Palabras de José Manuel Viéitez Martín

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LA BIODIVERSIDAD ANIMAL Y SU CONSERVACIÓN
Rector Magnífico de la Universidad de Alcalá, Presidente del
Consejo Social, Alcalde de Alcalá de Henares, autoridades,
Claustro
universitario,
doctora
honoris
causa,
galardonados,
queridos compañeros de la Universidad de Alcalá, amigos todos.
Cuando hace 37 años llegué a esta Universidad y entré por
primera
vez
en
este
espectacular
Paraninfo,
recuerdo
perfectamente que miré con envidia al orador de aquella ocasión
por poder dirigirse al auditorio desde tan espléndida cátedra. Hoy,
gracias al honor que me concede el Sr. Rector, tengo la oportunidad
de hacerlo, y quiero mostrarle públicamente mi agradecimiento por
esta designación.
Les voy a hablar de un tema que para mí es apasionante y al
que me he dedicado en todos estos años de docencia e
investigación: la biodiversidad animal y su conservación.
La biodiversidad es un concepto muy amplio, incluso aunque le
pongamos la acotación de animal. Efectivamente, por biodiversidad
se pueden entender cosas diferentes, pero siempre se estará de
acuerdo en que tiene que ver con la variedad de la vida en la
Tierra. Se trata de explicar toda la enorme cantidad de seres vivos
(animales en nuestro caso), que existen en nuestro planeta, lo cual
a priori se antoja una tarea inabarcable. Nos tendremos por tanto
que contentar con apuntar tan solo algún aspecto parcial de esa
biodiversidad.
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Una de las primeras preguntas que nos pueden surgir al
abordar este asunto es ¿por qué existe la biodiversidad animal? La
respuesta se puede dar desde muy distintos puntos de vista y
niveles biológicos, desde el gen a la biosfera, ya que parece
evidente que si todos los animales tuviesen idéntica composición
genética y el ambiente en la Tierra fuese absolutamente uniforme,
probablemente no habría surgido variación alguna; como zoólogo,
me compete intentar responder a este interrogante desde un punto
de vista morfológico. Como dice el profesor Luis Gállego de la
Universidad de las Islas Baleares, es un hecho comprobado que el
proceso de la vida es diversificador, de modo que a medida que
transcurre el tiempo van surgiendo nuevas manifestaciones de la
vida, que en conjunto constituyen precisamente lo que llamamos
biodiversidad. Hoy en día sabemos que esta diversidad es el
resultado de un proceso evolutivo, aunque a lo largo de la historia
de la humanidad ésta es una idea relativamente nueva. Cada una
de las variedades actuales deriva de alguna que hubo antes y así
sucesivamente hasta el origen o principio de la vida.
Todas las pruebas parecen indicar que la gran diversidad
existente de animales se ha originado a partir de un único grupo
antecesor. No conocemos con exactitud qué tipo de organismo fue,
aunque en la actualidad se piensa que seguramente fue un grupo
de protistas similar a los coanoflagelados. El caso es que a partir de
este antecesor
ha tenido lugar un proceso por el cual han ido
surgiendo gran cantidad de formas distintas que los zoólogos han
ido reuniendo en grupos de animales, a los que denominan filos,
cuyo número varía según los autores, pero que actualmente supera
la treintena. Un filo es cada una de las divisiones básicas del Reino
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Animal que se puede definir como un conjunto de animales que
presentan un mismo tipo de organización general. El proceso
diversificador que los ha ido produciendo se conoce como
filogénesis y tratar de reconstruirlo es una de las tareas de los
zoólogos. Esto, como sabemos, es fruto de un proceso adaptativo
que ha sido posible gracias a un principio muy básico: los animales
pueden cumplir con unos mismos requerimientos vitales de formas
muy distintas. En efecto, para realizar unas mismas funciones
fisiológicas pueden valerse de estructuras anatómicas diferentes
que cumplen su misión con eficacia según el ambiente en el que
habiten.
El simple cálculo de todas las combinaciones posibles de estas
distintas estructuras da un número muy alto, que si además se
multiplica por otros factores de adaptación que configuran diferentes
nichos ecológicos nos encontramos ante el hecho incontestable de
que existe una cantidad enorme de variedades animales. La unidad
que utilizamos para expresar toda esa disparidad, o sea la
biodiversidad animal,
es la especie, aun a sabiendas de las
dificultades que existen para definir este concepto. Pero es que
además en muchas ocasiones dentro de una misma especie se dan
formas anatómicas muy distintas como ocurre con los machos y las
hembras cuando existe dimorfismo sexual, presentándose a veces
casos verdaderamente grotescos como el de Bonellia viridis, un
gusano marino cuyas hembras pueden alcanzar una longitud total
de más de un metro y los machos son microscópicos, o con las
larvas y sus adultos cuando hay metamorfosis, o con los pólipos y
sus medusas cuando hay dos formas adultas distintas.
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En cuanto a los tamaños, para hacernos una idea, las
variaciones están comprendidas en un enorme rango ya que las
formas mayores pueden llegar a ser varios cientos de miles de
veces más grandes que las menores. Por ejemplo la ballena azul,
se admite que puede llegar a medir 30 m, y pasa por ser el animal
de mayor tamaño, aunque en honor a la verdad hay que decir que
la medusa Cyanea arctica puede presentar tentáculos de más de 30
m, y un gusano marino, el nemertino Lineus longissimus, según los
autores noruegos Moen y Sevensen, puede superar esa longitud.
En el polo opuesto encontramos por ejemplo a los Micrognatozoos,
un grupo de gusanos dulciacuícolas, hasta ahora solamente
encontrados en Groenlandia, cuya longitud es aproximadamente
100 µm.
En lo que respecta a la coloración, cualquiera que sea un poco
observador se habrá dado cuenta de que la paleta de colores
distintos que pueden exhibir los animales es amplísima y son
especialmente agraciados en este aspecto, las mariposas, las aves
y los moluscos nudibranquios; el valor semántico de la coloración es
muy variopinto: puede utilizarse en la búsqueda de pareja, en el
camuflaje, en la advertencia a los depredadores y como engaño.
En suma, el repertorio de formas, tamaños y colores de los
animales en la naturaleza parece ser inagotable.
Para poder estudiar toda esta diversidad, el zoólogo necesita
como primera medida clasificar todos los elementos en grupos
atendiendo a su afinidad o parecido anatómico. Dependiendo de lo
acertado que esté a la hora de elegir los criterios por los que se rige
dicha clasificación, ésta será mejor o peor, es decir más o menos
útil para realizar el estudio. A lo largo de la historia de la humanidad
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ha
habido
muchas
clasificaciones
distintas,
algunas
verdaderamente sorprendentes, como la que menciona Borges en
su ensayo, “El idioma analítico de John Wilkins”, que atribuye a una
enciclopedia china titulada “Emporio celestial de conocimientos
benévolos” de la que no da más detalles, pero sí explica que en ella
los animales se clasifican en 14 grupos que enumera de la “A” a la
“N”, siendo todos muy curiosos y de los que no me resisto a dejar
de comentar: por ejemplo clase A. Animales pertenecientes al
emperador; clase F. fabulosos; H. incluidos en esta clasificación I.
que se agitan como locos; N. que de lejos parecen moscas, etc.
Resulta superfluo añadir que esta (clasificación) es de escasa
utilidad en los estudios zoológicos.
Un gran avance en la historia de las clasificaciones zoológicas
se da con la figura del eminente naturalista Linneo hacia mediados
del siglo XVIII quien expuso un nuevo modelo en el que los grupos
se ordenan jerárquicamente, de tal modo que los de nivel más alto
agrupan
a
los
generalizadas y
animales
que
poseen
características
muy
se subdividen sucesivamente en grupos cuyos
elementos poseen características de distribución cada vez más
restringida. Y así hasta llegar al nivel específico. Nace de esta
forma
la
taxonomía,
con
una
serie
de
normas
precisas.
Aproximadamente un siglo más tarde, Darwin perfecciona este
sistema al agrupar a los animales según su grado de parentesco,
con lo cual se consigue que las clasificaciones reflejen la filogenia
de los distintos grupos. Es el comienzo de las clasificaciones
llamadas sistemáticas, que perduran hasta nuestros días. En la
actualidad, aplicando una metodología particular denominada
cladismo, ideada a mediados del siglo pasado por el biólogo alemán
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Hennig, se realizan unas clasificaciones de un modo peculiar que se
han llamado filogenéticas, a mi criterio de forma un tanto
exclusivista, ya que las clasificaciones sistemáticas también son
filogenéticas.
Pero en cualquier caso para poder hacer las clasificaciones con
criterio sistemático, el zoólogo necesita conocer las especies y para
ello se apoya en la taxonomía que tiene entre sus cometidos el de
describir las especies. Hay por tanto un grupo de zoólogos que se
dedican a estos menesteres que son los denominados taxónomos.
La misión de éstos es describir y nominar correctamente las
especies a medida que se van descubriendo y encuadrarlas
perfectamente en la sistemática correspondiente. Podemos afirmar
que el de taxónomo es sin ninguna duda el oficio más antiguo del
mundo, aunque alguno esté pensando en otro y se sorprenda con
esta afirmación. En efecto, según se recoge en el Génesis, Dios
mandó a Adán que pusiese nombre a los animales. Pero esta
antigüedad no se debe confundir con quedarse anticuada, ya que la
taxonomía se ha ido actualizando con las nuevas técnicas de
estudio a medida que han ido apareciendo, por ejemplo la
microscopía electrónica a mediados del siglo pasado o las técnicas
de biología molecular, a finales del mismo.
Aunque sólo sea por curiosidad a uno se le plantea la pregunta
¿cuántas especies animales hay? La respuesta en pleno siglo XXI
supone una cura de humildad ya que no conocemos el número ni
siquiera de una forma aproximada y no es por falta de capacitación
de los taxónomos sino más bien porque, se diga lo que se diga, no
parece que exista mucho interés por saberlo. Realmente el único
factor que limita el número de especies nuevas descritas es el
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número de taxónomos en activo, algo en franca regresión, y el ritmo
con que éstos son capaces de estudiar ejemplares nuevos para lo
cual hacen falta unos recursos económicos cada vez más escasos.
Miguel Delibes de Castro, investigador de la Estación Biológica de
Doñana, puso el dedo en la llaga al decir que esto nos lleva a
conclusiones que podemos calificar de pintorescas como es el
hecho, de que la humanidad está gastando grandes cantidades en
saber si hay vida en Marte, por ejemplo, cuando aún no conoce
cuánta vida hay en la Tierra.
Cuando comenzó la taxonomía no llegaban a 10.000 las
especies censadas de animales y vegetales. Hoy en día el número
de especies animales descritas supera ampliamente el millón,
aunque en realidad son muchas más, ya que según las
estimaciones que se quedan más cortas superarían los cinco
millones. Se ha propuesto un valor de aproximadamente 12,5
millones de especies como una estimación de consenso, pero por
ejemplo Erwin hace un cálculo de en torno a los 30 millones. En
cualquiera de los casos, de esto se deduce que la mayor parte de
las especies que viven en la Tierra continúan siendo desconocidas.
El millón largo de especies censadas se agrupan, como
hemos mencionado, en unos 35 filos animales pero éstos no son
equivalentes ni mucho menos en número de especies. El filo
claramente mayoritario es el de los artrópodos, gracias a la clase de
los insectos que suponen aproximadamente un 70% del total. Este
filo incluye al orden de los escarabajos, que cuenta con más de
300.00 especies. A este respecto es muy famosa la anécdota del
genetista Haldane, quien ante la pregunta de qué conclusión podía
él extraer sobre la naturaleza de Dios después de haber estudiado
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sus obras, respondió: parece que tiene una afición desmedida por
los escarabajos. Si se comparan con los artrópodos, todos los
demás filos resultan muy minoritarios ya que ninguno de ellos
alcanza las 100.00 especies actuales.
El grupo cuyo inventario podemos considerar indudablemente
como el más completo es el de los vertebrados y sin embargo
según relata el profesor de la Universidad Complutense José Luis
Tellería, en las últimas 2 décadas se han descrito unas 170
especies nuevas de mamíferos. Hammond calculó que el número
de especies de aves crecía a un ritmo anual de 0,05% de las
conocidas, mientras que de insectos dicho crecimiento era de 0,8%;
pero de aves conocemos unas 10.000 especies mientras que de
insectos hay cerca de 1.000.000. Así pues en el día de hoy en que
se inaugura el curso académico 2015-16, si estas cifras son ciertas,
se estarán describiendo unas 22 especies nuevas de insectos. En
los últimos años se ha dado una media anual de cerca de 10.000
especies descritas por los taxónomos. Por cierto que los científicos
españoles contribuimos a estas descripciones de nuevas especies
con unas 200 anuales, según los cálculos de Mª Ángeles Ramos,
investigadora del Museo Nacional de Ciencias Naturales; también
debo decir que los profesores de la unidad de Zoología del
Departamento de Ciencias de la Vida de la Universidad de Alcalá,
ponemos nuestro granito de arena en esto de las descripciones de
nuevas especies.
Antes mencioné que parece no haber interés en conocer
cuántas especies existen realmente. Las causas de este desinterés
son, como en casi todo y casi siempre, de tipo económico, ya que la
aplicación inmediata en términos de beneficios crematísticos de ese
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incremento del conocimiento científico parece ser nula. A ello hay
que añadir que realmente no resulta apasionante conocer todas las
especies de gusanos, por ejemplo, muchas de ellas muy parecidas
entre sí, e indistinguibles excepto para el especialista; la sociedad
solamente se muestra algo interesada cuando se descubre una
nueva especie de alguno de los grupos de vertebrados,
especialmente mamíferos y aves. Por lo tanto es muy difícil poder
conseguir fondos que sufraguen estudios de tipo taxonómico y,
como consecuencia cada vez hay menos auténticos especialistas
en el estudio de los distintos grupos de animales. En el fondo se
piensa que la taxonomía es algo aburrido y rutinario que ya, a estas
alturas, pocas sorpresas nos puede dar y existe cierto menosprecio
hacia estos científicos entre los propios biólogos (yo incluso diría
que entre los zoólogos dedicados a otras tareas). Sin embargo de
vez en cuando, los taxónomos se encuentran con ejemplares que
no solamente son de una especie desconocida, sino que su
hallazgo constituye la descripción de un filo totalmente desconocido.
Así, en los últimos 30 años se han descubierto cuatro nuevos filos.
Mª Teresa Tellería, investigadora del Jardín Botánico de Madrid,
expresó muy bien que es en estos momentos cuando el taxónomo
percibe que sale triunfante contra todo pronóstico y demuestra que
tiene mucho que aportar a la ciencia y en concreto al conocimiento
de la biodiversidad.
Una prueba de que no hay interés realmente por conocer cuál
es nuestro patrimonio natural completo, en concreto en lo que a la
fauna respecta, la tenemos sin ir más lejos en un hecho que tuve
ocasión de vivir el pasado mes de mayo: el Ministerio de
Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente nos convocó a un grupo
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de investigadores para organizar la realización de la Lista patrón de
las especies marinas de España. Pues bien en dicha reunión se
puso de manifiesto el hecho de que actualmente en nuestro país
carecemos de especialistas en bastantes de los grandes grupos de
animales y esto incluso a nivel de filos. En algunos de estos grupos
nunca ha habido algún investigador dedicado a ellos, en otros sí,
pero se han jubilado y no hay recambio ni parece que vaya a
haberlo en mucho tiempo.
Pero el término biodiversidad alude también a preocupaciones
por las amenazas que las actividades humanas representan para
ella. Como dijo
Wilson, el entomólogo americano que fue
precisamente uno de los autores que más popularizó este término,
la extinción de los organismos vivos es el daño biológico más
importante de nuestra época ya que es totalmente irreversible. Todo
país posee tres formas de riqueza: recursos materiales, culturales y
biológicos. Comprendemos muy bien los dos primeros, ya que
forman parte de la vida cotidiana, en cambio descuidamos los
recursos biológicos. Es un grave error estratégico que cada vez
lamentaremos más.
Naturalmente esta reflexión surge como respuesta al hecho
evidente de que estamos perdiendo biodiversidad y es necesario
hacer que la sociedad caiga en la cuenta de este gran problema.
Algunos autores han aventurado unas cifras sobre tasas de
extinción
de
especies:
entre
10.000
Evidentemente son números que están
y
50.000
anuales.
destinados a crear una
conciencia colectiva favorable a tomar las medidas necesarias para
evitar ese desastre, aunque su rigor científico parece bastante
cuestionable. Verdaderamente es un poco
aventurado que sin
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conocer las especies que existen pretendamos saber cuántas se
extinguen. Pero lo realmente importante es que hay constancia de
que se están extinguiendo y muchas de ellas lo harán incluso antes
de que las hayamos podido describir, es decir desaparecerán de la
Tierra sin que las hayamos conocido. Según Pedro Jordano,
investigador de la Estación Biológica de Doñana, la actual tasa de
pérdida de especies es unas 116 veces superior a lo que se conoce
como extinción de fondo, esto es, la tasa media de desapariciones
en el registro fósil.
Es bien cierto que en la historia de la Tierra ha habido
episodios de grandes extinciones; los paleontólogos nos hablan de
cinco de ellas como las más reseñables, siendo la más famosa de
todas la de finales del Cretácico, que además es la última, debido a
que trajo consigo la extinción de los dinosaurios. De la mayoría no
se conoce con certeza cuál fue la causa que la originó; de otras se
han apuntado posibles motivos más o menos fundamentadas. Pero
la extinción que se está observando actualmente y que algunos ya
denominan la sexta gran extinción, parece tener su origen en la
actividad de los seres humanos y esto sí que es una novedad.
Ya son muchos los autores que recogiendo el término
acuñado por Crutzen, proponen denominar Antropoceno a la actual
época geológica, en sustitución del término Holoceno. Con ello se
pretende poner de manifiesto la gran influencia del ser humano en
el ambiente del planeta Tierra, que está originando cambios
importantes a nivel global.
Algunas de las causas de la pérdida de biodiversidad parecen
tener relación directa con el cambio climático, como por ejemplo la
destrucción o alteración del hábitat. Así, para algunas especies
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fluviales endémicas, ha resultado que se observan sequías crónicas
en ríos donde hasta hace no muchos años las sequías digamos
naturales disminuían el caudal durante el estío hasta dejar
pequeños cursos de agua y pozas donde se refugiaba y sobrevivía
la fauna, pero que en ningún caso llegaban a esquilmar las
poblaciones naturales. En la actualidad, sin embargo, bastantes de
estos ríos se secan completamente, lo que produce la muerte de la
inmensa mayoría de sus peces.
También se han producido muchas alteraciones del hábitat de
varias especies sin que el motivo sea el cambio climático, sino una
actuación más directa del ser humano, como por ejemplo la
construcción de grandes embalses que ha impedido a muchos
peces migrantes ascender a la cabecera de los ríos lo cual es
imprescindible para que puedan reproducirse.
Hay otros muchos factores independientes del famoso
cambio, como por ejemplo la sobrepesca o la caza hasta límites
exagerados, es decir, el agotamiento de las poblaciones; son
muchos los ejemplos que podríamos poner pero por mencionar
alguno, la lamprea de río está extinta de las aguas continentales
españolas. La caza
insostenible o ilegal ha hecho que muchas
especies estén atravesando por una situación crítica, como es el
caso del avetoro, el águila pescadora o el quebrantahuesos.
La introducción de especies alóctonas en la mayoría de los
casos produce efectos fatales en las autóctonas debido a que salen
vencedoras en la competencia directa o a que son vectores de
enfermedades contra las que éstas no estaban preparadas para
luchar; el cangrejo de río sirve para este caso ya que se intentó
paliar su escasez introduciendo especies foráneas de cangrejos y
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claramente fue peor el remedio que la enfermedad pues resultaron
unas competidoras aventajadas en la búsqueda de alimento y para
colmo introdujeron la afanomicosis, una enfermedad mortal para
nuestros cangrejos autóctonos de la que los foráneos son vectores.
A la introducción del lucio en nuestros ríos, se atribuye la
desaparición de la bermejuela, un pequeño pez que es un
interesante endemismo de las aguas ibéricas, en varios ríos de
Castilla y León.
Curiosamente en ocasiones no es la introducción de una
especie el problema que amenaza a la biodiversidad sino, todo lo
contrario, la desaparición de una especie; este hecho puede
producir unas alteraciones en el ecosistema al que pertenecía que
suponga para otras especies que convivían con ella una alteración
fatal de su hábitat. Un caso muy representativo de esto es el de la
náyade de río, un molusco bivalvo de buen tamaño, antaño
bastante abundante en nuestros ríos y hoy sumamente escaso. El
motivo no es otro que la desaparición de los ríos donde habitaba
esta especie de un pez, el esturión, que resulta casi imprescindible
para que el molusco pueda completar su ciclo biológico, ya que
aloja en sus branquias a las larvas del bivalvo las cuales no
progresan sin este hospedador.
Sin embargo la idea de la problemática de la desaparición de
especies no es del todo nueva; ya en 1948 se creó la Unión
Internacional para la Conservación de la Naturaleza, como la
primera organización medioambiental global del mundo. Este
organismo, agrupa actualmente organizaciones ecologistas de todo
el mundo, agencias gubernamentales de unos doscientos países y
varios miles de científicos y expertos voluntarios. Entre sus
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cometidos está la confección de la denominada “Lista roja de
especies amenazadas”, que sirve de orientación para conocer su
estado de conservación tanto a nivel mundial como de las distintas
naciones en particular. Las especies amenazadas se consideran en
distintas categorías siendo la más alarmante la denominada “En
peligro crítico”. En nuestro país en estos momentos tenemos 56
especies animales en esta categoría, pero creo sinceramente, y
espero que después todo lo que acabo de exponer ustedes me den
la razón, que se olvidan de incluir como especie en peligro crítico la
número 57 que no es otra que el taxónomo. Y lo malo es que si se
extinguiese, nos quedaríamos sin completar la tarea de conocer una
gran parte de nuestro patrimonio natural.
Permítanme que concluya reproduciendo un párrafo de un
autor actual, pues creo es la mejor síntesis a cuanto acabo de decir:
“Es necesario invertir mucho más en investigación para entender
mejor
el
comportamiento
de
los
ecosistemas
y
analizar
adecuadamente las diversas variables de impacto de cualquier
modificación importante del ambiente. Porque todas las criaturas
están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y
admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros. Cada
territorio tiene una responsabilidad en el cuidado de esta familia, por
lo cual debería hacer un cuidadoso inventario de las especies que
alberga en orden a desarrollar programas y estrategias de
protección, cuidando con especial preocupación a las especies en
vías de extinción”. Este párrafo está tomado literalmente de la
encíclica del Papa Francisco, Laudato si’.
Muchas gracias por su atención.
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