El concepto de patrimonio ha evolucionado desde su noción rudimentaria, vinculado a una estatua o monumento, hasta definiciones complejas que incluyen los bienes muebles e inmuebles, patrimonio industrial, paisajes e itinerarios culturales y las expresiones del patrimonio intangible planteadas en las convenciones de la UNESCO, principalmente la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural (1972) y la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial (2003). | El patrimonio cultural y la (re) construcción de la identidad Mario Hernán Mejía Director de Cultura, Universidad Nacional Autónoma de Honduras I. Conceptos y significados en la era global La protección del patrimonio cultural es un tema relativamente reciente para las políticas públicas a pesar de que la preocupación internacional sobre la protección y salvaguarda de esos bienes surgió desde la mitad del siglo XX a raíz de las destrucciones provocadas por las guerras mundiales. Desde entonces, muchas disciplinas, sobre todo dentro de las ciencias sociales y las humanidades (antropología, sociología, arqueología arte, arquitectura, museología), descubrieron un nuevo campo de estudio y análisis: el patrimonio cultural. El desarrollo teórico respecto al patrimonio cultural proviene en gran medida de los aportes de la antropología sobre la identidad cultural, que se traduce como “sentido de pertenencia” a un pueblo o sociedad. La identidad cultural representa la memoria, la conciencia colectiva de un grupo con características similares; constituye una convergencia intelectual y afectiva fundamentada en un pasado común, un presente compartido y la posibilidad de construcción de un futuro igualmente inclusivo. Las actuales definiciones de patrimonio cultural lo conciben como el conjunto de bienes y valores que son expresión de la comunidad, tales como la tradición, las costumbres, los hábitos, así como el conjunto de bienes materiales o inmateriales que poseen un especial interés histórico, artístico o estético (Berros y Levrand, 2009). El patrimonio cultural tiene una dimensión material y otra simbólica. De esa naturaleza especial se desprenden conceptos, vínculos e interrelaciones que ponen de manifiesto sus vínculos primarios y esenciales, como su (des)ubicación con un territorio determinado o un grupo social específico. El carácter subjetivo y dinámico del patrimonio no depende de la forma que adopta o su materialidad, sino de los valores que una sociedad le atribuye como creadora y transformadora de esos bienes o expresiones. La importancia del patrimonio cultural en nuestras sociedades es cada vez más evidente debido a sus múltiples usos y significados, a la demanda ciudadana por hacer valer los derechos culturales en las políticas públicas y programas de gobierno y a su importancia como recurso para el desarrollo socioeconómico por medio del turismo y las industrias creativas. De igual manera, la cultura adquiere mayor relevancia como dimensión clave en los procesos de desarrollo. Desde finales del siglo XX se produjo un cambio cualitativo en la valoración del papel de la cultura en los procesos y modelos de desarrollo, a tal punto que sus expresiones y bienes se consideran potenciales activos productivos que contribuyen no sólo al desarrollo simbólico sino también a mejorar la calidad de vida en términos materiales. 1 El patrimonio es el legado que recibimos, es el acervo que nos permite dibujar nuestra identidad en términos individuales y colectivos. El patrimonio permite a una sociedad descubrirse y asumirse como individuos y como pueblo. Esto nos permite esbozar una premisa clave para el abordaje del patrimonio cultural y la identidad: todas las formas materiales que adopta el patrimonio tienen su origen en ideas, sueños, cosmovisiones e intereses que motivan a las personas y comunidades a crear, atribuir significado y reconocer ciertos bienes y expresiones como representativos de su identidad cultural. Ambas dimensiones (material e inmaterial) están siempre presentes en los bienes culturales; el patrimonio inmaterial es el que determina, por definición, las formas y contenidos, sustentando de esa manera la diversidad cultural. 2 Estas creaciones se dan en particulares contextos lingüísticos, políticos y sociales y de valores normativos que influyen en la voluntad y capacidad de generar cultura de cada ser humano. Cada generación le confiere un significado particular al patrimonio cultural, que está sujeto a los procedimientos de representación de las culturas y de su patrimonio en entornos específicos que son legitimados por la misma colectividad que los produce como expresiones culturales propias. Lo que asumimos como propio es el primer nivel de valoración individual sobre aquellos bienes que dotamos de valor simbólico; se nutre de elementos producidos no solamente en el propio territorio, sino también de patrones y normas de otras realidades con las que estamos cada vez en más contacto gracias a los intercambios y la globalización tecnológica acelerados en nuestro tiempo por el cine, la radio, la televisión y el internet. De igual manera, esas tecnologías facilitan la documentación y difusión de las culturas propias más allá de las comunidades locales que las generan, al tiempo que nos aproximan a otros universos culturales que producen sus propios contenidos. Sin embargo, esa relación de doble vía no siempre es equitativa, así que prevalecen los contenidos extraterritoriales en los medios de comunicación, sobre todo en los países más atrasados de América Latina (García Canclini, 2004:57). II. El patrimonio cultural y el estado/nación El enfoque en la gestión del patrimonio cultural desde la perspectiva del estado/nación se orientó casi de manera exclusiva a la puesta en valor y conservación de aquellos bienes culturales materiales representativos de una identidad republicana que se construía a pasos acelerados. El surgimiento de los estados nacionales en América Latina se sustentó en la definición de un proyecto cultural expresado en un conjunto de bienes materiales y simbólicos, tendencias artísticas que daban cuenta de una concepción homogénea de la identidad nacional estigmatizada en símbolos patrios, próceres, gestas históricas, como estrategia para la construcción de lo nacional inspirada en el liberalismo como ideología política. Las políticas culturales, programas, proyectos de infraestructura museística, monumentos, textos escolares, diseños de parques y plazas en los países latinoamericanos aún reflejan y reproducen esa visión de lo nacional por medio de un imaginario material y simbólico en el cual los habitantes se ven reflejados. Este fenómeno provocó situaciones de exclusión social, marginación y folclorización de la diversidad cultural existente, como es el caso de las cinco provincias de la antigua República Federal de Centroamérica al emprender proyectos nacionalistas que aún no terminan de consolidarse. En el caso de Honduras, durante el período posterior a la independencia de España, entre 1821-1897, no puede hablarse de un estado nacional, de un carácter de nación fácilmente identificable, sino de una continuación del esquema político-administrativo español. De igual manera, el período de anexión a México (1822-1824) retrasó aún más la construcción de un proyecto de nación que comenzó a estructurarse por los criollos republicanos de ideología política liberal inspirados en los aportes de la república francesa y norteamericana (Ávalos, 2005:99). La idea de lo nacional fue construida a partir de un proceso que el historiador hondureño Darío Euraque denominó la mayanización de Honduras, entendida como “la recreación oficial de los resultados de las investigaciones arqueológicas realizadas en Copán para propiciar, afinar y difundir la invención de un selecto pasado prehispánico de la hondureñidad en gestación” (Ávalos, 2005:107). Las ruinas mayas de Copán (hoy Parque Arqueológico de Copán) se convirtieron hasta muy entrado el siglo XX en el único referente del patrimonio cultural del estado hondureño que fue consolidándose con los sucesivos gobiernos. A inicios de la década de los noventa del siglo XX, una serie de reivindicaciones étnicas y ambientales impulsó la creación de programas estatales orientados a redefinir la relación entre el mestizaje y la noción de patrimonio cultural, que se amplió a otras expresiones identitarias aún por incorporarse al imaginario simbólico. El reto ahora es transitar de la patria del criollo a la patria compartida, que pasa por la creación, afirmación y reafirmación participativa de los signos y señas de nuestra identidad, por el reconocimiento social y político de los múltiples rostros que habitan la geografía de cada país, expresada en los bienes materiales e inmateriales que integran el acervo cultural de cada pueblo. III. La (re) construcción simbólica del patrimonio En sentido estricto, todos los pueblos, todas las sociedades y todos los grupos humanos tienen cultura. Cuando hablamos de patrimonio cultural de un pueblo hacemos referencia a ese conjunto de elementos de naturaleza material o inmaterial que una sociedad de común acuerdo adopta como propio y que es la base de su identidad cultural: El patrimonio muchas veces identificado con la herencia, es en sí mismo un concepto que alude a la historia, que entronca con la esencia misma de la cultura y es asumido directamente por los grupos locales. El patrimonio es la síntesis simbólica de los valores identitarios de una sociedad que los reconoce como propios (Citado por Levrand, Norma en Sozzo, 2009:59) Ello implica un proceso de reconocimiento, generalmente intergeneracional, de unos elementos, objetos y símbolos vinculados a un sentimiento de grupo tradicionalmente ligado a una región, es decir, una comunidad. Todos los pueblos sobre la tierra poseen una identidad cultural primaria, una manera determinada de ser y hacer en la vida, en un principio por su tiempo y espacio, un territorio específico y una particular visión del mundo de la cual se derivan una serie de valoraciones que le otorgan sentido y significado a ciertos bienes y expresiones simbólicas. 3 El patrimonio cultural nos refiere a la herencia de bienes materiales e inmateriales que una sociedad, un pueblo, hace suyos y a través de los cuales forja una identidad como nación, una forma de ser, hacer y soñar, una visión de la vida, un sentido, un significado. La tipificación que hagamos de esos imaginarios simbólicos estará estrechamente vinculada a nuestro propio marco de referencia, a nuestra plataforma ideológica, expresada en un sistema de valores que procede de una cosmovisión. En esta misma línea de pensamiento, Bonfil Batalla nos recuerda que el valor patrimonial de cualquier elemento cultural, tangible o intangible se establece por su relevancia en términos de la escala de valores de la cultura a la que pertenece; en ese marco se filtran y jerarquizan los bienes del patrimonio heredado y se les otorga o no la calidad de bienes preservables en función de la importancia que se les asigna en la memoria colectiva y en la integración y continuidad de la cultura presente (Bonfil Batalla, 2004:119). 4 El patrimonio cultural, como la suma de bienes tangibles e intangibles, constituye la herencia de un grupo humano que refuerza emocionalmente su sentido de comunidad con una identidad propia y que es percibido por otros como característico. El patrimonio tangible está constituido por objetos que tienen sustancia física y pueden ser conservados y restaurados por algún tipo de intervención; son aquellas manifestaciones sustentadas por elementos materiales producto de la arquitectura, el urbanismo, la arqueología, la artesanía, entre otros. Se subdivide en bienes muebles y bienes inmuebles. El patrimonio intangible puede ser definido como el conjunto de elementos sin sustancia física, o formas de conducta que proceden de una cultura tradicional, popular o indígena. Ahora bien, no podemos perder de vista los actuales procesos de cambio que aceleran las transformaciones y percepciones simbólicas de nuestro patrimonio cultural: el desarrollo urbano, los criterios de rentabilidad, las industrias culturales y el turismo, relaciones entre las cuales se generan ciertas tensiones que es necesario considerar. El siglo XXI trajo consigo una variable que se intensifica de manera acelerada: el impacto de las nuevas tecnologías en la apropiación simbólica de elementos y valores culturales; lo que consideramos como propio a partir de un territorio geográficamente determinado es rebasado por la velocidad de la imagen y las comunicaciones con mensajes simbólicos codificados que reflejan valores de otros contextos culturales. Los procesos de construcción anclados a un territorio, a un tiempo y un espacio se ven alterados en la era de las comunicaciones, es decir, la formación, las formas de producción y la transformación de los patrimonios simbólicos. Es necesario repensar el patrimonio en esta perspectiva: Los términos con que se acostumbra a asociarlo: identidad, tradición, historia, monumentos, delimitan un perfil, un territorio en el cual “tiene sentido’”su uso. La mayoría de los textos que se ocupan del patrimonio lo encaran con una estrategia conservacionista y un respectivo horizonte profesional: el de los restauradores, los arqueólogos, los historiadores; en suma, los especialistas en el pasado... (García Canclini, 2004:64). Frente a estas condiciones que pueden percibirse como amenazas a los patrimonios e identidades culturales, Néstor García Canclini propone partir de la hipótesis opuesta, es decir, entender el patrimonio en el marco de las interacciones con estos ámbitos de la vida social que representan las relaciones sociales que lo condicionan (García Canclini, 2004:64). En otras palabras, las dinámicas mencionadas, propias de la vida moderna, constituyen contextos que contribuyen a repensar qué debemos entender por patrimonio y por identidad. Los usos del patrimonio cultural se plantean en relación a la dinámica y disputa política, económica y simbólica que atraviesa el patrimonio cultural impulsado por los agentes tradicionales que intervienen en el circuito de la cultura: el estado, el mercado y la comunidad, a los cuales podemos agregar los movimientos sociales y las nuevas tecnologías; las tensiones que se presentan en el uso del patrimonio expresan la interacción entre esos sectores. Estas interacciones entre capital, estado y sociedad obligan a pensar en los usos y propósitos del patrimonio más allá de cómo conservarlo, investigarlo y restaurarlo. El problema más desafiante es ahora el de los usos sociales del patrimonio, entre ellos como recurso para el desarrollo socioeconómico, además de valor de uso como factor de cohesión social. El economista David Throsby señala que Un medio para establecer un puente sobre muchos vacíos existentes entre la economía y la cultura es proponer un método para representar los fenómenos culturales que capte sus características esenciales de una manera comprensible tanto para el discurso económico como para un discurso cultural amplio. Dicho medio lo proporciona el concepto de capital cultural (Throsby, 2001:57). El patrimonio entendido en términos de capital cultural permite mostrar valores y significados específicos que se acumulan, se renuevan, a partir de consensos que reduzcan las tensiones y logren una mayor representatividad de los sectores involucrados. Frente a esta aparente intromisión de la economía en los asuntos relativos al patrimonio cultural es necesario hacer la siguiente precisión conceptual respecto de las nociones de valor en el patrimonio cultural. Los expertos señalan que la razón de ser del patrimonio cultural es su relación con la sociedad. El pasado se une al presente gracias a la significación que una sociedad dada hace del mismo; en ese proceso entra en escena el concepto de valor como elemento clave para el uso del patrimonio cultural. En la antigüedad el patrimonio cultural adquiría significado por su “valor de uso”, por la importancia que los pueblos le otorgaban a la transmisión de la cultura. Los nuevos conceptos elaborados desde las ciencias sociales/humanas, como la arquitectura, la museología y la antropología, aportan dos ideas importantes en la construcción de los elementos patrimoniales: valoración y difusión: Respecto del valor hay por lo menos dos posibilidades radicalmente opuestas en el campo del patrimonio: el valor de consumo de los objetos patrimoniales, o por el contrario, considerar prioritario el valor que presenta para la identidad cultural de la comunidad lo que vendrá a representar el valor de uso… en el primer caso, el valor de consumo, se consideran prioritarios aquellos bienes que presentan atractivos ya sea por su valor artístico relevante o simplemente por su originalidad, curiosidad o extravagancia. […] Si por el contrario, la trascendencia se asocia a la consolidación de la identidad cultural del grupo social, el patrimonio adquirirá valor en función de su capacidad como elemento de identificación y apropiación del entorno inmediato y del paisaje por parte de la comunidad. 5 La difusión es interpretación. Es la actividad que permite convertir al objeto patrimonial en producto patrimonial, a través de un proyecto que integre al interpretación en sí, es decir la materialización de la definición conceptual del bien convertido en mensaje apropiable e intelegible, y la comunicación comprendida como un proceso de identificación y satisfacción de las necesidades del usuario y que implica un conjunto de actividades destinadas a dar a conocer, valorar y facilitar el acceso a la oferta cultural (Martin M., citado por Levrand, en Sozzo 2009: 63). Lo expuesto nos introduce al proceso de valoración y construcción colectiva del patrimonio cultural y al papel de los museos, la academia y los centros culturales en investigación y difusión de los testimonios o relatos de nación que den cuenta de la identidad o identidades culturales presentes en un territorio y que la sociedad necesita apropiarse. IV. El capital cultural: entre lo material y lo simbólico 6 Utilizaremos el concepto capital cultural para hacer referencia al potencial del patrimonio cultural como un activo productivo, una vez reconocido su valor social vinculado a la identidad. El concepto capital cultural, propio del lenguaje económico, nos parece útil para explorar esas posibilidades de uso en el patrimonio. Capital cultural alude al conjunto de instrumentos de apropiación de los bienes simbólicos (Coelho, 2000:98). En el plano individual se convierte en un instrumento para la apropiación de estos bienes; la alfabetización y la educación en general constituyen medios de apropiación. En la perspectiva de la producción, una parte del capital cultural son los productos o equipamientos necesarios para crear ese bien simbólico, como el celuloide para el cine, el lienzo para la pintura o el turismo y los museos para el patrimonio. El economista David Throsby nos introduce a una consideración conceptual de carácter preliminar para despejar la noción de valor que subyace en la cultura como recurso: distinguir la noción de capital cultural frente a activo económico. El valor económico está implícito en el capital cultural pero no al contrario, lo que nos remite a la consideración de la doble naturaleza (material y simbólica) de los bienes culturales frente a otros bienes. La naturaleza específica de los bienes culturales estriba en que, además del valor comercial y utilidad económica, encarnan o transmiten expresiones culturales, valores, símbolos y significados. Así es como podemos deducir que el turismo es una estrategia de apropiación de los sitios, monumentos o expresiones; no existen recursos turísticos sino recursos naturales o culturales que el turismo como estrategia visibiliza, los pone en valor. Ahora, la puesta en valor del patrimonio requiere de identificaciones, de indicadores que den cuenta de la existencia de esas valoraciones significativas como activos en su doble naturaleza: económica y cultural, para entonces viabilizar los flujos de capital, donde aparece la dinámica del turismo. Otro desafío que se desprende de lo anterior es: ¿qué estrategia usar para la apropiación y puesta en valor del patrimonio colectivo en las actuales y nuevas generaciones, como símbolos y huellas de identidad? Estos mecanismos de identificación social (identitarios) y económicos (productivos) deben traducirse en factores de cohesión social y construcción de ciudadanía. Además de ese extraordinario valor, desde hace mucho tiempo se ha reconocido en el patrimonio cultural su condición vulnerable, sobre todo en las expresiones del patrimonio inmaterial. Debido a esa significación y a esa vulnerabilidad, las tareas de preservación del patrimonio están ocupando un lugar predominante entre los esfuerzos culturales tanto a nivel nacional como en la cooperación internacional. Para hacer de la identidad y las expresiones del patrimonio un recurso para el desarrollo vinculado a la economía creativa, debemos considerar su uso en dos vías: Como marco para el desarrollo de bienes y servicios culturales. Como inputs de actividades culturales vinculados con la identidad cultural local/regional (Rausell, 2007:178). Para estos procesos de identificación e inventario se utilizan los mapeos culturales. Mediante el mapeo, las comunidades y agentes culturales (públicos, privados y asociativos) presentes en los territorios pueden registrar e identificar sus recursos, prácticas y otros intangibles relacionados con el capital social y cultural, lo que les permite orientar su propio desarrollo social, económico y político. Los mapeos suelen proveer información que permite a los gestores y emprendedores culturales identificar aspectos clave sobre la dinámica o la potencialidad para el desarrollo de las industrias culturales y creativas. Asimismo, los mapeos pretenden estimular la organización de individuos y empresas de los sectores creativos y de la cultura para que se perciban como un colectivo y de ese modo obtengan reconocimiento, posicionamiento y empoderamiento como sector económicamente importante. Los mapeos deben reflejar una serie de valores tangibles e intangibles que una vez identificados pueden proporcionar una base para la planificación de los recursos culturales, para impulsar emprendimientos (industrias) culturales y usos sociales del patrimonio, para planificar infraestructuras culturales, entre otros objetivos de desarrollo. El recurso cultural debe tipificarse e incorporarse a los procesos de desarrollo a través del impulso de programas que promuevan los emprendimientos culturales que hagan de esos elementos potenciales activos productivos: un auténtico capital/insumo para lograr mejores condiciones de bienestar en un sentido integral. V. Contextos actuales: retos y desafíos Es evidente que los procesos de cambio marcados por el incremento de las comunicaciones y las nuevas tecnologías de la información nos obligan a replantear conceptos claves como patrimonio, memoria, identidad o nación. El anclaje territorial de la concepción de patrimonio se enfrenta a los desafíos que traen consigo la transnacionalización, las migraciones y la producción cultural producida fuera de los propios territorios. Esto cambia el proceso de producción simbólica expresado en los diferentes patrimonios. Las condiciones de pobreza y marginalidad de muchas poblaciones indígenas y afrodescendientes limitan el desarrollo, la producción y la circulación de expresiones creativas que se limitan a su reconocimiento en el ámbito local, con pocas probabilidades de reconocerse como bienes patrimoniales. 7 V. Contextos actuales: retos y desafíos Es evidente que los procesos de cambio marcados por el incremento de las comunicaciones y las nuevas tecnologías de la información nos obligan a replantear conceptos claves como patrimonio, memoria, identidad o nación. El anclaje territorial de la concepción de patrimonio se enfrenta a los desafíos que traen consigo la transnacionalización, las migraciones y la producción cultural producida fuera de los propios territorios. Esto cambia el proceso de producción simbólica expresado en los diferentes patrimonios. Las condiciones de pobreza y marginalidad de muchas poblaciones indígenas y afrodescendientes limitan el desarrollo, la producción y la circulación de expresiones creativas que se limitan a su reconocimiento en el ámbito local, con pocas probabilidades de reconocerse como bienes patrimoniales. 8 Ante este panorama es propicio preguntarnos qué políticas culturales, comunicacionales y educativas se deben perfilar para contrarrestar la inequidad en la inclusión de contenidos culturalmente diversos en las historias oficiales, en los museos nacionales y en los currículos educativos, así como en las industrias culturales y los medios de comunicación. En este sentido, las prácticas artísticas pueden recrear y revitalizar expresiones, símbolos representativos de la diversidad cultural existente con la posibilidad de reinventar el patrimonio cultural no solamente como los valores y prácticas heredadas, sino como lo que aspiramos a ser a partir de una constante afirmación y resignificación de las identidades individuales, culturales y nacionales. En ese mismo sentido, se debe fomentar el acceso público a los bienes del patrimonio cultural, incluyendo aquellos de propiedad privada, mediante mecanismos y estrategias que respeten el derecho de propiedad y permitan el disfrute colectivo de bienes de interés público, como los patrimoniales. En este contexto, muchos conceptos adquieren nuevos significados, entre ellos el de folkclore, que incluye los bailes, la música, las leyendas y otras expresiones que reflejan una visión nacionalista a veces artificial asumida como identidad nacional. Las nuevas concepciones respecto de esas expresiones culturales de carácter inmaterial mejoran su identificación para emprender acciones de salvaguardia, además de que les otorgan un significado contemporáneo. El derecho a la cultura supone el derecho a la transformación de esa misma cultura que hace de la identidad un proceso dinámico en permanente interacción con otros universos simbólicos, dando cuenta así de la rica y diversa capacidad expresiva del género humano. Ciudad Universitaria, Tegucigalpa, Honduras, C.A Referencias bibliográficas 2005 Ávalos, Kevin Hacia la definición de una política estatal de protección del patrimonio cultural de Honduras, el caso de la arqueología (1845-1948). En Revista Paradigma 17: 95-115 2009 Berros, María Valeria, y Levrand, Norma Apuntes sobre la construcción del concepto normativo de Patrimonio Cultural en Argentina. 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