1870, 1871), se
ligó con la Asociación Internacional de Trabajadores,
y, aunque los mejores dirigentes de aquel tiempo,
como Sylvis, por ejemplo, no demostraron firmeza
especial en las cuestiones programáticas y de táctica
socialistas. Marx siguió con la mayor atención este
movimiento y apreció altamente sus acciones
vigorosas por la restricción de la jornada de trabajo
por el aumento de los salarios, etc.
En 1879, con motivo de la tirantez de relaciones
entre Inglaterra y los Estados. Unidos, el Consejo
General dirigió un llamamiento a la "Unión Nacional
Obrera", exhortando a la clase obrera de los Estados
Unidos a manifestarse expresamente contra la guerra,
que no puede aportar a la clase obrera de Europa y
América más que calamidades. Este mensaje escrito
por Marx es tan característico de toda la posición de
la lª Internacional, y del propio Marx, que damos a
continuación importantes extractos:
27
"En la proclama inaugural de nuestra
asociación, declarábamos: “no es la sagacidad de
las clases dominantes, sino la resistencia heroica
de la clase obrera inglesa, la que salvó a Europa
Occidental de la aventura de una bochornosa
cruzada destinada a perpetuar y extender la
esclavitud al otro lado del océano”. Os
corresponde ahora oponer una resistencia a la
guerra, cuyo resultado inevitable sería hacer
retroceder por un período indeterminado el
movimiento ascendente de la clase obrera en
ambos lados del océano. Independientemente de
los intereses especiales de tal o cual gobierno ¿no
es conforme, acaso, con los intereses
fundamentales de nuestros opresores comunes la
transformación
de
nuestra
colaboración
internacional, rápidamente creciente, en una
guerra fratricida?... En el mensaje de salutación al
señor Lincoln con motivo de su reelección para la
presidencia, expresábamos nuestra convicción de
que la guerra civil aportaría inmensos progresos a
la clase obrera, como la guerra de la
independencia lo demostró en relación con la
burguesía. Y efectivamente, el fin victorioso de la
guerra contra la esclavitud, abrió una nueva época
en la historia de la clase obrera. Precisamente a
partir de esta fecha data el movimiento obrero
independiente de los Estados Unidos, movimiento
que contemplan con envidia nuestros viejos
partidos y politicastros de profesión. Pero, para
que este movimiento aporte frutos, se necesitan
años de paz. Para ahogados es necesaria la guerra
entre los Estados Unidos e Inglaterra. El resultado
inmediato y tangible de la guerra civil, ha sido el
empeoramiento indudable de la situación del
obrero americano. En los Estados Unidos como en
Europa, el peso enorme de la deuda nacional es
pasado de mano en mano para, al fin, descarga de
sobre las espaldas de la clase obrera. Además, los
sufrimientos de la clase obrera ponen en mayor
relieve el lujo insolente de la aristocracia
financiera, la aristocracia de los nuevos ricos
surgidos de la guerra como parásitos. Sin
embargo, la guerra civil es compensada con la
emancipación de los esclavos y con el impulso
que ha dado a todo vuestro movimiento de clase.
Una segunda guerra, no iluminada por fines
elevados y por una gran necesidad social, una
guerra al ejemplo del viejo mundo, forjaría
solamente las cadenas para el obrero libre, en
lugar de romper las de la esclavitud. La
agravación de la miseria que traería como
consecuencia, daría a vuestros capitalistas los
motivos y los medios para alejar a la clase obrera
de sus necesarias y justas aspiraciones, por medio
de las bayonetas implacables del ejército
permanente. Por consiguiente, una misión
gloriosa os incumbe: hacer que la clase obrera
28
aparezca por fin, en la arena de la historia, no ya
como un humilde esclavo, sino como fuerza
independiente
consciente
de su propia
responsabilidad y capaz de dictar la paz allá
donde los que quieren ser sus amos reclaman a
gritos la guerra."
Este mensaje plantea una serie de cuestiones muy
importantes, y, ante todo, la de la posición de las
organizaciones obreras en general, y de los
sindicatos, en particular, frente a la guerra. Marx no
grita contra la guerra en general. Sitúa la cuestión en
un terreno concreto. Señala los lados positivos de la
guerra civil para los obreros, y afirma con fuerza que
la guerra anglo-americana que se prepara no tiene
más que lados negativos. Este mensaje del Consejo
General no quedó sin respuesta del presidente de la
"Unión Nacional Obrera", Sylvis. En su informe al
Congreso de Basilea, Marx escribe: "La muerte
repentina de Sylvis, glorioso luchador de nuestra
causa, exige que honremos su memoria terminando
nuestro informe con su respuesta a nuestra carta:
"Ayer he recibido vuestra amable carta del 12
de mayo. Estoy muy satisfecho de recibir del otro
lado del océano un mensaje tan cordial de
nuestros compañeros obreros.
"Nos une una causa común. Se está librando
una guerra entre la miseria y la riqueza. En todas
partes del mundo el trabajo ocupa el mismo lugar
sometido, mientras el capital ejerce su tiranía. Por
eso digo que nuestra causa es común. En nombre
de los obreros de los Estados Unidos, tiendo la
mano fraternal, en vuestra persona a todos los que
representáis, así como a todos los desheredados y
oprimidos hijos e hijas del trabajo de Europa.
Dirigid la noble causa que habéis comenzado,
hasta que vuestros esfuerzos sean coronados por
un brillante éxito. Nosotros tenemos la misma
decisión. Nuestra última guerra tuvo como
consecuencia la formación de la más vil
aristocracia adinerada del mundo. El poder del
dinero devora con voracidad el alma del pueblo.
Le hemos declarado la guerra y nos sentimos
seguros de la victoria. Si es posible, venceremos
por medio del sufragio; en caso contrario,
apelaremos a medios más fuertes. Una pequeña
sangría se hace a veces indispensable en casos
extremos."
Las actas del Consejo General de la Asociación
Internacional de Trabajadores demuestran que los
problemas del movimiento obrero americano fueron
planteados varias veces en el orden del día. En el acta
del Consejo General del 8 de abril de 1879, leemos:
"Carta enviada al Consejo por los obreros de
las imprentas de diarios de Nueva York, con la
demanda de que se impida la importación de
mano de obra destinada a derrotar a los obreros en
huelga. Se encarga al secretario de escribir a todos
los periódicos del extranjero de la Asociación
Drizdo Losovsky
Internacional de Trabajadores."
En la misma sesión del Consejo General se
escucha un informe del Comité sobre la cuestión del
Bureau de emigración, tomándose la siguiente
resolución:
"1) El Bureau de emigración se crea de
acuerdo con la “Unión Nacional Obrera”.
"2) En caso de huelga, el Consejo debe
empeñar todos sus esfuerzos por impedir el
reclutamiento de obreros en Europa para los
patronos americanos."
Una vez más el Consejo General, bajo la
dirección de Marx, destaca, como en sus relaciones
con las Trade Unions inglesas, las cuestiones de la
lucha económica (la lucha contra el esquirolaje, etc.),
con el fin de establecer relaciones lo más amplias
posibles con los sindicatos de los Estados Unidos.
Testigo de ello es también el acta del 19 de abril de
1870, en la cual leemos:
"Carta del corresponsal neoyorkino, Hume,
haciendo notar que el movimiento sindical de los
Estados Unidos revela una tendencia a revestir la
forma de sociedades secretas. Esto es confirmado
por la carta de un corresponsal alemán en Nueva
York, que se dirige al Consejo pidiendo su
intervención para intentar disuadir a Hume y
Hessup de que participen en esas sociedades.
"El Consejo resuelve que, en estas
circunstancias, no está en condiciones de
pronunciarse sobre esta cuestión. Al secretario se
le encomienda averiguar las causas que motivan
la necesidad de la existencia de sociedades
secretas en América."
En su carta del 19 de septiembre de 1870, Marx
comunica a Sorge la distribución de las funciones del
Consejo General, y que el secretario para los Estados
Unidos es Eccarius. El 12 de septiembre de 1871
Marx aconseja a Sorge denominar al órgano dirigente
elegido "Comité Central" y no "Consejo Central", y
le informa de la literatura que fue enviada a los
Estados Unidos. El 21 de septiembre de 1871, Marx
escribe a Sorge respecto a las circulares y el
reglamento de la Asociación Internacional de
Trabajadores, que le han sido enviados. El 6 de
noviembre de 1871, Marx vuelve a escribir sobre los
folletos, literatura y sobre la famosa duodécima
sección de Nueva York, integrada por periodistas e
intelectuales que aspiraban a la dirección del
movimiento. El 9 de noviembre, Marx aconseja a
Sorge convocar un Congreso después de un trabajo
político y de organización y crear un Comité Federal,
pidiéndole que no se retire del Comité. El 10 de
noviembre de 1872, Marx escribe al alemán Speyer,
miembro del Comité Central:
"1) Según el reglamento, el Consejo General
debe pensar ante todo en los yanquis, en el país de
los yanquis.
"2) Ustedes deben, a todo precio, tratar de
Marx y los sindicatos
conquistar las trade-unions."
En esta carta, Marx contesta detalladamente a
toda una serie de reproches y sospechas con respecto
al Consejo General, demostrando a su corresponsal
que el Consejo General no puede prohibir a sus
miembros que mantengan correspondencia privada.
El 23 de noviembre, Marx explica en su carta a Bolte
la causa de que la Asociación Internacional de
Trabajadores estuviese obligada, en los primeros
tiempos, en los Estados Unidos del Norte, a confiar
poderes
a
particulares,
designándolos
sus
corresponsales.
Marx en la misma carta a Bolte escribe:
"Al fundarse la Internacional, se propuso situar
el centro de la lucha en una verdadera
organización de la clase obrera llamada a despojar
de ese papel a las sectas socialistas o
semisocialistas. Sus primeros estatutos y su
mensaje inaugural, lo demuestran al primer golpe
de vista. Por otra parte, la Internacional no
hubiera conservado sus posiciones, si con el
concurso de la historia no hubiera aplastado ya a
las sectas. El desarrollo de las sectas socialistas y
el del verdadero movimiento obrero, se
encuentran en una relación inversa. Mientras la
clase obrera no esté madura para el movimiento
histórico independiente, las sectas se justifican
(desde el punto de vista histórico). Pero tan pronto
como la clase obrera esté madura todas las sectas
se hacen reaccionarias. Y en la historia de la
Internacional se repitió lo que la historia nos
muestra en todas partes. Todo lo anticuado trata
de rehacerse y de afirmarse dentro de las nuevas
formas surgidas. La historia de la Internacional
fue una lucha ininterrumpida del Consejo General
contra las sectas y contra los experimentos de
diletantes que trataron de afirmarse dentro de la
Internacional contra el verdadero movimiento de
la clase obrera. Esta lucha, se llevó a cabo en los
Congresos, y en mayor grado aún en las
conferencias particulares del Consejo General con
las diferentes secciones."
Entre tanto, la lucha entre los partidarios de la
Asociación Internacional de Trabajadores en los
Estados Unidos, se había agravado. Esta lucha
encontró su expresión en el mensaje del Consejo
Federal, que agrupaba algunas decenas de secciones
y la sección 12 de Nueva York, al Consejo General
de Londres, pidiendo que solucionase su litigio. El
Consejo General, bajo la dirección de Marx, se
manifestó contra la sección 12, donde operaban
politicastros pequeñoburgueses, y en pro del Consejo
Federal, alrededor del cual se habían agrupado los
obreros. El 8 de marzo de 1872, Marx escribe a
Sorge:
"En vista de que el Consejo General me
encargó que informase sobre la escisión en
Estados Unidos (debido a dificultades de la
29
Internacional en Europa habíamos aplazado la
discusión de ese problema de reunión en reunión),
he pasado revista minuciosa a toda la
correspondencia de Nueva York y a todo aquello
que se ha escrito a este respecto en los periódicos,
y he descubierto que, de una manera general,
estábamos informados tardía y poco exactamente
sobre los elementos que produjeron la escisión.
Una parte de la resolución propuesta por mí ya
está aprobada; la otra se tratará el martes próximo,
después de lo cual la resolución definitiva será
enviada a Nueva York."
El 15 de marzo de 1872, Marx envía a Sorge la
resolución escrita por él y adoptada por el Consejo
General. Como esta resolución es característica de
Marx y de la Asociación Internacional de
Trabajadores, la reproducimos íntegra:
"1) Los dos Consejos deben unirse dentro de
un solo Consejo Federal provisional.
"2) Las nuevas y pequeñas secciones se unen
para el envío de un delegado común.
"3) Un Congreso General de los miembros
americanos de la Internacional debe ser
convocado para el 19 de julio.
"4) Este Congreso elegirá un consejo federal
con derecho de cooptación de nuevos miembros, y
elaborará el reglamento y los estatutos del consejo
federal.
"5) La sección 12, debido a sus pretensiones y
a sus sucios procedimientos políticos, se disuelve
hasta el próximo Congreso General.
"6) Cada sección debe estar compuesta, como
mínimum, de dos terceras partes de obreros
asalariados."
El Congreso de la Haya de la Iª Internacional,
resolvió trasladar la sede de la Asociación
Internacional de Trabajadores a los Estados Unidos
del Norte. El ataque de los bakuninistas era así
rechazado, pero significaba el comienzo del fin de la
Iª Internacional como organización obrera
internacional. Pero si para Europa esto era un paso
hacia atrás, para Estados Unidos fue un impulso para
la unión de todos los elementos marxistas alrededor
del Consejo General. De otra parte, se organizaron
también los enemigos del marxismo. Marx y Engels
sabían que el Consejo General de Nueva York, la
Asociación Internacional de Trabajadores y el
Consejo General de Londres, distaban mucho de ser
una misma cosa. Hicieron todo lo posible por apoyar
política y organizativamente al Consejo General,
pero se agudizó la lucha alrededor de él, comenzaron
las escisiones y disidencias, aunque gracias a Sorge y
otros, el Consejo General trataba de actuar en el
espíritu de Marx y Engels. Así una de las cuestiones
más delicadas fue la actitud de las secciones de la
Internacional frente a los sindicatos. El Consejo
General se dirigió con la siguiente carta a la 3ª
Sección de Chicago el 9 de julio de 1874:
30
"Es extraño que nos veamos obligados a
indicar a una de las secciones de la Internacional
la utilidad y la gran importancia del movimiento
sindical. Pero no obstante, tenemos que indicar a
la 3ª sección, que todos los Congresos de la
Asociación Internacional de Trabajadores, desde
el primero hasta el último, se han ocupado
detenidamente del movimiento sindical, buscando
medios y caminos para su desarrollo. El sindicato
es la cuna del movimiento obrero, porque los
obreros, como es natural, se interesan por lo que
les afecta en su vida cotidiana y se unifican, por
consiguiente, ante todo, con sus compañeros de
oficio. Por eso, el deber de los miembros de la
Internacional no es simplemente ayudar a los
sindicatos existentes, sino ante todo guiarlos por
un camino justo, es decir, internacionalizarlos y al
mismo tiempo crear en todas partes donde sea
posible, nuevos sindicatos. Las condiciones
económicas obligan a los sindicatos con fuerza
irresistible a pasar de la lucha económica contra
las clases poseedoras a la lucha política. Esta es
una verdad notoria para todo el que siga el
movimiento obrero."
Pero este planteamiento, justo en principio y
dentro del espíritu de Marx, se mezclaba con toda
una serie de influencias, y el Consejo General
americano se apartaba cada vez más de las posiciones
marxistas. En el año 1876 "los últimos mohicanos"
que apoyaban al Consejo General, se vieron
obligados a disolver la Asociación Internacional de
Trabajadores. Así, la Asociación Internacional de
Trabajadores, creación política y organizativa de
Marx, dejó de existir. El movimiento obrero
internacional hizo un nuevo y brusco zig-zag.
Carlos Marx siguió como nadie las peripecias del
movimiento obrero de los Estados Unidos. Vio sus
particularidades, sus rasgos originales y sus
dificultades. ¿Cuáles son, pues, las indicaciones que
daba Marx a sus partidarios de los Estados Unidos?
Marx exhortaba a prestar atención a las TradeUnions, a fundirse con la clase obrera y a "extirpar de
la organización el espíritu estrechamente sectario".
Marx exigía la fusión con el movimiento de masa,
porque éste era el mejor medio de acción contra el
sectarismo y el oportunismo. Pero esas indicaciones
no fueron seguidas. El movimiento obrero y sindical
de los Estados Unidos, tomó un derrotero especial: el
ofrecimiento del capitalismo americano significaba el
aburguesamiento del trade-unionismo americano.
Samuel Gompers, enemigo del socialismo,
politiquero y mercantilista práctico, llegó a ser por
largos años el ideólogo y guía de ese movimiento.
7. Marx las reivindicaciones de la clase obrera.
¿Es útil luchar por la disminución de la jornada de
trabajo, por el aumento de salarios, etc.? Esta es la
cuestión teórica y política puesta en el centro de la
Drizdo Losovsky
lucha científica y política librada por Marx en el
curso de largas décadas. Esta forma de plantear la
cuestión, nos parece hoy extraña y hasta indigna de
merecer nuestra atención. Pero es porque Marx
realizó un enorme trabajo científico y político en este
sentido. Hemos visto a Marx en lucha con Proudhon,
Lassalle y Weston, es decir, con todos los
representantes del socialismo pequeñoburgués, inglés
y alemán, a propósito de la utilidad de los sindicatos
en las huelgas, de la definición de los salarios, del
problema del precio, ganancia, etc. Tanto Proudhon
como Lassalle y Weston se habían inspirado en los
economistas burgueses ingleses, que trataban de
demostrar, invocando a Dios y a la ciencia, que la
lucha de los sindicatos por el mejoramiento de la
situación de los obreros es estéril, en el mejor de los
casos, y altera todas las leyes divinas y humanas. En
el primer tomo de El Capital, Marx reunió un rico
manojo de razonamientos "científicos" antiobreros de
Adam Smith, John Stuart Mill, Mac Culloch, Uré,
Bastiat, Say, James Sterling, Cairus, Walker, etc.
En resumen, el sentido de todas esas "doctas"
rebuscadas se reduce a lo siguiente:
"Los sindicatos y las huelgas no pueden traer
provecho a la clase de los trabajadores
asalariados." (Walker).
"La ciencia no conoce beneficios patronales de
ninguna especie." (Schulze Delitsch).
Toda la significación política de estas teorías, fue
formulada por Marx brevemente en su intervención
contra Weston:
"Por consiguiente, si los obreros se esfuerzan
por lograr una elevación pasajera de los salarios,
obrarán tan neciamente como los capitalistas que
procuren una pasajera disminución."
Marx veía todo lo que había de peligroso en tales
teorías para el movimiento obrero, por eso abrió
fuego cerrado contra los economistas burgueses y sus
discípulos socialistas, poniendo en ello toda la fuerza
de su inteligencia y de su pasión. El primer tomo de
El Capital constituye un golpe mortal contra las
autoridades burguesas de la ciencia económica. Marx
demostró todo lo falso de la teoría "del fondo de los
salarios", descubrió los "misterios" de la plusvalía y
de la acumulación primitiva; demostró, sobre la base
de una enorme documentación irrefutable, cómo se
determina el salario, cómo se crea el valor y la
plusvalía, cuál es la diferencia entre el trabajo y la
fuerza del trabajo, etc. La disputa teórica se
desarrolló alrededor de la cuestión. ¿Qué es lo que
vende el obrero? ¿Su trabajo o su fuerza de trabajo?
Y ¿qué diferencia existe entre trabajo y fuerza de
trabajo?
"El trabajo es la sustancia y la medida
inmanente de los valores, pero él mismo carece de
valor" -dice Marx.
Partiendo de esta definición, Marx descubre los
misterios del salario y de la plusvalía, "piedra angular
Marx y los sindicatos
de todo el sistema económico de Carlos Marx"
(Lenin).
"La historia -escribe Marx- ha necesitado
tiempo para descifrar el secreto del salario."
Agreguemos que incluso después de haberse
descifrado el secreto, la lucha alrededor de esta
cuestión no cesó ni un instante, porque la tesis de
Marx, "la plusvalía es el objetivo inmediato y el
motivo determinante de la producción capitalista",
afecta intereses de clase. Y es conocida la vieja
máxima "si los axiomas geométricos afectaran los
intereses de los hombres, seguramente se hubiera
tratado de refutarlos" (Lenin).
Una prueba de las pasiones que desencadena la
cuestión de la plusvalía la tenemos en el hecho de
que no hay un solo profesor, por mediocre que sea,
que no intente refutar a Marx, provocando, unos
consciente y otros inconscientemente, una completa
confusión. A los confusionistas inconscientes
pertenecen gentes de ciencia como Sydney y Beatriz
Webb, que afirman que Marx y Lassalle
reivindicaban el derecho al producto íntegro del
trabajo. Esta desfiguración del punto de vista de
Marx indignó al traductor ruso, que hizo la siguiente
objeción: "Los autores comprenden falsamente a
Marx, el cual se opuso resueltamente a la doctrina del
derecho del obrero al producto integro de su trabajo.
Véase la Crítica al programa de Gotha."
Esta observación pertenece a Lenin, que
hallándose confinado en Siberia, en la aldea
Chucheraskoe, tradujo en colaboración con N. S.
Krupskaia los dos volúmenes de la obra de los Webb.
Al enarbolar Marx la bandera de la insurrección
contra la ciencia económica burguesa, sabía que se
trataba de grandes y serias cuestiones. ¿Es que la
clase obrera seguirá, teórica, y por lo tanto, también
políticamente, sobre el terreno de la economía
política y de la política burguesa, o forjará su propia
arma teórica para la lucha contra la ideología y la
política de la clase capitalista?
La cuestión de la teoría abstracta, se transformaba
como vemos, en una cuestión esencialmente práctica:
¿Hay que crear sindicatos? ¿Vale la pena luchar por
la disminución de la jornada de trabajo? ¿Cuál es el
valor de la legislación fabril para la clase obrera? En
una palabra, se trataba de la significación de las
reivindicaciones parciales en la lucha general de
clase del proletariado. En esta materia, además de la
teoría, ha sido decisiva la experiencia de la lucha de
las masas. Por eso Marx en El Capital invoca
constantemente la viva experiencia de la lucha. Y
escribe:
"Los obreros fabriles ingleses fueron los
campeones, no solamente de la clase obrera
inglesa, sino de toda la clase obrera
contemporánea, así como también sus teóricos
fueron los primeros en lanzar el guante a la teoría
de El Capital."
31
La política sindical de clase debe tener su punto
de partida en la lucha por una reducida jornada de
trabajo, por altos salarios, por la defensa del trabajo
femenino e infantil, por una amplia legislación fabril,
etcétera; pero para desplegar la lucha por estas
reivindicaciones parciales, se impone comprender su
papel y significado en la lucha general de clase del
proletariado, se necesita estudiar las causas de la
formación de la legislación social. La actividad de
Marx, en este sentido fue admirable. Fue él quien
analizó una enorme cantidad de informes de
inspectores de fábricas inglesas, y toda la legislación
fabril, etc. Basta tomar la obra fundamental de Marx,
el primer tomo de El Capital, y se verá en ella que la
cuestión de la compra y venta de la fuerza del
trabajo, del valor de la fuerza del trabajo, de las
formas y el grado de explotación de la misma, ocupa
el lugar central. Pero Marx no se limitó a consagrar
una gran parte del primer tomo de El Capital a la
lucha teórica contra los economistas burgueses. En el
mismo tomo da una respuesta política al problema de
la actitud que deben adoptar los obreros en la lucha
por las reivindicaciones inmediatas.
"Contra su voluntad, por la presión de las
masas, el parlamento inglés renunció a la ley
contra las huelgas y las trade-unions, después de
que durante cinco siglos este mismo parlamento
ocupó con su egoísmo desvergonzado la posición
de una organización permanente de los
capitalistas contra los obreros."
Marx no solamente comprobó las aspiraciones de
los capitalistas en lo que concierne a la explotación
de los obreros, la prohibición de las coaliciones y de
las huelgas, etc., sino que desde los primeros días de
su aparición en la arena política, emprendió la lucha
por la libertad de los sindicatos y de las huelgas, por
la legislación sobre la jornada de trabajo. Toda su
actividad literaria y política, todos sus folletos,
discursos y libros, aun antes de la organización de la
Asociación Internacional de Trabajadores, antes de la
publicación del primer tomo de El Capital, lo
testimonian. La proclama inaugural de la Asociación
Internacional de Trabajadores, escrita por Marx,
comienza de la siguiente manera:
"Un hecho muy significativo es que desde
1848 hasta 1864, la miseria de la clase obrera no
ha disminuido..."
A continuación, Marx escribe lo siguiente sobre
las condiciones de la conquista y la importancia de la
legislación obrera:
"Después de una lucha de treinta años,
sostenida con la mayor perseverancia, la clase
obrera inglesa, aprovechándose de una disidencia
momentánea entre los señores de la tierra y los
señores del capital, consiguió arrancar el bill de
las diez horas.
"Las inmensas ventajas físicas, morales e
intelectuales que resultaron para los obreros de las
32
manufacturas han sido anotadas en las Memorias
bianuales de los inspectores de las fábricas, y en
todas partes se complacen ahora en reconocerlas.
La mayor parte de los Gobiernos continentales
fueron obligados a aceptar la ley inglesa sobre las
manufacturas, bajo una forma más o mejor
modificada, y el mismo Parlamento inglés se ye
obligado cada año a extender el círculo de su
acción.
"El bill de las diez horas no fue tan sólo un
triunfo práctico, fue también el triunfo de un
principio; por primera vez la economía política de
la burguesía había sido derrotada por la economía
política de la clase obrera."
Vemos la importancia que Marx atribuía a la
lucha tenaz de los obreros por la disminución de la
jornada de trabajo y las demás conquistas en este
sentido. No es que sobrestimase la legislación obrera,
sino que juzgaba indispensable combatir la
subestimación de la lucha de las masas obreras por
sus reivindicaciones inmediatas.
Así, el Consejo General de la Asociación
Internacional de Trabajadores, formuló, a propuesta
de Marx, el 21 de julio de 1865, el siguiente orden
del día para el Congreso de Ginebra:
1) Unificación con el concurso de la A.I.T. de las
acciones que se realizan en las luchas entre el capital
y el trabajo en los diversos países.
2) Los sindicatos, su pasado, su presente y su
porvenir.
3) Trabajo cooperativo.
4) Impuestos directos e indirectos.
5) Reducción de las horas de trabajo.
6) Trabajo femenino e infantil.
7) La invasión moscovita en Europa y el
restablecimiento de una Polonia independiente e
integral.
8) Los ejércitos permanentes, su influencia sobre
los intereses de la clase obrera.
Vemos que la mayor parte de los puntos del orden
del día están dedicados a las cuestiones de la
situación política y económica de la clase obrera.
¿Cuál es la causa de esta actitud? La siguiente:
"La situación de la clase obrera -escribió
Engels-, es la verdadera base y el punto de partida
de todos los movimientos sociales de la historia
contemporánea."
En la Asamblea siguiente del Consejo General,
Marx recomienda en nombre de una comisión
especial, proponer al Congreso de Ginebra que
organice el estudio de la situación de la clase obrera,
según el siguiente esquema:
1) Oficio. -2) Edad y sexo de los obreros. -3)
Número de los ocupados. -4) Las condiciones de
contratación y salarios: a) aprendices; b) salarios por
tiempo, a destajo o si el pago se realiza según el
rendimiento del obrero medio; promedio semanal y
anual del salario. -5) Las horas de trabajo: a) en la
Drizdo Losovsky
fábrica; b) en los pequeños patronos y en el trabajo a
domicilio; trabajo diurno y trabajo nocturno. -6)
Intervalo para la comida. Actitud del patrono con los
obreros. -7) Estado de los locales de trabajo,
aglomeración, ventiladores, insuficiencia de luz
natural, alumbrado de gas, higiene, etcétera. -8)
Carácter de las ocupaciones. -9) Influencia del
trabajo en el estado físico. -10) Condiciones morales.
Instrucción, situación de la industria en la rama dada.
Si el trabajo es de estación o se distribuye de una
forma más o menos regular durante todo el año. Si se
observan fluctuaciones sensibles. Si la producción
está destinada al consumo interior o a la exportación.
Es también muy interesante el programa de
reivindicaciones parciales elaborado por Marx para el
Congreso de la Asociación Internacional de
Trabajadores de Ginebra. Este programa termina con
el capítulo "El pasado, el presente y el porvenir de
los sindicatos" (consultar el capítulo "Los sindicatos
y la lucha de clases del proletariado") y abarca,
además de la cuestión de la estructura orgánica de la
Asociación Internacional de Trabajadores, los
siguientes problemas: Formación de sociedades
mutualistas, encuesta estadística sobre la situación de
la clase obrera en todos los países efectuada por los
obreros mismos, repertorio detallado de las
cuestiones para la recopilación del material
estadístico; el problema de la jornada de trabajo
reducida y la implantación de la jornada de trabajo de
ocho horas, la prohibición del trabajo nocturno para
las mujeres, el trabajo infantil limitado a dos, cuatro
y seis horas, de acuerdo con la edad de los niños. La
educación escolar de los niños, comprendiendo la
educación intelectual, física y tecnológica y la
combinación del trabajo productivo y de la educación
intelectual para los niños, etc.
Este mismo informe dedica un capítulo especial a
la formación de cooperativas. Señala que el objetivo
de la Asociación Internacional de Trabajadores es
combatir las maniobras de los capitalistas siempre
dispuestos, en caso de huelgas o lock-out, a
aprovechar a los obreros extranjeros como
instrumento destinado a sofocar las justas
reivindicaciones de los obreros locales; combinar,
generalizar y dar mayor uniformidad a los esfuerzos
todavía dispersos que se hacen en los diversos países
para la emancipación de la clase obrera, desarrollar
entre los obreros de los diferentes países, no
solamente los sentimientos de fraternidad, sino
también su manifestación efectiva, y unificarlos para
la formación del ejército emancipador.
Además, el informe contiene un capítulo especial
sobre los impuestos directos e indirectos, sobre la
necesidad de suprimir la influencia rusa en Europa
para realizar el derecho de los pueblos a disponer
libremente de sí mismos, sobre el restablecimiento de
Polonia sobre una base democrática y social, sobre la
influencia funesta de los ejércitos permanentes.
33
Marx y los sindicatos
Contiene, en fin, la famosa consigna "el que no
trabaja no come". Esto nos da una idea del carácter
de este documento, que sirvió de punto de partida
para la elaboración de programas de reivindicaciones
concretas en todos los países capitalistas.
¿Por qué juzgó necesario Marx elaborar para el
Congreso de Ginebra un plan detallado? ¿Por qué
colocó en el vértice del ángulo las reivindicaciones
económicas del proletariado? El mismo lo explica en
la carta a Kugelmann del 9 de octubre de 1866:
"Le
he
limitado
(el
programa)
intencionadamente a los puntos que permiten a los
obreros un acuerdo inmediato y una acción de
conjunto, que responden a las necesidades de la
lucha de clases y a la organización de los obreros
como clase y las estimulan."
Vemos aquí de nuevo a Marx como político y
como táctico. Trata de obtener la colaboración de los
obreros para acciones conjuntas, viendo en esto
justamente, la premisa "de la organización de los
obreros como clase". Aquí aparece con especial
relieve como táctico que sabe a qué eslabón hay que
prenderse en el momento dado y en la situación
concreta, para unificar las masas y conducirlas a la
batalla. Nuestros Partidos Comunistas y sindicales
revolucionarios deben aprender de Marx este
brillante arte táctico.
El Congreso de Ginebra de la Asociación
Internacional de Trabajadores resolvió lo siguiente:
"Declaramos que la limitación de la jornada de
trabajo es la condición previa sin la cual todas las
demás aspiraciones de emancipación sufrirán
inevitablemente un fracaso... Proponemos que la
jornada de ocho horas sea reconocida como límite
legal de la jornada de trabajo."
Queremos mencionar que en los Congresos de la
Internacional Comunista y de la Internacional
Sindical Roja, hubo comunistas que se manifestaron
contra la jornada de siete horas, basándose en que la
jornada de trabajo en algunos países, en algunas
industrias, alcanzaban en realidad a 9 y 10 horas.
Marx atribuía una gran importancia a la
disminución legal de la jornada de trabajo y a la
legislación obrera, luchando contra los bakuninistas
que intentaban demostrar lo contrario.
¡Qué lejos está este punto de vista de Marx sobre
la legislación obrera, de la declamación altisonante
(Marx diría "trascendental") de los bakuninistas
sobre la inutilidad de la legislación obrera!
"La fijación de una jornada de trabajo normal escribe Marx- es el resultado de una guerra civil
prolongada y más o menos encubierta, entre la
clase capitalista y la clase obrera.
"Para defenderse de la serpiente de sus
sufrimientos (Heine) los obreros deben unificarse
como clase y arrancar una ley que, potente barrera
social, les impida venderse libremente al capital y
condenarse, ellos y sus descendientes, a la
esclavitud y a la muerte."
La lucha de los comunistas por las
reivindicaciones parciales, así como su programa
después de la toma del poder, sirvió a los anarquistas
de pretexto para acusar a Marx y a los marxistas de
"estrechez burguesa" y de renuncia a la revolución.
Confundían deliberadamente a los críticos de Marx
con Marx mismo, haciendo pasar el revisionismo por
marxismo. Los anarquistas ponían como punto
central del debate la cuestión del Estado, y desde ese
punto de vista juzgaban y condenaban a Marx y al
marxismo. A este respecto, es muy característica la
"crítica" hecha por el anarquista Cherkesov a los diez
puntos del "Manifiesto Comunista", que el
proletariado deberá aplicar (según Marx y Engels)
después de la revolución obrera, en cuanto se
transforme en clase dominante.
Marx y Engels
1) Expropiación de la
propiedad de la tierra y
utilización de la renta
fundamental a los gastos
del Estado.
3) Confiscación de los
bienes de los emigrados y
de los rebeldes.
8) Trabajo obligatorio
para todos.
Crerkesov
1) ¡Toda la tierra al
Estado!
En Turquía la tierra es
propiedad del Estado,
del Sultán, que cede una
parte de ella a sus fieles.
3) Vieja infamia, que se
practica por todos los
déspotas y opresores.
8) Cosa indignante,
tomada de los jesuitas
paraguayos.
Me abstengo de citar las demás profundas
observaciones "críticas" de Cherkesov, que trata de
demostrar que el Manifiesto Comunista no es más
que un plagio literario. Esto basta para comprender el
grado de "revolucionarismo" de las lumbreras del
anarquismo ruso, que consideran la confiscación de
la
propiedad
de
los
emigrados
y
contrarrevolucionarios como una "infamia". Para
completar el cuadro, es necesario señalar, además,
que este mismo Cherkesov lanza rayos y truenos
contra las reivindicaciones parciales, tratando de
demostrar que reivindicaciones como la de la jornada
de ocho horas, la prohibición del pago de salarios en
mercaderías, el establecimiento de la responsabilidad
del patrono por la pérdida completa o parcial de la
capacidad de trabajo del obrero, etc., no es más que
legislación obrera del Estado burgués, sin ninguna
relación con el verdadero socialismo.
Esta diferente actitud frente a la lucha por las
reivindicaciones inmediatas, imprimió su sello en el
trabajo científico-práctico de Marx y de sus
adversarios proudhonianos y bakuninistas. Marx
recopilaba con una enorme perseverancia los
materiales y construía todas sus conclusiones sobre la
base sólida de los hechos. Marx estudiaba ante todo
las circunstancias y los hechos, y solamente después
34
sacaba las conclusiones, cosa que los teóricos anarcosindicalistas ignoran completamente.
La gran importancia que Marx atribuía a la
dilucidación de la situación de la clase obrera, se
demuestra en el cuestionario que preparó en 1880
para los obreros, publicado con su introducción en la
revista socialista del 2 de abril de 1880. Marx
fundamenta esta encuesta de la siguiente manera:
"Ningún gobierno (monárquico o republicano
burgués) se ha atrevido a emprender una seria
encuesta sobre la situación de la clase obrera
francesa. Pero, en cambio, ¡qué de encuestas
sobre las crisis agrícolas, financieras, industriales,
comerciales, políticas!
"Las infamias de la explotación capitalista
reveladas por la encuesta oficial del gobierno
inglés; las consecuencias legislativas que dichas
revelaciones han aparejado (reducción por la ley
de la jornada a diez horas, leyes sobre el trabajo
de las mujeres y de los niños, etc.), han obligado a
la burguesía francesa a temer aún los peligros que
podría reportar una encuesta imparcial y
sistemática.
"En la esperanza de que nosotros quizá
impulsemos al gobierno republicano a imitar al
gobierno monárquico de Inglaterra y abrir una
vasta encuesta sobre los hechos y los defectos
graves y nefastos de la explotación capitalista,
intentaremos con los débiles medios de que
disponemos, emprender una encuesta semejante.
Esperamos obtener el apoyo a nuestra obra de
todos los obreros de las ciudades y del campo que
comprendan que sólo ellos mismos pueden
describir con todo conocimiento de causa los
males que les aquejan; que sólo ellos mismos y no
sus salvadores redentores providenciales, pueden
aplicar enérgicamente los remedios a los males
sociales que padecen; contamos también con que
los socialistas de todas las escuelas que desean
una reforma social, deben también desear un
conocimiento preciso y positivo de las
condiciones en que trabaja y se mueve la clase
obrera, la clase a la que pertenece el porvenir.
"Estos cuadernos de trabajo son la obra
primordial que debe imponerse la democracia
socialista para preparar la renovación social."
La encuesta misma es en sí un documento
minucioso, ampliamente elaborado, que merece la
más cuidadosa atención. Su base reposa en las
cuestiones que Marx planteó ya en los años 1865-66.
Pero como se proponía hacer comprender a los
obreros y a los mismos socialistas franceses, la
ligazón orgánica entre la política y la economía -lo
que fue y sigue siendo el punto más débil del
movimiento revolucionario en Francia-, amplió
considerablemente la encuesta, introduciendo
también una serie de preguntas para precisar todavía
más el tema. Las cien preguntas de la encuesta
Drizdo Losovsky
abarcan las formas de salario, la duración de la
jornada de trabajo, la protección del trabajo, el costo
de la vida, las formas de solución de los conflictos,
las formas cómo el patrón ejerce influencia sobre los
obreros, la cuestión de la ayuda mutua, las formas de
intervención de los órganos del Estado en las luchas
entre el capital y el trabajo, las variedades y formas
de las sociedades de ayuda mutua, voluntarias y
forzosas, el número y carácter de las sociedades de
resistencia, el carácter y la duración de las huelgas,
etcétera.
8. Marx y el movimiento huelguístico.
Luchando contra la subestimación y la
sobreestimación de la lucha económica y de los
sindicatos, Marx y Engels atribuyeron mucha
importancia a las huelgas y a la lucha económica del
proletariado. Tanto Marx como Engels juzgaban las
huelgas como un arma potente en la lucha por los
objetivos inmediatos y finales de la clase obrera. La
transformación de los obreros dispersos en una clase,
que se realiza en el curso de una áspera lucha, está
expuesta de una manera clásica en el Manifiesto
Comunista, vivo e inalterable documento del
comunismo mundial. El Manifiesto Comunista pinta
con vivos colores el nacimiento de la burguesía y de
su sepulturero, la clase de los obreros modernos que
no viven más que a condición de encontrar trabajo y
que no lo encuentran más que si su trabajo aumenta
el capital.
He aquí lo que encontramos en el Manifiesto
Comunista respecto a los caminos "de la
organización del proletariado en clase":
"El proletariado pasa por diferentes etapas de
evolución. Pero su lucha contra la burguesía
comenzó así que nació.
"Al principio, la lucha es entablada por obreros
aislados; en seguida, por los obreros de una
misma fábrica, y al fin, por los obreros del mismo
oficio de la localidad contra la burguesía que los
explota directamente. No se contentan con dirigir
sus ataques contra el modo burgués de
producción, y los dirigen contra los mismos
instrumentos de producción; destruyen las
mercancías
extranjeras
que
les
hacen
competencia, rompen las máquinas, queman las
fábricas y se esfuerzan en reconquistar la posición
perdida del artesano de la Edad Media.
"En este momento el proletariado forma una
masa diseminada por todo el país y desmenuzada
por la competencia. Si alguna vez los obreros
forman en masas compactas, esta acción no es
todavía la consecuencia de su propia unidad, sino
la de la burguesía; que por atender a sus fines
políticos debe poner en movimiento al
proletariado, sobre el que tiene todavía el poder
de hacerlo. Durante esta fase los proletarios no
combaten aún a sus propios enemigos, sino a los
Marx y los sindicatos
adversarios de sus enemigos; es decir, los residuos
de la monarquía absoluta, propietarios
territoriales, burgueses no industriales, pequeños
burgueses. Todo el movimiento histórico es de
esta suerte concentrado en las manos de la
burguesía; toda victoria alcanzada en estas
condiciones es una victoria burguesa.
"Ahora bien; la industria, en su desarrollo, no
sólo acrecienta el número de proletarios, sino que
los concentra en masas más considerables; los
proletarios aumentan en fuerza y adquieren
conciencia de su fuerza. Los intereses, las
condiciones de existencia de los proletarios, se
igualan cada vez más a medida que la máquina
borra toda diferencia en el trabajo y reduce casi
por todas partes el salario a un nivel igualmente
inferior. Como resultado de la creciente
competencia de los burgueses entre sí y de las
crisis comerciales que ocasionan, los salarios son
cada vez más fluctuantes; el constante
perfeccionamiento de la máquina coloca al obrero
en más precaria situación; los choques
individuales entre el obrero y el burgués
adquieren cada vez más el carácter de colisiones
entre dos clases. Los obreros empiezan por
coligarse contra los burgueses para el
mantenimiento de sus salarios. Llegan hasta
formar asociaciones permanentes, en previsión de
estas luchas circunstanciales. Aquí y allá la
resistencia estalla en sublevación.
"A veces los obreros triunfan; pero es un
triunfo efímero. El verdadero resultado de sus
luchas es menos el éxito inmediato que la
solidaridad aumentada de los trabajadores. Esta
solidaridad es favorecida por el acrecentamiento
de los medios de comunicación, que permiten a
los obreros de localidades diferentes ponerse en
relaciones. Después, basta este contacto, que por
todas partes reviste el mismo carácter, para
transformar las numerosas luchas locales en lucha
nacional, con dirección centralizada, en lucha de
clase. Mas toda lucha de clases es una lucha
política. Y la unión que los burgueses de la Edad
Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos
en establecer, los proletarios modernos la
conciertan en algunos años por los ferrocarriles.
"Esta organización del proletariado en clase, y
por tanto, en partido político, es sin cesar
destruida por la competencia que se hacen los
obreros entre sí. Pero renace siempre, y siempre
más fuerte, más firme, más formidable."
En su libro La situación de la clase obrera en
Inglaterra, Engels atribuye una gran importancia a la
lucha incesante de los obreros ingleses por el
mejoramiento de su suerte. Considera las huelgas
como escuela de guerra social, como instrumento
indispensable y obligatorio en la lucha por la
emancipación de la clase obrera. Engels estudió la
35
situación y las luchas del proletariado inglés en las
primeras décadas del siglo XIX, en que la lucha de la
clase obrera tenía todavía en grado considerable un
carácter espontáneo. Se necesitaba tener un gran
olfato revolucionario para orientarse en los
acontecimientos que se desarrollaban y apreciar el
verdadero carácter del movimiento huelguístico en
una forma justa, cuando "la imperial “ciencia
burguesa” perseguía furiosamente a los obreros". He
aquí, por ejemplo, lo que leemos en Engels:
"En la guerra, el daño causado a un beligerante
es de por sí una ventaja para el otro, y como los
obreros se hallan en estado de guerra con los
fabricantes, hacen, en este caso, lo mismo que los
grandes potentados cuando se enredan unos con
otros.
"La multitud increíble de huelgas, muestran
claramente que la guerra social es muy violenta en
Inglaterra. Estas huelgas no son todavía más que
escaramuzas, es cierto, pero a veces son también
batallas serias. No deciden nada, pero demuestran
con indudable claridad, que el combate decisivo
entre el proletariado y la burguesía se aproxima.
Las huelgas son para los obreros una escuela de
guerra que los prepara para la gran lucha, que se
ha hecho inevitable. Las huelgas, en fin, son
pronunciamientos de diversos ramos de trabajo
que anuncian su adhesión al gran movimiento
obrero... Y como escuela de guerra, dan
resultados considerables. En estas huelgas se
desarrolla el valor particular del inglés. "Si el
obrero que sabe por experiencia lo que es la
miseria, se decide a afrontarla audazmente, con su
mujer e hijos, si pasa durante meses hambre y
miseria y permanece firme e indomable, es que no
se trata de una insignificancia. ¿Qué son la muerte
y las cárceles que amenazan al revolucionario
francés, con comparación con la lenta agonía
provocada por el hambre, en comparación con la
vista diaria de la familia hambrienta, en
comparación con la seguridad de que la burguesía
se vengará algún día, en fin, en comparación con
lo que el obrero inglés está dispuesto a sufrir antes
que inclinarse ante el yugo de la clase
poseedora?... Los hombres que soportan tanto
para vencer a un solo burgués, serán capaces
también de romper el poder de toda la burguesía."
La gran importancia que Marx atribuye al
movimiento huelguístico, a la organización de la
solidaridad entre los huelguistas, a la lucha contra la
importación de rompehuelgas de otros países, se
patentiza en las actas del Consejo General de la
Asociación Internacional de Trabajadores. Estas
actas, con todo su laconismo y concisión, proyectan
una luz viva sobre la enorme atención que Marx y la
Iª Internacional fundada por él, prestaban a las
huelgas y al socorro a los huelguistas. He aquí
algunos extractos de estas actas:
Drizdo Losovsky
36
"El 25 de abril de 1865 se da lectura a una
carta de los obreros cajistas de Leipzig, en la que
anuncian su huelga, expresando su esperanza de
obtener la ayuda de los cajistas de Londres. El
Consejo General envía una delegación compuesta
por Fox, Marx y Kremer para asistir a la
Asamblea de la Sociedad de Cajistas de Londres y
dar a conocer la carta de Leipzig.
"El 9 de mayo de 1865 Fox comunica que la
delegación asistió a la asamblea en cuestión, pero
que los cajistas declararon que no podían dar el
dinero en un plazo de tres meses, de modo que los
esfuerzos de la delegación fueron infructuosos.
"El 23 de mayo de 1865, se da lectura a una
carta de Lyon de los obreros de las fábricas de tul,
sobre la ofensiva contra sus salarios. El 20 de
junio de 1865, se escucha un comunicado
diciendo que la Sociedad de Tejedores de Lille
quiere adherirse a la Asociación Internacional de
Trabajadores. A continuación se da lectura de una
carta de Lyon comunicando que los obreros se
vieron obligados a ceder por falta de medios de
subsistencia. El 30 de enero de 1866 se trata del
problema de las Cámaras de arbitraje que se
discute en la Unión de Londres. El 27 de marzo
de 1866 se anuncia la huelga de sastres de
Londres y el proyecto de traer rompehuelgas del
continente. El Consejo General resuelve avisar a
los países vecinos con el fin de evitar que vengan
obreros continentales durante la lucha. El 4 de
abril de 1866, un delegado de los obreros del
alambre agradece al Consejo su intento de
impedir a los patronos que obtuvieran obreros del
continente para reemplazar a los huelguistas. El
22 de mayo se da lectura a una carta de Ginebra
anunciando el comienzo de una huelga de
zapateros, y pidiendo que se informe a los obreros
de todos los países. Se elige una comisión
encargada de ponerse en relación con el
Departamento local de los ladrilleros y ebanistas
de Strandford, que prometieron adherirse a la
Asociación, “no sólo de palabra sino
prácticamente”. El 28 de septiembre se da lectura
a una carta de los tipógrafos de una imprenta de
diarios de Nueva York, que pide se impida la
importación de mano de obra. En la misma fecha
se lee una carta de los tipógrafos y xilógrafos de
Hildon pidiendo ayuda para su huelga y también
una carta que comunica el lock-out de los
canasteros. Se encarga al secretario contestar que
no hay ninguna posibilidad de ayuda financiera.
El 12 de octubre de 1869, se da lectura a una carta
sobre la huelga de obreros en lana e hilanderos en
Elbeuf pidiendo ayuda. Los hilanderos insisten en
que se fijen tarifas. El 27 de enero de 1869, Marx
da cuenta de una carta recibida en Hannover,
donde los mecánicos están en huelga desde hace
seis semanas, contra la prolongación de la jornada
de trabajo y la reducción de los salarios. El 4 de
enero de 1870, contestando a la petición hecha
por la directiva del Partido socialdemócrata, de un
préstamo a los mineros en huelga de Waldenburg,
se encarga al secretario que responda que “no hay
ninguna perspectiva de ayuda de Londres”. El 11
de enero de 1870, se da lectura a una carta de
Neuville-sur-Seine, pidiendo ayuda para los
huelguistas de la impresión en tela. Se
encomienda al secretario comunicarse con
Manchester respecto a esta huelga. El 18 de abril
de 1870, Varlin comunica que había estado en
Lille para la fundación de una organización
sindical bajo el control de la Asociación
Internacional de Trabajadores. En la misma fecha,
Dupont informa de las severas condenas contra
los mineros por haber estado en huelga. Se
encarga a Marx redactar un llamamiento a todas
las organizaciones obreras y secciones de la
organización del continente europeo y de los
Estados Unidos, pidiéndoles ayuda para los
huelguistas. El 20 de junio de 1870, se escucha
una comunicación del sindicato de la construcción
mecánica que resolvió enviar dinero a los
fundidores de París. El consejo resuelve que el
secretario de la Unión de obreros de construcción
de maquinaria lleve el dinero a París, no
solamente para asegurar su recepción por los
interesados, sino también para producir “un buen
efecto moral”."
El Consejo General de la Iª Internacional se ocupó
también de grandes cuestiones políticas. Pero la
particularidad de la Iª Internacional consistía
precisamente -y esto es indudablemente un mérito de
Marx- que en las reuniones del Consejo General
ocupaban mucho lugar las cuestiones de la lucha
huelguística, que no hacía una división artificial entre
la política y la economía; tanto una como otra eran
motivo de discusión. Se tomaban decisiones
inmediatas, y, frecuentemente, "al doctor Marx" se le
encomendaban misiones muy modestas, como la de
asistir a la asamblea de tal o cual sindicato, redactar
un manifiesto sobre tal o cual huelga, o escribir a tal
o cual país para comenzar la campaña contra el envío
de rompehuelgas, etc. Con razón Marx veía en esto
una parte de su actividad política general.
Un ejemplo de la importancia que Marx atribuía a
estas cuestiones, puede verse en el caso siguiente: El
23 de abril de 1856 Marx escribía a Engels:
"El estado de la Internacional es el siguiente:
Desde mi regreso, la disciplina está
completamente
restablecida.
Además,
la
intervención afortunada de la Internacional en la
huelga de sastres, por medio de las cartas de los
secretarios de las secciones de Francia, Bélgica,
etc., produjo sensación entre los trade-unionistas
locales."
Esta intervención de la Internacional en la huelga
Marx y los sindicatos
le dio gran popularidad. Los obreros de todos los
países comenzaron a dirigirse a la Internacional cada
vez que tropezaban con alguna dificultad. El 27 de
enero de 1867, Marx escribe con alegría a Engels:
"Nuestra Internacional ha obtenido un gran
éxito. Hemos conseguido el apoyo financiero de
los trade-unionistas ingleses para los obreros
huelguistas de la industria del bronce de París.
Ante todo, los patronos se batieron en retirada.
Esta historia ha alborotado mucho a los periódicos
franceses y actualmente somos una fuerza
reconocida en Francia."
Marx atribuía una gran importancia a la ayuda
material a los obreros en lucha contra el capital. En el
Congreso de la Internacional realizado en Ginebra en
1866, Marx propuso la siguiente resolución:
"Una de las funciones especiales de la
Asociación, que ya ha sido realizada en diversos
casos con gran éxito, consiste en oponerse a las
intrigas de los capitalistas, siempre prontos a
apelar a la mano de obra de otros países, en caso
de huelga de sus obreros, para impedir el triunfo
de sus reivindicaciones. Uno de los objetivos
principales de la Asociación, es que los obreros de
los diversos países no solamente se sientan
humanos, sino que se consideren como partes
unificadas de un solo ejército emancipador."
(Resolución sobre la ayuda mutua internacional
en la lucha del trabajo contra el capital.)
La gran importancia que Marx atribuía a las
huelgas y a los actos de solidaridad relacionados con
ellas, se ve, por ejemplo, en su carta a Engels del 18
de agosto de 1869. En esta carta, Marx expresa su
júbilo porque los obreros del bronce de París
devolvieron las 45 libras esterlinas recibidas en
calidad de préstamo y a continuación escribe lo
siguiente:
"En Posen, según comunica Zabitzky, los
obreros polacos (carpinteros, etc.), han terminado
victoriosamente la huelga, debido principalmente
a la ayuda de los obreros de Berlín. Esta lucha
contra el señor capital, aun en la forma modesta
de una huelga, pondrá fin a los prejuicios
nacionalistas de una forma muy distinta a las
declamaciones pacifistas de los señores
burgueses."
Obran en nuestro poder algunos manifiestos
escritos por Marx por encargo del Consejo General
en relación con las grandes huelgas de aquel período.
A la pluma de Marx se debe, por ejemplo, el
llamamiento a los obreros de Europa y de Estados
Unidos, con motivo de los asesinatos en masa de los
huelguistas perforadores y mineros de Searing y
Frameries (Bélgica), en el año 1869. Marx
estigmatiza el "impulso irresistible de la caballería
belga en Searing y la inflexible pujanza de la
infantería en Frameries". Marx escribe, que "los
increíbles atropellos son explicados por algunos
37
políticos con razones de alto patriotismo", que "el
capitalismo belga es célebre por su amor original a lo
que él llama libertad de trabajo"; Marx llena de
sarcasmos a los que acusan a los miembros de la
Internacional en Bélgica, "de pertenecer a una
Asociación fundada con el fin de atentar contra la
vida y la propiedad de las personas privadas, etc.".
Marx define a los constitucionalistas belgas como
sigue:
"Hay un pequeño país en el mundo civilizado
donde cada huelga es ávida y alegremente
tomada, como pretexto para una matanza oficial
de la clase obrera. Esta región, bendita entre
todas, es Bélgica, el Estado modelo del
constitucionalismo continental, este pequeño país,
bien abrigado, este pequeño y agradable paraíso
del propietario, del capitalista y del cura. La tierra
no realiza tan seguramente su vuelta alrededor del
sol, como el gobierno belga su matanza obrera
anual. La de este año no difiere de la del año
pasado, si no es por el número de sus víctimas
más horrible todavía, por la ferocidad más odiosa
de un ejército ridículo, por las alegrías más
ruidosas de la prensa clerical y capitalista y por la
gran frivolidad de pretextos puestos en juego por
los carniceros del gobierno."
Este magnífico manifiesto termina con un
llamamiento para recoger dinero en favor de las
familias de los huelguistas, y "para sufragar los
gastos de la defensa de los obreros detenidos y la
investigación emprendida por el Comité de
Bruselas".
Un interés extraordinario desde el punto de vista
de la apreciación de las opiniones de Marx sobre el
movimiento huelguístico, presenta el informe que
escribió para el cuarto Congreso de la Asociación
Internacional de Trabajadores, celebrado en Basilea
en 1869.
"El informe del Consejo 'General -escribe
Marx- hablará principalmente de la lucha de
guerrillas entre el capital y el trabajo. Nos
referimos a las huelgas que en el transcurso del
último año han agitado el continente europeo y
que se dice que no fueron provocadas por la
miseria de los obreros ni por el despotismo de los
capitalistas, sino por las intrigas secretas de
nuestra Asociación."
Luego Marx habla de las "revueltas económicas
de los obreros de Basilea", de los “tejedores de
Normandía, que se han sublevado por primera vez
contra la ofensiva del capital", a, pesar de no tener
ninguna organización. Con el concurso de la
Asociación Internacional de Trabajadores, los
obreros de Londres prestaron su ayuda a esta huelga.
"El fracaso de esa lucha económica, escribe Marx,
fue ampliamente compensado por sus grandes
resultados morales. Enroló a los obreros algodoneros
de Normandía en el ejército revolucionario del
38
trabajo e impulsó la creación de sindicatos en Rouen,
Elbeuf, etc. La alianza fraternal de las clases obreras
inglesa y francesa ha sido consolidada." Y Marx
agrega:
"Los devanadores de seda de Lyon, mujeres en
su mayoría, han entrado en la arena de la lucha
económica. La necesidad los ha obligado a
dirigirse a la Internacional. En Lyon, como
sucedía antes en Rouen, las mujeres obreras
desempeñaron un generoso y destacado papel. Así
reclutaron, en algunas semanas, cerca de 10.000
nuevos miembros de esta heroica población, que
escribió hace 30 años en su bandera la consigna
del proletariado moderno: “Vivir trabajando o
morir luchando”."
Marx traza luego un cuadro de la lucha y las
persecuciones de los obreros de Prusia, Hungría,
Austria y cita un ejemplo elocuente de cómo el
Ministro del Interior de Hungría, Wenkheim,
"saboreando un cigarro", declaró a una delegación
obrera de Presbourg que fue a solicitar el
levantamiento de la prohibición de una fiesta
realizada en favor de una caja de enfermos:
"¿Son ustedes obreros? ¿Trabajan con celo?
Lo demás no es cosa suya. No necesitan
asociaciones, y si se meten en política, sabremos
tomar las medidas necesarias. No haré nada por
ustedes. Que los obreros murmuren cuanto les
venga en gana."
Refiriéndose a Inglaterra, Marx escribe que:
"Inglaterra puede vanagloriarse de la matanza de los
mineros de Gales", agregando que "el tribunal,
compuesto de burgueses, que investigó esta cuestión
y las condiciones en las cuales los soldados abrieron
fuego contra los obreros, reconocieron esta matanza
como un asesinato legal".
Este informe al congreso de Basilea reviste un
enorme interés, porque en él reunió Marx una
enorme cantidad de hechos, no solamente sobre las
huelgas de aquel tiempo, sino también sobre las
persecuciones contra los miembros de la Asociación
Internacional de Trabajadores.
La intervención de la Iª Internacional en el
movimiento huelguístico provocó la alarma de la
burguesía de todos los países. Los patronos de
Ginebra clamaban que "los miembros locales de la
Internacional hundían al Cantón de Ginebra,
obedeciendo decretos enviados de Londres". En
Basilea
los
capitalistas
"transformaron
inmediatamente su hostilidad contra los obreros, en
una cruzada contra la Asociación Internacional de
Trabajadores". Enviaron un emisario especial a
Londres con la fantástica misión de averiguar la cifra
del "Tesoro" de la Internacional. "El juez de
instrucción de Bruselas creía que el tesoro se
guardaba en un cofre oculto en un lugar secreto. Se
precipitó sobre el cofre; abrió y encontró... algunos
trozos de carbón." "Seguramente -escribe irónico
Drizdo Losovsky
Marx-, cuando la mano del policía tocaba el oro puro
de la Internacional, se transformó instantáneamente
en carbón."
En el informe del Congreso de La Haya de 1872,
Marx cita decenas de ejemplos de la rabiosa actitud
contra la Asociación Internacional de Trabajadores.
Julio Favre se dirigió, inmediatamente después del
aplastamiento de la Comuna, a todos los gobiernos
proponiendo que se tomasen medidas comunes
contra la Internacional, Bismarck y el Papa de Roma
se apresuraron a dar una respuesta afirmativa, se
efectuó una entrevista entre los emperadores de
Austria y Alemania en Salzburg, para fijar las
medidas contra la Asociación Internacional de
Trabajadores.
"Pero -escribe Marx en su informe al congreso
de La Haya- todas las medidas represivas que era
capaz de inventar la inteligencia gubernamental
coaligada de Europa, palidecen frente a la
campaña de calumnias que el mundo civilizado
conduce contra la Internacional.
"Las historias apócrifas y los misterios de la
Internacional, las desvergonzadas falsificaciones
de documentos oficiales y de cartas privadas, los
telegramas sensacionales, etc., se sucedían
rápidamente. Todas las compuertas de las
calumnias de que dispone la prensa mercenaria de
la burguesía, fueron abiertas inmediatamente,
arrojando un torrente de vilezas destinadas a
ahogar al odiado enemigo. Esta guerra de
calumnias no tiene paralelo en la historia, hasta tal
punto es internacional el campo en que se
desarrolla, tan completa es la unanimidad con la
cual la conducen los diferentes órganos de partido
de las clases dominantes. Después del gran
incendio de Chicago, el telégrafo echó a rodar por
todo el globo terrestre la especie de que se trataba
de un trabajo diabólico de la Internacional. Es
extraño que no atribuyeran a su demoníaca
intervención el ciclón que devastó las Antillas."
A los clamores del capital internacional, de sus
literatos pagados por la policía política y de los
confidentes dé la literatura, Marx contesta:
"No es la Internacional la que empujó a los
obreros a las huelgas; al contrario, las huelgas han
empujado a los obreros a la Internacional."
Los proudhonianos y bakuninistas eran contrarios,
como se sabe, a los sindicatos y a las huelgas, pero
luego efectuaron un viraje completo, convirtiéndose
en fervientes partidarios de los sindicatos como única
forma de lucha. Bakunin parte de la idea de que "las
reivindicaciones económicas son la esencia y el
objetivo de la Internacional" y "las cajas de
resistencia, las trade-unions, son el sólo medio de
lucha verdaderamente eficaz de que pueden disponer
actualmente los obreros contra la burguesía".
Después de haberse instalado sobre esta base
absoluta (Bakunin pensaba siempre en absoluto, no
Marx y los sindicatos
comprendía la dialéctica), formula a su manera la
importancia y el desarrollo del movimiento
huelguístico. He aquí lo que dice Bakunin:
"La huelga es el comienzo de la guerra social
del proletariado contra la burguesía, aun dentro de
los límites de la legalidad. Las huelgas son un
valioso método de lucha en dos sentidos: en
primer lugar, electrizan a las masas, templan su
energía moral y levantan en su corazón la
conciencia del profundo antagonismo entre sus
intereses y los de la burguesía, descubriéndoles de
una forma cada vez más evidente, de una manera
irrevocable, el abismo que los separa; y en
segundo lugar, contribuyen enormemente a
provocar y formar entre los trabajadores de todos
los oficios y de todos los países, la conciencia y el
hecho mismo de la solidaridad. Doble acción, por
un lado negativa, por otro positiva, que tiende a
constituir directamente el nuevo mundo
proletario, oponiéndole de una forma casi
absoluta al mundo burgués.
"No hay nadie que ignore los sacrificios y
sufrimientos que cada huelga cuesta a los
trabajadores. Pero son necesarias, tanto, que
sin ellas sería imposible despertar a las masas
populares para la lucha social, ni organizarlas.
La huelga es una guerra y las masas populares
no se organizan más que en el curso y por
medio de la guerra que arranca a cada
trabajador del aislamiento ordinario, absurdo y
desesperante. La guerra le une de súbito a
otros trabajadores, en nombre de una misma
pasión, de un solo objetivo, y convencer a
todos de la misma manera, palpable y
evidente, de la necesidad de una rígida
organización para lograr la victoria. Las masas
populares excitadas, son como el metal en
fusión, que se templa en una sola masa
compacta y se moldea con mucha mayor
facilidad que el metal frío, a condición de que
se encuentren buenos maestros para moldeado
de acuerdo con las propiedades y leyes
interiores del metal en cuestión y conforme a
las necesidades e instintos populares...
"Las huelgas despiertan en las masas
populares todos los instintos sociales
revolucionarios que duermen en el fondo de
cada trabajador, constituyendo, digámoslo así,
esa sustancia histórica social-filosófica, pero
que en tiempos ordinarios, bajo el yugo de las
costumbres de esclavos y de la mansedumbre
general, no son reconocidas más que por unos
pocos. Por el contrario, cuando estos instintos
suscitados por la lucha económica se
despiertan en las multitudes obreras, la
propaganda
del
pensamiento
social
revolucionario
entre
ellos
se
hace
extraordinariamente fácil. Porque esta idea no
39
es otra cosa que la más pura, la más fiel
expresión de los instintos populares.
"Toda huelga es también valiosa porque
extiende y profundiza cada vez más el abismo
que separa en todas partes a la clase burguesa
de la masa popular, porque demuestra a los
productores de la manera más palpable, la
absoluta incompatibilidad de sus intereses con
los de los capitalistas y propietarios... Sí, no
hay mejor medio para arrancar a los
trabajadores de la influencia política de la
burguesía, que la huelga.
"Sí, las huelgas son una gran cosa. Crean,
multiplican, organizan y forman los ejércitos
del trabajo, el ejército que debe quebrar y
vencer la fuerza del Estado burgués y preparar
un amplio y libre camino para un mundo
nuevo."
Si se compara este lirismo, en el que hay algo de
verdadero, con lo que Marx escribe sobre las huelgas
en el primer tomo de El Capital, veremos
inmediatamente la diferencia entre el dialéctico y el
metafísico. Marx escribe sobre huelgas concretas,
cita decenas de ejemplos de luchas de obreros,
describe la influencia que ejercen sobre la jornada de
trabajo, sobre los salarios, sobre la legislación del
trabajo, etc. En cambio a Bakunin no le interesa la
legislación del trabajo, porque no ve la relación entre
las reivindicaciones parciales y el objetivo final, cree
que de cada huelga puede surgir la revolución. A
Marx le interesan los límites de acción de los
sindicatos. A Bakunin esa cuestión no le preocupa.
Su actitud frente a las huelgas es igual a la de los
anarquistas en la cuestión del Estado, como dijo
Lenin en su Estado y Revolución. Lo que hay de
justo en la concepción de los anarquistas sobre el
Estado -el objetivo final, la sociedad sin clases y sin
autoridad- lo diluyeron en una cantidad tal de jarabe
metafísico, que llegaron a ahogar la posibilidad
misma de alcanzar esa fase del desarrollo de la
humanidad. Otro tanto sucede con la huelga, a la que
atribuyen tantas propiedades milagrosas. Dicen tan
expresamente "la huelga salvadora", que es difícil
establecer su carácter y sus límites, sus
consecuencias y sus relaciones con las demás formas
de la lucha.
¿Cuáles son, entonces, los límites de acción de los
sindicatos, y de las huelgas? Carlos Marx; dio sobre
esta cuestión una respuesta completa en su discusión
con Weston:
"En efecto, los obreros, hecha abstracción de la
servidumbre que supone todo el sistema del
salariado, no deben exagerar las consecuencias de
estas luchas cotidianas, no deben olvidar que
luchan contra los efectos, pero no contra sus
causas; que no hacen más que retrasar el
movimiento descendente, pero no varían su
dirección; que no hacen más que aplicar
40
paliativos, pero no curar la enfermedad. Por tanto,
no deben gastar su energía exclusivamente en esta
lucha inevitable de guerrillas; lucha que provoca
siempre los continuos ataques del capital o las
variaciones del mercado.
"Deben comprender que el sistema actual, con
todas las miserias que lleva aparejadas para ellos,
produce al mismo tiempo las condiciones
materiales necesarias para la nueva edificación
económica. En vez de la solución conservadora:
“Un salario justo por una jornada de trabajo
justa”, deben inscribir en su bandera las palabras
revolucionarias: “Abolición del sistema del
trabajo asalariado”."
Hemos llegado aquí a uno de los puntos de
empalme de la doctrina de Marx sobre las huelgas.
Hemos visto ya que Marx y Engels llaman a las
huelgas "guerra civil", "sublevaciones económicas",
"verdadera guerra civil", "guerra de guerrillas",
"escuela de guerra", "escaramuzas de vanguardia",
hablaron de las huelgas que ponen en peligro el
régimen existente. Pero he aquí que Marx dice ahora
que la lucha económica es una lucha contra los
efectos, y no contra las causas, que es un paliativo y
no el remedio de la enfermedad. ¿No hay aquí una
contradicción o una renuncia a sus ideas originales?
No, ni una ni otra cosa. Es que Marx tenía necesidad
de luchar, en el problema de las huelgas, contra la
derecha y contra la izquierda. Entre los tradeunionistas ingleses se difundía entonces la idea de
que las huelgas son ineficaces para los obreros.
"Nosotros consideramos -dijo uno de los
dirigentes de las trade-uniones ante la comisión
real en 1876- que las huelgas son un torpe
derroche de dinero, no solamente para los obreros,
sino también para los patronos."
Marx combatió vigorosamente las teorías
burguesas según las cuales las huelgas son un
derroche estéril de dinero y de fuerzas, demostrando
la enorme importancia de las huelgas para la
transformación del proletariado en clase. Pero, por
otro lado, en el seno de la Iª Internacional
comenzaron a difundirse ideas anarco-sindicalistas,
conforme a las cuales las huelgas económicas son el
único medio de lucha. Por eso Marx planteó en forma
terminante la cuestión de encaminar la energía de las
masas a la lucha contra las causas de la explotación,
por importante que fuese la lucha contra sus efectos.
En la carta a Bolte que hemos citado
anteriormente, Marx indica cómo de aisladas
reivindicaciones económicas de los obreros, surge un
movimiento político, es decir, un movimiento de
clase. Aquí, más que en cualquier otra parte, la
cantidad se transforma rápidamente en calidad. De
toda la doctrina de Marx y Engels, resalta que la
huelga económica tiene una gran importancia
política, pero se trata precisamente de calcular el
grado y el alcance de esa importancia. Si la huelga
Drizdo Losovsky
económica reviste un carácter de estallido
espontáneo, no por eso pierde su importancia
política. "La espontaneidad es la forma original de la
conciencia" (Lenin). La importancia política de la
huelga depende de las dimensiones y del alcance del
movimiento. Si una huelga, a pesar de tener amplias
dimensiones, está encabezada por jefes que desde su
comienzo la encierran en un estrecho marco
corporativo, embotan su filo político, vacían su
contenido fundamental y no podrá dar los resultados
políticos que podía haber dado. Por el contrario, si
una huelga que tiene por punto de partida
reivindicaciones puramente económicas, es llevada
desde su comienzo por el cauce de su combinación
con la lucha política, rinde el máximo de efecto.
Marx comprendía que la huelga económica es un
arma seria en manos del proletariado contra la
burguesía, porque todo lo que ataca a los capitalistas
ataca al sistema capitalista, pero consideraba
necesario señalar que la lucha económica
estrictamente limitada, "no puede cambiar la
dirección del desarrollo capitalista".
De esta idea de Marx: una lucha puramente
económica es una lucha contra el efecto y no contra
la causa, se intentó crear la teoría de que antes de la
guerra, todas las luchas económicas tenían un
carácter defensivo y sólo con el comienzo de la
actual crisis general del capitalismo las huelgas
tienen un carácter ofensivo. Esta idea se encuentra en
el documentado e interesante libro de Fritz David, La
bancarrota del reformismo, que contiene, sin
embargo, algunas formulaciones erróneas. Esta
clasificación de huelgas económicas en defensivas y
ofensivas es falsa y políticamente dañina, porque no
tiene en cuenta la vida real, y la realidad nos
demuestra que también antes de la guerra había
huelgas ofensivas (lucha por el aumento de los
salarios, por la disminución de la jornada de trabajo),
y que actualmente tenemos también huelgas
defensivas. Es erróneo clasificar la ofensiva y la
defensiva según el tiempo y no sobre la base de un
análisis de cada huelga concreta y de la actitud del
sindicato y de los obreros en la huelga de que se
trate. Contra los efectos del capitalismo se puede
luchar tanto mediante la ofensiva como mediante la
defensiva.
La opinión de Marx debe ser puesta en relación
con lo que dice en la Miseria de la filosofía: "En esta
lucha -verdadera guerra de guerrillas- se unifican y
desarrollan todos los elementos para una batalla
futura. Alcanzado este nivel, la coalición adquiere un
carácter político." Después de citar este pasaje de
Miseria de la filosofía, Lenin escribe:
"Tenemos aquí ante nosotros el programa y la
táctica de la lucha económica y del movimiento
sindical para varias décadas, para todo el largo
período de preparación de las fuerzas del
proletariado para los combates futuros."
Marx y los sindicatos
Partiendo de la subordinación de la lucha
económica a la lucha política de la clase obrera,
Marx sacaba la conclusión de que la huelga es una de
las formas más importantes y agudas de la lucha.
Bakunin, partiendo de la negación de la política, saca
la conclusión de que la huelga es la única forma de
lucha. Lo que Bakunin esbozó, sus discípulos lo
desarrollaron en una teoría y táctica confusas, cuyas
funestas consecuencias se han reflejado y se siguen
reflejando en una forma especialmente patente en el
movimiento obrero de los países latinos.
9. Los pseudomarxistas y los críticos de Marx.
"¿Qué es lo que distingue esencialmente al
marxismo de todas las demás teorías premarxistas
y pseudomarxistas? ¿Cuál es la línea divisoria
principal
entre
el
marxismo
y
el
pseudomarxismo? Esta línea de demarcación, esta
diferencia, fue definida por Lenin en su célebre
trabajo: “El Estado y la Revolución”, donde
declara:
"“Es marxista únicamente el que hace
extensivo el reconocimiento de la lucha de clases
al de la dictadura del proletariado. En esto
consiste la profunda diferencia entre el marxista y
el pequeño burgués (y el grande) adocenado. Esta
es la piedra de toque para comprobar si la
concepción y el reconocimiento del marxismo son
realmente efectivos”."
Si se considera desde este punto de vista a los
críticos de Marx en el campo sindical, comprobamos
que ha sido precisamente la dictadura del
proletariado la piedra de toque de todos los enemigos
francos
y
enmascarados
del
marxismo
revolucionario. Esto no significa que hayan intentado
refutar seriamente, con hechos en las manos, esta
piedra angular de la doctrina de Marx. ¡No! Los
críticos sindicales de Marx empezaron por evitar esta
cuestión, abandonándosela a los "políticos puros".
Eduardo Bernstein verdadero padre espiritual del
reformismo, precisó y formuló lo que se agitaba en
las cabezas de muchos elementos sindicales. Ya en
1899 Bernstein publicó su obra Premisas del
socialismo, que con toda justicia debe ser
denominada la "Biblia" de la socialdemocracia
contemporánea. En este trabajo de Bernstein
encontramos la democracia económica, el paso al
socialismo mediante reformas sociales, la
democratización de la industria por medio de los
sindicatos, etc. Al publicar su libro, Bernstein se
sentía apoyado por los sindicatos. En cuanto a los
dirigentes sindicales, que se separaban de Marx cada
vez más, se sintieron alentados y reconocieron
abiertamente a Bernstein como su jefe y su ideólogo.
Antes de esa obra de Bernstein, los pseudo marxistas
sindicales ocultaban su desacuerdo con Marx; pero
después de la aparición de su libro, la "crítica" de
Marx vino a ser un signo de buen tono entre los
41
líderes de los sindicatos alemanes. Los dirigentes
sindicales no se ocupaban, en general, de la teoría;
revisaban a Marx en su trabajo cotidiano, le
desfiguraban en la práctica e invertían los conceptos
fundamentales de Marx sobre el papel de los
sindicatos en el Estado capitalista. Si consideramos
desde el punto de vista histórico los conceptos
antimarxistas de los dirigentes sindicales, veremos
que se guían por la siguiente línea y las siguientes
cuestiones:
1) La teoría de la lucha de clases es, "en general",
justa, pero pierde su significación a medida que
crecen los sindicatos y se instaura la democracia.
2) La revolución es un concepto caducado
correspondiente a los grados inferiores del desarrollo
social; el Estado democrático excluye la revolución y
la lucha revolucionaria.
3) La democracia asegura a la clase obrera el paso
pacífico del capitalismo al socialismo y, por
consiguiente, la dictadura del proletariado no está ni
puede estar en el orden del día.
4) La teoría de la pauperización fue justa en su
tiempo, pero actualmente está vencida.
5) En la época de Marx fue posiblemente justo el
papel dirigente del Partido en los sindicatos. Pero
actualmente, sólo la neutralidad frente a los partidos
y a la política, puede asegurar el desarrollo normal
del movimiento sindical.
6) En la época de Marx quizás había necesidad de
estimar las huelgas como una de las armas más
importantes de lucha, pero actualmente los sindicatos
han crecido, etcétera, etc.
De manera que todo se reduce a decir que el
marxismo ha envejecido y que es necesario revisarle,
corregirle y completarle. Esta corrección era hecha
por la socialdemocracia y los sindicatos,
estableciendo entre ellos una división del trabajo.
Antes de la guerra todo esto se hacía con la consigna
de "enriquecer y desarrollar a Marx basándose en la
misma teoría marxista"
El movimiento sindical alemán y austriaco era
considerado como el de orientación más marxista.
Exploto durante largos años el nombre de Marx, e
hizo de Marx lo que la socialdemocracia alemana
había hecho con él. Lenin lo dice elocuentemente:
"Las doctrinas de Marx corren hoy la misma
suerte que ha cabido en la historia a las de otros
pensadores revolucionarios y caudillos del
movimiento liberador de las clases oprimidas. Los
grandes revolucionarios son objeto, durante su
vida, de constantes persecuciones por parte de las
clases opresoras; sus enseñanzas provocan una
rabia y un odio furiosos y ataques ininterrumpidos
en los cuales desempeñan un papel principal la
falsedad y la calumnia. Después de su muerte, se
hacen tentativas para convertirlos en mansos
corderos, para, por decirlo así, canonizarlos, para
rodear de gloria sus nombres con objeto de
42
“consolar” a los oprimidos y engañarlos. En
efecto, el fin que con ello se persigue no es otro
que el de desnaturalizar la esencia real de las
teorías y el de mellar el filo de las armas
revolucionarias.
"Eso es justamente lo que hoy vemos con
respecto al marxismo a cuya adulteración se
consagran los burgueses y los oportunistas del
movimiento obrero. Se omite, se altera, se
deforma el aspecto revolucionario de la doctrina su alma revolucionaria- para poner únicamente de
relieve y ensalzar lo que parece aceptable para la
burguesía.
"En nuestros días, todos los socialpatriotas son
“marxistas”, ¡no lo toméis a broma! No hay sino
ver y oír a esos profesores de la burguesía
alemana que tanto se distinguieron por sus
esfuerzos para pulverizar al marxismo. ¡Cómo
hablan del Marx “nacional” y germánico, del
Marx que, según ellos, educó a los sindicatos
obreros tan magníficamente organizados para una
guerra de rapiña!"
Los dirigentes sindicales de Alemania no
escatiman palabras para glorificar a Marx, al mismo
tiempo que toda la teoría y la práctica del
movimiento sindical alemán estaban en completa
contradicción con la teoría y la práctica de Marx. A
medida que el capitalismo alemán se hacía más
potente, aumentaba la rapidez con que extendía su
influencia sobre nuevos mercados y con que se
verificaba el acercamiento ideológico entre los
capitalistas alemanes y la alta dirección del
movimiento sindical alemán. Basta mencionar la
actuación de los sindicatos alemanes en 1905 contra
la huelga del 19 de mayo, contra las huelgas
políticas, por la neutralidad de los sindicatos, y, en
general, las manifestaciones de los sindicatos
alemanes en el transcurso de muchos años contra
todos los intentos de plantear concretamente la lucha
contra la guerra; basta recordar las tendencias
imperialistas que ya antes de la guerra aparecían
abiertamente, tanto en el partido socialdemócrata
como en los sindicatos, para llegar a la conclusión de
que el marxismo sirvió solamente de etiqueta a los
sindicatos reformistas de Alemania. La guerra reveló
lo que escondían los pseudomarxistas. Al mismo
tiempo que Marx escribía en 1848 "que los obreros
no tienen patria, que no se les puede quitar lo que no
tienen", los "marxistas" alemanes encontraron en la
Alemania imperialista su patria y, por la victoria de
esa patria imperialista, se transformaron en los
suministradores de carne de cañón para el frente.
"Los sindicatos -escribe el apalogista del
movimiento
sindical
reformista
alemán,
Nestripke- deben exigir la participación de los
obreros y empleados ocupados en la empresa
respectiva, en la toma y el despido de obreros;
pero, al mismo tiempo, deben cuidar, mediante
Drizdo Losovsky
normas adecuadas de educación y de influencia
moral sobre cada obrero en particular y sobre
todos los obreros de las empresas, porque el
estado económico de la empresa no descienda
como consecuencia del abuso de los obreros de
este derecho y para no causar perjuicios a sus
intereses vitales."
De esta manera, los sindicatos se transforman en
guardianes de la plusvalía capitalista con el pretexto
de "participar en la dirección económica y técnica de
las empresas".
Toda la doctrina de Marx sobre la lucha de clases
y los sindicatos, órganos de lucha contra el capital,
fue sustituida por la teoría de la democracia
económica y la igualdad entre el trabajo y el capital,
con la conservación de la propiedad privada sobre los
medios de producción en manos de los capitalistas.
Si la clase obrera "participa" en la organización de la
economía nacional, está interesada en conservarla y
defenderla de las fuerzas destructoras. Así es como
los sindicatos reformistas se transformaron en
cómplices de la burguesía en el aplastamiento del
movimiento
obrero
revolucionario,
en
el
aplastamiento de todos los que se levantan contra la
dominación del capital.
Mientras que Marx planteó la cuestión de la
dictadura del proletariado, los "marxistas" alemanes
demostraron y demuestran en el transcurso de largos
años, que la dictadura del proletariado es una
invención de Moscú, que la única forma de Estado
aceptable para los sindicatos, es la democracia
burguesa. Mientras que Marx demostró que el Estado
es un aparato de opresión de una clase por otra, los
"marxistas" austro-alemanes que encabezaban los
sindicatos de esos países, demostraban y siguen
demostrando que el Estado democrático está por
encima de las clases, que el Estado es y debe seguir
siendo el árbitro de los conflictos entre el trabajo y el
capital.
Marx ha demostrado que el proletariado, para
obtener algo de la burguesía, debe librar una batalla
encarnizada, desarrollar todas las formas de lucha, y,
sobre todo las huelgas. Los "marxistas" alemanes
pretenden que esta teoría ha envejecido, que "las
huelgas presentes son siempre arriesgadas", que "las
huelgas se hacen tanto más peligrosas en un país
donde está desarrollada la industria moderna, con
grandes empresas y organizaciones patronales", que
"los sindicatos profesionales (es decir, los burócratas
sindicales) que viven en las condiciones de la
economía moderna, tienen muchos menos deseos de
lucha", que "la lucha económica, en las condiciones
de una economía desarrollada, se basa en
negociaciones, en el arte de sondear y de esperar", y
en fin, esta última perla tomada del arsenal táctico de
Legiens: "Cuanto más prudente es la organización en
la presentación de reivindicaciones, cuanto con
mayor perseverancia insiste en su realización, menos
Marx y los sindicatos
aplica el último medio, la huelga, con tanta mayor
facilidad obtendrá en el transcurso del tiempo, éxitos
sin lucha."
Todavía algunos ejemplos para mostrar todo lo
bajo que han caído estos "marxistas". En el congreso
de los sindicatos alemanes de Hamburgo (1928), el
informante oficial, Naphtali, declaró solemnemente
que "el movimiento sindical logró oponerse a una de
las tendencias decisivas del capitalismo y vencerla, la
tendencia a la pauperización... y que "la elevación de
la clase obrera es un hecho". El teórico de la Central
Sindical de Alemania, Tarnov, ha dicho:
"Somos políticos realistas... En eso nos
diferenciamos de la vieja concepción que
predominaba en el movimiento obrero y que no
podía prevalecer más que porque la opinión en
otro tiempo justa sobre las tendencias del
capitalismo, se ha transformado en una ideología
petrificada (!). En el fondo las antiguas
concepciones (se refiere a las de Marx) tendían a
renunciar a la lucha. Nosotros damos a la masa
obrera un punto de vista más optimista."
En verdad, Tarnov es "mejor" todavía que
Nestripke. La antigua concepción de Marx decía:
"Lucha y obtendrás lo tuyo." La nueva concepción
dice: "No luches, aguarda y alcanzarás mucho más."
y por fin, para "coronar el edificio", una cita más de
Tarnov tomada de su libro ¿Para qué ser pobres?
"La pobreza no es una necesidad económica.
Es una enfermedad social cuya posibilidad de
curación es indudable, aun dentro de los marcos
de la economía capitalista."
Efectivamente, ¿para qué ser pobres cuando se
puede pasar al campo de la burguesía y acomodarse
en el banquete? El libro de Tarnov y su contenido
hacen recordar las propagandas americanas, "¿Para
qué tener callos?", donde se informa a los honorables
lectores que se .trata de una enfermedad que es
posible curar por cincuenta céntimos "dentro de los
marcos del régimen capitalista". Teóricos
"callicidas": como Tarnov, los tiene en gran cantidad
la central sindical alemana reformista, y han
solucionado satisfactoriamente, para ellos, la
cuestión de la pobreza...
En los círculos de los burócratas sindicales
reformistas de Alemania, circula una anécdota que
fue relatada por el profesor Eric Nelting en medio de
la risa unánime de los asistentes al Congreso de los
obreros de la madera de Alemania.
"El economista sueco Swen Hollander, vino
cierta vez a Alemania con el fin de visitar, en
Treves, la casa donde nació Carlos Marx. Con
gran asombro suyo nadie le supo decir dónde se
encontraba esta casa. Vagando por las calles
encontró una casa que ostentaba una bandera roja,
y pensó que debía ser seguramente, la casa donde
nació Marx, con tanta mayor razón, cuanto pudo
leer una inscripción que decía: “Casa de los
43
sindicatos de Treves.” Cuando entró en la casa,
uno de los empleados le explicó que allí no había
nacido Marx, que aquella era la casa de los
sindicatos. La casa donde nació Marx es
demasiado pequeña para los sindicatos, pero está
aquí cerca, en la vecindad."
Después de contar esta "interesante" anécdota el
profesor Nelting la comentó de la siguiente manera:
"Esta anécdota caracteriza magistralmente la
estrecha vecindad en que se encuentran hoy
todavía los sindicatos respecto a la doctrina de
Marx. Por otra parte, la anécdota demuestra que
los sindicatos se vieron en la necesidad de
adelantar a Marx. Entre el capitalismo y el
socialismo, hay una etapa transitoria, que a mi
juicio se caracteriza por tres hechos: desde el
punto de vista político, gobiernos de coalición;
desde el punto de vista jurídico, derecho obrero;
desde el punto de vista económico, democracia
fabril y económica... Los sindicatos suponen
lógicamente, en todos sus actos, que el
capitalismo se oculta la posibilidad de un
mejoramiento y un ascenso substanciales."
Ahora el cuadro está completo. Han "avanzado" a
Marx. La casa de Marx es ya demasiado reducida
para los burócratas sindicales alemanes. ¡Ya lo creo!
La casa de Stinnes, este gran ventajista de la guerra y
de la especulación; es mucho más amplia. No en
vano Stinnes ha dado a uno de sus barcos el nombre
de Carlos Legien, dirigente durante largos años del
movimiento sindical reformista de Alemania. La casa
de Hindenburg, de Bruning y de Hitler es todavía
más vasta, y el presidente de la C.G.T. alemana,
Leipart, quisiera introducirse entre los lacayos de esta
suntuosa mansión. La casa del presidente de la Unión
de Fabricantes alemanes, Borsig, es mucho más
amplia y no es una casualidad que el señor Leipart
haya enviado un telegrama de pésame a la Unión
Industrial con motivo de la muerte de este "generoso"
señor. Si todo esto es "marxismo", ¿qué será
entonces la desfachatez y la cínica traición? ¿Cómo
explicar esta completa renuncia a los principios
elementales del movimiento obrero? Por el temor a
las masas, por el temor a la revolución.
Esta "masofobia", este temor a las masas, de los
burócratas sindicales alemanes, se destaca con
especial relieve después del ascenso de Hitler al
poder. La masa de sindicados se inquieta y exige el
frente único con los comunistas. ¿Y qué hace la
Central Sindical alemana que agrupa todavía
millones de obreros?' El 20 de febrero de 1933, la
C.G.T. alemana se dirige a Hindenburg, con una
carta en la cual estos "líderes obreros" suplican al
mariscal que intervenga en defensa de los obreros:
"Nos dirigimos a usted, presidente del Estado
alemán,
consagrado
a
salvaguardar
la
Constitución. Se dirige a usted una organización
alemana que cuenta en sus filas con millones de
44
antiguos combatientes del frente. Si estos
millones de hombres, entre los cuales hay
partidarios de diferentes partidos políticos,
derramaron su sangre durante la guerra mundial,
no fue con el fin de tolerar que quince años
después los órganos responsables del Estado
alemán declaren que ellos no son fuerzas positivas
del Estado. Nadie en Alemania está hoy colocado
tan alto como para tener derecho a decir que los
combatientes de la guerra y sus organizaciones
son alemanes sin el pleno disfrute de sus
derechos, ni para tratarlos en consecuencia.
Esperamos de usted, señor presidente, jefe militar
durante la guerra mundial que contestará
enérgicamente esta injuria infligida a millones de
combatientes."
Esta súplica lacrimosa constituye el documento
más bochornoso que haya jamás sido publicado
incluso por los sindicatos reformistas alemanes. Ante
todo, quejarse ante Hindenburg contra Hitler es como
quejarse del diablo a Lucifer. Además esta
invocación a los méritos militares y patrióticos como
argumentos de defensa contra los ataques fascistas,
produce una impresión lamentable. ¡Así es corno los
"jefes marxistas" de los sindicatos de Alemania han
caído de capitulación en capitulación hasta
arrodillarse a los pies del mariscal Hindenburg!
Cuando
los
"marxistas"
austro-alemanes
saboteaban las doctrinas de Marx, pasando del
método del trabajo de zapa al ataque descarado,
luciendo todavía por tradición el ropaje marxista, el
anarquismo y el anarcosindicalismo mantuvieron una
guerra abierta contra Marx y su doctrina. Los
anarquistas y los anarcosindicalistas pretenden que
los procedimientos oportunistas de los socialistas
alemanes, franceses, etc., son consecuencia de sus
concepciones marxistas. El oportunismo y el
revisionismo, se presentaban a las masas como
marxismo. Esta crítica "de izquierda" y la amarga
experiencia de la política oportunista de los partidos
socialistas de los países latinos (Francia, España),
despertaron "la desconfianza entre una parte de los
obreros hacia el marxismo en general. Entre los
críticos del marxismo había un grupo francés que
intentó "depurar" a Marx para hacer de él el teórico
del movimiento sindical anarcosindicalista. Intentos
de combinar a Marx con el anarcosindicalismo, se
hicieron por Lagardelle, Sorel, Barth, Arturo
Labriola, de Leone, etc. El de más talento de ellos,
George Sorel, declara en su libro La descomposición
del marxismo, que acepta "el marxismo de Marx",
pero no a sus comentaristas del tipo Bernstein, etc.
Es esta una actitud que podría ser aprobada, si junto a
la crítica justa, aunque insuficiente, de Bernstein,
Sorel no hubiese convertido a Marx en un Proudhon
estilizado. He aquí lo que escribe Sorel:
"Del marxismo se debería decir que es la
“filosofía de los brazos”, y no una filosofía del
Drizdo Losovsky
cerebro. Porque Marx tiene en cuenta una cosa
solamente: convencer a la clase obrera de que
todo su porvenir depende de la lucha de clases,
atraerla al camino donde halle, organizándose
para la lucha, los medios de vivir sin patronos.
Por otra parte, el marxismo no debe confundirse
con los partidos políticos, por revolucionarios que
sean, porque se ven obligados a funcionar como
partidos burgueses, cambiando su fisonomía de
acuerdo con las circunstancias relacionadas con
las campañas electorales, y realizando en caso de
necesidad, compromisos con otros grupos que
tienen una clientela electoral semejante, mientras
que el marxismo permanece invariablemente
ligado a la concepción de una revolución absoluta.
"Hace algunos años se podía pensar que el
tiempo del marxismo había pasado, y que debía
ocupar un puesto con muchas otras doctrinas
filosóficas, en la necrópolis de los dioses muertos.
Solamente un accidente histórico podía volver a la
vida; se necesitaba para esto que el proletariado se
organizara
con
intenciones
puramente
revolucionarias,
es
decir,
separándose
completamente de la burguesía... Y resulta que los
doctores del marxismo se desorientaron frente a
una organización construida sobre la base del
principio de la lucha de clases, comprendida en el
sentido más estricto de esa palabra.
"Para salir de las dificultades, se lanzaron con
indignación contra la nueva ofensiva del
anarquismo,
porque
muchos
anarquistas
atendiendo el consejo de Pelloutier, ingresaron en
los sindicatos y en las bolsas del trabajo.
"... La nueva escuela no pretendía formar un
nuevo partido, que viniese a disputar a los demás
partidos su clientela obrera. Su ambición era otra,
era comprender la naturaleza del movimiento que
parecía ininteligible para todo el mundo. Procedió
muy de otro modo que lo hacía Bernstein.
Rechazó poco a poco todas las fórmulas que
provenían, bien del utopismo o del blanquismo,
depuró de esa manera el marxismo tradicional de
todo lo que no era específicamente marxista y
trató de guardar solamente lo que era, en su
opinión, la esencia fundamental de su doctrina, lo
que asegura la gloria de Marx.
"La catástrofe que era la piedra del escándalo
para los socialistas deseosos de combinar el
marxismo con la práctica de los hombres políticos
de la democracia, se encuentra en concordancia
perfecta con la huelga general que, para los
sindicalistas revolucionarios, representa el
advenimiento del mundo futuro."
Marx habla de la lucha por el poder, de la
implantación de la dictadura del proletariado,
mientras que los anarquistas y anarcosindicalistas
han confundido hasta hoy esta teoría revolucionaria
de Marx, sea consciente, sea inconscientemente, con
Marx y los sindicatos
los falsificadores de Marx. Lo que para Sorel
significa la descomposición del marxismo, es la
descomposición de los críticos de Marx. Las
tentativas de Sorel de inyectar en el marxismo la
sangre anarcosindicalista, no condujeron a nada. El
neomarxismo resultó un potaje ecléctico. Es que
Sorel y sus alumnos no comprendieron lo esencial de
la enseñanza de Marx, el problema de la dictadura
del proletariado. ¿Cuál era el lazo de unión entre el
sindicalismo revolucionario y el marxismo
revolucionario? La protesta contra el cretinismo
parlamentario, contra la colaboración con la
burguesía. ¿Qué conclusiones sacaba de este hecho el
sindicalismo revolucionario? Veía todo el mal en el
Estado y en las elecciones parlamentarias. Que se
renuncie a la participación en las elecciones
parlamentarias, que se rechace toda dictadura, y el
problema se habrá resuelto. ¿Qué conclusiones
sacaba el marxismo revolucionario? El marxismo
consideraba que es indispensable aprovechar el
parlamento y las elecciones parlamentarias, destruir a
la manera revolucionaria, bolchevique, el Estado
burgués e implantar para todo el período transitorio
la dictadura del proletariado.
Al repudiar la política, Sorel repudiaba la
necesidad del partido político del proletariado y
llegaba
a
la
tesis
fundamental
del
anarcosindicalismo; "el sindicato basta para todo". Al
repudiar el Estado y la necesidad de la dictadura del
proletariado, Sorel repudia la insurrección armada y
sustituye la insurrección por la huelga de "brazos
cruzados". Como no comprende la marcha y las
tendencias del desenvolvimiento del capitalismo,
Sorel crea una teoría del "mito social", niega la
necesidad de la violencia colmando así la laguna que
había en su concepción.
Sus compañeros de armas y discípulos predicaban
vulgares ideas reformistas, encubriéndose con frases
de izquierda. "La revolución -escribe Arturo
Labriola- surge del seno del proceso económico, de
transformaciones consecutivas." Lagardelle trata de
sustituir "el derecho capitalista" por un nuevo
derecho dentro de los marcos del sistema capitalista,
y Eduardo Berth ve tanto en Proudhon como en Marx
los "precursores teóricos" del sindicalismo
revolucionario.
Esto es precisamente lo que vemos en el
anarcosindicalismo francés de preguerra. El
anarcosindicalismo, que se revistió de un brillante
ropaje de "terrible izquierdismo" durante la guerra
imperialista, ajustó su paso a las internacionales
socialista y sindical, siguió el carro del imperialismo.
Así se vio demostrada la comunidad ideológica y
política de los revisionistas derechistas e
izquierdistas de Marx. No es el anarcosindicalismo
tan orgulloso de su espíritu revolucionario, es el
bolchevismo "surgido de la base granítica del
marxismo" (Lenin), el que salvó el honor del
45
movimiento revolucionario.
Nos resta examinar el ataque unificado de los
reformistas y anarcosindicalistas de todos los
matices, contra el papel dirigente del partido en el
movimiento sindical y sus esfuerzos por aprovechar
con este fin el nombre de Marx. Ya hace sesenta años
que los anarcosindicalistas y reformistas siguen
afirmando que Marx fue partidario de la neutralidad
de los sindicatos. Como pretexto para aseverarlo se
utiliza la pretendida entrevista de Marx con el obrero
metalúrgico de Hannover, Hammann, publicada en
1869:
"Si los sindicatos quieren llenar sus objetivos,
nunca deben ponerse en conexión con una
asociación política o hacerse dependientes de ella.
Hacerlo así equivale a darles el golpe mortal. Los
sindicatos son la escuela para el socialismo. En
los sindicatos se educarán como socialistas los
obreros, porque ven todos los días, de un modo
palpable, la lucha contra el capital. Los partidos
políticos, sin excepción, sean como sean,
entusiasman a la masa trabajadora pasajeramente,
por una temporada. En cambio, los sindicatos,
ligan a la masa de los trabajadores de una manera
permanente. Sólo ellos están en condiciones de
representar un verdadero partido de clase y
oponer un verdadero baluarte al poder del capital.
La gran masa de los obreros ha llegado a
convencerse de que su situación material debe ser
mejorada, pertenezcan al partido que quieran.
Sólo cuando se mejore la situación del obrero
podrá dedicarse a la educación de sus hijos;
entonces no necesitarán mujeres y niños ir a parar
a las fábricas; el propio obrero podrá educar mejor
su espíritu, cuidará más su cuerpo; llegará a ser
socialista sin sospecharlo..."
Esta entrevista ha sido manifiestamente
"retocada" por Hammann porque contiene una serie
de formulaciones que están en pugna con lo que
Marx escribió y dijo durante toda su vida. Marx no
pertenece a los hombres que pueden escribir una cosa
y decir otra. Marx no pudo haber dicho que todos los
partidos políticos sin excepción, atraen a los obreros
pasajeramente. ¿Qué es, pues, lo que pasó?
Evidentemente, Hammann interesado en la
"independencia" de los sindicatos, "retocó" el texto,
suprimiendo las palabras que indican expresamente
que esta fórmula se refiere a los partidos burgueses,
dándole así una significación política completamente
diferente. Así Marx se convierte en "partidario de la
independencia". Para ver que las cosas ocurrieron así,
basta considerar la forma en que formuló la pregunta:
"Mi primera pregunta al doctor Marx -declarafue la siguiente: “¿Deben los sindicatos depender
preferentemente de una organización política, si
quieren tener viabilidad?”"
Este planteamiento de la cuestión, demuestra cuál
es la respuesta que Hammann quería obtener. Esto es
46
lo que nos permite afirmar que el propio Hammann
"retocó" la entrevista, que así adquirió la forma y el
contenido que el interrogador deseaba.
Lo que permite ver hasta qué punto esta cita
adulterada fue tomada en serio, es el hecho de que un
hombre tan eminente como Daniel de León,
invocando a Marx, desarrolló su teoría de la
supremacía de la organización económica sobre la
organización política. De esas palabras de Marx, dice
De León, resulta que:
"1) El verdadero partido político del
proletariado debe introducir en el campo político
los sanos principios de la organización económica
revolucionaria, de la cual él es una emanación.
"2) El acto revolucionario del derrocamiento
final del capitalismo y la implantación del
socialismo, es una función destinada a la
organización económica.
"3) La fuerza física necesaria para el acto
revolucionario es propia de la organización
económica.
"4) El elemento de fuerza no es la
organización militar ni ninguna otra que suponga
la violencia, sino la estructura de la organización
económica.
"5) La organización económica, no es
"provisional", sino que representa el embrión del
gobierno provisional de la república del trabajo..."
Daniel de León afirma que todas estas
conclusiones surgen de la entrevista de Marx con
Hammann. Incluso en el caso de que Marx hubiera
dicho y escrito verdaderamente lo que le atribuye
Hammann, tampoco se podría deducir de esto lo que
deduce De León. El jefe más revolucionario y más
eminente del socialismo americano de preguerra,
Daniel de León, no pudo, a pesar de todas sus
capacidades oratorias, literarias y políticas, formar un
partido y encabezar el movimiento de masas. ¿Por
qué? Porque en la cuestión fundamental -partido,
sindicato y clase- ocupó una posición no marxista, a
pesar de creerse verdadero marxista. Daniel de León
vio claramente toda la corrupción y la podredumbre
de la Federación Americana del Trabajo. Es el autor
de la expresión "oficiales obreros de la clase
capitalista". Fue él quien declaró, ya en 1896, que "la
Federación Americana del Trabajo es un barco que
jamás sirvió para la navegación en el mar y que
actualmente se encuentra encallado en un banco de
arena en manos de una banda de piratas". Fue él
quien declaró a fines del siglo XIX, que los líderes de
la Federación Americana del Trabajo no son el ala
derecha del movimiento obrero, sino el ala izquierda
de la burguesía. Pero junto a todas estas cualidades
de revolucionario, De León, no dejó de ser el jefe de
una secta, causa es su desfiguración del marxismo, a
pesar de que subjetivamente le quiso aplicar. Así se
venga la falsa orientación adoptada en la cuestión
fundamental de las relaciones entre el partido, los
Drizdo Losovsky
sindicatos y la clase.
Durante la vida de Marx, decenas y centenares de
hombres trataron de refutarle, de aniquilarle, pero
esos ejercicios universitarios no vivían más que el
espacio de un día. Después de cada "refutación",
Marx y el marxismo se elevaban a mayor altura. Han
pasado más de cincuenta años desde la muerte de
Marx, y ni uno solo ha transcurrido sin que se le
"refutara". Pero Marx se yergue como una roca
inconmovible y todos sus refutadores son aplastados.
La cuestión de saber quién es el verdadero
continuador y heredero de la gran causa de Marx, no
se resuelve con palabras, sino con hechos. Si
hubiéramos creído en las palabras, tendríamos que
reconocer como marxistas a todos los que
sustituyeron la lucha de clases -fundamento de las
enseñanzas de Marx- por la colaboración de clases.
Deberíamos reconocer como marxistas a los señores
Kautsky, Stein, Renner, Spier, Dan, Crespien,
Kampfmeyer y consortes, porque han publicado una
Antología con el título de "Marx, pensador y
luchador", con motivo del cincuentenario de su
muerte. Esta antología que tiene de marxista
solamente el título, es un magnífico ejemplo de
transformación del marxismo vivo, combativo, y
siempre actual, en una escolástica muerta.
El marxismo no es un dogma, es un guía para la
acción. Con acciones revolucionarias contra el
capital, se determinan las tareas y tácticas de los
sindicatos. Y si la lucha de clases fue sustituida por
la colaboración de clases, si la democracia burguesa
se contrapone a la dictadura del proletariado, si el
fascismo "es un mal menor" que el comunismo, los
sindicatos tendrán las tareas correspondientes. Pero si
en el vértice del ángulo se coloca la lucha de clases y
la implantación de la dictadura del proletariado, las
tareas de los sindicatos son otras. ¿Dónde está el
marxismo? ¿En la Internacional de Ámsterdam,
cuyos jefes conferencian en la Liga de las Naciones,
o en la Internacional Sindical Roja, miles y miles de
cuyos miembros gimen en las cárceles capitalistas?
¿Quién es, en fin, el continuador de la causa de
Marx? ¿El reformismo internacional convertido en
curandero del capitalismo, que busca los medios para
la salvación del régimen capitalista moribundo, o el
comunismo perseguido, acosado y que lo vencerá
todo? Por eso, tenemos el derecho de decir a todos
los limpiabotas de la burguesía, a todos los lacayos
del capital monopolista: "¡Fuera de Marx y del
marxismo vuestras sucias patas!"
PROGRAMA DE ACCIÓ" DE LA I"TER"ACIO"AL SI"DICAL ROJA.
Prólogo.
Este folleto trata de exponer el programa de
acción adoptado por el Congreso fundacional de la
Internacional Sindical Roja y el III Congreso de la
Internacional
Comunista.
Dos
Congresos
Internacionales han aceptado este programa que
presentamos a los lectores. Dos Congresos
Internacionales han discutido profundamente cada
uno de los puntos de este programa, basado en la
experiencia adquirida por el movimiento obrero de
los distintos países.
¿Qué tipo de trabajo práctico deben desarrollar los
sindicatos revolucionarios en la época actual? Esta es
la cuestión que se han planteado ambos congresos, en
particular el Congreso de la I.S.R. El programa de
acción responde concretamente a esa pregunta.
Nuestro folleto constituye así un intento de
desarrollar algunos aspectos esenciales de este
programa, de describir las etapas decisivas de la
lucha del proletariado en la época contemporánea y
las condiciones en que se libra esta lucha. Por
supuesto, este folleto está lejos de agotar el tema,
solamente es un esbozo general, trata de explicar
brevemente el enfoque que dan ambos congresos al
trabajo práctico en la actualidad. No se trata en
absoluto de propaganda y de agitación abstracta, sino
de ver la manera en que todo obrero revolucionario
debe afrontar en la lucha cotidiana los problemas que
aparecen, para agrupar a las masas obreras en torno a
consignas concretas y prácticas. El pensamiento de
los obreros es concreto, asimila muy difícilmente las
fórmulas abstractas. Pero con su instinto de clase,
con su intuición, detecta las formas y métodos de
lucha que se derivan de su situación social.
La lucha de los obreros es cada vez más ardua; la
burguesía impone al obrero exigencias que no tienen
ni un ápice de abstractas, exigencias que, por el
contrario, son muy concretas. En el seno de la clase
obrera existen distintas corrientes, diferentes grupos.
Está dividida, es heterogénea y, por tanto, es débil.
Es indispensable unir a las masas obreras en el
terreno de la acción práctica, explicarles, sobre las
bases de las experiencias acumuladas en los distintos
países, las diversas formas y métodos de lucha,
centrar la atención de los sindicatos revolucionarios
en los problemas esenciales del movimiento obrero
actual y combinar la actividad práctica y concreta
con nuestras tareas generales de clase.
La estrategia de la lucha de clases no es menos
compleja que la estrategia militar moderna. Si este
folleto logra aportar alguna luz y algunas precisiones
a estos problemas complejos de la estrategia
económica de la clase obrera, el autor habrá
alcanzado su propósito.
Moscú, 1 de noviembre de 1921.
1. La agudización de la lucha de clases.
El mundo capitalista ha entrado actualmente en
una nueva fase de desarrollo. Los efectos de la guerra
no han cesado, al contrario, se impone cada vez con
mayor fuerza. Las contradicciones que ya durante la
contienda desgarraban a la sociedad contemporánea,
se han acrecentado y evolucionan en dos direcciones
divergentes: por un lado, la vía del imperialismo
nacional, por otro, la vía del internacionalismo
proletario.
Las contradicciones del imperialismo se expresan
en la lucha interminable entre los vencedores,
primero para explotar mejor a los vencidos, después
para avasallar al mundo: los americanos se arman
contra el Japón, los japoneses contra América, y en el
centro de esta lucha se encuentra el Océano Pacífico.
¿Quién será dueño del Pacífico, quién someterá a las
regiones bañadas por el vasto océano? Esta es la
manzana de la discordia de las clases dominantes de
ambos países. En el continente europeo, la rivalidad
entre Francia e Inglaterra aumenta sin cesar. Francia
acumula navíos para poder mantener agarrado entre
sus uñas afiladas al pueblo alemán, sin necesidad de
que Inglaterra le ayude. Polonia, Checoslovaquia,
Rumanía, Yugoslavia, los Estados bálticos se ven
forzados a hacer de perros guardianes de las rentas
francesas, lo cual despierta los temores de la
burguesía inglesa. Inglaterra, que se ha adueñado casi
totalmente de Turquía, que es el amo de los
itinerarios que llevan a la India, ha perdido al mismo
tiempo su estabilidad en este territorio. Mientras en
la India se desarrolla el movimiento revolucionario,
al lado mismo de Inglaterra prosigue la lucha de
Irlanda por su emancipación. Si a todo ello añadimos
las aspiraciones de Australia, del Canadá, de África
del Sur, a independizarse realmente de la metrópoli,
podremos comprender el conjunto de contradicciones
que se manifiestan actualmente, de forma
48
concentrada, en el seno del imperio británico.
Rusia, el cliente más importante del mercado
mundial, se ha apartado del sistema de intercambios
internacionales y con esta acción ha sacudido al
mundo entero. La expansión industrial que se había
insinuado al término de la guerra, se paró en seco.
Los canales comerciales quedaron obstruidos, los
precios al por mayor descendieron, mientras los
precios al detalle seguían igual, y sobrevino un
período de estancamiento, una quiebra de numerosas
empresas financieras e industriales, una crisis
prolongada en cuya base aparecen con todo relieve
los rasgos esenciales de la lucha social. El marasmo
económico provoca la reducción de la producción y
la ofensiva general y solidaria del capital contra el
trabajo. En todos los países del mundo los patronos
se apresuran a mejorar su situación, dejando a los
obreros en la calle, reduciendo los salarios,
prolongando la jornada de trabajo, etc. Las masas
obreras, que en su mayoría seguían a sus dirigentes
reformistas que auguraban un desarrollo pacífico, un
incremento lento pero progresivo de los salarios, una
mejora gradual de las condiciones de trabajo y una
legislación social elaborada por la Sociedad de las
Naciones, estas masas obreras, que habían
renunciado a la acción violenta por hacerse ilusiones
sobre la socialización y por creer en la eficacia de la
colaboración de clases, se enfrentan actualmente a la
táctica ofensiva de la clase capitalista y a la deserción
sistemática de quienes les habían anunciado los
fértiles valles de la tierra de promisión.
Esta agudización de la lucha social produce un
sordo fragor, disturbios, descontentos y una
explosión de protestas en el seno de la clase obrera.
Es evidente que las antiguas formas y métodos de
lucha han fracasado. No hay mejor maestro que la
vida, y ésta ha demostrado que la práctica reformista
no venía dictada por los intereses de la clase obrera,
sino por los de la sociedad burguesa. Las
negociaciones en torno a la socialización, que se han
prolongado durante dos años, no han hecho daño a la
burguesía, sino que han servido para desconcertar a
los obreros. Hasta los más estúpidos reformistas
alemanes comprenden hoy que dos años de
parrafadas sobre la socialización de los medios de
producción y de intercambio no han dado resultado
alguno. La burguesía se siente más fuerte que al
término de la guerra. De la defensiva y de la
concentración progresiva de sus fuerzas ha pasado a
la ofensiva.
En estas condiciones es natural que las cuestiones
relativas a los métodos de lucha, a los medios para
rechazar la ofensiva capitalista y para desencadenar
la contraofensiva proletaria, aparezcan en primer
plano. Debemos adaptar nuestros métodos de lucha a
las condiciones actuales, emplear formas de lucha
defensivas y ofensivas teniendo en cuenta la
experiencia adquirida en los últimos años. Hay que
Drizdo Losovsky
extraer las enseñanzas del movimiento obrero y
revolucionario de este decenio transcurrido. Hay que
estudiar atentamente esta experiencia, sopesar todo lo
que nos ha legado el pasado y nos ofrece el presente,
estrenar nuevas formas y métodos de combate. Estas
nuevas formas y métodos son indispensables; apenas
encontraremos a alguien que niegue este hecho. El
completo fracaso de los viejos sindicatos, su
incapacidad para avanzar e incluso para mantener sus
antiguas posiciones, demuestran con toda claridad la
ineficacia de sus métodos de lucha. Por cierto que no
cabe hablar de lucha, pues en el pasado sólo ha
habido intercambio de palabras entre líderes y
patronos. Todas las huelgas importantes que tuvieron
que encabezar los dirigentes reformistas habían
estallado contra la voluntad de estos señores. Todas
las acciones revolucionarias se desarrollaron muy a
pesar suyo. Y cada vez que las masas obreras se
convencían de que las conversaciones sólo servían
para dar largas al asunto y de que mediante las
comisiones paritarias y otras instituciones similares
los patronos intentaban desviar a los obreros de sus
objetivos esenciales, eran ellas, las masas obreras,
quienes arrastraban a sus líderes. Los nuevos
tiempos, las nuevas condiciones de lucha, la
agravación inusitada de los conflictos sociales,
exigen nuevos métodos de lucha y distintos enfoques
de todos los problemas candentes del movimiento
obrero.
2. La acción directa.
¿En qué consiste, pues, la debilidad principal y el
defecto esencial del reformismo? ¿Por qué ha
fracasado? En suma, ¿por qué la C.G.T. francesa, la
Central sindical alemana y, en general, la
Internacional de Ámsterdam se quedaron con las
manos vacías tras laboriosas conversaciones a escala
nacional e internacional? En estos momentos son
precisamente los propios líderes del sindicalismo
alemán quienes han de constatar el cinismo sin par de
la táctica ofensiva de la burguesía. Ahora son
precisamente los señores Jouhaux y Merrheim
quienes han de constatar el cinismo sin par de la
táctica ofensiva de la burguesía. Ahora son
precisamente los señores Jouhaux y Merrheim
quienes se lamentan de la falta de lealtad de los
capitalistas franceses, que reducen los salarios y
violan la ley de las ocho horas. Hasta los sindicalistas
ingleses reconocen finalmente también que la
burguesía no piensa más que en sí misma y que se
mofa de los intereses de la clase obrera. ¿Cómo se
explica que todos estos héroes de la táctica de
colaboración tengan que reconocer su fracaso? Su
táctica no se basaba en la acción directa de las masas
contra los empresarios, sino en la negociación de los
jefes en nombre de las masas. Al no verse
confrontado a una organización revolucionaria,
cargada de odio de clase, sino a una agrupación
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
pacífica, que busca las reformas a través de una
política oportunista, el empresariado sabía que
semejante agrupación no amenazaba sus intereses.
Sabía que si en determinadas circunstancias era
necesario hacer concesiones, sería fácil recuperar
posteriormente el terreno cedido. Los reformistas se
empeñaban en que las masas perdieran la costumbre
de la acción directa. Nuestra tarea consiste en hacer
de la acción de masas la piedra angular de nuestra
actividad, cosa que sólo es posible si basamos
nuestra táctica en la acción directa de masas.
¿Qué es la acción directa? Para nosotros, acción
directa es toda acción revolucionaria de los obreros o
de sus organizaciones cuando se enfrentan a la
burguesía como clase, a uno de sus destacamentos
aislados o al conjunto del Estado burgués. Las
huelgas, las manifestaciones, la ocupación de
fábricas y empresas, el boicot, la organización de
piquetes de huelga y de combate, la lucha contra los
esquiroles, el control obrero impuesto de hecho, la
insurrección armada, todo ello son formas de acción
directa. Sin embargo, no se piense, como hacen los
anarquistas, que aparte de la acción inmediata no hay
otras formas de acción revolucionaria de los
sindicatos y partidos. Esto es falso. Entre los
anarquistas todavía prevalece la opinión de que
únicamente la acción inmediata vale la pena, que la
lucha parlamentaria es por definición oportunista y
burguesa, que hay que llamar cada día a la clase
obrera a lanzarse de nuevo a la huelga, que ésta
conserva su valor intrínseco, independientemente de
sus resultados. Este punto de vista es profundamente
erróneo y peligroso. La acción directa no excluye la
lucha
parlamentaria;
es
su
fundamento.
Naturalmente, no hablamos aquí de una lucha
parlamentaria como la que conciben y practican los
reformistas y socialpatriotas, que consideran que su
objetivo consiste en colocarse al mismo nivel que los
demás partidos políticos. Esto ya no es lucha
parlamentaria, es un derroche de verborrea
parlamentaria, y los obreros revolucionarios deben
combatir
radical
y
categóricamente
esta
charlatanería. La tarea de los representantes de las
organizaciones revolucionarias, dondequiera que
estén, también en el Parlamento burgués, consiste en
vigilar estrechamente al enemigo de clase, en
desenmascararlo sistemáticamente, en desarrollar la
conciencia de las masas mostrando los hechos en su
verdadera dimensión, en aprovechar todo
acontecimiento político que descubra el juego de las
clases dominantes y los gobiernos, en denunciar
todos sus actos y en hacer del Parlamento una
auténtica tribuna de discursos revolucionarios, no de
esas lamentaciones reformistas que hemos escuchado
durante tantos años de guerra y que todavía
escuchamos hoy. Los discursos parlamentarios de
Liebknecht, sus revelaciones, no son menos acción
directa que otros actos revolucionarios. También es
49
acción directa cuando un periódico revolucionario
que presta atención a la actividad de las masas,
generaliza sus luchas, centra las preocupaciones de
los explotados, no en la colaboración con las clases
dominantes, sino en el derrocamiento del sistema
capitalista.
Es más su contenido que su forma lo que define la
acción directa revolucionaria. Una manifestación es
en sí misma una acción directa, pero sólo se
transforma en acción revolucionaria de clase en
función del objetivo que se da. Todo el mundo sabe
que hay manifestaciones obreras de carácter
patriótico. Los obreros de Francia, Alemania,
Inglaterra, Austria, etc., organizaron repetidas veces,
durante la guerra, manifestaciones para celebrar las
victorias militares. ¿Podemos definir como acción
directa estas manifestaciones? Sí, pero constituían
acciones directas contra la solidaridad internacional
de los proletarios, embaucaban a la clase obrera y
apoyaban a la burguesía. Del mismo modo pueden
desarrollarse manifestaciones que no encierran ni un
ápice de espíritu revolucionario y que sólo expresan
el conservadurismo de determinados estratos de la
clase obrera. También existen otras formas de acción
pública que no contribuyen a agudizar los conflictos
entre las clases, sino a atenuarlos. En este sentido, el
reformismo también tiene sus formas de “acción
directa”. Cuando hablamos de acción directa, nos
referimos a la que opone una clase a otra, a la que
educa a la clase obrera transformándola de clase
esclavizada en una clase consciente de sus propios
fines.
Es imposible enumerar todas las formas de acción
directa, pues en cada país, en cada conflicto
importante, la acción directa puede revestir diversas
formas; pero lo que la caracteriza en todos los casos,
lo que todos los sindicatos deben tener presente, es
que únicamente la acción de masas puede dar los
resultados deseados. Únicamente la organización de
las masas en torno a este tipo de movilizaciones
puede agrupar y preparar a los obreros con vistas a
obtener la victoria final. En efecto, la importancia de
la acción directa no reside sólo en sus resultados
inmediatos, sino ante todo en el hecho de que une a
las masas obreras. La clase obrera no es homogénea,
incluye numerosas capas intermedias; algunas
categorías presentan características burguesas. La
acción directa, que arrastra a las distintas categorías y
capas a una lucha común, las aprieta fuertemente,
como si fuera, por así decirlo, un aro de hierro, y
gracias a ello la clase obrera está más unida. La
unidad se forja en el transcurso de la lucha, y esta
unidad es la condición fundamental del triunfo del
proletariado, de la consolidación de las conquistas de
la revolución. Basta con mirar en derredor nuestro
para observar las distintas formas de acción directa:
la huelga de los mineros ingleses, la ocupación de las
fábricas y empresas por los obreros italianos, la
50
insurrección de marzo de los obreros alemanes, la
revolución de octubre en Rusia -todas éstas son
formas diferentes de acción directa de la clase obrera.
El éxito de cada acción depende de las condiciones
objetivas de cada país, del nivel de conciencia
revolucionaria alcanzado por las masas y de la
solidaridad entre éstas.
En ningún momento hay que olvidar que los
capitalistas siempre hacen uso de la acción directa;
contrariamente a lo que dicen ciertos ideólogos de la
clase obrera, los capitalistas no se pierden en
sutilezas dialécticas ni erigen sistemas filosóficos
frente a las acciones revolucionarias. En el pasado,
cuando la burguesía representaba el progreso y
luchaba contra el feudalismo, cuando era una clase
revolucionaria, no vacilaba ante ninguna forma de
acción directa para consolidar su poder. Del mismo
modo, actualmente la burguesía tampoco vacila ante
ninguna forma de acción directa en su lucha contra la
clase obrera. La liquidación a mano armada de todo
movimiento huelguístico, la agresión a todas las
organizaciones obreras, como sucede actualmente en
Yugoslavia, en Rumanía, etc., las detenciones y
masacres de los dirigentes del movimiento de masas
(España), las persecuciones judiciales y las condenas
de obreros revolucionarios por los tribunales
burgueses, los disparos contra las masas proletarias,
el uso de la fuerza armada, como sucedió
recientemente, por ejemplo, de nuevo en Inglaterra,
el lockout, la reducción de los salarios sin previo
aviso, la prolongación de la jornada de trabajo todo
ello constituye la acción directa de la burguesía
contra el proletariado.
Por supuesto, esto no le impide a la burguesía
abrir negociaciones con las organizaciones obreras,
firmar convenios colectivos, etc. Lo importante es
que las clases dominantes no renuncian, en su lucha,
a ningún método para afianzar su poder de clase, y
emplean al mismo tiempo todo un aparato de
perversión moral e intelectual (prensa amarilla,
escuela burguesa, Iglesia, parlamentarismo, etc.) y de
opresión física en forma de policía, ejército, justicia y
otras instituciones de la dictadura burguesa. Es
comprensible, por tanto, que la clase capitalista
disponga de una gran variedad de medios de
combate. No hay que limitarse exclusivamente a una
única forma de lucha. En función de las
circunstancias de tiempo y lugar, hay que emplear
siempre las formas y métodos de lucha que en una
coyuntura concreta puedan dar los mejores resultados
en el terreno de la conquista de nuevas posiciones
frente a la burguesía y de la mayor cohesión de las
masas. Hay que enfocar las formas de lucha desde
este punto de vista, tanto si se trata de la firma de
convenios colectivos, de actos parlamentarios, de la
participación en actos de conciliación como de todas
las demás instituciones creadas por la burguesía. Los
debates, los discursos parlamentarios tendrán
Drizdo Losovsky
resultados positivos si los representantes de la clase
obrera se apoyan en organizaciones fuertemente
unidas y capaces de defender, mediante una acción
enérgica, sus reivindicaciones y las posiciones
conquistadas. Por tanto, la acción directa no está en
contradicción con otros métodos. Debe constituir la
base de toda actividad de las organizaciones
proletarias, y únicamente de esta manera cada paso
que dé la organización obrera o sus representantes,
dará los mejores frutos para el conjunto de la clase
obrera.
3. Sindicatos profesionales y sindicatos
industriales.
Uno de los puntos esenciales de nuestro programa
de acción revolucionaria es la organización de
sindicatos por industria. Los sindicatos profesionales,
creados a lo largo de muchos años, se habían
constituido en organismos de autodefensa de la clase
obrera, y los núcleos originarios de los sindicatos
fueron las cajas y las sociedades que tenían por
objetivo la ayuda mutua y no la lucha de clases. Estas
sociedades agrupaban sobre todo a los individuos que
practicaban el mismo oficio, y de este modo el
corporativismo rígido fue el punto de partida de la
organización de los sindicatos obreros. Pero el
desarrollo del capitalismo, el crecimiento de las
organizaciones patronales, la concentración incesante
del capital, la creación de sociedades anónimas, el
agrupamiento de los capitalistas en cada industria, la
fundación de carteles de trusts, todos estos
fenómenos en su conjunto empujaron a los sindicatos
profesionales a agruparse en organizaciones más
amplias. La propia lógica de la lucha de clases ha
planteado esta cuestión a los sindicatos. Ya antes de
la guerra, incluso los sindicatos ingleses más
antiguos, más impregnados de espíritu corporativo
que las demás organizaciones profesionales, iniciaron
la fusión gradual de los sindicatos aislados en
federaciones más fuertes para poder luchar contra las
federaciones patronales.
De este modo, la lógica de la evolución del
capitalismo, sobre todo cuando éste alcanzó un grado
superior de desarrollo, incitó a las masas a crear
nuevas formas de agrupación sindical. Las pequeñas
organizaciones profesionales de los mecánicos, o de
los fundidores, por ejemplo, no se las bastaban para
luchar con eficacia contra las federaciones patronales
del metal. Las organizaciones de empresarios se
desarrollaban más rápidamente, uniéndose por ramos
industriales, y fue en el transcurso de una lucha
encarnizada contra ellas cuando los obreros
aprendieron a solidarizarse. Los datos relativos a la
época de post-guerra demuestran que la idea de crear
sindicatos industriales gana cada vez más adeptos
entre las amplias masas proletarias. Las
informaciones publicadas por Sidney Web en la
“Revista Internacional del Trabajo”, referidas a
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
Inglaterra, son sumamente interesantes en este
sentido. S. Webb publica toda una lista de sindicatos
que durante los últimos años han absorbido
centenares de pequeñas agrupaciones sindicales de
los ramos industriales emparentados, convirtiéndose
paulatinamente en agrupaciones industriales.
Disponemos de datos análogos en relación a otros
países. Sin embargo, la creación de sindicatos
industriales avanza muy lentamente. Actualmente
existen en Alemania cincuenta y cuatro sindicatos
centralizados; en Francia esta cifra es todavía más
alta; en Estados Unidos supera el centenar; en otras
palabras, observamos en estos momentos un
fenómeno de transformación en sindicatos
industriales, más que la creación en sí de estos
sindicatos. Pero la lucha se ha agravado tanto en
todos los países, que la fusión rápida de los
sindicatos de la misma industria es una cuestión de
vida o muerte para la clase obrera. Debemos oponer a
la unión industrial centralizada de los empresarios, la
unión industrial centralizada de los trabajadores. En
éste como en todos los terrenos, los patronos llevan
mucha ventaja a los obreros.
¿Cuáles son los principios fundamentales de un
sindicato industrial? Son muy sencillos: todos los
obreros y todos los empleados de una empresa deben
afiliarse al mismo sindicato. Esta idea, tan simple
como es, provoca, sin embargo, toda una revolución
en el proceso contemporáneo de construcción de
sindicatos. Nuestra consigna es: “Una empresa, un
sindicato.” Si se aplica consecuentemente este
principio, se verá que el conjunto de la economía
actual puede dividirse en quince a dieciocho ramos
fundamentales. Los I.W.W. dividen la economía en
catorce sectores. En Alemania, inmediatamente
después de la revolución de noviembre, en el
momento en que, por un lado se crearon grupos
paritarios de trabajo, compuestos por los empresarios
y los líderes reformistas de los sindicatos, y, por otro
lado,
aparecieron
los
consejos
obreros
revolucionarios, unos y otros se pusieron a elaborar
una forma racional de organización. La Central
sindical alemana dividió el conjunto de la economía
nacional en 15 grupos, el consejo federal de los
comités de fábrica y de empresa de Berlín propuso
13 a 14 grupos, lo que prácticamente viene a ser lo
mismo.
Los sindicatos rusos, que en lo relativo a la
estructura aventajan a los sindicatos de todos los
países, pues para ellos no se trata de principios
abstractos, sino de su aplicación en la vida real, los
sindicatos rusos, decíamos, agrupan a todos los
obreros y empleados de Rusia en 20 sindicatos
industriales nacionales. Actualmente se plantea la
fusión de algunos sindicatos similares y la reducción
del número de sindicatos a 17 ó 18. Es evidente que
el número de sindicatos no puede ser idéntico en
todos los países. Esto depende del desarrollo técnico
51
de cada país, de su industria, de las particularidades
de su economía y de toda una serie de
condicionamientos puramente nacionales. No se trata
en modo alguno de fijar para todos los países el
mismo número de sindicatos industriales: lo esencial
es impulsar en todos los países la construcción de
sindicatos industriales, y poco importa si en un país
hay dos o tres sindicatos más o menos. Hay que
avanzar hacia la creación de sindicatos industriales,
no a paso de tortuga como hacen los dirigentes
reformistas, que no avanzan más que cuando les
obliga la necesidad absoluta, sino con ímpetu
revolucionario. Hay que luchar en cada fábrica, en
cada empresa, contra el espíritu de oficio y el
corporativismo. Esto no es un esquema abstracto,
carente de vida. Se trata de adaptar la estructura
orgánica de los sindicatos a los combates que la clase
obrera ha de librar actualmente.
Todavía hay otra consideración de suma
importancia que nos mueve a reconstruir los
sindicatos por ramos industriales: la misión de la
clase obrera no consiste sólo en hacer la revolución
social, sino también en utilizar los resultados de su
victoria sobre la burguesía. En el transcurso mismo
de esta revolución e inmediatamente después, los
obreros habrán de afrontar los problemas de la
producción en toda su inmensidad. Mantener la
producción al nivel de antes de la revolución,
aumentarla a continuación sobre la base del trabajo
colectivo y de la supresión del beneficio privado
capitalista, esta es la enorme tarea que recaba todo el
esfuerzo de los sindicatos. Estos constituyen la base
del mecanismo industrial en la sociedad nueva, son la
columna vertebral del nuevo aparato productivo. No
es posible construir ordenada y sistemáticamente el
aparato industrial de la sociedad socialista si los
sindicatos no están preparados para ello. Por tanto, la
reconstrucción de los sindicatos por industria no sólo
es una condición necesaria para obtener éxito en la
lucha contra los empresarios, sino también para
organizar la producción tras la victoria de la clase
obrera.
4. Los comités de fábrica y de empresa.
La experiencia de la lucha revolucionaria de estos
últimos años ha demostrado que la clase obrera sólo
puede triunfar si se organiza en cada fábrica. ¿Qué
tipo de relaciones existen actualmente entre los
obreros? Tomemos el ejemplo de una gran empresa
metalúrgica, como la Armstrong, en Inglaterra, la
Krupp, en Alemania, la Schneider en Francia. En
cada una de estas empresas hay varios sindicatos: los
metalúrgicos pertenecen a uno de ellos, los obreros
madereros, a otro, los peones a un tercero, los
electricistas a un cuarto, los fundidores (en
Inglaterra, por ejemplo), a un quinto, los obreros del
transporte, a un sexto. Cada uno de estos sindicatos
tiene sus formas específicas de relación entre sus
52
miembros y la dirección. En algunos casos hay
recaudadores especiales, en otros hay delegados
recaudadores, etc.
Ante los conflictos que surgen en las fábricas, los
obreros se encuentran casi siempre insuficientemente
organizados, no están unidos en un único organismo,
aparte del hecho de que sólo una parte de los obreros
están afiliados. Es sabido que la mayoría de los
obreros de Creusot no están sindicados, que un
altísimo porcentaje de los obreros de las factorías de
Krupp pertenecían hasta hace poco a sindicatos
católicos, etc. De este modo, los obreros están
divididos por el hecho de pertenecer a distintas
organizaciones, y además hay un gran número de
obreros que no forman parte en general de ninguna
organización. Pero para vencer al empresariado y,
sobre todo, para vencer al Estado burgués, es
necesario unir las fuerzas de las más amplias masas
obreras. El triunfo sólo será posible cuando cada
fábrica, cada empresa, se convierta en bastión de la
revolución, cuando en todas ellas hayamos creado
organismos de resistencia, organismos defensivos y
ofensivos, organismos que agrupen a toda la masa
obrera de una fábrica determinada. La experiencia
demuestra que la mejor forma de organización en
este sentido son los comités de fábrica y de empresa,
o los consejos de empresa, elegidos por el conjunto
de los obreros, independientemente de sus
convicciones políticas y religiosas.
De hecho, en torno a la creación de comités de
fábrica se está librando, en Alemania y otros países,
una lucha sumamente interesante. Es sabido que los
comités de fábrica alemanes, que aparecieron en el
mismo comienzo de la revolución, asustaron
enormemente a los dirigentes oportunistas del
movimiento sindical alemán, que hicieron uso de
todas sus habilidades y de toda su experiencia
organizativa para no cederles terreno. En Alemania
se desarrolla constantemente un debate entre
comunistas y derechistas en torno a la cuestión de
saber quiénes deben participar en los comités de
fábrica: ¿todos los obreros sin excepción, o
solamente los obreros afiliados a los sindicatos
libres? Los partidarios de la Central sindical de
Alemania, todos los reformistas, defendían y siguen
defendiendo el punto de vista de que los comités de
fábrica sólo pueden ser elegidos por los miembros de
los sindicatos libres, mientras que los demás obreros
no tienen derecho de voto. En cambio los militantes
de izquierda insisten en la necesidad de que
participen en las elecciones todos los obreros,
independientemente de sus opiniones políticas.
Resulta curioso ver cómo los reformistas
argumentaban su intransigencia con respecto a los
“sin partido”. Afirmaban: “Decís que tomemos parte
en las elecciones junto a los obreros católicos o a los
obreros inconscientes, pero esto constituye una
colaboración inadmisible con los obreros atrasados o
Drizdo Losovsky
que simpatizan con los católicos. Somos contrarios a
semejantes compromisos.” No deja de extrañar que
estos personajes, que se han especializado en los
compromisos con la burguesía, que no tienen nada
que objetar a la creación de organismos conjuntos
con los empresarios, no quieren formar parte de
ningún modo de organizaciones conjuntas con los
obreros católicos o poco conscientes. Frente a esta
intransigencia malintencionada, los comunistas
respondían: “Si queremos atraer a las amplias masas
a la lucha política común, si queremos que el obrero
católico se vea arrastrado, por la propia dinámica de
la lucha, a la corriente general del movimiento
obrero, hay que dejarle participar en las elecciones de
los comités de fábrica. La intransigencia es un arma
excelente cuando está dirigida contra las clases
dominantes y contra la burguesía. Pero cuando se
trata de las capas atrasadas de la clase obrera, cuando
se trata de trabajadores poco conscientes que militan
en organizaciones católicas, hay que hacer gala de la
máxima flexibilidad, de la máxima voluntad
conciliadora para hacerles participar en el trabajo
común de organización, cuya práctica les ayudará a
deshacerse de sus prejuicios.”
Esta batalla todavía no ha concluido en Alemania.
Mientras que los reformistas tratan de crear comités
de fábrica integrados exclusivamente por miembros
de los sindicatos libres, los militantes del Partido
Comunista Obrero de Alemania crean sus propias
organizaciones
de
empresa
(“Betriebsorganisationen”), formadas exclusivamente
por sus adeptos, atribuyendo así a sus células el
pomposo nombre de comités, que tergiversa la
misma esencia de los comités de fábrica. Los comités
de fábrica, que engloban a todos los obreros de cada
empresa, constituyen el núcleo natural por excelencia
de los sindicatos. Los comités de fábrica y de
empresa se transforman, en su desarrollo orgánico,
en sindicatos industriales. De este modo, la
construcción de sindicatos industriales está
íntimamente vinculada a la creación de comités de
fábrica, que son el arma más importante de la lucha
revolucionaria.
No cabe duda que los comités de fábrica pueden
organizarse, al principio, de distintas formas, que
varían de un país a otro, pero la estructura típica de
estos comités es básicamente la misma. Dicha
estructura es la siguiente: el comité de fábrica es
elegido por todos los obreros de la empresa. Por un
lado es un organismo del sindicato, que supervisa la
aplicación de todas las decisiones sindicales; por otro
lado, es el órgano del control obrero sobre la
producción.
¿Cómo se crean estos comités de fábrica? Hay
que crearlos con métodos revolucionarios. Pero, ¿qué
hacer ante los comités de fábrica creados sobre una
base legal (Alemania, Austria, Checoslovaquia)?
¿Hay que participar en ellos o volverles la espalda,
53
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
dado su origen claramente burgués, y organizar
paralelamente nuestros propios comités de fábrica y
de empresa?
No aprovechar los comités de fábrica creados por
los gobiernos burgueses sería actuar, por parte de los
sindicatos revolucionarios, en detrimento del objetivo
perseguido y dañar los intereses de la clase obrera.
Los gobiernos burgueses no crean comités de fábrica
por exceso de mansedumbre o porque esta forma de
organización les agrade más que cualquier otra, sino
porque se ven forzados a retroceder ante la presión
de las masas; quieren inmunizarse frente a esta forma
de organización, que para ellos encarna el máximo
peligro. La burguesía de Alemania, Austria y
Checoslovaquia ha creado, junto con los socialistas,
comités de fábrica y empresa para que los obreros
contribuyan a la reconstrucción de la economía
capitalista en colaboración con la burguesía. Basta
con conocer la legislación relativa a los comités de
fábrica en estos países para descubrir el deseo de la
burguesía de utilizar la energía de la clase obrera y el
interés que manifiesta en la producción, con el fin de
incrementar los beneficios capitalistas y de afianzar
la paz social en las empresas.
Todas estas leyes encierran el peligro de que los
trabajadores se desvíen del camino de la lucha y
entren en el de la colaboración con la burguesía; pero
no podemos combatir estas leyes dándoles
deliberadamente la espalda. Si los elementos
revolucionarios se retiran, dejarán a millones de
obreros abandonados a merced de la burguesía y de
sus satélites seudosocialistas. El boicot a los comités
de fábrica legales es la peor forma de capitular en la
lucha. A este respecto, la táctica del Partido
Comunista Obrero Alemán, que preconiza el boicot,
es sumamente perjudicial, es inadmisible desde el
punto de vista revolucionario. No hay que olvidar
que en Alemania forman parte de los comités de
fábrica legales más de 17 millones de obreros. La
tarea de los sindicatos revolucionarios y de los
partidarios de la I.S.R. consiste en introducir sus
ideas y sus principios en los comités de fábrica y de
empresa, participando en su elección y en organizar
núcleos activos en su seno. En cuanto al boicot, no
haría otra cosa que separar a los grupos
revolucionarios de la masa obrera y no aportaría sino
resultados negativos.
En suma, la creación de comités de fábrica y de
empresa por un lado, la utilización de los comités de
fábrica y de empresa legales por otro, éstas son las
tareas
fundamentales
de
los
trabajadores
revolucionarios que apoyan a la I.S.R.
5. La lucha contra el paro.
El paro ha sido siempre el complemento necesario
de la explotación “normal”. La sociedad capitalista
no conoce ningún período en que no hubiese existido
un nivel de paro “normal”. Siempre hay en reserva
un número determinado de obreros. Esta es una de
las armas principales de los empresarios en su pugna
por establecer un nivel “normal” de salarios. De este
modo, el paro es consustancial al modo de
producción capitalista, y sólo desaparecerá cuando
desaparezca el capitalismo. Pero el paro existente
actualmente en el mundo capitalista rebasa los
límites de lo normal y adquiere dimensiones tales que
incluso los obreros más atrasados cuestionan el
mecanismo general de la sociedad contemporánea.
Veamos los datos estadísticos referentes a los
parados en algunos países; observaremos que
estamos ante un fenómeno excepcional:
En Inglaterra, en el período que va de 1879 a
1906, el nivel de paro solamente sobrepasó el 10 por
100 en dos ocasiones: en 1879 (11,4 por 100) y en
1886 (10,2 por 100); en los demás años, las cifras
oscilan entre el 2,1 y el 9,3 por 100.
Durante la guerra mundial disminuye el paro. En
1916 desciende hasta el 0,4 por 100. En el período de
post-guerra asciende bruscamente, como se
desprende de los siguientes datos estadísticos,
relativos a los primeros semestres de los últimos dos
años.
Enero
Febrero
Marzo
Abril
Mayo
Junio
1920
2,9%
1,5%
1,1%
0,9%
1,1%
1,2%
1921
6,9%
8,5%
10,5%
17,6%
22,2%
23,1%
El nivel de paro oscila en julio entre el 6,8%
(construcción) y el 93,2% (alfareros).
En Bélgica el porcentaje de parados, en 1903, era
del 3,0%; en 1904, del 2,8%; en 1913, del 2,97%; en
1914, del 3,9%.
En 1920, septiembre, 5,8%; octubre, 6,4%;
noviembre, 8,3%; diciembre, 17,4%.
En 1921, enero, 19,3%; febrero, 22,7%; marzo,
31,5%; abril, 31,2%.
En los Estados Unidos el paro ha adquirido
proporciones inimaginables: según los datos
suministrados por la Bolsa del Trabajo de
Washington, en septiembre de 1921 había más de
seis millones de parados. Entre ellos figuran 700.000
soldados licenciados.
En el congreso de parados que tuvo lugar en
Copenhague el 5 de agosto de 1921 se mencionaron
varías ciudades donde el 80% de los trabajadores se
habían quedado sin trabajo.
En Noruega
1903
1914
1916
1919
5,5%
2,4%
0,9%
1,6%
Drizdo Losovsky
54
1920 enero
1920 diciembre
1921 enero
1921 abril
2,4%
6,5%
10,5%
14,7%
En Dinamarca:
1912
1916
1919
1920 diciembre
1921 enero
1921 mayo
7,5%
4,9%
10,7%
5,1%
13,7%
18,6%
En Francia, donde la estadística sobre el paro está
conscientemente mal organizada, el paro apenas es
menos notable que en Inglaterra y en los Estados
Unidos, y se sitúa a niveles mucho más altos que lo
“normal”. Lo mismo sucede en Italia y en
Checoslovaquia.
En Alemania el paro no sobrepasa el 3,5% antes
de la guerra; al empezar ésta, asciende al 22,4%; a
continuación se reduce rápidamente, incluso por
debajo del nivel de antes de la guerra. Entre 1915 y
1920 el porcentaje de parados en el mes de enero de
cada año era, respectivamente, del 6,5%; 2,6%;
1,7%; 0,9%; 6,3%; 3,4%; 4,5%. En mayo de 1921 el
paro oscila entre el 1,5% (pintores) y el 9,4%
(guarnicioneros). En comparación con el nivel de
paro de Inglaterra y los Estados Unidos, el de
Alemania es bajo. ¿Por qué? Porque es el país con la
divisa más débil y con la mano de obra más barata.
Además del paro total existe el paro parcial.
Existen empresas donde sólo se trabaja durante tres o
cuatro días a la semana y a cambio de esta jomada de
trabajo recortada los obreros perciben, naturalmente,
salarios igualmente recortados.
El nivel de paro actual constituye, por tanto, un
fenómeno totalmente excepcional por su amplitud, y
por consiguiente debemos adoptar frente a él
medidas de lucha excepcionales. ¿Qué hacen
actualmente los gobiernos para luchar contra el paro?
En algunos países conceden subsidios a los parados,
incrementan las obras públicas, adoptan medidas
para favorecer la emigración: dentro de estos límites
se mueve la iniciativa de los gobiernos más liberales.
Hay que decir también que los sindicatos reformistas
enfocan el problema del paro desde el mismo punto
de vista. La C.G.T. italiana ha formulado las
siguientes reivindicaciones: 1) organización de una
suscripción pública para ayudar a los parados; 2) esta
suscripción debe ser cubierta por los empresarios; 3)
organización inmediata de obras públicas.
La conferencia especial de parados que tuvo lugar
en Roma a comienzos de septiembre añadió a estas
exigencias la de la colonización en el interior del país
y la de participación directa de las masas obreras en
la gestión de las grandes empresas industriales. Pero
conservando las relaciones capitalistas de
producción. Este es el programa del ala izquierda del
movimiento sindical reformista; en lo que respecta a
los sectores derechistas del sindicalismo, no van más
allá de los subsidios estatales, la reducción del
trabajo femenino y las obras públicas. En los
sindicatos revolucionarios se ha extendido mucho la
reivindicación del restablecimiento de relaciones
comerciales con la Rusia soviética. Los pedidos rusos
habrían reducido indudablemente el paro, aunque de
forma muy limitada. El paro no habría dejado de
amenazar a la clase obrera. ¿Qué hacer?
El único remedio que hay contra el paro es el
socialismo. Pero mientras todavía no se haya
realizado la revolución social, mientras no esté
instaurado el régimen socialista, es necesario que los
sindicatos tomen una serie de medidas prácticas para
organizar la lucha de las amplias masas obreras
contra el paro. ¿Qué medidas prácticas deben
adoptar, qué consignas prácticas deben formular los
sindicatos para reducir el paro y luchar contra él?
Ante todo -y esta debe ser la consigna central de toda
esta lucha- los parados deben ser pagados por los
empresarios particulares o colectivos y por el
Estado, o por el comité de los ramos industriales
respectivos. Los parados no deben ser excluidos de la
plantilla de la empresa. La empresa debe asegurarles
el mantenimiento hasta que pueda darles trabajo de
nuevo. Puesto que el paro ha adquirido dimensiones
tan grandes que afecta a millones de trabajadores, la
consigna de participación de los parados en el
proceso productivo habrá de obtener el aplauso más
enérgico y más decidido de las amplias masas.
En torno a la cuestión del paro se enfrentan los
intereses individuales y los intereses de clase. Cierto
número de obreros no están en paro. En general, los
obreros cualificados están en mejor posición, y esto
hace que difícilmente apoyen la lucha por la
participación de los parados en el proceso
productivo. Por otro lado, algunos obreros temen que
esta participación va a disminuir sus propios salarios.
Los sindicatos revolucionarios deben combatir estas
tendencias conservadoras en el seno de la clase
obrera. La absorción de los parados en el proceso
productivo, su mantenimiento a cargo de la empresa
y de todo el ramo industrial, deben constituir la
piedra angular de la agitación y la propaganda. La
suerte de los parados depende totalmente del destino
de los que tienen trabajo, y el máximo peligro al
respecto viene dado por la ruptura del movimiento de
parados con el movimiento obrero en general. En
este sentido, la creación de organizaciones
específicas de parados no da siempre los resultados
previstos. Es cierto que normalmente estas
organizaciones son muy revolucionarias. Son más
perseverantes, más enérgicas que las organizaciones
de los obreros con empleo, puesto que se ocupan
exclusivamente del problema del paro. Sin embargo,
la creación de organizaciones separadas enfrenta
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
frecuentemente a los obreros con y sin trabajo, y en
lugar de hacer que los trabajadores participen en la
lucha por mejorar la situación de los parados,
despierta muchas veces el antagonismo entre ellos.
Hay que abordar la creación de estas organizaciones
separadas, al margen de los sindicatos, con sumo
cuidado. Pero todo esto no significa en absoluto que
debamos limitarnos a hacer lo mismo que los
sindicatos conservadores y reformistas en torno a la
cuestión del paro. Los parados deben buscar
constantemente la solidaridad de los sindicatos
respectivos.
Además de las manifestaciones contra los
Ayuntamientos burgueses y contra el Estado burgués,
para exigir la reapertura de las empresas cerradas y
su puesta en funcionamiento a cargo de los obreros,
la instauración del control obrero, el seguro de
desempleo, la alimentación gratuita de los hijos, la
anulación de los alquileres, las obras públicas, etc.,
hay que organizar la acción de los parados y las
minorías revolucionarias en dirección a la burocracia
de los sindicatos y a los ayuntamientos socialistas. Si
estos últimos son realmente socialistas, pueden
establecer en determinados casos un impuesto local
que grave a los ricos, poner a disposición de los
parados locales del Estado, alojar a los parados en las
mansiones de los ricos, negarse a pagar impuestos al
Estado, etc.
En sus campañas de lucha contra el paro, los
parados y los sindicatos revolucionarios deben tener
presente que ninguna de las medidas que puedan
aplicarse en el marco de la sociedad capitalista podrá
resolver el problema del paro. La cuestión es que hay
que desarrollar esta campaña contra el desempleo,
como subraya la resolución del I Congreso
internacional de los sindicatos, no con los patronos,
sino contra ellos, no con medidas pacíficas dentro del
régimen capitalista, sino a través de la lucha de clases
declarada; el problema del paro no puede resolverse
en absoluto con ayuda del Estado burgués, sino
únicamente después de su destrucción y después de
la instauración de la dictadura proletaria. El I
Congreso
internacional
de
los
sindicatos
revolucionarios, tras rechazar la comunidad de
intereses entre los que trabajan y los que no trabajan
abordó la cuestión de la lucha contra el paro desde el
punto de vista general de la clase obrera. Convencido
de que sólo podrá ser superado por la revolución
social el I Congreso internacional de los sindicatos
revolucionarios concluye la resolución sobre el paro
con el siguiente llamamiento a los parados:
“Vosotros, que fuisteis los que más sufrieron en
esta lucha, sed también los primeros en atacar. Pero
no olvidéis que sólo podréis triunfar si apretáis filas
con todos los obreros, si defendéis los intereses del
conjunto de la clase obrera. Que los obreros que
todavía tienen trabajo no esperan escapar a la suerte
de los parados. La lucha que llevan sus hermanos sin
55
trabajo debe ser asumida por todos los obreros, y los
sindicatos rojos deben adoptar todas las medidas
necesarias para que la lucha de los parados se
desarrolle bajo la bandera sindical, y para que los
destacamentos combatientes comprendan tanto a
obreros parados como a obreros con empleo.”
6. El cierre de fábricas y las jornadas de
trabajo reducidas.
Los empresarios aprovechan el marasmo en que
se encuentra el mercado mundial y la crisis
económica para atar de pies y manos a la clase
obrera. La esperanza que tenía la burguesía durante
la guerra y durante el reinado de la “Unión sagrada”,
de que los obreros fueran más disciplinados, esta
esperanza se ha visto frustrada. Es indudable que la
Unión sagrada desconcertó profundamente a los
obreros, pero el período de post-guerra conoce un
enorme crecimiento de los sindicatos y una
radicalización notable de las reivindicaciones
obreras. En el primer año después de terminada la
guerra, la burguesía se había visto forzada a batirse
en retirada, y esta retirada, que fue aparentemente
“voluntaria”, se atribuyó a las ideas particularmente
liberales de la Sociedad de las Naciones. Pero nadie
ignoraba que la elaboración de la ley que establecía
la jornada de ocho horas fue el fruto del temor al
movimiento de masas y del deseo de atenuar la lucha
social interior mediante algunas concesiones. Este
período de retirada ha llegado ya a su fin. Los
sindicatos reformistas, resueltos a apoyar y
consolidar el capitalismo, han alimentado las
esperanzas de las clases dirigentes y al presentarse la
primera ocasión oportuna desde el punto de vista
económico, éstas pasaron a la ofensiva en toda la
línea, para recuperar todas las concesiones que se
habían visto forzadas a hacer en el período de postguerra.
Una de las medidas más eficaces para luchar
contra los obreros es el cierre de empresas y la
reducción del número de jornadas trabajadas. Cuando
los obreros están fuertemente unidos, cuando forman
un único bloque compacto, el cierre de empresas es
el único medio para quebrar su solidaridad. La
reducción del número de jornadas de trabajo, que
rebaja a la mitad el nivel de vida de los obreros,
obliga a éstos a moderarse y a preocuparse más de
sus necesidades materiales que de las cuestiones
políticas generales. Es el antiguo sistema del lock-out
adaptado a las nuevas circunstancias. El lock-out de
otros tiempos respondía al deseo de reducir los
salarios y los costes de producción. Los lock-out
actuales se proponen objetivos de más largo alcance,
resolviendo al mismo tiempo el problema del salario
y de la jornada de trabajo. Los lock-out constituyen
una variante de la ofensiva política de la burguesía.
Ahora se trata de doblegar a los obreros, de minar la
unidad de la clase obrera y de agitar el fantasma de la
56
revolución inminente. Los sindicatos que agrupan a
millones de obreros cada día más revolucionarios,
constituyen una amenaza permanente para la
estabilidad de la explotación. Con el cierre de
empresas y la reducción de la jornada de trabajo, los
patronos piensan obtener, además de ventajas
económicas, beneficios políticos muy importantes.
¿Cómo luchar contra esta epidemia de la
reducción de la producción, contra esta epidemia del
cierre de empresas? El cierre de empresas es, por
supuesto, expresión de una de las variantes del paro,
y todos los remedios propuestos para luchar contra el
paro son igualmente aplicables a este caso. Pero,
además de ello, hay que adoptar toda una serie de
medidas para oponerse con eficacia al cierre de
empresas. A este respecto todavía no se han puesto
en práctica todos los recursos existentes. Ante todo,
además de protestar de la forma más enérgica contra
el cierre de empresas, hay que avanzar la idea que el
sindicato tiene el derecho de realizar todas las
investigaciones necesarias para verificar si realmente
la empresa ya no puede proseguir su actividad.
¿Cómo proceder para ello? ¿Cómo desarrollar esta
campaña? Los obreros de cada empresa afectada
deben elegir a partir del mismo momento en que se
manifiesta el intento de cerrarla, una comisión
especial para indagar las verdadera razones del
cierre. Esta comisión debe ser elegida por todos los
obreros y obreras de la fábrica. Su tarea consistirá en
buscar, haciendo caso omiso de la opinión de los
patronos, las causas reales del cierre. A los obreros
que trabajan permanentemente en una fábrica o una
empresa, no les resultará difícil discernir estas
causas. Conocen las existencias de materias primas,
saben si hay pedidos o si no los hay, etc. Para
determinar si el cierre es realmente inevitable, hay
que crear toda una serie de comisiones de control de
las materias primas, los combustibles, los pedidos,
los ingresos, etcétera. No hay que permitir que los
patronos o las sociedades anónimas cierren las
empresas a su gusto y placer, pues de hecho las
empresas no son sino el fruto del trabajo colectivo de
los obreros.
No hay que olvidar, evidentemente, que este tipo
de acción encontrará una feroz resistencia por parte
de los patronos y del Estado burgués, que estos
intentos de los obreros de verificar la legitimidad del
cierre de una empresa serán calificados de atentado al
derecho a la propiedad privada, de anarquismo de la
peor especie, etc. Pero si los obreros siempre tuvieran
que temer que los patronos condenaran sus acciones,
deberían permanecer totalmente inactivos. ¿Pueden
los obreros verificar realmente los motivos del cierre
de una empresa? No hay que cerrar los ojos ante el
hecho de que se trata de un problema
extremadamente difícil de resolver, que el obrero se
encuentra en total desventaja con respecto al patrono,
que la propia verificación chocará con la resistencia
Drizdo Losovsky
del Estado burgués -la policía, la justicia, etcétera-,
que las organizaciones patronales tomarán enérgicas
medidas para hacer frente a semejante sacrilegio. En
ningún caso hay que ignorar estas dificultades, pero
tampoco hay que exagerarlas. No hay que pensar que
les será imposible a los obreros descubrir las causas
del cierre de su empresa. Los obreros no podrán
detectar todos los lazos financieros que vinculan a un
empresario determinado con la Banca, pues no cabe
duda que se hará todo lo posible para impedir que los
obreros penetren en este santuario. Pero incluso
teniendo en cuenta el carácter fragmentario de las
informaciones recogidas, incluso teniendo en cuenta
la encarnecida resistencia a que habrán de enfrentarse
estas iniciativas, deberán impulsarse con toda
energía, pues sólo de esta manera se fundirá en un
mismo
bloque
a
todos
los
obreros,
independientemente de sus distintas convicciones
políticas, se hará frente a la ofensiva política de los
empresarios.
Puesto que además de las dificultades normales
estas comisiones de control habrán de salvar el
obstáculo de la teoría del secreto comercial, es
necesario formular como consigna inmediata,
paralelamente al desarrollo de este tipo de
investigaciones, la supresión del secreto comercial.
En todo caso, lo más importante es crear estas
comisiones de control, imponerlas, organizarlas
inmediatamente, en el mismo momento en que
lleguen las primeras noticias sobre el cierre eventual
de la empresa, y coordinar todas estas comisiones de
control en cada ramo industrial, en un único
organismo de control que agrupe a todos los obreros
de cada ramo. Aisladas, las comisiones de control
son fáciles de destruir. En cambio, si al mismo
tiempo que se crean comisiones de control en toda
una serie de empresas, se plantea inmediatamente la
unificación de todos estos organismos de control en
una misma organización, los obreros se reforzarán
considerablemente. El cierre de empresas debe
convertirse en el punto de partida de la movilización
en pro de la creación de comisiones de control en las
diversas empresas y en los ramos industrias en su
conjunto.
7. La ocupación de fábricas y empresas por los
obreros.
Actualmente, el cierre de empresas constituye
muchas veces una forma de lucha, o mejor dicho, de
represión contra los trabajadores. La manera más
eficaz de hacer frente a este tipo de represión
consiste, para los obreros, en la ocupación de las
empresas. Pero hay que añadir que esta medida es
muy extrema, que supone un alto grado de
organización y el concurso de circunstancias
especiales, para que los obreros puedan sacar ventaja
de la ocupación de fábricas y empresas. En la lucha
que se desarrolla actualmente en todos los países -sin
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
hablar ya de la revolución rusa, durante la cual este
tipo de iniciativas se tomaban ya antes de la
revolución de octubre para luchar contra los
patronos- los trabajadores han procedido y proceden
a la ocupación de fábricas. Podemos citar el
grandioso movimiento de los obreros italianos que,
durante los últimos meses de 1920, se adueñaron de
las empresas.
Respondiendo a la amenaza de los empresarios de
declarar el lock-out, la vanguardia del proletariado
italiano -los metalúrgicos de Milán- ocupó las
empresas que iban a cerrar. Este ejemplo, ya
histórico, de los trabajadores milaneses fue imitado
por los obreros de otras ciudades, y no sólo por los
metalúrgicos, sino en parte también por los obreros
de la industria química, del textil y de otros ramos. El
movimiento se extendió rápidamente a todo el norte
de Italia, y la mayoría de las grandes empresas
industriales pasó a manos de los obreros. Reinaba un
orden perfecto. Los comités de fábrica y los
comisarios de empresa que se nombraron
inmediatamente demostraron una gran capacidad de
organización y un gran talento comercial. Las
empresas marchaban a pleno rendimiento, bajo la
protección de las guardias obreras. Paralelamente, en
Polesino y otras regiones agrícolas, el proletariado
rural se adueñaba de las tierras sin que ello supusiera
la interrupción de su labor.
Sin embargo, en el momento decisivo, los
dirigentes de la C.G.T. se vinieron a negociar con el
Gobierno. En el transcurso de la conferencia
convocada por el ministro Giolitti, aprobaron un
miserable proyecto de control obrero y tendieron la
mano conciliadora al enemigo de clase, que se aferró
a ella como el hombre que se ahoga se aferra a una
tabla, para salvarse.
El movimiento había sido traicionado. La
ofensiva fue rechazada, los trabajadores sufrieron
una derrota. Esta derrota dio pie a la organización de
todas las fuerzas contrarrevolucionarias. Vino el
fascismo.
En Francia, Alemania e Inglaterra hubo casos
aislados en que los obreros se apoderaron de las
empresas. Así, en Browne (Inglaterra), los
trabajadores de un molino y de una fábrica se
adueñaron, en septiembre de 1921, de la empresa,
ante el rechazo del empresario de satisfacer sus
reivindicaciones. La producción prosiguió de manera
perfectamente normal. El pan se vendía más barato;
la producción aumentó gracias al trabajo de los
obreros despedidos que fueron readmitidos. En la
puerta de la empresa se colgó un cartel que decía:
“Molino y fábrica del soviet de obreros de Browne.
Producimos pan y no beneficios.” En la historia del
movimiento obrero del período de postguerra
abundan ejemplos de este tipo. Pero fue solamente en
Italia donde la ocupación de empresas tomó carácter
de acción de masas y donde todos los obreros
57
intervinieron en la lucha.
La ocupación de fábricas provoca el odio feroz y
la resistencia armada por parte del Estado burgués;
por esta razón, esta operación debe organizarse
cuidadosamente; es necesario que la mayoría de los
trabajadores participen activamente. La idea de la
ocupación de fábricas es muy popular en las masas
obreras, y es tarea de los sindicatos revolucionarios
demostrar en la práctica que es posible continuar la
producción sin que intervengan los empresarios.
Cuando la comisión de control de que se ha hablado
más arriba está convencida que el empresario quiere
cerrar la empresa por razones de carácter represivo,
pero que la producción puede proseguir
perfectamente, esta comisión debe presentar a todos
los obreros un informe detallado sobre el problema.
Debe plantear los problemas prácticos de la
continuación del trabajo, que naturalmente no es
posible si no existen materias primas y determinados
medios materiales.
En las grandes empresas suelen haber existencias
de materias primas suficientes para cubrir un período
bastante largo. Las mayores dificultades provienen
de la ausencia de un fondo de operaciones. Incluso si
la burguesía no responde inmediatamente con la
represión militar a la ocupación de las fábricas por
los obreros -cosa que no dejará de producirse si el
movimiento se extiende-, incluso en este caso las
dificultades financieras pueden desbaratar la
iniciativa de los trabajadores. Por tanto, los
sindicatos revolucionarios y el núcleo que se encarga
de dirigir la ocupación de la empresa deben centrar
su atención en asegurar ante todo, aunque sólo sea
para el período inicial, los recursos financieros y un
fondo de operaciones suficiente. Para ello pueden
aplicarse los métodos adoptados por los trabajadores
italianos, que en parte fueron también los de los
obreros rusos: la venta de las mercancías
almacenadas en la empresa, los empréstitos de las
cooperativas simpatizantes, con estas mismas
mercancías como garantía.
Pero el mismo hecho de ocupar una fábrica carece
de significado si no da pie a una vasta campaña de
agitación en el seno de las masas y a un combate
abierto. No hay que olvidar que es más fácil
adueñarse de una empresa que conservarla, pues la
ofensiva económica de los obreros sólo puede
consolidarse sobre la base de una victoria política, es
decir, tras la destrucción del Estado burgués y la
conquista del poder. El primer error de los
sindicalistas consiste en imaginar la revolución como
una ocupación de empresas y fábricas, haciendo
abstracción del aparato de Estado burgués. Cuando a
finales de 1920 los obreros italianos se apoderaron de
las empresas, no habían dado más que un paso
adelante. En efecto: ¿qué sucedió luego? Sucedió que
los obreros de toda una serie de regiones ocuparon
las fábricas y se pusieron a producir, pero al mismo
58
tiempo el Gobierno burgués continuaba funcionando
junto con todo su aparato: ejército, policía y justicia.
También continuaban existiendo y funcionando los
partidos burgueses, la prensa burguesa, desarrollando
su propaganda antisocialista y preparando a todos los
enemigos del socialismo para marchar contra los
obreros. Estos, a su vez, después de ocupar las
empresas se detuvieron a mitad de camino. Les
parecía que prácticamente todo estaba ya resuelto,
mientras que en realidad la ocupación de fábricas no
era sino un momento, y nada más que un momento,
de la lucha. No se puede conservar una empresa
salvo en el caso de que simultáneamente con la toma
del poder económico, la clase obrera conquista
también el poder político, es decir, si destruye las
viejas instituciones burguesas y crea en su lugar los
nuevos organismos revolucionarios.
Jamás el vínculo existente entre la política y la
economía se puso tan claramente en evidencia como
en Italia a finales del año pasado. Si los anarquistas
no fueran metafísicos, no tendrían más remedio que
reconocer la validez de nuestro punto de vista en
torno a la ligazón indestructible que existe entre la
política y la economía, y renunciar a la idea infantil
que se hacen de la revolución.
Entre todas las formas de lucha de que dispone la
clase obrera, la ocupación de fábricas es la que
reviste mayor gravedad, y por esta razón debe
hacerse uso de ella con la máxima precaución,
después de calibrar cuidadosamente las fuerzas de las
dos partes contendientes y de examinar las
circunstancias locales. La ocupación de una empresa
puede dar buenos resultados en un momento de
entusiasmo revolucionario general. Cuando reina un
ambiente de calma, cuando en el seno de la clase
obrera impera la pasividad y la reacción, cuando el
empresario actúa a sus anchas y las masas no
manifiestan una protesta latente ni la voluntad de
luchar, la ocupación de una empresa puede
desembocar rápidamente en una derrota. En esta
situación, los obreros no sólo se verían aislados física
y materialmente, sino también moralmente separados
de los demás trabajadores. También puede suceder
que queden aislados desde el punto de vista
estratégico.
La ocupación de empresas sólo puede tener lugar
si puede encontrar un eco inmenso y el apoyo de los
obreros de otras fábricas. Este apoyo ha de
manifestarse de diversas maneras, empezando por la
ayuda económica, la ayuda en víveres, y, finalmente,
mediante el veto resuelto a todo transporte de tropas,
del mismo modo que la desorganización de las
fuerzas hostiles al proletariado. Si la idea de la
ocupación de empresas no se desarrolla en esta
atmósfera de simpatía, si las masas obreras no dan
muestras de una efervescencia revolucionaria
suficiente, la ocupación de la fábrica puede ser
liquidada al cabo de poco tiempo, y encima podrá
Drizdo Losovsky
llenar de una profunda amargura los corazones de los
trabajadores y destruir su confianza en sí mismos.
Por tanto, sólo hay que recurrir a esta forma de lucha,
que es tan importante para el combate revolucionario,
después de analizar con todo detalle la situación y a
condición de que existan las premisas, sino para una
victoria definitiva, al menos para poder conservar la
empresa ocupada durante un espacio de tiempo más o
menos largo. Para ganarse la simpatía de las masas
hay que rebajar el precio de los productos fabricados:
es el mejor medio de propaganda a favor de la
expropiación de las fábricas y empresas.
La ocupación de fábricas no sólo comporta
dificultades puramente externas, sino también, y
sobre todo, dificultades de orden interno. Los obreros
tienen que resolver inmediatamente el problema de la
gestión de las empresas, el de la distribución, de la
remuneración del trabajo, toda una serie de
problemas que antes sólo se les planteaban
teóricamente, pero a los que hay que dar una solución
desde el primer día de la ocupación. En lo referente a
la gestión, conviene que durante el primer período
sea asumida por el comité de fábrica, con la
participación obligatoria de un representante del
sindicato correspondiente. En cuanto a las demás
cuestiones de este régimen interior, la de la
distribución de los salarios, etc., la participación de
los sindicatos es indispensable para que prevalezcan
los intereses de la causa común sobre los intereses
particulares. Hay que tener en cuenta que la
ocupación de empresas, a medida que toma un
carácter de acción de masas, puede desorganizar
rápidamente el régimen burgués, puesto que este es
el punto más vulnerable de las clases dominantes.
Mientras la lucha se desarrolla fuera de las empresas,
cuando sólo se propone un cambio en las formas de
gestión, el patrono se siente fuerte, la propiedad
permanece sagrada e intocable, y todos los cambios
se producen en las esferas superiores de los círculos
políticos, sin afectar a las bases mismas del sistema
económico. La revolución rusa de octubre y todas las
revoluciones inminentes en Europa occidental se
distinguen de la gran Revolución francesa por el
hecho de que la divisa de esta -”la propiedad es
sagrada e inviolable”- ha sido sustituida por la
consigna: “la propiedad no es ni sagrada ni
inviolable”. Los ejemplos prácticos de la violabilidad
de la propiedad privada se expresan de la forma más
contundente en la ocupación de fábricas; eliminan en
el espíritu de las amplias masas el respeto religioso
por el régimen de la propiedad privada. Cuando se
transforman en un amplio movimiento de masas,
expresan la mayor amenaza para el régimen burgués;
por consiguiente, la clase obrera no debe renunciar
en modo alguno a este método de lucha.
Es necesario que la ocupación de fábricas sea obra
de las masas; es necesario que en este movimiento
participe el máximo de obreros; es necesario
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
convertir cada ocupación en un asunto propio del
conjunto de la clase obrera; es necesario exacerbar el
antagonismo existente entre obreros y empresarios,
fruto de las recientes ocupaciones; es necesario,
finalmente, fijar la mirada en un solo y único
objetivo: la liquidación definitiva de la propiedad
privada. La ocupación de empresas puede ser un
excelente medio de lucha contra las medidas
represivas adoptadas por los patronos, pero rebasa
ampliamente el marco de una protesta localizada. Es
la expresión más contundente de la revolución social
que se avecina.
8. El nivel de vida de las masas obreras.
La lucha que se agudiza actualmente en todos los
países, se desarrolla contra la reducción de los
salarios y la agravación de las condiciones de trabajo.
Por muy atrasados que estén los obreros, por mucho
que sean presa de las ilusiones reformistas, el
empeoramiento incesante de las condiciones de
trabajo despierta en ellos un sordo espíritu de
protesta. No sólo las organizaciones reformistas, sino
incluso los sindicatos católicos, los sindicatos de
funcionarios del Estado, que siempre se han situado
más a la derecha que el socialismo reformista,
incluso estas categorías de trabajadores entran en
colisión con las clases dominantes y el Estado ante la
amenaza de ver reducido su nivel de vida. Las
cuestiones relativas a los salarios y las condiciones
de trabajo constituyen el eje central de la lucha de la
clase obrera. Sería un error profundo querer dar la
espalda a este grandioso movimiento de masas con el
pretexto seudorevolucionario de que no se trata más
que de unas migajas. Este desprecio anarquista por
las necesidades elementales de las masas obreras
esconde, bajo un barniz revolucionario, un contenido
reaccionario. No es revolucionario el que en la lucha
no esté con las masas. Lo que caracteriza
precisamente la época en que vivimos, es que la
lucha por mantener las anteriores condiciones rebasa
el estrecho marco sindical, pues los obreros se
enfrentan a los patronos organizados y al Estado
burgués.
Sólo merece el nombre de revolucionario quien
lleva a las masas, en la práctica de la lucha cotidiana,
a la altura de la conciencia comunista. De ello se
deduce que los sindicatos revolucionarios deben
prestar la máxima atención precisamente a estas
tentativas de reducir los salarios y deteriorar las
condiciones de trabajo. Pero no hay que limitarse a
reclamar el restablecimiento de las anteriores
condiciones de trabajo. Estas se situaban, en todos
los países, por debajo de las necesidades de los
obreros. No sólo hay que defender las antiguas
condiciones, hay que luchar por mejorarlas
constantemente. Por ello, la elevación del nivel de
existencia de las masas obreras debe ser una de las
tareas prácticas del momento actual. La clase obrera
59
ha salido enormemente debilitada de la guerra, el
porcentaje de enfermos ha aumentado fuertemente en
todos los países, la mortalidad infantil ha crecido
considerablemente; los efectos de la guerra se harán
notar todavía durante varios años, y por consiguiente
se trata de elevar el nivel de vida de las masas
obreras y de no consentir en modo alguno que se
rebaje, tal como en casi todos los países.
Los patronos y sus ideólogos, que en estos
momentos reducen los salarios y agravan las
condiciones de trabajo, invocan la competencia del
mercado mundial, cada vez más intensa, y los
intereses de la industria y la economía nacionales,
que exigen la reducción de los salarios y del nivel de
vida. Los obreros de los países aliados han caído en
una trampa que ellos mismos habían preparado. La
Alemania arruinada, en el momento actual,
suministra, sino mano de obra barata, al menos
mercancías a bajo precio. El hundimiento del valor
del dinero y la depauperación de las masas obreras de
Alemania y Austria, permiten a los capitalistas
franceses, ingleses y americanos sacar ventaja de la
transferencia de sus pedidos a Alemania, donde
encuentran unas condiciones notablemente más
favorables. Muchos norteamericanos cierran sus
fábricas y trasladan sus pedidos a empresas
alemanas. Aprovechando la depreciación de la mano
de obra, algunos empresarios ingleses encargan
incluso máquinas y toda clase de objetos en
Alemania. Naturalmente, el mercado mundial
determina los precios al por mayor, lo cual incide en
las condiciones de trabajo. Pero los sindicatos que
basan toda su política en la competencia se
equivocan profundamente. Hacen que las
condiciones de trabajo de los obreros de una
categoría dependen de fuerzas que escapan a su
influencia. De este modo, los obreros franceses,
ingleses y norteamericanos, que se pusieron de
acuerdo con sus burguesías, son ahora las víctimas de
su “victoria”, pues la reducción del nivel de vida de
los trabajadores alemanes arrastra consigo
automáticamente el de los obreros ingleses, franceses
y norteamericanos.
A la larga y no puede persistir ninguna diferencia
mayor entre los salarios de los diversos países
industriales. La nivelación se establece según el
promedio de los salarios inferiores. El capital busca
una mano de obra más barata y si no la encuentra en
su país, encarga los productos y mercancías en el
extranjero, demostrando así que la teoría del
patriotismo económico creada durante la guerra y
cultivada actualmente, es un plato que sólo se sirve al
pueblo. Las clases dominantes sólo son patriotas si
ello les aporta alguna ventaja y determinados
beneficios. Si estos beneficios aumentan en
detrimento de los intereses de la producción nacional,
no habrá empresario que sienta escrúpulos por ello.
El capital es internacional. Su patria está donde haya
60
grandes beneficios que embolsar.
Para los obreros, todos estos problemas de la
competencia en el mercado mundial, aunque no dejen
de ser importantes, no pueden desempeñar un papel
decisivo a la hora de determinar su nivel de vida. Los
obreros revolucionarios no deben basar su acción en
la cuestión de saber cuál de sus explotadores, el suyo
propio o el extranjero, obtiene mayores beneficios.
Debe partir del hecho de que la competencia entre los
capitalismos nacionales ha existido y existirá
siempre, y que esta competencia sólo podrá
eliminarla la revolución social. Rebajar el nivel de
vida de los trabajadores para mejorar la posición del
capitalismo nacional en el mercado mundial: esta es
la táctica de los capitalistas, apoyados en esto por los
jefes de los sindicatos y reformistas. El vínculo
existente entre los sindicatos reformistas y los
capitalismos nacionales es tan estrecho que a partir
del momento que se cierne la crisis sobre el mercado
mundial, los jefes de los sindicatos reformistas
empiezan a buscar por propia iniciativa los medios de
disminuir los gastos, ya sea incrementando la
productividad del trabajo, ya sea de cualquier otra
manera, para permitir que la competencia continúe.
Es verdad que este apoyo concedido a la burguesía
para permitirle obtener, en todo momento y en
cualquier circunstancia, elevados dividendos, se
acompaña con protestas verbales contra la reducción
de salarios. Tras estas protestas verbales se inician
las negociaciones, y los líderes sindicales aceptan
que se rebajen los salarios en un 10, un 15 por 100 y
más. Estas reducciones de salarios y la ausencia total
de voluntad de luchar constituyen el rasgo
característico de la táctica de la mayoría de los
dirigentes actuales de los sindicatos reformistas. Si
esta táctica continúa aplicándose durante más tiempo,
la colaboración entre la burguesía y los sindicatos no
hará sino aumentar, y ello, por supuesto, en
detrimento de las masas obreras.
Hasta ahora, la colaboración consistía en que los
obreros no obtenían más que las migajas de los miles
de millones que se embolsaban los patronos. Cuando
los beneficios disminuyeron un poco, los patronos no
sólo pasaron a sustraer a los obreros las migajas que
antes les daban, sino que trataban de descargar todo
el peso de la crisis sobre las espaldas de los
trabajadores. Para hacer frente a esta táctica, los
sindicatos revolucionarios deben poner en
movimiento a las amplias masas. Hay que plantear a
todos los sindicatos, cualquiera que sea la
composición de sus organismos dirigentes, la
cuestión del nivel de vida. Hay que unir en un mismo
frente a las amplias masas obreras, incluso a las más
atrasadas, en la lucha práctica por el aumento de
salarios y la mejora de las condiciones de trabajo.
Hay que demostrar que los sindicatos revolucionarios
y los partidarios de la Internacional sindical roja son,
incluso en este terreno puramente económico y
Drizdo Losovsky
práctico, los más firmes luchadores y los más
perseverantes defensores de los intereses de la clase
obrera en su conjunto; en cada país hay que elaborar
una serie de medidas destinadas a mejorar las
condiciones de trabajo, hay que popularizarlas; hay
que elaborar un programa de reivindicaciones
prácticas, en torno al cual podrán agruparse todos los
obreros; aplicar este programa en la práctica, por la
vía revolucionaria, y desenmascarar a los líderes
actuales de los sindicatos, que no quieren ni saben
defender los intereses más elementales, los intereses
vitales de las masas obreras, en el terreno material.
Por supuesto, puede suceder que en la lucha
contra la agravación de las condiciones de trabajo,
los sindicatos revolucionarios sean derrotados; pero
si esto sucediera, no sería más que una derrota
momentánea, una derrota sufrida en el transcurso del
combate, y en absoluto una retirada voluntaria. Toda
concesión benévola a los patronos, toda renuncia a la
resistencia deben ser objeto de la denuncia más
decidida y enérgica. La elevación del nivel de vida
no debe ser una consigna abstracta, al contrario, debe
convertirse en una consigna práctica y concreta de la
lucha real, y solamente cuando los sindicatos
revolucionarios hayan sabido arrastrar a la lucha por
la elevación del nivel de vida a la mayoría de los
obreros, solamente en el caso de que logren influir en
los obreros integrados en los sindicatos reformistas y
arrancar a la masa reformista de las guerras de sus
jefes, solamente es este caso la lucha por la elevación
del nivel de vida podrá contribuir enormemente a la
preparación de la revolución social.
Los conflictos sociales revisten en todos los
países un carácter tan agudo, tan flagrante, que no
resulta difícil hacer comprender a los obreros la
relación existente entre la elevación del nivel de vida
y la lucha por el poder de los trabajadores. Un
programa económico concreto, elaborado en una
coyuntura social y política determinada, en la medida
que sea aplicado con métodos revolucionarios,
necesariamente tendrá que unir a las amplias masas
en la lucha contra las clases dominantes y preparará a
los obreros para la toma del poder económico y
político en sus respectivos países. Ello implica que la
lucha por la elevación del nivel de vida de los
trabajadores debe convertirse en punto de partida de
una lucha de mayor envergadura, por la eliminación
de la explotación misma.
9. La táctica capitalista de la reducción de
salarios.
La ofensiva desencadenada actualmente por la
burguesía por todo lo alto tiene, por objetivo hacer
recaer sobre las espaldas del proletariado el peso de
la crisis económica. Cuando se les propone rebajar
los salarios, la mayoría de los sindicatos reformistas
no sólo suscriben esta reducción salarial en un 15,
20, 30 por 100 y más, sino que además consideran
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
que la reducción es perfectamente natural, por mucho
que el coste de la vida esté lejos de disminuir.
Es muy significativo que la burguesía ni siquiera
espera una reducción del coste de la vida para poner
en práctica su táctica de reducción de salarios. El
portavoz oficioso de la burguesía francesa, Le Temps,
ha inventado incluso una teoría especial según la cual
hay que rebajar primero los salarios para que
disminuya automáticamente el coste de la vida. Este
descaro sólo obtiene una respuesta insuficiente, y
esta respuesta se limita a los trabajadores afectados
en un momento dado por esta táctica de nuestros
enemigos de clase. Así, vemos cómo una vez la clase
obrera no protesta en absoluto, cómo otra vez da su
consentimiento a la reducción de salarios, y cómo
otra vez, finalmente, organiza manifestaciones, se
declara en huelga; pero puesto que todos estos
movimientos son parciales, la burguesía rompe poco
a poco la resistencia de la clase obrera y prosigue con
su política. Hemos conocido ejemplos de ello en
Inglaterra, donde los mineros permanecieron en
huelga durante más de tres meses, para rechazar la
ofensiva de la burguesía. Los ferroviarios y los
trabajadores del transporte, que habían concluido una
alianza con los mineros, se negaron a apoyarlos en el
momento más dramático de la lucha. El día en que se
produjo esta negativa ha pasado a la historia del
movimiento obrero inglés con el epíteto de “viernes
negro”. Este “viernes negro” debe servir de ejemplo
para demostrar cómo no hay que luchar contra la
reducción de salarios a que procede sistemáticamente
la burguesía.
En una situación de crisis económica, en un
período en que los empresarios tienen su frente
único, las movilizaciones parciales están condenadas
de antemano al fracaso, y el hecho de que en
Inglaterra, Alemania, Francia y Norteamérica
estallen huelgas aisladas hace que estas luchas
previsiblemente no lleven a ninguna parte. En el
momento actual (septiembre de 1921) están en
huelga 60.000 obreros en el norte de Francia. Esta
huelga ha sido provocada por la reducción de
salarios; pero observamos que mientras los obreros
del textil están en huelga, otros sectores, como los
ferroviarios, los trabajadores de las compañías de
gas, los tranviarios, en suma, todos los sectores de la
clase obrera de los que depende la misma existencia
de un Estado contemporáneo, continúan trabajando, y
en estas condiciones los obreros del textil serán
derrotados inevitablemente. Es lo que hemos podido
ver en los últimos conflictos en Alemania; es lo que
podemos observar en todos los demás países. Los
obreros combaten aisladamente, por destacamentos,
en pequeños grupos, y no sufren más que derrotas;
pues en el transcurso de una crisis económica los
patronos pueden esperar, pueden permitirse el lujo de
las huelgas prolongadas. Para hacerles frente, hay
que organizar la intervención de los obreros de los
61
que más depende la actividad social. No se trata de
organizar cada dos por tres una huelga general,
tampoco se trata de fomentar en general la idea de
que hay que realizar acciones frecuentes; no, se trata
de que los obreros de cada país preparen, a través de
una lucha larga y tenaz, los destacamentos de
explotados con vistas a estas acciones. No hay que
esperar a que las condiciones de trabajo empeoren en
tal o cual sector, puesto que en una coyuntura de
crisis económica, la huelga de los obreros de una
región, un ramo o una empresa no puede revestir una
importancia decisiva. En estas circunstancias, se trata
de arrastrar a una huelga de protesta a los obreros de
las empresas de servicios públicos, como los de las
compañías de electricidad, de gas, los tranviarios,
ferroviarios, los estibadores y marinos, etc. Son éstos
quienes deben situarse a la cabeza de los
combatientes, luchando contra la táctica burguesa de
rebajar los salarios, a fin de consolidar las conquistas
obtenidas.
A los sindicatos reformistas no les entra en la
cabeza esta forma de plantear el problema. Están
acostumbrados a luchar aisladamente. Carecen de
todo sentimiento de clase. Los obreros ingleses son
ante todo mineros, trabajadores del textil, de la
madera, y sólo en última instancia son obreros a
secas. Los obreros alemanes abrigan los mismos
sentimientos corporativos, al igual que los obreros
franceses, norteamericanos, etc. Los reformistas
dividen verticalmente a los obreros en grupos
separados. Su espíritu corporativo es más fuerte que
sus vínculos de clase. Esto es lo que explica que en
los momentos más críticos sólo luchen determinadas
categorías de obreros, mientras que las demás se
limitan a hacer de espectadores pasivos del duelo y
muchas veces sólo se dan cuenta de su error cuando
la resistencia de sus hermanos ya ha sido quebrada y
la ayuda es ya muy difícil de aportar.
La tarea de los sindicatos revolucionarios consiste
siempre en generalizar los conflictos. Sin llamar
constantemente y por cualquier motivo a la huelga
general, hay que tener siempre presente que en
determinadas circunstancias la entrada en lucha de un
destacamento de obreros empleados en empresas de
servicios públicos constituye una necesidad absoluta
y se justifica por los intereses de clase de todo el
proletariado. De ahí que sea necesario prestar mucha
atención a los obreros de estos sectores de la
economía nacional, pues hay que tratar de
convertirlos en los principales instrumentos de la
lucha, no sólo por la mejora elemental del nivel de
vida, sino también por la realización de los objetivos
propios del proletariado en tanto que clase.
El aislamiento entre los diversos sectores del
proletariado a nivel nacional también se da a escala
internacional. Los conflictos actuales rebasan las
fronteras nacionales. Los choques sangrientos entre
el trabajo y el capital tienen siempre un alcance
62
internacional; por esto hay que desarrollar la lucha en
el plano internacional. Sin embargo, a este nivel la
situación es todavía peor que a escala nacional. La
relación entre los obreros de un mismo ramo de
producción en los distintos países es aún más débil
que la que existe entre los obreros de los diversos
ramos dentro de un mismo país. Hemos podido
observarlo en la última huelga de mineros: los
mineros alemanes, franceses y belgas no han movido
ni un dedo para acudir en ayuda de sus compañeros
ingleses. Lo mismo sucede en todos los conflictos sin
excepción. Los secretariados internacionales que
existen actualmente en cada ramo industrial no
desempeñan ningún papel durante los conflictos. De
vez en cuando reúnen a los delegados de todos los
países, estos intercambian algunos discursos oficiales
y asunto concluido, cada uno vuelve a casa y
continúa haciendo lo que ya hacía antes, es decir,
ocuparse de la política nacional sin preocuparse de la
solidaridad de clase internacional.
La lucha internacional contra la ofensiva de los
capitalistas de uno u otro ramo industrial sólo es
posible si se crean federaciones revolucionarias
internacionales de sindicatos industriales. Estas
federaciones deben asumir la dirección de las
movilizaciones ofensivas y defensivas de los obreros
de este o aquel ramo industrial en todos los países. Es
cierto que este problema es extremamente difícil de
resolver; pero la lucha social no puede zanjarse en
modo alguno desde un punto de vista nacional, sino
desde el punto de vista internacional. Y en lo que se
refiere a las federaciones industriales internacionales,
del mismo modo que todas las demás organizaciones
revolucionarias internacionales, constituyen uno de
los instrumentos más valiosos para la lucha defensiva
y ofensiva de las masas obreras en su combate por su
emancipación definitiva.
10. La mujer en la industria.
En la lucha contra la crisis que se agrava,
determinadas organizaciones sindicales siguen una
política de la mínima resistencia desplazando a las
obreras de los puestos que ocupan en la industria.
Durante la guerra accedieron a la actividad industrial
centenares de miles, millones de mujeres. En casi
todos los grandes países capitalistas, el número de
mujeres empleadas en la producción ha aumentado
considerablemente. Al término de la guerra y con la
desmovilización de la industria, las organizaciones
sindicales de algunos países, en lugar de defender los
intereses de las mujeres, corno ellas tienen el deber
de defender los intereses de los hombres, asumieron
la iniciativa del despido de las mujeres. De este
modo, sólo en Inglaterra han sido apartadas de la
producción industrial centenares de miles de
trabajadoras.
Esta división sexual de los explotados constituye
evidentemente un vestigio del conservadurismo que
Drizdo Losovsky
todavía pervive en el seno de las masas obreras. No
hace mucho tiempo todavía en que numerosas
organizaciones sindicales no aceptaban a las mujeres
en sus filas, estimando probablemente que no eran
dignas de ello. La lucha de las obreras por el derecho
a adherirse a las organizaciones sindicales ha
revestido un carácter muy doloroso, y en algunos
países ha dado lugar a la formación de
organizaciones femeninas separadas, que tienen por
objetivo obtener el reconocimiento por parte de los
hombres empleados en la misma industria.
Este punto de vista extremamente reaccionario
sobre la mujer debe ser combatido decidida y
categóricamente por los sindicatos revolucionarios,
para los que todos los trabajadores constituyen una
única familia de explotados. Incluso en esta cuestión,
por muy elemental que parezca, existen divergencias
importantes entre los sindicatos reformistas y los
sindicatos revolucionarios. No se trata de rechazar el
despido de las obreras en primer lugar, sino que es
necesario plantear el trabajo femenino del mismo
modo que el trabajo masculino. En numerosas
organizaciones sindicales existe, incluso actualmente,
una doble política salarial, una para los hombres y
otra para las mujeres. Dentro de una misma
categoría, los hombres perciben un salario más alto
que las mujeres, y no porque produzcan mayor
cantidad de objetos, no porque estén más
cualificados, no porque su productividad sea más
elevada, sino simplemente porque son hombres,
mientras que las mujeres reciben salarios reducidos
exclusivamente porque son mujeres, es decir, la capa
más atrasada de los explotados.
Para los sindicatos revolucionarios no debe existir
la división del proletariado en sexos. En la política
salarial es necesario clasificar a los obreros según su
cualificación, proclamar y realizar la consigna “a
trabajo igual, salario igual”, independientemente del
sexo de los trabajadores. La batalla por la reducción
del coste de la producción consiste en determinados
casos, sobre todo en un período de crisis, en la
reducción de los salarios de las categorías más
atrasadas de trabajadores, sobre todo de las mujeres.
Algunas veces, sobre todo cuando están mal
organizadas, las mujeres son las primeras víctimas de
la crisis incipiente. Las organizaciones sindicales
deben tener en cuenta estos hechos, no sólo cuando
comienza la crisis, sino permanentemente, en su
actividad cotidiana. La internacional sindical roja ha
subrayado, en una resolución específica, la
importancia extrema que tiene para la revolución
social la conquista de las amplias masas de
trabajadores. La revolución social sólo será posible
cuando las obreras en su conjunto se hayan
convertido en compañeras de lucha activas. Pues sin
contar con los millones de obreras que trabajan
actualmente en la industria es muy difícil conquistar
el poder y conservarlo.
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
En lo que se refiere a la mano de obra femenina,
del mismo modo que la mano de obra infantil, las
organizaciones sindicales, además de las tareas
mencionadas, deben cubrir toda una serie de tareas
específicas, como por ejemplo: la protección del
trabajo de las mujeres y niños, la protección de las
mujeres embarazadas, de las madres, etc. Las tareas
de los sindicatos rojos en este terreno no sólo queda
formulada en una resolución especial, sino también
en la resolución sobre el problema de la
organización, adoptada por el I Congreso
Internacional. La actividad de los sindicatos en
dirección a las obreras debe basarse en el siguiente
apartado de la resolución de este congreso:
“Los partidarios de la Internacional sindical
roja deben esforzarse particularmente por arrastrar
a las obreras al interior del movimiento sindical
revolucionario. No a las organizaciones sindicales
femeninas separadas. El proletariado es uno, y en
tanto que clase debe estructurar sus
organizaciones, no sobre la base del sexo de los
trabajadores, sino según los ramos industriales.
Las obreras, que constituyen la categoría más
atrasada de los trabajadores, están mucho más
explotadas que los hombres, y los sindicatos
reformistas, fieles a la línea de la mínima
resistencia, no establecen los salarios según la
calidad y la productividad del trabajo, sino en
función del sexo de los trabajadores. Cuando
comienza la crisis, los sindicatos conservadores
toman frecuentemente la iniciativa de despedir a
las obreras de su trabajo. Hay que combatir
enérgicamente esta política desastrosa y contraria
a los intereses de la clase obrera. La obrera está
más explotada que el obrero, y nuestra tarea
consiste en hacer de ella una militante activa en
pro de la revolución social y de la dictadura del
proletariado. Un sindicato merece formar parte de
la I.S.R. si tanto en la cuestión del trabajo
femenino como en todas las demás se desprende
de los viejos prejuicios y asume la defensa y la
reglamentación del trabajo femenino, con el único
objetivo de incrementar las filas del ejército de la
revolución social con nuevos luchadores
incansables reclutados entre las obreras
explotadas y oprimidas.”
11. Los convenios colectivos.
Los viejos dirigentes de las organizaciones
sindicales dicen y escriben con frecuencia que la
burguesía, en su ofensiva, no osará violar los
convenios colectivos. En general, los convenios
colectivos son para los dirigentes reformistas la
mayor conquista de la clase obrera. Muchos de estos
dirigentes incluso piensan que éste es el único
objetivo que deben plantearse las organizaciones
sindicales. En un folleto titulado “El Trabajo
organizado”, un dirigente muy conocido del
63
movimiento obrero norteamericano, John Mitchel,
escribe sin ambages que la misión principal de las
organizaciones sindicales consiste en pasar del
contrato individual al convenio colectivo. Es
evidente que el convenio colectivo es un avance con
respecto a los contratos individuales.
Antes, el patrono se las tenía que ver con un
vendedor de fuerza de trabajo aislado y, por
consiguiente, impotente; establecía los salarios y las
condiciones de trabajo a su gusto. Las organizaciones
sindicales, como organismos encargados de la
defensa de los intereses de la clase obrera, actúan en
funciones de vendedores colectivos de la mano de
obra, como parte interesada en la compraventa de la
energía y los conocimientos de los obreros. Ha sido
necesaria una lucha muy prolongada, una lucha de
varios decenios para que las organizaciones
sindicales -y esto no se ha logrado todavía en todas
partes- obtengan el derecho de concluir contratos, no
sólo en nombre de los obreros que agrupan, sino en
representación de todos los trabajadores de su ramo.
La lucha larga y tenaz por la sustitución del contrato
individual por el convenio colectivo ha inculcado a
los dirigentes sindicales la idea del valor absoluto de
los contratos colectivos, de su significado universal,
la idea de que mediante los convenios colectivos
puede introducirse el orden en la anarquía de la
producción y establecerse la paz social gracias a la
sanción del Estado.
En pocas palabras, para los sindicatos reformistas
el convenio colectivo es un fin en sí mismo. Tratan
de establecerlo para un período de tiempo muy largo,
pues consideran que el mismo hecho de haberlo
concluido es una garantía suficiente de que será
ejecutado. En realidad, los convenios no son otra
cosa que armisticios temporales. Hay que combatir
con la máxima energía la sobreestimación exagerada
de los convenios colectivos, hay que considerarlos
como una breve interrupción en la lucha entre el
capital y el trabajo. No existe en la lucha social
ningún caso en que los patronos hayan retrocedido
ante la violación de obligaciones formales. En la
ofensiva que se desarrolla actualmente en todas
partes, vemos como los patronos llegan a violar los
convenios colectivos, y sólo quienes no tienen ni idea
de la lucha de clases pueden tranquilizarse ante la
idea de que un convenio colectivo firmado obligará
al patrono a aplicar todas las cláusulas que contiene.
Los obreros deben considerar los convenios
colectivos del mismo modo que los empresarios. En
su esencia, el convenio colectivo constituye un
acuerdo provisional entre dos bandos enemigos, y
por lo demás ambas partes afirman abiertamente que
en el momento oportuno están dispuestas a establecer
un nuevo convenio colectivo más ventajoso que el
anterior. Cada una de las partes cumple las cláusulas
del contrato en la medida en que no tiene la fuerza
para no cumplirlas. ¿Acaso los convenios colectivos
64
han ayudado en algo a los mineros o a los
trabajadores del textil en Inglaterra? No. Siempre que
la burguesía ha visto la posibilidad de hacer algo para
favorecer sus intereses, lo ha hecho y ha delegado en
los juristas y periodistas mercenarios la tarea de
buscar una base legal para sus actos. Lo mismo
sucede en Norteamérica, en Francia, en Italia, en
Alemania, en Checoslovaquia, en Suecia, etc. La
naturaleza del patrono es la misma en todas partes.
Los patronos no son metafísicos, son auténticos
políticos, y no suelen considerar los convenios
colectivos concluidos como fetiches. En cambio,
entre los obreros, y sobre todo entre sus dirigentes,
hay muchos metafísicos: se inclinan a exagerar el
valor de los convenios colectivos y tratan a toda
costa de evitar la lucha. Desde el punto de vista de
los reformistas, los convenios colectivos atenúan las
contradicciones de clase y sustituyen la lucha de
clases. En realidad, esto es falso, tanto desde el punto
de vista teórico como práctico. Los contratos de
trabajo son un producto, un resultado de la lucha de
clases, y no pueden sustituirla, del mismo modo que
una casa destruida por un terremoto no puede ser
identificada con el seísmo.
Es cierto que existen convenios colectivos
estrictamente corporativos y contrarios al espíritu de
clase. En estos convenios aparecen tendencias
netamente reaccionarias: la exclusión del trabajo de
los obreros recientemente cualificados o extranjeros,
la exclusión, limitación o reducción de los salarios de
la mano de obra femenina, etc. Existen también
convenios entre los obreros y empresarios (que se
denominan “alianzas”), que van dirigidos contra los
consumidores. Tales convenios son fruto de la paz
social y no de la lucha de clases.
Si por un lado observamos una idealización de los
convenios colectivos, su transformación en un fin en
sí mismos, en un fetiche, por otro lado hay quien
considera el convenio colectivo como algo inútil o
incluso nocivo. Esta idea la difunden los anarquistas,
que la sostienen con toda la ultranza de sus
tendencias
revolucionarias.
“Los
obreros
revolucionarios no deben negociar con los patronos”:
esta es la base de su táctica. Esta apreciación del
papel de los convenios colectivos es tan absurda y
nociva como la otra. En la guerra no se negocia con
el enemigo mientras haya esperanzas de poder
derrotarlo definitivamente. Pero cuando no se le
puede vencer, se concluye con él un armisticio. Lo
mismo sucede en la lucha de clases: el peligro no
reside en el hecho de que los representantes de los
obreros negocien con los de los patronos, sino en el
modo de negociar, en la naturaleza del armisticio
concluido y en su conducta después de firmar el
acuerdo colectivo. Si se convierte el convenio
colectivo en un fin en sí mismo, no se prepara a las
masas obreras para la lucha posterior, se llenan de
ilusiones sobre la estabilidad y permanencia del
Drizdo Losovsky
convenio colectivo. Pero si los sindicatos presentan
el convenio como un armisticio provisional y no
cesan de fomentar la lucha, el acuerdo concluido
puede ser provechoso (relativamente, es cierto) para
la clase obrera. El peligro no reside en las
negociaciones con la patronal ni en los convenios
colectivos: se trata de saber en nombre de qué se
plantean las negociaciones y cómo los sindicatos
aprovecharán la paz armada para preparar la guerra
de clases del porvenir.
12. Las bandas patronales.
La burguesía, que tanto habla del desarrollo
pacífico y de la naturaleza criminal de toda violencia
en los conflictos económicos, crea ahora
organizaciones
especiales,
compuestas
por
representantes de la clase burguesa y por
mercenarios, para luchar directamente contra los
obreros revolucionarios. Antes de la guerra, los
conflictos económicos solían concluir de manera más
o menos apacible. Había choques frecuentes con los
esquiroles; distintos grupos de obreros atacaban
violentamente a los que rompían las huelgas, pero en
su conjunto estas huelgas masivas se desarrollaban
pacíficamente, bajo la protección de las bayonetas de
la policía. La conquista más importante en el terreno
del derecho de huelga, fue el derecho de los obreros a
organizar sus propios equipos para tratar de
convencer a los esquiroles que no reanuden el
trabajo, y en general para influir moralmente en ellos.
Actualmente, en el período de postguerra, la
burguesía no aplica estos viejos esquemas jurídicos.
No hay país capitalista donde no se hayan formado
organizaciones especiales de esquiroles, compuestas
por hijos de papá y mercenarios, para sabotear las
huelgas y desorganizar a las masas obreras. En
algunos países, estas organizaciones no sólo actúan
durante la huelga, sino también después. En Italia se
han creado pequeños grupos (fasco), compuestos por
pequeños propietarios, intelectuales, burgueses,
campesinos acomodados y todo tipo de elementos
desclasados, para defender los “intereses nacionales
y particulares”, y que han atraído a sus filas a los
adversarios de la clase obrera, instaurando, con el
apoyo benévolo del Estado, un sistema de terror
blanco conocido con el nombre de “fascismo”.
La misión fundamental del fascismo consiste en la
eliminación de los dirigentes revolucionarios del
proletariado y en la desmoralización de las masas
obreras. El asesinato de centenares de obreros y de
sus líderes, la destrucción de las organizaciones
obreras, la quema de sus locales, la creación de
sindicatos amarillos paralelos, estos son los frutos de
la actividad del fascismo. El fascismo es
internacional... En España, el “somatén” asesina
sistemáticamente, con la ayuda de la policía, a los
obreros revolucionarios. Estas bandas mercenarias
penetran en las viviendas, en los bares, y asesinan
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
despiadadamente a los “militantes peligrosos”. Con
la ayuda del Gobierno se asesina en las cárceles, o
inmediatamente después de la puesta en libertad de
los obreros.
En Inglaterra, las guardias blancas (los
Voluntarios) han destruido los restaurantes populares
al servicio de los mineros en huelga. En Argentina y
Chile, el “somatén” ha quemado vivos a algunos
obreros que se negaron a delatar a los agitadores en
las huelgas económicas o políticas. En los Estados
Unidos, los bandidos de las ligas civiles, los KuKlux-Klan, participan activamente en la búsqueda de
los “mineros revoltosos” en Virginia occidental, con
los mismos métodos que antiguamente sus
predecesores daban caza a los Pieles Rojas. A los
dirigentes más combativos de los “Trabajadores
Industriales del Mundo” los embadurnan de alquitrán
y los queman; trasladan bandas de provocadores a las
zonas conflictivas, y si es necesario organizan
atentados para entregar a la justicia a los obreros que
quieren eliminar.
En Alemania existen dos tipos de organizaciones:
las sociedades secretas y las ligas de oficiales, que
tienen por objetivo la restauración de la monarquía.
Con la tolerancia del Gobierno organizan masacres
de obreros revolucionarios y de los comunistas más
combativos. El proletariado alemán cuenta con
centenares de víctimas de estas organizaciones de
asesinos... Además, existe una organización legal de
esquiroles, una Organización de ayuda técnica para
el sabotaje de las huelgas. La dirección de esta
organización tiene su sede en Berlín; al frente de ella
se encuentra un comisario nombrado por el Gobierno
y supeditado directamente al Ministerio del Interior.
La estructura de la organización es la siguiente: el
país se divide en 16 regiones, que a su vez se
subdividen en subregiones, cuyo número asciende a
más de 80. En cada localidad, la acción corre a cargo
de grupos locales, de los que existen más de un
millar y que cuentan en total con más de 170.000
miembros. Hasta el 1 de enero de 1921 ha habido
521 intervenciones de la “ayuda técnica”; en 88 casos
se trataba de centrales eléctricas, en 49 de compañías
de gas, en 34, de empresas de transporte ferroviario,
etc.
En todos los países existen organizaciones
análogas de bandas paralelas y de esquiroles: en
Francia, las “ligas cívicas”; en Hungría, los
“Vigilantes húngaros”; en Polonia, la organización
de los “Sokols”, “Boyuvki”, etc. Lo mismo sucede en
Checoslovaquia, Yugoslavia, Rumania. En todas
partes existen, junto al aparato represivo del Estado,
compañías contrarrevolucionarias de voluntarios para
luchar contra la revolución que se aproxima. Existen
además los sindicatos amarillos clásicos, que ya
funcionaban anteriormente.
Por sí solas, estas bandas no representan una
fuerza importante, pero se ven reforzadas por el
65
hecho de que en todos los países los Gobiernos las
visten, las arman y les dan dinero, de modo que
gracias a la ayuda del Estado estas organizaciones,
cuya fuerza y número de miembros son
insignificantes, ejercen una influencia considerable
en las luchas. Todas estas organizaciones de
esquiroles y asesinos que cubren actualmente la
geografía de Europa y América, deben ser destruidas
a toda costa, pues su pervivencia constituye una
amenaza para la existencia misma de las
organizaciones obreras.
¿Qué actitud deben adoptar los trabajadores y sus
sindicatos revolucionarios ante estas “guardias
blancas”? ¿Cómo combatirlas? Los sindicatos
revolucionarios no pueden permanecer indiferentes
ante esta cuestión. En Italia, la Confederación
General del Trabajo, de acuerdo con el partido
socialista, ha llegado incluso a concluir un tratado de
armisticio con los fascistas. Es un hecho que los
fascistas no han cumplido con este tratado, y los
pacifistas e idealistas de la C.G.T. y del partido
socialista italiano han demostrado de nuevo que no
han comprendido ni un ápice de las condiciones
fundamentales de la lucha social que han dado origen
a estas organizaciones de asesinos. Los dirigentes del
partido socialista y de la C.G.T. han adoptado el
punto de vista idealista: hay que contemporizar, los
crímenes de las organizaciones patronales de
devastadores provocarán fuertes reacciones en el
seno de la sociedad, el Gobierno democrático se verá
forzado a intervenir para restablecer el orden, etc.
Este punto de vista alberga un pesimismo
desesperanzado: es la filosofía del suicidio. En
ningún caso la clase obrera debe ni puede adoptar
una actitud pasiva, idealista, frente a este fenómeno
social sumamente importante. Estas organizaciones
de asesinos actúan hoy como esquiroles y criminales.
Es la guardia contrarrevolucionaria, que se agrupa y
organiza.
La burguesía internacional ha asimilado mejor
que la clase obrera las lecciones de la revolución
rusa. Los burgueses se apresuran ya a organizar su
ejército blanco, volcando en esta tarea todo el aparato
de Estado. La burguesía sabe muy bien que en la
lucha final que tendrá lugar en todos los países
triunfará el bando que esté mejor organizado y sepa
actuar con mayor rapidez y energía. Ya ahora entrena
a sus organizaciones contrarrevolucionarias, que en
sus acciones violentas actuales aprenden cómo deben
sofocar la insurrección obrera. En estas condiciones,
aferrarse a los viejos métodos de lucha durante las
huelgas,
limitarse
a
enviar
delegaciones
parlamentarias y llamamientos a la calma, como
hacen los dirigentes de los sindicatos reformistas, es
puro cretinismo. En el transcurso de los grandes
conflictos sociales, los obreros deben crear
inmediatamente sus unidades de combate en cada
localidad, sus destacamentos, sus piquetes de huelga,
66
que deben combatir enérgicamente a los empresarios
organizados y a los esquiroles. Mientras las
organizaciones obreras no hayan creado estas
unidades de combate, mientras no opongan la fuerza
de los trabajadores a la fuerza de los hilos de los
burgueses, las bandas contrarrevolucionarias
continuarán destruyendo las organizaciones obreras y
desorganizando el movimiento revolucionario. La
creación de unidades de combate de los huelguistas,
de equipos especiales para la lucha contra el sabotaje
de las huelgas, de destacamentos para luchar contra
los asesinos de la burguesía: ésta debe ser la
respuesta de las organizaciones obreras.
Las informaciones de la prensa diaria a este
respecto demuestran que en este terreno, al igual que
en otros, los patronos llevan mucha ventaja a los
obreros. Mientras que existen organizaciones
patronales de combate en todos los países, mientras
que estas organizaciones intervienen activamente en
todas las huelgas de cierta envergadura, observemos
que sólo en algunos pocos conflictos los obreros
responden adecuadamente a los golpes de los
patronos, creando unidades especiales de combate
para la lucha contra las organizaciones patronales. El
retraso en el desarrollo de estas unidades se debe
enteramente a la ideología reformista que ha
predominado hasta ahora en el movimiento sindical
de muchos países. Para un trade-unionista, para un
reformista alemán o un sindicalista francés
“razonable”, el obrero no debe recurrir a las formas
de lucha que no están previstas por la ley burguesa.
Su táctica se basa totalmente en el cumplimiento de
las leyes durante la lucha. ¡Calma, por el amor de
Dios! He aquí la consigna que se repite sin cesar en
la prensa reformista.
Evidentemente, la calma es positiva, siempre que
se trate de una calma disciplinada en las acciones
revolucionarias. La calma y la disciplina no se
oponen, al contrario, son las premisas de la lucha
revolucionaria. Y en este sentido todo obrero
revolucionario, todo militante del movimiento
sindical revolucionario, llamará siempre a los obreros
a la calma y a la disciplina. Pero, ¿qué especie de
calma predican los reformistas a los trabajadores? En
el mejor de los casos, para ellos la calma equivale a
la huelga de brazos caídos. Incluso cuando la huelga
arrastra a un gran número de obreros -los reformistas
se ven muchas veces forzados a dirigir grandes
huelgas-, incluso en este caso, el cumplimiento de la
legalidad es el principio que inspira la táctica de los
señores de Ámsterdam. Para nosotros, la legalidad no
es un fetiche. Ni los fascistas ni las demás bandas
contrarrevolucionarias están previstos en la ley
burguesa. Sin embargo, estas organizaciones ilegales
desempeñan hoy en día un papel muy importante en
las huelgas económicas. Hay que ir decididamente al
encuentro de los patronos y crear unidades obreras de
combate, no autorizadas por la ley, que ejecuten las
Drizdo Losovsky
decisiones adoptadas por las organizaciones
sindicales respectivas. Sólo la organización de
unidades de combate de los huelguistas, sólo una
actitud, muy vigilante y seria cara a estas bandas
contrarrevolucionarias de la burguesía que acaban de
entrar en escena puede ahorrarle al movimiento
obrero los continuos programas, favorecidos no
solamente por la burguesía, sino también por los
sindicatos reformistas. El I Congreso internacional de
los sindicatos revolucionarios tuvo razón, mil veces
razón, cuando a la vista de los cambios producidos en
las condiciones de la lucha social afirmó, en su
resolución, que “la organización de piquetes de
huelga especiales, de destacamentos especiales de
autodefensa” es una cuestión de vida o muerte para
la clase obrera.
13. Las organizaciones obreras de autodefensa.
Los destacamentos de huelguistas que deben crear
las organizaciones sindicales para defenderse frente a
los ataques de todo tipo de las bandas
contrarrevolucionarias y de esquiroles, han de
realizar toda una serie de tareas prácticas y concretas
en el transcurso de los conflictos sociales. Distribuir
centinelas y piquetes, como se practica en muchos
países para realizar la propaganda y la agitación entre
los esquiroles, resulta insuficiente; es necesario ir
más allá; estos piquetes de huelga deben impedir la
llegada de materias primas a la empresa durante la
huelga, o de productos manufacturados, y la salida de
mercancías fabricadas. Los empresarios intentan
desencadenar la ofensiva contra los obreros cuando
cuentan con determinadas reservas de productos o
cuando pueden asegurar la fabricación de estos
productos en otras empresas. En este terreno impera
la unidad total entre los patronos. Éstos estiman que
constituye su deber de clase ayudarse mutuamente en
la lucha, y de este modo logran muchas veces hacer
fracasar las huelgas obreras.
Inmediatamente después de la revolución de
febrero, en Rusia, los obreros adoptaron nuevas
formas de lucha frente a los patronos. Cuando
estallaban los conflictos, cuando los obreros dejaban
de trabajar, solían organizarse inmediatamente
guardias de combate de los huelguistas -que en Rusia
se denominaban “guardia roja”-, cuya tarea consistía,
por un lado, en impedir que los esquiroles penetraran
en las empresas, y por otro, que las fábricas pudieran
suministrar mercancías o satisfacer a sus clientes
gracias a las reservas existentes. Esta forma de
desarticular el aparato comercial y de impedir la
ejecución de los pedidos, las trabas puestas al envío
de mercancías encargadas a otras fábricas,
impresionaban enormemente a los patronos. Mientras
los obreros se mantengan dentro de los límites
impuestos por las numerosas leyes que protegen los
derechos de los empresarios, su lucha se desarrolla
en condiciones extremamente difíciles. Es evidente
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
que hay que utilizar todas las posibilidades legales,
hay que desplegar todos los esfuerzos para que
ningún apartado de la ley que en alguna medida
contemple los derechos de los obreros, se convierta
en papel mojado. Pero los obreros cometerían un
error muy grave si consideraran la ley como algo
intocable.
Toda la legislación contemporánea de los países
capitalistas se basa en la defensa de la propiedad
privada y en la protección de los intereses patronales.
Pero la legislación social que se ha producido durante
los últimos decenios limita parcialmente esos
derechos, en la medida que esta legislación concede
ciertos derechos a los obreros. La legislación social
es el fruto de una lucha larga y encarnizada de los
trabajadores, y sería una locura despreciar los
derechos adquiridos o de minimizar la importancia
de las posiciones conquistadas. No, no es desde este
punto de vista que hay que abordar el problema de la
aplicación inmediata de las reivindicaciones de la
clase obrera. Ésta, al mismo tiempo que se parapeta
en las posiciones conquistadas, debe ampliarse sin
cesar, rebasar sus límites.
Por supuesto no existe ninguna ley que prevea la
organización de destacamentos de combate de los
huelguistas, y no cabe duda que el corte en los
suministros a los clientes provocará una feroz
resistencia por parte de todo el aparato del Estado
burgués. Pero si en su lucha la clase obrera sólo tiene
en cuenta lo que está permitido, jamás dejará de ser
esclava, pues siempre se ha concedido a los obreros
lo que han conquistado con batallas muchas veces
duras y violentas. Por esta razón hay que enfocar
estas nuevas formas de lucha desde un punto de vista
realista. Este método comporta, sin duda, grandes
dificultades, y puede dar lugar a provocaciones; las
bandas patronales y los esquiroles pueden tender una
trampa en este terreno a los obreros; el Estado
burgués puede volcar su aparato represivo sobre los
obreros que se atreven a lesionar los intereses
sagrados de la propiedad privada. Pero no existe
ninguna forma de lucha que no pueda ser explotada
por nuestros enemigos. El que teme estos riesgos
debe adoptar el punto de vista de los reformistas y
permanecer de brazos cruzados, con lo cual
evidentemente el peligro será menor. Sin embargo,
incluso si se adopta el punto de vista de los
reformistas de no recurrir a ninguna acción ilegal,
incluso si se permanece exclusivamente dentro del
marco de la ley, la clase obrera no tendrá por ello
mayores garantías frente a las acciones ilegales de los
patronos y del Estado burgués.
Basta con examinar la situación en la
Norteamérica “democrática” para darse cuenta que
los reaccionarios no son simples charlatanes, sino
hombres de acción; no retroceden ante ninguna
medida violenta si estiman que les favorecerá en
alguna medida. La lucha social del último año, en los
67
Estados Unidos, ha conocido acciones violentas
escandalosas,
perpetradas
contra
obreros
revolucionarios. Los dirigentes de las huelgas caen
asesinados en plena calle. Se les cubre de alquitrán
para quemarlos vivos. Se los llevan desnudos a un
bosque, a centenares de kilómetros, donde son
golpeados con látigos, y todo ello es obra de las
organizaciones patronales con el apoyo de las
autoridades federales. Los juristas burgueses no
dicen, evidentemente, que estos delitos están
previstos en la ley, pero siempre que se descubren
semejantes escándalos resulta que los culpables son,
no se sabe por qué, los obreros y no sus sicarios. ¡Al
parecer, a los obreros les agrada que los cubran de
alquitrán y los quemen vivos! La justicia burguesa
reacciona de esta manera siempre que ha de examinar
asuntos en que se enfrentan los intereses de los
obreros y los patronos. Sólo la flojera espiritual de
los reformistas y el reblandecimiento cerebral pueden
explicar la teoría del cumplimiento de la ley a toda
costa, tal como la pregonan los organismos dirigentes
del movimiento sindical contemporáneo.
Los obreros revolucionarios deben despreciar el
miedo erigido en dogma, y deben proseguir su
camino luchando contra la burguesía con todos los
medios a su alcance. Para que este método sea eficaz,
es decir, para golpear al patrono en el punto más
vulnerable, el monedero, es necesaria la participación
activa de los trabajadores del transporte. Por muy
buena que sea la organización de ciertos grupos de
obreros, éstos no podrían poner en práctica el
aislamiento de la empresa o la región si los
trabajadores del transporte continúan trasladando las
mercancías. El aislamiento de la empresa es un hecho
cuando ningún trabajador del transporte lleva más
mercancías a la empresa o al lugar del conflicto. Los
peones no deben descargar los vagones, etc. Sólo
estos estrechos lazos de solidaridad entre los
sindicatos revolucionarios de los distintos ramos
permitirá hacer efectivo el aislamiento de las diversas
empresas o zonas donde luchan los huelguistas. Si
los sindicatos respectivos actúan solidariamente, los
destacamentos de combate de los huelguistas pueden
desempeñar un papel sumamente importante.
Naturalmente hay que recordar que estas unidades
son organizaciones de autodefensa y que sería muy
nocivo que estos piquetes de huelga comenzaran a
destruir máquinas a gran escala y a practicar el
sabotaje, que en opinión de los anarquistas
desempeña en la lucha un papel decisivo. Los
obreros son los herederos de la burguesía, y destruir
las máquinas significaría por su parte destruir sus
propios bienes. La idea de la destrucción de las
máquinas tiene el campo abonado donde no hay
solidaridad entre los trabajadores, pues algunos
compañeros piensan que el heroísmo individual
puede sustituir al heroísmo y al espíritu creador de
las masas. Por ejemplo, el folleto titulado Cómo
68
haremos la revolución social, de dos antiguos
anarcosindicalistas, Pataud y Pouget, se basa en la
desorganización de la producción, con medios
puramente físicos, con objeto de realizar de un golpe
la revolución social. Los sindicatos revolucionarios,
al mismo tiempo que saben apreciar el heroísmo de
los luchadores avanzados de la clase obrera, basan su
táctica en la actividad de las propias masas, en su
solidaridad y su tenacidad en el combate. Por esta
razón, los destacamentos de huelguistas sólo serán
eficaces en la medida en que estén vinculados a las
organizaciones de masas y en que actúen bajo su
control directo; y ello no es posible en el caso de las
acciones individuales.
14. El control de la producción.
La lucha económica de la clase obrera debe
gravitar en el período presente en torno al control de
la producción. Sin el control sobre las empresas es
imposible, actualmente, resolver ningún problema
planteado a la clase obrera. La cuestión del paro, el
cierre de empresas, etc., todo ello está relacionado
con el control de la producción. En este terreno no es
posible ningún compromiso, ningún intento de
encontrar una vía intermedia, de organizar un control
que sea aceptable tanto para los obreros como para
los empresarios.
¿Qué es el control de la producción? No se trata
de un control financiero formal. No se trata de crear
una comisión revisora que examine una o dos veces
al año las cuentas y circulares de la empresa. Esto no
es el control de la producción, ni su sucedáneo, sino
simplemente una caricatura de la idea misma del
control obrero. El control de la producción tiene por
objeto el sometimiento al control de los obreros de
las múltiples actividades de cada empresa: industrial,
técnica, financiera, comercial; en una palabra, hay
que someter al control estricto de los trabajadores las
múltiples y diversas facetas de la actividad
productiva contemporánea.
Pero ¿no viola este control organizado por los
obreros los intereses de la propiedad privada?
Significa la injerencia de los obreros en un terreno
que desde siempre ha pertenecido a los patronos, en
un santuario prohibido para los obreros. Sí, el control
de la producción constituye efectivamente una
injerencia de los obreros en las relaciones de derecho
privado. Pero esta injerencia se ha convertido en una
necesidad histórica y debe ser realizada en interés de
la conservación de la clase obrera. El impresionante
despilfarro de fuerzas productivas y valores que tuvo
lugar durante la guerra y que también se observa en
el momento actual, solamente llegará a su fin cuando
la clase obrera entre en contacto directo con la
producción, cuando deje de ser simplemente un
factor más de la economía e intervenga directamente
en ella, cuando deje de ser simplemente una pieza de
la maquinaria y se convierta en directora consciente
Drizdo Losovsky
del mecanismo industrial. La transformación de la
clase obrera de clase para los demás en clase para sí,
como decía Marx, sólo será posible, por supuesto,
después de la revolución social, después de la
instauración del régimen socialista. Pero el
establecimiento mismo de este régimen depende de
los resultados futuros del intento de la clase obrera de
imponer el control de la producción un control de la
economía capitalista.
La idea del control de la producción surgió hace
tiempo, mucho antes de la guerra. Durante el
conflicto bélico adquirió el derecho de ciudadanía en
lodos los países, cuando los Estados burgueses, al
servicio de los intereses de clase de la burguesía,
pasaron a controlar los distintos ramos de la
economía nacional, tratando de conservar y perpetuar
la dominación de la burguesía como clase. El
Gobierno subordinó los diferentes elementos de la
clase dominante a sus intereses generales. El control
estatal fue la idea económica predominante durante
toda la guerra. El término de ésta comportó el fin del
control estatal, la eliminación de la economía de
guerra y el libre juego de todas las fuerzas
capitalistas. Pero el libre juego de las fuerzas
capitalistas va ahora en detrimento de los intereses
particulares de la clase obrera. De ahí la idea, que
tomó cuerpo durante la guerra y sobre todo en el
transcurso de la revolución rusa, de establecer un
control obrero real y no ficticio. La idea del control
de la producción está tan extendida actualmente que
los mismos gobiernos burgueses se ven forzados a
ocuparse del asunto. Cuando a finales de 1920 los
obreros italianos ocuparon numerosas fábricas
durante varias semanas, Giolitti se pronunció a favor
del control obrero e incluso sometió al Parlamento un
proyecto de ley sobre el tema.
Se ha hablado mucho del control obrero en
Inglaterra, donde se han ocupado de él toda clase de
comisiones gubernamentales, con la participación de
las organizaciones sindicales. Se ha hablado del
control obrero en Francia, donde la Federación del
Metal ha elaborado un ridículo proyecto que da
prueba de la pobreza de espíritu de los dirigentes de
esta federación, pues en este proyecto no hay ni un
átomo de comprensión del significado del control
obrero. Sobre todo, se ha hablado del control obrero
y del control de la producción en Alemania. Sin
embargo, cosa extraña, cuanto más se hablaba del
control obrero, más inconcreto y ambiguo se hacia
este control, y ningún obrero alemán puede decir con
precisión qué es el control de la producción tan
solemnemente prometido por todos los gobiernos
republicanos de Alemania, en cuyo seno
desempeñaban un papel tan activo como destacado
los socialdemócratas y los dirigentes de los
sindicatos alemanes. En ningún país capitalista existe
el control obrero -sólo puede existir como un arma de
las masas a la hora de las acciones revolucionarias en
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
la lucha contra la burguesía, como un contrapeso
frente a la burguesía. Ningún control es posible sobre
la base de un acuerdo. Pues ¿en qué se pueden poner
de acuerdo los obreros y la burguesía? ¿En que los
obreros controlen el desarrollo industrial y la
actividad comercial de la empresa? El patrono no lo
aceptaría jamás, pues ello sería inmiscuirse en el
terreno más sacrosanto de la propiedad privada.
Por consiguiente, siempre que se hable del control
basado en un acuerdo, no puede tratarse de otra cosa
que de un control puramente formal, pues será
inofensivo para la burguesía. Es por ello que la
consigna del control de la producción o del control
obrero debe ser realizada directamente con métodos
revolucionarios. No hay que olvidar que en este
terreno la clase obrera deberá afrontar la resistencia
más feroz y decidida de la burguesía. Esta puede muy
bien iniciar una política de concesiones en torno al
problema del trabajo de las mujeres y niños, o
incluso en el de las garantías contra el paro; pero
conceder un auténtico control obrero, esto rebasa
para la burguesía los límites de lo posible. Hay que
hacer gala de una elevada dosis de ingenuidad para
esperar que se podrá instaurar el control obrero sin
que las clases dominantes se opongan ferozmente.
¿Significa esto que los obreros deben frenar su
lucha? Por supuesto que no. La clase obrera no es tan
ingenua como para esperar que la burguesía haga
concesiones voluntarias. En ningún aspecto de la
lucha de clases la victoria ha sido o es fácil para la
clase obrera. Es evidente que en el terreno del control
de la producción, las victorias serán más costosas que
en otros terrenos, pues si bien en la política existen
múltiples formas de gobernar (república, monarquía
constitucional, monarquía absoluta, etc.), en el
terreno económico domina, hasta el presente la
dictadura. La dictadura reina en las fábricas de todos
los países: en la Inglaterra constitucional, en la
América democrática, en la Francia republicana y en
la Alemania socialdemócrata.
Los reformistas gustan mucho de hablar de
democracia económica o de la instauración del
régimen republicano en las fábricas y empresas. El
conocido reformista inglés, Sydney Webb, en su
libro La Democracia industrial, desarrolló hace
tiempo la idea de las relaciones democráticas en la
producción. Pero, ¿en qué consiste la democracia en
la producción o la república en las empresas? ¿Cómo
hay que en tenderla? Si tomamos estas palabras al pie
de la letra, la verdadera república consiste en el
establecimiento del control de la producción por los
obreros y la transformación del puesto del patrono en
el de empleado técnico. En Alemania se ha llegado
hasta los límites de la democracia en este terreno, al
crearse los organismos paritarios, compuestos por un
número igual de representantes de las organizaciones
obreras y patronales. Los sindicatos alemanes han
desarrollado incluso una teoría sobre la igualdad
69
jurídica de los patronos y obreros, la llamada teoría
del derecho paritario: los obreros y los patronos son
iguales, sus organizaciones son equivalentes, y por
esto intervienen en todo en pie de igualdad. Es cierto
que están además los representantes del gobierno,
pero estos representantes, como es sabido, se sitúan
por encima de las clases para proteger los intereses
de la sociedad en su conjunto. Toda esta teoría del
derecho paritario, basada en la defensa de la
propiedad privada y en la gestión de los recursos del
país por un puñado de grandes bonzos de la industria,
sólo podía conducir, evidentemente, a una quiebra
estrepitosa. ¿Qué paridad puede existir entre los
obreros que no tienen nada y los patronos que
disponen de centenares de millones? Sólo podría
hablarse de paridad si los obreros hubieran gozado,
en lo que afecta a la gestión de las riquezas del país,
de los mismos derechos que las organizaciones
patronales y su Estado. Si la Central sindical
alemana, que es, por así decirlo, la madre de esta idea
paritaria, pudiera disponer en su calidad de
representante de todo el movimiento sindical alemán,
de las minas de hulla y las empresas metalúrgicas de
la provincia westfalo-renana en la misma medida que
los Stínnes, los Krupp y otros, si pudiera disponer
libremente de toda la industria textil de Alemania, si
faltando su consentimiento ningún banco alemán
pudiera librar ni un solo marco, entonces sí podría
hablarse de derecho paritario. Pero en estos
momentos, cuando unos disponen a su gusto de todos
los recursos existentes en el país mientras los otros
asisten a la operación como espectadores pasivos,
hablar de paridad e igualdad, hablar de democracia o
de control obrero no es más que burlarse de las
reivindicaciones elementales de la clase obrera.
La clase obrera no adelanta nada con la idea del
derecho paritario, no se sitúa en el punto de vista de
no se sabe qué democracia obrera. Aborda todo el
proceso industrial en su conjunto. El control obrero
debe ser instaurado en la práctica por los mismos
obreros, y la creación de las comisiones de control
debe efectuarse al margen de cualquier tipo de
autorización legal. La comisión de control supervisa
todo lo que sucede en el interior de la empresa y
todas las relaciones de su empresa con el exterior.
Así, al tiempo que establece el control de la
producción, la clase obrera debe ejercer también el
control financiero, que es el aspecto más difícil del
control obrero. El I Congreso de los sindicatos
revolucionarios adoptó, en relación con el tema del
control obrero, una resolución detallada cuyo sentido
queda expresado en las siguientes tesis:
“1. El control obrero es una escuela indispensable
e importante para preparar a las amplias masas
obreras para la revolución social.
2. El control obrero debe plantearse ya en todos
los países capitalistas como consigna de lucha del
movimiento sindical, y debe utilizarse enérgicamente
Drizdo Losovsky
70
para obtener la divulgación de los secretos
comerciales y financieros.
3. El control obrero debe utilizarse a gran escala
como medio de transformar los sindicatos en
organizaciones de combate de la clase obrera.
4. El control obrero debe utilizarse como medio
de reconstruir los sindicatos industriales y no
profesionales, que es un sistema anticuado y nocivo
para el movimiento obrero revolucionario.
5. El control obrero es incompatible con el
principio de paridad que propone la burguesía, la
nacionalización, etc., y opone la dictadura del
proletariado a la de la burguesía.
6. A la hora de practicar el control técnico,
financiero o mixto, y también durante la ocupación
de la empresa, es indispensable sobre todo tratar de
hacer participar a las masas proletarias más atrasadas
en la discusión de los problemas concomitantes a este
control. Al mismo tiempo, en el proceso de
realización de este control, es necesario detectar a los
obreros más activos y más capaces y prepararlos para
desempeñar un papel dirigente en la organización de
la producción.
7. Para organizar regularmente el control obrero
en la empresa es absolutamente necesario que los
sindicatos estén a la cabeza de los comités de fábrica,
y deben coordinar y combinar la actividad de los
comités de fábrica en las empresas de un mismo
ramo, con objeto de impedir así los intentos
inevitables de cultivar el patriotismo de empresa, que
pueden darse si el control de práctica de una forma
dispersa.
8. Desde el principio los sindicatos deben ayudar
a las comisiones de control a elaborar condiciones
especiales a este efecto, a debatir el problema en la
prensa diaria y desarrollar una intensa agitación a
favor del control en las empresas y fábricas, no sólo
explicando sus tareas, sino también presentando
informes sobre los resultados del control en cada
empresa y en los distintos grupos de empresas, en las
asambleas de fábricas, conferencias locales, etc.
9. Para materializar estas tareas en los sindicatos
que no adoptan la plataforma de la I.S.R. es necesario
crear un centro revolucionario único que deberá
prestar una atención particular a la lucha por la
transformación de los sindicatos corporativos en
sindicatos industriales, y al mantenimiento del
carácter revolucionario de la lucha por el control
obrero.”
Todo aquel que desee establecer un control de la
producción real y no ilusorio debe emprender la vía
indicada por el congreso internacional de los
sindicatos revolucionarios. De no ser así, no
tendremos el control de los obreros sobre la
producción, sino un refuerzo del control de la
burguesía sobre los obreros.
15. La participación de los obreros en los
beneficios.
Esta antigualla reaparece de nuevo como tabla de
salvación frente a todos los males de la sociedad. En
Francia, Inglaterra y Alemania existen proyectos para
establecer la participación de los obreros en los
beneficios, y los filántropos y reformadores sociales
piensan que de este modo podrá reconciliarse lo
irreconciliable, es decir, podrá darse satisfacción a la
clase obrera sin hacer menoscabo a los patronos.
Esta idea también ha tomado pie en determinados
círculos obreros: los que esquivan y temen la lucha,
los que consideran que la burguesía es una clase
absolutamente indispensable para la sociedad, los
que no tienen otro horizonte que un acuerdo con la
burguesía para repartir la plusvalía, todos estos
sectores atrasados de la clase obrera (y hay muchos
sectores atrasados, incluso en los países capitalistas
más avanzados), todos ellos piensan que la
participación en los beneficios es una vía de salida
del atolladero actual. Es la idea preferida de los
sindicatos católicos.
Apenas es necesario probar que esta idea no es
sino un engaño para la clase obrera. Las distintas
experiencias de participación de los obreros en los
beneficios, en diversos países, demuestran que el
único resultado de este sistema es el incremento de la
explotación de los obreros, que trabajan más
intensamente para poder aumentar su parte en los
beneficios. Habitualmente, la participación en los
beneficios no es más que la cesión a los obreros de
un porcentaje insignificante de los beneficios. En
todos los casos, estas argucias resuelven tan poco los
problemas sociales como la interminable verborrea
sobre la socialización, que está tan de moda en los
últimos tiempos. La participación de los obreros en
los beneficios presupone, ante todo, la existencia de
beneficios, es decir, el mantenimiento del régimen
capitalista, cuando la tarea de la clase obrera consiste
precisamente en suprimir las relaciones capitalistas y
en destruir la sociedad capitalista misma.
Según los social-reformistas, los burgueses
liberales y los obreros que les prestan oídos, la
plusvalía producida por la clase obrera debe seguir
siendo la base de las relaciones entre las clases; hay
que perpetuarla entregando al obrero una parte de la
plusvalía que él mismo ha producido. ¿Cómo realizar
esta saludable reforma? Este tema fue objeto de
debate de la séptima sesión de la conferencia
comercial, parlamentaria internacional, que tuvo
lugar en Lisboa, entre el 25 y el 28 de mayo de 1921,
bajo la presidencia del ministro portugués de Asuntos
Exteriores, NiIIo Barette. El ponente de la comisión,
Paul Delombre, exministro francés de Comercio,
insistía en que los industriales aceptaran
voluntariamente la participación obrera en los
beneficios, sin que interviniera el Estado y sin
otorgar a los obreros el derecho de controlar la
gestión de la empresa. Delombre declaró: La
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
participación en los beneficios es uno de los medios
más eficaces para materializar el progreso social,
pues garantiza la armonía entre el capital y el
trabajo y hace que los obreros estén interesados en
la buena marcha de la empresa.
En el transcurso del debate, el diputado Malla
(Salónica) declaró que uno de los objetivos
principales de la participación en los beneficios es el
aumento de la productividad. Malla consideró que
este sistema responde, sobre todo, a un interés
comercial y no social.
Sir Douther Randles, diputado en el Parlamento
inglés, afirmó que los sindicatos ingleses se oponían
a la participación en los beneficios y. que era muy
improbable que ésta se implante en Inglaterra a gran
escala. La participación en los beneficios, dijo, puede
considerarse como un medio práctico que puede
asegurar la colaboración del trabajo con el capital,
pero no debe ser obligatoria.
Oulir, presidente de la delegación checoslovaca,
resaltó la legislación minera de su país y dijo que los
obreros participaban en los beneficios y
desempeñaban un papel importante en la gestión de
la producción, gracias a la institución de los consejos
de empresa, de comisiones de arbitraje y de
comisiones mixtas.
El ministro Bertrand (Bélgica), Sorel (Francia) y
el miembro del Parlamento portugués, Quimermas,
advirtieron a la conferencia que no se hicieran
demasiadas ilusiones en torno a esta participación en
los beneficios.
Finalmente se adoptó la siguiente resolución:
“1. La conferencia considera que la
participación en los beneficios es recomendable
en pie de igualdad con otras medidas que
favorezcan la colaboración del trabajo con el
capital.
2. La participación en los beneficios no debe
considerarse como una magnificencia del
empresario para con los obreros, ni como una
obligación para nadie.
3. La conferencia considera que la
participación en los beneficios sólo es deseable en
el caso de que sea libremente aceptada por los
trabajadores.”
Todos los discursos sobre la participación en los
beneficios a que se libran actualmente los
socialreformistas, juristas y profesores de Francia,
Bélgica, Inglaterra y Alemania, con el único fin de
consolidar la paz social, apenas merecen comentario,
pues los objetivos interesados de estos socialreformistas burgueses son demasiado evidentes. La
postura de los sindicatos revolucionarios ante esta
teoría es clara y contundente. No se trata en absoluto
de reducir cuantitativamente la plusvalía, sino de
abolirla. Por tanto, es indispensable declarar una
guerra sin cuartel a esta trampa desvergonzada que se
tiende a la clase obrera. Los obreros deben centrar su
71
atención, no en la forma de repartir la plusvalía entre
los trabajadores y los empresarios, sino en la forma
de desembarazarse de una clase que vive
exclusivamente de la plusvalía.
En la lucha contra este invento burgués hay que
vigilar, sobre todo, la conducta de los líderes obreros.
Que la burguesía trata de engañar a la clase obrera
con una limosna ilusoria, es algo perfectamente
natural y no nos sorprende en modo alguno; pero que
entre los dirigentes de los sindicatos haya quienes se
agarran esta idea como a un ancla de salvación, es de
una hipocresía y un cinismo inauditos. Así, uno de
los dirigentes del Partido Laborista inglés, Clynes,
defendió esta idea en su discurso del 28 de junio de
este año ante el Parlamento, declarando que “la
creciente popularidad del principio de la
participación de los obreros en los beneficios no hace
sino asegurar el desarrollo pacífico de la industria,
perfeccionar la producción y fomentar el sentimiento
de equidad”. Este hecho de por sí ya basta para
demostrar hasta qué punto están arraigadas las ideas
burguesas en la mente de gran número de obreros,
hasta dónde llega la influencia de la ideología
burguesa en el proletariado. Afortunadamente para el
proletariado, la propia burguesía se encarga de
abrirles los ojos a los que son ciegos. En esta
cuestión, como en todas las demás, la lógica de la
situación obliga a los reformadores sociales y a los
políticos obreros liberales que los apoyan, a descubrir
el vacío que reina en el interior de sus principios y de
su práctica. Se pueden hacer muchos alardes de
elocuencia en torno a la participación en los
beneficios, pero sus resultados prácticos siempre
serán miserables y el obrero más atrasado, por muy
profundamente arraigado que esté en él el deseo de
que prospere la sociedad burguesa, puede comprobar
rápidamente en la práctica que la participación en los
beneficios no es para él nada más que un engaño.
Para que esta “gran reforma” diera unos mínimos
resultados tangibles, habría que repartir toda la
plusvalía entre los obreros. Pero la burguesía no
puede ni quiere intentar este tipo de reforma. Esta
idea, tan vieja como la Humanidad, que ahora surge
enmohecida de los archivos, está condenada al
fracaso. El carácter charlatanesco y demagógico de
este estrecho reparto de beneficios es demasiado
evidente; no puede ocultar el deseo de engañar a los
obreros. Es verdad que éstos están muy atrasados,
son muy ignorantes y están impregnados de muchos
prejuicios burgueses, pero la guerra y la revolución
han comportado grandes enseñanzas para la clase
obrera en su conjunto, y entre las grandes verdades
que han aprendido las masas durante estos últimos
años, la esencial es que de este reparto el proletariado
no sacará nada positivo. Por esta razón declaró
categóricamente el I Congreso internacional de los
sindicatos revolucionarios que esta forma de abusar
de los obreros debe ser sometida a una crítica severa
72
e intransigente. La consigna de los sindicatos
revolucionarios de clase debe ser: “No a la
participación en los beneficios, sí a la supresión de
los beneficios capitalistas.”
16. La militarización de las empresas.
Al mismo tiempo que promete un poco de
bienestar a los obreros, en forma de participación en
los beneficios, las clases dirigentes aplican medidas
de fuerza cada vez que estalla un conflicto serio, cada
vez que se declaran en huelga los obreros de las
empresas de servicios públicos. Uno de los
instrumentos de lucha más generalizados que se
emplean contra la acción de la clase obrera es
actualmente la militarización de ramos industriales
enteros. El gobierno burgués utiliza la militarización,
es decir, la proclamación del estado de guerra en
diversos ramos industriales, con el fin de quebrar la
solidaridad de las masas obreras. Al amparo del
estado de guerra, el gobierno detiene y encarcela a
los huelguistas, acaba rápidamente con el paro en los
engranajes fundamentales de la organización de la
economía nacional.
La militarización es un medio extremo de la
burguesía en la lucha. Suele basar todas sus
esperanzas en la militarización. Gracias a ella podrá
salvaguardarse el orden en los conflictos y volverse a
la normalidad. Las grandes esperanzas que pone la
burguesía en la militarización del trabajo se deben
ante todo al hecho de que los obreros de las empresas
militarizadas
no
oponen
una
resistencia
suficientemente enérgica al asalto de los militares. La
proclamación del estado de guerra suele producir una
fuerte impresión sicológica entre los obreros, las
detenciones atemorizan a los sectores atrasados,
entran en escena los dirigentes moderados y
comienzan entre bastidores las negociaciones con el
gobierno y, habitualmente, la huelga acaba rota.
La única manera de luchar contra la militarización
consiste en que en respuesta a la proclamación del
estado de guerra, los obreros declaran por su parte la
movilización obrera, es decir, consoliden su
organización, creen sus propios organismos de
defensa, impidan las detenciones, arrastren a la
huelga a nuevos sectores obreros y transformen cada
empresa, cada fábrica, en una fortaleza de la
revolución. La militarización sólo impresiona cuando
los obreros mismos tienen miedo. Es un hecho
característico que entre los obreros, de los que, sin
embargo, una gran parte ha pasado por la escuela de
la guerra, la militarización todavía produce una fuerte
impresión. No obstante, durante la guerra, en el
frente tuvieron que sufrir sinsabores mucho más
duros que la famosa militarización.
En todos los conflictos sociales, la fuerza del
Estado siempre se vuelca sobre los trabajadores. No
ha habido huelga en que no haya sido aplicado todo
el poder coactivo del Estado contemporáneo contra
Drizdo Losovsky
los huelguistas. En la América democrática, en la
Inglaterra liberal, en la Francia republicana, en todas
partes, desde que estalla un conflicto, se organiza
inmediatamente el aparato policial con la misión,
según se dice, de mantener el orden, pero que en
realidad trata de desorganizar la lucha de los obreros.
Recordemos la reciente huelga de los mineros
ingleses, la famosa huelga de los obreros de las
acerías y fundiciones norteamericanas, la huelga
revolucionaria del Canadá en 1920 y los conflictos
actuales en Inglaterra, Alemania e Italia: veremos
que el Estado no hace otra cosa, en resumidas
cuentas, que dedicarse a reprimir las movilizaciones
obreras.
El período de desarrollo capitalista pacífico ha
llegado a su fin; hace ya casi tres años que terminó la
guerra y de hecho Europa no deja de encontrarse en
estado de guerra. El militarismo, pese a las solemnes
promesas de los aliados, adquiere proporciones
monstruosas. Las potencias continúan armándose
hasta los dientes, y todo ello, ante todo y sobre todo,
contra los enemigos interiores. El enemigo interior es
el que lucha por ampliar sus derechos, que no acepta
la reducción de los salarios; es el proletario que no
cree en la eficacia de la colaboración de clases, es el
explotado y el oprimido que sueñan con la
emancipación. En pocas palabras, es el obrero que
por su situación dentro de la sociedad sólo puede
propagar el desorden en la organización burguesa de
la sociedad. Esto es lo que hace que el estado de
guerra y la militarización sigan campando por sus
respetos sin interrupción, y si la burguesía considera
necesario proclamar, en un momento de graves
conflictos, el estado de guerra en diferentes ramos
industriales, le basta con acentuar la represión militar
y legalizar la violencia que ejerce constantemente.
En cuanto a los sindicatos que entran ahora en una
lucha encarnecida por la defensa de los derechos
económicos elementales de las masas obreras, la
militarización exige de ellos la intensificación
constante de la combatividad y una creciente energía
a la hora de aplicar sus decisiones. Los sindicatos
deben ser muy conscientes que la burguesía no dejará
nunca de recurrir a las fuerzas de que dispone, a
saber: la policía, la justicia, el Parlamento, para
aplastar el movimiento que la amenaza. y en las
circunstancias actuales, todo movimiento económico
de cierta envergadura constituye un peligro de
máxima gravedad para las clases dominantes; por
consiguiente,
es
imprescindible
prepararse,
ideológica y organizativamente, para hacer frente a la
militarización. La puesta a punto de la organización
consiste en asegurar que los organismos creados en el
transcurso de la huelga puedan funcionar incluso en
el caso de que el gobierno detuviera a sus dirigentes;
en que el aparato que enlaza al centro dirigente con la
masa no pueda ser destruido por la agresión de la
policía; en que durante los grandes conflictos
73
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
sociales el comité de huelga sea capaz de publicar un
boletín diario; en que no puedan producirse
conversaciones y negociaciones secretas a espaldas
de las masas, como ha sucedido más de una vez;
finalmente, en que toda indisciplina por parte de los
líderes comporte su inmediata exclusión de las filas
de la clase obrera; también hay que tener previsto
que los obreros de los demás ramos de la economía
puedan incorporarse a la lucha en el momento
oportuno, para doblegar a las clases dominantes y al
Estado burgués.
En el frente de la huelga se necesita más orden y
disciplina que en el frente de la guerra. En el frente
militar, la disciplina la mantienen los tribunales
militares, mientras que en el frente revolucionario se
requiere un alto nivel de conciencia y de disciplina
obrero. La preparación ideológica de la clase obrera
para el combate consiste en desarrollar en su seno el
sentimiento de solidaridad, la conciencia de que es
necesaria una disciplina férrea, la templanza y la
sangre fría en el momento en que los patronos y el
Estado desencadenan su ofensiva.
Otra tarea de máxima importancia en estas
situaciones es la descomposición moral de las fuerzas
armadas que intervienen habitualmente en los
grandes conflictos. Es cierto que las clases
dominantes, instruidas por la experiencia, emplean
actualmente unas fuerzas armadas que son muy
difíciles de desintegrar: en Francia utilizan a los
senegaleses, en Estados Unidos se ha iniciado la
instrucción de brigadas especiales para atacar a las
revueltas obreras con gases asfixiantes; en muchos
lugares actúan las bandas contrarrevolucionarias y
los grupos de esquiroles, etc. Pero en general estos
elementos heterogéneos actúan como grupos de
choque en la ofensiva contra los obreros; si no se
puede desmoralizar a estos destacamentos hostiles, si
no se puede desorganizados con la propaganda, hay
que desintegrarlos con otros medios y centrar la
propaganda en la masa de las tropas que el gobierno
se ve forzado a movilizar en la lucha social
contemporánea.
La desagregación de las fuerzas armadas, su paso
al lado de los obreros: éstas son las condiciones
indispensables para el triunfo de la clase obrera. Este
tipo de actividad contra el Estado burgués debe ser
realizada con especial energía durante los grandes
conflictos sociales y con ocasión de los intentos del
Estado burgués de militarizar éste o aquél ramo
industrial.
17. Las magistraturas de trabajo y el arbitraje
obligatorio.
El ideal de todos los social-reformistas consiste en
crear instituciones que puedan precaver a la sociedad
contemporánea contra las huelgas. Las huelgas hacen
mucho daño a la economía nacional, de esto no cabe
la menor duda. El paro de centenares de miles y a
veces de millones de trabajadores merma, por un
lado, los ingresos de los obreros, y por otro,
desorganiza la producción y reduce los beneficios de
los empresarios. Basta con tomar el ejemplo de las
huelgas mineras en Inglaterra para ver que las
huelgas son una forma de lucha muy costosa. He aquí
algunas cifras elocuentes:
Número de
huelguistas
1916
1917
1918
1919
1920
1921 (6 meses)
62.000
280.000
371.000
906.000
1.414.000
1.154.000
Número de
jornadas
perdidas
311.000
1.097.000
1.183.000
7.441.000
17.424.000
68.000.000
Como puede observarse, desde el punto de vista
exclusivo de la producción, las huelgas son altamente
irracionales. En este sentido, social-reformistas
tienen toda la razón. ¿Cómo ahorrarle a la sociedad
contemporánea tales conmociones? ¿Qué formas
jurídicas deben adoptar las instituciones destinadas a
evitar los déficits de la economía nacional? ¿Cómo
educar, o encontrar, personas suficientemente
desinteresadas y situadas por encima de la lucha de
clases,
como
para
pronunciar
sentencias
absolutamente imparciales que puedan satisfacer a
ambos bandos contendientes? En torno a este
espinoso problema se han devanado los sesos,
durante decenas de años, todos los capitostes
socialreformistas de Europa y América, y hasta el
momento no han descubierto nada mejor que las
magistraturas de trabajo y el arbitraje obligatorio, por
la sencilla razón de que en este terreno no hay nada
que encontrar.
Durante todo el siglo XIX aparecen instituciones
de conciliación de este tipo, con formas distintas
según el grado de democracia existente en cada país:
magistraturas de trabajo, comisiones paritarias,
comisiones de arbitraje, etc. Todas estas instituciones
jurídicas, creadas en el transcurso de los últimos
decenios, tenían un único e idéntico objetivo:
resolver pacíficamente los conflictos relativos a los
salarios y las condiciones de trabajo. Unas
comisiones de arbitraje en la que estén representadas
en pie de igualdad las dos partes, y con la presencia
de un delegado del Estado, “neutral”: éste era el ideal
de todos los social-reformistas. Estas comisiones de
arbitraje obligatorio deben prohibir las huelgas y
hacer recaer sobre los elementos refractarios todo el
peso de las leyes contemporáneas. Antaño se crearon
tales comisiones de arbitraje en Nueva Zelanda y
fueron consideradas como el mayor logro del Estado
democrático. También en Inglaterra se aspiraba a
ello, y en las plataformas reivindicativas de los
sindicatos de Alemania, Austria y otros países, en el
74
período de pre-guerra, las comisiones de arbitraje
ocupaban un lugar muy destacado. Finalmente,
MilIerand, a partir del año 1900 -es decir, desde que
saboreó las delicias del poder- apresuróse también a
poner por las nubes y a proclamar la eficacia del
arbitraje obligatorio.
Como se sabe, las comisiones paritarias y el
arbitraje obligatorio tienen la misión de conciliar a
las dos partes, o en caso de ser imposible dicha
conciliación, tomar una decisión. Pero, ¿cómo
proceder si los obreros y patronos no se ponen de
acuerdo? Este problema esencial es el que
precisamente hasta el momento no se ha logrado
resolver. Represión por incumplimiento de las
disposiciones de los tribunales de arbitraje,
procesamientos,
responsabilidades
de
las
organizaciones y de sus miembros, multas..., así se
aplican las sentencias falladas por los distintos
tribunales de arbitraje. Pero los sindicatos, incluso
los más reformistas, no se ven muy inclinados a
someterse a la fuerza coactiva de los tribunales de
arbitraje, presididos por un representante del Estado
pretendidamente “neutral”, pues la experiencia
demuestra a este respecto que cuando los obreros
están bien organizados, unidos y rebosantes de
espíritu revolucionario, el representante neutral busca
un compromiso para reducir las pérdidas de los
empresarios y en la mayoría de los casos incluso
toma abiertamente partido a favor de los patronos
contra los obreros.
La prolija experiencia acumulada por las
instituciones de esta especie prueba que es
absolutamente imposible crear tribunales de arbitraje
ideales, y ello no se debe en modo alguno a la mala
fe de las personas que los componen, sino al hecho
de que no existen personas totalmente independientes
de la ideología de alguna clase social. Esta es la
razón por la cual las magistraturas de trabajo, cuya
misión consiste en dictar una justicia “no clasista”, se
ven condenadas al ostracismo. Actualmente tenemos
en Alemania un buen ejemplo de este tipo de
tribunales de arbitraje. A tenor de lo que dicen los
jefes de los sindicatos, Alemania no sólo es el país
más democrático, sino el más social-democrático del
mundo. Los sindicatos desempeñan allí un papel muy
importante; sus representantes forman parte del
gobierno. Ellos mismos se consideran -y es más, todo
el mundo los considera- como los pilares de la
Alemania republicana de nuestros días, lo que hace
que aquellos organismos puedan alcanzar un grado
de perfección casi total. Sin embargo, los tribunales
existentes no son ni mucho menos satisfactorios; en
estos momentos se está elaborando un nuevo
proyecto de ley relativo a los tribunales de arbitraje,
y este nuevo proyecto presenta tales características
que el moderadísimo Umbricht mismo se ve forzado
a constatar, en el órgano oficial, y no menos
moderado, de la Central sindical alemana, el
Drizdo Losovsky
Korrespondezblatt, que los representantes obreros en
el Consejo económico del Reich, al adoptar este
proyecto han tomado una posición contraria a los
intereses de los sindicatos. Resulta curioso ver cómo
esos reformistas empedernidos que son los
representantes sindicales delegados al efecto por la
organización oficial, suscriben unos proyectos que ni
siquiera la organización reformista que los ha
designado puede digerir. Pero es un hecho muy
característico de la situación. No hay nada que
demuestre mejor cómo influyen los sindicatos
actuales en el Estado burgués, de qué manera no
luchan por los intereses de los obreros sino cuando se
integran en las instituciones colegiadas o paritarias
creadas por la burguesía. Toda la prensa sindical,
hasta el Mitteilungsblatt des allgemeinen freien
Angestelltenbundes (órgano de la Federación de
empleados), protesta a coro y con toda energía contra
este proyecto de ley, sacándole defectos que no son
solamente jurídicos. El proyecto del gobierno trata de
imponer que las decisiones pronunciadas se basen en
la ley y no en la costumbre, y el órgano de extrema
derecha de los empleados tiene razón cuando señala
que en consecuencia todos los convenios colectivos,
que representan un vasto campo del derecho
consuetudinario, quedan relegados a un segundo
plano, pues los tribunales de arbitraje deberán
pronunciar sus fallos basándose exclusivamente en
las leyes vigentes.
Todos estos matices jurídicos -y hay muchos en el
nuevo proyecto de ley sobre los tribunales de
arbitraje- tienen en Alemania una base social. Nadie
puede elaborar una ley ideal capaz de establecer una
especie de equilibrio ideal entre las clases. El
problema se complica particularmente al plantearse
el arbitraje obligatorio para los obreros y empleados
de las empresas de servicios públicos, como los
transportes, el gas, la electricidad, etc. Puesto que la
noción de “empresas de servicios públicos” es
extremadamente vaga, puede aplicarse a cualquiera
de los ramos industriales fundamentales: el
transporte, telégrafo, teléfono, gas, electricidad,
extracción minera industria alimenticia toda clase de
servicios públicos municipales, etc.
No negamos que las huelgas en las empresas de
servicios públicos son todavía más onerosas para
ambas partes que las huelgas de empresas privadas.
Pero la clase obrera no tiene otra salida, no tiene otra
forma de lucha para defender sus derechos
elementales y mejorar su posición y cada huelga que
gana compensa a los obreros los esfuerzos realizados
y los salarios perdidos. Durante la última huelga de
los mineros ingleses, el presidente de la Internacional
de Ámsterdam, dirigente de los ferroviarios ingleses,
Thomas, declaró: “Poco importa quién triunfe en este
conflicto; es la nación la que perderá. La nación,
como se sabe, se compone de obreros y patronos; los
obreros triunfaron en la huelga, ¿cómo entonces
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
puede haber perdido toda la nación? Pues los
instrumentos y medios de producción no son
propiedad de todo el pueblo, sino que pertenecen a
una ínfima parte de este pueblo. ¿Qué habrían
perdido los mineros si hubieran logrado mantener sus
antiguas condiciones de trabajo? Thomas, que se
sitúa en el punto de vista de los intereses de esa
concepción metafísica que es “la nación” y no de los
de la clase obrera, se pronuncia por ese mismo hecho
en contra de los intereses de los obreros.
¿Qué postura deben adoptar los sindicatos
revolucionarios ante los tribunales de arbitraje, el
arbitraje obligatorio, las comisiones paritarias y las
diversas instituciones que se proponen resolver
pacíficamente todo tipo de conflictos? Ante todo
debemos oponernos categórica y enérgicamente a
todo intento de otorgar un carácter obligatorio a sus
decisiones. Sin boicotear las instituciones creadas por
el Estado burgués, hay que saber demostrar en la
práctica a los obreros, cada vez que se da un caso en
una de estas instituciones, qué significa el sistema
paritario y la neutralidad del representante
gubernamental. Las comisiones paritarias, los
tribunales de arbitraje y las magistraturas de trabajo
sólo pueden desempeñar un papel importante si la
clase obrera actúa solidariamente, si puede apoyar
sus reivindicaciones revolucionarias en la acción de
masas y obligar a sus representantes en estas
instituciones a aplicar su política revolucionaria. Los
sindicatos deben combatir resueltamente la ilusión de
que es posible crear tribunales de arbitraje y
magistraturas de trabajo perfectos, deben luchar
contra la idea de que se puede lograr el equilibrio
social y resolver las contradicciones esenciales de la
sociedad contemporánea con simples palabrerías
jurídicas.
18. La política fiscal.
No hay nada que caracterice mejor la sociedad
contemporánea que la política fiscal. Basta con
analizar las relaciones existentes entre los impuestos
directos e indirectos, las tasas impositivas aplicadas a
la agricultura, la industria y las operaciones
financieras, para determinar con precisión la
naturaleza del régimen imperante y el peso de los
distintos sectores de la burguesía en el Estado. Si la
política fiscal de los países capitalistas consistía
antaño en descargar todo el peso de los gastos sobre
las espaldas de los trabajadores, después de la guerra
esta política no ha cambiado en lo esencial, aunque
ha adoptado otras formas, de acuerdo con las nuevas
condiciones en que vive actualmente la humanidad
arruinada.
Europa ha surgido agotada del conflicto bélico,
los miles de millones consumidos por la guerra se
han concentrado en las manos de un pequeño grupo
de industriales y bonzos financieros. El
endeudamiento se ha multiplicado por diez y por
75
cien, y toda la sabiduría se reduce a buscar la forma
de restablecer el equilibrio financiero. Con objeto de
resolver todas estas dificultades se convocó a finales
del año pasado, en Bruselas, una conferencia
especial, con la misión de encontrar la manera de
cubrir los enormes gastos de cada nación. Doscientos
cincuenta científicos y políticos se devanaron los
sesos en torno al problema y no dieron con ninguna
solución. El malestar financiero también afecta a la
Internacional de Ámsterdam, puesta ésta votó en su
congreso de Londres (noviembre de 1920)), tras el
informe de Jouhaux, una resolución especial relativa
a la estabilización del cambio de divisas y a las
reformas financieras. Pero ni las resoluciones de
Londres ni las de Ámsterdam han reducido ni un
ápice el endeudamiento general; cada Estado se ve
forzado a buscar sus propios medios para cubrir su
presupuesto y equilibrar finanzas.
Si se analizan minuciosamente las medidas
financieras adoptadas últimamente en Alemania,
Inglaterra, Francia, se observará, en definitiva que se
reducen a crear nuevos impuestos que gravan sobre
todo los productos de primera necesidad puesto que
para salvar las finanzas hay que exigir siempre
nuevos sacrificios a los más amplios sectores de la
población. y como siempre, también en este caso se
establece esa “beneficiosa” división del trabajo que
caracteriza la sociedad contemporánea: algunas
decenas de millares de magnates se han embolsado
los miles de millones gastados, y ahora le toca al
pueblo explotado llenar las lagunas del déficit. Unos
acaparan los recursos reales, los otros pagan las
deudas. ¡A cada uno lo suyo!
Mientras que Inglaterra estableció, para estos
últimos años un impuesto especial sobre las rentas -a
algunos beneficios de guerra podía aplicarse una tasa
de hasta el 50 por 100-, Francia se cuida mucho de
poner la mano sobre los beneficios de guerra, pues,
¿acaso la guerra no tiene por objetivo el
enriquecimiento de la camarilla capitalista? Francia,
guardiana de las tradiciones de la Gran Revolución,
de la democracia, etc., no puede atentar contra los
principios “sagrados” de la propiedad privada y, por
consiguiente, se cuida mucho de hacer recaer sobre la
clase dominante el peso de los gastos militares,
dedicándose a exprimir cada vez más a las amplias
masas populares para cubrir el presupuesto,
Aumentan los impuestos indirectos, y con ellos el
coste de la vida. No queriendo violar el tabernáculo
del santuario de la Francia contemporánea -la Banca
y la Bolsa-, dejando intacta el alma de Francia -la
renta-, la Cámara votó, en 1919, un impuesto sobre
los salarios. En las poblaciones de alrededor de
10.000 habitantes los obreros pagan impuestos a
partir de un salario de 2.000 francos, mientras que los
capitalistas (con tres hijos) sólo pagan a partir de
unos ingresos de 8.000 francos. En las ciudades de
más de 10.000 habitantes, los obreros pagan 20
76
francos de impuestos por un salario de 3.300 francos,
y los capitalistas pagan la misma suma por unos
ingresos de 10.000 francos. El impuesto es
descontado al pagar las pensiones a los inválidos o a
las familias de los soldados muertos en la guerra, y al
pagar los salarios a los obreros. La burguesía
alemana, presionada por la Entente, impone a los
obreros unas cargas inauditas. Para cubrir los gastos
y pagar la contribución a los usureros franceses e
ingleses, en Alemania no sólo se gravan los
productos de primera necesidad, sino también los
salarios.
Así, con el fin de restablecer el equilibrio
financiero de Francia e Inglaterra, los obreros
alemanes han de sufrir una merma de sus salarios,
que alcanza hasta el 10 por 100. Y para que el obrero
alemán no pueda escamotear esta contribución, es el
capitalista el que retiene el importe, en el momento
de pagar el salario. Todo súbdito alemán no
capitalista tiene un carnet especial donde el agente
capitalista coloca un sello por cada importe deducido.
En Checoslovaquia se ha establecido un impuesto
directo sobre los salarios a partir de 6.000 coronas
anuales, se han aumentado los impuestos indirectos
sobre los bienes de primera necesidad; hasta se ha
creado un impuesto especial sobre todas las
operaciones de compraventa de mercancías, lo que
incrementa notablemente el precio de los productos,
etc. De este modo se atacan los salarios desde dos
flancos al mismo tiempo: del lado capitalista en plena
ofensiva y del lado del Estado “neutral”.
En suma, las masas obreras se ven obligadas a
pagar con sus recursos extremamente precarios por
una guerra por la que ya han pagado con sus
sufrimientos y su sangre. Esta política fiscal
practicada con un cinismo increíble por los países
capitalistas no encuentra una resistencia suficiente
por parte de los sindicatos. Es cierto que se han
registrado diversas protestas, como por ejemplo en
Alemania. Pero es un hecho que cuando los obreros
metalúrgicos de Stuttgart se declararon en huelga
reivindicando la supresión del impuesto sobre los
salarios, los demás ramos no los apoyaron y los
sindicatos no movieron un dedo. Actuando de esta
manera, los sindicatos alemanes han aprobado
implícitamente la promulgación de la ley de
impuestos sobre los salarios y han contribuido a sacar
los últimos céntimos del bolsillo de los trabajadores.
A finales de septiembre, la C.G.T. francesa lanzó
una proclama en torno a los incidentes “lamentables
acaecidos con motivo de las aplicaciones de la ley de
impuestos sobre los salarios”. La proclama protesta
contra “el inventario de bienes pertenecientes a
quienes no pagan los impuestos”, exige un cambio
radical de la política fiscal, se rebela contra las
instrucciones ilegales, exige el sobreseimiento de las
causas seguidas contra los obreros y propone a todos
los sindicatos desarrollar una campaña de agitación
Drizdo Losovsky
con mítines, llamamientos, carteles, etc. Todo se
reduce a protestas verbales y a resoluciones sobre el
papel. La C.G.T. no tuvo la osadía de llamar a los
obreros a no pagar los impuestos, cosa que hicieron
los consejeros municipales de “Poplar”, en Londres,
que querían presionar directamente sobre el gobierno
en relación al problema del paro. Quién podía
imaginar que los sindicatos caerían tan bajo para no
ponerse a la cabeza de la protesta contra el impuesto
sobre los salarios. En este caso concreto nos
encontramos con una negativa rotunda a defender los
derechos elementales de los obreros y una traición
monstruosa por parte de la fracción dirigente de los
sindicatos actuales. En este terreno, como en todos
los demás, los sindicatos reformistas renuncian a
luchar por los intereses elementales de la clase
obrera. Ni siquiera analizan estos problemas en toda
su profundidad. En efecto, si observamos todas las
acciones de la C.G.T. francesa, de la Central sindical
alemana y de otras centrales sindicales, nos daremos
cuenta que las cuestiones de política fiscal les son
bastante indiferentes. ¡Es natural que los ciudadanos
paguen, y los obreros, como es sabido, son
ciudadanos! De este modo se resuelve de un plumazo
la política fiscal. En el mejor de los casos no se nos
ofrecen más que resoluciones de protesta. Sí, los
“jefes” sindicales se interesan por la estabilización
del cambio de divisas, por la revalorización del
marco y del franco, pero no se les ocurre la idea de
hacer cargar a las clases dominantes con el peso de
los impuestos. Y este hecho revela enteramente la
influencia burguesa que ejercen los Estados
modernos sobre la clase obrera y sus dirigentes.
En el terreno de la política fiscal, la postura de los
sindicatos revolucionarios es muy clara. Ante todo:
¡Fuera los impuestos indirectos! Los obreros deben
oponer a los impuestos indirectos de todo tipo,
empezando por el impuesto sobre las cerillas, el
petróleo, etc., y terminando por el impuesto sobre el
azúcar y otros productos, una resistencia decidida y
revolucionaria. Sin embargo, los impuestos
indirectos constituyen la base el cimiento mismo de
toda la política financiera de los Estados, tanto de los
grandes como de los pequeños. El impuesto sobre los
productos alimenticios, sobre los bienes de primera
necesidad, reduce de facto los salarios, al privar a los
trabajadores de una parte de su dinero para comprar
los productos más indispensables. ¡Es la burguesía
quien debe financiar el estado burgués! Son las
mismas clases dirigentes quienes deben desembolsar
el dinero para el mantenimiento del aparato que
ejecuta su voluntad. El impuesto sobre el comercio,
la industria, los bancos, sobre las rentas de todo tipo
obtenidas gracias a la explotación de los obreros, ésta
debe ser la base de toda política fiscal. Esto no es en
modo alguno una consigna abstracta, es un problema
práctico que debe resolverse en la práctica, en la
lucha cotidiana de las masas obreras. Cuanto menos
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
se interesen los obreros por el problema de los
impuestos, cuanto menor atención presten al régimen
fiscal, tanto más disminuirán sus salarios, sin que
sepan cómo, a causa del incremento de los impuestos
indirectos.
No cabe duda que la clase capitalista tiene todo
menos simpatía por esta política. Cargar todo el peso
de los impuestos sobre las clases dominantes, esto es
bolchevismo militante. Y toda la prensa democrática
y burguesa sin excepción pondrá el grito en el cielo,
hablará de inquisición fiscal, de violación de los
principios democráticos, etc. Sin embargo, la política
fiscal sólo puede ser una de dos: o burguesa o
proletaria. La política fiscal practicada actualmente
por todos los Estados es una política burguesa. Los
sindicatos carecen de una política fiscal y sufren
pasivamente los efectos directos de la que aplica la
burguesía. Esto salta a la vista sobre todo tras el
establecimiento del nuevo impuesto sobre los
salarios. Las protestas de un sector de obreros
revolucionarios son sofocadas por los sindicatos
reformistas. La burguesía, envalentonada por este
acuerdo tácito y esta pasividad, continúa
exprimiendo a las masas, no sólo por medio del
impuesto sobre los salarios, sino también a través del
impuesto sobre los bienes de primera necesidad. El
exprimidor fiscal sigue en marcha, la situación de los
obreros es cada vez más precaria.
No hay que hacerse ninguna ilusión sobre las
posibilidades de una política proletaria en la sociedad
burguesa. Mientras la burguesía esté en el poder,
mientras pueda disponer de todo el aparato del
Estado (tribunales, policía, etc.), continuará
practicando la política fiscal que le favorece. Por
consiguiente, no se trata en absoluto de imponer
inmediatamente la política fiscal proletaria en todos
los países; ante todo se trata de unir a la clase obrera
en este terreno, de arrebatar a la burguesía una
posición tras otra, de obligarla a gravar a
determinados sectores de la clase dominante, a
revelar el papel de la política impositiva en el
conjunto de relaciones sociales, de hacer que cada
obrero descubra el lazo existente entre los diversos
sistemas de política fiscal y la estructura de clase del
Estado contemporáneo. Esta educación de los
obreros en torno al rechazo de pagar los impuestos
puede y debe realizarse en el transcurso de la lucha
contra el impuesto sobre el salario. Y si las amplias
masas obreras no comprenden de buenas a primeras
el mecanismo del impuesto indirecto y las profundas
relaciones existentes entre sus salarios y los
impuestos sobre los bienes de primera necesidad, no
cabe duda que cuando se trate del impuesto sobre los
salarios, cuando todas las semanas o todos los quince
días se produzca una reducción de la paga en
beneficio del Estado, todo obrero atrasado, reformista
o incluso patriota, se dará cuenta de la necesidad
imperiosa de luchar contra semejante política fiscal.
77
Por tanto, los obreros revolucionarios deben
oponer a la política fiscal en general, y a sus nuevas
formas en particular, una resistencia decidida y
organizada. Deben agrupar en torno a esta cuestión al
máximo de obreros, independientemente de sus
opiniones políticas, teniendo siempre presente que
una política fiscal proletaria sólo será posible
después del derrocamiento de la burguesía.
19. Las reformas y la revolución.
La clase obrera lucha siempre. En los períodos
revolucionarios la lucha toma la forma de guerra civil
y de enfrentamientos directos entre el capital y el
trabajo; en las épocas de desarrollo orgánico, la lucha
no se interrumpe, pero adopta formas distintas. La
clase obrera y sus organizaciones sufren la influencia
y presión continuas de las clases dominantes, del
Estado burgués. La burguesía trata de vencer
ideológicamente a la clase obrera, pues su
predominio no sólo reposa en su fuerza material, sino
sobre todo en la ideología que logra inculcar a la
clase obrera. El conjunto de fuerzas materiales y
morales de la sociedad capitalista moderna se
concentra en un mismo objetivo: transformar a la
clase obrera en una máquina productora de plusvalía.
Las reformas sociales dependen de la relación de
fuerzas entre las clases enfrentadas. La legislación
social de cada país es un resultado directo de la
fuerza de la clase obrera, de la presión que ejerce y
de su capacidad de defender sus conquistas. La
fuerza de las organizaciones obreras no se expresa
tanto por el voto de una ley social, sino más bien por
el valor práctico de las reformas sociales aceptadas
por los cuerpos legislativos; las reformas constituyen
un subproducto de la lucha revolucionaria.
¿Qué relación guardan estas conquistas aisladas
con la lucha general de la clase obrera? ¿Cómo se
combinan las reformas sociales obtenidas, por un
lado y la supresión de la explotación en general, por
otro? En el movimiento obrero aparecen dos
respuestas extremas a estas preguntas: por un lado, la
mayoría de los dirigentes sindicales consideran que
las reformas sociales son el objetivo que persiguen
las organizaciones obreras con su actividad; conciben
la sociedad socialista como la resultante del
desarrollo gradual de las reformas sociales y de la
transición lenta hacia formas superiores de
organización social. Para ellos, las conquistas
concretas, al ampliarse paulatinamente, transforman
de arriba abajo la estructura de la sociedad. De esta
manera, el desarrollo de las reformas sociales
comporta la desaparición del sistema capitalista y la
implantación de la armonía entre las clases. Las
reformas sociales le ahorrarán a la sociedad la
indeseable lucha de clases. Esta teoría antirevolucionaria es la que fundamenta la actividad de
todos los grupos de derecha del movimiento obrero.
Para ellos, la lucha de los obreros ha de limitarse
78
exclusivamente a los problemas cotidianos de
carácter inmediato. Las cuestiones globales, de clase,
como la sustitución de una clase por otra, la
supresión del sistema capitalista, les preocupan muy
poco sólo se ocupan de los asuntos prácticos,
cotidianos, como la duración de la jornada de trabajo,
los salarios, la seguridad social: esto es todo. La
revolución les parece totalmente perjudicial y de
todos modos, imposible. Sueñan con un paso gradual
de la “democracia” burguesa al socialismo.
Los teóricos del reformismo y sus defensores
prácticos se consideran muy realistas, pues sólo
luchan por los problemas a ras de tierra, no se
plantean ningún objetivo “irrealizable” o “utópico”.
Pero en realidad esta teoría es la mayor utopía de
todos los tiempos. En efecto, la experiencia
desmiente cada día, despiadadamente, esta teoría de
la armonía entre las clases y de la evolución pacífica.
No hay más que observar un momento la ofensiva
desencadenada actualmente por el capitalismo en el
mundo entero, para convencerse de que la teoría del
valor absoluto de las reformas sociales no es más que
una triste ironía para la clase obrera.
Así, tenemos de un lado la afirmación de que las
reformas lo son todo. Por otro lado, existe la opinión
diametralmente opuesta, según la cual las reformas
sociales perjudican a todas luces los intereses
primordiales de la clase obrera. Este es el punto de
vista de los anarquistas. Dicen: “Cuanto más amplias
y profundas son las reformas sociales, tanto más se
modera el proletariado, tantas más posibilidades tiene
la burguesía de integrarlo en su sistema. Ni la
reducción de la jornada de trabajo, ni la seguridad
social, ni las demás reformas pueden resolver el
problema principal. Por tanto, a fin de cuentas las
reformas carecen de interés para la clase obrera. Esta
debe fijarse exclusivamente en el cambio radical, en
la revolución social, dando la espalda a las reformas
sociales, que, por muchas que haya, no podrán en
modo alguno resolver el problema fundamental.”
Esta es, sumariamente, la teoría negativa de los
anarquistas y algunos anarcosindicalistas.
No cabe duda que las reformas sociales no pueden
dar solución a las contradicciones principales de la
sociedad contemporánea. Pero esta actitud de
negación absoluta de las reformas sociales no resiste
un examen crítico. En efecto, basta con analizar el
desarrollo del movimiento obrero moderno en todos
los países para darse cuenta inmediatamente del
enorme papel que han desempeñado estas conquistas
sucesivas en los duros combates de la clase obrera.
Sin embargo, es precisamente esto lo que los
anarquistas consideran un señuelo de los capitalistas,
como una trampa de largo alcance tendida por las
clases dominantes. Pero no existe una sola reforma
social, un sólo proyecto de ley más o menos
favorable a los derechos de los trabajadores que
hayan sido aceptados por las buenas por los
Drizdo Losovsky
parlamentos, por razones altruistas; todos han sido
votados bajo la presión de la clase obrera. Por tanto,
toda reforma social arrancada representa una
conquista de los obreros frente a la burguesía, en el
transcurso de la lucha de cada día. Afirmar que la
ocupación de una trinchera no influye para nada en la
marcha posterior de la ofensiva, sería absolutamente
falso y estaría en evidente contradicción con las
experiencias de lucha acumuladas en todos los
países. Veamos, por ejemplo, la reducción de la
jornada de trabajo, la inspección de fábricas, la
protección del trabajo; todo ello se estableció bajo la
presión inmediata de las necesidades, bajo la
influencia de la acción revolucionaria de las masas o
de los temores suscitados por el anuncio de esta
acción. Pero esto no cambia en nada la naturaleza de
estas reformas. Ni la negación anarquista de las
conquistas parciales, ni el énfasis que ponen los
reformistas, que absolutizan las reformas, pueden
servir de orientación a los sindicatos revolucionarios.
Ambas fórmulas -”las reformas sociales lo son todo”
y “las reformas sociales no son nada”- son
inaceptables. Son metafísicas, abstractas, no parten
de la realidad. En su lucha, la clase obrera debe
batallar por ampliar las reformas sociales, sin olvidar
al mismo tiempo su gran objetivo final.
La cuestión se reduce a esto: ¿puede la clase
obrera tomar en sus manos el proceso productivo por
medio
de
reformas
sociales
específicas,
pacíficamente, sin golpes bruscos, o comporta la
conquista del poder político y económico una lucha
de clases encarnizada y abierta, es decir, la guerra
civil? La experiencia de largos años de lucha
demuestra que no hay ningún motivo para creer en la
posibilidad de un paso pacífico del capitalismo al
socialismo; que la revolución es la única arma de la
clase obrera para apropiarse efectivamente la
economía del país. La revolución social no niega las
reformas sociales. No se trata de despreciar y tratar a
la ligera, corno hacen los anarquistas, estas reformas
sociales, sino de utilizarlas en la lucha de conjunto,
de manera que cada paso adelante que dé la clase
obrera se consolide y se convierta en trampolín para
la prosecución de la lucha. La lucha económica
actual de la clase obrera debe tomar esta táctica como
punto de partida.
Los conflictos parciales que estallan aquí y allá en
torno a la reducción de salarios, a la ampliación de la
jornada de trabajo, al establecimiento de ese paliativo
que es el control obrero, todos estos conflictos
particulares no deben ser ajenos al proceso de toma
de conciencia de la clase obrera. Deben combinarse
con él. Toda acción parcial, todo conflicto puntual
deben ser esclarecidos a la luz de los intereses
generales de la clase obrera. Cada palmo de terreno
arrancado a la burguesía, cada fracaso de una
ofensiva parcial del capital (seguro de desempleo,
etc.), cada avance práctico, en lugar de retener a las
79
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
organizaciones
obreras
en
las
posiciones
conquistadas, deben incitarlas a proseguir con mayor
decisión hacia el objetivo fundamental: el
derrocamiento del capitalismo. La estupidez y el
carácter antiobrero de la teoría reformista consiste
precisamente en que su principio máximo formula la
posibilidad de crear, en el marco de la sociedad
capitalista, unas condiciones de existencia ideales
para la clase obrera, y de pasar por alto la revolución
para construir una sociedad nueva. Los sindicatos y
organizaciones prisioneros de este principio jamás
podrán estar a la altura de la aguda lucha que se libra
actualmente, en el mundo entero, en todo el frente
económico. La utopía de la legalidad es la peor
enfermedad del movimiento sindical contemporáneo.
La relación existente entre la lucha cotidiana de la
clase obrera por mejorar sus condiciones de vida y
sus tareas históricas de clase, queda claramente
expuesta en la última parte de nuestro Programa de
acción:
“Los sindicatos revolucionarios que luchan por
la mejora de las condiciones de trabajo, la
elevación del nivel de vida de las masas, el
establecimiento del control obrero, deben tener
siempre presente que en el marco de las relaciones
capitalistas no pueden resolverse todos estos
problemas; al tiempo que arrancan una concesión
después de otra a las clases dominantes, que las
obligan a aplicar la legislación social deben
confrontar a las masas obreras con el hecho de
que sólo el derrocamiento del capitalismo y la
instauración de la dictadura del proletariado
pueden resolver la cuestión social. Ninguna
acción parcial, ninguna huelga parcial ni el menor
conflicto deben pasar sin dejar sus huellas en este
sentido. Los sindicatos revolucionarios deben
generalizar estos conflictos, infundiendo a todos
los obreros la conciencia de que la revolución
social y la dictadura del proletariado son
necesarias e ineluctables.”
Si abordamos todos estos conflictos, todas estas
manifestaciones de la dura batalla que se desarrolla
ante nuestros ojos, desde el punto de vista del
socialismo, de la revolución social y de la dictadura
del proletariado; si enfocamos desde este punto de
vista las reformas y las concesiones parciales
arrancadas al capitalismo, podremos obtener el
máximo fruto de la energía desplegada por la clase
obrera durante la lucha. En sus combates cotidianos,
los sindicatos revolucionarios conquistan paso a paso
nuevas posiciones, se fortifican en ellas para lanzarse
acto seguido a la batalla revolucionaria. Sólo una
táctica que se basa en una concepción así de la
relación existente entre las reformas y la revolución
es verdaderamente revolucionaria, pues por un lado
se apoya en la comprobación de la fuerza real de las
clases, y por otra, en la utilización de todos los
instrumentos de lucha, hasta los más insignificantes,
contra nuestro enemigo de clase.
20. La unidad del frente revolucionario.
La unidad de la clase obrera es condición
indispensable para su triunfo sobre la burguesía. Pero
de ello no se deduce que cualquier unidad, en
cualquier circunstancia y lugar, le sea beneficiosa. En
efecto, en el transcurso de su lucha la clase obrera ha
creado organizaciones diferentes: políticas, sindicales
y cooperativas. Estos tres tipos de organización
responden a los múltiples y variados intereses de
nuestra clase; a esto hay que añadir que estas
organizaciones presentan características particulares
en cada país. En ninguna parte la clase obrera ha
creado una única organización: al contrario, en todas
partes hay sindicatos moderados, sindicatos
revolucionarios y también sindicatos cristianos y
liberales.
La heterogeneidad de la clase obrera, los distintos
grados de su desarrollo se expresan a través de la
creación de diferentes organizaciones, que compiten
entre sí y que luchan por aumentar su influencia en el
seno del proletariado. En Estados Unidos, por
ejemplo, tenemos la American Federation of Labor
que es manifiestamente antisocialista, hasta el punto
que la Internacional de Ámsterdam le parece
demasiado revolucionaria. En Alemania, junto a los
sindicatos reformistas socialdemócratas, existen
sindicatos cristianos qué engloban a dos millones de
trabajadores. En Francia, la mayoría de la C.G.T. es
reformista y la minoría, revolucionaria. En ningún
país del mundo hay unidad ideológica, unidad de
criterio, unidad de proyectos. La unidad de acción
sólo es posible cuando existe la unidad en la
comprensión de las tareas de la clase obrera e
identidad de criterios sobre las formas de lucha a
adoptar. ¿Es posible la unidad de acción cuando una
parte de los sindicatos está a favor de las formas de
lucha revolucionarias y la otra preconiza la
reconciliación con la burguesía? ¿Si unos buscan la
salvación en la Sociedad de Naciones y los otros en
la lucha contra esta? ¿Si unos basan su actividad en
la colaboración de clases y los otros en la lucha
revolucionaria de clases? En semejantes condiciones
es difícil forjar la unidad deseada, incluso si los
obreros de las distintas tendencias forman parte de la
misma organización. Pero entonces intervienen los
incrédulos y preguntan: “La unidad de la clase
obrera, ¿es un medio o un fin?” El fin es el
socialismo, la unidad no es sino el mejor de los
medios para realizar este fin, y nosotros estamos a
favor de esta unidad en la medida que aproxime al
proletariado a la meta del socialismo.
Esto no quiere decir que hay que fraccionar y
disolver los sindicatos existentes; se trata de
conquistarlos, de elevar la conciencia de las masas,
de arrastrar a los obreros a la lucha y de crear sobre
esta base la unidad proletaria. La clase obrera tiene el
80
máximo interés en que se forme un frente único, si
quiere vencer a la burguesía. En efecto: ¿en qué
consiste la fuerza de la burguesía? En su unidad: sus
organizaciones políticas, económicas y estatales
actúan siempre en el mismo frente, contra los
obreros. En cambio, enfrente suyo la clase obrera
siempre está dispersada, sin coordinar sus acciones y,
por consiguiente, es sistemáticamente derrotada por
la burguesía.
Por mucho que deploremos esta falta de unidad,
nuestras quejas no arreglan nada. Hay que tener en
cuenta la realidad, actuar en la lucha en función de la
relación de fuerzas existente, comprender todas las
causas de esta dispersión de las organizaciones
obreras. Los obreros revolucionarios aspiran siempre
a la unidad de acción, pero no pueden edificarla
sobre el terreno de la colaboración de clases. Y
mientras los jefes sindicales persistan en su criterio,
la unidad será imposible, pues ningún obrero
revolucionario aceptará semejante unidad. Aspiramos
a la unidad de acción en el terreno exclusivo de la
lucha de clases, en el terreno de la resistencia a la
burguesía. En todas las acciones ofensivas y
defensivas, los obreros revolucionarios saludan con
alegría toda iniciativa conjunta de los trabajadores,
cualquiera que sea su adscripción política. Pero no
hay que hacerse ilusiones. La unidad de la clase
obrera sólo podrá forjarse tras una dura batalla. En
este sentido, la burguesía lleva el agua a nuestro
molino: fuerza a los obreros políticamente más
atrasados a reflexionar sobre problemas que hasta
entonces no se habían planteado.
Antes de crear un único frente obrero, antes de
pensar en la fusión de todas las organizaciones en
una única fuerza combativa, es necesario formar un
frente único de las fuerzas revolucionarias. En este
terreno nos topamos con dificultades que provienen
del pasado del movimiento obrero. La creación de un
frente único choca con el problema de las relaciones
mutuas entre los partidos y los sindicatos, entre la
política y la economía, que siempre ha sido un
escollo para los obreros, particularmente en los
países latinos. ¿Quién debe dirigir la lucha
revolucionaria en su conjunto, el partido político o
los sindicatos? Si los sindicalistas revolucionarios
reniegan de los partidos políticos, es porque creen
que únicamente los sindicatos deben hacer la
revolución, y que realmente la llevarán a cabo. De
donde deducen que no conviene establecer ningún
acuerdo, ninguna acción conjunta y permanente con
los partidos comunistas, pues ello comportaría la
supeditación de las organizaciones sindicales a las
organizaciones políticas.
No son pocos los sindicalistas que en todo el
mundo se han especializado en esta lucha contra la
política, que pregonan la idea de la neutralidad de los
sindicatos y de su independencia con respecto a los
partidos políticos. Lo más curioso es que en Francia
Drizdo Losovsky
reina una unanimidad total entre los sindicalistas de
izquierda y la mayoría de la C.G.T. en la cuestión de
la independencia y autonomía de los sindicatos.
Todos hablan de independencia, todos citan la carta
de Amiens, todos la invocan, pero nadie concreta el
sentido de la palabra “independencia”. He aquí un
ejemplo muy elocuente: en el último congreso
internacional del Metal, celebrado en Lucerna
(septiembre de 1921), tuvo lugar un arduo debate en
torno a la política. Merrheim tomó la palabra y se
declaró opuesto a la participación de los sindicatos en
la vida política; los reformistas de otros países lo
atacaron duramente. Dissmann, Ilg y muchos otros le
respondieron en términos muy enérgicos,
demostrándole que es imposible separar la lucha
sindical de la lucha política. Pero todo el mundo
conoce la política que desarrollan los metalúrgicos
suizos, alemanes, austríacos y otros: es claramente
oportunista, está íntimamente ligada a la política de
los partidos socialistas de derecha; su orientación
táctica en el movimiento sindical corresponde a la
que aplican los partidos socialistas en otras esferas.
Pero ¿acaso Merrheim, ese defensor de la
autonomía y de la independencia, vive realmente de
espaldas a la política? Él y sus partidarios, ¿son
realmente independientes? A finales de agosto se
reunió en París la comisión de la Sociedad de
Naciones (presidida por Viviani) que estudia los
problemas del desarme. Esta comisión, integrada por
representantes de los Gobiernos, echó muchas
parrafadas sobre el desarme, aunque todos sabían
muy bien que mientras exista el régimen burgués no
cesará la política de rearme. Jouhaux, que estaba
presente en las sesiones de la comisión, pronunció un
largo discurso en favor del desarme, y se esforzó en
demostrar la necesidad de que las municiones no se
fabriquen en las empresas privadas, sino en las
factorías del Estado. ¿Acaso esto no es política? La
participación de Jouhaux y otros representantes de la
Internacional de Ámsterdam en las sesiones de la
comisión de la Sociedad de Naciones y en la Oficina
Internacional del Trabajo, ¿acaso es esto también una
manifestación de la independencia de las
organizaciones sindicales? Salta a la vista que toda
esta teoría de la independencia no merece ni siquiera
un comentario, por la simple razón de que los
sindicatos, en tanto que son organizaciones obreras,
no tienen más remedio que seguir una determinada
política, sea reformista o revolucionaria, en función
del nivel de conciencia y del espíritu combativo de
las masas proletarias.
Esta prevención frente a la política y los partidos
políticos se expresa en el hecho de que muchos
sindicalistas revolucionarios no admiten la
posibilidad de llegar a un acuerdo, provisional o
permanente, con los partidos comunistas, cara a
desarrollar una lucha común. Sin embargo, basta con
reflexionar un instante sobre la cuestión para darse
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
cuenta que este razonamiento no tiene sentido.
¿Quién aplicará en todos los países el programa
expuesto en este folleto? ¿Quién lo defenderá?
¿Quién luchará y realizará el control obrero? ¿Quién
creará organizaciones de autodefensa? ¿Quién
organizará la resistencia de masas a la ofensiva
económica del capital? ¿Quién se esforzará, en las
luchas cotidianas, por elevar la conciencia de las
masas para convencerlas de la necesidad de la
revolución social y de la instauración de la dictadura
del proletariado? ¿Quién combatirá, en resumidas
cuentas, el veneno reformista? ¿Quién actuará en el
momento decisivo para derrocar a la burguesía?
¿Quién unirá a las masas y organizará la lucha de
toda la clase obrera? En una palabra: ¿quién asumirá
en cada país la defensa del programa de acción de la
I.S.R.? La respuesta es fácil: por un lado, los
sindicatos revolucionarios; por otro, los partidos
comunistas. Y nadie más. No hay otros candidatos y
no los habrá. Tanto a escala nacional como
internacional, vemos que sólo existen dos tipos de
organizaciones que lucharán por la aplicación del
programa de acción revolucionaria: los sindicatos
rojos y los partidos comunistas.
Los sindicatos rojos no tendrían por qué
plantearse un acuerdo con los partidos comunistas si
no aspiran a derrocar el capitalismo. Pero en la
medida que se proponen este objetivo, idéntico al de
los partidos comunistas, la ausencia de una alianza
para desarrollar acciones conjuntas constituye un
crimen contra la clase obrera. No es por casualidad
que el III Congreso de la I.C. y el I Congreso de los
sindicatos rojos han adoptado el mismo programa de
acción. No es por casualidad que ambos congresos
mundiales votaron a favor del establecimiento de
estrechas relaciones y de la colaboración entre los
sindicatos rojos y los partidos comunistas. Y
tampoco es por casualidad que el artículo 33 de la
resolución sobre la táctica, adoptada por el I
Congreso de los sindicatos rojos, diga:
“En las condiciones actuales, toda lucha
económica se transforma inevitablemente en
lucha política. La misma lucha, por muy
reducidos que sean los sectores obreros que
participen en ella, puede ser realmente
revolucionaria y desarrollarse en beneficio de la
clase obrera, siempre que los sindicatos
revolucionarios marchen codo a codo,
colaborando estrechamente y uniéndose al partido
comunista de su país. La teoría y la práctica de la
división de la lucha de la clase obrera en dos
partes
separadas,
y
aisladas,
es
extraordinariamente nociva, sobre todo en el
actual momento revolucionario. Toda lucha exige
concentrar las fuerzas al máximo, tensar hasta el
límite toda la energía revolucionaria de la clase
obrera, es decir, de todos los comunistas y
revolucionarios. Las luchas que dirijan por
81
separado los partidos comunistas y los sindicatos
revolucionarios, están condenadas de antemano al
fracaso y a la derrota. Por esta razón, la unidad de
acción y las relaciones orgánicas de los partidos
comunistas con los sindicatos son los requisitos
del éxito en la lucha contra el capitalismo.”
Todo ello no se debe al azar, sino que se deduce
de la lógica del combate; es la respuesta a la cuestión
fundamental que plantea el momento actual: ¿cómo
lograr un triunfo mejor y más rápido? Partiendo
exclusivamente de este planteamiento, debemos
subrayar la vinculación permanente y la estrecha
colaboración entre todas las organizaciones
revolucionarias en todas las acciones ofensivas y
defensivas contra las clases dominantes y sus
Gobiernos. Pero, ¿qué quiere decir “vinculación
orgánica”? ¿Fusión de organizaciones, sumisión de
una a otra, renuncia a la autonomía? Nada de esto. La
vinculación orgánica significa en este caso la unidad
en la lucha. No cerramos los ojos ante el hecho de
que las relaciones entre los partidos y los sindicatos
pueden ser muy variadas: van desde la unión de las
organizaciones (Noruega) hasta la rivalidad hostil
(Francia). Ni se nos ocurre querer cortar con el
mismo patrón la complejidad de las relaciones
concretas. No cabe ninguna duda que las relaciones
entre los partidos comunistas y los sindicatos
revolucionarios en Francia y España, por ejemplo,
serán muy distintas que las de Europa central y de los
países escandinavos, pues en el fondo los
sindicalistas revolucionarios constituyen un partido
político, aunque no quieran reconocerlo. No
pretendemos establecer un esquema abstracto. No es
nuestro deseo, ni mucho menos, subordinar a los
sindicalistas a una organización ajena a ellos; y lo es
todavía menos impedirles que hagan la revolución
solos, que derroquen a la burguesía e instauren el
poder de los sindicatos. Todo esto no tiene nada que
ver con lo que nosotros defendemos. Se trata de
alcanzar la unidad en la lucha contra la burguesía, de
no dejar que nos golpee por separado. De ahí que
todas las lamentaciones en torno a la independencia,
al deseo de Moscú de someter a todos los sindicatos,
no es más que pura fraseología, que en lugar de
resolver el problema, lo embrolla todavía más.
Por lo demás, basta con analizar atentamente el
pasado y sobre todo el presente del sindicalismo
francés, para darse cuenta que la C.G.T. no ha tenido
en ningún momento de su historia una línea política
determinada, anarquista o reformista. Era
“independiente” de cualquier principio, pues los
cambios de táctica se producen con una rapidez
vertiginosa, lo que demuestra la completa
independencia de los dirigentes de la C.G.T. con
respecto al socialismo y al comunismo.
En suma, si queremos triunfar hemos de lograr la
unidad de todos los revolucionarios en cada país,
recordando siempre que la unidad del frente
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revolucionario es la condición previa para alcanzar la
unidad de todo el frente obrero. Los obreros
reformistas y atrasados vendrán al lado de la
revolución, empujados por la lógica de la lucha de
clases, y cuanto más cohesionado, compacto y
potente sea el frente creado gracias a la vinculación
orgánica de los sindicatos revolucionarios y los
partidos comunistas, tanto más se acelerará este
proceso.
21. ¿Destruir o conquistar los sindicatos?
Para lograr un frente revolucionario, ¿hay que
abandonar los viejos sindicatos o desgajar de ellos,
de
forma
generalizada,
a
los
sectores
revolucionarios? Encontraremos la respuesta a esta
pregunta examinando el papel desempeñado por los
sindicatos antes, durante y después de la guerra.
Los sindicatos obreros nacieron como organismos
de autodefensa de la clase obrera. A medida que
crecía y se desarrollaba el capitalismo, a medida que
las formas de explotación se hacían más complejas,
los sindicatos obreros adoptaban también formas más
complejas y, en la lucha contra los explotadores, una
táctica más elaborada. Antes, cada obrero se las tenía
que ver con capitalistas individuales; más tarde, el
obrero aislado se enfrentaba al capitalismo colectivo;
el siguiente estadio de desarrollo se caracteriza por la
lucha que libra la organización obrera contra la
organización patronal, la clase obrera, agrupada en
torno a sus organizaciones económicas y políticas,
contra los patronos organizados y el Estado burgués.
Durante varios decenios, los sindicatos obreros
lucharon, en la mayoría de países capitalistas, por
mejorar la situación de la clase obrera, pero
adaptándose al marco del régimen burgués. La guerra
puso al descubierto, ante el pasmo de todo el mundo,
el apego de los círculos obreros dirigentes a su
capitalismo nacional. Así, los sindicatos obreros eran
una base de apoyo de la política bélica de los últimos
años. Para los dirigentes de los sindicatos obreros, el
bienestar de la clase obrera depende de la situación
de su industria nacional dentro del mercado mundial.
No sólo hemos visto cómo se enfrentaban las clases
dominantes de Alemania e Inglaterra, sino también
los sindicatos ingleses y alemanes, pues cada bando
hacía depender su futuro de la extensión y conquista
de nuevos mercados. Pudimos observar un fenómeno
muy curioso: la clase obrera crea, a medida que se
desarrolla, organizaciones de autodefensa frente a la
burguesía, y estas mismas organizaciones se
convierten, en un determinado estadio de su
evolución, en parte integrante del sistema capitalista.
Los dirigentes de los sindicatos que se entrelazaron
íntimamente con el Estado burgués, abordaron todos
los problemas desde el punto de vista de los intereses
nacionales, y las organizaciones obreras, que habían
sido creadas para luchar contra el Estado burgués, se
convirtieron en la principal base de apoyo del
Drizdo Losovsky
régimen capitalista. Esta contradicción entre la
necesidad intrínseca de la clase obrera de disponer de
una organización propia y la colusión de las
organizaciones existentes con el aparato capitalista y
burgués, afloró a la superficie con particular claridad
durante la guerra y en el período inmediatamente
posterior.
Antes de la guerra, los sindicatos obreros
englobaban en total casi a diez millones de
miembros. Inmediatamente después de la guerra, los
obreros penetraron en masa en los sindicatos, pues la
guerra los había arrancado de su situación normal. El
obrero aislado se sentía impotente, indeciso. Había
desaparecido la estabilidad relativa del sistema
burgués, la sociedad se había conmovido hasta sus
cimientos, y hasta el obrero más atrasado entraba en
los sindicatos para encontrar una respuesta a las
cuestiones que le atormentaban. En los países más
importantes ya es la mayoría de los obreros la que
está organizada. El número de trabajadores
sindicados en Inglaterra es superior a los ocho
millones; en Alemania sobrepasa la cifra de doce
millones (incluyendo a los sindicatos cristianos y
liberales). En la Austria alemana (seis millones de
habitantes) hay casi un millón de obreros sindicados.
En Bélgica tenemos aproximadamente la misma
cifra. En suma, observamos un enorme movimiento
espontáneo de las masas obreras en dirección a los
sindicatos, lo que amplía de golpe el viejo marco
organizativo. Nacen poderosas federaciones del
Estado, de exacerbación de la lucha social, de
completa inseguridad ante el porvenir, en este
período de impulso revolucionario, deberían haber
constituido el arma principal de la clase obrera en la
lucha por sus objetivos.
Este primer período, de crecimiento, concluye a
finales del año 1920. En 1921 se abre una etapa de
decrecimiento de las organizaciones obreras; pero a
pesar de todo, los sindicatos obreros todavía agrupan
a decenas de millones de miembros. Actualmente hay
en total unos 50 millones de obreros organizados en
todos los países. Este inmenso ejército organizado
impone su presencia en todo el mundo capitalista,
que no tiene más remedio que tener en cuenta a estas
organizaciones de masa de la clase obrera.
Los sindicatos obreros, que durante la guerra
habían desempeñado un papel tan importante, debían
continuar desempeñándolo después de finalizar la
carnicería internacional; este era al menos el
proyecto de sus dirigentes. Los vencedores habían
subrayado la importancia de los sindicatos obreros en
la política moderna al invitar a los dirigentes de los
sindicatos a participar en la elaboración de
determinados artículos del tratado de VersaIles y a
formar parte, en pie de igualdad con los patronos, en
la Oficina Internacional del Trabajo de la Sociedad
de Naciones. Esta fue la más alta recompensa para
los sindicatos reformistas en la palestra internacional,
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
la coronación, a nivel internacional, de la política de
colaboración practicada en cada país. A escala
nacional, los dirigentes de los sindicatos
contemporáneos aspiraban a una liquidación rápida y
pacífica de los efectos de la guerra, a un incremento
de la producción, al restablecimiento a toda prisa de
la normalidad capitalista, ofreciendo su entera
colaboración y solicitando a cambio tan sólo una
representación paritaria en todo tipo de conferencias
convocadas por el Gobierno. Nació toda una filosofía
del derecho paritario. Esta se extendió ampliamente
por toda Alemania, y encontramos una de sus
expresiones en las decisiones de la Internacional de
Ámsterdam, destinadas a establecer la paz social. En
el período de postguerra, los sindicatos constituyeron
una base de apoyo de todo tipo de gobiernos de
coalición; intervinieron abiertamente contra las
acciones revolucionarias del ala izquierda del
movimiento obrero, lastrando con todo el peso de su
potente aparato el ascenso del movimiento
revolucionario en todos los países.
Por otro lado, los sindicatos, al tiempo que
obstaculizaban al movimiento revolucionario, tenían
que luchar por mejorar la situación económica de los
obreros y defender su nivel de vida, mediante pactos
o huelgas. De este modo, los sindicatos obreros
siguieron, durante el período de postguerra, una
política de reformas y de lucha contra la revolución
social. Es precisamente este papel antirrevolucionario
del núcleo dirigente de los sindicatos el que ha
provocado la reacción en los sectores obreros
imbuidos de espíritu revolucionario. Apareció la
teoría de que los sindicatos obreros, organizaciones
aliadas con el Estado burgués, debían ser destruidas,
que en su lugar había que construir nuevos
sindicatos. Esta teoría nació en Alemania, tras una
serie de derrotas sufridas por los obreros
revolucionarios. Surgió y se desarrolló en el país en
que la burocracia sindical había traicionado con el
mayor de los cinismos los principios esenciales de la
lucha de clases, donde el sistema paritario se había
materializado en forma de Arbeitsgemeinschaft
(agrupación paritaria de patronos y obreros) y donde
la burguesía había reconocido, tras la revolución de
noviembre de 1918, que los sindicatos obreros habían
salvado el Estado (o sea, la propiedad privada) de la
anarquía y descomposición. Esos obreros de
izquierda razonaban del modo siguiente: los
sindicatos obreros son conservadores, apoyan al
Gobierno, practican la colaboración de clases, luchan
contra el movimiento revolucionario y contra la idea
misma de la revolución social; por consiguiente, hay
que separarse de ellos y crear sindicatos propios,
quizá minoritarios, pero al menos revolucionarios.
La mayoría de los sindicatos obreros son
conservadores; desempeñan actualmente un papel
contrarrevolucionario; se colocan en el terreno de la
colaboración de clases. De todo ello no cabe la
83
menor duda, pero ¿es ésta una razón para destruir los
sindicatos? Además, ¿qué quiere decir exactamente
eso de destruir los sindicatos obreros? Los sindicatos
no están constituidos solamente por los locales y las
cajas sindicales; los sindicatos son organizaciones
construidas durante varios decenios, agrupan a
millones de obreros. Hay muchas razones que
explican que las masas obreras estén integradas en
esos sindicatos conservadores.
Es indudable que en los sindicatos está organizada
la parte más valiosa, más activa y consciente de la
clase obrera. Esta parte no ha alcanzado todavía un
nivel suficiente de actividad y de conciencia. No
importa: hay que tomar partido; hay que tomar a la
clase obrera tal cual es. ¿Por qué destruir los
sindicatos obreros y crear otros, pequeños sindicatos,
si se puede conquistar a la masa obrera, y a través de
ella a los sindicatos?
La teoría de la destrucción de los sindicatos se
basa en el presupuesto de que los sindicatos
reformistas no comportan ninguna ventaja para los
obreros. Pero los hechos desmienten tal afirmación.
Si los sindicatos obreros no beneficiaran en nada a la
clase obrera, jamás sabrían atraerse a millones de
obreros; habrían perecido de muerte natural, y eso
desde hace ya mucho tiempo. Pero en la realidad
observamos hechos diametralmente opuestos: no sólo
los obreros no dan la espalda a los sindicatos, sino
que además éstos constituyen la única organización
que ha conservado la unidad, a pesar de la aguda
lucha desarrollada en el seno de la clase obrera
durante el período de postguerra. No existe ni un sólo
país en el mundo donde no haya dos o tres partidos
políticos obreros en abierta beligerancia entre sí; pero
a pesar de la diferenciación política, a pesar de la
exacerbación de la lucha política, los sindicatos
obreros permanecen generalmente unidos e intactos;
los obreros de todas las tendencias continúan
integrados en los sindicatos luchando conjuntamente.
¿Acaso es esto fruto del azar? Es evidente que no.
Los viejos sindicatos conservadores continúan
prestando, incluso actualmente, un servicio muy
importante para los obreros: la defensa de sus
intereses inmediatos frente a la embestida frenética
del capital. Los sindicatos obreros constituyen una
especie de techo común bajo el que buscan refugio
todos los obreros en un período de intemperie social.
Los intereses materiales de los obreros, los
problemas salariales, de la jornada de trabajo, del
trabajo femenino e infantil, de los seguros, etc.,
hacen que los obreros se junten, los fuerzan a
mantenerse unidos dentro de un mismo sindicato.
Volver la espalda a los sindicatos significa, en el
momento actual, volver la espalda a las masas;
pregonar la destrucción de los sindicatos significa
provocar la indignación de las amplias masas, que
ven en los sindicatos reformistas a los defensores de
sus intereses materiales inmediatos. El deber del
84
revolucionario es estar donde están las masas, trazar
en el seno de las organizaciones de masas una
orientación que demuestre ante ellas las ventajas de
la táctica revolucionaria frente a la política
reformista.
Si el punto de vista de los elementos de izquierda
en relación a la inutilidad de los sindicatos fuera
correcto, habría que dar por imposible la revolución
social, pues la revolución social es irrealizable sin
esas decenas de millones de obreros organizados en
los sindicatos. Podemos soñar con la revolución, pero
hacerla sin los sindicatos es imposible. Las luchas de
los últimos meses han puesto de relieve de manera
particularmente contundente los daños que puede
originar la destrucción de los sindicatos. Si nuestros
camaradas ingleses hubieran adoptado este punto de
vista, tendrían que haber retirado de los sindicatos a
todos los militantes revolucionarios; tendrían que
haberlos retirado también de la Federación de
Mineros, que ha protagonizado una huelga de tres
meses de duración a despecho de algunos de sus
jefes. Ahí está el peligro: la teoría de la destrucción
de los sindicatos no sólo es pesimista en lo que
concierne a la masa obrera, sino que también exagera
el peso de la burocracia sindical. Y así podemos
observar situaciones verdaderamente grotescas:
hombres que por un lado se proponen derribar el
capitalismo, aplastarlo en Inglaterra, Alemania,
Francia y Estados Unidos, y que por otro se creen
incapaces de desbancar a la burocracia sindical de
esos países. Los Gomper, Thomas, Grassmann, los
Oudegeest les parecen invencibles, al tiempo que no
pierden la esperanza de poder vencer a los
representantes por excelencia del imperialismo
moderno.
Esta táctica pesimista y desesperada no tiene nada
en común con el espíritu revolucionario; revela una
enorme impaciencia y una gran pobreza de
pensamiento revolucionario. Es por esta razón por lo
que la Internacional Comunista, del mismo modo que
la Internacional Sindical Roja, rechazan enérgica y
categóricamente la consigna de “destrucción de los
sindicatos”, adoptando en su lugar la de “conquista
de los sindicatos”. La experiencia del año
transcurrido prueba la justeza de esta táctica. En
Francia, en Italia, en Alemania, en todos los países se
extiende y crece el movimiento sindical
revolucionario. Todavía no tiene la fuerza para
derribar a la vieja burocracia, pero es suficientemente
potente como para influenciar la táctica sindical en
cada país, para plantear abiertamente los problemas
que intenta escamotear la burocracia sindical.
Nuestra tarea consiste en enfrentar a los dirigentes
sindicales con las masas obreras en el terreno de la
lucha cotidiana, para arrancar a estas masas,
ideológicamente y en la acción, a la influencia de sus
jefes conservadores. Esta orientación lleva a la
destrucción de la influencia de la burocracia
Drizdo Losovsky
conservadora en el seno de los sindicatos, y no a la
de los propios sindicatos. Preconizamos la
incorporación a los sindicatos, no para adherirnos a
las consignas y principios reformistas, sino para
conquistar a las masas y transformar los sindicatos en
un instrumento de la revolución social, en contra de
sus dirigentes reaccionarios.
Precisamente porque la consigna de la destrucción
de los sindicatos equivale a romper con las masas, a
aislarse de los obreros revolucionarios, a reducir el
movimiento a una simple actividad de secta, que la
Internacional Sindical Roja proclama esta consigna:
“¡Estad con las masas! ¡Penetrad en los sindicatos!
¡Es el único camino de la victoria! “
22. Estrategia reformista y estrategia
revolucionaria.
La estrategia de clase es mucho más compleja que
la estrategia militar. Por muy numerosos que sean los
ejércitos modernos, por muchos millones o decenas
de millones de combatientes que engloben, por
mucho que dure la guerra, se trata, a pesar de todo,
de un conflicto temporal. La última guerra mundial,
en la que tomaron parte decenas de millones de
personas, aparece como un fenómeno muy complejo,
y más en la retaguardia que en el frente; pues aparte
de la movilización estrictamente militar, el material
bélico, la organización de unidades de combate infantería, caballería, artillería, aviación, etcétera-, la
burguesía procedió a una movilización moral, es
decir, que movilizó en pro de la guerra la conciencia
de las amplias masas. Pese a toda la complejidad de
la guerra, la estrategia de clase es todavía más
intrincada que la estrategia militar. No existen en este
caso dos frentes nítidamente delimitados, separados
entre sí mediante alambradas y enfrentados
continuamente en un intercambio de gases asfixiantes
y miles de proyectiles. El frente de las clases se sitúa
en el interior del país. La clase obrera forma parte de
la sociedad moderna. Está impregnada de ideología
burguesa; sus hijos estudian en las escuelas del
Estado, lee los periódicos burgueses, etc. El frente de
las clases traza un zig-zag y los enemigos de clase
penetran en las filas del proletariado, tanto física
como espiritualmente; allí tienen adeptos, discípulos,
defensores, hasta podríamos decir trovadores. Por
todo ello, la estrategia revolucionaria de clase, o la
política de clase, plantea uno de los problemas más
difíciles de la lucha social contemporánea.
El factor más importante es que la lucha misma ha
adquirido dimensiones extraordinarias. Durante los
últimos decenios los obreros han dejado de ser
partículas humanas aisladas. Han construido sus
organizaciones de masa. Los conflictos sociales que
sacuden el mundo moderno ya no se expresan en
forma de enfrentamientos aislados, de hombres
separados y diseminados, sino de choques entre
ejércitos organizados, y exigen un conocimiento
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
profundo de las relaciones sociales internas, de la
situación económica del país y de la coyuntura
industrial internacional. Es indispensable conocer la
relación de fuerzas entre las distintas clases, el grado
de organización y la capacidad de resistencia de la
burguesía y de sus diversas capas, las contradicciones
internas v las fricciones existentes en el seno de las
clases dominantes, el nivel de organización de la
clase obrera, en suma, su conciencia revolucionaria
de los objetivos que persiguen las distintas capas del
proletariado, su madurez ideológica y el dominio de
sí mismas en la guerra de clases. Conocer todo esto
es imprescindible para establecer una orientación
precisa, es decir, para que el núcleo dirigente de los
sindicatos aplique correctamente la política de clase.
La estrategia, es decir, la política de clase, es el arte
de maniobrar; no constituye un fin en sí misma, es un
medio, un recurso, un método y una forma de
alcanzar un objetivo determinado. Por consiguiente,
la estrategia depende de los problemas que se
plantean. Es por esto que las mismas formas de lucha
pueden ser revolucionarias o reformistas, en función
de los medios que se tienen para poner en práctica
estas formas de lucha y acción, en función de los
problemas a que se enfrenta la clase obrera.
¿Cuál es entonces la diferencia entre estrategia
reformista y estrategia revolucionaria? Ante todo,
esta diferencia consiste en que los sindicatos
reformistas preconizan, en todas sus acciones, al
maniobrar con las fuerzas que tienen en su poder, el
paso pacífico del capitalismo al socialismo, es decir,
se proponen una tarea utópica, irrealizable,
históricamente imposible. Por otro lado, ante todas
las luchas, ante todas sus intervenciones surge el
problema del derrocamiento de la burguesía. Pero he
aquí que acuden los reformistas y dicen: “Vosotros
los comunistas y sindicalistas revolucionarios,
¿pensáis acaso que es posible realizar la revolución
social en cualquier momento? ¿Creéis que el
proletariado, que todavía no tiene la preparación y
conciencia suficientes, puede lograr tan sólo por la
vía de la violencia lo que habrá de conseguir en el
transcurso de muchos años?”
La afirmación de que los sindicatos
revolucionarios y los partidos comunistas consideran
posible materializar la revolución social en cualquier
circunstancia, de que tratan de transformar cada
conflicto en revolución social, es perfectamente
absurda. Si ello fuera verdad, los dirigentes de los
sindicatos rojos serían verdaderos aprendices desde
el punto de vista de la estrategia revolucionaria, pues
no tendrían en cuenta las relaciones de fuerza
existentes y las posibilidades reales de la lucha. No:
semejante concepción infantil de las relaciones
sociales no es propia de los sindicatos
revolucionarios... No se trata de transformar cada
conflicto en insurrección armada y en revolución,
sino de demostrar a las masas obreras, tomando cada
85
conflicto como ejemplo, la necesidad e inevitabilidad
de la revolución social y del derrocamiento de la
burguesía, La idea de que cualquier huelga puede
derribar a la burguesía es evidentemente utópica. En
su tiempo los sindicalistas revolucionarios cayeron
en este error. Nosotros no creemos en semejante
milagro, pero enfocar todo conflicto social a la luz de
una política revolucionaria no es una utopía, sino una
posibilidad real que se impone.
Veamos algunos ejemplos que aclararán la
diferencia entre estrategia reformista y estrategia
revolucionaria. Actualmente el capital está a la
ofensiva en todos los países; los salarios descienden
con una rapidez increíble; existen proyectos de
prolongar la jornada de trabajo. En pocas palabras, la
burguesía ha pasado de la defensiva a una ofensiva
frenética. ¿Qué hacen los reformistas y los
revolucionarios en este período de lucha
encarnizada? No nos referiremos al hecho de que
muchos sindicatos rebajan voluntariamente los
salarios por decisión de sus jefes reformistas. Esta
curiosa estrategia de clase se deriva de la sumisa
aceptación, por estos dichosos dirigentes, de la tesis
burguesa de que una reducción de los precios de los
productos debía venir acompañada necesariamente
de una reducción de salarios, como si hasta ahora el
salario hubiera sido suficiente para cubrir todas las
necesidades de los obreros.
Como consecuencia de la ofensiva del capital
estallan grandes conflictos, donde los obreros de
distintas convicciones políticas luchan mano a mano,
hombro a hombro, contra los empresarios que atacan.
Así, en la huelga de los mineros de Inglaterra, la
huelga actual (septiembre de 1921) en el norte de
Francia, etc., ¿cómo actúan los reformistas ante tal
resistencia masiva de los trabajadores frente al
capital? “Es necesario rechazar la ofensiva del
capital”, dicen y escriben los dirigentes del
movimiento sindical reformista actual. Es cierto, hay
que rechazar la agresión, responden los sindicalistas
revolucionarios. Pero ¿se limita la estrategia de clase
simplemente a rechazar una ofensiva? No, su misión
consiste en hacer que cada luchador comprenda, en el
transcurso de esta guerra de clases, que ésta no es la
lucha final, que tendrá que rechazar todavía muchos
ataques, que éstos no cesarán mientras perviva el
enemigo. Los altos mandos saben a ciencia cierta que
la regla fundamental del arte militar determina que
hay que desmoralizar, desorganizar y destruir
definitivamente el ejército enemigo, y que sólo
entonces puede darse la guerra por terminada. Los
políticos reformistas no piensan jamás en apuntar a
las causas de la guerra de clases, a las raíces
fundamentales de estos terribles conflictos. Enfocan
el conflicto como un hecho aislado, tratan de
liquidarlo cuando los empresarios no quieren admitir
acuerdo alguno y acto seguido se tranquilizan, a la
espera de nuevos estallidos.
86
Los sindicatos revolucionarios no pueden en
modo alguno aceptar esta manera de actuar. Destruir
el ejército enemigo con la fuerza de una ofensiva
organizada: este es el problema que deben afrontar
los sindicatos revolucionarios. ¿Significa esto que es
posible destruirlo el día menos pensado y en el
transcurso de cualquier huelga? No, pero esta idea de
que es necesario destruir las fuerzas enemigas, es
decir, a la burguesía, surge con toda su claridad de
las acciones de todo sindicato revolucionario, en su
agitación, en su propaganda, en sus manifestaciones,
a la hora de examinar las condiciones propuestas,
durante el armisticio que precede a la conclusión de
la paz. En todo momento y en todas partes, los
sindicatos de clase examinarán todo desde el punto
de vista del derrocamiento de la burguesía, mientras
que los reformistas lo harán a la luz del
mantenimiento
íntegro
de
la
sociedad
contemporánea. Para unos, no hay más salida que el
desarme y la destrucción de la clase burguesa, para
otros se trata de llegar a un acuerdo con ella. Unos
ven en estos conflictos continuos una consecuencia
inevitable de las relaciones capitalistas, que sólo
desaparecerán cuando desaparezcan éstas, y por
consiguiente dan todos los pasos con vistas a
destruirlas; los otros afrontan estos conflictos como
si fueran fenómenos momentáneos y fortuitos, frente
a los que hay que actuar para poder llegar después a
un mejor entendimiento con los representantes de las
demás clases.
De esta manera, los estrategas reformistas y
revolucionarios mantienen relaciones conflictivas
durante la lucha y una vez terminada ésta. Mientras
unos utilizan el ejemplo del último conflicto para
demostrar la necesidad de reanudar la lucha, los otros
descansan sobre los paliativos obtenidos, estimando
que los mejores resultados se obtienen siempre
mediante acuerdos. Unos interpretan el pacto
concluido o el convenio colectivo como un armisticio
provisional, durante el cual hay que prepararse para
un nuevo enfrentamiento; los otros, como el
restablecimiento de la normalidad, perturbada
ocasionalmente por la irrupción de las pasiones de
clase.
Veamos un segundo ejemplo: los representantes
de la Internacional de Ámsterdam participaron en la
elaboración de determinados extremos específicos
del tratado de Versalles; son miembros de la Oficina
del Trabajo, que depende de la Sociedad de
Naciones, y están integrados en las comisiones
organizadas por ésta.
Hace poco (agosto de 1921), Jouhaux, Oudegeest
y Torberg asistieron a la reunión de la comisión para
el desarme, convocada por la Sociedad de Naciones.
Jouhaux pronunció un largo discurso ante los oídos
atentos de los representantes de la burguesía, quienes
acto seguido continuaron tramando, igual que antes,
el embrollo destinado a engañar a las masas. ¿Qué
Drizdo Losovsky
significa, desde el punto de vista de la clase obrera,
una acción de este tipo? El representante de la
Confederación General de Francia pronuncia, en
presencia de ministros que habían organizado la
masacre internacional y que todavía mantienen un
yugo militar aplastante, un discurso sobre las
ventajas de una reducción de armamentos. Se le
escucha con paciencia, pues, como dice el aforismo,
“las palabras se las lleva el viento”. Pero, ¿qué
persigue Jouhaux con esta intervención? ¿Espera
poder influir en el Gobierno y las clases dirigentes
por obra y gracia de la elocuencia y de la simple
apelación a la verdad abstracta? Esta es precisamente
la estrategia reformista. ¿Podemos imaginarnos a un
representante de los sindicatos revolucionarios
hablando a los ministros burgueses sobre el mismo
asunto? Es dudoso que estos señores le prestaran
atención hasta el final. La estrategia revolucionaria
no perseguiría otro objetivo -sin importarle ni un
ápice cómo irían a reaccionar los ministros presentesque denunciar ante las amplias masas obreras el
papel engañoso y provocador que desempeña esa
institución y sus proyectos. Esta intervención
formularía, en la ciudadela del Estado burgués,
lanzaría a la cara de las clases dirigentes la
acusación, debidamente documentada, de que los
burgueses no desean el desarme, sino que en realidad
desarrollan el armamento de forma cada vez más
enérgica. En pocas palabras, el representante de los
sindicatos auténticamente revolucionarios acusaría
abiertamente a los tartufos burgueses de hipocresía y
de querer engañar a las masas trabajadoras. Esta sería
la estrategia revolucionaria. No cabe duda que no se
volvería a tolerar semejante grosería en otra reunión
de éstas, pero los obreros no tienen por qué ser
amables con sus enemigos de clase.
En esta situación, por tanto, es posible concebir
una actitud revolucionaria y oponerla a la conducta
reformista. Ello demuestra que la estrategia
revolucionaria no se limita a llamar a la insurrección
y a la revolución en todo momento, contra viento y
marca y sin tener en cuenta las posibilidades reales.
Esto no es más que fraseología revolucionaria y no
táctica revolucionaria; delata una elevada dosis de
impaciencia y de pobreza mental. No, no es ésta la
esencia de la táctica y la estrategia revolucionaria.
Esta consiste en mantener siempre claramente
delimitada la frontera entre las clases, en no
desdibujarla jamás, en subrayar siempre los
principios
que
defendemos,
en
agudizar
constantemente las contradicciones existentes,
mientras que la táctica reformista consiste en limar
las asperezas, en tapar las grietas, en atenuar y
suavizar las contradicciones de clase. Desde este
punto de vista no existen formas de lucha
exclusivamente revolucionarias, como piensan
algunos camaradas nuestros, que estiman que
únicamente la huelga o la insurrección armada
Programa de acción de la Internacional Sindical Roja
merecen la atención revolucionaria. No, todo
depende de la manera en que se actúa, de la
orientación con que estas acciones educan a las
masas obreras. Hemos conocido acciones
revolucionarias en el Parlamento, una actividad
revolucionaria
parlamentaria,
manifestaciones
reformistas e incluso huelgas reaccionarias -por
ejemplo, cuando están dirigidas contra el empleo de
trabajadores de raza negra, etc.-. Es por esto por lo
que no podemos estar de acuerdo con la antigua
teoría sindicalista que atribuye a determinadas
formas de lucha un enigmático significado
milagroso. Todo depende del momento, del lugar, de
las circunstancias y fundamentalmente del objetivo
de la lucha, de la problemática que uno se plantea.
Una actitud de desprecio hacia determinadas
formas de lucha sólo puede derivarse de la
incomprensión absoluta del significado global de la
lucha de la clase obrera por sus necesidades e
intereses cotidianos. Si por un lado debemos luchar
enérgica y despiadadamente contra la táctica del
pacto a cualquier precio con las clases dominantes,
de retirada permanente y de temor constante ante las
acciones decisivas, debemos combatir también, por
otro, el aventurerismo revolucionario y la táctica de
la ofensiva a cualquier precio. El presidente de la
Internacional de Ámsterdam y jefe de los ferroviarios
ingleses, Thomas, explicó recientemente por qué
éstos no habían apoyado la lucha de los mineros.
“Nuestra intervención, dijo, habría provocado la
caída del Gobierno y el enfrentamiento con el aparato
del Estado”. Y para no llevar las cosas al extremo de
dar al traste con el Gobierno, prefirió traicionar a los
mineros. Es un ejemplo clásico y perfecto de
estrategia reformista. Ante todo y sobre todo no
provocar la caída del Gobierno, no agudizar las
contradicciones, no entablar la lucha decisiva con las
clases dominantes, ir siempre al pacto, a toda costa.
El combate contra esta traición, contra esta estrategia
antiobrera, debe ser enérgico y decidido. Sin
embargo, como ya hemos dicho, esto no nos obliga a
pregonar la ofensiva en cualquier circunstancia de
tiempo y lugar. El I Congreso de los sindicatos rojos
expresó de forma muy clara y precisa los principios
fundamentales de nuestra estrategia. En la resolución
sobre la táctica encontramos el siguiente párrafo
sobre el tema:
§ 43.- Sólo podremos conquistar a las masas, y
por tanto los sindicatos, si nos colocamos a la
cabeza de las masas obreras en la lucha por las
reivindicaciones inmediatas. Esto no significa que
debamos recurrir en todo momento a la ofensiva,
como si ésta fuese necesaria en cualquier
conflicto. Un partidario de la Internacional
sindical roja no sólo debe estar imbuido de
espíritu revolucionario, sino que además debe dar
prueba de una disciplina y sangre fría
irreprochables. Lo que puede asegurar la victoria
87
es la preparación inteligente, sistemática y tenaz
de toda acción. La prontitud y tenacidad son
cualidades que se adquieren a través del análisis
paciente de la situación y de las condiciones
objetivas, del conocimiento exacto de las fuerzas
de que dispone el enemigo. En la lucha de clases,
como en la guerra, la defensa es tan importante
como la ofensiva. Tanto en una como en otra hay
que tener en cuenta el apoyo de las masas
proletarias y las fuerzas sociales enfrentadas.
Como vemos, el Congreso exige de los dirigentes
revolucionarios que den muestras, ante todo y sobre
todo, de realismo revolucionario. El corazón
encendido y la cabeza fría. También en este aspecto
debemos seguir el ejemplo de nuestros enemigos de
clase. Basta con echar una mirada sobre el frente de
la lucha social para descubrir la gran variedad de
medios y métodos que emplean las clases dominantes
en la defensa de sus intereses. Al tiempo que juegan
con las reformas sociales, organizan las milicias
contrarrevolucionarias asesinas, la ofensiva en todos
los frentes, la destrucción de las organizaciones
obreras, la detención de sus dirigentes. El Parlamento
continúa promulgando leyes; toda clase de
asociaciones social-reformistas, oficiales y privadas
continúan lavándole el cerebro a la clase obrera. La
literatura, la Iglesia, las universidades, la justicia, la
policía, todos actúan en el mismo sentido, todas las
armas son útiles para la burguesía, desde la artillería
pesada de la policía hasta los gases asfixiantes del
reformismo. En este vasto frente hay que saber
encontrar siempre los puntos débiles, rechazar el
ataque y pasar a la ofensiva, mantener el rumbo, no
retroceder jamás ante una forma de lucha
determinada contra el enemigo de clase, luchar sin
cuartel, en el seno de las filas obreras, contra los
espías de la burguesía y sus acólitos, y, explotando
metódica, pausada y tenazmente cada paso en falso
del enemigo, avanzando cuando resulte necesario,
replegándose cuando haga falta para reorganizar las
filas, conducir a la clase obrera hacia el objetivo
final: el socialismo.
Conclusión.
La clase obrera está sola en su lucha por
emanciparse. En este sentido, su punto de partida es
peor que el que tuvo en su tiempo la burguesía, pues
cuando ésta luchaba por el derrocamiento del
régimen feudal, contaba con la clase obrera naciente.
Durante la Gran Revolución, los artesanos de los
aledaños de París formaban los destacamentos de la
vanguardia revolucionaria. La clase obrera se
encamina hacia el poder en condiciones distintas. En
la mayoría de los países europeos va camino del
poder enfrentándose a la burguesía financiera e
industrial que se aferra con uñas y dientes a sus
privilegios, y además a una clase campesina rica y
fuerte. La clase campesina es en su mayoría hostil al
88
socialismo, teme su victoria. La clase campesina es la
muralla de la reacción en Europa.
Este aislamiento del proletariado en su lucha
viene agravado por su heterogeneidad, por la
dispersión de sus organizaciones y por el espíritu
burgués que corroe a algunas de ellas y las divide
entre sí. Por mucho que cueste reconocerlo, hay que
decir que los obreros no son inmunes al
imperialismo. La guerra ha revelado el apego de los
obreros a su capitalismo nacional. Los representantes
de esta adhesión inconsciente son los jefes sindicales
reformistas y los partidarios socialistas reformistas.
Las condiciones de lucha son muy duras para los
obreros. De ahí que la tarea primordial de los
trabajadores revolucionarios consiste en desbancar a
los que en sus propias filas se oponen a la revolución.
Esta oposición interna constituye la quinta columna
de la burguesía en los conflictos actuales; la clase
obrera refleja en su organización y en su ideología el
pasado, el presente y el futuro. Existen amplios
sectores de masa amorfos que no participan en la
lucha social. Basta con señalar que de 21 millones de
obreros alemanes, sólo 12 millones están sindicados
(en sindicatos libres, sindicatos cristianos, sindicatos
liberales, sindicatos comunistas, etc.).
Sin embargo, de ello no se deduce que las decenas
de millones de obreros que no están sindicados no
desempeñan papel alguno en el forcejeo entre las
clases. Con su apatía sostiene el orden existente,
constituyen un verdadero lastre que traba el avance
de la vanguardia proletaria. Después están las
organizaciones al servicio de la burguesía (sindicatos
cristianos, liberales, amarillos), que desarrollan una
lucha organizada contra la ideología y la política
revolucionaria de clase. Tenemos finalmente los
poderosos sindicatos reformistas, cuya teoría y
práctica se asemejan a las de las organizaciones
liberales. No es mera casualidad que los sindicatos
reformistas alemanes formen un bloque con los
sindicatos cristianos y los sindicatos de HírschDünker. A medida que se agudiza la lucha de clases,
los líderes reformistas se aproximan más y más a los
sindicatos cristianos y liberales. De este modo
tenemos ante nosotros inmensas organizaciones que
encarnan el conservadurismo de la clase obrera.
Oponen y organizan la resistencia contra la
revolución social. En varios países es todavía una
minoría de los obreros organizados la que comparte
nuestras ideas de la revolución social y la dictadura
del proletariado.
En estas condiciones, la tarea fundamental de los
sindicatos revolucionarios consiste ante todo en
conquistar a las masas, pues en su defecto no es
posible la revolución social. Esto no se conseguirá
mediante una propaganda y agitación abstractas, sino
con un trabajo concreto y práctico, a través de una
lucha vigorosa en defensa de los intereses cotidianos
de los trabajadores. Debemos aparecer como
Drizdo Losovsky
enérgicos defensores del frente único proletario, no
del frente único de la colaboración de clases, sino del
de la lucha de clases. Combatimos a los líderes
reformistas, no por razones personales, sino porque
defienden una ideología y una táctica que van en
detrimento de la clase proletaria. Este combate habrá
llegado a su fin cuando las masas organizadas en los
sindicatos reformistas ocupen su puesto a nuestro
lado en la lucha por la emancipación total del trabajo,
cada vez que los viejos dirigentes se coloquen a la
cabeza de los combatientes. Cuando el obrero entra
en lucha contra el capitalismo, no hay que
preguntarle a qué partido pertenece, qué programa de
acción trata de realizar; lucha y, por tanto, es de los
nuestros. Le tendemos una mano fraternal, pues es
nuestro compañero de armas. La lucha cotidiana es la
mejor escuela revolucionaria, la mejor escuela del
comunismo.
En esta lucha cotidiana hay que saber dar ejemplo
de tenacidad, espíritu de decisión, perseverancia y
una entrega infinita a los intereses de las masas
obreras. Quien sepa avanzar por esta vía sabrá
conquistar a las masas para la revolución y para el
comunismo, y sólo así habrá puesto en práctica el
espíritu y la letra del programa de acción de la
Internacional sindical roja.
Moscú, agosto-octubre de 1921
LOS SI"DICATOS E" LA U"IÓ" SOVIÉTICA.
(Los sindicatos y la ".E.P.)
1. Los sindicatos antes de la revolución de
octubre.
Los sindicatos nacieron como organizaciones de
autodefensa de la clase obrera; más tarde. a medida
que fueron desarrollándose, se convirtieron en
órganos para la ofensiva contra la burguesía. Al
examinar la historia del movimiento obrero
internacional, vemos cómo primero se constituyen
organizaciones obreras rudimentarias, las sociedades
de seguros mutuos, que gradualmente fueron
transformándose en sindicatos obreros, que a su vez
pasaron a ser, poco a poco, de organismos
estrictamente corporativos con tareas limitadas,
agrupaciones obreras más amplias, que asumen
abiertamente la lucha contra el régimen capitalista en
su conjunto.
Así, el estudio del desarrollo de los sindicatos y
de las tareas que se proponían revela claramente la
evolución histórica de la lucha de clases y del grado
de madurez de la clase obrera. Por regla general, los
sindicatos
aparecen
como
organismos
de
autodefensa, organizaciones de seguros mutuos, que
al final terminan oponiéndose a la totalidad del
régimen establecido. Esta lenta evolución, que en
Europa occidental ha costado varios siglos, ha sido
mucho más rápida para los sindicatos rusos: la razón
de ello estriba en que las condiciones sociales
imperantes en Rusia eran distintas a las de Occidente.
En nuestro país, las formas de explotación capitalista
se han desarrollado impetuosamente a partir del año
1870. Pero, a pesar de ello, a pesar del rápido
incremento de la fuerza numérica del proletariado,
las masas obreras carecían de derecho alguno, lo que
hacía que la lucha económica se transformaba de
hecho, independientemente de la voluntad de sus
protagonistas, en una lucha política.
Rusia es un país con un movimiento sindical
antiguo y un sindicalismo joven. Aunque a primera
vista esta constatación pueda parecer contradictoria,
es la pura realidad. El movimiento obrero nace en
1870; a partir de 1880 empiezan a estallar grandes
huelgas y conflictos sociales profundos; ya en 1890
conocemos una huelga general, en Petersburgo y en
la región de Moscú, y desde inicios del siglo XX
comienza un desarrollo impetuoso del movimiento
obrero con huelgas y manifestaciones masivas, que
desembocaban inevitablemente en enfrentamientos
sangrientos.
Este movimiento huelguístico espontáneo
despierta en los obreros el deseo de organizarse. Pero
las organizaciones obreras no tienen una existencia
legal, el zarismo las destruye implacablemente, y con
los años asistimos al siguiente fenómeno: estallan
huelgas espontáneas, y en el momento en que saltan
se crean comités clandestinos, circulan octavillas
clandestinas, de la masa surgen los mejores
militantes, el absolutismo vuelca todo su aparato
policíaco sobre los huelguistas, detiene a los
dirigentes obreros, los deporta a Siberia o los
encarcela. Cualquiera que sea el resultado final de
estas huelgas, las luchas económicas siguientes
destacan de la masa a nuevos dirigentes obreros, que
imprimen determinadas formas al movimiento; estos
dirigentes vuelven a ser barridos por la guadaña
policial, la clase parece de nuevo decapitada.
En el transcurso de esta dura lucha económica, al
calor de la cual se ha desarrollado el proletariado
ruso, reciben una educación revolucionario los
militantes probados que más tarde, en los primeros
días de la revolución, se encontraron a la cabeza de
aquél. No existía ninguna organización legal, ningún
sindicato con su fondo de seguros mutuos o su caja
de
resistencia;
las
huelgas
estallaban
espontáneamente, y a pesar de la ausencia de
organizaciones obreras, se convertían frecuentemente
en luchas muy duras. Un movimiento obrero con
múltiples formas, huelgas, manifestaciones, boicot y
destrucción de fábricas, choques armados, todas estas
formas de lucha obrera precedieron a la creación de
los sindicatos obreros.
El zarismo no podía soportar la mera existencia de
organizaciones obreras, su destrucción se le antojaba
como la condición de su propia supervivencia. Es
cierto que el zarismo intentó crear sus propias
organizaciones (las “experiencias” políticas de
Subatov, en Moscú; del coronel Vassiliev, en Minsk;
de Shayevitch, en Odessa; de Gapón, en Petrogrado,
etcétera), pero todas estas tentativas acabaron en un
lamentable fracaso. La clase obrera, en su lucha, no
podía estar satisfecha con estas organizaciones
fantoche, las aniquilaba una detrás de otra, y muchas
veces incluso las transformaba en instrumentos para
90
su propia política de clase.
Los primeros sindicatos obreros se fundan a
comienzos del año 1905. Se desarrollan muy
rápidamente durante este período revolucionario. En
1906 había ya casi 200.000 obreros organizados en
Rusia. Pero a partir del año siguiente, en 1907, el
movimiento sindical refluye bajo los golpes de la
represión. Desde entonces hasta el año 1917
asistimos a una liquidación sistemática de las
organizaciones sindicales; declarados ilegales, con
sus dirigentes deportados a Siberia, estos sindicatos,
cuando logran subsistir, se ven reducidos a una
existencia rudimentaria. Las organizaciones obreras
de masas no aparecen hasta después de la revolución
de febrero, en 1917, cuando la oleada obrera penetra
como un impetuoso torrente en el interior de los
sindicatos obreros. El año 1917 constituye un período
de lucha aguda, tanto a nivel económico como
político. Los jóvenes sindicatos, que gracias a la
revolución habían recobrado a sus antiguos
dirigentes, no podían permanecer ajenos, dada la
situación política, a los acontecimientos que tenían
lugar; estaban, como diría Gleb Uspiensky, “en el
meollo del combate”, participaban activamente en
todas las batallas políticas.
¿Qué tareas se proponían los sindicatos rusos
durante este período? Por un lado, había que
organizar con la máxima urgencia a las masas
obreras, elevar el nivel material y cultural de sus
miembros; por otro, crear el instrumento necesario
para la lucha contra la patronal. Igual que en los
albores de su existencia y pese a su juventud, los
sindicatos reivindicaban e imponían primero los
convenios colectivos, los tribunales de conciliación y
los jurados de arbitraje. Así, la clase obrera rusa
recurre a todo el arsenal de formas de lucha de que
disponen todos los sindicatos de Europa occidental.
Pero esto no bastaba. En pleno período
revolucionario no sólo había que utilizar los
instrumentos normales de lucha, aprovechando la
gran experiencia del movimiento sindical de Europa
occidental, sino que además había que avanzar
formas nuevas, originales, especialmente adaptadas a
la revolución. En este sentido, la III Conferencia
nacional de los sindicatos (20-28 de junio de 1917)
planteó los problemas de la reglamentación de la
producción, del control obrero, de la concentración
industrial, etc. Cuando apenas llevaban cuatro meses
de existencia, los sindicatos rusos tuvieron que
afrontar todos los problemas económicos del período
revolucionario, en toda su complejidad. Pero todos
estos problemas quedaron relegados a un segundo
plano, debido a la situación en que se encontraba en
aquellos momentos el movimiento obrero ruso. La
lucha social había adoptado formas excesivamente
agudas. La burguesía intentaba hacerse fuerte en las
“conquistas de febrero” y procedía muy lentamente a
transformar las instituciones absolutistas. Pero las
Drizdo Losovsky
contradicciones no dejaban de agravarse -la guerra
que proseguía, la miseria creciente de las masas, el
problema agrario que todavía no estaba resuelto- y se
planteaba de forma inmediata la cuestión del poder
político, cuestión que naturalmente no podían ignorar
los sindicatos. Así, los sindicatos pasaron a defender
con creciente energía la idea de “todo el poder a los
soviets”; se convirtieron en el elemento más
importante de la ofensiva revolucionaria; crearon a
los cuadros combatientes de una nueva revolución,
pasaron a ser la base de ésta.
La revolución de octubre, revolución de la clase
obrera, fue la obra común de un partido, de los
soviets y de los sindicatos. Impuso nuevas tareas a
los sindicatos, pues al amparo de la nueva situación
creada cambió radicalmente la relación de fuerzas
sociales.
2. Las tareas de los sindicatos después de la
revolución de octubre.
Las tareas de los sindicatos no se derivan de la
teoría abstracta, sino de las situaciones concretas en
que deben luchar. De instrumentos de autodefensa y
resistencia, pasan a ser gradualmente organismos
para la ofensiva. Su funcionamiento, su estructura
interna, los métodos y formas de lucha que emplean,
corresponden a las tareas que imponen la situación y
el contexto de la lucha. La caja de resistencia, el
fondo de seguros mutuos, el fondo de subsidios para
casos de enfermedad, las ayudas a los parados, todo
ello es el fruto de la dura labor de varias
generaciones de sindicalistas durante largos decenios.
¿Para qué han ido creando los sindicatos estos
diversos organismos? Para aliviar la situación de las
masas obreras, organizarlas, agruparlas de modo que
en el momento oportuno puedan pasar de la
autodefensa y de las huelgas desencadenadas contra
los patronos, a una ofensiva contra el conjunto del
sistema capitalista. A medida que los sindicatos se
aproximan al momento de la lucha decisiva, a la hora
de la ofensiva, los conflictos se agudizan; a medida
que aparecen nuevos y múltiples problemas, la clase
obrera avanza nuevas y múltiples formas de acción.
Por consiguiente, es natural que a partir del momento
en que esta ofensiva contra el sistema capitalista ha
logrado sus objetivos, los sindicatos tengan que
replantearse sus tareas. De organizaciones de
resistencia y ofensiva, se transforman en
instrumentos de defensa de las posiciones
conquistadas y de construcción económica.
Esta transformación de los sindicatos se produce
al calor de la lucha; no es el resultado de
elucubraciones racionalistas, sino el producto de la
lucha efectiva de la clase obrera. Durante el período
inmediatamente posterior a la revolución de octubre
quedaron eliminadas toda una serie de tareas
antiguas, desapareciendo con ellas las viejas formas
de lucha. Por ejemplo, es sabido que la huelga es el
Los sindicatos en la Unión Soviética
arma más poderosa y eficaz de la clase obrera. Pero
¿podían conservar los sindicatos la huelga en su
arsenal después de la revolución de octubre? La
huelga es un instrumento de acción contra la
patronal. Pero una vez que la patronal ha sido
suprimida, dispersada, expropiada, una vez que las
empresas han sido confiscadas y entregadas a la clase
obrera en su conjunto, ¿conserva la huelga su
significado? ¿Sigue estando justificada la huelga
como método de lucha? Es evidente que no, pues de
otro modo los obreros se rebelarían contra ellos
mismos. Ahora que han hecho la revolución que han
expropiado a la burguesía, que han convertido las
fábricas y empresas en propiedad pública, ¿irán a
reivindicar ante sí mismos mediante huelgas que
desorganicen la producción? Hay en todo ello una
contradicción que salta a la vista y, por consiguiente,
es lógico que los sindicatos rusos hayan renunciado a
la huelga como medio de lucha.
Por cierto que en torno a esta cuestión los
reformistas de todos los países no han dejado de
poner el grito en el cielo durante los últimos cuatro
años, acusando a los sindicatos rusos de negar a los
obreros el derecho de huelga. Incluso pretenden que
en nuestro país existen leyes que prohíben las
huelgas. Jamás las hubo. Son los propios sindicatos
quienes se han prohibido a sí mismos las huelgas,
estimando que en las condiciones en que se
encontraba la economía nacional rusa tras la
revolución de octubre, la huelga sólo podía
comportar la desorganización de la economía
nacional. Las huelgas no podrían mejorar en nada la
situación, ni siquiera la de un único obrero. Por
consiguiente, la renuncia a las huelgas no ha sido
fruto de un decreto, de una presión exterior, sino que
es resultado de la libre voluntad de los propios
sindicatos, que en este terreno actúan en función de
los intereses del conjunto de la clase obrera, y no de
éste u otro grupo de obreros.
Pero aun así los reformistas no cejan en su
demagogia contra nosotros en relación a esta
limitación que la clase obrera se ha impuesto a sí
misma. Estas acusaciones lanzadas contra los
sindicatos rusos por su renuncia al derecho de huelga
tienen una resonancia muy particular en boca de los
dirigentes sindicales franceses, alemanes, belgas e
ingleses. Estos señores, que renunciaron al derecho
de huelga durante la guerra en nombre de la unidad
con su burguesía, que abiertamente se pronunciaron
en contra de las huelgas obreras, que las sabotearon
para no romper el frente único que les ataba a las
clases dominantes y para alimentar la confianza que
ponían en ellos los gobiernos burgueses, estos
señores acuden ahora a atacar a los sindicatos rusos
porque han renunciado al derecho de huelga después
de que el proletariado ruso ha conquistado el poder.
Dicho sea de paso, su actitud nos parece natural.
Hasta tal punto se han acostumbrado a apoyar a los
91
gobiernos burgueses, a identificar los intereses de los
trabajadores con los del Estado burgués, que ni
siquiera les entra en la cabeza la posibilidad de
destruir a la burguesía, de establecer un Estado
proletario y de transformar las relaciones entre las
organizaciones obreras y este Estado. Al tiempo que
proclaman el principio abstracto del derecho de
huelga, los reformistas de hecho siempre han
saboteado las huelgas desencadenadas contra la
burguesía, han roto las huelgas durante muchos años.
Pero para ellos, por tratarse de la Rusia soviética,
está tanto más justificado el griterío a favor del
derecho de huelga, como si de este modo quisieran
demostrar que las huelgas son un mal cuando van
dirigidas contra los gobiernos burgueses, y un bien
cuando se enfrentan al Estado proletario.
Hemos podido ver actuar a estos señores durante
la huelga del textil en Francia, durante la gran huelga
de los mineros de Gran Bretaña y durante la última
huelga en Alemania. ¿Quién saboteó la huelga de los
empleados del ferrocarril en Alemania? Precisamente
las mismas personas que reclaman a grito pelado el
derecho de huelga en Rusia, que acusan a los
sindicatos rusos del crimen de haber declarado
francamente a los obreros de todos los países,
después de la revolución de octubre, que a la vista de
las nuevas relaciones sociales consideraban que las
huelgas ya no hacían falta, pues los sindicatos rusos
disponen ahora de otros medios, más eficaces, para
resolver los problemas que aparecen en el proceso de
la lucha de la clase obrera por su emancipación.
3. Formas y métodos de acción sindical.
Los sindicatos, que después de la revolución de
octubre se han convertido en órganos de construcción
económica, han tenido que modificar sus métodos y
formas de lucha.
Se les planteaban dos problemas importantes: la
organización del trabajo y la organización de la
producción. La organización del trabajo abarca los
problemas salariales, seguros de enfermedad, contra
el paro, en suma, todo lo que contribuye a elevar a un
nivel superior al productor, al obrero. En los países
burgueses, toda mejora en la situación de las masas
trabajadoras vienen precedida de una lucha
encarnizada; muchas veces, los obreros se ven
obligados a declararse en huelga durante largos
meses para obtener el mínimo aumento de salarios.
Cuando dejó de existir la patronal, fueron los
mismos sindicatos quienes debían fijar los salarios.
Es cierto que estos salarios eran bastante reducidos,
pero esto no se debía a que los sindicatos desecharan
unos salarios superiores, sino a que en Rusia la
cantidad de bienes materiales era muy exigua como
consecuencia de la guerra, del bloqueo, del
agotamiento de los recursos disponibles. Cuando los
sindicatos determinan y establecen los salarios, ¿es
posible recurrir a la huelga en tales condiciones? ¿Es
92
posible interrumpir el trabajo cuando son los propios
representantes elegidos por los obreros quienes fijan
la tasa salarial y la cantidad de productos que deben
distribuirse a los obreros? Es evidente que no y, por
tanto, resulta totalmente lógico que los sindicatos
obreros hayan retirado la huelga de su arsenal de
formas de lucha. Una vez eliminada la huelga como
método de acción, perdió su razón de ser la necesidad
de organizar cajas de resistencia; puesto que ya no se
recurre a la huelga, no tiene sentido recoger dinero
para sostenerla.
No sucede exactamente lo mismo en lo que se
refiere a la seguridad social, el seguro de desempleo,
de enfermedad, etc. En los países burgueses, los
obreros pagan cuotas especiales a estos efectos; en
Rusia, después de la revolución de octubre, nos
hemos esforzado en cargar todos estos gastos sobre
las espaldas del Estado; se ha creado el seguro contra
el paro y el tratamiento de los obreros enfermos a
cargo del Estado, etc. Es fácil comprender que en
estas condiciones ya no resulta necesario organizar
estos fondos especiales, que desempeñan un papel
tan importante en la vida de los sindicatos de
numerosos países. Vemos así que ha habido que
modificar las tareas de los sindicatos, haciéndoles
abarcar toda una serie de aspectos, hasta entonces
desconocidos. Los sindicatos, que habían tomado
parte en la revolución, no podían desentenderse de la
construcción económica posterior, en la medida en
que también habían tomado directamente en sus
manos la producción, gracias a la instauración del
control obrero. Al igual que los órganos de poder de
los soviets, pasaron a responsabilizarse de todo el
desarrollo económico del país. Pero la construcción
económica sólo podía materializarse más o menos
normalmente si se preparaba el terreno propicio para
un trabajo normal. Los años posteriores a la
revolución de octubre no permitieron a las masas
obreras concentrar toda su atención en los problemas
de la economía nacional. Hubo un largo período de
lucha sin cuartel, en cuyo transcurso la
contrarrevolución batalló encarnizadamente, apoyada
por la burguesía del mundo entero. Estaba en juego la
misma supervivencia del Estado obrero; no todos
estaban todavía seguros de si los obreros serían
capaces de expropiar a la burguesía, y en la medida
en que la lucha del Estado soviético tenía por objeto
la salvaguarda de su existencia, la conservación en
manos de los trabajadores, de las fábricas, empresas
y tierras expropiadas, los sindicatos no podían
permanecer ajenos a esta lucha militar y económica.
Vemos así que al mismo tiempo que desaparecen
las viejas formas y métodos de lucha, surgen nuevas
formas, nuevos métodos y tareas en el seno de las
organizaciones obreras, dictadas por cada coyuntura
concreta de la lucha de la clase obrera. Los
sindicatos, en su voluntad de elevar a toda costa los
salarios de los obreros, no sólo establecen las tablas,
Drizdo Losovsky
sino que además lanzan a decenas de miles de sus
miembros al frente de los abastecimientos, pues la
parte más importante del salario consiste en
productos alimenticios. Y si los sindicatos, presos de
un esquema abstracto, hubieran declarado que no era
asunto suyo ocuparse de los abastecimientos, los
obreros adheridos a estos sindicatos habrían sufrido
las consecuencias, pues no se podría haber
aumentado su ración, su salario real, por falta de
productos alimenticios. De este modo, los sindicatos
tuvieron que afrontar un trabajo considerable de
abastecimiento, que no hacía sino ampliarse, pues la
situación del país, desde el punto de vista de los
abastos, se agravaba sin cesar. Cuanto menos
productos había, tanto más importante era su
distribución, pues era la distribución la que elevaba o
rebajaba los salarios reales de los obreros. Este fue el
origen de los destacamentos especiales reclutados por
los sindicatos, las comisiones especiales de
abastecimiento obrero que se crearon. Eran
organismos para la defensa del salario real,
organismos nacidos en una determinada coyuntura
que no necesariamente tendrá que aparecer en el
transcurso de la revolución social en otros países.
Los sindicatos no sólo se preocuparon de reunir y
repartir los productos, también organizaron
activamente el suministro de materias primas. No
existe ni un solo sindicato que no haya desplegado
enormes energías para incrementar la extracción de
materias primas; los obreros del textil organizaron
una expedición especial al Turquestán para recoger
algodón; los mineros dedicaron toda su atención a la
cuenca hullera del Donetz; los metalúrgicos
centraron su actividad en el Ural y en el Sur,
conscientes de la importancia primordial de las
materias primas. Los sindicatos de Europa occidental
no se han planteado ni se plantean esta tarea. Es
cierto que en el Congreso de la Internacional de
Ámsterdam celebrado en Londres (noviembre de
1920) se aludió a la cuestión de las materias primas;
pero se planteó de forma totalmente abstracta. Los
representantes de los sindicatos reformistas
franceses, ingleses y alemanes propusieron una
resolución según la cual las materias primas deberían
distribuirse equitativamente entre los distintos países,
pero no se les ocurrió nada mejor que confiar esta
justa distribución a la Oficina Internacional del
Trabajo, dependiente de la Sociedad de Naciones.
Los sindicatos rusos no han adoptado tales
resoluciones, no han depositado sus esperanzas en la
Oficina Internacional del Trabajo, pero, en cambio,
se han preocupado ellos mismos de incrementar la
producción de materias primas y de distribuirlas
racionalmente, al menos en la medida en que sus
fuerzas les permitieron.
Finalmente, los sindicatos rusos tuvieron que
cargar con el enorme fardo de la lucha militar.
Durante todos estos años, Rusia ha sido una fortaleza
Los sindicatos en la Unión Soviética
asediada, de hecho todos sus ciudadanos estaban
movilizados, sobre todo los obreros. Puesto que el
bloque estaba dirigido contra el Estado obrero, contra
su acción revolucionaria, los sindicatos se vieron
obligados a ampliar su campo de actividad a asuntos
que no eran estrictamente sindicales. Muchas veces,
los sindicatos movilizaron hasta el 50 por 100 de los
miembros de sus organismos ejecutivos, de sus
militantes responsables, y los enviaron al frente. Se
trataba de no permitir que los guardias blancos rusos
y el imperialismo extranjero pudiera destruir
físicamente a la clase obrera rusa.
Pero es precisamente en esta etapa de la evolución
de los sindicatos rusos donde los reformistas centran
sus ataques, reprochándonos de haber apoyado al
gobierno; los señores de Ámsterdam condenan
violentamente la actividad militar de nuestros
sindicatos. Y también en este caso los señores
reformistas tienen toda la razón: ellos, que han
permanecido durante cuatro años atados al carro
militar de su burguesía, exigen que los sindicatos
rusos sean independientes del gobierno comunista,
que se desentiendan de la suerte de su Estado obrero.
Si el gobierno ruso fuera imperialista y no comunista,
entonces sí, estos señores de Ámsterdam se habrían
declarado en su favor.
4. Independencia y neutralidad de los
sindicatos obreros.
Inmediatamente después de la revolución de
octubre nació en Rusia la teoría de la independencia
de los sindicatos obreros. Los campeones de esta
teoría eran los mencheviques, que durante el período
del gobierno de coalición de Kerensky no habían
dicho ni una palabra sobre la independencia de los
sindicatos.
Según ellos, la independencia y la neutralidad se
reducen a esto: los sindicatos obreros, decían, deben
oponerse al Estado. Cualquiera que sea la naturaleza
del Estado, los sindicatos deben ser independientes
de él, deben luchar con todos los medios de que
disponen: huelgas, boicot, etc. Los sindicatos obreros
deben seguir siendo un arma de lucha en manos de
los trabajadores, dirigida también contra el nuevo
poder político. Los sindicatos deben liberarse de la
influencia del partido comunista, no deben asumir
tareas generales que corresponden al Estado, sino
limitarse en su actividad exclusivamente a mejorar la
situación de la clase obrera y su educación.
En las circunstancias en que tomó cuerpo esta
teoría se trataba de una consigna política muy
precisa, destinada a separar las dos formas
organizativas del movimiento obrero, a oponer entre
sí a los sindicatos obreros y los soviets. Esta teoría se
basaba en las siguientes consideraciones: los
sindicatos y los consejos de diputados obreros no
tienen tareas idénticas; por consiguiente, no deben ir
codo a codo, realizar conjuntamente el mismo
93
programa. Sin embargo, el punto de vista de los
sindicatos era muy distinto. Para ellos era evidente
que las tareas y objetivos de los obreros organizados
en soviets y en sindicatos son idénticos. Los métodos
de realización de estos objetivos son diferentes, del
mismo modo que las formas de lucha, pero el
objetivo es el mismo tanto para los sindicatos como
para los soviets; esto era un hecho incontestable. Y si
el objetivo era el mismo, si consistía en asegurar la
victoria de la clase obrera, en repeler la agresión del
imperialismo, en resistir hasta la insurrección de los
demás destacamentos obreros, si este objetivo era el
de la clase obrera rusa, ¿podía plantearse una
oposición entre sindicatos y soviets? Por supuesto
que no; sólo cabía plantear la colaboración más
estrecha y fraternal, un trabajo orgánico y común,
una coordinación permanente con vista a realizar las
tareas comunes.
Frecuentemente, la teoría de la independencia de
los sindicatos ha sido presentada como una teoría
aplicable invariablemente a cualquier período y
cualquier nación. Nuestros adversarios de la
Internacional de Ámsterdam echaron mano de ella
para agitar contra nosotros, diciéndonos: “Vuestros
sindicatos están subordinados al gobierno, forman
parte del Estado soviético y han dejado de existir
como sindicatos.” No vemos por qué debemos
avergonzarnos de la dependencia de los sindicatos
con respecto al Estado obrero. Esta dependencia es,
en realidad, una interdependencia: los sindicatos
dependen del Estado soviético del mismo modo que
el Estado soviético depende de los sindicatos. Los
soviets no pueden existir sin los sindicatos, ni los
sindicatos sin los soviets, si ambos desean realizar las
tareas que se han propuesto. ¿Es posible, en
principio, oponerse a esta interdependencia? Sí, pero
con la condición de ser un adversario de la
revolución social y de la conquista del poder por la
clase obrera, como es el caso de los reformistas.
¿Es cierto que los dirigentes de la Internacional de
Ámsterdam se oponen en general a una mutua
dependencia entre el Estado y las organizaciones
obreras? No, pues la experiencia práctica nos
demuestra que están íntimamente, orgánicamente
atados a su gobierno burgués. No es difícil encontrar
ejemplos: los dirigentes de los sindicatos alemanes
forman un gobierno de coalición junto con su
burguesía y reprimen al movimiento revolucionario
de los obreros. Sus congéneres belgas y austríacos se
entregan, qué duda cabe, a una obra muy loable; en
Gran Bretaña y Francia, los sindicalistas de Jouhaux
no están integrados formalmente en el gobierno, pero
su vinculación a su burguesía, su dependencia con
respecto a ella, no es menor que la de sus colegas
alemanes. También en este caso aparece la táctica
fundamental que siguen los señores de Ámsterdam:
admiten la alianza entre el Estado burgués y los
sindicatos y rechazan todo lazo entre los sindicatos y
94
el Estado obrero, invocando la altisonante consigna
de la independencia. Todas estas bonitas palabras de
los señores de Ámsterdam no hacen más que revelar
su naturaleza burguesa. Jamás hemos ocultado, ni
tampoco ahora ocultamos nuestra vinculación al
Estado soviético; miles de hilos nos atan al Estado
soviético, no existe ningún organismo soviético
donde no estén representados los sindicatos. Y no
sólo no ocultamos este hecho, sino que nos
esforzamos en reforzar estos lazos, aumentar y
estrechar los vínculos, en hacer penetrar a la
representación sindical en todos los órganos de todo
el inmenso aparato del Estado proletario.
No tememos esta interdependencia orgánica,
política e ideológica; al contrario, la buscamos.
Quisiéramos invitar a los señores de Ámsterdam a
que nos digan, con la misma franqueza que nosotros,
cuántos miles de hilos los enlazan con sus Estados
burgueses. Que se dignen contarnos cómo y en qué
forma están vinculados los dirigentes de los
sindicatos a sus gobiernos, cómo sabotean
conjuntamente al movimiento revolucionario, cómo
desorganizan codo a codo las huelgas, cómo se las
arreglan para engañar a los obreros, de común
acuerdo con la burguesía, prometiéndoles reformas
sociales en nombre de la Sociedad de Naciones. Que
nos digan todo esto, y entonces podremos apreciar la
esencia verdadera de estos amigos de la
independencia, de estos campeones de la neutralidad.
Veremos que sólo se ponen patéticos cuando se trata
de proclamar su independencia con respecto al
comunismo y a los intereses de la clase obrera. En
cambio, cuando se trata de la burguesía y de sus
intereses, corren un tupido velo sobre sus principios
y sus teorías de la independencia que, en su opinión,
no es más que un producto de exportación para la
Rusia soviética.
5. Las contradicciones entre la ciudad y el
campo.
Hemos visto que los sindicatos definen sus tareas
y elaboran sus tácticas de acuerdo con las
condiciones objetivas de la situación en que se
encuentran. Consumada la revolución de octubre, la
confiscación de todos los instrumentos y medios de
producción, en organizar el conjunto de la economía
nacional de modo que cada trabajador pueda
beneficiarse de los servicios gratuitos del Estado. En
esta dirección se encaminó la actividad del aparato
estatal y de los sindicatos. La política salarial se
basaba principalmente en la supresión del dinero y en
el pago del salario en especie (raciones, servicios
comunales gratuitos a cargo del Estado, tranvías,
vivienda, luz, calefacción, ropa, transporte por
ferrocarril, etc.).
Por su misma naturaleza, el salario -y tanto más si
se basaba en la ración- tenía efectos niveladores: la
ración se repartía equitativamente, sin distinción de
Drizdo Losovsky
categorías, pues está fuera de toda duda que los
obreros, cualquiera que sea su cualificación, han de
consumir una determinada cantidad de productos
alimenticios. El salario en especie, el deseo de
organizarlo todo sobre la base de los servicios
gratuitos asegurados por el Estado, chocaron con
innumerables obstáculos debidos a la particular
situación en que se encontraba, y todavía se
encuentra, el país. El primer obstáculo provenía de la
estructura social de Rusia, donde el campesinado
constituye una mayoría abrumadora y donde
predomina la pequeña propiedad campesina, hecho
que no puede dejar de influir en la vida de todo el
Estado. Esta influencia se hacía notar en todas partes.
Por un lado, teníamos una economía socializada
(industria pesada, transportes, toda la economía
urbana), y, por otro una parte inmensa de la
economía rural estaba en manos de pequeños
propietarios que se esforzaban en extraer beneficios
de su propiedad.
Las contradicciones entre la ciudad socializada y
el campo pequeñoburgués individualista, no hacían
más que agravarse, y como el potencial de la
economía rural aumentaba sin cesar, a causa del
debilitamiento de la industria pesada, como debido al
bloqueo la densidad de la economía rural adquiría un
peso creciente, es lógico que la política económica
del Estado soviético tropezara en todas partes con
obstáculos y que se haya reorientado esta política al
objeto de evitar la agudización de la lucha entre la
ciudad y el campo.
Durante todo el primer período posterior a la
revolución de octubre, la política económica del
poder soviético tenía como objetivo reunir lo más
rápidamente posible todos los recursos del Estado,
centralizar la administración, hacer penetrar en ella, a
través de los sindicatos, a las amplias masas obreras,
de forma que la pequeña propiedad agraria quedara
subordinada a la industria socializada. Esta
orientación fundamental era justa, no cabe duda, pero
su realización práctica se hizo difícil por el hecho de
que Rusia continuaba estando aislada. Dentro de
Rusia, y debido a su estructura social, la clase obrera
se topó con enormes obstáculos a la hora de poner en
práctica su orientación proletaria. Estos obstáculos
crecían a medida que se prolongaba el bloqueo, se
agravaban a medida que aumentaban las exigencias
de la ciudad con respecto al campo. El campesino,
que se había apoderado gratuitamente de su tierra y
la defendía con uñas y dientes frente a los ataques de
los antiguos propietarios, no quería saber nada de
comunismo, de la industria socializada y de sus
obligaciones para con la ciudad. Se había adueñado
de la tierra para sacarle beneficio, para convertirse en
productor libre de mercancías y en vendedor de sus
productos; en respuesta a las exigencias de la ciudad
presentaba su factura, exigía a su vez que la ciudad le
entregara a cambio otras mercancías a un
Los sindicatos en la Unión Soviética
determinado precio, rebelándose contra la política
pro-urbana del Estado obrero. De este modo, las
requisas de productos alimenticios, que permitían la
subsistencia de las ciudades y la continuidad de su
lucha contra el imperialismo mundial, chocaron con
la oposición abierta de las masas campesinas. Esta
oposición no hizo más que reforzarse a medida que
se retrasaba más y más la revolución en Europa
occidental.
La estructura social de Rusia dificultaba
enormemente las tareas revolucionarias de la clase
obrera. Rusia sólo podría haber evitado estas
dificultades si la revolución occidental hubiera
acudido en auxilio suyo, si el proletariado de Europa
occidental hubiera ayudado, con su técnica y su
organización, al proletariado ruso, pequeña minoría
perdida en un océano agrario. Pero la revolución, que
en 1918 había invadido Europa central, no fue más
allá de los gobiernos de coalición; la burguesía supo
rehacerse de sus primeras derrotas inmediatamente
después de la guerra. Es más: se aprestó a
reconquista lo que en su tiempo había concedido
“benévolamente”. La clase obrera rusa no podía
conservar las posiciones que había conquistado en el
transcurso de los primeros años que siguieron a la
revolución de Octubre; se vio forzada a ejecutar toda
una serie de maniobras de retirada, a dar vía libre a la
energía pequeñoburguesa que se había acumulado,
con objeto de no dejarse arrebatar las conquistas
esenciales que permitirían desencadenar la
revolución en occidente.
6. La revolución rusa está estrechamente
ligada al movimiento obrero internacional.
Una revolución de la envergadura y trascendencia
de la revolución rusa no puede permanecer encerrada
en un ámbito geográfico limitado. La revolución rusa
ha planteado ante los trabajadores de todos los países
la cuestión de la supresión de la propiedad privada y
de la expropiación de los expropiadores. No podía
más que provocar la oposición del mundo capitalista
en su conjunto, pues iba a plantear en todas partes, de
forma práctica, ante las masas obreras, la necesidad
de la expansión de la revolución rusa a todos los
demás países del mundo capitalista.
La revolución de Octubre era un acto de
propaganda por la acción: la clase obrera europea
había visto y se había convencido de que era posible
vencer a la burguesía y que la sociedad podía
prescindir de ella. La revolución socialista tenía que
rebasar sus límites geográficos para seguir
avanzando, pues no puede vencer sino como
revolución internacional; de otro modo no podría
triunfar. Este es el destino de todas las revoluciones
que destruyen los viejos sistemas económicos. Basta
con analizar la gran Revolución francesa, que se alzó
para destruir un mundo feudal. Todo este mundo
feudal se puso en pie de guerra contra la Revolución
95
francesa, y la contienda sólo quedó resuelta tras una
lucha que se prolongó durante largos decenios.
Todo militante del movimiento obrero que sepa
reflexionar comprenderá muy bien que la revolución
socialista no puede ser obra de unos cuantos meses o
de dos o tres años de trabajo. Rusia ha abierto la
época de las revoluciones. Octubre es el punto de
partida de toda una serie de revoluciones que se
prolongarán durante varios decenios, pasando
sucesivamente de un país a otro. Pese a todas las
contradicciones internas que desgarran el mundo
capitalista, éste se une sólidamente a la hora de
combatir los avances revolucionarios de la clase
obrera. El frente único de la burguesía es actualmente
un hecho consumado; la burguesía lo ha realizado
frente a la revolución rusa y lo utiliza principalmente
en estos momentos contra los obreros de sus propios
países.
Hay quien no ha descubierto ni comprendido esta
estrecha vinculación de la revolución rusa con el
movimiento revolucionario occidental, pese a que
todo acontecimiento, sin excepción, que se produce
en el seno del movimiento obrero, toda huelga
importante, todo conflicto social, toda insurrección
obrera, repercuten inmediatamente en la revolución
rusa. La ocupación de fábricas por los obreros
italianos a finales del año 1920 y su derrota
influyeron directamente sobre la marcha de la
revolución rusa. Lo mismo sucedió con la huelga de
los mineros ingleses y toda una serie de
insurrecciones de los obreros alemanes en el
transcurso de los últimos tres años. Un dato curioso:
la lucha de la burguesía francesa, inglesa e italiana
contra su clase obrera respectiva se realizaba siempre
bajo la bandera de la lucha contra el bolchevismo. La
burguesía comprende mejor el significado del
bolchevismo que muchos socialistas y anarquistas.
Es cierto que en su combate contra los obreros
calificaba de bolchevique a todo el proletariado en su
conjunto, a todo el proletariado que luchaba contra la
creciente explotación. En este sentido, la burguesía
también tuvo en cuenta la catástrofe social que se
avecinaba; organizó la resistencia frente al
movimiento revolucionario en pleno desarrollo. Hizo
todo lo posible por golpear al mismo tiempo a su
bolchevismo nacional y al bolchevismo ruso. Así, la
lucha encarnizada de la clase obrera en todos los
países prolongaba y completaba la del proletariado
ruso. Cada victoria y cada derrota de los obreros de
Europa occidental era una victoria o una derrota para
los obreros rusos. Por consiguiente, es natural que en
la medida en que la burguesía ha logrado repeler la
ofensiva de los destacamentos revolucionarios de los
obreros, en la medida en que ha conseguido tomar la
iniciativa -y tanto más cuanto que los partidos
comunistas y los sindicatos revolucionarios todavía
no han conquistado a toda la masa obrera en todos
los países-, la revolución rusa no haya podido
96
avanzar. No tenía más remedio que batirse en
retirada. La clase obrera de Europa ya era lo
suficientemente fuerte como para impedir que su
burguesía estrangulara la Rusia soviética con el nudo
corredizo de sus fuerzas armadas, pero todavía era
demasiado débil como para derrocar a sus gobiernos
burgueses y abrir así las puertas al desarrollo integral
de la obra creadora del socialismo. Y los obreros
europeos, los que consideran a la revolución rusa
como algo que les afecta, como algo suyo, deben
comprender esta verdad simple y elemental: la
retirada efectuada por la Rusia soviética de la vía
inicialmente emprendida -retirada que se ha
concretado en lo que ha venido en llamarse la Nueva
Política Económica-, es el resultado de la lentitud del
ritmo de desarrollo de la revolución en Europa
occidental, y de una serie de derrotas sufridas por los
obreros de estos países.
Las coyunturas nacionales e internacionales, la
relación de fuerzas existente en el interior de los
Estados y en el frente mundial: estas son las causas
que han dado lugar a la Nueva Política Económica de
la Rusia de los soviets y a la nueva orientación
política de los sindicatos obreros rusos. La Rusia
soviética no podía resistir infinitamente al bloqueo, el
Estado obrero no podía permanecer aislado; el
levantamiento del bloqueo y las relaciones
económicas con los países capitalistas han planteado
a la Rusia de los soviets toda una serie de cuestiones
y problemas nuevos. El mundo capitalista ya no es
capaz de vencer a la Rusia soviética, pero, por otro
lado, la Rusia soviética todavía no es capaz de vencer
al mundo capitalista. De ahí se deriva la necesidad de
establecer relaciones económicas, forzosas para
ambas partes, y de concluir tratados comerciales.
Pero el intercambio y las relaciones comerciales
exigen la regularización del sistema monetario,
plantean el problema del crédito, sacan las leyes del
desarrollo capitalista al escenario internacional, que
entran en contacto con el Estado soviético y tienden a
penetrar, a prolongarse dentro de su territorio.
No cabe duda que habría sido preferible que la
Rusia de los soviets, en lugar de firmar un tratado
con Lloyd George, lo hubiera hecho con el Consejo
general de las Trade Unions y con el gobierno obrero
de Gran Bretaña. Habría sido mucho mejor que en la
conferencia de Génova, en lugar de Poincaré, Lloyd
George y otros representantes patentados de la
burguesía imperialista europea, hubiera estado los
representantes de los obreros y gobiernos soviéticos.
En este caso el problema habría sido distinto, la
colaboración entre los obreros de los distintos países
se habría desarrollado sobre bases puramente
socialistas. Tendríamos una alianza entre países
agrarios y países industriales, tendríamos todas las
premisas para avanzar en la construcción del
socialismo. Pero el cerco capitalista exterior y el
cerco pequeñoburgués en el interior del país, han
Drizdo Losovsky
planteado a la clase obrera rusa la necesidad de
efectuar algunas concesiones inevitables, la
necesidad de una Nueva Política Económica.
7. El contenido de la "ueva Política
Económica.
Desde mediados del año 1920 era evidente que la
clase obrera rusa no podía conservar sus posiciones,
pues el mundo capitalista todavía mostraba una
capacidad de resistencia suficiente, de lo que se
derivaba la necesidad de coexistir junto a él durante
un determinado espacio de tiempo. Y como el
desarrollo industrial y técnico de Rusia estaba
notablemente atrasado, como los largos años de
guerra imperialista y de guerra civil habían
deteriorado profundamente la economía nacional de
Rusia, se puso sobre el tapete la cuestión de las
posibles concesiones al capital extranjero, el
problema de la concesión de la explotación de una
parte de las riquezas naturales de Rusia. Más tarde se
plantearon nuevas formas de percepción de los
impuestos, la sustitución de las requisas de productos
alimenticios por los impuestos en especie, el libre
desarrollo a la iniciativa privada. Las concesiones
otorgadas al capital extranjero engendraban
lógicamente tendencias capitalistas en el interior del
país; la burguesía había sido aplastada durante la
revolución, pero subsistían las relaciones capitalistas:
todavía existía el pequeño propietario agrario y el
pequeño artesano; en consecuencia, había una
economía mercantil, una circulación monetaria; las
relaciones capitalistas eran débiles, pero pervivían.
La lucha de clases tampoco había desaparecido de la
Rusia soviética.
Esta lucha de clases revestía dos formas: por un
lado, se concretaba en el combate del Ejército Rojo
frente a la contrarrevolución armada, y por otro,
proseguía una lucha sorda entre la pequeña burguesía
y el proletariado, lucha que se expresó de diversas
maneras en el transcurso de los últimos años. Los
campesinos, aunque constituyen una masa amorfa,
políticamente, representan, no obstante, un potencial
social y económico considerable que influye en todo
el funcionamiento del Estado. El 80 por 100 de la
población campesina buscaba espontáneamente la
forma de expresar sus tendencias individualistas. La
clase obrera tenía que afrontar un dilema: o bien
permitir que se manifestara el elemento
pequeñoburgués el afán de lucro y la iniciativa
privada, o bien emprender, en condiciones
particulares desfavorables, la lucha contra esta
enorme fuerza conservadora. Una vez decidida a
hacer concesiones al capital extranjero, la clase
obrera rusa emprendió también la vía de las
concesiones a su pequeña burguesía, a la masa
campesina.
En su lucha por aumentar a cualquier precio la
cantidad de productos, por perfeccionar el
Los sindicatos en la Unión Soviética
mecanismo industrial, el proletariado ruso,
abandonado momentáneamente en sus posiciones
avanzadas por los trabajadores de Europa occidental,
se vio forzado a desatarle las manos a la iniciativa
privada, a abrir la espita a la energía
pequeñoburguesa que se había acumulado. Se
promulgaron toda una serie de decretos y leyes que
establecían la libertad de comercio, la adjudicación
en régimen de arriendo de fábricas y empresas no
utilizadas, la autorización al capital ruso y extranjero
para fabricar los productos necesarios para la
población, la fundación de trusts y la actividad
empresarial, con la única salvedad de que los centros
fundamentales de la vida económica permanecían en
manos del Estado obrero.
¿Qué tiene de nuevo esta política? En general,
seguramente no tiene nada de nuevo; esta política
sólo es una novedad para los comunistas, para la
clase obrera. La historia ha llevado al proletariado
ruso a una situación en que se ve obligado a dar vía
libre a la iniciativa privada y al afán de lucro. Los
trabajadores rusos saben muy bien qué consecuencias
tendrá esta Nueva Política Económica. Todo tipo de
iniciativa privada se basa en la expropiación de
plusvalía. La Nueva Política Económica de Rusia que
en muchos casos adopta formas capitalistas, ha hecho
resucitar la plusvalía, suprimida en su día por la
revolución en los ramos fundamentales. Pero el
capital extranjero sólo acepta algún pacto con el
Estado soviético si espera obtener pingües
beneficios, es decir, si se le permite la explotación
reforzada de los obreros rusos. Durante varios años,
el proletariado ruso había luchado por erradicar
totalmente la explotación del hombre por el hombre,
había expropiado fábricas y empresas, nacionalizado
los ramos industriales más importantes, había
suprimido la burguesía como clase, había arrancado
de raíz la propiedad latifundista de los terratenientes.
Después de haber logrado todo esto, se ve forzado,
no obstante, a otorgar toda una serie de concesiones
importantes a las fuerzas capitalistas. La razón de
ello estriba en la lentitud del desarrollo
revolucionario en Europa occidental y en el cerco
establecido por la burguesía.
Un año de Nueva Política Económica ha dado
cuenta de las fuerzas que todavía perviven en el seno
del régimen destruido de los burgueses y nobles. Ha
hecho su aparición un nuevo burgués, tenaz, ávido,
que ha pasado por todas las pruebas de la revolución
y trata de obtener, a la vista de los riesgos que ha
corrido, el máximo de beneficios. La especulación se
desarrolla por todo lo alto; en las empresas privadas,
la presión ejercida sobre los obreros es
particularmente aguda, pues se trata de acelerar la
circulación y de extraer del capital invertido el
máximo beneficio a corto plazo. Esta sobrepresión
ejercida sobre la mano de obra es directamente
proporcional al sentimiento de inseguridad e
97
inestabilidad que invade a los propietarios de las
empresas privadas.
Así, la Nueva Política Económica ha dado lugar a
una nueva relación de fuerzas: la burguesía derribada
ha encontrado un punto donde aplicar su energía, y
esta energía ya se manifiesta. En las empresas
privadas trabajan decenas de millares de obreros, el
capital privado ya compite con las empresas del
Estado. Expuestas a la agresión de las empresas
capitalistas privadas, las fábricas del Estado deben
redoblar su actividad, colocarse al mismo nivel. El
intercambio de mercancías en que se basaba antaño
la política económica de la Rusia soviética, ha sido
barrido por el torrente del capital privado. El dinero
adquiere de nuevo su antiguo valor, aparece con
fuerza creciente la necesidad de un sistema
monetario estable. La Nueva Política Económica, que
ha despertado la iniciativa privada y las relaciones de
derecho privado, coloca a las empresas del Estado
sobre nuevos carriles, que de ahora en adelante
marcharán sobre el terreno de la economía comercial.
El Estado, forzado a establecer relaciones
comerciales con la Europa capitalista, funda una serie
de compañías capitalistas de Estado cuya actividad se
basa en los viejos mecanismos comerciales
capitalistas. De este modo, la Nueva Política
Económica redunda en el restablecimiento, dentro de
ciertos límites, de relaciones capitalistas privadas -si
bien los ramos industriales fundamentales
permanecen en manos del Estado y el poder político
continúa en posesión del proletariado ruso.
8. El Estado soviético y los sindicatos.
La Nueva Política Económica y las tareas que
recaen sobre los sindicatos plantean de nuevo el
problema de capital importancia, de las relaciones
entre los sindicatos obreros y el Estado soviético.
Es sabido que el Estado es un instrumento de
opresión de una clase sobre otra, y mientras existan
las clases, existirá el Estado. La naturaleza del Estado
depende de la clase que triunfa en la lucha en un
momento histórico dado.
En el transcurso de la historia hemos conocido
Estados dirigidos por la aristocracia terrateniente, la
burguesía industrial y agraria, la pequeña burguesía
y, finalmente, por primera vez en la historia de la
Humanidad, conocemos un Estado construido por la
clase obrera.
¿Qué relaciones deben mantener, en general, los
sindicatos con el Estado? Los sindicatos organizan la
resistencia y la ofensiva de la clase obrera, son los
órganos proletarios por excelencia, cuya misión
consiste en organizar a la clase obrera para la lucha
contra las clases enemigas del proletariado. De ahí se
derivan con claridad meridiana las relaciones que
deben existir entre los sindicatos obreros y un Estado
de naturaleza burguesa o terrateniente. Los sindicatos
obreros deben enfrentarse a todos estos Estados, pues
98
constituyen un instrumento de las clases dominantes
para aplastar a los trabajadores.
Sin embargo, de hecho la historia no ha conocido
este enfrentamiento. Si observamos la evolución de
los sindicatos, y muy especial la historia del
movimiento sindical de los últimos años, veremos
que existen determinados vínculos entre el Estado
burgués y los sindicatos obreros. Este hecho apareció
con la claridad del rayo durante la guerra, cuando los
sindicatos obreros se transformaron en organismos al
servicio del Estado imperialista. Los círculos
dirigentes de los sindicatos obreros, se integraron en
el mecanismo del Estado burgués, se convirtieron en
un instrumento de la dominación burguesa.
Esta vinculación orgánica de las direcciones
sindicales con el Estado burgués no podía
prolongarse por mucho tiempo, aunque era una
prueba de la enorme influencia que ejerce el Estado
burgués sobre la clase obrera en distintos países. A
medida que se exacerbaban las contradicciones, que
se agravaba la lucha social y se desarrollaba el
movimiento sindical, los trabajadores sindicados se
liberaban cada vez más de la influencia de la
ideología burguesa, y esto los impulsaba a romper los
lazos orgánicos tendidos entre el Estado burgués y
los sindicatos obreros. Desde el punto de vista de los
intereses de la clase obrera en su conjunto, esta
vinculación era criminal, antinatural, pues enlazaba
entre sí a clases enemigas, constituía una sumisión de
la clase obrera y de sus organizaciones a la sociedad
burguesa.
Pero incluso si los lazos entre los sindicatos
obreros y el Estado burgués no pueden ser eternos,
dado que son contradictorios en su misma esencia, si
el desarrollo de las contradicciones de clase ensancha
cada vez más las grietas que penetran en esta alianza,
la ligazón cada vez más estrecha entre los sindicatos
patronales y el Estado burgués es un fenómeno
totalmente natural, derivado del desarrollo de la
lucha de clases.
Los sindicatos patronales son organizaciones de
combate de la clase burguesa que se proponen
agrupar a la burguesía industrial y financiera para
explotar sistemáticamente a los obreros y organizar
la resistencia frente a sus reivindicaciones. Estas
agrupaciones no pueden estar desvinculadas
orgánicamente del Estado, pues el Estado burgués no
es sino otra forma de expresión del poder de la
burguesía, de un poder que ha alcanzado las más
altas cotas de perfección y que ha desplegado sus
tentáculos por todas partes. La alianza entre los
sindicatos patronales y su Estado es resultado de la
lógica de la lucha de clases.
Si observamos los sindicatos de los empresarios
metalúrgicos, de los explotadores de minas, de los
Fabricantes textiles en Francia, en Gran Bretaña, en
Bélgica y en Alemania, si examinamos su actividad,
si estudiamos cómo influyen en la legislación, si
Drizdo Losovsky
analizamos sus vínculos con los organismos
oficiales, veremos en la práctica qué comporta esta
ligazón orgánica entre los sindicatos y un Estado que
por su naturaleza de clase le es consanguíneo. Es una
ligazón enteramente natural, se deriva de la
estructura de clases de la sociedad. Constituye una
forma original de concentración de fuerzas y energías
de una clase que reúne todas las riendas de sus
organizaciones para alcanzar un único e idéntico
objetivo, para realizar una única e idéntica tarea.
A la luz del ejemplo de las relaciones recíprocas
entre los sindicatos patronales y el Estado burgués
podemos estudiar mejor las relaciones mutuas entre
los sindicatos y el Estado durante el período
transitorio del Estado soviético.
El Estado soviético es obra de la clase obrera, sus
tareas son las de la clase obrera. Igual que los
sindicatos. ¿Qué relaciones deben establecer entre sí
estas dos organizaciones distintas de una misma
clase?
Los reformistas, vinculados con el Estado
burgués, cosa que es perfectamente natural, quisieran
hacernos creer que la tarea de los sindicatos consiste
en proclamar su entera independencia con respecto al
Estado soviético, pero esto no es más que un
testimonio de su pobreza de espíritu.
Quisiera ver a las organizaciones patronales de
Gran Bretaña o de Norteamérica declararse
independientes de su Estado. La misma forma en que
se plantea el problema revela una profunda
ignorancia de la naturaleza del nuevo Estado. Los
reformistas y los anarquistas no enfocan el Estado
desde el punto de vista histórico, no lo consideran
como un producto y como un instrumento de la lucha
de clases, sino como un ente metafísico y abstracto.
Los sindicatos obreros constituyen una parte del
Estado proletario, del mismo modo que los sindicatos
patronales son una parte inseparable y orgánica del
Estado burgués. Pero si existe esta ligazón entre el
Estado y los sindicatos, ¿cómo puede hablarse de una
huelga en una empresa del Estado? ¿Cómo pueden
plantearse los sindicatos tales formas de acción sobre
su Estado?
La explicación de este enigma es muy sencilla. El
Estado obrero mismo no es algo que ha quedado
constituido de una vez por todas, algo acabado para
siempre y para todo el mundo. Presenta rasgos
originales que se derivan de la estructura social de
cada país y de las coyunturas nacionales e
internacionales.
En Rusia, debido a las condiciones concretas en
que se encuentra, el Estado soviético sufre tantos
defectos y deformaciones burocráticas, que la clase
obrera puede verse impulsada a recurrir a la huelga.
Pero estas huelgas no están dirigidas contra el Estado
como tal, sino contra uno u otro organismo del
Estado que se haya desviado de las tareas que tiene
encomendadas. Existe ahí, pues, una contradicción.
Los sindicatos en la Unión Soviética
Pero si definimos nuestros métodos y formas de
lucha en función de la situación real, hay que tener
en cuenta la naturaleza contradictoria de acción,
como medio de mejorar la situación de de nuestros
organismos estatales. Como iniciativa la clase obrera
y el funcionamiento administrativo del Estado,
recurrimos a la huelga con objeto de advertir y llamar
la atención a los representantes burocráticos de algún
organismo oficia! que se haya extralimitado en sus
atribuciones.
Tampoco hay que olvidar que en este caso la
huelga es un recurso de última instancia, pues los
sindicatos disponen además de toda una serie de
otros medios de presión sobre los organismos del
Estado. Es un recurso extremo y, hay que decirlo,
una medida de fuerza, de la que seguramente sólo
haremos uso en casos excepcionales.
Así, por un lado los sindicatos están
orgánicamente vinculados al Estado soviético, pues
ambos persiguen el mismo objetivo, ambos combaten
en el mismo frente social, y por otro, en
determinadas condiciones los sindicatos pueden
obligar por la fuerza a algún organismo del Estado a
cambiar su política con respecto a los obreros que
trabajan en las empresas correspondientes.
De este modo, los sindicatos obreros están
dispuestos, al calor de su lucha por la dictadura del
proletariado y por el Estado soviético, a recurrir a
todos los medios de su arsenal para depurar el Estado
soviético y la dictadura proletaria, para arrancar todas
las excrecencias burocráticas, sin retroceder, si hace
falta, ante los actos de fuerza. De la misma manera
que los sindicatos patronales, que están
orgánicamente vinculados a su Estado, pueden
combatir en ciertos casos a algún organismo del
Estado burgués para lograr sus objetivos, los
sindicatos obreros, en la situación en que se
encuentran, pueden luchar, sin romper ni debilitar su
estrecha vinculación orgánica con el Estado obrero
de los soviets, contra las enfermedades burocráticas y
contra el olvido de los intereses de la clase obrera
que pueda manifestar algún organismo del Estado.
9. Las nuevas tareas de los sindicatos obreros.
A la vista del desarrollo de las relaciones
capitalistas y la competencia entre las empresas del
Estado y las del capital privado en el vasto mercado
campesino, los sindicatos obreros han de afrontar
toda una serie de tareas nuevas que no se les
planteaban en el período anterior. Las relaciones
creadas por el capitalismo privado los coloca ante la
necesidad de defender todos los intereses de la clase
obrera, la jornada de ocho horas, la legislación social,
etc. Antes, todos los gastos del seguro contra el paro
o de enfermedad, por ejemplo, podían cargarse
exclusivamente a la cuenta del Estado. Ahora que
empieza a resucitar la industria privada, y puesto que
hay empresarios, se trata de hacerles correr con todos
99
los gastos causados por la enfermedad del obrero, su
paro forzoso y los accidentes.
Cuando existen de nuevo relaciones capitalistas,
cuando se desarrolla el comercio y aparecen
empresas concesionarias pequeñas, medianas y
grandes, las formas de lucha sindical también tienen
que cambiar. Con el desarrollo de las relaciones
capitalistas que en su tiempo fueron liquidadas, los
sindicatos redescubren todo el arsenal de las antiguas
formas de lucha. Los sindicatos se ven ante la
necesidad de organizar las fuerzas y dirigir huelgas.
El grado de explotación de los obreros vendrá
determinado por la relación de fuerzas existente entre
los obreros organizados y la patronal; y esta relación
de fuerzas será más favorable a los obreros si éstos
organizan una acción sindical sistemática. Las
huelgas, que constituyen el recurso extremo en las
colisiones entre el trabajo y el capital, vuelven a estar
a la orden del día.
Por supuesto que antes de declararse en huelga,
los sindicatos emplean todos los demás medios para
resolver el conflicto. A este fin se constituyen
órganos de conciliación, tribunales de arbitraje,
tribunales de acuerdo amistoso, etc. Pero una vez
agotados todos estos medios pacíficos se declara la
suspensión del trabajo. Es fácil comprender que en
Rusia una huelga se desarrollará en condiciones muy
distintas a las de Europa occidental. No existe un
solo país en Europa occidental cuya legislación no
proclame el principio de la libertad del trabajo, es
decir, la libertad de acción para los esquiroles; no
existe un solo país donde todo el aparato estatal policía, guardias- no esté al servicio de los patronos,
para protegerlos contra las huelgas, y donde los
esquiroles no operen bajo la protección de las
bayonetas policiales. El proletariado ruso no ha de
temer esta política por parte del Estado, sabe que el
poder de los soviets no tratará nunca de instaurar
semejante “libertad de trabajo”, que nunca ayudará a
los esquiroles a romper las huelgas dirigidas contra
los empresarios privados o colectivos. Por
consiguiente, las circunstancias en que estallan los
conflictos son distintas en Rusia a las de los países de
Europa occidental. El proletariado ruso posee un
arsenal más abundante para actuar sobre la patronal.
En el transcurso de este año pasado ya hemos
conocido conflictos entre obreros y patronos en
varias ciudades. Cuando en Vitebsk los empresarios
panaderos quisieron proclamar el lock-out, no sólo se
toparon con la resistencia de los sindicatos, sino
también con la del soviet local de diputados obreros,
con lo que el lock-out abortó. Cuando unos
empresarios ávidos de ganancia se dedicaron a
explotar inadmisiblemente a mujeres y adolescentes,
cincuenta de ellos fueron juzgados en Moscú por el
tribunal revolucionario, el tribunal de la clase obrera.
En presencia de varios millares de obreros se
examinaron los negocios más o menos sucios de
100
estos empresarios, y el tribunal les impuso fuertes
multas por infracción de las leyes sobre la protección
del trabajo. Este ambiente en que se desarrolla la
lucha de los sindicatos rusos difiere radicalmente de
las condiciones en que combaten los obreros de
Europa occidental, donde funcionan los tribunales de
clase de la burguesía.
No obstante, aunque el proletariado ruso dispone
de toda una serie de medios para actuar contra la
patronal, cuando empezaron a manifestarse las
consecuencias de la Nueva Política Económica, los
comunistas rusos proclamaron la consigna de libertad
de huelga, para incluir en el arsenal de lucha de la
clase obrera la suspensión del trabajo. Tras la
revolución de Octubre no se promulgó ningún
decreto específico que prohibiera las huelgas, y ahora
tampoco se ha promulgado alguno que las autorice.
Antaño, los sindicatos reunidos en congreso habían
renunciado voluntariamente a recurrir a este método
de lucha, y ahora los sindicatos, de común acuerdo
con el partido comunista, han declarado que
consideran la posibilidad de ir a la huelga, en
determinados casos, para oponerse a los empresarios
privados.
Pero los obreros rusos no se han limitado a
plantearse la lucha contra los patronos privados, han
afrontado el problema de las empresas del Estado. En
la medida en que las empresas del Estado se basan a
partir de ahora en una organización comercial, existe
una competencia entre ellas y las empresas privadas,
competencia que puede conducir a una explotación
reforzada de la mano de obra, lo cual coloca a los
sindicatos ante la necesidad imperiosa de defender
los intereses de los obreros en las empresas del
Estado. Actualmente la huelga puede constituir más
un acto de advertencia que una iniciativa de lucha,
sirve para advertir a los hombres que dirigen las
empresas del Estado, que muchas veces son obreros,
a que no conciban su misión de una manera
demasiado patronal. Algunos piensan que los
intereses de la empresa acaban compensando los de
los obreros; en estos casos la presión sindical podrá
tener resultados saludables, no sólo en cuanto al
comportamiento de los directores de la empresa, sino
también en todo el ramo industrial a que pertenece,
pues el cimiento de la industria, su fuerza motriz, es
la clase obrera.
De este modo, en el frente de la nueva política
económica han aparecido nuevas formas de lucha, en
particular las huelgas, aspecto que parecía
definitivamente resuelto en el primer período de la
revolución de Octubre. Esto no significa que los
sindicatos se dedicarán a organizar huelgas a diestro
y siniestro; la huelga daña a la marcha de la
producción, perjudica siempre a la industria y a los
obreros. Sus consecuencias son especialmente graves
cuando la economía nacional está destruida y
debilitada. Y cuando estalla una huelga en las
Drizdo Losovsky
empresas del Estado, que están en manos de los
obreros, los comunistas tendrán que ser todavía
menos partidarios de la huelga a toda costa. Decimos
abiertamente que haremos todo lo que esté en
nuestras manos para evitar las huelgas, para resolver
los problemas de forma pacífica, sin interrumpir el
trabajo.
Sabemos muy bien que los señores de
Ámsterdam, de todos los colores y categorías,
levantarán la voz y dirán: “Los comunistas rusos que
dirigen los sindicatos no desean la huelga, niegan a
los obreros el derecho de huelga, quieren subordinar
los intereses obreros a los del Estado.” La fuerza con
que griten va a ser directamente proporcional a la
fuerza de los lazos que vinculan a los que gritan con
sus respectivos gobiernos burgueses. No cabe duda
que incluso los dirigentes de la Central sindical de
Alemania, que han traicionado la huelga de los
empleados del ferrocarril, que han hecho todo lo
posible por salvar al Gobierno burgués de Wirth, que
todos esos Leipart, Grassmann, Dissmann, Umbreit y
consortes exclamarán patéticamente que los obreros
rusos no tienen el derecho de asociación y que los
comunistas rusos no quieren darles este derecho.
Pero todo este griterío de nuestros adversarios no nos
impresiona: a diferencia de los reformistas, los
comunistas luchan con la cara descubierta y dicen la
verdad.
Antes de iniciarse la Nueva Política Económica,
nosotros, los comunistas, que estábamos a la cabeza
del movimiento sindical ruso, éramos contrarios a las
huelgas. Hicimos todo lo que pudimos para evitar
que las huelgas dieran al traste con el desarrollo de la
actividad industrial, pues no existían empresarios
privados, y, por tanto, la lucha no tenía razón de ser.
Nos esforzamos por resolver pacíficamente todos los
conflictos. Ahora, puesta en marcha la Nueva
Política Económica, decimos: la situación ha
cambiado, nuestra táctica debe cambiar también;
recurriremos a las huelgas, al boicot, a todos los
medios de lucha forjados por el movimiento obrero
internacional, cada vez que ello sirva para defender
los intereses de los obreros. La táctica sindical se
deriva de las condiciones concretas de la lucha y del
estado real de las cosas. Puesto que se han
desplazado las fuerzas sociales, puesto que en el
horizonte han aparecido las relaciones capitalistas,
puesto que los empresarios presionan a los obreros,
no nos limitaremos a resistir, haremos uso de todos
los medios de acción, contra los patronos, de que
dispone el Estado soviético, iremos a la huelga,
organizaremos el boicot, recurriremos a todas las
formas y métodos de lucha útiles para la defensa de
los intereses de la clase obrera. No tenemos nada que
ver
con
la
metafísica
abstracta,
somos
revolucionarios que utilizamos el método dialéctico.
10. Los nuevos métodos y formas de acción
Los sindicatos en la Unión Soviética
sindical.
La situación peculiar en que se han visto inmersos
los sindicatos rusos se traduce en una serie de
características originales. Los sindicatos, que nunca
habían sido órganos de poder, tenían de hecho una
importancia decisiva en muchos aspectos. Cumplían
funciones de poder efectivas al fijar los salarios, las
normas de distribución de las raciones, etcétera. Los
sindicatos europeos ni siquiera podrían soñar con una
determinación tan unilateral de las condiciones de
trabajo. Cada paso dado en esta dirección había
costado un esfuerzo enorme, y es lógico que en estas
condiciones específicas los sindicatos rusos
presenten, paralelamente a sus características
positivas, algunos defectos que también se han
manifestado durante los últimos años.
Algunos sindicatos absolutizaron excesivamente
la cuestión de la afiliación de sus miembros:
consideraban que el mero hecho de que un obrero o
empleado trabajara en una fábrica o empresa ya
bastaba para convertirlo en miembro del sindicato.
Dado que los sindicatos definían las condiciones de
trabajo para absolutamente todos los trabajadores,
exigían que todos ellos, sin excepción, les pagaran
cuotas. Hay que decir incluso que en la mayoría de
los casos las cuotas se cobraban a través de la misma
empresa. Ello debilitaba las relaciones entre los
sindicatos y sus organizaciones económicas. No hay
ley alguna en Rusia que establezca la sindicación
obligatoria. Jamás se promulgó una ley que forzara al
trabajador a afiliarse a un sindicato. Por supuesto, los
sindicatos podrían haber hecho adoptar esta ley, pero
no querían, pues su influencia real era tan amplia que
ello
resultaba
perfectamente
inútil.
Este
reclutamiento automático de todos los trabajadores
planteaba sin duda serios inconvenientes, y este
problema apareció paralelamente a las nuevas tareas
y nuevos métodos de acción sindical. Se le aplicó el
calificativo asaz inexacto de “afiliación libre”;
inexacto porque los sindicatos nunca y en ningún
país han dejado de presionar a los obreros
desorganizados. Si un trabajador no quiere afiliarse a
su sindicato, en el trabajo se privilegiará siempre a
los miembros afiliados, y esto constituye una forma
de acción de los sindicatos.
El desarrollo de la industria y el comercio ha dado
lugar a una nueva corriente de opinión en torno a la
cuestión del reclutamiento sindical. Los sindicatos
consideran necesario revisar su composición,
examinar uno por uno a todos sus miembros,
combatir las afiliaciones puramente formales, pues el
cambio de situación exige una mayor actividad por
parte de cada uno de los afiliados. Por otro lado, los
sindicatos tienen que afrontar ahora la tarea de
centrar su actividad en la defensa y la protección del
trabajo. Quizá se nos pregunte: “¿Qué han hecho
entonces los sindicatos rusos durante todos estos
años? ¿Es posible que no se hayan preocupado de
101
asegurar la protección del trabajo en el transcurso de
la revolución? Por supuesto, se han ocupado de este
problema, pero además se han tenido que dedicar,
durante todos estos años de revolución, a muchas
otras tareas, que, aunque provisionales, eran muy
importantes.
En sentido estricto, los problemas de
abastecimiento, al igual que los asuntos militares, no
son de la competencia de los sindicatos, y, sin
embargo, estas cuestiones absorbían toda su atención,
pues de su resolución dependía nada menos que la
supervivencia del Estado obrero. Los sindicatos
tenían que consagrar toda su energía a los problemas
inmediatos, que si bien no correspondían a las
funciones específicas de los organismos sindicales,
tenían que ser resueltos inmediatamente y exigían el
máximo esfuerzo de la clase obrera. Además, dado
que durante los primeros años de la revolución se
reestructuraban constantemente los organismos
económicos, los sindicatos tenían que ocuparse
también directamente de la organización de la
industria. En consecuencia, existían dos órganos que
se ocupaban de este vasto problema: por un lado, los
organismos
económicos,
integrados
por
representantes de los sindicatos y de los soviets de
diputados obreros, y por otro, los mismos sindicatos,
que intervenían directamente en todos los asuntos
que afectaran a la producción.
Esta dualidad resultante comportó una
inestabilidad indeseable en la administración de la
industria. Había que terminar con esta dualidad,
había que definir exactamente lo que competía a los
sindicatos y lo que incumbía a los organismos
económicos, había que unificar la gestión industrial.
En la medida en que los organismos económicos ya
existían y se habían estructurado de una forma
determinada, la división del trabajo era
perfectamente lógica. Los organismos económicos
centran su atención en la gestión de la industria, en
su perfeccionamiento técnico, mientras que los
sindicatos organizan el trabajo y encaminan sus
esfuerzos a la elevación del nivel material y cultural
de las masas obreras, a las cuestiones que afectan a la
cohesión, al desarrollo y perfeccionamiento de la
mano de obra.
Este reparto de responsabilidades entre los
organismos económicos y los sindicatos pueden dar
lugar, por supuesto, a situaciones conflictivas, pero
en caso de producirse, serán resueltas por toda una
serie de órganos e instituciones especiales, y si no se
logra ninguna solución amistosa, los sindicatos
pueden enfrentarse por la fuerza a éste u otro
organismo oficial. Ni los sindicatos ni los organismos
económicos buscarán el enfrentamiento; ambos están
interesados en obrar sistemáticamente a favor del
incremento de la producción y de la elevación del
nivel de vida de las masas obreras. En condiciones de
desarrollo progresivo de las fuerzas productivas, esta
102
división del trabajo entre los sindicatos y los
organismos económicos no debilitará en modo
alguno la influencia de los sindicatos sobre el Estado
soviético y su aparato institucional. Siguen formando
parte de todos los organismos que dirigen la
economía soviética, ninguna decisión oficial, por
insignificante que sea, se adopta a espaldas de los
sindicatos. Toda la política económica del poder
soviético afecta por igual a los sindicatos como a los
organismos económicos. Una vez descargados de las
tareas militares, de abastecimiento, etc., los
sindicatos pueden dedicarse enteramente, con mayor
energía y más libertad, a la organización directa de
las masas y a la elevación del nivel material y moral
de los trabajadores.
Esto no quiere decir en absoluto que los sindicatos
han dejado de ocuparse para siempre de problemas
extrasindicales. Si se repite la situación en que se
encontraba el Estado soviético, si de nuevo se
produce la necesidad de movilizarse en el terreno
militar, si hay que ayudar al Estado en las tareas de
abastecimiento, los sindicatos harán todo lo posible
por resolver positivamente estos problemas. No lo
harán por motivos metafísicos, sino porque la
solución de estas cuestiones va en interés de los
miembros de los propios sindicatos, porque los
objetivos del Estado soviético son los mismos que los
de la clase obrera, es decir, los mismos que los de los
sindicatos.
No existen contradicciones entre los intereses del
Estado soviético y los de los sindicatos obreros.
Tampoco las hay cuando el Estado se ve forzado a
ceder bajo las presiones de la pequeña burguesía o
del capital extranjero. El Estado soviético se bate en
retirada porque el proletariado ruso no tiene todavía
la fuerza suficiente para pasar por encima de las
concesiones que se ve obligado a hacer a la burguesía
internacional y rusa, y si fueran los propios
sindicatos quienes estuvieran en el poder, no tendrían
más remedio que acceder a las mismas concesiones.
No se trata de concesiones otorgadas por un Estado
soviético ideal o por direcciones burocráticas
separadas de la clase obrera; son concesiones que se
ve obligada a efectuar la clase obrera misma, a quien
los sindicatos obreros no pueden oponerse.
11. La retirada, criticada por la izquierda y la
derecha.
Las concesiones otorgadas por los obreros rusos a
la burguesía extranjera y nacional han llenado de
indignación y alegría a los adversarios del
comunismo ruso. Los reformistas de todos los
colores cantan victoria y proclaman que tenían toda
la razón al rechazar los métodos revolucionarios.
“Mirad, mirad -dicen los reformistas de todo el
mundo-, esos intransigentes bolcheviques se ven
obligados ahora a negociar con la burguesía, a dar vía
libre a la iniciativa privada, y lo hacen después de
Drizdo Losovsky
todas sus solemnes declaraciones, después de haber
proclamado su voluntad de destruir radicalmente a la
burguesía rusa y de no hacer ninguna concesión al
capital internacional. Nosotros ya les dijimos,
inmediatamente después de la revolución de Octubre,
que no iban por buen camino; no valía la pena ni
siquiera haber comenzado la revolución para acabar,
al cabo de cuatro años, negociando con el capital
extranjero y arrendando las empresas al capital ruso.
Desde el principio había que tratar a la burguesía de
un modo distinto, no había que jugárselo todo a la
posibilidad de volver del revés al mundo entero,
había que avanzar, lenta y gradualmente, hacia los
objetivos propuestos.”
Así nos censuran los reformistas de todos los
países, llenos de gozo porque los obreros rusos se
ven forzados a hacer concesiones. Pero junto a estos
reproches reformistas se alzan otras voces,
provenientes del otro extremo, voces que critican al
Estado obrero por las concesiones otorgadas a la
burguesía. Estas críticas vienen de las filas
anarquistas y anarcosindicalistas. Su actitud ante las
concesiones y el conjunto de la nueva política
económica es claramente negativa, pues consideran
que no es posible ni admisible hacer ninguna
concesión a la burguesía. En opinión de los
anarquistas, estas concesiones se derivan de la
posición esencialmente equivocada que adoptaron los
obreros rusos. Para ellos, estas concesiones se deben
a la misma existencia del Estado. “Todo Estado no es
más que una organización dirigida contra los
intereses obreros, todos los partidos políticos son
totalmente idénticos.” Esta es la filosofía del
anarquismo.
Así, el proletariado ruso se ve atacado desde dos
flancos a causa de sus concepciones. Unos no dejan
de repetir: “No había que haber comenzado”, o según
una fórmula empleada en otro momento por
Plejánov: “No había que haber empuñado las armas”;
y los otros acusan a la estructura del Estado soviético
y al partido comunista ruso, orígenes de todos los
males. Es curioso que frecuentemente los reformistas
y los anarquistas forman frente común contra el
comunismo, pero jamás se han preocupado de
analizar realmente las causas de estas concesiones
sobre las que tanto gritan.
En primer lugar, ¿había que haber empuñado las
armas? El obrero ruso puede declarar abiertamente,
ante el mundo entero, que volvería a empuñar bs
armas, con pleno conocimiento de causa, si volviera
a encontrarse en vísperas de una nueva revolución de
Octubre. El reformismo consiste en no enfrentar
abiertamente los intereses de la clase obrera con los
de la burguesía, es decir, que es una teoría de esencia
burguesa, que sólo puede beneficiar a la burguesía.
¿Qué habría sucedido si la clase obrera hubiera
prestado oídos a los mencheviques y socialistas
revolucionarios rusos? La Humanidad y el
Los sindicatos en la Unión Soviética
movimiento obrero no habrían dado el salto adelante
que significó la experiencia de la revolución rusa. Si
el proletariado ruso se hubiera detenido ante los
obstáculos que trae consigo la revolución social, la
clase obrera de Europa y América no podría aprender
de la experiencia revolucionaria rusa, de los aciertos
y errores de esta lucha. El socialismo seguiría siendo
para ellos una abstracción, mientras que actualmente
los problemas de la construcción del régimen
socialista han adquirido una dimensión concreta y
real.
Es probable que los obreros de los demás países
lo hagan mejor, pero alguien tenía que empezar. Si la
historia ha colocado al proletariado ruso en
condiciones de abrir el fuego, éste habría cometido el
mayor crimen contra sí mismo y contra el
proletariado internacional si no hubiera emprendido
el camino de la revolución de Octubre. En definitiva,
una cosa son las concesiones que hacen actualmente
los obreros rusos, y otra muy distinta las concesiones
y pactos que concluyen los reformistas, que esperan
en vano en las antesalas ministeriales.
La República de los soviets habla de igual a igual
con los dirigentes de los Estados capitalistas,
representa una fuerza a la que se tiene en cuenta. En
estos momentos arrendamos las fábricas a
empresarios privados, pero son las mismas fábricas
que hemos expropiado a los empresarios privados. Si
no hubiéramos confiscado estas fábricas, si no
hubiéramos echado a la burguesía de su nido, ésta
habría sometido hace ya tiempo, gracias a su poder
económico, a la clase obrera rusa. Actualmente
cedemos por dinero una parte de las fábricas
expropiadas a la burguesía. Esto no tiene nada en
común con lo que hacen los reformistas de Alemania,
Gran Bretaña y otros países, que tienen miedo de
atacar la sacrosanta propiedad privada. Hemos
avanzado mucho, hemos ocupado numerosas
posiciones, y ahora, ante los esfuerzos del mundo
capitalista y en ausencia de ayuda directa por parte
de los obreros de Occidente, nos batimos en retirada.
Pero ¿a dónde nos retiraríamos si no nos
hubiéramos adueñado de un vasto territorio? Por
consiguiente, la conquista de posiciones económicas,
es decir, la táctica ofensiva, constituía una necesidad
absoluta de la estrategia de clase frente a la
burguesía. La lógica de la lucha lo exigía, una de las
dos clases enfrentadas tenía que apoderarse de todos
los recursos del país. El equilibrio basado en el
reparto del poder entre la clase obrera y la burguesía
es imposible: siempre que se dio formalmente, era la
burguesía quien detentaba el poder, eran los
“representantes” de la clase obrera quienes obedecían
(Alemania, Bélgica, Austria, etc.).
En cuanto a los confusionistas provenientes del
campo anarquista, que, no se sabe por qué razón, se
denominan comunistas, podemos decirles: si la clase
obrera da marcha atrás, es por culpa vuestra; si en
103
lugar de hablar tanto de revolución hubierais hecho
más por ella, el proletariado ruso no se vería obligado
a hacer concesiones. Discutís y discutís sobre la
independencia y la autonomía del sindicalismo y
otros temas, pero avanzáis muy poco en la lucha
contra la burguesía. Si vosotros, anarquistas y
sindicalistas franceses, hubierais cortado las alas a
vuestra propia burguesía, si les hubierais puesto el
bozal a los abogados de la caja fuerte -Poincaré,
Barthou y otros capitostes industriales y financieros
de vuestro país-, el proletariado ruso no tendría que
emprender ahora la vía de la concesión. Está muy
bien proclamar los altos principios y aplicarlos a los
demás, pero no olvidéis que la revolución rusa obliga
a los obreros de todos los países a dar pruebas de
espíritu revolucionario, no en palabras, sino en la
acción.
Sí, el proletariado ruso se bate en retirada. Pero
¿qué es una revolución social? Es una lucha de clases
a gran escala. Figurémonos una gran huelga en que
millones de obreros atacan a sus patronos. Resisten
uno, dos, tres, cuatro meses. El hambre se instala en
sus hogares, los hijos de los huelguistas van en
andrajos. Toda la prensa burguesa acosa a esos
“bandidos” que han osado alzarse contra los
fundamentos del régimen político. Los huelguistas
resisten bien un año, dos años. Son suficientemente
fuertes como para rechazar los ataques y los intentos
de desorganizarlos. Atacan, con las armas en la
mano, a los esquiroles y agentes de la burguesía, pero
los obreros de los países vecinos no acuden en su
ayuda, no llega dinero, nadie va en auxilio suyo. Se
ven forzados a negociar con sus enemigos de clase.
No pueden imponer sus reivindicaciones, dan marcha
atrás, concluyen un tratado provisional, un
armisticio. Llenos de tristeza y amargura hacen
concesiones. ¿Por qué? Porque han quedado aislados,
porque no han podido triunfar por sí solos en esta
gran lucha. Y esos obreros que en el transcurso de
esta lucha de titanes no han ayudado a los
huelguistas, salvo con resoluciones verbales y
manifestaciones de simpatía, ¿tienen el derecho de
acusar a los que no tienen más remedio que hacer
determinadas concesiones, a los que han salido del
combate con el honor bien alto? Quienes han
abandonado a estos huelguistas en su aislamiento,
¿pueden venir al encuentro de los combatientes y
decirles: por qué habéis aceptado esta propuesta?
¿Por qué habéis consentido en negociar con la
burguesía? ¿No dicen los principios que esto es
inaceptable? Los huelguistas, agotados por una lucha
de varios años, volverán la espalda con desprecio a
los que se dirigen a ellos con tales palabras en lugar
de expresar su fraternal simpatía y prestarles una
ayuda eficaz. Les podrán responder con dignidad:
“Es culpa vuestra si nos vemos obligados a entregar
una parte de las posiciones que hemos conquistado.
Vosotros no comprendéis hasta qué punto nuestra
104
lucha es también la vuestra y cuánta sangre hemos
vertido por nuestros objetivos comunes. Apartaos,
charlatanes.”
12. Los mismos objetivos con nuevos métodos.
En el transcurso de la lucha proletaria de cada
país hay momentos en que la vanguardia de la clase
obrera se ve obligada a combatir, no solamente a los
enemigos de clase, sino también las tendencias
conservadoras y corporativistas de determinados
sectores del proletariado. Este conservadurismo, que
todavía es bastante fuerte en ciertas capas de obreros,
se manifiesta con énfasis particular en el período
revolucionario. La revolución es un revulsivo muy
fuerte que hace aparecer en la superficie todos los
rasgos, positivos y negativos, de la clase obrera. La
revolución rusa sublevó a toda la clase obrera, a las
amplias masas trabajadoras, pero en el seno del
proletariado aparecieron ciertas capas que adoptaron
una actitud de desconfianza hacia la revolución.
Este hecho encontró su expresión ideológica en
las teorías de los socialistas-revolucionarios,
mencheviques y anarquistas. Muchas veces tuvimos
que combatir las tendencias egoístas de determinados
sectores obreros, cuando debido a la falta de materias
primas y géneros, había que cerrar algunas fábricas,
en interés del objetivo común; nos topamos entonces
con la resistencia abierta y sorda de ciertos sectores
obreros. Los trabajadores y las trabajadoras de las
fábricas de seda o de la industria del perfume no
podían aceptar el cierre de sus empresas y la entrega
del combustible a las factorías de locomotoras o a las
fábricas de productos alimenticios. Los obreros
consideraban a menudo las fábricas y empresas
expropiadas como un bien suyo, no como una
propiedad nacional.
En este sentido, la revolución rusa ha vivido un
gran número de conflictos singulares provocados por
las tendencias egoístas y el conservadurismo. Pero la
revolución es muy instructiva; ha enseñado muchas
cosas a la vanguardia de la clase obrera y también a
las capas atrasadas. Los sindicatos rusos, que se
percataron prácticamente de la situación en que se
encuentra la Rusia soviética, adaptan su táctica a las
nuevas coyunturas, avanzan nuevos métodos y
formas de lucha, pero continúan tras los mismos
objetivos que se habían propuesto antes y después de
la Revolución de Octubre. El socialismo, la
organización socialista de la producción: éste es el
objetivo de los sindicatos rusos. Saben muy bien que
el socialismo no puede construirse con la violencia, y
menos todavía puede construirse en el transcurso de
algunos meses o siquiera de algunos años: para ello
se requiere todo un período histórico.
La inmensa lucha de la clase obrera se extiende
cada día a nuevos países, nuevas capas de la clase
obrera entran en esta lucha. El ardor de la gran
revolución hace que se funda el conservadurismo
Drizdo Losovsky
acumulado en el seno de las amplias masas obreras.
Durante esta lucha se producen flujos y reflujos,
victorias y derrotas, inevitablemente; tras los
períodos de ofensiva vienen períodos de retirada, las
fuerzas se recomponen con vistas a la nueva
ofensiva. Las concesiones obligadas al capital, el
desarrollo de la iniciativa privada, con todas las
consecuencias derivadas de ello: éste es el resultado
del cerco capitalista en el interior del país.
La vía de la revolución sigue una línea quebrada,
está sembrada de obstáculos, y triunfará en la lucha
el que no sólo sepa avanzar en el período ascendente,
sino también batirse en retirada, de forma ordenada,
para prepararse para los futuros combates. Prácticos
y realistas, los revolucionarios comunistas que
encabezan el movimiento sindical valoran la
situación y varían sus métodos y formas de lucha de
acuerdo con los cambios que se producen. Todavía
son numerosos los obstáculos que hay en el camino
que ha emprendido el movimiento obrero ruso.
Todavía habrá que retroceder más de una vez, si la
revolución en Europa no acude en ayuda nuestra;
retroceder, reagrupar las filas y reforzar los
batallones; pero esto no disminuirá nuestra energía,
no cambiará las tareas que afrontamos con toda
clarividencia. Los métodos de lucha, las formas de
acción podrán cambiar, pero nuestro objetivo
permanece invariable: es el comunismo.
Moscú, marzo de 1922.
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