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CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR,
Viernes Santo, 3 de abril.
Catedral de Ciudad Quesada.
Mons. José Manuel Garita Herrera.
Obispo de Ciudad Quesada.
Hermanos y hermanas:
Estamos en el primer día del Triduo Pascual. Hoy la Iglesia no celebra
la Eucaristía, sino que el centro es esta celebración de la pasión y
muerte del Señor que tiene como signo característico la cruz de Cristo.
Nos encontramos en una de las celebraciones más impresionantes y
conmovedoras, pues, hoy, Viernes Santo es el día de la entrega
amorosa y extrema de Jesús hasta la muerte, pasando por su pasión
dolorosa. Hoy es un día para detenernos y contemplar, con silencio
reverente, este amor inmenso; detenernos para dejarnos envolver por
el infinito y salvador amor de Dios, manifestado en su Hijo, el cordero
manso e inocente que se entrega obedientemente a la muerte por
nuestra redención.
La pasión evoca dolor y sufrimiento, pero sobre todo hoy no
celebramos el dolor y la tristeza, sino el amor. La pasión y la muerte
de Jesús es un acto voluntario de entrega del Señor, expresión del
amor más grande por medio del cual hemos sido salvados. Hoy
contemplamos y adoramos especialmente la cruz: ella es el árbol de la
vida, ella es el trono de gloria donde ha sido exaltado Jesús como Dios
y como Rey, después de haber sido humillado y despreciado. La cruz
manifiesta el amor inmenso de Dios que no tiene límites en la ternura,
la misericordia y el perdón que nos manifiesta. Hemos sido salvados a
precio de la sangre de Cristo que nos ha purificado. Valemos la sangre
de Cristo derramada en la cruz por nuestra redención. Esto es una
locura de amor de Dios por nosotros.
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Los extraordinarios textos de la Palabra de Dios que se nos han
proclamado, desvelan este misterio extremo de amor, amor salvífico y
redentor.
El cuarto cántico del siervo de Dios, en la primera lectura de Isaías,
nos prefigura la pasión de Cristo con detalles impresionantes que
revelan este extremo de amor por nosotros, el siervo se entrega por
los pecadores. “Muchos se horrorizaron porque estaba desfigurado …
ya no tenía aspecto de hombre … despreciado y rechazado, varón de
dolores … Soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores
… humillado, traspasado por nuestras rebeliones … por sus llagas
hemos sido curados”. Impresionante descripción de la entrega
amorosa del siervo, por ello, se ofrece como cordero inocente,
cargando los pecados del pueblo, se deja llevar en silencio como
cordero al matadero. Acepta libremente la muerte para liberarnos de
nuestras culpas.
Este siervo y cordero que se inmola es Cristo, que muere cuando se
inmolan en el Templo los corderos para la Pascua. Su entrega es el
verdadero sacrificio pascual y lo hace entregándose como sumo
sacerdote que se compadece de nuestros sufrimientos, porque él ha
pasado por el sufrimiento, nos decía la carta a los Hebreos en la
segunda lectura. Se entrega y se inmola obedeciendo, a pesar de ser
Hijo. Obedeció padeciendo, por eso su sacrificio es perfecto y es
causa de salvación para nosotros. Por tanto, Cristo crucificado es el
verdadero Cordero Pascual. ¡Qué extremo y locura de amor!
El solemne e impresionante relato de la pasión según San Juan, pone
de manifiesto afirmaciones de capital importancia que manifiestan el
inmenso amor de Dios. La pasión de Cristo no es un fracaso, es más
bien su glorificación, es exaltado en la cruz, reina desde la cruz para
salvarnos. El crucificado es Dios, por eso su muerte es triunfo glorioso
para nosotros. Hoy contemplamos a Jesús levantado en la cruz él nos
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atrae con la fuerza transformante del amor de Dios, dejémonos atraer
siempre por su amor infinito. Hoy miramos con fe y esperanza al que
ha sido traspasado y es causa de salvación y redención para todos
nosotros. De su corazón traspasado ha brotado sangre y agua, ha
nacido la Iglesia como sacramento de salvación. Dirigimos nuestro
corazón al que muere y dice “Todo está consumado”, pues ha
cumplido a la perfección el plan amoroso del Padre, se ha entregado
para que con su muerte gloriosa tengamos vida y vida eterna. De
verdad que “nadie tiene amor más grande que Aquél que da la vida
por los que ama”. De verdad, Cristo ha cumplido todo por nuestra
salvación. Amor extremo e infinito, amor desconcertante,
incomprensible, amor total.
Dentro de poco vamos a adorar la cruz no por su expresión material,
sino por su significado profundo y salvador. La miramos,
contemplamos y adoramos porque es el árbol de la vida, es nuestra
esperanza, en ella estuvo el Salvador y es la expresión inequívoca de
su amor infinito. La cruz debe recordamos siempre el precio que Dios
ha pagado por nuestra salvación y redención.
Cristo ha muerto en la cruz, pero también, hoy en día, muchos
cristianos, hermanos nuestros, en Medio Oriente y en muchas partes
del mundo, son perseguidos y asesinados por el solo hecho de ser
cristianos. Pidamos por todos los que sufren a causa de su fe
cristiana. Que la cruz de Cristo les dé fuerza y esperanza, que el
Señor los sostenga y anime, que les dé fuerza con su pasión gloriosa.
Terminaremos nuestra liturgia de hoy con la comunión eucarística,
esta comunión nos hace participar de la muerte gloriosa de Cristo y de
sus frutos de salvación. Nos hace entrar en la alianza sellada con la
sangre del Cordero de quien nos ha venido la redención eterna.
¡Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque con tu santa cruz y
muerte redimiste al mundo! Amén.
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