agroecología: desafíos de una ciencia ambiental en construcción

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Agroecología 4: 7-17, 2009
AGROECOLOGÍA:
DESAFÍOS DE UNA CIENCIA AMBIENTAL EN CONSTRUCCIÓN
Tomás Enrique León Sicard
Instituto de Estudios Ambientales – Universidad Nacional de Colombia. E-mail: [email protected]
Resumen
Este documento presenta algunas razones que sustentan la idea de que la agroecología es una
ciencia ambiental, discute la definición de agroecosistema como objeto de estudio de la agroecología y las derivaciones discursivas de tipo político y social que inspira esta ciencia. Además, examina algunos campos de análisis autónomos de la agroecología y la conexión de esta ciencia con
otras disciplinas y ramas del conocimiento. Finalmente, se exploran algunos significados de la
interdicisciplina como eje metodológico de la agroecología.
Palabras clave: Ecología, cultura, dimensión ambiental, interdisciplina.
Summary
Agroecology: Challenges on an emerging environmental science
This document presents some reasons supporting the idea that agroecology is an environmental science, discusses the definition of agroecosystem as a subjet of study of agroecology
and derivations of political discourse and social science behind this. It explores some self-analysis
fields of agroecology and the connection of this science with other disciplines and branches of
knowledge. Finally, explores some of the meanings of the interdiciscipline as methodological axis
of agroecology.
Keywords: Ecology, culture, environmental benefits, interdisciplinary.
Introducción
La agricultura es una actividad compleja que involucra no solamente la producción de alimentos y fibras a
partir de factores tecnológicos, dotaciones de recursos
naturales e impulsos de capital, sino también una serie
de procesos vinculados con los efectos que ella produce en las sociedades y en los ecosistemas. A partir de
esta consideración, puede aceptarse fácilmente que las
actividades agrarias son parte fundamental de las interacciones humanas con la naturaleza y desde esta perspectiva sus análisis pueden realizarse desde el punto de
vista ambiental complejo. La agricultura es el resultado
de la coevolución de ecosistemas artificializados y culturas humanas.
La ciencia agroecológica se inserta justamente en
este campo del análisis ambiental de los agroecosistemas, asumiendo la complejidad que ello implica y generando nuevas aproximaciones teórico-prácticas, que
han venido configurando lo que se ha dado en llamar el
pensamiento agroecológico.
No obstante, debido al auge reciente de la Agroecología en tanto que ciencia, a la aparición de movimientos sociales que reivindican derechos fundamentales a
partir del discurso político que emana de la Agroecología y al surgimiento de prácticas y procedimientos
que surgen desde las distintas agriculturas alternativas,
opuestas al modelo dominante de Revolución Verde
(RV), existen varios conceptos que es necesario aclarar,
discutir y depurar, a fin de establecer cuáles y de qué
magnitud son los retos que debe afrontar esta ciencia
en construcción.
Los esfuerzos epistemológicos que se hagan en este
sentido, resultan muy útiles a la luz de las necesidades humanas de redirigir los procesos productivos agrarios hacia
formas de menor contaminación, degradación de recursos
y de mayor justicia y equidad socioeconómicas, habida
cuenta de los fenómenos recientemente aceptados como
válidos por la opinión pública mundial, como el del cambio climático y el agotamiento de los recursos combustibles fósiles, dos de los pilares más fuertes que constituyen
la evidencia anunciada décadas atrás por el movimiento
ambiental, sobre la insostenibilidad del desarrollo.
¿Porqué la agroecología es una ciencia ambiental?
Las ciencias ambientales se caracterizan porque estudian, de manera conjunta, las interrelaciones complejas,
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dinámicas y constantes, que se establecen entre los ecosistemas y las culturas (Ángel 1993, 1995, 1996, Carrizosa
2001). A pesar de recibir críticas para su ajuste teórico,
esta dupla ecosistemas – culturas tiende a reemplazar
la noción de lo ambiental entendido como relaciones
sociedad –naturaleza, un poco para evitar el llamado
sobrenaturalismo filosófico de las ciencias humanas y
también porque evita la discusión sobre si la sociedad
es parte o no de la naturaleza, debate que lleva a cuestionamientos sobre la libertad de los seres humanos y
de su accionar político.
De esta manera, el discurso ambiental se basa en
dos ejes interrelacionados: el de la ecología y el de la
cultura. La primera, constituida como ciencia en un
proceso ininterrumpido desde el siglo XVIII, ha forjado
prácticamente un imperio teórico de explicaciones sobre el funcionamiento de los ecosistemas entendidos
como tramas complejas de intercambios de materia y
flujos de energía reguladas tanto por la influencia de leyes termodinámicas, como por leyes ecosistémicas de
equilibrio dinámico espacial y temporal. A partir de los
adelantos espectaculares de la ecología en los últimos
decenios, se han podido conocer e interpretar los delicados equilibrios que constituyen la esencia misma de
la vida sobre el planeta.
La segunda, ampliamente debatida como concepto
unificador en las ciencias sociales, explica los procesos
adaptativos del hombre a los límites impuestos por los
ecosistemas y estudia las causas y efectos de la intervención de los grupos humanos sobre los ecosistemas.
La cultura, entendida como un sistema parabiológico
de adaptación, reemplaza los conceptos energéticos o
materialistas empleados por los ecólogos para definir el
nicho de la humanidad (León 2007) e incluye las construcciones teóricas de tipo simbólico, que van desde los
mitos hasta la ciencia, pasando por el derecho, la filosofía, las creencias religiosas o las expresiones del arte,
los diferentes tipos de organización socioeconómica y
política que han construido distintos grupos humanos
a lo largo de la historia y las amplias y diferenciadas plataformas tecnológicas que, inmersas en los símbolos
y en las organizaciones sociales, se constituyen en los
sistemas e instrumentos para transformar el medio ecosistémico.
Las relaciones culturales de la mayor parte de las
sociedades occidentales contemporáneas con la naturaleza, se entienden actualmente en términos de un
modelo dominante de desarrollo, expresado en la idea
general de progreso, basada fundamentalmente en el
crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) y de la acumulación de riqueza. A partir de allí el ambientalismo ha
generado varias corrientes que critican estas relaciones
y este modelo, porque la idea del desarrollo es muy reciente en la historia humana y no siempre los pueblos
de la tierra tuvieron la acumulación de capital como su
norte preferido.
Agroecología 4
Mientras que para los griegos la solución a estas relaciones con la naturaleza o los ecosistemas se encontró
en el concepto de armonía, algunas culturas americanas
precolombinas consideraron lo natural como sagrado y
por lo tanto le asignaron valores vitales a los seres de
los bosques, del agua y del suelo. Para otras culturas, incluso, los habitantes del subsuelo, de las entrañas de la
tierra, son parte del tiempo y del espacio, sin solución
de continuidad entre la vida y la muerte. Como denominador común, puede afirmarse que en casi todas estas culturas imperaba el deseo de conocer y pertenecer
antes que el de dominar. Se trataba más de una visión
de respeto y solidaridad social y de conjunto que la de
alcanzar un estado de desarrollo, básicamente de tipo
personal y egoísta.
Un importante corolario de lo expuesto en las líneas
anteriores es que la idea del desarrollo es subsidiaria de
la idea ambiental, es decir, que el concepto de desarrollo, tan apegado a la ortodoxia económica, en el fondo
no es más que la forma actual que ha tomado la relación
ecosistema – cultura o si se prefiere, sociedad – naturaleza (León 2007).
Esta afirmación del autor citado resulta relevante por
lo menos a la luz de las discusiones actuales que colocan las variables ambientales por debajo de la categoría
misma del desarrollo, como si lo ambiental solamente
apalancara, mitigara o subsanara los defectos del desarrollo y su misión fuera únicamente apoyarlo, guiarlo,
sin entrar a discutir sus propios fundamentos. De esta
visión estrecha del enfoque ambiental surgen soluciones remediales y de segunda clase en la misma vía del
desarrollo unidireccional y homogeneizante que se ha
extendido al planeta entero. De esta visión surge también el optimismo tecnológico que encuadra bien con
un punto de vista subsidiario de lo ambiental.
Por el contrario, si se acepta la idea según la cual el
desarrollo es una forma de relación ecosistema – cultura, se podrá entender la necesidad absoluta de virar
ese modelo hacia formas diferentes de relacionamiento
con la naturaleza y ello implica un esfuerzo tremendo
de transformación cultural hacia paradigmas distintos,
cuyos esbozos solamente se han comenzado a plantear
algunos grupos humanos aislados, pero que en el fondo
implica a toda la humanidad. Por lo tanto, valdría más
hablar de la sostenibilidad ambiental de la sociedad,
que de la sostenibilidad del desarrollo, puesto que esta
última acepción es limitada a la variable económica, en
tanto que la primera abarca la muldimensionalidad de
lo ambiental.
Repensar el desarrollo equivale a reformular los objetivos de consumo ilimitado, de confort excluyente,
de apropiación indebida de recursos encadenados al
culto del cuerpo, del automóvil, del lujo extremo y del
deseo de poseer que domina a la actual sociedad, hacia
propósitos de solidaridad, bienestar común, respeto y
generosidad, como valores últimos del ser humano que
Agroecología: Desafíos de una ciencia ambiental en construcción
puedan expresarse en modelos ambientales de justicia
social y equidad.
En el plano agrario, la dimensión ambiental exige
comprender las limitaciones y potencialidades del escenario biofísico o ecosistémico en el que se desarrollan
las actividades de producción y, al mismo tiempo, una
aproximación cultural a los grupos humanos, en donde
se haga visible la estructura simbólica, la organización
social y la plataforma tecnológica a través de las cuales
se realiza la apropiación de la naturaleza.
Aunque las relaciones primigenias de la humanidad
con los ecosistemas seguramente fue de carácter extractivo, el sistema productivo agrario se enmarca, desde el lejano período neolítico, como la invención más
grande del ingenio humano y como la mayor vía de intervención antrópica sobre los ecosistemas. La agricultura es y seguirá siendo, a pesar de los postulados de la
actual bioingeniería transgénica que tiende a minimizar
la complejidad de la vida, el vehículo más importante de
relación ser humano – naturaleza o si se prefiere, ecosistema – cultura. Y no hay ninguna otra actividad humana
que sea más ambiental que la agricultura.
En efecto, es desde la agricultura que la humanidad
planteó y construyó por primera vez los instrumentos
tecnológicos que disturban el suelo, modifican el curso
de las aguas o generan campos nuevos de cultivo, allí
donde antaño no había sino bosques: arados y canales
de irrigación, junto con el desmonte de extensas áreas
boscosas, son las primeras herencias ambientales de
la humanidad, vigentes hasta ahora. El cuidado de las
primeras plantaciones exigió renovar la fertilidad de la
tierra y luego la repartición de excedentes impulsó la
creación de caminos, de mecanismos de transporte y de
almacenamiento. La emergencia de los templos – graneros y de las ciudades – fueron los precursores directos de
las entidades actuales de comercialización y regulación
de precios y de la emergencia de nuevos poderes y roles
sociales, que se perpetúan desde el primigenio guerrero
repartidor de festines, hasta los magnates corporativos
actuales. Los ciclos de buenas y malas cosechas posibilitaron la emergencia y decadencia de imperios agrarios
a lo largo de la historia de la humanidad, en tanto que
las luchas por poseer la tierra y sus recursos asociados
marcaron el devenir de América y de gran parte de Asia
y África y la última revolución verde se coloca en la base
del desarrollo del capitalismo agrario e industrial de las
tres o cuatro últimas generaciones de humanos. La agricultura es indisoluble de la sociedad y el ambientalismo
ha aportado las bases conceptuales necesarias para repensar los modelos de desarrollo agrario.
La Agroecología emerge justo en el momento en que
las sociedades altamente industrializadas creían haber
resuelto los problemas de producción masiva de alimentos sin comprometer su estabilidad ecosistémica ni
la calidad de sus alimentos y varios años después que
las tecnologías y las relaciones sociales y económicas
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que acompañan al modelo de Revolución Verde, se hubieran instalado en países dependientes, especialmente
en América Latina, sin haber podido resolver ni los problemas de producción masiva, ni las inequidades sociales existentes en el campo ni la degradación acelerada
de los recursos naturales, generados por el modelo RV.
A diferencia de otros enfoques de la ciencia agronómica, la Agroecología asume el rol de estudiar al mismo
tiempo las relaciones ecológicas y culturales que se dan
en los procesos agrarios y en esto hace parte del movimiento ambiental que cuestiona, en últimas, los modelos de desarrollo agrarios y las formas culturales de
apropiación de la naturaleza.
La Agroecología como ciencia
La Agroecología se puede definir como la ciencia que
estudia la estructura y función de los agroecosistemas
tanto desde el punto de vista de sus relaciones ecológicas como culturales. Esta definición, tomada a priori,
amerita varias reflexiones:
En primer lugar se entiende que el objeto de estudio
de la Agroecología es el Agroecosistema. Esta idea, que
en principio parece ser simple, se enfrenta a dificultades
epistemológicas, cuando se intenta su definición en un
marco de comprensión que supere los límites biofísicos
o, si se quiere, ecosistémicos.
En efecto, los agroecosistemas no terminan en los límites del campo de cultivo o de la finca puesto que ellos
influyen en y son influenciados por factores de tipo cultural. Sin embargo, el límite social, económico o político
de un agroecosistema es difuso, puesto que está mediado por procesos decisionales intangibles que provienen
tanto del ámbito del agricultor como de otros actores
individuales e institucionales. Aunque la matriz de vegetación natural circundante y las características de los
demás elementos biofísicos influyen en la dinámica de
los agroecosistemas, las señales de los mercados y las
políticas nacionales agropecuarias también determinan
lo que se producirá, cuándo, con qué tecnología, a qué
ritmos y para qué clase de consumidores, abriendo más
el espectro de lo que puede entenderse como borde o
límite de los agroecosistemas.
El enfoque agroecológico, que le abre la puerta al
análisis cultural de los agroecosistemas, genera al mismo tiempo un nuevo reto taxonómico, que se refiere a
la manera de nombrarlos y clasificarlos. Muchos pensadores asimilan indistintamente el agroecosistema a las
parcelas de cultivo o a las fincas individuales o al conjunto de fincas distribuidas en el paisaje. De la mano
de la economía aparecen conceptos como los de sistemas de producción aplicados a unidades campesinas,
agroindustriales o de base capitalista. Los sociólogos
utilizan otras categorías apelando a denominaciones
que tienen que ver con pequeños, grandes o medianos
propietarios, arrendatarios o parceleros. Las figuras de
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fincas de colonos o de indígenas o afroamericanos también se introducen en estas clasificaciones. Una ciencia
igualmente emergente como la “Ecología del Paisaje”,
tampoco es capaz de catalogar los distintos tipos de
agroecosistemas y los envuelve todos dentro de conceptos globalizantes dirigidos al estudio de matrices
territoriales en los cuales la figura de la estructura ecológica principal subsume y da cuenta parcialmente de
las fincas agroecológicas.
El problema podría ser de escala, pero también es de
inconmensurabilidad del término. De escala, porque a
niveles muy pequeños, el paisaje dominante convoca a
utilizar categorías amplias como cuencas hidrográficas
o territorios y en escalas muy reducidas, a usar el cultivo
como objeto de estudio. De inconmensurabilidad, porque, como se anotó anteriormente, las variables culturales son continuas en el tiempo y el espacio.
Más allá de esta relativa indefinición del objeto de estudio, que debe y puede superarse a través de los consensos de las comunidades científicas, un agroecosistema puede entenderse como… “el conjunto de interacciones que suceden entre el suelo, las plantas cultivadas,
los organismos de distintos niveles tróficos y las plantas adventicias en determinados espacios geográficos,
cuando son enfocadas desde el punto de vista de los
flujos energéticos y de información, de los ciclos materiales y de sus relaciones sociales, económicas y políticas, que se expresan en distintas formas tecnológicas de
manejo dentro de contextos culturales específicos…”
El énfasis puesto sobre las relaciones ecológicas, constituye un pilar fundamental de la Agroecología, que la
identifica como ciencia y que la separa al mismo tiempo
de las vertientes tradicionales del enfoque agronómico.
Incluso desde definiciones iniciales de la Agroecología
como “...aquél enfoque teórico y metodológico que, utilizando varias disciplinas científicas pretende estudiar
la actividad agraria desde una perspectiva ecológica...”
propuesta por Altieri (1987), se notan fuertes tendencias a utilizar la ciencia ecológica de las interrelaciones
como la base a partir de la cual se pueden construir procesos agrarios diferentes al convencional.
Estas diferencias se traducen en que el énfasis no se
coloca tanto en identificar procesos biofísicos específicos y relativamente simples, sino en entender relaciones
ecológicas complejas que involucran muchas variables.
De ahí que los agroecólogos indaguen más por las propiedades emergentes de los agroecosistemas según los
manejos a que son sometidos que por los efectos específicos de determinadas prácticas agronómicas aisladas.
Se interesan más por el “efecto sistema” que por el efecto parcial de variables, aunque esta última perspectiva
tampoco se abandona.
De las interacciones que se colocan en juego durante el diseño de agroecosistemas con alta biodiversidad,
realizado según lo principios teóricos y las aplicaciones
prácticas de la Agroecología tanto al nivel de manejo
Agroecología 4
de suelos y aguas, arreglo de cultivos, reciclaje de materiales, nutrición vegetal y control de limitantes fitosanitarias, surgen emergencias (propiedades) productivas y
de calidad que en su conjunto son diferentes a aquellas
obtenidas por métodos de la agricultura convencional
y que, al mismo tiempo, deben ser estudiadas apelando
a procedimientos diferentes, más próximas al pensamiento complejo que al análisis de simples relaciones
biunívocas.
La Agroecología no niega la especialización del conocimiento porque entiende su función en la dilucidación de incógnitas tanto a escala celular y molecular
como en el ámbito del comportamiento ecosistémico
de los distintos organismos del agroecosistema. Trata,
sin embargo, de integrar estos conocimientos en visiones holísticas que den cuenta de la totalidad y no de la
parcialidad del sistema agrícola.
Esta visión ecológica integral privilegia, por ejemplo,
el Manejo Integrado de Agroecosistemas (MIA) sobre el
Manejo Integrado de Plagas (MIP), la dinámica de las comunidades de microorganismos del suelo sobre el aislamiento y manejo de cepas individuales, la integración
de los subsistemas pecuario, forestal, piscícola y agrícola en una sola unidad sobre su separación conceptual y
práctica o la visión ética del alimento sano en contraposición a las ideas exclusivas del rendimiento vegetal por
área como principal objetivo del acto agronómico.
Estudios recientes por ejemplo demuestran que los
conocimientos de genética, suelos y fitopatología se
pueden integrar para comprender porqué los cultivos
fertilizados orgánicamente son más tolerantes a enfermedades fúngicas que aquellos que han recibido fertilizaciones químicas bajo los métodos convencionales
(Altieri y Nicholls 2003); o porqué determinados fungicidas, generan posibles efectos “represores” en la expresión de mecanismos de defensa (León et al. 2003).
En particular existe abundante literatura agroecológica que describe cómo la diversificación de agroecosistemas conlleva a una regulación de plagas al propiciar hábitats y recursos a una fauna benéfica compleja
(Altieri y Nicholls 2003, 2004, Nicholls 2008, Pérez 2004).
Aunque pueden resultar numerosos los trabajos que
se han ejecutado en esta dirección, también es cierto
que muchos esfuerzos se han localizado en aspectos
puntuales del manejo de agroecosistemas en intentos
por conocer los efectos parciales de determinados procedimientos agrarios. En este sentido se han desarrollado estudios sobre dinámicas particulares de nutrientes,
materia orgánica, tipos de labranza, dinámica de arvenses, preparados trofobióticos, sistemas de riego, asocio
de cultivos o manejo de plagas y enfermedades con
métodos biológicos, entre otros muchos temas.
Lo anterior no deslegitima el enfoque agroecológico
holístico sino que, por el contrario, advierte sobre la necesaria conjugación de conocimientos y en todo caso
da cuenta de las etapas de transición que todavía debe
Agroecología: Desafíos de una ciencia ambiental en construcción
emprender el pensamiento científico para abordar la
integralidad de variables en la agricultura. Ya los investigadores comienzan a entender que los diseños policulturales además de reducir plagas, promueven una
serie de efectos positivos sobre la biología del suelo y
la productividad.
En segundo lugar, la Agroecología ha abierto las puertas al estudio de los componentes culturales, es decir,
sociales, económicos, políticos, históricos, filosóficos e
institucionales que inciden en los campos de cultivo
con igual o en algunos casos con mayor fuerza que las
variables meramente ecológicas. Desde una perspectiva
antropológica y ambiental, estos factores pueden abordarse con mayor facilidad desde el concepto aglutinador
de cultura, ya que la agricultura emerge como un proceso
de coevolución entre las sociedades y la naturaleza.
Por supuesto que los niveles o intensidades de artificialización de la naturaleza generada por distintos
grupos humanos varía en la medida en que cambian
sus procesos culturales: algunos ejemplos del neolítico
americano desarrollado en Mesoamérica, los Andes o la
Amazonia muestran agroecosistemas cuyos manejos
no se alejan de la lógica de los ecosistemas naturales
(Van der Hammen 1992), en tanto que los procesos culturales de las sociedades capitalistas modernas se apartan cada vez más de la naturaleza, la cual incluso, bajo el
paradigma transgénico pretende ser modificada y por
lo tanto reemplazada en su totalidad.
Los procesos agropecuarios están afectados tanto
por la tecnología disponible, que va desde los arados
de madera hasta la tecnología de rayos láser, como por
las decisiones culturales de los diferentes grupos que se
disputan el acceso a los recursos naturales y la destinación de la producción tanto para el consumo doméstico
como para la comercialización. La agricultura se juega
pues en distintos ámbitos: domésticos, científicos, tecnológicos, comerciales, políticos, económicos e incluso,
militares. La historia de la humanidad se ha escrito también como historia de la agricultura, de los alimentos, de
los territorios, del suelo, de la irrigación, de los bosques.
En el contexto del análisis ambiental la cultura adquiere su pleno significado como factor clave de la
Agroecología, tema que ha sido ampliamente tratado
por autores como Norgaard (1987, 1995) y Guzmán et
al. (2000). Esta concepción amplia de la Agroecología
implica que los límites físicos del agroecosistema se difunden hacia límites intangibles pero reales. Es el caso
de decisiones económicas que afectan la regulación de
precios en el mercado o de tendencias de comportamiento exclusivo de determinada comunidad hacia la
producción de alimentos, que pueden tener repercusiones significativas tanto en los patrones territoriales de
agroecosistemas locales como en la manera de implementar o no tecnologías de producción.
Muchas cuestiones surgen entonces, cuando se trata
de integrar los estudios ecológicos con los culturales.
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Algunos temas generales se relacionan, por ejemplo
con relaciones sociales en la transferencia de conocimientos e información sobre manejo de biodiversidad
en los campos de cultivo; el efecto “sistema” y sus implicaciones en los modelos estadísticos y en general en
la investigación agroecológica; decisiones de política
pública y sus impactos en la biodiversidad; tratados de
comercio y plaguicidas; salud en trabajadores asociados
a sistemas agroecológicos y convencionales; valoración
económica de arvenses y en general de los servicios
ambientales de los agroecosistemas; capacidad institucional para la educación agroecológica; actitudes y valores de consumidores en relación con productos ecológicos; transgénesis y desarrollo sostenible; agroecología
en el contexto del desarrollo rural; agrobiocombustibles
y seguridad alimentaria; cambio climático, territorio y
agroecosistemas diversificados… en fin.
Con toda legitimidad, entonces, la Agroecología en
tanto que ciencia, indaga sobre estas y otras relaciones
en agroecosistemas que pueden ser claramente ecológicos, como las chagras indígenas o las fincas o sistemas
de producción orgánica, ecológica o biológica, pero
también cuestiona, estudia, observa, cataloga y analiza
las implicaciones ecológicas o culturales de los sistemas
de agricultura de la revolución verde, los campos transgénicos, las fincas dominadas por monocultivos o los
sistemas de producción agroindustriales homogéneos,
para evaluar sus grados de sostenibilidad y/o insostenibilidad ambiental y proponer modificaciones que los
conduzcan hacia distintas etapas de reconversión.
La Agroecología como discurso político y acción
social
No cabe duda que la conjunción, en el plano de las
ciencias, de las dos corrientes de pensamiento que se
acaban de describir, ineludiblemente conducen a posiciones de crítica sobre los sistemas de agricultura, cualquiera que ellos sean y, en consecuencia, a adoptar posiciones políticas en torno a ellos, a sus tipos de instrumentalización, a sus relaciones económicas y sociales, a
sus impactos ecosistémicos o culturales es decir, en una
palabra, a plantear interrogantes finales sobre los modelos de desarrollo agrario, desde un enfoque que ha
sido denominado “pensamiento agroecológico”
Desde esta perspectiva, el agroecosistema como objeto de estudio, se transforma en agroecosistema como
centro de disputas por la naturaleza, como eje de posiciones ideológicas contrastantes, como articulador
de reivindicaciones sociales y de derechos colectivos,
como aglutinador de la cultura.
Se legitiman, de esta manera, posiciones que tienen
que ver con el acceso a la tierra, especialmente en los
países en donde los conflictos sociales han estado signados por la concentración en pocas manos de este
recurso. La Agroecología se utiliza para criticar los fe-
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nómenos de dependencia del poder transnacional que
elimina las posibilidades de autonomía alimentaria
en distintas regiones y países. Sus postulados de base
alimentan la discusión sobre el uso de venenos en la
agricultura y sobre la manipulación internacional del
comercio de insumos, con posiciones que se oponen al
uso de sustancias tóxicas en la producción de alimentos
y que, por lo tanto, envían claros mensajes en contra de
la apertura inequitativa de mercados.
Subyacen en estos movimientos sociales, fuertes bases filosóficas de autorrealización e independencia, de
apego y respeto a la vida, de solidaridad inter e intrageneracional.
Por ello, toma lugar preponderante en el discurso político de la Agroecología, la tendencia a la sustitución de
intermediarios comerciales y financieros y de adquisición de insumos externos. El ahorro de recursos, la conservación de suelos y agua, las prácticas de reciclaje, la
tendencia a incorporar plantas nativas y la sustitución
de insumos químicos, que se basan en sólidos argumentos de eficiencia ecológica, se expresan en otras formas
diferentes de relacionamiento, distintas maneras de socializar hallazgos propios, diversas formas de investigar,
múltiples canales para comunicar. La experimentación
individual sin el apoyo del aparato científico-tecnológico moderno y en muchas ocasiones, ante la orfandad
de acompañantes agroecólogos con formación probada, coloca a los productores agroecológicos ante la necesidad irrenunciable de improvisar, de crear y recrear
prácticas antiguas, de recuperar conocimientos que se
creían perdidos.
El respeto profundo hacia todas las manifestaciones
de la vida en los agroecosistemas y la sustitución de
conceptos como la lucha contra los insectos por otros
de mayor significado vital, empujan las corrientes sociales de la Agroecología hacia discursos de tolerancia y de
convivencia. El pensamiento agroecológico no persigue
ya como fin último el mercado y la acumulación incesante de capital, sino los valores que privilegian el altruismo económico y la co-responsabilidad en el devenir de la sociedad. De ahí que los practicantes de las distintas escuelas de agricultura alternativa se preocupan
por la producción de alimentos sanos, libres de venenos
y por las equitativas reparticiones de beneficios, pero
también por la conservación de cuencas, la prevención
de desastres o el mantenimiento de refugios para aves
u otras especies, que a la postre convierten sus fincas en
centros de estabilidad regional.
La práctica de los señalados postulados filosóficos
implica que quienes optan por esta vía, incluyan necesariamente las referencias a los otros saberes, distintos a
los de la ciencia occidental. Ello genera igualmente que
las decisiones políticas de los aparatos administrativos
tengan que considerar, necesariamente, la participación
social dentro de sus considerandos y que los técnicos y
científicos consideren, igualmente, otros procedimien-
Agroecología 4
tos y aproximaciones metodológicas como la etnografía o la investigación – acción participativa.
En síntesis, el pensamiento agroecológico resulta de
fusiones entre científicos que intentan estudiar la integralidad de los ecosistemas, productores que incluyen
prácticas agrarias que tienden a conservar recursos
naturales y a garantizar la calidad de los alimentos producidos y movimientos sociales que se apoyan en los
postulados éticos de la ciencia agroecológica para reivindicar procesos de equidad, solidaridad e incluso de
competitividad con igualdad, quienes comparten entre
sí varios fundamentos filosóficos y éticos de respeto a
la vida.
Campos de análisis relacionados con la Agroecología
Lo anterior pone de manifiesto que la Agroecología
como ciencia debe establecer caminos novedosos de
articulación de las visiones ecosistémicas y culturales.
Las ciencias emergentes que abren sus propios caminos
no poseen prescripciones claras sobre la manera en que
se van originando y consolidando subcampos o ejercicios disciplinares autónomos. Ello resulta de la conjunción de varios fenómenos interdependientes como por
ejemplo la puesta apunto de novedosos instrumentos
metodológicos, del éxito relativo en la predicción de fenómenos o del cúmulo de hipótesis y teorías que se van
formulando a través de los ejercicios de ciencia normal.
La Agroecología, en tanto que ciencia interdisciplinaria y en construcción, está abocada a los retos que implica la aparición de esas nuevas áreas temáticas del conocimiento. Unas, que pueden ser consideradas en consenso como legítimas y otras, que se apoyan en ciencias
o en disciplinas que ya están formuladas o que poseen
suficientes bagajes teórico - práctico para ser consideradas como tales. El consenso entre agroecólogos sobre
sus distintos campos de análisis, no existe todavía, pero
acá se presentan algunas ideas generales sobre el particular, tomadas, con modificaciones, del documento de
creación del doctorado en Agroecología, elaborado por
un grupo de profesores de las Universidades de Antioquia y Nacional de Colombia, con el apoyo de los profesores Altieri y Nicholls de la Universidad de California
(León et al. 2008)
Un campo inicial de trabajo agroecológico, ya explorado desde hace varias décadas aunque no suficientemente trabajado, es el de la Agroecología Descriptiva y
Comparada que trata, precisamente, de catalogar, describir y analizar las regulaciones o “leyes” emergentes que
se originan al aumentar la complejidad de los agroecosistemas en los pasos de reconversión que se dan, por
ejemplo, desde monocultivos hasta policultivos o en el
uso simultáneo de varias tecnologías de manejo.
El primer paso, claro está, es el de describir los componentes, relaciones y procesos de muchos agroecosistemas, tema de enorme amplitud puesto que trata
Agroecología: Desafíos de una ciencia ambiental en construcción
de detallar las relaciones micro, meso y macro que se
suceden al interior de distintos subsistemas como el
medio edáfico, los cultivos propiamente dichos, el subsistema de arvenses o de herbívoros o los subsistemas
animales y sus interacciones. Es el campo de la ecología
aplicada propiamente dicha. Este campo debería ser
complementado con las descripciones, no solamente
de las prácticas de manejo utilizadas por distintos tipos
de agricultores, sino también y de manera urgente, con
las descripciones informadas de las características culturales en que se desenvuelven dichos grupos, es decir,
con referencias constantes a la institucionalidad, las políticas públicas, las redes comerciales, los incentivos económicos, la fortaleza o debilidad de los aparatos científicos, la existencia de procesos educativos y a las propias
motivaciones, dificultades o ventajas que le asignan los
distintos productores a los procesos de reconversión.
Un campo de análisis más amplio utiliza el Análisis
de Agroecosistemas y la Ecología del Paisaje y se dirige
a estudiar los agroecosistemas desde variados puntos
de vista que incluyen relaciones complejas como los
flujos energéticos, ciclos biogeoquímicos y dinámica de
plagas incluyendo además variables culturales, dentro
de categorías superiores como el paisaje o las cuencas
hidrográficas.
Dentro de este tipo de enfoques, la Ecología, que algunos investigadores definen como la ciencia que estudia
las interacciones que determinan la distribución y abundancia de los organismos, se aproxima a las concepciones de la geografía y se integra a dinámicas interdisciplinarias más cercanas al pensamiento ambiental en donde
aparecen perspectivas económicas y sociales, con fuerte
énfasis en métodos cuantitativos (Gliessman 2007).
El segundo paso en esta dirección, que puede ser sincrónico, es el de efectuar clasificaciones y comparaciones entre distintos tipos de agroecosistemas, incluyendo por lo general referencias a agroecosistemas convencionales. La literatura disponible es relativamente
extensa en estas áreas, donde se suelen realizar comparaciones tanto en aspectos biofísicos de conservación
de suelos y aguas, rendimientos vegetales y aspectos
económicos o estudios comparativos de agroecosistemas manejados en diferentes niveles de diversidad o
tecnología (orgánico versus convencional).
Sin embargo, aún se está lejos tanto de poseer descripciones detalladas de la estructura y funcionamiento
de distintos tipos de agroecosistemas, como de proponer procesos de clasificación taxonómica que faciliten
el intercambio de información y permitan la identificación de factores relevantes de transferencia tecnológica. Tampoco existen mapas regionales o nacionales de
agroecosistemas que muestren su incidencia y dinámica territorial.
Las comparaciones siguen siendo escasas en el ámbito de la economía y en las relaciones sociales que se dan
al interior de muchos agroecosistemas.
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Parte de la información actual, por lo menos en
Colombia, sobre distintos aspectos culturales de los
agroecosistemas se ha escrito desde las vertientes de
la economía agrícola o de los estudios campesinos en
donde se destacan procesos de acceso a la tierra, dinámicas del mercado agrario o análisis de políticas (Machado 2004, 2006, Forero 2002, Fajardo 2002). No obstante, muchos de tales trabajos, valiosos en sí mismos,
no revelan conexiones directas con la teoría agroecológica porque en general son aproximaciones teóricas
amplias sobre el sector rural en su conjunto.
Lo anterior, abre la puerta por lo menos a cuatro campos relacionados y poco explorados que enriquecen el
acervo agroecológico: la Antropología Cultural, la Economía Ecológica, la Historia Ambiental y la Ecología Política
y a uno adicional que reviste fuerte importancia para los
procesos productivos: la Agroecología Aplicada.
La Antropología Cultural ayuda a entender, dentro
de la complejidad de las relaciones sociales, aquellos
procesos dinámicos que caracterizan y distinguen a los
distintos tipos de manejo agrario que se dan tanto en
agroecosistemas de baja artificialización, por ejemplo
en las chagras indígenas de las selvas húmedas tropicales, como en aquellos de uso intensivo de insumos
y tecnología de punta, como pueden ser típicamente
aquellos agroecosistemas tecnificados de flores en la
sabana de Bogotá (plasticultura).
Allí hay espacio para indagar sobre las distintas lógicas que dinamizan el funcionamiento de estos agroecosistemas, al igual que sobre sus implicaciones en la
conservación de recursos naturales y en las decisiones
comunitarias o institucionales que hayan de tomarse.
Este campo se nutre de la Etnoecología y estudia sistemas locales de conocimientos agrícolas integrados a
conocimientos científicos, la optimización de sistemas
tradicionales de producción y los procesos de conservación in – situ de biodiversidad autóctona entre otros
temas.
La Economía Ecológica, por su parte, afronta el reto de
demostrar la viabilidad de distintos tipos de agroecosistemas apelando, no tanto al enfoque de la economía
neoclásica o de la economía ambiental, sino más bien
a los postulados de la economía ecológica que busca
explicaciones y efectos más allá de las valoraciones del
mercado. Se trata de entender y valorar en dimensiones
no crematísticas los bienes y servicios que se derivan de
distintos diseños agrológicos, lógicas sociales y aplicaciones tecnológicas que tienen efectos tanto en la conservación de recursos naturales como en el fortalecimiento de las redes sociales. Temáticas como el estudio
de los conflictos ecológicos distributivos, la aplicación
de las leyes de la termodinámica para los análisis de
sostenibilidad o la valoración de los servicios ecosistémicos y/o ambientales prestados desde el nivel micro
por consorcios bacteriano - fungosos, por comunidades
de artrópodos, arvenses o en el nivel macro por los siste-
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mas ecológicos de producción dispersos en los paisajes,
también son temas objeto de preocupación desde estos campos disciplinarios.
Este campo de acción bien puede nutrirse también
de los avances logrados hasta ahora por la antropología económica la cual ha estudiado la racionalidad de
sociedades no mercantiles mostrando cómo se articulan las restricciones impuestas por el ecosistema a
los sistemas de prestigio, las relaciones de parentesco,
la organización política y los modelos peculiares del
buen vivir.
La generación de los distintos enfoques sobre la
sustentabilidad de los distintos agroecosistemas, son
aspectos de primer orden. Aquí se sitúan los estudios
sobre seguridad alimentaria que indagan por las condiciones que garantizan el acceso permanente y suficiente de alimentos a la población, teniendo en cuenta
las opciones gustativas definidas culturalmente y los
requerimientos nutricionales por género, edad, ocupación y momentos del ciclo vital como la gestación. Una
preocupación de esta vertiente es capturar los impactos
que causan diferentes tipos de intervenciones sobre el
capital natural, social y humano de las poblaciones rurales a través de indicadores apropiados.
Un campo adicional en estas perspectivas es el de la
Historia Ambiental que trata de reconstruir tanto las formas de ocupación territorial y los procesos sociales que
marcaron el origen y consolidación de determinados
sistema agrícolas, como sus relaciones con los entornos
ecosistémicos, no solo en épocas contemporáneas sino
del pasado reciente y remoto para extraer de allí directrices de comportamiento que ayuden a repensar los
fines y los métodos de los sistemas agrarios actuales. En
este sentido cobra especial significancia la recuperación
de conocimientos y de la lógica de intervención de sistemas tradicionales milenarios. El hecho de conocer con
mayor o menor precisión las causas biofísicas, ecosistémicas o culturales que propiciaron el auge o decadencia
de determinados grupos o que generaron cambios fundamentales en sus ritos, tecnologías o formas organizativas, genera poderosas herramientas predictivas que
informan sobre los límites físicos al crecimiento o sobre
los ajustes que deben hacer los sistemas productivos
para adaptarse a los cambios predecibles.
Finalmente la Ecología Política colabora en el estudio
de las incidencias del pensamiento agroecológico en el
diseño y ejecución de políticas públicas nacionales de
carácter sectorial o subsectorial, la manera como aquél
se inserta en la construcción de nuevos paradigmas
de sociedad y en las formas reales de participación comunitaria en la conformación y aplicación de planes,
programas y proyectos. El análisis contempla escalas
nacionales e internacionales dados los alcances de los
actuales procesos de masificación de la información
y de los intercambios comerciales de carácter global
que resultan en acuerdos multilaterales con efectos
Agroecología 4
nacionales (tipo TLC). Los conflictos por el acceso a los
recursos, especialmente la tierra (reforma agraria), los
modelos y planes nacionales de desarrollo, las políticas
nacionales que impulsan el modelo de agrocombustibles, las implicaciones de la biotecnología dura sobre la
manipulación de la naturaleza y de sus respuestas en los
campos de cultivo (transgénesis), los mercados verdes y
el comercio justo, son otros de los temas en este campo,
los cuales pueden recuperar críticamente las políticas
de Desarrollo Rural que excluyeron en su momento los
enfoques agroecológicos y ambientales.
La Agroecología Aplicada, por su parte, pretende
llevar a la práctica el cúmulo de perspectivas teóricas
precedentes. En ella se pueden identificar parcialmente
varios campos:
•
•
•
•
Diseño de agroecosistemas diversificados de producción incrementada vía uso de la biodiversidad
y reciclaje, basados en el entendimiento de ciclos
de nutrientes e interacciones de especies múltiples incluyendo sistemas integrados de cultivoganado-bosques.
Tecnologías Agroecológicas, que trata de poner a
punto, dentro de la concepción del manejo integrado de agroecosistemas, una serie de procesos y
prácticas de fácil acceso y bajo costo entre los que
se destacan la cría y liberación masiva de agentes
de control biológico, producción de organismos
benéficos, bio fertilizantes, preparación y uso de
compost, entre otras prácticas.
Manejo ecológico de plagas dirigido a establecer
estrategias durables y ambientalmente compatibles de manejo de malezas, patógenos e insectosplaga con énfasis en incremento de inmunidad de
agroecosistemas y manejo de hábitats para fauna
benéfica.
Manejo y conservación ecológica de aguas y suelos que busca implementar técnicas de conservación y bioremediación de suelos, control de la erosión, mejora de la calidad del suelo y prevención
de la contaminación edáfica, cosecha, conservación y uso eficiente de agua en agroecosistemas
(cosechas de agua).
El cruce entre la Agroecología cultural, económica,
política, histórica y aplicada, no solo es necesario sino
inevitable y aún más, es fuertemente deseable, puesto
que si algo distingue el pensamiento y la acción del
agroecólogo, es el estudio de las interrelaciones complejas más que de los fenómenos particulares, que ya
han sido abordados por la agronomía tradicional.
Una distinción necesaria
En muchos espacios de debate y de práctica agraria
se tiende a confundir la Agroecología con la Agricul-
Agroecología: Desafíos de una ciencia ambiental en construcción
tura Ecológica1. Como se ha señalado en este texto, la
Agroecología es una ciencia que indaga por procesos
complejos de tipo ecológico y cultural en sistemas agrícolas de pequeñas comunidades locales, en sistemas de
agricultura capitalista o empresarial, en agroindustrias
de fuerte base tecnológica, en sistemas intensivos en
capital y tecnología como por ejemplo los grandes monocultivos comerciales e incluso en agroecosistemas
transgénicos. En todos estos casos, el agroecólogo puede ejecutar estudios de relaciones que muestren las ineficiencias o potencialidades ambientales de varios sistemas con miras a reivindicar los aspectos positivos y a
proponer modificaciones cuando encuentre evidencias
de deterioro ambiental. Estas modificaciones se basan
en la aplicación de principios universales que toman
formas tecnológicas específicas en cada situación.
La Agricultura Ecológica, por su parte es una propuesta que nace de una conjunción de distintas circunstancias, en las cuales se destacan las críticas al modelo
de Revolución Verde, las preocupaciones por la conservación y uso sostenible de los recursos, el afán por mantener los preceptos éticos de la agricultura, la necesidad
de producir alimentos sanos, las discusiones en torno a
las limitaciones de la ciencia positiva y a los modelos de
desarrollo dominantes... en fin, factores que desembocaron en propuestas teóricas y prácticas de agriculturas
opuestas al modelo de Revolución Verde y que realzan
la vida como derecho fundamental de la humanidad y
criterio básico del acto agronómico.
La Agricultura Ecológica, por lo tanto, al igual que
otras modalidades de producción (agricultura biológica, biodinámica, orgánica, natural, permacultura, entre
otras) pertenece a las posiciones filosóficas, a las posturas ideológicas y prácticas agrícolas contrastantes con
el modelo de Revolución Verde tanto en sus enfoques
y principios como en sus intervenciones técnicas. Algunas de estas intervenciones pueden no tener una base
agroecológica como es el caso de la agricultura orgánica de sustitución de insumos.
La interdisciplina como eje metodológico de la
Agroecología
De acuerdo con las ideas anteriores, es claro que los
estudios agroecológicos requieren metodologías y procedimientos que den cuenta de la complejidad de los
sistemas agrarios planteada en párrafos anteriores.
Aunque dentro del enfoque agroecológico caben las
aproximaciones especializadas que estudian procesos o
1
La Agricultura Biológica y la Agricultura Orgánica son
otras denominaciones que dan a escuelas similares de
agricultura, que por convención general se designan con
estos nombres en francés (Agricultura Biologique) y en
inglés (Organic Farming System), No obstante, algunos
investigadores no aceptan esta convención porque consideran que existen diferencias sustantivas entre los tres
términos.
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compartimientos independientes, la intención general
es la de integrar fenómenos en escalas cada vez más
agregadas, incluyendo aquellos del mundo biofísico
con los de tipo social, económico o político.
Para ello, evidentemente se requieren enfoques interdisciplinarios que compartan resultados y procedimientos específicos de cada disciplina.
El concepto de interdisciplina, aunque convoca extensos tratados para comprender su definición y entender su práctica, es aceptado como una manera de generar interrelaciones entre disciplinas diferentes, de acercar lo que la ciencia atomista ha desunido y de generar
nuevos campos válidos de interpretación de diversos
fenómenos que atañen al hombre y a la naturaleza que,
en esencia, son complejos.
La interdisciplina, por otra parte, puede ser captada y
aprehendida por el individuo aislado o por una comunidad que comparte un paradigma y, en el caso de las
agrupaciones universitarias, puede vivirse de manera
diferente en ámbitos tanto de la investigación científica como de la docencia o de la extensión. Y allí, incluso,
pareciera que surgieran diferentes aproximaciones si se
trata de los momentos del pregrado, de la especialización, de las maestrías o de los doctorados.
No obstante, la práctica de la interdisciplina no posee
unos cánones fijos, unas prescripciones determinadas.
No existen reglas que legitimen lo que es o no es interdisciplinario, aunque es cierto que se pueden abstraer
algunos rasgos de esa interdisciplinariedad en el análisis de los documentos y en la evaluación de resultados
de muchas actividades y actos de gestión ambiental.
Alrededor de ellos pueden realizarse preguntas de diversa índole que aclararán su espíritu interdisciplinario
y revelarán si se trata de otras aproximaciones de grupo
tipo multi o transdisciplinar.
Sean cuales fueren las prácticas de interdisciplina
que se dan al interior de las aulas de clase, en la ejecución de proyectos de investigación o en las actividades
de gestión, esa exigencia de la interdisciplina, tiene una
característica adicional: es personal.
El que advierte los fenómenos de manera distinta, el
que internaliza los discursos, el que cambia los contenidos disciplinarios, el que debate con sus colegas, el que
se sacia de conocimientos de varias fuentes o el que regresa al espíritu de lo universal, es el individuo mismo
en tanto que único poseedor de un conocimiento intransferible. Este ser humano que se debate en búsqueda de nuevos interrogantes y de respuestas múltiples,
requiere de un enorme esfuerzo personal.
La visión y la práctica de la interdisciplina no se da
per se, no aparece de la nada. Se construye tanto dentro
como fuera del aula, del laboratorio o del campo de cultivo, en la práctica cotidiana. Se gana adicionando horas
de lectura y de reflexión. Acumulando análisis pacientes
sobre temas que no son del dominio propio. Preguntando y debatiendo no solamente con los maestros sino
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con los grupos humanos que constituyen el entorno
familiar o de trabajo. Escuchando autoridades de otras
ramas de las ciencias. Perfeccionando el arte de escribir
sobre temas diferentes a los suyos con las percepciones
que le otorga a cada uno el ejercicio de su profesión. Dudando de lo aprendido y de lo que se va a aprender o, en
términos del profesor Julio Carrizosa, “indisciplinándose
en el conocimiento”. Es, en síntesis, un esfuerzo personal
y constante, cuya razón se puede aprender en la academia pero que se perfecciona en la práctica social. Genera, por así decirlo, una “auto-interdisciplina”
Desentrañar respuestas en los campos de cultivo o
en fincas que integren la producción vegetal y animal,
puede necesitar el concurso de varias disciplinas de las
ciencias naturales en las que participen por igual fisiólogos, patólogos, edafólogos, entomólogos o médicos veterinarios de la misma manera que se puede necesitar
el concurso de sociólogos, antropólogos y economistas
para dilucidar las claves de comportamiento de algunos
actores institucionales. Estos son los casos de “interdisciplina restringida” “al interior de” o “interdisciplina endógama” que sin embargo posee completa validez en
función de los problemas que intenta resolver.
Preguntas que integren estos aspectos dan nacimiento legítimo a la interdisciplina en el contexto agroecológico. Por ejemplo, trabajos dirigidos a establecer el efecto “sistema” en la producción vegetal o en el control de
plagas y enfermedades; evaluaciones comparativas de
biodiversidad predial y sus relaciones con la estabilidad
y/o productividad agraria; manejo diferencial de coberturas para controlar la erosión en distintas posiciones fisiográficas; evaluación de distintos tipos de biofertilzantes; manejo integral de agroecosistemas para controlar
plagas y enfermedades; estudios sobre participación
comunitaria en manejos de cuencas; relaciones entre
educación, salud y producción agraria; conservación de
bosque comunitarios.
Pero también existen aquellos trabajos o aproximaciones en los que participan representantes de las ciencias naturales, de las ciencias humanas y miembros de
las comunidades de productores, que pueden entenderse como procesos de interdisciplina participativa
ampliada. En tales investigaciones se conjugan visiones
diferentes de la realidad y se ponen a prueba métodos
distintos de abordaje de problemas.
Ejemplos de este tipo de estudios interdisciplinarios
ampliados son aquéllos que indaguen, por ejemplo,
sobre los efectos del uso de plaguicidas en aguas de
superficie y sus implicaciones en la salud de comunidades humanas; estudios que establezcan los cambios
ocurridos en los grupos familiares como consecuencia de procesos de reconversión agrícola; proyectos
para determinar el impacto de determinadas prácticas
agrícolas sobre los ingresos de los productores conectados con la disminución de la contaminación; investigaciones sobre sistemas campesinos de etnobotánica
Agroecología 4
o de clasificación de suelos e integración de prácticas
tradicionales de manejo con técnicas modernas o evaluaciones del papel de la ciencia y la tecnología en la
transformación de comunidades agrícolas ubicadas en
ecosistemas estratégicos, las cuales pueden ser acogidas como verdaderas investigaciones interdisciplinarias
de carácter agroecológico.
Trabajos de esta naturaleza podrían, si no mover las
barreras de los círculos epistemológicos, por lo menos sí
suscitar reflexiones amplias sobre las interrelaciones sociedad y la naturaleza, rompiendo los viejos esquemas
con los que todavía se pretende abordar tales estudios.
La investigación agroecológica tiene, por lo tanto,
una marca propia e imborrable: el sello de la interdisciplina, el diálogo de saberes, el surgimiento de ideas nuevas en cada paradigma científico particular y la práctica
de métodos compartidos por los integrantes del equipo, incluyendo la visión de los agricultores locales.
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