El Contexto Importa – La Revolución Epigenética* por Steve Talbott A continuación hay tres fragmentos de una serie de largos artículos titulados “On Making the Genome Whole” (Haciendo Entero el Genoma), disponible en http:/ /natureinstitute.org/txt/st/mqual. Los fragmentos tienen por intención proveer una introducción a las nuevas investigaciones biológicas moleculares que están provocando una cabal impresión de la vieja comprensión del organismo centrado en los genes. Se han quitado aquí del texto las referencias, y éstas podrán encontrarse en los artículos originales, tal como se señala en la nota al final. I Anhelando un Código Cuando surgió hace unos años que los seres humanos y los chimpancés compartían, por algunas mediciones, 98 ó 99 por ciento de su ADN le siguió a esto mucho retorcer de manos y golpearse el pecho verbal. ¿Cómo podíamos mantener nuestra cabeza erguida con una dignidad post-simia, erudita cuando, como informó el New Scientist, “los chimpancés son humanos”? Si el ADN de dos especies es más o menos igual, y si, como parecían creer casi todos, el ADN es el destino, ¿qué quedaba para hacernos especiales? Tal fue la inquietud, del lado humano, de todos modos. Para ser sincero, los chimpancés no parecían estar muy interesados. Y su desinterés, resulta, fue mucho más adecuado que nuestra angustia. En 1992 el genetista, ganador del premio Nobel, Walter Gilbert escribió que usted y yo levantaremos un CD que contiene nuestra secuencia de ADN y diremos “Aquí hay un ser humano; ¡soy yo!”. Su ensayo se titulaba, “A Vision of the Grail” (Una visión del Grial). Hoy en día sólo puede uno extrañarse de cómo nos volvimos tan revestidos con la importancia cuasi sagrada de un código genético abstracto y uni-dimensional –un código tan escasamente conectado con la realidad madura de nuestro ser que la totalidad de su valor podría ser capturado en un desnudo y apenas coherente hilo de cuatro letras que se repiten interminablemente, algo más o menos así: ATGCGATCTGTGAGCCGAGTCTTTAAGTTC Es verdad que el código como se lo entendió en el apogeo de la era genómica, tenía alguna base en la realidad material. Cada una de las cuatro letras diferentes representaba uno de los cuatro nucleótidos base que constituyen la secuencia del ADN. Y cada grupo de tres letras sucesivas (a las que se refiere como un codón representaba potencialmente un aminoácido, un componente de la proteína. La idea era que las bases de una secuencia de ADN codificadoras de proteína, o gen, llevaba a la síntesis de la secuencia correspondiente de aminoácidos de una proteína. Y las proteínas cumplen un papel decisivo en prácticamente todos los procesos vivos. Al especificar la producción de las * Fragmento tomado de: In Context #23 – primavera 2010 (pp.15-19) – http://natureinstitute.org Tít.orig.: „Context Matters – the Epigenetics Revolution’ (Trad.: Monica M. Bravo) 1 proteínas, se presumía que los genes eran los portadores del plano, o plan maestro, o libro de instrucciones moleculares de nuestras vidas. Por cierto, la idea parecía poderosa para quienes estaban enamorados de ella. En su entusiasmo nos dieron incontables mecanismos celulares y un revolucionario descubrimiento genético tras otro –un gen para el cáncer, un gen para la fibrosis cística (extraída arriba), un gen para la obesidad, un gen para la depresión, un gen para el alcoholismo, un gen para la preferencia sexual … Ladrillo tras ladrillo, la genética nos iba a mostrar cómo se podía construir un ser humano a partir de la materia indiferente, insensata. Y, sin embargo, lo más llamativo de la revolución genómica es que la revolución nunca ocurrió. Sí, ha sido una época de los más asombrosos logros técnicos, signada por una abrumadora inundación de datos nuevos. Se detallan semanalmente los supuestos nuevos mecanismos moleculares. Pero uno podría fácilmente pensar que el significado de todo ello –como podemos entender la integridad y el funcionamiento unificado de la célula viva- se oscureció más que iluminó por el torrente de datos. Es cierto que estamos adquiriendo, aún cuando sea más bien mediante prueba y error, determinados poderes de manipulación. ¿Pero qué hay acerca de nuestra visión empañada del Grial? “Muchos de nosotros de la comunidad de genética”, escriben Linda y Edgard McCabe, autores de DNA: Promise and Peril (ADN: Promesa y Peligro), “creímos sinceramente que el análisis del ADN nos proveería con una bola de cristal molecular que nos permitiría saber con bastante exactitud los futuros clínicos de nuestros pacientes individuales.” Lamentablemente, tal como ellos y muchos otros reconocen ahora, la realidad no resultó ser tan directa. Como señales menores de la conciencia de cambio entre los biólogos, uno podría citar artículos de este año que pasó aparecidos en los dos principales periódicos científicos del mundo, cada uno reflexionando sobre el descubrimiento del “gen para la fibrosis cística”. LA PROMESA DE UNA CURA: 20 AÑOS Y CONTANDO –así leía el titular de Science, seguido por este comentario levemente sarcástico: “El descubrimiento del gen para la fibrosis cística trajo grandes esperanzas para la medicina fundamentada genéticamente; aunque se ha logrado mucho a lo largo de las últimas dos décadas, el desenlace queda a la vuelta de la esquina.” Llegó rápidamente un eco de Nature, sin el sarcasmo: ONE GENE, TWENTY YEARS (Un gen, veinte años) –“Cuando se encontró el gen de la fibrosis cística en 1989, la terapia parecía estar a la vuelta de la esquina. Con dos décadas encima, los biólogos aún tienen un largo camino por recorrer.” La historia se ha repetido para un gen tras otro, lo que podría ser parte de la razón de por qué el biólogo molecular Tom Misteli ofreció una postdata tan asombrosa para el optimismo sin límites del Proyecto del Genoma Humano. “El análisis comparativo del genoma y el trazado a gran escala de las características del genoma”, escribió en el periódico Cell, “vierten poca luz sobre el Santo Grial de la biología del genoma, es decir, la pregunta acerca de cómo trabajan realmente los genomas” en los organismos vivos. ¿Pero resulta esto sorprendente? El cuerpo humano no es una mera insinuación del código lógico limpio en el espacio conceptual abstracto, sino más bien un actuar de 2 sustancias y fuerzas de complejas formas e intrincadas interacciones. Mas las cuatro letras genéticas, en la mente del investigador, se volvieron curiosamente independientes de su matriz material, con sus complejidades de acción muscular y forma resistente. Dado el modo en que se ejercieron muchas discusiones, apenas hubiera importado si las letras del “Libro de la Vida” representaban bases de nucleótidos o combinaciones moleculares totalmente diferentes. Lo único que contaba eran ciertas correspondencias lógicas entre el código y la proteína junto con un poco de lógica reguladora –todo apuntalado, por cierto, por el peso masivo de una suposición sin sostén: de alguna manera, al ejecutar prolijamente nuestra formulación desmaterializada de su supuestamente computarizada lógica del ADN, el organismo cumpliría su destino como una criatura viva. Los detalles se podrían trabajar más adelante. El que el ser físico vivificado del gen y del cromosoma debería tener más para contender, y más para contribuir, que la obediencia a un código unidimensional que traza una inmaculada conexión causal que liga el ADN y la proteína –esta certeza no parecía agobiar excesivamente a los genetistas. Las instrucciones erradas en todo esto necesitan urgentemente ser elaboradas –una tarea que espero adelantar aquí. En cuanto a las diferencias entre los humanos y los chimpancés, la única extrañeza es que tantos fueron ejercitados por ello. Si hubiéramos querido compararnos con los chimpancés, podríamos haber hecho lo obvio y directo y científicamente respetable: podríamos habernos observado a nosotros mismos y a los chimpancés, advirtiendo las similitudes y las diferencias. No una noción tan extraña, en verdad –a menos que uno esté tan traspasado por un código extraído de un ser humano y de un chimpancé que uno llega a preferirlo antes que a los organismos mismos- los organismos, que son la única fuente posible para cualquier legitimidad y significado físico que posea la abstracción. No sé de ningún erudito que, retornado a la realidad desde el ámbito del pensamiento fijado en el código, hubiera estado tan confundido acerca de la comparación genética como para invitar a su casa a un chimpancé para cenar y hablar sobre la política mundial. Si hubiéramos estado buscando basar nuestra teoría levitada de observación científica, hubiéramos sabido que la respuesta correcta para la similitud del código en los humanos y los chimpancé era: “Bueno, esto en cuanto al papel central y determinante que hemos estado asignando a nuestros genes.” Agradecidamente, allí es donde pareciera estar llegando la biología hoy en día. Estamos progresando hacia una era post-genética –a la que se refiere a menudo como la era epigenética. II Tomando en cuenta el Medio Ambiente La “epigenética” se refiere normalmente a los cambios heredables de la actividad de los genes asociados con otros factores que la secuencia ADN real de los genes. Pero a fin de comprender los importantes desarrollos que se encuentran hoy en camino en la biología, resulta más útil tomar la epigenética en su sentido más amplio como “colocando al gen en su contexto vivo.” 3 En el genoma mamífero los cromosomas normalmente vienen en pares, uno heredado de la madre y el otro del padre. Cualquier gen dado ocurre dos veces, con una versión (“alelo”) ubicada en el primer cromosoma de un par y la otra en el segundo. Cuando dos alelos son idénticos, se dice que el organismo es homocigota para ese gen; cuando los alelos son diferentes, el organismo es heterocigota. Por ejemplo, hay ratones que, en su estado natural (“wildtype” (tipo silvestre)), son de color oscuro –un color que es parcialmente dependiente de un gen conocido como Kit. Los ratones son generalmente homocigotos para este gen. Cuando, sin embargo, uno de los alelos Kit es reemplazado por un determinado gen mutante, el ahora ratón heterocigoto muestra pies blancos y la punta de la cola blanca. Ese resultado era perfectamente natural (si se llaman “naturales” a dichas manipulaciones artificiales del gen). Pero también es donde se vuelve interesante el relato. Los científicos de la Universidad de Nice-Sophia Antipolis de Francia tomaron algunos de los ratones mutantes, con manchas blancas, y los criaron juntos. En el transcurso normal de las cosas, algunos de los descendientes fueron nuevamente animales homocigotas del tipo silvestre –ninguno de sus alelos Kit fue mutante. Sin embargo, para la sorpresa de los investigadores, esta descendencia de tipo silvestre, “normales”, mantuvieron hasta cierto punto las mismas manchas blancas características de los mutantes. Era una aparente violación a la ley de la herencia de Mendel: mientras que los genes mismos se ordenaron correctamente entre las generaciones, sus efectos no seguían las “reglas”. Se exhibía un rasgo a pesar de la ausencia del gen correspondiente. Aparentemente figuraba algo más que los genes en sí –algo epigenético- en la herencia de los descendientes de los ratones, que producía la coloración característica …. III Paradojas El darse cuenta de toda la significación de la verdad tan a menudo comentada hoy en la literatura técnica –es decir, que el contexto importa- es en verdad embarcar en una aventura revolucionaria. Significa cambiar uno de los hábitos más profundamente arraigados dentro de la ciencia –el hábito de explicar el todo como el resultado de sus partes. Si un contexto orgánico realmente gobierna sus partes del modo como lo están empezando a reconocer los biólogos moleculares, entonces tenemos que aprender a hablar acerca de esa particular forma de gobierno, dando vuelta al revés nuestras acostumbradas explicaciones causales. Tenemos que aprender a explicar a la parte como una expresión de una unidad contextual más grande. Históricamente, un retroceder intelectual de esta necesidad fue lo que llevó a un concepto excesivamente estrecho del código genético: El código debía darnos seguridad de que algo parecido a una máquina de computación yacía por debajo de la vida del organismo. La estabilidad, la precisión, y las relaciones lógicas inequívocas del código parecían garantizar su desempeño estrictamente mecanicista de la célula. Pero es esta estabilidad, esta noción de una marcha precisamente caracterizable de la causa al efecto –del gen al rasgo- lo que últimamente se ha estado disolviendo cada vez más en el intercambio dinámico y fluido de los procesos vivos. Los organismos, parece, deberán entenderse y explicarse, por lo menos en parte, desde arriba hacia abajo, desde el contexto al subcontexto, desde las leyes generales o carácter de su ser a los detalles nunca totalmente independientes. Al final, podemos aprehender significativamente a las 4 actividades del nivel inferior sólo en la medida que reconozcamos que son desempeños de todo el organismo. Una cantidad de aparentes paradojas ayudó a dar un suave codazo al biólogo molecular hacia una comprensión más contextualizada del gen. Para empezar, el Proyecto del Genoma Humano revisó el recuento de los genes humanos hacia abajo desde 100.000 hasta algún lugar entre 20-25.000. Lo que hizo que la cifra fuera alarmante fue el hecho de que se encontró que criaturas mucho más sencillas –por ejemplo una pequeña ascáride transparente- tenía aproximadamente la misma cantidad de genes. Más recientemente los investigadores han aparecido con un áfido de guisante con 34.600 genes y una pulga de agua con 39.000 genes. Si los genes explican nuestra complejidad y nos hacen lo que somos –bueno, entonces ni siquiera los defensores de “los chimpancé son humanos” estaban preparados para ponerse en la misma escala de una pulga de agua. La diferencia en los recuentos de los genes exigió algún tipo de cambio en nuestra comprensión. Una segunda rareza se centró en el hecho de que al “descifrar” el Libro de la Vida, encontramos que nuestro esquema de codificación hacía que gran parte de su volumen pareciera un disparate. Es decir, un 95 ó 98 por ciento del ADN humano no era en absoluto portador del código genético. Resultaba inútil para fabricar proteínas. La mayor parte de este ADN que no codifica se desechó inicialmente como “basura” –resto evolutivo insignificante acumulado a lo largo de las épocas. En el mejor de los casos se lo vio como una especie de bolsa de repuestos, llevada por las células de una generación a otra para su posible empleo en las futuras innovaciones genómicas. Pero eso es una terrible cantidad de basura para que tenga que cargar una célula, duplicar en cada división celular, y de lo contrario manejar sobre una base constante. Otra paradoja –quizás la más decisiva- fue reconocida y peleada (y más a menudo ignorada) yendo atrás a comienzos del siglo XX. Con pocas excepciones, cada tipo diferente de célula del cuerpo humano contiene los mismos cromosomas y la misma secuencia de ADN que el cigota unicelular original. Sin embargo, de alguna manera, este cigota logra diferenciarse en toda clase de tejido –hígado, piel, músculo, cerebro, sangre, hueso, retina … Si los genes determinan la forma y sustancia del organismo, ¿cómo es que resultan arquitecturas celulares tan radicalmente diferentes a partir de los mismos genes? ¿Qué dirige a los genes en su actividad que varía tanto temporal como espacialmente como para producir la forma intrincadamente esculpida y complejamente diferenciada del ser humano? ¿Y cómo puede ser gobernada esta agencia directiva por los mismos genes que dirige? El biólogo experimental F.R. Lillie, comentando en 1927 acerca del contraste entre los “genes que permanecen igual a lo largo de la vida” y un proceso de desarrollo que “nunca se queda quieto desde el germen hasta la ancianidad”, afirmó que “Quienes desean hacer de la genética el fundamento de la fisiología del desarrollo tendrán que explicar cómo puede un complejo inalterable dirigir el curso de una corriente ordenada de desarrollo.” Piensen por un momento sobre esta ordenada corriente de desarrollo. Cuando se divide una célula del cuerpo, se puede pensar de las células hijas como “heredando” los rasgos de la célula madre. El enigma acerca de esta herencia a nivel celular es que, especialmente durante el período principal del desarrollo de un organismo, ella lleva a 5 una dramática y muy dirigida diferenciación de los tejidos. Por ejemplo, las células embrionarias en un camino que lleva al tejido muscular del corazón se vuelven cada vez más especializadas. Los cambios a cada paso del camino son “recordados” (es decir, heredados) –pero lo que es recordado está enredado dentro de un proceso de cambio continuo. No se puede decir que “toda célula se reproduce según su propia semejanza”. A través de las sucesivas generaciones, las células destinadas a transformarse en un tipo particular pierden su capacidad de transformarse en cualquier otro tipo de tejido. Y de este modo el camino de la diferenciación lleva desde la totipotencialidad (el cigota unicelular es capaz de desarrollarse en todas las células del cuerpo), a la pluripontencialidad (las células embrionarias de origen se pueden transformar en muchos, pero no todos, los tipos de tejido durante el desarrollo fetal), a la multipotencialidad (las células madre de la sangre pueden producir glóbulos rojos, glóbulos blancos, y plaquetas), hasta la última célula plenamente diferenciada de un tejido particular. En los tejidos donde la división celular continúa más, la herencia de allí en más podrá adquirir una constancia mucho mayor, con lo parecido dando origen a lo parecido (por lo menos aproximadamente). Las células del corazón y del cerebro maduro han heredado, entonces, destinos totalmente diferentes, pero la diferencia de esos destinos no estaba escrita en sus secuencias de ADN, que permanecen idénticas en ambos órganos. Si estuviéramos atascados en la disposición mental de que el “chimpancé iguala al humano” tendríamos que decir que el cerebro es igual que el corazón. _______________________________ Entonces ¿qué está pasando? Las paradojas mencionadas arriba resultan estar íntimamente relacionadas. Un fuerte indicio que señala hacia su resolución yacía en el hecho de que, a medida que los organismos suben en la escala evolutiva, tienden a tener más “ADN basura”. El ADN que no codifica explica un 10% del genoma en muchos organismos unicelulares, 75% en ascárides, y 98% en los humanos. La irónica sospecha rápidamente se volvió demasiado evidente como para ignorarla: quizás sea precisamente nuestra “basura” lo que nos diferencia de las pulgas de agua. A lo mejor lo que más cuenta no sea tanto los genes mismos sino el modo en que se encuentran regulados por el contexto más grande. El ADN que no codifica podría proveer las complejas funciones de regulación que dirigen a los genes hacia el servicio de las necesidades del organismo. Esa sospecha se ha vuelto ahora una doctrina estándar –una doctrina, sin embargo, aún demasiado simplista si uno se queda ahí. Pues las secuencias del ADN que no codifican tanto como las que codifican siguen inalterados a lo largo de toda la trayectoria de diferenciación del organismo, desde la célula única hasta la madurez. Se mantiene, por lo tanto, el punto de Lillie: resulta apenas posible que un complejo inalterado explique una corriente de desarrollo ordenada. Las cosas no pueden por sí solas explicar los procesos. Necesitamos una comprensión más viva. No es solamente que el ADN que no codifica sea inadecuado por sí solo para regular los genes. Lo que estamos encontrando es que al nivel molecular el organismo es tan dinámico, tan densamente entretejido y 6 multidireccional en sus causas y efectos, que no puede ser explicado como un proceso vivo a través de cualquier investigación estrictamente local. Cuando empieza a parecer que “todo hace todo a todo”, como lo expresaron un par de investigadores en el periódico Cellular Signalling, la búsqueda por el “control regulatorio” lleva necesariamente al funcionamiento unificado e irreducible de la célula y el organismo como un todo. Comentarios de Conclusión Los verdaderos descubrimientos epigenéticos de la última década más o menos, muchos de los cuales están reseñados en artículos de largo completo a partir de los cuales se tomaron los fragmentos anteriores, son demasiado complejos para tratar de resumir en un espacio breve. De hecho, la complejidad y sutileza, tal como lo indican los términos utilizados ubicuamente tales como “regulación”, “coordinación”, “control”, “integración”, “plasticidad”, y muchos otros, constituye casi todo el sentido de los descubrimientos nuevos. Excepto que la regulación ya no se puede concebir más como procediendo de algún maestro que controla las moléculas tal como el ADN; más bien, es una función del organismo como un todo, trabajando siempre en una dirección desde el contexto al subcontexto, desde el todo a la parte. El colapso del modelo centrado en los genes para la comprensión del organismo –la pérdida del gen como Causa Primera y Autor Inalterado- es un cambio realmente revolucionario en los fundamentos de la biología. La creciente (si bien aún no totalmente bienvenida) sensación entre los investigadores de que se encuentren en preparación cambios fundamentales resulta en un ocasional comentario como éste del biólogo molecular Toby Gibson en Trends in Biochemical Sciences: No hay ningún dictador en la regulación de las células, ningún primero entre iguales, ningún regulador maestro, ningún sistema arriba-abajo de gobierno. Ha llegado el momento de reconocer que la célula es anarco-sindicalista… No sé acerca del “anarco-sindicalista”. Lo que sí sé es que la célula logra vivir en armonía con sí misma y con el contexto organísmico más amplio. El descubrir cómo pensar acerca de esta armonía de todo el organismo sin apelar a algún tipo de anteproyecto maestro o libro de instrucciones será el desafío que los biólogos enfrentarán a medida que las implicancias plenas de la revolución epigenética entren en foco con más claridad. REFERENCIAS Para las referencias de las secciones I y III arriba, por favor ver Parte 4 de “On Making the Genome Whole”, disponible en http://natureinstitute.org/txt/st/mqual . Para las referencias de la sección II, ver Parte I de la misma serie. 7