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Guía
ÉTICA
Autores:
JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ
RODRIGO OCAMPO
© 2003 por: Universidad del Valle,
© 2003 por: Dirección de Nuevas Tecnologías y Educación
Virtual
Diagramación Electrónica
Área de Medios Educativos
(AMED) Melina González O.
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin el
permiso, por escrito, de la Universidad del Valle.
Santiago de Cali, 2003
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UNIDAD 1
TEORÍAS ÉTICAS: ARISTÓTELES, TOMAS DE AQUINO, KANT
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INTRODUCCIÓN
La reflexión ética, desde la concepción del propio Aristóteles hasta el pensamiento de los idealistas modernos
y de los filósofos de la ilustración buscó fundamentar la moral, si bien de distintas maneras y desde diversos
puntos de partida, en la naturaleza del hombre. Acto moralmente bueno es aquel que se manifiesta de
acuerdo con las leyes que rigen la naturaleza intrínseca de los hombres; por el contrario, el acto moralmente
malo se caracteriza por no presentarse acorde con esa naturaleza.
La anterior teoría de los valores con muchas variantes, presenta tres momentos definitivos en su desarrollo,
son estos 1) La concepción de Aristóteles en la antigüedad, 2) el pensamiento de Tomás de Aquino en la edad
media y 3) la teoría de Emmanuel Kant en la modernidad. Estos tres pensamientos constituirán los tres
temas que desarrollarán los estudiantes en la presente unidad.
OBJETIVO
Con esta unidad esperamos que usted comprenda los planteamientos de los tres autores abordados y
posteriormente asuma una actitud profesional consecuente con las convicciones que logre obtener a la luz de
las ideas con las cuales tendrá contacto.
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EL PLANTEAMIENTO DE ARISTÓTELES
Fue Aristóteles (384 – 322 a.C.) el primer filósofo que utilizó el término Ética para designar el estudio o
análisis de lo que, a su turno denominó PRAXIS o acción. La razón humana obra en la actuación de los
hombres y cuando tal sucede, éstos se alejan de lo teórico o abstracto y se involucran en el terreno de lo
práctico. Esa actividad práctica de los humanos es susceptible de ser analizada y calificada; este ejercicio
mental de análisis de la praxis humana que permite catalogar los actos contenidos en ella como de buenos o
como malos constituye la esencia de la Ética.
Según Aristóteles para analizar desde el punto de vista de la Ética las acciones humanas es necesario
comenzar por establecer el fin u objetivo de tales acciones y a éste respecto su conclusión es clara: Las
acciones humanas tienen como objeto o fin último la Felicidad. Este punto de partida ya propone un primer
debate o discusión: si la acción humana se define en cuanto buena según su fin y éste es la felicidad,
entonces ¿es Aristóteles el primer utilitarista de la historia?. ¿Coincide el pensamiento ético aristotélico con
la aceptación de una moral de resultados que llegue a la afirmación de que es bueno aquel acto que conceda
al hombre como resultado su bienestar?.
Para dilucidar la discusión que se plantea conviene, de entrada, recordar lo que Aristóteles entendía por
Felicidad, término este, quizá mal traducido, del vocablo griego EUDeMONÍA y que en forma literal significa
“buen espíritu” o mejor “buena espiritualidad”. La felicidad, en la concepción aristotélica, asimilada al
término eudemonía no significa goce o utilidad para el hombre, sino conformidad con la recta razón y ésta,
la recta razón es aquella que se adecua a los postulados o leyes que la rigen.
De conformidad con lo expresado en el análisis aristotélico del acto humano, éste alcanza su fin cuando se
adecua o conforma con la recta razón; la eudemonía se obtiene al actuar conforme a la recta razón y esto
equivale a expresar que el acto que sigue la naturaleza racional del hombre, acto que también llama virtuoso,
en sí mismo concede la eudemonía (felicidad) al ente humano. De este modo, la virtud consiste en obrar de
conformidad con la recta razón, esto es, de acuerdo a las leyes de nuestra naturaleza racional que a la vez
lleva a la eudaimonia, término mal traducido como felicidad.
Con lo anteriormente dicho debe quedar de lado todo pensamiento que permita catalogar a Aristóteles como
un utilitarista. Cualquier acto humano que esté de acuerdo con la recta razón, o mejor, con la naturaleza
racional del hombre, así no signifique sufrimiento o dificultad, es moralmente bueno y, además, nos concede
la verdadera felicidad. Su concepción, por lo tanto, se ubica entre las corrientes del pensamiento, la principal
de ellas, quizá, denominadas éticas etiológicas (que buscan un fin).
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LA CONCEPCIÓN ÉTICA DE TOMÁS DE AQUINO (1225 – 1274)
Desde el pensamiento de los estoicos, pero ya como más claridad en las formulaciones de los filósofos
romanos Cicerón y Séneca se empieza a relacionar la recta razón de que hablaba Aristóteles con el “logos
divino” y la naturaleza racional del hombre con leyes que la anteceden y la superan (leyes divinas), pero es
en la concepción del filósofo cristiano de la edad media, Tomás de Aquino en quien se desarrolla este
pensamiento con mayor claridad y profundidad.
Alguien ha dicho que Santo Tomás de Aquino es un “Aristóteles bautizado” para señalar que este monje
dominico del siglo XIII reformuló el pensamiento de Aristóteles dándole una versión propia de la teología del
cristianismo y con fines de defensa de los dogmas de la iglesia. Sin estar de acuerdo con la anterior opinión,
parece necesario establecer una razonable conexión entre estos dos filósofos cuya doctrina en muchos
aspectos constituyen un solo cuerpo teórico.
Pues bien, según Tomás de Aquino lo que hace al acto moralmente bueno es su conformidad con la ley
natural, pero, a su turno, la ley natural no es nada distinto a la participación de la ley eterna en la criatura
racional. Creación de Dios, el hombre, al igual que las cosas, las plantas y los animales, está precedido de
leyes emanadas desde la eternidad por el supremo legislador y mediante lo que este filósofo llama la “sindéresis”
puede el hombre descubrir los ordenamientos divinos en su propia razón y mediante una voluntad dotada de
libertad poner en práctica los actos que están de acuerdo con aquellos dictados o apartarse de los mismos
realizando el mal
Debe quedar claro que para Tomás de Aquino la ley natural no surge de la razón, sino que es puesta, o mejor,
impuesta en ella por una razón suprema que es la razón divina. La razón humana, descubre por vía
deductiva los preceptos morales a partir de un principio general y axiomático que la obliga a hacer el bien y
a evitar el mal, independientemente de su ser y de su querer. De alguna manera, esta ética está afirmando
que el acto es moralmente bueno o, al contrario, moralmente malo, según se adecúe con la naturaleza
humana, con leyes propias de la razón divina. La ética en Santo Tomas de Aquino tiene un fundamento
sobrenatural.
Al intentar reflexionar sobre el pensamiento ético de Tomás de Aquino nos encontramos con un escollo
similar al planteamiento aristotélico para ubicar su concepción en el panorama de las éticas etiológicas;
monje que fue de la iglesia católica, Tomás de Aquino se asimiló a la doctrina teológica consistente en que el
acto bueno conduce al hombre a la plena felicidad en una vida ultra terrena y, en cambio, el acto malo dará
como resultado la condenación eterna. ¿Está indicando lo anterior que este filósofo fundamenta la ética en
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la felicidad, esto es en un resultado? No. Al igual que Aristóteles fundamenta el acto bueno en la conformidad
con la naturaleza humana, para éste, recta razón y para aquél, ley natural independientemente de que la
conformidad con la recta razón, en el caso e Aristóteles, conlleve la eudemonía y la adecuación a la ley
natural conceda la felicidad eterna.
LA TESIS DE EMMANUEL KANT (1724 – 1804) - ÉTICA DEONTOLÓGICA
Fiel a la tendencia moderna de conceder a la ley natural de que hablaba Tomás de Aquino una raíz no
teocéntrica sino racionalista, Emmanuel Kant fundamenta la Ética en el Deber - Libertad. Es bueno el acto
humano que, procedente de la voluntad libre escoge el dictado de deber que emana de su razón.
El hecho de lo moral se presenta en la razón práctica del ente humano como indubitable e incondicionado;
se presentan leyes en la razón humana que definen al hombre qué debe hacer, cómo debe actuar y tales leyes
son válidas para todos e inexorables. El deber ínsito en la ley moral es absoluto y universal, esto es, no está
condicionado a circunstancias y es inmodificable por la razón, aunque los hombres así lo quisieran.
Por otra parte el acto humano bueno es aquel que procede de la voluntad del hombre. La libertad, según el
pensamiento de Kant, es precisamente la capacidad que posee el ente humano para no dejarse determinar por
inclinaciones y pasiones, para, e cambio, obedecer a su propia ley, esto es, la que le impone su razón.
Las leyes morales de que habla Kant son preceptos imperativos, esto es, se dan como mandatos que no
admiten discusión y exigen obediencia; imperativos que, además, son categóricos, con los cuales se señala
que los deberes que prescribe son absolutos, esto es, no están sometidos a condiciones de ninguna índole; por
último, éstos imperativos no surgen de la experiencia sino que anteceden de manera innata a todo contacto
con la realidad, lo cual permite calificarlos como imperativos “a priori”.
El imperativo categórico fundamental que Kant enuncia y que considera inmanente en la razón humana es
el siguiente: “Obra de modo que la máxima de tu voluntad pueda valer como principio de una legislación
universal”. Es esta la norma moral suprema que, obsérvese bien, surge de la razón práctica y no de un ente
superior como lo expresara Tomás de Aquino en el siglo XIII. Es el individuo (punto de partida) quien legisla
a partir de una voluntad autónoma, la base de toda moral. Voluntad autónoma significa que posee su propia
ley y no acepta normas heterónomas de ninguna índole. Es una voluntad cuya única ley es la razón
individual y que permite entender un planteamiento ético diferente que hace al hombre su propio legislador
y que se aparta de la moral teónoma que había precedido secularmente a este filósofo.
Importa dejar en claro un aspecto de la ética kantiana y es su carácter rigorista; el deber que impone la razón
práctica no es un medio para la consecución de otro fin, como sería la felicidad o el bienestar, ni está
sometida su obligatoriedad a la condición de que se logren otros fines. No, el deber ha de cumplirse por el
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deber mismo, como fin que es en sí. Se propone, entonces, una Ética del deber que hace a la voluntad buena
sin que su seguimiento represente nada agradable o gozoso para el ser humano y que afirma de qué modo
una acción es buena sólo cuando nace del deber y se realiza por amor al deber.
RESUMEN
Tres teorías deben ser asimiladas por los estudiantes adscritos al programa en esta unidad: La concepción de
Aristóteles en la antigüedad, la teoría de Tomás de Aquino en la edad media, y, la propuesta teórica de
Emmanuel Kant en la Modernidad.
Según Aristóteles el acto humano es bueno o malo en términos morales, en la medida en que se adecue a la
RECTA RAZÓN; esta adecuación permite al ente humano el goce de la eudemonía o felicidad espiritual.
Para Tomás de Aquino la actividad humana que cumpla con la ley natural radicada en cada ser humano es
moralmente buena y, por el contrario, la que se aparte de tal ley es moralmente mala. Debe quedar en claro
que la ley natural, según la concepción Tomista, supone la “participación de una ley eterna en la creatura
racional” que trasciende al ser humano.
Kant predica que el acto humano es bueno o malo moralmente según el cumplimiento que dé cada hombre
a los mandatos de su propia razón práctica. El cumplimiento del deber que supone la adecuación a los
imperativos de la razón práctica deberá estar desligado de cualquier interés personal de goce o beneficio para
que pueda calificarse de bueno o recto.
LECTURAS
ARISTÓTELES - Ética a Nicomaco. Libro I. Capítulos IV, V, VII y XIII. Ediciones Universales. Bogotá.
1994.
AQUINO, Tomas: Summa Theológica. Tratado de la Ley. Capítulo V de la ley natural (I, II, cuestión 94).
Editorial Porrúa S.A. Argentina. 1996. Pág. 25 y S.S.
KANT, Emmanuel: Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres. La autonomía de la voluntad
como principio supremo de la moralidad. Editorial Ariel. Barcelona. 1999. Pág. 210 y S.S.
PREPARE SU INTERVENCIÓN E INQUITUDES PARA EL ENCUENTRO EN LA AUDIOCONFERENCIA
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TAREA
Realice una síntesis explicativa de cada uno de los textos sometidos a su lectura (Aristóteles, Tomás de
Aquino, E. Kant) en la cual debe dejar en claro los siguientes puntos:
1. Por qué Aristóteles no debe ubicarse en la corriente del pensamiento que se denomina Ética de la felicidad
o de resultados. Relaciones entre el término “Recta Razón” con el término “Eudmonía”, traducido
como felicidad.
2. ¿En qué sentido la Ética tomista es teocéntrica o teonómica?. ¿Qué relación tiene la ley natural con la que
el filósofo denomina ley eterna?.
3. ¿Cómo diferencia la ética propuesta por Kant de la propuesta por Tomás de Aquino?. ¿Por qué la una
parte de la autonomía y la segunda es teonómica?. ¿Por qué en Kant la libertad se identifica con la
obediencia a la ley de la razón práctica?. En su concepto, ¿la “Recta Razón” de que hablaba Aristóteles es
un término idéntico a la “razón práctica que expone Kant?. Exprese la razones de su respuesta.
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TOMADO DE “ÉTICA A NICÓMACO” ARISTÓTELES
Puesto que todo conocimiento y toda elección apuntan a algún bien, declaremos ahora, resumiendo nuestra
investigación, cuál es el bien a que tiende la ciencia política y que será, por tanto, el más excelso de todos los
bienes en el orden de la acción humana.
En cuanto al nombre por lo menos, reina acuerdo casi unánime pues tanto la mayoría como los espíritus
selectos llaman a ese bien la felicidad , y suponen que es lo mismo vivir bien y obrar bien que ser feliz. Pero
la esencia de la felicidad es cuestión disputada, y no la explican del mismo modo el vulgo y los doctos.
Los hay que la hacen consistir en algo manifiesto y visible, como el placer o la riqueza o el honor. Otros, en
cambio, dicen otra cosa, y aun se r3a frecuentemente el caso de que el mismo individuo mude de opinión
según su estado, y así, si adolece, dirá que el bien supremo es la salud, y la riqueza si se habla en la inopia.
Y si tienen conciencia de su ignorancia, quédense pasmados ante quienes pueden decir algo sublime y por
encima de su comprensión. Ahora bien, algunos han llegado a pensar que además de la multitud de bienes
particulares existe otro bien en sí, el cual es causa de la bondad de todos los demás bienes.
Proceder al examen de todas esas opiniones sería una ocupación por demás inútil; bastará con atender a las
que más preponderan o que parezcan tener cierto color de razón.
No se nos pase por alto, sin embargo, el hecho de que los razonamientos diferirán según que se parta de los
primeros principios o que se tienda a ellos como a término final, Con razón Platón andaba perplejo en este
punto, inquiriendo si el mejor método será el de partir de los principios o el de concluir en ellos, al modo
como si en el estadio los atletas hubieran de correr desde los jueces hasta la meta o viceversa.
Sea de ello lo que fuere, lo incuestionable es que es preciso comenzar partiendo de lo ya conocido. Pero lo
conocido o conocible tiene un doble sentido: con relación a nosotros unas cosas, en tanto que otras
absolutamente; y siendo así, habrá que comenzar tal vez por lo más conocible relativamente a nosotros.
Esta es la razón por la cual es menester que hay sido educado en sus hábitos morales el que quiera oír con
fruto las lecciones acerca de lo bueno y de lo justo , y en general de todo lo que atañe a la cultura política. En
esta materia el principio es el hecho, y si éste se muestra suficientemente, no será ya necesario declarar el
porqué. Aquel que esté bien dispuesto en sus hábitos, posee ya los principios o podrá fácilmente adquirirlo.
Mas aquel que ni los posee ni los adquiere, que escuche las palabras de Hesíodo:
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El varón superior es el que por sí lo sabe todo;
Bueno es también el que cree al que habla juiciosamente;
Pero el que ni de suyo ni deposita en su ánimo
Lo que oye de otro, es un tipo inservible. 1
Pero nosotros continuemos nuestro discurso en el punto en el que nos apartamos con la anterior digresión.
No sin razón el bien y la felicidad son concebidas por lo común a imagen del género de vida que a cada cual
le es propio. La multitud y los más vulgares ponen el bien supremo el placer, y por esto aman la vida
voluptuosa.
Tres son, con efecto, los tipos más salientes de vida, a saber: el que queda dicho, la vida política, y en tercer
lugar la vida contemplativa.2
La mayoría de los hombres muestran tener decididamente alma de esclavos al elegir una vida de bestias,
justificándose en parte con el ejemplo de los que están en el poder, muchos de cuales conforman sus gustos
a los de Sardanápalo. Los espíritus selectos, en cambio, y los hombres de acción identifican la felicidad con
el honor: éste es puede decirse, el fin de la vida política.
El honor, sin embargo, parece ser un bien harto superficial para ser el que buscamos nosotros, pues manifiestamente está más en quien da la honra que en el que la recibe, en tanto que según podemos presentir
desde ahora, el verdadero bien debe ser algo propio y difícil de arrancar de su sujeto. A más de esto que
persiguen los honores lo hacen al parecer para persuadirse a sí mismos de su propia virtud: y así procuran
ser honrados por los hombres prudentes de que pueden hacerse conocer, y que el honor se les discierna
precisamente por su virtud, con todo lo cual dejan ver claro que aun en su propia estimativa la virtud es un
bien superior a la honra.
Por lo dicho podría creerse que la virtud es el fin de la vida política. Mas parece, con todo, que se trata de un
bien aún deficiente, pues cabe la posibilidad de que el hombre virtuoso pase la vida durmiendo u holgando;
y allende de esto que padezca los peores males y desventuras. Nadie diría, a no ser por defender a todo trace
una paradoja, que quien vive de esta suerte es feliz. Y baste con lo dicho sobre este tópico, del cual hemos
hablado largamente en nuestros escritos en circulación.
1. Obras y días, 293.
2. Aristóteles enmienda ligeramente la clasificación de Platón (Rep. 581 y 544) suplantando la vida de lucro por la vida voluptuosa,
puesto que la primera no puede ser siquiera objeto de opción humana.
3. La expresión de que aquí se sirve Aristóteles se toma hoy por sinónima de la otra de “discursos exotéricos”, y aluden ambas a las
obras que en vida publicó el filósofo. Conforme a este, doy la traducción que me parece más justa. Azcárate por su parte eleve a
Aristóteles al pontificado al traducir “en nuestras Encíclicas”.
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En tercer lugar, como dijimos está la vida contemplativa, cuya consideración haremos en lo que después
vendrá.
En Cuanto a la vida de lucro, es ella una vida antinatural, y es claro que no es la riqueza el bien que aquí
buscamos, porque es un bien útil, que por respecto de otro bien se desea. Por tanto, más bien los fines
antedichos podrían considerarse como los fines finales del hombre, toda vez que son queridos por sí mismos. Mas no lo son tampoco, con toda evidencia, por más que en su favor hayan podido aducirse muchos
argumentos. Dejemos, pues, esta materia.
Quizá sea mejor examinar la noción del Bien en general, discutiendo a fondo lo que por él quiere significarse,
por más que se nos haga cuesta arriba una investigación de este género, a causa de que son amigos nuestros
los que han introducido las Formas.4 Pero estimamos que sin duda es no sólo mejor, sino aun debido, el
sacrificio de lo que más de cerca no toca por la salvación de la verdad, sobre todo si somos filósofos. Con
sernos ambas queridas, es deber sagrado reverenciar la verdad de preferencia a la amistad.
Quienes han importado aquella opinión, no han constituido Ideas para las cosas en que reconocieron anterioridad y posterioridad, razón por la cual no forjaron Ideas de los números. Pero el bien se predica tanto de
la sustancia como de la cualidad y de la relación. Ahora bien, lo que con relación a otro, que no es sino una
especie de excrecencia y bien les daremos la misma denominación sólo por analogía, al modo que la vista es
un bien en el cuerpo como la inteligencia lo es en el alma, y así en otras cosas? Más quizá sea mejor dejar
esto por ahora, ya que su examen acucioso pertenece más bien a otra parte de la filosofía, y otro tanto pasa
con la Idea del Bien. Pues aun admitiendo que sea una unidad el bien que se predica en común de los bienes,
o algo separado y existente en sí mismo, manifiesta cosa es que en tal caso no podría ser practicado ni
poseído por el hombre, que es precisamente lo que buscamos.
Podría, con todo, pensar alguno que es en todo caso mejor conocer el Bien en sí con la mira de los bienes
posibles y hacederos, como quiera que teniendo a aquél por arquetipo, sabríamos mejor cuáles son los bienes
apropiados a nosotros, y sabiéndolo acertaríamos en su logro.
Por más que no deja de tener cierta verosimilitud este razonamiento, parece estar en desacuerdo con lo que
ocurre en las diversas disciplinas, todas las cuales, por más que tiendan a algún bien y que procuren
empeñosamente lo necesario para obtenerlo, omiten, con todo, el conocimiento del Bien en sí. Sería en
verdad cosa fuera de razón el que los expertos en cualquier oficio desconociesen a no buscasen con afán un
socorro tan grande. Difícil será decir qué provecho derivará para su arte el tejedor o el carpintero que conozca
4. En este capítulo está, como salta a primera vista, la polémica contra Platón, y en esas frases el origen probable del “Amiens Plato, sed
magis arnica veritas”
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este Bien en sí, o cómo será mejor médico o general el que ha contemplado la Idea del Bien. Manifiesto es, en
efecto, que el médico no considera ni aun la salud de esta manera, sino la salud del hombre, o por mejor
decir la de este hombre, pues en particular cura a cada uno. Y baste con lo dicho acerca de este asunto.
Volvamos de nuevo al bien que buscamos, y preguntémonos cuál pueda ser. Porque el bien parece ser
diferente según las diversas acciones y artes, pues no es el mismo en la medicina que en la estrategia, y del
mismo modo en las demás artes. ¿Cuál será, por tanto, el bien de cada una? ¿No es claro que es aquello por
cuya causa se pone en obra todo lo demás? Lo cual en la medicina es la salud; en la estrategia, la victoria; en
la arquitectura, la casa; en otros menesteres otra cosa, y en cada acción y elección el fin, pues es en vista de
él por lo que todos ejecutan todo lo demás. De manera que si existe un solo fin para todo cuanto se hace, éste
será el Bien practicable; y si muchos, éstos serán los bienes. Y he aquí cómo nuestro razonamiento, paso a
paso, ha venido a parar a lo mismo; y con todo, debemos intentar esclarecerlo más aún.
Puesto que los fines parecen ser múltiples, y que de entre ellos elegimos algunos por causa de otros, como la
riqueza, las flautas, y en general los instrumentos, es por ello evidente que no todos los fines son fines
finales; pero el bien supremo debe ser evidentemente algo final. Por tanto, si hay un solo fin final, éste será
el bien que buscamos; y si muchos, el más final de entre ellos.
Lo que se persigue por sí mismo lo declaramos más final que lo que se busca para alcanzar otra cosa; y lo que
jamas se desea con ulterior referencia, más final que todo lo que se desea al mismo tiempo por sí y por
aquello; es decir, que lo absolutamente final declaramos ser aquello que es apetecible siempre por sí y jamás
por otra cosa.
Tal nos parece ser, por encima de todo, la felicidad. A ella, en efecto, la escogemos siempre por sí misma, y
jamás por otra cosa; en tanto que el honor, el placer, la intelección y toda otra perfección cualquiera, son
cosas que, aunque es verdad que las escogemos por sí mismas - si ninguna ventaja resultase elegiríamos, no
obstante, cada una de ellas -, lo cierto es que las deseamos en vista de la felicidad, suponiendo que por medio
de ellas seremos felices. Nadie, en cambio, escoge la felicidad por causa de aquellas cosas, ni, en general, de
otra ninguna.
La misma conclusión parece resultar de la consideración de la autosuficiencia que es propia de la felicidad,
porque el bien final, en la opinión común, debe bastarse a sí mismo. Más lo autosuficiente lo entendemos
con referencia no sólo a un hombre solo que viva vida solitaria, sino a sus padres, hijos, mujer, y en general
a sus amigos y conciudadanos, puesto que, por su naturaleza, el hombre es algo que pertenece a la ciudad.
Por lo demás, hay que fijar un límite a estas relaciones, pues si nos extendemos a los ascendientes y a los
descendientes y a los amigos de los amigos, iremos hasta el infinito. Más adelante habrá que examinar este
punto, Por lo pronto asentemos que el bien autosuficiente es aquel que por sí solo torna amable la vida ya de
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nada menesterosa; y tal bien pensamos que es la felicidad. Ella es aún más deseable que todos los bienes, y
no está incluida en la enumeración de éstos. Si lo estuviese, es claro que sería más deseable después de haber
recibido la adición del menor de los bienes, ya que con lo añadido se produciría un excedente de bien, y de dos
bienes el mayor es siempre el más estimable. Es manifiesto, en suma, que la felicidad es algo final y
autosuficiente, y que es el fin de cuanto hacemos.
Quizá, empero, parezca una perogrullada decir que la felicidad es el bien supremo; y lo que se desea, en
cambio, es que se diga con mayor claridad en qué consiste. Lo cual podría tal vez hacerse si pudiésemos
captar el acto del hombre. Pues así como para el flautista y para el escultor y para todo artesano, y ea general
para todos aquellos que producen obras o que desempeñan una actividad, en la obra que realizan se cree que
residen el bien y la perfección, así también parece que debe acontecer con el hombre en caso de existir algún
acto que le sea propio. ¿O es que sólo habrá ciertas obras y acciones que sean propias del carpintero y del
zapatero, y ninguna del hombre, como si éste hubiese nacido como cosa ociosa? ¿O que así como es notorio
que existe algún acto del ojo, de la mano, del pie, y en general de cada uno de los miembros, no podríamos
constituir para el hombre ningún acto fuera de todos los indicados? ¿Y cuál podría entonces ser?
El vivir, con toda evidencia, es algo común aun a las plantas; mas nosotros buscamos lo propio del hombre.
Por tanto, es preciso dejar de lado la vida de nutrición y crecimiento. Vendría en seguida la vida sensitiva; pero
es claro también que ello es común aún al caballo, al buey y a cualquier animal.
Resta, pues, lo que puede llamarse vida activa de la parte racional del hombre, la cual a su vez tiene dos
partes: una, la que obedece a la razón; otra, la que propiamente es poseedora de la razón y aun piensa, Pero
como esta vida racional puede asimismo entenderse en dos sentidos, hemos de declarar, en seguida, que es
la vida corno actividad lo que queremos significar, porque éste parece ser el más propio sentido del término.
Si, pues, el acto del hombre es la actividad del alma según la razón, o al menos no sin ella; y si décimas de
ordinario que un acto cualquiera es genéricamente el mismo, sea que lo ejecute un cualquiera o uno
competente, como es el mismo, por ejemplo, el acto del citarista y el del buen citarista, y en general en todos
los demás casos, añadiéndose en cada uno la superioridad de la perfección al acto mismo (diciéndose así que
es propio del citarista tañer la cítara, y del buen citarista tañerla bien); si todo ello es así, y puesto que
declaramos que el acto propio dei hombre es una cierta vida, y que ella consiste en la actividad y obras del
alma en consorcio con el principio racional, y que el acto de un hombre de bien es hacer todo ello bien y
bellamente; y como, de otra parte, cada obra se ejecuta bien cuando se ejecuta según la perfección que le es
propia, de todo esto se sigue que el bien humano resulta ser una actividad del alma segó su perfección; y si
hay varias perfecciones, según la mejor y más perfecta, y todo esto, además, en una vida completa. Pues así
como una golondrina no hace primavera, ni tampoco un día de sol, de La propia suerte ni un día ni un corto
tiempo hacen a nadie bienaventurado y feliz.
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Baste por ahora con este bosquejo del bien, porque conviene, a lo que parece, empezar por un esbozo,
aplazando para más tarde el dibujo de los pormenores. De la competencia de cual- quiera puede estimarse,
por lo demás, el ir adelante y ajustar entre sí los trazos acertados del bosquejo, como también que el tiempo
es en esto un precioso inventor o auxiliar. Tal ha sido el origen de los progresos en las artes, como quiera que
todo hombre puede añadir lo que en ellas aún falta. Mas de otra parte, es preciso recordar lo dicho antes en
el sentido de que no en todas las cosas se ha de exigir la misma exactitud, sino en cada una la que consiente
la materia que se trata, y hasta el punto que sea apropiado al método de investigación. De una manera
investiga el ángulo recto el carpintero, y de otra el geómetra : el primero hasta donde pueda ser útil a su obra,
en tanto que el segundo, contemplador de la verdad, considera su esencia o sus propiedades. Pues por
manera análoga hay que proceder en lo demás, no sea que los suplementos de las obras resulten en número
mayor que las obras mismas. Ni tampoco en todos los casos se ha de exigir dar razón de la causa de la misma
manera, sino que en algunos bastará con establecer correctamente los hechos - como en el caso de los
primeros principios -, y aquí el hecho es lo primero y el principio. De los principios algunos son
contemplados por inducción, otros por el sentido, otros por alguna costumbre, y unos de una manera, y otros
de otra, Debemos, por tanto, esforzarnos en ir hacia los principios atendiendo en cada caso a su naturaleza,
y poner luego toda nuestra diligencia en definirlos correcta- mente, porque de gran momento son ellos para
lo que de ahí se siga. Por ello se mira un principio corno más de la mitad del todo, y por él tórnase manifiesto
mucho de lo que se investiga.
Hemos de considerar, sin embargo, este principio no sólo como una conclusión lógica deducida de ciertas
premisas, sino a la luz de lo que sobre él acostumbra decirse, porque con la definición verdadera armonizan
los hechos de experiencia, en tanto que con la falsa luego aparecen discordantes.
Ahora bien, los bienes han sido distribuidos6 en tres clases: los llamados exteriores, los del alma y los del
cuerpo, y de éstos a los del alma solemos llamar bienes con máxima propiedad y plenamente. Mas como
nosotros hacemos consistir la felicidad en las acciones y operaciones del alma, nuestra definición resulta
válida por lo menos de acuerdo con aquella doctrina, que es antigua y aceptada por los filósofos.
Igualmente estamos en lo justo por el mero hecho de afirmar que el fin consiste en ciertos actos y operaciones, pues de este modo el fin queda incluido entre los bienes del alma y no entre los exteriores.
Con nuestra definición concuerda además la creencia que se tiene de que el hombre feliz es el que vive bien
y obra bien, porque virtualmente hemos definido la felicidad como una especie de vida dichosa y de conducta
recta.
6. Esta división tripartita se encuentra en el Filebo, aunque parece ser anterior a Platón.
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Asimismo en la noción que hemos dado de la felicidad se encuentran, al parecer, los caracteres que suelen
exigirse para constituir la felicidad. Para algunos, en efecto, la felicidad parece consistir en la virtud,7 para
otros en la prudencia;8 para otros aún en una forma de la sabiduría,9 no faltando aquellos para quienes la
felicidad es todo eso o parte de eso coa placer o no sin placer, a todo lo cual hay aún quienes 10 añaden la
prosperidad exterior como factor concomitante.
De estas opiniones unas las sostienen muchos de los antiguos, y otras las defienden pocos y esclarecidos
varones; y no sería razonable suponer que unos y otros yerren de todo en todo, antes debemos creer que
aciertan en algún punto al menos, si no es que en la mayor parte.
Con los que identifican la felicidad con la virtud o con cierta virtud particular concuerda nuestra definición,
porque a la virtud pertenece la “actividad conforme a la virtud”. Pero en lo que sin duda hay no poca
diferencia es en hacer consistir el bien supremo en la posesión o en el uso, en el hábito o m la operación.
Puede acontecer, en efecto, que de la simple disposición habitual no resulte ningún bien, como le pasa al
dormido o de algún modo ocioso; mas con la actividad no es posible que así sea, pues quien la tenga, de
necesidad obrará y obrará bien. Y así como en los juegos olímpicos no son los más bellos ni los más fuertes
los que son coronados, sino los que luchan – pues entre éstos están los vencedores –, de la propia suerte los
que obran son los que conquistan con derecho las cosas bellas y buenas de la vida.
La vida de tales hombres, además, es por si misma deleitosa. Sentir placer, en efecto, es un estado del alma,
y para cada cual es placentero aquello a que se dice ser aficionado, como al aficionado a caballos el caballo,
la escena al amigo de espectáculos, y de igual modo los actos justos al amante de lo justo, y en general los
actos virtuosos al amante de la virtud. Y si en la mayoría de los hombres los placeres se combaten entre sí, es
porque no son placeres por su naturaleza, mas para los amantes de la belleza moral son placenteras las
cosas por naturaleza placenteras; y tales son siempre las acciones ajustadas a la virtud, de modo que ellas
son deleitosas para los virtuosos y deleitosas en si mismas. La vida de estas hombres para nada demanda por
añadidura el placer como ornato circundante, sino que tiene en si misma su contento.
A lo dicho podemos agregar que ni siquiera es bueno el que no se goza en las bellas acciones, como no
llamaríamos justo al que no se alegrase en la práctica de la justicia, ni liberal al que no tomase contento en
los actos de liberalidad, y lo mismo en las otras virtudes.
7.
8.
9.
10.
Antístenes y los cínicos; posteriormente los estoicos.
Probable alusión a Sócrates.
Probablemente Anaxágoras.
Probablemente Xenócrates, que veía en los bienes exteriores una “potencia coadyuvante”.
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Siendo todo ello así, las acciones conforme a h virtud serán en si mismas deleitosas. Mas también, por
supuesto, serán bellas y buenas, y una y otra cosa en el más alto grado, pues el hombre virtuoso juzga bien
de ambos atributos, y su juicio es como lo hemos descrito. La felicidad, de consiguiente, es lo mejor y lo más
bello y lo más deleitoso, y no hay por qué se- parar entre si estos atributos, como lo están en la inscripción de
Delos:
Lo más bello es la perfecta justicia; lo mejor la salud; pero lo más deleitoso es alcanzar lo que se ama.11
Ahora bien, todos estos caracteres concurren en las mejores acciones, y todas éstas o una sola, la más
excelente de entre ellas, es lo que llamamos felicidad.
Con todo, es manifiesto que la felicidad reclama además los bienes exteriores, según antes dijimos. Es
imposible, en efecto, o por lo menos difícil, que haga bellas acciones el que esté desprovisto de recursos. Hay
muchos actos que se ejecutan, como por medio de instrumentos, pos los amigos, la riqueza y la influencia
política. Y hay bienes de los cuales quienes están privados ven deslucirse su dicha, como son, por ejemplo, el
nacimiento ilustre, la descendencia feliz y la hermosura. No sería precisamente feliz quien tuviese un aspecto
repugnante, o fuese de linaje vil, o solitario y sin hijos; y menos aún aquel cuyos hijos o amigos fuesen del
todo perversos, o que siendo buenos viniesen a fallecer. Por tanto, como hemos dicho, la felicidad parece
exigir un suplemento de prosperidad tal como el que queda descrito; y de aquí que algunos identifiquen la
felicidad con la fortuna [aunque otros lo hagan con la virtud].12
11. Estos versos (que dan principio a la Ética Eudemia) se encuentran también en Teognis y pertenecen a la era de la moral aforística.
12. Probable interpolación.
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DE LA LEY NATURAL
Tomado “Tratado de la Ley, TRATADO DE LA usticia, Gobierno de los Principes” de Tomás de Aquino
Ahora hemos de considerar la ley natural. Y sobre la misma hemos de tratar seis cosas: primera, si se da una
ley natural; segunda, qué cosas están prescritas por la misma; tercera, si todos los actos virtuosos están
prescritos por ella; cuarta, si la ley natural es la misma para todos los hombres; quinta, si puede cambiar;
sexta, si puede ser borrada de la mente humana.
ARTÍCULO 1: SI LA LEY NATURAL ES UN HÁBITO
Parece que la ley natural es un hábito, porque:
1. Dice el Filósofo en la Etica, libro 2, cap. 5: ”Tres cosas se dan en el alma: la potencia, el hábito y la
pasión”. Pero la ley natural no es ni potencia del alma ni pasión, como será evidente si se enumeran las
potencias y las pasiones del alma. Luego no queda sino que sea un hábito.
2. Además, dice el Damasceno en De la fe Ortodoxa, libro 4, cap. 22, que la conciencia o sindéresis es “a ley
de nuestra inteligencia”, lo cual no puede entenderse si no se refiere a la ley natural. Pero la sindéresis es un
hábito, como ya se dijo en la primera parte. Luego la ley natural es un hábito.
3. Finalmente, la ley natural siempre permanece en el hombre, como adelante diremos. Pero la razón
humana, a la que pertenece )a ley, no siempre piensa en la ley natural. Luego la ley natural no es un acto,
sino un hábito.
Sin embargo, dice Agustín en el libro Del Bien Conyugal, cap. 21 : “Hábito se llama aquello por lo cual se
hace una cosa cuando es necesaria”. Pero no es así la ley natural, ya que se da también en los niños y en los
condenados, los cuales no pueden obrar por ella. Luego la ley natural no es un hábito.
Respondo: De dos modos puede llamarse hábito una cosa: Primeramente, de manera propia y esencial, y en
este sentido la ley natural no es un hábito, ya que, como antes dijimos, la ley natural es algo establecido por
la razón, como lo es toda proposición. Y no es lo mismo aquello que uno hace, y el medio que usa para
hacerlo; por ejemplo, alguien puede hacer un discurso correcto por tener el hábito de la gramática. Y siendo
el hábito como un medio por el cual uno actúa, propiamente la ley no es hábito desde el punto de vista
esencial.
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Pero también puede llamarse hábito aquello que se posee por un hábito, así como llamamos fe aquello que
tenemos por la fe. Y en este sentido la ley natural puede llamarse hábito, en cuanto algunas veces la razón
considera sus preceptos para actuar, y otras veces los tiene sólo habitualmente. Así como en el orden
especulativo los principios indemostrables no son el hábito mismo de los principios, pero sí son principios de
aquello a lo que se refiere el hábito.
1. A la primera dificultad se responde que el Filósofo trata allí de investigar el género de la virtud; y como es
evidente que la virtud es cierto principio de acción, por ello sólo indica aquellos principios de los actos
humanos como son las potencias, hábitos y pasiones. Además de estos principios también hay otros en el
alma, como los actos (como el querer está en el sujeto que quiere y el conocer en el que . conoce), y las
propiedades naturales del alma, como la inmortalidad, y otras.
2. A la segunda, que la sindéresis es la ley de nuestra inteligencia en cuanto es un hábito que contiene los
preceptos de la ley natural, que son los primeros principios de los actos humanos.
3. A la tercera, que tal objeción prueba que tenemos la ley natural de modo habitual, lo cual es aceptable.
Pero hay que aclarar, sobre la objeción en contrario, que algunas veces no usamos lo que habitualmente está
en nosotros, porque se interpone algún impedimento, así como el hombre no puede usar del hábito de la
ciencia mientras duerme. Del mismo modo el niño no puede usar del hábito de la inteligencia de los
principios, ni de la ley natural que habitualmente está en él, por defecto de edad.
ARTÍCULO 2: SI LA LEY NATURAL INCLUYE MUCHOS PRECEPTOS O SÓLO UNO
Parece que la ley natural no incluye muchos preceptos, sino sólo uno, porque:
1. La ley está contenida en el género de los preceptos, como antes se dijo. Mas si fuesen muchos los
preceptos de la ley natural, necesariamente serían también muchas leyes naturales.
2. Además, la ley natural se sigue de la naturaleza del hombre. Pero ésta es una en cuanto al todo, aunque
sea múltiple en sus partes. Así pues, o se da un solo precepto en la ley natural, consiguiente a la unidad del
todo, o bien se dan muchos, siguiendo la multitud de partes de la naturaleza humana. Pero en tal caso, aun
las inclinaciones de la concupiscencia pertenecerían a la ley natural.
3. Finalmente, la ley es algo que pertenece a la razón, como ya se ha dicho. Pero la razón del hombre sólo es
una, luego sólo se da un precepto en la ley natural. Sin embargo, se da entre los preceptos de la ley natural
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y las acciones del hombre, la misma relación que entre los primeros principios y lo demostrable en el orden
especulativo. Pero hay muchos principios en el orden especulativo, luego también en la ley. natural hay
muchos preceptos.
Respondo: La misma relación que hay entre los preceptos y el orden práctico es la que existe entre los
principios primeros en el orden especulativo: ambos, en efecto, son principios evidentes por sí mismos. Pero
algo puede ser evidente por sí de dos maneras: considerado en sí, y considerado con respecto a nosotros.
Considerada en si, una proposición es evidente cuando el predicado está contenido en el sujeto; aunque
puede suceder que, si alguno ignora la definición del sujeto, no alcance a entender dicha proposición. Así, por
ejemplo, la proposición “el hombre es racional”, es de suyo evidente porque quien dice “hombre”, dice
“racional”; aunque puede suceder que alguien ignore lo que es el hombre, y así para. él dicha proposición no
será evidente. Por ello dice Boecio en su libro De las Semanas, que hay axiomas y proposiciones de suyo
evidentes para todos los hombres, ordinariamente h blando, como serían todas aquellas proposiciones de
términos evidentes, por ejemplo “el todo es mayor que sus partes”, y “dos cantidades iguales a una tercera
son iguales entre sí”. Pero algunas proposiciones sólo son evidentes para los conocedores, que entienden lo
que significan los términos de las proposiciones; por ejemplo, para quien entienda que el ángel no es un
cuerpo, será evidente que no está circunscrito a un lugar; mas esto no es evidente para las personas sencillas,
que no alcanzan a entender la naturaleza de los ángeles.
Y en todas las cosas que pertenecen al conocimiento humano se da cierto orden. Pues lo primero que cae bajo
el conocimiento es el ser, cuya aprehensión está incluida en todo aquello que el hombre conoce. Y por tanto
el primer principio in demostrable es que “no se puede afirmar y negar lo mismo a la vez”; principio que está
fundamentado en el concepto de ser y de no ser, y sobre este principio se fundan todos los demás, como se
dice en la Metafísica, libro 4. Y así como el ser es lo primero que se conoce, así el bien es lo primero que cae
bajo la razón práctica, que se ordena a la acción; ya que todo agente obra por un fin, y éste no es
esencialmente sino el bien. Y así, el primer principio de la razón práctica es que se funda sobre la nación de
bien, que es la siguiente : “bueno es aquello que todos apetecen”. Este es, pues, el primer precepto de la ley:
que debe hacerse el bien y evitarse el mal. Y sobre este precepto se fundan todos los demás de la ley natural:
o sea, que todo aquello que ha de hacerse o evitarse cae bajo los preceptos de la ley natural en cuanto la razón
práctica puede captar que tales actos son bienes humanos.
Y como el bien pertenece a la esencia del fin, el mal pertenece a todo lo contrario; por ello todo aquello hacia
lo que el hombre tiene inclinación natural, la razón lo capta como bueno, y por tanto como algo que debe
lograr con su acción, y al contrario, capta lo malo y el que debe evitarlo. Así pues, según el orden de las
inclinaciones naturales, hay también un orden de los preceptos de la ley natural. Pues se da en primer lugar
una inclinación del hombre al bien, en aquello que tiene de común con todos los seres; y así, con todos ellos,
tiende a la conservación de sí mismo, según su naturaleza. Y según esto, pertenece a la ley natural todo
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aquello por lo que el hombre se conserva, y le repugna lo contrario. En segundo lugar, pertenece al hombre lo
que le es común con los demás animales ; y según esto, se dice que pertenece al orden natural “todo aquello
que la naturaleza enseñó a todos los animales”, como es la unión del macho con la hembra, la educación de
los hijos, y todo lo semejante. Y finalmente se da en el hombre una inclinación al bien según la naturaleza
racional que le es propia; y de acuerdo con ella, el hombre tiene inclinación natural a conocer la verdad sobre
Dios y a vivir en sociedad. Y según esto pertenece a la ley natural todo lo que se refiere a esta inclinación;
como por ejemplo, que el hombre trate de superar su ignorancia, que no ofenda a aquellos con quienes
convive, y todo lo demás que tiene relación con su naturaleza.
1. A la primera dificultad respondo que todos los preceptos de la ley natural son una sola ley natural, en
cuanto se refieren a sólo un primer precepto.
2. A la segunda, que todas las inclinaciones de cualquier parte de la naturaleza humana, como serían las
concupiscibles y las irascibles, pertenecen a la ley natural en cuanto han de regularse por la razón y se
reducen al primer precepto, como se ha dicho. Y según esto se dan en la ley natural muchos preceptos, pero
todos enraizados en una raíz común.
3. A la tercera, que, aun cuando la razón humana sea una, le toca ordenar todo aquello que se refiere al
hombre. Y según esto, en la ley de la razón está con tenido todo aquello que puede ser regulado por la razón.
ARTÍCULO 3: SI TODOS LOS ACTOS DE VIRTUD CAEN BA JO LA LEY NATURAL
Parece que no todos los actos virtuosos pertenecen a la ley natural, por las siguientes razones :
1. Como se dijo arriba, es propio de la ley el ordenar al bien común, Pero algunos actos de virtud se ordenan
al bien particular, como por ejemplo los actos de la templanza. Por tanto parece que no todos los actos
virtuosos caen bajo la ley natural.
2. Además, todos los pecados son opuestos a algunos actos de virtud. De ahí se seguiría que, si todos los
actos virtuosos son de ley natural, todos los pecados serían contra la naturaleza; pero esto se afirma sólo de
algunos pecados.
3. Finalmente, todos están de acuerdo en aquello que conviene a la naturaleza. Pero no todos están de
acuerdo en los actos de virtud, pues para algunos es virtud lo que para otros es vicio. Por tanto no todos los
actos de virtud son de ley natural. Sin embargo, dice el Damasceno en De la Fe Ortodoxa, libro 3, capítulo
4: “Las virtudes son naturales”. Luego los actos virtuosos caen bajo la ley natural.
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Respondo: de dos maneras se puede hablar de los actos virtuosos: primeramente, en cuanto son virtuosos;
luego, en cuanto son tales actos, considerados en su propia especie. Si consideramos los actos según la
primera manera, o sea en cuanto virtuosos simplemente, caen bajo la ley natural; pues ya hemos dicho que
pertenece a la ley natural todo aquello a lo que el hombre se inclina según su naturaleza. Y cada uno se
inclina naturalmente a las operaciones que le convienen según su esencia, como el fuego tiende a calentar. Y
siendo el alma racional la forma propia del hombre, todo hombre tendrá la inclinación natural a actuar
según razón. Y esto es obrar conforme a la virtud. Según esto, todos los actos virtuosos pertenecen al orden
natural, pues éste dicta que cada uno debe obrar conforme a su razón, o sea virtuosamente. Pero si consideramos cada uno de los actos virtuosos en sí mismos, según su especie, entonces pude concederse que no
todos son de ley natural. Porque hay muchos actos virtuosos a los que no inclina la naturaleza, sino que el
hombre encontrado, mediante el raciocinio, que son útiles para vivir bien.
A la primera dificultad puede contestarse que la templanza se refiere al ordenamiento de la inclinación
natural a la comida, bebida y relaciones sexuales, el cual ordenamiento pertenece al bien común de la
naturaleza de la misma manera como las otras leyes se ordenan al bien moral común.
A la segunda, que la naturaleza del hombre puede entenderse de dos maneras: o bien en cuanto es propia
exclusivamente del hombre, y en este sentido todos los pecados son contra su naturaleza, en cuanto son
contra razón, como dice el Damasceno en De la fe Ortodoxa, libro 2, cap. 30; o bien en cuanto el hombre
tiene un aspecto de su naturaleza común con los animales, y según esto, ciertos pecados especiales suelen
llamarse “contra la naturaleza”, como es contraria a la ley natural la unión sexual de dos hombres, ya que
la naturaleza tiene como propia la unión sexual entre hombre y mujer, lo cual es común a todos los
animales; y así el pecado contrario suele llamarse especialmente vicio contra la naturaleza.
A la tercera, que tal dificultad es válida si se consideran los actos en sí mismos. Por ello sucede que, según
las diversas condiciones de los hombres, algunos actos puedan ser virtuosos para unos, ya que son
proporcionados v conveniente para ellos, y en cambio los mismos actos son para otros viciosos, en cuanto no
les son convenientes o proporcionados.
ARTÍCULO 4: SI LA LEY NATURAL ES UNA PARA TODOS LOS HOMBRES
Parece que la ley natural no es una para todos los hombres, porque:
1. Se dice en las Decrétales, en la distinción primera, que “el derecho natural se contiene en la ley y en el
Evangelio”. Pero éstos no son comunes a todos, porque, como dice la carta a los Romanos, “no todos
obedecen al Evangelio” (10, 16) . Luego la ley natural no es una para todos.
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2. Además, “se dice justo todo aquello que es según la ley”, como se dice en la Etica, libro 5, caps. 1 y 2.
Pero en el mismo libro se dice que nada hay que sea justo para todos, sin que haya algunas diferencias para
ciertos hombres. Luego la ley natural no es la misma para todos.
3. Finalmente, pertenece a la ley natural todo aquello a lo cual el hombre se inclina por naturaleza, como
hemos dicho. Pero los hombres se inclinan a diversas cosas: unos a la concupiscencia de los vicios, otros a
los honores, y así los demás. Luego no se da una ley natural para todos.
Sin embargo, dice Isidoro en el libro de las Etimologías, libro 5, capitulo. 4: “El derecho natural es
común a todas las naciones.
Respondo: A la ley natural pertenece todo aquello a lo que el hombre naturalmente se inclina, y es propio del
hombre inclinarse a algo según su razón. Y es propio de la razón el que se proceda de la manera inversa la
razón especulativa y la razón práctica; porque la razón especulativa principalmente maneja cosas necesarias
que no pueden ser de otra manera; y así, a no ser que intermedie algún defecto, se encuentran las mismas
conclusiones en los casos particulares y en los principios comunes. Pero la razón práctica maneja cosas
contingentes, entre las cuales se encuentran las operaciones humanas; y así, aun cuando haya alguna
necesidad en las cosas comunes, sin embargo, mientras más se desciende a o particular, se encuentran más
fallas; por ello la verdad no se encuentra en todas las conclusiones conocidas por los hombres, sino sólo en
los principios, que vienen a ser como los “conceptos comunes”. Y así, en las operaciones, no se da la misma
verdad, o sea rectitud práctica, en todos, respecto a sus actos individuales, sino sólo en los criterios comunes.
Y aun cuando algunos tengan la misma rectitud en cosas concretas, sin embargo no la conocen igualmente.
Por tanto es evidente que, tratándose de los principios comunes, tanto en el orden especulativo como en el
práctico, se da en todos la misma verdad o rectitud, la cual es para todos igualmente conocida. Pero en
cuanto a las conclusiones de la razón especulativa, aun cuando la verdad sea la misma para todos, no es sin
embargo igualmente conocida por todos; por ejemplo, para todos es verdad que los tres ángulos de un
triángulo igualan a dos ángulos rectos; pero no todos conocen esta verdad. En cambio, respecto a las
conclusiones de la razón práctica, ni son las mismas para todos, ni todos las conocen igualmente. Así, por
ejemplo, es para todos recto y verdadero que deben obrar conforme a razón. Y según este principio, se sigue
como una obvia conclusión que debemos devolver lo que se nos ha prestado. Esta consecuencia es verdadera
en la mayor parte de los casos; pero puede suceder en algún caso que sea dañoso, .y por consiguiente contra
razón, el devolver lo que se nos ha prestado. Por ejemplo si alguien nos lo pide para atacar a la patria. Y tal
principio es más falible mientras más se desciende a particulares. Por ejemplo, cuando se ha contratado el
devolver a su dueño el préstamo en esta o aquella forma, o con tal o cual condición. Mientras más
particulares son las condiciones, tanto más será falible en distintas formas el que sea recto o no lo sea el
devolver o no devolver lo prestado.
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Así pues, debemos decir que la ley natural, en cuanto a los primeros principios comunes, es la misma para
todos, tanto respecto a su rectitud como respecto a su conocimiento. Pero en cuanto a ciertas particularidades
que se siguen como conclusiones de los principios comunes, ordinariamente hablando son igualmente
rectas y claras para todos; pero pueden fallar en algunos casos, tanto en cuanto a la rectitud, ya por algunos
impedimentos particulares se . pueden interponer (como sucede también por ciertos impedimentos que
fallan en algunos casos las naturalezas sujetas a generación y corrupción), como también en cuanto a su
conocimiento; porque hay quienes tienen su razón depravada, sea por las pasiones, o por los malos hábitos,
o por una mala disposición natural. Así, dice en el libro 6 de la Guerra de las Galias, Julio César, que entre
los germánicos no se reputaba un crimen el latrocinio, en aquellos tiempos, a pesar de que esto expresamente
es contra la ley natural.
1. A la primera dificultad se responde que no debe interpretarse ese texto corno si todo lo que se encuentra
en la Ley y en el Evangelio sean de ley natural, ya que muchas cosas que se encuentran en ellos superan la
naturaleza. Sino en cuanto la ley natural está enseñada ahí plenamente. Por lo mismo, habiendo dicho
Graciano que “la ley natural se contiene en la Ley y en el Evangelio”, inmediatamente añade, como para
ejemplificar, que “por el Evangelio cada uno ha de hacer a otros lo que quiera que hagan para sí”.
A la segunda, que el texto del Filósofo puede entenderse que se refiere a aquello que es naturalmente justo, no
según los primeros principios, sino según las conclusiones derivadas de ellos; y en este último coso puede
haber deficiencias en algunos aunque en la mayor parte de los casos sea clara la rectitud.
3. A la tercera, que así como la razón domina e impera en el hombre sobre las otras potencias, así también
es necesario que las inclinaciones naturales pertenecientes a otras potencias caigan bajo el orden de la razón.
Y esto es comúnmente recto para todos los hombres, o sea que todas las inclinaciones dei hombre se dirijan
por la razón.
ARTICULO 5: SI LA LEY NATURAL PUEDE CAMBIARSE
Parece que puede cambiarse la ley natural, porque:
1. Dice el Eclesiastés.- “les añadió disciplina y una ley de Ja vida” (17, 9), y añade la Glosa: “Quiso darles
una ley escrita, para corregir 1a ley natural”. Pero aquello que se corrige se cambia. Luego la ley natural
puede cambiarse.
2. Además, es contra la ley natural e1 matar a un inocente, e igualmente el adulterio y el robo. Pero Dios
cambió todas estas cosas; por ejemplo, cuando mandó a Abraham matar a su hijo inocente, como se dice en
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Génesis 22, 2; y cuando ordenó a los hebreos que se apoderasen de los vasos que los egipcios les habían
prestado, como se lee en Exodo 3, 22; y cuando prescribió a Oseas el tomar una mujer adultera, como dice
Oseas 1, 2, Por tanto puede cambiarse la ley natural.
3. Finalmente, dice Isidoro, en las Etimologías, libro 5, cap. 4, que “es de ley natural 1a posesión común de
todos los bienes y el estado de libertad”. Pero vemos que la ley humana cambia estas cosas. Por tanto la ley
natural es cambiable.
Sin embargo, se afirma en la distinción quinta de las Decrétales: “El derecho natural viene desde el
comienzo de la criatura racional. Y no se cambia con e1 tiempo, sino que permanece inmutable”.
Respondo: Se puede decir que la ley natural cambia de dos maneras. Primeramente, en cuanto algo se le
añade, y en este sentido no hay dificultad en que cambie la ley natural, ya que se han añadido muchas cosas
a la ley natural, que parecían útiles a la vida humana, y esto tanto de parte de la ley divina como de la ley
humana.
También puede entenderse este cambio como una sustracción, de manera que algo que antes era de ley
natural de je de serlo. Y en este sentido la ley natural es inmutable respecto a los primeros principios. En
cuanto a los preceptos secundarios, .que son, según dijimos, conclusiones cercanas a los primeros
principios, la ley natural no se cambia de manera que ya no sea recto lo que generalmente lo es siempre
según la ley. Sin embargo puede cambiarse en algunos casos particulares, referentes a unos cuantos, debido
a ciertas causas especiales que impidan la observancia de tales preceptos.
1. A la primera dificultad se responde que la ley escrita se dio para corrección de la ley natural en cuanto la
primera completó lo que a la segunda faltaba; o bien en cuanto la ley natural se encontraba corrompida en
los corazones de algunos, en cuanto creían bueno lo que es naturalmente malo; y tal corrupción necesitaba
corrección.
A la segunda, que tanto culpables como inocentes mueren de muerte natural. Y dicha muerte natural viene al
hombre por potestad divina, debida al pecado original, corno dice, el prime. libro de los Reyes: “El Señor da
la muerte y la vida” (2, 6). Y por tanto, sin ninguna injusticia, sino sólo por mandato divino, puede darse la
muerte a un hombre, sea inocente o culpable. De manera semejante, el adulterio es una relación sexual con
la mujer ajena, que se entiende le ha sido dada al marido por disposición de la ley divina. De ahí que, si
alguno se acercare así a una mujer por mandato divino, no cometería adulterio ni fornicación. Y lo mismo se
diga del hurto, que es la conservación de un objeto ajeno. Pues quien recibe tal mandato de Dios, que es el
dueño universal de cuanto existe, no se queda con las casas contra la voluntad del dueño, y por tanto no roba.
Y no sólo respecto a las casas humanas se debe hacer lo que manda Dios, sino también en todas las cosas
naturales, pues cuanto Dios hace en ellas, es natural.
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3. A la tercera, que algo es de derecho natural de dos maneras : primera, en cuanto a ello inclina la
naturaleza, como el que no debe injuriarse a otro. Segunda, en cuanto la naturaleza no nos induce a hacer lo
contrario, como podríamos decir que es natural al hombre estar desnudo, porque la naturaleza no le dio
vestido, sino que éste es producto de su industria. Y en este sentido es. de derecho natural “la posesión
común de todas las cosas y el estado de libertad”; porque la separación de posesiones y la servidumbre no
fueron impuestas por la naturaleza, sino por el ingenio humano, para conseguir cierta utilidad. Y en esto la
Ley natural no se ha cambiado, a no ser por adición.
ARTÍCULO 6: SI LA LEY NATURAL PUEDE BORRARSE DEL CORAZÓN DE LOS HOMBRES
Parece que la ley natural puede borrarse del corazón de los hombres, porque :
1. Acerca de las palabras de la carta a los Romanos : “cuando los gentiles que no tienen ley... ” (2, 14) dice
la Glosa: “en el corazón del hombre renovado por la gracia se escribe la ley de la justicia, que la culpa había
borrado”. Pero la ley de la justicia es Ja ley natural. Luego la ley natural puede borrarse.
2. Además, la ley de la gracia s más eficaz que la ley natural. Pero la ley de la gracia se borra por la culpa.
Luego mucho más la ley natural puede borrarse.
3. Finalmente, cuanto la ley establece, se considera justo. Pero hay muchas cosas que el hombre ha
establecido contra la ley natural. Luego la ley natural puede ser abolida del corazón de los hombres. Sin
embargo, dice Agustín en Las Confesiones, libro 2, cap. 4: “Tu ley está escrita en los corazones de los
hombres, y ninguna iniquidad puede borrarla”. Pero ]a ley escrita en el corazón del hombre es la natural.
Luego la ley natural no puede borrase.
Respondo: A la ley natural pertenecen en primer lugar aquellos preceptos más universales que son a todos
conocidos; pero hay también otros preceptos más particulares que son como conclusiones muy próximas a
dichos principios. En cuanto a los primeros principios, Ia ley natural no puede borrarse universalmente del
corazón de los hombres. Sin embargo podría borrarse en algunas normas concretas del obrar, en cuanto
puede impedirse a la razón el que aplique el principio común a casos particulares, dada la concupiscencia o
las pasiones, como ya se dijo. Mas en cuanto a los preceptos secundarios, . la ley natural puede borrarse de
los corazones de los hombres debido a los malos consejos, como sucede también respecto a los errores
especulativos en cosas necesarias ; o bien, debido a costumbres depravadas o a hábitos corrompidos; y así
nos encontramos que algunos no juzgan ser pecado el latrocinio, ni aun los pecados contra naturaleza, como
dice el apóstol en la carta a los Romanos, 1, 24 y siguientes.
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1. A la primera dificultad se responde que la culpa puede borrar algún precepto particular de la ley natural,
pero no su totalidad, a no ser respecto a preceptos secundarios, como se acaba de explicar.
2. A la segunda, que, aun cuando la gracia sea más eficaz que la naturaleza, también es verdad que la
naturaleza es más esencial al hombre, y por tanto más permanente.
3. A la tercera, que tal dificultad procede de atender a preceptos secundarios de la ley natural que de hecho
algunos legisladores han atacado estableciendo algunas leyes inicuas.
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LA AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD COMO PRINCIPIO SUPREMO DE LA MORALIDAD
Tomado de : “Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres” Immanuel Kant
La autonomía de la voluntad es la constitución de la voluntad por la cual ésta es una ley para ella misma
(independientemente de toda constitución de los objetos del querer). El principio de la autonomía es, así
pues: no elegir sino de tal modo que las máximas de la propia elección estén comprendidas a la vez en el
mismo querer como ley universal. Que esta regla práctica es un imperativo, esto es, la voluntad de todo ser
racional está necesariamente atada a ella como condición, no puede ser demostrado por mero análisis de los
conceptos que aparecen en él, porque es una proposición sintética; se tendría que ir más allá del
conocimiento de los objetos y pasar a una crítica del sujeto, esto es, de la razón práctica pura, pues esa
proposición sintética, que manda apodícticamente, tiene que poder ser conocida completamente a priori,
pero este quehacer no pertenece a la presente sección. Sin embargo, que el citado principio de la autonomía
es el único principio de la moral, se puede muy bien mostrar por mero análisis de los conceptos de la
moralidad. Pues de ese modo se encuentra que su principio tiene que ser un imperativo categórico, y éste no
manda ni más ni menos que justo esa autonomía.
LA HETERONOMÍA DE LA VOLUNTAD COMO LA FUENTE DE TODOS LOS PRINCIPIOS ESPURIOS
DE LA MORALIDAD
Si la voluntad busca la ley que ha de determinarla en algún otro lugar que en la aptitud de sus máximas para
su propia legislación universal, y por tanto si busca esa ley, saliendo de sí misma, en la constitución de
cualquiera de sus objetos, resulta siempre heteronomía. La voluntad no se da entonces la ley a sí misma,
sino que se la da el objeto por su relación a la voluntad. Esta relación, descanse en la inclinación o en
representaciones de la razón, deja que se hagan posibles sólo imperativos hipotéticos: debo hacer algo porque
quiero otra cosa. En cambio, el imperativo moral, y por tanto categórico, dice: debo obrar de este o de aquel
modo, aunque no quisiese otra cosa. Por ejemplo, aquél dice: no debo mentir, si quiero mantener mi
reputación, pero éste dice: no debo mentir, aunque ello no me produjese la menor deshonra. El último, así
pues, tiene que abstraer de todo objeto hasta que éste no tenga influjo alguno sobre la voluntad, para que la
razón práctica (voluntad) no meramente administre interés ajeno, sino que demuestre meramente su propia
autoridad imperativa como legislación suprema. Así, por ejemplo, debo intentar fomentar la felicidad ajena,
no como si me fuese algo en su existencia (ya sea por inclinación inmediata, o alguna complacencia
indirecta de la razón), sino meramente porque la máxima que la excluye no puede estar comprendida en uno
y el mismo querer como ley universal.
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DIVISIÓN DE TODOS LOS POSIBLES PRINCIPIOS DE LA MORALIDAD A PARTIR DEL SUPUESTO
CONCEPTO FUNDAMENTAL DE LA HETERONOMÍA
La razón humana, aquí como en todas partes en su uso puro, mientras le falta crítica, ha intentado primero
todos los posibles caminos errados antes de conseguir dar con el único verdadero. Todos los principios que se
quiera tomar desde este punto de vista son o empíricos o racionales. Los primeros, tomados del principio de
la felicidad, están edificados sobre el sentimiento físico o moral; los segundos, tomados del principio de la
perfección, sobre el concepto racional de la misma como efecto posible o sobre el concepto de una perfección
independiente (la voluntad de Dios) como causa determinante de nuestra voluntad.
Los principios empíricos no son en modo alguno aptos para fundar sobre ellos leyes morales. Pues la
universalidad con que han de valer para todos los seres racionales sin distinción, la necesidad práctica
incondicionada que de este modo les58 es impuesta, desaparece cuando el fundamento de la misma59 es
tomado de la especial configuración de la naturaleza humana, o de las circunstancias contingentes en que
está puesta. Sin embargo, el principio de la felicidad propia es el más reprobable, no meramente porque es
falso y la experiencia contradice la pretensión de que el bienestar se rige siempre por el bien obrar, tampoco
meramente porque no contribuye absolutamente en nada a la fundación de la moralidad, ya que es enteramente distinto hacer un hombre feliz de hacer un hombre bueno, y hacer a este prudente y avisado en la
busca de su provecho que hacerle virtuoso, sino porque pone en la base de la moralidad resortes que más
bien la minan y aniquilan su entera sublimidad, ya que colocan en una misma clase las causas motoras que
llevan a la virtud con las que llevan al vicio, y enseñan solamente a hacer mejor el cálculo, pero borran
enteramente la diferencia específica entre ambos; en cambio, el sentimiento moral, ese supuesto sentido
especial* (por superficial que sea la apelación al mismo, ya que quienes no pueden pensar creen poder salir
adelante por medio del sentir aun en aquello en lo que meramente importan leyes universales, por poco
también que los sentimientos, que por naturaleza son infinitamente distintos unos de otros en el grado, den
una escala uniforme del bien y del mal, y tampoco puede uno, de ningún modo, juzgar válidamente para
otros a través de su sentimiento), permanece, sin embargo, más cerca de la moralidad y de su dignidad,
porque hace a la virtud el honor de adscribirle inmediatamente la complacencia y la alta estima por ella y no
le dice a la cara, valga la expresión, que no es su belleza, sino sólo el provecho, el que nos vincula a ella.
Entre los fundamentos de la moralidad racionales o de la razón,60 el concepto ontológico de la perfección
(por vacío, por indeterminado y, así, inutilizable que sea para hallar en el inmensurable campo de realidad
posible la mayor suma apropiada para nosotros, por mucho que tenga una inevitable tendencia a dar vueltas
* Incluyo el principio de sentimiento moral en el de la felicidad, porque todo interés empírico promete una contribución al bienestar
a través del agrado que algo proporciona de algún modo, ya suceda eso inmediatamente y sin prop6sito de ventajas, ya en atención a
éstas. Igualmente se tiene que incluir el principio de la compasi6n en la felicidad de otros, con Hutcheson, en el mismo sentido moral
por él supuesto.
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en círculo para distinguir específicamente de cualquier otra la realidad de que aquí se trata, y no pueda evitar
presuponer secretamente la moralidad que ha de explicar) es, sin embargo, mejor que el concepto teológico
consistente en derivarla61 de una voluntad omniperfecta y divina, no meramente porque no podemos intuir su
perfección, sino que únicamente podemos derivarla de nuestros conceptos, entre los cuales el de la moralidad
es el más eminente, sino porque, si no hacemos esto (lo que sería, si sucediese, un grosero círculo en la
explicación), el concepto que todavía nos queda de su62 voluntad a partir de las propiedades del apetito de
honor y de dominio, enlazadas con las terribles representaciones del poder y del afán de venganza, tendría
que ser el fundamento de un sistema de las costumbres que sería directamente opuesto a la moralidad.
Con todo, si yo tuviese que elegir entre el concepto del sentido moral y el de la perfección en general (al
menos, ninguno de los dos hace quebranto a la moralidad, aunque no son absolutamente nada aptos para
apoyarla como fundamentos), me determinaría en favor del último, porque como al menos retira de la
sensibilidad la decisión de la cuestión y la lleva al tribunal de la razón pura, aunque tampoco decide nada
aquí, sin embargo guarda sin falsearla la idea indeterminada (de una voluntad buena en sí) para una
determinación más precisa.
Creo, por lo demás, poder estar dispensado de una refutación detallada de todos estos sistemas. Es tan fácil,
está aun, probablemente, tan bien comprendida por los mismos cuyo cargo exige declararse en favor de
alguna de estas teorías (dado que los oyentes no soportan fácilmente la dilación del fallo), que de ello sólo
resultaría trabajo superfluo. Y lo que más nos interesa aquí es saber que estos principios no establecen en
modo alguno como primer fundamento de la moralidad sino heteronomía de la voluntad, y precisamente por
eso tienen que errar necesariamente su fin.
Dondequiera que un objeto de la voluntad tiene que ser puesto como fundamento para prescribir a ésta la
regla que la determine, la regla no es sino heteronomía; el imperativo es condicionado, a saber: si o porque
se quiere este objeto, se debe obrar de este o de aquel modo, y por tanto nunca puede mandar moralmente,
esto es, categóricamente. Sea que el objeto determine a la voluntad por medio de la inclinación, como en el
principio de la felicidad propia, o por medio de la razón dirigida a los objetos de nuestra voluntad posible en
general, en e1 principio de la perfección, tenemos por tanto que la voluntad no se determina nunca inmediatamente a sí misma por la representación de la acción, sino sólo por los resortes que el efecto previsto de la
acción tiene sobre la voluntad: debo hacer algo, porque quiero otra cosa, y aquí tiene que ser puesta como
fundamento en mi sujeto otra ley más, según la cual quiero necesariamente esta otra cosa, y esa ley, a su vez,
necesita de un imperativo que restrinja esta máxima. Pues dado que el impulso que ejerza la representación
de un objeto posible por nuestras fuerzas sobre la voluntad del sujeto, según la constitución natural de éste,
pertenece a la naturaleza del sujeto, ya sea de la sensibilidad (inclinación y gusto), o del entendimiento y la
razón, los cuales, según la especial configuración de su naturaleza, se ejercitan con complacencia en un
objeto, tenemos que propiamente daría la ley la naturaleza, y esa ley, como tal, no sólo tiene que ser conocida
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y demostrada por experiencia, y por tanto es en sí misma contingente y por ello no apta como regla práctica
apodíctica, como tiene que serlo la regla moral, sino que es siempre solamente heteronomía de la voluntad:
la voluntad no se da a sí misma la ley, sino que se la da un impulso ajeno por medio de una naturaleza del
sujeto dispuesta para la receptividad del mismo.63
La voluntad absolutamente buena, cuyo principio tiene que ser un imperativo categórico, contendrá así pues,
indeterminada en lo que respecta a todos los objetos, meramente la forma del querer en general, y por
cierto como autonomía; esto es, la aptitud de la máxima de toda buena voluntad para hacerse a sí misma ley
universal es ella misma la única ley que se impone a sí misma la voluntad de todo ser racional,64 sin poner
en la base como fundamento ningún resorte e interés de los mismos.65
Cómo sea posible, tal proposición práctica sintética a priori y por qué sea necesaria es un problema cuya
solución ya no reside dentro de los límites de la metafísica de las costumbres, y tampoco hemos afirmado
aquí su verdad, ni mucho menos pretendido tener en nuestro poder una demostración de la misma. Hemos
mostrado solamente por desarrollo del concepto de la moralidad que universalmente circula que una
autonomía de la voluntad es inevitablemente aneja a ese concepto, o, más bien, le sirve de fundamento. Así
pues, quien tiene a la moralidad por algo, y no por una idea quimérica sin verdad, tiene que admitir a la vez
el principio de la misma que hemos aducido. Esta sección ha sido, así pues, al igual que la primera,
meramente analítica. Ahora bien, que la moralidad no sea una quimera, lo cual se sigue tan pronto como el
imperativo categórico, y con él la autonomía de la voluntad, es verdadero y absolutamente necesario como un
principio a priori, exige un uso sintético posible de la razón práctica pura, al que no nos es lícito atrevernos
sin hacer que preceda una crítica de esta facultad racional misma, de la cual crítica tenemos que exponer en
la última sección los principales rasgos suficientes para nuestro propósito.
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