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44. EN PORTADA
El cambio
del Ártico
En las islas Svalbard, situadas a sólo mil kilómetros del polo
Norte geográfico, es donde los hielos permanentes
empiezan a romperse. Es un enclave de primera línea para
explorar los efectos del cambio climático y hasta aquí se
desplazan muchas expediciones científicas y algunos
viajeros curiosos. También lo ha hecho el Magazine.
Texto de Antonio Cerrillo Fotos de Xavier Cervera
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El barco se ha abierto camino y ha dejado una estela en
el mar de hielo. Placas de unos 60 centímetros de grosor
cubren la superficie en la costa suroeste de las Svalbard,
frente al fiordo de Hornsund y Sorkapp Land
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u
EN PORTADA EL CAMBIO DEL ÁRTICO
Un gran estruendo ha despertado a
los viajeros del MS Fram, un barco
de exploración de 114 metros de
eslora que recorre la costa occidental
de las islas Svalbard, un archipiélago
situado al norte de Noruega, entre el
océano Ártico y el mar de Groenlandia y a unos 1.000 kilómetros del
polo Norte geográfico. Son las seis de
la mañana, y los pasajeros han
saltado literalmente de la cama,
aunque el sol en ningún momento ha
desaparecido del cielo en esta irreal
noche polar. La cubierta se llena de
cámaras, prismáticos y flashes.
Las placas de hielo visibles desde
el camarote empiezan a menudear y,
en poco tiempo, observadas desde la
cubierta, rodean el barco hasta
formar una masa helada cada vez
más espesa. Al principio, son bloques
de hielo pequeños, con formas
irregulares de unos 60 centímetros
de longitud y medio metro de grosor.
Pero, a medida que el barco avanza,
aumentan de tamaño. Y, al final, lo
ocupan todo. Casi no se ve agua en el
mar.
El barco navega cansino entre los
bloques de hielo, que ocupan un área
inabarcable a la vista. Cada golpe con
la proa provoca otro estruendo que
aparta las placas violentamente. Una
vez desplazadas, chocan entre sí, se
superponen, se atropellan, se
deforman, y van desencajando un
puzzle infinito.
Los impactos estremecen todo el
barco con un ruido continuo que se
hace intenso por momentos. El ritmo
del balanceo es un sismograma que
mide la intensidad y la resistencia de
cada placa. Casi se pueden contar las
veces que la proa siega una placa con
su bulbo ariete rompehielos.
Así surca su camino el Fram en la
costa de las Svalbard, en una
expedición divulgativa en la que
científicos, periodistas y viajeros
explorarán unas islas que, con una
superficie que duplica la de Irlanda,
se han convertido en el gran centro
de experimentación e investigación
sobre el cambio climático. Las
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Svalbard son un balcón a las transformaciones que convulsionan el círculo
Ártico. Ahora, todos los pasajeros
ansiosamente fotografían, graban,
otean con prismáticos esta geografía
menguante de hielos árticos en
regresión como consecuencia del
cambio climático.
Las Svalbard marcan el límite de
las zonas del hielo marino permanente. A principios de junio, cuando el
Fram recorre las costas oeste y
suroeste, aún están llenas de hielo. El
capitán no garantiza que se pueda
rebasar los 80º de latitud norte. “Este
no es un barco rompehielos; para
serlo debería estar más protegido, sólo
podemos atravesar placas de 50 o 60
centímetros”, explica el capitán, Rune
Andreassen.
El deshielo se retrasó este año un
mes en el Ártico. En abril, la banquisa
empezó a declinar; pero en mayo se
aceleró drásticamente y a principios
de junio “la superficie total derretida
ya supera el área de deshielo acumulada por estas fechas en el 2007”, el
año que acabó marcando un récord de
deshielo al finalizar el verano, explica
Olav Orheim, un glaciólogo noruego
que acompaña la expedición y que es
secretario ejecutivo del Consejo de
Investigación de Noruega. Pero es
pronto para saber si este septiembre
se volverá a marcar un nuevo récord.
“Eso dependerá de las condiciones
meteorológicas y del viento. Debe
darse un verano muy caluroso para
que se produzca”, dice Orheim.
El hielo en el océano Ártico
alcanzó su mínimo histórico en
septiembre del 2007, cuando su
extensión se redujo a 4,2 millones de
kilómetros cuadrados, frente a los 7,8
millones que alcanzó en 1980, lo que
supuso una pérdida equivalente a
unas siete veces la superficie que
ocupa España. En septiembre del
2008, registró la segunda extensión
más baja de nieve desde 1979, y en el
2009 el mínimo alcanzado a final del
verano supuso el tercer récord.
En el barco viaja Sigri Sandberg,
que repasa su vida en la capital del Æ
Ny-Ålesund, un antiguo
emplazamiento minero,
acoge ahora una decena de
estaciones científicas,
como en la que trabaja el
microbiólogo chino Zhang
Rui, de la Universidad de
Xiamen (arriba). A la
izquierda, Jean Pierre
Gatusso, que dirige un
equipo franco-alemán en
cuyas investigaciones
colabora el equipo de
Zhang Rui. Abajo,
instalaciones colocadas en
el mar permiten aislar
columnas de agua para
analizar cómo responde la
microfauna calcárea al
proceso de acidificación del
mar por la absorción de CO2
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EPÍGRAFE EPÍGRAFE
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archipiélago, Longyearbyen, la
localidad más septentrional del
planeta en donde viven familias. Allí
reside desde hace cinco años. Dejó el
continente y decidió acompañar a su
marido, policía, en su traslado a este
pueblo de 2.080 habitantes, donde se
ha acostumbrado al frío intenso y a
los cuatro meses de sol de medianoche, cuando los protagonistas son la
nieve y el hielo. “Llevo a los niños a la
guardería cada día con la moto de
nieve. Es fácil conducirla, aunque es
peligroso, porque no hay carretera,
hay tramos embarrados y es fácil que
haya accidentes; no hemos sufrido
ninguno por ahora, pero cada año los
hay”, explica en la proa del barco.
La banquisa ocupa grandes
superficies. Los altavoces del barco
confirman que no es posible entrar
en el fiordo de Horsund, y la
embarcación continua el trayecto
paralelo a la costa. El color blanco
del mar helado se prolonga sin
interrupción hasta las montañas
nevadas, abruptas y puntiagudas de
Spitsbergen (principal isla de las
Svalbard). Las nubes, también
blancas pero luminosas, marcan el
camino del primer fiordo de entrada
en el archipiélago. Superada la capa
helada marina, se vislumbra el mar
abierto, una zona despejada de un
azul intenso, a donde apunta la proa.
Olav Orheim subraya las anomalías climáticas en las Svalbard:
“Hemos tenido durante los últimos
inviernos temperaturas de cinco y
seis grados superiores a la media en
un mes normal. El cambio climático
es un fenómeno general, pero en el
Ártico se nota más”.
El resultado es que las comunicaciones ahora resultan más fáciles.
“Antes, en invierno, solíamos tener el
mar helado en todas partes; y hoy
tenemos un océano más caliente que
derrite el mar helado. Los barcos no
podían venir a las Svalbard hace 50
años en invierno. No podían llegar a
principios de año a Longyearbyen, la
capital, sino que paraban en diciembre. En cambio, ahora se puede venir Æ
todos los meses del año”, dice
La atmósfera polar envuelve la isla de Ytre Norskøya, en la parte más septentrional de la isla de Spitsbergen
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Orheim. “Hay mucho menos hielo
que antes. Yo no estaba hace 50 años,
pero la gente con experiencia
asegura que hay menos hielo”,
confirma el capital Andreassen,
quien admite que es la primera vez
que navega hacia Spitsbergen.
El explorador Fridtjof Nansen
tardó tres años, entre 1893 y 1896, en
cubrir la ruta entre Siberia y las
Svalbard, en un histórico pero
frustrado intento de llegar al polo
Norte –en el viaje, primero, empujado por hielo a la deriva, y después, a
pie, se quedó en los 86º 14’ de latitud
norte, sin poder rematar la gesta–.
Ahora, ese recorrido en barco de tres
años se podría hacer en sólo medio
año, dado los enormes deshielos en
verano, afirma Orheim.
De repente, a estribor, el manto
unas fotos de fiestas familiares en su
ordenador antes de echar un vistazo
al desfile de glaciares que se vislumbra tras los ventanales del barco.
El retroceso de las capas heladas y
los glaciares continentales en las
regiones árticas (Alaska, Canadá,
Groenlandia, Noruega o Siberia) está
haciendo subir el nivel de los mares.
“Los glaciares de las Svalbard que
han tenido un seguimiento desde
hace más tiempo registran una
pérdida neta de unos 16 metros de
altura en 40 años”, apunta Olev
Orheim. Las mediciones del espesor
de los hielos en dos de ellos (el
Austre Broggerbreen y el Midre
Lovénbreen) no dejan lugar a dudas.
Pierden un grosor de 40 centímetros
al año, según marcan las varillas que
han venido siendo medidas en ellos
Los glaciares de las Svalbard registran
una pérdida neta de unos 16 metros
de altura en los últimos 40 años,
confirma un glaciólogo noruego
blanco de la costa se ve iluminado
por un sol con potentes rayos que se
proyectan sobre la superficie marina
helada; el paisaje se transforma en
mil pequeños icebergs en aguas
abiertas. Las aves –los elegantes
araos de blanco y negro, las gaviotas
tridáctilas y los frailecillos atlánticos,
de vistoso pico coloreado– cortejan
el barco y señalan su rumbo.
Sigri Sandberg explica que se ha
acostumbrado a esta vida en
Longyearbyen. Los niños nacieron
en el continente, en Noruega, porque
el hospital local no ofrece servicios
sanitarios de maternidad. “Los niños
siempre tienen que ir muy bien
abrigados; el problema es que con
tanta ropa no se pueden mover”,
cuenta riéndose mientras enseña
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desde 1967 y 1968, respectivamente.
El último de estos glaciares finalizaba sobre la costa a principios de siglo,
mientras que ahora la lengua de
hielo se ha quedado tierra adentro.
“La subida de temperaturas y las
menores precipitaciones apuntan a
una creciente contribución de las
Svalbard al aumento del nivel del
mar”, señala Orheim.
El barco llega a Ny-Ålesund, un
antiguo enclave minero con aspecto
de poblado de colonos, casas de
madera de aire alpino y limpio y
colores intensos (azul, rojo, teja...).
Sin embargo, hoy este entrante de
mar entre glaciares se ha convertido
en un centro de investigación
internacional sobre ciencias naturales y cambio climático, que acoge
Æ
Montañas nevadas
rodean Longyearbyen,
el asentamiento con
vida familiar situado
más al norte del planeta
(a la izquierda). Abajo,
las islas acogen una rica
fauna, aquí
representada por una
gaviota tridáctila
fotografiada en
el estrecho de
Forlandsundet (entre
la isla de Prins Karls
Forland y Spitzbergen,
la principal isla de las
Svalbard). Araos,
fulmares o frailecillos
atlánticos son también
muy abundantes
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Longyearbyen, con sólo
2.800 habitantes, está
situado en la latitud 78°
15’N, a unos 1.338
kilómetros del polo Norte,
y puede presumir de ser la
localidad del mundo con
los servicios más al norte
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del planeta: hoteles,
piscinas, periódico,
incluido un aeropuerto
donde un oso polar decora
la cinta de las maletas. En
el asentamiento, sus
habitantes dejan las motos
de nieve aparcadas en la
calle, y no faltan los
espacios para los juegos
infantiles (en los meses del
año en que el clima lo
permite). Los niños se
mueven con dificultad
al tener que ir bien
abrigados.
EN PORTADA EL CAMBIO DEL ÁRTICO
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estaciones científicas de una docena
de países. Sus investigadores pasean
sus trajes de buzo, sus ordenadores y
su ropa de montañeros por la única
calle central sin asfaltar abierta entre
tundra deshelada con líquenes y
hongos de colores.
Un equipo científico francoalemán está estudiando, por ejemplo,
las consecuencias que puede
comportar en la vida de los océanos
el incremento de las emisiones de
dióxido de carbono en la atmósfera.
Los océanos absorben el 30% del
CO2 de la atmósfera, y ese hecho es
positivo, pues mitiga el calentamiento. Pero se ha superado el umbral
admisible. Los caparazones calcáreos de los moluscos y crustáceos
están en peligro. Sufren el mismo
efecto que tendría meter una perla
en un plato de vinagre.
sino que se intensificarán los niveles
de acidez en el mar, con lo que se
espera que para finales de siglo estos
animales no puedan fabricar su
caparazón. La cadena alimentaria se
puede resentir. “Los pterópodos son
unos animales importantes para las
ballenas y para los peces, mientras
que los salmones, en ciertos periodos
de tiempo, se alimentan en un 95%
de pterópodos. Si éstos desaparecen,
¿qué va a pasar con los siguientes
eslabones de la cadena alimentaria?
¿Podrán utilizar otras presas?”, se
interroga Gatusso poco antes de
enfundarse el traje de buzo y subir a
la zódiac que le llevará mar adentro
para continuar sus experimentos. En
el año 2100, al ritmo actual, los
océanos tendrán un nivel de acidez
que nunca habrán alcanzado en los
últimos 20 millones de años.
Las consecuencias del cambio climático
son múltiples; para finales de siglo, por
la acidez del mar, algunas especies no
podrán fabricar su caparazón calcáreo
“Ya se han hecho varios experimentos preliminares que parecen
mostrar que ciertos organismos
marinos con elementos calcáreos,
como ostras, mejillones o pequeños
caracoles, como los pterópodos,
importantes en la cadena alimentaria
del océano Ártico, se vuelven muy
frágiles y tienen dificultades para
producir su caparazón calcáreo
cuando reciben una gran cantidad de
CO2”, relata Jean Pierre Gatusso,
coordinador del grupo francoalemán del proyecto Epoca (una
iniciativa de la Comisión Europea en
la que participan 100 investigadores
de 27 instituciones y 20 países).
Si continúan los actuales ritmos
de emisión de CO2 a la atmósfera, no
sólo aumentará más la temperatura,
Los estudios sobre el cambio
climático abarcan numerosas
disciplinas. “Uno de los estudios que
estamos haciendo debe servirnos
para comprobar la cantidad de
partículas de carbón negro procedentes de la contaminación generada
en Asia y Europa. Estas partículas se
depositan en la parte superficial de la
nieve en el Ártico y hacen disminuir
la radiación solar que sale reflejada”,
dice Alessandro Conidi, investigador
de la estación científica italiana. De
hecho, la nieve y el hielo reflejan la
radiación solar y esta sale rebotada,
con lo cual se mitiga el calentamiento; mientras que las aguas marinas,
los suelos oscuros (como la tundra) y
las partículas negras de la contaminación absorben la radiación, lo cual
intensifica el calentamiento y los
deshielos en una espiral que alimenta el retroceso de los hielos. El
incremento de la contaminación por
las partículas de carbón negro podría
contribuir a un deshielo acelerado
también en los glaciares de China,
alerta el Instituto Polar Noruego.
En Ny-Ålesund, se estudia
también la historia del clima. Fósiles
microscópicos en sedimentos de los
fondos marinos o las burbujas de aire
recogidas en perforaciones de hielos
milenarios permiten datar estos
testigos del pasado y reconstruir la
historia de los cambios climáticos
naturales. Así pueden compararse
luego con el calentamiento perceptible en los registros instrumentales
disponibles desde 1850, y que
delatan la intervención del hombre.
Las Svalbard son un libro de la
historia de la evolución y de las
placas continentales, indica Marta
Slubowska, geóloga polaca. El
archipiélago estuvo cerca del polo
Sur hace 650 millones de años; su
rica vegetación tropical (de hace 356
millones de años) se convirtió en
carbón que hoy explotan noruegos y
rusos, y en el periodo jurásico (hace
199 millones de años) deambulaban
por aquí dinosaurios. En el último
periodo glacial (hace un máximo de
20.000 años) las islas quedaron
sepultadas bajo la nieve que hoy se
retira aceleradamente.
“Debemos conocer el clima del
pasado. La temperatura, desde el
último periodo glacial hasta nuestros
días, ha aumentado cuatro o cinco
grados. Pero este aumento se ha
dado en 20.000 años. En cambio,
ahora, las proyecciones apuntan a un
aumento de temperaturas de cuatro
grados en sólo cien años. La velocidad de ese calentamiento marca la
diferencia. Si sumamos este calentamiento adicional, la temperatura
alcanzará los 19 o 20 grados, eso
significa que habría que remontarse
a 40 millones de años atrás para
encontrar una temperatura tan alta. Æ
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Tanto el nivel absoluto como la
velocidad de ese incremento no
tendrían precedentes en la historia.
Habría que remontarse a la época de
los dinosaurios”, dice Mojib Latif, un
meteorólogo de la Universidad de
Kiel (Alemania) experto en modelos
de predicción climática.
Aunque el viaje es divulgativo, en
el barco, se ha celebrado la fiesta de
Neptuno al superar los 80º de latitud
norte. Dejarse enfriar por un cubito
de hielo da derecho a un chupito de
coñac. La tripulación –capitán
incluido– concursa en desfiles para
exhibir la indumentaria polar moda
años 20. Las noruegas hacen migas
con los daneses, y los periodistas
alemanes demuestran estar al tanto
de los fichajes del fútbol español. Los
camareros filipinos o indonesios del
barco multiplican la jornada como
escultores de frutas tropicales o
dando forma a bloques de hielo hasta
convertirlos en una morsa translúcida. Y las jóvenes viajeras chinas
pueden desafiar el termómetro bajo
cero si hay que lucir el escote en una
foto con un mar de glaciares al fondo
para el recuerdo.
El viaje continua hacia St.
Jonsfjorden, otro fiordo que acaba
en un impresionante glaciar rematado con una lengua azul turquesa que
cae en forma de estalactitas sobre el
borde del mar helado. Su frente es
una masa blanca que se confunde
con la montaña del mismo color. Es
una extraña estampa de un paisaje
paralizado, de una belleza casi irreal
que deja también la mente en blanco
a Sigri Sandberg.
Ella afirma que ahora sus raíces ya
están en Longyearbyen. Cada 8 de
marzo celebra la llegada de los
primeros rayos del sol, aunque ha
criado a sus hijos intentado mantener las costumbres noruegas. En
Longyearbyen hay una buena
convivencia con la población de
origen ruso y la de origen tailandés,
la más importante comunidad de
inmigrantes. Y está orgullosa de la Æ
Una morsa reposa sobre unas
placas de hielo en Wedel Jalsberg
Land, cerca de Bellsund, un fiordo
al suroeste de Spitzbergen
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EN PORTADA EL CAMBIO DEL ÁRTICO
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iglesia luterana, que tiene la parroquia con un ámbito territorial más
grande del mundo, y que acoge a casi
todas las confesiones. Lo más difícil
ha sido acostumbrarse a tener que ir
con rifle para evitar el peligro de los
osos cuando sale del pueblo.
En este trayecto, los osos no se
han dejado ver. “El cambio climático,
conjuntamente con la caza, es una
amenaza para los osos polares. El
calentamiento climático conduce a
menos hielos marinos, que son
hábitat principal de los osos polares,
pues de estos hielos dependen del
transporte entre las zonas, su
alimentación, su reproducción y en
algunas zonas la posibilidad de tener
sus guaridas”, explica Dag Vongraven, experto de la Unión Internacional para la Conservación de la
Naturaleza (UICN).
Las islas Svalbard
Donde se rompen los hielos permanentes,
a mil kilómetros del polo Norte
“Tanto el nivel absoluto como la velocidad
del aumento de temperaturas actual
no tendrían precedentes en la historia.
Habría que remontarse a la época de
los dinosaurios”, dice un meteorólogo
El futuro de las poblaciones de
oso polar, repartidas en 19 áreas en
que se distribuye este animal en el
Ártico, está en peligro. En ocho
zonas, estos animales están en
declive; en tres, la población es
estable y sólo en una aumenta el
número de ejemplares. Hay siete
zonas en las que no hay suficientes
datos. Existe un acuerdo internacional, de 1973, firmado por cinco
países, para proteger esta especie,
pero permite una cuota para la
población inuit de Canadá y Groenlandia, que puede invocar la caza por
motivos tradicionales. Además, los
osos pueden ser matados apelando a
la defensa propia, y en las Svalbard
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cualquier salida al campo exige que
el grupo vaya armado.
“En la parte noruega del mar de
Barents y Svalbard, el oso polar está
protegido totalmente y no se caza
desde 1973. Sólo se puede matar a los
osos en defensa propia. En la parte
de Rusia, estaba protegido desde
1956, pero ha habido mucha caza
ilegal. Por lo tanto, se puede decir
que los osos polares de la subpoblación de Svalbard son los únicos que
no se cazan”, dice Dag Vongraven.
La última etapa del viaje del MS
Fram es Longyearbyen, el asentamiento con vida familiar y social más
al norte del planeta. Con sólo 2.080
habitantes, está situado en la latitud
78º 15’N, a unos 1.338 kilómetros del
polo Norte, pero Longyeabyen puede
presumir de servicios: hoteles,
piscinas, aeropuerto, periódico... En
la puerta de las casas, las motos de
nieve están mal aparcadas, los esquís,
apoyados en la pared descuidadamente, mientras que los carros o
trineos de plástico para llevar a los
niños a jugar a la nieve aparecen por
cualquier esquina.
Es el destino de Sigri Sandberg,
que cuenta que los sueldos en
Longyearbyen son aceptables. En las
islas no es posible la agricultura, pero
los aviones garantizan todo tipo de
mercancías, “aunque a veces tienen
problemas con las tormentas, o se
dan episodios de falta de visibilidad,
como el de los pasados meses por las
cenizas del volcán de Islandia”. La
comida y los productos frescos son
más caros que en la zona continental
de Noruega –un kilo de uvas vale
ocho euros, y uno de limones, 5,5
euros–, pero las bebidas, el alcohol o
el tabaco son más baratos porque no
pagan tasas.
Todo tiene el aspecto de un
pueblo por hacer, con un urbanismo
deslavazado y los servicios básicos
por ordenar. El paisaje lo marcan
unos postes de luz que sugieren una
incipiente electrificación, calles sin
asfaltar y con escasa señalización
para el tráfico y unas casas elevadas
en parte sobre pilares de hasta cuatro
metros para no tener contacto con el
suelo helado (llamado permafrost).
La población se ha duplicado
desde 1980, propulsada por la
universidad y numerosas actividades. El viejo poblado minero se ha
transformado en un centro universitario, que atrae a investigadores y
curiosos interesados en asomarse a
otra etapa de la historia en que el
hombre es, por primera vez,
causante del cambio climático.
Mitigarlo ya es harina de otro
costal: otro viaje en el que deben
enrolarse gobiernos, empresas y la
ciudadanía.
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