la alternativa ecosocialista

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Crisis ecológica y lucha política: la
alternativa ecosocialista
Por Michael Lowy y Samuel González
Las distintas crisis que hoy enfrenta la humanidad a nivel mundial resultan de un
mismo fenómeno: un sistema que transforma todo –la tierra, el agua, el aire que
respiramos, la naturaleza, los seres humanos- en mercancía; que no conoce otro
criterio que no sea la expansión de los negocios y la acumulación de beneficios para
unos cuantos. El ecosocialismo es una reflexión crítica. Critica la ecología no
anticapitalista, la ecología capitalista o reformista, que considera posible reformar el
capitalismo, llegar a un capitalismo “verde” más respetuoso al medio ambiente. El
ecosocialismo implica también una crítica profunda, una crítica radical de las
experiencias y de las concepciones tecnocráticas, burocráticas y no ecológicas de
construcción del socialismo.
“Nada ha corrompido tanto a la clase obrera alemana como la idea de que se movía en el sentido
de la corriente. Consideraba los desarrollos tecnológicos como el sentido de la corriente en el que
avanzaba. De ahí no había más que un paso hasta la ilusión de que el trabajo fabril que
supuestamente tendía al progreso tecnológico constituía un logro político” - Walter Benjamin.
Durante siglos cada sociedad ha desarrollado un complejo y particular entramado de
relaciones con la naturaleza. De entre los distintos vehículos que ha establecido la
humanidad en su relación con la naturaleza, la técnica, sin duda alguna, es una pieza
angular al ser ésta la encargada de delimitar y modelar, a través de instrumentos y
relaciones sociales, la dinámica con la cual cada cuerpo social se apropia y se relaciona con
la naturaleza, y a su vez consigo mismo.
Cada conjunto de relaciones que la humanidad establece con la naturaleza proyecta, a su
vez, cada fracción de las relaciones humanas establecidas en la sociedad. Dentro de este
complejo cosmos, existe igualmente un sistema de ideas, encargado de justificar la
dinámica social, las cuales constituyen una serie de estructuras mentales que modelan la
forma de concebirnos frente a la naturaleza y frente a nosotros mismos.
En este sentido es que la modernidad inauguraría un curso completamente radical para
construir y conceptualizar dicha relación. La sociedad industrial moderna trataría de
modelar el medio ambiente a imagen y semejanza suya, para lo cual el desarrollo de la
técnica se convertiría en esa promesa efectiva para la realización del paraíso industrial.
De esta forma, la libertad moderna en la sociedad capitalista fue concebida como
dominación de lo natural en contraposición a las contingencias del ambiente. Para poder
liberarse había que descubrir y dominar a la naturaleza -este ha sido precisamente el
paradigma de la técnica capitalista y lo que tiene como consecuencia la degeneración de la
ciencia que opera bajo los parámetros de la ganancia-.
La subsunción de la modernidad al orden del capital conjuraría las aspiraciones modernas
condenándolas a la lógica de la valorización de valor, a su racionalidad puramente
instrumental. La aspiración moderna de construir nuestra propia historia quedaría sellada
dentro de las promesas formales del Estado, la ciudadanía y la propiedad, las cuales
promoverían una supuesta sociedad democrática en donde todos seriamos iguales y en
donde todos tendríamos el derecho a ser poseedores. Sin embargo la realidad haría
evidente que son las minorías, dueñas del capital, las que decidirían por las mayorías,
evidenciando cómo es que la sociedad capitalista tiene, como punto de partida para su
estructuración al individuo, pero no cualquier individuo sino aquel que es propietario de los
medios de producción.
La sociedad capitalista ha instaurado una dinámica presidida por el deseo de dominar la
naturaleza mediante la técnica, convirtiéndola en una mercancía más que podría contribuir
a de la acumulación privada de capital. En esa medida, la lógica de las sociedades
capitalistas constituye una relación con la naturaleza que expresa la enajenación del ser
humano, extrañado de sí mismo y de la naturaleza, a la cual enfrenta como externalidad
que le repele. El metabolismo naturaleza-humanidad trascurre así en una dinámica de
destrucción y degeneración, de caos y vaciamiento. Por supuesto esta situación está
llegando a su límite.
Las distintas crisis que hoy enfrenta la humanidad a nivel mundial resultan de un mismo
fenómeno: un sistema que transforma todo – la tierra, el agua, el aire que respiramos, la
naturaleza, los seres humanos- en mercancía; que no conoce otro criterio que no sea la
expansión de los negocios y la acumulación de beneficios para unos cuantos. Sin embargo,
este conjunto de crisis son aspectos interrelacionados de una crisis más general, la crisis de
la moderna civilización industrial.
Hoy, sin embargo, el proceso de devastación de la naturaleza, de deterioro del medio
ambiente y de cambio climático se ha acelerado a tal punto que no estamos discutiendo
más sobre un futuro a largo plazo. Estamos discutiendo procesos que ya están en curso, la
catástrofe ya comenzó, esta es la realidad y estamos en una carrera contra el tiempo para
intentar frenar y contener este proceso desastroso.
¿Cuáles son las señales que muestran el carácter cada vez más destructivo del proceso de
acumulación capitalista a escala global? El más obvio, y peligroso, es el proceso de cambio
climático; un proceso que resulta de los gases de efecto invernadero emitidos por la
industria, el agro-negocio y el sistema de transporte existentes en las sociedades
capitalistas modernas. Este cambio tendrá como resultado no sólo el aumento de la
temperatura en todo el planeta, sino también la desertificación de tierras, problema que
en la actualidad tiene efectos devastadores sobre la población del tercer mundo, la
elevación del nivel del mar, la desaparición de ciudades enteras –Hong-Kong, Río de
Janeiro– debajo del océano y la desaparición de ecosistemas enteros. Todo ello nos acerca
fatalmente a lo que probablemente será la sexta mega extinción de la vida sobre el planeta
Tierra.
Todo esto no resulta del exceso de población, como dicen algunos, ni de la tecnología en sí
abstractamente, ni tampoco de la mala voluntad del género humano. Se trata de algo muy
concreto: de las consecuencias del proceso de acumulación del capital, en particular de su
forma actual, de globalización neoliberal que ha descansado sobre la hegemonía del
imperio norteamericano. Este es el elemento esencial, motor de este proceso y de esta
lógica destructiva que corresponde a la necesidad de expansión ilimitada –aquello que
Hegel llamaba “mal infinito”- de un proceso infinito de acumulación de negocios,
acumulación de capital que es inherente a la lógica del capital.
Luego, la cuestión que se coloca es la necesidad de una alternativa que sea radical. Las
alternativas de soluciones “moderadas” se revelan completamente incapaces de enfrentar
este proceso catastrófico. El llamado Protocolo de Kioto tiene alcances muy limitados, casi
infinitamente limitados del que sería necesario, y aún así, el gobierno norteamericano,
principal contaminador, campeón de la contaminación planetaria, se rehúsa a firmarlo.
El Protocolo de Kioto, en realidad, propone resolver el problema de las emisiones de gases
de efecto invernadero a través del llamado “mercado de los derechos de contaminación”:
Las empresas que emiten más CO2 van a comprar otras, que contaminan menos, derechos
de emisión. ¡Esto sería la solución del problema para el efecto invernadero! Obviamente,
las soluciones que aceptan las reglas del juego capitalista, que se adaptan a las reglas del
mercado, que aceptan la lógica de expansión infinita del capital, no son soluciones y son
incapaces de enfrentar la crisis ambiental –una crisis que se transforma, debido al cambio
climático, en una crisis de sobrevivencia de la especie humana-.
La conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de diciembre de 2009 fue
el ejemplo más clamoroso de la incapacidad -o de la falta de interés- de las potencias
capitalistas para enfrentar el dramático desafío del calentamiento global. La montaña de
Copenhague desenmascaró el engaño: se trató de una miserable “declaración política” sin
ningún compromiso concreto y cifrado únicamente en la reducción de las emisiones con
efecto invernadero; y el peligro de que este mismo fenómeno se repita en Cancún este
mismo año es inminente.
Necesitamos pensar, por lo tanto, en alternativas radicales que se coloquen en otro
horizonte histórico, más allá del capitalismo, más allá de las reglas de acumulación
capitalista y de la lógica de lucro de mercancías. Como una alternativa radical es aquella
que va a la raíz del problema, que es el capitalismo; esa alternativa es, para nosotros, el
ecosocialismo: una propuesta estratégica que resulta de la convergencia entre la reflexión
ecológica y la reflexión socialista.
Existe hoy a escala mundial una corriente ecosocialista, hay un movimiento ecosocialista
internacional que recientemente, por ocasión del Foro Social Mundial de Belem (enero de
2009) publicó una declaración sobre el cambio climático, la cual formó parte del extenso y
rico universo de protesta en Copenhague y lo seguirá haciendo en ocasión de la COP 16 en
México.
El ecosocialismo es una reflexión crítica. En primer lugar, crítica la ecología no
anticapitalista, la ecología capitalista o reformista, que considera posible reformar el
capitalismo, llegar a un capitalismo “verde” más respetuoso al medio ambiente. De este
modo, el ecosocialismo implica una crítica profunda, una crítica radical de las experiencias
y de las concepciones tecnocráticas, burocráticas y no ecológicas de construcción del
socialismo. Eso nos exige también una reflexión crítica sobre la herencia marxista en el
campo de la cuestión del medio ambiente.
Muchos ecologistas critican a Marx por considerarlo un productivista. Tal crítica nos parece
completamente equivocada: al hacer la crítica del fetichismo de la mercancía, es
justamente Marx quien coloca la crítica más radical a la lógica productivista del
capitalismo, la idea de que la producción de más y más mercancías es el objeto
fundamental de la economía y de la sociedad.
El objetivo del socialismo, explica Marx, no es producir una cantidad infinita de bienes,
pero sí reducir la jornada de trabajo, dar al trabajador tiempo libre para participar de la
vida política, estudiar, jugar, amar. Por lo tanto, Marx proporciona las armas para una
crítica radical del productivismo y, notablemente, del productivismo capitalista. En el
primer volumen del El Capital, Marx explica cómo el capitalismo agota no sólo las fuerzas
del trabajador, sino también las propias fuerzas de la tierra, agotando las riquezas
naturales. Así, esa perspectiva, esa sensibilidad, está presente en los escritos de Marx, sin
embargo no ha sido suficientemente desarrollada.
Desde esta perspectiva el reto ecológico que enfrentan las clases subalternas es
precisamente lograr subvertir eso que Marx criticó: la lógica individualista y enajenante del
capital, la fetichización de la mercancía, con el objetivo de erradicar la cosificación del
sujeto y de la naturaleza, logrando sentar las bases para la construcción de una nueva
lógica para esta relación. Por ello, es necesario construir una crítica radical a la técnica
capitalista, lo cual implica comprender que son también los instrumentos técnicos
portadores de la dinámica de devastación ecológica, y ello exige reinventar no sólo las
relaciones sociales en torno a los instrumentos sino a los instrumentos mismos.
Esta visión asume conscientemente que las fuerzas productivas existentes no son neutras:
ellas son capitalistas en su dinámica y su funcionamiento, y por lo tanto son destructoras de
la salud de las personas, así como del medio ambiente. La propia estructura del proceso
productivo, de la tecnología y de la reflexión científica al servicio de la tecnología
mercantil y de ese aparato productivo, se encuentran enteramente impregnadas por la
lógica del capitalismo y conduce inevitablemente a la destrucción de los equilibrios
ecológicos del planeta que son completamente incompatibles con los ciclos infernales del
capital.
Lo que se necesita, por consiguiente, es una visión mucho más radical y profunda de lo que
debe ser una revolución socialista. Se trata de transformar no sólo las relaciones de
producción y las relaciones de propiedad, sino la propia estructura de las fuerzas
productivas, la estructura del aparato productivo. Esto es, en nuestra concepción, una de
las ideas fundamentales del ecosocialismo.
Hay que aplicar al aparato productivo la misma lógica que Marx pensaba para el aparato de
Estado a partir de la experiencia de la Comuna de Paris, cuando el dijo lo siguiente: los
trabajadores no pueden apropiarse del aparato del Estado burgués y usarlo al servicio del
proletariado, no es posible, porque el aparato del Estado burgués nunca va a estar al
servicio de los trabajadores. Entonces, se trata de destruir ese aparato de Estado y crear
otro tipo de poder.
Esa lógica tiene que ser aplicada también al aparato productivo: el cual tiene que ser, sino
destruido, al menos radicalmente transformado. Este no puede ser simplemente apropiado
por las clases subalternas, y puesto a trabajar a su servicio, pues necesita ser
estructuralmente transformado. A manera de ejemplo, el sistema productivo capitalista
funciona sobre la base de fuentes de energía fósiles, responsables del calentamiento global
el carbón y el petróleo – de modo que un proceso de transición al socialismo solo sería
posible cuando hubiera la sustitución de esas formas de energía por energías renovables,
que son el agua, el viento y, sobre todo, la energía solar.
Por eso, el ecosocialismo implica una revolución del proceso de producción, de las fuentes
energéticas. Es imposible separar la idea de socialismo, de una nueva sociedad, de la idea
de nuevas fuentes de energía, en particular del sol – algunos ecosocialistas hablan del
comunismo solar, pues entre el calor, la energía del Sol y el socialismo y el comunismo
habría una especie de afinidad electiva.
Es por ello que en la actualidad los movimientos sociales tienen la necesidad de repensar la
relación humanidad-naturaleza, teniendo presente que un cambio radical para esta relación
debe contemplar una transformación no sólo en la forma de concebir el proceso productivo,
pues una nueva forma de relacionarnos implica, necesariamente, una nueva técnica cuya
lógica debe construirse desde la comunidad y para los intereses de esta, los cuales deben
contemplar conscientemente la preservación de la vida en el planeta.
Pero un cambio radical a favor de la preservación de la vida en el planeta debe ser un
cambio social, democrático y comunitario. Y para esto es primordial hacer estallar la cárcel
de la valorización de valor, localizada precisamente en la propiedad privada de los medios
de producción y la mercantilización del mundo social y natural, lo cual se expresa en la
gestión privada y autoritaria de la sociedad y la naturaleza.
La dinámica capitalista de devastación ecológica tiene no sólo el vehículo de la técnica,
sino también el de la propiedad privada que articula un sistema fundamentado en la gestión
privada y enajenada de los recursos. Esto exige un cambio radical en la propiedad y gestión
de los recursos que debe avanzar, como lo ejemplifican las luchas en América Latina, hacia
la perspectiva de gestión comunitaria y territorial de los recursos.
Pero no basta tampoco transformar el aparato productivo y los modelos de propiedad, es
necesario transformar también el patrón de consumo, todo el modo de vida en torno al
consumo, que es el patrón de capitalismo basado en la producción masiva de objetos
artificiales, inútiles, y peligrosos. La lista de productos, mercancías y actividades
empresariales que son inútiles y nocivas a los individuos es inmensa. Tomemos un ejemplo
evidente: la publicidad. La publicidad es un desperdicio monumental de energía humana,
trabajo, papel, árboles destruidos para gasto de papel, electricidad etc., y todo eso para
convencer al consumidor de que el jabón “X” es mejor que el jabón “Y” –es un ejemplo
evidente del desperdicio capitalista-.
Por eso se trata de crear un nuevo modo de consumo y un nuevo modo de vida, basado en
la satisfacción de las verdaderas necesidades sociales que es algo completamente diferente
de las presuntas y falsas necesidades producidas artificialmente por la publicidad
capitalista. De ello se desprende pensar la revolución ecosocialista como una revolución de
la vida cotidiana, como una revolución por la abolición de la cultura del dinero impuesta
por el capitalismo.
Una reorganización del conjunto de modo de producción y de consumo es necesaria, basada
en criterios exteriores al mercado capitalista: las necesidades reales de la población y la
defensa del equilibrio ecológico. Esto significa una economía de transición al socialismo, en
la cual la propia población – y no las “leyes de mercado” o un Buró Político autoritariodecidan, en un proceso de planificación democrática, las prioridades y las inversiones.
Esta transición conduciría no sólo a un nuevo modo de producción y a una sociedad más
igualitaria, más solidaría y más democrática, sino también a un modo de vida alternativo,
una nueva civilización ecosocialista más allá del reino del dinero, de los hábitos de consumo
artificialmente inducidos por la publicidad, y de la producción al infinito de mercancías
inútiles.
Podríamos quedarnos sólo en eso, pero seremos criticados como utópicos, los utópicos son
aquellos que presentan una bella perspectiva del futuro, y la imagen de otra sociedad, lo
que es obviamente necesario, pero no es suficiente. El ecosocialismo no es sólo la
perspectiva de una nueva civilización, una civilización de la solidaridad- en el sentido
profundo de la palabra, solidaridad entre los humanos, pero también con la naturaleza-, es
también una estrategia de lucha, desde ya, aquí y ahora. No vamos a esperar hasta el día
en que el mundo se transforme, no, nosotros vamos a comenzar desde ya, ahora, a luchar
por esos objetivos.
Así, el ecosocialismo es también una estrategia de convergencia de las luchas sociales y
ambientales, de las luchas de clases y de las luchas ecológicas, contra el enemigo común
que son las políticas neoliberales, la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Fondo
Monetario Internacional (FMI), el imperialismo americano y el capitalismo global. Este es el
enemigo común de los dos movimientos, el movimiento ambiental y el movimiento social.
No se trata de una abstracción.
Contrario a lo que muchos quisieran, la crisis ecológica actual es un problema de lucha de
clases, pues la dinámica que ha producido esta catástrofe es el resultado de una estructura
social en donde las minorías deciden cómo es que se gestiona la industria y en general la
producción social en función de interés privados, por eso nuestras estrategias de lucha
deben tener presente este aspecto.
La crisis de civilización, dentro de la cual el problema ecológico es central, debe
solucionarse a favor de las mayorías y de la vida en el planeta, pero esto no podrá ocurrir
sin la organización y la acción política de las clases subalternas. Una respuesta popular a los
conflictos globales de la humanidad sólo podrá articularse mediante una sólida acción
política por parte de las mayorías, que pretenda no sólo resistir sino avanzar en la
construcción de otra sociedad y de otra forma de relacionarnos con la naturaleza.
Hasta ahora las experiencias de lucha son invaluables. Frente a la ofensiva depredadora del
capital hemos asistido al nacimiento de distintas muestras de resistencia fundamentadas en
la organización popular. No debemos perder de vista que la lucha ecológica ha logrado
consolidarse gracias a su amplitud y pluralidad, en donde se mezclan y entrecruzan
distintas concepciones y prácticas culturales de los distintos pueblos del mundo.
La experiencia de la lucha indígena en América Latina es uno de los ejemplos más
avanzados. En Bolivia, por ejemplo, desde hace años miles de indígenas lograron irrumpir
en la escena política en defensa de las condiciones sociales, la preservación del territorio y
la conservación de los recursos. Esta lucha ha logrado evolucionar hasta cuestionar los
fundamentos sobre los cuales el Estado está organizado en su país, exigiendo su refundación
partiendo del reconocimiento a los diversos grupos indígenas y procurando la conservación
de la naturaleza.
En América Latina la lucha ecológica de los campesinos e indígenas, en donde también han
participado de manera protagónica estudiantes, mujeres y obreros, se ha convertido
rápidamente en una lucha política, de esta manera las luchas por el bienestar comunitario y
la lucha por la preservación de los recursos y el respeto a la naturaleza son simultáneas e
indisolubles.
La crisis ecológica actual, agudizada por el estallido económico de 2008, ha precipitado las
condiciones de lucha política, revelando la conexión estructural entre el conjunto de
problemas sociales a nivel mundial y la lógica de la sociedad capitalista. Las respuestas que
demos, en esa medida, deben poseer la fuerza y determinación necesarias para
cuestionarlo todo, para enfrentar a los gobiernos del capital y sobrepasarlos con poder
popular.
La respuesta de las y los explotados y oprimidos del mundo a la crisis ecológica ha
evolucionado considerablemente. Muestra de ello, es la reciente Cumbre de los Pueblos
sobre el Cambio Climático y la Defensa de la Madre Tierra realizada en Cochabamba
(Bolivia), con la participación de 30.000 delegados indígenas, campesinos, sindicales,
ecologistas, de América Latina y de todo el planeta, que denunció claramente al
capitalismo como responsable del calentamiento global; así como la última sesión plenaria
de la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales en México, en donde las conclusiones
relacionan directamente la lucha en contra de la devastación ecológica con la necesidad de
luchar por un cambio social. Las luchas sociales en contra de la crisis ecológica del
capitalismo, a nivel mundial, confirman que una lucha coherentemente ecológica es
consecuentemente una lucha anticapitalista, una lucha por una revolución social.
Como estas, hay muchas otras luchas, sea en Francia, India o México y en otros países del
mundo entero, en donde cada vez más se da esa convergencia. Pero ella no ocurre
espontáneamente, tiene que ser organizada conscientemente por los militantes, por las
organizaciones. Es necesario construir una estrategia de lucha que haga converger a las
luchas sociales con las luchas ecológicas. Esta nos parece ser la respuesta al desafío, la
perspectiva radical de una transformación revolucionaria de la sociedad más allá del
capitalismo.
Sabiendo que el capitalismo no va a desaparecer como víctima de sus contradicciones,
como dicen algunos supuestos marxistas, ya un gran pensador marxista de comienzos del
siglo XX, Walter Benjamin, decía que, si tenemos una lección que aprender es que el
capitalismo no va a morir de muerte natural, será necesario acabar con él… Necesitamos de
una perspectiva de lucha contra el capitalismo, de un paradigma de civilización alternativo,
y de una estrategia de convergencia de las luchas sociales y ambientales, desde ahora
plantando las semillas de esa nueva sociedad, de ese futuro, plantando semillas del
ecosocialismo.
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