Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil

Anuncio
LAS MUJERES Y EL RÉGIMEN ECONÓMICO
MATRIMONIAL EN EL CÓDIGO CIVIL ESPAÑOL
Y EN EL DERECHO CIVIL ARAGONÉS*1
María de Aránzazu NOVALES ALQUÉZAR
Doctorado en Derecho Privado. Universidad de Zaragoza
Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales.
Universidad Diego Portales, Santiago de Chile
A mi padre, que vive en paz
1. EL MARCO JURÍDICO ACTUAL: RECONOCIMIENTO FORMAL
DE LOS PRINCIPIOS DE IGUALDAD Y DE LIBERTAD
El Derecho Aragonés ha ofrecido desde antiguo soluciones para diversas
exigencias derivadas de la consideración de los valores superiores consagrados
en la Constitución Española de 1978 (CE), exigencias algunas que, no en vano,
han conllevado gran parte de las reformas postconstitucionales del Código
Civil español (CC) para atender a soluciones que ya estaban presentes en el
espíritu y/o en la letra del ordenamiento jurídico aragonés.
En efecto, tanto el Preámbulo de la CE como el artículo 1.1 de ese texto fundamental consagran el derecho a la igualdad y el derecho a la libertad, y el
artículo 10.1 establece: «La dignidad de la persona, los derechos inviolables que
le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los
derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social».
* Durante el proceso editorial de este artículo, esta siendo aprobada la Ley aragonesa
2/2003, de 12 de febrero, de régimen económico matrimonial y viudedad, que afectará a algunas
disposiciones que aquí se mencionan. Como jurista de esta noble tierra, espero que los fundamentos de esta reflexión puedan contribuir en algo a profundizar en nuestra larga y ejemplar tradición igualitaria aragonesa.
1
Este artículo ha sido elaborado en el marco de la Asesoría al Proyecto FONDECYT número
1000132.
RDCA-2001/2002-VII-VIII
153
María de Aránzazu Novales Alquézar
Asimismo, el artículo 9.2 determina que «Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y
de los grupos en que se integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos
que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los
ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social». Señala ROCA
TRÍAS, que «debe afirmarse que los poderes públicos asumen la protección del
grupo familiar porque dentro del grupo se cumplen unas necesidades sociales
evidentes; pero esta protección no se realiza al grupo familiar en cuanto tal,
sino en tanto que permite que los respectivos individuos obtengan la satisfacción de sus intereses individuales»2, esto es, de modo instrumental. De ahí la
importancia de estudiar la consideración de algunos valores y principios constitucionales en relación con la familia, y en concreto con la familia en Aragón3.
El reconocimiento en España de la igualdad jurídica formal plena entre
hombres y mujeres es, ciertamente, muy reciente. De modo escandaloso, se
puede constatar que la exigencia de licencia marital desaparece del Derecho
Común con la reforma del CC de 1975, y no antes, reforma que, entre otras
cosas, dio nueva redacción a los artículos 1975 y siguientes acogiendo el principio de cogestión en el régimen de gananciales y, por lo que respecta al
Derecho Civil Aragonés, fue la Ley de las Cortes de Aragón 3/1985 de 21 de
mayo, la que consagró el principio de igualdad, dando a los artículos 48 y
siguientes de la Compilación aragonesa de 1967 (CA) su redacción actual.
Sin embargo, el Derecho de Familia aragonés ofrecía desde antaño soluciones para algunas reivindicaciones del respeto a los que han venido a constituir valores constitucionales superiores de un Estado social de Derecho,
como la dignidad de la persona, el libre desarrollo de la personalidad o el principio de igualdad, en torno a los que se han venido elaborando la mayoría de
las reformas llevadas a cabo en la segunda mitad del siglo XX, en Derecho
Civil, tanto común como Foral4, bien es verdad que con algún retraso frente a
los ideales de COSTA5.
2
ROCA TRÍAS, Encarna, «Familia, familias y derecho de familia» en Anuario de Derecho Civil,
Tomo XLIII, Vol. II, Madrid, 1990, p. 1068.
3
Como señalaba PALÁ MEDIANO «Se observará que el Derecho aragonés de familia, en su
nueva ordenación, se aleja del Código civil español. Pero este alejamiento es aparente, pues las
reformas introducidas en el Código civil en los últimos tiempos revelan nuevos conceptos e ideas
que se reciben en la Compilación aragonesa» (PALÁ MEDIANO, Francisco, «La familia en la
Compilación del Derecho Civil de Aragón» en Anuario de Derecho Civil, vol. XX, Madrid, 1967, p.
699).
4
Vide NOVALES ALQUÉZAR, Mª Aránzazu, Notas sobre algunas respuestas que ofrece el Derecho de
Familia Aragonés a exigencias de valores superiores de la Constitución Española de 1978 (Trabajo para el
Curso de Doctorado «El ordenamiento jurídico aragonés: persona y familia»), Zaragoza, 2001
(inédito).
5
A propósito del principio de igualdad, nada más expresivo de este «ideal» que las propias
palabras del maestro. Considerando el poder marital «principio inicuo y exótico» concluye
«Siendo comunes al padre y a la madre los deberes que impone la protección o tutela de los hijos,
también debe serlo la autoridad necesaria para cumplirlos, y, por tanto, el ejercicio de los derechos que hacen posible ese cumplimiento. Siendo el marido y la mujer iguales ante el Derecho,
154
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
De entre estos valores superiores, la proyección y desarrollo de algunos de
ellos interesa de modo especial al colectivo constituido por las mujeres, en
cuanto grupo histórica y actualmente discriminado jurídica, cultural y/o
socialmente6. Este punto de partida se sitúa junto a la esperanza de que el siglo
XXI presencie el definitivo trato real igualitario entre hombres y mujeres, para
lo cual es preciso mantener unidas la ilusión de lucha por la inclusión y desarrollo en el Derecho del principio de libertad y de la igualdad jurídica entre
hombres y mujeres y la consciencia de que condición sine qua non de su efectividad es modificar también algunas pautas culturales y actitudes discriminatorias que impregnan los espacios público y privado, las cuales, a menudo, se
resisten a su reconocimiento e identificación, más por su carácter encubierto,
que por mala fe.
2. UN LARGO CAMINO HACIA LA IGUALDAD Y LA LIBERTAD
2.1. EL PRINCIPIO DE IGUALDAD CONSTITUCIONAL EN
CIVIL COMÚN Y DEL DERECHO CIVIL ARAGONÉS
LA EVOLUCIÓN DEL
DERECHO
Como señala PALÁ MEDIANO: «La mujer casada aragonesa gozaba de una
consideración especial y las diferencias con el marido, en su posición jurídica,
eran mínimas. Algunas de las normas del Cuerpo legal de Fueros y
deben desaparecer de la legislación, como han desaparecido ya de las costumbres, las consecuencias que se derivan del llamado poder marital, en lo tocante a la obediencia, domicilio y demás.
Representarán a la familia los dos cónyuges, mancomunadamente, o uno de ellos con poder del
otro» (COSTA, Joaquín, La libertad civil y el Congreso de jurisconsultos aragoneses, Madrid, 1883, p. 240241). Y en cuanto a la libertad civil, como resalta DELGADO ECHEVERRÍA «La libertad civil, ideal jurídico-filosófico que Costa había bebido de las fuentes krausistas, resulta ser gozosa realidad en
Aragón, tierra donde la libertad civil y la libertad política —piensa Costa— han ido siempre emparejadas. Pero, como todo ideal, debe transmitirse a toda la nación española, a toda legislación posible: el modelo para formar un Código español habrá de ser precisamente el Derecho aragonés,
máxima encarnación histórica de la libertad {DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, Joaquín Costa y el Derecho
aragonés (Libertad civil, costumbre y codificación), Zaragoza, 1978, p. 22}.
6
Por cuanto pueda afectar a la exposición, mi punto de partida se basa en «no olvidar que
no todas las personas han obtenido históricamente el mismo reconocimiento social, la misma valoración en el espacio público (ni en el privado) de sus intereses, tendencias, o necesidades, sino
más bien los adultos varones, europeos y pertenecientes a la raza blanca. Este hecho ha afectado
a la conciencia de sus posibilidades y derechos, a su autoestima o a su autorrespeto, podría decir,
y, si bien, mucho se ha avanzado en este sentido en el último siglo, no creo que pueda afirmarse
que la ‘anterior’ discriminación está superada debido, principalmente, a las diversas manifestaciones de una tradición cultural inserta en los esquemas cognitivos que se transmiten en los procesos de socialización, manifestaciones, a veces difíciles de reconocer, que tienden, por ello, a permanecer ocultas» {NOVALES ALQUÉZAR, Mª Aránzazu, Reflexión sobre algunos aspectos de las teorías de las
acción comunicativa y de la verdad de Habermas que aprovecha Alexy en su intento por construir una teoría
del discurso práctico racional, (Trabajo para el Curso de Doctorado «La argumentación jurídica:
Presupuestos y modelos»), Zaragoza, 2001, (inédito), estudio en el que me refiero a la falta de
RDCA-2001/2002-VII-VIII
155
María de Aránzazu Novales Alquézar
Observancias se refieren a ambos cónyuges o dicen expresamente que lo que
se dispone para el marido es aplicable a la mujer y viceversa»7.
La regla general que acogían los Fueros de Aragón de los siglos XII y XIII
era la situación de inferioridad jurídica de la mujer con respecto al marido, si
bien algo menor que en el resto de los reinos hispanos del Medievo. Sin duda,
todos los bienes muebles históricamente eran comunes, si bien la administración y disposición era exclusiva del marido. Sobre los inmuebles, en cambio,
se exigía en los Fueros el concurso de ambos cónyuges, así como para la adopción de las decisiones más importantes de la familia8.
En las Observancias, ya el marido puede actuar sólo para disponer incluso
de bienes inmuebles, si bien quedaba a salvo el usufructo vidual. El principio
de disposición conjunta de los inmuebles va evolucionando: se comienza por
prohibir en los fueros la disposición por sólo el marido; en las observancias se
fundamenta la intervención de la mujer en la necesidad de que ésta conserve
su derecho expectante de viudedad más que en razones éticas o de cohesión
familiar, y termina por permitirse al marido la realización de actos de disposición, dejando a salvo el derecho expectante de la mujer, si expresamente no
renunció a él o intervino con su marido en el contrato9.
De este modo, como señala LACRUZ BERDEJO, en la época de las
Observancias la influencia del Derecho Común más bien conduce a que ni
siquiera la administración de sus propios bienes en concepto de parafernales
le quede reservada a la mujer «¡cuánto menos la disposición!»10. Como expli-
ingenuidad del lenguaje y otros problemas relacionados con el carácter oculto del sexismo como
principal problema a que éste se enfrenta, a propósito de mi razonamiento crítico sobre la utopía
habermasiana en la construcción de una teoría del discurso práctico racional}. A quienes consideren que este punto de partida obedece a un planteamiento ético-social superado, les sugeriría
que comprobasen, por ejemplo, las expresiones vinculadas a términos tan utilizados en los discursos de todo tipo, incluido el jurídico, como los de «hombre» y «mujer» del Diccionario de la
Real Academia de la Lengua Española (Diccionario de la Lengua Española, R.A.E., 21ª ed., Madrid,
1992, Tomo II, pp. 1.117-1.118 y 1.414, respectivamente, y Diccionario de la Lengua Española, R.A.E.,
22ª ed., Madrid, 2001, Tomo II, pp. 1.223 y 1.551 respectivamente). Es muy interesante comparar
el cambio igualatorio de significados atribuidos a algunas de estas expresiones entre la 21ª y la 22ª
edición, si bien, en la reciente edición, (la 22ª) de octubre del presente año persiste todavía la discriminación en algunos casos, tales como «hombre público» y «mujer pública».
7
PALÁ MEDIANO, Francisco, «La promoción de la mujer casada en la Compilación aragonesa y en el Derecho Comparado» en Estudios de Derecho Civil en honor del profesor Castán Tobeñas, T. I,
Pamplona, 1969, p. 305.
8
Como apunta SERRANO GARCÍA: «La exigencia del concurso de ambos cónyuges en los
negocios jurídicos de mayor trascendencia para la economía del matrimonio, seguramente también para la toma de decisiones importantes en el plano personal, pone de manifiesto que el
Derecho medieval aragonés, pese a la supremacía del marido, reconoció la igualdad esencial de
los cónyuges. La familia aragonesa ofrece rasgos de más pronunciada igualdad y reciprocidad de
derechos en las relaciones conyugales» (SERRANO GARCÍA, José Antonio, Las deudas de los cónyuges.
Pasivo de la comunidad legal aragonesa, Barcelona, 1992, p. 16).
9
LACRUZ BERDEJO, José Luis, «El régimen matrimonial de los fueros de Aragón» en Anuario
de Derecho Aragonés, III, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1946, p. 102.
156
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
ca SERRANO GARCÍA, los cambios en la situación del marido en relación con los
bienes conyugales le colocan «en una situación de supremacía respecto a la
mujer cada vez más absoluta; no tanto por nuevas restricciones al ámbito de su
actuación independiente —que difícilmente las admitía— sino por la supresión de su intervención en las actuaciones del marido y por la agravación de la
responsabilidad de los bienes comunes e incluso de los privativos de la mujer
por deudas del marido. Sin embargo, nunca se llegó a admitir la libre disposición por el marido de los inmuebles de su mujer»11. No obstante, hay que concluir, con PALÁ MEDIANO, que en el Derecho aragonés antiguo, de amplias concordancias con el consuetudinario francés, la comunidad entre marido y
mujer era muy estrecha, de ahí que el acuerdo o concurrencia de ambos en los
actos de disposición sobre los bienes de uno y otro fuesen corrientes y constituyesen medidas eficaces de protección de la economía conyugal, sobre la base
de la fundamental distinción entre bienes muebles e inmuebles, pues el escaso valor de los bienes muebles en la época de los Fueros y Observancias explicaba la diferencia de tratamiento12.
El mismo régimen se mantiene, prácticamente, hasta la reforma de la
Compilación por Ley de las Cortes de Aragón de 1985. Así, por ejemplo, el
párrafo primero del artículo 49 del Apéndice al Derecho Aragonés de 192513
establecía: «El marido es el administrador y el representante, así en juicio como
fuera de él, de la sociedad conyugal, sin que a la mujer le quede atribuido, salvo pacto en contrario, el manejo de bienes algunos en concepto de parafernales; y aquél está facultado, además, para disponer no solamente de sus privativos bienes, sino también de los que tienen la consideración de comunes14. Serán
nulas, sin embargo, en cuanto a la mitad que en estos bienes afecta a la mujer,
10
LACRUZ BERDEJO, José Luis, Comentarios a la Compilación del Derecho civil de Aragón, I,
Diputación General de Aragón, Zaragoza, 1988, p. 787, nota 3ª.
11
SERRANO GARCÍA, José Antonio, (n. 8), p. 18.
12
PALÁ MEDIANO, Francisco, (n. 7), p. 383. Sin embargo, dado el mayor valor actual de la
riqueza mueble, LORENTE SANZ proponía en 1950 exigir el consentimiento conjunto también para
la disposición sobre bienes y derechos comunes de carácter mueble en que concurra el animus de
afección familiar y dispensarlo en las disposiciones de inmuebles no afectos permanentemente al
uso y provecho familiares (LORENTE SANZ, José, «Observaciones sobre el principio de disposición
de los bienes comunes» en Anuario de Derecho Aragonés, V, Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, 1949-50, p. 433-438).
13
Sin embargo, como señala PALÁ MEDIANO, la recepción de las nuevas ideas sobre la situación jurídica de la mujer casada hubiera sido fácil para el Derecho aragonés en el momento en
que se redactó el Apéndice al Código Civil que había de contener las instituciones de aquel que
fuera conveniente conservar (artículo 6 de la Ley de Bases del Código civil de 11 de mayo de
1888), pues la mujer casada aragonesa gozaba de una consideración especial {PALÁ MEDIANO,
Francisco, (n. 7), p. 305}.
14
Incluye el Apéndice una presunción de buena administración del marido que, frente a los
acreedores, es más fuerte y sólo puede destruirse probando que el acreedor conocía que el marido contrajo la deuda en beneficio propio, no bastando con probar que la deuda no redundó en
utilidad común. Y en la relación interna, «la presunción queda sin efecto cuando se demuestra que
las deudas contraídas por el marido no han sido de utilidad al consorcio o que el marido fue mal
administrador, dando lugar a los correspondientes reintegros o recompensas (art. 57.3). Si la pre-
RDCA-2001/2002-VII-VIII
157
María de Aránzazu Novales Alquézar
las liberalidades que en cualquier forma hubiere el marido realizado durante su última enfermedad, y también las que otorgare en estado de salud, si
retuviere durante su vida la posesión de los bienes en que consistan. Sin
expreso consentimiento de la mujer, el marido no puede enajenar ni gravar
los inmuebles o sitios que pertenezcan privativamente a aquella. La mujer
conservará durante la sociedad conyugal el dominio, aun cuando los dichos
bienes hayan sido estimados al tiempo de aportarlos o al adquirirlos, y, consiguientemente, tampoco puede el marido por sí sólo representar en juicio
estos derechos dominicales retenidos por la mujer. En cuanto a los raíces o
inmuebles en que pueda corresponder viudedad a la mujer, este derecho, si
no hubiere dado ella expreso consentimiento, quedará a salvo no obstante
las enajenaciones que hiciere o gravámenes que impusiere el marido.
Tampoco las enajenaciones que haga la mujer de inmuebles sobre los cuales
tenga el marido derecho expectante de viudedad, pueden perjudicarle sin
renuncia expresa de éste»15.
La situación de incapacidad jurídica de la mujer ha sido la regla general en
todos los países del área occidental hasta hace poco tiempo. La redacción del
CC español anterior a 195816 reconocía al marido las más amplias facultades de
administración y disposición. La reforma operada en dicho año tiene, entre
otras finalidades, limitar las omnímodas facultades de disposición del marido,
determinando la exigencia del consentimiento de la esposa para disponer de
bienes inmuebles y establecimientos mercantiles, esto es, aquellos que, en ese
momento, se consideraron de mayor importancia. La redacción de ese texto
de Derecho Común general anterior a la reforma de 2 de mayo de 1975 vinculaba, obviamente, al pueblo aragonés, que en ese instante no podía alegar
los privilegios derivados de su autonomía estatutaria.
Como señala MARTÍN-BALLESTERO Y COSTEA: « Es curioso que sea Aragón el
que nos sirva de precedente para defender la intervención de la mujer casada
en la disposición de ciertos bienes comunes de la sociedad doméstica, recor-
sunción no es desvirtuada por una prueba en contrario, todas las deudas contraídas por el marido entran en el pasivo común definitivo: responden los bienes comunes, y, en su defecto, los de
ambos cónyuges por mitad, aunque la mujer no haya intervenido en el acto obligacional»
{SERRANO GARCÍA, José Antonio, (n. 8), p. 427}.
15
Apéndice al Código Civil correspondiente al Derecho Foral de Aragón, Imprenta del Hospicio
Provincial, Zaragoza, 1925, p. 24.
16
PALÁ MEDIANO recuerda en 1950, en el trabajo que preparó para la Comisión de juristas
aragoneses encargada de la reforma del Apéndice al Código Civil, las palabras de CASTÁN de 1933:
«En otra obra suya, ‘Hacia un nuevo Derecho Civil’ se dice así: ‘La dificultad está en conciliar las
exigencias de la dignidad de la mujer y la igualdad de los sexos, con la de la unidad de dirección
y gobierno que la familia, como cualquiera otra sociedad u organización, necesita. Por encima de
la esfera de las actividades independientes de los cónyuges, hay una esfera de vida común que ha
de ser protegida para que la familia no pierda su cohesión y estabilidad. Preciso es establecer un
mecanismo, algo complicado pero inevitable, de autoridad conjunta y de limitaciones recíprocas»
(PALÁ MEDIANO, Francisco, «Posibles aplicaciones del principio de igualdad jurídica entre los cónyuges en una nueva ordenación del Derecho Aragonés» en Anuario de Derecho Aragonés, V, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, 1949-50, p. 10).
158
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
dando la vieja cotitularidad aragonesa de marido y mujer sobre estos bienes
comunes ‘Que por ayuntamiento de matrimonio los face un cuerpo’, según
decía la versión romanceada de la Compilación de Huesca de 1247: ‘El uno
non puede vender ni allenar nenguna cosa de lo suyo menos de voluntad del
otro’. Y que haya sido este precedente el que viniera en auxilio de las actuales
reivindicaciones sociales de la mujer casada para que en la reforma del CC de
1958 se llegara a necesitar, según el nuevo artículo 1.413, el consentimiento de
la mujer (o, en su defecto, autorización judicial a solicitud fundada del marido y del modo previsto en el párrafo siguiente) ‘para actos de disposición
sobre bienes inmuebles o establecimientos mercantiles»17.
De ese modo, y en ese contexto, las Cortes Generales aprueban la
Compilación de 8 de abril de 1967, cuya redacción inicial era ya concordante
con los principios constitucionales, con excepción de la gestión del consorcio
conyugal. El artículo 48 de la CA 1967 en su redacción inicial establecía de
modo análogo a la reforma de 24 de Abril de 1958 del CC, que: «El marido es
el administrador de la comunidad»18, pero, «la mujer participa en la administración con las facultades necesarias para el buen gobierno del hogar»19.
Añadiendo que «Las funciones de administración de la comunidad pasan íntegras a la mujer, cuando el marido resulte incapacitado o desaparezca de su
domicilio, aun dejando representante, y en los demás supuestos del artículo
1.441 del CC»20.
En todo caso, como señala SERRANO GARCÍA, el legislador de 1967 «parte
indudablemente de una valoración de la posición económica de la mujer en la
comunidad conyugal más favorable a sus intereses y a su libertad que la que
resultaba del Apéndice, con consecuencias importantes en tema de gestión del
consorcio y de responsabilidad por deudas. En particular, se prevé que la
mujer administre sus bienes privativos cuando así lo recabe (art. 49.1)»21.
Asimismo, al reservar, en todo caso, a la mujer, las facultades necesarias para el
buen gobierno del hogar22, en su ejercicio (así como en el desempeño de
17
MARTÍN-BALLESTERO Y COSTEA, Luis, «El Derecho de familia en Aragón según la
Compilación de 8 de abril de l967 en Revista General de Legislación y Jurisprudencia, T. 225, Madrid,
1968, p. 635.
18
BONET RAMÓN, Francisco y BONET BONET, Francisco Vicente, Compilación del Derecho Civil
Especial de Aragón (Ley de 8 de abril de 1967). Suplemento al Código Civil comentado con sus apéndices forales, Madrid, 1967, p. 28.
19
Ibidem.
20
Ibidem.
21
SERRANO GARCÍA, José Antonio, (n. 8), p. 19.
22
Son curiosas las palabras de PALÁ MEDIANO del año 1968 «Esta vida comunitaria y en un
mismo hogar tiene sus gastos e ingresos; es decir, su propia economía, que podríamos llamar
doméstica (...), y requiere un gobierno y una dirección. Por su propia dignidad y por su especial
y natural capacidad y aptitud, la esposa no puede estar apartada de estas funciones hogareñas. ¿En
qué medida o proporción ha de participar? En esta materia no cabe una aplicación matemática
del principio de igualdad: en todo caso, apreciada en todo su total valor la participación de la
esposa, puede estar equilibrada o compensada con el trabajo o la participación del marido. Lo que
no puede admitirse es que la esposa ocupe en el hogar la posición subordinada de un servidor
RDCA-2001/2002-VII-VIII
159
María de Aránzazu Novales Alquézar
industria, comercio o profesión) comprometía los bienes comunes; por otra
parte, controlaba las enajenaciones más importantes, entendiendo por tales las
de inmuebles»23.
En efecto, el artículo 51 señaló: «El cónyuge administrador (por tanto, también la mujer administradora), por sí solo, puede enajenar los bienes comunes, mas para actos de disposición voluntaria sobre inmuebles y establecimientos mercantiles necesitará el consentimiento del otro cónyuge o, en su
defecto, aprobación de la Junta de Parientes y, en otro caso, autorización judicial»24. Estos artículos otorgan más facultades a la mujer que las que le concede el CC vigente en ese momento. Desde luego, como hace notar SERRANO
GARCÍA, pudo la Compilación haber dado un paso más y haber suprimido, en
cuanto ley posterior, la necesidad de licencia marital25, desarrollando plenamente el principio de igualdad jurídica entre los cónyuges26, pero al momento
de dictarse la misma, la necesidad de licencia para la validez de los actos de la
mujer casada aragonesa, por la aplicación de los artículos 61 y concordantes
del CC, «se consideraba como doctrina tan firme que no parece haberse
siquiera planteado la duda»27.
doméstico; por ello, y para evitarlo, la Compilación dice que la esposa ha de participar en el gobierno del hogar» (PALÁ MEDIANO, Francisco, «La esposa administradora en la Compilación del
Derecho Civil de Aragón» en Revista Crítica de Derecho Inmobiliario, nº 464, Madrid, 1968, p. 377).
23
DELGADO ECHEVERRIA, Jesús, «La gestión de la comunidad aragonesa» en Estudios de Derecho
civil en homenaje al profesor Dr. José Luis Lacruz Berdejo, T. I., Barcelona, 1992, p. 284-285.
24
BONET RAMÓN, Francisco, y BONET BONET, Francisco Vicente, (n. 18), p. 28.
25
Y más si se tiene en cuenta que el Congreso Nacional de Derecho Civil celebrado en
Zaragoza en 1946, concluyó en preparar un Código Civil general que recogiera las instituciones de
Derecho común y foral y las peculiaridades de algunas regiones, teniendo en cuenta su espíritu y
forma tradicional, su arraigo en la conciencia popular y las exigencias de su evolución jurídica y
social. Primer paso de este proceso sería la Compilación de los Derechos Forales, para lo que se
crearon por Decreto de 23 de mayo de 1947 en los respectivos territorios Comisiones de Juristas
para que elaboraran los anteproyectos de Compilación «tomando por base los actuales proyectos
de Apéndices para llegar a una sistematización adecuada de las instituciones históricas teniendo
en cuenta su vigencia y aplicabilidad en relación con las necesidades y exigencias del momento presente, (...)». Esta frase «ampliaba el campo en el que habían de trabajar los redactores de las
Compilaciones, extendiéndolo, (...) a las relaciones personales entre los cónyuges. No obstante, la
Comisión de juristas aragoneses se abstuvo de entrar en este terreno, considerando que las declaraciones de principios contenidas en las leyes generales de 1958 y 1961 anunciaban una reforma
próxima de la Sección 4ª del capítulo Iº del título IV del Libro I del Código Civil» {PALÁ MEDIANO,
Francisco, (n. 7), p. 307-308}.
26
Como ya reconocía PALÁ MEDIANO en 1968 «La aplicación del principio de igualdad no
hubiera sido difícil. En el antiguo Cuerpo legal de Fueros y Observancias no aparece precepto
alguno que establezca la subordinación de la esposa con la institución de la potestad marital y sus
secuelas del deber de obediencia y de la interposición de la licencia como regla general para todos
los actos jurídicos de la mujer. Las limitaciones que producía el matrimonio, no ya en la capacidad
jurídica, sino en el poder de disposición sobre los bienes matrimoniales, se referían a ambos cónyuges que habían de actuar conjuntamente o uno de ellos con el consentimiento del otro {PALÁ
MEDIANO, Francisco, (n. 22), p. 352}.
27
SERRANO GARCÍA, José Antonio, (n. 8), p. 19.
160
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
Con todo, y en palabras de DELGADO ECHEVERRÍA, «el texto originario de la
Compilación estaba calculado, hasta cierto punto, para que pudiera darse
entrada en él a la igualdad entre los cónyuges cuando tal cosa fuera posible
—se entendió en 1967 que no lo era entonces, pues la licencia marital constituía una exigencia del Código impuesta en todos los territorios forales por el
artículo 12 (derogado) del mismo—, sin necesidad de modificar el resto del
sistema»28. Mas, como reconoce SERRANO GARCÍA «hay que dejar constancia de
que la preocupación por la equiparación jurídica del marido y la mujer —con
claros antecedentes en el Derecho histórico y generalizada en casi todos los
países civilizados— estuvo presente en los sucesivos estadios de la elaboración
de la Compilación, aunque quizás más acentuada en los textos primitivos
(especialmente en el del Seminario) que en el definitivo»29. Como criterio fundamental de los mismos, único compatible con el mantenimiento del régimen
tradicional de bienes y que, además, tiene seguros antecedentes en el régimen
de los Fueros, «tiende a la equiparación a través de la codisposición, es decir,
a través de la necesaria intervención en pie de igualdad, de ambos cónyuges,
para todos los actos de disposición tanto sobre los bienes comunes como sobre
los propios de cada uno; rechazando al mismo tiempo la equiparación a través
de la separación de patrimonios y la libre administración y disposición independientes»30.
En definitiva, el legislador de 1967 se limitó, como apunta DELGADO
ECHEVERRÍA, a «dejar prudentemente las cosas como estaban, si bien cuidando
tanto de mantener y desarrollar las normas históricas que daban mayor libertad a las relaciones patrimoniales entre cónyuges, cuanto de construir un sistema que pudiera funcionar igual o mejor sin el elemento de la licencia marital, presente en el Derecho aragonés sólo por estarlo en el CC general»31. En
este sentido, modificación importante de la CA de 1967 fue la «configuración
de la gestión de la comunidad como un officium de Derecho privado que se
ejerce en interés de la familia; confiado, en principio, al marido, pero que
podía corresponder íntegramente a la mujer en determinados supuestos»32.
28
DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, (n. 23), p. 284. Por esta razón, sin referencia alguna a la licencia marital, se trata en la Compilación de la posición jurídica de los cónyuges en términos generales, sin discriminación entre marido y mujer, «pues cuando esto ocurre aparece como división o
distribución de funciones y no como expresión de incapacidad o desigualdad» {PALÁ MEDIANO,
Francisco, (n. 7), p. 308}.
29
SERRANO GARCÍA, José Antonio, (n. 8), p. 19. SERRANO cita en notas 13ª y 14ª de su obra
diversos estudios interesantes sobre esta materia, entre otros: DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, «Notas
sobre parafernales en Aragón: el patrimonio privativo de la mujer casada aragonesa» en Anuario
de Derecho Civil, 1971, pp. 1189-1194 y 1176-1177, (donde se hacen atinadas observaciones sobre la
licencia marital en Derecho aragonés y se explica el tratamiento dado al principio de equiparación
jurídica entre los cónyuges en cada uno de los sucesivos anteproyectos), y «Los Anteproyectos y el
Proyecto de ley de Compilación del Derecho Civil de Aragón» en Anuario de Derecho Aragonés, XIII,
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1965-67, pp. 101-281.
30
DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, (n. 29), p. 1176.
31
Idem, p. 1190.
32
DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, (n. 23), p. 284-285.
RDCA-2001/2002-VII-VIII
161
María de Aránzazu Novales Alquézar
Suprimida, en 1975, la licencia marital en el CC, nada habría que modificar en
la CA —considera DELGADO ECHEVERRÍA— para que la autonomía patrimonial
de la mujer casada aragonesa superara ampliamente la que el Código le acordaba en la sociedad de gananciales»33.
Decía PALÁ MEDIANO: «En Aragón, cuyo sistema jurídico se apartó del romano y se constituyó según los principios de la Iglesia Católica acerca de la dignidad de toda persona humana por su naturaleza y destino y la especial de la
mujer casada como esposa y madre, aparecen expresiones y normas que configuran la autoridad familiar, paterna y materna, como deber y servicio y la
igualdad entre marido y mujer como reciprocidad en los deberes conyugales y
conjunción y colaboración en el cumplimiento de los deberes familiares», pues,
—como añade después—, «Los vínculos familiares no pueden ser causa de desigualdad y mucho menos de incapacidad jurídica. No debe reconocerse en
Derecho más incapacidad que la natural, y ésta no puede ser causa de pérdida
o privación de derechos, aunque su ejercicio se encomiende a personas autorizadas»34. Y ello es así porque, en definitiva, el amor, como ya observaba SANTO
TOMÁS, «no puede existir entre gente muy distante; es necesario que exista
cierta igualdad y el amor nace cuando la igualdad ha sido establecida. Por ello,
la promoción de la esposa, su emancipación de las situaciones sociales y legales de inferioridad, lejos de ser obstáculo para el matrimonio, lo purifica de
antiguas lacras y hace más frecuente el matrimonio por amor, verdadera unión
entre hombre y mujer, unión personal, permanente, continua, que es para
cada uno de los cónyuges un estado, una situación jurídica de reciprocidad en
los deberes y obligaciones mutuos»35.
En el ámbito del Derecho Común, la Ley 14/1975, de 2 de mayo culmina
el proceso iniciado en 1958 de equiparación jurídica de mujer y hombre casados suprimiendo principios anacrónicos como el deber de obediencia de la
esposa, la representación legal de la mujer por el marido y la exigencia de
licencia marital para cualquier acto de mediana trascendencia. Se reconoce a
la mujer casada plena capacidad procesal y de obrar respecto a la administración y disposición de sus bienes, sin necesidad de licencia del marido, disponiendo el nuevo artículo 62.1º del CC que «El matrimonio no restringe la capacidad de obrar de ninguno de los cónyuges».
Pero, como muestra SERRANO GARCÍA, aunque con la supresión de las limitaciones que afectaban a la capacidad de obrar de la mujer casada —menores
33
Ibidem.
PALÁ MEDIANO, Francisco, (n. 3), p. 709. Mucho antes, CASAJÚS señalaba: «Las condiciones
impuestas a la enajenación de los bienes que a los cónyuges pertenecen, y a la necesidad de que
el acuerdo sea común para que los actos se consideren válidos, consagran el principio de igualdad
que informa, (...), las relaciones conyugales todas (CASAJÚS Y GÓMEZ DEL MORAL, Roberto, El Derecho
de familia en la legislación aragonesa. Discurso de apertura del curso académico 1880-1881, Zaragoza,
1880; reeditado en Estudios de Derecho Aragonés, prólogo de Moneva y Puyol y epílogo de don
Salvador Minguijón, año 1952, pp. 20 y 24).
35
PALÁ MEDIANO, Francisco, (n. 7), p. 309.
34
162
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
en Aragón— ésta adquirió plena capacidad, libertad e independencia de actuación, pudiendo contratar y obligarse como persona plenamente capaz, sin
embargo, como, de ordinario, era el marido quien continuaba siendo el administrador de todos los bienes del matrimonio, la mujer, igual que antes de la
reforma, sólo podía disponer de los bienes necesarios para el buen gobierno del
hogar, traduciéndose en el ámbito de las relaciones económicas entre cónyuges,
la supresión de la licencia marital únicamente en la posibilidad de la mujer de
disponer libremente de sus bienes privativos cuando tuviese su administración36.
Con posterioridad, se aprueba la Constitución española de 31 de Octubre
de 1978 (CE), ratificada por referéndum popular el 6 de Diciembre siguiente,
que enuncia el principio de igualdad en el artículo 14. En efecto, este precepto establece que «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social». El derecho
a la igualdad se une a las libertades y derechos reconocidos en la Sección 1ª del
Capítulo II del Título I, cuya violación puede motivar el recurso de amparo
ante el Tribunal Constitucional.
La Ley 3/1985, de 21 de mayo, de las Cortes de Aragón, que modifica la
Compilación de 1967, ultima el desarrollo del trato jurídico idéntico a marido
y mujer en la regulación de las relaciones económicas del matrimonio, y establece una ordenación fundamentada en los siguientes líneas:
Primero. Sistema de cogestión37 que, sin embargo, puede llegar a ser disfuncional. Así, el párrafo primero del artículo 48 señala que: «La administración y disposición de los bienes comunes y las decisiones sobre la economía
familiar corresponden a ambos cónyuges conjuntamente o a uno cualquiera
de ellos con el consentimiento del otro». Esta vez fue el CC el que, con anterioridad, en concreto por Ley de reforma de 13 de mayo de 1981 acoge el sistema de la cogestión, disponiendo en el artículo 1375 que: «A falta de pacto
en capitulaciones matrimoniales, la administración y disposición de los bienes
gananciales corresponde conjuntamente a ambos cónyuges, a salvo lo que establecen los artículos siguientes».
Segundo. Este sistema de cogestión incluye, sin embargo, grandes posibilidades de actuación individual de cada cónyuge en el artículo 48.2: «Frente a
terceros estará legitimado cada cónyuge:
36
SERRANO GARCÍA, José Antonio, (n. 8), 1992, p. 22.
Como señala DELGADO ECHEVERRÍA «El principio constitucional de igualdad aventó tanto
la regulación del Código como la de la Compilación. Pareció ineludible, en ambos casos, partir del
principio de gestión conjunta, en términos de absoluta paridad e igual responsabilidad». A lo que
añade «La experiencia ha demostrado que ello es perfectamente posible y compatible con la
comunidad conyugal de adquisiciones; en la que puede compaginarse la autonomía de cada cónyuge en la administración y disposición de sus bienes, así como en el ejercicio de su profesión, con
la colaboración necesaria en las decisiones que afectan a la marcha global de la economía familiar
y, señaladamente, en la administración y disposición sobre los bienes comunes {DELGADO
ECHEVERRÍA, Jesús, (n. 23), p. 285}.
37
RDCA-2001/2002-VII-VIII
163
María de Aránzazu Novales Alquézar
1º Para realizar actos de administración ordinaria del patrimonio consorcial, así como los de administración y disposición incluidos en el tráfico habitual de su profesión, arte u oficio.
2º En cuanto a los bienes que figuren a su nombre exclusiva o indistintamente, o se encuentren en su poder, para realizar cualesquiera otros actos de
administración o conservación, ejercitar los derechos de crédito y disponer del
dinero o títulos valores.
Tercero. Se regula la discordancia o desacuerdo en la gestión, mientras el
CC habla de consentimiento supletorio38, pudiendo acudir a la Junta de
Parientes para que dirima sólo si ambos cónyuges están de acuerdo y proporcionando el artículo 49.2 un arma de doble filo «al poner en manos de cualquiera de los cónyuges la disolución y división de la comunidad en supuestos
de graves y reiterados desacuerdos sobre la administración o disposición de los
bienes comunes (...) no se atiende a la mala gestión por parte del otro cónyuge, ni mucho menos se le imputa dolo o culpa; sino que —acaso por inconsciente trasposición de la idea de divorcio por quiebra irremediable de la convivencia— la mera situación de desacuerdo insuperable puede llevar a declarar
la disolución: también a petición del cónyuge que ha entorpecido la gestión y
que ahora sale beneficiado por el régimen de separación de bienes que ha de
sustituir al de comunidad, ya que sus ingresos son muy superiores a los de su
cónyuge»39. DELGADO ECHEVERRÍA confía la justicia del tratamiento de estos
supuestos a la prudencia de los jueces (a los que el artículo 49 parece encomendar omnímodamente el acceder o no a lo pedido) ante su consideración
del interés familiar40.
Cuarto. Se disciplina la gestión de los bienes privativos. En efecto, según el
artículo 51: «Corresponde a cada cónyuge la administración y disposición de
sus propios bienes. Pero necesitará el consentimiento del otro o, en su defecto, autorización judicial, para disponer de los derechos sobre la vivienda habitual o el mobiliario ordinario de la misma, o para sustraerlos al uso común».
Como observa DELGADO ECHEVERRÍA, el legislador aragonés de 1985 «aprovechó, evidentemente, la experiencia de la ley española de reforma del Código
de 13 de mayo de 1981 —dando respuesta a algunos de los problemas que se
habían puesto de manifiesto en su aplicación—, pero sus artículos no son traslado o copia de los del Código, sino que tienen su propia lógica y perfiles distintos, puestos en relación con el resto de los preceptos compilados y, señaladamente, con los relativos al pasivo de la comunidad. No hay que pasar por alto
38
«La Compilación no plantea, de manera general, la suplencia del consentimiento de un
cónyuge que no puede o no quiere darlo por la autorización del juez —lo que, probablemente, en
el Código es un arrastre del anterior régimen, en que el consentimiento suplido era siempre el de
la mujer respecto de una iniciativa del marido administrador—, sino que centra su atención en
los desacuerdos de los cónyuges sobre la gestión de la comunidad» {DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús,
(n. 23), p. 295}.
39
Idem, p. 297-298.
40
Idem, p. 298.
164
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
que la facultad para endeudarse comprometiendo los bienes comunes y, en
casos, los privativos del otro cónyuge, forma parte de la configuración global de
los poderes de gestión de la comunidad», gestión que está concebida en los términos más amplios, es decir, referida a todas las actuaciones patrimoniales de
los cónyuges que puedan recaer en cualquiera de los patrimonios conyugales41.
En definitiva, «La proclamación sin reservas de la igualdad conyugal, ya iniciada en la Compilación de 1967, supone para el Derecho civil aragonés un
reencuentro con el Derecho histórico, una depuración de elementos extraños
y la recuperación del sentido primigenio de un principio reconocido en los orígenes de nuestro Derecho, pero que paulatinamente fue perdiendo su configuración prístina hasta difuminarse con elementos foráneos. El principio de
igualdad conyugal asumido por la reforma de 1985 ha permitido armonizar tradicionalismo y modernización, pues ha servido de vehículo tanto para adaptar
la Compilación a las necesidades sociales y jurídicas actuales como para reencontrar uno de los principios informadores del Derecho aragonés histórico»42.
Por último, no podemos dejar de hacer una referencia a la reforma del CC
por Ley 11/1990 de 15 Octubre en aplicación del principio de no discriminación por razón de sexo, que ultima, en el ámbito del Derecho Común, el desarrollo del principio constitucional de igualdad y suprime cualquier vestigio
discriminatorio del ámbito del Derecho Civil.
2.2. EL VALOR CONSTITUCIONAL DE LIBERTAD Y EL DERECHO ARAGONÉS
2.2.1. La libertad en Aragón
El artículo 17 de la CE, incluido dentro de la Sección I del Capítulo II del
Título I establece en su primer párrafo que: «Toda persona tiene derecho a la
libertad y a la seguridad». El Derecho de Familia Aragonés ha sido desde antaño ejemplo de respeto a la libertad. El respeto a la libertad civil aparece consagrado en Aragón a través del apotegma standum est chartae. Como señala
MARTÍN-BALLESTERO: «Y como envolviéndolo todo la ausencia de un Derecho
imperativo, la libre facultad para ordenar la casa y familia de los aragoneses
conforme a las realidades del suelo, de clima, de ambiente, de tradición, en los
capítulos matrimoniales, en la libertad de testar, en cuanto supone y simboliza
ese apotegma foral de estar a la carta, standum est chartae, que dice todo o casi
todo acerca del poder jurídico del aragonés para ordenar la vida y las instituciones más fundamentales de su peculiar Derecho»43.
41
Idem, p. 285.
Memoria de licenciatura (inédita) de ORTIZ, M. A. La actuación conjunta de los cónyuges en
la gestión de la comunidad conyugal aragonesa, Facultad de Derecho de Zaragoza, 1987, pp. 253-154,
en SERRANO GARCÍA, José Antonio, (n. 8), p. 23.
43
MARTÍN-BALLESTERO Y COSTEA, Luis, (n. 17), p. 588. Así, manifiesta MONEVA Y PUYOL, este sentido de rebeldía, en «todos tan conformes que no procuraron más los ricos hombres su preeminencia y libertad que los comunes e inferiores, al decir de Zurita, les llevó siempre a una plena con42
RDCA-2001/2002-VII-VIII
165
María de Aránzazu Novales Alquézar
Mas el principio de libertad civil aragonés no siempre fue bien entendido.
Como reconoce DELGADO ECHEVERRÍA a propósito del standum est chartae, «En
lo esencial, se ha desarrollado en la línea en que Joaquín Costa la colocó, es
decir, como expresión de la libertad civil, considerada ésta piedra angular y
motor de todo el sistema jurídico aragonés. Lo que no excluye que a partir de
cierto momento se haya perdido noticia del influjo decisivo de Costa, e ignorado la raíz krausista de su doctrina. Han sido luego otros los presupuestos
desde los que se ha teorizado sobre el standum est chartae —nunca con la riqueza de ideas y la complejidad y coherencia en la construcción que admiramos
en la reflexión de Costa— presupuestos declaradamente normativistas (aunque no necesariamente legalistas positivistas), que han propiciado la confusión
del tema de la libertad civil con el de la autonomía de la voluntad, de raíces
filosóficas muy diferentes, y han trasladado la discusión al estrecho marco del
negocio jurídico como posible fuente del Derecho, en sentido formal y normativista. La respuesta negativa a esta última cuestión es casi inevitable y por
muy buenas razones; pero se cerraba con ello el camino para la comprensión
de la peculiaridad aragonesa del standum est chartae, reducido entonces a mera
repetición, bajo el emblema arcaizante de la fórmula latina, del principio de
libertad contractual consagrado en el CC general (artículos 1091 y 1255)»44.
Como, en efecto, señalaba JOAQUÍN COSTA en sus estudios sobre la comunidad doméstica del Alto Aragón, el mérito principal de la familia aragonesa
estriba en «haber sabido armonizar en ella el principio tradicional de la unidad de poder y de la perpetuidad del hogar, con el respeto más profundo a la personalidad de los miembros que la componen»45: Los cónyuges se unen en condiciones de igualdad, y la unidad de la familia no absorbe la personalidad de la
mujer, ni la del padre, ni la del hijo46.
ciencia de su ejercicio, y sin más límites que su espíritu cristiano y la natural razón, libremente ordenaron su vida constantemente en cotejo con las realidades de suelo, clima o ambiente» (MONEVA Y
PUJOL, Juan, «Prólogo» a MARTÍN-BALLESTERO Y COSTEA, Luis, que lleva por título La casa en el Derecho
aragonés, Zaragoza, 1944, Preliminar). Característica en parte marcada por «el extremado recelo con
que se vieron siempre las atribuciones de los Reyes en Aragón»; sujetos a unas leyes («que antes hubimos leyes que Reyes») {COSTA, Joaquín, (n. 5), p. 48} y «dispersas sus propias atribuciones reales a
causa de los pactos con los Reyes vecinos, con los moros conquistados y con los aragoneses que en
Cortes mantenían a raya cualquier tentativa del Poder Real que tratara de menoscabar la amplísima
libertad de los aragoneses para organizar y regir su vida y el tráfico de sus bienes en el castillo roquero —nido de águilas— de sus casas familiares» {MARTÍN-BALLESTERO Y COSTEA, Luis,(n. 17), p. 592}.
44
DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, (n. 5), p. 27.
45
MARTÍN-BALLESTERO Y COSTEA, Luis, (n. 17), p. 598.
46
COSTA, Joaquín, «La comunidad doméstica del Alto Aragón», en Derecho consuetudinario y
economía popular de España, Barcelona, 1902, pp. 31 y ss. De este modo, «El principio foral standum
est chartae (...) es una consagración del Derecho individual enfrente del Derecho público, y el reconocimiento por parte del Estado de la soberanía que es inherente al individuo y a la familia en el
círculo de sus relaciones privadas» {COSTA, Joaquín, (n. 5), pp. 102 y ss.}, «aquel en que el Estado
superior respeta a los individuos y a las familias la libertad de acción dentro de su privativa esfera,
limitándose al papel de regulador, registrando en el Código las formas en que traduce espontáneamente el derecho voluntario, y sancionándolas con carácter supletorio, facultativo y, por decirlo así, docente» {COSTA, Joaquín, Teoría del hecho jurídico individual y social, Biblioteca jurídica de
autores españoles, Madrid, 1880, p. 108 en DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, (n. 5), p. 9}.
166
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
Asimismo, y como recuerda MARTÍN-BALLESTERO, en otro estudio clásico
sobre la tradicional familia aragonesa, el de CASAJÚS, se reduce a una fórmula
de dos simples palabras todo cuanto a la ordenación de la familia aragonesa
pueda referirse: Libertad, igualdad47. En efecto, desde los primeros Fueros, en
ningún derecho histórico se han complementado tan bien los principios de
libertad individual y hermandad entre los hombres: «Las mismas normas que
negaron la patria potestad libertando al hijo, que emanciparon a la mujer del
poder marital, que sancionaron la libertad de testar y proclamaron el principio de ‘standum est chartae’, regulaban instituciones sociales como las de acogimiento y órganos como el Consejo de parientes, y declaraban que a todos les
es lícito hacer lo que les parezca en posesión ajena con tal de no causar perjuicio a su dueño»48.
El principio de libertad inspira, asimismo, la actividad legislativa actual.
Prueba de ello es la reducción de la legítima colectiva aragonesa de dos tercios
a la mitad del caudal, que opera la Ley 1/1999, de 24 de febrero, de Sucesiones
por Causa de Muerte que, en su Exposición de Motivos señala, como fundamento de esta ampliación de la libertad de testar que «se atiende así a las voces,
procedentes sobre todo de los ambientes urbanos, que demandan mayores
posibilidades para favorecer al cónyuge con los bienes que se adquirieron
durante el matrimonio, especialmente cuando no son importantes los que a su
vez se heredaron y, por otra parte, se costeó en su momento la formación de
los hijos y se ayudó sustancialmente a su bienestar económico cuando se independizaron; ahora bien, no se restringe la mayor libertad a este fin específico,
sino que queda abierta a las variadas circunstancias y motivaciones de cada causante»; ejemplo, también, de la conexión entre el Derecho Civil de Familia y el
Sucesorio.
2.2.2. La «reciprocidad en las contraprestaciones» como manifestación del principio de
libertad
Una de las manifestaciones del principio de libertad es la facultad de regular las relaciones humanas recíprocas con un contenido de reciprocidad derivado de las circunstancias de cada caso concreto. El Derecho aragonés ofrece
respuesta a esta idea.
Aunque con distinta finalidad, esto es, la crítica al tratamiento liberal del
principio de igualdad en el proceso de fundamentación de la necesidad de
47
«En ella aparecen armonizados cuidadosamente el principio de autoridad, que es garantía de
orden, y el ejercicio de la capacidad jurídica de ambos cónyuges, que es condición de igualdad» (...)
«No hay patria potestad en Aragón, como no hay potestad marital, porque no hay en la familia seres
débiles, cuya debilidad no tome el legislador bajo su amparo y alcance a libertar de la soberbia avasalladora de los fuertes; porque no hay personalidad que desconozca, ni capacidad jurídica que niegue, ni autoridad que no vigile, ni fuerza que no modere. (...) Tienen los padres facultades que apoyan y afirman su prestigio, cuentan los hijos también con la valiosa declaración que los fueros hacen
de su personalidad y sus derechos» {CASAJÚS Y GÓMEZ DEL MORAL, Roberto, (n. 34), pp. 20 y 24}.
48
MARTÍN-BALLESTERO Y COSTEA, Luis, La casa en el Derecho aragonés, Zaragoza, 1944, p. 111.
RDCA-2001/2002-VII-VIII
167
María de Aránzazu Novales Alquézar
aplicar a las uniones de hecho algunos de los derechos y deberes recíprocos
del matrimonio, la idea que interesa es la que utiliza, a ese efecto, FERRERES
COMELLA: «En el mundo real, los individuos interactúan desde posiciones de
partida muy desiguales. Los individuos no tienen así la misma capacidad de
negociación: unos son más poderosos que otros. (...) Ello es así no sólo en lo
que se refiere a las transacciones económicas que se llevan a cabo en el mercado, sino también en lo que se refiere a los acuerdos maritales»49. Importa,
pues, que se regulen por el Derecho los efectos personales y patrimoniales del
matrimonio atendiendo a la «real reciprocidad de contraprestaciones» entre
los sujetos afectados. En torno a esta idea el Derecho de familia aragonés puede ser considerado ejemplar, ya que la profusión del contenido de las capitulaciones matrimoniales que se otorgaban con ocasión de los matrimonios permitía (y permite, si no hubiera hecho mella el desuso) disciplinar los efectos
matrimoniales en términos de real reciprocidad, por ejemplo pactando, en
relación con las circunstancias del caso, que la división y liquidación del consorcio conyugal sea del 40% y el 60%, y no por mitades. No obstante, la cuestión, más alambicada e importante que hay detrás de este planteamiento, es la
valoración «justa» de la «real» aportación personal y patrimonial de cada
miembro de la unión a ésta, cuestión que enlaza con concepciones y propósitos diversos, de tipo sociológico y ético, que merecerían particular detenimiento.
3. ALGUNAS ASPECTOS DE LOS PRINCIPIOS DE IGUALDAD
Y DE LIBERTAD TAL Y COMO SE PROYECTAN EN EL DERECHO
ARAGONÉS ACTUAL. UN ANÁLISIS DE GÉNERO
En efecto, el reconocimiento formal de los principios se ha logrado. La historia demuestra los esfuerzos y obstáculos que han acompañado a esa plasmación legal. Queda por observar la realidad a la que han de aplicarse las normas
igualitarias, pues claro es que, si de justicia se trata, no basta con solemnes
declaraciones en las leyes. No es posible tratar en este espacio con profundidad la totalidad de las materias e instituciones jurídico-civiles del Derecho de
Familia Aragonés actual sobre las que puedan estar proyectados efectos jurídicos discriminatorios. Por esta razón, y atendiendo a mi punto de partida, trataré de resaltar algunas de las que, a mi juicio, pueden tener mayor importancia desde una perspectiva de género.
49
FERRERES COMELLA, Víctor, «El principio de igualdad y el ‘derecho a no casarse’ (A propósito de la STC 222/92)», en Revista Española de Derecho Constitucional, nº 42, CES, Madrid, 1994,
pp. 181-182.
168
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
3.1. ALGUNAS PRECISIONES A PROPÓSITO DEL CONTENIDO DE LAS NORMAS QUE REGULAN EL LLAMADO «RÉGIMEN ECONÓMICO MATRIMONIAL PRIMARIO»
En los apartados que siguen se ofrecen algunas reflexiones sobre el contenido de las normas que integran el régimen económico matrimonial primario
de Derecho Común y su relación con ciertas disposiciones del Derecho Civil
Aragonés.
3.1.1. El artículo 1318 del régimen económico matrimonial primario de Derecho Común
y la contribución a las cargas del matrimonio en Aragón
En general, en el Derecho Comparado, los legisladores que establecen el
deber de contribución de ambos cónyuges a las cargas del matrimonio, lo
hacen bien entre los derechos y deberes recíprocos de los cónyuges, bien entre
las normas del régimen matrimonial primario «y la determinación de la medida de la contribución conyugal es, en defecto de pacto o imperativamente
según los casos, proporcional a los recursos económicos de los cónyuges y a su
capacidad de trabajo, ya sea profesional ya doméstico»50. Particularmente
expresivo es, a este respecto, el artículo 143.3 del CC italiano: «Ambos cónyuges están obligados cada uno en relación con su propio caudal y a la propia
capacidad de trabajo profesional o doméstico, a contribuir a las necesidades de
la familia», expresividad que, aunque mucho no consigue, no está de más, ya
que el meollo del problema, a mi modo de ver, es la dificultad de valorar justamente las aportaciones a la unión consistentes en «trabajos no remunerados»51, pues los otros ya van acompañados de una valoración pública explícita,
50
SERRANO GARCÍA, José Antonio, (n. 8), 1992, p. 61.
Pues, como señala DURÁN, «para medir la producción doméstica carecemos de un instrumento homogeneizador que cumpla las funciones del dinero, y no tiene sentido jugar a la ficción de valorarla
como si de producción para el mercado se tratase; precisamente porque queremos poner el centro
de la atención en el sector doméstico no podemos luego tratar de cuantificarlo ‘como si fuese’ el
sector no doméstico, o sea, ‘el otro’ sector económico de referencia. De modo que la única unidad de
cuenta relativamente homogénea que podemos utilizar es la unidad/trabajo, con todas las limitaciones que conlleva». Pues lo esencial en este tipo de trabajo es que el tiempo del mismo «es, evidentemente, heterogéneo, y no sólo en la cantidad sino en el ritmo y en la calidad». Sin embargo, como observa la
autora «una cosa es reconocer las limitaciones de semejante unidad de cuenta y otra muy distinta
rechazarla» (DURÁN, Mª Ángeles, La Jornada Interminable, Barcelona, 1986, p. 54). Pero, como apunta HAALAND MATLARY,: «¿Sólo se ha de valorar el trabajo si éste es de fácil cuantificación?» (HAALAND
MATLARY, Janne, «Ser mujer en términos de mujer: Desafíos para las mujeres de Occidente: Una
perspectiva católica» en La mujer en el umbral del siglo XXI, 1ª ed., Madrid, 1998, p. 29). La cuestión,
por lo que al Derecho Civil de Familia Patrimonial se refiere no es baladí pues, precisamente, ese
problema de valoración ha contribuido al desprestigio de los regímenes económico-matrimoniales
de separación. Con palabras de PALÁ MEDIANO «(...) sobre el régimen de separación de bienes, que
tantos partidarios tuvo y que tantas legislaciones recogieron, se ha dicho de él que perjudica a la
mujer puesto que teniendo el marido, dentro de las costumbres de los pueblos civilizados, una
mayor actividad en los negocios, se priva a la mujer de toda participación en las ganancias que el
marido obtiene, sin reconocer que, aun limitándose la mujer a la dirección del hogar y al cuidado
y educación de la prole, presta una colaboración muy estimable que permite al esposo atender
mejor al desarrollo de sus negocios» {PALÁ MEDIANO, Francisco, (n. 16), p. 11}.
51
RDCA-2001/2002-VII-VIII
169
María de Aránzazu Novales Alquézar
ya sea éticamente justa o no. Estos trabajos domésticos son, además, de una
variedad extraordinaria, pues comprenden tareas de reproducción, de cuidado de niños/as, enfermos/as y ancianos/as, trabajos de socialización en la
edad temprana y de atención afectiva de los miembros de la familia, trabajos
de ejecución o directamente dirigidos a la manipulación de objetos para incrementar su utilidad (limpieza, compras, alimentación, vestido, etc.), tareas de
gestión, etc.
Esta dificultosa cuestión de la valoración de las aportaciones de las mujeres
al buen funcionamiento de la familia no ha dejado de ser considerada por los
juristas. En este sentido, por ejemplo, PALÁ MEDIANO señalaba en 1950: «Claro
está, que aunque no lo diga el Código, la mujer española gobierna el hogar
familiar con la aprobación y aquiescencia de su esposo y con dignidad superior
a la de una gobernanta asalariada. La prosperidad del hogar, sus recursos, sus
economías, dependen del esfuerzo común y del buen acuerdo entre los cónyuges y es seguro que las aportaciones de la mujer en esta materia tendrán tanta importancia como las del marido; y este valor ha de tener reconocimiento en las
normas jurídicas»52 (este subrayado es mío).
Este problema de la valoración justa se resiste a ser solucionado de una vez
por todas por la intervención de múltiples elementos difíciles que se entrecruzan. En primer lugar, si hasta prácticamente ayer, el trabajo doméstico de
las mujeres ha sido denominado «Sus labores», incluso en el Documento
Nacional de Identidad, me resisto a creer que hoy se le atribuya la valoración
que merece desde el estrato público53. Y no vale decir, si se atiende a la reali-
52
PALÁ MEDIANO, Francisco, «La promoción de la mujer casada en la Compilación aragonesa y en el Derecho Comparado» en Estudios de Derecho Civil en honor del profesor Castán Tobeñas, T. I,
Pamplona, 1969, p. 405.
53
Muchas son las dificultades con que ha tropezado la valoración del trabajo doméstico. Por
recordar algunas, cito las palabras de DURÁN: «El trabajo forzado no se ha considerado trabajo, en
sentido estricto, reservando este nombre para el trabajo cedido libremente a través del intercambio. El trabajo se ha contrapuesto al goce o recreo e igualmente al descanso y el adjetivo ‘trabajador’ se usa como antónimo de ‘vago’ o ‘perezoso’. Por todo ello, si el trabajo femenino es relativamente
forzado y no se aplica a las cosas sino a las personas, tiene dificultades para obtener el reconocimiento de ‘verdadero trabajo’. (...). Como conjunto, y en tanto no se introduzca en la negociación (la concertación, acuerdo marco-social, constitución o como quiera que sea) el reconocimiento de las cargas
inherentes a la producción doméstica, las mujeres tienen más dificultades relativas que los hombres para imponer una buena relación de intercambio por su trabajo, tanto exterior como doméstico. (...). Lo que importa destacar es que la relación de intercambio que logran los trabajadores por su
trabajo es a cambio de su trabajo ‘neto’, por lo que el trabajo complementario o socialmente necesario para la
reproducción y mantenimiento de la fuerza de trabajo se traslada al sector doméstico. Todos los que no pueden imponer relaciones de intercambio superiores a los mínimos legales son confinados al trabajo no remunerado, a la interminable jornada colectiva del sector doméstico. Es fundamental la
comprensión de este mecanismo de formación de los precios del trabajo a través del mercado porque frecuentemente se tergiversa y olvida, especialmente en el contexto de los nuevos liberalismos
y en la crisis del Estado de Bienestar. El precio concreta la porción que cada uno consigue obtener del pastel colectivo, y el precio ‘neto’ de los trabajadores con mejores posiciones de intercambio o de los empresarios ‘eficaces’ puede crecer a costa de transferir al sector doméstico cantidades crecientes de ‘gastos generales’, tales como los ya referidos cuidados de personas de corta
edad, así como las enfermas o incapacitadas. Buena parte de la así llamada ‘población dependiente’ no
170
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
dad social, que las cosas han cambiado pues, aunque es innegable que en alguna medida sí lo han hecho, también lo es el dato de que más se han incorporado las mujeres a las tareas del ámbito público que los hombres al trabajo en
el privado54. Más espinoso es el asunto de si los niños/as necesitan más una
es tal en sentido estricto, sino la base que con su excedente de trabajo doméstico permite a la población llamada ‘activa’ que mejore sus condiciones de trabajo y negocie libremente, sin cargas, el intercambio de su capacidad productiva. Y buena parte de la población ‘autoempleada’ u ocupada en la economía sumergida es la
expulsada del sistema porque no puede intercambiar su capacidad productiva a los precios mínimos pactados
por el resto de los trabajadores y por los empresarios» (los destacados son de DURÁN) {DURÁN, Mª Ángeles, (n. 51), pp. 32 y 36}. Conviene insistir en que, por el propio carácter gratuito del amor, las
mismas mujeres han contribuído poco a que algunas tareas tales como las afectivas hayan sido
reconocidas como «trabajo» efectivo, pues, como señala CASTÁN: «Cuando media el cariño, ¿cómo
hablar ni siquiera de compensación de servicios?; ¿acaso el capitalizar los servicios de la mujer no
es ofensivo a la mujer, al hombre (que da con ello muestras palmarias de egoísmo) y al amor mismo, que siempre ha estado reñido con las matemáticas’» {CASTÁN TOBEÑAS, José, La crisis del matrimonio (Ideas y hechos), Madrid, 1914, p. 428}.
54
La Sociología de Género Aplicada lo viene comprobando. En efecto, en un estudio de
1999 del Centro de Investigaciones Sociológicas, entre las conclusiones del análisis de datos obtenidos entre 1984 y 1997, se concluye que «(...) existe una distancia entre las actividades y las prácticas. La responsabilidad en la realización de las tareas domésticas continúa en manos femeninas.
Las mujeres realizan la colada en un 93% de los casos; cuidan de los miembros de la familia si están
enfermos en un 68% de los casos; se encargan de realizar la compra en un 70%; y son el 83% de
las mujeres las que deciden lo que se comerá al día siguiente. Mientras que la mujer se adapta al
mercado laboral, en cambio, el varón, al no incorporarse al ámbito doméstico, incrementa las dificultades de esta transición. En ninguna de las situaciones ocupacionales de las mujeres los roles
(entre varones y mujeres) se invierten. Existe una tendencia entre las mujeres que trabajan a compartir las tareas domésticas, a pesar de continuar siendo ellas las responsables en su mayoría. Entre
las mujeres que se dedican a las labores domésticas la tendencia es a reproducir el esquema tradicional, encargándose en su mayoría de estas tareas. La contradicción existente entre las opiniones
expresadas y los comportamientos adoptados en cuanto a la posición social de las mujeres refleja
que, en esta cuestión, los comportamientos cambian más lentamente que las actitudes. La disonancia cognitiva persiste, lo que contribuye a la reproducción social de las desigualdades por género en los itinerarios vitales» (MARÍ-KLOSE, Marga y NOS COLOM, Anna, «Itinerarios vitales: educación, trabajo y fecundidad de las mujeres» en Opiniones y Actitudes, Centro de Investigaciones
Sociológicas, Madrid, 1999, pp. 54). En el importantísimo estudio sociológico de DEL CAMPO del
año 1985, se cifra en un 70’8 % el número de españolas dedicadas exclusivamente a «sus labores»
lo que, a su juicio, no suele ser ni un lujo ni una manifestación de su preparación profesional ni
tampoco culminación del deseo de realización personal e independencia, sino una auténtica necesidad (DEL CAMPO, Salustiano, Análisis sociológico de la familia española, Ministerio de Cultura,
Madrid, 1985, p. 136). A veces la doble jornada se proyecta en un sentimiento de culpa. Como
señala CAMPS, la mujer «se siente culpable si descuida lo que siempre fueron sus obligaciones
exclusivas. El superego no la abandona. La mujer liberada ha resultado serlo sólo de puertas afuera. Dentro de casa, no consigue librarse de la desilusión y el agobio. Algunas mujeres han decidido ser hombres, imitarlos en todo: descuidan la casa, no cocinan, no van a la compra, no se ocupan del marido más de lo que éste se ocupa de ella, renuncian a tener hijos. Son sólo
profesionales, buenas profesionales. Mujeres que han hecho suya la cultura masculina y se olvidan
de que son mujeres. Pero éstas son una minoría. La mayoría de mujeres lo que hace es cargar con
su doble condición de mujer y profesional liberada de obligaciones menos nobles. Aguanta ambos
roles con una mezcla de esperanza y mal humor. Esperanza porque algo ha conseguido y hay un
horizonte por conquistar más al alcance de la mano. Mal humor, sin embargo, porque el día a día
es muy duro y más bien hostil» (CAMPS, Victoria, El siglo de las mujeres, 2ª ed., Madrid, 1998, pp. 1314). El propio LACRUZ BERDEJO muestra ya en 1975, parte de la profundidad del «callejón sin salida» de la doble jornada a que nos enfrentamos las mujeres de hoy en unas palabras que no tienen
desperdicio: «Por lo demás, a las diferencias innatas y su reflejo en el matrimonio y la familia habrá
RDCA-2001/2002-VII-VIII
171
María de Aránzazu Novales Alquézar
madre que un padre en los primeros años de su vida, y todavía más la contestación a la pregunta: ¿hubieran querido efectivamente las mujeres trabajar
con tanta insistencia fuera de sus casas si el trabajo dentro de ellas hubiera
estado tradicionalmente valorado de modo justo?55. Sería bueno considerar la
de sumar un jurista prudente las que resultan de hábitos arraigados en las sociedades occidentales,
y que por el momento no se hallan en trance de desaparecer. Me refiero al papel desempeñado por
la esposa en la economía doméstica y el cuidado del hogar, de los hijos y del propio marido. Por
mucha que sea la cooperación que éstos presten al arreglo de la vivienda, preparación de las comidas, atención a los infantes, etc., siempre le quedará a la mujer el papel de rector de la economía
doméstica: habitualmente, además, el de ejecutor y servidor, con ayuda de todos, pero más señalada de los personajes femeninos de la familia. Este papel es asumido asimismo por la mujer obrera
o profesional, la cual no por trabajar fuera de casa se libera de su servidumbre del hogar. La incumbe, entonces, un doble rol, desempeñando a la vez el de ama de casa y el de trabajadora externa, y
legislativamente es preciso tener en cuenta esa realidad, no para gravar a la esposa con más crecidas obligaciones, sino para mantenerle en cualquier caso la autoridad precisa para el cumplimiento de la misión familiar que voluntariamente desempeña» (el subrayado es mío) (LACRUZ BERDEJO,
José Luis, El nuevo Derecho Civil de la mujer casada, Prólogo, Madrid, 1977, pp. 24-25).
55
Es un hecho que gran número de mujeres proyectan su realización personal más sobre lo
privado que sobre lo público. Sin embargo, todo el trabajo invertido, por ejemplo, en la educación
de los niños/as y su formación como personas no se valora en absoluto desde el punto de vista social.
{Destacaré dos trabajos que tratan el tema con profundidad: HAALAND MATLARY, Janne, (n. 51), pp.
25-46, que ya cité, y ORTEGA, Miguel (moderador), «La mujer y su identidad» (Mesa redonda) en La
mujer en el umbral del siglo XXI, 1ª ed., Madrid, 1998, pp. 107-132}. Tal vez la mujer no hubiera reclamado tan desesperadamente su papel en el exterior si su labor en el interior se hubiera, desde el inicio, valorado en su justa medida. Elocuentes resultan respecto a este asunto las palabras de LACRUZ
BERDEJO que, al comentar algunos extremos de importancia en la reforma de la capacidad jurídica
de la mujer casada de 1975, señala «Los cambiados artículos suponen el reconocimiento, por el legislador, de unas realidades sociales que hasta ahora no habían trascendido al campo del Derecho (la
norma, casi siempre en retraso frente a la vida): la nueva identidad de la esposa, que no se define ya
exclusivamente como madre y animal doméstico o de labor dentro de la casa, sino como ser con dignidad y libertad iguales a las del varón, y por tanto con derecho a que, como regla general, se le deparen las mismas oportunidades y posibilidades jurídicas. Lo que yo ya no veo claro es que el estatuto
jurídico de la esposa haya de ser absolutamente idéntico al del marido. Existe siempre la petite diference, que no se limita a la conformación anatómica, y que persiste en el terreno de la sicología. No
es que, en tal terreno, la mujer sea más o sea menos en relación al varón: es, también en sus cualidades intelectuales y afectivas, reacciones, planteamientos e instintos, algo diversa, y ello no como consecuencia de los hábitos y modos de vida heredados de las sociedades feudal, burguesa y capitalista
—según pretenden, dentro de una línea política que prima sobre la realidad, obras recientes en torno al feminismo—, sino porque varón y mujer nacen así» (los subrayados son de Lacruz) {LACRUZ
BERDEJO, José Luis, (n. 54), Prólogo, pp. 23-24}. En efecto, la especial psicología femenina se caracteriza más por el predominio de los sentimientos altruistas que por el potente estímulo de la ambición: hay muchas cosas por las cuales la mujer no logra interesarse. Mas, junto a lo anterior, resta añadir, muy en relación con «el pedestal» sobre el que el hombre ha tendido a colocar a la mujer, que
«Es difícil para el hombre medir la enorme importancia de discriminaciones sociales que desde fuera parecen insignificantes y cuyas repercusiones morales, intelectuales, son tan profundas en la mujer
que puede parecer que tienen su causa en una naturaleza originaria. Por mucha simpatía que tenga
el hombre por la mujer, nunca conoce del todo su situación concreta. Por eso no se puede creer a
los varones cuando se esfuerzan por defender unos privilegios cuyo alcance mismo son incapaces de
medir. No nos dejaremos (...) engañar por los elogios interesados que recibe la ‘mujer mujer’; ni
ganar por el entusiasmo que suscita su destino entre hombres que no quisieran compartirlo por nada
en el mundo» [DE BEAUVOIR, Simone, (traducción de Alicia Martorell) El segundo sexo, Vol. I, Los
hechos y los mitos, 4ª ed., Madrid, 2000, p. 61]. No obstante, tal como yo lo veo, la enjundia de esta
cuestión gira en torno a la denominada «condición amorosa» de las mujeres, como presupone el filósofo español Julián MARÍAS: «La condición amorosa es un ingrediente esencial y constitutivo de la
172
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
necesidad de valoración efectiva del mismo como un derecho y no como una
concesión56.
La cuestión, de plena actualidad, no es trivial, dados los problemas que está
generando a la sociedad el hecho de que los niños pasen tanto tiempo solos u
otros como el tan mentado descenso de la natalidad en Europa. Lo que es claro, es que, hoy por hoy: «la vida política no está lo suficientemente organizada
para que la mujer pueda combinar familia y política. En particular esto es virtualmente imposible cuando los niños son de corta edad»57.
En todo caso, estas cavilaciones deben encuadrarse en un planteamiento
filosófico general que excede del objeto de este trabajo, si bien no me resisto
a rechazar las teorías feministas que defienden la imitación del modelo, intereses y modus operandi masculino. A mi modo de ver, el planteamiento serio del
tema debe ir por otros derroteros58, tales como, por ejemplo, el de «una ética
estructura empírica de la vida humana —de toda vida humana—, pero es primaria en la organización peculiar de la mujer» (los destacados son de MARÍAS) (MARÍAS, Julián, La mujer en el siglo XX,
Madrid, 1990, p. 231). Condición amorosa, no obstante, en la cual, a mi modo de ver, se halla el origen de las aludidas dificultades de valoración del trabajo en el ámbito privado, pues, como pregunta DURÁN, «¿podemos considerar trabajo a las actividades libremente elegidas, placenteras, en las que
no pretendemos intercambio o son en sí mismas gratificantes? ¿cómo distinguimos estas actividades
del descanso y el ocio?» pues «la mayoría de las mujeres tiene poco desarrollado el sentido del ‘yo’,
del tiempo lineal y propio: su identidad se basa en gran parte en el ‘nosotros’ familiar y su sentido
del tiempo está acomodado a la continuidad de las generaciones. Su deseo de logro se canaliza a través del ‘nosotros’ y no establecen barreras claras entre el propio proyecto de mejora y el de logro
para sus propios hijos. (...) Hay demasiada poca reflexión acumulada sobre este tema» y «no pueden
consentirse las interpretaciones habituales del ‘desarrollo económico’ o el ‘despegue industrial’ de
España, que olvidan absolutamente el papel desempeñado por las mujeres, tanto en sus propias casas
como en su acumulación de la doble jornada» {DURÁN, Mª Ángeles, (n. 51), pp. 53, 54 y 62}. En todo
caso, la materia por difícil resulta resbaladiza, como revelan estas palabras del maestro CASTÁN, publicadas en 1914 (es decir, hace menos de un siglo) «Está todavía por hacer la antropología sexual comparada; pero si algo se vislumbra a través de lo que hay ya hecho es que si dentro del orden intelectual posee la mujer menos fuerza abstractiva, esta relativa inferioridad está compensada por ciertas
relativas superioridades en la esfera intuitiva. Y como las deficiencias al compensarse se neutralizan,
parece, en el estado actual de la ciencia, hipótesis admisible la de que la capacidad de cada sexo es
distinta y paralela, y, que si hombre y mujer tienen aptitudes diferentes no significa ello superioridad
en uno e inferioridad de otro, sino modalidades armónicas y necesarias para la buena marcha de la
Humanidad» {CASTÁN TOBEÑAS, José, (n. 53), p. 273}.
56
A propósito del artículo 1438 CC, señalaba GARCÍA SERRANO en 1985: «Finalmente se dignifica el papel de la esposa al considerarse al trabajo doméstico equivalente al que el marido pueda desempeñar fuera del hogar, determinándose que con su realización aquélla contribuye al sostenimiento de las cargas del matrimonio» {GARCÍA SERRANO, Francisco de A., «Notas sobre el
trabajo doméstico (A propósito de los artículos 1.319 y 1.438 del Código Civil)», en Anuario de
Derecho Civil, Tomo XXXVIII, Madrid, 1985, p. 586}.
57
HAALAND MATLARY, Janne, (n. 51), p. 29. Tal vez , como señala BERCOVITZ a este respecto,
lo que faltan son medidas «que las sociedades capitalistas no están en condiciones de abordar con
seriedad y eficacia, en tanto en cuanto afectarían a la infraestructura económica, así como a la
superestructura política» (BERCOVITZ Y RODRÍGUEZ-CANO, Rodrigo, Derecho de la persona, 1ª ed.,
Madrid, 1976, p. 56).
58
Como dice HAALAND MATLARY «Es éste un momento crítico, en el que se plantea una cuestión muy
seria: ¿el orden político europeo y occidental es algo que merezca la pena imitar y fomentar?» {HAALAND
MATLARY, Janne, (n. 51) p. 27}.
RDCA-2001/2002-VII-VIII
173
María de Aránzazu Novales Alquézar
centrada en el valor ignorado del cuidado como complemento de la masculina ética de la justicia»59, éticas del cuidado que se desarrollan, hasta cierto punto, sobre
la base de las críticas comunitaristas a la ética liberal, críticas que se fundan, con
buen criterio, poniendo la vista en la teoría de las virtudes de ARISTÓTELES, en que
«la ética no puede estar hecha sólo de normas: consiste también en actitudes y
hábitos, porque debe formar el carácter»60. Es decir, «el reclamo de la ética del
cuidado es una forma más de insistir en la tesis de que ‘lo personal es político’.
No sólo lo privado no debe escapar a las exigencias de igualdad, sino que los valores privados son también —deben ser también— virtudes públicas»61.
Pero nadie debe equivocarse y, a través del mismo prejuicio racionalista y
amante de la abstracción, tachar tal postura de subjetivista. En efecto, las emociones, el cuidado, son subjetivas. «Tomarlas como guía de la acción moral
puede ser peligroso. El cuidado, por su parte, no siempre tiene sentido moral.
Hay que cuidar bien y, sobre todo, cuidarse de lo que es justo y correcto cuidar. Por consiguiente, hacen falta principios para que el cuidado sea bueno.
Sin duda. Nadie rechaza la justicia para proponer en su lugar el cuidado. La
objeción, pues, no vale si se entiende que la ética del cuidado no sustituye sino
complementa a la de la justicia. Por otra parte, la subjetividad de las emociones no tiene mayores peligros de desvío que la abstracción de las normas y los
grandes principios. ¿Qué es ser sincero? ¿Cómo se respeta la dignidad humana? ¿Qué significa que la vida es sagrada? Palabras, sólo palabras hasta que las
encarnamos en una situación que nos muestra situacionalmente qué entendemos por tal valor»62.
Justificación del párrafo anterior en este análisis encuentro en las palabras
de LARENZ: «A toda norma jurídica pertenece, como trasfondo absolutamente
ineludible para su comprensión, la realidad social para la cual fue concebida,
la situación jurídica en el momento de su nacimiento y la realidad social actual
en la que debe operar. El jurista tiene que prestar atención a los hechos sociales a que se refiere una norma cuando la interpreta63. Esto es tan evidente que
59
GILLIGAN fue la pionera de esa propuesta en In a Different Voice. Psichological Theory and
Women’s Development, Cambridge, Harvard University Press, 1982. También son destacables
NODDINGS, Nel, Caring:A Feminine Approach to Ethics and Moral Education, Berkeley, University of
California Press, 1984, y CAMPS, Victoria, «El genio de las mujeres» en Virtudes públicas, Madrid,
Espasa-Calpe, 1990, obra en la que explica, entre otras muchas cosas, que la solidaridad y la justicia son complementarias.
60
CAMPS, Victoria, (n. 54), p. 74.
61
Idem, pp. 75-76.
62
Idem, p. 77.
63
En palabras de PALÁ MEDIANO «La vida del Derecho, dice GURVITCH, se halla ligada a la vida
social por relaciones todavía más estrechas e íntimas que las que unen a esta última con la vida
moral e incluso con la vida religiosa’. Aun no compartiendo esta escala o prelación de valores,
pues para nosotros la misma vida social ha de fundarse o asentarse en los principios morales y religiosos, entendemos que a toda nueva ordenación jurídica debe preceder un análisis sociológico.
Y para conocer los hechos sociales en la materia que nos ocupa, debemos observar la dinámica de
la economía doméstica en los diferentes tipos de familia por medio de encuestas, estadísticas y
174
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
aquí se dice sólo porque se ha convertido en moda el reprochar a la
Jurisprudencia su ‘autosatisfactorio aislamiento’, como si lo que constituye el
objeto de la regulación jurídica no existiera para ella. De otro lado, el sociólogo tampoco puede pasar por alto que las reglas de Derecho, a diferencia de las
meras costumbres, abrigan una pretensión de validez normativa, deben entenderse así y, precisamente por ello, operan de modo determinado»64.
Todo lo anterior pone de manifiesto la importancia de la distinción y de la
conexión entre Filosofía, Sociología y Derecho y, a modo de ejemplo, la relevancia de saber de qué se está hablando cuando en las normas jurídicas se utilizan expresiones como «cargas del matrimonio» o «trabajo para la casa».
Las propias leyes son, a veces, muestra de los problemas que pueden generar las aludidas dificultades de valoración. En tal sentido, es elocuente el CC
portugués que, en los dos primeros párrafos del artículo 1676 dice: «1. El
deber de contribuir a las cargas de la vida familiar incumbe a ambos cónyuges,
en armonía con las posibilidades de cada uno, y puede ser cumplido, por cualquiera de ellos, por la afectación de sus recursos a aquellas cargas y por el trabajo realizado en el hogar o para la manutención y educación de los hijos. 2.
Si la contribución de uno de los cónyuges a las cargas de la vida familiar excediere de la
parte que le corresponde según el número anterior, se presume que renuncia al derecho de
exigir al otro la correspondiente compensación {...}» (el subrayado es mío).
Por su parte, el CC español señala, dentro de las disposiciones que configuran el régimen económico matrimonial primario, aplicable cualquiera que
sea el régimen económico matrimonial subsistente entre los cónyuges, que
«los bienes de los cónyuges están sujetos al levantamiento de las cargas del
matrimonio» (art. 1318.1); en sede de régimen legal, el art. 1362.1º coloca las
cargas del matrimonio a cargo de la sociedad de gananciales y, por último, en
sede de separación de bienes, el artículo 1438 establece que «los cónyuges contribuirán al sostenimiento de las cargas del matrimonio. A falta de convenio,
lo harán proporcionalmente a sus respectivos recursos económicos. El trabajo
para la casa será computado como contribución a las cargas y dará derecho a
obtener una compensación que el Juez señalará, a falta de acuerdo, a la extinción del régimen de separación». Señala la doctrina que, como el artículo 1318
no establece cómo ha de distribuirse la responsabilidad respecto del patrimonio de los cónyuges, a falta de acuerdo en capitulaciones matrimoniales, y
siempre dentro de los límites del artículo 1328 CC, será de aplicación el criterio previsto en el artículo 1438 CC para el régimen de separación de bienes,
esto es «los cónyuges contribuirán proporcionalmente a sus respectivos recursos económicos».
estudios económicos. A estos instrumentos o medios de investigación podremos añadir nuestra
experiencia personal, el conocimiento directo de la vida en muchos hogares familiares. La economía doméstica es muy variada y corresponde a los diferentes tipos sociales» {PALÁ MEDIANO,
Francisco, (n. 22), p. 355-56}.
64
LARENZ, Karl, Metodología de la Ciencia del Derecho, 2ª edición (de la 4ª alemana definitiva de
1979), Barcelona, 1994, p. 179.
RDCA-2001/2002-VII-VIII
175
María de Aránzazu Novales Alquézar
En el Derecho Civil Aragonés anterior a la Compilación de 1967 era el
marido, único administrador de los bienes comunes e incluso de los privativos de su esposa, el obligado a mantener y proveer de todo lo necesario a su
mujer y familia. En 1967 la obligación de atender las necesidades del hogar
corresponde al marido con la participación de la mujer pues «ya no se dice
que sea el marido quien está obligado a subvenir a las atenciones legítimas
de la familia, pero el marido seguía siendo el administrador de la comunidad
conyugal y, salvo pacto en contrario u oposición de la mujer, de los bienes
privativos de ésta. No obstante, la situación de los cónyuges es ya mucho más
igualitaria en orden al levantamiento de las cargas del matrimonio, puesto
que la mujer participa en la administración de los bienes comunes con las
facultades necesarias para el ‘buen gobierno del hogar’ mucho más amplias
que las de la tradicional potestad doméstica o de las llaves»65.
Hoy, a la luz de los artículos 14 y 32 de la CE, y a la necesaria interpretación de la Compilación con arreglo a ellos, como señala SERRANO GARCÍA,
«parece lógico afirmar que, aunque nada se diga expresamente, está implícito que, ahora, son ambos cónyuges los obligados al levantamiento de las
cargas del matrimonio, cada uno según sus recursos y posibilidades»66. Por lo
demás, en Aragón son cargas del matrimonio «las atenciones legítimas de la
familia y las particulares de cada cónyuge, incluso la crianza y educación de
los hijos de uno sólo de ellos que sean menores de edad o, siendo mayores,
convivan con el matrimonio» (artículo. 41.1 CA).
Para BAYOD, la causa de que el legislador aragonés no establezca explícitamente la responsabilidad del patrimonio de ambos cónyuges para el levantamiento de las cargas del matrimonio se debe a que, a diferencia de lo que
sucedía en el ámbito del Derecho Civil Común, en Aragón no era imprescindible tal declaración expresa y menos en una reforma urgente como lo
fue la de 1985, «por cuanto las premisas de las que partía ya la Compilación
en 1967 eran muy distintas a las que presentaba el CC, en relación con la
posición que la mujer ocupaba en el matrimonio, y que es, a la postre la que
determina la inclusión en el CC (en la reforma de 1975, desarrollándose en
1981, al igualarse los cónyuges en derechos y obligaciones) de un art. como
el 1318 CC».67
En la CA, por el contrario, como apunta BAYOD LÓPEZ, «ya en 1967, aun
cuando atribuía la administración de la comunidad conyugal al marido (art.
48.1) no consideró a la mujer tan alejada de su cónyuge en derechos y obligaciones, y precisamente al reconocerle a ésta facultades de gestión (art. 48.2),
así como la posibilidad de hacer responder frente a terceros a los bienes con-
65
SERRANO GARCÍA, José Antonio, (n. 8), p. 62.
Ibidem.
67
BAYOD LÓPEZ, Mª del Carmen, «Aplicación del Código Civil como Derecho Supletorio al
régimen económico matrimonial aragonés» en Actas de los Octavos Encuentros del Foro de Derecho
Aragonés, Zaragoza, 1998, pp. 86-87.
66
176
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
sorciales por las deudas de gestión que ella podía contraer en iguales casos que
su marido, la declaró también responsable de las cargas del matrimonio»68.
En efecto, el artículo 41.1 señalaba en 1967: «Son cargas de la comunidad: las
atenciones legítimas de la familia y las particulares de cada cónyuge, incluyendo
en la crianza y educación de los hijos las de los legítimos de uno sólo de aquéllos».
Y el artículo 43.1 disponía ya en 1967 (y lo sigue haciendo en la actualidad): «Los
cónyuges, en defecto de los bienes comunes, responden solidariamente por las
deudas enunciadas en el apartado primero del artículo cuarenta y uno, si bien en
la relación interna cada uno por mitad». En consecuencia, desde 1967 ya se establecía en Aragón la obligación de contribuir ambos cónyuges al levantamiento de
las cargas del matrimonio, por lo que el legislador aragonés no tuvo una imperiosa necesidad de establecer expresamente dicha contribución.
Por otra parte, no hay en la CA ni en el CC una regulación expresa del
deber personal de los cónyuges de contribuir al levantamiento de las cargas del
matrimonio y acaso se pueda deducir tal obligación, en cuanto efecto personal
del matrimonio, de las de mutuo socorro y mutua ayuda en unión de la de
actuar siempre en interés de la familia (artículos 67 y 68 del CC), pero en todo
caso queda en pie el espinoso problema de valorar, en conexión con la realidad de los hechos, las diferentes «posibilidades» de cada cónyuge de contribuir al levantamiento de las cargas del matrimonio y a la satisfacción del interés familiar, partiendo de las reales necesidades, inclinaciones, tendencias y
deseos de cada uno. Y, en todo caso, menos dificultades de valoración presentan las aportaciones patrimoniales de los cónyuges al levantamiento de las cargas del matrimonio que las personales.
3.1.2. Frente al 1319 CC, en Aragón «capacidad es también responsabilidad»
El párrafo 1º del 1319 CC establece: «Cualquiera de los cónyuges podrá realizar los actos encaminados a atender las necesidades ordinarias de la familia, encomendadas a su cuidado, conforme al uso del lugar y a las circunstancias de la misma».
Respecto a él, conviene decir que, para la doctrina científica, «parece que hay que
concluir por una valoración igual de las funciones de ambos cónyuges»69.
68
Idem, p. 87.
ALBALADEJO, Manuel, Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales, Tomo II (arts. 42 a
107 del CC) comentados por GARCÍA CANTERO, Gabriel, 2ª ed., Madrid, 1982, p. 183. Sin embargo,
como señala GARCÍA SERRANO en abstracto, el planteamiento del 1319, «que pretende ser derivación del principio de igualdad de los esposos, resulta en buena medida arbitrario pues —prima
facie— una cosa es igualar el papel de aquéllos en el matrimonio —lógica consecuencia de los
nuevos tiempos— y otra bien distinta “uniformar” los respectivos cometidos, cosa más teórica que
real». Y considera con BERCOVITZ {BERCOVITZ Y RODRÍGUEZ CANO, Rodrigo, (n. 57), p. 59} «(...) aunque el trato concedido por la ley a marido y mujer sea el mismo, esa igualdad no resulta real, pues
se basa en un contexto real de profunda desigualdad, de suerte que en la actualidad sigue aún
vigente el papel prácticamente exclusivo de la mujer como reina del hogar, criada la mayoría de
los casos, esposa y madre del hombre, gran protagonista de la historia de la humanidad» {GARCÍA
SERRANO, Francisco de A., (n. 56), p. 589, y en nota}.
69
RDCA-2001/2002-VII-VIII
177
María de Aránzazu Novales Alquézar
LACRUZ BERDEJO declara las buenas intenciones al respecto: «En todo caso,
del principio de igualdad que proclama el artículo 66 CC sí podemos deducir
una consecuencia: que en el matrimonio no se distingue un papel preeminente de actividad adquisitiva, ordinariamente atribuido al hombre, y uno subalterno de trabajo en el hogar, propio de la mujer. Ni menos un papel directivo y otro ejecutivo. Todas las actividades son igualmente importantes ante la
ley, y ésta no favorece más la realización de unas que de otras, salvo si los cónyuges han pactado por su libre voluntad el régimen de separación, evento en
el cual el trabajo doméstico (en la realidad práctica, el de la mujer), no se equipara con la fuente de ingresos del trabajo externo, sino que se valora en su propia entidad (art. 1438 CC) (de ahí la importancia de este artículo)»70. En el
mismo sentido, DE LOS MOZOS subraya que la igualdad no excluye la diversidad
y que lo que el artículo 1319 quiere decir es que cualquiera de los esposos se
halla legitimado para el ejercicio de las potestades domésticas gozando ambos
ante la Ley de plena paridad de posiciones71.
Sin embargo, uno de los peligros que acecha la libertad del acuerdo en
cuanto a la distribución de funciones y reparto de papeles es «que las concepciones sociales imperantes del medio en que vive el matrimonio pueden servir
(y de hecho sirven) de elemento interpretativo de aquella voluntad (el uso del
lugar a que alude el artículo 1319)»72, apreciación que se realiza desde una
posición de feminismo historicista que se defiende en este artículo y que, sin
poner en duda las «buenas intenciones» no cree, por el momento, en la teoría
del «borrón y cuenta nueva».
No estamos aquí diciendo que los convenios no puedan ser cualesquiera en
la intimidad que los cónyuges construyan como personas libres, sino que, por
mecanismos a menudo inconscientes, es muy probable que, en perjuicio de las
mujeres, la valoración de las respectivas aportaciones y contraprestaciones sea
injusta73, e incluso me atrevería a decir, si hablamos de derechos en serio, que
el hecho de que ello sea de esta manera vicia de error con frecuencia el consentimiento de la mujer en el pacto, ya que ésta tiende a asumir su propia tragedia y contradicción. En esta línea, diversos autores critican la posible igualdad de derechos en este punto, es decir «la apologética indirecta de los
70
LACRUZ BERDEJO, José Luis (et al.), Elementos de Derecho Civil, IV, Derecho de Familia, 4ª ed.,
Barcelona, 1997, p. 97. Y en el mismo sentido, ALBALADEJO, Manuel, (n. 69), p. 183.
71
DE LOS MOZOS, José Luis, «La igualdad de los cónyuges y la organización y ejercicio de las
potestades domésticas» en Documentación Jurídica (Volumen monográfico dedicado a la reforma
española del Derecho de Familia de 1981), Vol. I, (nº 33 a 36), Enero-Diciembre, 1982, Madrid,
pp. 103 y ss.
72
ALBALADEJO, Manuel, (n. 69), p. 183.
73
Por ejemplo, el deterioro del cuerpo femenino que supone el hecho de la maternidad se
considera, de modo gratuito, como algo que «es así», pero no como aportación a la familia y la
sociedad. Si junto a la interminable jornada doméstica, las mujeres han de considerar las servidumbres que impone «la dictadura del cuerpo» para seguir atrayendo a sus maridos, el resultado
es una suerte de esquizofrenia. Otro ejemplo sería el que, como ya dijimos, las propias mujeres (y,
por ende, la sociedad) tienden a no considerar el «trabajo afectivo» como trabajo.
178
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
institutos jurídicos existentes que consiste en considerarlos como derivados
de la naturaleza de las cosas, cuando se trata de normas y relaciones vinculadas
a situaciones socioeconómicas e históricamente determinadas» (SILVESTRE y
BASILE), según cita LACRUZ74. Yo matizaría esta idea, en parte de acuerdo con
LACRUZ, que señala que no se pretende en esta materia que la mujer desempeñe necesariamente los trabajos domésticos: simplemente se apunta su
mayor aptitud75, para algunos autores, a partir del insoslayable dato de la
maternidad76.
Sin embargo, y para concluir, una cosa es que la naturaleza haga a las mujeres
pre-ferir una serie de cosas en el ámbito de la cultura y otra distinta el que el resto de la sociedad se aproveche de que eso sea así. Por ello, y con ánimo de construir, quisiera subrayar la enorme importancia de la información veraz sobre la
ecuánime valoración de las posibilidades de realización personal de ambos cónyuges77, a fin de que los pactos íntimos entre ellos sobre la distribución de funciones y contribución a las cargas se adopten con verdadera libertad78.
En cuanto a las deudas contraídas en el ejercicio de la potestad doméstica,
al estar legitimados ambos cónyuges, cualquiera que sea su régimen económico, ambos también han de estar obligados a responder de ellas, al menos en la
relación interna.No obstante, esta responsabilidad frente a terceros es distinta
en el Derecho Común y en el Derecho Aragonés. El artículo 1319.2 CC señala: «De las deudas contraídas en el ejercicio de esta potestad responderán solidariamente los bienes comunes y los del cónyuge que contraiga la deuda y, subsidiariamente, los del otro cónyuge». (En el caso de que el régimen sea de
separación, evidentemente, al no haber bienes comunes, resta solamente la
responsabilidad subsidiaria del otro cónyuge).
74
LACRUZ BERDEJO, José Luis (et al.), (n. 70), p. 96.
A mi juicio, este tema de la aptitud merecería una reflexión más profunda en la línea de
las palabras de LACRUZ, (n. 55), y en relación con la configuración amorosa de la mayoría de las
mujeres y con el principio constitucional del derecho al libre desarrollo de la personalidad
(artículo 10 CE).
76
LACRUZ BERDEJO, José Luis (et al.), (n. 70), p. 96.
77
De la importancia de que se consiga dan cuenta estas palabras: El omitir toda referencia
a la distribución de tareas entre los cónyuges quiere decir «que el Legislador acepta sin más el
reparto de papeles usualmente admitido, o que lo sea en el futuro por la sociedad y, preferentemente, el que los esposos expresa o tácitamente hayan aceptado incluso en tajante oposición al
que —conforme a las reglas sociales vigentes— puede considerarse ‘normal’. Con este criterio se
deja a la libre dinámica social la determinación de cuál de los esposos deba verificarlas y, paralelamente, el grado de colaboración del otro y los medios que aquél tenga derecho a exigir en su
desempeño que son en principio los propios de las familias de parecida condición» {GARCÍA
SERRANO, Francisco de A., (n. 56), p. 602}.
78
Muchos autores subrayan la importancia del convenio entre los esposos como primera
fuente reguladora de la atribución de funciones. Así, GARCÍA CANTERO señala que al no estar legalmente determinados los papeles de cada uno de los cónyuges en la familia, el principio de igualdad exige que la Ley no tome partido por uno u otro, de suerte que su concreta determinación se
verifica ante todo por lo que los propios cónyuges —expresa o tácitamente— hayan convenido
{ALBALADEJO, Manuel, (n. 69), p. 183}.
75
RDCA-2001/2002-VII-VIII
179
María de Aránzazu Novales Alquézar
En el Derecho Aragonés, como señala BAYOD LÓPEZ, aunque en la Compilación aragonesa no haya una norma como el artículo 1319 CC, no cabe
decir que exista una laguna en el ordenamiento aragonés, y que por lo tanto
deba aplicarse este precepto de forma supletoria. Y ello, «en primer lugar, porque si el régimen económico es el legal aragonés, la solución se encuentra
regulada de forma expresa en el artículo 41.1 en relación con el artículo 43.1,
que garantiza mucho más la posición de los terceros79, al declarar solidaria la
deuda a falta de bienes comunes. En segundo lugar, si los cónyuges han capitulado y no han dicho nada de su contribución a las cargas del matrimonio, tal
y como dispone el artículo 23.2 CA., se aplicará el artículo 43.1 de la CA, desplazando, en consecuencia, la única posibilidad que tiene el artículo 1319 de
ser aplicable en Aragón» 80. Y en tercer lugar, «si los cónyuges fijan en capítulos matrimoniales cómo ha de ser su contribución a las cargas del matrimonio, tampoco se aplica el artículo 1319 CC, pues no es una norma imperativa
en Aragón que limite la voluntad de los capitulantes»81. Y «El único límite que
tendría tal pacto en la relación externa sería el declarar a uno de los cónyuges —y sobre todo si es el que contrajo la deuda— irresponsable frente a terceros»82. Este pacto, válido en la relación interna entre los cónyuges aragoneses, para muchos autores (DELGADO ECHEVERRÍA83, BAYOD LÓPEZ, entre otros que
no consideran aplicable en Aragón el artículo 1328 CC, a los que me sumo),
no podría oponerse a los terceros, por el principio de responsabilidad patrimonial universal del artículo 1911.
De este modo, la responsabilidad de ambos cónyuges por las deudas que
integran la potestad doméstica es mayor en Aragón que en el Derecho Común,
pues de ellas responden frente a terceros solidariamente los cónyuges aragoneses y en la relación interna en la forma pactada, mientras que en el régimen
79
Como señala ESPÍN CÁNOVAS: «Vemos en estos preceptos un sistema de responsabilidad
frente a terceros con perfiles más modernos que el del Código civil. Para los terceros de buena fe,
bastará que se trate de deudas normales en los gastos del hogar para que respondan no solamente los bienes comunes, sino los particulares de cada cónyuge, solidariamente, sin perjuicio de establecer después en la relación interna entre los cónyuges una acción de regreso para resarcirse por
la mitad de lo pagado con bienes privativos en todo caso en que se demuestre la utilidad común
de la deuda» {ESPÍN CÁNOVAS, Diego, «Capacidad Jurídica de la mujer casada» (Discurso pronunciado en la apertura del curso académico de 1969-1970 en la Universidad de Salamanca), 1969, en
Cien Estudios Jurídicos del profesor Diego Espín Cánovas (1942-1996), Tomo I, Temas Generales. Persona.
Familia, Centro de Estudios Registrales, Madrid, 1998, p. 539}.
80
BAYOD LÓPEZ, Mª del Carmen, (n. 67), p. 89.
81
Idem, p. 89-90.
82
Idem, p. 90.
83
Conforme al principio standum est chartae que, como es sabido, reconoce amplias posibilidades a la autonomía privada, y admitiendo que los límites de lo que puede pactarse entre cónyuges aragoneses en capitulaciones o fuera de ellas son los que resulten de la propia CA (artículo
23) y no otros, y, en particular, la contradicción con «los fines propios del matrimonio» (artículo
25,1), señala el autor que «naturalmente, lo que sí está vigente en Aragón son los arts. 14 y 32 de
la CE. Ello impide configurar un régimen matrimonial o una forma de gestión de los bienes vejatoria para uno de los cónyuges o depresiva de su dignidad, apreciadas estas circunstancias según
los criterios sociales de cada momento. {DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, (n. 23), p. 287 y ss.}.
180
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
de responsabilidad del Código Civil, de estas deudas responden solidariamente los bienes del cónyuge que contraiga la deuda y los comunes, y, subsidiariamente, los bienes del otro cónyuge.
3.1.3. Algunas conclusiones
Creo con BAYOD LÓPEZ que no es necesario crear en Aragón una suerte de
régimen económico matrimonial primario imperativo que coarte la libertad de
los particulares ni aplicar supletoriamente ninguna de las reglas que configuran
este régimen en el CC, al no haber por estos conceptos laguna alguna en la
regulación civil autonómica, con dudas en relación al artículo 1322.1 CC84.
Ahora bien, como señala la autora: «de lege ferenda, podría ser útil extraer
ciertos principios, que ya se encuentran en nuestra legislación, y trasladarlos al
seno de unas disposiciones generales que aportaran certeza en temas como la
disponibilidad de la vivienda familiar y el tipo de invalidez de los actos que
requieren el consentimiento de ambos cónyuges. Si bien, tomando como premisa la libertad civil que informa nuestra legislación». Y, conscientes todos,
añadiría yo, de que el ejercicio efectivo de la libertad civil precisa la existencia
de seres autónomos y esta autonomía no se consigue, pienso yo, con el mero
hecho de declarar en las leyes el reconocimiento de la misma, e insistiendo
una vez más en el punto de partida y el compromiso del que arranca este trabajo, pues los mecanismos de control social son no solamente formales, sino
también informales, por no hablar de la losa histórica que reposa, todavía,
sobre algunas pautas culturales actuales y que aplasta, menos que antes, es cierto, la libertad íntima de muchas mujeres a la hora de decidir de modo auténticamente libre su posición justa o querida en un pacto privado. No creo que
el Derecho deba dar la espalda por completo a este tipo de cuestiones de tipo
social, histórico y filosófico. Si lo hace, la omisión, (mucho más en este tema)
constituye ya una toma de partido.
3.2. EL PASIVO DEL CONSORCIO CONYUGAL ARAGONÉS
El régimen de responsabilidad por deudas, inspirado también en el principio de igualdad jurídica entre el marido y la mujer desde 1967, completa las
posibilidades de actuación de los cónyuges. Alcanzada la plena capacidad de
obrar de la mujer casada, ya no existen razones para distinguir entre las deudas contraídas por marido o mujer; ahora, según los sujetos que intervienen,
la distinción se centra en las deudas contraídas por uno solo de los cónyuges
con y sin consentimiento del otro y las deudas conjuntas.
Apunta SERRANO GARCÍA que, una vez: «Establecida la plena igualdad jurídica entre marido y mujer, ya no hay duda sobre la validez de las obligaciones
84
Para un estudio detallado, me remito a la exposición de la autora en BAYOD LÓPEZ, Mª del
Carmen, (n. 67), pp. 84-94.
RDCA-2001/2002-VII-VIII
181
María de Aránzazu Novales Alquézar
personales contraídas por cualquiera de ellos: tanto el marido como la mujer
son deudores y responsables de sus obligaciones individuales como si de personas solteras se tratase. Sin embargo, las garantías patrimoniales de los acreedores para caso de incumplimiento del deudor casado (art. 1911 CC) se ven
afectadas y modalizadas, aunque nunca disminuidas, por la vigencia del régimen económico-matrimonial de comunidad de bienes aragonés, en el que
existe un patrimonio común junto a los privativos de cada cónyuge, todos ellos
dotados por la Compilación de una cierta responsabilidad autónoma, interna
y externa»85.
A diferencia del Apéndice, «la Compilación no usa la terminología de
‘sociedad conyugal’ sino la más afortunada de ‘comunidad’: ‘pasivo de la
comunidad’, ‘gestión de la comunidad’, ‘disolución de la comunidad’, etc.
Aunque tiene rasgos plurales, la comunidad conyugal no es una sociedad, ni
menos una sociedad perfecta con personalidad jurídica. Esto nos basta para
decir que en ningún caso puede hablarse de ella como sujeto de la deuda, que
lo serán siempre uno de los cónyuges o los dos. Pero sí puede hablarse de ella
en el plano de la responsabilidad, aunque aclarando que se trata de la responsabilidad que recae sobre los bienes que integran la masa común»86.
Por tanto, «las deudas que afectan a los bienes comunes constituyen un grupo especial de responsabilidades, suficiente para caracterizar como autónoma
a la masa sobre la cual gravitan»87. Ahora bien, «El que dicha autonomía no sea
perfecta nada tiene de extraño, ya que para que un patrimonio goce de independencia absoluta es preciso que absorba toda la capacidad patrimonial de
un sujeto (personalidad individual o jurídica)»88.
Los artículos 41 a 47 de la Compilación regulan sistemáticamente la responsabilidad por deudas de la comunidad matrimonial aragonesa. Este régimen es digno de elogio, señala BAYOD, «no sólo por la precisión en que cronológicamente se califican las deudas (anteriores y constante matrimonio),
sino sobre todo por el útil criterio que establece para determinar qué deudas
son comunes y qué otras son privativas»89. El legislador señala en los artículos
41 y 42 las deudas que son comunes, por exclusión las privativas, y el régimen
de responsabilidad de unas y otras.
En efecto, como explica BAYOD LÓPEZ: «De las deudas comunes contraídas
por uno o ambos cónyuges responderá el patrimonio común y, a falta de éste,
los bienes privativos de cada uno de los cónyuges en función del tipo de deuda consorcial (artículo 43 CA). Por el contrario, de las deudas privativas responderán los bienes privativos del cónyuge que las contrajo, y siendo éstos
85
86
87
88
89
182
SERRANO GARCÍA, José Antonio, (n. 8), p. 603.
Idem, p. 543.
LACRUZ BERDEJO, El matrimonio y su economía, Barcelona, 1963, p. 513.
Ibidem.
BAYOD LÓPEZ, Mª del Carmen, (n. 67), p. 100.
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
insuficientes, el patrimonio común, dejando siempre a salvo el valor que en él
pueda corresponder al otro cónyuge, sin que ello de lugar a la disolución de
la comunidad (artículo 46 CA)»90. Así, «de las deudas comunes y de gestión responden los bienes comunes, y a falta de estos, responderá el patrimonio privativo de los cónyuges; que tratándose de deudas del 41.1, en la relación externa, su responsabilidad será solidaria. En las restantes deudas —y a falta de
bienes comunes— la responsabilidad será personal del cónyuge contratante,
sin perjuicio de la acción de repetición del consorte contratante frente al otro
cónyuge, si se demuestra que la deuda redundó en utilidad común»91. La CA,
al fijar la responsabilidad personal por deudas comunes distingue unas comunes privilegiadas, que suponen un beneficio directo para la familia y por eso
afectan tan decididamente al patrimonio del otro cónyuge (esto es, las cargas
del matrimonio enunciadas en el 41.1), y otras comunes simples, que afectan
en principio sólo a los bienes comunes y que pueden percibirse sobre el patrimonio del otro cónyuge en casos excepcionales, es decir, demostrando que ha
existido una utilidad de la que directamente se ha aprovechado ese otro cónyuge (es decir, las restantes deudas comunes contempladas en el artículo 41)92.
En definitiva, «el artículo 43.2 pretende que, cuando uno de los cónyuges ve
agredir sus propios bienes a causa de deudas comunes no comprendidas en la
clase de las cargas del matrimonio, sea ello porque ha experimentado un beneficio, con lo cual esta agresión contra el patrimonio privativo de un cónyuge es
un tipo especial de acción de enriquecimiento por el beneficio experimentado. Claro que este beneficio no tiene necesariamente que ser patrimonial y
económicamente valuable y, en todo caso, el enriquecimiento puede ser positivo o negativo (evitación de un gasto)»93. Interesante resulta el resquicio abierto por esta innecesariedad de patrimonialidad, sin perjuicio de que el problema de valoración subsiste, y se agrava porque es muy difícil que en tal
valoración no influyan los usos y tendencias sociales de cada momento, más
fuertes que el propio pacto libre entre los cónyuges, fuente del Derecho privado en Aragón94.
En definitiva, los cónyuges, en su actuación aislada, vinculan siempre, al
menos, a su patrimonio personal, integrado por los bienes privativos y por el
valor de su participación en los comunes (deudas privativas); a veces, la Ley
permite a un cónyuge vincular todo el patrimonio común —en parte ajeno—
en garantía de obligaciones provisional o definitivamente a cargo de la comunidad (deudas comunes), y, en las obligaciones contraídas para levantar las
cargas del matrimonio, las garantías de los acreedores alcanzan al patrimonio
90
Ibidem.
Ibidem.
92
SERRANO GARCÍA, José Antonio, (n. 8), p. 323.
93
Idem, p. 324.
94
En Aragón es tradicional, ya lo dijimos, el principio standum est chartae, conforme al cual
«se estará, en juicio y fuera de él, a la voluntad de los otorgantes, expresada en pactos o disposiciones, siempre que no resulte de imposible cumplimiento o sea contraria a norma imperativa
aplicable en Aragón» (artículo 3 de la CA actual).
91
RDCA-2001/2002-VII-VIII
183
María de Aránzazu Novales Alquézar
privativo del otro cónyuge. Esto es, la extensión de la responsabilidad externa
depende, pues, del tipo de deuda95.
Por otra parte, «la Compilación organiza estas garantías patrimoniales
haciendo responder, directa, principal e ilimitadamente, a los bienes consorciales de las cargas y deudas internamente comunes y a los bienes privativos de
las deudas externamente privativas; los restantes bienes y derechos garantes de
la responsabilidad del cónyuge deudor responden subsidiariamente. En los
casos de deudas de gestión, cuya condición consorcial no conste, la responsabilidad de los bienes comunes y de los privativos del deudor es indistinta (deudas provisionalmente comunes)»96.
La diferencia de criterios existentes entre la CA y la regulación estatal se
manifiesta en:
a) Carácter mancomunado (artículo 1367 CC) o indistinto (artículo 1369
CC) de la responsabilidad de los patrimonios privativo y ganancial, en el CC,
frente a la responsabilidad solidaria que prevé la Compilación aragonesa en lo
que hace referencia a las deudas del artículo 41.1 CA.
b) Salvo los artículos 1318 y 1319, el CC no acoge la responsabilidad personal por deudas comunes del cónyuge que no contrató, ni en el supuesto
general del artículo 1369 ni en los particulares de los artículos 1366 y 1370 CC.
c) Frente al contenido del artículo 1373 CC, modificado en 198197, el
artículo 46 CA98 no exige ninguna actuación del cónyuge no deudor, pues
éste, «no necesita hacer nada para que el juez se vea obligado, en todo caso,
a poner a salvo siempre el valor que en él (patrimonio consorcial) corresponde al otro cónyuge (al cónyuge no deudor)99, cuando se procede al embargo
95
SERRANO GARCÍA, José Antonio, (n. 8), p. 603.
Ibidem.
97
Del que fundadamente puede sostenerse, según DELGADO ECHEVERRÍA, que procede de
mano y cabezas aragonesas, teniendo por antecedente inmediato inspirador o, «seguro precedente», el artículo 46 Comp. (DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, «Comentario a la sentencia del TS de 2 de
julio de 1984» en Cuadernos Cívitas de Jurisprudencia Civil, nº 6, Madrid, 1984, pp. 1.938 y 1.942).
98
Como recuerda DELGADO ECHEVERRÍA, «El vigente artículo 46 de la Compilación aragonesa procede, casi literalmente, de la Memoria (publicada en Anuario de Derecho Aragonés, IX, pp. 9299), elaborada en el seminario de la correspondiente Comisión Compiladora por G. ALBALATE
(como, en general, toda la regulación del pasivo de la comunidad, de excelente factura técnica)»
{DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, (n. 97), p. 1940}.
99
MEDRANO SÁNCHEZ, Juan Ignacio, «La responsabilidad del patrimonio común por deudas
(aparentemente) privativas de uno de los cónyuges. La posición y derechos del cónyuge no deudor» en Revista de Derecho Civil Aragonés, I, Cátedra Miguel del Molino, Institución Fernando el
Católico, 1995, pp. 11 y ss. En el mismo sentido, BAYOD LÓPEZ. Vide, asimismo, sobre la eficacia de
los derechos del cónyuge no deudor ACHÓN BRUÑÉN, Mª José, La defensa del cónyuge aragonés en los
procesos de ejecución por deudas del otro cónyuge, Zaragoza, 1996; DE LOS MOZOS, José Luis,
«Comentarios al art. 1373 CC» en Comentarios al Código civil y a las Compilaciones forales, T. XVIII,
vol. 1º, Madrid, 1982, pp. 324 y ss. Precisamente, como manifiesta SERRANO GARCÍA, «con la
Compilación desaparecen todos los posibles argumentos que en el Derecho aragonés anterior
inducían a algunos autores a sostener la tesis de la copropiedad de los cónyuges sobre los bienes
96
184
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
de bienes comunes por deudas privativas del otro, cuyos bienes privativos
resultan insuficientes para cubrirlas, todo ello sin que, además, se disuelva la
comunidad consorcial, indisolubilidad que inspira la normativa aragonesa100.
En efecto, la cuota de cada cónyuge en la masa común es de una mitad, pero
es una cuota sobre la totalidad y no sobre objetos concretos, en los cuales no
es posible concretar la cuantía respectiva de las participaciones de los comuneros. La cuota opera como medida del futuro reparto de bienes entre los
cónyuges, pero también opera, constante matrimonio, como medida de la
contribución de cada cónyuge al levantamiento de las cargas y deudas comunes si no son suficientes los bienes del consorcio. Asimismo, la cuota es necesaria para determinar el valor que en el patrimonio común corresponde al
cónyuge no deudor y que debe quedar a salvo cuando se ejecuten bienes
comunes para pago de deudas privativas, por insuficiencia de los propios del
cónyuge deudor.
comunes. Con toda claridad define la existencia de tres patrimonios diferenciados: los privativos
de cada uno y el común. Incluso dedica un artículo el 47, a regular las relaciones entre estos patrimonios. Ya no se habla de salvaguardar la mitad que en los inmuebles comunes pertenezca al cónyuge no deudor, sino de dejar a salvo el valor que en el patrimonio común corresponde al otro
cónyuge (artículo 46). Por consiguiente, no hay duda sobre la existencia de un patrimonio común,
distinto de los privativos de los cónyuges. Este patrimonio resulta del hecho primario de la pertenencia de un conjunto de bienes a los cónyuges, pero de modo que a éstos corresponde un derecho indeterminado sobre los bienes concretos. De tal hecho deriva la existencia de una responsabilidad provisional y definitiva que grava esta masa patrimonial, distinta de la que grava los bienes
de los cónyuges, compuesta por las cargas y deudas provisional o definitivamente comunes.
Característica principal de una masa patrimonial autónoma, y medida de su autonomía, es la responsabilidad por determinadas categorías de deudas que la ley le atribuye especialmente, y la
correlativa irresponsabilidad por las deudas que no le han sido afectadas por la ley» {SERRANO
GARCÍA, José Antonio, (n. 8), p. 543-544}.
100
Ello llevó a DELGADO ECHEVERRÍA, que en un primer momento consideró aplicable en
Aragón el artículo 1373 como Derecho Supletorio, a cambiar de criterio. En el coloquio, que se
recoge en las Actas de los segundos encuentros de Foro Aragonés, el autor señala que ante la inoperatividad en Aragón del artículo 46, consideró como remedio la aplicabilidad del artículo 1373, pero
ante los serios problemas de aplicación que presenta al tratar de conseguir la finalidad que pretende, parece que tampoco resuelve en exceso. (DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, Actas de los segundos
encuentros de Foro Aragonés, Zaragoza, 1992, p. 62). Para DELGADO ECHEVERRÍA, el artículo 1373 sería
aplicable en Aragón, no como Derecho Supletorio, sino como Derecho Aragonés, al ser reclamada su aplicación a través del artículo 52.2 de la Compilación. En el mismo sentido, constante
Jurisprudencia. La doctrina caviló sobre cómo reservar la mitad indivisa que correspondía a la
mujer en los bienes comunes. Para buena parte de la doctrina, la comunidad legal en el Apéndice
era de tipo romano, y tal vez ello determinase en la práctica que dicha mitad quedara a salvo al
oponerse la mujer, frente a los acreedores del marido, a la ejecución sobre cada uno de los inmuebles comunes. {DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, (n. 97), pp. 1.939 y ss.}. De todos modos, como señala
BAYOD LÓPEZ, «los problemas y dificultades que tanto el art. 1373 como el 46 presentan, derivan en
uno y otro caso, del insalvable problema de considerar tanto a la sociedad de gananciales como a
la sociedad legal aragonesa comunidades de tipo germánico y no romano», naturaleza germánica
que no les atribuye expresamente la ley, además de que en el Derecho histórico aragonés y en el
Apéndice tal comunidad era romana. En efecto, el artículo 50 del Apéndice señalaba «los bienes
raíces o inmuebles peculiares de la mujer, y la mitad que pertenezca a ésta en los comunes de la
misma clase, no responderán en caso alguno de las deudas contraídas por el marido en su propio
provecho, con ocasión de vicios, afianzamiento a favor de otros o con el propósito conocido de
perjudicar a aquélla» {BAYOD LÓPEZ, Mª del Carmen, (n. 67), p. 109 y en nota}.
RDCA-2001/2002-VII-VIII
185
María de Aránzazu Novales Alquézar
Desde este punto de vista las cuotas son el índice del futuro reparto, pero
son también, la medida aritmética del derecho de cada comunero en todo
momento, y, por ende, el medio de averiguar el valor que tiene en un momento dado su participación en el consorcio. Por lo tanto, «no hay vinculación de
bienes concretos y menos de todos ellos: la responsabilidad ha de limitarse al
valor del derecho que en los bienes comunes corresponde al cónyuge deudor
si la deuda es simplemente privativa (artículo 46 CA); la relación interna de
cotitularidad de la masa de bienes comunes es oponible a los acreedores que
no pueden embargar bienes comunes ilimitadamente, sino sólo aquellos que
representan el valor de la participación del cónyuge deudor, lo cual exige una
previa operación contable»101, lo cual, como manifiesta BATALLA GONZÁLEZ, al
opinar sobre el acierto de la regulación de 1967 «está muy bien técnicamente,
pero no cabe duda que no quedan tan garantizados como antes los derechos
de la mujer (...); antes, cuando al Registro llegaba un mandamiento embargando los bienes comunes, sencillamente le negábamos la mitad indivisa
correspondiente a la mujer; y en cambio aquí, como primero hay que hacer la
operación contable que nos dé la cifra que significa este valor en el patrimonio común, aquello es imposible que tenga ninguna garantía, de modo que
queda sometido a la liquidación de la sociedad conyugal y entonces será cuando se determine lo que deberá abonar un cónyuge a otro, pues para eso hay
un artículo que dice que se hará este recuento al liquidarse la sociedad conyugal»102.
d) Finalmente, no puede pasarse en silencio, sobre todo, que en la CA la
responsabilidad se organiza en función del tipo de deuda, a diferencia del CC.
3.3. LA GESTIÓN DEL CONSORCIO CONYUGAL
La sección 4ª del Capítulo III del Libro IV (artículos 48 a 51) de la CA fue
nuevamente redactada en 1985. Dos ideas interesa señalar. La primera, que,
como explica DELGADO ECHEVERRÍA, en la Compilación, la gestión de la comunidad se concibe «en los términos más amplios, es decir, referida a todas las
actuaciones patrimoniales de los cónyuges que puedan recaer en cualquiera
de los patrimonios conyugales»103 y reconociendo a cada cónyuge, de modo
más marcado que en el CC, «un ámbito de gestión de la comunidad en que sus
actos tienen plena validez frente a terceros»104. La segunda, que como reconoce BAYOD LÓPEZ, aunque el legislador aragonés parte, como respuesta al prin-
101
SERRANO GARCÍA, José Antonio, (n. 8), p. 544. La dificultad de realización de esta «operación contable» enlaza de nuevo con el problema de la valoración a que tantas veces hemos aludido en este estudio.
102
BATALLA GONZÁLEZ, Manuel. Ponencia sobre «régimen matrimonial de bienes» en las
Jornadas de Derecho aragonés (Zaragoza, 1969), en «Actas de las Jornadas» en Anuario de Derecho
Aragonés, XIV, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1968-69, pp. 522-523.
103
DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, (n. 23), p. 285.
104
Idem, p. 292.
186
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
cipio de igualdad consagrado en los artículos 14 y 32 CE, del principio de
cogestión, «no lo lleva hasta sus últimas consecuencias, pues incluso para la
administración y disposición de bienes comunes se permite la actuación de
uno sólo de ellos con el consentimiento del otro (artículo 48.1 CA). Junto a
ello, el artículo 48.2 establece un extraordinario campo de actuaciones disjuntas entre cónyuges, de manera que cada uno de ellos se encuentra sobradamente legitimado para actuar frente a terceros y vincular válidamente al patrimonio consorcial»105. Es decir, «el principio de igualdad entre cónyuges no se
traduce en Aragón en una suerte de gobierno diárquico irreductible, que llega a impedir las actuaciones individuales entre los cónyuges; sino que, tomando como premisa el principio de igualdad, el legislador aragonés traduce
dicho principio en la posibilidad de que cada uno de los cónyuges pueda
actuar de forma individual frente a terceros obligando el patrimonio consorcial. Esta, (...), es una señalada diferencia con la regulación que en esta materia presenta el CC, que parte siempre y en todo caso de la actuación conjunta
de ambos cónyuges con muy escasas excepciones»106.
Como manifiesta DELGADO ECHEVERRÍA, «En el Derecho aragonés se acuerda eficacia frente a terceros a muchos actos de uno sólo de los cónyuges, por
separado: así, los del apartado 2 del artículo 48 CA, y las facultades de endeudamiento de los bienes comunes por «deudas de gestión» (artículo 42 CA).
Ello es así en atención a los terceros (a la seguridad del tráfico), pero también
en consideración a la autonomía en la actuación económica de uno y otro cónyuge en el tráfico, autonomía que los terceros no pueden poner en duda. Para
los terceros, es como si todas estas actuaciones separadas tuvieran fundamento en una decisión conjunta o contaran con el consentimiento del otro cónyuge. En principio, ni han de preocuparse por ello ni pueden exigir que se
les pruebe. Frente a terceros, cada cónyuge no sólo es perfectamente capaz
—capacidad de obrar en sentido técnico— y libre en la gestión de su patrimonio, sino que aparece investido por la ley de unos poderes de gestión separada
sobre el patrimonio consorcial (que incluyen la administración y aun la disposición de ciertos bienes comunes) que dotan de validez incuestionable a sus
actos»107. Queda por descubrir qué sucede si la autonomía jurídica no coincide con la autonomía de algunas personas en la realidad social, si el discurso
jurídico se distancia del filosófico (pues sin autonomía no hay libertad), ya
que, en palabras de DELGADO ECHEVERRÍA «piezas clave en el funcionamiento
de este sistema de gestión son la confianza y lealtad entre los cónyuges. Cada
cónyuge pone su confianza en el otro, con quien ha establecido libremente
una plena comunidad de vida; confianza, a lo que aquí importa, en que en el
ejercicio de la legitimación que la ley ampliamente le atribuye para hacer
recaer los efectos de sus actos sobre el patrimonio común atenderá a los intereses familiares y se atendrá a las decisiones tomadas conjuntamente. Si esta
105
106
107
BAYOD LÓPEZ, Mª del Carmen, (n. 67), p. 111.
Idem, p. 82.
DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, (n. 23), p. 286.
RDCA-2001/2002-VII-VIII
187
María de Aránzazu Novales Alquézar
confianza es defraudada con un comportamiento desleal, no son los terceros
quienes han de sufrir las consecuencias: los terceros, en el ámbito de legitimación individual reconocido por la ley, pueden ignorar los acuerdos tomados
por los cónyuges luego incumplido por uno de ellos, así como las circunstancias de la economía familiar. Es bueno que así sea, también como defensa de
la intimidad familiar y de la libertad de ambos cónyuges en sus relaciones con
los demás»108.
Frecuente ha sido la gestión espontánea de los bienes de un cónyuge por el
otro (los de la mujer por el marido, normalmente), mandato tácito que, «la falta de oposición a la dedicación que de los frutos va haciendo el gestor oficioso —presumiblemente, a la atención de las necesidades comunes— impide
luego, dado que ambos conviven formando una comunidad de gastos, exigir
cuentas de ellos; si bien cabrá demostrar que se aplicaron a atenciones distintas o que se dejaron de percibir frutos que hubieran debido obtenerse»109, lo
que habría que probar.
En cuanto a la gestión de la comunidad en circunstancias especiales, hasta
1981 se aplicaron en Aragón las causas de transferencia de la gestión del
artículo 1441 CC (artículo que recogía casos similares a los actuales 1387 y
1388 CC, aunque en un contexto sistemático muy distinto, como aprecia
DELGADO ECHEVERRÍA), con las salvedades —más favorables a la mujer— de los
artículos 48.3110 y 7.1111 CA. Hasta 1985, entiende el autor, «se aplicaban los
artículos 1387 y 1388 CC, en virtud de la remisión que la Compilación seguía
haciendo al Código, remisión dinámica a las normas que en la ley objeto de
remisión habían sustituido al art. 1441 CC112». En 1985 se omite la remisión
—a diferencia de la que se hace a los supuestos de disolución de la sociedad
de gananciales en el artículo 52.2 CA—, «de modo que, si bien podría mantenerse la vigencia de alguno de los preceptos del Código en concepto de
Derecho supletorio, conviene intentar un análisis pormenorizado de las distintas situaciones113. Hay que advertir, antes de ello, que la llamada ‘transferencia’ de la administración ya no es propiamente tal, pues no se trata de hacer
pasar las facultades que tenía el marido como administrador único a su cónyuge, sino de concentración de todas las facultades en uno de ellos (indistintamente marido o mujer), que ya coadministraba, privando correlativamente
108
Idem, p. 287.
Idem, p. 290.
110
Art. 48.3 CA: «Las funciones de administración de la comunidad pasan íntegras a la mujer,
cuando el marido resulte incapacitado o desaparezca de su domicilio, aun dejando representante,
y en los demás supuestos del artículo mil cuatrocientos cuarenta y uno del CC».
111
El art. 7.1 CA reiteraba para un caso particular: «Si el ausente fuera el marido, la esposa
ocupará la posición de aquél respecto del patrimonio conyugal».
112
DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, (n. 23), p. 298.
113
DELGADO ECHEVERRÍA y BAYOD LÓPEZ sostienen en este análisis criterios similares aunque no
idénticos (Vide DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, (n. 23), p. 299-300, y BAYOD LÓPEZ, Mª del Carmen,
(n. 67), p. 115-116.
109
188
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
de las mismas al otro; en un contexto, por lo demás, en que cualquiera de ellos
tiene, en circunstancias ordinarias, unos poderes separados de gestión y
endeudamiento de los bienes comunes bastante extensos114.
3.3.1. Las decisiones sobre la economía familiar
El artículo 48.1 CA señala que «La administración y disposición de los bienes comunes y las decisiones sobre la economía familiar corresponden a ambos
cónyuges conjuntamente o a uno cualquiera de ellos con el consentimiento
del otro». La doctrina científica interpreta esta referencia a las «decisiones
sobre la economía familiar» como significativa de la igualdad y libertad de los
cónyuges para regular a su arbitrio la vida interna de la familia, distribución de
roles y funciones para la satisfacción de las necesidades de la familia, más «en
la relación interna los convenios de distribución de roles no podrán romperse
arbitrariamente pero, en todo caso, el desarrollo de la personalidad de cada
cónyuge prima sobre el compromiso asumido»115. Sería interesante que nos
preguntáramos acerca de si, en efecto, esta doctrina puede o suele primar del
mismo modo cuando la personalidad de un cónyuge tiende a desarrollarse
sobre la esfera privada que cuando se inclina hacia el ámbito público.
Quisiera llamar la atención, en relación con el artículo 48.1 de la CA, de la
importancia que tiene el deber de información de cada cónyuge de la marcha
de su patrimonio y sus negocios, ya que el deber de información es ineludible
para que puedan tomarse decisiones oportunas sobre la economía familiar,
aun las específicas sobre bienes comunes, pues estos aumentan con los frutos
de los bienes de los cónyuges y los ingresos de su trabajo mientras que quedan
endeudados a resultas de actos que cada uno de ellos puede realizar en su gestión individual. Y además, esta información parece también consonante con el
derecho de viudedad116.
3.4. EL TRABAJO «PARA LA CASA» EN EL RÉGIMEN DE SEPARACIÓN
En la ponencia de BAYOD LÓPEZ sobre la procedencia de la aplicación del
CC como Derecho Supletorio al régimen económico matrimonial aragonés, la
autora plantea la cuestión de si existe una laguna en el Derecho Aragonés por
carecer éste de una disposición que diga que el trabajo doméstico debe com-
114
DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, (n. 23), p. 299.
LACRUZ BERDEJO, José Luis, Elementos de Derecho civil, T. IV, Derecho de familia, Barcelona,
1982, p. 116.
116
DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, (n. 23), p. 289. Como argumento probatorio de que en la
comunidad legal aragonesa existe este deber, el autor recuerda la remisión que el artículo 52,2 CA
hace al 1393 CC, cuyo caso 4º de disolución de la sociedad a petición de un cónyuge se refiere a
«incumplir grave y reiteradamente el deber de información sobre la marcha y rendimientos de sus
actividades económicas».
115
RDCA-2001/2002-VII-VIII
189
María de Aránzazu Novales Alquézar
putarse como contribución a las cargas del matrimonio, laguna que se colmaría con la aplicación del principio de supletoriedad del Derecho Común. Su
contestación a la pregunta es negativa, y señala que «es una decisión de política legislativa, que está bien si se adopta, pero que no produce una carencia en
el sistema si no se prevé tal solución»117. Su argumento principal es que la libertad de pacto como principio que informa la economía del matrimonio en
Aragón (artículo 23 CA)118 permitiría a los cónyuges, en su caso, establecer un
convenio con el contenido del artículo 1438.2 CC119 y que la consideración por
el legislador aragonés de este pacto como fuente excluye la existencia de una
laguna jurídica en esta materia en el Derecho Aragonés. Por otra parte, la autora rebate, con razón, la idea de que la inclusión en el CC del contenido del
artículo 1438.2 con la reforma de 13 de Mayo de 1981 fuera la causa del nacimiento de una laguna en el Derecho Aragonés. En sus propias palabras «una
vez que se modifica el CC, parece que hay una tendencia a pensar que la
Compilación está plagada de lagunas al no regular ninguna de dichas cuestiones, quedando en consecuencia anacrónica y obsoleta» y continúa pues «si la
CA no presentaba en dichas materias laguna alguna antes de la reforma del
CC, no es fácil justificar el por qué haya de presentarlas con posterioridad a
1981, y más cuando la CA se incorpora al ordenamiento aragonés en 1985,
modificando ciertas normas, que no incluyen regulación parecida a la que presenta el CC»120.
A mi juicio, no estaría de más de lege ferenda, y no sólo en el Derecho
Aragonés, sino en todos los Derechos civiles, incluir expresamente la disposición de que el trabajo para la casa se compute como contribución a las cargas
del matrimonio y en cuanto a la posible «compensación económica» a que de
lugar, si no la más adecuada121 o posible, puede que la vía económica sea el
117
BAYOD LÓPEZ, Mª del Carmen, (n. 67), p. 77.
Art. 23 Comp.: «El régimen económico matrimonial será el que determinen los contrayentes o cónyuges en sus capítulos matrimoniales, sin más limitaciones que las que resulten preceptuadas en la Compilación».
119
Art. 1438 Código Civil: «Los cónyuges contribuirán al sostenimiento de las cargas del
matrimonio. A falta de convenio lo harán proporcionalmente a sus respectivos recursos económicos. El trabajo para la casa será computado como contribución a las cargas y dará derecho a obtener una compensación que el Juez señalará, a falta de acuerdo, a la extinción del régimen de separación». En el Derecho Común, este artículo está previsto para el régimen de separación de bienes
pero es aplicable a cualquier otro cuando los bienes comunes se hayan agotado. En el Derecho
Civil aragonés, sabida es la relevancia que el régimen de separación puede tener a la luz del tenor
literal del 49.2 CA, y no sólo en virtud del pacto. En efecto, el artículo 49.2 CA establece: «En los
supuestos graves y reiterados desacuerdos sobre la administración o disposición de los bienes
comunes, cualquiera de los cónyuges podrá solicitar del Juez la disolución y división de la comunidad, rigiendo, en su caso, y para lo sucesivo, la separación de bienes».
120
BAYOD LÓPEZ, Mª del Carmen, (n. 67), p. 76.
121
Como señala GARCÍA SERRANO «(...) pese a la sede del artículo 1438 del Código Civil, cabe
decir que el desempeño —ordinariamente por la esposa— de su trabajo doméstico implica en
todos los regímenes matrimoniales, y no sólo en el de separación, una efectiva contribución al
levantamiento de las cargas del matrimonio. Ciertamente dicha contribución no puede medirse
en términos económicos en la misma forma que si del trabajo de una asistencia se tratase, pero
118
190
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
modo más fácil y generalizable de establecer una valoración, difícil, por cierto,
pero necesaria. Es por ello que los legisladores deberían esforzarse por utilizar
el «modo expreso» de reconocimiento de derechos a la vista de la inferioridad
de tratamiento de que, en todo orden, han sido objeto las mujeres.
En todo caso, el hecho de que ésta «compensación económica» represente, como ha interpretado la doctrina científica, «un jornal, el sueldo de una
empleada doméstica, que la mujer —o, en su caso, el marido dedicado a
‘muchacha para todo’ puede reclamar aunque su cónyuge no haya obtenido
ganancias durante el matrimonio»122, da muestra ya del escaso reconocimiento público de las labores domésticas que pesa sobre nuestra sociedad, y, no
digamos, si conectamos el mismo con el salario actual de las empleadas domésticas. Por ello, son destacables las palabras de ALBALADEJO, 1º) «El trabajo para
la casa no debe ser entendido sólo como la pura actividad material encaminada a satisfacer las necesidades de mantenimiento alimenticio (como ir a la
compra o cocinar), de arreglo del hogar (como limpiar, hacer las camas, ordenar los enseres), de atención a los componentes del grupo (como cuidar a los
hijos, asearlos, etc.), y así otras ocupaciones posibles, si son desempeñadas por
un esposo; diferentemente, debe estimarse que también es trabajo para la casa
la labor de dirección de la misma cuando de verdad ocupa (lo que ciertamente no consiste en sólo dar órdenes). 2º) La valoración del trabajo para la casa
debe ser hecha a tenor del sueldo que cobraría por prestarlo una tercera persona, como un ama de llaves, una empleada doméstica, o una persona que se
ocupe de los niños, o las tres juntas si es que la esposa atiende ella sóla la
misión de las tres»123. Pero, con justicia, añade LACRUZ BERDEJO, que «habrá que
deducir el contravalor que representa el mantenimiento del cónyuge en el
hogar (nivel de satisfacción de sus necesidades y atenciones personales, espectáculos y esparcimiento, vestido, viajes y vacaciones, vehículos, etc.), todo lo
cual en las familias acomodadas puede rebajar del todo o en gran parte las pretensiones de la esposa, que además tiene quien le ayude en las faenas domés-
queda fuera de dudas que lo es real y efectivamente, pues facilita a los demás miembros de la
comunidad familiar el desempeño de sus propias tareas, les evita preocuparse de infinidad de contingencias de la vida diaria —que aquélla resuelve— y por supuesto trasciende también al plano
puramente económico, pues al fin y al cabo el buen orden en la gestión doméstica no sólo evita
daños a la comunidad, sino que constituye fuente indirecta de lucros» {GARCÍA SERRANO, Francisco
de A., (n. 56), p. 602-603}. En este sentido, en sus comentarios a la reforma del CC de 1975, señala LACRUZ BERDEJO, a propósito del, entonces, art. 62.1, que proclamaba que «el matrimonio no
restringe la capacidad de obrar de ninguno de los cónyuges» que «si se trataba de una explicación
‘histórica’, como el matrimonio nunca ha restringido la capacidad del varón y sí la de la mujer,
había que decir: ‘el matrimonio no restringe la capacidad (más propiamente: no condiciona las
posibilidades de actuar) de la esposa. La misma crítica merece el nuevo artículo 1053, a cuyo tenor
«cualquiera de los cónyuges podrá pedir la partición de la herencia sin intervención del otro»
(artículo vigente en la actualidad) {LACRUZ BERDEJO, José Luis, (n. 54), p. 51}.
122
LACRUZ BERDEJO, José Luis, Elementos de Derecho Civil, IV-1, Derecho de Familia,, 3ª ed,
Barcelona, 1990, p. 537.
123
ALBALADEJO, Curso de Derecho Civil, IV, Derecho de Familia, 3ª edición, Barcelona, 1987,
pp. 200 y ss.
RDCA-2001/2002-VII-VIII
191
María de Aránzazu Novales Alquézar
ticas, mientras que en las no acomodadas puede ocurrir que el matrimonio se
disuelva sin bienes»124.
Por lo demás, sería bueno aprovechar esa solución de lege ferenda para aclarar de una vez por todas a qué se refiere y qué comprende el concepto «casi
jurídicamente indeterminado» de trabajo para la casa de los hombres y de las
mujeres, porque tengo la impresión que, sin perjuicio de las indudables transformaciones sociales de los últimos años, una parte «invisible» del trabajo y
dedicación que exige la «llevanza» de una familia y de una casa sigue sin obtener reconocimiento125.
Y ello, aún consintiendo con BAYOD LÓPEZ en que no estamos ante una verdadera laguna jurídica (derivada de defectos de lógica interna del ordenamiento), sino ante una falsa laguna, impropia o axiológica, derivada de la confrontación con un sistema jurídico ideal, lagunas denominadas por LARENZ de
lege ferenda, «en cuanto que son ‘defectos’ de regulación que son criticables
desde una consideración externa a la ley, desde una perspectiva jurídico-política o jurídico-ética, pero que no crean un vacío en el ordenamiento»126. De
este modo, y teniendo muy presente el punto de partida filosófico-ético de este
trabajo, la regulación que se reclama, como señala BAYOD LÓPEZ «enriquecería
el ordenamiento»127, pues, considero con MURILLO que partir de que en 1981
124
LACRUZ BERDEJO, José Luis, (n. 122), p. 538.
Además de otras confusiones que inspiraría la expresión «trabajo para la casa» si, efectivamente, se regulase la cuestión en Aragón por el trabajo que, por ejemplo, aporten los hombres
a la «casa aragonesa».
126
Vide LARENZ, Karl, (n. 64), pp. 359-429. Por el contrario, aunque alguien podría acusarme
de incoherencia el desconsiderar también como laguna axiológica, la ausencia de una regulación
del régimen de separación de bienes como régimen convencional o legal supletorio en un ordenamiento jurídico civil, en tiempos tan exacerbadamente individualistas como los que corren, esta
posibilidad me parece más discutible (e incluso menos deseable el régimen puesto que precisa en
mayor medida que la mayor parte de los regímenes de comunidad, para la justicia en su aplicación, de personas realmente autónomas, las cuales, por desgracia, todavía, no abundan entre el
género femenino. Mayor número de problemas presenta la definición de «autonomía» a este respecto, que, en todo caso, no ha de ser exclusivamente patrimonial). Claro que si de justicia hablamos, la compensación por el trabajo doméstico exigiría también regular los supuestos de liquidación negativa de la sociedad conyugal, cosa que el Código Civil no hace. Como señala GARCÍA
SERRANO, «Aparte la compensación que pueda resultar de lo expresado, en los regímenes de
ganancialidad y en principio en el de participación, el trabajo de la casa no atribuye más derecho
que el que resulte de la distribución de los beneficios provenientes de la liquidación de la sociedad conyugal si aquélla es positiva, lo que por definición no puede darse cuando se trata de un
régimen de separación en que de hecho la mujer ni siquiera podría disponer libremente de las
pequeñas economías de su gestión. El tema de la compensación ‘legal’ del trabajo doméstico
–para ser completo— debería por tanto contemplar los casos de liquidación negativa de la sociedad conyugal —cuando ésta existe— y preverla en los casos en que el matrimonio ha funcionado
en régimen de separación. Sin embargo, nuestro legislador, acaso partiendo de que siempre habrá
algún remanente que repartir, y probablemente también por el hecho de que si la liquidación es
negativa la ‘contribución con trabajo personal’ en la contribución a las cargas se ha agotado de la
misma forma que los recursos suministrados por el marido, sólo contempla el tema en sede de
separación, (...)» {GARCÍA SERRANO, Francisco de A., (n. 56), p. 607}.
127
BAYOD LÓPEZ, Mª del Carmen, (n. 67), p. 74.
125
192
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Las mujeres y el régimen económico matrimonial en el Código civil español y en el Derecho civil aragonés
en Aragón no hay lagunas es excesivo. «Es decir, el CC no ha creado unas lagunas, el CC desde el punto de vista del legislador, ha intentado dar solución a
unas lagunas ya existentes» (aunque éstas sean simple y llanamente, axiológicas)128, si bien de lege ferenda el legislador aragonés «debe completar una regulación que todavía es bastante parcial»129, lo que de paso contribuiría a excluir
resultados anacrónicos que serían consecuencia, como queda perfectamente
claro en la exposición de BAYOD, no de la aplicación del principio de supletoriedad, sino de la deslealtad del legislador autonómico con el sistema estatal
de distribución de competencias130, pues «sólo a él le es achacable el resultado
y no a la cláusula de supletoriedad, que tan sólo garantiza la posibilidad de
encontrar una respuesta en el ordenamiento español ante un problema planteado»131, ya que el principio de supletoriedad «sólo juega como una cláusula
de heterointegración de lagunas, que sólo se aplica cuando no hay posibilidad
de que el Derecho civil foral quede autointegrado a través de su propio sistema de fuentes»132, a la luz del contenido del artículo 13 CC tras la reforma del
Titulo Preliminar del mismo en 1974. Y además, teniendo en cuenta que desde 1982, el Estatuto de Autonomía para Aragón asumió la competencia exclusiva en materia de conservación, modificación y desarrollo del Derecho civil
aragonés (artículo 35) y que por ley 3/85 de 21 de mayo se incorpora la
Compilación aragonesa al ordenamiento autonómico aragonés. La CA ha dejado de ser una norma estatal para ser una norma autonómica, por lo que el
legislador estatal carece de competencias sobre ella. La relación CódigoCompilación se basa ahora en el principio de competencia (artículo 149.1.8
CE en relación con los artículos. 149.3 y 2 CE)133.
Y no basta, a la luz de la proyección que sobre el presente tiene el pasado y
como parte de él, la oscura y sorda consideración de que ha sido objeto el
«invisible» trabajo doméstico, especialmente de las mujeres134, decir que cual-
128
MURILLO, Luis, en el Coloquio posterior a la Ponencia de BAYOD LÓPEZ, Mª del Carmen,
(n. 67), p. 124.
129
Ibidem.
130
Pues como dice BAYOD LÓPEZ, «el Derecho del Estado creado en el ámbito de la competencia estatal es el llamado a suplir las deficiencias que pueda presentar el ordenamiento autonómico, pero obsérvese, que únicamente mientras el ordenamiento autonómico sea incompleto, lo
que significa la posibilidad de completud del ordenamiento autonómico, premisa de la que parte
el texto constitucional», que trae consigo el «compromiso por parte del legislador autonómico de
ejercitar sus competencias de la forma más plena y completa posible, para conseguir así el control
sobre la supletoriedad que le permite el texto constitucional» {BAYOD LÓPEZ, Mª del Carmen,
(n. 67), pp. 66 y 71}.
131
Idem, p. 69.
132
Idem, p. 58.
133
BAYOD LÓPEZ, Mª del Carmen, (n. 67), p. 61.
134
Por motivos no tan sencillos de explicar como lo que ha querido aceptarse de unos años
a esta parte, la dedicación personal de los cónyuges a la crianza y educación de los hijos o a las
tareas domésticas que todavía se vincula a mayor número de mujeres que de hombres, representa, desde un punto de vista económico, un ahorro de recursos comunes en la medida que consiga
evitar gastos que en otro caso serían necesarios, esto es, una contribución directa al patrimonio
RDCA-2001/2002-VII-VIII
193
María de Aránzazu Novales Alquézar
quier legislador no tiene o tendría por que haber dicho que el trabajo para la
casa se computará como contribución a las cargas con el argumento, que utiliza el coponente PALAZÓN de que esa conclusión podría extraerse de los principios generales135. Efectivamente, podría, en efecto, como él explica136, pero
una inocente toma de posición a propósito de la cuestión tratada supone que
no hay por que negarse a señalar expresamente en la norma jurídica algo que,
meramente implícito, puede ocasionar (y de hecho los ha ocasionado) problemas de interpretación y situaciones de injusticia. Mucho más cuando, como
manifiesta SERRANO GARCÍA, «la contribución directa mediante el trabajo
doméstico no hay que entenderla como una contribución exclusiva del cónyuge que la aporta sino como una contribución directa e igualitaria de ambos
cónyuges realizada por medio del patrimonio común», operando como si el
patrimonio común pagase al cónyuge el valor del trabajo doméstico desarrollado y, simultáneamente, volviera a ingresar en el patrimonio común en cuanto renta de la actividad de un consorte, de modo que es irrelevante que el gasto o su ahorro haya sido realizado por uno solo de los cónyuges siempre que
la atención satisfecha fuera de cargo del patrimonio común»137.
común y a la satisfacción también directa de las cargas familiares {SERRANO GARCÍA, José Antonio,
(n. 8), Las deudas de los cónyuges. Pasivo de la comunidad legal aragonesa, Barcelona, 1992, p. 66}. Vide
GARCÍA SERRANO, Francisco de A., (n. 56), pp. 585-622.
135
PALAZÓN, Javier J., en el Coloquio posterior a la Ponencia de BAYOD LÓPEZ, Mª del Carmen,
(n. 67), p. 125.
136
«Si los cónyuges contribuyen en proporción a sus respectivos recursos económicos, será
con cualquier actividad susceptible de generar recursos económicos, y el trabajo para la casa lo es»
{PALAZÓN, Javier J., en el Coloquio posterior a la Ponencia de BAYOD LÓPEZ, Mª del Carmen, (n. 67),
p. 125}.
137
SERRANO GARCÍA, José Antonio, (n. 8), p. 66.
194
RDCA-2001/2002-VII-VIII
Descargar