SOBRE DIOSES Y NARCISOS..."Los que se creen dioses"

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Subjetividad y Cultura
Revista Subjetividad y Cultura
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SOBRE DIOSES Y NARCISOS..."Los que se creen dioses"
Mario Campuzano
Hernán Solís Garza. Los que se creen dioses. Estudios sobre el narcisismo. Ed. Plaza y
Valdés, México, 2000, 252 p
Hernán, viejo amigo y corresponsal de la revista en Monterrey, nos presenta en este volumen el
que ha sido –por años, en su producción- un tópico sistemáticamente investigado: el
narcisismo. Nos entrega, así, un sólido volumen de 252 páginas y catorce capítulos que
muestran la variedad de su práctica: psicoanálisis individual y grupal, psicoterapia familiar y de
pareja, de donde extrae viñetas clínicas muy ilustrativas que son complementadas con
abordajes de psicoanálisis aplicado a personajes de la literatura y del psicoanálisis: Oscar
Wilde, Bion y Melanie Klein. También muestra su marco teórico: Klein, Bion y otros
postkleinianos, aunque con sólido conocimiento de los teóricos americanos de la psicología del
yo y hasta algunos apuntes post-lacanianos (Green, por ejemplo).
El título del libro alude a un artículo de Jones, pionero en este campo: The God Complex. The
Belief that One is God, and the Resulting Character Traits. Define su postura en relación al
narcisismo a partir de Jacobson y su idea de un self psicofisiológico primitivo, investido por
energías sexuales y agresivas –narcisismo positivo y negativo-, conformando (agregado de
Grinberg) una relación objetal desde las fuerzas pulsionales alojadas en un sujeto y mediadas
por el Yo que toman por objeto al self.
El narcisismo positivo y negativo, aunque emparentado con el narcisismo de vida y de muerte
de Green, viene en este caso de Karl Abraham que de 1908 a 1924 se ocupara en la
descripción y conceptualización de estos aspectos.
La fórmula de Chasseguet-Smirgel (1975), que ha publicado una notable investigación sobre el
Ideal del Yo, viene aquí muy a cuento: “... existe una diferencia fundamental entre el Ideal del
Yo, heredero del narcisismo primario, y el Superyo, heredero del complejo de Edipo. El primero
constituye –en el origen al menos- una tentativa de recuperación de la omnipotencia perdida. El
segundo, en la perspectiva freudiana, ha nacido del complejo de castración. El primero tiende a
restaurar la ilusión; el segundo, a promover la realidad. El Superyo separa al hijo de la madre;
el Ideal del Yo –hemos dicho- lo empuja a la fusión. Si la institución del Superyo mitiga las
exigencias ilimitadas del Ideal del Yo es porque establece la barrera del incesto y transforma la
impotencia intrínseca del niño en obediencia a una prohibición...”
En el capítulo siete, “Retrato hablado de algunos narcisos”, hace una interesante comparación
clasificatoria entre las propuestas de Freud, las de Bursten (1973) y las del propio Solís. Ahí a
la propuesta descriptiva de subtipos de Bursten (fálico-narcisista, manipulador, paranoide,
demandante) opone una propuesta estructural que tiene evidentes ventajas al aunar lo
descriptivo-clínico a una lógica de niveles de desarrollo psicosexual: fálico-narcisista, grado 1;
esquizo-maníaco, grado 2; paranoide, grado 3; borderline, grado 4; psicótico, grado 5.
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Los ejemplos clínicos abundan y sustentan a estas definiciones conceptuales: “Dios los crea y
Freud los junta. Retrato hablado de algunas parejas”, “El duelo corporal en los Narcisos”, “Las
amazonas del mundo psi en terapia grupal analítica”, en ellos queda clara la gran dificultad
terapéutica que implican este tipo de pacientes y la necesidad de tener y mantener un marco
de referencia claro. Por ejemplo en cuanto al manejo de los duelos corporales en los narcisos
escribe:
La regresión terapéutica en los duelos corporales requiere de niveles profundos;
eventualmente sentimos dificultad para vivir en forma apropiada el importante rol maternal que
requiere el niño Narciso. ¿Será por ello que algunas mujeres funcionan mejor ante los dioses?,
¿o, analistas con partes femeninas –que no les asustan, por supuesto- obtienen mayores
éxitos? Es muy posible. La protorrelación transferencial anida un genuino anhelo de vínculo con
un objeto-mamá verdaderamente ideal; de alcanzarse, se establece el núcleo egótico del
proceso analítico. El clima de esas fases necesita ser de receptividad pasiva, intentándose,
dentro de lo factible, perpetuar un ambiente de confianza básica; el bebé-analizando es quien
efectuará el acercamiento bipersonal y lo hace generalmente con reserva, lentamente, prueba,
se retira, se aproxima, se reasegura; se reeditan así las vivencias primarias con objetos
parciales, y frente al amor surge la fe de crear o reestructurar ligámenes totales, sólidos,
externos, saludables; para ello tiene que existir una madre-analista respetuosa, madura,
cariñosa, tolerante, tranquila, que permita después, en el transferir, la firmeza del padre partero.
Dicho quehacer es casi una labor imposible. El terapeuta poco entrenado ve las demandas
infantiles de satisfacción inmediata como si fueran solicitudes genitales. Las consecuencias
-¿alguien lo duda?- son funestas. Ocurre, también, en esos períodos regresivos, un incremento
en la susceptibilidad del Narciso negativo; es aquí donde suceden las heridas narcisistas
cuando el pequeño introvertido desde su pseudópodo positivo se anima a la relación con
alguien del exterior y se le falla, entonces el chico frustrado tórnase colérico, destruye en su
fantasía al terapeuta, o, lo que resulta peor, lanza su agresividad hacia el cuerpo. A la vez, en
la contratransferencia suceden cosas. Si el trabajo es difícil, y las manifestaciones agresivas
del profesionista se hallan coartadas, dicho aguante masoquista posee un precio más allá de
su incomprensión. El ser continente de lo tanático transferido implica el peligro de un vínculo
parasitario, a la manera descrita por Bion, donde las partes –analizando y analista- terminan
destruyéndose. Aquello depositado inicialmente en el cuerpo del Narciso, y subsecuentemente
proyectado en el facultativo, puede ser chupado corporalmente por éste, y frente a la no
elaboración del material empezará la somatización, fenómeno nada raro en nosotros. Cefaleas,
úlceras, hemorroides, hipertensión, infartos son -¿por qué no decirlo?- propiamente
enfermedades profesionales. “Debemos preguntarnos ahora –confiesa Meltzer- seriamente,
cómo es posible para alguien practicar el análisis sin que resulte dañado. Por supuesto, cada
ocupación tiene sus riesgos –concluye resignado- de modo que no cabe aquí el quejarse....”
Un par de capítulos (“Más allá del psicoanálisis. La patología preestructural”, “La pareja Quien
vuelve loco a quien y los mecanismos defensivos interpersonales”) son dedicados a un tema
especialmente relevante en este tipo de pacientes: el de las peculiaridades clínicas y del
consecuente abordaje terapéutico de las patologías preestructurales, con sus mecanismos
psicóticos de defensa, y el uso privilegiado de mecanismos defensivos interpersonales,
testimonios presentes de la simbiosis no superada, de la falta de acceso al nivel defensivo de
la represión. La base teórica kleiniana tiene aquí particular importancia y el autor le dedica un
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capítulo a uno de sus aspectos relevantes: “El carácter envidioso. Vigencia de Melanie Klein”.
De este último capítulo seleccionamos algunos párrafos por su valor clínico:
“... terminaremos el presente trabajo agregando a lo expuesto en pasadas páginas algunas
breves sugerencias técnicas, ellas van dirigidas en particular a los terapeutas jóvenes y se
sitúan en la línea de no interpretar prematuramente la envidia y el transferir negativo, pues
estas intervenciones pueden ser vivenciadas como Superyoicas. Las interpretaciones
unilaterales, a saber, el solo enfatizar lo agresivo y minimizar, o de plano negar, lo positivo, no
favorecen la alianza terapéutica, amén de que para elaborar afectivamente las escisiones se
requiere del Eros, único facilitador de la integración del objeto y del Yo, con su correspondiente
gratitud. Igual conducta tenemos que adoptar ante la ambivalencia neurótica donde a veces se
privilegia la agresividad preedípica, o el analista muestra una fascinación cuasi-hipnótica frente
a los contenidos que son interpretados de inmediato, llegándose al extremo de lo que Freud
llamó análisis silvestre. En ocasiones, triste es comprobarlo, más parece que es el terapeuta
quien espejea en el inconsciente del enfermo, fenómeno por lo demás nada ajeno al mismo
Freud frente a sus casos clínicos iniciales.”
El psicoanálisis aplicado da oportunidad a que se desplieguen el dominio teórico y el talento
literario del autor. Pieza magnífica es el capítulo: “Oscar Wilde: un dios que no pudo ser
hombre”. Dos entrevistas imaginarias le acompañan: “Más allá del aparato de pensar:
entrevista a Bion” y “Si yo fuera usted: entrevista a Melanie Klein”. El libro cierra con un
capítulo donde se unen lo psicológico y lo socio-cultural, la dimensión humana más amplia de
la conformación de los ideales del yo individuales, familiares, nacionales y sociales, como lo
señalara Freud mismo, un capítulo sin desperdicio: “Esa droga llamada poder: preguntadle a
los poetas”.
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