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La Tutoría como Instrumento de Formación Metodológica y Heurística
Lic. Ignacio Aguinalde Sáenz
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LA TUTORÍA COMO INSTRUMENTO DE FORMACIÓN
METODOLÓGICA Y HEURÍSTICA
Introducción
Cuando la Universidad nació en el siglo XII como heredera de toda una tradición de
pensamiento que hundía sus raíces en el fértil suelo del campo consagrado al héroe mítico
Acádemos, la educación en su más alta expresión era una posibilidad reservada sólo a unas
selectas minorías. Esto creaba en cierto sentido una situación pedagógica ideal. Tanto los
profesores como los alumnos contaban con todo el tiempo necesario para dedicarse a la
investigación y al estudio. La transmisión del saber se daba principalmente a través de
lecciones magistrales, pero la comunicación entre el maestro y el alumno no se agotaba allí. Por
el contrario, el esfuerzo por ahondar en el descubrimiento de la verdad se realizaba en un
diálogo constante que sometía a la prueba de una crítica tenaz los avances de la ciencia. Los
métodos mismos de enseñanza así lo prueban. El calendario universitario medieval estaba lleno
de cuestiones disputadas, confrontaciones, discusiones, cada una con su estructura particular,
donde los alumnos planteaban objeciones a sus maestros sobre un tema controvertido o los
maestros examinaban la capacidad de sus alumnos para resolver complejas preguntas
relacionadas con su disciplina. El reducido número de estudiantes facilitaba el contacto directo
entre profesores y alumnos y garantizaba que tan intensa labor intelectual alcanzara sus mejores
frutos.
Hoy vivimos una situación muy diferente. La apertura educativa permite que todos, al
menos en teoría, tengan acceso a una formación superior. Sin ninguna duda, esto representa un
avance respecto de anteriores condiciones de injusticia social, pero no deja de plantear un
problema. La universidad actual se ha convertido necesariamente en una universidad de masas.
A ella llegan estudiantes, en número cada vez más creciente, provenientes de muy diversas
circunstancias culturales, con mayor o menor preparación para la tarea intelectual, con
motivaciones y expectativas más o menos relacionadas en forma directa con la carrera que
eligen. Muchos de ellos apenas disponen de tiempo debido a la necesidad de trabajar para pagar
sus estudios.
Una de las consecuencias más graves de esta realidad es el alto índice de fracaso académico.
Los jóvenes en general no se encuentran hoy a la altura de las exigencias del estudio
universitario. El rigor de pensamiento, la precisión en el vocabulario, la habilidad para resolver
con método una cuestión planteada o la exposición de ideas que guarde una cierta coherencia
lógica no son hábitos que hayan sido suficientemente ejercitados durante la enseñanza
secundaria. Pero tampoco es correcto pensar que la causa del problema se encuentre sólo en
una deficitaria educación obtenida en el colegio. La sociedad es ella misma una sociedad de
masas, que tiende a nivelar la opinión a través de insistentes mensajes publicitarios, que moldea
silenciosamente la manera de entender el mundo y a los demás, y que en definitiva va
conformando las costumbres de pensamiento del hombre común.
Los profesores, por su parte, apremiados por las exigencias de la vida cotidiana, se ven
obligados a llevar una dilatada agenda de horas de clase, con lo cual el alumno, si bien en
ciertos ámbitos puede no ser un desconocido, queda desdibujado en su singularidad. Durante el
transcurso de las clases de tipo magistral un profesor perspicaz puede ir tomando conciencia de
las exigencias de formación de sus alumnos y sus dificultades a la hora de aprender. Pero,
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¿tendrá la posibilidad de detectar en cada caso el inconveniente a resolver e instrumentar una
solución adecuada? Y desde otra perspectiva, ¿podrá lograr sólo desde la exposición de la
ciencia que los alumnos adquieran los hábitos intelectuales que distinguen una verdadera
formación universitaria del mero acopio de conocimientos? Una ciencia o un arte es en cierto
sentido una realidad orgánica. Se desarrolla poco a poco en la mente de quien la cultiva en
cuanto resultado del esfuerzo por comprender sus principios y contenidos diversos. Y como
toda realidad vital supone una Idea o plan de la totalidad que da sentido a cada una de sus
partes. En la mente del profesor el saber posee vida porque puede contemplarlo en su totalidad,
conoce cada una de sus partes y puede relacionarlas entre sí. La explicación magistral consigue
reflejar esa síntesis y preparar la inteligencia del alumno para que la realice por su cuenta, pero
no basta para que integre en un todo armónico los elementos dispersos de ese difícil
rompecabezas.
Las consecuencias de la masificación se extienden, sin embargo, más allá del fracaso
académico que afecta a los primeros años de una carrera. Si la universidad, tal como fue
concebida en sus orígenes, es una comunidad orientada a la investigación y la docencia de la
verdad, entonces no puede faltar en ella una formación que disponga mentalmente a los
estudiantes para ampliar, en la medida de sus capacidades e intereses, el espectro del
conocimiento científico. Lamentablemente el perfil del universitario promedio no sobrepasa al
de un hábil repetidor que recibe la ciencia cocinada y preparada en porciones apropiadas para
su asimilación.
La universidad se encuentra de este modo frente a un dilema: o bien retornar a una
educación de élite, con lo cual dejaría de lado su función de promover la elevación cultural de
la sociedad o bien introducir una franca nivelación en sus exigencias de manera que permita a
la gran mayoría de los que ingresan en ella poder completar con éxito sus estudios, lo cual
traería aparejado inexorablemente la caída de la calidad educativa. Ambas opciones atentan
contra la esencia misma de la comunidad universitaria. Es necesario, por lo tanto, encontrar una
vía intermedia entre estos extremos.
La formidable heterogeneidad de la población de estudiantes exige una respuesta didáctica
que contemple no sólo una enseñanza impartida de manera generalizada y ajustada a los
estándares educativos en vigencia, sino que también sea capaz de descender hasta las
necesidades individuales, aquellas que hacen al estilo particular con que cada estudiante hace
propio el saber de una disciplina. En este sentido la solución al desafío pedagógico planteado a
la universidad de hoy no puede provenir de un único método considerado como panacea, sino
de una adecuada combinación metodológica.
Los métodos son caminos que deben conducirnos a un lugar determinado. Los métodos
tienen sentido en tanto y en cuanto nos ayudan a alcanzar determinadas metas. Sin embargo,
durante mucho tiempo se han venido aplicando métodos de manera unilateral sin tener en
cuenta el objetivo para el cual habían sido pensados. Por un lado, los detractores de la lección
magistral olvidan que es imposible para aquel que se inicia en una disciplina dominar sus
contenidos en un lapso breve de tiempo y razonar con corrección acerca de ellos. La figura del
maestro que brinda una guía, que traza las grandes líneas que marcan los contornos de una
ciencia, es irreemplazable. A su vez, los críticos acerbos de toda forma de enseñanza no
expositiva olvidan que en la educación el agente principal no es el maestro sino el alumno, y
que en consecuencia su participación debe ir mucho más allá de la correcta recepción de los
contenidos y de la intervención ocasional en clase.
Es aquí donde cobra todo su interés la figura del profesor tutor y la implementación de
métodos de enseñanza centrados en el despliegue de los hábitos intelectuales, como por
ejemplo el seminario. La acción tutorial ha mostrado ser un medio eficaz para lograr un
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ambiente de mayor encuentro entre profesores y alumnos, para acompañar a los estudiantes en
sus dificultades durante la carrera y ayudarlos a dar lo mejor de sí mismos. Pero por lo general
no se ocupa de ejercitar las capacidades necesarias para la búsqueda del saber. El seminario,
desde su establecimiento en el siglo XIX en Alemania, se ha constituido a escala mundial en el
referente indispensable de la formación para la investigación. Pero permanece reservado a los
últimos años de la carrera e incluso en ese momento muchas veces se lo entiende como una
clase expositiva más.
Resulta evidente que no se trata de soluciones verdaderamente nuevas. Por el contrario,
poseen una larga tradición que se remonta a los orígenes mismos de la universidad. En éste
como en muchos otros casos la posibilidad de descubrir la pólvora hace que debamos
retrotraernos en el tiempo y dirigir nuestra atención hacia el comienzo del sistema tutorial y del
seminario para entender su génesis, su evolución y de ese modo tomar lo que en ellos hay de
perenne e irrenunciable para la tarea formadora. El desafío consiste en plasmar una
combinación de ambos que ofrezca al alumno la oportunidad de formarse tanto en lo que hace a
la metodología del estudio como en los procedimientos de discusión e investigación.
El objetivo de este artículo es precisamente ése: aprender de la experiencia acumulada a lo
largo de siglos de labor tutorial para pensar una adaptación concreta al ámbito académico
contemporáneo. Con esta finalidad in mente seguiremos el siguiente camino: en primer lugar
consideraremos los orígenes y desarrollo históricos del sistema tutorial con la intención de
comprender en qué sentido puede ser de utilidad para lograr un mayor despliegue de la
habilidad crítica y argumentativa. En segundo lugar consideraremos el principal método de
enseñanza universitaria a pequeños grupos: el seminario cuya finalidad fundamental radicó
desde el comienzo en capacitar a los estudiantes en tareas de investigación. Por último,
intentaremos delinear posibles aplicaciones combinadas de estos métodos a la realidad actual
de la universidad.
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I. Desarrollo histórico y características del Sistema Tutorial
Detenerse minuciosamente en una aporía es útil para el que
quiere encontrarle una salida adecuada. En efecto, la salida
adecuada ulterior no es sino la solución de lo previamente
aporético. Por lo demás, quien no conoce el nudo no es posible que
lo desate, pero la situación aporética de la mente pone de
manifiesto lo problemático de la cosa. Y es que, en la medida en
que se halla en una situación aporética, le ocurre lo mismo que a
los que están atados: en ambos casos es imposible continuar
adelante. Por eso conviene considerar primero todas las
dificultades, por las razones aducidas, y también porque los que
buscan sin haberse detenido antes en las aporías se parecen a los
que ignoran adónde tienen que ir, y además (ignoran), incluso, si
han encontrado o no lo que buscaban. Para éste no está claro el
final, pero sí que lo está para el que previamente se ha detenido en
la aporía. Además quien ha oído todas las razones contrapuestas,
como en un litigio, estará en mejores condiciones para juzgar.
Aristóteles, Metafísica, 995a24–b4.
La figura del profesor tutor, entendida en términos generales, es tan antigua como la
educación misma. En todas las civilizaciones del pasado, desde Grecia hasta el lejano Oriente,
se encuentra siempre la paradigmática presencia del maestro que toma a su cargo la formación
personal de un joven o de un reducido grupo de jóvenes. Abundan los ejemplos en la literatura
clásica. Homero describe en la Ilíada la inmortal imagen del anciano Fénix, el educador de
Aquiles, consternado ante la negación del discípulo de ayudar a sus compatriotas. Los versos
del poeta lo muestran como un personaje entrañable, pero al mismo tiempo firme a la hora de
aconsejar a Aquiles acerca de sus acciones. “Soy la escolta -dice Fénix- que te dio Peleo, el
anciano conductor de carros, aquel día en que te envío de Ftía ante Agamenón, cuando sólo
eras un niño ignorante aún del combate, que a todos iguala, y de las asambleas, donde los
hombres se hacen sobresalientes. Por eso me despachó contigo, para que te enseñara todo eso,
a pronunciar palabras y ser autor de hazañas.” 1 El ideal de educación del pueblo griego
resuena en esas palabras de Fénix: alcanzar la expresión cabal del espíritu y encarnarla en las
propias acciones.
Pero no es necesario quedarse en la literatura para encontrar ejemplos de esta clase de
maestros. Sócrates representa el arquetipo por antonomasia del educador preocupado por el
progreso espiritual de sus alumnos. De hecho puede decirse con justicia que Sócrates fue el
iniciador del método tutorial de enseñanza, ya que la ironía y la mayéutica constituyen sus
antecedentes remotos.
Sin embargo, el sistema tutorial propiamente dicho tuvo su origen en las universidades
inglesas de Oxford y Cambridge durante la edad media. Allí los integrantes mayores de un
colegio estaban encargados de velar por la conducta y educación de los más jóvenes. De hecho
la idea de hacer responsables a los miembros más antiguos por la instrucción de quienes
comenzaban a dar sus primeros pasos en los estudios tomó cuerpo con la creación del New
College de Oxford en 1379. Su fundador, William de Wykeham, se inspiró en la organización
de los Colegios de Artes de París, donde los alumnos más avanzados supervisaban el progreso
de sus colegas menores. Wykeham redactó entonces unos estatutos que, si bien no
contemplaban la acción de alumnos supervisores como los de París, establecían que estudiantes
postgraduados residentes en el college tuvieran a su cargo a varios jóvenes a los que podían
impartirles clases. De este modo la pesada tarea de seguir de cerca el progreso de los
estudiantes se vio notablemente aliviada. Con el tiempo el trabajo de estos alumnos
1
Ilíada, IX, 438-443.
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postgraduados se vio asistido por el de profesores que acompañaban a los estudiantes en un
área específica. Fue así como empezó a cobrar importancia la función del más tarde
denominado college tutor.
El término tutor aparece por primera vez a fines del siglo XVI en los estatutos del Brasenose
College para designar a los profesores que tomaban alumnos a su cargo. La palabra surgió
precisamente para distinguir dos tipos de profesores: los que dictaban clases magistrales fuera
del College y los que cuidaban del desarrollo intelectual y moral de los alumnos dentro del
College. El acompañamiento personal mostró ser un método muy eficaz. Pronto el sistema
tutorial se convirtió en parte esencial de la enseñanza tanto de Oxford como de Cambridge. A
tal punto que en el siglo XVII ya se encuentra plenamente consolidado. Sin embargo, el sistema
tal como se practica hoy en “Oxbridge”2 fue delimitado recién durante el siglo XIX gracias a la
obra de pensadores como John Henry Newman y otros. Así, la enseñanza en ambas
universidades pasó a estar basada sobre la relación tutor-alumno. El tutorial llegó a ser tan
importante que al alumno se le permitía no asistir a las lecciones magistrales, pero debía
continuar teniendo encuentros semanales con el tutor en los que se consideraban sus avances en
el estudio, comprensión de los libros leídos, sus trabajos escritos, etc.
¿En qué consiste entonces propiamente el tutorial system?
Will. G. Moore, autor de una obra clave sobre el sistema tutorial, define el método de la
siguiente manera: se trata de una reunión semanal del estudiante (solo, junto con un
compañero o en pequeños grupos que no superen los 4 integrantes), de aproximadamente una
hora de duración, con el tutor que le ha sido asignado.3 Sin dejar de lado la definición de
Moore, un informe realizado en Inglaterra durante 1964, el Hale Report, caracteriza el sistema
tutorial fundamentalmente como un tiempo de discusión (discussion period).4 El término
discusión no debe ser entendido aquí en el sentido de una pelea verbal, sino como sinónimo de
debate, de diálogo en el que se somete a examen una cierta cuestión problemática. Esa es la
esencia del sistema tutorial. Planteado un tema, el alumno realiza una investigación personal y
la redacta en un pequeño escrito, un ensayo. No interesa tanto al principio alcanzar un dominio
total del tema. Lo importante es el desarrollo de la habilidad heurística y de la capacidad de
someter a crítica la propia elaboración. De más está decir que ese mismo ejercicio de reflexión
detenida y minuciosa logra que el alumno comprenda el tema a fondo.
En la práctica el método permite que se establezca una verdadera relación de amistad y de
confianza entre el tutor y el alumno. Por eso el sistema no se restringe a la formalidad de los
encuentros semanales, sino que el alumno puede consultar al tutor en todo momento, tanto en lo
que se refiere a asuntos académicos como a cuestiones personales.
La concepción pedagógica subyacente al sistema tutorial implica en consecuencia dos
principios fundamentales: la participación activa del alumno y el pensamiento crítico. Esto no
significa que deban dejarse de lado otros métodos de enseñanza como la lección magistral, sino
que el acento está puesto sobre el trabajo individual del alumno. De allí que la mayor carga
horaria sea depositada en los encuentros con el tutor y no en la asistencia a clases generales.
Teniendo en cuenta estos principios la dinámica del sistema se desarrolla de la siguiente
manera. El tutor recomienda al comienzo una serie de lecturas sobre el tema a tratar,
preferentemente obras consideradas como fuentes en la materia. Esto, junto con las clases
2
Denominación que se emplea usualmente para hablar de las universidades de Oxford y Cambridge tomadas en
conjunto.
3
Moore, Will G., The Tutorial System and its Future, Oxford, Pergamon Press, 1968, p. 15.
4
University Grants Committee, (U.G.C.), Report of the Committee on University Teaching Methods (The Hale
Report), London, 1964, n. 218, citado por Pujol, Jaime; Fons, José Luis, Los métodos en la enseñanza
universitaria, Pamplona, EUNSA, 1967, pág. 74.
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expositivas a las que el alumno asiste, constituirá el material a partir del cual debe integrar una
síntesis que reflejará en un breve trabajo escrito. De acuerdo con la modalidad adoptada por el
tutor la frecuencia en los trabajos puede ser semanal o quincenal. La presentación del ensayo se
realiza entonces durante la reunión con el tutor. En ella el alumno lee o expone
esquemáticamente su escrito. Una vez hecho esto se pasa a la discusión y crítica del trabajo. El
tutor puede comenzar a hacer preguntas con la intención de que el estudiante saque todas las
consecuencias que se derivan de las tesis propuestas. Se trata de un interrogatorio de tipo
mayéutico donde lo importante es ir conduciendo al alumno para que descubra por sí mismo la
comprensión profunda de un tema, la manera lógica de plantearlo y la expresión más ajustada a
lo que él quiere transmitir. Pero no sólo el tutor puede participar en esta discusión. También los
otros estudiantes que se encuentren presentes (el número no supera por lo general los cuatro
integrantes) pueden hacer comentarios y proponer sus opiniones acerca del tema, siempre sobre
la base de una rigurosa argumentación. El alumno debe estar preparado para responder a esas
objeciones y considerarlas en su reelaboración posterior del ensayo.
La idea del tutorial no es entonces hacer una crítica “dogmática” del trabajo, en el sentido
peyorativo del término, ni mostrar al alumno sólo dónde se equivocó y cómo debe hacerlo
correctamente, sino incentivarlo a progresar constantemente. La misión del tutor radica en que
el alumno mejore un poco en cada reunión. Como afirma Moore, el tutorial es un método de
búsqueda, de prueba. En él se prefiere lo que es un intento a lo definitivo, el ensayo al
resultado.5 Esto no significa de ninguna manera que no interese alcanzar la verdad o la certeza
con respecto al conocimiento científico. Por el contrario, el análisis detenido de un tema,
considerando sus inconvenientes, poniendo frente al alumno las dificultades de una ciencia,
permite que después la inteligencia capte la respuesta con mayor claridad. Ya Aristóteles
planteaba en la Metafísica la necesidad de detenerse en las aporías de un saber, es decir, en los
callejones sin salida, en las dificultades, para que luego pudieran entenderse cabalmente las
soluciones. El estudiante que siempre ha recibido las respuestas en bandeja de plata no
comprende a fondo su ciencia y por otra parte se encuentra muy mal preparado para enfrentar
situaciones nuevas.
Según Gilbert Highet, autor de una excelente obra sobre la historia de la educación, en el
tutorial system “el alumno aprende por medio de tres actividades: primero, al hacer solo el
trabajo; segundo, al observar los errores que ha cometido y al defender los puntos de vista que
considera acertados; tercero, al repasar el trabajo completo y corregido y al compararlo con
su primera versión. Lo primero es un trabajo de creación; lo segundo, de crítica; lo tercero, de
apreciación del conjunto. La principal ocupación del tutor es conseguir que esos momentos no
estén disociados sino que se integren dentro de un esquema total.” 6
Highet mismo nos relata en su obra la experiencia que tuvo como alumno y tutor en
Oxbridge:
“Cuando era estudiante trabajaba de la siguiente manera: junto con otro alumno seguíamos los
mismos cursos y debíamos entrevistar al señor Harnish, en su despacho, a las diecisiete, todos los
martes y viernes. Un martes se me invitó a escribir un ensayo sobre un tema de la materia que
estábamos estudiando, mucho más adelantado respecto de las clases a que concurríamos
entretanto; me tomó más tiempo del que esperaba. Sin embargo lo terminé alrededor de las tres de
la mañana del miércoles y se lo leí al señor Harnish a la tarde. Dick escuchaba. Mr. Harnish yacía
en un sillón fumando, con los ojos entrecerrados y una rara expresión de interés, dolor, temor y
esperanza en su rostro. Después que hube terminado, se quedó mirando el fuego por un minuto o
dos sin hablar (esos eran siempre momentos incómodos, pero enseñaban bastante). Luego
comenzó a hacerme preguntas sobre mi ensayo, página por página, párrafo por párrafo, palabra
5
6
Moore, Will G., The Tutorial System and its Future, Oxford, Pergamon Press, 1968, pp. 30-31.
Highet, Gilbert, El arte de enseñar, Buenos Aires, Paidós, 1967, pág. 140.
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por palabra. ¿Cuáles eran mis consultas bibliográficas para la afirmación acerca de los aliados
en la primera página? Sí, estamos de acuerdo… está en todos los libros sobre la materia, ¿pero
cuál es la prueba documental? ¿No merecía eso un análisis más cuidadoso? ¿Qué otras
interpretaciones del hecho eran posibles? ¿Sabía yo quiénes las habían propuesto? ¿No les debía
haber prestado más atención, a la luz de recientes investigaciones? Y en la página 5, ¿cuál era el
texto original de la cita que daba como ejemplo? ¿Cuál era la traducción corriente? ¿Cómo podía
justificarse la versión que yo ofrecía? Revisémosla y veamos. A esta altura se apelaba a Dick, y
nos trenzábamos en una triple discusión. La tercera página era un refrito de la teoría de Tuskar,
¿verdad? ¿Cuáles eran las verdaderas debilidades de esa teoría? Y así sucesivamente, a través del
ensayo.
Después el señor Harnish analizó el ensayo en conjunto, y señaló las omisiones, solicitándome
que las justificara o que señalara cómo podían suplirse, y concluyó con algunas referencias sobre
recientes investigaciones, sobre discusiones realizadas la semana anterior en la Sociedad
Bibliófila y el nuevo libro de Caversham sobre el tema (´lo leerá alguna vez, ¿verdad?´), y para la
semana próxima usted quizá tenga que escribir acerca de bla-bla-bla… Y luego nos conducía
hacia el bar para disfrutar de un bien ganado vaso de jerez. Eso era el miércoles; el viernes Dick
leía su propio ensayo, mientras yo escuchaba en silencio y luego atendía cómo Mr. Harnish lo
analizaba cuidadosamente, de la misma manera. La próxima semana otro tanto. Para el fin del
cuatrimestre cada uno había escrito ocho ensayos y había escuchado otros ocho, todos sobre el
mismo tema, sobre el cual estábamos leyendo libros y escuchando clases. Ocho semanas es un
período corto, pero al finalizar ese trecho tan intensivo conocíamos los temas bastante bien.” 7
En definitiva, el sistema tutorial no es otra cosa que la mayéutica socrática trasladada al
ámbito de la universidad. En este sentido, Highet resume el método como el arte de extraer lo
que ya está en la mente del alumno: ayudar al alumno a llegar a ser lo que ya es en potencia. 8
El renombre alcanzado por el tutorial system en todo el mundo se debe sin duda a que en él
recibieron su formación grandes representantes del ámbito de la literatura, la ciencia o la
política. Pensemos por ejemplo en escritores de la talla de C. S. Lewis o J. R. R. Tolkien. Esto
explica sin duda los numerosos intentos de otras universidades por trasladar a sus claustros un
esquema de trabajo similar. Sin embargo hay que tener en cuenta que el sistema tutorial tal
como se lleva a cabo en Oxbridge se encuentra muy lejos de las posibilidades de la universidad
actual. Suponer que esta forma de educación puede ser implantada sin más en la realidad de la
mayor parte de las universidades del mundo es un despropósito. El sistema implica costos muy
elevados y resulta impracticable fuera de esa situación de retiro intelectual como la que se vive
en Oxford, Cambridge o algunas universidades norteamericanas. Incluso para estas mismas
instituciones la situación económica se ha vuelto cada vez más difícil.
Sin perder esto de vista, no sería absurdo pensar en un modo de aprovechar lo más
significativo del sistema tutorial para aplicarlo a otros ámbitos académicos. Más adelante en las
conclusiones delinearemos una propuesta esquemática de acción. Digamos sólo por ahora que
en primer lugar se debería asignar a cada alumno que ingresa a la universidad un tutor que siga
de cerca su progreso en los estudios y sea capaz de aconsejarlo frente a sus dificultades. Y en
segundo lugar, que deberían realizarse frecuentes reuniones entre los tutores y los alumnos en
las que pueda desarrollarse el diálogo fecundo acerca de los temas de la carrera sobre la base de
trabajos escritos por los alumnos.
7
8
Highet, Gilbert, El arte de enseñar, Buenos Aires, Paidós, 1967, págs. 143-144.
Idem, pág. 140.
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II. Desarrollo histórico y características del principal método de enseñanza
universitaria a pequeños grupos: El Seminario.
Es preciso saber, ante todo, qué es lo que debe exigirse en
cada especie de ciencia, porque resulta absurdo investigar a un
mismo tiempo la ciencia y el método de la ciencia; y ninguno de
estos dos objetos es fácil de captar.
Aristóteles, Metafísica, II, c. 3, 995 a 1-20.
La cuna histórica del seminario se encuentra en Alemania. Allí, la palabra seminario (del
latín seminarium, semillero) había pasado a designar durante el siglo XVII al establecimiento
encargado de formar a los ministros del culto cristiano. Hoy en día también utilizamos el
término en el mismo sentido. Pero el origen del seminario entendido como un lugar de
formación docente se debe a Augustus Herman Franke (1663-1727). Franke, siendo profesor en
la universidad de Halle, fue el primero en organizar seminarios para preparar maestros de
escuela primaria y secundaria. Su método contemplaba no sólo lecciones magistrales
impartidas a los futuros maestros sino también conversaciones informales, discusiones y la
lectura y comentario de trabajos escritos.
Un avance notable en el desarrollo del seminario se produjo a fines del siglo XVIII cuando
Friedrich August Wolff, creó, también en Halle, el primer seminario filosófico. Pronto esta
modalidad se extendió a las otras universidades alemanas: Göttingen, Leipzig, etc., por lo que a
mediados del siglo XIX ya se encontraba plenamente establecida.
En la práctica el método consistía en una serie de reuniones, dirigidas por un profesor, a las
que asistía un número muy reducido de estudiantes, usualmente entre 6 y 14. Durante las
reuniones se leía y comentaba un texto, por lo general alguna obra filosófica importante y luego
comenzaba la discusión. Un texto podía despertar interpretaciones diversas o motivar la
aparición de planteamientos novedosos que eran sometidos a consideración. El profesor
encomendaba entonces a cada estudiante la preparación de un trabajo escrito donde expusiera
sus argumentos, objeciones y opiniones sobre el tema. En sucesivos encuentros esos escritos
eran sometidos a un análisis detallado, tanto por parte del profesor como de los demás alumnos.
De esta manera el seminario pasó a ser el instrumento por excelencia para alcanzar la
integración de la investigación con la docencia, ambas notas esenciales de la universidad. De
allí que pueda ser definido por ejemplo como “el organismo didáctico donde se efectúa el
aprendizaje de la investigación científica, gracias a la aplicación del método peculiar que cada
ciencia utiliza para establecer sus verdades y conclusiones.” 9
El seminario persigue así una triple finalidad: a) Formar hábitos de investigación científica;
b) Adquirir el pleno dominio de los métodos propios de una ciencia; y c) Lograr la cabal
expresión del pensamiento en forma oral y escrita.
Por eso puede clasificarse dentro de las técnicas didácticas denominadas de elaboración,
puesto que pone el acento en el trabajo autónomo del alumno más que en la recepción de
contenidos.
De la misma manera que en el sistema tutorial, en el seminario el alumno tiene que lidiar
con cuestiones difíciles, donde la respuesta no se ve claramente, y que exigen de él un cierto
Nassif, R., Principes fondamentaux de pédagogie et de metodologie. Etude préliminaire en vue d´une pédagogie
de la bibliothéconomie, in J.E. Sabor, Méthode d´enseignement de la bibliothéconomie, UNESCO, Aprís, 1969, p.
60, citado por Pujol, Jaime; Fons, José Luis, Los métodos en la enseñanza universitaria, Pamplona, EUNSA,
1967, pág. 103.
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método para llegar a una solución. Es este ejercicio de analizar el problema, de plantearlo en
todas sus vertientes, de exponerlo con arreglo a principios lógicos generales y propios de la
ciencia en cuestión, el que va creando en el estudiante el hábito de pensar correctamente su
disciplina. Y si a todo esto se suma el acompañamiento de un profesor que posea una
perspectiva integradora del saber desde su formación en filosofía y teología, se obtiene como
fruto una verdadera cultura universitaria. Un estudiante formado y “fogueado” de este modo
posee una mente ordenada y, al decir de John Henry Newman, “no sentirá sino impaciencia
hacia las teorías improvisadas, los aparatosos sofismas, y las desconcertantes paradojas que
arrastran a los intelectos superficiales y educados a medias.” 10
Las ventajas de este tipo de formación proporcionada por el seminario son claras. Sin
embargo no siempre ha sido bien aprovechado. Muchas veces se lo confunde con el desarrollo
de una investigación personal del profesor al modo de una clase expositiva. Y ese no es su
sentido. Por otra parte, si bien es verdad que requiere en general de estudios anteriores, y por
eso se lo coloca en los últimos años, ¿por qué no pensar en una forma preparatoria a lo largo
de la carrera? Así se evitaría por ejemplo que los estudiantes que deben preparar tesis de
licenciatura para recibir su título tengan que pasar más tiempo del necesario aprendiendo cómo
se investiga en su disciplina. De hecho en Alemania el seminario se encuentra presente a lo
largo de la carrera, dividido en dos tipos fundamentales: el Proseminare para los primeros años,
y el Hauptseminare, para los años finales.
Newman, John Henry, Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria, Pamplona, EUNSA,
1996, pág. 36.
10
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III. Conclusiones: Posibles aplicaciones a la realidad actual de la Universidad.
Ahora bien, lo más grande que hay en mi arte es la capacidad que
tiene de poner a prueba por todos los medios si lo que engendra
el pensamiento de un joven es algo imaginario y falso o fecundo
y verdadero.
Platón, Teetetes, 150 c.
Una vez consideradas las características generales del sistema tutorial y el seminario
corresponde ahora reflexionar sobre su posible implementación combinada en las
circunstancias concretas de la universidad de hoy.
Como dijimos anteriormente el tutorial system tal como se practica en Oxbridge se
encuentra fuera del alcance de nuestra realidad académica. Sin embargo, es posible incluirlo, de
manera proporcional, en el cronograma de actividades de un profesor tutor, al modo de un
seminario preparatorio para los primeros años.
Un profesor tutor puede tener a su cargo en los primeros años de una carrera un curso de
aproximadamente 36 alumnos. Si suponemos que su tarea consiste por un lado en tener
entrevistas individuales con cada uno de ellos y dirigir también sesiones de discusión del tipo
que comentamos al hablar sobre el tutorial y el seminario, podría parecer que la carga horaria y
de esfuerzo mental llegaría a ser astronómica. Pero no es así.
Hagamos algunos cálculos. Si se divide la clase en 6 grupos de 6 integrantes cada uno y se
realiza un encuentro quincenal de una hora de duración con cada uno de esos grupos, al cabo
del primer cuatrimestre se habrán realizado 8 encuentros donde cada alumno pudo exponer un
trabajo propio. Al año serían 16 encuentros. Para el profesor supondría sólo tres horas
semanales, si las distribuimos en bloques separados en tres días. Los alumnos tendrían
suficiente tiempo para preparar sus ensayos, puesto que para cada uno de ellos sería uno solo
por cuatrimestre y el tiempo de corrección se anula si se tiene en cuenta que la lectura y
discusión del trabajo se hace durante la reunión tutorial.
Ahora bien, este sería el trabajo en lo que voy a denominar “grupo tutorial”. ¿Qué ocurre
con la entrevista individual, es decir, con el seguimiento personal del alumno? Si continuamos
con la hipótesis de que el profesor tiene bajo su responsabilidad un promedio de 36 alumnos, a
los que sería conveniente entrevistar por lo menos bimestralmente, entonces el profesor debería
realizar 6 entrevistas por semana, distribuidas también en 3 días, para estar al tanto del
desenvolvimiento de los alumnos durante todo el año.
Resumiendo, si en tres días a la semana, se dedican 3 horas por día a la actividad tutorial,
(dividida en dos horas para entrevistas individuales y espacios libres, y 1 hora para el grupo
tutorial) eso daría como resultado un total de 9 horas semanales. Cifra que la mayoría de los
estudiosos del tema considera como razonable para la labor del profesor tutor, tanto desde la
perspectiva de la rentabilidad de la inversión como desde la carga de trabajo que implica.
La dinámica del grupo tutorial gira en torno al ensayo escrito por el alumno y su discusión.
La pregunta que cabe hacer aquí es: ¿no implicaría sobrecargar las exigencias académicas pedir
al estudiante que prepare un trabajo de investigación personal además de los trabajos prácticos
que redacta para las materias de la cursada? De ninguna manera, porque un estudiante
elaboraría un ensayo por cuatrimestre y mientras tanto aprendería de las correcciones y
diálogos mantenidos con sus compañeros y el profesor. No se trata de una clase particular sobre
los puntos que no quedaron claros en el programa. Se trata de profundizar en contenidos que
interesen a los alumnos y que en consecuencia los motiven a sumergirse en el estudio. En este
sentido el profesor debe proponer al comenzar el primer cuatrimestre una gama variada de
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La Tutoría como Instrumento de Formación Metodológica y Heurística
Lic. Ignacio Aguinalde Sáenz
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temas dentro de las posibilidades de los primeros años de la carrera. Para esto debe tener en
cuenta la organización de los programas y estar al tanto, por su comunicación con los
profesores del curso, de los trabajos prácticos que se exige a los alumnos.
Las ventajas operativas de esta gestión con el grupo tutorial son evidentes. Destaquemos
algunas:
1. Obliga al alumno a estar siempre atento.
2. Se produce en todo momento un vívido intercambio de ideas.
3. Se da la oportunidad de un mayor encuentro entre profesores y alumnos en torno del
saber científico.
4. Anima al alumno a profundizar un área de la disciplina que le interesa.
5. Ejercita la lectura atenta.
6. Permite que el estudiante aprenda a organizar el material y a exponer con corrección.
7. Se desarrolla el hábito de argumentar correctamente.
8. Logra que cada alumno realice una consideración detenida y justa de las ideas del
compañero.
Hay que mostrar al alumno que lo que se evalúa no es tanto la perfección o acabamiento del
trabajo, sino si se han adquirido los hábitos correspondientes de pensamiento. Por hábitos de
pensamiento entiendo aquí la capacidad general de saber plantear y resolver una cuestión. Esto
implica una larga serie de habilidades que confluyen para lograr ese resultado: buscar
información sobre hechos y teorías, comprender las relaciones que pueden establecerse entre
los conceptos, analizar un tema reduciéndolo a sus partes esenciales, conseguir una síntesis
integradora de los diferentes aspectos que pueda ser comunicada con coherencia lógica. En el
fondo, el objetivo no es otro que el cultivo de la inteligencia para poder pensar el ser de las
cosas, como lo era en el ágora con Sócrates, en las escuelas de Platón y Aristóteles, y en los
claustros medievales.
De este modo se lograría alcanzar una formación metodológica y heurística del alumno que
no puede obtenerse mediante ningún otro método de enseñanza, y que en definitiva está basada
sobre el principio esencial de la universidad misma: el diálogo, es decir, el encuentro de dos
que buscan la verdad.
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Lic. Ignacio Aguinalde Sáenz
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