REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡Adiós! a la histeria *Ricardo O. Moscone (Buenos Aires) Es más necesario extinguir la soberbia (ibrin) que el comienzo de un incendio. Heráclito de Éfeso (Diels y Kranz, frag. 43B). Ante una serie de síntomas como conversiones, disfunciones sexuales, amores incestuosos o edípicos, problemas de pareja, identificaciones histéricas, teatralidad, sugestionabilidad e ingenuidad, al igual que muchos, pensábamos1 que se trataba de una histeria o de rasgos histéricos presentes en otras configuraciones de las disfunciones psíquicas (Moscone, 1990). Al seguir la evolución de esos análisis comprobamos cambios beneficiosos y aspectos insuficientemente elaborados; entender que estos últimos se derivaban del predominio de una identificación defensiva con el ideal del yo llevó a que luego de una prolongada elaboración se produjesen significativos cambios y a la vez permitió tener una compresión diferente de ese conjunto de disfunciones. El título pretende anticipar que presentamos: 1) una interpretación de la histeria, 2) que el narcisismo es una variación defensiva del amor a sí mismo y 3) la sugerencia de que para el ámbito del psicoanálisis, abandonemos los diagnósticos nosográficos. Comenzaremos desarrollando el último punto. Disfunciones psíquicas en lugar de entidades nosográficas Varios motivos nos persuadieron de que, para el ámbito del psicoanálisis, es conveniente abandonar el uso de las conocidas entidades no1 Que utilicemos el plural responde a que, de las ideas expresadas como propias, es imposible descartar las que nos hayamos olvidado de que fueron aprendidas o tomadas de otros; considerando la existencia de pensamientos que son consecuencia de un hecho social, tampoco podemos discriminar aquellos que la sociedad inconscientemente determinó en nosotros. Como además entendemos que todo lo que es capaz de observar una persona, es muy probable que ya haya sido percibido y manifestado, el plural también pretende incluir esta posibilidad. Pero todo lo anterior no implica que eludamos el hacernos responsables de lo escrito, ni que pretendamos ubicarnos entre los modestos. * Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Avda. del Libertador 774, 10º “B”, C1001ABU. [email protected] 274 RICARDO O. MOSCONE sográficas (esquizofrenia, melancolía, histeria, fronterizo, perversión, etc.) y entender como “disfunciones psíquicas” a los síntomas psicológicos, rasgos de carácter o expresiones somáticas de conflictos psíquicos. Pero esto no implica que al psicoanalizar se deje de evaluar permanentemente si el análisis individual es suficiente o si además requiere de un tratamiento de familia, psicofármacos o internación en instituciones que funcionan con el modelo de comunidad terapéutica. Dejar los diagnósticos nosográficos tendría las siguientes ventajas: 1. Contribuye a prevenir que nos identifiquemos con el psicoanálisis y al analizando con una determinada enfermedad. En un libro europeo escrito hace un cuarto de siglo, en el título del punto, El psicoanalista y la histérica, el autor anticipa la discriminación defensiva que hace al responsabilizar a su analizando de todas sus sensaciones y de las inhibiciones de su pensamiento; como síntesis de esto recordaremos una frase: “J. produce otro efecto, más común, sobre mí, y es que a menudo quedo en blanco”. 2. Como la identificación con el psicoanálisis es con una abstracción idealizada, usualmente conlleva la creencia de infalibilidad porque implica el olvido de que participamos con nuestra singular personalidad y descuidar la posibilidad de que nuestras contribuciones pueden ser inoperantes, total o parcialmente erróneas y que inclusive a veces pueden tener efectos negativos. En este sentido, es incorrecto que aseveremos: “Usted no es psicoanalizable” o “Su análisis ha finalizado”, ya que deberíamos decir: “En mi opinión no le indicaría un psicoanálisis” y “Por mi parte daría por finalizado este análisis”. 3. Psicoanalizar implica hacer consciente lo inconsciente y el hecho de formular un diagnóstico puede implicar el desvío de nuestro objetivo. 4. En un psicoanálisis dar un diagnóstico nosológico no brinda ninguna ayuda, es ineficaz, solo otorgó un calificativo. 5. El diagnóstico, al ser una generalización abstracta, deja de lado la singularidad de cada persona. 6. Como la conjunción de analista y analizando genera una singular pareja, tendríamos que suponer que nuestras apreciaciones no son generalizables. Por ejemplo: finaliza, logra el éxito o fracasa esa pareja, pero es imposible saber qué podría haber pasado de haber sido otro el psicoanalista. 7. Disminuye las consecuencias negativas de los diagnósticos erróneos que frecuentemente ocurren en todos los niveles y jerarquías. Como muestra mencionaremos el artículo de un psicoanalista de prestigio internacional que ha hecho y hace importantes contribuciones al psicoanálisis: al dedicarse a equivocaciones en los tratamientos de suicidas, pone como ejemplo un caso que pertenece a un analista novato que lo consulta luego de que una bella mujer lo sedujo sexualmente. Del artí- REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡A DIÓS ! A LA HISTERIA 275 culo resulta llamativo: a) que la calificada como suicida nunca haya hecho un intento de tal tipo ni se mencione que haya presentado estados depresivos importantes; b) que no tenga en cuenta la posibilidad de que el analista haya sido insuficientemente analizado ya que, un año antes de entrevistar a la hermosa donjuanezca, se lo dieron por concluido cuando es evidente que le quedaron sin elaborar importantes aspectos, entre ellos, precisamente, la relación con las mujeres; c) que no mencione la desafortunada intervención que tuvo el analista muy experimentado y respetado al que el novato recurrió como supervisor antes de ser seducido; el muy experimentado estuvo poco perspicaz, miró en un solo sentido y mal, y creyendo que había comprendido toda la situación, despachó al neófito indicándole una única y equivocada línea interpretativa. El artículo solo señala la “equivocación” del analista principiante y no se dice nada de la significativa participación de quienes tuvieron la responsabilidad de formarlo y de ayudarlo; de este modo queda como el “pecador arrepentido” que sirve de ejemplo o como chivo expiatorio; pero existen otros responsables: su análisis terminó sin hacerle saber que, entre otros, le faltaba analizar el capítulo de la sexualidad y el de las mujeres y, cuando pidió ayuda a alguien muy experimentado y respetado, este acentuó su desorientación y lo abandonó creyendo que le había dado “la indicación exacta”. 8. Disminuye la posibilidad de que las ideas preconcebidas acerca del pronóstico determinado por el diagnóstico disminuyan o anulen las posibilidades de ayudarlo, ya que son muchos los factores que hacen que cada persona evolucione de manera diferente aunque posea algunas disfunciones similares a otras. Es para tener presente que, en el caso de haber solicitado asistencia, el factor más importante es quién tiene la responsabilidad de ayudarlo. 9. Evitaría que cuando en un escrito se fundamenta una hipótesis o se ejemplifica con un análisis, el autor dé por sentado que el lector sabe lo que él entiende por la entidad nosológica que menciona. El amor a sí mismo El niño aprende a amar a otras personas que remedian su desvalimiento y satisfacen sus necesidades. Freud. Tres ensayos de teoría sexual (1905, VII: 203) El amor comprende capacidades y necesidades. Las capacidades son sentimientos y conductas originados inconscientemente por la pulsión de vida que presenta dos aspectos diferentes: la conservación de sí 276 RICARDO O. MOSCONE mismo y la reproducción de la especie que se lleva a cabo mediante dos metas distintas; una es la relación sexual y la otra, la crianza de los hijos. Cada modalidad genera un tipo de amor diferente: la conservación de sí mismo al amor a sí mismo, la relación sexual al amor sexual y la crianza de los hijos al amor parental; de cada una de ellas se deriva una amplia variedad. Las necesidades de un adulto son las sexuales, la de amar, la de ser amado y la de sentirse integrado a grupos sociales y a la sociedad. El amor lleva a conformar sociedades.2 El amor a sí mismo tendría dos orígenes: la pulsión de auto conservación3 y el amor parental, es decir, de cómo se fue amado, cuidado, percibido y tratado en los primeros años de vida por sus progenitores o por quienes cumplieron esa función. Recordemos que inicialmente, los padres funcionan como el superyó de su hijo y que luego, ya incorporada, esta instancia es la encargada de la observación de sí mismo, de la reflexión, de la conciencia moral, de portar ideales, y la que provee cuidado, confianza y estima de sí mismo. En gran medida el superyó tendrá las características que haya poseído el amor parental. El amor a sí mismo incluye además amor por todo aquello que además de los padres ha contribuido a la conformación personal, por las personas con las que se está relacionado, por la ocupación que se realiza, el credo, la raza, los grupos, las instituciones, las sociedades y el país al que se pertenece. Por los motivos recién citados, el amor parental, tal como lo indica la cita del epígrafe, es una adquisición. En efecto, tal como lo muestran las experiencias clínicas, por lo general, quien no ha sido amado objetalmente en los primeros años de vida, posteriormente es incapaz de amar de ese modo y su modalidad amatoria es la narcisista; es decir, piensa solo en sus propios intereses, tiene una actitud defensiva omnipotente autosuficiente y desconsidera a su prójimo. Cuando se percibe que la vida está en peligro, la pulsión de la conservación de sí mismo desata una violenta agresión o destrucción4 que está destinada a eliminar la amenaza o huir de ella. El odio y la agresividad pueden llegar a establecer un violento estado pasional enajenante en el que se pierde el control racional y, por lo tanto, la capacidad de pensar en las consecuencias de los ataques. 2 Esta definición es desarrollada en “El amor: una definición”, artículo a publicarse en Revista de Psicoanálisis. 3 Freud, en Introducción del narcisismo (1914, XIV, 71-72), manifiesta que el narcisismo es el complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación, de la que justificadamente se atribuye una dosis a todo ser vivo. 4 Freud, 1923, XIX, p. 42; 1926, XX, p. 253; 1929, XXI, pp. 109, 117, 134 y 140; 1932a, XXII, p. 95; y 1932b, XXII, pp. 185 y 193. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡A DIÓS ! A LA HISTERIA 277 En el amor a sí mismo se incluyen todos los aspectos de la personalidad; implica cuidado, defensa, valoración, confianza en el logro de los objetivos, conciencia de las responsabilidades para consigo mismo y con los demás, pensar con anticipación en las consecuencias de los sentimientos y conductas antes de accionar. También el amor a sí mismo, cuando se advierte que se ha actuado de una manera que condujo al fracaso en el logro de los objetivos o que incumplieron las normas morales o legales, lleva a tratar de rectificar los procedimientos sin reproches ni castigos. Son conocidas y valoradas las funcionales identificaciones con un ideal que contribuyen a la producción de logros, en algunos casos extraordinarios, en todas las actividades: laborales, deportivas, artísticas e intelectuales. Recordemos que la palabra “entusiasmo” se tomó de la francesa enthousiasme, la que a su vez se originó en la helena enthoisiasmós, que significa “estar poseído por un dios”; y también a “inspiración”, derivada de la latina spirare, que es “soplar” y que significa “aliento creador”. Como puede apreciarse, tanto “entusiasmo” como “inspiración”, dan a entender que se ha producido la identificación con un ideal, que es lo que permite que se tenga una capacidad creativa o logros que están por encima de lo habitual. El narcisismo: una variación defensiva del amor a sí mismo Cautivado por la imagen que está viendo, Narciso ama una esperanza sin cuerpo; cree que es cuerpo lo que es agua. Ovidio. Metamorfosis (III, 416-418). Consideramos que el narcisismo es la defensiva identificación con un ideal grandioso y omnipotente con exclusión de otros importantes aspectos personales.5 En el amor a sí mismo se ama lo que se es, en el narcisismo se ama lo que se cree ser, es decir, el ideal grandioso con el cual defensivamente se ha identificado.6 Este criterio tiene semejanzas con el relato del mito 5 Autores como Kernberg (1991, pp. 168-169) plantean un narcisismo infantil y otro adulto normal y dos narcisismos patológicos de diferente gravedad. 6 Entre otras definiciones recordaremos a Green (1966, p. 76): “El narcisismo es la borradura de la huella del Otro en el Deseo de lo Uno”; Laplanche y Pontalis (1967, p. 261): “Con referencia al mito de Narciso, amor dirigido a la imagen de sí mismo”; Grunberger (1975, p. 27): “nuestra hipótesis reposa sobre el postulado de un estado elacional prenatal, fuente de todas las variantes del narcisismo”; Lambotte (1993, p. 278 RICARDO O. MOSCONE de Narciso de Ovidio; cuando el bello joven se acerca a la fuente para beber agua, ve su imagen reflejada que desaparece cuando, al enamorarse de ella, intenta besarla. En efecto, Narciso ama una imagen reflejada en el agua, en otras palabras, ama el ideal de belleza que cree ser y no a sí mismo. También seguimos uno de los hallazgos de Freud sobre el tema: “No hay en él [el narcisista] ninguna tensión entre el yo y el superyó –partiendo de este tipo difícilmente se habría llegado a postular un superyó–” (1931, XXI, 220), con el que da a entender que la identificación con el ideal borra las diferencias entre esas dos diferentes instancias psíquicas. Freud introdujo la noción del narcisismo al psicoanálisis en 1914 y en su obra encontramos descubrimientos y teorías formuladas desde distintas perspectivas; entre estas recordamos: una etapa normal del desarrollo, un estadio de la libido, un tipo de elección, un tipo libidinal y una perversión; también estableció las nociones de narcisismo primario y secundario. Suponemos que el creador del psicoanálisis deja sin definir al narcisismo porque la investigación quedó inconclusa. En conocidas contribuciones posteriores, entre otras, las de Green (1966 y 1982), Kohut (1971 y 1977), Kernberg (1977, 1984, 1991 y 1995) y Grunberger (1975), hallamos diversas comprensiones, pero no una definición. La palabra narcisismo proviene de la helena nárkissos, que significa “narciso”, “color del narciso”. Plutarco manifiesta: “el narciso es llamado con este nombre porque embota los nervios e induce una torpeza narcótica” (647 C), dando por sentada una relación con nárke, que significa “entumecimiento o aletargamiento producido por el frío o por el miedo”, “amortiguar”, “amortecer”, “apagar, opacar”, debido al efecto que tienen los alcaloides del narciso (Narcissus papyraceus) (cf. Liddell y Scott, y Chantraine). Los eruditos no relacionan etimológicamente a nárkissos con nárke, pero puede hacérselo desde el psicoanálisis, ya que el narcisista, en algunos momentos demuestra inteligencia y en otros, una insospechada torpeza; este último caso suele ocurrir cuando actúan infatuados y enceguecidos por su narcisismo. La defensiva identificación con un ideal grandioso y omnipotente parece regirse por las leyes del proceso primario, ya que vive como una realidad la identificación con la imagen virtual fantaseada, se des- 327): “[el narcisismo] designa un comportamiento por el cual un individuo ‘se ama a sí mismo’”; Chemama y Vandermersch (1998, p. 438): “Amor que dirige el sujeto a sí mismo tomado como objeto”; Vincent (2002, II, p. 1131) “sostiene que es el amor de sí mismo”. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡A DIÓS ! A LA HISTERIA 279 mienten importantes percepciones de sí mismo y del exterior y también desaparecen el transcurso del tiempo y los límites. La desmentida de importantes aspectos de sí mismo y de los demás determina lo que llamaríamos “ceguera narcisista”; sus consecuencias son sumamente negativas: esclavitud al ideal, anulación de otros desarrollos personales, insociabilidad o asociaciones disfuncionales, sentimiento de soledad, masoquismo y necesidad de ser admirado. En relación con esto último, en muchas ocasiones se hace descalificar u odiar, con lo que recibe lo opuesto a lo que, aunque lo ignore, necesita: ser amado, cuidado y protegido, pero toda su persona y no solo su tiránico e inhumano ideal. Cuando es funcional, la identificación con el ideal es temporaria, cosa que no ocurre con el narcisismo que, además, cree que siempre y únicamente es un ser grandioso. Las realizaciones pueden llegar a ser extraordinarias en ambos casos, pero el narcisismo se acompaña de variados síntomas que le ocasionan consecuencias negativas. Observamos además: 1) en el amor a sí mismo existe una serena confianza en la propia capacidad, en cambio, en el narcisismo hay una ciega omnipotencia; 2) en el amor a sí mismo se aceptan y toleran los fracasos, y en el narcisismo son intolerables y desatan una reacción violenta y furiosa; 3) el narcisismo implica una importante desmentida de sensaciones de aspectos personales y del mundo exterior (realidad). Orígenes del narcisismo Tan profunda es su explicación que nunca encontrarás los límites de la psiquis ni aunque recorras todos los senderos. Heráclito de Éfeso (Diels y Kranz, frag. 45B). Si decimos que Heráclito afirmaba esto porque al percibir que la psiquis de un individuo tenía raíces en su cuerpo, en experiencias de las primeras épocas cuando su yo era incipiente y en otras posteriores que abarcan un largo período, en sus padres, en sus antepasados, en sus amores y en la sociedad, advertía que era imposible establecer los límites precisos, puede entenderse que estamos colocando conocimientos actuales en algunas pocas palabras que conforman una impactante y bella advertencia metodológica que tiene 27 siglos de antigüedad, para persuadir al lector de que al estudiar al hombre no puede pretenderse encontrar exactitud al delimitar su contorno tal como si se tratase de un objeto material. A lo anterior agregamos que, dado que las observaciones pueden ser 280 RICARDO O. MOSCONE parciales o erróneas y también participan el azar, lo irracional y lo aún ignorado, excluimos la expectativa de lograr una comprensión racional absoluta. También descontamos que se acepta que todo conocimiento científico es provisorio y que su mejor destino es que de nuevas investigaciones surjan inéditas hipótesis que aporten explicaciones más amplias, menos refutables y cuya aplicación en la práctica demuestre mayor eficacia. El predominio de la identificación con el ideal del yo, como el hombre y como todas las disfunciones psíquicas, es el resultado de una prolongada y compleja participación de factores que determinan presentaciones singulares. Prolongada porque puede hacerse iniciar antes del nacimiento y finalizar junto con la vida. Compleja porque se conjugan factores individuales, las actitudes de los progenitores, que son los responsables de que sus hijos lleguen a la adultez, la familia, los grupos sociales y el efecto modificador de las experiencias individuales positivas y negativas que acaecen durante toda la existencia. Del extenso período mencionado, por su gran importancia en la conformación del psiquismo, destacamos las primeras experiencias de vida y el complejo de Edipo. Del cúmulo de cómo se hayan satisfecho las necesidades vitales y de contacto con quienes cubren la indefensión en el primer período de la vida, quedan registros de placer y de displacer fijados a mociones pulsionales. Ante intolerables vivencias displacenteras el primitivo yo se defendería desmintiéndolas7/escindiéndolas8 y estableciendo un virtual estado placentero.9 Este último sería logrado mediante un mecanismo similar al del proceso primario del soñar, en el que no existen ni el tiempo ni los límites: se vive como real lo fantaseado y son desmentidas tanto las percepciones dolorosas como las que indican la irreali- 7 Desmentir, dar por inexistente algo percibido, implicaría una escisión. Dorpat sostiene que es difícil diferenciar ambos mecanismos (1979, p. 112). 8 Freud menciona a la escisión a lo largo de toda su obra y en múltiples ocasiones (1892, I, pp. 186, 189-190; 1893-1895, II, pp. 37, 49, 140, 149; 1894, III, pp. 47-48, 5152; 1910, XI, p. 163; 1912, XI, p. 177; 1927b, XXI, p. 151; 1932, XXII, p. 54; 1938a, XXIII, pp. 275-276; 1938b, XXIII, pp. 203, 204, 205); comienza planteando que en la histeria la defensa produce la escisión entre lo consciente y lo inconsciente reprimido, luego encuentra que ocurre normalmente en el psiquismo y que está presente en todo tipo de sufrimientos. 9 Freud sostiene: “La oposición entre yo y no yo (afuera), [o sea] sujeto-objeto, se impone tempranamente al individuo […]. Yo-sujeto coincide con placer. Mundo exterior, con displacer” (1915a, XIV, pp. 128 y 131). REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡A DIÓS ! A LA HISTERIA 281 dad de la fantasía.10 Estos elementales pero complejos mecanismos defensivos darían las bases para el establecimiento de un estado oniroide placentero activo durante la vigilia, distintos grados de alejamiento de la realidad y las disfunciones sensuales/sexuales e identificatorias. Por último, aunque sea obvio, queremos recordar la determinante importancia de la capacidad del amor maternal para satisfacer las necesidades del recién nacido y las numerosas diferentes disfunciones que este amor puede presentar, y también que esta aptitud varía según la relación de pareja que tenga. Al comienzo de sus investigaciones, y en dos importantes obras, Freud describe tanto las vivencias de satisfacción como las de dolor (1895, I, pp. 364-366; y 1900, V, pp. 589-590). Resulta llamativo que posteriormente deje de lado a las últimas a pesar de haberlas vuelto a mencionar en 1915a. Precisamente, al omitirlas, sostiene: “La posibilidad de una represión no es fácil de deducir en la teoría. ¿Por qué una moción pulsional habría de ser víctima de semejante destino? Para ello, evidentemente, debe llenarse la condición de que el logro de una meta pulsional depare displacer en lugar de placer. Pero este caso no se concibe bien. Pulsiones así no existen, una satisfacción pulsional es siempre placentera” (Freud, 1915b, XIV, p. 141). En la última frase, Freud hace equivalente a “pulsión” con “satisfacción pulsional placentera” porque no considera ni las experiencias de frustración ni las diversas cualidades que su satisfacción puede presentar. Consideramos que para comprender la represión es indispensable partir del registro de primitivas experiencias sensuales dolorosas y el respectivo mecanismo defensivo11 que determinaron. Las conocidas manifestaciones del período del complejo de Edipo demuestran que las cualidades y la intensidad del amor parental son tan importantes como en el hijo el establecimiento de identificaciones. Cuando el amor parental es narcisista, obliga a que, para ser tenido en cuenta, reconocido y amado, el hijo imprescindiblemente tiene que ase- 10 Esto parcialmente correspondería a lo que Freud denomina represión primaria (Urverdrängung). Primero señala: “La primera fase consiste en la fijación, precursora y condición de cada ‘represión’” (1911a, XII, p. 62); después manifiesta: “Tenemos razones para suponer una represión primordial, una primera fase de la represión, que consiste en que a la agencia representante psíquica de la pulsión se le deniega la admisión en lo consciente” (1915b, XIV, p. 143), y lo reitera: “Presuponen [las represiones halladas en la clínica] represiones primordiales producidas con anterioridad, y que ejercen un influjo de atracción sobre la situación reciente” (1926, XX, p. 90). 11 Entre los autores que, en Freud, señalan los inconvenientes teóricos de no considerar las experiencias dolorosas, citamos a Cohen y Kinston (1983, p. 420). 282 RICARDO O. MOSCONE mejarse al ideal, y esto, que también lleva implícito el desconocimiento de su individualidad, tiene una decisiva influencia en la identificación con un ideal del yo que, en realidad, es el ideal parental que el hijo hizo suyo para poder ser tratado como tal. A su vez, como lo dijimos, las primitivas experiencias que por lo dolorosas obligaron a ser escindidas, dificultan las relaciones entre el yo y las percepciones, durante el complejo de Edipo perturban los procesos identificatorios; a su vez, lo anterior suele estar acompañado por un registro pulsional de experiencias placenteras que carece de la magnitud y de las fuerzas necesarias como para sostener la individualidad. De los progenitores también habría que destacar que al funcionar como instancia psíquica del hijo (Freud, 1934/8, XXIII, p. 113) participan en la cualidad del superyó que incorporarán. Intervienen mediante el amor, el odio, la capacidad comprensiva o destructiva, el grado de connotación incestuosa de su trato; sus actitudes con la sexualidad; el modelo de identidad que ofrecen, la protección a experiencias sexuales traumáticas que le brindan durante su latencia; su capacidad para transmitirles ideales, para reconocerles su individualidad o, si esta es atropellada, al encargarlos de dar cumplimiento a sus ideales u odios narcisistas insatisfechos. Como es sabido, en este período también se presenta una incontable variedad del amor parental. Con las enormes diferencias que existen entre ambos estadios evolutivos, en los dos períodos que acabamos de mencionar, se establece un mecanismo defensivo que guarda similitudes con el soñar: hacen sentir que se vive el estado placentero o la identificación fantaseada y se anulan los datos perceptivos dolorosos o los que rebatirían la ilusoria sensación. Por tratarse de etapas de formación del psiquismo, las experiencias dolorosas, las carencias y las disfunciones parentales producen daños en la estructura de la personalidad que dejan odio y resentimiento, y la sensación de que se ha recibido una grave injuria irreparable; en cierta manera esto es así porque los mecanismos defensivos establecidos son como las cicatrices o las mutilaciones. Freud haría referencia a lo que acabamos de mencionar cuando señala que “las dolorosas experiencias de los más tempranos períodos de la vida hieren dolorosamente, dejando la sensación de considerarse una excepción” (1916, XIV, pp. 319-322). Como puede advertirse, la comprensión del hombre y de sus disfunciones psíquicas expuesta incluye los acontecimientos de toda la vida y una compleja participación de diversos factores. Desde esta perspectiva son incompletas las explicaciones monocausales u oligocausales y las que excluyen la participación de las figuras parentales, de la familia y de la sociedad: “el hombre aislado no existe”, decimos siguiendo, entre otros tantos, a Aristóteles, que afirma: “Por naturaleza el hombre es un ser REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡A DIÓS ! A LA HISTERIA 283 social” (1253a); y también a Winnicott, que al manifestar: “Un bebé no puede existir solo, sino que es una parte esencial de una relación” (1947, p. 137), señala que tiene que ser considerado junto con su madre. La defensa referida no es un hecho psicológico totalmente nuevo sino un incremento o predominio de algo inherente al funcionamiento mental. El vivir demanda un esfuerzo que agota; además del dormir y soñar, requerimos de otras conductas restauradoras: descansos, recreos, juegos y entretenimientos. De estos, destacamos los “mundos” creados (televisión, música, cine, producción escrita, deporte) que permiten apartarse de la realidad cotidiana, descansar, aportan modelos identificatorios, pensamientos y placer. Por otra parte, la idealización de los progenitores y modelos, al quitar defectos e incrementar capacidades además de proveer de un modelo mejorado, ayuda a superar los temores no solo de la infancia sino también de la adultez. Las incontables formas, grados y combinaciones de experiencias hacen que se produzcan diferentes disfunciones psíquicas en las que suele resaltar alguna característica: insociabilidad, desconexión con la realidad, padecimientos psicosomáticos, alteraciones en la identidad, carácter. Entre ellas puede ser difícil establecer separaciones netas; además, hay que tener presente que las transformaciones y las distintas circunstancias que se van sucediendo a lo largo de la vida hacen que los síntomas adquieran diferentes presentaciones: una persona que ronda las tres décadas presentará significativos cambios al acercarse al medio siglo, ya que al enfrentar la vejez dispone de la experiencia de una gran parte de su vida, lo que le permite tener una amplia perspectiva de sí mismo y de la vida. Entendiendo que el narcisismo es una variación defensiva del amor a sí mismo presente con diferentes características en las diversas configuraciones de las disfunciones psíquicas, consideramos que un análisis puede darse por finalizado recién después de que esta defensa ha sido elaborada. En el epígrafe inicial traducimos la palabra helena antigua ibris como “soberbia”, lo que podría ser objetado ya que, dependiendo del contexto, también tiene otros significados como: “violencia desenfrenada”, “insolencia”, “ultraje”, “codicia”, “lujuria”. Lo anterior indica que desde hace veintiocho siglos se conocen las consecuencias perniciosas del narcisismo, ya que de los múltiples significados de ibris, puede inferirse que son diversos aspectos del narcisismo. Los síntomas Con la comprensión antes presentada, en este punto abordaremos sucintamente cada uno de los síntomas que, entendemos, se derivan del 284 RICARDO O. MOSCONE narcisismo defensivo y que integrarían lo que habitualmente se conoce como histeria: Disfunciones sexuales Comprenden una variada gama que puede tener diferentes grados: frigidez, impotencia, asco o inhibiciones de aspectos parciales de la sexualidad, eyaculación precoz o retardada, la ausencia de deseos sexuales, modalidad onanista. Esto último consiste en que el estímulo predominante proviene de las fantasías y no de los mutuos contactos y estímulos corporales con la pareja sexual; si lo anterior no es provocado por la pasividad sexual del partenaire, sería el resultado de la defensa que llevó a la creación de un mundo personal oniroide placentero y del registro displacentero de las pulsiones. El registro doloroso de los primeros contactos sensuales lleva a que defensivamente se ame lo abstracto, lo ideal o lo idealizado y a que se rehúyan los amores que llevarían a la relación con el objeto de amor para evitar los conflictos y sufrimientos que ocasionaría. También puede ocurrir que la sexualidad sea satisfactoria pero, como lo señaló Freud, solo ocurre en ciertas condiciones, como la de llevarla a cabo con alguien degradado (1912) o que esta condición vaya acompañada por otros síntomas, entre ellos, la imposibilidad de amar. Con la emergencia de la sexualidad en la adolescencia las pulsiones se presentan con las cualidades impresas por las primitivas experiencias y, en el caso de haber predominado el displacer al punto de haber determinado una escisión defensiva, originan las disfunciones sexuales; pero también hay que tener presente la influencia de las experiencias posteriores, fundamentalmente como las que ocurren en el complejo de Edipo. El yo, desde la placentera situación lograda al identificarse con el ideal, percibe como ajenos a los representantes de las pulsiones sexuales marcadas como dolorosas que defensivamente habían sido desmentidas/escindidas; por este último motivo suelen presentarse como proyecciones,12 generando, entre otros sentimientos, celos. La combinación de narcisismo y de impotencia amatoria hacen que resulte atractivo quien es indiferente a su seducción y que se desprecie a quien lo ama. Esto sería su “equívoco” amatorio: ama a quien no lo ama y desdeña a quien lo ama. 12 Fine (1971, p. 615) considera que la proyección es uno de los principales mecanismos defensivos de la histeria. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡A DIÓS ! A LA HISTERIA 285 Amores con connotaciones edípicas/incestuosas Consideramos que una elección es edípica/incestuosa cuando recae sobre: familiares, un integrante de una pareja, una persona con la que se tiene una significativa diferencia de edad, social o económica; con un integrante de una relación establecida anteriormente en la que se tiene autoridad y responsabilidad sobre la otra persona (maestro/alumno, médico/paciente, educador o cuidador/niño, jefe/subordinado). También son incestuosos los contactos excitantes de contenido sexual (dormir en el mismo lecho, caricias, exhibicionismo) de los padres (o quienes los sustituyen) con sus hijos; las que contribuyen decisivamente a desubicarlos, como cuando los hacen partícipes de los problemas de pareja. El progenitor que tiene actitudes incestuosas como las mencionadas habitualmente desmiente tanto el contenido sexual de estas como las negativas consecuencias que tienen en su hijo. Como otros, este síntoma se origina durante un prolongado tiempo y es el resultado de la confluencia de múltiples factores; entre ellos se destacan los sucesos de los dos períodos antes mencionados. Las disfunciones previas al período del complejo de Edipo dificultan el establecimiento de una adecuada identificación con el progenitor, y a esto se suman las actitudes de cada uno de los padres y el funcionamiento de la pareja. Por ejemplo, un progenitor indiferente a su cónyuge induce a que el hijo se sienta que forma pareja con el otro; a su vez hace que este se aferre al hijo y lo dañe por diferentes vías. Una mujer al separarse del marido comienza a hacer dormir con ella a su hijo de dos años hasta que cumple diez; este, como consecuencia, de adulto padece una severa impotencia sexual y recién se anima a consultar después de la muerte de su madre. Experiencias iniciales dolorosas y disfunciones parentales llevan a establecer una defensa narcisista creando un mundo virtual placentero, por lo que podría decirse que se lo ha forzado a sentirse ilusoriamente que se es la figura parental idealizada; como las vivencias mencionadas también despiertan un intenso odio inconsciente, el sentirse que se es el ideal implica incesto y parricidio, lo que también implica cargar con una significativa culpa que es permanentemente desmentida. Si se tiene presente que el amor corporal, es decir, la atracción sexual, es una importante fuerza que lleva a establecer lazos sociales, podría entenderse que los contactos sexuales incestuosos de los padres con los hijos también pueden tener el objetivo inconsciente de crearles una irreversible dependencia, es decir, serían también una forma de apoderarse indefinidamente de ellos. 286 RICARDO O. MOSCONE Tendencia a parentalizar la pareja La escisión defensiva entre el yo identificado con el ideal y las pulsiones sexuales ligadas a registros displacenteros o dolorosos lleva a que, al establecer una pareja, se la idealice y por lo tanto la sexualidad quede excluida de ella. Freud comenta que el motivo de consulta más frecuente en el varón adulto es la impotencia psíquica y describe la problemática de aquel que en su inconsciente tiene ligada su sensualidad a objetos incestuosos; para protegerse el principal recurso es la escisión amorosa, estableciendo la degradación de una mujer y la sobrestimación de otra; esto lo lleva ser potente con la primera e inhibido o impotente con la idealizada (1912, XI, pp. 171-177). Seducciones sexuales inauténticas Reciben este calificativo porque en lugar de tener como objetivo la atracción conducente a la relación sexual, tienen otras metas, entre ellas: buscar halagos narcisistas, el sentirse deseado para evitar los celos, el producir celos en su pareja para que ella sea quien los sufra y el sugerir ser sexualmente potente para desmentir las limitaciones. El deseo sexual del seducido puede engañarlo al generarle la ilusión de ser satisfecho, y esto es lo que posteriormente lo lleva a quejarse de haber sido frustrado. En la interpretación, además de los aspectos antes mencionados, es importante incluir la existencia de deseos sexuales de los que se carece de conciencia por haber sido desmentidos. Pareja y familia disfuncional Partimos de considerar que todas las parejas, familias, grupos y sociedades tienen algún grado de disfunción, al punto que podría decirse que ella forma parte de su funcionamiento y, en muchos casos, un cierto grado de disfunción es lo que permite la persistencia de la asociación. El predominio del amor narcisista sobre el objetal, las disfunciones sexuales, los celos y las dificultades para asumir responsabilidades son los elementos más importantes que determinan disfunciones en parejas y familias; la situación suele complicarse aun más cuando se constituye una familia y nacen los hijos que, con sus requerimientos y sus significados, agregan exigencias y despiertan conflictos que estaban latentes. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡A DIÓS ! A LA HISTERIA 287 Disfunciones identificatorias Las identificaciones intrascendentes o imitaciones son sus manifestaciones y tienen las siguientes características: imitan o reflejan un aspecto de otra persona; coexisten con otras identificaciones sin interferencia alguna, ya que al ser básicamente un reflejo, no son incorporadas ni tienen ninguna trascendencia en el futuro devenir de la personalidad; tienen corta duración; son fácilmente influidas por diversos factores que pueden llegar hasta hacerlas desaparecer; presentan un despliegue intensamente dramático pero carecen de compromiso alguno con el resto de la personalidad; y se producen al desear ponerse en la misma situación de otra persona. Estas identificaciones también suelen determinar el temor a contagiarse, a padecer la misma enfermedad o a ser influenciado por otras personas. Las características señaladas indican sus diferencias con las identificaciones que conforman una sólida personalidad y sus similitudes con los caprichos, ya que presentan un llamativo contraste al mostrarse como algo de suma importancia, pero su fugacidad evidencia intrascendencia y superficialidad. Freud las denomina identificaciones histéricas y afirma: “El mecanismo es el de la identificación sobre la base de poder o querer ponerse en la misma situación” (1921, XVIII, p. 101); pero, como puede comprobarse, también se encuentran en las diversas presentaciones de la defensa narcisista. Estas identificaciones serían producidas por el recurso defensivo que funciona como el proceso primario, lo que les da algunas semejanzas con el soñar; se es la imagen virtual, pero esto es inestable ya que pertenece a un mundo virtual e inconsistente. Al relatar el mito de Narciso, Ovidio ofrece una clara representación de lo que acabamos de describir: cuando el bello joven se acerca a la fuente para beber agua, ve su imagen reflejada que desaparece cuando, enamorado de ella, intenta besarla: “ama una esperanza sin cuerpo; cree que es cuerpo lo que es agua” (III, pp. 415-418). Además, lo anterior expresaría que esta efímera identificación, para mantenerse requiere desmentir percepciones. Los caprichos, la sugestionabilidad y la inestabilidad psíquica son otros síntomas que también se relacionan con funcionamientos defensivos regidos por las leyes del proceso primario. Además habría que mencionar que durante el complejo de Edipo se agregan las disfunciones de los progenitores que, cuando carecen de aptitudes para el amor parental o padecen problemas de identidad, son disfuncionales modelos identificatorios. Las identificaciones inauténticas tienen semejanzas con las imáge- 288 RICARDO O. MOSCONE nes especulares y, por lo efímeras, se diferencian de las fotográficas. Una mujer que presentaba llamativa pérdida de memoria de hechos recientes, en una segunda consulta con un destacado neurólogo, se le confirma el diagnóstico de Alzheimer. El comentario de que continuaba coordinando un grupo de mujeres que tenían a cargo varias tareas de beneficencia y la solidez de sus sentimientos, llevó a advertir que el diagnóstico era erróneo; en una consulta la mujer relató que sus molestias aparecieron después de que una antigua y querida amiga suya debió ser internada porque precisamente padecía de esa enfermedad; entre sus recuerdos surge primero la muerte de su hermana menor y después la dolorosa pérdida de la madre en la infancia. Teniendo presente lo planteado, resulta evidente entonces la existencia de una disfunción identificatoria, pero en la literatura psicoanalítica no encontramos menciones directas de que la histeria las padezca. Podrían tomarse como indicadores indirectos de que esto ha sido percibido varios trabajos y comentarios, entre otros, La pregunta histérica, de Lacan, que se relaciona con la identidad (1956, pp. 229-245); la afirmación de Perrier, que dice que el histérico se pregunta: “¿Quién soy, varón o mujer?” (1968, p. 161); las palabras de Green: “La paciente ha absorbido más bien que internalizado una serie entera de sucesos” (1974, p. 465); y los comentarios de Brenman sobre la identificación en la histérica (1985, p. 426). Esclavitud a un ideal tiránico y omnipotente “La tiranía iguala al hombre con los dioses” (1169), afirma Hécuba en Las troyanas, de Eurípides, señalando la soberbia, la omnipotencia y el anhelo de poder absoluto que llevan a que un tirano actúe con violencia sin respetar las leyes y disponiendo a su arbitrio del destierro, la vida y el patrimonio de sus gobernados. Esta referencia inicial pretende destacar los negativos aspectos que posee el ideal de yo cuando sin piedad también tiraniza al tirano convirtiéndolo en el esclavo encargado de concretar sus grandiosos e irreales deseos. Es importante tener en cuenta la existencia de la soberbia y la omnipotencia porque, si bien existen muchas manifestaciones que las revelan, en parte son inconscientes y en parte se ocultan. Este ideal tiránico y grandioso habitualmente es transferido al psicoanalista y, si nuestro narcisismo nos impide detectarlo, podemos considerar que estamos recibiendo una justa valoración y que el analizando es un modelo por su extraordinaria afición, sin advertir que en realidad está sumido en una esclavitud tan humillante como nociva. Por ejemplo, Adrián padecía de fuertes dolores de cabeza, me había transferido el aterrorizante ideal REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡A DIÓS ! A LA HISTERIA 289 que lo esclavizaba y al que obedecía automáticamente de manera inconsciente y al que odiaba; cuando esto fue interpretado y elaborado junto con lo que vive desde su infancia con su padre, durante un largo tiempo, recién desapareció ese sufrimiento. Solo cuando esta identificación tirana y omnipotente se haya modificado, el tratamiento psicoanalítico habrá dado el indispensable sustancial paso que, entre otros tantos beneficios, permite la recuperación y el desarrollo de aspectos personales que hasta entonces eran desconsiderados. La obsecuencia, al implicar la adopción del papel de esclavo, también indica la existencia de un ideal tiránico, ya que este es proyectado al colocarse en esa actitud. Esto está lejos de ser una novedad; ya en los comienzas del siglo vi a. C., uno de los siete sabios, Bías de Priene, afirmó que “de los animales salvajes el más feroz es el tirano y de los mansos, el adulador” (Plutarco, 61C), de lo que puede inferirse algo que también es conocido: los tiranos adulan y los aduladores esconden un tirano. Freud afirma: “Cuando el yo le ha ofrendado al superyó el sacrificio de una renuncia de lo pulsional, espera a cambio, como recompensa, ser más amado por él” (1934/8, XXIII, p. 113); señala claramente que el sacrificio de la propia vida al servicio del ideal es lo que produce el narcisismo, es decir, el amor por lo que se cree que se es. Garma sostiene: “el sentimiento de omnipotencia proviene de un sometimiento superyoico” (1974, p. 152); si bien se refiere a lo que ocurre en las psicosis, desde otra perspectiva señala dos importantes elementos de nuestro planteo: omnipotencia y sometimiento; posteriormente asevera que en el narcisismo ocurre el sometimiento masoquista al superyó (1976, p. 648). Desmentida de percepciones Fue señalada claramente por Freud al afirmar: “Toda neurosis tiene la consecuencia, y por lo tanto probablemente la tendencia, de expulsar al enfermo de la vida real, de enajenarlo de la realidad” (1911b, XII, p. 223). Posteriormente lo reitera.13 El estado defensivo ya mencionado funcionaría como el proceso primario del soñar al producir placer, porque hace sentir vivir el estado deseado y anula los datos perceptivos dolorosos que harían desapare- 13 Freud, en Introducción del narcisismo, manifiesta: “También el histérico y el neurótico obsesivo han resignado (hasta donde los afecta su enfermedad) el vínculo con la realidad” (1914, XIV, p. 72). 290 RICARDO O. MOSCONE cer el ilusorio y agradable estado. Como puede inferirse, estos elementales y complejos mecanismos y posiciones defensivas, entre otras consecuencias, originarían el narcisismo y los distintos grados de alejamiento de la realidad que van desde desmentidas de situaciones u objetos conflictivos hasta el reemplazo de lo percibido por percepciones o pensamientos productos de la fantasía, que a veces son presentados como una especulación teórica. Desmentida de sentimientos La identificación con el ideal del yo implica desmentir/escindir los propios sentimientos, y esto puede constituir un estado tan habitual que sin inmutarse se interrogan sobre qué es lo que podrían estar sintiendo, como si tratase de otra persona; a veces llegan inclusive a sorprenderse cuando se les señala esto. Así como se desmienten sentimientos personales, también se tiende a desconsiderar los del prójimo. Tendencia al ensimismamiento Se derivaría de la defensa que llevó a crear un personal mundo ilusorio y placentero independiente de las percepciones. Ceguera narcisista Entre las consecuencias de la identificación defensiva con el ideal del yo se encuentra la predominante percepción de lo que se relaciona con él, ya que, como recién mencionamos, regido por el proceso primario, quedan sin efecto percepciones y se ignoran aspectos personales, de los demás y de la sociedad. Esto hace que su perspectiva sea estrecha y egoísta. Soberbia que requiere una permanente convalidación Debido a que se trata de una fantasiosa identificación con un ideal, la soberbia o la sobrevaloración requieren una continua homologación. Como prueba de la indispensable grandiosidad se toma la admiración de algunas personas, la supuesta perfección en las tareas realizadas, el considerarse superior a los demás y el creerse infalible o siempre exitoso al desmentir todos los errores y fracasos. Ya mencionamos que el envanecimiento se debe a lo que se cree que se es, y que simultáneamente existe una inconsciente desvalorización de lo que efectivamente se es, ya que se es juzgado por un ideal que pretende algo sobrehumano, por lo que nada le es suficiente. La necesidad de sustentar la soberbia es tan significativa que los sen- REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡A DIÓS ! A LA HISTERIA 291 timientos y actitudes negativas que despierta esa actitud son interpretados como que han suscitado la envidia en los demás, y se toma como válida la admiración que se logra conseguir en algunos pocos que, generalmente, no son pares sino personas que necesitan disponer de personajes idealizados. Hay casos que, por su aptitud para manipular a los demás, consiguen que funcionen como los personajes de la fantasía que se tiene de la propia vida. El creerse que se es lo que se supone ser, es señalado por Gaultier (1902, p. 38) y lo denomina “bovarismo”, por encontrar que es una característica psicológica de Madame Bovary, personaje de la novela homónima de Flaubert. La valoración, la aceptación o la ceguera para percibir la soberbia por parte de la familia, de los grupos o de la sociedad son factores importantes que colaboran para que sea egosintónica. También suele ocurrir que los padres o un grupo hayan ubicado su ideal narcisista en un hijo o en una persona, este lo asuma y entonces la soberbia tiene además un permanente sustento externo. Burlas, ironías, críticas y descalificación de los demás o de sí mismo Estas actitudes, cuando son constantes o forman parte del carácter, constituyen otro tipo de recursos para satisfacer la necesidad de grandiosidad; se desvaloriza a sí mismo, la pareja, amigos, compañeros, colegas, alumnos, profesores, grupos, instituciones y hasta países enteros. Los demás son los responsables de que no haya podido alcanzar el lugar al que se sentía destinado; en este caso, la acusación es un indispensable alivio, ya que, de no ser así, se torturaría a sí mismo. Vergüenza Tiene una íntima conexión con la observación de sí, puesto que es la reacción debida a la proyección del propio superyó despreciativo y humillante en otra persona; también puede estar vinculado a que son descubiertos los deseos sexuales incestuosos. Mentiras, fabulaciones y fanfarronería El hacer alarde de capacidades que no se poseen, el mentir o fabular con el solo objeto de dar a entender que se las tiene, sería la repetición de la actitud infantil en la que, para lograr la atención y la valoración de un progenitor narcisista que solo da importancia a su ideal, 292 RICARDO O. MOSCONE se simula serlo. También implica un intento burdo de tratar de sostener lo que se cree ser. Dentro de este funcionamiento tenemos la incapacidad de negarse a un pedido, motivo por el cual establecen un compromiso con algo que saben que no van a poder satisfacer, pero aunque también está implícito que esto les traerá desprestigio, el temor del momento es tan grande que los lleva a preferir esta actitud. Indiferencia En este tipo de configuración de la personalidad, la indiferencia suele alternarse con manifestaciones de compasión, y se producen según predomine la actitud narcisista, que solo se tiene en cuenta a sí mismo, o se proyecte e identifique el propio sufrimiento o invalidez en otra persona. La indiferencia ha sido notada desde hace mucho tiempo, entonces se hablaba de la belle indiference; entre otros autores, es destacada por Brenman (1985, p. 431). La indiferencia es un recurso defensivo que, en este tipo de disfunción, coexiste con otros sentimientos, como el odio, el amor y el resentimiento. La indiferencia ocasiona consecuencias tan sórdidas como severas. En efecto, genera un clima de pareja, familiar y social que va en el nivel personal desde el nivel del tedio y del aburrimiento, hasta la tristeza y la depresión a la que no se le encuentra motivo; pero donde es sumamente nociva es en relación con los hijos, para quienes la falta de amor parental es sumamente nociva. Freud comenta: “Los resultados analíticos suelen ser lábiles [...] y uno recibe la impresión de haber escrito en el agua” (1937, XXIII, p. 243); entendemos que esto sería una consecuencia de la indiferencia narcisista con la que se escuchan las interpretaciones, motivo por el cual debemos estar atentos a cómo son tomadas; al respecto, tampoco habría que olvidar las disfunciones identificatorias que padecen. Celos Son infaltables y permanentemente generan peleas y conflictos, porque suelen ir acompañados de reacciones violentas y descontroladas. Por lo general surgen de manera paroxística y sin que exista un motivo externo valedero. Son varios las elementos que los producen; entre ellos mencionamos las disfunciones sexuales, el establecer relaciones edípicas y el narcisismo. Este último requiere una absoluta exclusividad y muestra una sorprendente fragilidad, da la impresión de que cualquier circunstancia interrumpe un virtual estado placentero y lo coloca frente a un odiado enemigo al que ataca con despiadada furia; REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡A DIÓS ! 293 A LA HISTERIA impone ser amado como un dios exclusivo, tal como se ordena en la Biblia: “No tendrás otros dioses fuera de mí” (Éxodo, 20). Si bien las circunstancias en que se producen los celos indican que tras el amor ideal subyace el odio a un personaje frustrante, también intervienen en la determinación de los celos la persistencia de posiciones edípicas y la proyección de la sexualidad. La intensidad y la tortura que producen suelen llevar a defenderse de ellos seduciendo permanentemente a terceros para hacer que su pareja sea quien los sufra. “Crímenes” cotidianos Los actos agresivos equivalentes a un homicidio constituyen algo sumamente frecuente y universal en las relaciones con las que se mantienen profundos afectos. La identificación con un ideal que tiene las características de un tirano violento, paranoico y vengativo, capaz de matar despiadadamente, la desmentida de sentimientos (propios y ajenos) y de datos percibidos, lleva a que, en una reacción enajenada, se ataque a alguien al considerarlo un peligro o porque haya hecho sentir una injuria narcisista que como castigo merece la muerte. Estas agresiones, que tienen una equivalencia simbólica con el parricidio o el matricidio, producen un sentimiento inconsciente de culpa autodestructivo debido al accionar inconsciente de ese superyó tiránico, violento y vengativo que no perdona ni olvida. También hay que tener presente que el predominio del amor narcisista les da fragilidad a las relaciones, ya que se sustentan sobre un ideal y este es la defensa ante un sentimiento persecutorio. Duelos mal elaborados Si la agresión a la que nos referimos precedentemente se dirige hacia alguien querido o amado con quien se había establecido un importante afecto, la pérdida queda sin elaborar porque para evitar la furia de un superyó despiadado y vengativo se desmiente la culpa por haber eliminado a la persona amada y de la que se recibía amor; en este caso, el duelo,14 que queda sin elaborar, perturba las nuevas relaciones. El análisis de estos duelos tiene una similitud con la tragedia de Edipo ti- 14 Freud, S. Duelo y melancolía, 1915c, XIV, pp. 241-255. 294 RICARDO O. MOSCONE rano, de Sófocles; tiempo después del suceso, al investigarlo, se descubre que el responsable es, precisamente, quien lo está esclareciendo y, simultáneamente, recién en ese momento se advierte la pérdida del amor de la persona a la que también se amaba y que es equivalente a haberla matado. Tal vez resulte obvio decirlo, pero la evolución de los duelos mal elaborados depende de la modificación del superyó tiránico, despiadado y vengativo, porque es el accionar de esa instancia que, luego de aplicarse en otra persona, se padece sobre sí mismo. Caprichos Una conducta es caprichosa cuando carece de justificación racional, es extraña o bizarra y presenta un llamativo contraste entre la imperiosa e impostergable necesidad de satisfacerla que lleva a suponer que se trata de algo de suma importancia y su fugacidad, que evidencia intrascendencia y superficialidad. Son habituales en la infancia y se diferencian de los antojos porque así se denominan cuando se presentan durante el embarazo o una enfermedad. Los caprichos, las identificaciones inconsistentes y la inestabilidad afectiva son tres síntomas que se caracterizan por presentarse como algo sumamente importante, pero luego su corta duración indica que se trataba de algo intrascendente; esto hace inferir que son consecuencia del narcisismo y de la disfunción identificatoria ya descripta; poseen la insustancialidad de los sueños. Carencia de límites y descontrol Para producirse la identificación defensiva con el ideal del yo grandioso se requiere que la psiquis funcione con las leyes del proceso primario ya que así, como ocurre en un sueño, anulando los datos de las percepciones (la realidad), el transcurso del tiempo y los límites de lo factible, hace sentir que se es la imagen virtual fantaseada. Lo anterior permite comprender la incapacidad de reconocer los límites de lo que se es, de lo que se puede hacer, de lo que se desea y de las diferencias; también desaparecen la capacidad de pensar, las responsabilidades, las culpas, el control de los impulsos sexuales y agresivos y el prevenir las consecuencias de las conductas. Todo lo que obstaculiza la vivencia fantaseada desencadena un intenso odio o un ataque furioso. Recordamos el descontrol de: ingesta de comidas, hábitos nocivos, agresiones violentas, consumo de drogas, el juego y las conductas dis- REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡A DIÓS ! A LA HISTERIA 295 morales o ilegales. La persistencia de estos síntomas indica la vigencia de la negativa defensa y que, por lo tanto, se requiere proseguir el trabajo psicoanalítico, la revisión o la supervisión de la marcha de este. Otra significativa carencia de límites es la que se da en relación con los demás: no se discrimina qué es lo que corresponde a cada individuo, lo que pertenece al exclusivo ámbito privado individual, cuáles son los derechos y obligaciones de cada persona, comenzando por sí mismo y continuando por las parejas, hijos, padres, familias, grupos o sociedades. Padres que confunden su vida con las de sus hijos y así impiden la asunción de responsabilidades indispensable para lograr la independencia personal. Desmentida del paso del tiempo El funcionamiento del recurso defensivo como proceso primario implica una falta de registro del paso del tiempo, y esto, como es sabido, produce negativas consecuencias; la más leve es dejar pasar la vida sin aprovecharla. Algo similar puede ocurrir con los tratamientos psicoanalíticos que tienden a hacerse interminables. Es frecuente la desmentida del cumplimiento de las etapas de la vida (cumpleaños, aniversarios). Escoptofilia y exhibicionismo Obtener placer a través de la identificación con la imagen óptica es una de las manifestaciones del funcionamiento del recurso defensivo; también evidencia una inhibición motriz y limitaciones al contacto corporal placentero. En el exhibicionismo se intercambian las posiciones, por lo que se pasa a ocupar el lugar privilegiado, intentando que quien mira quede sumido en la pasividad, envidiando, y sufra por la incapacidad. Sugestionabilidad Como antes lo mencionamos, esta es otra manifestación de la alteración en los procesos identificatorios. Inestabilidad afectiva Esta es otra característica derivada de la alteración de la identidad y de la escisión de los sentimientos. Suelen presentar facilidad para enamorarse y desenamorarse, así como también para enojarse y desenojarse. Esto fue percibido por Flaubert: “¿Cómo explicar un vago malestar que cambia de aspecto como las nubes, que se arremolina como 296 RICARDO O. MOSCONE el viento?”, dice Emma de Bovary (1856, p. 125). También por un poeta; en Margarita, Darío manifiesta: “¡Oh, flor de histeria! Llorabas y reías” (1894, p. 39); describe el inmediato y abrupto paso de la risa al llanto de la mujer que amaba, de la que también relata que era incapaz de responderle si lo amaba o no. Teatralidad Acaparar la atención de todo un grupo actuando en el centro de la escena y presentando situaciones dramáticas ficticias suele ser otro de los rasgos típicos de este grupo y que ha sido mencionado por numerosos autores; entre ellos recordaremos a Recamier (1952, pp. 13-50) y a Bollas (2000, pp. 117-126). Este síntoma se comprende fácilmente teniendo en cuenta que la soberbia narcisista necesita un permanente sustento. Dismoralidad Entendemos que la moral es la conducta optativa que responde a una serie de normas, responsabilidades y valores que no pertenecen al orden jurídico y que rigen las relaciones consigo mismo, con los demás y con el mundo; en el fuero interno estas pautas indican cuándo se ha obrado bien, es decir, acorde con ellas, o no. La tendencia a establecer relaciones con connotaciones edípicas/incestuosas, el narcisismo que lleva al desconocimiento de los límites y al descontrol, y la deficiente incorporación del superyó hacen que lo habitual sea encontrar diversos incumplimientos morales con la correspondiente culpa y la desvalorización inconsciente; por otra parte, las actitudes inmorales ocasionan diversos conflictos con los demás y con la sociedad. También puede predominar la hipermoralidad. En efecto, la identificación con un ideal tiránico que no tolera el incumplimiento ni soporta imperfecciones, sumada a una desmentida de la sexualidad, puede conducir a esta disfunción. En general carecen de conciencia de la tremenda exigencia a la que están sometidos y, por el contrario, esto los hace sentir superiores al resto; sin embargo, son los diversos síntomas los que indirectamente señalan la inhumana exigencia que padecen. Hay que tener presente que, aunque predomine la hipermoralidad, también ocurren transgresiones a la moral de las que son totalmente inconscientes. Infantilismo Ingenuidad, caprichos, dificultad en la asunción de responsabilidades, mentiras ingenuas, pensar solo en sí mismo sin considerar a su prójimo15 REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡A DIÓS ! A LA HISTERIA 297 y la dependencia, le dan ciertas semejanzas con la infancia. Entre otros autores, Vermorel (1996, p. 1677) señala el infantilismo de la histeria. Insatisfacción Son muchos los elementos que determinan este sentimiento: las disfunciones sexuales, los conflictos de pareja y familiares, la insustancialidad de la satisfacción al complacer los caprichos, los fracasos, las culpas y el hecho de que para el narcisismo nada alcanza ni es suficiente. También hay que tener en cuenta la inestabilidad afectiva que hace que este, como otros sentimientos, sea cambiante. Conversiones Tal como lo señaló Freud desde el comienzo de sus investigaciones, son síntomas corporales que carecen de una causa física y que expresan conflictos psíquicos inconscientes (1894, III, p. 50); por lo general revierten rápidamente con cualquier tipo de tratamiento. Las primitivas experiencias sensuales cuyo dolor llevo a la desmentida, se presentan como una “inexplicable enfermedad” del cuerpo. Importancia del cuerpo Son varios los elementos que lo indican, entre ellos, el valor otorgado a la belleza física, la importancia de la vestimenta, las conversiones, el temor a las agresiones corporales y a las enfermedades, y las heridas narcisistas que significan los signos de envejecimiento. Entendemos que esto sería una expresión del registro de las primitivas experiencias displacenteras. Inclinación a cuidar enfermos Se da en una amplia gama que va desde los aficionados y la asunción del rol en una familia, hasta el desempeño profesional como médico, psicólogo, enfermero o asistente social. Es el resultado de la conjunción de varios aspectos: a) aproximación e intento de recuperar aquellos aspectos propios escindidos defensiva- 15 Prójimo es el hombre respecto de otro, considerados bajo el concepto de la solidaridad humana 298 RICARDO O. MOSCONE mente; así la compasión con quien sufre es motivada por las propias experiencias dolorosas; b) recibir un importante halago narcisista, ya que quien padece una enfermedad que lo torna indefenso idealiza al que lo asiste; c) el establecer una relación con alguien que sufre permite hallar un depositario para los propios sufrimientos y limitaciones; d) la culpa que lleva a reparar los daños producidos por el odio; e) intento de contribuir a la recuperación de las figuras parentales en las que se advirtieron sufrimientos y limitaciones; f) la satisfacción desplazada del amor parental cuya expresión está dificultada con los hijos; g) establecer un contacto sensual con aquellos aspectos escindidos por lo dolorosos; h) el halago de hacer una actividad socialmente valorada. Breuer describe a “Anna O.”: “Entre los rasgos más esenciales se contaba una bondad compasiva; el cuidado y el amparo que brindó a algunos pobres y enfermos le prestaron a ella misma señalados servicios en su enfermedad, pues por esa vía podía satisfacer una intensa pulsión” (1893, p. 47). La percepción de esta inclinación se ve confirmada por los datos recogidos muchos años después por Bedó y Maggi (1976, p. 2); aquella mujer que durante la incubación de su enfermedad cuidó con todas su energías a su padre, años después resultó para Alemania una figura legendaria en el terreno de la asistencia social que recibió reconocimientos oficiales por la magnitud y eficiencia de su tarea. Entre los autores que han señalado que en las histéricas existe una reiterada vocación por la medicina o por las ocupaciones paramédicas como la enfermería o la asistencia social, mencionaremos a Israël (1976, p. 194) y a Moscone (1990, p. 54). Dependencia y liderazgo Puede resultar paradójico el hecho de advertir que alguien que funciona como un importante líder en un grupo o en una sociedad, en su familia no asume sus responsabilidades o depende de su esposa casi como si fuese un hijo más. O que una mujer que desempeña exitosamente la responsabilidad de dirigir a un grupo que tiene a su cargo el cuidado de niños, delega el cuidado de sus hijos. Pero no se trata de algo paradójico ni extraño; simplemente es la puesta en juego de una de las disfunciones de este grupo: la impotencia con el objeto directo y la capacidad con los vicariantes. La dependencia suele establecerse inicialmente con el cónyuge; también ocurre con otras personas; en esto entra en juego la aptitud de la pareja para satisfacer esa expectativa. Hay que tener en cuenta que la necesidad de un grupo o de una so- REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡A DIÓS ! A LA HISTERIA 299 ciedad de contar con un líder capaz lleva a colocar a uno de sus miembros en ese lugar, sin que tenga méritos para ello. Entre otros, Easser y Lesser (1965, p. 5), Sugarman (1979, p. 7) y Brenman (1985, p. 2) señalaron la dependencia en la histeria. Sustituido y sustituto Otro hallazgo frecuente es el sustituir a quien incumple sus funciones o hacerse sustituir en las que no se desempeñan. Esto, que lleva a establecer configuraciones edípicas, se relaciona con las vivencias del complejo de Edipo. Por su participación funcional y su integración, los personajes que sustituyen funciones parentales pasan a ser parte constituyente de la familia. Asumen desempeños (parentales o conyugales) delegados o que se dejan vacantes; familiares, amigos, profesionales o amantes son quienes pasan a ocuparlos. La incorporación a la familia se da por dos tipos de ligadura: una se establece al satisfacer a alguien necesitado y la otra se deriva de la relación con quien delega. Al cumplir una función vicariante, el sustituto adquiere un estatus filial, ya que en la familia que se incorpora el rol parental es ocupado por otra persona; pero al llevar a cabo algo de lo que está impedida esa misma figura, se parentaliza frente a ella. En este particular entrecruzamiento, dos personas complementan sus insuficiencias creando una nueva situación social. En ella, ocupando el lugar del tercero ya que se incorpora a una familia constituida, la incapacidad de un integrante para cumplir con un desempeño parental lo ubica como progenitor; es decir, con dos actitudes semejantes a la del hijo se genera un lugar virtual parental. Esto último constituye lo que habitualmente se observa, es el nacimiento del hijo lo que hace que alguien, independientemente de sus cualidades y capacidades, sea transformado en un padre; algo similar ocurre con los alumnos que hacen al maestro y con los esclavos que contribuyen a la generación del tirano. Fracasos y éxitos singulares En este tipo de personalidades el fracasar tiene singulares características: se desea y persigue intensa y tenazmente algo que, al conseguirlo, se hace imposible asumirlo; se manifiesta en los umbrales del triunfo y el éxito solo es posible con objetos sustitutos. Las sociedades machistas, al otorgar al varón el “privilegio” de asumir las realizaciones del ideal en una familia, le hacen cargar con toda la responsabilidad del fracaso. 300 RICARDO O. MOSCONE Frustración personal Es un indicio de que no se ha podido ni asumir ni llevar a cabo una realización personal, es decir, la materialización del ideal del yo. Entre otras cosas, esto puede ser la consecuencia de la disfunción identificatoria que impide asumirlo, del haberlo delegado en otras personas, de la exigencia de grandiosidad que propone tareas irrealizables, de la imposibilidad de admitir la derrota que lleva a no asumir el desafío de realizarla, de la tendencia a la pereza, o a desmentir el paso del tiempo entreteniéndose en juegos o en tareas intrascendentes. Mientras no quede resuelto algún tipo de realización personal, habría que pensar que la labor psicoanalítica está inconclusa. Infelicidad A veces tenemos la impresión de que generalmente no le otorgamos a este sentimiento la importancia conceptual que posee ni su valor como síntoma. De tener presente la lista de síntomas que hemos ido presentando, es posible que el lector haya inferido que muchos confluyen en la sensación de infelicidad; entre ellos, recordaremos: disfunciones sexuales, los conflictos de pareja o familia, los celos, la sensación de insatisfacción, los fracasos y la grandiosidad sin límites del narcisismo que hace que todo le sea insuficiente. Considerarse víctima El narcisismo lleva a dar por sentado que el mundo tiene la obligación de proveerle de todo lo necesario para que se sienta bien; a que no acepte las circunstancias vitales que le tocaron en suerte; a que no advierta su participación en los problemas que padece; y a ser considerado como alguien diferente mediante un relato conmovedor y por medio de la culpa. El presentarse como víctima también responde a su tendencia a conformar situaciones triangulares ya que invita a que el interlocutor se coloque a su lado y lo defienda del tercero que lo perjudicó o que lo hizo o lo hace infeliz; además así encubre totalmente su capacidad para dañar. Por último mencionaremos que al declarar ser una víctima, expresaría que ha sufrido una injuria en su narcisismo al padecer en los períodos iniciales de su vida cuando su psiquismo estaba conformándose. Conformación de sociedades monistas Aristóteles manifiesta que el hombre es por naturaleza un animal so- REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡A DIÓS ! A LA HISTERIA 301 cial (1253a), pero hay otros hechos que indican fehacientemente que también posee una tendencia individualista que origina disfunciones sociales. Uno de ellos se infiere al advertir que con el nacimiento del hijo deja de estar regido por un narcisismo egoísta y presenta hacia él un generoso altruismo cuyo objetivo es hacerlo llegar a adulto. Otro se infiere a partir de que resulta evidente que entre los componentes de la pulsión de vida existe una tendencia al establecimiento de nuevas combinaciones que buscan el surgimiento de individuos dotados cada vez de mayor fuerza, inteligencia y agresividad, lo que los lleva a imponerse a los demás para hacer prevalecer ese modelo que con su triunfo demuestra que es el que mejor puede asegurar la continuidad de la vida. Es de esperar, entonces, que cuando un hombre dispone de una fuerza vital y una agresividad suficientes tratará de imponer su modelo; esto aporta otro elemento generador de disfunción en toda familia, grupo o sociedad. Cuando el narcisismo individual es tan elevado como para que le resulte inadmisible la presencia de un semejante, la fuerza que organiza sociedades recurre entonces al sacrificio de unos para que otros ejerzan la hegemonía; así, entre otras, surgen las sociedades patriarcales, matriarcales o las tiranías. Las primeras, en las que el ideal sexual es el masculino, parecen seguir el modelo del amor maternal: la madre resigna su individualidad y dedica todas sus fuerzas para el desarrollo de su marido y de sus hijos, es decir, la mujer delega en el varón la realización de los ideales. El narcisismo que solo admite su deseo o capricho, llevaría entonces a considerar que el varón está libre de las ataduras que la maternidad impone a la mujer. Al entrar en este terreno es importante tener presente la existencia de hechos sociales que, de manera inconsciente, determinan la conducta de sus integrantes; un ejemplo de esto son las metamorfosis que presentan las presentaciones de los sufrimientos, como los que Edelman describe en la histeria en los siglos xix y xx (2003). En las sociedades que poseen como único ideal sexual al masculino, los varones reciben un desafortunado privilegio que suele reforzarles su orgullo; les hace sentir una supremacía sobre las mujeres, considerar que ellas están a su servicio y que tienen que imponérseles, pero al mismo tiempo se someten a las que idealizan y esto los lleva a “reinar” en un matriarcado; se ven obligados a demostrar valentía y el reconocer ante los demás sus debilidades, limitaciones y temores es vivido como humillación y vergüenza; y cargan con la responsabilidad de alcanzar los ideales y, si no logran el éxito, con todo el peso del fracaso. En las sociedades que poseen como único ideal sexual al masculino, al adoptar inconscientemente el ideal sexual masculino las mujeres adquieren un mecanismo autodestructivo que denominamos antifemi- 302 RICARDO O. MOSCONE nidad, porque conspira contra el desarrollo de su feminidad pero también lo hace con el de toda su personalidad. Entre las consecuencias de la antifeminidad tenemos: falta de desarrollo de la sexualidad y de la personalidad, masoquismo, envidia y competencia con el varón, desvalorización, tendencia a la servidumbre, y adopción de características varoniles. Si bien el patriarcado es un hecho social, en la elección del ideal sexual masculino también intervendría la evitación de la maternidad cuando esta es conflictiva, ya que el embarazo, el parto, la lactancia y los cuidados que requiere un recién nacido exigen una inevitable puesta en juego del propio cuerpo y de la capacidad de hacer contactos regresivos sostenidos, hechos que sabemos que están dificultados en este grupo. Esta perspectiva nos lleva a consideraciones diferentes a las de Dio Bleichmar (1985, p. 4), que afirma que “existe un feminismo espontáneo en la histeria”. Cuando Green (1974, p. 466) afirma que “la histeria ha sido considerada una caricatura de la feminidad” estaría indicando una alteración en la feminidad. Freud estableció un importante hito cuando, luego de destacar que Charcot comprobó la existencia de una histeria masculina (1886a, I, p. 11), ante los incrédulos presentó un caso clínico (1886b, pp. 27-34); posteriormente se describieron las diferentes presentaciones en varones y mujeres, entre otros, Perrier (1968, pp. 175-181), Depoutot (1971, 1985), Israël (1976, pp. 59-65) y Moscone (1990, pp. 121-172). Resumen Considerábamos que cierto conjunto de síntomas eran representativos de histeria; entenderlos como consecuencia de una defensiva identificación con el ideal del yo (narcisismo) ofreció una comprensión que posibilitó cambios significativos en los análisis. La defensa sería el resultado de una prolongada y compleja participación de factores de la que dos períodos son significativos: 1) Las primeras experiencias de vida dejan registros de placer y de displacer fijados a mociones pulsionales; si las experiencias displacenteras son significativas, el yo se defiende y mediante un pensamiento primitivo crea un estado virtual placentero y las desmiente. Esto daría las bases para el establecimiento de un estado oniroide placentero, distintos grados de alejamiento de la realidad y las disfunciones sensuales/sexuales e identificatorias. 2) Durante el complejo de Edipo, la cualidad del amor parental es tan importante como en el hijo el establecimiento de identificaciones. Por tratarse de períodos de conformación del psiquismo, las experiencias dolorosas y las disfunciones parentales producen heridas narcisistas que determinan la presencia permanente de la identificación defensiva con un ideal grandioso; como esto ocasiona muchas consecuencias negativas, su elaboración es indispensable. Se mencionan los síntomas brindando sucintas explicaciones. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 2, 2008, PÁGS. 273-305 ¡A DIÓS ! 303 A LA HISTERIA DESCRIPTORES: DIAGNÓSTICO / HISTERIA / NARCISISMO / SÍNTOMAS / IDENTIFICACIÓN / IDEAL DEL YO / DEFENSA / COMPORTAMIENTO SEXUAL Summary Goodbye, hysteria! We used to consider a certain group of symptoms as representing hysteria; understanding them as the result of a defensive identification with the ideal of ego (narcissism) provided us with insight that gave rise to significant changes in the analyses. Defense is then the consequence of a prolonged, complex interaction of factors with two significant periods. 1) The first experiences of life, which leave a record of pleasure and of displeasure, fixed to drives. If there are significant records of displeasure, the ego defends itself, creating a pleasant virtual state by means of primitive thought, and denies the experiences. This would serve as the basis for setting up a pleasant oniroid state, varying degrees of detachment from reality and the sensual/sexual and identificatory disfunctions. 2) Throughout the Edipus complex, the quality of parental love is as important as it is for the child to establish identifications. Since this is the period when the psyche is shaped, painful experiences and parental dysfunctions cause narcissistic injuries determining the permanent presence of defensive identification with a great ideal; as this has many negative consequences, it is essential to work on this. Symptoms are mentioned and succinct explanations given. KEYWORDS: DIAGNOSIS / HYSTERIA / IDEAL / DEFENSE / SEXUAL BEHAVIOR NARCISSISM / SYMPTOMS / IDENTIFICATION / EGO Bibliografía Aristóteles. Política. Madrid, Gredos, 1988 Bedó, Tomás y Maggi de García Rocco, Irene. Contribución a “Estudios sobre la histeria por Josef Breuer”, México, Siglo XXI Editores, 1976 Biblia de Jerusalén, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1998 Bollas, Christopher. Hysteria. Londres, Routledge, 2000 Brenman, Eric. “Histeria”. Int. J. Psycho-Anal. 66, 423-432, 1985 Breuer, Joseph (1893). “Señorita Anna O.”. En: Estudios sobre la histeria, escrito con Freud. Sigmund Freud. Obras completas, t. II, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1976 Cohen, Jonathan y Kinston, Warren. “Repression theory: A new look at the cornerstone”. Int. J. Psycho. Anal. 65, 411-422, 1983 Darío, Rubén (1894). “Margarita”. En: Sonetos de azul… a otoño. Madrid, Hiperión, 2004 304 RICARDO O. 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Londres, Tavistock, 1957 (Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 20 de mayo de 2008)