Mares

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Quien domina el mar, domina todas las cosas.
(Temístocles)
¿Cuándo y cómo los universos formales de la
mecánica, del cine, de la construcción de maquinaria,
de la nueva física, etc, - que han sobrevivido sin
nuestra colaboración, imponiéndose sobre nosotrosse nos [mostrarán] como formas de la naturaleza?
(Walter Benjamin)
Texto de: Bárbara Cuadriello
Los mares y los océanos en la llamada época de expansión colonial tuvieron un
papel primario: eran los espacios donde las políticas coloniales se accionaban,
donde la supremacía y el poderío se peleaban. Sin embargo, durante muchos siglos,
éstos habían sido símbolos por antonomasia de lo inagotable e impredecible, de lo
incalculable y lo incomprensible.
En las pinturas The Monk by the Sea (1808-1810) y Fishermen at Sea (1796) de los
pintores románticos Caspar Friederich y William Turner, esos conceptos aparecen
condensados en sendas imágenes: en la primera pintura, la diminuta figura de un
monje se enfrenta a lo vasto de un paisaje marítimo (un espejo místico de los
pensamientos del monje, como sugieren algunos) mientras que en la segunda, el
poder de la naturaleza y del mar embravecido controla el destino de los pescadores.
Caspar David Friedrich “The Monk by the Sea” (1808-10) / William Turner
“Fishermen at Sea” (1796)
A fuerza de mirar ambas imágenes, me pregunto si hoy el concepto de “mar” trae
consigo el mismo poder avasallador e inagotable que poseía en esos años. Y me
aventuro a decir que no, que el mar ha sido desplazado como representación por
excelencia de esos adjetivos. Quizá se deba a que los mares han sido ya
intensamente cartografiados, capturados desde un satélite y encogidos al tamaño de
una imagen que “domestica” su infinitud, pues da cuenta del espacio que ocupan y
de las distancias que hay entre ellos. O tal vez se deba a que hoy hay otras
representaciones que significan mejor lo infinito. Es posible que Internet y su flujo
incansable de información funcionen mejor para pensar en lo incalculable.
Muchas de las palabras que han sido usadas para nombrar lo que sucede en la web
tienen su origen en la jerga marítima. En la era de la información, por ejemplo, se
navega entre aguas de datos y los nuevos piratas son los hackers o, a veces, los
mismos usuarios que utilizan sistemas peer to peer para descargar archivos de
manera gratuita. Los blogs han sido también llamados bitácoras (digitales o
electrónicas), como aquellos cuadernos donde los viajantes de los océanos dejaban
constancia del modo en el que se habían enfrentado a las tormentas y a otras
tribulaciones del viaje.
¿Por qué será que los conceptos asociados al mar, fueron empleados para nombrar
lo que sucedía en Internet? En su “Libro de los pasajes”, el teórico Walter Benjamin
menciona algo que me hace pensar en una hipótesis: dice que las primeras
fotografías solían imitar a la pintura, que los primeros vagones de ferrocarril fueron
diseñados con la forma que tenían los carruajes, que las primeras bombillas de luz
eléctrica tomaron la forma de flamas de gas o velas, y que el hierro, en sus
comienzos, intentó imitar a la madera. A partir de la idea de que las formas visuales
encierran un alto contenido histórico, Benjamin explora en sus textos la relación
entre técnicas de producción, naturaleza y arte (representación). Para él, la técnica
siempre vuelve a mostrar la naturaleza desde un nuevo aspecto, y luego, cuando se
acerca a los hombres, modifica también sus afectos, miedos y anhelos más
originarios.
Así que tal vez, en este caso la técnica siguió también a la naturaleza y la mostró de
nuevo. Si así fuera, no sería descabellado recordar lo que significó el mar en los
siglos XVIII y XIX para tratar de entender lo que sucede hoy en la web. Se transitó de
un mar infinito, embravecido o salvaje, a uno donde se trazaron las comunicaciones,
el comercio, donde se constituyó el poder. Eso mismo sucede hoy en la web, ese sitio
(ya sin ubicación definida) por donde transitan datos, imágenes, símbolos, donde se
disputan batallas de derechos de autor, donde se gestan protestas y revoluciones,
pero también ese lugar que –a partir de los intentos por legislar, dividir y acotar– ha
perdido la cualidad “indomesticable” que en un principio lo caracterizó. Dos
conjeturas pueden hacerse a partir de estos síntomas: una, que ya ha sido discutida
y trabajada por varios, es que estamos frente a un nuevo tipo de colonización. La
segunda, que ambos casos representan intentos humanos, desgraciados, por
enfrentarse a la idea de infinito.
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