LOS CUENTOS DEL CUERVO PEREIRA

Anuncio
1
LOS CUENTOS DEL CUERVO PEREIRA
LEYENDAS Y RELATOS POPULARES DEL URUGUAY, DE AMÉRICA Y DEL
MUNDO
Por LUIS NEIRA
Don Domingo Pereira, era un moreno viejo, que trabajaba en la cantera, pelado y
patizambo que caminaba contoneándose, como con cierta renguera. Por
sus
características físicas le habían recibido el mote de “El Cuervo”, pero más que nada
como venganza por su responsabilidad de haber “bautizado” a los otros peones.
Así como en Inglaterra estuvo Ricardo Corazón de León y en Alemania Alberto el
Oso, gracias a la picardía de Don Pereira, en la cantera teníamos al Zorro Barreto, el
Caruncho Araujo, el Mao pelada Medina, el Bagre Echeverría, el Lobisón Medero apodado también Tararira de Barro-, la Vaca Aldacor, el Carpincho Rozano, y el
más gracioso Nalgas Caídas Caballero, entre otros.
Pero es del Cuervo Pereira, de larga trayectoria vital, era un excelente narrador oral,
que no se sabe cómo absorbía el conocimiento oral de la literatura campesina, ya que
no sabía leer ni escribir, de quien he podido recordar algo de aquellos atardeceres de
invierno en torno a un fogón .
Pude escuchar éstos y otros cuentos y leyendas populares, como dije, hace muchos
años en Treinta y Tres, especialmente en las ruedas de fogón de boca de don Domingo
Pereira, excelente narrador oral y cultor intuitivo del folclore y la picaresca campesina.
Esos relatos, que en muchos casos reconocen raíces europeas, y aparecen también en
otros países de América.
Hablé también con gente que investigó y trabajó esas temáticas. Eduardo Faget,
singular persona e investigador me facilitó su valioso libro “El folclore mágico
uruguayo”. Conversé también con don Ildefonso Pereda Valdés que en su obra: “El
cancionero popular uruguayo” recogió testimonios directos de largas recorridas por el
país. También he tomado como fuente algunos fragmentos de publicaciones de Serafín
J. García.
Con este bagaje reelaboré literariamente las versiones auténticamente folklóricas, ya que
ninguna de ellas reconocen autor.
Las versiones originales son muchas veces rígidas en su lenguaje y en otros casos
truculentas. Procuré no desvirtuar su sentido popular, no acartonarlas, ni almibararlas,
ni conferirles artificiales brillos.
Pretendo simplemente, como dice el español Luis Landero, defender la cultura
campesina esencialmente oral, tratando de perpetuarla en la escritura.
Pretendo asimismo que sirvan de entretenimiento, por eso hice hincapié en el
desmitificador sentido del humor que el moreno viejo, don Domingo Pereira, confería a
sus relatos.
La versión que hoy ofrecemos se integra en su mayoría con los relatos de la versión
anterior que recibiera el PREMIO BARTOLOMÉ HIDALGO, de la Cámara Uruguaya
del Libro en 1991.
1
2
Se diferencia de la versión anterior en que suprimimos “Cuando baila el lobisón”, relato
que incluimos en una selección anterior sobre el tema de la licantropía (“Cuentos de
lobisones” Ediciones Arkano. Montevideo. 2006) y agregamos dos cuentos de Pedro
Malasartes, más otros que no aparecían en la versión anterior.
Como expresé al principio, recogí algunos de estos cuentos de versiones orales, en
distintas oportunidades, y también en versiones de algunos investigadores y
recopiladores, luego, lectura va, lectura viene fui encontrando raíces y/o versiones en
otros países de América, también en España, Francia, Alemania y Rusia. Por esos son
“Cuentos y leyendas populares de Uruguay, de América y del mundo”. Podemos afirmar
que los cuetos y leyendas populares son tan uruguayos como universales.
EN UN COLEGIO DE FRANCIA
Monique Garceran, profesora del Liceo Francés de Carrasco, de Montevideo, tuvo
contacto con “Cuentos del Folclore Mágico del Uruguay” y consideró importante
acercárselo a sus alumnos de 4º año. Con ellos realizó la traducción del libro al idioma
francés y lo envió en carácter de intercambio a los alumnos de un colegio de París, que
según testimonio de la mencionada profesora, lo disfrutaron mucho y se pusieron en
contacto con parte de nuestra cultura folclórica.
Con el título de: TRADUCCIÓN AL FRANCÉS DE LA OBRA DE LUIS NEIRA,
AUTOR URUGUAYO, Monique Garceran, nos dejó el siguiente testimonio:
“Este proyecto realizado en varias semanas en los momentos de actividades libres del
curso de francés, se fijó el siguiente objetivo: no una traducción literal sino más bien
una versión literaria de estos cuentos del Norte del Uruguay (al menos, si la finalidad no
fue lograda, fue con esa intención).
Lo que se propusieron los alumnos fue lo siguiente:
-hacer conocer la riqueza de esos cuentos populares uruguayos a sus amigos franceses
con quienes mantienen correspondencia (afectivamente la clase de 4ème de la unidad de
Carrasco, está en contacto gracias a una correspondencia inter escolar con una clase del
colegio Jean Moulin de Saint- Michel sur Orge de los alrededores de París).
-Una finalidad pedagógica más insidiosa –ciertamente menos percibida por los alumnos
pero sin embargo real: la traducción literaria sirve para un auténtico trabajo de
semántica y de morfosintaxis. Así como M. Jourdan hacía prosa sin saberlo, el alumno
“traductor”, hace gramática sin darse cuenta, trabajo de la frase, de los tiempos verbales
de la narración, de la técnica del diálogo... bueno, no insistimos.
Redescubrimiento o si fuese necesario, descubrimiento de las costumbres del campo
uruguayo, de manera más general de las costumbres del gaucho latino americano,
uruguayo, brasilero, argentino, a través de los siguientes cuentos: “Cuando baila el
lobisón”, “El tonto y el adivino”; redescubrimiento de la fauna y de la flora ‘tropicales’
de la región de Treinta y Tres, en el cuento “La Quebrada de los Cuervos”.
Redescubrimiento de las leyendas europeas reajustadas y adaptadas al contexto socio
cultural de América Latina, así como los siguientes cuentos: “El gallo y el zorro”, “El
2
3
tigre malintencionado”, “Las manchas del sapo”, que se inscriben en la vena literaria de
las fábulas de La Fontaine donde los animales personificados encarnan a la perfección
las virtudes y los vicios humanos: vanidad, hipocresía, malicia, astucia.
Ejemplo más significativo aun de ese fondo mitológico de América Latina, crisol de los
pueblos: “El negrito del pastoreo” elaborado sobre una feliz síntesis de los mitos
europeos, latinoamericanos, entrelazados del animismo africano.
Finalmente esos cuentos, confirman, una vez más, la innegable riqueza de la tradición
oral, y ese en el mundo entero; aquí en este caso, Luis Neira se vuelve con mucho talento
y humildad ‘el escritor’ de leyendas narradas por don Domingo Pereira, un contador de
cuentos, negro analfabeto, originario de la región de Treinta y Tres. Este último tenía
posiblemente como ancestro, un ilustre ‘griot’ africano de quien Hamadou Hampate Ba
definía así la función: ‘un griot que muere es una biblioteca que se incendia’.
Gracias a Luis Neira de haber impedido que una ‘biblioteca’ de Treinta y Tres se
incendiase con toda su riqueza cultural ... Y así, el español, el portugués, el francés
(lenguas de los países colonizadores) sirven hoy de soporte a la expresión de las leyendas
del corazón de África y de los picos de los Andes, es pues, luego de los tantos siglos
bárbaros de negación de la civilización de los pueblos colonizados, un siglo de
reconciliación cultural, de reconciliación de los hombres, simplemente...”
MONIQUE GARCERAN
EL CUERVO DE LA QUEBRADA Y LA JUGARRETA DEL BURRO
Don domingo Pereira era un moreno viejo, buen narrador y dicharachero, de ojos
chispeantes y habla picaresca.
Era –tal vez por viejo- de los pocos que se quedaban de noche a dormir en el campamento,
después de la dura jornada diaria de la cantera.
Al atardecer, mientras tomaba mate con mi padre y algún otro peón, junto al fogón, contaba
largas historias de su vida, de lugares, de animales del monte, de aparecidos, de lobisones y
luces malas.
- ¡Mirá...! –dijo un día con aire de misterio y tono de picardía- en la Quebrada de los
Cuervos (1), es el único lugar en el mundo donde todavía los animales hablan...
Y ahí nos dejó por unos minutos expectantes del desenlace, mientras acomodaba la
bombilla, retiraba la caldera del fuego, cebaba otro mate y se llevaba la bombilla a la boca
para hacer bajar un pedazo de galleta.
- ¿Pero hablan...? -inquirí tan incrédulo como impaciente.
Y luego de que hubiese terminado de pasar el agua por su garganta, agregó:
- Sí, habla...en el lenguaje d’ellos... y se entienden lo más bien – y observando de
reojo mi expresión de asombro, mientras tanteaba el bolsillo buscando el yesquero
continuó-. Mirá, no te digo de ir porque todavía sos un poco chico, y allí no se entra
con facilidad.
- ¿Qué no se entra...?
- Mirá... –dijo afirmándose en su muletilla- son unos pedregales imponentes, con un
monte sucio y enmarañado que del pie al lomo de las sierras, entre los arroyos
Yerbal Grande y Yerbal Chico, como diez leguas p’a delante de Treinta y Tres,
3
4
donde ahora le dicen cuarta sección. La boca de la quebrada está cerrada por
espinas de todo tipo, espina de la cruz, talas, espinillos, embiras y unas armazones
macucas. Sólo siendo muy baqueano se puede dar con la boca del túnel de plantas
para poder bajar. Y, bajar también es bravísimo, se va orillando un precipicio por
una roca mojada y resbalosa, eso sin contra con la víbora yarará o cascabel que se te
puede aparecer a cortar el paso....
- ¡Paaa…! ¡No me diga! – exclamé asombrado, ante el relato.
- Eso sí, allá abajo, el arroyo Yerbal corre que es un contento entre coronillas
centenarios, enormes guayabos y blanquillos cenicientos que cubren todo con las
armazones de las copas... Y el loco viejo se larga rugiendo, atropellado entre las
piedras con un chorro de agua clarita, clarita...en vertientes que salen de adentro
mismo de la sierra.
- Así es –terció don Serafín J. hombre letrado que había permanecido callado – y hay
helechos bellísimos, calagualas de hojas gigantescas, mentas de intensa fragancia y
graciosas sensitivas que tiemblan al pasar y se recogen sobre sí al menor contacto,
fraternizan con la embira de resistente corteza y con el rastrero y enmarañado cipó.
Toda la gama del verde luce espléndida en aquel variadísimo muestrario de vida
vegetal muy rara vez hollado por el pie del hombre. El aire tiene la densidad de
emanaciones que por momento marea. aquí huele a acres raíces de mataojo y
tarumán, allá a la pegadiza dulzura del chalchal o del tala, acullá al agreste aroma
del arrayán y del mburucuyá que alterna con los cálidos efluvios de la dorada flor
del espinillo.
Con esta descripción vivenciada de la Quebrada de los Cuervos, concluyó don Serafín
J., dando pie a una nueva intervención del moreno.
- Oyeron... –se afirmó don Domingo Pereira- don Serafín no me deja mentir, y hasta
árboles de yerba mate hay, es el único lugar del Uruguay donde se le halla, por algo
a esos arroyos y a esas sierras de les llama del Yerbal.
- Pero usted estaba hablando del bicherío... ¿y qué pasó?
- Bichos hay, hasta de los que ya no quedan... en otros lados, como el guazubirá, ese
venadito que se lamenta como una criatura, la temible víbora de cascabel, el
ñacurutú, manopeladas, zorros, comadrejas, lagartos...y, de los voladores ni
hablar...hay de todo...-siguió entusiasmado Pereira.
- ¿Y viven en armonía esos animales...?
- ¡Si vivirán...! cada uno toma lo suyo de la naturaleza, sin molestar a los otros,
aunque a veces...bueno, a veces tienen algunas disputas por cuestiones de
momento., de subsistencia y tras cosas, pero al final entre ellos se arreglan.
- ¿Y por qué le llaman Quebrada de los Cuervos?
- Por la cantidad de cuervos que se ven volando sobre la zona… A propósito hay una
vieja leyenda diciendo que el bicherío de abajo no se llevaba bien con los cuervos.
A los cuervos les ha crecido, injustamente, mala fama por eso de comerse a los
animales muertos en el campo y andar ronciando a los moribundo, como
anunciando la muerte. En realidad es ignorancia, porque si bien se piensa, hasta un
servicio hacen limpiando los campos de carroñas. Por esta costumbre, los cuervos se
pasan las horas sobrevolando la tierra, planeando en lo alto sin bajar, más que
cuando hay algún bicho muerto que les sirva de alimento. Cuando un viajero se
acerca a la quebrada lo único que ve son las figuras negras de los cuervos,
silenciosos, recortándose en el cielo.
4
5
-
¿Y hace mucho que los cuervos andan en eso de volar y volar?
Hace mucho sí, pero dicen que antes no era así, que eso le vino después que los
animales se combinaron para darle un escarmiento, que lo dejó calvo.
- ¿Cómo fue eso...?
Entonces don Domingo habló así: Fue por esa mala fama de comer carniza que los
animales habían empezado a esquivarlo y huir de su presencia, no querían juntarse con él ni
con nadie de su familia, y los pobres cuervos pasaban horas, solos en el cielo y bajan
solamente cuando sus agudas miradas detectan un animal inerme, para darse un atracón.
Un día el bicherío se juntó en secreto para tratar de sacarle esa costumbre. Se consideraron
varios planes. Unos por soberbia, otros por temor, otros por repugnancia, ningún animal se
atrevía a ejecutar su plan personalmente y todos lo esperaban de los otros.
Un burro viejo, ya sin dientes, que se pasaba el día dormitando al sol, que había
permanecido callado y soñoliento, dijo que tenía un plan y que lo iba a poner en práctica.
La risa fue general, nadie creía que aquel viejo dormilón podría atrapar el huraño y hábil
volador.
Todos volvieron después a lo suyo olvidándose del burro. Este se fue caminando,
lentamente, hacia un claro de la quebrada, con su andar cansino y bamboleante. Iba
ramoneando los árboles bajos, comiendo pitangas bien maduras.
Finalmente se tendió a dormir en un descampado, al fuerte sol del mediodía. Tendido con
su boca abierta que dejaba ver la lengua enorme, más que roja, morada por el jugo de las
pitangas.
El mosquerío zumbaba alrededor del burro y cualquiera podía pensar que estaba muerto.
- Dio cuero el burro viejo – pensó el cuervo al divisarlo desde lo alto y empezó a
descender en círculos- se indigestó con pitangas – y agregó- después de viejo le dio
por las golosinas.
Ya en el suelo, torpe para desplazarse en tierra, se encaminó rengueando hacia el burro, sin
sospechar lo que le esperaba.
- Empezaré por el gañote –dijo el cuervo metiendo la cabeza en la bocaza del burro.
Y el burro, que se hacía el muerto, cerró la boca dejando aprisionada la cabeza del ave que
hacía fuerza por escapar.
Cuando logró zafar voló despavorido hacia las sierras más agrestes e inaccesibles de la
quebrada. Pero en el forcejeo por escapar de las fauces del burro había perdido todas las
plumas de la cabeza, quedando completamente calvo, por los siglos de los siglos, él y todos
sus descendientes.
Mientras en el valle los animales reían a carcajadas de la travesura del burro, el cuervo
volaba muy alto sin querer más trato con los animales de abajo.
Y así terminó Pereira su relación, cuando era ya la hora de la cena.
(1) La Quebrada de los Cuervos, es una zona geográfica del Uruguay, ubicada hacia el
este, en el departamento de Treinta y Tres. Es una profunda hondonada por donde
corre un arroyo, entre las boscosas sierras del Yerbal.
NOTA: La leyenda que constituye la parte anecdótica de este relato, que se conoce con
modificaciones en otras regiones del Río de la Plata, la contaba don Domingo Pereira,
allá en la campaña de Treinta y Tres a fines de la década de los años ’40.
5
6
Don Domingo Pereira, a pesar de su vida modestísima, ha sido recordado por viejos
memoriosos de los aledaños del pueblo.
El conocía de memoria “Las aventuras de Juan el Zorro”, antes de que aparecieran
publicas por Serafín J. García, en primera instancia, parcialmente en la revista “El
Grillo” del Consejo de Enseñanza Primaria, para él nuestro sencillo homenaje.
La descripción de la Quebrada de los Cuervos y la alusión al origen del nombre tienen
como fuente la crónica de Serafín J. García, recopilador también de los cuentos de “Juan
el zorro” que mencionamos anteriormente.
¡CORRETE PIEDRA PORQUE TE PARTO...! o LAS MANCHAS DEL SAPO...
Hace muchos, muchos, años, los sapos no tenían el cuerpo lleno de manchas y caminaban
derechito y no a los saltos como los de ahora –dicen, los que dicen, que dicen, dijeron, los
que vivieron en aquella época.
Tenía ya sí, el sapo, esa cualidad de mimetizarse, como ahora, que le ha permitido
ocultarse de sus enemigos y, más de una vez, burlarse del águila que buscaba siempre la
oportunidad de vengarse. Esa oportunidad apareció cuando se anunció que se realizaría un
gran baile en el cielo y había muchos invitados.
El águila, considerado uno de los más destacados voladores, con el afán de burlarse, se
dirigió a la vivienda del sapo para invitarlo al baile.
- Compadre sapo – le dijo- esta noche hay fiesta en el cielo y todos los animales
estamos invitados, me gustaría tenerlo como compañero de viaje.
- ¡Como no! –dijo el sapo- esta fiesta no me la pierdo, pero usted tiene que llevar la
guitarra.
- Sin duda que la llevaré, y usted lleve su pandeiro para tocar a dúo.
Y diciendo esto, escondiendo una sonrisa, el águila se retiró prometiendo volver a la
tarde para hacer el viaje juntos.
A la hora señalada llegó a la vivienda del sapo donde fue muy bien recibido. Lo
hicieron pasar, para que saludara a la anciana madre sapa y a los sapitos hermanos. Y
mientras el águila charlaba, el sapo se disculpó.
- ¿Sabe una cosa, compadre...? Estoy un poco atrasado en mis trabajos, hice una
larga tropeada y todavía tengo bañar, rasquetear el pingo y hacer otras cositas, antes
de acicalarme para el baile. Vaya usted volando, suave no más, que yo lo alcanzo
por el camino.
Diciendo esto, el sapo dio una vueltas para disimular, y sin que el águila lo notara se
introdujo por la boca de la guitarra, que estaba al lado de la puerta, quedándose allí muy
quietito. El águila se despidió de la familia del sapo, agarró la guitarra y salió volando,
mientras pensaba maliciosamente: ¡Cómo v’a llegar el sapo al cielo!
Al llegar el águila a lo alto, todos le preguntaron por el sapo, sabiendo que era un
insustituible animador de fiestas, por lo bochinchero y gracioso.
- ¡Qué va a venir ese mozo! -dijo el águila soberbia- allá en la tierra apenas si puede
despegarse una cuarta del suelo, “cuanti” más venir volando.
Dejó la guitarra a un costado y se dedicó a comer y beber pues el viaje la había dado
hambre y sed.
En esa distracción, el sapo salió de la guitarra, cuando todos estaban reunidos, irrumpiendo
en la fiesta con bochinche y grandes exclamaciones.
6
7
-
Buenas... y gordas... aquí estoy yo para animarles la, fiesta –dijo dando grandes
gritos- para que nadie quede sin divertirse. Y con un ruido de pandereta y
cascabeles que él mismo producía, se pudo a bailar en medio de la rueda,
siguiendo el compás que pronto sería imitado por la concurrencia.
Todos se admiraban de ver al sapo en aquellas alturas, alegrándose a la vez de poder
comenzar el baile.
La fiesta estuvo muy divertida, el sapo cantó a más y mejor, mientras el águila hacía sonar
finamente la guitarra con sus largas uñas.
Cuando se acercaba la madrugada y los invitados empezaban a despedirse, el águila muy
desconfiada, le dice al sapo:
- Bueno, compadre, vamos, ya es hora de volver.
- Si, sí.. –dijo el sapo- quiero llegar temprano, porque tengo muchas cosas que hacer.
Si quiere vaya usted volando, que yo lo alcanzo por el camino, ya que antes tengo
que alivianar la vejiga –y se perdió en la oscuridad. Pero lo que en realidad hizo fue
meterse nuevamente en la guitarra.
El águila que, de reojo, había visto la maniobra, agarró la guitarra y voló hacia su
morada.
El sapo no contaba que su estrategia había sido descubierta y a poco de volar, el águila
dio vuelta la guitarra y el sapo empezó a bajar a gran velocidad, en caída libre hacia la
tierra.
...Y... a dónde iba a caer... Derechito, derechito a una enorme piedra.
Ante la desesperación del inminente porrazo, ensayó su último recurso y le gritó:
- ¡Correte piedra, porque te parto…!
Pero la piedra no se corrió ni un centímetro y el sapo quedó chato como una torta frita.
Cuando se pudo levantar ya no pudo caminar sino a los saltos y la piel le quedó llena
de moretones, a él y a toda su familia, hasta ahora.
NOTA: Este relato fue recogido en el departamento de Treinta y Tres por los años 40, de
la viva tradición oral, de boca de don Domingo Pereira, un viejo moreno, analfabeto,
narrador oral de singular gracia y picardía, por esta razón lo he considerado cuento
popular uruguayo. Mucho tiempo después, Carmen Bravo Villasante en su “Antología de
la Literatura Infantil Iberoamericana”. Editorial Doncel. Madrid. 1966, consigna una
versión brasileña de este relato, recogida por Silvio Romero (1851-1914), uno de los
primeros investigadores del folclore de su país. Más tarde me llega una versión argentina,
recogida en uno de sus textos por la profesora Ione M. Artigas de Sierra. Estas
coincidencias prueban una vez más, la identidad común de los pueblos americanos.
EL ZORRO MOTARAZ, EL TIGRE Y EL JUEGO DE LOS ESPEJOS
En una época que el zorro andaba de montaraz (1), cargó su carreta de con toda la leña que
había cortado en varias semanas y salió hacia el pueblo al paso lento de sus yunta de
bueyes.
La carga, que iba calzada con largas estacas, era muy alta y, en lo elevado, meciéndose al
contoneo de las ruedas, iba el zorro armado de un grueso trabuco (2) por si se le aparecía
su enemigo, el tigre.
La carreta gemía a cada paso de los bueyes bajo el enorme peso de la leña, cuando en un
recodo del camino apareció el tigre, hambriento y con muy malas intenciones.
7
8
Las intenciones del tigre, eran de comerse uno de los bueyes, pero al darse cuenta que el
zorro venía muy bien armado, no se atrevió a atacarlo.
Por temor a que le descerrajara un trabucazo, decidió emplear su astucia y, haciéndose el
desgraciado empezó a decirle al zorro que estaba muerto de hambre, que si le daba un buey
para comer le perdonaría todas las diabluras que le había hecho y que no lo atacaría nunca
más.
El zorro vio enseguida que le convenía buscar entendimiento con su viejo rival y, siempre
dispuesto a burlarse del tigre, tramó uno de sus engaños.
La carreta venía muy cargada y los bueyes tenían que esforzarse mucho para trasponer
pantanos y repechar empinadas cuestas. Le propuso entonces al tigre que ayudara a tirar
de la carreta hasta llegar al pueblo y a la vuelta, después de vender la leña, le regalaría un
buey
.El tigre aceptó el trato. El zorro, lo ató adelante y empezó a darle picana para hacerlo tirar
con fuerza. Los bueyes tiraban ahora aliviados, mientras el tigre se deslomaba cinchando.
Cuando llegaron al pueblo, todos los animales que estaban cansados de los abusos y la
violencia del tigre, salieron al camino a reírse y aplaudían la astucia del zorro.
Avergonzado y acosado por los otros bichos, el tigre corrió a refugiarse en el monte y
estuvo varios días sin salir de allí.
Volvió al poco tiempo, furioso todavía y dispuesto a vengarse de las burlas y pesadas
bromas del zorro.
Se dirigió, el tigre, a la estancia del tío del zorro tratando de darle alcance al astuto, pero
éste, escurridizo siempre, se le escapaba a tiempo.
Advertido el zorro, que había ido al pueblo con su carreta, para hacer una mudanza, volvió
cargando entre los muebles tres grandes espejos.
Colocó, el zorro, los espejos en su habitación, de tal manera que uno reflejara la imagen de
los otros, repitiéndola así en forma indefinida. Después se sentó a tomar mate haciéndose el
distraído, pero alerta, a esperar la llegada del manchado.
Cuando el tigre entró y vio la imagen del zorro se abalanzó, pero en realidad estaba
persiguiendo la imagen de un espejo, que al momento, por efecto de su propia imagen se
convirtió en una jauría de tigres furiosos, junto a otra jauría de zorros.
Ignorando lo que realmente ocurría allí y, más asustado que nunca, el tigre volvió a
disparar hacia los montes lejanos y estuvo mucho tiempo sin volver a molestar al zorro.
(1) Que vive o trabaja en los montes o bosques
(2) Arma de fuego antigua, de regular calibre, que generalmente se cargaba por el caño. El trabuco que
tenía el caño terminado ensanchándose en forma de embudo, era llamado “trabuco naranjero”
EL GALLO, EL ZORRO Y EL DECRETO
Como todas las mañanas, el gallo cantaba en lo más alto del árbol. El zorro que lo vio de
lejos se le acercó con sus zalamerías de siempre.
8
9
-
Hola, querido amigo –le dijo disimulando las ganas que tenía de comérselo- ¿cómo
lo dejaron tan solo? Bájese que en el corral lo esperan las gallinas.
- No tengo apuro por bajar –le contestó el gallo.
- Pero bájese y vamos a caminar juntos
- ¿No pretenderá usted, que yo me baje para comerme? –contestó el gallo.
- Cómo se le ocurre semejante cosa. ¿No sabe que acaba de aprobarse un decreto que
establece que ningún animal puede comerse a un semejante?
- ¿De veras? Yo no lo sabía, pero si usted dice debe ser así.
Y mirando a lo lejos, el gallo, vio que venía un paisano con seis perros, y volviendo la
cabeza al lado contrario de donde venían empezó a contar:
- Uno, dos, tres...
- ¿Qué cuenta amigo? –preguntó el zorro desde abajo.
Y el gallo, sin mirarlo, seguía contando:
- ...cuatro, cinco...
- Pero dígame, compadre, ¿qué cuenta? –insistió el zorro ya preocupado.
- Seis perros que trae aquel paisano...
- ¿Perros...? –dijo el zorro empezando a temblar.
Ahora, el zorro, muy asustado, salió corriendo justamente para el lado que venían los
perros y, por la engañifa del gallo, fue a caer justo en medio de la perrada.
Desde lo alto el gallo gritaba con toda su fuerza:
- No se asuste compadre, muestre el decreto, muestre el decreto.
EL PERRO ASTUTO Y EL TIGRE HAMBRIENTO
En cierto lugar de la campaña vivía un paisano que tenía un perro viejo y tan sin fuerza,
que ya ni ladraba. Pero más que por viejo, no ladraba de flaco que estaba, porque su amo
no lo alimentaba.
- ¿Para qué me sirve este perro? –se dijo el despiadado amo- todavía tengo que
alimentarlo y ni siquiera tengo yo para comer. Me voy a desprender de él.
Le ató una cuerda al pescuezo y marchó con el perro para el monte, lo llevó hasta lo más
espeso y lo abandonó, pero cuando llegó de vuelta a su casase dio cuenta que el perro
estaba otra vez allí.
Lo volvió a llevar, pero esta vez lo ató firmemente a un árbol, para que no pudiera regresar
como el día anterior, y regresó a su casa.
El pobre perro quedó solo en el monte se puso a llorar y a maldecir su pobre suerte. De
pronto, de atrás de unos arbustos, se apareció un tigre que venía con un hambre feroz y al
ver al perro atado le dijo:
- ¡Muy buenos días, perro overo! Hace mucho que esperaba tu visita. En otros
tiempos me hacías huir, cuando me acercaba a la casa, ahora estás en mi poder,
dispondré de ti como quiera. ¡Me las vas a pagar bien pagadas!
- ¿Qué querés hacer de mí, tigre manchado?
- Nada del otro mundo: comerte con huesos, piel y todo.
- ¡Ay, pero qué bobo sos, tigre manchado! Con la buena vida que llevás, te vas a
comer este perro viejo y flaco, después de estar acostumbrado a la carne de vaca.
¿Qué necesidad tenés de romper tus dientes con mis huesos duros? sería como
masticar un palo seco. Yo te puedo dar una idea mejor. Andá y traeme unos quilos
de carne, engordame un poco y después hacé lo que quieras.
9
10
Hizo el tigre lo que el perro le decía y volvió con unos quilos de carne de novillo.
- ¡Ahí tenés carne! Tratá de engordar, así te puedo comer -.Dijo esto y se fue.
El perro se comió la carne y se echó a dormir. A los dos días volvió el tigre que estaba
ansioso por vengarse del perro.
- Bueno, amigo, ¿estás repuesto o no?
- Un poquito, pero si me trajeras media oveja, me pondría mejor y te relamería de
gusto.
El tigre accedió, salió al campo, se puso en acecho y esperó la majada y cuando la tuvo a
tiro de un salto se alzó con un cordero y se lo llevó al perro.
- Aquí tenés la oveja, cométela y engordá, que ya no aguanto más las ganas de
comerte.
El perro se comió entero el cordero, ya estaba gordo y se sentía fuerte. Llegó el tigre y
volvió a preguntarle como se sentía, a lo que el perro contestó.
- Estoy todavía flaco. Si me trajeras un capincho echaría tanta grasa que me parecería
a él.
- Buenos, pero es el último favor que te hago. Vendré dentro de dos días –dijo
mientras pensaba-. ¡Ya te ajustaré las cuentas!
A los dos días el tigre llegó a dónde se encontraba el perro, ya gordo y fuerte, que al verlo
se puso a ladrar.
- ¡Perro atrevido...! –dijo el tigre- ¿cómo te atrevés a ladrarme?
Dicho esto se abalanzó sobre el perro y quiso destrozarlo.
Pero el perro que había recobrado su fuerza, se alzó de manos y le lanzó cada dentellada
que al tigre le volaban los pelos en todas direcciones y no podía escapar. Finalmente pudo
soltarse y huyó a toda carrera. Cuando estuvo a cierta distancia quiso detenerse, pero al oír
los ladridos siguió corriendo.
Escondido entre los árboles del monte, tendido entre unos arbustos se puso a lamerse las
heridas que le había hecho el perro.
- ¡Cómo me engañó, este asqueroso perro! –se decía el tigre- ¡Ahora sí, al próximo que
atrape no escapará de mis dientes!
Una vez curado, el tigre, salió a buscar comida. En una loma vio un gran chivo, de larga
barba.
- ¡Eh, barbudo! Vine para comerte.
CUANDO EL DIABLO PERDIÓ EL PONCHO
Entre estrellas y bichitos de luz, que le daban cierto misterio a la noche veraniega, la
conversación de don Domingo Pereira languidecía en una historia de poco interés.
El moreno viejo miró hacia la espesura del monte como si de pronto hubiese percibido
algo extraño, dejando en suspenso el relato.
Nosotros miramos también hacia el lugar, pero ya sabíamos que eso era sólo un recurso
para recuperar nuestro interés en la conversación.
Después del quiebre, siguió contando, buscando el hilo que rescatara nuestro interés.
- Esto me hace acordar –dijo- a una vez que yo andaba tropeando por allá, por donde
el diablo perdió el poncho...
10
11
-
¿Qué el diablo perdió el poncho..? –pregunté picado por la curiosidad, pero más que
nada por darle pie a que contara una nueva historia.
- Sí, ¿no sabías que una vez perdió el poncho, lejísimo de acá? –dijo el moreno viejoY nunca oíste decir, cuando algo está lejos, que es “por donde el diablo perdió el
poncho”.
- ¿Y cómo fue que lo perdió?
- Fue a causa de un moreno, tan ingenuo como mal “arriado”, que se llamaba
Policarpo
- Cuente, cuente –insistimos todos.
Entonces Pereira contó así:
- Policarpo era un enloquecido por la música, especialmente por la guitarra. Boliche
donde había guitarrero, era boliche donde se pegaba hasta el amanecer. Muchas
veces quiso aprender a tocar la guitarra, pero era tan duro de oídos como de dedos,
que todos los intentos de aprendizaje habían fracasado.
En cierta ocasión le dijeron que podía aprender a tocar la guitarra en un solo día.
Para eso tenía que esperar a un viernes santo y clocarse abajo de una higuera.
La creencia dice que ese es “el día que florece la higuera” (1) y aquel que se coloca y la
ve florecer, queda loco.
El consejo era malintencionado, pero Policarpo, en sus ganas de aprender a tocar la
guitarra, no tuvo miedo.
Policarpo esperó ansioso la llegada del viernes santo y el día señalado se colocó debajo
de la higuera y esperó.
Hacía mucho frío y, cerca de la media noche, se le apareció un emponchado. Era el
mismo diablo en persona.
- Yo te enseñaré a tocar la guitarra –le dijo el Malo.- y para el otro viernes santo
serás guitarrero. Pero la condición es que a cambio de la enseñanza, que no es cosa
fácil, tratándose de un moreno duro de oído como vos, metas las manos en un
hormiguero, para lograr agilidad en los dedos, y digas tres veces:
- Por mi alma que es del Lucifer, quiero tocar la guitarra
Le dijo además que cuando eso se cumpliera lo esperara junto a la primera cruz del camino
para entregarle el alma y que ya sabría tocar la guitarra.
Hacía todo lo que el diablo le ordenaba, pero la gente se reía de él porque se daban cuanta
que aprender a tocar la guitarra en un solo día le era un imposible.
Y pasó un año y no aprendió nada, sólo consiguió un montón de ronchas y ardores por las
picaduras de las hormigas.
Y llegó el viernes santo del año siguiente y el aprendiz de guitarrero salió buscando una
cruz en el camino para encontrarse con el diablo y pedirle cuentas.
Pero como no encontró ninguna cruz en el camino, sentó sobre una cabeza de vaca y se
puso a pulsar la guitarra.
Entonces, en la fría noche se apareció el emponchado, galopando en un extraño bicho,
decidido a llevarse el alma del moreno.
Ni bien desmontó, se fue derechito a pedirle el alma, pero Policarpo que estaba enojadísimo
y no era nada manso, ni dejaba que se burlaran de él, sacó su facón y empezó a correrlo.
Al verlo tan enojado, el mandinga intentó huir, pero Policarpo lo agarró del poncho y para
desprenderse del bravo gaucho, no tuvo más remedio que dejar el poncho en manos de
Policarpo que cinchaba y cinchaba.
11
12
-
Y así fue como el diablo perdió el poncho, en un lugar lejísimo –concluyo don
Domingo Pereira.
Y todos nos fuimos a dormir.
(1) La higuera pertenece al grupo de las julíforas, que se caracterizan por tener flores apétalas (sin pétalos),
difíciles de apreciar, aun por lo entendidos .Este dicho ha dado origen a diversas leyendas y creencias
populares.
LA RATONCITA Y EL RATÓN
La ratoncita, un día encontró un vintén. Era una de aquellas antiguas y grandes monedas de
cobre de dos centésimos, nuevita y brillante. En poder de aquel sol reluciente la ratoncita se
sintió muy segura y pensó que ahora sí podría casarse.
Empezó a buscar pretendientes, pero ninguno la convencía, hasta que un día llegó un
ratoncito que lanzaba chillidos muy tiernos que terminaron conquistando a la ratoncita.
Se casaron y vivieron muy felices hasta que en cierta oportunidad, la ratona y el ratón
fueron invitados a una fiesta en un lugar alejado
Cuando ya habían salido de la casa, el ratón que era muy goloso pensó que iba a sentir
hambre por el camino y se acordó de un pedazo de tocino que la ratoncita había guardado
en la despensa. Entonces el ratón le dijo a su esposa que lo esperara que volvía a la casa a
buscar algo que había olvidado.
Cuando el ratón llegó a la casa, vio la gran olla de porotos que había quedado en la cocina.
Le pareció que sería más apetitosa esa comida que el tocino, pero cuando quiso meter el
hocico en el potaje, dio un mal paso, se cayó en la olla de porotos y se murió.
Al rato, en vista de que su marido no llegaba, la ratoncita volvió a la casa y lo encontró
muerto.
La ratoncita quedó muy triste.
Entonces la puerta le preguntó qué le pasaba, por qué estaba tan triste, y ella le contó su
historia. La puerta se entristeció tanto que para demostrarle su dolor le dijo: “Yo me voy a
abrir y cerrar siempre.”
Y la puerta se abría y se cerraba constantemente.
Un naranjo que vio a la puerta abrirse y cerrase constantemente le preguntó por qué hacía
eso.
Y la puerta le contó al naranjo lo que le pasaba a la ratoncita. Entonces el naranjo dijo:
- Yo de dolor voy a sacudirme todas mis hojas.
Al sacudir sus hojas, el naranjo quedó pelado, como nunca se había visto antes.
Una vaca, que vio al naranjo sin hojas, como nunca antes se había visto, le preguntó que le
pasaba. Y el árbol le contó a la vaca la historia de la ratoncita. la vaca se puso muy triste y
le dijo al árbol:
- Yo, me voy a quedar flaca de dolor.
Y la vaca enflaqueció.
Un día, fue la vaca a beber a la cachimba, y la cachimba que la vio tan flaca, le preguntó
que le pasaba. Y la vaca le contó la historia de la ratoncita. Entonces la cachimba le dijo a
la vaca:
- Yo, me voy a secar de tristeza.
Y la cachimba se secó
12
13
Un día un esclavo llegó a la cachimba a buscar agua con dos cántaros y al ver a la cachimba
seca, le preguntó qué le pasaba. La cachimba le contó la historia de la ratoncita y su dolor.
Entonces el esclavo dijo:
- Voy a romper los dos cántaros de dolor – y los rompió.
Cuando volvió a casa de su amo, no traía agua, ya que había roto los cántaros.
El patrón le preguntó:
- ¿Por qué rompiste los cántaros y no trajiste agua?
Entonces el esclavo le contó la historia de la ratoncita. Pero el patrón en lugar conmoverse
le dio una paliza y rompió el encanto del dolor de la puerta, del naranjo, de la cachimba y
del pobre esclavo.
Y la ratoncita quedó muy triste y tiempo después murió de tristeza.
EL TONTO Y EL ADIVINO
Pedro era un peoncito atropellado, algo torpe y muy ingenuo. Se creía todo lo que le decían
y por esa razón, a veces sufría la consecuencia de bromas pesadas de los otros peones de la
estancia.
En una ocasión, el domador estaba por iniciar su tarea con los potros. Tenía ya en el
corral, varios potros jóvenes y briosos.
Una madrugada de invierno, cuando todavía estaba oscuro, mandaron a Pedro a buscar
caballo para traer los terneros al corral.
Acostumbrado, como estaba, a montar en pelo, simplemente con un bozal, llegó al corral
de los caballos y de un salto, sin saberlo, se enhorquetó en uno de los potros.
Sorprendido, el animal, traspuso el alambrado de un salto con Pedro prendido de la crines.
Este que era algo tonto, pero muy buen jinete, se mantuvo un trecho en el lomo del caballo
hasta que en una seca costalada lo mandó de cabeza en una laguna cercana donde bebían
las vacas. Mientras, desde el otro extremo, los peones festejaban la chapetonada con
gruesas carcajadas.
Otro día, el patrón lo mandó a podar un árbol. Pedro se sentó en el extremo de una de las
ramas más altas y empezó a serrucharla contra el tronco.
Un paisano que lo vio serruchar mal la rama que le servía de apoyo le dijo:
- Pedrito, cuando termines de serruchar esa rama te vas a caer.
- Yo sé lo que hago –respondió el tonto- corté leña toda mi vida y nunca me caí.
El paisano quedó mirando a la espera del desenlace, y al poco rato Pedro se vino al
suelo, ante la risotada del hombre y sus amigos.
Se levantó dolorido por el golpe y algo extrañado preguntó:
- ¿Cómo pudo saber que me iba a caer?
- Yo soy adivino –contestó el paisano haciéndole una guiñada a los otros.
- ¿Entonces puede adivinarme otras cosas?
- Sí, puedo –dijo el paisano y como sabía que Pedro era muy supersticioso agregópuedo saber el día que te vas a morir.
- ¿Cómo? ¿Cuándo me voy a morir? –exclamó Pedro con más cara de tonto que
nunca
- Te vas a morir el día que veas a un gallo cantar tres veces seguidas a media
mañana.
13
14
Anduvo, Pedro, un tiempo sugestionado y se pasaba el día cerca del gallinero, atento al
canto de los gallos.
Un día el sol se destapó tarde debido a una intensa niebla y a eso de las diez de la mañana,
Pedro como de costumbre se acercó a espiar las aves de corral.
En ese momento en que se disipaba la niebla u gallo despistado lanzó tres potentes
kikirikís.
Pedro se llevó un susto tan grande que allí cayó redondito sin poder articular palabra.
Los peones de la estancia, que también eran supersticiosos y asustadizos, creyeron que,
víctima de un mal repentino, había caído muerto.
Lo cargaron en un carro y marcharon rumbo a su casa, a varias leguas de distancia.
Por el camino tuvieron que cruzar un arroyo algo crecido por las últimas lluvias.
Confundidos por aquel accidente y poco conocedores del lugar, equivocaron y se metieron
por donde era más profundo.
Al sentir el agua fría el tonto, a quien creían muerto, reaccionó y algo aturdid dijo:
- Cuando yo estaba vivo, el río se cruzaba del otro lado de los “sarandices”.
Al oír esto, los paisanos se llevaron el gran susto. Uno de ellos agarró un palo para dárselo
por la cabeza, al tiempo que le gritaba.
- Los muertos no hablan, pedazo de tonto.
Pero, el otro paisano, más asustado y atropellado quiso disparar y dio un empujón a su
compañero con lo que se fueron los dos al medio del río y tuvieron que salir nadando.
Desde la otra orilla, Pedro, que había seguido con el carro, repuesto totalmente del mal
trance, era ahora quien se reía de sus compañeros bromistas.
EL NEGRITO DEL PASTOREO
Hace muchos años, cuenta la leyenda, en esta región que llamaron Banda Oriental, había
un negrito, hijo de esclavos, que tenía a su cargo el cuidado de una pequeña majada.
Todas las mañanas debía llevar las ovejas con sus crías a un lugar, alejado de la vivienda,
donde había buenas aguadas y pasturas apropiadas, Al atardecer volvía para guardar los
animales junto a las casa en un corral rodeado por un cerco de piedra o pirca, como le han
llamado a esos muros, de la época en que no existían alambrados. Allí los corderos
quedaban al resguardo del frío nocturno y de las acechanzas de zorros, tigres y pumas.
En algunas épocas del año, cuando los pastos raleaban, por heladas, sequías o inundaciones,
era necesario alejarse de las casas.
Por eso, cierto día caminó, caminó y caminó hasta encontrar un lugar adecuado para la
majada, al otro lado de una enorme sierra. La cresta de esa sierra era una zona pedregosa y
sucia, cubierta de arbustos y espinas de la cruz, donde habitan víboras y toda clase de
alimañas.
Pero al otro lado de la sierra se extendía un abra cubierta de verdes y jugosos pastos. Más
allá el bosque costero de pitangas, espinillos talas y las más variadas especies de plantas
que llegaban hasta las proximidades de un arroyo de aguas cantarinas y claras que
resbalaban sobre el lecho de piedra.
Los ojos del negrito se dilataban como patacones, aquellas enormes monedas brillantes que
el patrón hacía tintinear sobre la mesa. Era un paisaje maravilloso. La boca del negrito era
una media luna de felicidad que abarcaba toda su ancha cara, “disfrutando que era un
contento”.
14
15
Llegar a ese lugar, atravesando la sierra por sinuosos caminos, había sido muy duro, pero
en este momento, eso no le importaba, lo que ahora disfrutaba, valía el esfuerzo. Tampoco
importaba llevar poco alimento, una galleta dura y un pedazo de charque seco y rancio
bastaban, allí podía encontrar otras cosas.
Desenterró macachines con su pequeño cuchillo, para saborear las agridulces batatitas,
jugosas y tiernas; recogió pitangas moradas y dulces, arrancó frutos de mburucuyá,
amarillos por fuera y sus rojas y carnosas semillas, redulces, por dentro; chupó los panales
dulces de las lechiguanas y bebió del agua cristalina y pura del arroyo.
Era una delicia de primavera el brillo del sol en el rocío del campo. Podría quedarse allí
mucho tiempo. Sabía hacer cimbras con trenzas de crin de caballo para cazar perdices,
encontrar los disimulados nidos con huevos de tero, que sus dueños despistan con falsas
alarmas, o los enormes huevos de ñandú. Podría quedarse allí toda la vida, si quería.
Jugando, bañándose en el arroyo, trepando a los árboles y soñando con una vida libre que
nunca había tenido, el negrito vio declinar el sol detrás de las sierras, más pronto de lo que
había pensado..
Recordó con inquietud que tenía que volver, de lo contrario lo buscarían para castigarlo, tal
vez cruelmente, como le habían contado que lo hacían, no por él sino por las ovejas, que el
patrón consideraba más valiosas.
Lo más rápido que pudo reunió la pequeña majada dispersa por el abra y emprendió el
regreso. El camino de la sierra era largo y escabroso. Tarde, muy tarde, ya noche cerrada
llegó por fin a la casa. El patrón, hombre despiadado, lo esperaba más enojado que nunca.
Al encerrar el rebaño, notaron la falta de una oveja, una ovejita negra, fácil de identificar,
pero difícil de identificar en la oscuridad de la noche en el campo.
El patrón le propinó un par de azotes y mandó al negrito nuevamente hacia la sierra en
busca de la oveja, con la promesa de un castigo mayor si volvía sin ella. Pero el negrito
sabía que cualquiera que fuera el resultado, igual sería castigado por su descuido.
Como todo niño, el negrito era miedoso y sentía un temor muy especial en la oscuridad,
pero no tuvo otra salida que internarse por los pedregosos y oscuros caminos de la sierra.
Buscó por todos los recovecos del monte, pero la oscuridad de la noche no le permitía ver
ni sus propias manos ya que la luna aun no se había asomado sobre las cumbres. A cada
paso tropezaba con las piedras o daba contra un espinoso arbusto que lo lastimaba.
Asustado y temblando de frío, en la oscuridad de la noche, pensó que su búsqueda sería
infructuosa, inútil. Se acurrucó contra un peñasco que formaba una pequeña gruta, entonces
recordó su bolsita donde llevaba yesca y un cabito de vela que los esclavos negros llevan
siempre como muleto. Pudo juntar a tientas unas hojas y pastos seco y, después de mucho
frotar logró hacer brotar una tímida llamita con la que encendió la vela que colocó en el
cuenco de la piedra, como invocando el espíritu de sus antepasados africanos para que
vinieran a protegerlo. Estos le ayudarían a pasar la noche más tranquilo.
Al otro día, los peones encontraron a la ovejita negra entre los arbustos de la sierra, pero al
negrito del pastoreo nunca más lo volvieron a ver.
Algunos dicen que los genios de los espíritus africanos fueron los que hicieron aparecer la
oveja en agradecimiento a la vela que el negrito les encendió. Otros dicen que fueron las
lechuzas quienes lo ayudaron a encontrarla, hay quienes afirman que fueron los teru terus
y... otros dicen que fue una casualidad.
También otras versiones de la leyenda dicen que el negrito del pastoreo fue encontrado y el
patrón le lo sometió a un brutal castigo que le costó la vida.
15
16
Pero lo cierto es que esta leyenda, cargada de superstición, ha permanecido entre la gente
del campo y cuando se pierde alguna cosa, encienden una vela al “Negrito del Pastoreo”,
para que le ayude a encontrarla.
COSA DE BRUJOS
Cierta noche un gaucho barbudo, cansado de galopar, llegó a al rancho de un pequeño
caserío rural y pidió al dueño de casa que lo dejara pasar la noche allí.
- Si por mi fuera lo dejaría pasar aquí la noche, pero lo que pasa es que hoy
celebramos el casamiento de mi hija y no tengo lugar donde alojarlo.
- No se preocupe paisano, un buen gaucho duerme en cualquier lado, aunque sea en
el galpón.
- Bueno, si es así quédese, allá donde guardo los cueros.
El gaucho vio que el paisano tenía el caballo prendido en el sulki, y entonces le preguntó:
- ¿A dónde piensa ir, con esta noche tan oscura?
- Tal vez no sepas que es costumbre, en estos lugares, que cuando se celebra una
boda se le lleve un regalo al brujo, y si no lo haces el diablo te arruina la fiesta.
- No seas tan supersticioso, no lleves nada, que nada te pasará.
El paisano hospitalario le hizo caso y no llevó ningún regalo.
Estaba por empezar la fiesta, ya venían los novios acompañados por muchos vecinos
cuando se les plantó en medio del camino un enorme toro que bramaba y removía la tierra
con las patas como para embestir, todos se asustaron pero al gaucho no se le movieron ni
los pelos de la barba. De entre sus piernas surgió, como por arte de magia, un perro que se
precipitó hacia el toro y le clavó los colmillos en el pescuezo. El toro se desplomó.
Siguieron adelante, pero antes de llegar se les interpuso un gigantesco chancho negro.
- No se asusten –gritó el gaucho- yo no voy a permitir que pase nada malo.
Y otra vez volvió a salir de entre sus piernas un perro, y de una feroz dentellada espantó al
chancho negro.
Siguieron adelante, pero al encuentro del cortejo le salió una liebre que cruzó el camino,
casi rozando las patas delanteras del caballo que tiraba el sulki de los novios. Los caballos
se detuvieron, relinchaban, pero no se movían del lugar.
- ¡No te hagas la boba, liebre! –gritó el gaucho barbudo-. Ya nos vamos a encontrar
solos, más tarde vos y yo.
La liebre desapareció entre los pastos y el cortejo volvió a ponerse en marcha. Llegaron al
lugar de la fiesta pero antes de entrar, un cuervo negro se les interpuso, graznando, en el
portón de entrada.
- ¡No te hagas el bobo, cuervo! -gritó el gaucho barbudo-. Ya nos encontraremos
solos, vos y yo. el cuervo levantó vuelo y el portón quedó libre para que entraran
todos.
Se sentaron a la mesa y los recién casados brindaron con los invitados, empezaron a comer,
a beber y a divertirse. Mientras tanto el brujo estaba malísimo, no le habían regalado nada
y no le había salido ninguna de sus triquiñuelas.
Entonces se presentó en la casa, entró sin sacarse el sombrero, sin saludar ni hacer ningún
cumplido a los presentes y le dijo al gaucho barbado: - Estoy enojado contigo.
- ¿Por qué? No te pedí dinero prestado y vos no me debés nada, mejor será que
tomemos una cerveza y lo pasemos bien.
16
17
-
Está bien –dijo el brujo y llenando un vaso de cerveza se lo alcanzó al gaucho- bebe
gauchito.
Bebió el gaucho y en el momento vio que le faltaban todos los dientes.
- ¡Ay, ay! –dijo el gaucho- ¿con qué podré ahora comer galleta?
Entonces se dio cuenta de la treta del brujo y arrojó lejos la cerveza, por el lado izquierdo
del hombro y al instante volvió a tener los dientes como antes.
- Ahora soy yo el que invita -dijo el gaucho alargándole un vaso de cerveza al brujo.
Pero el brujo sabía que si bebía le iba a pasar algo terrible. Se levantó y salió
corriendo, subió a su caballo y no apareció más por el lugar.
La fiesta duró hasta la madrugada y todos quedaron agradecidos al gaucho desconocido,
que, después de un merecido descanso, siguió su camino.
LOS ANCIANOS Y LOS FRUTOS MÁGICOS
Había una vez una pareja de ancianos muy pobres. Como ya no les quedaba nada para
comer fueron al monte y encontraron un guayabo cargado de frutos. Comieron hasta que
saciaron el apetito. Recogieron las que quedaban y se las llevaron para su casa, antes de
entrar a la casa un fruto cayó quedando escondido en la tierra del piso.
Al poco tiempo la semilla germinó y la planta empezó a crecer debajo de la mesa. La
anciana se dio cuenta que ya tocaba el fondo de la mesa y le dijo a su marido:
- Vamos a correr la mesa y dejar que crezca la planta. Cuando la planta haya crecido,
no tendremos que ir al monte a buscar fruta, podremos recogerla sin salir de aquí.
Corrieron la mesa y el árbol siguió creciendo, hasta que alcanzó el techo. El anciano abrió
un boquete en el techo y el árbol siguió creciendo hasta tocar el cielo. Cuando ya se les
había terminado la reserva de guayabas, el hombre tomó una bolsa y trepó al árbol.
Trepó y trepó hasta llegar al cielo. Anduvo de un lado para otro y vio un gallo de cresta
dorada y barba colorada y un molinillo, como los de moler maíz con una larga manivela.
Agarró el gallo y el molinillo y se los llevó a su casa.
- ¿Qué vamos a comer? –preguntó- ¿Queda algo?
- Espera. Voy a probar el molinillo –dijo la mujer y empezó a hacer girar la
manivela.
Y, a cada vuelta de manivela salía una torta o un pastelito, con lo que pudieron comer.
Acertó a pasar por allí un jinete cansado de un largo viaje. El jinete bajó del caballo, golpeó
la puerta de la casa y cuando lo atendieron dijo:
- ¿Tendrían algo para comer? Vengo muerto de hambre.
La anciana tomó el molinillo y empezó sacar tortas y pasteles, que el hombre comió en
gran cantidad. Después le dijo.
- Abuela, véndeme el molinillo
- No –dijo la anciana - no puedo venderlo.
A la noche, sin pensarlo mucho, el desconocido, robó el molinete maravilloso y huyó.
Cuando los ancianos descubrieron la desaparición del molinillo y se pusieron muy tristes.
- No se preocupen –dijo el gallo de la cresta dorada- , yo volaré y le daré alcance.
El gallo voló y voló hasta dar con la casa el desconocido, que era una estancia con un gran
edificio de azotea. Se posó en lo alto de la portera y se puso a cantar: - ¡Quiquiriquí!
¡Señor, devuélvanos el molinillo, oro y tomillo!
Cuando el hombree oyó aquello ordenó a un peoncito:
- ¡Muchacho, atrapa ese gallo y tiralo al agua!
17
18
Atraparon al gallo y lo echaron a un pozo. Entonces el gallo empezó a repetir:
- ¡Piquito, piquito, bebe agua! ¡Boquita, boquita, bebe agua!
Y al fin el pozo quedó seco. El gallo voló hasta la mansión del señor, se posó en el balcón y
se puso a cantar.
- ¡Quiquiriquí! ¡Señor, señor, devuélvenos el molinillo, oro y tomillo!
El señor ordenó a su cocinero que atrapara al gallo y lo echara al fuego. Entonces el gallo
empezó a canturrear:
- ¡Piquito, piquito, echa agua! ¡Boquita, boquita, echa agua!- y el fuego se apagó.
el gallo escapó y se metió en el comedor donde se preparaba una gran fiesta con muchos
invitados y se puso a cantar.
- ¡Señor, señor, devuélvenos nuestro molinillo oro y tomillo!.
Al oír el escándalo que armaba el gallo, salieron corriendo de la casona y el gallo recogió el
molinillo y volvió a la casita de los ancianos.
FERMÍN MANOTÓN
Fermín Manotón era un campesino, tan fuerte y recio, que si un pájaro que pasaba volando,
lo rozaba, caía redondito. Pero su vida era muy dura, porque como no era nada inteligente
todos se reían de él, hasta que un día pensó:
- Me siento tan deprimido que me voy a tirar de cabeza al pantano.
Y cuando llegó al pantano, las ranas, al verlo saltaron del agua, entonces dijo:
- No me arrojaré al pantano. Veo que yo también puedo meter miedo a otros.
Regresó a su casa y ya se disponía a salir al campo, su caballo era un matungo flaco, lleno
de mataduras, con el pescuezo llagado por la “pechera”, de tirar el carro y el arado. Estaba
cubierto de tábanos y moscas. Se acercó Fermín y de un manotón mató a cien, de un
sopetón y dijo:
- ¡Sin duda, soy un valiente soldado! ¡Yo no quiero arar, quiero guerrear! ¡Me voy a
la guerra, ahí está lo mío!
Los vecinos se rieron de él.
- ¡Lo tuyo es cuidar chanchos y no andar lanza en mano!
Fermín no hizo caso de nadie, se proclamó a si mismo soldado de la patria, tomó la
cuchilla de cortar carne y el machete de montear, escribió en una pared: “¡Me voy a la
guerra, de un manotón, mato a cien de un sopetón!”. Montó en su matungo y salió al
campo.
Ni bien se hubo alejado llegaron a su casa dos jinetes que andaban buscando gente para la
leva., leyeron la inscripción y dijeron:
- ¿Quién será ese gaucho tan valiente? ¿A dónde habrá ido?- y se lanzaron al camino
para tratar de encontrarlo.
- ¿Quiénes son ustedes? –preguntó cuando los vio acercarse.
- Tranquilo amigo, somos valientes y esforzados oficiales del ejército patriótico y
buscamos gauchos valientes que nos acompañe.
- ¿Cuantas cabezas pueden cortar de un solo golpe? –preguntó Fermín.
Uno dijo:
- ¡Cinco!
Y el otro agregó:
- Diez.
18
19
-
¿Valientes y esforzados? Ja, ja, ja. Son apenas unos aprendices. Yo sí soy guapo.
¡De un manotón, mato a cien, de sopetón!
- Acepta nuestra amistad, incorpórate a nuestro ejercito
- Está bien –dijo Fermín- ustedes pueden seguirme.
Los tres siguieron por el campo hasta que llegaron a un bosque, cerca de las filas
enemigas, desmontaron para descansar y dejaron los caballos sueltos. En eso uno de los
vigías enemigos los descubrió y llevó la noticia a su capitán.
- ¿Qué hacen esos gauchos matreros en nuestro territorio? Deben ser espías
enemigos, una avanzada que nos quiere sorprender.
Y enseguida reunió lo mejor de su tropa y mandó que limpiaran el monte de intrusos. Los
gauchos que acompañaban a Fermín vieron avanzar el pelotón y le informaron alarmados.
- Vayan a darles batalla y yo veré si son valientes –ordenó Fermín.
Arremetieron los gauchos de Fermín, con tal ahínco que la tropa se disparó en desbandada.
- Van mal las cosas – dijo el capitán y volvió a reunir de nuevo un gran ejercito y
puso al frente a un gigantón que tenía una cabeza grande como una barrica de
yerba, alto como un cerro. Montó Fermín en su matungo bichoco, salió al encuentro
del gigante y le dijo:
- Vos sos un esforzado guerrero, y yo también. No está bien que tan valientes
gauchos crucemos lanzas sin habernos saludado antes. Primero vamos a saludarnos
y después entraremos en combate.
- Está bien –respondió el gigante.
Se separaron y empezaron a hacer reverencias. Mientras el gigante inclinaba la cabeza y la
volvía a levantar pasaba como una hora. Fermín aprovechó el momento, desenvainó su
machete de montear y le rebanó la cabeza.
Los soldados enemigos, asustados se dispersaron al galope tendido. Fermín montó en el
caballo del gigante y se lanzó tras la tropa en desbandada, venciéndolos a todos.
El gobernador, enterado de las hazañas de Fermín Manotón y sus compañeros, los mandó
llamar, los colmó de honores y nombró a Fermín Jefe del Ejército.
Tiempo después, tropas de un país enemigo se acercaban peligrosamente a la frontera con
intenciones de invadir el territorio.
Llamó a Fermín y lo puso al frente de las tropas de la defensa, recomendando a los
soldados que cumplieran sus órdenes al pie de la letra.
Montó Fermín en su matungo, que ahora estaba bien alimentado, fuerte y sano, dirigiéndose
a la frontera.. Al pasar por el monte cortó un fuerte lapacho y sus soldados hicieron lo
mismo. Llegaron a un profundo río, pero no había puente, y para cruzar había que recorrer
una larga distancia. Fermín arrojó el lapacho al río, los soldados procedieron del mismo
modo y se formó allí una represa, por la que pasaron a la otra orilla. Tomaron por sorpresa
al ejército enemigo y lo derrotaron.
Al regreso el gobernador dio una gran fiesta a la que asistió todo el pueblo. Y al final de la
fiesta un paisano cantaba:
Yo estuve allí y vino bebí
empiné el codo
pero nadie me vio beodo.
Comí col y luego pipas
pero no me llené las tripas
Me pusieron un gorro
19
20
y me partieron el morro.
Me dieron un gabán verde
verde como el mar
y los pájaros cantaban
¡Verde gabán!
¡Verde gabán!
Y creí que decían:
¡Deja el gabán!
y me lo quite de encima.
Me regalaron zapatos
Y los pájaros gritaban:
¡Regalaron los zapatos!
Y yo creí que decían:
¡Robó los zapatos!
Entonces me los saqué
y descalzo quedé.
Como la noche estaba fría
me acosté en un galpón
y dormí hasta el otro día.
Y de la fiesta. Ni sabía.
PEDRO MALASARTES Y LA PALOMA DE ORO (*)
Pedro Malasartes, es un gaucho artero que anda de campo en campo buscando changas o
tratando de vivir a gracias a la credulidad o la buena fe de la gente simple.
Le gustaba recorrer libre los campos, conocer lugares y gentes, hablar con los paisanos y
realizar secretos negocios con seres del más allá, según él. En realidad lo que le gustaba
más era andar y vivir sin trabajar
Un día, como tantos que estaba sin trabajo y sin dinero, salió sin más recursos que su
propio ingenio. Tenía confianza en la iniciativa de sus proyectos y esperaba conseguir los
medios de ganancia que le permitieran seguir su peregrinar por el mundo.
Era casi la noche, el pobre pícaro iba rumbo al pueblo, aun lejano, rendido de cansancio y
hambriento sin ninguna posibilidad de encontrar donde hacer noche y comer algo, para
reemprender camino al día siguiente y buscar alguna changa.
Necesitaba dinero para comprar alimento y conseguir algún medio de transporte para
trasladarse con menos esfuerzo.
El pueblo todavía estaba lejos y ya se acercaba una noche que prometía ser muy fría. El
campo desierto no mostraba casa ni árbol donde guarecerse.
Su imaginación trabajaba en vano al no tener destinatario, cuando, torturado por el hambre
atisbó una posibilidad de salvación al oír el retumbo de los cascos de un caballo que trotaba
alegremente, acercándose, cada vez con mayor nitidez. La casualidad se le presentaba en el
camino.
Un gordo y elegante jinete, bien vestido, avanzaba al trote en un hermoso caballo criollo.
Una luminosa idea cruzó por la mente de Pedro Malasartes, al verlo. Enseguida, el
ingenioso caminante buscó una erizada tuna y arrojándose al suelo la cubrió con el
20
21
sombrero apretando las alas contra el piso como si contuviera algo vivo y muy valioso que
se le quería escapar.
Cuando el desconocido jinete se le acerca, curioso de ver aquel hombre tirado contra el
suelo le pregunta:
- ¿Qué hace allí, hombre?
- Acabo de cazar una paloma de oro.
- ¿Sos cazador?
- No, señor..., yo iba hacia el pueblo donde tengo mis bienes, y me la encontré
dormida, porque usted sabrá que este tipo de animal se duerme muy temprano.
- ¿Y está viva?
- Sí, señor, está vivita y coleando.
- Entonces será fácil verla.
- Imposible, señor. Es muy arisca y tiene una fuerza poderosa, por eso casi nunca se
les ve por estos lugares, tal vez sea única.
- ¿Será la paloma de la leyenda sagrada?
- Posiblemente...
- ¿Quiere vendérmela, se la puedo pagar muy bien?
- Imposible señor, señor. Estas aves son una fortuna del cielo.
Acicateado por la curiosidad e impresionado por el maravilloso hallazgo, el hombre
desmontó, observando con interés al raro personaje del camino. Inmediatamente, el
ambicioso caballero, pensó que podría engañar al, aparentemente, ingenuo caminante.
Y decidido a conseguir, a toda costa, aquel tesoro, insistió con su oferta. Para nada
sospechaba que Pedro Malasartes preparaba una de sus jugarretas, quien humildemente
le dice:
- Vea, señor. Estoy pensando en su propuesta
- Me alegra escucharlo –que evidentemente era un ambiciosos comerciante- buen
hombre. En la vida todo es cuestión de vender y comprar.
- Es cierto, señor.
- ¿Entonces me la vende?
- Sí, señor. De todas maneras yo no la necesito. Soy rico, me encuentro en esta
situación porque unos pícaros me robaron el caballo.
- ¡Claro! Dígame cuánto vale.
- El precio es lo de menos, señor. Ya lo arreglaremos, pero antes ayúdeme a cazarla.
- ¿En qué forma, si ya está prisionera?
- Pero es muy arisca, no podremos tenerla segura sin una jaula adecuada. Tengo que
ir hasta el pueblo cercano para conseguirla. Usted tendrá sostener este sombrero
con mucha fuerza.
- Pierda cuidado, de mis manos no se escapará –dijo el desconocido, pensando tal
vez en poder engañar a Pedro.
- Pero sabe que en estas cosas hay que andar rápido, si voy a pie, demoraré mucho y
la paloma puede asfixiarse.
- Tiene razón, vaya en mi caballo, que es muy manso, y vuelva pronto.
- Ah, señor. También necesito algo de dinero, para gratificar el préstamo de la jaula,
ya que los pícaros del camino me desplumaron.
- Bueno –dijo el hombre- pero usted tendrá que sacar el dinero de mi bolsillo, porque
yo ahora tengo las manos ocupadas en sostener el sostener esta presa.
- Con su permiso, señor, sólo sacaré unos pesitos.
21
22
-
Está bien, amigo –dijo el hombre deseando que Pedro se fuera lo más pronto
posible.
Inmediatamente el Malasartes le metió la mano en el bolsillo del caballero, que
permanecía de bruces en el suelo, y la sacó llena de billetes, mientras agregaba:
- ¡Caramba, señor! Va a tener que prestarme su sombrero, ya que el mío, está
cubriendo a la paloma, y no está bien que una persona como yo ande destocada.
- Bueno, bueno, amigo –dijo el hombre ya fastidiado por la demora- póngase mi
sombrero y vaya rápido.
- Muchas gracias, señor –dijo Pedro- en seguidita vuelvo.
El pícaro montó a caballo, dejando la imaginaria presa en custodia del comerciante,
apretó los talones y salió al galope tendido levantando el polvo del camino. Ahora sí, al
llegar al pueblo vendería caballo y montura, llenando aun más sus bolsillos.
Mientras tanto el ambicioso hombre acostado de bruces contra el suelo, meditaba el
magnífico negocio de la paloma de oro, de cuya historia había oído hablar muchas
veces. Ahora sí, cazada viva la llevaría a la ciudad y obtendría una ganancia fabulosa y
todo el mundo tendría envidia de conocer el secreto de quien era su propietario.
Entretanto el tiempo pasaba y cono el dueño del hallazgo no volvía, con la jaula ni el
caballo, el caballero empezó a desconfiar. No se trataría de algún engaño preparado
para burlar su buena fe.
La noche se acercaba cubriendo el paisaje de sombras y la curiosidad del ambicioso
aumentaba hasta el grado de pretender levantar las alas para contemplar la hermosa
paloma cautiva, pero tenía miedo que el valioso tesoro escapara.
Prudente esperó un rato más, pero al llegar la noche, y ante el peligro de la oscuridad,
perdió la paciencia y al no percibir movimiento dentro del sombrero, pensó que podía
capturar con su mano la paloma ya dormida. Puso una pesada piedra sobre un borde
del ala del sombrero y levantando apenas el otro lado lanzó un rápido y fuerte manotón.
Lanzó al punto un fuerte gemido porque la mano se clavó, o mejor dicho, en su mano
se clavó en la espinosa y agresiva tuna.
La lección del ambicioso había sido amarga y dolorosa por haber creído en la buena
palabra de un desconocido. Ahora, el engañado negociante debía regresar a pie por los
oscuros caminos del monte, sin caballo, sin dinero, ni paloma, por culpa de su
desmedida ambición.
Mientras tanto Pedro Malasartes, en el almacén del pueblo invitaba a todos con el fruto
de su picardía y se reía recordando las maldiciones del inocente caballero castigado.
(*) Pedro Malasartes, es el pícaro de raíz española, cuyas anécdotas han sido muy
conocidas en la campaña uruguaya y también en otros países de América. En
Europa es conocido como Pedro Urdemales o Pedro el de Malas.
El personaje está ya en una comedia de Cervantes, titulada precisamente “Pedro de
Urdemalas”, una de las últimas obras del autor, data según algunos, de entre 1610 y
1612. Según los estudiosos del tema se inspira en un personaje folclórico, cuya
existencia aparece en una carta fechada entre 1175 y 1185. Luis F. Díaz Larios en la
Introducción a la Comedia “Pedro de Urdemalas” M. de Cervantes. (Biblioteca
Clásica Ebro. Zaragoza. España. 1980) expresa: “Pedro de Urdemalas representa el
22
23
tipo ‘tretero, taimado y bellaco’, del que ‘andan cuentos en el vulgo que hizo muchas
burlas a sus amos y a otros’.
Atención especial merece la obra en que por primera vez el personaje folclórico
alcanza rango de protagonista. O, dicho con más exactitud, en que el protagonista
lleva el nombre de figura tradicional.”
LA SOPA DE PIEDRA
Pedro Malasartes andaba de campo en campo, de pueblo en pueblo, buscando donde
dormir, comer, conseguir alguna changa y hacerse de dinero sin mayor esfuerzo, gracias
a su habilidad para burlar a los ingenuos y ambiciosos.
Una mañana en que holgazaneaba junto a un grupo de parroquianos, en un almacén de
campaña surgió la conversación sobre una anciana muy tacaña que vivía cerca de allí.
- Es tan tacaña que no le de comer ni a los perros que cuidan la casa –dijo un
paisano.
¿Será para tanto? -Dijo Pedro Malasartes, que escuchaba recostado al mostrador, como
siempre y vio la oportunidad de conseguir comida y hacerse de unos pesos, les salió al
cruce de la conversación.
- ¿Qué no? Cuando sirve la comida, cuenta los porotos que pone en el plato –agregó
otro.
- No, creo que sea para tanto...
- Pero tan, tan amarreta es –dijo otro- que no da ni los buenos días.
- ¿Quieren apostar a que le hago pagar una comida y me da un montón de cosas de
buena gana? –agregó el pícaro.
- ¡Estás loco! Es tan avara que no da ni una sonrisa.- seguían los comentarios.
- Dicen que no come huevos por no tira las cáscaras.
Bueno, ¿aceptan o no aceptan la apuesta?
Y como en esos lugares abundan los desocupados, aficionados por la apuestas, no
demoraron en aceptar y, confiados en ganar apostaron mucho dinero contra Pedro
Malasartes, ya que conocían la dureza de la anciana.
Pedro ya tenía su plan preparado. Recogió su poncho, una gran olla y un improvisado
brasero y una bolsa, montó su caballo y salió al galope rumbo al lugar donde vivía la
anciana.
Una vez llegado al lugar, se instaló al borde del camino, cerca de la portera de entrada a la
casa de la tacaña anciana.
Sabiendo que la anciana lo observaba, Pedro recogió leña, encendió el fuego y puso la olla
con agua. Pasó un largo rato fingiendo que cocinaba
La mujer espiaba intrigada, mientras Pedro seguía poniendo leña al fuego y agregando
agua, hasta que en cierto momento no resistió más la curiosidad y se acercó a mirar
disimuladamente.
Pedro, como si nada, siguió “cocinando”, ponía más leña, agregaba agua y esperaba, hasta
que la mujer no pudo más de curiosidad y se acercó.
Entonces Pedro, tomó una piedra, la lavó bien, la puso en la olla y siguió avivando el fuego.
Entonces la anciana saludó y preguntó.
- Hola joven ¿está cocinando piedras?
- Si, señora, como lo ve, estoy haciendo una sopa.
- ¿Sopa de piedras? ¡Nunca vi nada igual!
23
24
-
¡Y queda riquísima! – respondió Pedro.
¿Demora mucho en cocinarse? –preguntó la mujer llena de dudas.
¡Sí, demora bastante! –respondió el pícaro cocinero.
¡Y se puede comer?
¡Claro, señora! Si no, para que iba a perder tiempo. – Y seguía poniendo leña al
fuego.
La mujer miraba la piedra y miraba a Pedro, incrédula y desconfiada.
- ¿Y es sabrosa esa sopa? – Preguntó al fin
- Sabrosa y barata, pero queda mejor si se el pone algún condimento.
Y llevada por la curiosidad, y a instancias de Pedro la señora fue llevando, en sendos
viajes a su despensa, cebolla, perejil, ajo, sal...
A rato Pedro le preguntó:
- Con un trozo de carne y tocino, quedaría mucho mejor.
- Sí, yo tengo en casa- dijo y corrió a traerlos.
La carne en la olla, la leña en el fuego y la mujer sentada mirando. Después de un rato
Pedro dijo:
- ¿La señora no tendrá algún tomate? -agregó después Pedro.
- Sí, dijo la mujer con gran ansiedad trajo tres tomates rojos y brillantes.
Pedro los puso en la olla y los dos esperaron hasta que la mujer comida por la ansiedad
preguntó:
- ¿No necesita nada más?
- Bueno... –dijo Pedro displicente- con alguna papa y algún boniato quedaría muy
bien.
Y la mujer trajo papas y boniatos, los pelaron, los lavaron y los pusieron en la olla
Al rato, ya con tanta curiosidad como apetito, convertida en ayudante del cocinero dijo
la señora:
- Humm…, esa sopa está bien olorosa. ¿Será que ya las piedras están blanda?
- Puede ser, pero con un chorizo y nos fideos, para espesarla, quedaría tan rica –dijo
Pedro.
La mujer los trajo y ella misma los metió en la olla.
Cocina que te cocina, allí fueron llegando porotos, repollo, boniatos, papas y zapallos
hasta que la sopa estuvo pronta. Entonces Pedro le pidió platos y cubiertos.
Una vez allí la vajilla, Pedro, separó las piedras de la olla, llenó los platos y le dio uno
a ella.
- ¿Cómo, no vamos a comer las piedras?
- Claro que no, acaso tengo dientes de hierro. Las piedras son para dar sabor a la
sopa.
Y después que se zampó su plato, Pedro montó al caballo y se fue a cobrar la apuesta.
24
Descargar