Los trastornos mentales y la imputabilidad en el

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Los trastornos mentales e imputabilidad en el Código penal
Uno de los campos de estudio más fascinantes en la actualidad es aquel en el que
convergen psiquiatría, criminología y Derecho penal. En este marco, aparecen
cuestiones tan interesantes como la imputabilidad de personas con trastornos mentales,
cuestiones que constituyen un verdadero reto científico y legal, el cual merece una justa
caracterización. La imputabilidad es la atribución de conducta que hace el
Ordenamiento jurídico a un sujeto de derecho al que se le presuponen, como mínimo,
dos cosas. En primer lugar, la imputabilidad exige al sujeto la capacidad de comprender
lo injusto de un hecho típicamente antijurídico (o sea, contrario a Derecho) del que es
responsable. Y en segundo lugar, se requiere la capacidad de dirigir la actuación
conforme a dicho entendimiento.
Esta caracterización de la imputabilidad viene a ser el reemplazo de una
concepción arcaica y, a mi juicio, lesiva, que entendía la imputabilidad como
“capacidad de conocer y querer”. Esta concepción es insuficiente, toda vez que el
enajenado puede saber que está cometiendo un delito y querer hacerlo, y, sin embargo,
el enajenado no es imputable. Por ello, es más correcto definir la imputabilidad en
función de la normalidad motivacional del sujeto.
De este modo, para poder comprender lo injusto del hecho y de actuar conforme
a dicha comprensión, es necesaria la presencia de unas condiciones de posibilidad,
siendo así que algunos autores han definido la imputabilidad como “requisitos
psicobiológicos exigidos por la legislación penal vigente que expresan que la persona
tenía la capacidad de valorar y comprender la ilicitud del hecho realizado por ellas y de
actuar en los términos requeridos por el Ordenamiento jurídico”.
A pesar de que la definición dada puede ser excesivamente cientificista, nos sirve para
explorar un tema de enorme complejidad como son las causas de inimputabilidad. La
inimputabilidad no es más que el reverso de la imputabilidad, es decir, su aspecto
La Separata. Septiembre de 2016. ISSN: 2444-7668
negativo; consiste precisamente en la ausencia de imputabilidad. En otras palabras, la
inimputabilidad recoge aquellos supuestos en los que no puede afirmarse que la persona
sea imputable en el momento del delito. El Código penal (CP) distingue tres tipos de
supuestos, a saber:
1. Anomalías o alteraciones psíquicas permanentes o transitorias (art. 20.1 CP).
2. Estado de intoxicación plena por el consumo de bebidas alcohólicas, drogas,
estupefacientes (…) y síndrome de abstinencia (art. 20.1 en parte y 20.2 CP).
3. Alteraciones de la percepción desde el nacimiento o desde la infancia del (art.
20.3 CP).
Nos interesan especialmente estas primeras: las anomalías o alteraciones psíquicas con
carácter general. Se han utilizado tres fórmulas para eximir de responsabilidad penal en
estos casos:
1. Fórmulas biológicas o psiquiátricas
2. Formulas psicológicas
3. Fórmulas mixtas
El anterior Código penal optaba por una fórmula biológica, pero el actual (2015) se ha
decantado por una mixta que exige, por una parte, una anomalía y alteración psíquica; y
por otra, que al tiempo de cometer la infracción penal, la misma impida comprender la
ilicitud del hecho y actuar conforme a dicha comprensión.
Dentro de las alteraciones psíquicas, existen cuatro supuestos concretos a tener en
cuenta: psicosis, oligofrenias, psicopatías y neurosis. La psicosis es una enfermedad
mental grave que se caracteriza por una alteración global de la personalidad
acompañada de un trastorno grave del sentido de la realidad. Dentro de la psicosis
entrarían la esquizofrenia, la paranoia, la psicosis maniacodepresiva, las epilepsias y las
psicosis exógenas. El Tribunal Supremo ha estimado como eximente de responsabilidad
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penal los supuestos de psicosis y con mayor frecuencia los de esquizofrenia, dada sus
más que evidentes manifestaciones lesivas en quienes las sufren.
La oligofrenia produce el efecto de inimputabilidad cuando se produce en sus
manifestaciones más profundas y conlleva una alteración cuantitativa de la capacidad
intelectiva. He aquí un aspecto interesante que tal vez podría ser examinado con mayor
profundidad en otro momento: el Ordenamiento jurídico y la jurisprudencia, que en
parte son un reflejo de los valores de la sociedad, consideran que la alteración de la
racionalidad lógica e intelectiva es causa de inimputabilidad, mas no estima lo mismo
cuando la parte afectada corresponde a la inteligencia emocional o la empatía. Por
alguna extraña razón, se sigue defendiendo el prejuicio, fácilmente rebatible con la
evidencia científica actual, de que lo determinante en la conducta de un individuo es su
capacidad racional, como si lo “racional” no estuviera mediado o influenciado por
elementos emocionales.
No en vano, las psicopatías –alteraciones más de carácter afectivo que de
inteligencia– son las que mayores problemas plantean en cuanto a la valoración jurídica.
El Tribunal Supremo rechaza para todas ellas la exención plena de responsabilidad
penal, pero admite a veces la eximente incompleta. Con frecuencia niega, sin embargo,
que llegue siquiera a atenuar la responsabilidad, porque suele considerarse que concurre
en el sujeto la suficiente inteligencia y voluntad, toda vez que, según su criterio, las
psicopatías inciden en la afectividad y no en la lucidez mental. Este es, bajo mi punto de
vista, uno de los errores más notables.
Y en cuanto a las neurosis, normalmente se han excluido del ámbito de la
exención del art. 20.1 CP, pero en ocasiones sí han motivado la apreciación de un
trastorno mental transitorio de carácter eximente. En este sentido se pronuncia el
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Tribunal Supremo en caso de neurosis obsesivas o impulsadas que determinan en el
agente un impulso y obsesión irresistible.
La inimputabilidad penal significa que uno no reúne las condiciones necesarias
para poder ser declarado culpable de un hecho que se considera antijurídico por el
Ordenamiento jurídico, pero ello no equivale a que no exista la lesión del bien jurídico
que motiva la actuación de los poderes públicos sobre la persona. Así, además de la
pena privativa de libertad (cárcel), se pueden aplicar distintas medidas de seguridad,
contempladas en los arts. 101 y siguientes del CP. Las medidas de seguridad (custodia
familiar, libertad vigilada o la prohibición de conducir, por ejemplo) contribuyen a
regular estas situaciones de peligrosidad en las que, por un lado, sería injusto declarar
culpable a una persona incapaz de comprender por qué lo que ha hecho está mal; y de
otro lado, sería poco inteligente y peligroso permitir que estas personas actuaran en total
libertad sin ningún tipo de control.
Para seguir leyendo:
Mª Carmen Cano Lozano, “Trastornos mentales y responsabilidad penal”. Disponible
en: http://psicologiajuridica.org/psj208.html
Daniel Peres es Licenciado en Filosofía, Graduado en Derecho (finalizando estudios) y
Máster en Cooperación al desarrollo, gestión pública y de las ONGDs por la
Universidad de Granada con calificación Matrícula de Honor. Ha sido Becario de
Colaboración e Iniciación a la Investigación en el Departamento de Ciencia Política y
de la Administración de la Universidad de Granada. Profesor visitante en la Universidad
Alas Peruanas y Universidad Nacional de Huancavelica (Perú). Colaborador en el
proyecto de Investigación “La naturaleza humana y las pasiones: Razón, creencias y
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emociones en el conflicto de valores” (2012-2013), Ministerio de Ciencia e Innovación
– Plan Nacional I+D+i (FFI2010-16650). Traductor en el Grupo de Investigación
“Antropología y Filosofía” (SEJ126). Correo electrónico: [email protected]
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