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AUTORES CIENTÍFICO-TÉCNICOS Y ACADÉMICOS
La lenta evolución
de las ideas científicas:
la fuerza de gravitación
universal
Víctor Arenzana Hernández
à
1. Introducción
L
as ideas científicas cruciales sólo aparecen en la ciencia de vez en
cuando. Algunas veces parece que han surgido de repente, por la
idea feliz de un científico determinado, pero, en la mayor parte de las
ocasiones, la gestación de la idea ha sido lenta. Tal es el caso de la
fuerza de gravitación universal, postulada por I. Newton (1643-1727)
en 1686 y que hoy cualquier escolar acepta sin pestañear como una
idea científica comprobada y fuera de toda duda. Sin embargo, la gravitación universal ha entrado en la ciencia hace poco más de tres
siglos, circunstancia que nos hace pensar que esta verdad, que hoy
nos parece tan clara y meridiana, con la que explicamos la caída de
los cuerpos, el lanzamiento de proyectiles e incluso el movimiento de
los planetas y de los demás astros, no es tan evidente, ya que no la
conocieron otros sabios de la antigüedad, que mantenían ideas muy
distintas sobre el peso de los cuerpos y su dinámica, y debemos suponer que los filósofos y sabios anteriores al siglo XVII eran tan inteligentes como los posteriores a esa fecha.
Pero, ¿cómo es que esos señores inteligentes y estudiosos de la
antigüedad no habían reparado en que existía la ley de gravitación?
La respuesta es bien sencilla: tenían otras teorías que explicaban la
caída de los graves y el movimiento de los astros que les satisfacían
intelectualmente y respondían cabalmente a sus preguntas. Llegar a
formular y sentir que entre todos los cuerpos del universo existían fuerzas atractivas que tendían a acercarlos no era un hecho fehaciente, ni
era tampoco una sensación que hubieran experimentado nunca.
¿Qué pensaría un monje medieval de una teoría que le asegurase que
entre la mesa de su escritorio y la del vecino había fuerzas atractivas
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en los dos sentidos y que, a su vez, la mesa era atraída por la pesada lámpara de velones que colgaba del
techo así como por cada uno de los libros que lo
rodeaban? ¿Qué opinaría de la existencia de una
fuerza que tendía a acercar la Luna a la Tierra a la vez
que la Tierra era atraída por el Sol y todos los demás
planetas? Seguramente al monje le parecería una fantasía pensar que vivía en un mundo atravesado por
unas fuerzas atractivas en las que nadie había reparado, que nadie había medido y que, además, debían
ser muy pequeñas. Alguno de aquellos monjes estudiosos podría haber argumentado en contra de la
existencia de tales fuerzas que si dos rocas enormes
estuvieran sometidas a esa atracción y se hallaran
situadas en una vertical sería posible que alguna vez,
y de forma espontánea, la roca de abajo subiera a
encontrarse con la de arriba y eso no se había observado nunca, más bien se inclinarían a pensar que
ambas tendían a ocupar el lugar que les correspondía
por naturaleza y que, antes o después, acabarían
cayendo hacia abajo hacia el lugar que debían ocupar los cuerpos pesados.
Lo cierto es que cada época ha tenido sus teorías explicativas de la caída y el movimiento de los
cuerpos y del movimiento de los planetas. Los griegos, capitaneados por Aristóteles (384-322), pensaban que todos los cuerpos tenían un movimiento
natural según su naturaleza, que no dependía de
nada exterior. Así, un cuerpo pesado (formado
mayoritariamente por el elemento tierra) caería
hacia abajo porque así se lo ordenaba su naturaleza,
igual que el vapor de agua (formado, según sus teorías, casi enteramente, por el elemento aire) tendería
a subir hacia arriba; asimismo, pensaban que los
astros giraban en círculos porque estaban hechos
por un elemento sutil, el éter, más ligero que el aire,
y el fuego, que tenía en su naturaleza el movimiento
circular. Después de Newton se explicaría que la piedra caía hacia abajo debido a la atracción terrestre y
que el vapor de agua subía porque tenía una densidad menor que el aire o que los planetas seguían
órbitas cerradas porque la atracción que el Sol ejercía sobre ellos los desplazaba de la trayectoria rectilínea que llevarían de forma natural en ausencia de
fuerzas.
A continuación vamos a hacer una aproximación
al cachazudo proceso mediante el cual la ley de gravitación universal se abrió paso en el pensamiento
científico hasta convertirse en la noción fundamental
de la explicación de la física moderna desde Newton
hasta Einstein (1879-1955). En la exposición se
seguirá el proceso histórico, analizando las opiniones
que sobre este tema tuvieron autores anteriores.
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à
2. La gravedad no universal
de los griegos
Los movimientos de los cuerpos pesados en la
Tierra, entendiendo con esto la caída de los graves, el
lanzamiento horizontal y el tiro oblicuo, fueron problemas que estudió la física desde sus comienzos.
Para el objeto que nos interesa debemos tener en
cuenta tres ideas. La primera que Aristóteles estudió
el movimiento local terrestre dentro del problema del
cambio y que, por tratar de buscar propiedades
comunes entre el cambio de una semilla a árbol, el
paso de mármol a estatua o la caída de los graves,
con estos supuestos obtuvo para el movimiento local
algunos resultados algo alejados de la experiencia
que serían muy criticados en el siglo XVI. En todo caso
estos movimientos se producían en la parte del universo que estaba dentro de la esfera de la Luna y que
en la literatura griega se llamaba mundo sublunar.
La segunda idea es que Aristóteles asociaba la
idea de gravedad con la noción de peso -los graves o
cuerpos pesados caían hacia el centro de la Tierra, en
movimiento vertical-, pero la gravedad no afectaba a
los cuerpos celestes, que formados exclusivamente
por una materia ultraligera, hacía que los astros giraran eternamente en círculos en una zona en la que no
existía el cambio; los astros realizaban sus circunvoluciones en un mundo en el que ni aparecían, ni desaparecían nuevos astros y ocupaban la parte del cosmos limitada entre la esfera de la Luna y las estrellas
fijas, parte llamada por el propio Aristóteles supralunar.
La tercera idea se desprende de las dos anteriores
y es que fenómenos de gravedad, en el sentido Aris-
Universo aristotélico. Sistema geocéntrico,
con una clara separación entre los
mundos supralunar y sublunar.
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la fuerza de gravitación universal
totélico, sólo se podían dar en el mundo sublunar en
el que los cuerpos graves caían. Mientras que en el
mundo supralunar, en el que sólo había movimientos
circulares de unos astros a los que no se les concedía
peso por estar formados por el éter no se podía
hablar de gravedad, de levedad y, en realidad, ni
siquiera de cambio, pues el movimiento circular que
se observaba en los cuerpos celestes se había mantenido imperturbable desde toda la eternidad y así se
esperaba que siguiera siempre.
De aquí podemos concluir que la gravitación no
era para los griegos una ley universal aplicable en
todos los lugares del universo, sino local, ya que estaba relegada a cuerpos del mundo sublunar y no a
todos, ya que existían cuerpos leves, como el fuego,
que, por su propia naturaleza, no se dirigían hacia el
centro de la Tierra, sino que tendían a elevarse. Para
estudiar el movimiento en los griegos me centraré en
las tesis sobre el movimiento recogidas en la Física y
en Acerca del Cielo de Aristóteles.
Aristóteles planteaba en su Física el movimiento
de una forma general. Para Aristóteles era movimiento no sólo el lanzamiento de una piedra, sino que era
también movimiento el proceso de cambio total de
forma que se daba en el paso de una semilla a árbol,
el que se producía en los cambios de forma debidos
al crecimiento de una persona o el que se daba en los
torbellinos que se producían en las aguas torrenciales.
Con la idea de que una semilla era semilla en
acto, pero árbol en potencia elaboró una visión general mediante la que se permitió estudiar todas las clases de movimiento. Aristóteles supuso que cualquier
movimiento era el paso de la potencia al acto. Así
recoge en su Física:
“Porque cada cosa particular puede estar a veces
en actualidad, a veces no, como en el caso de lo construible y la actualidad de lo construible en tanto que
construible,…. Esa actualidad [del movimiento] tendrá
que ser el proceso de construcción; y el proceso de
construcción es una clase de movimiento. El mismo
razonamiento se aplicará también a otros movimientos”1
De esta manera Aristóteles asociaba cualquier tipo
de movimiento natural con una característica que
estaba en el interior de las cosas que producía el
movimiento. El movimiento se producía siempre que
una característica del cuerpo pasaba de la potencia al
acto y hacía que las cosas cambiaran o se movieran
en algún sentido. Por eso, no es de extrañar que,
cuando en los dos primeros libros de la Física Aristó1
teles estableció que la naturaleza estaba formada por
los cuatro elementos de Empédocles (484-424), tierra, agua, aire y fuego, asociara a cada uno de estos
elementos unas características internas que les permitieran cambiar de estado y de lugar. Para justificar el
movimiento local natural de los elementos les supuso
una característica interna o ánimo que los hacía
moverse, según se podía comprobar por observación
directa, en una recta vertical hacia arriba o hacia
abajo, acercándose o alejándose del centro del universo según su gravedad o levedad, características
que para Aristóteles eran contrarias. Un cuerpo pesado o grave tendería a moverse hacia el centro del universo, mientras que un cuerpo leve se alejaría. Los
cuerpos que fueran mezcla de los cuatro elementos se
moverían hacia arriba o hacia abajo según el elemento dominante en el mismo.
Para completar todos los movimientos naturales
posibles que se observaban en el universo era preciso ampliar en un nuevo elemento los cuatro de
Empédocles. Tenía que haber un elemento que tuviera impreso en su naturaleza el movimiento circular, ya
que los cuerpos que estaban próximos a la superficie
terrestre se movían hacia arriba o hacia abajo, pero
siempre en línea recta y como los astros se movían en
círculos el elemento que formaba los cielos no podía
ser uno de los cuatro elementos de Empédocles, por
lo que se vio obligado a sacarse de la manga un quinto elemento o quintaesencia, que llamó éter y le permitía justificar el movimiento circular aparente que
tenían las estrellas y los planetas al girar alrededor de
la Tierra.
Aristóteles lo resumió así:
“De todos los cuerpos y magnitudes naturales decimos que son de por sí móviles respecto al lugar; decimos en efecto que la naturaleza es el principio de su
movimiento. Ahora bien, todo movimiento respecto al
lugar… ha de ser rectilíneo o circular o mezcla de
ambos: estos dos, en efecto, son los únicos simples. La
razón es que sólo estas dos magnitudes son simples, a
saber, la rectilínea y la circular. Circular, pues es en
torno al centro y rectilíneo, el ascendente, descendente... De modo que toda traslación simple ha de darse
desde el centro, hacia el centro o en torno al centro.
Y, puesto que de todos los cuerpos, unos son simples y otros compuestos de aquellos, por fuerza los
movimientos han de ser simples unos y mixtos de alguna manera los otros y los de los cuerpos simples serán
simples y los de los compuestos, mixtos, moviéndose
según el elemento predominante.
Aristóteles, Física, Libro III, cap I, 5-10, Ed. Gredos, pp. 180-181.
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Dado, pues, que existe el movimiento simple, que
el movimiento circular es simple y que el movimiento
simple lo es de un cuerpo simple..., es necesario que
haya un cuerpo simple al que corresponda, de acuerdo con su propia naturaleza, desplazarse con movimiento circular… resulta evidente, entonces, que existe por naturaleza alguna otra entidad corporal aparte
de las formaciones de acá [los cuatro elementos] más
divina y anterior a todas ellas [el éter]”2.
Con estos presupuestos sobre la naturaleza se elaboró la física más duradera de la historia de la humanidad. A muchos hombres sabios les pareció razonable suponer que el movimiento local estaba impreso
en la naturaleza de las cosas, igual que en la naturaleza de las semillas estaba el principio de trasformarse en una planta y que los cuerpos tendían a moverse de forma natural en línea recta, si lo hacían en la
Tierra, o en circunferencias, como lo hacían los
astros, porque su naturaleza los impulsaba a moverse
de esa forma y no de otra.
La física de Aristóteles explicaba que cualquier
otro movimiento terrestre no rectilíneo no podía ser
natural y si se observaban tales movimientos en algunos cuerpos se debía a que sobre ellos había actuado
la acción de una fuerza y Aristóteles llamó a estos
movimientos forzados, como lo eran el movimiento
circular de una noria, el movimiento aparentemente
curvilíneo de un surtidor de agua o el de una flecha
lanzada por un arco. El problema del lanzamiento de
un proyectil planteaba un problema adicional dentro
de la física de Aristóteles, ya que no se admitía la
acción a distancia y se necesitaba que aquello que
impulsaba a la flecha y le había dado el movimiento,
el motor, debía estar en contacto con la flecha y eso
no se producía en los lanzamientos.
En el mundo sublunar aristotélico los movimientos naturales de los cuerpos eran verticales y rectilíneos y los movimientos forzados no tenían una buena
explicación dentro de la teoría. En el mundo supralunar los astros se movían en círculos eternos, sin cambios, y no había movimientos rectilíneos.
En esta situación resulta evidente que todo lo que
se refiere al peso o a la gravedad quedaba en el
mundo griego relegado al mundo sublunar. En el
mundo supralunar no existía peso y los astros se movían en gráciles, ingrávidos y eternos movimientos circulares. La tradición de un mundo de los cielos sin
peso y de naturaleza diferente a la terrenal responde a
unas tradiciones y creencias griegas enraizadas en su
mitología, que suponían que el cielo era la morada de
2
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Aristóteles, Acerca del cielo, Libro I, Cap. 2, 268b y 269a.
los dioses y que algunos astros como el Sol y la Luna
estaban identificados con dioses. Prueba de esta afirmación es que Anaxágoras (500-428) fue acusado de
delito de impiedad por afirmar que el Sol era solamente una roca incandescente del tamaño del Peloponeso.
Por esta afirmación fue procesado por impiedad y sólo
su amistad con Pericles lo libró de la cárcel.
Los griegos dejaron la gravedad relegada al
mundo sublunar, en que los cuerpos pesaban. El
mundo supralunar estaba al margen de pesos y tendencia y los astros se movían imperturbablemente en
movimientos circulares, sin que a su alrededor se produjera ningún cambio. Además en el mundo sublunar
la gravedad sólo tenía marcada la dirección del centro de la Tierra. La ley de los graves o cuerpos pesados de la ciencia griega no se ejercía ni en todas las
direcciones ni en todo el universo.
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3. El movimiento de los griegos
a Galileo: de tendencia
interior a estado
Los griegos consideraban que el movimiento de
cada cuerpo provenía de una tendencia o característica interna del mismo. Esta fue una de las ideas de
las que más costó desprenderse y se haría gracias a
los razonamientos de Galileo sobre la naturaleza del
movimiento y las especulaciones de Descartes sobre
el origen divino del movimiento. Pero con anterioridad al siglo XVII la física de Aristóteles fue muy estudiada. En la Edad Media, sobre todo a partir de la
aparición de las universidades en el siglo XIII, un tema
que trajo de cabeza a los filósofos medievales fue el
estudio del movimiento forzado de los cuerpos representado por lanzamiento de proyectiles, ya que dentro de la doctrina de Aristóteles no tenía explicación
cómo se mantenía la acción de una honda en la propulsión de una piedra, ya que, según las tesis aristotélicas, era preciso que la causa que originaba el
movimiento, el motor, estuviera en contacto con el
móvil y en el lanzamiento de proyectiles no se daba
esta circunstancia. Dos clérigos franceses, Juan Budiran (1300-1358) y Nicolás de Oresme (1323-1382)
habían hecho grandes avances en el estudio del
ímpetus que la honda imprimía a la piedra y habían
elaborado una teoría de los movimientos forzados de
los cuerpos dentro de las tesis aristotélicas en el siglo
XIV.
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la fuerza de gravitación universal
Pero el cambio de punto de vista de la dinámica
aristotélica no vino de la mano de las sesudas reflexiones de los comentaristas medievales de la obra de
Aristóteles, que sólo trataban de resolver problemas
de orden cualitativo que no ayudaban en nada a responder las preguntas de carácter práctico. La innovación vino de la mano de la resolución de cuestiones
de carácter práctico que formulaban los artilleros.
¿Qué ángulo de elevación tengo que dar a un cañón
para tener mayor alcance? ¿Con qué ángulo de elevación alcanzar el blanco? Los cañones también
pusieron de manifiesto que la trayectoria de las balas
del cañón eran curvas y la dinámica aristotélica
suponía que en el mundo sublunar, el mundo más
próximo a nosotros, sólo podían existir movimientos
rectilíneos, ya que las trayectorias curvas estaban
reservadas a los astros, formados por el material más
sutil, el éter, que se movían con movimientos circulares perfectos.
era poner en relación dos cosas de naturaleza completamente distintas e incomparables como eran el
movimiento natural de la caída de los graves con el
movimiento forzado provocado por el impulso del
cañón.
La respuesta a estas cuestiones sobre composición
de movimientos se dio de diferentes maneras. El artillero español Diego de Ufano (-1615) concebía la trayectoria de una bala formada primero por un tramo
recto ascendente con movimiento forzado, luego un
tramo con movimiento mixto curvado y luego otra
parte de movimiento vertical buscando el centro de la
tierra.
Por su parte, Leonardo da Vinci (1542-1519),
heredero de una tradición técnica y de ingeniería,
realizó unos dibujos en los que no desdeñaba que el
movimiento fuera desde el principio composición de
un movimiento libre y otro forzado.
Según las tesis de Aristóteles, las trayectorias de
las balas de los cañones debían ser de la siguiente
forma: la bala al salir del cañón debía seguir una
tramo recto hasta alcanzar su máxima altura, y, desde
allí, tenía que caer según una trayectoria recta en
dirección al centro de la Tierra. Así lo pensaron artilleros como Daniel Santbech (fl. 1561), pero fueron
muchos, tanto artilleros como científicos y humanistas, los que se preocuparon del estudio experimental
y geométrico del movimiento.
La teoría del ímpetus suponía que mientras un
proyectil permanecía en movimiento quedaba en él
algo que le había conferido el motor, que era lo que
le hacía moverse, aunque motor y proyectil hubieran
perdido el contacto. Algunos comenzaron a pensar
que los movimientos de los proyectiles no eran movimientos simples, sino que eran composición de dos
movimientos rectilíneos: el que el cañón impulsaba al
proyectil y el de caída de los graves y que ambos se
debían componer según la regla del paralelogramo.
Pero existía el lastre del pensamiento aristotélico, que
pensaba que componer dos movimientos como esos
Trayectoria de una bala según Daniel Santbech.
La trayectoria de un proyectil según Diego de Ufano.
3.1. El movimiento en Tartaglia
y Galileo
Para hacernos cargo de la lenta ruptura con las
concepciones aristotélicas en materia de movimiento
se puede observar cómo dos grandes científicos abordaron el estudio del lanzamiento de proyectiles. Las
posturas de Nicolo Tartaglia (1500-1557) y Galileo
Galilei (1564-1642) están separadas por más de
medio siglo. Tartaglia pensaba, siguiendo a Aristóteles, que un proyectil no podía estar sometido a la vez
a dos movimientos de distinta naturaleza, es decir, un
movimiento natural y otro forzado, por eso, en su
libro La nueva ciencia demostró, dentro de las tesis de
la dinámica aristotélica, que:
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“Ningún cuerpo igualmente grave puede recorrer
algún espacio de tiempo o de lugar con movimiento
natural y violento de forma simultánea”3
Esta misma postura la mantenía Diego Ufano en
su obra.
Sin embargo, Galileo había llegado a la conclusión de que los cuerpos no tenían impreso en su interior ninguna tendencia al movimiento, decía que el
movimiento era un estado permanente que se veía
alterado cuando actuaba sobre él una fuerza. A esta
conclusión había llegado mediante lo que ha dado en
llamar experimentos mentales, que consistían en imaginar cómo se comportarían ciertos elementos en
ciertas condiciones.
Así, Galileo, en Diálogo sobre los sistemas máximos, le propuso a Simplicio por boca de Salviati un
experimento mental para que decidiera sobre la verdad de las conclusiones obtenidas. El experimento
que le propuso es clarísimo para establecer el principio de inercia, que iba a ser de importancia vital para
la formulación de la ciencia newtoniana.
El experimento mental consistió en analizar el
movimiento de una bola fabricada con un material
durísimo, como el bronce, que se desplazaba sobre la
superficie de un espejo perfectamente pulido y ligeramente inclinado. En primer lugar, Salviati le preguntó
a Simplicio cómo se movería la bola y éste le contestó que descendería por el plano de forma espontánea, con lo que Salviati se mostró de acuerdo. A continuación Salviati hizo una nueva pregunta para
enriquecer la respuesta: ¿Cuánto tiempo duraría el
movimiento de la bola descendiendo? Y Simplicio le
respondió que eternamente.
Con el fin de llegar a que el movimiento es un
estado del cuerpo Salviati siguió preguntando sobre
lo que habría que hacer para que la bola de bronce
ascendiera por la pendiente del espejo, a lo que Simplicio respondió sin dudar que la bola tendría que ser
empujada o lanzada con violencia, con lo que la bola
ascendería por el espejo inclinado, cada vez más lentamente, hasta pararse y que el recorrido sería más o
menos largo según el impulso que hubiera recibido.
A continuación Galileo le formuló a Simplicio la
pregunta fundamental: ¿Qué sucedería si el plano
fuera perfectamente horizontal? A lo que Simplicio le
contestó que, en ese caso, la bola sería indiferente a
la propensión que le hacía descender y a la resisten3
4
cia que la hacía detenerse cuando ascendía y que
entonces el móvil quedaría quieto. Ante esta conclusión Salviati le admitió que sucedería así si el cuerpo
lo colocamos en reposo sobre la superficie horizontal,
lisa y pulimentada, pero Salviati le pidió que tratara
de explicar lo que sucedería si en lugar de depositar
el cuerpo en reposo lo colocáramos en movimiento
sobre la superficie del espejo. Simplicio respondió
que el movimiento no sufriría ninguna aceleración ni
ningún retardo por no tener el plano ningún tipo de
inclinación y Salviati le apostilló que en ausencia de
ningún otro impedimento el movimiento sería eterno.
Este es el esbozo que Galileo hizo del principio de
inercia y lo utilizó expresado en la forma siguiente:
todo móvil en ausencia de fuerzas exteriores que los
aceleren o retarden permanecerá en estado de movimiento o de reposo4. Por lo tanto, cualquier cuerpo
en movimiento permanecería moviéndose eternamente en ausencia de fuerzas exteriores. El principio
de inercia le permitió a Galileo estudiar el lanzamiento de una bala como composición de dos movimientos, el que le imprimía el cañón y la fuerza de gravedad, ya que el pisano no hacía distinción entre
movimientos naturales y movimientos forzados,
como lo hacía Tartaglia, y los puede tratar en condición de igualdad.
Galileo era consciente de que su postura era revolucionaria y de que rompía con la física escolástica
medieval, pues afirmó explícitamente que lo que aseguraba Aristóteles sobre el movimiento: que la acción
del motor debía actuar sobre el móvil y que, de alguna forma, se debía propagar por el medio, no tenía
nada que ver con la interpretación que él había dado
al tema del movimiento y que con su visión no era
preciso recurrir a Aristóteles5. El desarrollo matemático y la obtención de las fórmulas precisas del movimiento las publicó en 1638 en su libro Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas
ciencias.
3.2. Los cambios en los cielos
Las ideas de Aristóteles sobre el movimiento pesaron tanto en los estudios sobre los movimientos en la
Tierra como sobre los movimientos de los cielos. Los
cielos de la cosmología griega eran ligeros y sobre
ellos no eran aplicables las leyes que se utilizaban
para los cuerpos pesados. Desde Eudoxo (408-355)
Tartaglia, N. La nueva ciencia, Colección Mathema, Facultad de Ciencias de la UNAM, México p. 81.
Galileo, G. Diálogo sobre los sistemas máximos, Jornada segunda, Ed. Aguilar, Buenos Aires, pp. 86-93. No habla de que el movimiento debe ser rectilíneo, aunque parece que lo supone implícitamente. La formulación completa la dio Descartes.
5 Galileo, G. Diálogo sobre los sistemas máximos, Jornada segunda, Ed. Aguilar, Buenos Aires, p. 95.
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se pensaba que el mundo supralunar estaba formado
por esferas cristalinas concéntricas que arrastraban a
los planetas en el movimiento eterno. Y que todo ello
estaba hecho de un material precioso, un quinto elemento que se llamó, además de éter, quintaesencia
para expresar con ello lo más perfecto y sutil. Un cielo
estructurado en esferas cristalinas se mantuvo hasta el
renacimiento.
Cuando N. Copérnico (1473-1543) propuso su
nuevo sistema astronómico surgió una dificultad para
explicar la gravedad de los cuerpos en el mundo
sublunar y era que los graves caían buscando el centro del universo, que en el sistema aristotélico coincidía con el centro de la Tierra, ya que ésta ocupaba el
centro del universo.
Pero como, en el sistema copernicano, la Tierra
había dejado de ser el centro del universo y los graves
seguían buscando el centro de la Tierra, Copérnico
trató de responder a la pregunta de hacia dónde iba
dirigida la tendencia de los cuerpos graves o simplemente en qué consistía la gravedad, que para él no es
otra cosa que una tendencia general que tienen todos
los cuerpos del universo a agruparse en forma esférica. En el Libro I de De Revolutionibus (1543) decía:
“[que la Tierra] no es el centro de todas las revoluciones lo manifiestan el aparente movimiento irregular
de las errantes [planetas] y sus distancias variables a la
Tierra. Luego, si existen varios centros cualquiera
podría dudar, no temerariamente, si el centro del
mundo es el centro de gravedad terrestre u otro.
Yo creo que la gravedad no es sino una cierta tendencia natural puesta en las partes del universo por la
divina providencia del hacedor para conferirles unidad
e integridad juntándose en forma de globo”6
Esta opinión sobre la gravedad está a mitad de
camino entre la gravedad defendida por Aristóteles y
la propuesta de Newton. Se parece a la de Aristóteles
en el sentido de que se considera como una tendencia natural y no como una fuerza entre cuerpos y se
aleja de ella en el sentido de que la Tierra aparece
girando en una esfera cristalina entre el resto de las
demás esferas etéreas y rompe con la idea de que los
elementos estaban repartidos en estratos. Tampoco
era la ley de gravitación de Newton porque, aunque
proponía una tendencia universal que poseían todos
los cuerpos no establecía relaciones dos a dos, ni tampoco construyó relaciones cuantitativas. Además,
aunque los movimientos de los astros sufrieron un
cambio revolucionario en la posición, que tuvo enorme repercusión para la ciencia, en lo concerniente a
la estructura del universo se debe recordar que en el
sistema copernicano todos los astros seguían moviéndose pegados a las rígidas esferas cristalinas y
moviéndose en círculos perfectos, aunque ahora alrededor del Sol.
3.3. Tycho Brahe: la ruptura
de las esferas
El astrónomo danés Tycho Brahe (1546-1601) fue
sin duda el mejor observador de los cielos del siglo XVI
y realizó dos observaciones astronómicas cruciales
que asestaron sendos golpes al aristotelismo, ya que
pusieron de manifiesto que los cielos no eran inmutables y que las esferas cristalinas eran atravesadas por
las trayectorias de los cometas como si no existieran.
También hizo tambalear la idea de gravedad copernicana, ya que presentaba un cielo sin esferas y, por
tanto, contra la tendencia universal de gravedad que
propuso copérnico en De Revolutionibus exigía la
tendencia de toda la materia a adquirir formaciones
esféricas.
La cosmología aristotélica suponía, como se ha visto
anteriormente, que los cielos estaban hechos de una
materia perfecta y sutilísima en la que no podía haber
cambios. Por lo tanto, se creía que en el cielo no podían
aparecer nuevos astros y que no era posible que un
cuerpo celeste cambiara de esfera cristalina y, mucho
menos, que atravesara varias. Pues bien, Tycho observó en 1572 la aparición y desaparición de una estrella
nueva en el cielo y cinco años después un cometa.
Sistema heliocéntrico copernicano.
6
En noviembre de 1572 Tycho observó una nova
en la constelación de Casiopea. En el cielo había aparecido una estrella más brillante que Venus en un
Copérnico, N. De Revolutionibus, Editora Nacional, Madrid, 1982, Libro I, Cap 9, p. 113.
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sión y construyó, a gusto del astrónomo, el mítico castillo observatorio de Uraniborg. Nada más instalarse
en su observatorio en 1577, Tycho observó un cometa en el cielo.
Aristóteles había clasificado a los cometas en la
categoría de los meteoros. Los meteoros eran, en la
ciencia aristotélica, variaciones anómalas que se producían en la atmósfera, eran fenómenos que se producían próximos a la Tierra y que, por lo tanto, sólo
se podían producir en el mundo sublunar, por debajo de la esfera de la Luna, que era donde existía generación y corrupción.
Tycho Brahe observando la Nova en 1572.
lugar, cerca del cénit, donde anteriormente no había
ninguna estrella. La estrella era muy brillante y algunas personas de buena vista la veían hasta de día.
Además, se pudo observar la estrella durante mucho
tiempo ya que permaneció en el mismo lugar del
cielo durante dieciocho meses, hasta que, finalmente,
desapareció. Tycho comprobó, en primer lugar, que
la estrella no cambiaba de posición respecto a las
estrellas fijas mediante un hilo extendido ante sus ojos
con el que unía la nueva estrella con dos estrellas
conocidas y observó que durante los dieciocho meses
no cambiaba la posición relativa de los tres astros.
Además, Tycho medía durante ese tiempo la posición
de ese objeto en el cielo con un sextante de gran precisión y llegó a la conclusión de que la nova se había
producido por encima de la esfera de Luna, ya que,
pese a cuidadosas comprobaciones no había descubierto paralaje y, como, además, no había observado
en el astro movimiento de retrogradación supuso que
no era un planeta, llegando a la conclusión de que lo
que había observado era una estrella. La observación
de la nova fue un argumento contra la cosmología
aristotélica, ya que en ella se suponía que en los cielos no podía haber aparición (generación) ni corrupción (muerte) de nuevos astros y Brahe había observado las dos cosas.
Hacia 1575 el rey Federico II le hizo a Tycho la
oferta de construir para él un observatorio astronómico en la isla de Hven (Dinamarca) para que pudiera
seguir observando el cielo. Le concedió una alta pen-
16
Tycho midió con sus instrumentos, que eran los
más precisos de la época, la paralaje del cometa, y
esta medida le indicaba que el cometa estaba seis
veces más lejos que la Luna, por lo que los cometas
no podían ser meteoros, que eran fenómenos que nacían y morían en la atmósfera terrestre. Tycho volvió
a asestar un duro golpe a la teoría aristotélica de la
inmutabilidad de los cielos. Además, apuntó la posibilidad de que el cometa pudiera tener una órbita no
circular, algo que no estaba de acuerdo ni con la concepción cosmológica de Ptolomeo, que era en la que
él creía, ni con la de Copérnico, ya que ambos astrónomos sólo concebían órbitas circulares.
Las dos observaciones erosionaban la credibilidad
de cosmología de Aristóteles sobre la inmutabilidad
de los cielos. La observación del cometa en 1577,
probaba, por una parte, que en el cielo de las esferas
cristalinas de Ptolomeo y Aristóteles había generación
y destrucción y, por otra, los cometas atravesaban
con sus órbitas elípticas de gran excentricidad las
órbitas de los planetas. Este descubrimiento fue una
mala noticia para la cosmología de Aristóteles, ya que
ponía de manifiesto que las esferas cristalinas no eran
rígidas, que era tanto como asegurar que no existían,
pero también cuestionaba la hipótesis de la gravedad
de Copérnico como tendencia natural puesta en
todas las partes del universo por la divina providencia para darles unidad de integridad y juntarse en
forma de globo. Las esferas estaban rotas, ya que
había astros que no tenían esfera asociada, los cometas, y las órbitas de los planetas no debían existir o no
eran tan rígidas, ya que un cometa las atravesaba.
3.4. La gravedad sin las esferas
cristalinas
Las observaciones de Tycho plantearon a los
astrónomos una serie de problemas. Tenían que dar
explicación de por qué se movían los planetas y por
qué razón se observaban en el cielo movimientos
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la fuerza de gravitación universal
ordenados, que, indudablemente, no se debían a
estar pegados a unas esferas concéntricas y cristalinas
que se movían, puesto que eran atravesadas por los
cometas. Hubo algunos pensadores, como Giordano
Bruno (1648-1600) que, inspirados por un cierto
vitalismo, decían que el movimiento estaba impreso
en la naturaleza de los astros que los hacía moverse
de ese modo.
Por otra parte los seguidores del sistema heliocéntrico de Copérnico le trataron de dar significado físico
al Sol que ocupaba el centro del universo. Pronto
comenzaron a pensar que igual que iluminaba y daba
calor al resto de astros podría imprimirles una fuerza
para mantenerlos en movimiento.
Uno de los primeros científicos que dio una explicación al movimiento de los astros sin esferas fue
William Gilbert (1540-1603) que fue físico y médico
inglés, pionero del estudio experimental de los fenómenos magnéticos. Viajó por Europa durante algunos
años y, en 1573, regresó definitivamente a Inglaterra,
en cuya capital ejerció la medicina. Aunque en 1601
fue nombrado médico de la corte, ha pasado a la historia como astrónomo y como físico. Fue uno de los
más vehementes defensores del copernicanismo en
Inglaterra. En su obra De mundo nostro sublunari
philosophia nova (1615) defendió el sistema copernicano y formuló la hipótesis de que las estrellas fijas
podían encontrarse a diferentes distancias de la Tierra, y no en una única esfera.
La fama de Gilbert se debió a sus estudios sobre
el magnetismo contenidos en De magnete (1600), a
la que Galileo calificó de fundamental. De Magnete se
ocupó del estudio de las propiedades que tenía la
aguja imantada de la brújula de apuntar siempre
hacia el norte. Estaba convencido de que el magnetismo y la electricidad estática estaban relacionados
de alguna forma porque ambas manifestaciones mostraban una fuerza atractiva que actuaba a distancia.
En los experimentos que describió en De Magnete utilizaba imanes naturales, la magnetita, así como hierros magnetizados artificialmente.
El experimento crucial de Gilbert fue el que describía el comportamiento de una pequeña aguja, versorium que se movía sobre la superficie de un imán esférico. En el experimento, decía Gilbert, se reproducía el
proceso que seguía la aguja de la brújula sobre la
superficie terrestre. El versorium apuntaba hacia el
polo cuando se colocaba en un plano tangente a la
esfera, y se inclinaba hacia abajo cuando se le permitía girar sobre un eje horizontal. Los experimentos de
Gilbert con la pequeña esfera magnética lo convencieron de que la propia Tierra era un imán gigantesco.
La esfera magnética de Gilbert.
De Magnete era una obra dura de leer, porque el
autor luchaba con datos experimentales intentando
darles sentido; es decir, explicarlos desde un modelo
lógico con unas suposiciones experimentales que los
lectores consideraban poco menos que mágicas. Era
ciencia en su estado más puro, en la que se formularon hipótesis a partir de los experimentos y observaciones. Newton pudo subirse sobre los hombros de
gigantes, pero Gilbert tuvo que construir su conocimiento desde los cimientos de la observación de la
naturaleza. Gilbert creía que el magnetismo terrestre y
la rotación de la Tierra tenían una causa común, la
razón que aducía era que le parecía demasiada coincidencia que el norte magnético y el norte astronómico estuvieran tan cercanos, que casi coincidían.
No obstante aportó la idea de que la Tierra y los
astros que tenían movimiento de rotación ejercían
una fuerza atractiva sobre los astros que los rodeaban
y alejó del pensamiento científico la hipótesis nunca
probada y admitida durante más de veinte siglos de
las esferas cristalinas.
3.4.1. Johannes Kepler: el uso
de las observaciones astronómicas
Johannes Kepler (1571-1630) hizo grandes descubrimientos sobre el movimiento de los planetas y,
aunque aceptaba el sistema copernicano, no se preocupó de si los astros se movían unidos a esferas cristalinas, simplemente se dedicó a extraer información
de las observaciones astronómicas precisas que
durante más de veinte años realizó Tycho Brahe.
Kepler estaba imbuido del espíritu pitagórico platónico y estaba convencido de que tras todos los datos
numéricos que se pudieran obtener por mediciones
en la naturaleza debían existir unas relaciones matemáticas. Kepler fue sobre todo un gran matemático
que estaba convencido de que el universo estaba
gobernado por unas leyes matemáticas parecidas a
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modo, un planeta recibiría más fuerza del Sol cuanto
más cerca de él se encuentre. Este hecho se vio reforzado por las observaciones que había realizado cuando estudió el movimiento de la Tierra y comprobó
que las velocidades de la Tierra respecto al Sol en el
perihelio y en el afelio eran inversamente proporcionales a las distancias respectivas entre la Tierra y el
Sol. También la iluminación era inversamente proporcional a la distancia9.
las proporciones que guardan entre sí las longitudes
de la cuerda de un violín cuando emiten sonidos
armoniosos o consonantes7. Con este convencimiento abordó el estudio de las observaciones de Tycho.
Fruto de su trabajo genial y obsesivo fueron sus tres
leyes sobre el movimiento de los planetas. Las dos
primeras fueron publicadas en su libro Astronomía
Nova (1605) y la tercera en Harmonices mundi libri V
(1619). No vamos a intentar describir lo que suponen
las leyes de Kepler en la astronomía porque lo que se
intenta en este trabajo es destacar las ideas que los
diferentes autores tenían sobre la gravitación de los
cuerpos o de las fuerzas que existen entre los planetas. Simplemente destacaremos que el descubrimiento de su primera ley, que aseguraba que la órbita de
Marte era elíptica, fue un modelo de investigación
científica, del método ensayo y error, utilizando las
precisas observaciones astronómicas de Tycho Brahe.
Su tercera ley, que relacionaba los periodos orbitales
de los planetas, T, con las distancias medias de los
planetas al Sol, r, establece que T2 = k·r3 y convenció a Kepler de que los movimientos de los astros
verificaban unas leyes matemáticas parecidas a las de
la música.
Pero fue en su segunda ley, aparecida en 1605,
conocida como ley de las áreas y que, en realidad fue
la primera que descubrió, en la que Kepler expuso su
idea de gravitación o fuerza atractiva. Los astrónomos habían observado que los planetas se movían
con más rapidez cuando estaban más cerca del Sol
que cuando estaban más alejados de él8. Este hecho
le hizo le hizo pensar a Kepler que debía existir una
fuerza que partía del Sol que actuaba sobre los planetas aumentando su velocidad y que se extendía del
mismo modo que la luz. Kepler pensaba que así
como un cuerpo está más iluminado cuanto más próximo se encuentra del foco luminoso, del mismo
Al no tener una idea ni siquiera aproximada de la
atracción gravitatoria, Kepler trató de imaginar cómo
debía ser la fuerza que transmitía el Sol a los planetas
y pensó en algo que actuase de forma parecida a una
escoba que manejaba el Sol y arrastraba al planeta en
su recorrido. Esta hipótesis hizo suponer a Kepler que
el Sol giraba alrededor de su eje y que los rayos de la
fuerza que emitía giraban alrededor de él como los
radios de una rueda. Esta suposición implicaría que
todos lo planetas debían moverse a la misma velocidad
angular y completarían un vuelta en el mismo tiempo.
Por esa razón pensó que los rayos de fuerza no eran
rígidos y permitían que los planetas se retrasasen y que
la fuerza que emitía el Sol funcionara más como un
vórtice o un remolino con más velocidad en el centro
que en la periferia. El remolino parecía un buen ejemplo, puesto que a medida que los planetas estaban más
lejos, se movían más lentamente, pero aún le quedaba
por explicar por qué los planetas se movían en órbitas
excéntricas y se no mantenían a la misma distancia del
Sol como ocurría con el centro del vórtice.
Johannes Kleper.
7 Los pitagóricos defendían que los astros se movían en los cielos en unas esferas cuyos radios egradaban entre sí las relaciones que
longitudes de las cuerdas de una lira que emitían sonidos consonantes (octava, tercera y quinta). Esta corriente tuvo gran influencia
en la aparición de la ciencia moderna a través de la corriente neoplatónica con la que Kepler está relacionado.
8 En el sistema copernicano en el que se desenvolvía Kepler en aquel momento de sus investigaciones, los planetas se movían en
círculos alrededor del Sol, pero el Sol no ocupaba el centro del círculo, por los que unas veces estaba la Tierra más próxima y otras
más alejadas del Sol.
9 Kepler extendió las observaciones de las velocidades en el perihelio y en el afelio a toda la órbita terrestre y a todos los planetas.
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Hasta Kepler en astronomía se suponía que los
astros se movían con movimientos circulares perfectos, según el programa de investigación que había
propuesto Platón en su Academia, que mantenía que
la astronomía era la geometría de los cielos y el trabajo de los astrónomos era explicar el movimiento aparente de los astros en función de movimientos circulares y uniformes. Por lo tanto, en cualquier sistema
astronómico tradicional, por ser la órbita una circunferencia, con tres datos de observación se determinaba la órbita de un planeta y para determinar la posición del astro en un momento dado se podía hacer
suponiendo que los astros se movían con movimiento uniforme, pero si los planetas no se movían con
velocidad uniforme, ¿cómo se podría predecir la posición de un planeta en un momento dado?
Finalmente podemos decir que para demostrar la
tercera ley utilizó un método precursor del cálculo
infinitesimal utilizado por Arquímedes10 y estableció
la relación formulada como segunda ley que dice que
la línea que une el Sol con un planeta barre áreas
iguales en tiempos iguales. La demostración matemática de la afirmación la hizo utilizando un procedimiento similar al que utilizaba Buenaventura Cavalieri (1518-1583) y que es claramente precursor del
cálculo infinitesimal:
“Puesto que era consciente [Kepler] de que existía
un número infinito de puntos en la órbita y, en consecuencia, un número infinito de distancias [al Sol] se me
ocurrió la idea de que la suma de esas distancias se
hallaban contenidas en el área de la órbita. Recordé
que Arquímedes había dividido también de la misma
forma el área del círculo en un número infinito de
triángulos”11
Lo que relaciona la ley de las áreas de Kepler con
la fuerza de atracción gravitatoria y con los métodos
del cálculo infinitesimal.
à
4. La gravedad con principio
de inercia: Galileo y Descartes
La obra de Kepler cayó inmediatamente en el
olvido. I. Boulliau (1605-1694) lo consideró en su
Astronomía como un visionario de gran ingenio que
había descubierto muchas relaciones entre datos
numéricos, pero que había aportado poco sobre las
causas de las cosas. Por otra parte, en ese momento
Galileo Galilei.
la gravedad como una fuerza universal atractiva asociada a toda la materia, como la defendida por G.P.
Roberval (1602.1665), fue mal recibida, tanto por
defender un cierto animismo (anima motrix) como
por ir en contra de las doctrinas cartesianas. Una de
las causas que más contribuyó a que la obra de
Kepler no fuera tenida en cuenta de forma inmediata
fue la enorme aceptación que tuvieron las tesis de
René Descartes (1596-1650) y las aportaciones de
Galileo Galilei (1564-1642), sobre todo después del
invento del telescopio y aplicarlo a las observaciones
astronómicas en 1610.
Galileo apenas sí esbozó algunas ideas sobre la
gravedad, no las relacionó con la aceleración y, aunque estudió la caída de los graves y descubrió la ley
matemática de la caída, no llegó a plantear una ley de
atracción entre los cuerpos. Galileo se decidió más,
según refleja en un tratado no publicado, De Motu,
escrito hacia 1590, por una visión arquimediana y
atomista de la gravedad en la cual la oposición entre
ligero y pesado que hacía Aristóteles se ve reemplazada por el modelo hidrostático, según el cual los cuerpos ascienden o descienden según su densidad respecto al medio siguiendo el principio de Arquímedes.
Con este principio Galileo no se aleja mucho de los
resultados de Aristóteles, que afirmaban que los cuerpos pesados tendían a caer hacia el centro del universo y a ocupar los lugares más bajos. Siguiendo el
modelo de gravedad hidrostática de Galileo también
los cuerpos tenderán a tomar las mismas posiciones
que les tenía asignadas Aristóteles, ya que los cuerpos
10 Se inspiró en que Arquímedes había calculado el área del círculo como suma de infinitos triángulos isósceles con dos lados iguales
al radio.
11 Kepler, J., Astronomía Nova III, Capítulo 40. Cfr.: Koestler, A. Kepler, Salvat, Barcelona, p. 88.
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más densos, que ocupan menos espacio, tenderán a
colocarse en torno al centro y los más ligeros se colocarán en esferas de mayor radio.
Aunque las ideas de Galileo hacen comprensible
el movimiento natural de los cuerpos tal y como lo
concebían las teorías aristotélicas no ofrece una explicación satisfactoria para los movimientos forzados, ya
que en el fondo tiene varias de las contradicciones
Aristotélicas12. Galileo comprendió que por ese camino no podía encontrar fácilmente una justificación de
carácter físico al movimiento gravitatorio y se dedicó
a estudiar las relaciones matemáticas que cumplían la
caída de los graves, relación entre la altura de caída y
la velocidad adquirida, relación entre el espacio y el
tiempo empleado en recorrerlo, etc. En todo caso el
modelo hidrostático de Galileo apunta que el movimiento no es una característica interior de los cuerpos, sino algo que depende de su relación con el
medio.
Descartes no compartía las tesis de Kepler sobre
que el Sol ejerciera una fuerza que impulsaba a los
planetas y que iba disminuyendo con la distancia del
mismo modo que decrece la iluminación según la distancia al foco luminoso. La diferencia de criterio entre
ellos se explicaba por el hecho de que Descartes no
aceptaba la existencia del vacío ni que la acción de un
motor se pudiera transmitir sin estar en contacto con
el objeto movido y, por consiguiente, argumentaba
que las fuerzas que, suponía Kepler, que el Sol comunicaba a los planetas no podrían actuar porque, ¿por
dónde se iban a transmitir? si el espacio entre los planetas que suponía Kepler era un receptáculo vacío y
en esa situación el motor solar no tenía contacto ni
directo ni intermedio con los planetas.
Sin embargo, el espacio cartesiano estaba asociado a la extensión y estaba lleno de materia. Por tanto,
la transmisión de fuerza cartesiana y la acción del Sol
sobre los planetas estarán relacionadas con el movimiento de una materia que llena el espacio. Así, argumenta en los Principios de filosofía:
“No hay, pues, más que una sola materia en el universo, y la conocemos únicamente porque es extensa;
todas las propiedades que percibimos distintamente de
ella se refieren únicamente a que es divisible y movida
según sus partes y, por tanto, puede recibir todas las
diversas posiciones que observamos poder resultar de
ese movimiento de sus partes. Porque, aunque pudiésemos suponer mediante el pensamiento divisiones en
René Descartes.
esa materia es, sin embargo constante que nuestro
pensamiento no tiene el poder de cambiar nada y que
toda la diversidad que encontramos depende del
movimiento local...”13
En todo movimiento debe haber un círculo o anillo de cuerpos que se muevan conjuntamente, de
modo que cuando un cuerpo o una partícula abandonan el lugar pasa a ser ocupado por otro. Esta consideración da lugar a la física de los vórtices cartesianos
de compleja explicación, motivados por la no aceptación del vacío. No debemos olvidar que Descartes
llegó a formular el principio de inercia entre sus tres
leyes fundamentales del movimiento. El principio de
inercia tenía para Descartes validez universal en el
sentido de que podía aplicarlo tanto para el estudio
de la caída de los graves en el mundo sublunar aristotélico como para el movimiento de los planetas.
Según el principio de inercia el movimiento natural
de los cuerpos sería el rectilíneo, tanto en la Tierra
como en los cielos, si no existe una fuerza que modifique su trayectoria. A la pregunta de ¿qué es lo que
modifica la trayectoria curva de los planetas? Descartes no puede aceptar la opción de Kepler, porque no
aceptaba el vacío ni la acción a distancia y se decidió
por una hipótesis que salvaba la acción a distancia
que se conoce como teoría de los vórtices cartesianos. En los Principios de filosofía la justifica de la
siguiente forma:
“... que todos los lugares están llenos de cuerpos y
que cada parte de la materia está de tal modo propor-
12 Solís, C. La Mecánica de Galileo: un proyecto irrealizado. En: Historia de la Física hasta el siglo XIX, Real Academia de Ciencias
Exactas Físicas y Naturales, Madrid, 1983, p. 74-75.
13 Descartes, R. Principios de filosofía. En: Descartes, R. Discurso del método y otros tratados, Edaf, Madrid, 1977, p. 213.
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cionada a la magnitud del lugar que ocupa, que no es
posible que ocupe uno grande ni que se reduzca a otro
más pequeño, ni que ningún cuerpo ocupe ese lugar
mientras ella esté en él; debemos concluir que es preciso que haya siempre un círculo de materia o anillo de
cuerpo que se mueva conjuntamente al mismo tiempo,
de manera que cuando un cuerpo deje su lugar a otro
que lo expulse a él y pasa al de otro y éste al de otro y
así sucesivamente hasta el último, que ocupará en el
mismo instante el lugar dejado por el primero”14
La teoría cartesiana de los vórtices no tenía ninguna base experimental. Simplemente era una teoría
fácilmente comprensible capaz de explicar muchas
cosas sin recurrir a tecnicismos ni a cálculos matemáticos. Según la teoría cartesiana el Sol estaba en el
centro de un gran vórtice o torbellino en el que la
materia que llenaba el universo giraba sin cesar a su
alrededor y en cuya periferia se movían los planetas
arrastrados por el desplazamiento de la materia que
giraba en el torbellino solar. A su vez, los planetas
ocupaban la parte central de otros vórtices menores y
moviéndose en sus remolinos giraban sus satélites.
El éxito de la teoría fue inmediato, ya que explicaba por qué los planetas giraban todos en el mismo
sentido, por qué seguían cayendo los cuerpos pesados hacia la Tierra, aunque admitiéramos el sistema
copernicano. También justificaba la razón por la que
los planetas más próximos al Sol giraban más deprisa
que los más alejados. Además de aportar una idea de
gravitación universal de los astros hacia los cuerpos
que se mueven en su torbellino, aunque no permita
concebir la fuerza en sentido contrario como una
reacción a la fuerza gravitatoria.
Descartes pensaba que el movimiento era una
creación divina. Es decir, que Dios había creado la
materia con un movimiento que se conservaría eternamente. Y el Creador, que era la causa primera del
movimiento en el mundo, conservaba siempre la
misma cantidad en él. El movimiento cartesiano se
basaba en tres leyes fundamentales que fueron de
vital importancia para la síntesis newtoniana:
Ley 1. Los cuerpos en reposo permanecen en
reposo y los cuerpos en movimiento permanecen en
movimiento si no hay algo que los cambia.
Ley 2. Todo cuerpo que se pone en movimiento
tiende a continuar moviéndose en línea recta.
Ley 3. Si un cuerpo que se mueve encuentra otro
más fuerte que él, no pierde nada de su movimiento
14
15
16
y si se encuentra con otro más débil, al que pueda
mover, pierde tanto como da a ese cuerpo.15
Las dos primeras leyes constituyen la ley de inercia obtenida de forma diferente a la de Galileo, aunque formulada de forma más precisa, ya que Galileo
no incluye que el movimiento que sigue en ausencia
de fuerzas que actúen sobre él sea movimiento rectilíneo. La ley de inercia la aplicaría, en el mismo sentido que lo había hecho Galileo, para estudiar el
movimiento de un cuerpo cuando se lanza horizontal
o verticalmente como composición de dos movimientos. La tercera ley es la de conservación de la cantidad de movimiento.
à
5. Huygens y Borelli
Christian Huygens (1629-1695) fue el discípulo de
Descartes que más impulso dio a la ciencia. Sus investigaciones en astronomía, en mecánica y en óptica
hicieron que fuera conocido en su tiempo como el
Newton holandés. Nació en La Haya, en el seno de
una familia con gran poder político al servicio de la
Casa de Orange. Resulta difícil destacar las aportaciones importantes que Huygens hizo a la ciencia del
siglo XVII. Su inteligencia fue alabada por Descartes, su
padre fue amigo personal del filósofo. Estudió matemáticas con F. von Schooten (1615-1660). En 1655
había construido un potente telescopio que le permitió descubrir Titán, uno de los satélites de Saturno; al
año siguiente observó las estrellas de la nebulosa
Orión y las fases de los anillos de Saturno en 1659 y
realizó observaciones tan precisas sobre la superficie
de Marte que lo llevaron a descubrir que el planeta
giraba alrededor de su eje. La importancia de sus trabajos en dinámica y en óptica fueron reconocidos en
toda Europa. En 1663 fue elegido como socio fundador de la Royal Society de Londres y cuando se creó
en 1666 la Academia Francesa fue llamado para desarrollar un programa para aplicar las matemáticas a la
técnica y al estudio de la naturaleza.
En 1673 publicó Horologium Oscilatorum, libro
en el que se ocupaba del estudio y mejora de relojes,
investigación fundamental, ya que disponer de buenos relojes era imprescindible para determinar las
longitudes en el mar, que era un problema fundamental para la navegación. Sus estudios sobre los choques entre cuerpos inelásticos, fueron elogiados por
Descartes, R. Principios de filosofía. En: Descartes, R. Discurso del método y otros tratados, Edaf, Madrid, 1977, p. 214.
Descartes, R. Principios de filosofía. En: Descartes, R. Discurso del método y otros tratados, Edaf, Madrid, 1977, p. 215-220.
Newton, I. Principios matemáticos de la filosofía natural y su sistema del mundo, Editora Nacional, Madrid, 1982, pp. 247-249.
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Newton en el Escolio de la sección segunda del Libro
I de los Principia, cuando dice:
“Pues si por medio de su gravedad un cuerpo gira
en un círculo concéntrico a la Tierra esa gravedad es la
fuerza centrípeta de tal cuerpo… Y mediante esas proposiciones Huygens en su eximio tratado De Horologio
oscillatorio, ha comparado la fuerza de gravedad con
las fuerzas centrífugas de cuerpos de revolución”17
La relación obtenida finalmente por Huygens
decía que la aceleración de un cuerpo que gira era
directamente proporcional al cuadrado de la velocidad e inversamente proporcional al radio. Es decir:
Huygens razonó de la siguiente forma:
Christian Huygens.
Newton16.
Pero, en lo que se refiere a los avances en
la dirección hacia lo que se ha dado en llamar síntesis newtoniana, la aportación fundamental de Huygens fue la de dar una expresión matemática a la
fuerza centrífuga; es decir, cuantificar la tendencia
(conatus) centrífuga de un cuerpo que gira atado a
una cuerda. En la obtención de la fórmula es la primera vez que en física se hizo uso de un sistema de
referencia móvil asociado a un punto A de la rueda
que gira. Supuso que el cuerpo escaparía por la tangente de la rueda que gira en el punto A y descubrió
que los espacios aumentaban como los cuadrados de
los espacios sucesivos 1, 4, 9, 16; es decir, que conatus de un cuerpo atado a una rueda que gira es el
mismo que si ese cuerpo tendiera a avanzar con
movimiento uniformemente acelerado.
Galileo ya había probado que los graves caían
hacia la Tierra con movimiento uniformemente acelerado y había visto que los espacios recorridos en instantes sucesivos era proporcionales a 1, 4, 9, 16, pero
Huygens, como buen cartesiano, no relacionó la aceleración con las fuerzas atractivas y no llegó a formular la teoría de gravitación por estar pensando en un
mundo lleno de torbellinos cartesianos y no surcado
por una red de fuerzas atractivas en todas las direcciones. La importancia del descubrimiento la destacó
17
18
a) El movimiento circular tiende de forma constante a alejarse del centro.
b) Si la gravedad no existiera y el aire no afectara
al movimiento de los cuerpos, un cuerpo en
movimiento se desplazaría en línea recta y con
velocidad uniforme.
c) Pero, de hecho, los cuerpos se mueven por la
acción de la gravedad (sea cual fuere su causa)
con un movimiento compuesto por su movimiento rectilíneo y uniforme y por el movimiento hacia
abajo debido a la acción de la gravedad.
Huygens consideraba el movimiento de los planetas como consecuencia del equilibrio de dos fuerzas,
la del torbellino y la fuerza centrífuga y no como un
movimiento inercial rectilíneo deformado por la
acción de la fuerza de la gravitación. Huygens concedió escaso crédito al hecho físico de que pudiera existir una fuerza externa. Como buen cartesiano le parecía inaceptable admitir en filosofía natural causas no
mecánicas, por eso tuvo que echar mano de la que
llamaba verdadera filosofía: la teoría de los vórtices18.
De modo que, aunque obtuvo la fórmula de la fuerza
centrífuga, no pudo extraer todas las consecuencias
que podría haber obtenido en mecánica celeste de
tales fórmulas.
De las fórmulas que obtuvo pudo extraer Newton
que la fuerza con la se atraen los cuerpos es proporcional al inverso del cuadrado de la distancia. New-
Newton, I. Principios matemáticos de la filosofía natural y su sistema del mundo, Editora Nacional, Madrid, 1982, p. 277.
Explicó la gravedad a partir de la cantidad de materia de un cuerpo y, por lo tanto, del peso del mismo, que depende de la relación que se dé entre el número de corpúsculos y de espacios vacíos. La gravedad será el conatus recedendi de la materia sutil producido por los velocísimos giros de los vórtices. La gravedad será la tendencia centrífuga de una cantidad equivalente de materia sutil.
Cfr.: Elena, A. Los precursores de Newton. En: Historia de la física hasta el siglo XIX, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y
Naturales, Madrid, 1983, p. 97.
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La lenta evolución de las ideas científicas:
la fuerza de gravitación universal
ton tenía en la mano las fórmulas y supo sacarles provecho.
Ley de Newton: F = m·a
Ley de Huygens
Tercera ley de Kepler: T2 = k ·r3
Período
Eliminando de las cuatro fórmula T y v se tiene
que F es inversamente proporcional a r2.
Resulta evidente que la barrera que se le puso
delante a Huygens no fue conocimiento, inteligencia,
ni tampoco dominio de las matemáticas. A Huygens
le frenaron sus elucubraciones, sus concepciones cartesianas en las que no cabían la acción a distancia de
fuerzas.
Un paso definitivo hacia la síntesis final de la gravitación universal lo dio G. A. Borelli (1608-1679), en
libro Theórica mediceorum planetarum ex causis física
deducta (1666), publicado en Florencia. Borelli fue un
brillante matemático y fisiólogo italiano que fue profesor de matemáticas en Pisa, siguiendo las huellas de
Galileo. Intentó aplicar las matemáticas a los fenómenos de la vida, especialmente al movimiento de los
seres vivos. Borelli fue el primero en estudiar las leyes
matemáticas de la contracción de los músculos y del
vuelo de los pájaros19. Borelli combatió las tesis animistas con argumentos análogos a los de Kepler.
Ambos afirmaban que era ridículo pensar que los planetas debían sus movimientos a las almas o a los
ángeles cuando para explicar sus movimientos bastaba con considerar causas físicas. Borelli pensaba,
como Kepler, que la fuerza motriz procedía del Sol,
aunque añadía que la fuerza viajaba unida a los rayos
de luz. Lo que le llevó a pensar que la ley con la que
se propagaba la fuerza motriz sería la misma que la de
la luz y concluyó, como Kepler, que la fuerza motriz
disminuía en relación inversa a la distancia20.
Pero, así como Kepler pensaba que el movimiento elíptico de los planetas en sus órbitas se debía a las
cadenas invisibles que unían a cada planeta con el
Sol, Borelli, aceptando el principio de inercia de Galileo, prescindiendo de las cadenas invisibles pensaba
simplemente que los planetas giraban alrededor del
Sol y que se saldrían de su órbita lanzados por la tan-
Giovanni Alfonso Borelli.
gente, como sale la piedra impulsada por una honda,
si no existiera una fuerza que tirara de ellos hacia el
Sol. La idea de Borelli era que los movimientos celestes, igual que los terrestres, generaban fuerzas centrífugas y que debía haber una fuerza, la gravedad, que
contrarrestara la fuerza centrífuga e hiciera que los
planetas se mantuvieran en sus órbitas.
Borelli, como su maestro Galileo, concebía la gravedad como una tendencia de los cuerpos hacia el
centro de su sistema. Para Borelli la gravedad era una
fuerza constante, pero no universal, ya que sólo se
ejercía entre el Sol y los planetas y entre los planetas
y sus satélites, pero no estaba extendida a todos los
cuerpos. La aportación fundamental de Borelli fue
que los planetas alrededor del Sol se comportaban
como las piedras de las hondas.
à
6. Newton y la ley de gravitación
universal
6.1. Estado de la cuestión en tiempos
de Newton
A mediados del siglo XVII casi todos los grandes
pensadores o eran cartesianos y explicaban la fuerza
de gravitación y el movimiento de los cuerpos con la
hipótesis de un mundo plagado de torbellinos o pensaban, como Kepler o Borelli, que la fuerza de gravitación actuaba a distancia con independencia de la
naturaleza del medio desde el Sol hacia a los planetas o de los planetas hacia los satélites. Sólo faltaba
que alguien elaborara una teoría completa con la
19
Hay un magnífico estudio sobre estos temas realizado por Balaguer, E. (1974). La introducción del modelo físico-matemático en la
medicina moderna. Análisis de la obra de G. A. Borelli (1608-1679). De motu animalium, Cuadernos Hispánicos de Historia de la
Medicina y de la Ciencia, Valencia-Granada.
20 Elena, A. Los precursores de Newton. En: Historia de la física hasta el siglo XIX, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Madrid, 1983, p. 93.
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hipótesis de que las fuerzas atractivas no sólo iban del
Sol a los planetas, sino que también ejercían una
fuerza atractiva los planetas hacia el Sol y todos los
astros entre sí. Este logro lo consiguió Newton como
consecuencia de su tercera ley de la mecánica, conocida como ley de acción y reacción.
La búsqueda de relaciones exactas entre los
números obtenidos en las mediciones, experimentos
y observaciones fue una línea que se mostró fecunda
en manos de Galileo y de Huygens. El propio Kepler
actuó de esa forma cuando descubrió las leyes matemáticas que gobernaban el movimiento de los planetas y puede servir de ejemplo para comprender las
formas de actuar a la hora de determinar sus leyes.
La primera ley de Kepler, que afirmaba que las órbitas de los planetas eran elípticas, ponía de manifiesto
cómo se debían tener en cuenta los datos experimentales. La ley de las áreas fue deducida con un presupuesto físico causal que suponía la existencia de una
fuerza solar que hacía que los planetas se mantuvieran en su órbita y la tercera ley fue un puro ejercicio
numérico. No obstante se pueden hacer algunas consideraciones sobre esta ley: los astrónomos sabían
que cada uno de los planetas poseía una velocidad;
los planetas más alejados se movían más despacio en
su órbita que los más próximos y los astrónomos estaban convencidos de que debía existir una relación
entre las distancias de los planetas al Sol y sus velocidades orbitales. Nadie, antes de Kepler, había obtenido una relación entre periodos y radios orbitales, quizás porque pensaban que el empeño tenía poco
interés21. Finalmente, Kepler descubrió una relación
entre las distancias medias de los planetas al Sol, d, y
sus periodos, orbitales, T, descubriendo que:
Aunque el descubrimiento de Kepler fue un puro
ejercicio numérico en el sentido pitagórico de relacionar datos numéricos del mismo modo que se pueden
relacionar en un sudoku, el resultado fue una relación
numérica extraída al conjugar muchos datos experimentales. Por lo tanto, la tercera ley de Kepler se
podía considerar como una conclusión experimental
elaborada.
La importancia teórica de la tercera ley se puso de
manifiesto en el uso que Newton hizo de ella para
21
invalidar la teoría de los vórtices cartesianos en el
movimiento de los planetas. Para demostrar la falsedad de la teoría de los vórtices el argumento principal
no fue la realización de un experimento crucial que
demostrara la falsedad de la teoría, sino un argumento matemático, que consistió en poner de manifiesto
que la teoría de los vórtices de Descartes entraba en
contradicción con la tercera ley de Kepler22. Es decir,
la tercera ley de Kepler fue para Newton el dato experimental que no concordaba con la teoría cartesiana,
que Newton había desarrollado matemáticamente en
los Principia estudiando el movimiento circular de los
fluidos23.
Galileo hizo uso de las matemáticas para describir
el movimiento. En Consideraciones y demostraciones
matemáticas sobre dos nuevas ciencias, Galileo estudió la estática y la dinámica sin preocuparse nada ni
de las causas del movimiento de caída de los graves
ni de las causas físicas más próximas del movimiento,
como podían ser, por ejemplo, las fuerzas medibles y
cuantificables. Galileo afirmaba:
“No me parece este el momento más oportuno
para investigar la causa de la aceleración del movimiento natural y en torno al cual algunos filósofos han emitido diversas opiniones. Algunos lo han explicado por la
proximidad al centro; otros por la disminución de la
parte del medio que queda por atravesar; otros, finalmente, por cierta impulsión del medio ambiente, el cual
al volver a cerrarse por detrás del móvil, lo va presionando y proyectando continuamente. Tales fantasías,
aparte de otras muchas, habría que irlas examinando y
resolviendo con bien poco provecho”24
Galileo aisló el movimiento local de la teoría del
movimiento aristotélico medieval, también conocido
como teoría del cambio aristotélico, y basó sus definiciones en la propia naturaleza del movimiento particular, intentando calcular unas leyes matemáticas y
preocupándose solamente de que los resultados obtenidos con sus fórmulas matemáticas estuvieran de
acuerdo con los resultados experimentales. La idea
de causa física no entraba en los presupuestos de
Galileo, al menos en el mismo sentido que tomaban
el concepto de causa los escolásticos. Es cierto que
cuando se estudiaba el lanzamiento horizontal de un
proyectil como resultante de las dos componentes del
movimiento se admitía la existencia de una fuerza
gravitatoria que aceleraba la caída del cuerpo como
causa inmediata del movimiento; sin embargo, ni
Copérnico supuso que el anima motrix que actuaba sobre los planetas disminuía proporcionalmente a la distancia. Kepler observó
que tal relación se aproximaba a la verdad; no encontró la relación definitiva hasta pasados veinte años.
22 Newton, I. Principia, p. 813, Scholio General.
23 Newton, I. Principia, Libro II, Sección IX, pp. 640-652.
24 Galileo, G. Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, Editora Nacional, Madrid, 1976, p. 284.
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Galileo ni Newton analizaron las causas de la fuerza
que suministraba al cuerpo tal aceleración, simplemente justificaban su existencia como la atracción
que ejercía la Tierra sobre el proyectil.
Galileo y Newton calificaban de fantasías todas las
hipótesis que se formulaban sobre las causas de la
gravedad y manifestaban que la ciencia poco podía
sacar en limpio de tales opiniones.
La gran ruptura de la ciencia moderna desde el
punto de vista metodológico, fue la de conseguir estudiar el movimiento de los cuerpos sin preguntarse
sobre las causas que lo producían y demostrar que
era posible describir el modo como se comportaba el
movimiento mediante fórmulas matemáticas, que se
deducían de unas fuerzas que existían en el mundo
físico. Algunas de ellas, como la existencia de la fuerza de gravedad hacía dudar a algunos científicos
reputados.
Este es el sentido profundo de la separación entre
la ciencia moderna y la ciencia aristotélica. La ciencia
aristotélica se definía como el conocimiento de las
cosas por sus causas y Newton se negaba a especular
sobre tales causas. El concepto de causa fue sustituido en la física moderna por el de relación funcional.
De una relación funcional entre dos sucesos o entre
las medidas de dos magnitudes no se sigue necesariamente la implicación causal25.
No obstante, el cambio que se produjo desde el
aristotelismo, que fundamentaba la investigación y la
búsqueda del conocimiento en el descubrimiento de
las cuatro causas hasta dejarlas de lado e interesarse
por un tipo de conocimiento al que no les importaban
dichas causas no se hizo de la noche a la mañana,
pero produjo un cambio profundo en la concepción
de lo que era una verdad científica.
A partir de Newton una teoría científica era válida
como concepción física del universo si las consecuencias que se deducían de ella concordaban con la
experiencia. Este fue el principio fundamental del que
Galileo hizo depender su dinámica. Galileo no necesitaba hacer referencia a las causas físicas de la aceleración. Igualmente, la ley de Boyle se estableció sin
haber hecho ninguna suposición sobre la naturaleza
real de los gases y la ley de Snel se formuló sin tener
en cuenta para nada la naturaleza de la luz. En todos
los casos la nueva ciencia trataba de describir el comportamiento de los fenómenos.
Parece cierto que hasta antes de 1670 a nadie se
le había ocurrido que la fuerza de gravitación fuera
25
una manifestación universal que se ejercía entre todos
los cuerpos y por todos ellos y que R. Hooke ya había
escrito en una carta de 1674 en la que decía:
…todos los cuerpos celestes ejercen una atracción
o poder gravitacional hacia sus centros, por lo que
atraen, no sólo sus propias partes evitando que se
escapen de ellos, como vemos que hace la Tierra, sino
que atraen también a todos los cuerpos celestes que se
encuentran dentro de su esfera de actividad.
Hooke mantuvo durante toda su vida un contencioso sobre la prioridad del descubrimiento de la gravitación universal, pero, con independencia de que
Newton no hiciera referencia a este antecedente en
los Principia (1686), es evidente que la afirmación de
Hooke fue una suposición que no estaba basada en
hechos. Y que para llegar a establecer la ley de gravitación universal fue necesario que estableciera una
serie de resultados matemáticos que le ocuparon los
primeros libros de los Principia. La investigación de
Newton sobre la gravitación universal parte del estudio de una fuerza que cumple ciertas propiedades
matemáticas.
Suponiendo que la fuerza con que un cuerpo
situado en punto atraía a otro que circulaba por la
curva era inversamente proporcional al cuadrado de
la distancia obtuvo en las proposiciones 12, 13, 14 y
15 del Libro I de los Principia que el movimiento de
ese cuerpo cumplía las leyes de Kepler y, como las
leyes de Kepler son ciertas, es un indicio casi seguro
de que sus supuestos son correctos.
Por eso, cuando Newton afirmaba que había
deducido las leyes de los fenómenos a partir de la
observación y la experimentación, no se debe entender que había realizado un proceso de inducción de lo
particular a lo general o, lo que es igual, del fenómeno a las leyes científicas. La aportación de Newton se
debe considerar en un segundo nivel en el siguiente
sentido: Kepler partió de las observaciones astronómicas de Tycho y de ellas extrajo, a modo de resumen o
propiedad común, que cumplían las observaciones en
conjunto, una serie de relaciones numéricas. Kepler
pudo tener la sospecha de que el Sol ejercía una atracción sobre la Tierra; su naturaleza podía ser magnética, como los radios de una rueda o de cualquier otra
naturaleza, pero, en ningún caso, esa suposición dio
lugar a una organización de los hechos.
Por otra parte, Newton no tuvo en cuenta directamente los datos de Tycho como los tuvo Kepler,
sino que avanzó un paso más. Supuso que entre el
Sol y la Tierra existía una fuerza atractiva, pero, en
Reichenbach, H. Objetivos y métodos del conocimiento físico, Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1955, 107-160.
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lugar de preguntarse sobre su origen, el modo físico
de propagarse, o por su naturaleza, que es lo que
hubiera hecho un filósofo escolástico o cartesiano,
optó por la postura galileana que no tomaba en consideración las posibles causas físicas del fenómeno y
utilizaba las matemáticas para describir el modo en
cómo se comportaba el fenómeno. Newton investigó
cómo debería ser la fuerza para seguir una trayectoria elíptica, esto es qué propiedad matemática debía
cumplir.
De este modo Newton trabajó con los datos elaborados por el genio de Kepler y expresados en sus
leyes. Y fueron precisamente los datos los que le sirvieron para argumentar de modo plausible su ley de
gravitación universal para los planetas.
Por lo tanto, podemos decir que Newton introdujo en el estudio de la mecánica las fuerzas cuantificables y, además, las fuerzas que verificaban ciertos
requisitos matemáticos que permitían crear un
mundo matemático en el que se cumplían las leyes de
Kepler. Newton convirtió la mecánica en una ciencia
en la que todos sus fundamentos no eran directamente observables en términos de desplazamiento, tiempo y peso. Además en su estudio intervenían unas
fuerzas, cuya naturaleza no se conocía, aunque su
comportamiento cuantitativo era conocido.
“La gravitación directa hacia el Sol está formada
por la gravitación de las diferentes partículas que componen el cuerpo del Sol; y, al alejarse, el Sol decrece
exactamente como el cuadrado del inverso de la distancia hasta la órbita de Saturno, como demuestra con
evidencia la quietud de los afelios de los planetas e
incluso el afelio más remoto de los cometas... Pero
hasta el presente no he logrado descubrir la causa de
esas propiedades de la gravedad y no finjo hipótesis.
Pues todo lo que no es deducido a partir de los fenómenos ha de llamarse hipótesis y las hipótesis metafísicas o físicas, ya sean de cualidades ocultas o mecánicas
carecen de lugar en la física experimental”26
Newton es consciente de su ruptura con la filosofía tradicional. Está convencido de que todas sus afirmaciones son observables, pero se resigna a no hacer
suposiciones sobre qué es lo que origina los fenómenos observables. Así lo hace en el libro tercero de los
Principia en los que plantea los siguientes fenómenos
observables. En ellos puede observarse que los fenómenos que Newton plantea como datos observacionales son las leyes de Kepler y no son producto de la
26
27
28
26
Principia, p. 817.
Principia, p. 661-666.
Principia, p. 288-289.
observación simple, sino que son resultado de unas
medidas precisas, las de Tycho, y de una elaboración
matemática cuidadosa, la de J. Kepler.
“Fenómeno Primero: Que los planetas circunjovianos, mediante radios trazados al centro de Júpiter,
describen áreas proporcionales a los tiempos de descripción y que sus tiempos periódicos, con las estrellas
fijas en reposo, son como la 3/2 ava potencia de sus
distancias al centro.
Fenómeno Segundo: Que los planetas que circundan a Saturno describen, mediante radios trazados
al centro de Saturno, áreas proporcionales a los tiempos de descripción y que sus tiempos periódicos, con
las estrellas fijas en reposo, son como la 3/2 ava potencia de sus distancias al centro.
Fenómeno Tercero: Que los cinco planetas primarios, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno,
giran en diversas órbitas alrededor del Sol.
Fenómeno Cuarto: Que, con las estrellas fijas en
reposo, los tiempos periódicos de los cinco planetas
primarios y de la Tierra en torno al Sol son como la 3/2
ava potencia de sus distancias medias al Sol.
Fenómeno Quinto: Que los planetas no describen mediante radios trazados a la Tierra, áreas en
absoluto proporcionales a los tiempos, pero las áreas
que describen mediante los radios trazados al Sol son
proporcionales a los tiempos de descripción.
Fenómeno Sexto: Que la Luna mediante un
radio trazado al centro de la Tierra describe un área
proporcional al tiempo de descripción”27.
à
7. La formulación de la ley
de gravitación universal
Newton partía en el Libro III de unos fenómenos
observacionales que eran las leyes de Kepler. Hasta
ese momento no había tenido en cuenta la masa de
los cuerpos. La sección III del Libro I la había dedicado al estudio del movimiento de cuerpos en secciones cónicas, pero lo había hecho sin tener en consideración la masa de los cuerpos. En la proposición
XI, problema VI demostró que la fuerza centrípeta de
un cuerpo que giraba en una elipse tendía hacia el
foco de la misma y era inversamente proporcional al
cuadrado de la distancia entre el cuerpo y el foco28.
Con lo que tenía claro que la fuerza de gravitación
universal, que tenía que ser opuesta a la fuerza cen-
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trípeta, era inversamente proporcional al cuadrado
de la distancia.
Una vez establecidas las proposiciones de corte
matemático como la fuerza centrípeta del movimiento
de un cuerpo cuya trayectoria era una cónica cualquiera, pasó a aplicar los teoremas al mundo real
sobre el que tenía tomadas medidas. Esto lo llevó a
cabo en el Libro III de los Principia que tituló Sistema
del mundo (matemáticamente tratado) y formuló unas
proposiciones importantes que lo llevaron a formular
la ley de gravitación universal; lo hizo paso a paso en
las siete proposiciones del libro y sus corolarios. En
ellas se puede apreciar el riguroso método de Newton
para establecer la ley de gravitación universal.
En las tres primeras proposiciones Newton
demostró que las fuerzas con que los planetas circunjovianos eran atraídos por el planeta Júpiter eran
inversamente proporcionales a los cuadrados de la
distancia de cada uno de los satélites a Júpiter. Igualmente, la fuerza con la que el Sol atraía a los planetas era inversamente proporcional a la distancia
media planeta-Sol y la fuerza con que la Tierra atraía
a la Luna es inversamente proporcional al cuadrado
de la distancia de la Tierra a la Luna.
Proposición I. Teorema I. Las fuerzas por las
que los planetas cincunjovianos son apartados continuamente del movimiento rectilíneo y retenidos en sus
órbitas adecuadas tienden hacia el centro de Júpiter y
son inversamente proporcionales a los cuadrados de
las distancias de las posiciones de esos planetas al centro de Júpiter.
Proposición II. Teorema II. Las fuerzas por las
que los planetas primarios son apartados continuamente del movimiento rectilíneo y retenidos en sus
órbitas adecuadas tienden hacia el Sol y son inversamente proporcionales a los cuadrados de las distancias
de las posiciones de esos planetas al centro del Sol.
Proposición III. Teorema III. La fuerza por la
que la Luna es retenida en su órbita tiende hacia la Tierra y es inversamente proporcional al cuadrado de la
distancia de su lugar al centro de la Tierra.
Después de probar estas proposiciones Newton
manifestó que hasta ese momento a la fuerza que
retenía a los cuerpos celestes en sus órbitas y se oponía a la fuerza centrífuga se la denominaba fuerza
centrípeta, pero, como en esas proposiciones había
demostrado, esa fuerza no podía ser más que una
fuerza gravitatoria y a partir de ese punto le llamará
gravedad, pues la causa que retiene a la Luna en su
órbita puede extenderse a todos los planetas29.
Proposición IV. Teorema IV. Que la Luna gravita hacia la Tierra y es continuamente apartada de un
movimiento rectilíneo y retenida en su órbita por la
fuerza de la gravedad.
En la demostración de esta proposición está la
clave del pensamiento de Newton sobre el movimiento planetario, ya que trata en una relación de igualdad la caída de la Luna en su órbita y la caída de un
cuerpo en la superficie terrestre. En concreto, calculó
cuánto caería la Luna en un minuto y cuánto descendería un cuerpo en la Tierra en un segundo y comprobó que las caídas de la Luna y del grave eran iguales. La demostración la hizo suponiendo que la órbita
de la Luna era prácticamente circular y su radio era
sesenta veces el radio de la Tierra. Las dos caídas
deben ser iguales, puesto que la fuerza atractiva
seguía la ley cuadrático-inversa y la caída en la Tierra, según las fórmulas de caída de los graves de Galileo era proporcional al cuadrado del tiempo.
Así, concluye Newton que se puede decir que la
Luna gravita hacia la Tierra siguiendo la misma ley
por la que una canica gravita hacia la Tierra. Para el
resto de las proposiciones aplicó que las fuerzas entre
los planetas cumplían la misma ley que la caída de los
graves.
I. Newton y la manzana.
29
Una vez unificadas las fuerzas de la Tierra con las
que gobiernan los cielos les aplica a esas fuerzas universales la tercera ley de la dinámica, que dice que a
cada fuerza se le opone otra igual y contraria y la aplica en la siguiente proposición:
Principia, p. 672.
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Proposición 5. Que los planetas circunjovianos
gravitan hacia Júpiter, los que circundan a Saturno
hacia Saturno, los que circundan el Sol hacia el Sol,
siendo apartados del movimiento rectilíneo y retenidos
en órbitas curvilíneas por la ley de gravitación.
En esta proposición y en los corolarios de la
misma destacó el carácter mutuo y recíproco de la
fuerza gravitatoria y extiendió la propiedad a todos
los astros del universo. La Tierra atraía a la Luna y, a
su vez la Tierra era atraída por su satélite. En el corolario III afirmaba que también los planetas gravitaban
unos hacia otros; por eso, cuando Júpiter y Saturno
se acercaban a su conjunción, perturbaban sus movimientos por la atracción mutua y que, igualmente, el
Sol perturbaba los movimientos de la Luna y tanto el
Sol como la Luna perturban nuestros mares.
Hasta este momento la ley de gravitación sólo
había tenido en consideración las distancias. Cumplía
la ley del inverso del cuadrado de la distancia, pero
no se había cuantificado la influencia de la masa de
los cuerpos en la magnitud de la fuerza, cosa que sí
hace en la proposición siguiente:
Proposición 6. Que todos los cuerpos gravitan
hacia todos los planetas y que los pesos de los cuerpos
hacia cualquier planeta a distancias iguales del centro
del planeta, son proporcionales a las cantidades de
materia que respectivamente contienen.
En esta proposición volvió a insistir en el carácter
mutuo de la fuerza gravitatoria entre dos cuerpos, y
demostró que la fuerza era proporcional al producto
de ambas masas. Finalmente, formuló que la gravedad era una propiedad que poseían todos los cuerpos
y que es directamente proporcional a la cantidad de
materia que contienen.
Proposición 7. Que el poder de la gravedad pertenece a todo cuerpo en proporción a la cantidad de
materia que contiene.
La fuerza de la gravedad que salió de las fórmulas de Newton es una fuerza compuesta por las fuerzas gravitatorias que emanaban de todas sus partes y
que estaba dirigida hacia todas sus partes. Argumentaba que las atracciones magnéticas y eléctricas nos
ofrecían un ejemplo de eso, puesto que toda atracción hacia el todo obedecía a las atracciones hacia
sus diversas partes. Esto podía entenderse fácilmente si consideramos un planeta mayor como si estuviera formado por un cierto número de planetas
menores metidos en un globo, pues así se vería que
28
la fuerza del todo debe ser suma de las fuerzas componentes. A las objeciones de los que decían que la
ley de gravitación recíproca entre todos los cuerpos
no se manifestaba de forma alguna argumentaba
diciendo que la gravitación de estos cuerpos era a la
gravitación hacia la Tierra como son estos cuerpos
en relación al tamaño de la Tierra; por lo que la fuerza de gravitación entre dos cuerpos pequeños era
inferior a lo que nuestros sentidos podían observar.
Aquí está presente el concepto corpuscular de la física de Newton.
El cosmos que presentó Newton a la ciencia
moderna era homogéneo en el sentido de que no
existían diferencias entre el mundo supralunar y el
mundo sublunar. Las observaciones de las supernovas de Brahe y Kepler habían demostrado a las mentes más receptivas que en el mundo de los cielos también ocurrían cambios inesperados y que, por lo
tanto, los cielos y la Tierra debían estar hechos de la
misma materia. Pero el cosmos de Newton aportaba
una cosa más y era la idea de que el comportamiento de los cielos y de la Tierra respondían a una ley
común de comportamiento para ambos mundos: la
ley de gravitación universal. La fuerza de gravitación
universal se ejercía entre todos los cuerpos del universo dondequiera que se encontraran.
El cosmos de Newton presentaba, además, una
característica esencial y era que cualquier pareja de
cuerpos del universo, sin importar dónde se encontraran, estaban relacionados entre sí por una fuerza
atractiva que existe entre ellos. Con esto queremos
decir que, en el universo de Newton, sobre todos y
cada uno de los cuerpos se ejercen un número ingente de fuerzas que los mantienen en comunicación
entre sí. En este sentido podemos decir que el cosmos
newtoniano es el mundo de las relaciones entre todos
los cuerpos existentes. Un mundo en el que cada
cuerpo está unido a los demás por un conjunto de
invisibles gomas elásticas que tienden a aproximar
unos cuerpos a otros.
No debemos olvidar que el cosmos de Newton
estaba gobernado por unas leyes matemáticas precisas, que lo llevaban a describir las trayectorias de los
planetas en sistema cartesiano de coordenadas, esto
es, en un mundo geométrico regido por una ley que
hoy expresamos de forma resumida:
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