STC 233/2005, de 26 de septiembre: Compatibilidad con la presunción de inocencia y el derecho a la intimidad de las investigaciones bancarias realizadas por la Inspección para la imputación de un delito de defraudación tributaria Pablo Chico de la Cámara Profesor Titular de Derecho Financiero y Tributario Universidad Rey Juan Carlos Pedro M. Herrera Molina Profesor Titular de Derecho Financiero y Tributario Universidad Complutense de Madrid I. DOCTRINA DEL TRIBUNAL La imputación de un delito de defraudación tributaria basada en unas investigaciones bancarias realizadas por la Inspección no lesiona el derecho a la intimidad, siempre que las actuaciones inspectoras respeten el principio de proporcionalidad, en cuanto que la medida adoptada sea idónea, necesaria o imprescindible al efecto, y que sea equilibrada o ponderada con el resultado buscado. Igualmente, la determinación de un delito fiscal a través de la presunción legal de ganancias no justificadas de patrimonio no lesiona el principio de presunción de inocencia en cuanto la prueba incriminatoria se deduzca de indicios a través de un proceso mental razonado y acorde con las reglas del criterio humano. II. ANTECEDENTES JURISPRUDENCIALES En relación con el derecho a la intimidad como derecho no absoluto sino relativo que ha de ser ponderado con otros derechos o principios constitucionales; vid. SSTC 15/2000, de 5 de mayo; 156/2001, de 2 de julio; y 83/2002, de 22 de abril. En relación con la prueba condenatoria de un delito basada en indicios, vid. SSTC. 43/2003, de 3 de marzo; 135/2003, de 30 de junio; 61/2005, de 14 de marzo; y 137/2005, de 23 de mayo. III. SUPUESTO DE HECHO La Inspección de Hacienda inició en 1991 actuaciones de comprobación de la situación tributaria de Dña. Consuelo Guillamón Saborit, en las personas de sus dos hijos, como consecuencia del fallecimiento de aquella en el mismo año, en relación con el Impuesto sobre la renta de las personas físicas (en adelante, IRPF) correspondiente a los ejercicios 1998 y 1999. Entre las actuaciones inquisitivas llevadas a cabo por la Inspección destaca la petición de información con trascendencia tributaria a una entidad de crédito (La Caixa) en la que la inspeccionada era titular de una cuenta corriente en la cual aparecía como autorizado su hijo D. Juan Rius Guillamón, recurrente en amparo. La Inspección tributaria reclamó de la entidad crediticia tanto los movimientos de la citada cuenta corriente como las fotocopias de los cheques librados con cargo a la misma, con la finalidad de determinar la titularidad de los ingresos que en ella se venían efectuando. La Inspección requirió igualmente información a los destinatarios de los citados cheques a los efectos de comprobar la causa del pago. Como consecuencia de la información obtenida, la Inspección de tributos llegó a la conclusión de que D. Juan Rius Guillamón (miembro de varios consejos de administración de distintas sociedades) era el verdadero titular de la cuenta corriente, dado que sólo él había dispuesto de los fondos y su madre carecía de patrimonio propio o medios que justificaran los ingresos en la referida cuenta. Además consideró que en las autoliquidaciones del impuesto había ocultado a la Hacienda Pública ciertas cantidades relevantes por lo que se pasó el tanto de culpa al Ministerio Fiscal al objeto de determinar si la omisión de dichos ingresos podía constituir un delito contra la Hacienda Pública. A la vista de los hechos alegados, el imputado resulta condenado por Sentencia del Juzgado de lo Penal número 1 de Barcelona de 16 de noviembre de 1999, como autor responsable de varios delitos contra la Hacienda Pública. Contra dicha sentencia, el actor interpuso recurso de apelación que fue desestimado por la Sentencia de la Sección quinta de la Audiencia Provincial de Barcelona de 19 de noviembre de 2000. Finalmente, el demandante recurre en amparo alegando vulneración de diversos derechos fundamentales: La primera vulneración que el recurrente alega es la relativa a la supuesta lesión al derecho a su intimidad, constitucionalmente reconocida en el art. 18.1 CE, que llevó a cabo la Administración como consecuencia de la información por captación llevada a cabo mediante requerimientos individualizados que suponen una restricción del derecho constitucional a la intimidad. En particular, la Inspección reclamó de la entidad crediticia la aportación de fotocopias de documentación extrabancaria en general, y de determinados cheques en particular, tratándose en consecuencia, de una investigación de “segundo grado” que desembocó en la comprobación de diversos cheques firmados por el obligado tributario en el que se reflejaba la existencia de determinadas personas que habían recibido cantidades económicas del interesado. A juicio del demandante, la investigación de los citados cheques afectaba a la intimidad del recurrente en cuanto que a través de ellos se conocieron las personas y entidades con quienes se relacionó el interesado, quedando así desvelada su intimidad en cuanto a sus aspectos puramente personales y familiares (sus enfermedades, sus hábitos y costumbres, su situación de pareja; en definitiva, su perfil espiritual, consustancial a su propia dignidad). La segunda vulneración alegada por el demandante de amparo es la del derecho a un proceso con todas las garantías (art. 24.2 CE) en base a dos argumentos. En primer lugar, por haberse impuesto la condena con fundamento en pruebas obtenidas con vulneración del derecho fundamental a la intimidad; y, en segundo lugar, por haber valorado el órgano judicial pruebas que no habrían respetado los principios de inmediación, oralidad y contradicción, en la medida en que el Ministerio Público se limitó a proponer como prueba en el juicio oral la “documental de todo lo actuado”, sin que se diese lectura a tales documentos ni fueran ratificados ante el Juez por la Inspección en el acto del juicio oral. Además, el demandante alega lesión al derecho a la presunción de inocencia (art. 24.2 CE), al haberse condenado acudiendo a una presunción legal que resulta válida en el ámbito tributario pero que en la esfera penal lleva a una inversión de la carga material de la prueba contraria al derecho fundamental a la presunción de inocencia. IV. TIPO DE PROCEDIMIENTO Se trata de un recurso de amparo dirigido contra la Sentencia de la Sección quinta de la Audiencia Provincial de Barcelona de fecha de 19 de noviembre de 2000, que desestima el recurso de apelación interpuesto contra la Sentencia del Juzgado de lo Penal número 1 de Barcelona, de fecha de 16 de noviembre de 1999, por la que se condena al recurrente en amparo como autor responsable de dos delitos contra la Hacienda Pública. V. FUNDAMENTOS JURÍDICOS Para que la afectación del ámbito de intimidad constitucionalmente protegido resulte conforme con el art. 18.1 CE, es preciso que concurran cuatro requisitos: en primer lugar, que exista un fin constitucionalmente legítimo; en segundo lugar, que la intromisión en el derecho esté prevista en la ley, en tercer lugar (sólo como regla general), que la injerencia en la esfera de la privacidad constitucionalmente protegida se acuerde mediante una resolución judicial motivada; y finalmente, que se observe el principio de proporcionalidad, esto es, que la medida adoptada sea idónea para alcanzar el fin constitucionalmente legítimo perseguido con ella, que sea necesaria o imprescindible al efecto (que no existan otras medidas más moderadas o menos agresivas para la consecución de tal propósito con igual eficacia) y, finalmente, que sea proporcionada en sentido estricto (ponderada o equilibrada por derivarse de ella más beneficios o ventajas para el interés general que perjuicios sobre otros bienes o valores en conflicto (SSTC 207/1996, de 16 de diciembre, FJ 4º; y 70/2002, de 3 de abril, FJ 10 a). Para que una intromisión en la intimidad protegida sea susceptible de reputarse como legítima es que persiga un fin constitucionalmente legítimo, o lo que es igual, que tenga justificación en otro derecho o bien igualmente reconocido en nuestro texto constitucional (STC 37/1989, de 15 de febrero; 142/1993, de 22 de abril; 7/1994, de 17 de enero; 57/1994, de 28 de febrero; 207/1996, de 16 de diciembre; 23471997, de 18 de diciembre; 70/2002, de 3 de abril). A este respecto es indiscutible que la lucha contra el fraude es un fin y un mandato que la Constitución impone a todos los poderes públicos, singularmente al legislador y a los órganos de la Administración tributaria (SSTC 79/1990, de 26 de abril; 46/2000, de 17 de febrero; 194/2000, de 19 de julio; y 255/2004, de 22 de diciembre), razón por la cual este Tribunal Constitucional ha tenido ya ocasión de declarar que para el efectivo cumplimiento del deber que impone el art. 31.1 CE es imprescindible la actividad inspectora y comprobatoria de la Administración tributaria, ya que de otro modo se produciría una distribución injusta en la carga fiscal (STC 110/1984, de 26 de noviembre; y 76/1990, de 26 de abril). Según lo que antecede la investigación por la Inspección de los tributos de los datos con trascendencia tributaria de los obligados tributarios que obran en poder de las entidades crediticias tiene su justificación en la protección del citado deber de contribuir. En particular, es evidente que la indagación, en el presente caso, del destino de los cheques librados estaba plenamente justificada por la necesidad de identificar el verdadero titular de la cuenta corriente en que se descubrieron las partidas no declaradas. A diferencia de lo que ocurre con otras medidas restrictivas de derechos fundamentales que pueden ser adoptadas en el curso del proceso penal (como la entrada y registro en domicilio del art. 18.2 CE o la intervención de comunicaciones del art. 18.3 CE), respecto de las restricciones del derecho a la intimidad (art. 18.1 CE) no existe en la Constitución reserva absoluta de previa resolución judicial (SSTC 234/1997, de 18 de diciembre; 70/2002, de 3 de abril; y STC 207/1996, de 16 de diciembre). De manera que, en la medida en que no se establece en el art. 18.1 CE reserva alguna de resolución judicial, no es constitucionalmente exigible que sea el Juez quien tenga que autorizar esta medida limitativa, pudiéndola adoptar, siempre que una ley expresamente la habilite, la autoridad que, por razón de la materia de que se trate, sea la competente (STC 234/1997, de 18 de diciembre). En el caso sometido a nuestro examen, la afectación en el derecho a la intimidad del recurrente se ha producido con habilitación legal suficiente (apartados 1 y 3 del art. 111 LGT), y por la autoridad competente por razón de la materia (que no es otra que la Administración Tributaria) tampoco cabe acoger las alegaciones del recurrente. Por lo que se refiere a la infracción de los principios de oralidad, inmediación y contradicción, contenidos en el derecho a un proceso con todas las garantías, debe recordarse que lo que, en esencia, exige dicho derecho fundamental es que toda condena se fundamente en una actividad probatoria que el órgano judicial haya examinado directa y personalmente y en un debate público en el cual se respete la posibilidad de contradicción (por todas, SSTC 175/1985, de 17 de diciembre; 57/1986, de 14 de mayo; 145/1987, de 23 de septiembre; 22/1988, de 18 de febrero; 150/1989, de 25 de septiembre; 154/1990, de 15 de octubre; 138/1992, de 13 de octubre; y 27/2005, de 14 de febrero). Bajo estas premisas resulta palmario que se ha respetado el derecho del Sr. Rius Guillamón a un proceso con todas las garantías, dado que, como señala el Fiscal y se desprende del acta del juicio oral tuvieron la oportunidad de declarar tanto el recurrente como los testigos y los inspectores actuarios, que estuvieron sometidos al interrogatorio cruzado de las partes en contienda en audiencia pública, respetándose, por tanto, los principios procesales de contradicción y de inmediación con oralidad. Por otro lado, como resulta evidente, el hecho de dar por reproducida en el acto del juicio oral la prueba documental sin darse lectura de cada uno de los documentos que la integran tampoco vulnera el derecho constitucional alegado, no sólo porque la propia representación procesal del recurrente no se opuso a ello, sino, además, porque, dado que tuvo acceso a todos y cada uno de esos documentos, y la oportunidad de impugnarlos, “no se aprecia qué indefensión material ha podido provocar que no se diera lectura a los distintos documentos aportados en la causa” (por todas, STC 12/2004, de 9 de febrero), cuando, conforme a nuestra doctrina, para que “una irregularidad procesal o infracción de las normas de procedimiento alcance relevancia constitucional debe producir un perjuicio real y efectivo en las posibilidades de defensa de quien las denuncie” (por todas, STC 130/2002, de 3 de junio). Conforme a reiterada doctrina de este Tribunal, con independencia del tipo de delito de que se trate, en ningún caso el derecho a la presunción de inocencia tolera alguno de los elementos constitutivos del delito se presume en contra del acusado, sea con una presunción iuris tantum sea como una presunción iuris et de iure. La primera modalidad de presunción iuris tantum no es admisible constitucionalmente porque “se produce una traslación o inversión de la carga de la prueba, de suerte que la destrucción o desvirtuación de tal presunción corresponde al acusado a través del descargo, lo que no resulta conciliable con el art. 24.2 CE”. Y la segunda modalidad, la presunción iuris et de iure, “tampoco es lícita en el ámbito penal desde la perspectiva constitucional, puesto que prohíbe la prueba en contrario de lo presumido, con los efectos, por un lado, de descargar de la prueba a quien acusa y, por otro, de impedir probar la tesis opuesta a quien se defiende, si es que opta por la posibilidad de probar su inocencia, efectos ambos que vulneran el derecho fundamental a la presunción de inocencia” (SSTC 11/1999, de 14 de junio; y 87/2001, de 2 de abril). Ahora bien, como es lógico, lo anterior no obsta a la legitimidad constitucional de la prueba por indicios, puesto que ésta versa sobre los hechos y no directamente sobre los elementos constitutivos del delito, siempre que reúna los requisitos y condiciones que hemos exigido reiteradas veces y que, a los efectos que aquí y ahora interesan, pueden resumirse en dos: que parta de hechos plenamente probados y que los hechos constitutivos del delito se deduzcan de los indicios a través de un proceso mental razonado y acorde con las reglas del criterio humano detallado en la Sentencia condenatoria (entre las últimas, SSTC 43/2003, de 3 de marzo; 135/2003, de 30 de junio; 61/2005, de 14 de marzo; y 137/2005, de 23 de mayo). VI. COMENTARIO CRÍTICO El Tribunal Constitucional, con buen criterio, desestima el recurso de amparo presentado por el recurrente que alegaba diversas lesiones a derechos constitucionales. Por un lado, la Sentencia comentada es continuista con la doctrina pacífica de este Alto Tribunal desde la sentencia pionera 110/1984, de 26 de noviembre, al considerar el derecho a la intimidad como un derecho no absoluto, sino relativo que cede cuando se persigue un fin constitucionalmente legítimo. Y a este respecto, resulta indiscutible que la lucha contra el fraude fiscal es un fin y un mandato que la Constitución impone a todos los poderes públicos, singularmente al legislador y a los órganos de la Administración Tributaria (SSTC 76/1990, de 26 de abril; 46/2000, de 17 de febrero; 194/2000, de 19 de julio; y 255/2004, de 22 de diciembre). De ahí que para el efectivo cumplimiento del deber que impone el art. 31.1 CE es imprescindible la actividad inspectora y comprobatoria de la Administración tributaria, ya que de otro modo se produciría una distribución injusta en la carga fiscal (SSTC 110/1984, de 26 de noviembre; y 76/1990, de 26 de abril). Las medidas adoptadas por la Inspección resultaron acordes con el principio de proporcionalidad en sentido estricto (entre otras, SSTC 207/1996, de 16 de diciembre; 70/2002, de 3 de abril; y 25/2005, de 14 de febrero), dado que la solicitud a la entidad de crédito de las fotocopias de los cheques emitidos por el imputado con cargo a una cuenta corriente en la que su madre aparecía como titular, y la investigación sobre el destino del gasto efectuado mediante el requerimiento de información a los tomadores de dichos cheques, constituían medidas adecuadas para averiguar si el recurrente en amparo era el verdadero titular de los fondos depositados en la citada cuenta corriente; también eran medidas necesarias, puesto que para averiguar la verdadera titularidad de las rentas sujetas a tributación en el Impuesto sobre la renta de las personas físicas y, por ende, el autor de los dos delitos contra la Hacienda Pública cometidos, no existían otras medidas que, teniendo la misma eficacia, fueran menos gravosas (esto es, no supusieran sacrificio alguno o implicaran un menor sacrificio del derecho a la intimidad del recurrente) que las adoptadas; y, finalmente, eran medidas ponderadas o equilibradas, en tanto, que el sacrificio de la privacidad del recurrente no resultó desmedido en relación con la gravedad de los hechos investigados (se defraudaron a la Hacienda Pública casi 60 millones de las antiguas pesetas en 1988 y más de 251 en 1989) y los indicios que obraban en poder de la Administración tributaria (entre otros, la edad de la madre del condenado, la escasez de los ingresos de la misma, la actividad empresarial del recurrente, la forma en que se realizaban los ingresos en la cuenta investigada y el destino del gasto efectuado con cargo a dicha cuenta). Por otro lado, el recurrente alega lesión del principio de presunción de inocencia del art. 24.2 CE en cuanto que la presunción legal de ganancias no justificadas de patrimonio podría invertir la carga de la prueba sobre el contribuyente, además de que a juicio del demandante dicha presunción no resultaría válida por el juez para formar un juicio de condena penal. El argumento aportado por el imputado no resulta novedoso. Nótese que por imperativo del art. 24 CE se parte de la inocencia del acusado, de tal forma que quien afirme su culpabilidad debe aportar los medios de prueba suficientes para acreditarla no pudiendo el legislador establecer en los textos legales presunciones de culpabilidad o de hechos que nieguen la inocencia del acusado. A nuestro juicio, aceptar hasta sus últimas consecuencias la posición del demandante, cercenaría la puesta en marcha del aparato represor en los expedientes por ganancias no justificadas de patrimonio y estimularía el fraude, haciendo de mejor condición a aquellos sujetos que por la propia actividad económica que ejercen “pueden” ocultar cantidades sin riesgo cierto de su descubrimiento de aquellos otros que no ostentan estas facultades disuasorias (v.gr. contribuyentes con rentas sometidas a retenciones). Resulta cierto que la presunción legal de ganancias no justificadas de patrimonio se construye sobre un medio probatorio indirecto pero en nuestra opinión, no resulta incompatible tanto en la esfera administrativa sancionadora como en la penal con el principio constitucional de presunción de inocencia, siempre que concurran ciertos requisitos adicionales. Así, en la esfera penal, rige el principio de libre valoración de la prueba, y la presunción legal de que las ganancias no justificadas proceden de una renta no declarada tiene un fundamento en máximas de experiencia, es decir, en una presunción simple. El Juez podrá fundarse en dicha presunción simple (valorada conjuntamente con los demás elementos de prueba), pero sólo cuando reúna todos los requisitos que la jurisprudencia y doctrina exigen para condenar mediante pruebas indiciarias: que se acredite mediante prueba directa una pluralidad de indicios concordantes, existiendo un nexo causal y un razonamiento lógico que permita inferir de tales indicios, el hecho tipificado penalmente. Siempre que exista esa pluralidad de indicios –de los que la presunción legal constituye uno más, al basarse en una presunción simple, podrá utilizarse también en el ámbito administrativo sancionador. A esta misma conclusión llega, con buen criterio, el Alto Tribunal al desestimar el amparo en cuanto que la condena impuesta al recurrente no se ha basado únicamente en la presunción legal cuestionada, sino en una importante prueba de cargo basada en una diversidad de indicios que en ningún caso han sido cuestionados por el recurrente, a saber, la existencia de una cuenta corriente en la que el recurrente aparece como autorizado con movimientos de hasta 900 millones de pesetas durante los ejercicios comprobados; la edad y ausencia de ingresos de la madre (más allá de la pensión percibida); la actividad empresarial del imputado como constructor (y dueño del 50 por 100 de cada una de las sociedades de las que era consejero); el modo en que se efectuaron los ingresos y cargos en la citada cuenta corriente; el destino de dichos ingresos; así como, las omisiones y contradicciones en las que incurrió el recurrente durante la inspección. De suma de tales hechos, plenamente acreditados concluye el Tribunal Constitucional, infiere el juzgador que las rentas aparecidas en la cuenta corriente investigada son de titularidad del imputado, deducción que no puede considerarse irrazonable sino, por el contrario, sólida, coherente, lógica y racional, o lo que es lo mismo, concluyente y respetuosa con las reglas de la lógica y la experiencia humana (por todas, SSTC 43/2003, de 3 de marzo; 135/2003, de 30 de junio; 61/2005, de 14 de marzo; 137/2005, de 23 de mayo). VII. RELEVANCIA JURÍDICA La doctrina dictada por el Alto Tribunal con ocasión del expediente administrativo de los incrementos no justificados de patrimonio por aquél entonces regulado en el art. 27 de la Ley 44/1978, del IRPF, resulta en nuestra opinión plenamente aplicable a la situación actual existente con ocasión del vigente art. 37 TR. LIRPF que regula las ahora denominadas ganancias no justificadas de patrimonio. En el caso que ahora analizamos, la Inspección presumió la existencia de una renta (calificada de incremento no justificado de patrimonio) obtenida por el acusado con origen en unos ingresos percibidos en una cuenta corriente cuyo titular era la madre y en el que el imputado aparecía únicamente como autorizado. Si finalmente se aprueban las medidas previstas en el Proyecto de Ley de Prevención del Fraude -actualmente está en tramitación parlamentaria- y en la esfera de las personas jurídicas la Administración podrá derivar de forma ciertamente discutible una responsabilidad subsidiaria respecto de las personas físicas que tengan un control efectivo de una sociedad interpuesta creada de modo abusivo o fraudulento con objeto de eludir la responsabilidad patrimonial frente a la Hacienda Pública (art. 5º). VIII. BIBLIOGRAFÍA CHICO DE LA CÁMARA,P., Las ganancias no justificadas de patrimonio en el IRPF, IEF-Marcial Pons, Madrid, 1999. P.CHICO DE LA CÁMARA y P.M. HERRERA MOLINA, “Las ganancias no justificadas de patrimonio en el Impuesto sobre la renta (¿presunciones, ficciones o cómputo especial de la prescripción?)”, Impuestos, nº 14, 1999, págs. 9 y ss. HERRERA MOLINA,P.M., y CHICO DE LA CÁMARA,P., “Los incrementos no justificados de patrimonio como componente imponible presunto del impuesto sobre la renta”, Civitas, Revista Española de Derecho Financiero, nº 81, 1994. HERRERA MOLINA, P.M., La potestad de información tributaria sobre terceros, La Ley, Madrid, 1993. MARÍN BARNUEVO-FABO, D., y ZORNOZA PÉREZ, J.J., “Los incrementos no justificados de patrimonio y el régimen sancionador tributario”, Crónica Tributaria, nº 71, 1994, págs. 85 y ss. ZORNOZA PÉREZ,J. J., El sistema de infracciones y sanciones tributarias. Los principios constitucionales del Derecho sancionador, Estudios de Derecho Financiero y Tributario, Madrid, Civitas, 1992.