El futuro de las Universidades Católicas

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Artículo 5
Universidade em Debate
ISSN 2318-700X
Licenciado sob uma Licença Creative Commons
doi: 10.7213/univ.debate.01.001.AO05
El futuro de las Universidades Católicas
Marceliano Arranz Rodrigo
Licenciado en Teología por la Universidad Lateranense de Roma. Doctor en Filosofía por la Universidad
de Friburgo en Suiza. Catedrático de Filosofía y Rector Emérito en la Universidad Pontificia de Salamanca.
Miembro de los Consejos de Administración de las Federaciones de Universidades Católicas de Europa
(FUCE) y del mundo (FIUC).
Contacto: [email protected]
Resumen
La Iglesia Católica está legitimada para ocuparse de tareas educativas, porque la neutralidad axiológica en la educación, además de imposible, es un atentado contra la libertad de los padres. Los principales desa�íos a que las universidades católicas deben enfrentarse en nuestros días son tres: encontrar un justo equilibrio entre su identidad
confesional y su apertura a quienes no comparten sus creencias, conseguir una �inanciación pública adecuada para
evitar el elitismo y equilibrar en su oferta académica los conocimientos y los valores. Como en la Atenas de San
Pablo, también hoy continúan erigiéndose altares al Dios desconocido. Un Dios ausente al que, en el fondo, todos
añoran. El trabajo es una exposición de manera resumida de lo que el autor considera debería ser una universidad
católica y los desa�íos a los que en eses días se enfrenta para conseguirlo.
Palabras-clave: Universidad. Católica. Excelencia. Valores. Financiación.
El futuro de las Universidades Católicas
Desde hace muchos siglos, la Iglesia Católica ha
mostrado siempre una extraordinaria sensibilidad hacia las instituciones de educación superior,
de las que, en realidad, es la fundadora. Es un hecho indiscutible que las primeras universidades
europeas nacieron en monasterios y catedrales; y
que las arterias por las que circuló la cultura de
la Europa Medieval fueron sus grandes rutas de
peregrinación. Es más, si se prescinde del cristianismo, es imposible comprender la arquitectura,
las artes plásticas y la música, no sólo del viejo
continente, sino de amplias zonas de la geogra�ía
mundial. En los mojones de los caminos, los cruceros, y en las cumbres de todas grandes montañas,
la imagen de la cruz es omnipresente. Imagínense
lo que hoy sería Salamanca sin sus catedrales, iglesias y universidades.
Tampoco deberíamos olvidar que, mucho antes de la Declaración de Bolonia, las universidades
eclesiásticas medievales ya habían institucionalizado la movilidad de los profesores y de las enseñanzas. Y que los títulos que en ellas se obtenían,
eran reconocidos, no sólo en Europa, sino en todo
el mundo.
Finalmente, también conviene resaltar que en
la actualidad, y sólo en Europa, casi doscientos mil
alumnos reciben enseñanzas en universidades de
la Iglesia Católica.
También en nuestros días, la Iglesia Católica
continúa dando muestras de esta tradicional preocupación. Prueba de ello es que, en el año 2002,
la Santa Sede suscribió el llamado Protocolo de
Bolonia, uniéndose al grupo de estados europeos,
unos cuarenta, que ya lo habían �irmado. En una
reunión mantenida el 26 de febrero de 2009 en
Roma, entre los dirigentes de la Congregación
para la Educación Católica y el Comité Ejecutivo de
la FUCE (Federación de Universidades Católicas
Europeas) se nos explicaron los motivos de esta
adhesión. Al parecer, lo que la Santa Sede pretende con esta iniciativa son dos cosas. En primer
lugar, obtener un reconocimiento o�icial seguro
para los títulos que, como estado independiente,
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tiene derecho a emitir, de modo que su validez no
dependa de concordatos de carácter coyuntural.
Y en segundo lugar, buscar nuevas salidas profesionales para las enseñanzas de carácter religioso.
Para lograr estos �ines, la Santa Sede ha modi�icado la tradicional estructura de sus planes de estudios eclesiásticos, adaptándolos a los esquemas
de las nuevas titulaciones o�iciales europeas, y ha
creado una agencia propia de evaluación, Agencia
para la Valoración y la Promoción de la Calidad de
las Universidades y Facultades Eclesiásticas de la
Santa Sede (AVREPO).
Ahora bien, una cosa son los principios y otra
muy distinta su realización. En este trabajo me propongo pasar revista a los principales retos a que se
enfrentan las Universidades Católicas de nuestros
días, cuando tratan de poner en práctica los principios con los que todas ellas están de acuerdo.
Legitimidad de las Universidades Católicas
Se oye con frecuencia, al menos en ciertos ambientes, que sólo deberían existir universidades
públicas y que su papel debería consistir en ofrecer de manera neutra conocimientos objetivos, relegando la transmisión de los valores, sobre todo
los de índole moral y religiosa, al ámbito de la esfera privada. ¡Como si la renuncia a transmitir valores no fuese ya un valor!
La neutralidad axiológica, además de ser en sí
misma ya un valor, se aviene bastante mal con el
espíritu democrático en que se quiere fundamentar. Una educación sin valores lesiona gravemente
los legítimos derechos los progenitores que desean educar a sus hijos en el marco de determinados valores. Además, es un atentado contra la
riqueza y la variedad del mundo.
La posibilidad de elegir el marco de valores
morales en que desean educar a sus hijos es un
derecho inalienable de los progenitores. En eso
consiste la libertad. La libertad es capacidad de
elección. Y no existe verdadera elección mientras
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Se oye con frecuencia,
al menos en ciertos
ambientes, que sólo
deberían existir universidades públicas y que su
papel debería consistir en
ofrecer de manera neutra
conocimientos objetivos,
relegando la transmisión
de los valores, sobre
todo los de índole moral
y religiosa, al ámbito de
la esfera privada. ¡Como
si la renuncia a transmitir
valores no fuese ya
un valor!
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Rodrigo, M. A.
los progenitores no puedan elegir, en igualdad de
condiciones, el modelo de educación que desean
para sus hijos.
Durante su último viaje a Inglaterra, Benedicto
XVI subrayó con vigor, y en repetidas ocasiones,
que las confesiones religiosas pueden y deben
intervenir en la vida pública, no para defender o
imponer soluciones políticas concretas, sino para
puri�icar e iluminar los criterios de discernimiento de los poderes públicos. Es cierto que, como el
anterior Santo Padre reconoció, expresiones deformadas de la religión han dado y están dando
lugar a muy serios problemas sociales. Pero no
es menos cierto que, dejada a sí misma, la razón
humana ha terminado por justi�icar desviaciones
morales tan graves como la trata de esclavos o la
implantación de ideologías totalitarias.
Parece conveniente, por lo tanto, la mutua corrección y el diálogo entre fe y razón. Y uno de los
lugares privilegiados para que este diálogo tenga
lugar son las universidades católicas.
Las universidades católicas están obligadas a
garantizar a sus alumnos
una buena capacitación
profesional, pero sin olvidar en ningún momento
el cultivo y promoción de
los valores morales
y religiosos.
Actuales retos de las universidades católicas
Estos retos consisten, a mi entender, en encontrar una postura equilibrada entre posiciones que,
a primera vista, se antojan irreconciliables.
Identidad confesional y apertura a los no creyentes
Las universidades católicas deberían abrir sus
puertas a toda clase de alumnos, incluso a los que
no comparten sus ideales, con tal de que estén dispuestos a respetarlos. Oponerse a ello sería como
renunciar al mandato evangélico de “id y predicad
a todos los hombres”. Además, no sería una estrategia pastoral muy e�icaz dedicar nuestra predicación a quienes ya están convencidos de lo que
decimos. No parece pastoralmente rentable, y ni
siquiera cristiano, que las universidades católicas
reserven sus plazas sólo para alumnos que ya participan de sus creencias.
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Ahora bien, llevar a cabo esta tarea sin poner
en peligro la propia identidad es algo extremadamente di�ícil, ya que, si es conveniente evitar el
adoctrinamiento, también parece prudente alejarse de neutralidades tan respetuosas como estériles. En teoría todas las universidades católicas
estarían de acuerdo con estos principios. La di�icultad surge cuando se trata de ponerlos en práctica, sin que la Universidad pierda su identidad
católica o se convierta en un centro reservado a
creyentes practicantes.
Conocimientos y valores
Las universidades católicas están obligadas a
garantizar a sus alumnos una buena capacitación
profesional, pero sin olvidar en ningún momento
el cultivo y promoción de los valores morales y
religiosos. Todas las universidades, también las
católicas, tienen como misión especí�ica hacer
progresar los conocimientos y transmitirlos de
manera adecuada. Limitarse a esta tarea, sin embargo, resultaría muy frustrante para una universidad católica.
La mayor parte de las universidades católicas
están perfectamente capacitadas para asumir las
buenas prácticas académicas que se exigen a las
instituciones educativas de formación superior.
Pero, inmersas en una sociedad en la que ya no se
comparten ideales y creencias, se enfrentan al grave problema de garantizar la docencia en valores,
actitudes morales y creencias religiosas, evitando
el adoctrinamiento o la imposición.
Las universidades católicas deberían educar
de un modo algo diverso del habitual, convencidas de que el corazón humano adquiere el tamaño
de los ideales que lo mueven y de que su mente
es creativa en la medida en que está abierta al
misterio y a la trascendencia. Reducir las aspiraciones humanas a lo constatable puede que nos
libre de algunos errores, pero a cambio nos hace
incapaces de soñar. Porque la razón humana no se
agota en sus aspectos especulativos, tecnológicos
El futuro de las Universidades Católicas
o mercantiles, la verdadera educación no puede
consistir sólo en trasmitir conocimientos o habilidades, sino también, y quizás ante todo, en inculcar en las personas valores y actitudes vitales solidarias. En una palabra, lo que las universidades
católicas pretenden es formar buenas personas,
además de excelentes profesionales.
Ahora bien, desde hace ya bastantes años, se
viene exigiendo, al menos en Europa, y de manera muy especial en España, que el quehacer de las
universidades se incorpore a la vida económica de
la sociedad. Lo que la universidad ante todo debería hacer, se nos dice, es formar profesionales
capaces de incorporarse, cuanto antes y con garantías, al tejido productivo del país, con el �in de
revitalizar con sus investigaciones la productividad de las empresas.
El paso de los años, está demostrando, sin embargo, que una concepción tan pragmática de la
universidad es unilateral y que, a la larga, genera
disfunciones sociales peligrosas, si no se complementa con otras enseñanzas de tipo moral. Una
sociedad sometida a la necesidad del éxito inmediato, y que sólo vive en el corto plazo de la productividad (cada vez más, cada vez más deprisa y
cada vez con menos costos), conduce inevitablemente a la frustración y a generar ciudadanos carentes de proyectos vitales ilusionantes.
Excelencia académica y financiación
La excelencia académica es una de las notas
distintivas de las universidades católicas. A nadie
se le escapa, sin embargo, que la excelencia académica, tiene un elevado coste económico. ¿Dónde
obtener la �inanciación adecuada para garantizar
esta excelencia académica? En los países donde
las universidades católicas disfrutan de ayudas
públicas, o de generosos mecenas, no se plantea
este problema. Pero ¿qué hacer en los lugares en
que estas ayudas brillan por su ausencia?
He podido constatar que casi todas las universidades católicas del mundo se ven afectadas
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por este problema, ya que prácticamente todas
ellas carecen de ayudas públicas o benefactores
su�icientemente generosos. Y esto hace que, a la
postre, acaben utilizando las mismas estrategias
de �inanciación que las universidades privadas
con ánimo de lucro, es decir, cargar el coste de la
excelencia académica en el precio de las matrículas. Esta estrategia acaba por convertirlas en universidades reservadas a élites económicas, ya que
sólo son asequibles para las clases altas. Es cierto
que muchas de ellas intentan salir al paso de la
acusación de clasismo, ofreciendo becas para los
alumnos que no dispongan de medios económicos
su�icientes. Pero, si he de ser sincero, en ningún
sitio he visto funcionar este sistema de becas de
manera que evite e�icazmente el carácter elitista
de muchas universidades católicas.
Llegados a este punto, quizás haya llegado el
momento de enfrentarnos a nuestras di�icultades
con coraje y humildad, en lugar de perder el tiempo lamentándonos. Debemos aprender a gestionar
con sabiduría nuestras limitaciones. No para quedarnos pasivos ante ellas, sino como punto de partida para buscar y descubrir nuevas posibilidades.
Encontrar el justo equilibrio entre tradición y novedad
Enfrentarse a lo novedoso provoca siempre
una cierta división entre los espíritus. Por una
parte, están quienes consideran que todo lo nuevo, por el simple hecho de serlo, es mejor que lo
anterior y debe ser aceptado sin críticas. En el
extremo opuesto, están quienes desearían que
todo siguiese igual, rechazando por principio el
arduo trabajo que exige el adaptarse a nuevas situaciones. En medio de estas dos posturas está la
de quienes con valentía y mesura aceptan enfrentarse a los cambios que de forma inevitable trae
consigo el paso del tiempo. Non stat, remeatque
dies (Albius Tibullus, iv. 28.). El tiempo no se detiene, sino que huye para no volver, nos advierte
melancólico el poeta latino. Empeñarse en permanecer en lugares que se han tornado inhóspitos
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Enfrentarse a lo novedoso provoca siempre una
cierta división entre los
espíritus. Por una parte,
están quienes consideran
que todo lo nuevo, por
el simple hecho de serlo,
es mejor que lo anterior
y debe ser aceptado sin
críticas. En el extremo
opuesto, están quienes
desearían que todo
siguiese igual, rechazando por principio el
arduo trabajo que exige
el adaptarse a nuevas
situaciones.
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Rodrigo, M. A.
y oponerse a cualquier intento de buscar nuevos
horizontes, conduce de ordinario al inmovilismo
y a la necrosis.
Quizás haya llegado el momento de hacer sosegada y constructiva autocrítica del pasado y establecer los mojones por los que ha de discurrir
nuestro camino durante los próximos años.
Algunas sugerencias prácticas
Originalidad y creatividad
También deberíamos preguntarnos con honradez
si la escasez de frutos se
debe siempre a la falta
de condiciones apropiadas en el terreno en que
depositamos la semilla
o a las carencias de los
encargados de sembrarla.
Me imagino que a nadie
se le ocurrirá culpar de
nuestra ineficacia a la
mala calidad de la semilla.
Las universidades católicas sólo sobrevivirán si
son capaces de ofrecer a precios asequibles algo
distinto de lo que ofrecen las universidades públicas. En las actuales circunstancias culturales y demográ�icas, la continuidad de muchas universidades católicas, va a depender en gran medida de su
capacidad de responder de manera imaginativa a
los nuevos tiempos. Recibiendo muy escasas ayudas o�iciales en comparación con las universidades
públicas, nuestro futuro pasa por ser alternativa a
otras ofertas educativas elitistas o bien �inanciadas. Sólo si somos capaces de ofrecer algo propio
a precios razonables, seguiremos siendo una alternativa y continuaremos recibiendo alumnos.
Ser consecuentes con lo que se enseña
Debemos estar convencidos de que los ideales
solo se proclaman de manera convincente con el
ejemplo. Nunca deberíamos olvidar que predicar
lo que no se práctica acaba siendo perjudicial. Para
que una enseñanza sea e�icaz, no tiene que haber
diferencias entre lo que se piensa, lo que enseña y
lo que se es. Es misión de la universidad católica,
y quizás la más importante, ejemplarizar ante sus
alumnos los valores que proclama. Al �in y al cabo,
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la exégesis más creíble de los evangelios es la conducta de quienes con�iesan creer en ellos.
Evitar la queja constante
Se escuchan con frecuencia quejas sobre la decadencia que se ha instaurado en nuestros días,
sobre la ausencia de interés en el alumnado, sobre la falta de entusiasmo en algunos profesores,
sobre la inutilidad de las reformas educativas y
así un largo etcétera. Esta constante condena del
mundo en que vivimos no conduce a nada. Entre
otras cosas, y quizás principalmente, porque no
disponemos de un mundo distinto.
¿Nos hemos preguntado con sinceridad por
los efectos de estas reiteradas quejas? Mostrarse
constantemente insatisfechos no resulta muy
atrayente a la larga, y contribuye a difundir precisamente lo que se pretende combatir.
También deberíamos preguntarnos con honradez si la escasez de frutos se debe siempre a la
falta de condiciones apropiadas en el terreno en
que depositamos la semilla o a las carencias de los
encargados de sembrarla. Me imagino que a nadie
se le ocurrirá culpar de nuestra ine�icacia a la mala
calidad de la semilla.
Dejar de añorar las situaciones del pasado
Añorar situaciones que en tiempos pasados pudieron resultar útiles tampoco conduce a nada. No
se trata de ir deprisa, a cualquier sitio, y sin tomar
precauciones. Pero, como comenta San Agustín en
uno de sus sermones, quedarse en el mismo sitio,
es en realidad un retroceso: “Que te disguste lo
que es, si quieres llegar a lo que todavía no es…si
dices basta, estás perdido…quien vuelve al lugar
de donde salió, retrocede”1.
Semper tibi displiceat quod est, si vis pervenire ad id quod nondum est…Si autem dixeris: sufficit, et peristi…
Retro redit qui ad ea revolvitur unde iam abscesserat. Sermo 169 (BAC XXIII).
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El futuro de las Universidades Católicas
Adaptarse a nuestras limitadas posibilidades
Es consolador saber que los primeros predicadores del evangelio no fueron héroes ni superdotados, sino discípulos temerosos y llenos de
limitaciones. Por lo tanto, quizás haya llegado el
momento en que proclamar la humildad no sea
su�iciente, sino que sea necesario practicarla. En
todo caso, parece claro que la principal misión de
las universidades católicas, como la de cualquier
cristiano, no consiste tanto en eliminar la cizaña,
tarea que el Señor se ha reservado para sí, como la
de producir buen trigo.
No me parece prudente aliarse con quienes,
nostálgicos, pasan los días añorando situaciones
anteriores y quejándose de que, últimamente, las
cosas cambian demasiado deprisa. Es más, me he
preguntado con frecuencia si la ley del cambio es
un don o un castigo. ¿Acaso es mejor un mundo ya
concluido que uno cuya construcción y constante
mejora se nos encomienda?
En la Universidad Católica de Angers cuelga en
lugar destacado un tapiz de Maurice de la Platiêre
en el que se representa una brillante estrella, una
hoguera que arde en la cumbre de una montaña
y una lámpara que brilla en una humilde choza.
Y cruzando todo el tapiz, puede leerse la siguiente sentencia: “Si quieres brillar alguna vez como
estrella en el cielo, comienza por ser hoguera en
la montaña; y si quieres llegar a ser hoguera en la
montaña, comienza por ser la lámpara que ilumina una choza.”.
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ser que algún día consigamos duplicar o triplicar
la rentabilidad de nuestras fábricas y campos o la
duración de la vida humana. Pero si mientras tanto
no somos capaces de dar un sentido y una meta a
la existencia, solo conseguiremos vivir aburridos,
deprimidos o de mal humor, durante más tiempo
que ahora.
De manera lapidaria formuló San Agustín
(I, 1) esta situación anímica, válida para los hombres de todos los tiempos: “Nos hiciste Señor para
Ti. Y nuestro corazón estará inquieto hasta que
descanse en Ti.”. Me gustaría utilizar una metáfora marinera para traducir a lenguaje de nuestros
días esta conocida frase agustiniana. El corazón
humano es como una caracola marina. Y del mismo modo que cuando aplicamos el oído resuena en
ella incesante el ronco sonido de los mares en que
nació, también en el corazón de los hombres, a poco
que lo escuchemos en silencio, puede percibirse
constante el hondo murmullo de su origen divino.
Referencias
Albius Tibullus. (2013). Elegiae. Liber primus. Recuperado de http://www.thelatinlibrary.com/tibullus1.html
La Santa Biblia. (1990). San Pablo: Paulinas.
San Agustín. (1942). Confesiones. Madrid: Apostolado
de la Prensa.
Para concluir
Como en la Atenas de San Pablo, también hoy
continúan erigiéndose altares al Dios desconocido. Un Dios ausente al que, en el fondo, todos
añoramos. Cada vez estoy más convencido de que
cuando los valores espirituales dejan de inspirar a
una sociedad, el progreso material se convierte en
una especie de fachada que enmascara el vacío de
la existencia y hace imposible la felicidad. Puede
Univ. Debate 2013 jul./dez., 1(1), 88-93
Cada vez estoy más convencido de que cuando
los valores espirituales
dejan de inspirar a una
sociedad, el progreso
material se convierte en
una especie de fachada
que enmascara el vacío
de la existencia y hace
imposible la felicidad.
Puede ser que algún día
consigamos duplicar o
triplicar la rentabilidad
de nuestras fábricas y
campos o la duración de
la vida humana. Pero si
mientras tanto no somos
capaces de dar un sentido
y una meta a la existencia,
solo conseguiremos vivir
aburridos, deprimidos o
de mal humor, durante
más tiempo que ahora.
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