La obra de Oteiza

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La obra de Oteiza.
En torno a la obra de Oteiza giran muchas leyendas. Muchas de ellas han
sido cultivadas por el mismo. Sin embargo, a pesar de todos estos mitos que
están girando alrededor de su persona, la obra de Oteiza se caracteriza por
ser el trabajo de un creador excepcional. Las aportaciones que Oteiza ha
hecho al arte de su tiempo y al de nuestros días son todavía hoy de una gran
dimensión formal y conceptual.
El transito de la obra de Oteiza desde la escultura hacia la arquitectura
constituye un hito de la creación artística moderna.
El estudio
pormenorizado de la obra de Oteiza revela unos vínculos importantes con la
escultura abstracta, el espacio vacío, las imágenes de ausencia, matices
sacros y metafísicos.
“El cuadrado negro sobre blanco” de Malevitch, constituye uno de los
referentes recurrentes de su obra, y es este el que establece los vínculos
necesarios para establecer las conexiones que enlazan su obra con las
figuras de revolución sólidas como los cuboides, vaciados y desocupados. La
estética oriental trabaja también sobre el vacío, si bien en la escultura
oriental el vacío es dinámico tanto como el no-vacío, en Oteiza el vacío
constituye una presencia trascendente, estática, inmóvil y religiosa.
La desocupación del cubo que se realiza en la obra de Oteiza, constituye
para algunos autores el germen de la fisiología espacial de lo abstracto.
La escultura de Oteiza es un puente entre las vanguardias constructivistas
clásicas y el minimalismo. Es con los vínculos que establece con el
minimalismo como la obra de Oteiza llega a un punto sin retorno que él
mismo expresará:
“Al afirmar que abandono la escultura quiero decir que he llegado a la
conclusión experimental de que ya no se puede agregar escultura como
expresión, al hombre ni a la ciudad. Quiero decir que me paso a la ciudad,
resumiendo todo conocimiento estético en Urbanismo y diseño espiritual.”
(El final del arte contemporáneo. Jorge Oteiza. P. 230).
Algunos ejemplos de la obra arquitectónica, que desarrollará con varios
grupos en los que se advierte unas ganas de conjugar las artes de la pintura,
la escultura y la arquitectura, tales como el Grupo Espacio, el Equipo
Forma…, son el monumento a José Batlle, en el que Oteiza colabora con
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Roberto Puig, ambos conciben un proyecto complejo en el que se establece
un dialogo entre la arquitectura, la ciudad y la naturaleza. Es un monumento
arquitectónico de gran pureza formal, gran simbolismo en la abstracción de
la forma, de la línea, en el que el vacío está presente como componente
esencial de la obra, obra mínima.
La obra escultórica de Oteiza crea una estética objetiva para explicar el
“ser estético” desde una visión metafísica. Para ir en pos de esa estética
objetiva el escultor se desliga de la realidad natural paulatinamente desde
la Basílica de Aranzazu en adelante irá componiendo una obra en la cual se
irá rompiendo con la naturaleza buscando una solución a la existencia.
La investigación abstracta que conforma el grueso de la obra de Oteiza se
establece en base a un espacio en el que prevalece un orden geométrico
como valor ideal de la configuración escultórica.
En la obra de Oteiza se vislumbra una necesidad de retornar a las fuentes
primigenias de la existencia, desde este punto de vista hay en su obra un
sentido abstracto simbólico. Esta idea la refleja en su necesidad de crear
un hombre nuevo, un niño nuevo que realiza a través de imágenes
primigenias, primitivas y metafísicas. En este sentido enlazará con la obra,
ya con otro carácter, de los artistas de las vanguardias que paulatinamente
van recurriendo a los orígenes artísticos del hombre, veáse el Land art.
Imágenes primigenias de ausencias y vacíos que enlazan con esa necesidad
del hombre de las vanguardias, del artista moderno de aproximarse a las
fuentes, como un intento
por renovar la validez
de sus propias
interpretaciones.
Artistas como Picasso, Giacometti, buscan estas fuentes en el mundo
africano. Oteiza lo buscará en la civilización Precolombina, y en la
prehistoria europea. De estas investigaciones derivarán su Ley de los
Cambios, y justificará estéticamente sus cajas metafísicas con los Cromlech
vascos.
Para Oteiza el Cromlech constituirá el símbolo final del arte prehistórico,
esto será así por el vacío estructural despejado de toda materialidad. El
Cromlech, por otro lado es el símbolo espiritual del origen tectónico de la
arquitectura. Unirá así su experiencia personal y la conclusión de su
investigación estética con la interpretación silenciosa del Cromlech, en la
que el artista prehistórico, al término de su lenguaje artístico habría
adquirido, el sentido comprometido de verdadero “ser social”.
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Desde el punto de vista de la concepción del arte, Oteiza tiene una visión
estructuralista, huye de la realidad física y trabaja sobre entidades
abstractas metafísicas, entidades livianas y dinámicas o “Unidades
Malevitch”. En este ámbito relaciona la levedad de estas Unidades con la
pesadez de la estatuaria clásica. Para Oteiza es la función la que crea la
forma y de esta manera se pone del lado de los análisis científicos que
declaran que la forma física está claramente determinada por la función que
ha de desarrollar. (léase el libro: D’Arcy Thompson., Sobre el crecimiento y
la forma, Blume, Madrid, 1980.)
La obra de Oteiza ha sufrido un cierto desprecio u omisión que se ha
intentado reparar en los últimos años, mediante la inclusión de obras suyas
en espacios públicos. Estas intervenciones han sido realizadas en muchos
casos sin el debido estudio previo acerca de su conveniencia en el lugar o no
con lo que al ser instaladas en estos lugares pierden parte de su
significación, todo esto se acrecienta por la circunstancia de que se añade a
la obra un pedestal, que en algunas ocasiones suelen ser plataformas de
cemento, recurso de obras tendentes a un clasicismo ausente en la obra de
Oteiza.
Se podría resumir la obra de Oteiza simbólicamente relacionándolo con el
génesis, u origen.
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