Revista UNIVERSUM . Nº 15 . 2000 . Universidad de Talca EL MOVIMIENTO SINDICAL EN LA NUEVA DEMOCRACIA CHILENA. PERSPECTIVAS DE LOS DIRIGENTES SINDICALES DE 1 BASE: ¿HECHOS O FICCIÓN? Volker K. Frank(*) I. INTRODUCCIÓN A través de dos encuestas, realizadas en 1991 y 1996, este artículo compara algunas respuestas de dirigentes de sindicatos de base. La información que proviene de las encuestas puede contribuir a un mejor entendimiento de las condiciones políticas, económicas y sociales del sindicalismo chileno. Esto es importante porque, muchas veces, la “realidad sindical” es interpretada de una manera insuficiente en el contexto institucional y económico. Este trabajo muestra que para muchos dirigentes sindicales, la vida y las condiciones de trabajo de sus sindicatos y socios son distintas de lo que se supone de un análisis contextual. La ambigüedad resultante da lugar a preguntas para futuros estudios. (*) Ph.D Universidad de Notre Dame. Profesor de Sociología de la Universidad de Carolina del Norte-Asheville. 1 Agradezco el apoyo de la Universidad de North-Carolina-Asheville y del Helen Kellogg Institute for International Studies de la Universidad de Notre Dame, Indiana. También quisiera agradecer a Andy Daitsman por su ayuda y sugerencias en la preparación de este trabajo. Mi aprecio para Nelly García por la traducción del texto. 73 Volker K. Frank II. COMPLEJIDADES DEL PROCESO DE REDEMOCRATIZACIÓN EN CHILE 1) Dos perspectivas diferentes Por casi una década, el proceso de redemocratización ha sido tema de escudriñamiento, debido en gran parte a su «excepcionalidad». Hay algunos (Cortázar {1993}, Foxley {1993}), quienes sostienen que el retorno a la democracia en Chile no es solamente un éxito excepcional por sí solo en términos económicos, sino también, lo es cuando se compara Chile con otras experiencias dentro de América latina, siendo los casos más notables Perú, Argentina y Brasil. A menudo los indicadores macro-económicos son usados para verificar este argumento. Por ejemplo, el crecimiento económico en 1991 alcanzó a un 7.3% y en 1992 un 11% (INE, 1997). De 1990 hasta la recesión de 1998 producida por la ‘crisis Asiática’ Chile mantuvo un crecimiento económico de 6.6% (Weyland, 1999:73). La inflación se redujo del 27.3% en 1990 al 6.2% en 1997 y por este año se espera un nivel alrededor de 4% (El Mercurio Internacional, 17 mayo, 2000). El crecimiento sostenido también redujo el desempleo que alcanzó meramente un 5.3% en 1998, aunque subió a niveles superiores durante 1999 (entre el 8.2% hasta el 11.5% entre julio y agosto) (INE, 2000), actualmente es de un poco más de 8%. Los niveles de pobreza han disminuido en los noventa de 5.3 millones en 1987 a 5.2 millones en 1990, a 4.3 millones en 1992 y a 3.3 millones en 1996 (Raczynski, 1999:125). A fines de la década, la cobertura de la educación básica superó el 95%, el agua potable alcanzó al 86% de las viviendas particulares, las redes de alcantarrillado cubrieron a 70 de cada 100 viviendas (Raczynski, ibíd.). En breve, gracias a políticas macroeconómicas cautas, Chile ha logrado un tremendo crecimiento económico y social durante la última década. A menudo los defensores del éxito chileno señalan que el proceso de redemocratización en Chile es también un éxito visto desde la perspectiva política y que los resultados logrados son muy impresionantes. El primer gobierno democrático bajo Aylwin fue estable, no se produjo ningún escándalo político (veáse en comparación Brasil y Collor de Mello quien se vio forzado a renunciar; el “golpe” de Fujimori y cierre del Congreso peruano, y las repetidas acusaciones de fraude electoral hasta el día de hoy; las crisis constitucionales llevadas por Menem en Argentina, etc.). El gobierno de Aylwin se percibió a sí mismo como un gobierno de transición, ya que duró sólo cuatro años (en vez de seis como era la costumbre), dejando de esta manera una nota de «misión cumplida.» Ya en el primer año el gobierno del Presidente Aylwin introdujo dos grandes cambios: reformas de impuestos y reformas a la legislación laboral. A esto se agrega la ley de reforma municipal, realizando elecciones municipales las cuales ayudaron a erradicar la mayoría de los alcaldes designados por Pinochet. Muy importante también, bajo su gobierno, Aylwin se comprometió en el esfuerzo de reunir a un país dividido, iniciando así la “Comisión 74 El movimiento sindical en la nueva democracia chilena. Perspectivas de los dirigentes sindicales de base: ¿hechos o ficción? de Verdad y Reconciliación” que investigó las violaciones de derechos humanos cometidas durante la dictadura. Finalmente, y quizás fundamental dentro de la democracia política chilena, es el hecho que los ciudadanos han podido votar de manera limpia y clara en numerosas ocasiones por nuevos representantes en elecciones presidenciales y parlamentarias. Por otra parte están aquellos autores que ven la transición chilena con más escepticismo (veáse Alburquerque {1991}, Bitar {1996}, A. Díaz {1993}, Drake {1996}, Epstein {1993}, Frías {1998, 1995}, Petras et al. {1994}). Muchos de estos autores coinciden en que mientras Chile puede haber progresado política y económicamente, y mientras los indicadores macroecónomicos le den la razón a dicho optimismo, ellos también indican que hay importantes razones de preocupación. Lo más relevante es que ninguno de los gobiernos de Aylwin o de Frei han sido capaces o han estado dispuestos a avanzar verdaderamente en sus promesas de “crecimiento con equidad” (véase Concertación {1989}, Segundo Gobierno de la Concertación {n.d.}). Así es por ejemplo que sólo en 1995, a cinco años de la nueva democracia, los salarios reales recién comenzaron a aumentar y a aproximarse a los niveles de los inicios de los años ochenta (PET 1996, 1997). Además, no solamente los salarios reales de los trabajadores crecieron lentamente (en realidad hasta 1995 estuvieron por debajo de los niveles de los años sesenta y setenta), sino que también la desigualdad de ingreso continuaba, durante toda la década de los noventa, a pesar de la vuelta a la democracia en 1990. Por ejemplo, en 1978, el 20% más rico de la población controlaba el 52% del ingreso nacional, mientras que diez años más tarde, en 1988, este mismo grupo controlaba más del 60%. En 1990, este grupo recibió el 55.8% del ingreso nacional y en 1996 esta cifra había aumentado a un 57.1%. Por otro lado, en 1987 el 20% más pobre de la población recibía el 4.3% del ingreso nacional, en 1990 4.4%, y en 1996 un 4.1% (Meller, 1999:52). Durante la primera mitad de los noventa, los chilenos trabajaban en promedio unas 48.5 horas semanales, lo que significa un aumento de diez horas en comparación con los años de la dictadura (Arrieta, 1996). Finalmente, a pesar de la reducción en la pobreza (ver Ruiz-Tagle, 1996), el crecimiento del salario real ha quedado debajo del incremento de la productividad, y existen señales que la diferencia entre la tasa del crecimiento de productividad y la tasa del crecimiento del salario real sigue aumentando. Mientras en 1995, la productividad nacional aumentó un 7.4%, las remuneraciones reales crecieron solamente un 4.1%. En comparación, entre 1990-94, el crecimiento de la productividad era solamente de un 0.5% más alto que el de las remuneraciones reales (ver Agacino, 1996:72). 2) Intentos de explicación del crecimiento desigual En trabajos anteriores me he enfocado al proceso de redemocratización en Chile, desde una perspectiva crítica. En particular, he sostenido que las variables institucionales impiden el surgimiento de un movimiento laboral capaz de negociar 75 Volker K. Frank desde una posición de fuerza. Existen, por lo tanto, obstáculos institucionales para el crecimiento con equidad en Chile que son parte del marco legal que favorece a los empleadores y restringe las negociaciones colectivas. Primero, las negociaciones colectivas continúan siendo derecho exclusivo de sólo una pequeña parte de los trabajadores chilenos, y ni siquiera todas las organizaciones laborales tienen el derecho a negociar colectivamente. Lo que es más, las leyes laborales distinguen entre aquellos sindicatos que pueden negociar con sus empleadores (y por lo tanto tienen el derecho de votarse en huelga en caso de no llegar a un acuerdo) y aquellos que sólo presentan sus demandas, sin la posibilidad de negociación y por lo tanto sin posibilidad de huelga2. Segundo, todavía es muy frecuente que el empleador abuse de los derechos de los sindicatos, lo cual es particularmente preocupante en el caso chileno donde los empleadores disfrutan de un tremendo poder por sobre los trabajadores. Por ejemplo, la reforma laboral de 1991 le dio a los empleadores el derecho a reemplazar a trabajadores en huelga, siempre y cuando el empleador ofrezca un reajuste en el salario que esté por lo menos al nivel de la inflación. Mientras esto no se cambie, los empleadores chilenos siguen haciendo uso de su derecho legal de despedir trabajadores simplemente acotando que es «por necesidad de la empresa». En suma, la reforma laboral de 1991 constituye un mejoramiento comparado a la legislación de Piñera (el Plan Laboral) que fue impuesta en 1979, pero ésta se encuentra lejos de crear una situación que podría justificar el argumento en que empleadores y trabajadores están negociando en un contexto de igualdad - precisamente lo que los gobiernos de los Presidentes Aylwin y Frei han reclamado desde 1991. Incluso todavía, la revisión de la reforma laboral de 1991 ha sido entregado al Congreso por el segundo gobierno democrático del Presidente Frei sólo después de una gran presión organizada por la CUT (Central Unitaria de Trabajadores). Y este proyecto de reforma - pendiente desde 1995 - propone modificar las leyes laborales para abogar hacia una restricción del poder de los empleadores. Entre otros, primero se destaca la ampliación de la negociación colectiva. Propone incluir temas como: condiciones de trabajo, productividad, calidad de producción y pago de incentivos. Esto hace que la negociación colectiva incluya más aspectos relacionados con el tema de flexibilidad. Segundo, la integración de nuevos temas a la negociación colectiva depende de la buena voluntad del empleador. En otras palabras, nadie puede obligar al empleador a ampliar la negociación colectiva, y por lo tanto sigue teniendo un veto de jure, lo que, de facto, contradice lo que se trata de lograr con la ampliación de la negociación. Tercero, el empleador no puede reemplazar a trabajadores en huelga aunque haya ofrecido 100% del IPC en su última oferta. Esto es un avance significativo, ya que, como se ha dicho anteriormente, la reforma de 1991 dejó abierta la 2 Es el caso de los sindicatos portuarios, de construcción y de agricultura - todos trabajando para el sector de exportación. Véase también Maturana (1987) y Dirección del Trabajo (2000) sobre los cambios en el uso de convenio o contrato colectivo durante los ‘90. 76 El movimiento sindical en la nueva democracia chilena. Perspectivas de los dirigentes sindicales de base: ¿hechos o ficción? posibilidad al empleador de seguir produciendo aún con una huelga, y muchas veces los trabajadores que participaron en la huelga fueron despedidos3. Cuarto, todos los trabajadores que participan en una negociación colectiva tienen fuero de 30 días después de la negociación. Esto es también importante (ver nota 3 al pie) y probablemente refleja el objetivo de limitar el abuso del empleador al invocar la “necesidad de la empresa” para justificar despidos masivos. Quinto, el empleador tiene que justificar su rechazo hacia las demandas del sindicato. Ya no basta el simple “no”. Eso significa que la empresa se ve forzada (o invitada) a compartir más información con el sindicato, lo que, a mediano plazo, debería contribuir a una modernización de las empresas chilenas, o por lo menos a un mejoramiento de las relaciones entre sindicato y empresa. Desafortunadamente, la nueva reforma no indica, específicamente, qué tipo de información la empresa debe compartir y, por lo tanto, nuevamente, depende mucho del empleador y no de ambas partes como debe ser en un sistema de relaciones industriales más equitativas4. Estas modificaciones a la ya existente ley no van suficientemente lejos para permitir a los sindicatos mejorar el poder de negociación y, por lo tanto, tampoco constituyen lo que el gobierno de Frei llamó «igualdad de las partes en un nuevo sistema de relaciones industriales» (véase Segundo Gobierno de Concertación). Por eso, hasta ahora, las limitaciones institucionales permitieron crecimiento económico, pero impidieron crecimiento con equidad, y por lo tanto lo que hubo en el Chile de los noventa es «crecimiento con desigualdad.» Es bien conocido que el proceso legislativo en ambas cámaras ha sido muy difícil y que no se llegó a un acuerdo antes del término del gobierno de Frei. Unos de los compromisos que se produjo a fines de 1997 era el acuerdo “Thayer-Arrate” destinado a lograr la aprobación de la idea de legislar sobre las reformas laborales en el Senado, pero eso fracasó por la oposición de los partidos de derecha (ver Frías, 1998:42). Dado el impasse en la legislación laboral durante todos los años de su gobierno, a fines de 1999, Frei insistió en aprobar las reformas sin negociación, lo que nuevamente produjo grandes desacuerdos con los partidos de oposición, y también con los empresarios, de la CPC (Confederación de la Produccción y el Comercio) e incluso de las Pymes (ver La Tercera, Qué Pasa, 30 de noviembre 19995). El nuevo gobierno de Lagos manifestó su firme determinación de lograr una segunda refor3 Este abuso del empleador es bastante común y conocido. Existen varios estudios de la Direccción del Trabajo indicando que se despide trabajadores no solamente por haber participado en una huelga, sino, por el simple hecho de haber participado en una negociación colectiva. Por ejemplo, hay datos que indican que entre el primer y tercer mes después de la última negociación colectiva, el 30% y hasta el 40% de los socios del sindicato fueron despedidos. Ver Dirección del Trabajo (1996). 4 Una discusión más detallada del proyecto de reforma laboral se puede encontrar en López (1995) y Frías (1998). 5 El comité político de La Moneda había decidido no ceder las reformas laborales e incluso consideró un veto presidencial. La iniciativa del presidente y sus asesores produjo también desacuerdos dentro del gobierno y dentro de la DC sobre la conveniencia de reponer la discusión de las reformas. Ver El Mercurio, Edición Internacional, y La Tercera, noviembre-diciembre, 1999. 77 Volker K. Frank ma laboral. Se creó una comisión tripartita con el fin de entregar dentro de los primeros meses una primera «matriz de ideas» para la futura modificación de la institucionalidad laboral al Presidente Ricardo Lagos. El Ministerio del Trabajo espera tener un primer informe general respecto de las principales ideas de hacia dónde se orientará la discusión tripartita para definir futuras modificaciones a la ley laboral antes de terminar el mes de mayo. Para tal fin, entre mayo y junio de este año se espera conocer el informe técnico de la representación empresarial, que conforman la CPC, la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa) y el Consejo de la Pequeña y Mediana Empresa (Conapayme). A su vez, la CUT y el gobierno también prepararon sus ‘documentos de posición.’ Queda por ver si estos últimos esfuerzos y declaraciones de buena voluntad -que en sí no son nuevos, los hubo también durante todo el gobierno de Frei- serán capaces de producir lo que los sindicatos y trabajadores ya están esperando por más de una década: una legislación laboral más justa y más equitativa. En vista de estas perspectivas uno podría esperar, razonablemente, encontrar congruencia de opinión con aquellos quienes ven la redemocratización en Chile con más escepticismo (y mucho menos en términos de un éxito). En otras palabras, es muy probable que los representantes del movimiento laboral chileno estén también muy críticos de lo logrado durante los noventa. Para ser más preciso aquí, se postula que dadas las continuas dificultades que tienen los trabajadores sindicalizados en: a) obtener mejores y más justos salarios, b) la adversidad persistente de las condiciones legales, c) el abuso por parte del empleador en el lugar de trabajo y d) las experiencias decepcionantes tanto con empleadores como con los nuevos gobiernos democráticos de Aylwin y Frei en la elaboración de nuevas legislaciones laborales, los líderes de los sindicatos de base deberían tener una opinión muy negativa sobre su ambiente de trabajo. Así, entre otras cosas, la relación entre sindicato y empleador, la perspectiva sobre el proceso de negociación colectiva, la evaluación de la capacidad del sindicato de tener más participación en el proceso de producción, en suma, todas estas variables deberían ser evaluadas por los líderes sindicales de una manera que fuera consistente con lo que nosotros podríamos esperar dada la poca libertad de acción de los sindicatos en Chile. Esto, sin embargo, no es lo que encontramos. Al contrario, la mayoría de los líderes de sindicatos de base creen que las relaciones entre trabajadores y empresarios son de hecho bastante buenas, y que ellas no son motivo de confrontación; los sindicatos son vistos como organizaciones capaces de defender los intereses de los trabajadores; hay un buen entendimiento entre las partes, etc. ¿Cómo se explica esta paradoja? En otras palabras, ¿cómo pueden los dirigentes sindicales criticar a los empleadores por oponerse tajantemente a una mejor reforma de legislación laboral y criticar a los representantes del gobierno por no haber producido una mejor institucionalidad legal, y al mismo tiempo sostener que sus relaciones con los empleadores son buenas? ¿Cómo pueden los dirigentes sindicales quejarse de que 78 El movimiento sindical en la nueva democracia chilena. Perspectivas de los dirigentes sindicales de base: ¿hechos o ficción? debido a las severas restricciones de libertad para negociar colectivamente, los socios de los sindicatos están impedidos de participar en las ganancias del continuo crecimiento económico, y al mismo tiempo expresar que los sindicatos tienen mucho en común con sus empleadores? ¿Es verdaderamente posible que aun con esta legislación laboral, los sindicatos de base puedan defender eficazmente los intereses de sus socios? En otro lugar (Frank, 1995) he explorado esta paradoja más detalladamente, pero para el propósito de este trabajo me enfoco en dos encuestas nacionales hechas a líderes de sindicatos de base, una de ellas conducidas por el mismo autor, en 1991, la otra por la Dirección del Trabajo, en 1996. De este modo el presente estudio retorna la discusión a los resultados obtenidos en 1991, al compararlos con los nuevos resultados logrados cinco años más tarde, en 1996. Curiosamente, los resultados de ambas encuestas -las cuales cubren los primeros seis importantes años de la transición a la democracia en Chile- son casi idénticos. Lo que es más, en preguntas cruciales como la manera en que los líderes se plantean en la negociación colectiva, los resultados son exactamente iguales. Aquí hay que reconocer aspectos metodológicos que necesitamos tomar en cuenta6, pero más allá de estas limitaciones lo que aquí surge es una perspectiva muy clara que da lugar a nuevas interrogantes acerca de las explicaciones anteriores- que las opiniones y el comportamiento de los dirigentes sindicales se pueden derivar del contexto institucional. Por supuesto, el contexto político y en cierto grado el contexto económico fue diferente en 1991, cuando la transición recién había comenzado, mientras que en 1996 ya se habían realizado varias elecciones presidenciales, parlamentarias y municipales, etc. Pero las condiciones legales de los sindicatos en Chile han permanecido igual. En el trabajo citado anteriormente (Frank, 1995) concluyo que a pesar de las condiciones desfavorables en las cuales muchos de los sindicatos de base y el movimento laboral chileno se encuentran, su comportamiento organizacional y actitud política durante los primeros dos o tres años de la transición fueron guiados por consideraciones políticas relacionadas con el proceso de redemocratización. No obstante, los sindicatos chilenos y sus líderes no son (y probablemente nunca lo fueron) una mera “correa de transmisión” de aquellos partidos políticos con estrechos lazos históricos al movimento laboral (véase Angell, 1972). Para muchos líderes sindicales y para muchos trabajadores, la democracia y la democratización están inextricablemente relacionadas a su experiencia en los lugares de trabajo, y es allí (en vez de en el nivel macro-político) donde los sindicalistas ven su capacidad de contribuir a este proceso (i.e. democracia y democratización). El caso chileno nos muestra que la variable política (redemocratización) es condicionada por variables de organización y de lugar de trabajo7. 6 Véase anexo metodológico. 7 Otra lección del caso chileno es que las elites políticas no son el único actor importante en el proceso de transición a la democracia. El “hombre pequeño”, en este caso los líderes sindicales de base, también son relevantes. 79 Volker K. Frank A pesar del hecho que la transición chilena no cumplió la gran promesa hecha por los nuevos gobiernos democráticos y por los empresarios -que la clase trabajadora y la CUT, como su representante, iban a tener una mayor participación en la vida social y económica de la nación- y de ahí el reclamo de crecimiento con equidad- el movimiento laboral chileno ha mantenido una posición muy “leal” (véase J. Linz) y comprometida frente a la nueva democracia. Precisamente porque éste es el caso, requiere de estudios adicionales, y el presente documento como también las críticas a éste, puedan ayudar a esta línea de investigación. Propongo comenzar la discusión examinando algunas de las dimensiones de relaciones entre sindicato y empresa, basadas en los resultados de las dos encuestas previamente mencionadas. Posteriormente se presentarán algunas hipótesis que puedan ayudar a explorar más algunas de las ambigüedades de esta dimensión del proceso chileno de redemocratización. 3) La perspectiva desde abajo: la opinión de dirigentes sindicales sobre el lugar de trabajo Desde el inicio de la reforma a la legislación laboral, a comienzos de 1990, las opiniones de empresarios y dirigentes sindicales sobre lo que habría que cambiar o mantener fueron categóricamente opuestas. Muchos de los empresarios, especialmente aquellos afiliados a la CPC, sostenían que la reforma no sólo podría venir a ser una severa amenaza para la continuidad del crecimiento económico, sino también, debido a su poder renovado podría crear un movimiento sindical demasiado fuerte y capaz de volver al país a lo que era en 1973. La mayoría de los líderes sindicales y particularmente aquellos que estaban en la cúpula de la CUT, respondieron que sin una reforma de la legislación autoritaria no podría haber democracia en Chile. Sostenían que si los empresarios chilenos fueran realmente comprometidos con la modernización del sistema de relaciones industriales del país, éstos deberían apoyar a los sindicatos demandando más igualdad y de ahí también hacer que las relaciones entre sindicato y empresa sean más efectivas. Durante 1990-93, cuando el Congreso chileno estaba trabajando dolorosamente en las reformas, las relaciones entre la CUT y la CPC se volvieron insoportables, al tiempo que se traducían en amargas discusiones entre el Ministro del Trabajo (Cortázar) y la CUT. La impresión de que la reforma no estaba yendo en ninguna dirección y ciertamente no en la dirección que los líderes de los trabajadores hubieran esperado, fue también compartida por muchos de los líderes a nivel de los sindicatos de base. De este modo, mientras la mayoría de los dirigentes de base creían que su organización nacional (la CUT), había hecho mucho por los trabajadores y para el movimiento sindical chileno, y que la CUT había intentado obtener una mayor reforma, ellos también creían que el resultado decepcionante se debió, básicamente, a la intransigencia de los empresarios (refiriéndose repetidamente como «chantaje empresarial») y en parte también a la opo- 80 El movimiento sindical en la nueva democracia chilena. Perspectivas de los dirigentes sindicales de base: ¿hechos o ficción? sición de los partidos de derecha en el Congreso. Con esta información como contexto en lo siguiente se presentan algunos resultados de las dos encuestas. a) Las Relaciones entre Sindicato y Empresa Cuando se les pregunta en 1991, y luego en 1996, cómo ven la calidad de las relaciones entre sindicato y empresa, los dirigentes de los sindicatos dieron las siguientes respuestas (ver cuadros 1 y 2). CUADRO Nº 1: Encuesta 1991 Pregunta: ¿Cómo califica la relación entre empleadores y socios del sindicato en su empresa? Relación Muy Buena Buena Mala Muy Mala Normal NS/NC Frecuencia % 11 192 42 8 39 2 3.7% 65.3% 14.3% 2.7% 13.3% 7.0% 300 100.0% CUADRO Nº 2: Encuesta 1996 Pregunta: ¿Cúal es su opinión con respecto a la actitud de la empresa en relación con el sindicato? Actitud En la mayoría de los casos la empresa da facilidades En la mayoría de los casos pone dificultades La empresa ni da facilidades ni las dificulta Otros Total Frecuencia* % 196 65.3% 48 16.0% 45 15.0% 11 3.7% 300 100.0% * Calculado por el autor en base a datos de la Dirección del Trabajo 81 Volker K. Frank Aparentemente, la relación entre el sindicato y la empresa en 1991 fue bastante buena y se mantuvo de esa manera hasta 1996. En 1991, la gran mayoría de los dirigentes encuestados (65.3%) planteaba que los sindicatos tenían «buenas» relaciones con la empresa y sólo un 17% creía que las relaciones eran «malas» o «muy malas». Sorprendentemente, en 1996, una gran mayoría (65.3%) de los dirigentes sindicales estaba convencida que su empresa “facilitaba” la vida del sindicato. Dados estos resultados sería difícil argumentar que en 1991 o en 1996, los líderes fueron particularmente críticos o incluso escépticos acerca de las relaciones de trabajo en las empresas. Lo que es más, no hay un deterioro de las relaciones entre 1991 y 1996 aún cuando en el contexto legal no ha habido un mejoramiento significativo durante estos años, aunque eso fue lo que muchos o todos los sindicalistas chilenos habían esperado. b) Negociación Colectiva Como hemos mencionado, la negociación colectiva es lo más importante dentro de la actividad de los sindicatos. En el pasado (antes de 1973) los sindicatos podían negociar nuevos contratos cada año, pero el Plan Laboral de Pinochet cambió eso a un intervalo de dos años. Este proceso usualmente toma entre cuatro a ocho semanas hasta que se cierra, dependiendo de la habilidad de los líderes sindicales de crear un consenso dentro de su organización y con el empleador. También depende del empleador quien puede o no estar de acuerdo con las nuevas demandas (debido a la estrecha definición de la negociación colectiva, las demandas están básicamente limitadas a salarios). Como muestra el cuadro tres, la mayoría de los sindicatos prefiere abordar la negociación colectiva con una actitud conciliadora, tratando de encontrar áreas de compatibilidad entre los intereses de los trabajadores y aquellos de la empresa. Sin embargo, muchos de los encuestados, de hecho casi la mitad, han abordado una negociación colectiva de manera mucho más confrontacional (ver cuadro Nº 3). CUADRO Nº 3: Encuesta 1991 Pregunta: ¿Cúal es su opinión con respecto a la negociación colectiva? Actitud Frecuencia % En la negociación colectiva, el sindicato debería defender los intereses de los trabajadores al grado máximo, con el objeto de obtener lo que es justo. 132 44.9% En la negociación colectiva, el sindicato debería tratar de encontrar áreas comunes de interés con la empresa 154 52.4% 8 2.7% 294 100.0% NS/NC Total 82 El movimiento sindical en la nueva democracia chilena. Perspectivas de los dirigentes sindicales de base: ¿hechos o ficción? Hay varias maneras de interpretar ambos resultados8. Es posible que muchos dirigentes sindicales prefieren una negociación conciliatora precisamente porque saben que su fuerza negociadora es muy limitada, aunque ahora pueden desarrollar una huelga indefinida. Muchos dirigentes sindicales -particularmente aquellos en donde el sindicato tiene sólo convenio colectivo (en vez de contrato colectivo)- pueden aceptar la última oferta del empleador o rechazarla, pero en este último caso no pueden llevar a cabo una huelga legal. Dado el hecho que muchas veces no hay negociación real (véase otra vez Maturana, 1987), o muchos dirigentes sindicales tienen miedo de ‘continuar hasta llegar a la huelga’, podríamos decir hipotéticamente, por lo tanto, que muchos dirigentes ‘simplemente’ optan por una propuesta modesta en la negociación colectiva. En cierto sentido ellos esperan menos, y así la decepción será menor. Preguntas más detalladas en la encuesta de 1991 a aquellos líderes quienes parecen estar más confrontacionales en la negociación colectiva, revelaron que el grado de conflictividad disminuyó lenta y ciertamente en la medida en que se acerca más la decisión de realizar la huelga. En otras palabras, un enfoque más problemático puede ser la primera estrategia, pero sólo una pequeña proporción de estos líderes dijo que sus sindicatos habían votado por ir a la huelga, y aún menos todavía dijeron que la huelga se había realizado. Hay por lo tanto aquí una gran ‘pérdida de conflictividad abierta’ incluso entre aquellos dirigentes aparentemente más dispuestos a defender los intereses de los sindicatos al grado máximo. Los resultados del cuadro cuatro muestran que más del 50% de los entrevistados en 1996, indican que ellos perciben el proceso de negociación como «muy» o «algo» difícil y sólo un 14.7% dice lo contrario i.e. «fácil» o «un tanto fácil». Solamente un 0.7% creyó que el proceso es «muy fácil». De este modo una mayoría de los líderes sindicales cree que la negociación colectiva es difícil para los sindicatos de nivel de base. Esta afirmación puede ayudar a explicar el por qué tantos líderes sindicales están en favor de una propuesta más moderada, siendo éste el aspecto más importante de la actividad sindical. Y de esta manera, aquí se presenta por primera vez evidencia de una congruencia entre el punto de vista de los líderes de base y el contexto legal donde se desarrolla su actividad. En otras palabras, los puntos de vista de los líderes de base acerca de la negociación colectiva («difícil») son consistentes con lo que podríamos esperar desde un análisis de la legislación laboral, donde las posibilidades para una defensa efectiva de los intereses de los trabajadores son limitadas severamente (ver cuadro Nº 4). 8 El tamaño de la empresa o del sindicato, la ideología política del dirigente o su militancia en un partido político no produjo diferencias en el acercamiento del dirigente a la negociación colectiva. 83 Volker K. Frank CUADRO Nº 4: Encuesta 1996 Pregunta: ¿Qué tan difícil es para el sindicato la negociación colectiva con los empleadores? Percepción de la negociación colectiva Muy difícil De alguna manera difícil Un poco difícil Fácil De alguna manera fácil Muy fácil NS/NC Total Frecuencia* % 85 68 47 30 14 2 54 28.2% 22.7% 15.7% 10.0% 4.7% 0.7% 18.0% 300 100.0% * Calculado por el autor en base a datos de la Dirección del Trabajo Debería ser señalado que de hecho aunque la mayoría de los dirigentes sindicales perciben la negociación colectiva como «difícil» no significa automáticamente que no se pueda sacar beneficio de ello. A menudo los dirigentes sindicales han estado por muchos años en sus puestos, lo que los ha llevado a desarrollar tácticas como ganar concesiones, incluso de los empleadores más intransigentes. Sin embargo, pocos de los dirigentes piensan que el proceso sea fácil. Es posible que el sindicato pida poco, pero esta estrategia puede producir conflictos dentro del sindicato a largo plazo, ya que muchos socios esperan (y necesitan) aumentos de salario. Los resultados de los cuadros cinco y seis complican el análisis aún más. En 1991 y una vez más en 1996, sólo una minoría de los dirigentes de base plantea que ellos no estaban «satisfechos del todo» con los resultados de su última negociación colectiva (14.8% en 1991), o creeyeron que los resultados fueron «malos» o «muy malos» (11.7% en 1996). En ambos años y particularmente en 1996, la mayoría de los dirigentes quedaron satisfechos con los resultados de la última ronda de la negociación colectiva. De este modo en vez de atribuir estos resultados a un buen año económico o a un mayor incremento de los salarios (lo cual es indudablemente verosímil para algunos dirigentes, pero cuestionable que tantos otros dirigentes - 47.6% en la encuesta de 1996, podrían haberse beneficiado de un buen año económico9), estoy ten9 Los datos publicados por la Dirección del Trabajo son bastante sofisticados y muestran, entre otros, el promedio de los reajustes salariales que se obtienen en la negociación colectiva, por sector económico. Muy a menudo los reajustes están por debajo del actual índice de inflación, lo cual significa que muchos socios verán un incremento real en sus salarios solamente si el sindicato logra un aumento por encima de la tasa de inflación en el reajuste salarial inicial -lo que es muy difícil. Otras fuentes en Chile, como la SOFOFA, reclaman que los reajustes de salarios están siempre 1% o 2% por encima de la inflación, pero la Dirección del Trabajo advierte que los análisis de SOFOFA se enfocan en sectores específicos e incluyen bonos y otro tipo de pagos de incentivos. Todo esto hace muy difícil atribuir las ganancias obtenidas, únicamente a la negociación colectiva. 84 El movimiento sindical en la nueva democracia chilena. Perspectivas de los dirigentes sindicales de base: ¿hechos o ficción? tado de exponer que esta evaluación de los dirigentes de base habla mucho más hacia sus expectativas moderadas y hacia su «realismo» en luz de la limitada habilidad de los sindicatos de pedir más (ver cuadros Nº 5 y Nº 6). CUADRO Nº 5: Encuesta 1991 Pregunta: ¿Cuán satisfecho está usted con los resultados de la negociación colectiva? Resultados de la última negociación Frecuencia % Completamente satisfechos Parcialmente satisfechos Nada satisfechos 55 130 32 25.3% 59.9% 14.8% Total 217 100.0% CUADRO Nº 6: Encuesta 1996 Pregunta: ¿Cómo califica los resultados de los acuerdos de la última negociación colectiva? Resultados Frecuencia* % Muy Buena Buena Regular Mala Muy Mala 25 112 120 28 6 8.6% 38.5% 41.2% 9.6% 2.1% Total 291 100.0% * Calculado por el autor en base a datos de la Dirección del Trabajo c) Condiciones de Trabajo Los observadores del mercado laboral de Chile han notado un inmenso cambio en el proceso de producción del país. A mediados de los años setenta, los empleadores chilenos empezaron a implementar agresivamente la racionalización de la produc- 85 Volker K. Frank ción lo cual algunos de los autores lo han descrito como la «vía a la modernización neo-Taylorist» (Martínez/Díaz, 1996). En algunos casos esta práctica signfica el simple despido o una relocalización de los trabajadores dentro de la misma empresa/ fábrica, en otros casos significa la subcontratación o el suministro de parte o de toda la fuerza de trabajo (ver Stillerman {1997}, Dirección del Trabajo {1998, 1999}). En algunos casos esto impone la creación de producción en cadena (Martínez/Díaz, 1996) donde grandes y altamente competitivas empresas se unen a medianas y pequeñas empresas, las cuales son menos productivas y la mayoría de ellas no son sindicalizadas y por lo tanto disponen de trabajo más barato. De ahí que muchos trabajadores chilenos hayan visto en los años noventa una intensificación de los procesos de producción junto con un descenso en la seguridad del trabajo, beneficios, y la completa pérdida de participación en las decisiones de administración (Stillerman, 1997). Estos comentarios serán retomados más adelante, ahora es necesario examinar la evidencia de las encuestas. En el cuadro siete los dirigentes sindicales de base juzgan las condiciones de trabajo en sus empresas (ver cuadro Nº 7). CUADRO Nº 7: Encuesta 1991 Pregunta: ¿Cuán satisfecho está usted con las condiciones de trabajo en su empresa? Frecuencia % Satisfechos No estamos satisfechos Vemos un mejoramiento Condiciones de trabajo varían Otras 127 114 23 20 10 43.2% 38.8% 7.8% 6.8% 3.4% Total 294 100.0% Como se puede ver en el cuadro siete, en la encuesta de 1991 había más dirigentes sindicales satisfechos con las condiciones de trabajo en la empresa (43.2%), comparada con aquellos que no estaban satisfechos (38.8%). Casi un 8% reportó un mejoramiento de las condiciones de trabajo, y casi el 7% dijo que las condiciones varían. Los últimos dos resultados no nos permiten un análisis claro, ya que ellos podrían insinuar que las condiciones son malas o buenas. No obstante, deberíamos enfatizar que en ningún caso hay un corte claro en que se aproxime la imagen de que la mayoría de los dirigentes sindicales de base no estan satisfechos con las condiciones de trabajo en su empresa. 86 El movimiento sindical en la nueva democracia chilena. Perspectivas de los dirigentes sindicales de base: ¿hechos o ficción? Los cuadros ocho y nueve se refieren a las actitudes hostiles o a los conflictos dentro de la empresa y de este modo puede ser considerado como parte general de las condiciones de trabajo en donde los sindicatos y socios trabajan. Una clara mayoría, de hecho más de dos tercios (69%) de los entrevistados dijeron que sus empleadores muestran «poca» o «ninguna» hostilidad hacia el sindicato. Debería enfatizarse que las preguntas en el cuadro siete son diferentes con repecto a las de los cuadros ocho y nueve. Por lo tanto, no es del todo cierto que los dirigentes sindicales identifican las preguntas en los cuadros siete y ocho con condiciones de trabajo. Lo que sí es cierto es que los cuadros generan algunas interrogantes: ¿Por qué tantos líderes sindicales están satisfechos con las condiciones de trabajo? ¿Por qué solamente una minoría de los dirigentes entrevistados percibe que hay hostilidades de la empresa hacia el sindicato? ¿Acaso la adopción de nuevos procesos de producción no tiene consecuencias negativas para muchos trabajadores y socios de un sindicato? Es posible que la subcontratación ocurra con el consentimiento del sindicato, también es posible que en la gran mayoría la subcontratación involucre solamente trabajo no sindicalizado y, por consiguiente, el sindicato no está directa o incluso indirectamente afectado. Estas alternativas parecen muy poco probables10 y, aun cuando, mano de obra no sindicalizada es trasladada, es muy probable que esto también tenga un efecto en la fuerza laboral, incluyendo a los trabajadores sindicalizados que “reciben” a los trabajadores trasladados (ver cuadros Nº 8 y Nº 9). CUADRO Nº 8: Encuesta 1996 Pregunta: ¿Muestra la empresa actitudes hostiles hacia el sindicato? Actitud de la emprea hacia el sindicato Frecuencia* % Hay hostilidad de la empresa hacia el sindicato 93 31.0% No hay hostilidad de la empresa hacia el sindicato 207 69.0% Total 300 100.0% * Calculado por el autor en base a datos de la Dirección del Trabajo 10 En la encuesta de 1996, casi un 50% de los líderes sindicales lamentaba que sus empresas estaban haciendo uso de la subcontratación y, en muchos casos, un número sustancial de la fuerza de trabajo empezaba a ser reemplazada por trabajadores temporales y/o por mano de obra no sindicalizada (e.g. 80% en minas, 47% en industrias, y 38% en servicios sociales). Ver también Dirección del Trabajo (1999, 1998), F. de Laire (1999). 87 Volker K. Frank CUADRO Nº 9: Encuesta 1996 Pregunta: ¿En términos de conflictos, cómo calificaría la relación empresariosindicato? Actitud del empresario Frecuencia* El empresario es muy conflictivo El empresario es conflictivo El empresario es conflictivo de alguna manera El empresario es un poco conflictivo El empresario no muestra una orientación conflictiva en contra del sindicato Total % 6 18 36 2.0% 6.0% 12.0% 129 42.9% 111 37.1% 300 100.0% * Calculado por el autor en base a datos de la Dirección del Trabajo Es difícil concebir que a pesar de los específicos efectos en los sindicatos o en los socios, los líderes sindicales pudieran ser tan pasivos o indiferentes acerca de esos cambios de producción. De ahí es que deseo enfatizar esta advertencia una vez más, aunque las preguntas de las encuestas no establecen específicamente la existencia o ausencia de los métodos de subcontratación, y/o el suministro y traslado de la fuerza de trabajo, la opinión de los líderes sindicales con respecto a las condiciones de trabajo en la empresa, las actitudes hostiles hacia el sindicato y la actitud hostil del empresario hacia el sindicato, es muy difícil creer que si la «vía de la modernización neo-Taylorist» está verdaderamente tomando lugar dentro de las empresas chilenas y si éstas realmente tienen consecuencias tan dramáticas para los trabajadores chilenos, que la mayoría de los dirigentes sindicales a nivel de base deberían estar tan inmunes a, o incluso satisfechos con, esa tremenda ‘revolución’. En breve, a pesar de posibles deficiencias metodológicas, difícilmente las respuestas de los dirigentes sindicales son compatibles con el análisis del supuesto impacto negativo de los cambios de producción en Chile. 4) Conclusiones Los datos presentados muestran una relación entre dirigentes sindicales de base y empresarios chilenos marcadamente diferente del discurso público del empresariado y movimiento sindical. Lo que es más, el panorama desarrollado aquí 88 El movimiento sindical en la nueva democracia chilena. Perspectivas de los dirigentes sindicales de base: ¿hechos o ficción? habla de una buena relación entre sindicatos chilenos y sus empleadores. Y no solamente esto, en la negociación colectiva -posiblemente una de las más importantes actividades del sindicato- los dirigentes sindicales parecen enfrentarse con sus empleadores con la idea de que es mejor tratar de encontrar áreas de interés común en vez de insistir sobre una estrategia de confrontación. La mayoría de los líderes sindicales creyeron que los resultados de la negociación colectiva fueron bastante aceptables de acuerdo a sus demandas y sólo en algunos casos los sindicalistas reportaron un total descontento con los resultados. La mayoría de los dirigentes de base también estaba lejos de percibir las condiciones de trabajo como abismales. Una buena proporción de los líderes entrevistados reconocía que los trabajadores no estaban satisfechos con las condiciones de trabajo, pero aún más dirigentes mantuvieron una opinión contraria, y algunos dijieron que las condiciones estaban mejorando o que las condiciones varían. Claramente, los líderes son capaces de diferenciar y en cualquier caso, su opinión está lejos de inclinarse sólo a un lado, ni hablando de la existencia de una perspectiva únicamente negativa de las condiciones de trabajo. Por lo siguiente, lo que estos datos dicen es que la situación de los trabajadores chilenos y sus organizaciones sindicales pueden ser más complicadas de lo que se piensa y por lo tanto es arriesgado hacer suposiciones acerca de las opiniones de dirigentes sindicales de base derivadas (i.e. las suposiciones) de variables contextuales tal como las institucional-legales, económicas (nivel del salario real, etc.). En otras palabras, el hecho de que los sindicatos chilenos no hayan podido obtener mejores leyes laborales en la reforma de la legislación laboral, no los hace críticos ‘automáticamente’ como lo estamos siendo nosotros. Del mismo modo, los salarios reales no han mantenido el ritmo con respecto a las ganancias en productividad, y la equidad del ingreso en realidad ha empeorado durante los años noventa, pero eso no significa que los trabajadores chilenos estén a punto de llamar a una movilización de las masas o a un paro indefinido en contra de los ‘explotadores de la clase trabajadora’. Parece muy curioso que la mayoría de los dirigentes sindicales piensen que el nivel de conflicto en la empresa es bajo, y que ambas partes están dispuestas a encontrar compromisos, que sindicatos y trabajadores son aparentemente tratados con respeto, que los empresarios están dispuestos a hablar de nuevos temas en las negociaciones colectivas, etc.11. Todos estos temas son aparentemente limitados por el estrecho esquema legal de las relaciones industriales en Chile. 11 La lista de los temas que hablan de un clima de consenso en la empresa podría extenderse mucho más. Las encuestas revelan resultados muy similares. Entre otros se encuentran la frecuencia de los contactos entre los empleadores y los dirigentes sindicales, la frecuencia de los conflictos en la empresa, la calidad de información dada por el empresario o la empresa, etc. 89 Volker K. Frank III. HIPÓTESIS PARA ESTUDIOS FUTUROS Hace sesenta años, S. Perlman sostenía en su Teoría del Movimiento Sindical que los trabajadores organizados pueden ser caracterizados por una «escasez de conciencia» lo cual los hace un movimiento dócil. Según Perlman, el trabajador está «convencido de su experiencia de vivir en un mundo con pocas oportunidades» y de ahí es que no está dispuesto a cortar la cadena que lo ata. Para ser justo con Perlman, se debería agregar que él no argumentó (ni siquiera insinuó) que los trabajadores son ignorantes, sino al contrario, creía que los trabajadores y los movimientos laborales que él había estudiado eran completamente «realistas» en su punto de vista sobre cómo el mundo se ha desarrollado ante sus ojos. Esencialmente, percibió la industrialización y la modernización como factores que hacen de la fuerza laboral un actor moderado. El desarrollo económico combinado con un proceso gradual de una evolución política hacia una sociedad abierta y democrática produce una clase trabajadora (o un movimiento sindical) reformista y moderada (en comparación con un movimiento sindical radical o revolucionario). ¿Es posible que seamos testigos de un fenómeno similar en Chile? A pesar de sus defectos ¿es la redemocratización en Chile también un caso de evolución política y económica hacia la sociedad moderna? ¿Revelan las opiniones de los dirigentes sindicales de base otra generación de líderes razonables y realistas o pragmáticos, pero también de líderes dóciles? Experiencias y lecciones de la clase trabajadora de Inglaterra a fines del siglo XIX muestran que los líderes de los trabajadores no son, necesariamente, la vanguardia revolucionaria que los observadores extranjeros quieren que sean; sin embargo, aquellos líderes y sus movimientos también eran capaces de grandes logros, como claramente nos muestra la formación del Partido Laboral (Labour Party). Por lo tanto, tal vez y después de todo, los defensores del “éxito” del modelo chileno tienen razón: hay progreso en Chile y a pesar de algunos ‘problemas’ transitorios - siendo uno de ellos la dimensión institucional-legal del sistema de relaciones industriales chilenas, otra sería el crecimiento sin equidad - el país está en camino de transformarse en una nación moderna y desarrollada, con una economía fuerte y creciente, y con una clase trabajadora capaz de participar más en los beneficios de las economías de libre mercado. El neo-liberalismo, indiscutiblemente el campeón de las políticas económicas en America latina (y en muchos otros lugares), no es sólo bueno para los capitalistas, sino también es bueno para los trabajadores. ¿!Verdad!? Muchos anteriormente defensores incondicionales del Socialismo son ahora parte del Gobierno de la Concertación en Chile, y con firmeza creen que se puede hacer el «Neo-liberalismo-Socialismo». De ahí el mediocre apoyo que los Partidos de la Democracia Cristiana y el Partido Socialista daban a temas de importancia crucial para el Movimiento Sindical durante los primeros diez años de la transición a la democracia en Chile puede aún ser identificado como una «nueva forma de Socialismo a la chilena.» 90 El movimiento sindical en la nueva democracia chilena. Perspectivas de los dirigentes sindicales de base: ¿hechos o ficción? Al fin de la discusión, si bien ellos mismos son ciertamente en parte también responsables, los últimos en culpar por las ambigüedades del proceso de redemocratización en Chile, son los dirigentes sindicales de base. Por eso los críticos de la actual versión chilena de políticas neo-liberales deberían, tal vez, ser más realistas acerca de los “verdaderos” objetivos y condiciones de la clase trabajadora chilena. Hace 35 años, muchos observadores estaban fascinados con Chile por su posibilidad de instalar por primera vez a un gobierno Socialista elegido democráticamente. Muchos investigadores empezaron a mirar la supuesta capacidad de los trabajadores al ser el motor impulsor de las fuerzas sociales para el socialismo. En estos años, H. Landsberger et al. (1964) condujeron una encuesta de dirigentes sindicales chilenos con la idea de aclarar una de las preguntas que insinuamos anteriormente (¿qué tan progresista es la fuerza laboral en Chile?). Dado el ambiente político tan polarizado a mediados y a fines de los años sesenta, estos autores estuvieron sorprendidos al concluir que las relaciones entre los empresarios y trabajadores eran tan buenas y que «junto con mencionar la falta de confianza y demandas por un cambio, el dirigente común estaba bastante optimista sobre su futuro ... incluso sobre la relación con la empresa ... lo que coincide con la impresión de que los trabajadores chilenos son modestos, no violentos e individuos tolerantes” (Landsberger et al. 1964:420). Cuando se habla de ‘la realidad sindical’ es difícil, por lo tanto, saber muy claramente qué es un hecho y qué es ficción. Este documento intentó mostrar que hay espacio para una nueva interpretación o una interpretación corregida en cuanto a la realidad del proceso de redemocratización en Chile desde la perspectiva del movimiento sindical. La ambigüedad de los datos presentados a la luz del contexto social, político y económico nos lleva a llamar a nuevos estudios acerca de nuestras suposiciones sobre los cambios políticos y económicos, y qué implican éstos para los sujetos de nuestros análisis: los trabajadores y los dirigentes sindicales. IV. ANEXO METODOLÓGICO La encuesta de la Dirección del Trabajo fue realizada entre marzo y mayo de 1996. Incluye una muestra probabilística al azar de 300 empresas que representan alrededor del 9% de las empresas sindicalizadas con sindicatos vigentes activos en la Región Metropolitana. La muestra incluye empresas pequeñas (menos de 49 trabajadores), medianas (50-199), y grandes (más de 200 trabajadores). Según los autores de la encuesta, el perfil mayoritario de la muestra es de empresas medianas, alcanzando a casi la mitad de las empresas encuestadas. El resto se divide entre grandes empresas (alrededor de un 40%) y pequeñas (con 14.7% de la muestra). El 12 error muestral es de 5.5% . 12 Más información sobre la encuesta se puede encontrar en Cuaderno Nº 4 “Sindicalismo en la empresa moderna: ni ocaso, ni crisis terminal”, publicado por el Departamento de Estudios de la Dirección del Trabajo (1997). 91 Volker K. Frank La encuesta de 1991 fue realizada por este autor (con el apoyo institucional del equipo del Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea CERC) durante agosto y septiembre. Incluye una muestra probabilística al azar de 294 dirigentes sindicales. Un 74.5% de los entrevistados son presidentes del sindicato, un 13.6% secretarios, un 9.5% tesoreros, y un 2.4% directores. La encuesta incluye sindicatos de la Primera hasta la Décima Regiones, con una distribución proporcional a la que existió en 1991 (alrededor de un 60% de sindicatos son de la Región Metropolitana). La muestra representa empresas pequeñas (hasta 50 trabajadores), medianas (50-100 trabajadores), grandes (100-200) y muy grandes (más de 200 trabajadores). El perfil mayoritario de la muestra es de pequeñas y medianas empresas (ambos 30%). El error muestral es menos de 5%. Aparte del beneficio para estudios científicos sobre el movimiento sindical en democracia, la comparación de las dos encuestas incluye problemas metodológicos, a los que ya se ha aludido. Cabe mencionar que el análisis de la realidad sindical se basa sobre preguntas distintas, o dicho de otra manera, preguntas que no siempre son exactamente iguales o que pueden reflejar distintas realidades de las presentadas en este documento. Uno de los objetivos era, por lo tanto, disminuir el ‘espacio interpretativo’ entre una y otra pregunta. Esto se puede ver, por ejemplo, en los cuadros 5 y 6, donde resulta bastante obvio que las respuestas de los dirigentes son comparables. También hay que ver si bien algunas preguntas son casi iguales como es el caso de los cuadros 3 y 4, las respuestas se refieren a otros temas, y por lo tanto la discusión en el texto sigue más bien a las respuestas y no a las preguntas. En otras palabras, lo que parecía más importante era la reconstrucción de un contexto (en este caso el de la negociación colectiva) a partir de preguntas similares. Resultó de enorme ayuda el estudio de muchas otras encuestas realizadas por la Dirección del Trabajo durante los años noventa. De esta manera, se obtuvo no solamente un mayor conocimiento de las relaciones laborales en Chile, las condiciones de trabajo, etc., sino también del estudio y análisis mismo que hace la Dirección. De ahí que nació la idea de comparar datos -producidos por distintos autores en distintos momentos históricos del país- sobre sindicatos de base. Sin embargo, en general, muchas de las preguntas hechas en 1991 y en 1996 son exactamente iguales, aunque no han sido incluidas en este trabajo. En mi opinión, esto refleja una coincidencia alta en cuanto a cómo buscar o encontrar más información sobre un actor relativamente ignorado en el estudio sobre democratización. En este sentido, espero haber contribuido un poco al intéres sobre el estudio del sindicalismo chileno, que muchas veces (y especialmente en el extranjero) se limita a la CUT, aunque la gran mayoría de los trabajadores sindicalizados desarrollan sus actividades en organizaciones de base. 92 El movimiento sindical en la nueva democracia chilena. Perspectivas de los dirigentes sindicales de base: ¿hechos o ficción? 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