Sociedad de masas y crisis económica

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Tema 8. Sociedad de masas y crisis económica
Lectura 17. La economÃ−a mundial en la década de 1920
1. El impacto de la Gran Guerra
A. El coste de la guerra y de la paz: el declive de Europa.
La catástrofe bélica cambió profundamente la realidad europea. En 1919 los niveles de producción,
alimentación, materias primas, capital, etc., son inferiores a los de 1913, la reconstrucción no concluye
hasta 1924, y los Ã−ndices de renta de preguerra sólo se recuperan en 1925. A esta demora contribuyen las
consecuencias económicas directas de la guerra, la inestabilidad social y el efecto de algunas decisiones
polÃ−ticas adoptadas en la posguerra.
Entre los trastornos directos de la guerra figura en primer lugar el coste demográfico, estimado en 50-60
millones de hombres y que afecta a la parte más productiva de la fuerza de trabajo. Bajas militares (8,5
millones), pérdidas civiles (cinco millones) y déficit de no nacidos (10-12 millones) equivalen al
crecimiento natural de 1914-1919, es decir, la población europea de 1920 era la misma que en la preguerra.
Las pérdidas estimadas para Rusia (26 millones de déficit demográfico entre guerra, revolución,
guerra civil y no nacidos) y las estimaciones de la epidemia de gripe de 1918-1919 y otros conflictos de
posguerra completan el balance.
Segundo, la merma de reservas de capital por la destrucción fÃ−sica, el desgaste del material y la
maquinaria, la insuficiente renovación de los equipos y el freno a la inversión.
Tercero, el espectacular endeudamiento de tos paÃ−ses beligerantes. El problema procede no tanto de las
ingentes necesidades de la guerra (225.000 millones $) como del método empleado en su financiación: el
déficit presupuestario. Los gastos se cubrieron parcialmente con impuestos (45.000 millones $) y en su
mayor parte por créditos bancarios. La deuda pública experimenta un vertiginoso aumento y se multiplica
por cinco en el conjunto de beligerantes (excluida Rusia), por doce en Gran Bretaña, por veintiocho en
Alemania. Aún más, como los préstamos resultaron insuficientes para costear los gastos de guerra se
disparó la impresión de billetes y la circulación monetaria con respecto a las reservas en metálico. Desde
entonces, la rápida inflación de los precios y la depreciación de la moneda completaron la degradación
financiera de los beligerantes.
Y en cuarto lugar, la contracción del producto. La guerra frena la evolución de la renta y del producto
europeos en un valor equivalente a ocho años de crecimiento. En 1920 algunos paÃ−ses (Gran Bretaña e
Italia) igualan los niveles de actividad económica de la preguerra; otros (Suecia, Noruega y Suiza) incluso
los superan; pero la tendencia mayoritaria impone un descenso del 30 % en Alemania, Francia, Bélgica y
Austria, cuando no mayor.
El declive europeo se relaciona también con decisiones polÃ−ticas que dificultaron a largo plazo la
reconstrucción. AsÃ−, por ejemplo, el seÃ−smo de fronteras ocasionado por la Paz de ParÃ−s desintegró el
espacio económico único de la preguerra y creó más problemas que los que resolvió. El nuevo orden
territorial que surge de la fragmentación de los grandes Imperios (alemán, austro-húngaro y turco)
desmantela los grandes espacios económicos, desorganiza el sistema de comunicaciones y rompe las
unidades monetarias existentes. La multiplicación de Estados nacionales “balcaniza” la Europa
centro-oriental al crear unidades administrativas, comerciales, monetarias, etc., carentes de sentido
económico. A la ruptura del espacio abierto de preguerra contribuye también el aislamiento soviético,
con el cierre de fronteras y la adopción de un modelo basado en principios opuestos a los del resto del
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mundo.
La cuestión de las reparaciones y deudas de guerra enrareció también la reconstrucción por la
incapacidad de los gobiernos para dar una respuesta satisfactoria e inmediata al problema. Los acuerdos de
paz no tratan especÃ−ficamente la cuestión, salvo en el caso de HungrÃ−a y Bulgaria. Además, las
potencias aliadas no aciertan a ajustar directamente las deudas y las reparaciones. Como Francia y Gran
Bretaña eran los mayores deudores de EEUU y también los destinatarios principales de las reparaciones
alemanas, deudas y reparaciones podrÃ−an haber sido compensadas a través de un ajuste de Alemania con
EEUU. Desestimada esta opción, será en la posguerra cuando se negocien las deudas aliadas entre las
partes interesadas y se fije la elevada cuantÃ−a de las reparaciones alemanas (33.000 millones $ según la
Comisión de Reparaciones en 1921).
La reconstrucción europea fue más laboriosa, dado el fracaso en la organización de un programa de
ayuda internacional para la recuperación de los paÃ−ses devastados por la guerra. La causa de la precaria
cooperación internacional debe buscarse en la polÃ−tica aislacionista de EEUU, único paÃ−s capacitado
para suministrar los fondos necesarios para la reconstrucción. El auxilio exterior se limitó a una modesta
lucha contra el hambre y a un fugaz esfuerzo para paliar las carencias de materias primas, capital y bienes de
consumo. La retirada norteamericana abandona a su suerte a Europa y retarda el proceso de recuperación.
La reconstrucción se agrava, finalmente, por las polÃ−ticas gubernamentales adoptadas para abordar la crisis
económica de la inmediata posguerra. Los agentes económicos y algunos gobiernos se apresuraron a
adaptar la economÃ−a a los tiempos de paz y retornar asÃ− a la prosperidad de la preguerra. Sin embargo, el
ajuste va a resultar más difÃ−cil de lo esperado.
La economÃ−a internacional conoce en 1919 un auge extraordinario con la liberación de la demanda de
bienes de equipo y de consumo reprimida durante la guerra. El crecimiento se acompaña de una fuerte alza
de precios (demanda superior a una producción no recuperada todavÃ−a de la guerra) y beneficia a los
paÃ−ses que afrontan el repentino auge de la demanda en las mejores condiciones: entre otros, EEUU, Gran
Bretaña y Japón. Pero el auge resultó tan intenso como fugaz. La grave recesión de 1920-21 provoca
una drástica caÃ−da de los precios, la producción y las exportaciones asÃ− como un súbito aumento del
desempleo. Aunque la depresión puede calificarse de manifestación tÃ−pica de una crisis de reconversión
(el auge anterior cesa cuando los niveles de producción se restablecen y la demanda se estabiliza), algunos
autores han destacado el papel gubernamental en la génesis de la contracción.
La polÃ−tica económica de los gobiernos osciló entre dos respuestas diferentes: a) los paÃ−ses que
consideraban prioritario el regreso a la normalidad de la preguerra y primaron el camino de la deflación: el
mundo anglosajón, Japón y los paÃ−ses neutrales apostaron por la realización de un esfuerzo enérgico
para amortizar la deuda, equilibrar el presupuesto y evitar la inflación monetaria: b) las naciones que por
razones diversas (nueva correlación de fuerzas en el poder, magnitud de la destrucción fÃ−sica y/o la
derrota moral) no vieron tan factible el restablecimiento de la normalidad y optaron por mantener el déficit
presupuestario para financiar las tareas de reconstrucción: Francia, Alemania, Austria, HungrÃ−a o
Checoslovaquia prefirieron hinchar los déficit para costear los crecientes gastos derivados de la
reconstrucción del aparato productivo y de las zonas afectadas, gastos sociales en pensiones, subsidios, etc.,
antes que someter a la depauperada población al esfuerzo deflacionario; en el caso de Alemania las
reparaciones añadieron una nueva partida de gasto.
La solución deflacionaria supuso la puesta en práctica de polÃ−ticas fiscales y monetarias restrictivas que
terminaron con la inflación pero dificultaron aún más la reconstrucción o el pago de reparaciones de los
paÃ−ses centroeuropeos apegados al déficit presupuestario. Para éstos, se encareció la obtención de
créditos con la polÃ−tica monetaria restrictiva de aquellos, al tiempo que se obstaculizaron sus
exportaciones por la brusca reducción de importaciones implÃ−cita en la deflación anglosajona. AsÃ− se
agravaron los problemas de Centroeuropa. Estos paÃ−ses, en especial Alemania, siguieron polÃ−ticas
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inflacionistas que acabaron hundiendo su sistema monetario.
b. Los beneficios de la guerra: el ascenso de EEUU.
La postración europea contrasta con el auge de otras economÃ−as que incrementan notablemente su
producción durante la guerra. à sta les ha dado tres posibilidades de crecimiento: sustituir las anteriores
importaciones de los beligerantes con producciones propias, absorber la demanda procedente de los paÃ−ses
en guerra, y abastecer los mercados internacionales o coloniales desatendidos por Europa. EEUU fue el gran
beneficiario, pero no el único; en menor medida, Japón y otros paÃ−ses como Canadá, Australia, Nueva
Zelanda, Sudáfrica, Argentina o Brasil, protagonizan una clara expansión del sector industrial, al tiempo
que los paÃ−ses de ultramar, en conjunto, aumentan su producción primaria.
Fortalecido por una intervención breve, pero decisiva, en la guerra, y libre de las convulsiones sociales del
viejo continente, EEUU se transforma en la mayor economÃ−a del mundo, principal potencia comercial y
mayor acreedor. La fuerte demanda de los paÃ−ses en guerra y de las áreas antes abastecidas por Europa
estimuló el aparato productivo de EEUU de tal modo que el producto nacional bruto se duplica entre 1914 y
1920, lo mismo que la renta nacional entre 1916 y 1920. La producción de petróleo representa dos tercios
de la producción mundial, la de electricidad iguala la europea, y la de acero supera la mitad de la
producción mundial.
EEUU aprovecha la demanda del tiempo de guerra y las dificultades de los demás paÃ−ses para convertirse,
además, en la mayor potencia comercial. Primer exportador del mundo, sus mercancÃ−as inundan los
mercados (el valor de las exportaciones alcanza en 1920 un nivel récord con más de 8.000 millones $).
Asimismo, EEUU ocupa el segundo lugar, tras Gran Bretaña, por el valor de las importaciones (más de
5.000 millones $ en 1920) y absorbe casi el 40% de las importaciones de materias primas y alimentos
básicos que realizan los quince paÃ−ses con más comercio. Entre 1913 y 1920 la participación de EEUU
en el comercio mundial aumenta del 22,4 al 32,1%, en tanto que la presencia europea, incluida la URSS, se
reduce del 58,4 al 49,2%.
La guerra, por último, invirtió la condición financiera de EEUU: de deudor de 3.700 millones $ en 1914 a
acreedor de una cifra similar en 1919. El flujo de capitales generado por el gran superávit en la balanza
comercial, la emisión de préstamos a los aliados, la liquidación de tÃ−tulos norteamericanos en poder de
los extranjeros y la asunción del papel desempeñado por los prestamistas europeos en la financiación de
América latina, explican ese cambio.
EEUU es la tierra de promisión en los años veinte. Su crecimiento es tan prodigioso que el PNB aumenta
un 50% (de 62.500 a 93.600 millones $), la producción industrial un 80% y la renta media per cápita casi
un 30 %. La hegemonÃ−a de EEUU y el deseo unánime de los gobiernos de restaurar lo antes posible el
sistema económico liberal de preguerra determinan que la prosperidad se asocie a un modelo (de deficiente
funcionamiento, corno se comprobará) que responde a los siguientes principios: a) un extraordinario
crecimiento de la oferta (producción en masa) a partir de las sustanciales ganancias obtenidas en la
productividad del trabajo; b) un nivel de demanda suficiente para asegurar la salida de la producción a
precios remuneradores; el dinamismo económico se relacionaba con una creciente capacidad de consumo de
la población; y c) los correspondientes sistemas internacionales de relaciones comerciales y financieras que
facilitarÃ−an la propagación de la prosperidad a escala mundial; de ahÃ− la necesidad de un orden
comercial regido por la libre circulación de hombres, mercancÃ−as y capitales y de un orden monetario
estable que regulara la circulación monetaria nacional y los pagos internacionales.
2. La expansión de la “segunda” revolución industrial.
A. La producción en masa y el auge del consumo.
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El espectacular avance de la producción refleja la expansión de la “segunda” revolución industrial, aunque
debe matizarse de inmediato que el crecimiento no siguió un ritmo uniforme en todos los paÃ−ses ni en
todas las actividades económicas. Los avances se concentran en EEUU y en los sectores nuevos de la
industria, estimulados por las innovaciones tecnológicas y organizativas: industria quÃ−mica, electricidad,
automóvil y energÃ−a petrolÃ−fera.
La industria del automóvil compendia el signo de los tiempos y alimenta el mito de las transformaciones de
la época. La producción mundial se cuadruplica (de 1,5 millones de unidades a 5,7 entre 1921 y 1929),
gracias al impulso de EEUU que acapara más del 80%; el parque automovilÃ−stico mundial pasa de 14 a 35
millones, de los que 26,5 corresponden a EEUU, mientras Francia y Gran Bretaña disponen cada una de 1,3
millones. El lugar de privilegio de EEUU le corresponde, entre los fabricantes, a Henry Ford: su producción
crece exponencialmente (200.000 unidades en 1913, un millón en 1919 y más de cinco en 1929). El
número de automóviles por mil habitantes revela diferencias acusadas: hacia 1929 habÃ−a 200 en EEUU,
23 en Francia y Gran Bretaña, ocho en Alemania, tres en Italia y 0.1 en la URSS.
La electricidad impulsa la electrometalurgia, que permite la elaboración de aceros especiales y de
aleaciones muy resistentes, asÃ− como la industria del cobre, principal metal conductor, y del aluminio, que
requiere mucha electricidad como fuente de energÃ−a y da inicio a la "era del aluminio": aparatos
domésticos, artÃ−culos de cocina, latas de conserva, etc.
En la industria quÃ−mica se utilizan a gran escala procesos descubiertos antes de la guerra, tanto en el
campo de los abonos (nitratos sintéticos, obtenidos a partir del hidrógeno, sobre todo en Alemania), como
en el de las fibras textiles artificiales (en especial el rayón, cuya producción se multiplicó por siete entre
1919 y 1929). La industria del automóvil da un empuje decisivo a las refinerÃ−as (gasolina, aceites), a la
industria del alquitrán y derivados del aceite (para construir carreteras), a la del caucho (para los
neumáticos; si bien aún predomina el caucho de plantación−, pues el sintético no se desarrolló hasta el
final de los años treinta, sobre todo en Alemania y EEUU). También adquieren importancia otras
industrias quÃ−micas, como la farmacéutica o la cinematográfica (son los años dora−dos de
Hollywood, con el nacimiento del cine sonoro en 1927).
La producción masiva en las nuevas industrias fue posible por el aumento de la productividad, pues el
volumen de mano de obra permaneció constante en los años veinte. De nuevo, la industria del automóvil
sirve de paradigma: el proceso de fabricación de cada unidad se habÃ−a acortado en 1914 a 93 minutos, pero
desde octubre de 1925 es lanzado un nuevo automóvil cada diez segundos. El logro de una mayor
productividad se vincula a la racionalización de la producción, expresión que engloba los siguientes
procesos:
- Mecanización, que sustituye el trabajo humano y la máquina de vapor por motores eléctricos y de
combustión. El cambio en las fuentes de energÃ−a se manifiesta en un repliegue del carbón ante el gran
avance de la electricidad y el petróleo. La producción de electricidad se multiplica por seis entre 1919 y
1929 y su participación en la producción mundial de energÃ−a pasa del 30% al 70% entre 1914 y 1929. Su
regular suministro, limpia utilización y fácil fraccionamiento explican la creciente electrificación. Por su
parte, la oferta de petróleo casi se triplica entre 1919 y 1929 (de 76.000 a 205.000 toneladas). El motor de
combustión se difunde en la agricultura y los transportes (sobre todo, industria del automóvil). Su cómodo
transporte facilita la implantación de nuevas industrias cerca de los centros urbanos.
- Estandarización de la producción. La oferta se reduce a un pequeño número de mercancÃ−as tipo.
Comisiones especializadas en EEUU y Alemania tratan de hacer más racional y rentable la producción. La
oferta de cada sector industrial se restringe a una tipologÃ−a concreta al unificarse los modelos de piezas y
máquinas. AsÃ−, en EEUU se reducen las formas de las botellas de 210 a 4, los ladrillos de 66 a 4, los
neumáticos de 287 a 32.
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- Organización más racional del trabajo en industrias y oficinas mediante la aplicación de los principios
esbozados por F. W Taylor antes de la guerra (taylorismo). La gestión cientÃ−fica del trabajo impone el
cronometraje en el proceso productivo, la eliminación de los tiempos muertos y la asignación del tiempo
preciso a cada operación. El taylorismo transforma al obrero en mera unidad de trabajo y permite la
fabricación masificada sin mano de obra especializada. En Europa entre 1919 y 1928 se crean seis institutos
encargados de elaborar una verdadera metodologÃ−a del taylorismo y de la dirección empresarial.
- Organización de la producción en cadena (fordismo). La aplicación del taylorismo tiene en H. Ford su
referencia obligada con un nuevo proceso productivo, el trabajo en cadena. La descomposición al máximo
de las tareas y la imposición de una cadencia a los trabajadores permiten elevar la productividad. El
método se utiliza igualmente en Francia, sobre todo en el automóvil (Renault, Citroen) y otras industrias
mecánicas.
- Concentración empresarial. La masiva inversión de capital que requieren los avances tecnológicos y la
renovación del aparato productivo, asÃ− como la conveniencia de controlar la competencia en los mercados
favorecen la concentración empresarial y la proliferación de trusts y cárteles. EEUU es la sede principal
de las grandes empresas. La mitad del capital invertido en empresas industriales y comerciales procedÃ−a en
1929 de las 200 mayores compañÃ−as industriales. Las grandes firmas se afianzan en la industria del
automóvil (Ford, General Motors, Chrysler), electricidad (General Electric, Westinghouse), siderurgia (U. S.
Stell), quÃ−mica o red bancaria. Firmas semejantes se extienden por otros paÃ−ses. En Francia, las grandes
empresas controlan el sector del automóvil (Renault, Citroen, Peugeot) o del caucho (Michelin). En
Alemania, I.G. Farben es el mayor complejo quÃ−mico del mundo, Siemens y AEG acaparan el 80% de la
producción eléctrica, cinco firmas producen el 75% del hierro y del acero, etc. Los gigantes industriales y
bancarios tratan, además, de superar la estrechez de los mercados y las dificultades de la competencia
mediante alianzas nacionales e internacionales con las que planifican el reparto de los Ã−ndices de
producción, las ventas y las zonas de exportación (cárteles europeos del acero o del aluminio, los
cárteles franco-alemanes de potasio y sustancias colorantes, etc.).
El consumo también se estandariza. La notable expansión de la publicidad (sus gastos suponen en 1929
el 2% de la renta nacional de EEUU) favorece la acogida del público: se lanzan grandes marcas de
pro−ductos de consumo, se generalizan las cadenas de almacenes con numerosas tiendas (en 1929 estas
cadenas vendÃ−an más del 25% de los productos alimenticios y con−fección en EEUU). La
popularización de la venta a plazos (el 60% de los automóviles, el 50% de los aparatos domésticos y el
75% de las radios se compraban asÃ− en EEUU en 1929), da un impul−so definitivo al consumo masivo de
productos estandarizados.
B. El frágil restablecimiento del patrón oro.
El funcionamiento del modelo económico exigÃ−a un adecuado marco institucional que aportara seguridad
en las transacciones económicas internacionales. La preocupación por restaurar el sistema económico
liberal de la preguerra, en especial los principios del patrón oro, se agravó con la inflación de 1921-23. El
caos monetario amenazaba con arruinar las certidumbres burguesas (valor del ahorro, moral del trabajo) a la
vez que entorpecÃ−a la recuperación mundial. La vuelta a la normalidad tiene como punto de referencia la
Conferencia Internacional de Génova en 1922. Los acuerdos alcanzados se orientan en una doble
dirección: estabilidad monetaria y restablecimiento de la convertibilidad de las monedas en oro.
La estabilidad monetaria y la vuelta a la ortodoxia presupuestaria, tienen como principal escenario la Europa
centro-oriental. Entre 1921 y 1924, se sanean las finanzas, y si es necesario se crean nuevas monedas, en los
paÃ−ses bálticos, Polonia, Checoslovaquia, HungrÃ−a y Alemania. La estabilización monetaria alemana
acompaña al arreglo de las reparaciones y a una corriente de capitales procedente de EEUU y Gran
Bretaña (Plan Dawes). Por otro lado, los participantes en la Conferencia de Génova acuerdan un sistema
monetario internacional que revisa el patrón oro clásico, el gold exchange standard. Ante la escasez de oro
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en muchos paÃ−ses, el sistema admite que las monedas puedan estar cubiertas por reservas tanto de oro como
de divisas convertibles en oro. AsÃ−, el sistema se descentraliza y el tradicional papel ejercido por Londres
podÃ−a asumirlo también Nueva York, dado el liderazgo de EEUU en la economÃ−a mundial.
La reordenación monetaria estimula la circulación de capitales. EEUU domina con 17.000 millones $
invertidos en el exterior en 1929 y una red bancaria de 238 sucursales repartidas por 38 paÃ−ses. Le sigue
Gran Bretaña, cuya inversión en 1927 es similar a la de preguerra; mientras Francia y Alemania pasan de
prestamistas a prestatarios. Los flujos de capital tienen dos destinos preferentes. Uno, Europa. Austria,
Bulgaria, Checoslovaquia, HungrÃ−a, Polonia, Grecia, Rumania y sobre todo Alemania (más de 4.000
millones $ entre 1924 y 1929) dedican el capital a restaurar las monedas, resolver deudas y reparaciones de
guerra, y estimular la recuperación agraria e industrial. El otro se dirige a los paÃ−ses de ultramar
(Argentina, Brasil, Sudáfrica, India y Canadá), donde fomenta la exportación de productos primarios,
infraestructuras y proyectos industriales.
La regulación monetaria previa, la convertibilidad de las monedas nacionales mediante el nuevo patrón
común y el curso efectivo de los préstamos internacionales, aportan dosis de estabilidad a las
transacciones. Se completa asÃ− el entramado del modelo económico de los años veinte. En la práctica,
sin embargo, tanto la esfera de la producción y del consumo como el sistema de intercambios internacionales
encierran múltiples elementos de inestabilidad.
C. Los lÃ−mites de la prosperidad.
La década de 1920 evocan una era de prosperidad en EEUU, pero en el resto del mundo industrializado y
en los paÃ−ses agrarios la situación no es tan brillante. El mito de una época dorada (los “felices años
20”) encierra una realidad contradictoria: ni el crecimiento fue homogéneo en el tiempo o el espacio ni la
expansión fue uniforme en el conjunto de la estructura económica. La depresión de la agricultura, la
inadecuada estructura industrial europea, las graves limitaciones de la demanda y los obstáculos a la libre
circulación de hombres, mercancÃ−as y capitales, son algunas deficiencias en el funcionamiento del sistema
económico.
A. Las deficiencias en la oferta y la demanda.
La depresión de la agricultura refleja la incapacidad del mercado internacional para absorber a precios
remuneradores una producción creciente. La producción agrÃ−cola aumenta por la puesta en cultivo de las
últimas tierras vÃ−rgenes, los esfuerzos de modernización y mecanización en los paÃ−ses nuevos y la
recuperación de la producción europea. Como la elasticidad de la demanda no es indefinida, el menor ritmo
de crecimiento demográfico y la rigidez de los productores para adaptarse a las condiciones cambiantes del
mercado hacen que los años de prosperidad sean una plaga para la agricultura. Los stocks se acumulan y la
caÃ−da de precios entre 1920 y 1929 es catastrófica: 50% el trigo en EEUU, 80% el maÃ−z, 37% el arroz,
40% el algodón. EconomÃ−as orientadas a la exportación de granos como Europa oriental. América
Latina e incluso Canadá, se desequilibran ante las oscilaciones del mercado.
La crisis de transformación de la estructura productiva europea refleja el desigual comportamiento de
los sectores industriales. El auge de EEUU se basa en las nuevas industrias de tendencia claramente expansiva
(quÃ−mica, electricidad, automóvil y petróleo); por el contrario, el tejido industrial europeo se caracteriza
por la lenta aparición de estas industrias y la concentración en productos tradicionales que habÃ−an
contribuido al crecimiento de preguerra, pero que ahora tienden al retroceso o al estancamiento (textil,
carbón, siderurgia, naval, etc.). El problema estructural europeo consiste en un exceso de capacidad
productiva de las industrias básicas y en la necesaria adaptación a los cambios en las pautas de la demanda.
La mayorÃ−a de los paÃ−ses europeos debe afrontar en los años veinte un doble problema, pues a la
incapacidad de competir con EEUU en los mercados de productos en expansión (maquinaria y equipos de
transporte) se suma la falta de competitividad de la industria tradicional en decadencia en mercados que
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están saturados por efecto de la sustitución de importaciones en los paÃ−ses nuevos. Aunque sea Gran
Bretaña la economÃ−a que sufre con mayor intensidad el fracaso de la modernización de la estructura
productiva, el conjunto de la Europa industrial participa del estancamiento y de la lentitud del ajuste.
La capacidad de consumo de la población conoce graves restricciones por la pérdida de renta de los
agricultores, el volumen de desempleo y el desigual reparto social de los beneficios industriales. El descenso
del precio de los productos alimenticios básicos y la disminución de la capacidad de compra hacen de los
agricultores el sector social más desfavorecido en los años veinte, tanto en los paÃ−ses de producción
orientada a la exportación como en los industrializados. La crisis de rentabilidad de las explotaciones tiene
su origen en la brecha creciente entre unos gastos en alza (el agricultor no puede dejar de adquirir
herramientas y productos manufacturados de precios en ascenso) y unos ingresos estancados o presionados a
la baja; incluso, el recurso a aumentar la producción para compensar la desfavorable relación de precios no
hizo sino deprimir aún más los ingresos. El nivel de vida de los agricultores se resiente. En EEUU, la
agricultura ocupa al 25% de la población, pero sólo aporta el 8,8% de la renta nacional; en Alemania, la
participación de los agricultores en la población (30%) tampoco se corresponde con la distribución de la
renta nacional (16%). La situación se agrava en áreas agrÃ−colas y grandes exportadoras de alimentos,
como Europa centro-oriental y América Latina, donde los efectivos agrarios representan más del 50% o
incluso el 75% de la población. En estas condiciones, la desaparición de la renta neta de las explotaciones
agrava el endeudamiento de los cultivadores.
Un nuevo freno de la demanda, principal exponente de las dificultades del sistema económico, procede del
desempleo. A diferencia del paro ocasional de la preguerra, los paÃ−ses occidentales soportan una elevada
tasa de desempleo estructural, bien por la crisis de los sectores industriales tradicionales, bien por los
procedimientos ahorradores de mano de obra de las nuevas industrias. El paro se extiende a ambos lados del
Atlántico y demuestra que la prosperidad fue desigual y menos vigorosa en Europa. En EEUU, la crisis de
1921 dispara la tasa de desempleo hasta el 11,2% (4,7 millones de parados) para reducirse en el resto de la
década a un promedio del 4 %. En Europa, los efectos del reajuste de posguerra son similares, pero se
agravan cuando el desempleo no se reduce y se mantiene por encima del 10-12%. En Gran Bretaña, el
Ã−ndice de paro supera el 16,6% en 1921 y no será inferior en los años veinte al millón de desempleados
(12% de la población activa). En Alemania, la estructura económica es incapaz en los años de
prosperidad de absorber el mercado de trabajo y la tasa de desocupación promedia más del 10%, para
alcanzar el nivel más alto en 1926 (18%, es decir, dos millones de desempleados).
La desigual distribución social del crecimiento es otro factor de inestabilidad. El aumento de la
producción no repercute en una mejora proporcional del nivel de vida. Las ganancias de productividad se
reparten de manera muy desigual: en EEUU los beneficios crecen un 62%, los dividendos un 65%, mientras
los salarios sólo un 17%. La insuficiente progresión de los salarios y la distribución asimétrica de la
renta amenazan a corto plazo un modelo económico basado en la adecuación de la demanda a los logros de
la productividad. El análisis comparado de la producción y los salarios entre 1925 y 1929 refleja que en los
paÃ−ses industriales, exceptuada Alemania, la tasa de crecimiento anual de la producción duplica con creces
la de los salarios en EEUU (3,6 y 1,4%, respectivamente), Francia (4,2 y 1,7%) y Gran Bretaña (3,1 y
1,3%).
B. Avances del proteccionismo y perturbaciones monetarias.
La restauración del orden económico de preguerra no está libre de problemas. El mayor, las restricciones
a la libre circulación de hombres y mercancÃ−as. Los flujos migratorios se cortan por las trabas impuestas
al trasvase de mano de obra. EEUU, primer foco de inmigración del mundo, limita el flujo de preguerra
mediante las leyes de 1921 y 1924, que fijan un sistema de cuotas según la nación de origen y reduce la
entrada anual de inmigrantes al 2% de los instalados en 1890 (máximo: 162.000). La selección trata de
consolidar la primacÃ−a anglosajona y debilitar la llegada de europeos centro-orientales y meridionales o de
asiáticos. Similar objetivo anima las medidas adoptadas en paÃ−ses como Canadá, Australia y Nueva
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Zelanda, que prefieren la llegada de británicos y europeos nord-occidentales y dificultan la de asiáticos y
no anglosajones.
También la circulación de mercancÃ−as se frena. El mundo se divide a causa de las barreras
proteccionistas, que imponen derechos arancelarios muy superiores a los de preguerra. EEUU (tarifa
Fordney-McCumber, 1922) aumenta sus aranceles un 18% y autoriza al presidente a subirlos un 50 % para
igualar los costes de producción en el extranjero. Gran Bretaña abandona el liberalismo paulatinamente y
teje una red proteccionista para la defensa de sus industrias clave (Ley de Salvaguardia de la Industria de
1921). Los nuevos paÃ−ses de Europa central y oriental aspiran a su independencia económica e impulsan el
desarrollo industrial al abrigo de la fortificación aduanera. La oleada proteccionista inunda los circuitos
comerciales internacionales.
Los derechos aduaneros representan por término medio un 37% ad valorem a la entrada en EEUU, 41 en
España, 32 en Polonia, 29 en Argentina, 27 en Australia, HungrÃ−a y Checoslovaquia, 23 en Yugoslavia,
18 en Francia, etc. La generalización del proteccionismo frena el comercio internacional e invierte la
tendencia de preguerra, cuando éste habÃ−a crecido a un ritmo superior a la producción: entre 1913 y
1929 el aumento del comercio internacional en volumen (27%) es menor que el crecimiento de la producción
mundial (34,5%).
Finalmente, el sistema monetario internacional es otra fuente de trastornos para la economÃ−a mundial
(algunos autores ven incluso en su mal funcionamiento la causa de la Gran Depresión). Por un lado, la
introducción del gold exchange standard se hizo de forma deficiente. Al no haber un plan sistemático para
estabilizar simultáneamente las monedas, cada paÃ−s actuó por separado y alineó su moneda en el marco
del patrón oro cuando mejor convino a sus necesidades; de ahÃ− el prolongado proceso de estabilización.
Además, la elección de tipos de cambio no fue muy correcta al no ajustarse a las variaciones de los costes y
precios desde la guerra. El resultado fue unos tipos de cambio desequilibrados (infravaloración del franco
francés y sobrevaloración de la libra esterlina). Por último, la descentralización del sistema produjo
más inconvenientes que ventajas. El papel desempeñado por Londres antes de 1914 no encuentra relevo en
los años veinte ante la incapacidad británica y la resistencia de EEUU a asumir la alternativa. La ausencia
de liderazgo, la falta de cooperación, incluso la rivalidad, entre los centros financieros de Nueva York,
Londres y ParÃ−s limitan la eficacia del sistema monetario.
Por otro lado, las condiciones en que se desenvolvió el sistema tampoco favorecieron su éxito. El mercado
internacional de capitales asÃ− lo demuestra. La rentabilidad de la inversión internacional no fue suficiente
para mantener su atractivo mucho tiempo. El capital extranjero fomentó un aumento de la capacidad
productiva que no se compensó en los mercados por las restricciones proteccionistas. Este desequilibrio y las
exigencias financieras del mercado interior explican que la inversión de EEUU en el extranjero apenas fuera
un 4% de la riqueza nacional. Además, la búsqueda de una mayor rentabilidad provoca un cambio
sus−tancial en el flujo de la inversión internacional, pues los capitales se desvÃ−an de las actividades
productivas hacia opera−ciones que ofrecen un mayor beneficio a corto plazo: la especulación en el mercado
bursátil.
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Hª Contemporánea Universal (hasta 1945) - Lectura 17
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