ÉTICA PÚBLICA Y PRIVADA – ¿EDUCACIÓN EN VALORES?

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ÉTICA PÚBLICA Y PRIVADA – ¿EDUCACIÓN EN VALORES?
Nicolás Etcheverry Estrázulas
Hace un tiempo, un lunes feriado decidimos con mi señora ir al cine
y nos instalamos antes de que se apagaran las luces en una conocida sala
de Pocitos. Previo al inicio de la función comenzaron a sonar las primeras
estrofas del Himno Nacional por ser una fecha patria; en ese momento
éramos unas veinte personas las que estábamos dentro de la sala. Nos
pusimos de pie cuatro en señal de respeto a lo que esa música representa.
Al lado de un señor que se puso de pie, había tres personas más; una
mujer y dos muchachos adolescentes. Uno de ellos, mientras continuaba
el himno y él permanecía sentado, comenzó arrojarle en señal de burla
unos pedacitos de pop acaramelado en la espalda a quien presumo era su
padre, mientras hacía comentarios en voz baja con la señora y ambos se
reían (¿serían la esposa y uno de los hijos del señor parado...?).Siempre
sentado, el joven se alargó más en su asiento en señal de aburrimiento
mientras hacía mímica de estar dirigiendo con una imaginaria batuta el
himno hasta su finalización.
La primera reacción que puede tenerse al ver que solamente el 20%
de los presentes en esa sala reaccionaba con respeto frente a un símbolo
patrio es de asombro e indignación. Pero ese sentimiento puede también
dejar paso a otro de profunda lástima, preocupación y pesadumbre.
Ya hemos visto antes cómo algunos jóvenes manifiestan sus protestas
quemando banderas o destruyendo los escudos nacionales. El asunto es
ahora más sutil y más hondo, pues no se trata de discrepancias o
protestas contra tal o cual partido político, de disentir con este o aquel
dirigente. Se trata de una manifestación tan o más peligrosa que el mismo
terrorismo. Porque el terrorismo conlleva odio y violencia, y asesina gente
sin consideraciones de tipo alguno; por ello, genera todavía reacciones de
indignación y repudio en la mayoría absoluta de los ciudadanos de
cualquier país, sin distinciones de raza, credo o afiliación política. Esto que
acabo de describir es más sutil y hondo, por ser una actitud de burla y
deindiferentismo. Y a la hora de diagnosticar a una sociedad enferma,
sinceramente no sé qué es peor. Algo huele mal y podrido, y no es
precisamente en Dinamarca, al decir de Hamlet...
Les recuerdo que este hecho no ocurrió en un barrio marginal de
Montevideo, sino en un cine donde concurre mucha gente de clase media
y alta, con un supuesto nivel adquisitivo y cultural significativo. En lo
personal, mi mayor preocupación no fue el desprecio y burla frente a un
símbolo patrio, que ya es bastante, sino la falta de consideración y de
respeto de un joven frente a un adulto, supuestamente su padre, con el
expreso (ni siquiera tácito) consentimiento de otro adulto, supuestamente
su madre.
Hemos oído muchas veces la expresión “educación, educación,
educación…” como también la frase casi hecha acerca de la necesidad de
“educar en valores…”. En mi opinión no se trata tanto de educar en
valores (tales como el bien, la verdad, la libertad o la paz) lo que está en
juego, sino de educar en las virtudes humanas; esto es, en los hábitos
operativos positivos que – aprehendidos y transmitidos a otros – permiten
la construcción de esos valores. A los valores nadie los discute; todos
anhelamos vivir en paz y en libertad, hacer el bien y descubrir la verdad; el
problema es cómo hacerlo, cómo lograrlo; y ello se hace a través del
conocimiento y práctica de las virtudes humanas. Lograr esos hábitos no
resulta siempre tarea fácil, más bien lo contrario. Quizás por ello resulte
más fácil hablar de los valores y llenar el ojo con esas palabras que suelen
escribirse con mayúscula, para evadir el verdadero compromiso de asumir
la necesidad de lograr, personal e individualmente, esos hábitos
operativos buenos y por ello arduos.
De toda la variedad de virtudes humanas que podríamos enumerar me
quiero referir especialmente a dos: el respeto y la piedad. Las elegí entre
otras razones por estar muy vinculadas entre sí y por entender que
precisamos recuperarlas con urgencia.
En primer lugar el respeto: El diccionario de la Real Academia Española
define al respeto como obsequio, veneración y acatamiento, y también
como miramiento, consideración o atención a persona, causa o motivo.
Pues bien, si no logramos siquiera que una madre le inculque a su hijo un
mínimo respeto por su padre y por las posturas que asume, ¿Podemos
pretender que ese respeto se eduque, se transmita y se viva en otros
ámbitos? ¿Podemos confiar en que ese tipo de joven reciba en otros
lugares algo que sustituya o reemplace lo que está recibiendo por parte de
uno de los integrantes principales de su propia familia? ¿Qué clase de
educación puede transmitirse cuando se constata tanta falta de
coordinación, de armonía de objetivos entre los que supuestamente
deben impartirla?
No sólo se trata, reitero, de un mero respeto a los símbolos que
representan la patria sino antes y prioritariamente, a los personas que
integran un mismo vínculo familiar. Pero también se extiende hacia otros
ámbitos, aspectos y personas: respeto a la hora de expresarse, de
gesticular, de vestirse, de discrepar con las ideas o formas de pensar de
otros, de aceptar y tolerar que otras personas no piensen y actúen como
uno; respeto inclusive por uno mismo para luego pretenderlo en los
demás. Respeto por las normas, sean del tipo que sean. Respeto a las
autoridades, no por lo que son sino por lo que representan.
Basta con analizar tres situaciones: a) Cómo respetamos ciertas normas de
tránsito en nuestra capital y recordar la cantidad de víctimas fatales por
accidentes que tenemos por año. b) El trato que damos y recibimos
muchos de nosotros a la hora de relacionarnos; el lenguaje que utilizamos
para discutir o discrepar o los insultos que utilizamos cuando se nos
agotan los argumentos, cosa que ocurre bastante rápido... c) Qué
transformación ha tenido el deporte cuando ha dejado de ser un lugar de
competencia leal y un encuentro para desarrollar el cuerpo y la mente a
través del juego, para tornarse en un motivo de luchas entre enemigos
que se odian y deben aniquilarse a cualquier precio. Y cuidado, no
vayamos a creer que esto se refleja únicamente en el fenómeno de las
barras bravas. Desgraciadamente antes que esto, podemos observar a un
buen número de padres que acuden a los encuentros deportivos de sus
hijos, especialmente en el baby-fútbol, para gritarle a sus hijos que
destruyan a sus rivales, descargando en esos partidos sus propias
violencias y frustraciones. Basta con estos tres ejemplos para evaluar si no
precisamos recuperar pronto el hábito operativo positivo del respeto, el
cual comienza por un respeto hacia uno mismo y luego e inmediatamente
hacia los demás.
Por suerte hemos experimentado una positiva reacción inversa a estos
síntomas a través del reciente excelente desempeño de nuestra selección
de fútbol en el Mundial y la Copa América.Desempeño que logró unir a
todo el país en algo más que meros resultados deportivos favorables;
hubo mucho de extra-fútbol, de extra-cancha en estos últimos tiempos y
que pudo notarse en el comportamiento (educación) de todos los
integrantes de la selección, en la manera de expresarse, de vestirse, y de
asumir públicamente tanto las victorias como las derrotas.Estole devolvió
a muchos uruguayos la alegría y el orgullo de sentirse así representados.
Pienso que muchos de los uruguayos deberíamos recuperar, como lo hizo
nuestra selección mayor, otras actitudes que se vinculan con el respeto y
ellas son la elegancia y la galantería. Sería bueno recuperar la gracia y
distinción en el porte, el vestido y los modales; el buen gusto en la
elección de las palabras y en general, en la forma de hacer las cosas. Nos
hemos olvidado de realizar acciones obsequiosas, de expresarnos con
amabilidad. El cortejar y el flirteo han pasado de moda y la caballerosidad
no sólo no es más valorada, sino que se la ve con desprecio. Hemos
llegado a la inversión y paroxismo de entender a los buenos modales y la
elegancia como algo negativo, como un símbolo de inferioridad. Sería
bueno que en particular las mujeres uruguayas volvieran a reclamar más
aún, a exigir, estas actitudes en ellas mismas y en los varones de hoy. Creo
que son las mujeres quienes tienen posibilidades mayores de volver a
exigir respeto, galantería, buenos modales y elegancia. No es que este
desafío no se presente también a los hombres, pero siempre ha sido la
mujer quien ha marcado los rumbos en estos aspectos. Si en el campo del
entretenimiento y el espectáculo por ejemplo, la mujer no se
acostumbrara a la vulgaridad, al lenguaje procaz y las manifestaciones
obscenas; si en cambio volviera a reclamar respeto y elegancia a la hora
de hablar, vestirse y expresarse, algunas cosas comenzarían a cambiar.
Son derechos que puede y debe reclamar, pues se entrelazan con su
propia dignidad femenina.
Tampoco sirve la excusa de la pobreza para justificar estas pérdidas;
sobran ejemplos de personas que tienen buena capacidad adquisitiva y
son los que primero faltan al respeto, los que insultan en vez de discutir
racionalmente, los que cultivan la descortesía y se olvidaron de los buenos
modales. Sobran también ejemplos de personas modestas en su riqueza y
nivel social que no han perdido la educación y el respeto. Por lo tanto, no
acepto ni compro personalmente la excusa y la versión de que estas
pérdidas son el resultado del auge de la pobreza. En mi opinión estas
carencias son fruto de un deterioro educativo que comienza en la familia
media, sin ser decisivo en qué niveleconómico se encuentra, familia que
sigue siendo la principal e insustituible formadora de los hijos, para luego
proyectar su ejemplo en otros ámbitos.
Sin perjuicio de la anterior afirmación, debemos también reconocer que
estos deterioros han sido estimulados desde hace décadas por las políticas
clientelistas y demagógicas de nuestros gobiernos de turno. Mientras de
boca para afuera han clamado y perorado por los temas de educación,
salud y seguridad, de puertas para adentro han estado remunerando
mucho mejor los sueldos de los choferes, los fotocopiadores o los
ascensoristas de innumerables reparticiones públicas. Y al mismo tiempo,
con reiterada negligencia e imprudencia han pagado mucho peor los
salarios de los maestros, los médicos, enfermeros y policías de nuestro
país. Es una absurda paradoja, un cachetazo al sentido común, promover
durante décadas el ingreso a cierto tipo de empleos públicos y al mismo
tiempo atentar sistemáticamente contra la sagrada y admirable vocación
de las personas dispuestas a servir a otros en tres áreas tan claves como
son la educación, la salud y la seguridad ciudadana. La falta de respeto
hacia esas áreas ha sido a mi entender sistémica y flagrante - por muchos
discursos que se pronuncien tratando de disimularla - pues los hechos, en
este caso los recursos destinados a cada una de ellas durante décadas,
hablan por sí solos y hablan más que mil palabras.
¿No es acaso también contradictorio, otra bofetada al sentido común, que
ya en pleno siglo XXI podamos enorgullecernos de los avances de algunos
derechos humanos como el de las mujeres o el de las minorías y no
respetemos otros que se caen por su propio peso? ¿No hemos escuchado
y leído más de una vez que "los derechos humanos no están a
disponibildad de las mayorías"? ¿Cómo conciliar entonces estas
afirmaciones con claras y recurrentes manifestaciones de irrespeto a esos
derechos, sean de mayorías o de minorías? Si lo cuantitativo no debe regir
a la hora de respetar los derechos humanos, entonces seamos coherentes
y respetémoslos a todos y siempre, no según los vientos que soplan.
¿Cómo conciliar el derecho de los no fumadores a que no se fume en
espacios cerrados, con el consiguiente deber de los que fuman a hacerlo
en espacios abiertos y por otro lado no respetar el derecho de los
trabajadores que quieren ingresar a sus lugares de trabajo y desempeñar
sus tareas? Se respeta a los primeros y basta con que haya un solo no
fumador para poder exigir que los que sí lo hacen se vayan fuera; pues ¿no
hemos acordado que este tipo de derechos deben respetarse sin entrar a
considerar cuestiones de mayorías o minorías? Si esto es así, qué derecho
humano tienen entonces los huelguistas - sin importar si son mayoría o
minoría - a no respetar los derechos de los que quieren seguir
trabajando?¿No es esto tergiversar y manejar caprichosamente el lema
del respeto a los derechos humanos? Ejemplos análogos al derecho del
trabajo podemos encontrar en el derecho de expresión, de acceder a la
información, a la educación, etc.
¿No es un enorme contrasentido que en los tiempos que corren muchos
sean tan puntillosos, exigentes y respetuosos frente a las normas de
tránsito, municipales, tributarias o sindicales y tan poco respeto le brinden
a la primer norma del país, la Constitución de la República, tantas veces
ignorada y vapuleada con desprecio y hasta sorna?
En segundo lugar la piedad: Muy frecuentemente suele entenderse a la
piedad como algo estrictamente vinculado a lo religioso o a lo sagrado. Y
esto sería una forma comprimida, reducida de interpretar el término
piedad. Una comprensión más amplia y completa supone analizarla como
una "...virtud que, por el amor de Dios y al prójimo, inspira devoción y
actos de abnegación y compasión. Supone también un amor entrañable
a los padres, familiares, difuntos y objetos venerados..." (1) Pues bien, el
caso descripto al comienzo resulta bastante ilustrativo y abarca varios
aspectos relacionados con la falta de piedad, sin por ello afectar o dejar de
afectar lo religioso. Este botón de muestra, este síntoma de indiferencia y
desprecio ante los símbolos más importantes de un país, sumado a esa
actitud burlona ante la figura paterna, refleja a mi entender una pérdida
de educación cívica, una incultura ciudadana creciente, pero también un
ataque directo a la virtud de la piedad. Por eso considero que es tan
preocupante como el auge de la inseguridad a la que todos estamos
sometidos por culpa del terrorismo o la delincuencia. El mismo hecho de
que muchos se sonrían y lo consideren como un trasnochado planteo de
un dinosaurio nostálgico de épocas pasadas, puede llegar a ser la prueba
más evidente de ello.
Nos toca vivir en una época en la que el culto a lo efímero y a la
inmediatez se ha combinado con una burla trivializante a muchas cosas
que antes se respetaban. Por un lado, cultivar lo efímero y lo inmediato se
traduce en el lenguaje de "¡adquiéralo ya, use y tire!". Y en muchos
aspectos, esta consigna ha pasado a ser muy útil y práctica: tener la
posibilidad de usar objetos desechables ha simplificado la vida de muchas
personas; así por ejemplo, las afeitadoras, biromes, máquinas fotográficas
y hasta los relojes han sustituido los instrumentos análogos de hace
treinta o cuarenta años que había que cuidar y conservar en caros
estuches. Bienvenida esa práctica simplicidad. Un tema diferente es el
fenómeno de la obsolescencia planificada que supone la programación
del fin de la vida útil de un producto o servicio, de modo que éste se torne
obsoleto, no funcional, inútil o inservible tras un período calculado y
predeterminado de antemano por los fabricantes o productores, durante
la fase de diseño de dicho producto o servicio. Entonces no estamos
frente a casos de simples deterioros o envejecimientos propios del uso
natural de las cosas, sino frente a planificaciones preparadas de antemano
para determinar una durabilidad máxima de ciertos objetos o servicios,
con el fin de inducir a los consumidores a una recompra periódica y
sistemática de los mismos. Es una de las nuevas estrategias que emplean
muchas empresas para promover el consumo ilimitado e ininterrumpido
de objetos.
¿Tiene esta obsolescencia planificada repercusiones éticas? ¿No es propio
de la libertad del consumidor el poder elegir cuándo cambiar de producto
o servicio? A la primer interrogante respondo afirmativamente: Tiene
consecuencias éticas y de alto alcance pues el deterioro del medio
ambiente se viene dando en gran parte por el alto grado de polución,
contaminación y crecimiento de los basurales tecnológicos que pueden
detectarse en varios países, principalmente africanos, donde se reciben
toneladas semanales de componentes de chatarra tecnológica en
enormes vertederos. A la segunda pregunta respondo que esa supuesta
libertad resulta cada vez más ficticia y está tremendamente condicionada
en muchos consumidores, por la falta muchas veces de posibilidades de
obtener en tiempo y forma una información suficiente y veraz acerca de la
durabilidad de los productos que adquieren. El “fusible” o tema de las
garantías no soluciona siempre estos casos, sino que por el contrario,
resulta el medio que utilizan los promotores de esas obsolescencias
programadas para precisamente salvaguardar sus intereses.
Ahora bien, el problema se agrava aún más cuando la consigna del use y
tire se traslada no ya a objetos de consumo cotidiano, sino a personas,
valores y principios. Pues entonces, el consumo y recambio rápido no se
hace con objetos, sino con seres humanos, con ideales y con valores tales
como el bien, la verdad o la justicia que se emplean y recambian como si
fueran meras piezas del engranaje consumista, sin atender a sus reales
fines y significados. Esto resulta ser un pasaje o traslado del esquema de la
sociedad consumista hacia términos que no deberían manejarse en forma
trivial o hacia personas únicas e irrepetibles, las que no deberían
considerarse como meras cifras de estadística. También ha transformado
a parte de la sociedad en una más insensible y más frívola que además ha
invertido los cables de sus emociones, pues sufre y llora ahora por cosas
que no son serias ni profundas, mientras se divierte y ríe por cosas que sí
lo son. El cinismo que ridiculiza y trivializa cosas como la honestidad, la
lealtad y el pudor se ha puesto de moda. En muchas partes en nuestros
días está mal visto ser honrado, leal a una persona o a unos ideales, no
ventilar en público las intimidades de la persona. Quien así actúa es objeto
de burlas y desprecio.
Hoy en día, la receta para lidiar con personajes como Sócrates, Gandhi o
Cristo no sería la del juicio y la condena a muerte. Más efectivo sería
quizás reírse de ellos, mostrándolos como unos pobres lunáticos,
desubicados y desgraciados, más dignos de lástima y burla que de odio y
condenación. El cinismo banalizante que todo lo trivializa influye y arrastra
a muchas personas con falta de carácter, a masas humanas que prefieren
seguir las corrientes de turno cual dócil rebaño, a grupos sociales influidos
por la moda y el populismo. La actitud burlona ante ciertos valores y
principios resulta tremendamente eficaz para quienes la emplean, pues
evita tener que victimizar a quienes los sostienen, evita erigir a los
defensores de esos valores y actitudes en héroes solitarios o víctimas
inocentes. Alcanza con reírse de ellos y conseguir adhesiones. La
destrucción y reemplazo de estas posturas por otras más livianas y
vendibles se logra con entretenimiento y frivolidad; no es necesario ahora
la cárcel, el destierro o la muerte. La nueva receta es la burla corrosiva
que erosione lenta y sistemáticamente al adversario. Con eso basta para
que la "nueva educación" de las masas genere nuevos valores, nuevas
hábitos y nuevas actitudes, todo ello considerado positivo porque así lo
impone la mayoría, porque así lo dicta la moda. Porque se decide por
votación no ya qué marca de jabón o pasta de dientes utilizar, sino qué es
lo verdadero y lo falso, qué es lo bueno y lo malo en este mundo. Al
referirme a las masas, recuerdo las sabias reflexiones de Ignace Lepp:
“…Toda civilización es una realización de las élites. Si mis simpatías se
inclinan a la democracia, no es porque ésta sea el reino de las masas,
sino porque despoja a la élite de su carácter de casta cerrada y permite
el encumbramiento al rango de élite de todos los que sean dignos de
serlo, vengan de donde vinieren. La historia nos enseña que todas las
masas son capaces de lo mejor y de lo peor. Todo depende de las élites
que las conduzcan. (…) En el sentido propio del término, no existe
conciencia colectiva. Sólo el inconsciente es colectivo. Por ese motivo es
tan difícil razonar con las masas, sólo es posible hacerles sentir las cosas.
(…) Quiero que se me comprenda bien. Estoy muy lejos de todo
“aristocratismo”, de todo lo que implique menosprecio a las masas. Soy
un convencido, por el contrario, que del propio seno de las masas es de
donde surgen las élites. Lo que nos obliga a criticar y condenar tal orden
sociológico o tal sistema económico, es precisamente el hecho de que
impidan que de las masas surjan élites y de que, en cambio, otorguen
fuerza y poderío a seudoélites…” (2)
En conclusión, la impiedad de nuestros días no pasa por lo exclusivamente
religioso. Se ha extendido a otras esferas y le perdió el respeto y la
veneración a normas y leyes de todo tipo, a muchos símbolos e imágenes,
a personas e instituciones, a tradiciones, valores y costumbres. Pero a su
vez ha instalado o pretende instaurar nuevos cultos y nuevas formas de
adhesión. Hoy las pautas y las normas las dictan los opinólogos y
todólogos que de todo saben y de todo opinan, cual nuevos sacerdotes y
referentes, con nuevos ritos y renovadas liturgias, seguidos
incondicionalmente por miles de personas que se han aburrido de pensar,
dejándose manipular emocional y afectivamente. Son personas que
siguen teniendo la necesidad de creer en algo y que descreídos de lo
anterior, llámese política, ideología, religión o valores tradicionales, los
han reemplazado por nuevas creencias en renovados líderes de turno, que
ofrecen mágicas y rápidas soluciones, generalmente placenteras,
divertidas e indoloras. Nada nuevo bajo el sol. Los espejitos de color se
siguen ofreciendo igual que hace siglos. Sólo han cambiado de formato y
sus formas de distribución.
Este es un diagnóstico que - como todo diagnóstico - en primer lugar
puede no ser compartido y en segundo lugar, no pretende quedarse en
diagnóstico, sino presentar alternativas de solución. Por ello, entiendo que
las mismas deben pasar por las siguientes etapas:
• Defender a la familia como la principal e irremplazable institución
educadora de valores, virtudes y actitudes que apuntalan y
defienden la dignidad de la persona humana. Todas las demás
entidades sociales en general y salvo contadas excepciones, sólo
pueden complementar y colaborar en la tarea educativa de los
menores y adolescentes, no sustituirla. La defensa real de la familia
debe comenzar por políticas y sistemas legislativos que la apuntalen
y no que la socaven sistemáticamente. En tal sentido, todo lo que
pueda hacerse en materia tributaria para promover el sustento y la
unidad de los integrantes de una familia sería una muestra de ir en
el sentido correcto. Hay que buscar maneras para que los padres
puedan recibir estímulos a la hora de querer educar de la mejor
forma posible a sus hijos. Y no castigarlos por tener familias
numerosas, cuando el país envejece año tras año. Sobran
estadísticas que muestran además el encarecimiento económico y
real que supone para las relaciones sociales y para el bien común
tener familias rotas y disgregadas.
• En dicho proceso educativo apuntar a una formación integral que
abarque todas las dimensiones de la persona, incluyendo su
conciencia moral y cívica. Pues educar es mucho más que transmitir
conocimientos, transferir técnicas, enseñar habilidades, idiomas o
aprender a resolver problemas. Supone, entre otros aspectos,
inculcar en los educandos una clara y definida noción y conciencia
del bien común, entendido como el conjunto de condiciones
materiales e inmateriales que pueden permitirle a un grupo social
dado, un mayor grado de bienestar y de felicidad. La iluminación de
calles y rutas, la higiene pública y la vivienda digna son ejemplos de
condiciones materiales; pero también importan las inmateriales
tales como la solidaridad, la confianza, la transparencia, la
honestidad y credibilidad entre los que conforman ese grupo social.
Adviértase que bienestar y felicidad no son sinónimos. El primero se
vincula más y mejor con esas condiciones materiales a las que
hacíamos referencia; pero la felicidad pasa por aspectos
inmateriales, que colman más el espíritu y le dan un mayor sentido
a la existencia de los seres humanos: la comprensión, la tolerancia,
el sentido del perdón, la honradez o la paz interior y externa de las
personas que conviven.
• Evitar los eufemismos y juegos de lenguaje que pretenden mostrar
los errores, faltas y delitos como si fueran más livianos e
insignificantes, para volver a llamar a las cosas por su nombre: una
coima es una coima y no una simplificación de los trámites; una
estafa no es una simple irregularidad o desprolijidad; un robo no es
una adquisición por mera necesidad.
• Ser exigentes y coherentes a la hora de promover credibilidad y
confianza: Con pocas normas - sean del ámbito que sean - pero
claras, severas y aplicables sin excepciones. Sin existencia de
privilegios a la hora de su aplicación; con sanciones y también con
estímulos que sean ejemplarizantes tanto para castigar las
deshonestidades como para premiar las buenas conductas.
• Mostrar sensatez y sentido común a la hora de estimular las futuras
profesiones y trabajos de los uruguayos. Si consciente o
inconscientemente vamos a aplaudir y remunerar más y mejor las
actividades deportivas, los trabajos vinculados al entretenimiento y
diversión, la farándula y el frívolo espectáculo, mientras ignoramos
y desestimulamos en los hechos a quienes todavía tienen la
vocación de servir al prójimo en la educación, la salud y la
seguridad, entonces de poco y nada nos podremos quejar en el
futuro mediato. No alcanza con reconocer nuestros errores, pero es
un muy buen primer paso para comenzar a corregirlos.
• Promover la integridad de la persona humana para que en su
desempeño cotidiano, la ética privada y la pública no conforme dos
compartimentos separados e incomunicados. Estimular la unidad de
vida de toda persona para que su obrar o conducta sea coherente y
honrada tanto en su vida pública como privada, sin importar su
condición de funcionario al servicio del Estado o trabajador
particular.
• Replantear el verdadero significado del respeto a la naturaleza.
Entendida ésta en su doble acepción: i) como naturaleza externa al
sujeto humano que debe respetarse si es que el cuidado por la
ecología y el ambiente significa algo realmente serio y profundo
para nosotros o no pasa de ser un mero slogan que se repite porque
está de moda y resulta políticamente correcto. ii) como naturaleza
humana que tiene ciertas características entre las cuales su esencia
corporal y espiritual, su dinámica o cambio y su telos o finalidad
conforman una unidad que no es meramente accidental y que por
ello también debe atenderse y respetarse
Pues en definitiva, no respetar estas dos naturalezas, la ambiental y la
antropológica, es no atender a los llamados de la realidad que día tras día
nos golpea la puerta. Podemos desentendernos y desoír estos mensajes o
advertencias de la realidad por un tiempo; pero a la corta o a la larga, esta
realidad que se plasma en estas dos naturalezas nos derribará nuestras
puertas y muros y se instalará aunque no nos guste.
Montevideo, noviembre de 2011.
• Diccionario Ilustrado Rialp. Pag. 3304 Año 1987.
• Ignace Lepp. Escándalo y consuelo, pags 10 y ss. Ediciones Carlos
Lohlé, 1963.
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